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Pentecostalismos latinoamericanos y postmodernidad occidental:

Reflexiones en torno a una relación compleja

Por: Daniel Chiquete

A la celeridad de los cambios mundiales de las últimas décadas corresponde una


también acelerada transformación del campo religioso en América Latina. Ambos
procesos se relacionan o se provocan en algunos aspectos, en tanto que en otros son
completamente independientes. El componente religioso de la identidad latinoamericana
está tan integrado a la identidad social que cualquier cambio en las relaciones y
conductas sociales, se refleja directamente en el campo religioso.

En este artículo me propongo compartir algunas reflexiones sobre el papel que juegan
los pentecostalismos en América Latina en los procesos actuales de cambio,
generalmente englobados bajo el concepto de “postmodernidad”. Es decir, me interesa
destacar formas en que los pentecostalismos interactúan con la postmodernidad,
resaltando la función que ellos cumplen, y la que pueden cumplir, en nuestras sociedades
en los próximos años.

1. “América Latina”, “pentecostalismo” y “postmodernidad”

Ninguno de los tres elementos que quiero relacionar en este artículo son de fácil
definición. Son fenómenos muy controvertidos, con contornos imprecisos y ricos en
matices. Por ello, presento brevemente mi propia comprensión de ellos, limitándolos a
los aspectos que deseo destacar en esta reflexión, para así tener un marco de referencia
claro para el planteamiento de la argumentación.

1.1 América Latina

América Latina es una realidad fragmentada y contradictoria. Los procesos de conquista,


colonización y cristianización emprendidos por España y Portugal en América durante
los siglos XVI al XIX le imprimieron algunos rasgos homogenizantes e identificatorios,
siendo los más importantes una compleja relación de identificación-rechazo respecto a
la Europa latina, el español como idioma común (a excepción del portugués en Brasil) y
la religión católica. Pero junto a estos factores de cohesión permanecieron y continuaron
su evolución características nacionales y regionales extremadamente diferentes, que le
imprimen su carácter actual de heterogeneidad.

Las múltiples culturas americanas continuaron existiendo aún después de su choque con
las europeas, aunque con una dinámica diferente. Su presencia en varios países
americanos es aún muy fuerte, como son los casos de Guatemala, Bolivia, Ecuador,


Publicado originalmente en: Daniel Chiquete, Haciendo camino al andar. Siete ensayos de teología
pentecostal. Costa Rica: Centro Cristiano Casa de Vida, 2007, pp. 91-11.
 
Daniel Chiquete es mexicano, Doctor en Teología, Doctor en Historia, Maestro en Ciencias Bíblicas y
Licenciado en Arquitectura. Vive en Culiacán, México. E-mail: dchiquete@hotmail.com.
Paraguay y Perú. Sin duda, es un componente esencial de las identidades americanas.
El aporte de las culturas africanas es otro rico factor enriquecedor de estas identidades,
sobre todo en Brasil y en los países centroamericanos y caribeños. Además, diversas
migraciones europeas y asiáticas vienen a enriquecer aún más el cuadro cultural y
religioso americano.1 Así pues, al reflexionar sobre América Latina, es necesario
considerar esta diversidad para evitar caer en generalizaciones y “lugares comunes” que
con frecuencia reducen el valor de las afirmaciones generalizantes. América Latina no
es una unidad, sino un conjunto complejo de culturas y situaciones heterogéneas.

1.2 Pentecostalismo latinoamericano

El pentecostalismo latinoamericano es también un fenómeno plurifacético y complejo. Él


ha sido (des)calificado como “movimiento”, “explosión”, “invasión”, “secta”, entre otros
apelativos. Probablemente todos estos calificativos sean ciertos para diversas
manifestaciones del pentecostalismo, pero parciales o, al menos, inconsistentes, cuando
no son claramente definidos los grupos y los contextos específicos a los que son
aplicados. Las expresiones pentecostales son tan variadas (y a veces contradictorias)
que sería mejor referirnos a “los pentecostalismos” para hacer justicia a esta diversidad.
La divergencia entre ellos puede observarse en lo doctrinal, lo litúrgico, la ubicación
sociocultural de sus comunidades, las opiniones políticas que representan, la
organización eclesiástica, por mencionar sólo algunos de los más importantes aspectos.
Las causas de esta variedad se encuentran principalmente en la misma heterogeneidad
continental y en los diversos orígenes de las comunidades (misiones extranjeras,
movimientos autóctonos, divisiones internas, etc.), grados de evolución institucional,
tipos de liderazgo, influencias religiosas, etc.2

Los pentecostalismos se relacionan en formas diferenciadas con las culturas y contextos


donde surgen o se desarrollan. Pueden actuar como movimientos de protesta, de
reforma o de legitimación del status quo.3 La mayoría muestran gran capacidad de
transformación y adaptación ante situaciones cambiantes, en lo cual reside parte de su
fuerza y de su debilidad, simultáneamente. También diferentes son sus formas de
reaccionar ante el catolicismo, el protestantismo “histórico”, las religiones locales y otras
formas de espiritualidad. No es extraño, pues, que ante el secularismo y la
postmodernidad reaccionen también de formas diferenciables.

