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literatura
latinoamericana I

Roland Barthes El
discurso de la historia
Roland Barthes

El susurro del lenguaje


Más allá de la palabra y
de la escritura
^Ediciones Paidós
Barcelona - Buenos Aires - México
i
Título original: Le bruissement de la langue Publicado en
francés por Editions du Seuil, París
Traducción de C. Fernández Medrano

Cubierta de Mario Eskenazi 1.* edición, 1987

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, transmitida
o almacenada, sea por procedimientos mecánicos, ópticos o químicas, incluidas las
fotocopias, sin permiso del propietario de los derechos.

© 1984 Editions du Seuil, París © de todas


las ediciones en castellano, Ediciones
Paidós Ibérica, S.A.; Mariano Cubf, 92;
08021 Barcelona; y Editorial Paidós,
SAICF;
Defensa, 599; Buenos Aires.
ISBN: 84-7509-451-1 Depósito
legal: B-33.970/1987
Impreso en Limpergraf, S. A.; c/ del
Río, 17; Ripollet (Barcelona)
Impreso en España - Printed in Spain
1.9//
El discurso (le la historia
La descripción forma! de los conjuntos de palobr&s superiores a la frase
(a tos que, por comodidad, llamaremos discurso) no es cosía ele ayer: desde
Gorilas-basta el siglo xix constituyeron el objeto propio de la antigua
retórica. El reciente desarrollo de la ciencia lingüistica viene a darle, sin
embargo» una nueva actual!* dad y nuevos medios: quizá será posible a
partir de ahora una lingüistica del discurso; a causa de su incidencia sobre el
análisis literario (ciiya importancia en la enseñanza ya conocemos) ln- cluso
llega a constituir una do las primeras tarcas de la se* miología.
Esta segunda lingüística» a ]a vez que dedicarse a buscar los universales
del discurso (si es que existen), bajó la forma de unidades y de .reglas
generales de combinación, Meno evidentemente qutí decidir si «1 análisis
estructural permite conservar Ja nnJi/jun. tipología de los discursos, si bien
siempre será legítimo oponer, el discurso poético al discurso novelesco, el
relato ficticio al relato histórico. Sobre éste último punto es sobre el que
querría
proponer ahora ciertas reflexiones: la narraclórnie acontecí míen-__________
tos pasados, que en nuestra cultura ."desde los Griepós. fcsljfílsome- \tida
gcn^TmrníeT la sanción de la g cíe n cí a»h isnch7~sílií;úla ___b ajo Ja J inperio sñi
jj^n tíiT d e la « rea J] dadn, justi fien da jjoFjífil^^ cípios de exposición «racional»,
esa narración ¿difiere realmente," por al g ú n .r n sao. cspecificoCprnCa 1
gi\naJjtdudnblc pcrllñcnciñ7~‘
T)U Ì . K itï&TÛlUA A U tlîtAUnAî) 164
de la nfli rncióiLimoginndív^íal. conií»Ja podemos encontrar en la epopeya, la
novela, cl clrniriii?_Y_^i esc rnsgo ^ô'csft'pciHIttcncih— existe, ¿en"qüU
pîïfiiòdici sistema 3ièc«rs'iVi>, cír*<íiíú“¿}ível do Ja enunciación hayque
sílunrlo?‘lTniXhitentarsil||crif \iriU icspucs- ta a es lu pi%gùnta'so7ricicrcrnos
ahora « observación, aunque libre y en absoluto exhaustiva, el discurso de algunos
grandes historiadores clínicos, como Hcrodoto, Maquinvelo, Bossuet y Michelet.

1. Enunciación

Y, antes que riada, ¿en qu¿ condiciones el historiador clásico se sienta obligado
--o autorizado— a designar, dentro de ru díf¡’ curso, el acto por el cual io está
profiriendo? En alvns palabra«;, al nivel del discurso —y ya nó de la lengua—,
¿cuáles son los shifters (en el ¡sentido acordado por Jakobson a esta palabra)“ que
garantizan el paso del enunciado a la enunciación (o al
.rcv&O?. .. _______
Pairee Ser que el d/scú ¿so c tos Ico eonlkn^n dos- tipo^rcgulnrc« de
embragues * Éí pruvicr tipo reúne a los que podríamos llamar 'lós ;cud)taguc8fde
tucucho, lista categoría ha sido ya sefialfuhi por Jakobson, al nivel del lenguaje,, y
designada por el nombró do /csífrmmfVif, y bajo la fórmula C eCnt/^1'^ además deí
acontecimiento relatado (C®)# el discurso menciona a ja vez el acto del in-
- formatíor (Ca,ry líTpálaljrrT cid enunciante; .que a * éfserefiere (O*). KMC~
***? de
testimonios, toda rcferencirTa una cstíttcim ác\ historiador, que recoge
*utrBiídrrtt^rír ÜO& Míscuj'so y io í crtere v La escucha explícita cr"una”opción,
ya^ que es posible no referirse n ella; aproxima* áV historiador al e tnó (ogo~c ti a
ndo menciona' a su” informador; así pues, este shificr se encuentra
abundantemente en los historiadores etnólogos, como ÍJerodoto. Sus formas son
variadas: llegan desde los incisos do! tipo tai canto lo JÍÜ ohifí, sügihi mi
couodmleiUo, hasta el presente histórico, tiempo que atestN gua la intervención
del emmeíador, y hasta cualquier mención ele Ja experiencia personal del
historiador; óste cá el caso do Miehe-

lí. K. .Ííikotwíin, tis.iah dtí (t^nérnla, n/>. clt„ cnp, IX..


