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Conceptualización de placer y displacer como dimensiones operativas desde

el constructivismo cognitivo
Postulante:​ Ps. Raquel Sandrini Carreño
Línea de especialización teórica-clínica en que se inscribe el pre-proyecto​:
Constructivista Cognitivo.
Palabras claves: Placer, displacer, coherencia sistémica, polaridades antitéticas,
dimensiones operativas, constructivismo cognitivo
Contextualización
En el curso de la psicoterapia, al enfrentar el sufrimiento del paciente, se
advierte al terapeuta que, más allá de la comprensible intención de transformar
ese sufrimiento “patológico”, es importante no caer el ​furor curandis​, concepto
en el que han profundizado ampliamente desde el psicoanálisis a propósito de
sus cuestionamientos a la pretensión terapéutica (cura) y la distinción entre el
psicoanálisis y la psicoterapia (Bleichmar, 2001). Si bien este término proviene
de una tradición distintas advierte sobre un elemento fundamental en la
psicoterapia Constructivista Cognitiva y que dice relación con las condiciones
necesarias para establecer una alianza terapéutica entre paciente y terapeuta:
nos convoca a la aceptación incondicional del dolor, la rabia, la tristeza del otro.
De hecho, en el ejercicio mismo de la psicoterapia, se entiende que el proceso
puede llegar a movilizar en el paciente altos niveles de angustia, de cambios y
de incertidumbre frente a la presión, los cambios y las reorganizaciones
cognitivas y emocionales que operan (Yañez, 2005). Al observar al terapueta
como un “perturbador estratégicamente orientado” el Constructivismo Cognitivo
considera la necesidad de entender las presiones que experimentará el sistema
ante la perturbación emocional, situación ante la cual el/la terapeuta requiere
estar preparado/a para las operaciones de enganche y desenganche, poder
trabajar con el material más penoso, que evoque rabia o dolor, evitando la
necesidad de “curar” o esquivar el contenido emocional que aparece como más
displacentero. Esto, a su vez, aparece como una condición necesaria para

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generar un entorno terapéutico empático, que provea al paciente del contexto
de seguridad que se requiere para la activación de esquemas emocionales
(Greenberg y Paivio, 2000). Es claro que en la psicoterapia todas las emociones
tienen lugar, y que las experiencias que se asocian a estados afectivos más
displacenteros requieren de su espacio, pero una vez que se nos enfrentamos
como terapeutas al dolor, la rabia, al displacer del otro, corremos el riesgo de
querer acelerar un proceso psicoterapéutico para “curar” un dolor que puede
tener un sentido en el paciente. De la misma manera se advierte sobre los
peligros de sobrevalorar los estados afectivos que pueden ser estimados como
más placenteros, ya que si bien es más complejo que las personas acudan a
psicoterapia al experimentar estados que pueden experimentarse como más
egosintónicos, al observar la fase maníaca o hipomaníaca de un paciente, es
posible comprender que vivir situado solo en el polo del placer puede resultar
desadaptativo para el sujeto.
Profundizando en la comprensión de los conceptos de placer y displacer,
podemos atender al correlato neurobiológico de ambos, ya que justamente se
aprecia aquí pueden comenzar a ser comprendidos como polos opuestos y
complementarios que se interrelacionan en una misma dimensión: por una parte
el placer en el humano se encuentra ligado al sistema parasimpático, que en
una serie de reacciones que involucran, no solo al sistema nervioso sino
además al inmunológico y al endocrino, mientras que el displacer está a cargo
del sistema simpático, de maner tal que las respuestas de ambos se entienden
como paradójicas y antagónicas, pero funcionando en forma sincronizada. En el
Modelo Circumplejo de Afectos (MCA) que señalan Posner, Russell y Peterson
(2005), la clasificación de emociones placenteras y displacenteras implican la
consideración del eje “valoración” y la consecuente evaluación de los procesos
afectivos como agradables y desagradables. Al observar estas clasificaciones
en las que se plantea incluso la valoración de ambos, es importante no caer en
visiones reduccionistas que impliquen atribuirle un menor valor homeostático al

