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La producción del hombre por el hombre da cuenta de la identidad fundamental que hay entre

naturaleza y cultura. Y desde ese punto de vista, meramente productivo, la cultura no está
definida por fines o por la utilidad. Producción, distribución y consumo. El consumo no está
inscrito necesariamente en la esfera de la producción cultural entendida como independiente de
la energía natural. En ese sentido, el consumo es siempre producción de consumo. Lo que se
consume son las condiciones de producción. Es solo desde la alienación en la cultura que la
naturaleza aparece como su presupuesto, su origen o su causa. Y es según esa idea que somos
distribuidos sobre la naturaleza entendida como cuerpo de la producción cultural.

Es desde ese marco que Deleuze y Guattari (1985) afirman, parafraseando a Lawrence, que la
esquizofrenia, contra el Edipo, es la “realidad esencial del hombre y la naturaleza” (p. 14). En el
esquizo se hace evidente la identidad entre Naturaleza y Producción como “producción de una
humanidad nueva”, humanidad anti-edípica. El Homo natura contra el Homo historia.

Y es que la producción como proceso es siempre ruptura, intrusión, fuera de una relación ficticia
con el yo de la narrativa edípica, relación que es sustituida por “una relación con lo ‘demoniaco’ en
la naturaleza” (Deleuze & Guattari, 1985, p. 32).

Así, lo que busca ocultar Edipo es la identidad Naturaleza=Cultura, Naturaleza=Historia. Pero lo


interesante aquí de la noción de producción es que se muestra el vínculo que hay del Edipo con el
capitalismo, en la medida que ambos son productos de la cultura que buscan hacernos olvidar que
son meros productos en vez de causas de la producción. De esa manera, la identidad
Naturaleza=Cultura da cuenta del carácter material y económico de todo proceso de producción.

Esto finalmente tiene relación con la interpretación psicoanalítica del deseo como falta en relación
a una producción natural o social que es vista como extrínseca, mientras que intrínsecamente el
deseo produciría un imaginario que vendría a duplicar una realidad supuesta independiente,
“como si hubiera ‘un objeto soñado tras cada objeto real’ o una producción mental tras las
producciones reales” (Deleuze & Guattari, 1985, p. 33).

En cambio, el planteamiento de inspiración marxista de Deleuze y Guattari es que el deseo no


tiene que ser entendido como falta, sino que como pasión “natural y sensible” (Deleuze &
Guattari, 1985, p. 34). Desde ese punto de vista la falta sería un contra efecto del deseo,
“depositado, dispuesto, vacuolizado en lo real natural y social” (p. 34). Sin embargo, toda
producción social de la falta se desprende siempre de la producción deseante en condiciones
determinadas: “lo primero es el Homo natura” (p. 39). Ahora bien, en el deseo tomado por sí
mismo, lo natural y lo social se reúnen como los dos aspectos del proceso de producción: “el
proceso metafísico que nos pone en contacto con lo ‘demoniaco’ en la naturaleza o en el corazón
de la tierra, el proceso histórico de la producción social” (p. 41). Allí los cuerpos deseantes, en
tanto que máquinas de producción, adquieren autonomía en relación a una máquina social
desvinculada de la naturaleza a través de la introducción de la falta.
A partir de ahí se entiende que la relación deseante del niño con los padres, supuesta en el Edipo,
no es una relación natural productiva, sino que es resultado de una operación de inscripción
social.

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