* fintbrtiycur suele traducirse por «enilmiguc». (,T.i
let, que <iescucha» la Historia de Francia a partir de una iluminación subjetiva
(lo revolución de julio de 1830) y da ciicii(a,dc clin cu su discurso. 121 shifter de
escucho no es evidertcmei/lc pertinente sólo en el discurso histórico:
frecuentemente se lo encuentra en la conversación y en determinados artificios de
exposición propios de 1* novela (anécdotas contadas referidas a partir de ciertos
informadores ficticios que sü mencionan).
El segundo tipo de shifter reúne a todos los signos declara^ dosnór 1 ü sTi
m til. DISCURSO DP, LA VíiSTOItU
ac"¿l~cülrn Cl mri ere rrc; tcrtláso"c f hi$toriadfirrontóñi7-n su propio discurso,
lo retoma, lo modiñen a media camino, en una

shifter importante, y (os «organizadores» del discurso píiedcn rc- vtístir


expresiones variadas; todas ellas pueden reunirse, no obstante, como indicaciones
de un movimiento clel discurso en relación a su materia, o, mAs exactamente, a
lo largo de esa materia, algo así como a la manera de los deteticos temporales o
locativos voici/voilít; * así pues, en re/ncíórt al flujo de ía enunciación,
tendremos: la inmovilidad (como hemos dicho antes), la subida (aftius rcpeicrc,
replicara da pin alio íuogo), la bajada (nía rílor- mwífo íitroifl/iüí itosíio, dico
come,..), la detención (sobre át, ya nó hablaremos jtids), d anuncio (¿stá* "son
las otras acciones tlignas de memoria qu& hizo durante su reinado), El shif ter
de organización plantea un notable problema, que aquí nos hemos de limitar a
enunciar: el que.nacecJajcpeji^Jcncja,..ormejor,, dicho, det róc^lc dos tiempos: el
tiempo de la enunciación y el tiempo de la materia-cním^tlá7'EsTe~rbcc da
lugar^limppr ta íf les 1 iocKgs_dei tlísoTr^rcltarcmoytTngti(feiios. El primero
remite a todos los Éenórnenaceleracián deja. historiamn .muñe- ro jgun|
de.«páginas» (si es que e,«* ¿sa la burda medida dei iiem* po de la enunciación)
cubre lapsos de tiempo variados (tiempo de la materia enunciada): en fas
historias //o nín "cí ¿M a qu i a v c- lo, la misma medida (un capítulo) cubre una
vez varios siglos y otra unos veinlc años; cuanto más nos acercamos al tiempo
del historiador, más fuerte es Ja presión de ía enunciación, más lema se vuelve la
historia; ni siquiera hay isocrohfa, lo quo ataca implícitamente 1« linea!/dad del
discurso y deja aparecer un «para- gramatismo» posible en la palabra histórica,1*
El segm^ojiccho
* No Jo traduzco (he nquf/he nlif) porgue la equivalencia en ospflflut tiuün
un uso mrts rtíslrtngifJo y arcate/inte» {T.J
12. A pnrtir de J. Krlsrcvn (»Hnklilinc, le luot, la dialogue el le román«,
btí LA IMSTOniA
recuerda A LA JlKALlPAU
también, a su maneta, que el discurso, (muque Unen! 166
matcrifUmcnlc, confrontado con cl'ilcmpb" históricolien (¿'como misión,
parece* ser," iá proruntliy.nciói'T en cste'tictnpo: sciraUi.de...
!i)rqüc'p6í!riíá”H(íinorsc la historiaren o en (Mentes de sie-*'
TrñrKsí"por"cafra'ptíi^dnajc^Uírios queaparcccñ’ en $iís~‘}J¡Monas,
iícmilóto jSc iviiipntg Jo.i nrt t epasnr) os *d el -rcciih i.
llegado, vuelve después ni punto d(fprVftiUa”dtih tinutVÜVi"p oco más r
nl)A; y'vuelvc a empezar. Por úUimo/un tercer hecho de discurso,”
considernblc, atestigua el rol destructor de los shif/ers de .organización en
relación con el tiempo crónico de la historia: se trata de las inauguraciones
del discurso histórico, puntos en los que $e juntan el comienzo de la
materia enunciada y el exordio tic la enunciación.E! discurso de la historia
en general conoce dos formas?de inauguración: en primor íugnr, lo que se
podría' llamar Ja apertura performatiVn, pues la palabra en este caso es
realmente un acto de rumiación solemne; su modelo es poético, es el yo
c<?»/o de los poetas; de ese modo, Joínvillé qoíntensa su — historia.con
una apelación religiosa («En el nombre de Dios todopoderoso, yo, Jehan,
«efibr de Joinville¿ hago escribir la vida do nuestro santo rey Luis*), y el
socialista Louis Blanc tampoco desdeña el introito purificado!’,^ hasta tal
punto el inicio de la palabra Sigue teniendo siempre algo de difícil, y como
si dijéramos, tic sagrado; o continuación, una unidad mucho más corriente,
el Preíació, acto de enunciación caracterizado, bien sea prospectivo, cuando
anuncia el discurso venidero, bien <sea retiospco tivo, cuando lo jiraga (es
el caso del gran Prefacio con qitc Mi- chelet culmina su Historia ríe
Francia una ve?, completamente escrita y publicada). El recuerdo de estas
pocas unidades tiene la intención de sugerir que la entrada de ía
enunciación en el

