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Introducción
Black Mirror es una serie televisiva inglesa que se transmite desde el 2011. Hoy
cuenta con 19 capítulos de más o menos una hora que se han transmitido a lo largo
de cuatro temporadas; las dos primeras se produjeron en Chanel 4, en Gran Bretaña,
y las siguientes desde Netflix, en Estados Unidos. A modo de antología, cada capítulo
cuenta una historia independiente, con nuevos personajes, nuevas tecnologías y
nuevos percances, con su principio y su final. Cada episodio lidia con circunstancias
distintas que se presentan en el futuro próximo o el presente paralelo. A través de los
géneros del horror y la ciencia ficción, Black Mirror cuestiona nuestra relación cada
vez más íntima con nuestros artilugios -y con la pantalla, sobre todo- al mismo
tiempo que se sirve de ellos para develar facetas oscuras sobre nuestra naturaleza.
Pese a que las resoluciones de sus tramas suelan ser desconsoladoras, Black Mirror
ha encontrado el éxito en audiencias a nivel global. La crítica también la ha avalado
y ha despertado cierto interés en la comunidad académica. Pese a que la estructura
de cada trama suela ser más bien convencional, la serie ha ido reuniendo un peqeño
catálogo de fatalidades mediáticas: nos lo advirtieron los intelectuales, pero
multiplicamos los monitores, y ahora todo esto es lo que puede salir mal. Desde
distintas distancias y circunstancias, Black Mirror ha ido concretizando todos esos
tratados sobre vigilancia, deshumanización, híperrealidad que nos han venido
advirtiendo desde mediados del siglo pasado; en muchos casos, el mayor mérito de
cada episodio es dar cuerpo a estas nociones abstractas a través del artificio
narrativo y cinematográfico.
¿Pero estaría orgulloso McLuhan? Espectamos cada episodio desde una postura más
crítica, es cierto -alertas ante la inminente catástrofe- pero Black Mirror, lejos de
proponer una filosofía que encapsule la relación entre humano y artefacto, es un
producto comercial, horario primetime, que se sirve de esos pavores inusitados para
construir sus relatos y que pone a la reflexión intelectual en el mismo lugar que al
entretenimiento televisivo que desde tantos flancos procura desbaratar, o que a la
reacción primogénea ante los mecanismos del pavor. Los peligros son reales, pero
nuestras reacciones también. Así, pese a todo el bagaje teórico que podríamos
extraer de cada episodio, nuestra impresión es que la prioridad de la serie es
resolver cada historia satisfactoriamente; que antepone nuestra inmersión en el
relato sobre la disección de los malestares modernos desde los que esculpe sus
tramas. Como si nos dijera: “no hemos descubierto mucho de nuevo. Sin embargo,
en ciertos casos, lo hemos convertido en parábola”.
Ray Bradbury le dice al Paris Review que la ciencia ficción es el género de las ideas
(2003).
Días antes del estreno del primer capítulo, Charles Brooker, el showrunner de la
serie, presenta su proyecto en The Guardian.
Resaltamos tres ideas de esta explicación: la primera es que siempre hemos tenido
miedo, y que la paranoia siempre ha tenido un terreno desde el cual emboscarnos.
Los perturbadores informativos sobre la amenaza nuclear que se transmitían en su
infancia disparaban las mismas sensaciones de impotencia ante fuerzas
desconocidas. La generación de sus padres tuvo una guerra y la anterior tuvo otra.
Enfatizar la posibilidad catastrófica es una elección; otro artificio, que ha
demostrado ser un extraordinario motor narrativo desde siempre. Aristóteles en sus
Poéticas fue el primero en teorizar sobre el fenómeno e indagar en sus propósitos,
pero los primeros contadores de historias, reunidos alrededor del fuego o en el trajín
de la mudanza de una caverna a otra también habrán caído en cuenta que emitían
las mejoras resonancias al tocar las cuerdas de la angustia. Así, quienes cuentan
historias recurren al fatalismo no solo porque nuestros problemas sean
históricamente espeluznantes, sino también porque es una manera de lo más
efectiva de captar nuestra atención. La tragedia provée un terreno fértil sobre el cual
sembrar todo tipo de intrigas y donde se puede causar las estridencias más potentes.
Por el otro lado, los problemas son reales. Y aunque como usuarios de diversas
tecnologías ya hemos sentido la insatisfacción -aforme, abstracta- de haber
cuadriculado nuestras rutinas en píxeles, rara vez se nos la presenta en este marco.
No es solamente la sensación de “esto podría pasarnos a nosotros”, tanto porque
cuidadosamente ha evidenciado nociones latentes de que todas esas facilidades no
pueden ser tan benignas y no solamente porque “ya saben todo sobre ti”: hay nuevos
malestares, nuevas amenazas, hemos cambiado sin darnos cuenta y no todo es tan
maravilloso como se han propuesto renderizárnoslo.
Esas son algunas de las cuestiones que nos interesan: a falta de mayores rigores
científicos, más que intentar responderlas intentaremos discutir sobre ellas. Por el
otro lado, y dado el campo de estudio de nuestra maestría, el campo conceptual
sobre el que transitan estas tramas es irresistible. Black Mirror lo tiene todo:
convergencia entre medios e información, posmodernismo arrollador, análisis y
reflexión sobre el contenido exacto que brinca de un terminal al siguiente. No solo
habla sobre nuestros cambios de rutina, sino sobre el rol de la pantalla en propiciar
esos cambios. Hay momentos que parecería McLuhan dramatizado. Son los temas
que nos competen a nosotros.
Pero aquí la complicación: la naturaleza del relato exige que nos lo tomemos
personal, que parta de un ficticio particular y que engulla cualquier idea en el túnel
de la metáfora. En ciertos capítulos, estas descripciones de las sociedades
contemporáneas son de lo más efectivas, por no decir que de lo más tenebrosas,
pero cuando la serie alcanza sus niveles más potentes es cuando la trama discurre a
nivel de pareja o a nivel personal. Era un aparatejo curioso, pero ha transformado mi
soledad. Y ya no sé cómo salir.
{{METODOLOGÍA}}
The National Anthem
Temporada 1
Durante la jornada seguiremos de cerca al Primer Ministro, que hará lo posible para
zafarse de su dilema cruel. Fracasará una y otra vez. Ni bien amanece y los medios
ya se han hecho con la primicia. El decreto oficial es que nadie hable del asunto,
pero ,¿cómo no irían a compartir una noticia tan sabrosa, acción en tiempo real,
desenlace incierto? Para el mediodía media Inglaterra no solo está enganchada con
el minuto a minuto, sino que ya está opinando al respecto. Los porcentajes de
aceptación en las encuestas dictarán el curso de acción de un gabinete que va
perdiendo los estribos y un mandatario que a cada escena va aceptando su destino
repugnante (Ungureanu 2015). En tanto, la pantalla ya ha tomado su papel
preponderante en esta vorágine: vemos vídeos de la rehén, transmisiones de
noticieros, un set de efectos especiales y el mismo concepto de “esto está sucediendo
en vivo y en directo” envuelve el descontrol (García Pusa 2016). “¿Y usted, lo vería?” El
mero hecho de que se esté grabando ya trae otra urgencia a los acontecimientos.
Es curioso que durante el episodio, sin ninguna obligación cívica de por medio, se
nos incite a simpatizar con el primer mandatario. Como diciéndonos: incluso ellos
están tan desprotegidos como nosotros. Es un mecanismo que la serie usa en casi
todos sus episodios (Salem, 2015): tenemos personajes principales no del todo
simpáticos y cuya presencia, por una razón u otra, exige cierta distancia, pero
cambio los acompañamos durante todo su problema. Este es uno de los recursos
bretchianos que usa la serie para que nos insertemos en la situación: hasta cierto
punto, podemos tomar al personaje principal, neutral, desprovisto de peculiaridades
marcadas, y reemplazarlo por nosotros mismos. Ya ahondaremos en ello.