1.3 Postmodernidad

El término “postmodernidad” también está impregnado de ambigüedad e incerteza en


algunas de las disciplinas donde se recurre a él para analizar los procesos generales de
transformación de las últimas décadas. Creo que si se refiere a la superación de la

1
Para una aproximación general al caso mexicano: S. Krotz, Kulturenvielfalt und Kulturenkonflikt in Mexiko, en:
Stimmen der Zeit 212 (Freiburg, 1994) 663-674.
2
Cf. A. Droogers, Globalization and the pentecostal success, en: http://casnws.scw.vu.nl/publicaties/ droogers-
glopent.html.
3
B. Campos, De la reforma protestante a la pentecostalidad de la iglesia. Quito: CLAI, 1997, 60-62, utiliza las
categorías “contestatarios, atestatarios y protestatarios”.
modernidad, habría que especificar a qué modernidad se refiere.4 Si se piensa en la
modernidad occidental, diferenciar al menos los modelos europeo, norteamericano y
latinoamericano. Además, referida a América Latina, surge el problema de hablar de
postmodernidad en países que ni siquiera entraron a la modernidad, o que pueden ser
en algunas áreas modernos (política, economía), en otras postmodernos (arte, literatura)
e, incluso, en otras pre o antimodernos (educación, religión). 5

Para simplificar, llamaré “postmodernidad” al conjunto de situaciones surgidas con los


procesos de globalización y mundialización de la economía neoliberal, con el repunte de
las tendencias secularizantes en las sociedades occidentales, la implementación e
impacto de las nuevas tecnologías comunicativas, los cambios sociopolíticos
internacionales posteriores al fin de la guerra fría, la crisis de los paradigmas en las
ciencias y las artes y la aparición o reaparición de nuevas formas de expresiones
religiosas.

Una vez recordada la complejidad de estos fenómenos, quiero buscar los puntos de
contacto y las temas de cruce entre ellos, tratando de plantear y discutir algunas líneas
de análisis que puedan enriquecer la discusión actual en torno a esta extensa
problemática.

2. Pentecostalismos y postmodernidad en América Latina

Casi todos los países de América Latina entraron al siglo XXI en circunstancias socio-
económicas desastrosas, con índices de pobreza alarmantes y sin opciones claras de
mejoría. Países que en algún momento de los 80 o 90 fueron calificados de “milagros
económicos”, como México, Brasil o Argentina, hoy se asfixian en sus múltiples
problemas y se encuentran entre los países más endeudados del mundo. El
neoliberalismo económico, la ideología del “fin de la historia” (F. Fukuyama) y de la “no
hay alternativa” (F. Hayek) parecen paralizar gran parte de la creatividad y capacidad de
respuesta de los diferentes liderazgos latinoamericanos, tanto políticos como
intelectuales.

La modernidad y la postmodernidad, que en amplios círculos de Europa occidental y de


Norteamérica han sido celebradas en espíritu de optimismo y triunfo, en América Latina
y otras regiones del “tercer mundo” han significado demoledores golpes a las
aspiraciones de bienestar y vida digna para la mayoría de la población. A partir de una
situación de lucha por la supervivencia en muchos casos, de adaptación a situaciones

4
Mi percepción de la “modernidad” se acerca a la de M. Berman, Todo lo sólido se desvanece en el aire. La
experiencia de la modernidad. México: Siglo XXI, 1999, 11a. edición en español, 1: “Los entornos y las experiencias
modernos atraviesan todas las fronteras de la geografía y la etnia, de la clase y la nacionalidad, de la religión y la
ideología: se puede decir que en este sentido la modernidad une a toda la humanidad. Pero es una unidad paradójica,
la unidad de la desunión: nos arroja a todos en una vorágine de perpetua desintegración y renovación, de lucha y
contradicción, de ambigüedad y angustia. Ser modernos es formar parte de un universo en el que, como dijo Marx,
«todo lo sólido se desvanece en el aire».”
5
Considero que el análisis más amplio y sólido respecto a la relación “culturas latinoamericanas – modernidad –
postmodernidad” es el desarrollado por N. García Canclini, Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la
modernidad. México: Grijalbo, 1989.
cambiantes, de movimientos migratorios, de procesos acelerados de urbanización sin
control ni planificación, de cambios bruscos de liderazgo político, de experiencia de
diversas formas de violencia, etc., se van transformando los mapas y las estructuras
sociales al mismo ritmo de los procesos modernizantes occidentales.

