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03 de enero de 2019
Una mirada posible entre autismo y psicoanálisis
Siempre me cuesta decir que atiendo a niños autistas. Me cuesta nominarlos así, me
parece que es un esfuerzo neurótico por ponerle una palabra a eso que no la tiene y que
nos enfrenta con un imposible, con el aterrador mundo del puro real.
Trastorno del espectro autista le dicen los psiquiatras y los psicólogos de orientación cognitivo
conductual.
por la intensa concentración de una persona en su propio mundo interior y la progresiva pérdida de
Está bien, es un intento de decir algo acerca de lo inefable, pero si somos psicoanalistas y si
nuestra orientación, como se suele decir, es lacaniana, no nos podemos conformar con eso. No
podemos decir que es un trastorno, ni mucho menos podemos poner a jugar el binarismo entre
El autismo nos pone en jaque a nosotros y a nuestra teoría, y nos obliga a pensar todo de nuevo,
pensarlo desde otro lugar. Nos arrastra a reformular todos aquellos conceptos que creíamos ya
Suelo preocuparme por la tendencia en algunos tratamientos a querer “traer” a estos sujetos para
este lado, para el lado de la normalidad. Normalidad en su sentido más literal, en el de ajustarse a
la normas habituales. Esto sería el esfuerzo por querer hacer pasar al sujeto autista por el
lenguaje, “adaptarlo” a nuestras leyes. Lo que nos reconfortaría a nosotros los analistas, pensando
cedan algo de sus objetos pulsionales; porque ellos tienen que habitar también este mundo
atravesado por el lenguaje, y tal vez así, pudiendo mediar algo con palabras, el Otro se les vuelva
un poco menos cruel y amenazador. Pero a veces en el afán de ver “progresos” se tiende a tratar
de modificar la conducta y se realizan intervenciones que apuntan a que el sujeto aprenda, por
ejemplo, a hablar.
Creo que nuestro rol no puede ser el de forzarlos a encajar, más bien el forzamiento debe estar de
nuestro lado, forzarnos a aprender todo aquello que nos pueden enseñar con su lalengua ¡y
La clínica con niños autistas requiere inventar cada vez, requiere poner el cuerpo, prestarlo y poder
preguntarnos –sin que eso sea causa de angustia– qué lugar ocupa nuestro cuerpo para ese
sujeto, qué lugar ocupa nuestra voz, nuestra mirada y nuestras intervenciones.
Recuerdo que a una reunión de equipo llevé mi angustia y preocupación por no haber podido
ponerle las zapatillas a una niña, dejando de lado lo que era realmente importante, que con mucho
En la sesión, la niña construía una torre con bloques de madera, que llegado un punto, se caía. Lo
hacía repetitivamente y no me dejaba participar del juego. Luego de esto, estando las dos
sentadas en el piso, ella se dejó caer –desplomada como la torre– sobre mi cuerpo, también
repetitivamente.
En esa escena, mi cuerpo estaba ocupando el lugar de sostener el cuerpo de ella, el cuerpo que
ella representaba como esa torre que se derrumbaba si no tenía un sostén, algo que le hiciera de
borde.
Esto me llevó a pensar que yo misma estaba atrapada en el discurso de la adaptación, pues
ponerle las zapatillas me parecía un acto importante; y sin embargo ella me estaba diciendo, sin