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3
literatura
latinoamericana I
Roland Barthes El
discurso de la historia
Roland Barthes
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1. Enunciación
Y, antes que riada, ¿en qu¿ condiciones el historiador clásico se sienta obligado
--o autorizado— a designar, dentro de ru díf¡’ curso, el acto por el cual io está
profiriendo? En alvns palabra«;, al nivel del discurso —y ya nó de la lengua—,
¿cuáles son los shifters (en el ¡sentido acordado por Jakobson a esta palabra)“ que
garantizan el paso del enunciado a la enunciación (o al
.rcv&O?. .. _______
Pairee Ser que el d/scú ¿so c tos Ico eonlkn^n dos- tipo^rcgulnrc« de
embragues * Éí pruvicr tipo reúne a los que podríamos llamar 'lós ;cud)taguc8fde
tucucho, lista categoría ha sido ya sefialfuhi por Jakobson, al nivel del lenguaje,, y
designada por el nombró do /csífrmmfVif, y bajo la fórmula C eCnt/^1'^ además deí
acontecimiento relatado (C®)# el discurso menciona a ja vez el acto del in-
- formatíor (Ca,ry líTpálaljrrT cid enunciante; .que a * éfserefiere (O*). KMC~
***? de
testimonios, toda rcferencirTa una cstíttcim ác\ historiador, que recoge
*utrBiídrrtt^rír ÜO& Míscuj'so y io í crtere v La escucha explícita cr"una”opción,
ya^ que es posible no referirse n ella; aproxima* áV historiador al e tnó (ogo~c ti a
ndo menciona' a su” informador; así pues, este shificr se encuentra
abundantemente en los historiadores etnólogos, como ÍJerodoto. Sus formas son
variadas: llegan desde los incisos do! tipo tai canto lo JÍÜ ohifí, sügihi mi
couodmleiUo, hasta el presente histórico, tiempo que atestN gua la intervención
del emmeíador, y hasta cualquier mención ele Ja experiencia personal del
historiador; óste cá el caso do Miehe-
u
nu LA irrsroRiA A LA IUMÍ.IIMO 168
-.v Los signos tlcl enuncjantcJo_ dcstlnador) son, evidentemente, mucho más
frccue^s;^ntrc^clij>s, tcnciñóTliu^^Hricóf^todoa' los fragmentos de discurso en
que el historiador, sujeuTvacío de la~cntíncitÍciGn',‘síi''va; pocó apoco,"
reliennhdo” tic predicados "diversos “4v^ltójnic5tvn¿d¿s n cons lilu í
Ho_cómo’)'jc rió//rí,’ pro vis-" ta de^u nn^pípi^uti.p$icülógicnT.O,Tes.mAs,
dc.un coníincnta (la palabra es ümPcxquisila imagen). Scflafárcmos aquí una
forma particular do este «relleno» que 1c corresponde más directamente n la
crítica literaria-. Se trata dcljzaso en que el enun¿innic^pre- tende o ausento
r$ci> de ^^drscutso, el cü ai, cri cü])sccijcnc¡n,ch- rccc sistemáticamente de
todo signo*iqiie^^mHa ál emisor del mensaje histórico: lá históHsTpáreco es In
rsc contando j>oja. liste accidente hn Hacho uhtrcofísUictiibb enrrera, ya que,
de hechc>7 correspondí oí discurso histórico llamado «objetivo» (en el que el
historiador no Interviene nunca)* De hecho, en/esto casó, clenun* dan te anulasu
persona pasional pero la sustituye porjilra pci> son a’; la persona, «objetiva»; el
sujeto subsisteen toda’ siTplerti- Ituí, pero. como, sujeto objetivo; esto es ío que
Fustel de Cotil:»n* ges llamaba sjgníricnllvanicntc (y con bastante ingenuidad
también) la «castidad cíe ín Historia». M nivcl dcrcliscurso7 (á~ob|c* tividad
*—o carencia do signos del enunciante— aparece como untt forma particular-
dcMmaginnrio, como el producto de lo que podríamos llnniar>Ja ilusión
referencia!, ya que con ella el historiador pretendo dejar"qutTel'referente hable
por sí .solo.^Esto no es una ilusión’propia" del discursS’histórico:
icuAntos'novelistas —de la ¿poca realista— imaginan ser «objetivos» sólo por-
que suprimen los signos del yo en el discurso! La lingüistica y et psicoanálisis
conjugados nos han hecho hoy día mucho inris bieldos nwpecloa una
enunciación privativa: sabemos que también las carencias de signos son
significan tes.
