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PSICOLOGÍA

03 de enero de 2019
Una mirada posible entre autismo y psicoanálisis

Ponerse las zapatillas no es


importante
Por Daniela Giorgetta

Siempre me cuesta decir que atiendo a niños autistas. Me cuesta nominarlos así, me
parece que es un esfuerzo neurótico por ponerle una palabra a eso que no la tiene y que
nos enfrenta con un imposible, con el aterrador mundo del puro real.

Trastorno del espectro autista le dicen los psiquiatras y los psicólogos de orientación cognitivo

conductual.

En el diccionario, la definición de autismo es la siguiente: “Trastorno psicológico que se caracteriza

por la intensa concentración de una persona en su propio mundo interior y la progresiva pérdida de

contacto con la realidad exterior”.

Está bien, es un intento de decir algo acerca de lo inefable, pero si somos psicoanalistas y si

nuestra orientación, como se suele decir, es lacaniana, no nos podemos conformar con eso. No

podemos decir que es un trastorno, ni mucho menos podemos poner a jugar el binarismo entre

interior y exterior, así tan sueltitos de cuerpo.

El autismo nos pone en jaque a nosotros y a nuestra teoría, y nos obliga a pensar todo de nuevo,

pensarlo desde otro lugar. Nos arrastra a reformular todos aquellos conceptos que creíamos ya

masticados y nos lanza al vacío de, por momentos, no entender nada.

Suelo preocuparme por la tendencia en algunos tratamientos a querer “traer” a estos sujetos para

este lado, para el lado de la normalidad. Normalidad en su sentido más literal, en el de ajustarse a

la normas habituales. Esto sería el esfuerzo por querer hacer pasar al sujeto autista por el

lenguaje, “adaptarlo” a nuestras leyes. Lo que nos reconfortaría a nosotros los analistas, pensando

que al fin esos niños cedieron algo de su objeto pulsional voz.


No estoy diciendo con esto que no sea un avance en la dirección de la cura que estos sujetos

cedan algo de sus objetos pulsionales; porque ellos tienen que habitar también este mundo

atravesado por el lenguaje, y tal vez así, pudiendo mediar algo con palabras, el Otro se les vuelva

un poco menos cruel y amenazador. Pero a veces en el afán de ver “progresos” se tiende a tratar

de modificar la conducta y se realizan intervenciones que apuntan a que el sujeto aprenda, por

ejemplo, a hablar.

Creo que nuestro rol no puede ser el de forzarlos a encajar, más bien el forzamiento debe estar de

nuestro lado, forzarnos a aprender todo aquello que nos pueden enseñar con su lalengua ¡y

soportando que no nos hablen!

La clínica con niños autistas requiere inventar cada vez, requiere poner el cuerpo, prestarlo y poder

preguntarnos –sin que eso sea causa de angustia– qué lugar ocupa nuestro cuerpo para ese

sujeto, qué lugar ocupa nuestra voz, nuestra mirada y nuestras intervenciones.

Recuerdo que a una reunión de equipo llevé mi angustia y preocupación por no haber podido

ponerle las zapatillas a una niña, dejando de lado lo que era realmente importante, que con mucho

tino me señaló la coordinadora.

En la sesión, la niña construía una torre con bloques de madera, que llegado un punto, se caía. Lo

hacía repetitivamente y no me dejaba participar del juego. Luego de esto, estando las dos

sentadas en el piso, ella se dejó caer –desplomada como la torre– sobre mi cuerpo, también

repetitivamente.

En esa escena, mi cuerpo estaba ocupando el lugar de sostener el cuerpo de ella, el cuerpo que

ella representaba como esa torre que se derrumbaba si no tenía un sostén, algo que le hiciera de

borde.

Esto me llevó a pensar que yo misma estaba atrapada en el discurso de la adaptación, pues

ponerle las zapatillas me parecía un acto importante; y sin embargo ella me estaba diciendo, sin

hablar, qué era lo verdaderamente importante: si no me sostenés, me derrumbo.


Daniela Giorgetta: Psicoanalista.

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