Critique, num. 239, abr.ll 1967, pAgs* 438-465), sc designer An coa cl


nomHro dc parngromas (dcrivndo dc los Anagramac dc
Sntts$tirc}.IasjGi;cri(ttm$ <fo* Wes, tjuc.'conllfinen an <H,AJoRO dcJ
lctIo con~oir^icxIos"y . jincyn. J^Blcn. ' “•** *
“13.'" JlHiKtjrdlo (do todo dtscvirso) ptnntc» tmt> do los profolcmns
inrfft in- tcrcsntitcx dc la retdrlat cn in ntetiith cn /jut es h cDt]ifit«ch)n dc
Ins ruj>* turn:: del sllcnc.io y unn htctin conirn In nfnsln.
14. * Antes dc loinnr In phimn me lie lnterro(jndo con scvcrfdmt, y, como itn
htt cttcofKrfitlo cn ini nI nh-ctos hjlcrcsntfas ui oiHos implncnbk’S, he pensadn quc
podta Jurijtir n los hombrcs y n 1a» eof»ns sin fnhnr a la Justlcln y sin iralclonnr »
in vcrdnd» (L. iJtanc, f{t$(oire tie t(tx aits, Vnvfa, ragucrrv, W2t 6 vol.).
167 ni, wscimso m I,A msTom

enunciado'hislóricü, por medio de los 5/í//i«r$ organizadores, llene


como objetivo, no tanto dar al historiador unu posibilidad de expresar su
«subjetividad* como vulgarmente se dice, como «complicar» el tiempo
crónico de la historia enfrentándolo con otro tiempo que es el del propío
discurro, ct que podríamos llamar, para abrogar, el tiempo-papd; en
s(irnarIa^prcsencíaA,cn la narración histórica, de signos „explícitos de
enunciación "tern dría como objeto Ja «descronoioglíaclón# dd «hilo»
histórico~y In restitución/atiirique no futra más que o, título de reminiscen-
cia o de nostalgia, de uri.Ucmpo„cómpléjp/parnniétnco, nada li- ncal, tuyo
espacio p r o fu nd o recordar! a el tiempo mítico de las, antiguas eos mogón
ías,. tadoCl JL^btén
del poeta ‘o el adivino; los sftifícrs de organización, «m efecto, ates- ■
tigunn “-nuiique sdíolén a base de ciertos giros de apariencia racional— Ja
fundón predicliva del historiador: en la medida en que él sobe lo que no se
ha contado todavía, el historiador, al Igual, que el a genio del,mito, tiene lo
necesidad de acoinpnflar el desgranarse crónico de los acontecimientos con
referencias al tiempo propio de su palabra.
Los signos (o xliifters) de los que acabamos de hablar se refieren
únicamente ai propio proceso de la cnuncfadó». Existen otros que ya no
mencionan el acto de la enunciación, sino, según la terminología de
Jakobson, a sus. protagonistas (Ta), des ti nata vio o enuncian te. \Jn hecho
notable y discretamente enigmático es que el discurso JUerarioj^onllcvamuy
raramente los íignosdcl «doctor*; ínclüso^iodría decirse que lo que
Ío~é&pcciflcá*ea ei he* chcrtlií^ser —aparentemente— un discurso sin Uí,
a pesur do que en realidad toda la estructura de ese discurso Implica un
«sujeto» de la lectura, En_el discurso, histórico, los, signos.de destinación
estAn _generaItnente^Usentes: latí- sájo.Jos-er»cont.fa'rc:mos allá ~dor.de
Ir. X^jsiori^semucstrycomgjanq !£cciuti\ ¿síe es ei e«.¿o '—d^Tla Historia
utnversai dc-Btíssííet, iin,.discurso dííinido-npmi- nalménte por el preceptor
a su alumno el príncipe; incluso te esquema sólo es posible, en cierto modo,
en la medida* en que el discurso de Bossuet se supone que representa
homológlcamen* te el discurso que el propio Dios dirige a los hombres,
precisamente bajo ia forma de la Historia de la que Íes lince ¡donación: sólo
porque la Historia de ios hombres es la Escritura de Dios puede Bosstiet,
mediador de esa escritura, establecer una relación de destinación, entre él y
el principe.

