Sie sind auf Seite 1von 15

LA MEDITACIÓN COMO EXPERIENCIA DE UNIDAD

INTERRELIGIOSA
M. Ballester
(Conferencia 17-12-2013)
Introducción
Agradecimiento, etc, etc, etc.

Pero antes de empezar quisiera haceros una sugerencia sobre el modo


en que cada uno de vosotros está invitado a recibir mis palabras. Lo hago
parafraseando las palabras de Erasmo de Rotterdam, humanista y
antidogmático del siglo XVI: “Todo lo que os diga sea conversación, que
nada sea verdad indiscutible ni siquiera consejo a seguir. No diría estas
cosas si alguno se sintiese obligado a seguirme”.
El título mismo de nuestro tema, La Meditación como experiencia de
unidad interreligiosa, nos servirá como paradigma en nuestra conversación.

Meditación.
El primer término, esencial, que tiene necesidad de aclaración es el
de “Meditación”. ¿Qué entendemos cuando – en nuestro contexto –
hablamos de meditación?
La palabra “Meditación” en nuestras tradiciones occidentales,
procede del latín “meditare” y tiene originariamente un significado de
ejercicio intelectual, muchas veces con fuertes connotaciones espirituales y
casi sinónimo de lo que se entendía con el término “oración”. Cuando era
adolescente y al principio sentía algunas interrogantes sobre hacerme o no
religioso, mi Padre espiritual me aconsejó “meditar” y orar con el clásico
libro de devoción de Tomás de Kempis Imitación de Cristo. Yo,
completamente inexperto sobre lo que era meditar, y al mismo tiempo
queriendo salvaguardar mi privacidad (como buen adolescente), me
retiraba muy escondido en una habitación donde no podía ser descubierto
por mi familia para “meditar” con la luz apagada. Todavía recuerdo
exactamente una de mis primeras experiencias, quizá la primera, cuando
abierto el librito leí: siéntate, como pájaro solitario sobre el tejado, y
piensa en tus excesos en la amargura de tu alma. Para decir la verdad, no
sabía cómo hacerme pájaro solitario en el tejado, yo pobre adolescente, y
además pensar en mis excesos con amargura. He aquí (explicado de modo
muy sucinto e ingenuo) qué hemos entendido durante siglos en nuestras
culturas occidentales por “meditar” y “meditación”, esencialmente una
actividad intelectual, un mover el pensamiento dentro de determinados
argumentos, sean o no religiosos. Los monjes benedictinos en el siglo VI
practicando la conocida “Lectio Divina” de la Sagrada Escritura en la cual
entraba precisamente el término “meditatio”, y más adelante santos
maestros de la vida espiritual como Teresa de Ávila e Ignacio de Loyola
desarrollaron la meditación siempre en sentido mental discursivo.

Este significado experimenta una gradual transformación cuando en


el siglo pasado las corrientes de espiritualidad oriental entran en contacto
con nuestras culturas occidentales. Métodos como los del Yoga, el Zen, el
Vipassana, la Meditación Trascendental y tantos otros, tienen un común
denominador que contrasta con el primer significado: es precisamente
pacificar la mente, silenciarla o mejor aún no usarla. Es precisamente este
último el sentido en que entendemos aquí la palabra meditación. Es
también el sentido popular que hoy encontramos extendido por todas partes
e incluso el Concilio Vaticano segundo, citando las grandes religiones
orientales en el decreto Nostra Aetate, pienso que haya contribuido a la
aceptación y expansión de este significado en Occidente.
¿Pero qué es precisamente este algo que el hombre hace sin usar la mente?
La verdad es que no es fácil traducirlo en palabras. Ya mi mismo modo de
expresarme sobre este punto contiene un error: el hombre no “hace”
meditación. Todo lo que el hombre “hace” requiere el uso de la mente, pero
en la meditación última, la más verdadera y auténtica, la mente no debe
intervenir, no está. Así la meditación es “no hacer”.
El maestro visita al sadhaka inmerso en meditación y le dice:
- ¿Qué haces?
- Nada, estaba en meditación.
- ¿Pero algo estabas haciendo seguramente, no?
- Estaba solamente en meditación.
- ¡Pero si estabas haciendo meditación estabas haciendo algo!
- ¡No, no hacía nada!
- ¿Y cómo puedeS explicar esto?
- Ni siguiera mil budas sabrían explicarlo.
Este es el gran silencio mental de la meditación. Cuando yo, en el
último día de mi curso sobre la Meditación Profunda, después de un largo
proceso de preparación a este último paso, el total silencio mental, digo a
los participantes que deben aprender a no hacer nada sino a ser, y que ser es
nada y a la vez todo, se quedan perplejos y desorientados. Pero… ¿no
hacer? ¿para qué sirve? ¿pero sirve para algo?