Tras los créditos nos enteramos que el malhechor se había propuesto presentar la
primera gran obra de arte del siglo XXI, que la princesa había sido liberada -con su
mano intacta- minutos antes de que empiece la transmisión y que la primera dama,
un año después, no había conseguir hacer las paces con ese hecho del pasado de su
marido. El preciso momento de la transmisión las calles están desiertas, como un
pequeño apocalipsis. Zunzunegui (1989) nos deja una reflexión adicional:
Temporada 1
Bajamos el ritmo y regresamos a la distopía habitual. Por un buen rato parecería que
no hay necesidad de contar ningún relato: durante veinte minutos (que representan
un día entero, que representan quién sabe cuantos años) exploraremos los recovecos
de esta pesadilla hi-tech sin ningún diálogo, sin ningún percance, por pura
curiosidad. Como escribe Bernardette Salem (2015), está claro que si hay un mensaje
de por medio, el capítulo se remite principalmente a la descripción espacial para
contárnoslo. Como si se tratase de una novela de hace dos siglos, 15 millones de
méritos primero nos describe con detalle dónde acontecerán sus eventos y solo
después nos cuenta su historia (Goudreault, Jost, 1995).
Este episodio, que es de los pocos que propone una distopía completa, concretiza
(mediante el audiovisual, y no se le escapa la ironía) las nociones de adicción a la
pantalla y control en el reino de la imagen sobre las que han teorizado McLuhan,
Debord, Baudrillard y tantos más. Para ello acude al world-building de la ciencia
ficción y nos muestra un nuevo mileau con toda la calma del mundo; más que
aterrorizarnos con el encierro intenta que percibamos el aburrimiento, pese a los
cientos de miles de estímulos que se propagan desde los monitores. No hay
necesidad de un afuera si podemos simularlo. Las imágenes no representan nada:
reflejaban realidad y ahora reflejan ausencia, “se agotan en el propio simulacro”
(Baudrillard 1977) Solo obtendrás individualidad si puedes aportar al ciclo
interminable de entretenimiento; si consigues que nos olvidemos que este sistema
es incompleto. Por lo demás, estás domesticado (García Pousa, 2016). Por supuesto,
el capítulo no solo reparte su veneno a nuestra adicción a la pantalla, sino que
esculpe su pequeño sistema cerrado como alegoría del sistema económico
hípercomplejo, irreductible, en el que se ha transformado el capitalismo de hoy, que
devora a sus posibles amenazas y también nos visita en nuestra intimidad. El
propósito de esta rueda no es más que seguir girando.
Temporada 1
Ya son los últimos escalones de esta espiral. Acaba de amanecer. Liam, en la última
borrachera, aprieta el filo de la botella sobre el cuello de Tom, y le obliga a borrar
todas las memorias que guarde con Fio, su esposa. Ambos están en el suelo. Vemos
las escenas que se proyectan, como recuadros, desde los ojos del cautivo, y vemos
cómo las elimina. Gina, que ha pasado esta noche con Tom, le grita a Liam que se
vaya de su casa. Todos están en ropa de cama. Y Liam se va, pero no está satisfecho.
El rastro de sangre aún no termina. Rebobina lo que acaba de presenciar y el carusel
de escenas se despliega en su retícula. Descubre otra pista. El secreto crece en
magnitud. No es solamente que le hayan sido infiel, sino cuándo. Ahora se dirige
hacia el dormitorio.
La primera pista había llegado en el comedor, hace unas horas. Ya había sentido
cierta complicadad apenas llegó, susurros que percibió interrumpir. En la mesa, un
poco antes de que Gina les contara que está viviendo sin su grano, “porque tuvo un
episodio violento y porque la verdad ahora está más cómoda, sin grabarlo y
recordarlo todo” (un poco como cuando la prima excéntrica justifica por qué acaba
de cerrar Facebook). Tom bromea sobre cómo a veces, por sobre la chica de hoy,
prefiere deleitarse con recuerdos más candentes de relaciones pasadas. Fio sonríe y
se ruboriza. Una cosa de un segundo, pero otra pista. Horas después, en pleno
análisis, Liam se acerca y ralentiza. Estaban coquetos, eso no es imaginación suya.
Rebobina. Ahí están los susurros. Fio lucía muy entusiasmada cuando la noche aún
no se acababa y Tom seguiría acompañándolos, ¿no es verdad? “¿Fio, cuándo
exactamente es que tuviste algo con Tom?” Fue solo una noche, hace años. Fue
solamente un mes, hace años. Años. Nada de qué preocuparse.
“Yo soy como una cámara con el obturador abierto, pasiva, minuciosa,
incapaz de pensar. Capto la imagen del hombre que se afeita en la
ventana de enfrente y la de la mujer en quimono, lavándose la cabeza.
Habrá que revelarlas algún día, fijarlas cuidadosamente en el papel”.
Esto lo escribió Isherwood al arrancar sus diarios de Berlín (1945). El mundo seguía
girando y él se esforzaba por atender cada detalle. ¿Se imagina lo que conveniente
que sería contar con un práctico, microscópico dispositivo que traiga la misma
dedicación, sin nunca desfallecer? Aquí todos grabamos todo. Por obvias razones,
este gadget es muy atractivo para los controles gubernamentales: apenas inició el
episodio y vimos al oficial del aeropuerto rebobinar en la memoria de Liam,
cerciorándose que no traiga secretos escandalosos y ahora sí dejarlo pasar. Es
terriblemente conveniente. Y sí, habrá quien tema por la instauración de la
vigilancia generalizada, y las consecuencias que traería a sociedad, pero los
beneficios son demasiado prácticos, la eficiencia irresistible.
Brooker juega con esas frustraciones subyacientes, sexuales y laborales, y las plantea
en un setting doméstico sesentero (una casa demasiado agradable para que albergar
una historia reconfortante) para estrenar su artilugio hi-tech y desencadenar su
espiral descendente: los nervios se transforman en celos, neurosis, venganza,
trastorno. Salimos de este drama bastante más inquietos que al entrar: ¿qué pasiones
habremos desatado recorriendo nuestros propios senderos hacia el pasado, una
pulsación tras otra?
Mientras tanto: ¿es nuestra vida una historia? El filósofo Galen Strawson propone
una interesante discusión entre narrativistas y no-narrativas, y dice encontrarse
entre los segundos.
Crecemos
pero no comprendemos la vida.
Creemos que la vida es solo el pasar del tiempo.
El hecho es que,
la vida es una cosa,
y el tiempo es una cosa distinta.
-Hasina Gul
Difícil operar entre certezas en este campo, pero nuestra impresión es que la
narratividad es artificial: requiere que elijamos arbitrariamente los puntos precisos
en los que encerraremos el relato. Sin embargo, ese componente narrativo es uno de
los núcleos en los que se basan los grandes servicios tecnológicos de hoy en día,
dígase Facebook o Twitter: día tras día, varias veces al día, hacemos scroll hacia el
pasado. Hace tantos minutos pasó esto. Este es tu muro, publicado en cronología
inversa. ¿Hay algún detalle que quieras indagar? “Un día como hoy…” y la
notificación. Nuestra historia completa al alcance del bosillo: cada vez que acudimos
a la pantalla estamos acudiendo, de una forma u otra, a hechos que ya acontecieron.
