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FIN DEL MEDIEVO

Giannini, H. (2005). Breve historia de la filosofía. Santiago de


Chile: Catalonia.

GUILLERMO DE OCCAM (DOCTOR INVENCIBLE)


(12907-1349)
Nació en Surrey, Inglaterra; recibió su educación en Oxford; luego ingresó a la Orden
de los franciscanos. Sus discípulos empezaron a llamarle ‘Doctor Invencible’ (por su
lógica implacable) y ‘Príncipe de los Nominalistas’ (por su afirmación de que los gé­
neros y las especies son meros nombres). En sus obras y en sus actos defendió con
ardor la separación del Poder Temporal — Imperio— respecto del Poder Espiritual —la
Iglesia—. Por exigir con parecida vehemencia el regreso a una total pobreza y sencillez
en la vida y usos del clero, se atrajo innumerables problemas y enemistades. Una de
sus obras principales, Comentario a las Sentencias, fue examinada con lupa por una
comisión censora (1324) y condenada en más de 50 artículos. Finalmente, a raíz de
una tesis suya acerca de la pobreza de Cristo, debió huir de Avignon, ciudad papal
por aquel entonces, y refugiarse en la corte de Luis el Bávaro. Murió en el exilio, en
.Munich, en 1349. Sus obras principales, además del Comentario: una obra de Filosofía
Natural, dos obras de Lógica, algunas Cuestiones disputadas, Tratado de Principios
de Teología. Escribió, además, numerosas obras políticas, algunas en defensa de los
derechos de los príncipes contra la autoridad papal; otras directamente contra el Papa
Juan xxn (Compendio acerca de los errores del Papa Juan xxil).
Ajuicio de N. Abbagnano, Guillermo de Occam representa ‘la última gran figura
de la Escolástica y, al mismo tiempo, la primera gran figura de la Edad Moderna’1.
■Juicio certero, este último, si se toman en consideración algunos aspectos relevantes
del pensamiento occamiano —contrapuestos a la filosofía predominante— y que el
pensamiento moderno continuará y desarrollará. Sobre todo en Inglaterra, hará escuela
el llamado a la experiencia como criterio de verdad y el nominalismo, esto es, la afir­
mación de que ciertas pretendidas realidades (los géneros y las especies) poseen sólo
una existencia lingüística y mental.

'N. Abbagnano, Historia de la Filosofía, 1.1, Barcelona.


Certero también, el llamar a Occam ‘la última gran figura de la Escolástica’:
Una suerte de trágica contradicción parecer haber seguido a la espiritualidad fían-’
ciscana. Habiendo, desde su origen, declarado la guerra al intelectualismo de que se
había revestido la experiencia religiosa, para combatirlo, ya desde San Buenaventura
se ve obligado a adaptar el ‘lenguaje de las escuelas’, a precisarlo, a tecnificarlo. Y
esto ocurre hasta el extremo que ya en la filosofía de Occam ese lenguaje parece ser la
expresión más acabada de lo que el humanismo naciente llamará ‘barbarie y sequedad
de espíritu’.
Occam, en una disposición muy diversa a la de San Anselmo, pretendía separar en
forma tajante, lo que pertenece a la fe de lo que pertenece al entendimiento.
Para Occam, la religión, en su expresión intelectual, la Teología, no debe aspirar a
colocarse en el plano de la demostración, plano que compete sólo a las Ciencias y, en
particular, a las Ciencias de la Naturaleza. Este juicio rotundo va a renovar, a partir de
ese momento, la tensión entre lo racional y la fe, tensión y pugna que un siglo más
tarde tendrá como epílogo el quiebre de la unidad doctrinal de la Iglesia.
La concepción de una fe que no pretende demostrar lo que sostiene y, correlativa-'
mente, de una razón limitada a los objetos de la experiencia, tal vez tenga su origen en
una intuición religiosa que al menos en Occam parece evidente, a lo largo y a lo ancho i
de todo su pensamiento: esta intuición puede resumirse como visión voluntarística de
la divinidad. Y se expresa en el siguiente postulado:

'Dios puede hacer todo lo que, al ser hecho, no implica contradicción ’K

Tal aserto tiene como contrapartida la inestabilidad metafísica del mundo, es decir:;v
la inestabilidad de su existencia, de sus leyes, de sus valores. Esto es lo que en un senti­
do amplio se llama ‘contingencia’1 23.Ahora bien, la contingencia del mundo tiene su raíz Y
en aquella voluntad divina, que reina absolutamente sobre todo principio, sobre toda
esencia: las cosas son o no son, en cuanto Dios lo quiere. E incluso no es contradictorio -.Y
que las destruya —que destruya el universo— sin destruir la percepción que habitual-:
mente tenemos de él. Lo mismo sucede con los valores: no hace Dios lo que hace por-; Y
que es bueno hacerlo, sino, por el contrario, algo es bueno en cuanto Dios lo hace.