Un piloto anunció a los pasajeros: “Todos nuestro motores funcionan


perfectamente; por consiguiente no os preocupéis sobre lo que os voy a
decir: una buena y una mala noticia. La mala noticia es que nuestra radio
está rota y hemos perdido el contacto con toda torre de control y no
sabemos dónde estamos ni a dónde estamos yendo… Pero hay una buena
noticia: procedemos a toda velocidad y no hemos sufrido el mínimo
retraso”.

Cuando el ser humano medita, en total silencio mental, en total ser y en


total no hacer, se vuelve místico, y el resultado es el segundo término de
nuestro tema: la experiencia de unidad. El verdadero meditante pronto o
tarde experimentará la unidad que los místicos han experimentado.

Unidad.
Antes de hablar de la unidad última, es decir la que deriva de la
experiencia meditativa, nos puede ayudar una breve panorámica sobre los
descubrimientos de unidad que la moderna ciencia nos ofrece. Después
veremos que en realidad lo que la ciencia descubre a nivel científico, el
meditante lo experimenta a nivel espiritual.

El macrocosmos.
En realidad, la naturaleza misma nos ha dado y continuamente nos da
suficientes pruebas que nos revelan nuestra unidad: tanto por parte del
macrocosmos como del microcosmos: ciencias tan diversas como la
cosmología, la física, la medicina, la microbiología… nos ofrecen mensajes
sorprendentes de unidad. La naturaleza cada vez más descodificada y
profundizada por los expertos científicos es como una carta que nos dice:
- ¿no te das cuenta de lo que significa el Big Bang, ese misterioso
acontecimiento acaecido hace alrededor de quince mil millones de años,
cuando por esa gigantesca deflagración un primerísimo mensaje de unidad
empezó a expandirse en su viaje infinito, desde lo infinitamente pequeño y
uno a lo infinitamente grande y múltiple?
- ¿no te dice nada ese punto UNO, donde el tiempo y el espacio eran
semejantes a cero y desde donde empezaron inexorablemente a salpicar
infinitos mensajes a través de infinitas escalas de tiempo y de espacio hasta
el acontecimiento de la primera etapa de la historia humana, a su vez
siempre creciente?
- ¿y esa primerísima danza cósmica de los pequeños neutrones,
protones y electrones, antielectrones, fotones de luz y tantas otras partículas
que comenzaron a moverse e interactuar mientras una pequeña fracción de
tiempo antes eran todo UNO, antes que ese misterioso punto cero se
convirtiese en el “balón de fuego” que pronto alcanzó dimensiones de días
de luz, para convertirse algunos millones de años después en los primeros
conglomerados de materia, protogalaxias, galaxias y finalmente estrellas y
todos los demás cuerpos celestes?