Y como vemos a lo largo del capítulo, podemos esfumar nuestro presente a través de
esas constantes indagaciones de lo que ya ha sucedido. Hay más de un oficio que
consiste precisamente en efectuar constantes viajes en el tiempo, pero aquí el
material es otro: es nuestra intimidad, nuestras emociones, y conforme cambia el
presente, cambian sus circunstancias, y brota una nueva tentación de seguirlas
manoseando. Mientras tanto, seguimos con la noción de narratividad, mi vida ha
sido esto, y le seguimos negando intensidad a los aconteceres al presente (al mismo
tiempo que desvanecemos nuestras propias facultades del recordar; al homogenizar
los recuerdos, convivir con ellos de manera tan práctica, les quitamos capas de
emoción; Román, Bujanda, Zerega, 2017). Y todo a través de una práctica interfaz
visual, por supuesto.
Los seres humanos son los únicos que guían su conducta por el
conocimiento de lo ocurrido antes de su nacimiento y por la previsión de
lo que pueda ocurrir después de su muerte. De este modo, solo los seres
humanos se orientan con una luz que no se limita a iluminar el terreno
sobre el que pisan.
En fin.
Interludio 01
Un perfil de Brooker en el New Yorker nos dice que después de cierta ruptura
amorosa, puso a la televisón de costado para no tener que reincoporarse durante el
resto del día. Pasaban semanas en las que no llevaba a cabo ninguna otra actividad.
Su primer trabajo fue reseñando videojuegos; cuando la revista cerró, abrió un
curioso sitio en línea ({nombre}) en el que publicaba sinopsis de shows televisivos un
tanto tétricos. Por poner un ejemplo:
{EJEMPLO}
{{FALTA}}
Temporada 2
Hay quien dice que el significado de la vida es que se acaba. ¿Y qué tal si no? Es la
máxima pregunta que le podemos hacer la tecnología, y ya hemos respondido
clonando núcleos celulares, inventándonos piedras filosofales y prensando ediciones
de biblias. Black Mirror, curiosa cabizbaja por excelencia, también tenía que
preguntar, y nos sugiere que será alguna empresa como Amazon la primera en
responder. También sugiere que no será suficiente.
No estamos ni diez minutos con Ash. Lo escuchamos cantar How Deep is your Love,
escuchamos sus chistes negros tiernos, lo vemos avergonzarse por su duración en la
cama. Se ausenta con frecuencia en el celular. Una mañana, tras recordarle a Martha
que "no olvide cargar los electrolitos", sale a comprar leche y no vuelve más. Y
Martha, que dentro de poco se descubrirá embarazada, se queda en el casa de campo
que acaban de comprar. Siempre es de noche en esa casa: las luces son tenues, las
ventanas polvorientas. Tras muchas noches de no creérselo del todo, arremete la
profunda soledad.
"Muchas veces el capítulo se basa en que el personaje quiere suplir alguna carencia,
algún temor, a través de la teconología. Y eso lo condena”, le dice Brooker a The
Daily Beast (2014) Martha escucha de cierto invento novedoso, casi milagroso, que es
capaz de recolectar todos los datos que una persona haya dejado en internet, todos
los retazos de su existencia cibernética,y con ellos crear modelos que simulen su
presencia. Cautiva en su luto, accede a hacer la prueba: inserta las contraseñas,
acepta los términos y condiciones y recibe una llamada en su móvil.
Ash llega en una caja de cartón, despachado como el nuevo Kindle. Luce un poco
como recién nacido. Luce bastante ausente. Martha está asombrada y horrorizada y
también siente que es un auténtico milagro. Quiere creer que con un poco de
esfuerzo, menos esfuerzo que nunca, todo será como antes. No está convencida del
todo que una computadora, por más poderosa que sea, pueda simular la criatura
completa, con pasiones y temores y con emociones auténticas, y eso sin hablar de
algún tipo de esencia, pero en cambio su situación es la de una viuda joven que
lloraba porque su vida se había desmoronado y ahora tiene un robot que luce como
Ash, que habla como Ash, que la satisface con vigor sobrehumano y cuya entera
existencia gira aldededor de sus comandos.
Temporada 2
Sabemos tanto de la protagonista como ella misma. ¿Esta casa es suya? ¿Y es esta su
familia? Están aquí: están disfrazados, vienen a por ella. Conejos con machetes,
también tienen escopetas. Vienen a por ella. Están en casa, ¿es suya esta casa? Corre.
La seguimos de cerca; corre por el vecindario y ellos la filman. Y la siguen,
disfrazados, entumecidos, y disparan. ¿Ellos? Todos: padres, madres, niños,
empuñan sus móviles, zombieficados. Ella escapa de las balas y ellos empeñados en
grabarla. Y la siguen solamente a ella.
Aparte de jugar con nuestra sensibilidad, Oso Blanco nos plantea varios dilemas
morales angustiantes. En este caso, ya no subyacen la trama durante su desarrollo,
sino que vienen inmediatamente después. ¿Cuáles son los límites de la justicia?
¿Podemos divertirnos mediante la tortura? Antes habíamos asistido al carnval, pero
esto va por la barbarie (Román, Bujanda, Zerega, 2017). A través del uso de la
tecnología, Oso Blanco nos plantea, por primera vez en la serie, la posibilidad de
construir un infierno artificial: distorsionar las circunstancias del culpable para que,
a través de loops crueles, deba sobrellevar castigos peores que la muerte. La
tecnología no solo permite que el ciclo se lleva a cabo, sino que esa noción de
repetición mecánica también es inherente a la programación informática: es
cuestión de definir una frecuencia y obtendremos el loop con los elementos que
hayamos preestablecido.
Por el otro lado, como escribe Pilar Carrera (2014), ya no producimos espectáculo,
producimos vanalidades. No hay distancia espectacular: consumimos productos
audiovisuales con producción mínima, de baja calidad, creado por amateurs. Pero
esa también es una estrategia discursiva: las escenas retratadas lucen más reales que
antes. Las imágenes de este capítulo son low-res, planos movidos, textura granulada,
en parte haciendo alusión a la horda de justicieros que las están retransmitiendo
(aunque la posición de la cámara no necesariamente corresponda a su ubicación en
escena) y a los programas reality tipo Survivor que se están parodiando, ahora con
un transfondo mucho más oscuro. Así mismo, como escribe Vicente Díaz (2014), los
smartphones de cada participante y sus imágenes funcionan como filtro entre la
realidad y ellos: lo que el ojo desnudo percibiera como intolerable ahora no es más
que un nuevo vídeo.
Temporada 2
Ni siquiera es gracioso.
Decimos que Black Miror es un reflejo sobre nuestros tiempos turubulentos y Black
Mirror nos responde con una fábula sobre una caricatura vulgar que se burla del
stablishment, se candidatiza como senador, propone el nihilismo y se gana el amor
del pueblo. Era entretenimiento vulgar y de repente se puso político. Luego fue
entretenimiento de nuevo (Díaz 2014). Era un pequeño mamífero azul que hacía
chistes patanes y que solo existía a través de la pantalla. Brooker se pregunta si es
posible que semejante salvajada suceda: que el chiste se salga de las manos y que
proponer la destrucción de las viejas estructuras sea suficiente para ganar las
elecciones. Poco después sucedería la realidad, y condenaría al show por habérselo
imaginado con demasiada mesura.
