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2016 05 06 - Seminaristas (1ª homilía)

La alegría

Nuestra alegría debe brotar del deseo de Cristo

6 mayo 2016 - Jn 16, 20-23a


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -Les aseguro que ustedes llorarán y estarán tristes,
mientras que la gente del mundo se alegrará. Sin embargo, aunque ustedes estén tristes, su tristeza se
convertirá en alegría. Cuando una mujer va a dar a luz, se aflige porque le ha llegado la hora; pero
después que nace la criatura, se olvida del dolor a causa de la alegría de que haya nacido un hombre
en el mundo. Así también, ustedes se afligen ahora; pero yo volveré a verlos, y entonces su corazón se
llenará de alegría que nadie les podrá quitar. En aquel día ya no preguntarán nada.

Estarán tristes porque me iré, pero luego volveré y se alegrarán.


Cristo relaciona su ausencia y presencia con la tristeza y alegría de los discípulos. Esta
alegría o gozo, es causada principalmente por la presencia de Cristo. Como lo relata
san Juan más adelante cuando dice que luego de aparecerse en medio de los
discípulos para mostrarse a Tomás, (Jn 20,20) “les mostró las manos y el costado”, y
“los discípulos se alegraron de ver al Señor”.

Sin embargo, la alegría también puede ser causada por la tristeza porque recordamos
aquello que amamos, según dice Santo Tomás. Es decir, los apóstoles, cuando
recordaban a Cristo en su ausencia, antes de la resurrección, se alegraban y
consolaban con su recuerdo. Más aún si él mismo les había dicho que iban a volver a
verlo, aunque en su momento no lo entendieran.

Así también, el recordar las cosas tristes pasadas puede ser causa de alegría porque
ya no se tiene ese mal o por lo menos no se tiene con la misma fuerza que entonces.
Por eso San Agustín dice que: “muchas veces recordamos alegres las cosas tristes, y
sanos los dolores sin dolor, y entonces estamos más alegres y contentos.” Porque
cuanto mayor ha sido el peligro en el combate, tanto mayor es el gozo en el triunfo”.1
Este también sería el caso de los discípulos pero luego de la resurrección, cuando, al
recordar la tristeza de los días anteriores, se alegraran de que ya pasó, teniendo al
maestro nuevamente con ellos. ¿Qué gozo más grande que éste?

Nosotros también podremos alegrarnos con la tristeza siempre y cuando tengamos a


Cristo como lo amado. Porque sino, nos alegraremos al recordar otras cosas, incluso
lícitas, pero que están lejos de darnos el gozo que sólo Cristo puede dar. Entonces nos
consolaremos recordando a nuestra tierra, nuestros amigos, nuestros gustos pasado,
nuestra comida preferida; y también nos alegraremos cuando tengamos menos cosas
que sufrir por Cristo, cuando nuestras obligaciones sean menores, es decir, cuando

1
La tristeza puede considerarse de dos maneras: una, en cuanto existe en acto; otra, en cuanto está en la
memoria. Y de una y otra manera la tristeza puede ser causa de delectación. En efecto, la tristeza existente en
acto es causa de delectación, en cuanto que trae a la memoria la cosa amada, de cuya ausencia uno se entristece,
y, sin embargo, con la sola aprehensión de ella se deleita. Pero el recuerdo de la tristeza se convierte en causa de
delectación por razón de la evasión subsiguiente, pues el carecer de un mal se considera como un bien. De ahí que
por el hecho de que un hombre conoce haberse liberado de algunas cosas tristes y dolorosas, se acrecienta en él la
materia del gozo, conforme a lo cual dice San Agustín en XXII De civ. Dei que muchas veces recordamos alegres las
cosas tristes, y sanos los dolores sin dolor, y entonces estamos más alegres y contentos. Y en VIII Confess.: Cuanto
mayor ha sido el peligro en el combate, tanto mayor es el gozo en el triunfo. [34923] Iª-IIae q. 32 a. 4 co. Causas
de la delectación
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tengamos más lejos la cruz, la cual veremos como una causa de tristeza. Algo
totalmente ajeno al cristianismo, y aún más ajeno a la vida religiosa.

Por tanto, debemos buscar con todas nuestras fuerzas amar a Cristo como lo hicieron
sus discípulos, incluso en medio de nuestras propias miserias. Porque el amar a Cristo
no es algo de la sensibilidad o una cuestión de consolación, sino de un querer, de
querer hacerlo. San Agustín lo remarca diciendo: “ el deseo y la alegría no son otra
cosa que la voluntad en consonancia con las cosas que queremos”.2

Incluso San Juan de la Cruz lo dice hermosamente en su Cántico Espiritual: “el alma
que ama a Dios, más vive en la otra vida que en ésta, porque (el alma) más vive
donde ama que donde anima; y así, tiene en poco esta vida corporal”.

Pidamos a la Virgen amar a Cristo con un amor espiritual, para que sólo él sea causa
de nuestra alegría y nunca veamos las cruces como males que soportar.

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● Redacción: 2 horas. (me avisó a las 10pm que iba predicar al día siguiente)
● Faltó definir bien la idea desde el principio. Me demoré mucho en elegir la idea
principal.
● Me compliqué revoloteando por textos para sacar ideas.
● Fue muy útil e-Sword, Gomá y la Suma en internet.

Correcciones del P. Cima:


1. Hacer más simple el argumento. No tener miedo de pecar de simplicidad.
2. Empecé bien, tomando contacto con el público pero luego lo perdí al hablar
rápido.
3. Aunque lea, debe haber un coloquio con el público.
4. Seguir consejo del Papa Francisco: una idea, un ejemplo, un sentimiento.
5. Hacerlo más corto: 3 - 5 minutos los días de semana. El P. Buela siempre
repetía que no debe durar más que cinco minutos. No imitar a los otros padres
que se extienden mucho.
6. Hacer que la conclusión caiga como fruto maduro de el resto.

2
Hay, sin embargo, esta diferencia entre la delectación de uno y otro apetito, que la delectación del apetito
sensible se halla acompañada de una mutación corporal, mientras que la delectación del apetito intelectivo no es
otra cosa que el simple movimiento de la voluntad. Y en este sentido dice San Agustín en XIV De civ. Dei que el
deseo y la alegría no son otra cosa que la voluntad en consonancia con las cosas que queremos. ( Iª-IIae q. 31 a. 4
co.)

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