Acabaremos rtípidamento con ía enunciación mencionando el caso particular
—que Jakobson, al nivel de Ja lengua, coloca dentro do la cuadrícula de los
shifters— en que el enunciante del discurso es# a ía vez, participe clal proccso
enunciado, en que el protagonista del enunciado es ul misino protagonista de la
enun- eiación ('l>/T"), en que el historiador, que fue actor en ía dpoca tlcl
suceso, se convierte en su narrador: es el caso de Jenofonte, que participa en la
retirada de los Diez JVJil y a continuación se convierte en su Jiistoriador. Eí
ejempío más iltistue de esta c'on- junción del yo enunciado y el yo enunciante es
í>in duda el uso
169 EL UISCURjSÓ ÜE LA t USTORIA
del él que lince César. Este célebre. <!f pertenece al enunciado; cuando César pasa
a ser explícitamente enunciante, utiliza et uoxotros (ut snpra demostravimus). tste
él de Cesar i\ primera vista aparece sumergido entre los otros participantes del
discurso cnuncindo, y a esc Ululo se ha visto cu ¿i el signo supremo de la
objetividad; no obstante parece ser que se lo puede diferenciar formalmente;
¿cómo?, pues observando que sus predicados han sido constantemente
seleccionados: el ¿1 tic César no tolera más que determinados sintagmas, que
podríamos llamar, sintagmas de Ja jefatura (dar órdenes, conceder audiencia,
visitar, obligar a Jtaccr, felicitar, explicar, pensar), todos ellos, de hecho,; muy
cercanos n determinados perEormativos en los que las palabras se con runden con
el ¿icto. Hay otros ejemplos de este él, actor pasado y narrador presente
(especialmente en Clausewitz): todos ellos demuestran que la elección del
pronombre apersonal no es más que un truco retórico y que Ja auténtica situación
del enun- danto se manifiesta en la elección de los sintagmas de los que rodea sus
actos pasados.
2. Enunciado.
El enunciado histórico debe poderse prestar a una división destinada n producir
unidades de contenido, quo a continuación podrían clasificarse. Estas unidades de
contenido representan aquello de lo que había la historia; en cuanto significados no
son ni el referente puro ni el discurso completo; el conjunto que forman está
constituido por el referente dividido, nombrado, inteligible ya, pero aún no
sometido a una sintaxis. No nos pondremos ahora a profundizar en estas clases de
unidades, sería un trabajo prematuro; nos limitaremos a hacer algunas observacio-
nes previas.