El panorama político actual nos muestra que se trata de un escenario más que
verosímil. El Momento Waldo explora la cara de atrás del asunto (indaga más en las
intenciones maquiavélicas de quienes proponen la caricatura sin propuesta más que
en el sentimiento del votante que se decide por ella). Pero como escribe Jason
Phillips, el Momento Waldo ya prevée las congregaciones violentas que convocó
Trump durante su campaña (2017). George Saunders describió para el New
Yorker(2016) no solo la tergiversación de los valores políticos, sino esa percepción de
abondono que tomó a la mita de votantes estadounidenses: vivimos una crisis real y
fue como si nada hubiera estado sucediendo. Señalar al contrincante (o, en su caso,
al inmigrante, o a los medios, o a los chinos) como villano basta. Con aparente
simplicidad, Trump construyó una narrativa compleja que apelaba a un sentimiento
de “regreso a glorias pasadas”, que le permitía mentir cuanto quisiera y que brotara
la ira que ebullía dentro de sus seguidores. Lo hizo, eso sí, con mucha energía. “Este
tipo salía a hablar frente a 10.000 personas cinco o seis veces al día. ¡Tiene 70 años!
Clinton no podía hacer eso; podía hacer una”. Esta respuesta corresponde a Steve
Bannon, jefe de campaña de Trump durante su candidatura. “Las bases de nuestra
elección era Drain the Swamp, Lock Her Up, Build a Wall (desagüa el pantano; -el
pantano eran los políticos demócratas en Washington-; enciérrala, a Hilary Clinton-;
construye un muro). Esta era ira pura. La ira, y el miedo, es lo que llevó a los
votantes a las urnas”. Pero no vayamos por ahí (tengamos en cuenta, para empezar,
que el modelo nunca fue Trump, sino Boris Johnson, el primer vocero pro-Brexit).
Por el otro lado, el Momento Waldo toma esa noción de “todos nos mienten igual” y
la lleva a sus últimas consecuencias: qué sucedería si tomamos a un estúpido vídeo
de youtube y lo hacemos senador (lo dice explícitamente, lo que le quita un poco de
gracia). No hay ideología, no hay modus operandi, todo vale. Curiosamente, por
tratarse de una sátira tan mordaz, regresamos al sutil enaltecimiento de la figura
política tradicional: la necesidad de representar algo. Si es que los mensajes pueden
emerger por ocmpleto y cancelamos cualquier noción subyaciente a cambio de
cifras de vistas y métricas de espectáculo, el desenlace, propone Brooker, es la
distopía del final del episodio. Y en esas nos quedamos.
Blanca Navidad
Episodio especial
Matt, nos cuenta, solía ser un coach de seducción: muchachos lo contrataban para
que, con su guianza, los encuentros con las chicas no sean tan espantosamente
torpes. Cámara y micrófono y cada encuentro es transmitido no solo a Matt, sino al
resto de padawans, como si se tratara de un canal privado de Twitch. Nos
embarcamos en la ventura de uno de sus aprendices, que acude enternado a la fiesta
de la empresa y si bien no consigue la atención de la rubia risueña sí logra disuadir a
Jennifer, exótica morena, que se aparten de la bulliciosa pista de baile e intimen en
conversación. Nosotros asistimos al cortejo desde dentro del salón y también desde
fuera, desde el centro de mando, donde maestro y colegas comentan cada guiño y
torpeza con voyeurismo confraterno (tiene mucho de Peeping Tom este segmento).
Al parecer el caballero tendrá, al fin, su noche triunfal. Sin embargo, con esto de que
esté en contacto constante con el afuera y ha causado la impresión equivocada:
Jennifer también oye voces en su cabeza. Y, tal como ha sugerido el muchacho, esta
es la noche propicia para acallarlas. Contemplamos asesinato y suicidio sobre las
sábanas, transmisión en directo, desde el otro lado de la cámara.
“No me parece justo” dice Joe, ha empatizado con la precisa crueldad del bloqueo y
procede, al final, a compartirnos su relato. Es aún más oscuro. Está casado y está
feliz. Vemos a Joe y a Beth tomados de la mano, deleitándose con el otro, cantando
en los karaokes (eligen la misma canción con la que Abi hubo saltado a la fama
tantos capítulos antes). Pero cuando los acompañamos en la sobremesa con Tim y
Gita, los compañeros de oficina, Beth muestra una desazón inesperada. Luego nos
enteramos que está embarazada y que no quiere tener su bebé. Joe reacciona con
violencia, Beth opta por bloquearlo. Para siempre. Presenta acciones legales y
prohíbe acercársele más.
Averigüamos que Beth tuvo el bebé y Joe espía sobre las siluetas cada navidad. Larga
secuencia de melancolía invernal. En eso, Beth fallece en un accidente. Esto
acongoja a Joe, pero también levanta su castigo, y al fin podrá conocer a su hija.
Visita a su suegro y cae en cuenta que los rasgos de la niña no se asemejan a los
suyos de ninguna manera. Nunca había sido padre para empezar; el padre era Tim.
No se lo toma a bien y arremete contra el viejo con una bola de cristal. Se marcha. La
niña queda sola en la nieve y fallece dos días después. Joe no había asimilado tal
cosa.
Esa era la confesión que buscaba Matt: mira Joe, si estamos en la misma cabaña.
Estamos dentro de una cookie, en pleno proceso judicial, y acabas de condenarte. De
vuelta a un infierno posmoderno: la silla eléctrica no nos basta: te dejaremos en esta
cabaña por unos cuantos centenios más. Salimos de la cookie y Matt regresa a su
propia condena: culpable por complicidad, su castigo es que la sociedad entera lo
bloquée. Salimos a la avenida y cada londinense convertido en mancha difuminada,
pero el espectro es Matt; su castigo es que todos lo hayan dejado de seguir. Feliz
Navidad.
Black Mirror traza las maneras en las que la tecnología puede llegar a aislarnos, pero
solo toma a personajes que ya están distanciados y solo los aliena un poco más. Es
una constante de la serie: viven solos o en pareja y cuando constantan lo solos que
están recurren a la tecnología. Y eso empeora las cosas. Esas diferencias de cómo se
consolida la vida social adulta también responde a realidades geográficas y
cultruales que la serie trae inmiscuidas: que es “del norte”, de un país anglicano
angloparlante, con nevadas más intensas. Podemos conjugar estas variables con el
consumismo y el individualismo que trae consigo; la serie pretende reflejar estos
valores con mayor o menor sentido de consciencia en sí misma. El invento
específico del bloqueo es tan solo la cúspide de esta montaña, el mecanismo que
refleja todas las otras realidades que ya estaban girando bajo la superficie.
Por el otro lado, este es un capítulo que nos muestra las bisagras con las que ha
ensamblado su trama; que claramente tiene un diseño previo y que hubo requerido
de un desenlace para construir su principio. Plotting. E.M. Forster diferencia a la
historia del plot en Aspectos de la Novela: la primera es una parcela de tiempo que
trae acontecimientos. Pasó esto y luego pasó esto y luego pasó esto. El plot es una
narrativa de eventos, pero el énfasis cae en la causalidad.
“El rey murió y luego murió la reina” es una historia; “el rey murió y la
reina murió por la angustia” es un plot. Algo pasó debido a algo;
causalidad. “La reina murió, nadie supo por qué, hasta que se supo que
era debido a la angustia de que haya muerto el rey”. Aquí tenemos un
plot con misterio, que suspende la secuencia del tiempo y la mueve tan
lejos como puede de sus posibles limitaciones. Consideremos la muerte
de la reina: en la historia preguntamos “¿y luego?”; en el plot
preguntamos por qué. [El plot] requiere de memoria e inteligencia: que
el lector recuerde de ciertos hechos y requiere que ate los cabos por sí
mismo. Si se logra con eficiencia, deja algo estéticamente compacto; algo
que el novelista nos pudo haber revelado de inmediato, pero que si lo
hacía, nunca hubiera sido hermoso. Pero no es “hermosura” lo que el
escritor busca aquí: el plot es el elemento más intelectual de la novela.