‘Conste que, segíin la fe, todo lo que es diverso de Dios es contingente; luego, contingen- - ,
temente existe aquello que es, y asi cualquier cosa que se diga de lo que es, se dice contin­
gente y no necesariamente.. . ’\ ffi

Consecuencia de esta afirmación es que la razón humana no puede aspirar a arreba­


tar las ‘verdades eternas’ que residen en la voluntad de Dios. No puede conocer, sino ;
contingentemente las cosas de este mundo.

1Occam, Tratado sobre los Principios de Teologia, i, I . Aguilar, Madrid.


2Aristóteles llama contingente a lo que existe sin necesidad, es decir, que puede ser o no ser.
3Occam, ibidem, xxix,.pág. 132.

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Desde este punto de vista, el voluntarismo de Occam está en las antípodas de la
‘teología’ platónica y, por lo mismo, es extraño en gran medida, al misticismo buena-
venturiano, esencialmente platónico.
Esto se evidencia más aún si nos detenemos en el problema de los universales.
Siguiendo a Abelardo y extremando su pensamiento, Occam rechaza de plano la po­
sibilidad de que exista algo universal en las cosas (in re) o antes de ellas (ante rem).
Recordemos el realismo extremo de Platón: hay una forma (Idea) real, por ejemplo,
la Justicia en sí, por la que ciertos actos son justos; o un género real, por ejemplo,
‘animal’, por el que ciertos entes son animales; y una especie real, por la que ciertos
animales son hombres, etc. Para el realismo extremo de Platón, las Ideas (géneros y es­
pecies) estaban antes que las cosas; para un realismo moderado, como el de Aristóteles,
los géneros y las especies constituían el ser más real e inteligible de las cosas. Occam
rechaza ambas posiciones. Dios ha creado las cosas individuales, ‘de una sola pieza’
—este hombre, ese árbol, aquel sol— , cuyo secreto de construcción y cuyo destino,
por lo demás, pertenecen a los designios impenetrables de la voluntad divina. Dios no
ha creado, por tanto, nada que sea universal, y si no ha sido creado, no posee forma
alguna de existencia real: ni como cualidad general, ni como esencia común. Por lo
que estos ‘entes’ no tienen más realidad que en el pensamiento e, indirectamente, en la
palabra y en la escritura. Nombres, no realidades; signos con los que señalamos ciertas
semejanzas sensibles de las criaturas. De ahí el nombre de nominalismo con que se
individualizó la filosofía de Occam.
Y como es fácil de inferir, esta posición nominalista está íntimamente relacionada
con una teoría del conocimiento esencialmente distinta de la predominante. En efecto,
para el realismo que Occam combate, la existencia objetiva de los universales garan­
tiza que las cosas individuales se hagan inteligibles a nuestro entendimiento. En otras
palabras: el individuo puede ser conocido sólo en la medida en que el entendimiento
abstrae de la materia individual lo que en ella hay de inteligible, es decir, universal. Por
ejemplo, en este individuo humano que estoy percibiendo, sólo puedo conocer lo que
hay de universal en él: su ser hombre, su ser blanco (la blancura es algo universal), su
ser músico (la música es algo universal), etc. Repetimos: conocerlo es aprehender y
abstraer lo que es común y uno entre él y otros individuos. Rechazada la concepción
realista de los universales, Occam debe rechazar también esta descripción del conoci­
miento. Conocemos directamente lo individual. Este conocimiento, que Occam deno­
mina ‘intuitivo’, nos muestra con evidencia si una cosa existe o no existe, y cómo y en
medio de qué existe. Por este conocimiento conocemos también nuestro actual estado
interno. Y ambos modos — interno y externo— constituyen la experiencia, único fun­
damento sólido de todo saber.
En conclusión, un saber relativamente cierto sólo se puede obtener observando las
semejanzas sensibles y las regularidades con que se dan las cosas de la Naturaleza; y
luego, traduciendo esta experiencia sensible en proposiciones bien articuladas desde
un punto de vista lógico-gramatical.
Occam contribuyó poderosamente a esta elaboración de un lenguaje altamente téc­
nico, en el cual la experiencia quedase bien expresada y articulada.

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