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displacer. La propuesta de reconocer las posibilidades adaptativas y/o
desadaptativas de los polos placer y displacer no implica negar que puede
haber una preferencia a permanecer en aquellas situaciones que podamos
conceptualizar como placenteras, sino más bien a evitar a priori la búsqueda de
placer como único fin con sentido para el sujeto. En palabras de Frankl (2009)
“si el placer fuese realmente el sentido de la vida, habría que llegar a la
conclusión de que la vida carece, en rigor, de todo sentido” (p.74).
Antonio Damasio (2014), en su obra sobre neurobiología de la emoción y los
sentimientos propone comprender estos conceptos como opuestos y
complementarios al analizar los planteamientos de Spinoza, para quien la
tristitia o bien los mapas de la tristeza (también del dolor y la ira) se asocian a la
transición del organismo a un estado de menor perfección o bien “menos
armonioso”, lo que en términos del sistema podría entenderse como un estado
en el que hay menores posibilidades de hacer los ajustes necesarios para
mantener la coherencia del mismo. Por otra parte Damasio (2014) explica que
para Spinoza, la laetitia, lo que sería la alegría y sus variantes, se asociaría a
una transición del organismo hacia un estado de mayor perfección, “algo así
como una partitura compuesta en clave de placer” (p.153), por lo que el sistema
estaría en un estado “armonioso”, lo que podríamos entender como operando
de manera más óptima en la mantención de su coherencia. El autor plantea,
ante estas reflexiones, que más bien, los sentimientos servirían como
testimonios de la vida en marcha, dando cuenta de la armonía o la discordancia
que ocurren en los profundo de la carne. Los sentimientos, en este caso, la
tristeza y la alegría, para Damasio (2014) no cobran sentido por su cercanía o
distancia con estados de mayor o menor perfección, sino más bien por ser “las
ideas del cuerpo en el proceso de maniobrar para situarse en estados de
supervivencia óptima” (p.156). En esta contraposición de alegría y tristeza se
resume superficialmente la orientación de esta propuesta, en la medida en que
retomando los conceptos de placer y displacer, más allá de la valoración que

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suele dárseles, es importante reflexionar en cuanto a la importancia de ambos,
como antítesis de una misma dimensión en la que el sujeto puede desplazarse,
para mantener su propia coherencia sistémica ante los cambios y presiones que
experimenta. De todas formas, introduciéndonos en el terreno de las
dimensiones operativas, es necesario considerar que se ha señalado a los
sujetos con mayor nivel en las dimensiones operativas como aquellos que se
caracterizan por un pensamiento abstracto, conducta flexible, tienden a la
inclusión de elementos, son proactivos y se exponen sin dificultad, ya que
operan con sistema de conocimiento de control descentralizado mantiene su
identidad personal, se perciben más funcionales a nivel adaptativo. En cambio,
los sujetos con las dimensiones operativas de menor nivel, como concreción,
rigidez, exclusión, reactividad y evitación, tendrían conductas más impulsivas,
tendrían menos autocuidado, evitando los desafíos, siendo menos controlados
en su manera de actuar y es probable que presenten patologías tales como alto
consumo de alcohol (Angel, 2011). No obstante, la rigidización del sistema en
una polaridad de funcionamiento de procesamiento de la información, implica
por definición el aumento de las posibilidades de contar con menos recursos
para generar los ajustes necesarios que le permitan mantener su coherencia
ante las presiones, en las dinámicas de mantenimiento y cambio.
Centrándose en concepto de “dimensiones operativas” que se plantea desde
el Constructivismo Cognitivo, estas han sido definidas conceptualmente como
“polaridades antitéticas que expresan el funcionamiento operativo del proceso
de mismidad de un sujeto, como respuesta a las presiones del medio” (Yáñez,
2005, p.86). Como lo expone el autor, a fin de resolver las demandas de cambio
o mantenimiento de su coherencia, el sistema evidencia opciones preferentes
de desplazamiento entre dos extremos polares de modos de funcionamiento
proactivo. Este movimiento o dinámica se da de forma dialéctica, como
resultado de la interacción recíproca entre condiciones contextuales,
interpersonales e intrapersonales que convocan al sujeto.