u
nu LA irrsroRiA A LA IUMÍ.IIMO 168
-.v Los signos tlcl enuncjantcJo_ dcstlnador) son, evidentemente, mucho más
frccue^s;^ntrc^clij>s, tcnciñóTliu^^Hricóf^todoa' los fragmentos de discurso en
que el historiador, sujeuTvacío de la~cntíncitÍciGn',‘síi''va; pocó apoco,"
reliennhdo” tic predicados "diversos “4v^ltójnic5tvn¿d¿s n cons lilu í
Ho_cómo’)'jc rió//rí,’ pro vis-" ta de^u nn^pípi^uti.p$icülógicnT.O,Tes.mAs,
dc.un coníincnta (la palabra es ümPcxquisila imagen). Scflafárcmos aquí una
forma particular do este «relleno» que 1c corresponde más directamente n la
crítica literaria-. Se trata dcljzaso en que el enun¿innic^pre- tende o ausento
r$ci> de ^^drscutso, el cü ai, cri cü])sccijcnc¡n,ch- rccc sistemáticamente de
todo signo*iqiie^^mHa ál emisor del mensaje histórico: lá históHsTpáreco es In
rsc contando j>oja. liste accidente hn Hacho uhtrcofísUictiibb enrrera, ya que,
de hechc>7 correspondí oí discurso histórico llamado «objetivo» (en el que el
historiador no Interviene nunca)* De hecho, en/esto casó, clenun* dan te anulasu
persona pasional pero la sustituye porjilra pci> son a’; la persona, «objetiva»; el
sujeto subsisteen toda’ siTplerti- Ituí, pero. como, sujeto objetivo; esto es ío que
Fustel de Cotil:»n* ges llamaba sjgníricnllvanicntc (y con bastante ingenuidad
también) la «castidad cíe ín Historia». M nivcl dcrcliscurso7 (á~ob|c* tividad
*—o carencia do signos del enunciante— aparece como untt forma particular-
dcMmaginnrio, como el producto de lo que podríamos llnniar>Ja ilusión
referencia!, ya que con ella el historiador pretendo dejar"qutTel'referente hable
por sí .solo.^Esto no es una ilusión’propia" del discursS’histórico:
icuAntos'novelistas —de la ¿poca realista— imaginan ser «objetivos» sólo por-
que suprimen los signos del yo en el discurso! La lingüistica y et psicoanálisis
conjugados nos han hecho hoy día mucho inris bieldos nwpecloa una
enunciación privativa: sabemos que también las carencias de signos son
significan tes.
Acabaremos rtípidamento con ía enunciación mencionando el caso particular
—que Jakobson, al nivel de Ja lengua, coloca dentro do la cuadrícula de los
shifters— en que el enunciante del discurso es# a ía vez, participe clal proccso
enunciado, en que el protagonista del enunciado es ul misino protagonista de la
enun- eiación ('l>/T"), en que el historiador, que fue actor en ía dpoca tlcl
suceso, se convierte en su narrador: es el caso de Jenofonte, que participa en la
retirada de los Diez JVJil y a continuación se convierte en su Jiistoriador. Eí
ejempío más iltistue de esta c'on- junción del yo enunciado y el yo enunciante es
í>in duda el uso
169 EL UISCURjSÓ ÜE LA t USTORIA
del él que lince César. Este célebre. <!f pertenece al enunciado; cuando César pasa
a ser explícitamente enunciante, utiliza et uoxotros (ut snpra demostravimus). tste
él de Cesar i\ primera vista aparece sumergido entre los otros participantes del
discurso cnuncindo, y a esc Ululo se ha visto cu ¿i el signo supremo de la
objetividad; no obstante parece ser que se lo puede diferenciar formalmente;
¿cómo?, pues observando que sus predicados han sido constantemente
seleccionados: el ¿1 tic César no tolera más que determinados sintagmas, que
podríamos llamar, sintagmas de Ja jefatura (dar órdenes, conceder audiencia,
visitar, obligar a Jtaccr, felicitar, explicar, pensar), todos ellos, de hecho,; muy
cercanos n determinados perEormativos en los que las palabras se con runden con
el ¿icto. Hay otros ejemplos de este él, actor pasado y narrador presente
(especialmente en Clausewitz): todos ellos demuestran que la elección del
pronombre apersonal no es más que un truco retórico y que Ja auténtica situación
del enun- danto se manifiesta en la elección de los sintagmas de los que rodea sus
actos pasados.

