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Hola Belén!
Cómo estás?
Yo soy Hugo, el anotador del Alacrán. Juan nos pasó tu contacto. Nos dijo que no
había visto tu trabajo, pero que en cambio tenías cierta experiencia diseñando
camposantos, que le habías hablado con elocuencia sobre tus cabalgatas en el
desierto y que ya habías presenciado el oleaje frente a las islas del Pacífco. Por lo
pronto eso nos basta. Primero que nada, quiero que entiendas que no solemos
revelar este tipo de detalles y que contamos con tu absoluta discreción en este
asunto. Al mismo tiempo, quiero agradecerte de antemano por considerar
nuestra propuesta. Si optas por rechazarla, te pedimos que hagas como si no te
hubieras enterado de nada. Lo digo más que nada por Juan, cuya dirección de
domicilio bien conocemos, y que al describirte no escatimó en palabras de
consideración. Es un buen muchacho, acaso un tanto ingenuo, y no tiene por qué
sufrir los estragos de una negociación echada a menos. Como lo diría Arturo:
olvídanos por él.

O no. No te voy a mentir: este es un proyecto ambicioso. Incluso yo, que


normalmente siento tan poco, no puedo evadir el entusiasmo cuando se habla
del Alacrán. Sobre todo desde fuera, plano pájaro, exento del desgaste de los
tiempos muertos y fuera de la opresión del presente perpetuo. No haré de este
briefng un lamento, pero rara vez se me permite vislumbrar lo que podrá ser, lo
que podría venir luego. Cuando el Alacrán deja de ser realidad cotidiana y se
convierte en *proyecto*. Y a mí eso, si acaso nada más, me parece emocionante;
quiero decir, por algo decidí quedarme. Pero yo no estoy para estas cosas. Antes
que nada, déjame entregarte el mensaje de Tifón, que ahora se dice entusiasta de
la arquitectura y que es quien realmente te quiere contratar.

"¡Belén! ¡Bienvenida! Qué pena que no podamos conocernos en persona. Me han


hablado muy bien de ti. ¿Sí sabes que tengo un primo, Vicente García, que tiene
sus huertos en Jaén? El olor, la textura; nunca he probado una cosa así. Tierra
privilegiada. ¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes? ¿Mejor ser breves? A ver. Seamos
breves. Primero que nada, quiero que te olvides todo lo que hayas oído de mí. Yo
no estoy aquí por el dinero. ¿Preferes que sea sincero contigo? Voy a ser sincero
contigo. Hace dos años me dijeron que no podía tener hijos. De las cosas más
difíciles que hemos vivido. ¿Mi culpa? ¿La de Silvia? Eso es lo de menos. La
tragedia toca la puerta y hay un rato que tienes que atender. ¿Qué íbamos a
hacer? ¿Separarnos? ¿Negarnos la verdad? Hay gente que va por otro lado: deme
un negrito, deme un suquito, hagamos como si fuese nuestro, de verdad. ¿Yo? Yo
dije: muy bien, Silvia, aceptémoslo. Eso es lo que nos tocó. Humanos somos
todos, ¿sabes lo que te digo? Silvia, hagamos un regalo. Olvidémonos un ratito
de nosotros y pensemos en los que vienen después. ¿Sí me sigues, Belén? El
dinero no tiene nada que ver. Yo creo en la evolución: yo creo que los que van a
venir después van a ser mejores que yo. Dije: 'hagámosles un regalo'.
Hagámosles un buen regalo."

"¿Vos crees en el futuro Belén? ¿Vos crees que todavía no hemos llegado? Yo
tampoco. ¿Cuando eras chica salías a mirar las estrellas, te decías que llegar era
cuestión de tiempo? Yo también. Seamos breves. Te boto tres ideas, tripea por ti
misma. Telepatía, biotecnología, realidad virtual. ¿Qué más? Nada más. Eso es
todo. Ese es mi regalo. Hay quien dice: hagamos el contacto, arrojemos sondas,
vamos en transbordadores. Muy caro. ¿Quieres atravesar la galaxia? Muy
pesados. Con que cruce la consciencia es más que sufciente. Este es el rato en el
que tengo que decir: sí, estoy hablando en serio. Este es el rato en el que te digo:
confía en mí. O mejor dicho: confía en que tengo a los mejores. Va a haber un
rato, tarde o temprano, que San Pedro me va a preguntar qué es lo que he hecho
yo. Todo padre señala a su criatura, asegura que le tiene bien comida, que va a
crecer próspera, robusta, sencilla. Bueno, pase. ¿Yo? Mire, tengo nueve crías, y
una mujer bien jodida, y nunca he dejado de divertirme. Bueno, organícenos la
despedida. Háganos tripear. Yo apunto hacia allá. Pero no esto no se trata de mí,
¿sí estoy siendo claro? Estamos hablando de industrias de miles de millones de
dólares. Estamos hablando en serio. ¿Estamos hablando en serio? Bien. Quiero
que sean diez. Y no, no estoy hablando de ti; no te me vayas a asustar. Quiero
más.