Estos fenómenos tienen una repercusión directa en el campo religioso, aunque con
diferente intensidad en diferentes contextos. Las comunidades pentecostales, arraigadas
principalmente en los grupos socio-económicos más vulnerables de la sociedad, son
afectadas directamente por las circunstancias generales. Pero no son siempre víctimas
pasivas de lo que acontece en su entorno, sino que con frecuencia se convierten en
activas agentes de resistencia, protesta y transformación, aunque su efecto es más
perceptible a niveles locales que a niveles regionales o nacionales. También es
necesario señalar que, en ocasiones, los mecanismos de defensa y resistencia se
realizan más a nivel simbólico que a nivel praxiológico. Por ello considero que la relación
de los pentecostalismos con la postmodernidad es también variada y compleja,
incluyendo elementos positivos y negativos. Quiero ilustrar con cuatro puntos esta
afirmación.

2.1 Resacralización del ser humano

América Latina está en la parte que carga los efectos negativos de las políticas
económicas neoliberales y globalizantes. El pago de la deuda externa mantiene a la
inmensa mayoría de las poblaciones latinoamericanas subsistiendo con salarios ínfimos
o completamente fuera del mercado laboral. Los “ajustes económicos” llevan a continuos
recortes estatales a los programas de beneficio social, especialmente en los sectores de
salud, educación, vivienda y alimentación, produciendo poblaciones en lamentables
condiciones de vida. De estos sectores sociales proceden también la mayoría de los y
las creyentes pentecostales, lo que los convierte en afectados directos de las decisiones
económicas nacionales e internacionales.

Esta situación precaria casi permanente, además de otras circunstancias sociales


generales, la multiplicación real y la ficticia de los acontecimientos mundiales y la lucha
cotidiana por la vida provocan que las personas sientan agredida su personalidad. Los
cambios acelerados les exigen adaptarse en poco tiempo a situaciones nuevas, a la toma
de decisiones rápidas, a la competencia constante en diferentes ámbitos, etc. Estas
personas experimentan un efecto de desintegración no sólo de los valores culturales
tradicionales, sino también de los personales.

Es aquí donde la fe de los y las pentecostales en ocasiones se convierte en un importante


contrapeso a este proceso de desintegración y ruptura. Los pentecostalismos ofrecen a
sus adeptos una experiencia de rescate y revaloración de la persona, quien después de
la conversión se siente aceptada, amada, protegida y valiosa para Dios. La nueva
comunidad a la que se integran puede generar fuertes lazos afectivos y ofrecer un
modelo de comunidad solidaria que integra a los individuos dispersos. 6 También les

6
Cf. E. Moros Ruano, La Iglesia Católica Romana ante el desafío pentecostal, en: B. Gutiérrez, editor, En la fuerza
del Espíritu. Los pentecostales en América Latina: un desafío a las iglesias históricas. México; Guatemala: AIPRAL;
proporciona un modelo de conducta social orientador. Estos modelos (“rigorismo ético”)
han sido criticados con frecuencia como restrictivos y coercitivos, pero creo que también
debe apreciarse en ellos su función de guía segura para que estos creyentes se
conduzcan con seguridad en las diversas situaciones sociales cotidianas. Más que una
limitación a su libertad personal, en la mayoría de los casos son percibidos como normas
orientadoras claras de participación en la sociedad. Por ello, ante la presión social
desintegradora, el pentecostal encuentra en su fe y su comunidad religiosa formas y
modelos que responden a su necesidad de integridad individual y de participación en una
comunidad de afecto.

Desde la perspectiva de la teología latinoamericana la pobreza, recrudecida con los


mecanismos de la economía neoliberal, es la manifestación más concreta del pecado en
América Latina. Ella destruye el valor sagrado del ser humano al negarle lo más esencial
para la existencia digna. En la lucha por esta existencia digna y la recuperación de lo
sagrado en el ser humano deben ser ubicadas algunas de las prácticas pentecostales.
En la revalorización de la persona viene implícita una nueva comprensión de la
corporalidad. Así como corporalmente es la única forma que tenemos de estar en el
mundo, también corporalmente los y las pobres experimentan el poder destructivo del
pecado, correctamente llamado por la teología de la liberación “pecado estructural”.