Que la historia de Jamie haya sido una confesión justifica la insistencia de Matt;
revelarnos que habitamos una cookie justifica que nos la hayan explicado; el padre
era Tim. La sucesión de eventos se moldea como una escultura de causalidades,
vemos premiada nuestra atención, el relato está completo. Despechados pero
satisfechos.
Interludio 02
- El teatro. Elige el color del telón y el material de las butacas; determina como
quieras la forma del edificio, la altura del estuco, el estatus de los asistentes, el
esmero con que se ha ensurcido cada centímetro de cada vestido, la buena presencia
de los actores, las ondulaciones de la trama, el ingenio de los diálogos. ¿Es allí, dices,
donde está el teatro? ¿Es en esas nimiedades, acumuladas, donde se esconde el
drama humano? -
David Foster Wallace escribe sobre los relatos de Franz Kafka. Lo que nos dice es que
su arte es más o menos este: al principio del relato, y con métodos aparentemente
mundanos, accede a ductos remotos de nuestro subconsciente. Opera con imágenes
perturbadoras, sombras y símbolos; omite información pero la evoca
incoscientemente. Prosigue con su relato inusual y luego, mucho después, se sirve
los signos depositados y los hace estallar durante su resolución. “Eso explica por qué
el efecto de un cuento corto suele ser repentino y percusivo, como el desfogue de
una válvula de escape. Compresión: tanto la presión como la liberación están dentro
del lector. Lo que Kafka hace, al parecer mejor que nadie, es orquestar el aumento
de presión de tal manera en que se vuelva intolerable el preciso momento en que la
suelta”. (1999)
“Fueron los dramaturgos quienes opusieron el suspense íntimo del
mundo a las peripecias aristotélicas. Eso que oímos por debajo del Rey
Lear, de Macbeth, de Hamlet, el misterioso canto del infinito, el
amenzador silencio de las almas, el susurro de la eternidad del
horizonte, el destino o la fatalidad que interiormente percibimos pero no
podemos reconocer, ¿no podríamos, mediante alguna ignota inversión
de roles, acercarlo a nosotros a tiempo que distanciamos a los actores?”
- Es sencillo. El drama está en vos, espectador, que has venido a rellenar el ruedo que
hemos armado basándonos en cualquier adefecio. No se trata de los humanos que
claman conectar desde detrás del telón; no se trata de un sendero de subtextos que
se te ruegue descifres. Planos, palabras, interpretaciones: cuando la conexión sea
absoluta, harán silencio y serán invisibles. En el mejor momento de la sonata no
habrá ni acordes, ni piano, ni pianista. Los mejores estruendos evocarán al silencio.
El relato es un portal, desprovisto de fábula o de imagen, pero no lo atraviesan
actores ni directores ni guionistas. Lo atraviesas vos, que irás solo, como has ido
siempre, y te encontrarás con lo que solo vos seas capaz de encontrar. Por ende, toda
obra es incompleta, y por ende, tienes que dejar sitio a quien esté por llegar.-
Pero esto no es nada nuevo. Paul Schafer, que escribió Taxi Driver, había dejado un
curioso ensayo antes de incursionarse en la práctica de la creación audiovisual: El
Estilo Trascendente. En él describe a una serie de películas europeas, producidas
sobre todo en los 60s, que hacían uso de varias técnicas de retención de información
para, en los casos más satisfactorios, trasladar una experiencia espiritual
(“trascendental”) en el espectador a través de la estética: pensemos en Ozu, Bresson,
Dreyer, Bergman. “No puedes pensar tu camino hacia el alma”, decía, “pero tampoco
hay tal cosa como la meditación rápida”. Entonces se tomaban su tiempo. “Las
películas comerciales están basadas en dos principios: acción y empatía. Nos guían a
través de sonidos y cortes. Guían cómo debemos sentirnos y nosotros les seguimos el
juego. Las cintas de estilo trascendente retardan la empatía y hacen uso de planos
muy largos. Dejan que nos perdamos en ellos y que de ellos emane el misterio. No
temen aburrirnos. ¿Pero cuándo el aburrimiento deja de ser una herramienta
estética y se convierte en puro aburrimiento?” Él no tomó ese camino. Se fue a
Hollywood, escribió Taxi Driver, hizo entretenimiento.
Temporada 3
Pero se presta a confusiones: por lo general asumimos que estamos un par de pisos
más arriba que el real. ¿No sería conveniente proveeer un sistema que cuantificque
nuestra posición en la pirámide y que disipe toda duda y todo alarde? Black Mirror,
tercera temporada, Nosedive. El Like es el emperador de esta fantasía. Acudimos a
una comarca en tonos pastel y exceso de amabilidad, donde se ha abolido queja y
melancolía y donde cada habitante cuenta una calificación pública, sobre cinco, que
sintetiza su valor en sociedad. Como si se tratase de cotizaciones bursátiles, ese valor
se incrementa o disminuye en décimas o centécimas según cada acto, a tiempo real.
Entablar afectos con una 2.8 puede peligrar nuestra posición, pero conseguir la
atención de una 4.7 nos traerá maravillas. La parcela que visitamos de esta realidad
no solo nos muestra corazones de espuma, vestidos veraniegos, exceso de
maquillaje, sino interfaces gráficas muy esmeradas que brotan de dispositivos
traslúcidos rosa y que buscan transmitir el mismo lujo aspiracional, las
mismas niceties.
Esta realidad paralela inmediatamente nos remite a nuestra obsesión por el número
de likes y encanto de la campanada en la esquina de la pantalla: cómo solemos dejar
nuestra autenticidad de la lado para presumir nuestras mejores facetas. Sin
embargo, extendemos un poco la metáfora y Nosedive engloba el juego de posición
social completo: demuestra, mediante la fábula, las dinámicas con todas sus reglas.
Esa capa invisible de nuestra sociedad ha decretado relaciones de poder,
conveniencia de amores y posiciones laborales. La hipótesis que plantea Nosedive es
que por más que promulguemos la democracia libre y la sociedad avanzada, esa
capa no ha perdido intensidad: más bien ha emergido desde las profundidades.
¿Dónde vas a vivir? ¿Qué doctor te va a atender? ¿A qué fiesta acudirás? No es
necesariamente el dinero el que responde a estas preguntas. Hay un sistema
subyaciente, misterioso, y el riesgo en la era de la supercomputación es pretender
explicarlo y regularlo mediante números: traer las mismas lógicas con las que opera
el mercado a nuestra relación entre unos y otros. Lo que inferimos es que, como las
mismas reglas de libre mercado en tantos otros aspectos, esto sería de lo más
práctico, pero nos deshumanizaría profundamente, sin importar cuántos nos
esmeremos por sonreír.
Temporada 3
Todos los elementos están presentes: noche espesa, relámpagos que la atraviesan,
arañas de patas largas y chimeneas que ya estaban prendidas. Ya le habían advertido
de lo potente de la experiencia: el videojuego es capaz de analizar los miedos del
jugdor y construir la experiencia basándose en sus hallazgos. Esqueletos surgen de
los inmuebles y los nervios van acrecentándose. Minutos después es Katie quien lo
visita. En un principio le alerta sobre la naturaleza del proyecto y poco después está
arremetiendo contra él con un cuchillo. Paranoia La Cosa y gore Evil Dead: aunque
la herida es ilusoria, el dolor es real. Cooper se ve forzado a dar muerte a la
simulación de su amiga. Para entonces ha perdido los estribos y no para de gritar. El
videojuego se ha convertido en otra cosa. Accede a la última recámara para
completar la partida y la casa lo confronta con el corazón de las tinieblas: en su caso,
la senilidad de su padre, que alguna vez habrá imaginado procurando la empatía
pero temiéndola instante por instante, y que ahora, en esta habitación de mentira,
posee su mente joven, la nubla con olvido, y lo doblega ante el pánico. “No sé cómo
me llamo, no sé quién soy”.