El microcosmos.
Pero el inmenso mensaje de unidad original procedente del
macrocosmos está también dentro de nosotros, lo llevamos clonado en
nuestro pequeño universo; dentro de nosotros y en cada cuerpo hay
organismos y complejos de reagrupaciones semejantes a nuestras ciudades,
con sus paisajes especiales, confines, influjos mutuos, leyes y formas de
gobierno y culturas. La célula, la más pequeña unidad de un organismo
capaz de funcionar de modo autónomo, la presentan científicos como
Rutherford como un minisistema solar donde los electrones ruedan como
planetas en torno al núcleo. Pero dentro del núcleo celular hay misterios de
fuerza, de recorridos y danzas infinitas no desveladas totalmente todavía
por la ciencia… Y en medio de esta realidad variopinta y ondulante
percibida por Fritjof Capra en un momento suyo místico, surge el mismo
mensaje absolutamente indiscutible puesto que es sencillamente la
experiencia la que nos lo confirma: YO SOY UNO, todo de lo que estoy
formado, todos mis microsistemas y misterios grandiosamente pequeños
que viven en mí, son yo, y yo me percibo y siento como UNO.
La teoría de la mecánica cuántica nos ofrece un mensaje de unidad
todavía más misterioso y mentalmente difícil de comprender y de expresar,
pero sencillísimo en su contenido unitario: como habréis oído ha traído al
mundo científico importantísimas y revolucionarias informaciones sobre la
última naturaleza de las cosas. Según la mecánica cuántica el vacío
inmenso que existe en el núcleo del átomo, dentro del cual danzan a
velocidades de vértigo los pequeños nucleones, este vacío, no es vacío en
absoluto, más bien está inconcebiblemente lleno: en él se crean
continuamente todas las partículas posibles, nacen continuamente
electrones, protones, neutrones… y fotones de pura luz. Es ciertamente una
sorpresa para el científico cristiano recordar frente a esta continua mini-
creación este primer versículo del Génesis:
En el principio Dios creó el cielo y la tierra. La tierra era informe y
desierta y las tinieblas recubrían el abismo y el espíritu de Dios aleteaba
sobre las aguas. Dios dijo: “¡Que sea la luz!” Y la luz fue. (Génesis, 1, 1-
3)
Este es el mensaje-signo de la ciencia: TODO ES UNO, TODOS
SOMOS UNO. A pesar de nuestras diversidades, agitaciones, juegos de
prestigio, amores y odios, nacimientos y muertes, conflictos y armonías,
llantos y alegrías… todos somos punto de origen, misterioso Big Bang,
increíble vacío pleno e incluso más allá del más allá del más allá de todos
estos misteriosos mensajes, existe el Grande, único misterio: EL UNO.

Unidad interreligiosa.
Este es, dicho muy brevemente, el mensaje de unidad perceptible por
los datos que la ciencia nos ofrece. Hemos conversado sobre este tema para
ofrecer, también a nuestras mentes, una especie de respuesta, aunque pobre,
a nuestras intuiciones de unidad habidas en el corazón de la meditación.
Ahora trataremos esta respuesta desde la perspectiva que nos ofrecen
las distintas confesiones de fe, en el ámbito del pluralismo interreligioso
donde el hombre de nuestro tiempo se encuentra.
No hay duda de que actualmente estamos en contacto creciente con
un pluralismo interreligioso. Ya estamos un poco habituados a ver a los
piadosos musulmanes postrarse incluso en el aeropuerto orientados hacia la
Meca para hacer sus oraciones, o ver a los alegres Hare Krisna cantar por
nuestras calles, o leer sobre nuestros muros poster que anuncian un curso
Zen. Revistas, diarios y TV nos ponen en frecuente contacto con noticias
pertenecientes a distintas religiones. Cuando Juan Pablo II invitó en Asís a
los jefes de las religiones a orar juntos por la paz, hemos visto al Dalai
Lama abrazar al Papa y a otros numerosos líderes religiosos participar
juntos en esta experiencia que después ha continuado la Comunidad de San
Egidio. Cuando el Papa Francisco en el Jueves Santo ha lavado los pies de
una muchacha musulmana estábamos ya bastante acostumbrados a gestos
de este tipo.
Los teólogos actuales del pluralismo religioso se preguntan si estos
acontecimientos cada vez más frecuentes, tanto a nivel grupal como
individual, son sencillamente un dato de hecho o un valor y signo
importante del mundo en que vivimos. No faltan teólogos que consideran
estos hechos como un valor a salvaguardar y favorecer. Dios – dicen
algunos – se ha manifestado generosamente a sí mismo a la humanidad de
muchos modos y los seres humanos han respondido de modos pluriformes
en las distintas culturas y religiones. Pero la Iglesia misma, además de los
ejemplos citados. ha apoyado como valor, no sólo el hecho del pluralismo
religioso, sino la comunicación dialógica entre los creyentes de las distintas
religiones. En octubre de 1989, el Papa Juan Pablo II en Yakarta, en medio
de un público en su mayoría no cristiano, dijo estas palabras: “Cada uno de
nosotros está llamado a adoptar una actitud de generoso servicio el uno
hacia el otro y a favor de todos… No podemos invocar a Dios, Padre de
todos, si rehusamos comportarnos como hermanos hacia algunos”. (NA, 5).
Pero más adelante sus palabras en esta misma ocasión invitan más todavía
a la participación espiritual: “Puede haber el diálogo de la experiencia
religiosa, por el cual las personas arraigadas en sus propias tradiciones
religiosas comparten sus riquezas espirituales, como la oración y la
contemplación”.
Hasta este punto hemos indicado el hecho de la experiencia
interreligiosa actual. Pero sentirse inter-religiosamente cercanos, más aún
ayudarnos a servirnos fraternalmente, no es exactamente la experiencia de
unidad que brota de la meditación no-mental.
En el caso de un meditante diría que esta experiencia de unidad es un
resultado de la experiencia meditativa misma o, si preferís, una especie de
primicia de la propia experiencia mística. Un ejemplo práctico aclarará este
punto. Con frecuencia sucede a personas religiosas que se adentran en la
vía meditativa y antes habían leído los textos sagrados de las antiguas
tradiciones o los escritos de los místicos, como S. Juan de la Cruz o Santa
Teresa de Ávila, que comprenden ahora de un modo mucho más directo y
experiencial lo que antes se quedaba para ellos en el campo mental de la
teoría. Esa teoría antes era quizá aceptada con buena voluntad, pero se
quedaba siempre en teoría. En cambio, cuando llegan las gracias de la
experiencia intuitiva a través de la meditación silenciosa, los susodichos
escritos se vuelven mucho más que pura teoría.
Precisamente en este sentido tratamos ahora de ver a la luz de los
textos espirituales de las tradiciones religiosas, el mensaje de unidad
universal intuido en la meditación y confirmado por la ciencia.