Los y las creyentes pentecostales redefinen el valor de la persona humana y el del grupo
(al menos de aquél al que pertenecen) asignándoles un valor positivo a ambos. 7 Este
proceso reintegra a los individuos tanto a una comunidad básica, así como también
consigo mismos al devolverles la autoestima que el estigma social, la pobreza, el
alcoholismo, el consumo de drogas, los conflictos familiares, etc., les habían robado.
También el sentirse perdonado(a), reconciliado(a) y amado(a) por Dios es un factor
determinante para la reestructuración de la personalidad. Así pues, la experiencia
pentecostal es un importante factor para proteger a los miembros más desprotegidos de
la sociedad ante el proceso desintegrador que la postmodernidad genera o, al menos,
acelera.

Los pentecostales creen que con la conversión, Dios “los ha lavado de todo pecado” y
que con el bautismo del Espíritu Santo se han convertido en su morada. Los cuerpos que
anteriormente estaban o eran considerados enfermos, débiles, feos, sin valor o “al
servicio del pecado”, ahora son apreciados como santuarios de Dios, instrumentos de
adoración, canales de bendición, etc. El cuerpo humano recupera gran parte del valor
que se le había robado. También la sexualidad y la sensualidad se vuelvan experiencias
más enriquecedoras e integradoras. Estos cambios, aunque no se perciban muy

CELEP, 1995, 249-266, 253: “Necesidades que sí llena el pentecostalismo: la búsqueda de pertenencia (sentido de
comunidad), la búsqueda de respuestas en la vida, la búsqueda de integridad (“holismo”), la búsqueda de identidad
cultural, la necesidad de ser reconocido, la búsqueda de trascendencia, la necesidad de una guía espiritual, la necesidad
de visión y la necesidad de participación y compromiso.”
7
Cf. F. Houtart, Mercado y religión. San José, Costa Rica: DEI, 2001, 45: “Vivimos el retorno a lo local, a lo
comunitario. Se construye de este modo una función democrática que puede ser un contrapeso a la globalización
contemporánea. (…) El fenómeno sociocultural de la exclusión social está acompañado de una búsqueda de nuevas
relaciones sociales en la microdimensión, donde el aspecto afectivo y congregacional es predominante”. “La
pertenencia religiosa otorga un estatus a las poblaciones excluidas de otras esferas de la vida colectiva” (130).
directamente relacionados con el proceso secularizador o con el ejercicio de la misión de
la iglesia, reaccionan ante el primero al generar una alternativa de respeto a la persona,
y a la iglesia le otorga una concreción y una dimensión profundamente humana y
comunitaria: la hacen digna de credibilidad. Si el neoliberalismo sacraliza el mercado, el
pentecostalismo sacraliza al ser humano, si la postmodernidad virtualiza y diluye todo, el
pentecostalismo concretiza y afirma los aspectos básicos de la vida.

Por ello afirmo que la fe pentecostal les ayuda a entenderse como “sujetos” y no sólo
como “objetos” en la sociedad.8 Ya no se sienten víctimas pasivas de circunstancias fuera
de su control, sino que ahora se reconocen como personas valiosas e importantes, que
tienen a Dios de su lado y que por ello son capaces de realizar acciones significativas.
Dentro de estas acciones se encuentra la de “evangelizar”, la de ofrecer una vida nueva,
diferente, alternativa, como ellos y ellas la han recibido y la entienden. Creen que tienen
algo extremadamente valioso para compartir. Ya no aceptan su precaria situación con
resignación como voluntad de Dios, sino que la rechazan como “obra del diablo”. Con la
adquisición de su nueva autovaloración están en condiciones de luchar por transformar
las situaciones que entienden como pecaminosas, y así lo hacen. Esta visión es
importante, entre otras cosas, porque les ayuda a discernir las ofertas de la
postmodernidad con un saber crítico, adquirido en su experiencia cotidiana de fe. No son
víctimas fáciles de una ilusión que en la “vida real” ha evidenciado su falsedad.

2.2 Reestructuración simbólica de la vida cotidiana

Parte del éxito del pentecostalismo en América Latina radica en su capacidad de creación
de visiones alternativas y respuestas simbólicas a la “realidad”. Esta característica ayuda
a entender algunas de sus formas de relacionarse con los procesos generales de la
sociedad. Si la modernidad impuso la razón y la postmodernidad la relatividad de todos
los paradigmas como criterios de valor y de verdad, el pentecostalismo opone a ambas
la simbolización y la alegorización como métodos de comprensión y transformación de
la “realidad”.