La pregunta es sencilla. ¿Qué es aquello que tanto temes que pueda volcarse contra
ti? Cooper se la está haciendo durante toda su partida; nos la hemos estado haciendo
nosotros. Aumentan las tensiones y la magnitud de posibles catástrofes. Antes de
ingresar en la última alcoba se nos otorga un momento para que elucubremos
nosotros. ¿Quién está adentro? ¿La muerte? ¿La madre? No, el padre, y su
enfermedad completa, tanto más temeraria que cualquier criatura peluda. Si la
fábula es efectiva, imaginamos la desfiguración del psiqué al mismo momento de la
respuesta; comprendemos el temor, lo percibimos, nos lo imaginamos en nuestra
propia cabeza. Todos los hechos se han dirigido hacia esa resolución. Cuando
salimos de la ficción, no nos queda Cooper ni la casa ni algún comentario sobre la
inteligencia artificial: nos queda el vacío, el drenaje de memorias, la violencia de la
enfermedad. Es un poco como la realidad virtual.
¿Qué es lo que más teme usted?
Cállate y conduce
Temporada 3
Están aquí. Siempre estuvieron aquí. Rastrearon cada click y se entretuvieron con
cada secreto. Kenny tiene 14 años y acaban de decirle que lo han descubierto. Está
espantado. ¿Está esto sucediendo? Hará lo que sea para que no lo descubran. Bien.
Estamos contigo: escúchanos con atención. Arranca una nueva gincana: recoge este
paquete en este punto y entrégalo a este destinatario. No hagas preguntas. Tienes
esta cantidad de minutos para completar cada comando, nosotros nos
comunicaremos contigo vía SMS. Sabemos cada paso que das. Si no nos obedeces
difundiremos todo. No: no hagan eso. Haré lo que me digan.
El asunto es que Black Mirror se veía casi obligada a explorar esa sensación: “estoy
hackeado”. Acabo de perder el control. Creía que estaba seguro, no percibí ninguna
amenaza. Eran botoncitos y pantallas. ¿Tienen mis cuentas del banco?
¿Grabaciones? ¿Qué pecados he cometido en línea? No, no, no pueden saber de esto.
Yo construí mi condena. Y yo los traje: yo añoré en adquirir mi propio rastradeor
personal. Saben de cada desviación, de cada malintención, me atraparon justamente
a mí. ¿Cómo me los saco de encima?
En este caso, vas a tener que acudir a este cuarto de hotel, llevar la tarta, encontrarte
con otro pecador en el garaje y continuar la aventura juntos. Tal sitio en tanto
tiempo. Ahora deshaz la tarta y saca el revólver que está bajo el bizcocho. Ahora
atraquen este banco. No nos importa que te hayas orinado encima. Ahora acudan a
este bosque. ¿Pero qué es eso tan perverso que debes ocultar? Una prostituta,
arruninaría mi matrimonio. ¿Y tú, Kenny? Me filmaron haciéndolo? ¿Eso es todo?
Más o menos.
El final se pone más tétrico: Kenny tiene que asesinar a otro hackeado y cuando llega
la policía nos informan que sus perversiones no tenían nada de naturales. Los
hackers invisibles han pasado a ser justicieros inclementes y para entonces se nos ha
agotado la empatía. Pero mientras tanto había sido una hora divertida: un recorrido
agotador de sinsentido a otro, con exasperantes favores a viejas amigas y sin soltar
una pizca de tensión: tenemos remordimiento, apuro, impotencia, incredulidad, y
cada dictámen se pone peor.
¿Pero por qué te sentías tan seguro? “La homoestasis en la que están envueltos los
personajes de la serie falla, se rompe, se quiebra, y da lugar a un evento traumático
que no es solo de orden clínico, sino ético filosófico” (Román, Bujanda, Zerega,
2017). Con la world wide web construimos un nuevo lugar, y es tan salvaje e
indomesticado como cualquier paraje de la naturaleza: se expandió de forma
orgánica, exponencialmente, y que sigamos ponderando sus innegables virtudes y
sigamos accediendo a él desde los mismos métodos (usamos navegadores, mails,
chats; más sofisticados, sí, y en terminales más pequeñas, bueno, pero sin cambios
radicales) no significa que al otro lado de la pantalla las cosas se hayan mantenido
igual. El capitalismo se mudó al ciberespacio y se llevó a todos sus subsistemas
consigo. Transformó cada rincón de la sociedad. Más allá de que cada quien pase
tanto tiempo en su smartphone, son cambios imperceptibles; o, por lo menos, no
hay una relación clara entre causas y efectos (cuando nos preguntamos por qué la
plaza está cada vez más atiborrada de turistas no respondemos “es porque hace
cuatro años tal empresa se mudó a estos servidores”). Así, constituye la trampa ideal:
no hay impresiones sensoriales de por medio, nada que alerte que el daño está por
ocurrir. Hablamos de “tecnoparanoia” y no sabemos si es hipérbole o eufemismo.
Cállate y Conduce nos evidencia esa amenaza de manera escalofriante. Pero decide
golpearnos con otra cosa.
St. Junipero
Temporada 3
¿Amor eterno? ¿Final feliz? ¿Aquí, en Black Mirror? “Lo primero que hicimos es
asegurarnos que teníamos los derechos de la canción”, dice Brooker. “Sin esa
canción no hubiera tenido sentido”. Muy bien: las amantes sí pulularán por este
paraíso ficticio por al menos una eternidad. Después de habernos pintado infiernos
con tantas negruras, un desenlace sin hecatombes es casi que merecido.
Yorkie y Kelly se gustan pero se asustan, pero Yorkie se demora una semana en
aceptar esa faceta de su naturaleza. “Ayúdame, soy nueva en esto”, le dice frente al
espejo del baño. Es una nueva sensación. Pasan la noche en la casa de playa, y antes
del toque de queda Yorkie ya está tomándose el asunto con más seriedad de la que
debería (¿al parecer está comprometida?). Kelly, más adulta, huye de ese
compromiso.
Ahora bien, en medio del derroche de ternura (y de clichés), Black Mirror se las
arregla para concatenarnos problemáticas teológicas, tecnológicas, filosóficas.
Durante los cŕeditos, el muro de servidores que computan la fantasía interrumpen el
paseo costanero del convertible. Aparte, ¿qué implicaciones morales traería este
salto a la eternidad? ¿Cuánto costaría? ¿Puede el amor subsistir por más de una vida?
¿Por qué al principio del capítulo Kelly elogió los anteojos de Yorkie, que la hacían
lucir auténtica, y al final Yorkie los arroja al viento desde el descapotable, aceptando
la farsa en su esencia? Si no fuese por los colores chillones y la estética retro (y el
tono emocional, si hasta aquí solo nos han servido fechorías) tendríamos a nuestro
capítulo insignia: pregunta mucho, no responde nada, serias implicaciones al
acecho y nosotros encantados por el melodrama.