2. Enunciado.
El enunciado histórico debe poderse prestar a una división destinada n producir
unidades de contenido, quo a continuación podrían clasificarse. Estas unidades de
contenido representan aquello de lo que había la historia; en cuanto significados no
son ni el referente puro ni el discurso completo; el conjunto que forman está
constituido por el referente dividido, nombrado, inteligible ya, pero aún no
sometido a una sintaxis. No nos pondremos ahora a profundizar en estas clases de
unidades, sería un trabajo prematuro; nos limitaremos a hacer algunas observacio-
nes previas.
Al igual que el enunciado fràstico, el enunciado histórico comprende
rtcxijfr^^gff-T^octirTgntcs»" scrcirénfldadcs-T-sas _p.redijcat^»suAhora bien, un
primer examen permite"suponcF~que unos y otros (por separado) pueden
constituir listas relativamente cerradas, manejables, en consecuencia, en una
palabra, colecciones cuyas unidades acaban pór repetirse gracias a combinado*
nos evidentemente variables; así pues, en Hcrodoto, los uxlslentes se reducen a
dinastías, principes, generales, soldados, pueblos y
lugares, y los ocu rigentes a acciones como devastar, someter, nltar- sc, salir en
expedición, reinar, utilizar una estratagema, consultar ni oráculo, etc, Estas
colecciónes, que son (relativamente) cenadas, deben prestarse a determinadas
reglas de sustitución y de transformación y debe ser posible estructurarlas, tarca
más o menos fácil, evidentemente, según de qué historiador se trate; Jas unidades
de H ero doto, por ejemplo, dependen en general de un único léxico, el de la
guerra; bQbrjajuc averiguar si en cuanto a los historiádores inottotas.sqtutem¿s
co m p 1 tí)nrtlc'lexí eos diferentes y sí, incluso en eso caso, el disto l'Sff'hifi 16
ÜB LA HlSTOnM
litnrntrcstft ~§i5ítíAnLArc.~ciTd
RtlALlDAU :
Afondo, 170Cés
basa (1 n.coicc&i o- ricé Tó I iflíTs"
“fíftj o r 1 ¡ñüínrde colecciones, y no do Jáxicos, ya que^nos estamos
manteniendo exclusivamente en el plano del contenido). Vaqulavelo pttrece
como si hubiera tenido la intuición de esa estructura: al principio de sus
Híston’flí florentinas presenta su «colección», es decir, la lista de los objetos
jurídicos, políticos, étnicos, que a continuación pondnt en movimiento a JoJnrgo.
de su narración.
En los casos de colecciones nrás"fluidas (los historiadores menos arcaicos
que Herodoto), las unidades del contenido pueden, sin embargo, recibir una
fuerte estructuración, no del léxico, sino de la temática personal del autor; esos
objetos temáticos (rccu* rrentes) son numerosos en un historiador romántico
como Mk cíiclct; pero también es tfidl encontrarlos en autores considerados
como Intelectuales: on Tácito, la jntna es una unidad personal, y Maq uta velo
asienta su historia sobre una oposición temática, lo del maníenere (verbo que
remite a la energía fundamental del gobernante) y del minare (que, por el
contrario, implica uno lógica de la decadencia de los cosas).18 Es natural que, a
través de esas unidades temáticas, a menudo prisioneras de una palabra, so
encuentren unidades del discurso (y no tan sólo clel contenido); así bc llega al
problema de la denominación do los objetos históricos: la palabra puede
economizar una situación o una serie de acciones; favorece ta estructuración en
la medida en que, proyectada en el contenido, constituye por si misma una
pequeña estructura; asi, Maquiavelo se sirve de la palabra conjuración para
economizar la explicilaclón de un dnlo complejo, dcsignan-
15. Vémst fi. Rnlmondl, Opera di Niccoto AUicchiavelU, MiMn, Uf¿o Mur-
s5n, editor, I9fi<5.
do así Ja tínica posibilidad de Judia qua subsiste cuando up>r:i;o* bierno sale
victorioso de todos los enemistades declaradas' a piena lux. La denominación,
ní permitir una fuerte articulación del discurso, refuerza su estructura; Jas
historias fuertemente estructurabas son historias sustantivas: Bossuet, que
piensa que Ja historia de los hombres ha sido estructurada por Dios, usa con
abundancia sucesiones de abreviaciones en fórma sustantiva.1*
Estas observaciones valen tanto para los ocurrentes como pan> los existen
i es. Los procesos Jtis tárjeos en sf (sea cual fuero su desarrollo terminológico)
plantean un problema interesante, entre otros; el de su estatuto. El estatuto de
un proceso puede ser asertivo, negativo, interrogativo. AjjgraJbicn, el estatuto
del discurso histórico es asertivo, conatativo, do unnlrianera uniforme;
eHiccho histórico está Hn^ü(sticamentcTÍc;acIo a un privilo gio del «ser: sc-
cucnta lo que ha sido, no lo queno ha sltlcroio que ha sido dudoso. En
resumen, el discurso histórico ncTcohbcS- la negación (o lo lince muy
raramente, de una manera excèntri-, ca). De manera curiosa —pero
significativa— podría ponerse este hecho en relación con la disposición que se
s
171
encuentra BL historiador,
e.n un enunciaci te muy distinto Üeí DISCURSO DE queLA
es Helpslcót
ISTORIAJco,
Incapaz de hacerle sufrir una transformación negativa a un enuncia* c?o;’ 7
podría decirse que, en cierto sentido, el discurso «objetivo» (el caso dei
historiador positivista) se acerca, a la situación del discurso esquizofrénico;
tanto en un coso como en otro, hay una censura radical de Ja etiti nei
áctórT~(él sent imlento cíe <*Ma es lo" único que permite la transformación
negativa ^^flujó masivo .(leLdiscurso hacia el enunciado e, incluso (en el
cnso~clcH;Í 6 Untador), hada el referenti'; no queJn nadíe^que
asumucienunciatlo.
Abordan do óTrtTa spécìoTescnc inlTttSreííifliCISaó' his Í'óV}có“Ji oy~
que decir algo sobre las ciases de unidades del contenido y su";
^^sìIceMwnTl^ùs ems es^son, ..COITI o. jn di ca .un ¿fíme^^r^éo^íis' mismas que
se lian creído descubrir en el discurso do J^dón.1* La

Jó. UjcmDlo: «Autos que nada, lo que so ve es t;i Inoriencln y la snbi* tfuría
del joven Jos¿...; sus sueños misteriosos...; rus hermanos celosos».;
I» vtmtn de este ijian hombre.,,; lo fiticlidf\tl que Runrdrv aj su seflor..,; su castidad
admirable; tos persecuciones que ésta a truc sobre ¿I; (tu prisión y su constancia...»
(Uossuct, MiC0urs sur VhÌ3(olre tmiversette, en sus Ocuvrcs, I’nr/s, Gallimard,
«Bíbl. de la Pléíndc», IMI, pft(d674).
17. L. Iriflarny, «NéiwUon et Unnsf orma t ion »¿flati ve gans 1c langage tica
scUizophrétìcs*, «. 3, marro de 1967, pílp». 84-^8.
Ifl. Véase «Imroduclion 6 l'tmalyse slrueturnic du rícil*. Connnnnka*
DG LA HISTORIA
primera clase incluye todos los segmentos ;dcl discurso que 172
A W RBAUDAD rc-
míIch.OitTsU»njfleado implícito, de acuerdo con un proceso inc-J tafórico; ja
sí cuándoMtclicIcrdescribe el ~ribi¿arr amiento tic" los vesHcios, la
alteración tío los blasones y la mezcla de estilos en arquitectura, al comienzo
del siglo xv, Como otros tan tes significantes de un signlficado único, que es
la división moral del fin de la Edad Media; ésta es, pues, la clase de los
índices, o, más exactamente, de los signos (una clase muy abundante en 3a
novela clásica). La segunda ..clase, de, „unídades. cstdjcoriRtltukla por los
fragmentos de discurso de n a t u ra lezn razo nadora ,~s i I og is i i ca7 o,-
más exacia n^iTc^e^ ya.quc casi siempre s¿ Ira ftVdc
-illS¿í5ííl9s ¡mpcrfcclos,apjoximavtivos.!LLos entirnoirins no son exclusivos
del discurso histórico; son frecuentes en la novela, en la que las bifurcaciones
de la anécdota se justifican generalmente» ante el lector, con
scudorrazonamíentos de tipo .silogístico. El cn- .timcrna.introdücejc.n el
discurso histórico una inteligibilidad no- simbólica, y por ello es interesante:,
¿subsiste. en„las historias recientes/en las qué el discurso trata de romper con
el modelo cMsico^ niistotélico? Por últimq,hay una tcrccrn cíase de unida- ■
des —que no es la más pequeña— que recibe lo que llamamos á partir de
Propp las .«funcionc.^^dejj’clatp.jct pujn tos cardinales^ n partir de los que la
anécdota pMcde: tomar an curso .diferente; estas funciones estftn
ngrupaclas^sintagmálicamcntc cu. seríess _ cerradas; snturadas
lógicainqnle,.fl.sccuencias; así, en Herodoto, por varias vetes’encbntiamos
una secuencia O ftículo, compuesta ,do tres términos, los tres alternativos
(consultar o no, responder o no, seguirlo o no) y que pueden estar separados
unos de otros por unidades extrañas a la secuencia; estas unidades son, o bien
los términos de otra secuencia, y enionees el esquema; es de Imbricación, o
bien de pequeñas expansiones (informaciones, indicios), y el esquema
entonces es el de tina catálisis que rellena los intersticios entre los mídeos.
Generalizando —quizá de manera abusiva—■ estas pequeñas

