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Tal aserto tiene como contrapartida la inestabilidad metafísica del mundo, es decir:;v
la inestabilidad de su existencia, de sus leyes, de sus valores. Esto es lo que en un senti
do amplio se llama ‘contingencia’1 23.Ahora bien, la contingencia del mundo tiene su raíz Y
en aquella voluntad divina, que reina absolutamente sobre todo principio, sobre toda
esencia: las cosas son o no son, en cuanto Dios lo quiere. E incluso no es contradictorio -.Y
que las destruya —que destruya el universo— sin destruir la percepción que habitual-:
mente tenemos de él. Lo mismo sucede con los valores: no hace Dios lo que hace por-; Y
que es bueno hacerlo, sino, por el contrario, algo es bueno en cuanto Dios lo hace.
‘Conste que, segíin la fe, todo lo que es diverso de Dios es contingente; luego, contingen- - ,
temente existe aquello que es, y asi cualquier cosa que se diga de lo que es, se dice contin
gente y no necesariamente.. . ’\ ffi
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Desde este punto de vista, el voluntarismo de Occam está en las antípodas de la
‘teología’ platónica y, por lo mismo, es extraño en gran medida, al misticismo buena-
venturiano, esencialmente platónico.
Esto se evidencia más aún si nos detenemos en el problema de los universales.
Siguiendo a Abelardo y extremando su pensamiento, Occam rechaza de plano la po
sibilidad de que exista algo universal en las cosas (in re) o antes de ellas (ante rem).
Recordemos el realismo extremo de Platón: hay una forma (Idea) real, por ejemplo,
la Justicia en sí, por la que ciertos actos son justos; o un género real, por ejemplo,
‘animal’, por el que ciertos entes son animales; y una especie real, por la que ciertos
animales son hombres, etc. Para el realismo extremo de Platón, las Ideas (géneros y es
pecies) estaban antes que las cosas; para un realismo moderado, como el de Aristóteles,
los géneros y las especies constituían el ser más real e inteligible de las cosas. Occam
rechaza ambas posiciones. Dios ha creado las cosas individuales, ‘de una sola pieza’
—este hombre, ese árbol, aquel sol— , cuyo secreto de construcción y cuyo destino,
por lo demás, pertenecen a los designios impenetrables de la voluntad divina. Dios no
ha creado, por tanto, nada que sea universal, y si no ha sido creado, no posee forma
alguna de existencia real: ni como cualidad general, ni como esencia común. Por lo
que estos ‘entes’ no tienen más realidad que en el pensamiento e, indirectamente, en la
palabra y en la escritura. Nombres, no realidades; signos con los que señalamos ciertas
semejanzas sensibles de las criaturas. De ahí el nombre de nominalismo con que se
individualizó la filosofía de Occam.
Y como es fácil de inferir, esta posición nominalista está íntimamente relacionada
con una teoría del conocimiento esencialmente distinta de la predominante. En efecto,
para el realismo que Occam combate, la existencia objetiva de los universales garan
tiza que las cosas individuales se hagan inteligibles a nuestro entendimiento. En otras
palabras: el individuo puede ser conocido sólo en la medida en que el entendimiento
abstrae de la materia individual lo que en ella hay de inteligible, es decir, universal. Por
ejemplo, en este individuo humano que estoy percibiendo, sólo puedo conocer lo que
hay de universal en él: su ser hombre, su ser blanco (la blancura es algo universal), su
ser músico (la música es algo universal), etc. Repetimos: conocerlo es aprehender y
abstraer lo que es común y uno entre él y otros individuos. Rechazada la concepción
realista de los universales, Occam debe rechazar también esta descripción del conoci
miento. Conocemos directamente lo individual. Este conocimiento, que Occam deno
mina ‘intuitivo’, nos muestra con evidencia si una cosa existe o no existe, y cómo y en
medio de qué existe. Por este conocimiento conocemos también nuestro actual estado
interno. Y ambos modos — interno y externo— constituyen la experiencia, único fun
damento sólido de todo saber.
En conclusión, un saber relativamente cierto sólo se puede obtener observando las
semejanzas sensibles y las regularidades con que se dan las cosas de la Naturaleza; y
luego, traduciendo esta experiencia sensible en proposiciones bien articuladas desde
un punto de vista lógico-gramatical.
Occam contribuyó poderosamente a esta elaboración de un lenguaje altamente téc
nico, en el cual la experiencia quedase bien expresada y articulada.
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