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-título provisorio-
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Entro solo al pasaje Pan, ubicado entre la peatonal Córdoba y Santa Fe y bordeado por las
calles Maipú y San Martín. Subo por una escalera estrecha que tiene la estructura de una
línea que se quiebra sobre sí. Ya arriba me encuentro con un enjambre de hípster. Empiezo
a recorrer con la vista el terreno y las personas. Veo hípsters tocando música, hípsters que
escuchan a los hípsters que tocan música, hípsters que sacan fotos con sus celulares a los
hípsters que tocan música, veo otros hípsters que filman a los hípsters que tocan música
(musi-hipsters), veo hípsters que hablan con otros hípsters, veo hípsters que aplauden a los
musi-hipsters que ahora han dejado de tocar música y dirigen su mirada tierna de tierni-
hipsters hacia el auditorio tierno y bueno que aplaude, emocionado, a los musi-hipsters. El
show –o recital o happening- no es por lo estoy en el Pasaje Pam, claramente. Pili, que luego
de su reticiencia inicial se había erigido como el “cerebro” de la “operación”, nos había
mandado a investigar los movimientos de Beneplácita. Por facebook se había enterado de
que Benplácita iría a este evento. Habíamos llegamos con Hernán sobre la hora pero antes
de entrar me dijo que se había olvidado de comprar comida para sus gatos, así que me dejó
solo, se fue al chino y yo entré a esperarlo adentro. Estaban todos apretados. No vi señales
de la presencia de Beneplácita. Pero Pili había asegurado que iría así que compré una latita
de cerveza y me acomodé en el fondo, cerca de los baños, a esperar que Beneplácita
apareciera en algún momento. Tres canciones hípsters más tarde apareció Hernán con una
bolsa de whiskas bajo el brazo. Nos miramos. Le di la lata de cerveza. Con esto pasa, le dije.
En el escenario, que no era tal, los dos guitarristas, el tecladista y el tipo que pasaba unas
imágenes sobre un mini escenario estilo el que usan las marionetas, seguían en trance.
Pasaron siete temas más, siempre con la misma lata de cerveza nosotros, hasta que terminó.
Fue ahí, cuando los hipsters se empezaron a disgregar, que vimos a Beneplácita. Pasó al lado
nuestro para bajar la escalera e irse sola. Me miró y siguió de largo. Me pregunté si me
conocería de algún lado. Desde el balcón la vimos alejarse.
((meter descripciones sobre la gente y los libros que se vendían. Expandir eso y retrasar la
llegada de Beneplácita))
Nico
Lo bueno de tener a alguien secuestrado es que se puede hacer psicoanálisis sin cortes. El
secuestrado es un analista mudo y atento que como un Proteo cambia de formas y puede ser
ora mi padre, ora mi madre, ora una ex novia, ora el cliente que viene a pedir dos bananas y
tres naranjas día por medio y me quiere sacar charla del clima. Con sus límites, es una
analista que con su mirada, lo intuí desde el principio, sabe quién soy, dónde estoy, quién
quiero ser y qué quiero hacer. Como Proteo está sujetada y no puede hacer otra cosa, cuando
está conmigo, que profetizar mi devenir.
-¿Qué averiguaron? -nos inquirió Pilar apenas entramos a la casa.
Hernán:
Estaba delante de todo. Tendríamos que haber ido hasta allá. No
averiguamos nada.
El negro:
Yo creo que ya sabemos suficiente.
Hernán:
Tendríamos que haber visto al menos con quién estaba.
Pilar:
¿pero los vio, los reconoció?
El negro:
A veces me pregunto si no será tu cholulismo y fanatismo por Beneplácita lo
que no te deja pensar como secuestrador
Juani: ((nota pàra maxi, el escritor de esta novela: mepa que funciona más con Juani. Pero
fijate si queres poner más personajes o a otro en vez de él))
Te dije que solo me gustaron tres novelas.
El negro:
Las que leíste, digamos. Bueno, más allá de eso lo que te quería hacer notar,
fanático, es que no importa con quien estaba o si estaba con alguien. Esto es
lo que te decía de pensar como secuestrador. Lo que importa es que se fue sola,
lo que quiere decir que hoy podría haber sido una excelente ocasión para
mostrarle las fotos de Molinari, llevarla a casa, pedir la recompensa, escribir
el libro y fundar la editorial.