Lo que quiero es una casa que esté viva, una casa de verdad. Que digas: sí, aquí
es, aquí están los best & brightest. Que llegues y pienses: 'al fn he llegado'. Y
cuando el best & brightest se sienta perdido, -porque aquí se viene a trabajar-,
que cuando se sienta perdido mire al techo, y se diga: 'cierto! me había olvidado
que estaba cambiando el mundo'. ¿Quieres esquemas, enumeraciones, un plan
de acción? No señorita, vaya a otro lado. Yo lo que ofrezco son ochenta millones
de dólares y ni un centavo de cambio. Usted vea de dónde saca su comisión:
duplíqueme el precio del ladrillo, sáquese su porcentaje, haga lo que le dé la
gana. A mí eso no me importa. ¿Que qué quiero a cambio? Una ofcina viva.
Quiero una academia socrática, un separador de partículas, un continente de
mentira. Quiero que la pintora asiente sus manos en el barandal y se sienta
genuinamente excitada. Quiero que cuando el androide se desconcentre la pared
le arroje de vuelta a la pantalla. Quiero que todos, en todo momento, se sientan
en su casa. ¿Vos, Belén, vos puedes hacer eso? Si te digo: ve, heredé una isla en el
Pacífco, cristalízame una realidad imposible, ¿vos dices: "bueno"? A mí no me
importa cómo se vea: recto ruso, palacio de jade, iluminado traslúcido. Eso es lo
tuyo. Yo lo que quiero es resultados. Pero, ojo, no te me asustes, que tengo toda
la paciencia del mundo, y aparte soy un hombre bien humilde. ¿Que estas son las
respuestas? No, yo no tengo las respuestas. Las tienen ellos. Ya les vas a conocer,
y quizás te sorprendas: no estamos hablando de los doctores especialistas, de los
grandes famosos. Todos diamantes en bruto. Los contraté de pura intuición y
ese es mi mayor orgullo. Lo que yo les doy es un espacio para que saquen lo
mejor de sí, para que desafíen sus propios límites, para que ahora sí encuentren
lo que han buscado desde siempre. Y sobre sus hallazgos edifcaremos nuestros
nuevos panoramas, nuevas concepciones. ¿Ahora sí me entiendes? ¿Quieres que
sea sincero contigo? Quiero ser un padre para ellos. Y después, pasado nuestro
tiempo, que quede lo que descubrimos. ¿De dónde sale la idea de un billón de
dólares? Yo quiero que te levantes orgullosa, blandiendo la carpeta, y digas: de
aquí, de este lugar. ¿Vos puedes hacer eso? A veces es tragedia; otras veces es
gloria la que toca la puerta. Siempre hay que estar preparados, ¿no? Qué pena,
Belén, que todavía no nos hayamos conocido. Pero estoy seguro de que nos
veremos pronto. Ahora te tengo que dejar".

Tifón Serendipia. Es una farsa y es un sultán. Cada cuánto nos decimos que el
momento en el que le permitimos hablarnos es cuando nos echamos a perder.
Pero, ¿en quién más creer? Aquí hablan muchos, pero el que actúa es él. Y la
inspiración visita al que la busca trabajando. Tomemos el caso de Tifón
Serendipia, que se ama a sí mismo como nunca antes se ha amado, y que pese a
todo decidió que no tenía nada qué perder y decidió jugársela en la industria de
la inteligencia artifcial. Momento oportuno, sonríe Fortuna. ¿Ganamos una? Él
sonríe, no ha pasado nada, ahora me la juego en la bolsa. Vamos de nuevo,
triplica sus bienes, cómpremonos un jet. Él, por su parte, nos suele repetir que el
día del juicio vamos a preguntarle al Todopoderoso que para qué nos
molestamos, y Él responderá que no, que el propósito era seguir jugando. Ahora
vislúmbralo en su silla de malla, perspirante persuasivo, obesidad acechante,
amasa tu inconsciente y se queda con la mejor parte. Claro que puede pensar en
muchas cosas a la vez: él es quien gira las perillas en el cuarto del control. ¿El
secreto de su éxito? Olvido infatigable. Pregúntale al fnal del día que qué ha
sido de su vida y él te va a responder, con total sinceridad, que ni la más remota
idea. Por eso es tan difícil de seguir: presente perpetuo. Cuando llegué dijo: "no
te adaptes a mi ritmo, yo me adapto al tuyo". Pero no me lo dijo a mí. ¿Ahora me
entiendes cuando te digo que yo ya no soy yo, que ya no sé si estoy allí?