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Por lo tanto, si pudiésemos pensar el placer y el displacer como polaridades
antitéticas que le permiten al sistema los ajustes necesarios para la mantención
de su propia coherencia, se ofrece un marco comprensivo para observar estos
polos como aportes a la mantención del sistema y coherencia, más que por su
proximidad a las categorías gnoseológicas más tradicionales, como ocurre con
la otras dimensiones operativas ya abordadas en el modelo (Yáñez, 2005). En
la misma línea, podríamos incluso pensar experiencias displacenteras como
parte de los recursos con los que cuenta el sistema para recuperar su equilibrio
ante situaciones de presión máxima.
Observando los antecedentes y el contexto surge la siguiente interrogante:
¿Cómo definir los conceptos de placer y displacer como dimensiones
operativas?
Este trabajo asume como supuesto que es posible conceptualizar placer y
displacer como polaridades antitéticas que expresan el proceso de
funcionamiento de la mismidad, generando nuevos conceptos en el marco del
Constructivismo Cognitivo, fundamentando la teoría y las dimensiones
operativas que incluye el modelo con datos obtenidos desde los sujetos.
El objetivo general del proyecto es definir los conceptos de placer y
displacer como dimensiones operativas. Como objetivos específicos, se espera
que la propuesta de una nueva dimensión operativa, aporte a la comprensión
de la dinámica de conocimiento humano, ampliando el marco comprensivo de la
experiencia del paciente y proporcionando herramientas a la psicoterapia como
la ampliación de los conceptos para un diagnóstico operativo, desde el modelo
Constructivista Cognitivo.
Para dichos fines se considera apropiada una metodología cuantitativa,
específicamente desde la teoría fundamentada (Vasilachis, 2014), considerando
que esta metodología permite desarrollar una teoría enraizada en información
sistemáticamente recogida y analizada. Una de las ventajas de este diseño en
investigación cualitativa dice relación con el muestreo teórico que se requiere,

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por lo cual sería posible seleccionar los casos con mejor potencial para
expandir los conceptos estudiados. En esta etapa se encuentra en estudio la
selección de un muestra que aporte a la indagación de estos conceptos,
respecto de la cual sea posible realizar entrevistas en las que se obtengan
datos que sustenten las suposiciones iniciales. Se ha observado incluso la
posibilidad de explorar los conceptos en relación a fenómenos psicológicos
específicos, considerando la escasez de investigaciones en la materia (Concha,
2012).

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Bibliografía

Ángel, A. (2011). ​Exploración de las dimensiones operativas mediante el diseño de


un instrumento cuantitativo (tesis de magìster). Universidad de Chile,
Santiago, Chile. Disponible en
http://repositorio.uchile.cl/handle/2250/105882
Bleichmar, S. (2001). Del motivo de consulta a la razón de análisis. ​Revista
Actualidad Psicológica, 287​, 1- 6.
Concha, M. (2012). ​Estudio descriptivo acerca de las dimensiones operativas de
pacientes adultos con alto consumo de alcohol a través de un instrumento
de orientación Constructivismo Cognitivo ​(tesis de Magíster). Universidad
de Chile, Santiago, Chile. Disponible en
http://repositorio.uchile.cl/handle/2250/105882
Damasio, A. (2014). ​En busca de Spinoza: neurobiología de la emoción y los
​ iudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina: Paidós.
sentimientos. C
Frankl, V. (2009). ​Psicoanálisis y existencialismo. ​D.F., México: Fondo de Cultura
Económica.
Hidalgo, E. y Zamorano, C. (2013).​ Construcción de las dimensiones operativas en
la constitución ontológica del sujeto (​ memoria de pregrado). Universidad de
​ isponible en
Chile, Santiago, Chile.​. D
http://repositorio.uchile.cl/handle/2250/130713
Posner, J., Russell, J. A., & Peterson, B. S. (2005). The circumplex model of affect:
an integrative approach to affective neuroscience, cognitive development,
and psychopathology. ​Development and psychopathology​, ​17​(3), 715-34.
Vasilachis, I. (2014). ​Estrategias de Investigación Cualitativa.​ Barcelona: Gedisa.
Yáñez, J. (2005). ​Constructivismo Cognitivo: bases conceptuales para una
psicoterapia breve basada en la evidencia (tesis doctoral)​. Universidad de
Chile, Santiago, Chile.

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