Ante la racionalización del secularismo moderno los pentecostales reaccionan con una
visión “teo/lógica” de la vida, es decir, desde la lógica de Dios. El universo pentecostal
está habitado por la plena y salvífica presencia de Dios, por medio del Espíritu Santo. Su
horizonte existencial es, por ello, escatológico, es decir, no sólo el presente sino también
el futuro están bajo el control de Dios y sujetos a un propósito específico. Para los
pentecostales, también Satanás y sus demonios están muy activos en el mundo, pero su
poder destructivo tiene límites fijos. Así, todo lo que acontece en su entorno de alguna
manera está sometido a la soberanía de Dios. Por ello encuentran en esta visión mítica
(más que maniquea) del “mundo” la respuesta para muchas de sus preguntas
existenciales.9

8
Cf. B. Gutiérrez, Introducción, en: b. Gutiérrez, editor, En la fuerza del Espíritu, 11-32, 18: “A través de su
participación en diversos ministerios de la iglesia, las personas dejan de ser ‘objetos’ y se transforman en sujetos
activos de la experiencia y del discurso religiosos.”
9
Cf. C. Álvarez, Lo popular: clave hermenéutica del movimiento pentecostal, en: C. Álvarez, editor, Pentecostalismo
y liberación. Una experiencia latinoamericana. San José, Costa Rica: DEI, 1992, 89-100.
Ante el “desencantamiento del mundo” (M. Weber) de la modernidad racionalista y la
“fetichización” de la ideología del capitalismo neoliberal, los y las pentecostales
reaccionan con su “reencantamiento” y “exorcismo”. Ellos y ellas buscan o le otorgan al
mundo y a sus procesos una dimensión profunda y simbólica donde es Dios quien está
al control y donde ellos y ellas, gracias a la relación privilegiada con él, se sienten
partícipes de su obra salvífica. Los pentecostales participan en la “construcción del
Reino” en la medida en que ejerciendo sus ministerios santifican el “mundo” y lo liberan
(exorcizan) de enfermedades y demonios. Ello explica en parte también la pasión con
que ejercen la evangelización, el testimonio, la oración y el culto.

Después de la conversión, para los pentecostales no es ya la posesión de bienes


materiales y la capacidad de gasto lo que otorga valor y reconocimiento a la persona,
sino la posesión del Espíritu Santo y el ejercicio de los carismas. 10 La práctica de los
dones y el sentimiento de cercanía con lo sagrado, vividos como la posibilidad de
construir un mundo alternativo, es lo que permite fomentar relaciones diferentes a las
ejercidas en el “mundo”. Así, la santidad, expresada a través de su rigorismo ético, lleva
implícita una protesta a la sociedad consumista (el “mundo”), la cual vive “alejada de Dios
y su voluntad”.11 Por ello los pentecostales no pueden separar las esferas privada y
pública. Más bien, distinguen “los que son salvos” de los que no lo son, pero en un
contexto único donde Dios lo llena todo, lo santifica todo y quiere salvar a todos. La
comunidad pentecostal local se convierte también en una comunidad de sentido, donde
se concentran los saberes y las visiones particulares de los y las fieles para juntos seguir
re-significando e influenciando el mundo y los acontecimientos.

Es en este sentido que hablamos de una reestructuración simbólica. El mundo


pentecostal es el cotidiano, con todo lo positivo y lo negativo, pero percibido desde otra
lógica, desde la lógica del símbolo, del rito, de lo escatológico, de la presencia de fuerzas
invisibles en un mundo donde todo, o casi todo, puede tener un valor oculto, profundo, al
que el creyente pentecostal contribuye a revelar. Cada hombre y cada mujer son vistos
como personas por quienes Cristo murió y a las cuales Dios quiere salvar; cada
experiencia con el dolor es percibida como una “prueba” a la fe; todo acontecimiento feliz
es una bendición directa de Dios. Así, no sólo los seres humanos, sino todos los
componentes de la vida participan de la resacralización del mundo. Es en este sentido
que el pentecostalismo puede tener un efecto anti-secularizante en la sociedad, al negar
que Dios sea excluido de alguna esfera de la vida.