Somos once. Ya conoces a dos: megalomaníaco con défcit de atención y


fantasmagórico hombre espejo. Podría pedirle a cada uno que te mande un
saludo, pero no creo que esa sea la manera más efciente de proceder. ¿Qué
procedimiento buscamos, de todas formas? A ver. No queremos que te sientas
abrumada comprometida y que huyas despavorida a denunciar esta noble
operación. Lo que queremos es que nos cuentes qué piensas. ¿Cómo hacemos
que edifcio con cuartos tan distintos que también tenga sentido, por dentro y
por fuera? ¿Qué tan amplias las ventanas? ¿Cómo lucen las columnas? ¿Conoces
escultores que hagan esta clase de gárgolas? Todo en rasgos generales,
impresiones, pinceladas. Queremos que nos cuentes, con toda la confanza,
cómo te lo imaginas tú. Quizás luego te pidamos un planito; si ese es el caso,
recompensaremos cada minuto de esfuerzo con las tarifas más generosas del
mercado. Pero ya te lo ha dicho Tifón: esta es prácticamente una ONG en la que
incidentalmente hay mucho dinero de por medio.

Te digo: Albatros es una isla inhabitada en el Pacífco. Tenemos un barquito que


nos va a traer, tres veces a la semana, lo que sea que necesitemos. Agua brava
abrigada y exuberante bosque tropical. La locación es un sueño. Es un edifcio
que va a ser habitado por once seres, pero alguna que otra vez llegarán
invitados. Quiero decir: por la naturaleza del proyecto, no podemos ofrecerte
una estancia acogedora para tu primera luna de miel, pero estamos seguros que
cuando el Alacrán esté construido coincideremos circunstancias para que
vuelvas a venir por aquí. Y seguramente también vendrán, a su debido tiempo,
shamanes, psíquicas y jefes de estado. ¿Pero cuál es la naturaleza del proyecto?
Solo Tifón lo tiene claro, o eso es lo que nos dice, pero lo que nos ha dado a
entender es que quiere desafar nuestra noción de humanidad. Sus ambiciones, a
veces, tienen tintes comunistas: que la idea es que todos y todas confuyamos en
una sola consciencia. Otros días es más infantil, busca transmisiones
alienígenas. A veces, muy molesto, le pide a CE que imprima voluminosos
informes bursátiles, todas las respuestas expresadas en porcentajes. Nos dice
que tenemos que simular una ciudad completa. Que tenemos que encontrar la
esencia del amor. Mi recomendación es esta: no pienses demasiado en eso.
¿Entre nos? Lo que Tifón quiere es un cuarto de juegos. Se me hace que todo
esto del desarrollo & investigación es más como humo & espejos, pero la verdad,
y pese a todo, a mí ya no me decepcionaría tanto descubrirlo.