rrtim.t, mil». 8, novlumbre I9A6. [Hccofjiüo cu In col. «Foinifl*, téd. riu Sétiíl,
1981.]
I!í, Vcnmos el esquema slloftístieo <íc ttn ‘pnsajt* tic Michelct (filstoirc ttrt Moyctt
Ar.c, I. 1U, libro VI, crip. ti): I. Pnra desvlnr ni pueblo de In rcvoluclrtn lmy que tenerlo
ocupndn, 2. Ahorn bien, el mejor medio ca cnh'cgRrfcs tm hambre. 3. Así pues, los
principesa escogieran «I anciano Aiibriol, ble.
observaciones sobre la estructura del enunciado, podemos sugerir que el discurso
histórico oscila entre dos polos, según la densidad respectiva de sus índices y sus
funciones. Cuando en un historiador predominan las.unidades indicialcs
(remitlcrido~~i;n cada momento a un significado Implícito) la.Historia aparece
conducida hacia- una forma metafórica y se acerca ariirismcry"Ulcríim~' bólico:
¿ste es el caso_.de Michclct, poF'fcJcmpIo.CuandtVpotcr- cíbntVan o, Jns_q uc
EL mscunso DO U HISTORIA
lo173 -
conducen soíTIasTuni d ad es_íünciona 1 es,"la - I-Iistorla toma „una,,
1
formadmetonímica, se c'mparícnta-conl¡t~epo~ pey a: como e j em p i o
.puro^do-.estantcfl^nda_p^drJím^J£'c[t ar~l a historia narrativa de Aujjustin
Thierry, A decir verdad, hay uña . tercera Historia: la que, por la estructura de su
discurso, intenta feprodueír IK~csY ruc tu ra .de las.opciones .vividas' por - los;
pro tago-- nistasjdel pioc.cso re 1 atado;,cn.c 11 ajlominan losl*azÓharnicntosr *
es una jiistoj ia reflexiva, que tamban, ppdHamosJ lamar histtfn& estratégica, y
Maquiavelo sería el mejor ejemplo de este tipo;

3Significación ------------- -------- ^ i;


i
Para que la Historia no tenga significado es necesario que el discurso se
limite a una pura serie de anotaciones sin estructura: es el caso de las
cronologías y de los anales (en el sentido puro del término). En el discurso
histórico con 5,1 j t u id a- (p od ría-* inos decir «revestíd Qg]~ 1 o?7i
echqs~reIatn cío s"funcionan irresistiblemente como índices o cómo núcleos
cuya misma" seeílunclir t i c nc,.ii ñlvVi lór.j n d 1c i a í; e incluso, sT los
hechos fueran presetv jados de una manera anárquica, al menos significarían
íalínarT qu ía y remitirían n u f nade te rm i n a (HTiclcir n cgá t iVird e~l a~h i
s t6 r i a
iiumaiia. -------
, T-os significados del discursa histórico pueden ocuparjiLmcs.
jip.^áos,J>iilycics„difci^t^8rPrlffléro'^tov^R“nÍVcriñifian6ntc a la manera
enunciada; este nivel retiene todo el sentido que cílus” tpr ¡ador-concede
.voluntariamente a 1 tisTcchóTqu e reíácíóhá (tí 1 “ abigarramiento de los
vesUcíos del'sig 1iTxtf "parrT KÍIc he 1 e f/Tajm - portaucia de ciertos
conflictos para Tucídides, etc.); de este.í^jo pueden serjas_« jeccionjcs»,
morales o políticas, quc^fiTTrtSYrador , ext rae d o d e te nn i nados epísod
íos”{cn~M;f cj ü ífiveld“'o 13 ossuc l)r S i la «lección» es conlínun 7se~alcanza
un segundo.nivel,.el del,sig-~ nificado trasccmIcnte‘~ir‘lodo *el‘
discursoJiislórico;' transmitido por la temàtica del historiador, que, efe csle
modo, tenemos cíere- elio a identificar como la forma del $ignificado; así, la
misn\a imperfección de fa cs(nrci«ra nnrt'ntivit on K e ro do lo (que «net? de
determinadas series tic hachos sin cierre final) remile en c> fondo n una
determinada filosofía de la Historia, que cs la disponibilidad de los hombres
sometidos a 1» ley de los dioses; asi también, en Michelet, la solidísima
estructuración do los signifv- codos particulares, articulados en oposiciones
(antítesis al nivel del significante) tiene como último sentido una filosofía
mani- queísta de la vida y la muerte. Bn ejTdiscurso histórico de nucjfc-- tra
civilización, el m0c0s.0-.dc_5ÍgñiíicncHlm ínténta^ieniprc «.Merlar »HJ
5~~séñiíctcTÍa Historia: ci hìstp^dot^cc^la^tteHQjL.^Ci, | chos que ‘
$tgnificnntcs
tíU U HISTORIAyAígsjnglnciojin.
);A ÌtBAUUAD es decir, Jys organiza cofí el fin ’de'csíablcccr
174un
sentido positivo y llenar así el vacío ¿15*1«