2.3 Comunidades de actitudes y valores alternativos

10
Cf. C. L. Mariz, El pentecostalismo y el enfrentamiento a la pobreza en Brasil, en: B. Gutiérrez, editor, En la fuerza
del Espíritu, 199-220, 206: “El énfasis en los dones espirituales en oposición a la riqueza material es otra estrategia
de fortalecimiento de la dignidad del pobre. La experiencia directa con lo sagrado, la creencia en un contacto directo
con Dios también rompe el sentimiento de impotencia y alimenta la autoestima de los que se sentían fracasados.”
11
Cf. G. Lugo, Ética social pentecostal. Santidad comprometida, en: C. Álvarez, editor, Pentecostalismo y liberación,
101-122, 103: “En el trasfondo de esta ética pentecostal tan rigurosa se esconde un sentido de protesta, de rechazo al
mundo con sus vicios. Y también un anhelo ardiente de pureza. Por eso, la ética y la santidad van de la mano en el
pentecostalismo.” “La santidad auténtica es también una crítica radical a la sociedad. Ella cuestiona y pone en tela de
juicio los vicios que deshumanizan” (122).
Se pudiera calificar la modernidad latinoamericana como incompleta o subdesarrollada.
Entre los fenómenos más visibles del impacto negativo de esta modernidad están el
descontrolado crecimiento se sus principales ciudades, produciendo verdaderos
monstruos urbanos como Ciudad de México, San Pablo, Lima o Buenos Aires. También
provoca un empobrecimiento paulatino del campo y el consecuente abandono del mismo,
cuyos campesinos emigran para ir a engrosar aún más los cinturones de miseria de las
periferias urbanas. La rapacidad de las transnacionales y la corrupción de los gobiernos
actúan juntos en el saqueo de las materias primas, la destrucción de los recursos
naturales y el deterioro general de las condiciones de vida de las poblaciones. También
el narcotráfico y otras formas del crimen organizado aportan a la conflictividad social. Los
y las pentecostales, como pertenecientes a las clases sociales más desprotegidas de
estas sociedades, padecen de manera directa toda esta conflictividad. Es a partir de su
inserción en esta situación que deben entenderse algunas de las reacciones de los
pentecostalismos ante la sociedad y también algunas de sus creencias y expresiones
religiosas.

Cuando se critica al pentecostalismo su “rechazo al mundo” debe considerarse cuál es


su experiencia del “mundo”. Los pentecostales descalifican un “mundo” que los ha
excluido, marginalizado, empobrecido, tratado como “no personas”. 12 Reprueban una
sociedad en la que han experimentado la injusticia, el despojo y el desamor.13 Pero es
importante ver que rechazando al “mundo” ofrecen un mundo alternativo. Al practicar una
santidad expresada en la negación de las prácticas cotidianas de la sociedad, están
expresando una crítica radical a la sociedad consumista moderna y sus vicios
deshumanizantes.14 Y al ofrecer un “mundo alternativo” se están oponiendo frontalmente
a la oferta de la postmodernidad del capitalismo neoliberal que anuncia “que no hay
alternativas”. En este sentido, también son un rechazo al proceso de globalización, ya
que proponen la alteridad ante la homogeneidad, el pensamiento lateral ante la razón
única, la “irracionalidad de la fe” ante la lógica del mercado.

La resignificación y revaloración de la persona y del grupo de pertenencia traen


consecuencias valiosas a nivel personal, familiar y microsocial. Por ejemplo, en el
pentecostalismo los pobres aprenden a compartir, a dar tanto a la iglesia como a los
demás miembros que estén en una situación de especial necesidad. 15 Muy importante
en el contexto latinoamericano es el efecto directo de la conversión de los hombres sobre
las familias, entre otros la positiva influencia contra el machismo latinoamericano. Como

12
Cf. B. Campos, En la fuerza del Espíritu. Pentecostalismo, teología y ética social, en: B. Gutiérrez, editor, En la
fuerza del Espíritu, 73-87, 63: “Este rechazo del mundo organizado, ese aparente aislamiento que toma formas de un
rigorismo ético y de ‘sociedades sustitutorias’ de la sociedad real, no es sino una respuesta a la marginación de la que
son objetos por parte de las sociedades religiosas predominantes y de los grupos de poder económicos y políticos.”
13
Observa L. S. Campos, Protestantismo histórico y pentecostalismo en Brasil. Aproximaciones al conflicto, en: B.
Gutiérrez, editor, En la fuerza del Espíritu, 91-140, 111: “El pentecostalismo ha respondido de forma positiva a las
necesidades socio-psíquicas de las personas excluidas de la modernidad capitalista. Para ellas no hay ninguna otra
utopía en el horizonte que les garantice la llegada de un tiempo de dignidad y de participación en los resultados del
desarrollo económico.”
14
Cf. G. Lugo, Ética social pentecostal, especialmente 101-110 y 120-122.
15
Cf. C. L. Mariz, El pentecostalismo y el enfrentamiento a la pobreza en Brasil, 215.
afirma la antropóloga Elisabeth Brusco: “A pesar de su retórica patriarcal, el
pentecostalismo re-socializa a los hombres oponiéndose a los patrones machistas
destructivos y re-definiendo las aspiraciones masculinas para coincidir con las
aspiraciones de sus esposas.”16