Creo que Silvia, su Majestad, sí se molestaría, aunque a estas alturas ni tanto


verás. No sería la primera vez que se decepciona, y en todo caso sus prioridades
siempre fueron otras. Hace años descubrió que para domesticar a su marido
bastaba con dosifcarle los éxtasis y cambiarle de cajón las golosinas. ¿Le
importaba tanto que todavía se encerrase a jugar videojuegos en horario de
ofcina si llegaba a fn de mes con semejantes roles de pago? Ahora es su propio
jefe, debe haber empeorado. ¿Y? ¿Quién iba a juzgarlo? ¿La iban a juzgar a ella?
Sabe que dicen que es "una materialista": ella las busca, las invita a tomar el té,
nos vemos a las seis y media. Recién esa mañana se ha decidido la temática de
esta velada: saca las alfombras persas, llena la sala de jazmines, ponte a rebanar
estos pistachos. También mátame un cordero y consígueme un bartender
argentino: necesitamos daiquirís, martinis y ese coctel de capulí que sabía hacer
el Guido; ya le llamo yo; qué bueno que viniste, por favor súbete las mangas.
Quiero muchos dulces libaneses pero también quiero que la repostera belga
mandona de la primera comunión del Ismael; por favor Tía Graciela, bórdeme
unas canastillas, yo le paso dejando la masa hasta antes del mediodía. ¿Estamos?
Cuando soltera eso hubiera bastado, pero con los años Silvia ha acumulado
contactos, y ahora es capaz de sonreírle al director del museo y convencerle de
que por esta tarde le preste el león alado. Ellas dicen que también ofrecerían
esos festines si no les hubiera tocado hacerse madres. A Silvia se le ocurre traer
al coro infantil de la parroquia, solo para que se vayan mucho a la mierda, pero
puede que se pongan a rezar o algo. Sin embargo, ¿no faltará alguna otra
forcita? ¿No preparamos algo con trufas? ¿Y si soltamos pavos reales? No está
del todo convencida de cómo quedaron acomodados los cuadros, y en eso llegan
ellas con sus tartas caseras, con amor by Betty Croker, y su candelabro de cuota
protestada -"no me gusta, ¡me encanta!"- y luciendo las mismas blusas con las
que incendiaban la disco en los dos mil, pero con otras espaldas, y Silvia se
pregunta para qué se molesta tanto.
En cambio ella, que todo tiene que enseñarles, las espera con un modesto jean
azul petróleo (que sí, es de manufactura artesanal y sí, solo lo venden en Milán)
una blusa acorde a sus años (de vicuña, pero no se trata de eso) y un
pequeñísimo dije de topacio. Y ahora es cuando saca a relucir su verdadero
talento y evade las conversaciones estériles sobre experiencias con pañales,
reseñas de guarderías y logros extraescolares y en no más de media hora, ni bien
saludadas, ya surge el primer relato sabroso sobre cómo Clara Degas, la Mochis,
odontóloga, una mujer escrupulosa con rostro plano, como de careta, decidió
que el Fico estaba saliendo más de la cuenta y se declaró enamorada del Víctor
Figueroa, que en algunos carnavales nos invitó a su quinta. Pero, esta es la clave,
es inadmisible hablar sobre esos carnavales: en la casa de Silvia todas las
escenas son frescas. Y durante las siguientes cuatro horas también consiguió
evadir la nostalgia, las malas noches, las recetas de cocina, los hábitos familiares,
las opiniones y las películas. Se agarró de lianas genealógicas y pecados
similares y no permitió que transcurriese un minuto desprovisto de asombro,
risa o malicia. Se fueron exhaustas pero contentas, por algo mejores amigas, y la
verdad es que ella misma subió con un nuevo vigor y casi que disfrutó de las
monótonas embestidas de su narciso con sobrepeso. Pero la que le tocaba:
imaginemos la cara que puso cuando, durante el cada vez más áspero
enternecimiento post-coito, su marido le confesa que acaba de adquirir una isla
remota en el Pacífco porque ha decidido que ha llegado el momento para
cambiar el mundo. A la mañana siguiente Silvia tomó el siguiente vuelo y se fue
a refexionar el divorcio en un chalet en los Alpes, y durante esa semana subió
seis onzas exactas a punta de chocolate caliente y tarta de nuez, pero cuando
volvió le dijo que bueno, que más le vale que le permitiese decorarla a su estilo
pero ya veremos qué pasa después. Entonces sí: ella es la que más difcultades te
va a traer.
Pero ahora mismo, ya dentro de nuestra organización, donde están puestas
todas las luces es en CE11, nuestro programador prodigio, el mensch-machine.
Ese es bestial: el pelo largo, seboso, con su especie de poncho, sentado frente al
taburete, no cambia de cara nunca. Al principio era muy impresionante que
tenga tantas pantallas prendidas a la vez, como si verdaderamente estuviese
considerándolo todo. Tifón estaba encantado; se compró otra él, y luego no se
molestó cuando dejó de salirle el negocio. "Se paga solo". Lo dijo como si se
tratase de un objeto, que, te digo, nosotros no podemos discutirlo del todo: lo
digo por el ojo biónico, de aquí para allá, de allá para acá, infrarrojo y aparte
sonoro, pulido del platino y forjado en Hamburgo, y aunque a veces, en los días
agitados, sí se le veía la senda de caspa en la boca de la capa y otros, violentos, se
olía la tirra del sudor embaucanado y el aliento a cebollín, en rasgos generales, el
omnivisor le otorgaba gracia y elegancia a nuestro guerrero de silicio.
Ahora mismo, ¿qué batalla libraba? La cosa es que eventualmente Tifón se
comenzó a molestar. Le dijo, entre jijís y jajás, que le iba a enviar de jefe al
cuartel general y que, ya que los primeros resultados habían sido tan
prometedores, podía, al fn, ponerlos en práctica dentro de una óptica más
universal. CE11, que, se suponía, tendría que haber dicho que sí de inmediato, se
angustió muchísimo, y argumentó que ahora mismo cualquier renderización
sería ensurcida sobre el vacío; que ya se había descubierto cosas y que un apuro
impertinente bien podría echarlas a perder. Tifón asumió que las demoras eran
más que nada porque CE no quería trabajar con el resto de ingenieros. Sonrió
como cuando empieza a enfadarse.
- ¿Qué cosas?
CE no sabía qué responder. Todo había sido enviado e informado y tal como se le
había ordenado. Había un dato muy claro, y quizás ésta, y no otra, era la razón de
los reclamos: poco a poco, día a día, las pantallas se habían ido apagando. CE11,
en un principio absorto por la encomienda, había prendido todos los aparatos a
la vez: al fn sabía qué preguntar. Y no era una sola cosa. Por ejemplo: cómo
modular la telepatía. O cómo transportar el ritmo de su laboratorio a un
terminal remoto. O cómo traducir subtextos humanos en paréntesis
preprogramados. O cómo se comporta una placa tectónica a lo largo de cinco,
veinte, trescientos millones de años. Qué es lo que hay dentro de una semilla.
Cómo preparar clorofla sintética. Cuánto infuía la gesticulación facial durante
el primer encuentro heterosexual primate. Cuál es el sistema religioso propicio
para aumentar la productividad del primer poblado simulado. Cuánto
demoraría el poblado en dar sus propias respuestas. Y cómo las ordenamos. Y
así. Tifón no solo pedía un supercomputador de carne y hueso, sino un brillante
enciclopedista. Y, por unos meses, parecía que se le había concedido. Muy pronto
llegarían los desbarajustes.

