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LOS OJOS DE DIOS SOBRE TI

2 Corintios 1:3-5 El Dios de toda consolación


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Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre
misericordioso y Dios de toda consolación, 4 quien nos consuela en
todas nuestras tribulaciones para que con el mismo consuelo que de
Dios hemos recibido, también nosotros podamos consolar a todos los
que sufren. 5 Pues así como participamos abundantemente en los
sufrimientos de Cristo, así también por medio de él tenemos
abundante consuelo.
El mes de Agosto es el mes del consuelo, y en estos tres versículos hallamos
cinco veces palabras o términos relacionados con el consuelo.

Con base en las definiciones de los diccionarios, aprendamos o recordemos: que


consolación es “Alivio de la pena o aflicción de una persona”, y que
consuelo es “el alivio que siente una persona de una pena, dolor o disgusto”.

Entonces podemos afirmar, y así debemos creerlo y asimilarlo, que nuestro Dios
es el Dios de todo alivio de todas nuestras penas o aflicciones o
tribulaciones o disgustos, y por medio de nuestro Señor Jesucristo
tenemos abundante consuelo, abundante alivio. Y recordemos que el
Espíritu Santo es nuestro consolador.
y como dice el
título de este fragmento de versículos: El Dios de toda consolación.

Dios, nuestro creador, sabe que en nuestra existencia acá en la tierra, en


nuestra pasantía terrenal, tenemos y tendremos penas, aflicciones,
tribulaciones, dolores, disgustos, heridas, persecuciones, desaprobaciones,
fracasos, etc. Y también nos afirma en Su Palabra que ÉL nos consuela, y que
con el mismo consuelo que de ÉL recibimos, nosotros también podemos
consolar a todos los que sufren, en otras palabras ser instrumentos de Dios
para llevar abundante consuelo a las personas que están sufriendo, por causas
similares por las que nosotros hemos sufrido y hemos recibido consuelo.

Al revisar que es aliviar, encontré que es: “Aligerar, quitar a una persona o
cosa parte de la carga o peso” y “Disminuir, mitigar una enfermedad,
una pena, una fatiga” y “Ponerse mejor de una enfermedad”
Entonces con esto en mente, hallé una palabra que sintetiza lo que
sentimos o tenemos para que existan en nosotros penas o aflicciones
o tribulaciones o disgustos: DOLOR.

Y es este dolor el que requerimos que se alivie, pero como en algunos casos de
dolores físicos solo vamos al médico (urgencias) o al odontólogo cuando ya no
aguantamos el DOLOR, y descubrimos que si hubiésemos ido antes la situación
no se hubiera empeorado o por lo menos que hubiéramos estado sin dolor por
mucho más tiempo e igualmente aprendemos que es mejor la medicina
preventiva.

A nivel espiritual, a nivel emocional, a nivel integral, más veces de lo


necesario, dejamos que nos pase algo similar, y no somos conscientes
que Dios quiere que acudamos a ÉL ante el primer síntoma de dolor, y
que no nos quedemos atascados en el proceso de duelo.

Así como la fiebre es un aviso de una infección en el cuerpo, el dolor interior


es un aviso de que algo no anda bien en nuestro interior y que
requerimos de nuestro Dios consolador, para que aligere o mitigue nuestra
carga, que reconozcamos que lo estamos haciendo en nuestras fuerzas que se
lo confesemos y clamemos oportunamente por su ayuda.

No permitamos que el autoengaño de autosuficiencia, de yo lo puedo realizar,


de “soy capaz de afrontarlo solo”, nos impida ir a la presencia íntima con el
Señor. Dios permite el dolor en nuestras vidas, sin ser ÉL el generador de
este dolor, para que caigamos en cuenta y nos apartemos de nuestro
engaño y nos acerquemos a recibir Su Consuelo.

Si negamos nuestro dolor, estamos rechazando el Poder de Dios para


recuperarnos y no hallaremos oportuna sanación de nuestras heridas, de
nuestros complejos o de nuestros malos hábitos (pecados). Los dolores muchas
veces los negamos, inventando excusas o culpando a otros. Y algunas de
estas situaciones las vivimos y ejecutamos los doraditos, ante el
engaño “la experiencia de tantos años nos basta y nos autoriza”
Con los versículos que hemos escuchado podemos repasar y recordar muchas
enseñanzas recibidas en nuestra iglesia, para que nuestro ser integral se
disponga a recibir el consuelo, el apoyo, el alivio que Dios nos ofrece.

El apóstol Pablo inicia el versículo 3 recordándonos que a Dios


debemos alabarlo, que Dios es nuestro Padre misericordioso y que es
el Dios de toda consolación.

Como ya lo escuchamos, que en todas nuestras tribulaciones Dios es quien nos


consuela, y no solamente para aliviar nuestras cargas, nuestros dolores, sino
para que con el mismo consuelo, es decir un consuelo misericordioso y de alivio,
podamos consolar a todos los que sufren. Lo que recibimos por gracia, por
gracia debemos darlo a los demás.

2 Corintios 1:5
Pues así como participamos abundantemente en los sufrimientos de
Cristo, así también por medio de él tenemos abundante consuelo.
Cuando afrontemos una crisis, una confrontación o una catástrofe porque
hayamos tocado fondo en cualquier sentido a causa de decisiones y acciones
independientes de Dios, nuestra primera decisión debe ser no negar el
dolor y disponer nuestro ser para recibir el consuelo que Dios nos
ofrece, debemos admitir que somos incapaces y que no poseemos las
fuerzas necesarias ni apropiadas y que nuestro Padre Celestial es el
Todopoderoso y que debemos y podemos confiar en ÉL, que ÉL es real y
verdadero, que le importamos, a pesar de nuestra desobediencia, y que ÉL está
dispuesto a ayudarnos, a aliviar nuestro dolor y la fuente del dolor, y para ello
debemos creerle y recibirle con un corazón sincero y dispuesto a que lo
transforme con Su Poder.

Dios tiene puestos sus ojos sobre cada uno de nosotros no para
pillarnos cometiendo pecado, sino para velar por nosotros, para
darnos instrucciones, para mostrarnos el camino que debemos
recorrer, para darnos el consejo apropiado, para darnos
discernimiento y para consolarnos.

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