2.4 Contribución pentecostal a la pluri e interculturalidad

El mercado neoliberal quiere abarcarlo todo, hacer de todo mercancía con valor de
compra-venta, determinado sólo por la ley de la oferta y la demanda y regulado sólo por
la famosa “mano invisible” (A. Smith). La postmodernidad relativiza todo y confunde los
valores reales con los ficticios haciendo casi imposible su discernimiento. Los valores
pregonados por el neoliberalismo quieren ser percibidos como intocables. En la
actualidad dirigen las opciones fundamentales e impregnan las formas de comprensión
y estilos de vida de mucha gente. Por ejemplo, el prototipo del ser humano ideal
promovido en América Latina por los medios masivos de comunicación, especialmente
la televisión, es el “exitoso” hombre del primer mundo: blanco, rico, pulcro, emprendedor
y solo.17 Valores unificantes de una ideología que quiere ser única: la del occidente
secularizado, capitalista y postmoderno.

De los efectos globalizantes y homogenizantes de estas prácticas no están exentas las


expresiones religiosas, tampoco las de tipo pentecostal, como claramente se percibe en
diversas agrupaciones del neopentecostalismo. Ante esta situación han surgido en
diferentes contextos del “tercer mundo” teologías que afirman el valor de la pluri y de la
interculturalidad, de la afirmación de experiencias espirituales contextualizadas, con
hermenéuticas y universos de significados propios y alternativos. En América Latina se
experimentó en los 80 y 90 la concreción de teologías feministas, negras, indígenas y
ecológicas sumamente creativas y valiosas.18

En esta línea pudiera ubicarse el esfuerzo de los y las pentecostales por elaborar una
teología propia, rica, crítica, dialógica y contextualizada, de la cual ya empiezan a verse
modestos resultados.19 Las características propias de los pentecostalismos los
convierten en promotores naturales de la pluri y la interculturalidad. Ellos tienen la

16
Referencia tomada de P. Freston, Entre el pentecostalismo y la decadencia del denominacionalismo. El futuro de
las Iglesias Históricas en Brasil, en: B. Gutiérrez, editor, En la fuerza del Espíritu, 295-316, 302.
17
Según A. Droogers, Globalization and the pentecostal success: “Publicy sells identities, rather than products.”
18
Cf. D. Irarrázaval, Teología en la fe del pueblo. San José, Costa Rica: DEI, 1999, 128: “Me parece que el papel de
una sana teología no es sustentarla, ni tampoco ser su adversaria. Lo que interesa es la lectura de signos de esperanza
en la existencia cotidiana, local y mundial. Aquí desentrañamos las exigencias del amor-fe-esperanza, y apreciamos
todo lo que contribuye a afirmar la esperanza Pascual, que transforma la humanidad y el cosmos. Esto implica
continuar forjando ‘otra’ globalización.”
19
Cf. J. Bosch, Introducción a la teología protestante latinoamericana, en: J. J. Tamayo y J. Bosch, editores, Panorama
de la teología latinoamericana. Navarra: Verbo Divino, 2000, 53-91, 77: “El pentecostalismo está en un proceso muy
vivo en el que merecen destacarse dos manifestaciones que le afectarán de manera notable: su apertura al movimiento
ecuménico y su implicación en las luchas sociales ante las injustas estructuras de los pueblos latinoamericanos.”
Considero que J. Bosch ha señalado dos de los temas más urgentes a reflexionar por la teología pentecostal
latinoamericana.
capacidad de tender puentes entre diferentes mundos culturales. 20 Su visión y
experiencia alternativas son una negación o restricción a la ideología de modelo único.