¿Quiénes más? Bueno, edad antes que belleza. Tancredo Petra, cura sin dios,
tiene un cuerpo de sesenta años y una mente de seiscientos cincuenta. Es como
si hubiéramos desenterrado una momia erudita y que todavía siga medio
perdida. No estaría en ese estado si tuviese una nieta que lo obligue a raparse,
afeitarse y comprarse un sombrero de copa, pero a falta de todo lazo familiar, lo
que nos queda es el lanudo alunarado de canas bravas y cabeza pesada, cuyos
sacos de terciopelo albergan ácaros creídos extintos y que a cada estiramiento
desprende, tras los pedazos de jabón vencido y los restos de agua forida, una
ponzoña faraónica, como si su misma sangre perteneciera a la edad antigua.
Tifón dice que lo ha traído para divertirse con sus observaciones rebuscadas, y
que se siente muy listo cuando su fraile menosprecia verdades de Tomás,
Confucio y Plutarco con una sola frase, pero la verdad es que su propósito en
este lugar es un tanto más perverso. "Invéntanos un dogma ante el cual
arrodillarnos". Quien más lo necesita, por supuesto, es el propio Tifón, que con
tanta frecuencia suele confundirse por Dios, pero está claro que si esa nueva fe
puede mover al gigante, las almas más sencillas se postrarán sin titubeos.
Tancredo, por su parte, ha solicitado una biblioteca de dimensiones
considerables, permiso para enredar a cada colega en una flosofía distinta, y
reliquias y artifcios ensamblados y embalsamados desde todas las partes y
durante todos los siglos. Ariel ha imaginado su despacho de roble apolillado,
lleno de bustos de muertos y mapas de países que aún no han sido descubiertos.
Ten en cuenta que Tancredo todavía mantiene sus pocos placeres: un señor muy
distinguido, telarañas en los testículos, que gusta de salir al porche con su copa
de vermut expirado y contemplar cómo, como las nubes, también nos vamos
deformando conforme pasa la tarde. Aparte de sus cinco capillas, nuestro amigo
decrépito dice no traer muchas exigencias consigo. Es menos barato de lo que
cree, y eso que no se enferma todavía.

¿Que esa atmósfera se te hace pesada? Espero, en ese caso, que no tengas que
lidiar con Rekairus Solórzano, zombie salvaje, que se murió, se abrió un hostal
en el limbo, se hizo drogadicto, se tiró a discapacitadas de todos los tipos,
saqueó templos y cazó deinonychus, se aburrió, le mandaron de vuelta, se
cabreó, se puso un crematorio, quebró, se fue a la guerra, perdió, se propuso
excavar un túnel hasta el núcleo de la Tierra y así es como lo encontró Tifón: con
los huesos expuestos, costillas chamuscadas, dedos disolviéndose cual turrón
envejecido y la cara cubierta de larvas. Una sola ambición: morirse como Dios
manda. Que no te sorprenda encontrarle extirpándose las extremidades con la
cuchilla o englutiéndose el kerosene a la alta madrugada. ¿De qué nos sirve? Lo
que pasa es que este desparpajo conoce secretos químicos que escandalizarían a
cualquier mortal. Cada semana le llega un container con cuerpos frescos: no solo
fscales y alcaldesas, sino hipopótamos, salamandras y zariheeyas. A veces los
sumerge en formol y otras veces ni se molesta: les clava jeringas, los prende en
llamas, extrae las toxinas y tritura los restos como si fuese cuestión de jalar el
agua. Dentro de todo, Requi tiene su sentido del humor, y cuando se propone
entreternos con sus aventuras en La Caracha, todos nos quedamos quietos,
pasmados angustiados, y a veces incluso nos coge cierta ansiedad por conocer el
inframundo, con todo lo fétido que pueda llegar a oler. Ahora bien, esta no es la
constante, y Tifón tiene que responder constantemente a súplicas que le ruegan
desprenderse del rufán en descomposición. No es una situación sencilla: cada
siesta trae peores pesadillas, y mientras él germina su Fermentus, nosotros
recaemos en la febre, el recelo, la cobardía, etcétera. No tendría sentido si tan
solo cultivase malestares, pero bien se sabe que Requi puede, mediante prótesis
y pociones, burlar las imposiciones del abismo, y lo que queda del día se dedica a
cocinar la psicodelia más potente del hemisferio.
Le pregunté qué necesitaba y me dijo que lo mínimo que esperaba era una puta
baticueva. No sé si tengamos que ser tan drásticos, sobre todo cuando la
tecnología de punta no le traerá ninguna utilidad. Pero sí hay requerimientos.
"Consígueme la tumba de alguna muerta famosa; una catacumba de muchas
columnas; quiero una cueva que siempre esté húmeda. Quiero pasadizos, quiero
enjambres, quiero meter la bandeja y quemar y sacar y secar y meter la bandeja y
quemar y lamer y sacar". Un tipo peligroso, aliado formidable. Es una pena que
no pueda querer a nadie.