Al igual que el enunciado fràstico, el enunciado histórico comprende
rtcxijfr^^gff-T^octirTgntcs»" scrcirénfldadcs-T-sas _p.redijcat^»suAhora bien, un
primer examen permite"suponcF~que unos y otros (por separado) pueden
constituir listas relativamente cerradas, manejables, en consecuencia, en una
palabra, colecciones cuyas unidades acaban pór repetirse gracias a combinado*
nos evidentemente variables; así pues, en Hcrodoto, los uxlslentes se reducen a
dinastías, principes, generales, soldados, pueblos y
lugares, y los ocu rigentes a acciones como devastar, someter, nltar- sc, salir en
expedición, reinar, utilizar una estratagema, consultar ni oráculo, etc, Estas
colecciónes, que son (relativamente) cenadas, deben prestarse a determinadas
reglas de sustitución y de transformación y debe ser posible estructurarlas, tarca
más o menos fácil, evidentemente, según de qué historiador se trate; Jas unidades
de H ero doto, por ejemplo, dependen en general de un único léxico, el de la
guerra; bQbrjajuc averiguar si en cuanto a los historiádores inottotas.sqtutem¿s
co m p 1 tí)nrtlc'lexí eos diferentes y sí, incluso en eso caso, el disto l'Sff'hifi 16
ÜB LA HlSTOnM
litnrntrcstft ~§i5ítíAnLArc.~ciTd
RtlALlDAU :
Afondo, 170Cés
basa (1 n.coicc&i o- ricé Tó I iflíTs"
“fíftj o r 1 ¡ñüínrde colecciones, y no do Jáxicos, ya que^nos estamos
manteniendo exclusivamente en el plano del contenido). Vaqulavelo pttrece
como si hubiera tenido la intuición de esa estructura: al principio de sus
Híston’flí florentinas presenta su «colección», es decir, la lista de los objetos
jurídicos, políticos, étnicos, que a continuación pondnt en movimiento a JoJnrgo.
de su narración.
En los casos de colecciones nrás"fluidas (los historiadores menos arcaicos
que Herodoto), las unidades del contenido pueden, sin embargo, recibir una
fuerte estructuración, no del léxico, sino de la temática personal del autor; esos
objetos temáticos (rccu* rrentes) son numerosos en un historiador romántico
como Mk cíiclct; pero también es tfidl encontrarlos en autores considerados
como Intelectuales: on Tácito, la jntna es una unidad personal, y Maq uta velo
asienta su historia sobre una oposición temática, lo del maníenere (verbo que
remite a la energía fundamental del gobernante) y del minare (que, por el
contrario, implica uno lógica de la decadencia de los cosas).18 Es natural que, a
través de esas unidades temáticas, a menudo prisioneras de una palabra, so
encuentren unidades del discurso (y no tan sólo clel contenido); así bc llega al
problema de la denominación do los objetos históricos: la palabra puede
economizar una situación o una serie de acciones; favorece ta estructuración en
la medida en que, proyectada en el contenido, constituye por si misma una
pequeña estructura; asi, Maquiavelo se sirve de la palabra conjuración para
economizar la explicilaclón de un dnlo complejo, dcsignan-
15. Vémst fi. Rnlmondl, Opera di Niccoto AUicchiavelU, MiMn, Uf¿o Mur-
s5n, editor, I9fi<5.
do así Ja tínica posibilidad de Judia qua subsiste cuando up>r:i;o* bierno sale
victorioso de todos los enemistades declaradas' a piena lux. La denominación,
ní permitir una fuerte articulación del discurso, refuerza su estructura; Jas
historias fuertemente estructurabas son historias sustantivas: Bossuet, que
piensa que Ja historia de los hombres ha sido estructurada por Dios, usa con
abundancia sucesiones de abreviaciones en fórma sustantiva.1*
Estas observaciones valen tanto para los ocurrentes como pan> los existen
i es. Los procesos Jtis tárjeos en sf (sea cual fuero su desarrollo terminológico)
plantean un problema interesante, entre otros; el de su estatuto. El estatuto de
un proceso puede ser asertivo, negativo, interrogativo. AjjgraJbicn, el estatuto
del discurso histórico es asertivo, conatativo, do unnlrianera uniforme;
eHiccho histórico está Hn^ü(sticamentcTÍc;acIo a un privilo gio del «ser: sc-
cucnta lo que ha sido, no lo queno ha sltlcroio que ha sido dudoso. En
resumen, el discurso histórico ncTcohbcS- la negación (o lo lince muy
raramente, de una manera excèntri-, ca). De manera curiosa —pero
significativa— podría ponerse este hecho en relación con la disposición que se
s
171
encuentra BL historiador,
e.n un enunciaci te muy distinto Üeí DISCURSO DE queLA
es Helpslcót
ISTORIAJco,
Incapaz de hacerle sufrir una transformación negativa a un enuncia* c?o;’ 7
podría decirse que, en cierto sentido, el discurso «objetivo» (el caso dei
historiador positivista) se acerca, a la situación del discurso esquizofrénico;
tanto en un coso como en otro, hay una censura radical de Ja etiti nei
áctórT~(él sent imlento cíe <*Ma es lo" único que permite la transformación
negativa ^^flujó masivo .(leLdiscurso hacia el enunciado e, incluso (en el
cnso~clcH;Í 6 Untador), hada el referenti'; no queJn nadíe^que
asumucienunciatlo.