Los Upanishad.
Estos son algunos de estos textos sacados de los Upanishad, cuyo
origen se calcula alrededor de 500 años antes del nacimiento de Cristo:
El Ser es uno. Inmóvil, se mueve más veloz que el pensamiento. Los
sentidos se quedan atrás pero el Ser corre adelante. Inmóvil, supera a
todos. Del Ser viene el espíritu que es la vida de todas las cosas. Inmóvil,
se mueve; está lejano, sin embargo cercano; dentro de todo y sin embargo
fuera. El Ser está por todas partes, sin un cuerpo, sin una forma, entero,
puro, sabio, omnisciente, luminoso, autónomo, trascendiendo todas las
cosas; en el proceso eterno, asigna a cada cosa una función peculiar. (De
la Isha-Upanishad).
El Ser es el señor de todo, es aquel que habita en el corazón de todo.
Él es la fuente de todo, es el que crea y disuelve a los seres. No hay nada
que Él no conozca… La sola prueba de su existencia es la unión con Él. En
Él el mundo desaparece. Él es la paz, el bien, el UNO sin segundo (De la
Mandukya-Upanishad).

El Tao
El Tao chino, procedente también de la misma época de los
Upanishad, aunque traducido a veces como “vía” en su aspecto más
misterioso y trascendente, es también el UNO, origen de todo cuanto
existe. En esta cita extraída de la primera página del Tao Te King, atribuido
a Lao-Tzu, advertiréis sorprendentes relaciones, tanto con los mensajes
procedentes del mundo de la ciencia vistos antes, como con las vías
meditativas que, antes de llegar al estado de no-mente, empiezan
pronunciando un sonido repetitivo:
El Tao que puede ser expresado con palabras no es el Tao eterno. El
nombre que puede ser pronunciado no es el nombre eterno. Sin nombre, es
el Inicio del Cielo y de la Tierra; con el nombre, es la Madre de todas las
cosas. Sólo quien está siempre libre de deseos puede comprender su
esencia espiritual; quien está siempre esclavo de los deseos no puede ver
de él más que el aspecto material. Estas dos realidades, lo espiritual y lo
material, aunque se les llame con nombres diferentes son, en el origen, una
misma y única cosa. Tal identidad es un misterio… el misterio de los
misterios. Es la puerta de todas las maravillas. ¡Qué impenetrable es el
Tao! Parece ser el progenitor ancestral de todas las cosas. ¡Qué puro y
claro es el Tao! Parece ser eterno. Yo no sé por quién ha sido engendrado.