Cómo se puede ver, por su propia estructura y sin tener nece* sidad de
invocar la sustancia del contenido, el discurso histórico es esencialmente
elaboración ideológica,_o, para ser más precisos,
totogiitartó, si entendemos poi* imaginario el lenguaje gradas al " ........................
cual el enunciante de un discurso (entidad puramente lingüístico) «rellena» el
sujeto de la enunciación (entidad psicológica o ideológica). Desdé esta
perspectiva resulta comprensible que Ja noción de «hecho» histórico haya
suscitado a menudo una derla desconfianza. Ya decía Nietzsche: «No hay
hechos en sí. Siempre hoy quc;cmpc7.í)r por introducir uji sentido para que
pueda haber un hecho». A partir del momento en que interviene el lenguaje (¿y
cuándo no interviene?) el hecho sólo puede definirse de manera tautológica: lo
anotado procede de lo observable, pero
lo observable —desde Herodoto, para el que la palabra yn ha perdido su acepción
mítica— no es más que lo que es digno de memoria, es decir, digno de ser anotado.
Se lIcgajiRÍ^a esa para- doja que regula toda la pertinencia del ílís¿urso„hisíói:ico
(en fcfo'mparación con otros tipos de discurso): el hccho_nft^tlene nunca
una_exts(ciicfn_.qucLno^sca ImgtHytjca (corno. Jórm¡nrflfe^ lirTtíiscunso), y, no
obstante, todo sucede conio si esa existencia.^ «ó füettTlníás que Ja «copia» pura
y"simpJe_de otra existencia, situada'"eìpuri cÌunpo~cxtrncsttttcttlinT7Ta « realidad
». IIsltTUls» ^ et»rscTesT^lri tiu3a7*¿l’unícíTcTi què eFñiTercnte. se.ve, como
exte- rior ol discurso. sm que j^nms, sin cmbargó, sca posi\Me acercad se a <*l
fuera de escdiscurso? De manera que habría qúcíiUcrro-
175
tiuCSeucon.más_Rí'ccisión sobre el Iu^ardeELlaDISCURSO
«realidad» DU
cnt UV tructüra1
HISTORIA
Ja,cs»
discursiva.
Hl discurso lililSrlco supone, por así decirlo, una doble operación, muy
retorcida. Én un primer mqm&n to„(gsta descomposición cvidcniemcnlc
e&lTóIo mctarúríca), el^rejcrentc-esUL-sepa- rodp del discurso,^sc
.convierte en al&o exicrjoUin <51. en algo fundador, sifCsopo.íte que c$ el
que lo regulares el tiempo delns-rcr' gestan, y el discurso? se ofrece
simplemente como historia rcrum gesiarnm: pero, en un segundo momento,
es el misma significado el reclui7.ndü, el confundido con el referente; el
referen le entra. • en relación directo con el significante* y el d i $ cu rsoTcb
carirad o simnieme n te"d c e^urcsarr\a'renlidnd. cree estar economizando el
, término" flttidamcntnl“dcriar^structurns imaginarias, que es ni ^
.siunificáclo.~Góm^QiJd^is£tifso con nretensión «realista», el de ¡
* li\]lí\|tijrm mVcrec conocí, pórTánto, sino un esquema semán~tfco~~ dé dos
términos, en~etcrcñte v el sigiflficantc: la confusión (ilu- sorlñFtlel referente y el
significado define, como sabemos, a los <\¡scut^os sui-refereiichlcs, como el
djscursgL-Pcríomttqlvo^-po-, ‘ ría’(iccírscjiuo el
^isci^^ji{stóatQ>cs.un^discurso_pcrXoi:ma-------
tivD^alscatlo, en el cual ei consta Mvo (ci descriptivo) aparente no es,
dcHíiccKi^’maTqu^^ígníficñnte deljjclo de palabrc*]c5ÍRo~ aci^rangrrdñii^—-
--------------------------------------------------------- : ~ ------------------------ ^
11 n otros térniinosTen la historia «objetiva», la «realidad* no, es nunca
otra cosa oubTrnTií unificado Hnformulado, tirotee ido jf^:l,a órimípbtencia
aparente del referente. Esta situación dcfi> nejo^que^podrín llamarse el
efecto de rca^fM/ui^fít^nacíón! de i sij«mfica do, fuerá del discurso
«objetivo», pcnriitljmlo^qüirp aparentemente, se enfrente la «realidad» con
su c* p r e sí£i¡7 nünT cn~dcjiTllyprQdUc>rjnCnucvc^
„que.en„ua.sjstcntn, toda carencia de elementos es cu sPtnlsma
sifim0.c.anJe.„Estc nücl'o señtTdo —extensivo a todo discurso lil» lorien y
que define, firialínénle’ su pertinencia— es la propia realidad, transformada
subrepticiamente en significado ver/jonzmltc: el
díscüfs'(riílsrórícoIuoLXüüQUPI'tiíy c0trljrr^rcínll7Ío^mÍco ijüc