Abordan do óTrtTa spécìoTescnc inlTttSreííifliCISaó' his Í'óV}có“Ji oy~
que decir algo sobre las ciases de unidades del contenido y su";
^^sìIceMwnTl^ùs ems es^son, ..COITI o. jn di ca .un ¿fíme^^r^éo^íis' mismas que
se lian creído descubrir en el discurso do J^dón.1* La
Jó. UjcmDlo: «Autos que nada, lo que so ve es t;i Inoriencln y la snbi* tfuría
del joven Jos¿...; sus sueños misteriosos...; rus hermanos celosos».;
I» vtmtn de este ijian hombre.,,; lo fiticlidf\tl que Runrdrv aj su seflor..,; su castidad
admirable; tos persecuciones que ésta a truc sobre ¿I; (tu prisión y su constancia...»
(Uossuct, MiC0urs sur VhÌ3(olre tmiversette, en sus Ocuvrcs, I’nr/s, Gallimard,
«Bíbl. de la Pléíndc», IMI, pft(d674).
17. L. Iriflarny, «NéiwUon et Unnsf orma t ion »¿flati ve gans 1c langage tica
scUizophrétìcs*, «. 3, marro de 1967, pílp». 84-^8.
Ifl. Véase «Imroduclion 6 l'tmalyse slrueturnic du rícil*. Connnnnka*
DG LA HISTORIA
primera clase incluye todos los segmentos ;dcl discurso que 172
A W RBAUDAD rc-
míIch.OitTsU»njfleado implícito, de acuerdo con un proceso inc-J tafórico; ja
sí cuándoMtclicIcrdescribe el ~ribi¿arr amiento tic" los vesHcios, la
alteración tío los blasones y la mezcla de estilos en arquitectura, al comienzo
del siglo xv, Como otros tan tes significantes de un signlficado único, que es
la división moral del fin de la Edad Media; ésta es, pues, la clase de los
índices, o, más exactamente, de los signos (una clase muy abundante en 3a
novela clásica). La segunda ..clase, de, „unídades. cstdjcoriRtltukla por los
fragmentos de discurso de n a t u ra lezn razo nadora ,~s i I og is i i ca7 o,-
más exacia n^iTc^e^ ya.quc casi siempre s¿ Ira ftVdc
-illS¿í5ííl9s ¡mpcrfcclos,apjoximavtivos.!LLos entirnoirins no son exclusivos
del discurso histórico; son frecuentes en la novela, en la que las bifurcaciones
de la anécdota se justifican generalmente» ante el lector, con
scudorrazonamíentos de tipo .silogístico. El cn- .timcrna.introdücejc.n el
discurso histórico una inteligibilidad no- simbólica, y por ello es interesante:,
¿subsiste. en„las historias recientes/en las qué el discurso trata de romper con
el modelo cMsico^ niistotélico? Por últimq,hay una tcrccrn cíase de unida- ■
des —que no es la más pequeña— que recibe lo que llamamos á partir de
Propp las .«funcionc.^^dejj’clatp.jct pujn tos cardinales^ n partir de los que la
anécdota pMcde: tomar an curso .diferente; estas funciones estftn
ngrupaclas^sintagmálicamcntc cu. seríess _ cerradas; snturadas
lógicainqnle,.fl.sccuencias; así, en Herodoto, por varias vetes’encbntiamos
una secuencia O ftículo, compuesta ,do tres términos, los tres alternativos
(consultar o no, responder o no, seguirlo o no) y que pueden estar separados
unos de otros por unidades extrañas a la secuencia; estas unidades son, o bien
los términos de otra secuencia, y enionees el esquema; es de Imbricación, o
bien de pequeñas expansiones (informaciones, indicios), y el esquema
entonces es el de tina catálisis que rellena los intersticios entre los mídeos.