El Budismo.
Uno de los textos más representativos del misticismo budista es el
gran Sutra del Corazón. Contiene bellísimas expresiones de unidad
universal. También en estos textos encontraréis reminiscencias de los
mensajes científicos y el indisoluble lazo entre meditación y percepción de
la unidad:
El dos existe porque existe el Uno, pero no te aferres tampoco a este
Uno; cuando la mente no está alterada las diez mil cosas no provocan
daños.
Si el ojo no se duerme nunca, todos los sueños dejan de existir; si la
mente conserva la propia esencia absoluta, las diez mil cosas tendrán una
única Identidad. Cuando se desvela el profundo misterio de la única
Identidad, de golpe se olvida la confusión exterior; cuando se ven las diez
mil cosas en su unidad se regresa al origen y se permanece allí donde
siempre se ha estado.
Uno en Todos, Todos en Uno… Si solamente se comprendiese esto no
nos preocuparíamos ya de la propia imperfección.

El Antiguo Testamento.
Podremos continuar a través de tantos otros textos sagrados de otras
tradiciones. En la Biblia encontramos textos eminentemente teístas que,
enriquecidos con los que acabamos de leer, nos abren el horizonte sobre el
misterio cristiano de un Dios ciertamente vivo y en medio de nosotros, pero
también mucho más inefable que el Dios de fácil constitución y talla
antropomórfica que a veces podemos encontrar en alguno de nuestros
textos cristiano.
Ante todo y de modo semejante a los textos sagrados de las otras
tradiciones, Dios es el creador de todo cuanto existe: desde aquella primera
palabra “¡luz!” pronunciada el primer día de la creación, la inmensa
multiplicidad de la existencia, las diez mil cosas del Sutra del Corazón, se
apoya en la Palabra creadora divina, como en su inexpresable y original
fuente de unidad. Quizá el libro del Antiguo Testamento más cercano a las
distintas expresiones de unidad universal encontradas en las otras
tradiciones religiosas es el Libro de la Sabiduría. El término “Sabiduría” es
en este libro muy rico y complejo. Algunos teólogos lo consideran próximo
al del “Verbo” de Juan, por tanto muy personalizado. La estrofa más
conocida que describe la naturaleza de la Sabiduría como principio
universal unificante de todos los seres es este:
En ella hay un espíritu inteligente, santo,
Único, múltiple, sutil,
Móvil, penetrante, sin mancha, terso, inofensivo, amante del bien,
agudo,
Libre, benéfico, amigo del hombre, estable, seguro, sin afanes,
Omnipotente, omnividente,
Y que invade todos los espíritus
Inteligentes, puros, sutilísimos.
La Sabiduría es la más ágil de todas las palabras;
Por su pureza se difunde y penetra en todas las cosas.
Es una emanación de la potencia de Dios,
Un efluvio genuino de la gloria del Omnipotente,
Por esto nada de contaminado se infiltra en ella.
Es un reflejo de la luz perenne
Un espejo sin mancha de la actividad de Dios,
Es una imagen de su bondad.
Aunque única, ella lo puede todo;
Aun permaneciendo en sí misma todo lo renueva
Y a través de las edades entrando en las almas santas,
Forma amigos de Dios y profetas. (Sap. 7, 22-27).