Hombres contra fuego
Temporada 3
No es necesario remitirse a las genocidios del siglo pasado para hablar de artimañas
propagandísticas. Ellos y nosotros. Las tensiones son reales y se van a acrecentar. En
el 2003, la OIM dijo que en el habría 230 millones inmigrantes internacionales en el
2050; ya hemos superado esa cifra (244). Y va a aumentar. Y si tomamos en cuenta los
resultados de los sufragios, las primeras respuestas han sido de rechazo. Ahora los
grandes desplazamientos (los mayores desde la segunda guerra mudnial) traen como
causas debacles económicas, régimenes incompetentes y los estragos de la guerra,
pero dentro de poco tendremos que traer el cambio climático a colación. No hay
economía en el mundo preparada que esté entusiasmada por el fenómeno.
Más allá de la metáfora, el capítulo debe resolverse de alguna manera. Stripe recibe
al mismo psicólogo en su celda. La verdad lacaniana ha quebrado su carácter
(Román, Bujanda, Zerega, 2017). Prosigue una explicación muy Matrix: la peor
deficiencia de un soldado es entreverar obligaciones con remordimientos. Un
informe de 1947 (que da nombre al capítulo) dice que el 70% de soldados es incapaz
de apuntar al enemigo. Así, hemos recurrido a este gadget tan sofisticado y nos
aseguramos que no tengas más dilemas de la cuenta. Incluso llega a racionalizar su
supremacía genética. Al final oferta a Stripe dos escapatorias: o borran su memoria y
tabula rasa, no ha pasado nada (“eres un buen soldado, después de todo”) o
proyectaremos esa escena en la que orgulloso asesinaste a tres civiles desprotegidos
por el resto de tus días. Aquí no hay lugar para mártires ni súper héroes: en la
siguiente escena Stripe se reencuentra con la mujer de sus sueños y no hay migraña
que interrumpa su felicidad.
Odio en la nación
Temporada 3
Se establecen los primeros enigmas que debemos resolver. Tenemos tan pocas pistas
como ellas y las conocemos tan poco como se conocen entre sí. Pero solo se requiere
intriga suficente como para el siguiente siniestro, que ocurre a la misma hora, la
tarde después. Se trata de un rapero que tras demostrar su mal gusto remedando a
un niño admirador en el talk show de la noche anterior, es atacado por quién sabe
qué fuerza maligna en el parqueadero del recital. Asistimos a sus dolorosos últimos
segundos de combustión intracraneal y pronto los científicos extraerán una abeja
mecánica de sus restos. El panorama va enclareciéndose: nuestra ingeniosa solución
a la catástrofe ecológica nos ha dejada con diminutos insectos asesinos despachando
a quien haya sido el más infame de la jornada.
Pronto descubriremos que los robotcitos han sido hackeados y que eligen su víctima
según quien haya recibido más menciones con el hastah #DeathTo en Twitter
durante ese día. El capítulo nos invita a reflexionar sobre nuestras apedreadas
rutinarias en redes sociales, pero la verdad es que lo demás no se distancia
demasiado de un episodio clásico en una serie de drama policial. Toma dos ideas
inconexas exóticas (masas que dicen cosas casualmente híperviolentas, abejas
robots asesinas); las conecta. Está protagonizado por dos adultas que entran y salen
de entre las sombras y comentan información con agradable amargura. Conforme
resolvemos los misterios vamos componiendo una melodía compartida entre pista y
pista, pero tenemos un temor increscendo a contrapunto: si no actuamos con
prontidud la tragedia será todavía peor. No podemos precipitarnos: no solo porque
seguramente echaríamos a perder el hechizo de estas tensiones, sino porque el
villano desconocido también está midiendo su inteligencia frente a la de las
detectives.
A su vez, jugar con la información que damos o no al espectador: hacer que baile: a
veces estará un paso atrás, a veces un paso delante. Sin que el twist sea ni mucho
menos obligaotrio, sí tiene entre sus expectativas algo de intensidad, algo de
sorpresa; podemos suplirle con el giro inesperado, una elaborada secuencia de
acción u horror inolvidable. Aquí tenemos un ataque de abejas en masa en una finca
que alude a El Resplandor y una voltereta clásica que se sale de propporción ("¡Lo
hemos logrado, están desactivadas! ¡Oh, no, ahora matarán a 365.000 personas!") y
que dentro de su insatisfacción sí nos haga un poco acuerdo a una catástrofe
ecológica. Final tropical homenaje al Silencio de los Inocentes y el ejemplo del
manual que seguirá replicándose varias generaciones después.
Interludio 03
Ese carácter antológico trae una frescura adicional: tenemos diferentes directores,
actores, personajes, planos, marcos, texturas. Visiones distintas que operan desde el
mismo set de reglas. Pasamos del primer capítulo al segundo y ya constatamos de las
ventajas de este método. La acción frenética, cortes rápidos, complicación
trepidante baja de ritmo escandalosamente: esta es una nueva realidad, sujeta a
otras reglas, otros ritmos, y que hallará otro camino totalmente distinto hacia
nuestra angustia. Mientras compilaba información para este documento los amigos
me decían que tal episodio les había parecido excelente, pero que habían detestado
tal otro, y sus opiniones casi nunca concordaban entre sí.
{{FALTA}}
Temporada 4
“Los callados son los más peligrosos”. El nerd blanco está viviendo épocas tan
prósperas que mostrar las facetas más perversas de tiempo libre ya no es tan
bullying como hace un par de décadas. Pero son muchachos con imaginación, y
mientras que hemos visto que los empresarios más ambiciosos, en caso de
conseguirlo, suelen volcarse al desenfreno cocainómano, ronronear de
descapotables y orgías en el penthouse, el introvertido megalomaníaco no se
detendrá hasta proclamarse emperador de la galaxia y controlar la radianza de cada
supernova, sin importarle desprenderse de todo afecto y habitar la absoluta soledad.
El guion del capítulo presenta nuevos elementos dentro del corpus de la serie:
tenemos el cambio de punto de vista, humor ligero, dinámicas grupales.
Seguramente corresponden al aumento de presupuesto. Pero el primero es un punto
interesante: asumimos que Robert, todo aislado e incomprendido, se revelará como
el héroe soñador. Pero los tiempos han cambiado, y ahora el conjunto de esos
programadores inofensivos tienen más poder que varios países enteros. Esas
ensoñaciones son cada vez más frecuentes y cada vez menos tiernas. Por el otro
lado, se ha multiplicado el consumo de videojuegos {CITA} y, según el título en
cuestión, esa tierra de fantasía, habitada por personas digitales enmascaradas en
avatars, puede llegar a convertirse en un lugar muy violento, especialmente para
mujeres {CITA}. El estreno del capítulo se llevó a cabo el mismo día en que las
acusaciones contra Harvey Weinstein sacudieran la industria del entretenimiento.
Aunque Robert no lleve a cabo actos de violencia sexual per se, ha secuestrado a sus
subordinadas como séquito de admiradoras. Ningún miembro de la cabina puede
aportar en la misión: si es un hombre, gira perillas, elogia ingenios y repite
coordenadas; si es una mujer, lo entreniene con su figura esbelta y sus ruegos de
protección.
Lo que sí sorprende es que una vez que el capítulo se transforme (como escribió
Forster: “el libro pasa por una puerta, y después todo habrá cambiado”) decida
tomar una vía tan directa hacia su resolución. Shania convoca el ánimo rebelde de
sus compañeros y arma un plan enrevesado para escapar de la prisión tecnicolor:
chantajeará a la Shania real con sus fotos desnuda y le dará como ultimátum
actualizar el videojuego en el computador del Robert real, que en ese momento se
habrá ausentado recibiendo cajas de pizza. Mientras tanto, la Shania simulada lo
seducirá en plena excursión. Y sus planificaciones se concretan sin más
consecuencias nihilistas que el villano pululando en el vacío, un miembro de la
tripulación incinerado y los comentarios violentos de otro jugador.