Generalizando —quizá de manera abusiva—■ estas pequeñas
rrtim.t, mil». 8, novlumbre I9A6. [Hccofjiüo cu In col. «Foinifl*, téd. riu Sétiíl,
1981.]
I!í, Vcnmos el esquema slloftístieo <íc ttn ‘pnsajt* tic Michelct (filstoirc ttrt Moyctt
Ar.c, I. 1U, libro VI, crip. ti): I. Pnra desvlnr ni pueblo de In rcvoluclrtn lmy que tenerlo
ocupndn, 2. Ahorn bien, el mejor medio ca cnh'cgRrfcs tm hambre. 3. Así pues, los
principesa escogieran «I anciano Aiibriol, ble.
observaciones sobre la estructura del enunciado, podemos sugerir que el discurso
histórico oscila entre dos polos, según la densidad respectiva de sus índices y sus
funciones. Cuando en un historiador predominan las.unidades indicialcs
(remitlcrido~~i;n cada momento a un significado Implícito) la.Historia aparece
conducida hacia- una forma metafórica y se acerca ariirismcry"Ulcríim~' bólico:
¿ste es el caso_.de Michclct, poF'fcJcmpIo.CuandtVpotcr- cíbntVan o, Jns_q uc
EL mscunso DO U HISTORIA
lo173 -
conducen soíTIasTuni d ad es_íünciona 1 es,"la - I-Iistorla toma „una,,
1
formadmetonímica, se c'mparícnta-conl¡t~epo~ pey a: como e j em p i o
.puro^do-.estantcfl^nda_p^drJím^J£'c[t ar~l a historia narrativa de Aujjustin
Thierry, A decir verdad, hay uña . tercera Historia: la que, por la estructura de su
discurso, intenta feprodueír IK~csY ruc tu ra .de las.opciones .vividas' por - los;
pro tago-- nistasjdel pioc.cso re 1 atado;,cn.c 11 ajlominan losl*azÓharnicntosr *
es una jiistoj ia reflexiva, que tamban, ppdHamosJ lamar histtfn& estratégica, y
Maquiavelo sería el mejor ejemplo de este tipo;
Cómo se puede ver, por su propia estructura y sin tener nece* sidad de
invocar la sustancia del contenido, el discurso histórico es esencialmente
elaboración ideológica,_o, para ser más precisos,
totogiitartó, si entendemos poi* imaginario el lenguaje gradas al " ........................
cual el enunciante de un discurso (entidad puramente lingüístico) «rellena» el
sujeto de la enunciación (entidad psicológica o ideológica). Desdé esta
perspectiva resulta comprensible que Ja noción de «hecho» histórico haya
suscitado a menudo una derla desconfianza. Ya decía Nietzsche: «No hay
hechos en sí. Siempre hoy quc;cmpc7.í)r por introducir uji sentido para que
pueda haber un hecho». A partir del momento en que interviene el lenguaje (¿y
cuándo no interviene?) el hecho sólo puede definirse de manera tautológica: lo
anotado procede de lo observable, pero
lo observable —desde Herodoto, para el que la palabra yn ha perdido su acepción
mítica— no es más que lo que es digno de memoria, es decir, digno de ser anotado.