El Nuevo Testamento.
Esta unidad universal concretada en la Sabiduría aparece más
cercana todavía a nosotros personificada en el Verbo, que a su vez está en
Dios y es Dios mismo tal como se presenta en el prólogo del Evangelio de
San Juan:
En el principio era el Verbo, el Verbo estaba en Dios
Y el Verbo era Dios. Él era en el principio en Dios:
Todo ha sido hecho por medio de él,
Y sin él nada ha sido hecho de todo lo que existe. En él era la vida
Y la vida era la luz de los hombres; la luz brilla en las tinieblas,
Pero las tinieblas no la han acogido. (Juan, 1, 1-5).
La enseñanza de Cristo sobre la unidad se puede centrar en dos
aspectos, el del ideal o punto omega hacia el cual caminamos siguiendo sus
enseñanzas, y el del Cristo omnipresente y cercano que se puede descubrir
en nuestra cotidianeidad. En su llamada oración sacerdotal u oración de la
unidad, poco antes de la Pasión, Cristo pide por sus discípulos la unidad
con palabras de una profundidad y trascendencia misteriosas.
No ruego sólo por estos, sino también por los que por su palabra
crean en mí; para que todos sean una sola cosa. Como tú, Padre, estás en
mí y yo en ti, sean también ellos en nosotros una cosa sola, para que el
mundo crea que tú me has enviado. Y la gloria que tú me has dado, yo la
he dado a ellos, para que sean como nosotros una cosa sola. (Juan, 17, 20-
22).
En términos de meditación diríamos que Cristo está pidiendo por
nosotros el estado de conciencia iluminada, en total conocimiento de ser
uno con él y con el Padre, el UNO total sin segundo. Notad después la
estrecha relación entre unidad y amor: Yo en ellos y tú en mí, para que sean
perfectos en la unidad y el mundo sepa que tú me has enviado y los has
amado como me has amado a mí (23).
La segunda enseñanza es que este Cristo, uno con el Padre y
omnipresente sabiduría divina, se puede descubrir misteriosamente en
nuestra vida cuotidiana en el hombre con el que compartimos trabajos,
alegrías, dolores y nuestra existencia entera: “¿Pero cuándo ha podido
suceder este prodigio? ¿Cuándo te hemos encontrado en nuestra vida
cuotidiana?” preguntan al fin de los tiempos los no meditantes a Jesús. Y él
responde: En verdad os digo: cada vez que no habéis hecho estas cosas a
uno de estos mis hermanos más pequeños, no lo habéis hecho a mí. (Mt.
25, 45). Es como decir: Sólo un meditante consciente de su centro divino,
se dará cuenta de que también en lo profundo del más pequeño está el
mismo centro divino. “Yo estaba siempre allí, dentro y fuera de vosotros,
sólo que no erais conscientes de ello”.
Estos son solamente algunos pensamientos y signos, entre tantos
otros, que pueden, aun en la debilidad de nuestros vehículos mentales,
traducir de modo tosco los relámpagos intuitivos de unidad que cada uno
podrá tener en el corazón de la meditación. En este sentido cada meditante
se puede dar cuenta de que es un grano de silencio dentro del gran Silencio
superconsciente.
Querría terminar con las bellísimas palabras del poeta y dramaturgo
hebreo Edmond Fleg, que apoyado en un texto del profeta Isaías, hace que
se convierta en sueño e imagen de la unidad interreligiosa:
¡Despiértate, despiértate! ¡Mira! Sobre todas las montañas, sobre
todas las llanuras, sobre todos los valles y los golfos abiertos;
En todos los archipiélagos, sobre todos los mares han preparado la
mesa del hombre.
La mesa es de madera procedente de todos los bosques, el mantel
está tejido por todos los telares de la tierra.
Los alimentos están preparados, los cálices llenos, en torno acude
toda la creación.
Delante de la muchedumbre del hombre está el lobo con el cordero,
hacen la paz del mundo.
¡Mira! Están aquellos con el dorso tatuado, aquellos de los labios
negros:
Aquellos que en los bosques de ébano se teñían con la sangre, con
sus flechas de sílice, sus mazas de marfil.
Junto a ellos, sentados, los que tienen la cabeza adornada de plumas
encantadas.
Y los Esquimales que cazan la zorra azul en las noches del
Labrador. Los de la blanca frente; faquires que danzan.
Persas con el Zend-Avesta; Marabutos que en la tienda soñaban con
paraísos embriagadores.
Pastores del Cristo humano; rabinos con las manos extendidas
hacia un Mesías sin cruz y sin corona.
¡Levántate, levántate! Tu sitio está todavía vacío, mira sus rostros:
son felices alrededor de la mesa inmensa.
¡Mira! ¡Han partido el pan!¡Mira!¡Han levantado los cálices
llenos!
Escucha: oran en silencio:¡la santa cena humana empieza!

Das könnte Ihnen auch gefallen