Arkangel
Temporada 4
“Trae muchos peros, pero por lo menos me quedo tranquila”. Como si pudiésemos,
con tal de mirarlo con atención, quitarle al mundo sus peligros. Pero es difícil
culpárselo a la protagonista: toda madre le dirá que con cada hijo los temores se
multiplican. Y madre soltera, doble neurosis. Así que cuando Sara, que tiene tan solo
tres años, se extravía en el parque del barrio, Marie pierde el control de una manera
que le es insólita. Es peor que cualquier amenaza que haya sentido a ella misma. La
encuentra, claro, y no hay consecuencias, pero cuando le ofrecen un implante que
reduzca sus angustias ella lo toma como enviado de los cielos: ni siquiera tendrá que
pagar por ello.
Ahora Sara es una niña grande, pero no está asimilando el mundo como los demás.
Lo que pasa es que el implante tiene varias funcionalidades: no solo le ofrece a su
madre cobertura en directo de su paredero, sino que además es capaz de censurar
“cualquier estímulo estresante”. El rottweiler del vecino le ha ladrado durante años,
pero ella solo ha visto píxeles borrosos en movimiento. Su abuelo tiene un infarto en
la sala, pero ella no puede entender lo que sucede. Tampoco puede ver los mismos
vídeos que sus compañeros de la escuela; estos filtros le censuran hasta la sangre de
sus témperas. Indignada, reclama a la madre, que acude a quienes le vendieron la
idea. Resulta que Arkangel ya está prohibido, y le recomiendan a Marie que apague
los filtros, guarde la tablet y deje a su hija llevar su propia vida. Sara se enfrenta al
can por primera vez, y a los vídeos de terroristas, y a la pornografía. Pero esa
exposición la vuelve a la normalidad.
Hasta que llega la adolescencia. Las libertades se ponen a prueba y el mundo revela
su extensión. Es mucho más tarde de lo que debería y Sara no llega todavía. Llama a
sus amigas pero no pueden ofrecerle respuesta. El pavor de hace tantos años
regresa. Y entre documentos y sábanas viejas emerge Arkangel. Prende la
transmisión. Resulta que Sara tiene un novio y que está desvirginándose ese mismo
instante. Las dinámicas madre-hija toman un giro; Sara trata de ocultarle una verdad
que Marie ya sabe y que está empecinada en confirmar. Las tensiones propulsan
nuevos atrevimientos y poco después Sara está probando cocaína. Para entonces
Arkangel ha regresado a la rutina de Marie, que ya no vive su vida tanto como la de
su hija. E interviene. Acude al novio y le prohíbe verse con su hija. Arkangel le dice
que Marie está embarazada y ella disuelve píldoras abortivas en su batido de
desayuno. Sara cae en cuenta de estas intromisiones y descubre que la tableta estaba
tan activa como siempre. Y arremete contra su madre con ella hasta romper la
pantalla. Escapa de la casa y Marie nos despide con los mismos gritos del principio.
Nos queda la moraleja habitual: nuestros miedos no van a cambiar. Y no hay tal cosa
como tecnología milagrosa: si los beneficios son extremos, los costos también.
Cocodrilo
Temporada 4
Tan escandinavo de su parte. Cielos vastos, casas transparentes, tanta belleza tan
frágil. Un atropellamiento a un ciclista deja su mancha en el prístino paisaje y Mia y
Rob acuerdan en borrarla. Pasan quince años. El remordimiento surje de las
catacumbas, el tormento no lo ha soltado. “Tengo que confesar”. Mía venido a la
ciudad para dar un discurso, y ha aplicado la misma meticulosidad con la que diseña
ciudades inteligentes en el resto de su vida. Está casada y tiene un niño y no puede
echar a perder su prestigio. Rob acaba de salir de alcóholicos anónimos y no se ha
afeitado en un buen tiempo. No hubiera creído que esa era su personalidad, pero no
encuentra mayores complicaciones en asesinarlo en el cuarto del hotel. Renta una
porno y mientras tanto se deshace del cuerpo. Mientras tanto, en la calle debajo, una
furgoneta repartidora de pizzas golpea a un ciclista, pero no le deja mayores heridas.
El relato se divide en dos flujos: por el uno seguimos a la arquitecta hasta su casa,
una escultura de cristal en medio de la montaña, alejada de cualquier urbe. Se nos
revela que Mia es una madre ausente, tiene tendencias alcohólicas y que esa mañana
le costó concentrarse en la computadora. Por el otro tenemos Shazia, una detective
de una aseguradora, que quiere averigüar qué pasó exactamente con la furgoneta.
Para ello usa un dispositivo cuya resolución de bajo presupuesto enmascara sus
posibilidades: conecta un chip a la cabeza de cada entrevistado y puede vislumbrar
las imágenes que le va generando su memoria. Shazia salta de interrogación en
interrogación hasta dar a parar en Mia, que vio el accidente con más claridad que
nadie. Entra en su casa, Mia no logra confundir a la máquina y Shazia registra un
testimonio inesperado. Para entonces Mia es Macbeth, y aunque no para de llorar, se
toma la vida de Shazia, de su colega y de su hijo ciego. La policía usa el mismo
dispositivo sobre el conejillo de indias mascota y detienen a Mia al final de la
función teatral de su hijo.
-Pilar Carrera
¿Es Mia Apple? En su discurso dice que “es difícil imaginar un futuro brillante, pero
podemos y debemos; es la única forma en la que podemos construir un mañana
mejor”. Las estéticas y retóricas se asemejan, ¿pero podemos poner a su racha de
muerte como equivalente a las operaciones de alguna empresa moderna en un país
en vías de desarrollo {CITA WASHINGTON POST CONGO}? Sí es pertinente para esta
teoría que los investigadores sean una hindú y un negro. El título, “Cocodrilo”, haría
alusión a las falsas “lágrimas de cocodrilo”; multinacionales que comparten
mensajes de culpa pero siguen cometiendo sus crímenes. Brooker, por su parte, ha
dicho que el único capítulo sin alegoría es Metalhead. ¿Está Crocodile desprovisto de
sustancia, o ha logrado escabullir sus precauciones entre los muros de cristal?
Hang the DJ
Temporada 4
¿Cuál es peor? ¿Aceptar de una vez que esto del amor eterno está fundado en los
mismos principios de oferta y demanda que el resto de bienes perecibles y arrojarse
al mercado con unas pocas fotos que presuman nuestras cualidades, un par de líneas
ingeniosas, un letrero de “se vende”? ¿O resignarse a seguir creyendo en la fábula
romántica, y que la noches nos presente a quien le parezca (por lo general otra
faceta de sí misma)? Black Mirror, cómo no, debía ensamblar su episodio sobre
Tinder, pero una vez más, opta por no desamparnos una vez ha accedido a la hebra
del romance; como si un sensible malvavisco aguardase bajo todas las espinas.
{{FALTA}}
Metalhead
Temporada 4
Temporada 4
{{FALTA}}
Conclusiones
PHILLIPS Jason (2017) Tv in a Coma
LINARES, Jorge, 2008, Ética y mundo tecnológico, México, Fondo de Cultura Económica.
SALEM Bernardette (2015) Black Mirror: Technostruggles, Capitalism, and Media Culture in
the United Kingdom, Lancaster University
BROOKER CHARLIE (2016) ‘Black Mirror’ Creator Charlie Brooker on China’s ‘Social Credit’
System and the Rise of Trump; The Daily Beast
TUTIVÉN ROMÁN Carlos, BUJANDA Héctor, ZEREGA María Mercedes (2017) The future is
broken: lecturas heterotópicas de Black Mirror
FOSTER WALLACE David (1999). The fun in Franz Kafka. Harper's Magazine