Por ello considero que una de las tareas imperativas de las teologías latinoamericanas,
incluyendo la pentecostal, es la afirmación de la diversidad de los pueblos y de las
experiencias religiosas, y su derecho a conservarlas y ejercerlas. Ante la lógica de la
razón homogenizante debe seguir oponiéndose una lógica de la diversidad y la
alternativa. En América Latina es necesaria y deseada una lógica de lo plural 21, de
visiones religiosas y humanísticas relacionales pero no fusionadas, de la afirmación de
una “cultura de la esperanza” (F. Hinkelammert), de la construcción de sociedades
“donde quepamos todos y todas” (E. Tamez). Si la postmodernidad diluye las diferencias
o las multiplica hasta el infinito para restarles significado, las teologías latinoamericanas
requieren reconocerlas y clarificarlas para poder significarlas y dignificarlas. En esta tarea
deberán seguir participando también la teología y la espiritualidad pentecostales.

3. Pentecostalismos y postmodernidad: balance y perspectivas

Creo que la postmodernidad seguirá ejerciendo su influencia sobre las poblaciones


latinoamericanas, pero no de manera tan abarcadora y rápida como en otros contextos.
Primero, porque las culturas tradicionales aún tienen suficiente fuerza para resistir ante
los nuevos paradigmas y preservar sus propios valores y, segundo, porque la experiencia
de la modernidad ha sido lo suficientemente negativa como para aceptar con los brazos
abiertos a la postmodernidad y sus promesas.

La mayoría de los pentecostalismos ven con desconfianza la postmodernidad. Según


Hilario Wynarczyk: “Los pentecostalismos en general entienden la posmodernidad como
la presencia de la heterogeneidad al interior de las propias iglesias evangélicas y en
especial de las pentecostales. (...) En general los pentecostalismos tienden a entender
la posmodernidad como una especie de falta de control que permite que todas las cosas
valgan lo mismo.”22 Concuerdo con esta afirmación de Wynarczyk, pero agrego que
también es perceptible la fascinación creciente que la postmodernidad ejerce en sectores
cada vez más amplios del pentecostalismo latinoamericano 23, especialmente entre los
jóvenes y en los grupos que se acercan más a las clases medias.

También es esta misma desconfianza y el enraizamiento de la espiritualidad pentecostal


en las culturales y sistemas de valores tradicionales lo que permite a los

20
Cf. A. Droogers, Globalization and the pentecostal success: “The scope of Pentecostal interest is global too; after
all, the whole world is under God´s authority and all people are potential believers. The language miracle of the first
Pentecost is more than a metaphor: Pentecostals behave like cultural polyglots.”
21
Cf. F. Hinkelammert, El mapa del emperador. Determinismo, caos, sujeto. San José, Costa Rica: DEI, 1996, 238:
“Fragmentizar el mercado mundial mediante una lógica de lo plural es una condición imprescindible de un proyecto
de liberación hoy.”
22
Entrevista por internet realiza en marzo del 2002.
23
Señala B. Campos, Lo testimonial: un caso de teología oral y narrativa, en: C. Álvarez, editor, Pentecostalismo y
liberación, 125-146, 133: “El pentecostalismo tiene rasgos de una cultura posmoderna, una cultura de la imagen y el
sonido, una cultura del lenguaje sono-visual que hace uso (y abuso) de la tecnología de la comunicación y la
informática.”
pentecostalismos cierta capacidad de resistencia a los cambios. La “novedad de la vida
en el Espíritu” en que afirman vivir, los protege de la invasión de las ofertas religiosas y
espirituales de diversos tipos, tan comunes en la actualidad: quien está satisfecho con
su religión no busca otras experiencias.

Aunque también es necesario señalar que la situación general del campo religioso actual
favorece un mayor contacto entre las diferentes ofertas religiosas. Las comunidades del
pentecostalismo “clásico”, al menos en México, sienten fuerte atracción hacia las
expresiones religiosas neopentecostales. Incluso, se puede constatar que las fronteras
entre ambas “familias” se han vuelto muy imprecisas y movibles e, incluso, permeables.
También este fenómeno de permeabilidad es observable relativo a las iglesias del
protestantismo “histórico”.

Considero que sobre esta tensión de desconfianza y fascinación simultáneas se moverá


la relación entre los pentecostalismos y la postmodernidad en los próximos años en
América Latina.24 Los pentecostalismos, además, seguirán expandiéndose en las
poblaciones latinoamericanas, alcanzando con mayor fuerza las capas sociales medias.
La pregunta que David Stoll planteara a principios de los 90: “¿Se está volviendo
protestante América Latina?”, en las próximas décadas deberá responderse: ¡No,
América Latina se volvió pentecostal!

24
Considero acertado el apunte de A. Droogers, Globalization and the pentecostal success: “The fascination with
globalization does not stem from the characteristics of the global, but from the attitude developed locally in order to
survive in an era of globalization.”

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