Se lIcgajiRÍ^a esa para- doja que regula toda la pertinencia del ílís¿urso„hisíói:ico
(en fcfo'mparación con otros tipos de discurso): el hccho_nft^tlene nunca
una_exts(ciicfn_.qucLno^sca ImgtHytjca (corno. Jórm¡nrflfe^ lirTtíiscunso), y, no
obstante, todo sucede conio si esa existencia.^ «ó füettTlníás que Ja «copia» pura
y"simpJe_de otra existencia, situada'"eìpuri cÌunpo~cxtrncsttttcttlinT7Ta « realidad
». IIsltTUls» ^ et»rscTesT^lri tiu3a7*¿l’unícíTcTi què eFñiTercnte. se.ve, como
exte- rior ol discurso. sm que j^nms, sin cmbargó, sca posi\Me acercad se a <*l
fuera de escdiscurso? De manera que habría qúcíiUcrro-
175
tiuCSeucon.más_Rí'ccisión sobre el Iu^ardeELlaDISCURSO
«realidad» DU
cnt UV tructüra1
HISTORIA
Ja,cs»
discursiva.
Hl discurso lililSrlco supone, por así decirlo, una doble operación, muy
retorcida. Én un primer mqm&n to„(gsta descomposición cvidcniemcnlc
e&lTóIo mctarúríca), el^rejcrentc-esUL-sepa- rodp del discurso,^sc
.convierte en al&o exicrjoUin <51. en algo fundador, sifCsopo.íte que c$ el
que lo regulares el tiempo delns-rcr' gestan, y el discurso? se ofrece
simplemente como historia rcrum gesiarnm: pero, en un segundo momento,
es el misma significado el reclui7.ndü, el confundido con el referente; el
referen le entra. • en relación directo con el significante* y el d i $ cu rsoTcb
carirad o simnieme n te"d c e^urcsarr\a'renlidnd. cree estar economizando el
, término" flttidamcntnl“dcriar^structurns imaginarias, que es ni ^
.siunificáclo.~Góm^QiJd^is£tifso con nretensión «realista», el de ¡
* li\]lí\|tijrm mVcrec conocí, pórTánto, sino un esquema semán~tfco~~ dé dos
términos, en~etcrcñte v el sigiflficantc: la confusión (ilu- sorlñFtlel referente y el
significado define, como sabemos, a los <\¡scut^os sui-refereiichlcs, como el
djscursgL-Pcríomttqlvo^-po-, ‘ ría’(iccírscjiuo el
^isci^^ji{stóatQ>cs.un^discurso_pcrXoi:ma-------
tivD^alscatlo, en el cual ei consta Mvo (ci descriptivo) aparente no es,
dcHíiccKi^’maTqu^^ígníficñnte deljjclo de palabrc*]c5ÍRo~ aci^rangrrdñii^—-
--------------------------------------------------------- : ~ ------------------------ ^
11 n otros térniinosTen la historia «objetiva», la «realidad* no, es nunca
otra cosa oubTrnTií unificado Hnformulado, tirotee ido jf^:l,a órimípbtencia
aparente del referente. Esta situación dcfi> nejo^que^podrín llamarse el
efecto de rca^fM/ui^fít^nacíón! de i sij«mfica do, fuerá del discurso
«objetivo», pcnriitljmlo^qüirp aparentemente, se enfrente la «realidad» con
su c* p r e sí£i¡7 nünT cn~dcjiTllyprQdUc>rjnCnucvc^
„que.en„ua.sjstcntn, toda carencia de elementos es cu sPtnlsma
sifim0.c.anJe.„Estc nücl'o señtTdo —extensivo a todo discurso lil» lorien y
que define, firialínénle’ su pertinencia— es la propia realidad, transformada
subrepticiamente en significado ver/jonzmltc: el
díscüfs'(riílsrórícoIuoLXüüQUPI'tiíy c0trljrr^rcínll7Ío^mÍco ijüc
20. Thicrs expresé con úna gnm T>nr«a c Ingenuidad esta Ilusión refe- rencfnl,
d cs|a confusión catre referente'y significada, y fijó el icfcnl del historiador tic ln
simúlenle mañero: «Ser ¿eociJlnnJenle veraz, ser lo que Jas cosas son en sf inlsmns,
no s<*r otrq cosa que ellas, no ser ti,ida sino prncin» n ellas, como eU&s, ni mfis n(
menos que ellas* (eludo por C. Ju- ; Ulan, Wísíoríeus Iratifais-iíu XIX sítete, Por/s,
Ifocliettc, s.f., pÍR. LX1U.)