Pero para que la muerte tenga sentido tiene que haber la vida, y por eso Tifón
nos trajo a Liliana Espinosa, nuestra voz vegetal, que no pone ningún reparo en
desnudarse con los arbustos, enredarse entre los sauces y mezclarse con el
ecosistema en su dinámica natural. Era activista ecologista hasta que decidió
que sus gritos estaban angustiando a las algas. A estas alturas ya no nos
sorprendería encontrarla una mañana convertida en hortaliza. Mírala de perfl:
nariz puntiaguda, casaca llana, ojos verdes que buscan el infnito y que se
contentan con la corteza del siguiente eucalipto. No está precisamente
concentrada, así como no sería preciso decir que es amor lo que siente por las
plantas. Avispas y estrelicias le causan ternuras parecidas, y nosotros no
podemos decidir si se había vuelto ensimismada o si cuando cerró las
compuertas había dejado fuera los baúles de su personalidad. "Yo estoy vacía",
nos dijo alguna vez. "Soy un cuenco que se llena con el día". Para entonces,
Liliana ya le había despojado al bosque de todo drama. "A veces ni me doy cuenta
y soy la rama". La imaginamos fuyendo enclaustrada, hecha de salvia,
desplazándose churuco por churuco hasta las entrañas de la montaña. Así era la
Liliana: solo se sentía libre cuando iba bien aferrada de las raíces. Luego se le
exigía regresar y se había perdido nuevamente.
¿Ahora entiendes lo que te decía Tifón? No estamos hablando de una brillante
botanista, capaz de seleccionar tres brotes entre tres jardines distintos y
preparar el fármaco que reestablecerá la fertilidad del hogar. No: tiene que ser la
desquiciada silvestre que cierra los ojos, mete mano en la tierra y hace
fotosíntesis con los helechos; una postal taoísta que fue demasiado lejos. ¿Qué
necesita Liliana? Ciertos padres dirían que una buena zurrada, pero ella nos pide
invernaderos: de la tundra a la jungla y todos los pisos de en medio.
Seguramente habrá uno que otro problema cuando se ponga a mutar los
sembríos de Carmela, pero no nos adelantemos.

Sube las gradas y te encontrarás con Arturo, amante atormentado y dj amateur,


cuya fastidiosa sensibilidad siempre le mete en apuros y para quien la vida no es
sino una sucesión de pasiones: carnales, gastronómicas, musicales. En un
arrancón de crueldad, Tifón decretó la abstinencia y lo encerró durante dos años
en una torre frente al mar. Luego le recogió en plan plena demencia, velludo
semidesnudo, rodeado de rabiosos roedores de semen sólido y devastado porque
la ciencia le había extirpado a la noche de su esencia. Esa torre todavía no existe,
pero nosotros le convencimos de que ya había pasado lo peor. Ahora se supone
que mostraremos un poco más de clemencia con el supuesto telépata, que en su
tiempo era capaz de sonreírle a la más descachalandrada de las cajeras y
convencerle que, si mirara al director de casting de la misma manera en que
miró al súperpack ahorro de sardinas en aceite, el súper estrellato era una
garantía, y todo Los Ángeles se volcara a preguntarle cómo es que mantenía sus
manos tan fnas. Arturo reúne las tres facetas que indignaban a Teseo: loco,
enamorado y poeta: que ve demonios, que ve belleza y que le asigna a la áurea
nada moradas etéreas. Al principio era capaz de conjurar la intimidad en
cualquier momento; adentro, el detalle más burdo ya emanaba frecuencias
electrifcantes. Sin embargo, le fuimos ampliando los horizontes y a él se le fue
zafando la compostura. Días antes del encierro clamaba que en realidad todas
las palabras no eran más que grafías y que todas las miradas estaban perdidas.
Estos días, que ya ha puesto mejor cara, le pregunté qué quería, y él me dijo que
no me molestase, que él prefería una chica que entienda que la habitación vacía
es la más elegante, y que si tan generosos estábamos, no le sentaría mal un
paquete con velas, vinos y preservativos. Pero yo no me fío de estos caprichosos
casanovas: un día se juran felices paseando en harapos y al siguiente se
obsesionan por conseguir gabardinas de alcatranes. ¿Si sabes que Lord Byron
solía pasearse por el campus con un tigre de bengala atado a su correa? Este es
el tipo de carácter que tendréis que arquitectónicamente aplacar.