Hernán (que estaba en la otra habitación y escuchaba el diálogo)
Pero tiene que ser antes de la charla inaugural, así tiene más impacto.
((continuar. Darle forma))
***
Día 2
La secuestrada –ahora la llamamos así entre nosotros- durmió hasta el mediodía, cansada
por el ajetreo del secuestro, un estrés que claramente se notaba en su mirada antes de que
la sedáramos. Durmió desde las 1:30 aproximadamente, cuando después de la emoción del
secuestro Pilar y Hernán se fueron a sus casas y el Negro, Nico y yo nos turnamos para
vigilarla. Durmió en la silla del comedor, atada con sogas, con un pañuelo en la boca (todavía
no teníamos la confianza necesaria para sacárselo, pero esperamos poder hacerlo en algún
momento). Después de comer Pilar le puso el pañuelo. El negro, que es el que tiene más cara
de malo de todos, la había amenazado con surtirle un mamporro si llegaba a gritar mientras
le dábamos de comer. A mí me tocó verla despertar. El Negro se había ido temprano a hacer
unos trámites por unas cuentas impagas en un cementerio y Nico a la verdulería a trabajar.
Lo bueno de secuestrar a una persona entre varias (ahora ya estoy pensando como un
secuestrador, pienso metasecuestralmente) es que se hace más liviana la carga horaria de
vigilancia para cada uno. Todos seguimos con nuestras vidas como si nada. No debemos
alterar nuestras obligaciones diarias por el secuestro. Por otro lado, también debemos
comentar la noticia de la desaparición de Beneplácita por redes sociales, conjeturar con
conocidos del ámbito literario local. Debemos, como los asesinos, que se dice que siempre
vuelven a la escena del crimen, estar en la escena del secuestro, en la gran escena del
secuestro, como acusadores, indagadores, conjeturadores, indignados, dolidos,
cuestionadores del accionar de la policía y las autoridades políticas, debemos evitar toda
sospecha hacia nosotros, desviarla. Los medios locales y, más que nada, los micro medios
locales van a hacerse eco de la noticia en breve y no podemos estar desprevenidos.
Las fotografías
Del archivo fotográfico de los días del secuestro de Vignoli se hizo una selección para
retratar el proceso de adaptación de la artista al encierro, a la convivencia con los
secuestradores y Pilar, y a la comida. Se seleccionaron 56 fotografías (la caída, en los sueños
de la quiniela) en las cuales aparecía Beneplácita en primer plano o en un lugar destacado.
En la primera fotografía vemos a Beneplácita el primer día del secuestro atada a la silla del
comedor. Las luces del departamento están apagadas y solo se adivina la figura de
beneplácita gracias a la luz de la calle que pega sobre su cuerpo y se marca, sugerentemente,
con la sombra de las rejas. Es la primera foto y Beneplácita está durmiendo.
***
Esta mujer no para de hablar. Está atada a la cama y lo único que hace es tomar mates al
rolete, comer y hablar todo el tiempo. No se calla nunca. No sé cómo hace para hablar tanto.