20. Thicrs expresé con úna gnm T>nr«a c Ingenuidad esta Ilusión refe- rencfnl,
d cs|a confusión catre referente'y significada, y fijó el icfcnl del historiador tic ln
simúlenle mañero: «Ser ¿eociJlnnJenle veraz, ser lo que Jas cosas son en sf inlsmns,
no s<*r otrq cosa que ellas, no ser ti,ida sino prncin» n ellas, como eU&s, ni mfis n(
menos que ellas* (eludo por C. Ju- ; Ulan, Wísíoríeus Iratifais-iíu XIX sítete, Por/s,
Ifocliettc, s.f., pÍR. LX1U.)
UII U HISTORIA A LA RCALIDAD 176

hace cjLsígr»i fica rl a. no dejando cíe repetir c.sío succiiió, sin que,
jte,i,n_ngc.rc.i¿n 1)cflucTscOamás.nadajriás cjuglOnfiTJe I31iini focado tic toda
la narración histórica. f
Til prestigio del ificcrfidTícnc^iríñ íiiipúi tancia y una amplitud
verdaderamente históricas. Eti tocia nuestra civilización se da un guato por oí
efecto de realidad, atestiguado por el desarrollo de géneros específicos como la
novela realista, el diario íntimo, la lilcrniura documental, el suceso, el musco
histórico, (a exposición de antigüedades, y, sobre lodo, el desarrollo maaívo do ln
fotografía, cuyo único rasgo pertinente (en relación con el dibujo) es
precisamente c) significar que el acontecimiento presentado lia tenido lugar
realmente.*1 Vm ve?, secularizada, la reliquia ya no detenta nifts sacralidad que la
propia sacralidad ligad« al enigma db lo que ha sido, ya no es y se ofrece a la
lectura, no obstante, como el signo présenlo de una cosa m u e r t a . . s e n t j ^ do
inverso, la profanación de las reliquias es, de hecho, JOOJcs-
- trucciÓn dc la misma r ^ í d a c t ^ i i ñ H i l n tUIffiu~dc qufi ía realidad nunca es
más que tm sentidoTl'cvacatfle cuando la ííls- :.‘,'tort05!l,exlBC' v tx’clflmfl unn
áui^ntlcfl. subvergión de Jos.jni^üs^f Tu ) HÍÜ m c mos :ü e~ 1 nc 1 v i 1 iztfOí ólt
Al negarse a asumir la rea 11 dad como—‘duniiícntlo„fo incluso,, a separar el
referen tcdi^su...tn^pin~ascrcíón)~cs.xv;nTiprünsible. que la historia, en el
momento flrtfilcflitulo-cn que intentó cons* {iiüfrse como género, es decir,
cn
\tl_sjgj^m,jí{\yn llegado a ver ^ en* ta relación-«punt"V"^inipIcw
d$>Ios^l\cchú's'(ñ~iiicior 'palctuC---.. Ho‘fnJcs hechos, y a insliluir Ja narración
eomansianilicnnl^ pri-. vllegiado lie la realidad, Augii síiivTh i crry se convirtió en
el tcóri- eSTlloxso iílsíofía narrativa, que extrae su «verdad» del mismo ■' cuidado
de la narracidn, doJa arquitectura de sus articulaciones y la abundancia de sus
expansiones (que en este caso se llaman «detalles concretos»).11 pueda o sí cerrado
el circulo paradójico:

21. Véase *La riiéforííjuc de l'fmn/ic», CómtmtnicnítóHs, n, 4, noviembre de


1964. tRecosidortrn ¿o Obvio y to Obtusa, 1982. V¿n*c tñmfoithi La Chambre
dalre, Í9St>(Natn <ícl cdllor francés).]
22. lisio CS Indudftblcmculc el sentido que hny que <lnr„ mAsudIA ilc cualquier
suhvcrsldry rclifilosn, ni gesto cía /os Guardia« Rojos al ftrofnnur el templo del lunnr m que
«ftcíd Coníudo (enero de 1907): recordemos t|»o ln cjqitcsMn’. «icvolucipn cultural* es
una mala traducción ¿e ln «.«presión •destrucción de |qi
fumhnuintos de ln civilfcnciún»,
yo no s6, pero esU ¿3, «So hn dícl>> que el obj|cl»vo del fMStürifníói‘ csi contar,
no probar;
y .seguro de que, cu historia, el mejor tipo du prueba.
,
177
la estructura narrativa, claboiadajaLcLcrisoi deÜLlnsDISCURSO
ficciones»0 (por
LA Timedio
13 i J R lcielos
\
mifásfy las primeras epopcyas)7siffj£oíwin(«_cii signo y, a la vez, pnicbfwle Ja
rOalj^tlntl. También es comprensible que la, dcbilifacíóii.(cuando no ia des a pji r
iC ió n )7d e~ I a "fí ; uT a c i ó ri. , en In ciencia histórica actual, que pretenda
hablar más de es- truclums que do cronologías, Trñplique~álgólñ'As~q'üó“Un'Siiií
jplc ctimbíb ’ dc^escuela :~u nrr^Hle nt ítll~ ItWiSfqnTinción^dcó Icar Ja
^haiTaclóii Jiístóritífl'inugFe fiorque, el signo de la Hístorinfdc abo*
ra"ün:hdeÍantcrcriS|ueiJíT7i7eno8-Jo rcal-qiítí lo iníSlIglblc.

1967, Information sur tex scicnccs locialcs.

el mí?; qnpn* de Iniprüsióhnr y de convencer n iodos tos csplrlius, el que permite monos
desconfianza y deja menos duilns es la narración complc- tn...* (A. Tliierry, Rédt des
tchips m¿roviti(¡¡cns, vol. II, Parts, Fume, IB51, pAr. 227).

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