UII U HISTORIA A LA RCALIDAD 176
hace cjLsígr»i fica rl a. no dejando cíe repetir c.sío succiiió, sin que,
jte,i,n_ngc.rc.i¿n 1)cflucTscOamás.nadajriás cjuglOnfiTJe I31iini focado tic toda
la narración histórica. f
Til prestigio del ificcrfidTícnc^iríñ íiiipúi tancia y una amplitud
verdaderamente históricas. Eti tocia nuestra civilización se da un guato por oí
efecto de realidad, atestiguado por el desarrollo de géneros específicos como la
novela realista, el diario íntimo, la lilcrniura documental, el suceso, el musco
histórico, (a exposición de antigüedades, y, sobre lodo, el desarrollo maaívo do ln
fotografía, cuyo único rasgo pertinente (en relación con el dibujo) es
precisamente c) significar que el acontecimiento presentado lia tenido lugar
realmente.*1 Vm ve?, secularizada, la reliquia ya no detenta nifts sacralidad que la
propia sacralidad ligad« al enigma db lo que ha sido, ya no es y se ofrece a la
lectura, no obstante, como el signo présenlo de una cosa m u e r t a . . s e n t j ^ do
inverso, la profanación de las reliquias es, de hecho, JOOJcs-
- trucciÓn dc la misma r ^ í d a c t ^ i i ñ H i l n tUIffiu~dc qufi ía realidad nunca es
más que tm sentidoTl'cvacatfle cuando la ííls- :.‘,'tort05!l,exlBC' v tx’clflmfl unn
áui^ntlcfl. subvergión de Jos.jni^üs^f Tu ) HÍÜ m c mos :ü e~ 1 nc 1 v i 1 iztfOí ólt
Al negarse a asumir la rea 11 dad como—‘duniiícntlo„fo incluso,, a separar el
referen tcdi^su...tn^pin~ascrcíón)~cs.xv;nTiprünsible. que la historia, en el
momento flrtfilcflitulo-cn que intentó cons* {iiüfrse como género, es decir,
cn
\tl_sjgj^m,jí{\yn llegado a ver ^ en* ta relación-«punt"V"^inipIcw
d$>Ios^l\cchú's'(ñ~iiicior 'palctuC---.. Ho‘fnJcs hechos, y a insliluir Ja narración
eomansianilicnnl^ pri-. vllegiado lie la realidad, Augii síiivTh i crry se convirtió en
el tcóri- eSTlloxso iílsíofía narrativa, que extrae su «verdad» del mismo ■' cuidado
de la narracidn, doJa arquitectura de sus articulaciones y la abundancia de sus
expansiones (que en este caso se llaman «detalles concretos»).11 pueda o sí cerrado
el circulo paradójico:
el mí?; qnpn* de Iniprüsióhnr y de convencer n iodos tos csplrlius, el que permite monos
desconfianza y deja menos duilns es la narración complc- tn...* (A. Tliierry, Rédt des
tchips m¿roviti(¡¡cns, vol. II, Parts, Fume, IB51, pAr. 227).