Yo si hablo mucho me da sed, la boca se me pone pastosa o se me queda sin salvia. Pero esta
mujer no parece nunca quedarse sin saliva. Tengo ganas de irme a la mierda, no puedo es
mi turno. En la cocina oigo al Negro y a Hernán putear. Están mirando un partido de futbol
en la tele. No sé quién juega. El futbol me aburre. Prefiero el boxeo. Por lo menos ahí hay
gente pegándose, poniendo el cuerpo de verdad. No hay cosa que odie más que ver a un jugar
de futbol poner cara de soldado Ryan, de Rambo, de herido de bala. Apenas los tocan saltan,
se revuelcan, gritan, como se les hubiesen dado con una ametralladora o una granada. En
realidad los deportes me aburren. Lo que me gustan son los rompecabezas y todo lo que
tenga que ver con la construcción de algo. Lo que me gusta de los rompecabezas es que en el
caos, en el montoncito desordenado de piezas hay un orden, una unidad oculta que tengo
que ir descubriendo a medida que voy colocando piezas. Por eso será que me gustan los
libros que están echos de fragmentos. Los veo como pequeñas piezas que tengo que ir
acomodando. Aunque jueguen con el tiempo, el espacio o las voces narrativas yo sé que al
final, en alguna parte, está oculta una unidad que voy a descubrir cuando llegue a la última
página del libro. Y entonces después, no siempre, emprendo la relectura, es como
reacomodar un rompecabezas ya acomodado, pero el disfrute es el doble porque cada pieza
adquiere un significado nuevo. Y esta mujer que no se calla. Algo de lo que dice tiene que ver
con esto que pienso. Pero no tengo ganas de contárselo. Siempre está remarcando –la mujer
que no se calla- que ella no mueve ningún dedo sin que antes le paguen algo. Eso fue lo que
le respondió a un pibe que creo que se llamaba Mauro cuando le dio su primera novela para
que ella la leyera. Y una mujer que no mueve un dedo sin que le paguen está siempre al
acecho de ver que puede robar, qué puede apropiarse. Por eso no digo mi percepción del
tema en voz alta y también no lo hago porque no tengo ganas. Me gusta estar callado. Hablar
cansa. No es el caso de esta mujer que mis compañeros llaman “La secuestrada”. Hace varios
minutos que tengo el libro cerrado con un dedo en la hoja que dejé y que esta mujer habla
del libro. Habla del autor, del título, de lo que dice, de la editorial, del color. Es increíble la
cantidad de cosas que tiene esta mujer para hablar. Le pregunto si ella alguna vez se calla y
me dice que cuando duerme y le digo que tampoco porque antes de ayer me tocó le turno
nocturno y oí cómo hablaba dormida. Se ríe y entonces aprovecho a retomar mi lectura. No
llego a terminar un párrafo cuando empieza a hablar otra vez. Entonces cierro de nuevo el
libro y escucho. Pienso que a esta mujer le hace falta un tele y me digo que debería
proponérselo a los demás. Hoy a la noche cuando hagamos el cambio de turno les voy a
proponer poner un televisor. Les diré que no se calla, que no para, que intento leer y habla y
habla. Es insoportable así. También les diré que este domingo es el cumpleaños de mi abuelo
y no puedo faltar. Tengo que ir a visitarlo y esperar que vuelva a contarme otra de sus
historias, en realidad, la misma, siempre la misma, historias de un pueblo del interior de
Chaco. Y de la vez que tenía unos catorce o quince años y casi mata a un tipo. Un viejo. lo
agarró a machetazos. Siempre tengo esa imagen que él narra una y otra vez, entre risas,
refregándose la cara, con su mano dura y áspera. En la imagen veo a mi abuelo de unos
catorce o quince años, obviamente no le veo la cara, tirando machetazos a un hombre dentro
de una zanja, en el piso, atajándose con los pies. Él dice que lo agarró a machetazos porque
el viejo le había pegado a su hermano. No el menor sino al hermano mayor porque el menor
era él. Y después me va a contar la escena del comisario Vargas, ¿se llamaba Salazar? Mi
abuelo estaba en la entrada de su casa, sus padres ya sabían lo que había pasado. Vino el
comisario Vargas, se acercó en silencio, lo miró y le pregunto. ¿Vo´ sabe´lo que hiciste, pibe?
Mi abuelo mirando hacia el suelo sin responder. Nunca le pregunté a mi abuelo en qué vino
el comisario Vargas. Lo imagino en alguna camioneta. Me pregunto qué año fue el año que
mi abuelo tuvo catorce años. Después me va a decir que lo llevaron a la comisaria y lo
metieron en la misma celda que el viejo que tenía todas las piernas ensangrentadas. “Un mes
me tuvieron ahí. Pensé que no me soltaban más, pero el comisario Vargas me largó un día.
No sé si mi pá habrá hecho algo.” Mi abuelo nunca diría mi “pá” ¿cómo le decía a su padre?
creo que lo llamaba por el apellido. “No sé si Leguiza habrá hecho algo”. No, mejor. “No sé
si Leguiza tuvo algo que ver”. Mejor.
***
-¿Qué es eso que escribís? –pregunto Vignoli.
-Ey… ¿Qué escribís?
El otro sin dejar de hacer lo que hacía y sin levantar la cabeza:
-Palabras
-¿Y qué dicen?
-Cosas… como toda palabra.
-¿Y qué cosas dicen?
-Cosas ilegibles. No son para vos –atacó.