Que es bastante sencillo, sobre todo al compararlo con el de Claudia, cuya


presencia en nuestra organización no es menos que milagrosa. Quiero decir;
¿cómo es que Silvia lo llegó a consentir? Mírala. Mira su láctea luminiscencia y
sigue los mechones por los corredores; mira cómo se espolvorea, tirana coqueta,
coleccionando miradas y ensarzándolas en su gracia. En vez de abrumarse por el
monopolio de atenciones, renuncia a todas de un gesto y se dedica a brincar,
como incorpórea, sobre los nenúfares emergentes que ofrece el camino. Las
miradas la siguen hasta donde pueden seguirla y luego queda solamente río. Su
gracia es ésta: Claudia no concibe el acto de pintar sin trasladar su sensualidad
entera a la punta del pincel. Te confesaré que aún no la conozco tanto, pues
consiguió excusar una excursión semanas antes de que arranque El Encierro.
Qué te puedo decir: estoy ansioso de que nos sorprenda. Sin embargo, tuve la
ocasión, una vez, en la ciudad, de acompañarla por el museo. Ella distinguía
cómo la luz caía en cada poro de cada rostro y las salas le recompensaban con
pétalos rebosantes y hércules fornidos, y ni me di cuenta y ya estaba
atravesabando el lago de sombra y las planicies de índigo y el frenesí carmesí y
cruzó y regresó desde todos los umbrales y se enfrentó con la muerte y con la
gloria, gozosa kinestesia y turbulento raciocinio, 'ninguna sinfonía es eterna', y
sus propios poros resplandecían como remojados por manantiales metafísicos, y
por un momento, acalorada, sobre-estimulada, acariciada en cada nervio,
recordó que la nación que habitaba sí existía, que otros también habían estado
allí, y que era posible entregarse al abstracto y que el abstracto le devuelva una
forma de salir. "Estuvo bien, pero en el otro me pasé mejor". Así me dijo. ¿Es
Claudia un ave, lo que quiere es volar? Ridículo encasillarla en una sola doncella:
cada noche necesita sentirlo todo, todo, sin eufemismo alguno, y a cada instante
tiene que cambiar y mutar y acoger la sumisión para descascararla hacia una
nueva libertad. ¿Cómo capturamos su intensidad? Lo que Tifón le dijo a Silvia es
que contratarla era la forma más práctica de registrar nuestros hallazgos tan
extraños, pero por lo pronto los óleos presentados han resultado bastante
indescifrables. Silvia, en cambio, bramaba porque durante esos dos años haya
recibido su sueldo completo, pero esas cóleras son inofensivas frente al relajo
que va a armar cuando vea las dimensiones del estudio que le habremos
construido.

Ariel Guzmán tiene diez años, y por ende todos los toman como
chivioexpiatorio, pero realidad ahora mismo es el más poderoso de nosotros.
Carmela procura encausarlo, y ensaya sermones que a ella mismo le sorprenden
por su violencia, pero cuando llega el momento y lo encara, ella con las manos
heladas, el mandil goteando pitahaya, profundo fragor a mandarina, y él en
cambio enpijamado, apenas desperezado, el afro aforme especialmente
esponjoso y sus ojos portadores de tres lagañas distintas, y la encara de vuelta, y
ella quiere abalanzársele con hortigas y arrojarlo desde el peñasco y él, con toda
la naturalidad del mundo, le dice que cree que ha llegado la mañana en la que va
a probar el sabor del café. Y la hipnotiza. Pronto Carmela, que no está unida a la
cría por ningún nexo de sangre, se ve desgranando el regalo navideño de sus
sobrinos en absoluta complicidad con el hijo que nunca tuvo, que por su parte
vierte la mitad del agua caliente, estropea tres papeles fltro, hace veinte
preguntas durante el proceso y saborea el bocado como reencontrándose con
todas sus reencarnaciones previas: al mismo tiempo compositor astrohúngaro,
hacendado serrano, jinete montubio, y pone cara de niño grande, y con la misma
ternura de siempre le dice: "me han dicho que sabe todavía mejor con un
cigarrillo". Carmela se horroriza, y esa misma tarde va donde Rekairus, bañada
en agua bendita, rosario bien empuñado y dientes de ajo en el sostén, y le dice
que si llega a percibir un rastro de nicotina en el aliento de su chiquito ella
irrumpirá en su guarida como un huracán de lejía, que vaciará todos los calderos
y se gastará tres frascos de Pinoklín.
"¿Puedes bajar el tono de voz?", le responde Rekairus. "Yo no fumo tabaco desde
hace varios años. Eres tú la que le está envenenando con cafeína". Y así, otra
noche en que la Carmela no duerme pensando en el muchachito insolente,
convenciéndose de que a la mañana siguiente esta charada se suspende y que el
pobre niño parte hacia un orfanato de verdad. ¿Pero cómo iba a suceder tal cosa?
Por lo pronto Ariel ha sido el único capaz de generar alguna idea original. Silvia,
tan perspicaz en tantas otras percepciones, ha sido incapaz de intuir que todas
las inversiones de su marido penden de la imaginación de un niño chico,
huérfano hermafrodita, que no sabe dónde está parado, que se burla de leyes
físicas, verbales, moleculares y a quien todo le parece un poco fascinante porque
todo le resulta un tanto fantasioso.

¿Qué es el Alacrán? Un niño grande, Tifón Serendipia, decide que ahora tiene los
medios para construir la sala de juegos que nunca tuvo de chico, y ahora es
capaz de mentirse a sí mismo con semejante ritmo, con semejante estrépito, con
semejante *autoridad*, que no ha sido cpaz de comprender que sus ideas tan
geniales provienen de un preburto psicodélico que atraviesa dimensiones sin
ningún sentido de proporción y que cuando le pedimos sus recuentos insiste en
los detalles más extravagantes. Eso sí, siempre fascinado, y conforme lo iba
conociendo, conforme tripeaban juntos, Tifón se fue aburriendo de los adultos
que lo rodeaban, que insistían en que existíamos en una sola realidad, con una
sola identidad, y que cada uno era único pero que las peculiaridades eran sutiles,
complejas, y que era imposible que nos descifrásemos del todo pero que al
menos compartíamos condición, humanos todos, en un mismo planeta, y el
pequeño Tifón no quería, no podría aceptar que todos, patrones y esclavos,
hayamos sido imbuidos de la misma cantidad de vida y mientras él seguía
enfrentándose a cortesías familiares y altibajos bursátiles y estados de cuenta,
también seguía acercándosele esta criatura sin familia y sin hogar, que le seguía
contando, con énfasis extraños, los sucesos más extraordinarios: por que
ejemplo, le contaba sobre un bacalao con alas de murciélago que vigilaba una
estación de metro inundada en gelatina y que salía una niña, lo pescaba con una
cuerda y le decía: "está por darte la gota". Estas absurdas viñetas oníricas le
llevaban a Tifón a los rincones más corroídos de Silk Road, HTML2, y pronto le
llegaban paquetes de estampillas concentradas desde el corazón de Holanda.
"Cuando las comas nunca te veas frente al espejo", fniquitó.

Pero qué se iba a acabar nada: pronto fantasiaba con asesinar káiseres y con
mudar sus operaciones a Delaware, y durante la merienda decía cosas como "el
hombre que vivirá 200 años ya ha nacido". ¿Qué tiene que ver Ariel con esto?
Tifón, lo que a nadie, milagrosamente lo escuchaba. Y sí, todavía quería ser rico y
poderoso y el illest motherfucker alive, pero ahora la mera humanidad le
resultaba tediosa. Decidió armar su sanatorio remoto como si se tratase de otro
porro: con cautela pero con determinación. En eso Silvia, al principio
impresionada por la retórica revigorizada, cayó en cuenta que la situación no
era tan "ramita no más es" como se lo habían insistido, y cuando ni las tablas de
Excel (que ahora lucían hermosas, no lo negamos) argumentaban que de nuevo
estaba exagerando, ella irrumpió en la ofcina, y se encontró con su gordo
llorando, con los pies remojados en ponche de frambuesa y con los tres
televisores transmitiendo entrevistas sobre Transilvania. Se encontraron las
miradas asustadas. "Creo que me va a dar la gota", fniquitó Tifón.

Luego se relajó, pero para entonces ya le había picado el alacrán.

Ensamblar una jorga de justicieros chifados no había sido sufciente. Ariel, que
jamás entenderá dónde está parado, también logró describir un salón de cuarzo
donde se destruía el tiempo y donde cada visitante podía acceder a todos los
instantes que conformaban su existencia, como si los volviera a vivir. Luego dijo:
"no, mejor que todos vivan las vidas de todos", como si fuese tan así. Imaginó
piscinas de magma fría y piedras preciosas döppelganger. Y se seguirá
imaginando costosos disparates mientras le sigamos dando cobijo, azúcar y
melodías, pero yo sé que va a haber un momento en que el califato se entero, el
titán se espabile y el cuentito de ciencia fcción se convierta en un drama
espeluznante con adultos de verdad. Ese día temeremos por él.

Pero no nos adelantemos.


Y por último tenemos a la vieja Carmela, que es quizás la única humana dentro
de esta esta pantomima. Pero tampoco te confíes, que sesenta y cinco años
después ha habitado todos los matices de la histeria, y que

Ese es el elenco. Ahora, permíteme apelar por tu simpatía. El Alacrán está


apagado.

Demás está añadir que Tifón pretende mantener su dictadura bien establecida
en este sitio, y que, con plena constancia de las habilidades del equipo
arrejuntado, no puede permitir sublevaciones, cuestionamientos o sindicatos.
Lo que me lleva al punto más importante. De nada nos sirve una colección de
ensimismados peculiares, cada loco con su tema y enfrascados en sus propias
fantasías. Necesitamos que no dejen de intercambiar los hallazgos, que formen y
deshagan los lazos,

Y al fnal,

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