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9/1/2019 Los dos relatos de la Creación en el Génesis > Antropología Bíblica

INDEX INTRODUCCIONES BÍBLICAS ANTROPOLOGÍA HISTORIA BÍBLICA TRADUCCIONES LIBROS E.G.H.

Los dos relatos de la Creacion en el Genesis

PRIMER RELATO: LIBRO DEL GÉNESIS, 1, 1-31, y 2,4 :

<< En el principio, la Divinidad conformaría los cielos y la tierra: pues la tierra no tendría todavía forma
alguna y estaría como disuelta (en la inmensa masa de aguas cósmicas contenidas en las profundidades
de los abismos del espacio exterior), y la oscuridad más completa envolvería esos profundos abismos;
pero ya el aliento espiritual de la Divinidad estaría sobrevolando por afuera de la superficie externa de
esas aguas.

Diría entonces la Divinidad: "¡Que haya luz!". Y hubo luz. Y vió la Divinidad que esa luz era buena, y la
Divinidad la dejó diferenciada de la oscuridad; y llamó la Divinidad a la luz "día" y a la oscuridad
"noche". Y hubo atardecer y hubo amanecer: (los del) DÍA PRIMERO.

Diría luego la Divinidad: "Que haya un firmamento sólido (a modo de bóveda celeste) por en medio de
las aguas, separando unas de otras". Y así hubo de ser: hizo la Divinidad el firmamento, dejando
separadas unas aguas de otras, las que quedaban por debajo del firmamento celeste y las que quedaban
por encima de éste. Y vió la Divinidad que era bueno (y apropiado). Y llamó la Divinidad al firmamento
"cielo". Y hubo atardecer y hubo amanecer (en ese día,) el DÍA SEGUNDO.

Diría luego la Divinidad: "Que se junten (y condensen) en unos mismos lugares (una parte de) las aguas
de debajo de los cielos, y aparezca (así) el suelo seco". Así hubo de hacerse: se condensaron en varios
lugares las aguas de debajo de los cielos y apareció (sobresaliendo de las aguas) el suelo seco. Y a lo seco
la Divinidad lo llamó "tierra", y al resto de las aguas reunidas los llamó "mares". Y vió la Divinidad que
estaba bien, y diría a continuación la Divinidad: "Que la tierra produzca hierba verde, plantas con

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semilla, y árboles frutales, cada uno con su fruto y su semilla sobre la tierra, según sus especies". Y así
hubo de ser: produjo la tierra hierba verde, plantas con semilla, y árboles de fruto, cada uno con su
semilla. Y vió la Divinidad que estaba bien hecho. Y anocheció y amaneció (en ese día,) el DÍA
TERCERO.

Diría luego la Divinidad: "Que haya por la bóveda de ese firmamento unas lumbreras que separen el día
de la noche y sirvan de señales para las estaciones, los días y los años, y que luzcan por el firmamento de
ese cielo para alumbrar la tierra". Y así hubo de ser: hizo la Divinidad las dos grandes luminarias, la
mayor para presidir el día, y la menor para presidir la noche, y las estrellas; y los puso la Divinidad en la
bóveda interior del cielo para alumbrar la tierra y presidir el día y la noche y para separar la luz y las
tinieblas. Y vió la Divinidad que era bueno aquello, y anocheció y amaneció (en ese día,) el DÍA
CUARTO.

Diría luego la Divinidad: "Que se llenen de animales las aguas y que vuelen sobre la tierra aves bajo la
bóveda celeste". Y así hubo de ser: pues creó la Divinidad los grandes monstruos del agua y todos los
animales que bullen en ella, según sus especies, así como todas las aves aladas, según sus especies. Y vió
la Divinidad que estaba bien hecho, y los bendijo la Divinidad diciendo: "Procread y multiplicáos, y
llenad las aguas del mar, y que se multipliquen sobre la tierra las aves". Y anocheció y amaneció (en ese
día,) el DÍA QUINTO.

Diría luego la Divinidad: "Broten de la tierra seres animales, según sus especies: ganados, animales
reptiles y bestias salvajes, según sus especies". Y así hubo de ser: hizo la Divinidad todas las bestias
salvajes, por especies, los ganados, por especies, y los animales que reptan sobre la tierra, también por
especies. Y vió la Divinidad que era bueno (todo ello).

Entonces diría la Divinidad: "Hagamos al ser humano según nuestra imagen y modelo, para que domine
sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados y sobre todas las bestias de la tierra y
sobre cuantos animales se mueven en ella". Y creó la Divinidad al ser humano a imagen suya, a
semejanza divina lo creó, y lo creó macho y hembra. Y los bendijo la Divinidad y les dijo la Divinidad:
"Procread y multiplicáos, y llenad la tierra, sometedla y dominad sobre los peces del mar, sobre las aves
del cielo, sobre los ganados y sobre cuanto vive y se mueve sobre la tierra". Dijo también la Divinidad:
"Ahí os doy cuantas plantas de semilla hay sobre la superficie de la tierra entera, y cuantos árboles
producen fruto con simiente, para que todo ello os sirva de alimento. También a todos los animales de la
tierra, y a todas las aves del cielo, y a todos los seres que sobre la tierra están y se mueven, les doy como
comida cuanto de verde hierba la tierra produce". Y así hubo de ser. Y vió la Divinidad que era muy
bueno cuanto había hecho, y anocheció y amaneció (en ese día), el DÍA SEXTO.
(...) Tal sería el origen de los cielos y la tierra cuando fueron creados >>.

Éste es el relato de la creación del Mundo con que se inicia el primer libro de la Biblia. Es un relato
mitológico, que parte de unas premisas cosmológicas que se suponen conocidas por el oyente-lector: el
universo es entendido en esta cosmología como una especie de inmenso receptáculo lleno de aguas, y en
su interior otro receptáculo menor donde estaría la tierra -plana- y las aguas de los mares interiores,
sobre las cuales hay un espacio abierto cerrado por arriba por una bóveda celeste sólida, concebida como
de metal fundido, que separa las aguas superiores; unas a modo de trampillas o compuertas se abren
ocasionalmente para dejar caer parte de esas aguas cósmicas superiores en forma de lluvia (cf. Gén.,
7,11).

Esta concepción, que es también básicamente la concepción cosmológica mesopotámica, y que


encontramos en otros pasajes bíblicos (Salmo 136, 6; Salmo 148, 4; 1 Samuel 2, 8, etc), aparece aquí en
su representación más primitiva, que acaso deba remontarse a una época protohebrea nómada y pre-
urbana: se ignora en ella, por ejemplo, algo que no era desconocido en tiempos antiguos para ningún
pueblo agrícola, a saber: que las nubes son indisociables de la lluvia y que el agua es indispensable para
el crecimiento de la hierba (el autor del capítulo 2 se apresura a corregir este "olvido" y proporciona una
explicación en 2. 5-6 a la aparente incongruencia de que se hubieran creado plantas sin haber lluvia
todavía). El agua, como en todas las mitologías mesopotámicas, es un elemento preexistente a la propia
creación. La luz (de la aurora y del crepúsculo) era considerada por los antiguos como independiente o
autónoma de la luz solar propiamente dicha (de ahí que se considere su existencia con anterioridad a la
creación del astro solar).

Se trata de un primer relato cosmogónico tradicional y popular, sin duda más antiguo que el segundo (el
de los capítulos 2 y 3 sobre el Paraíso y sobre el primer hombre y la primera mujer). Este primer relato,
en efecto, conserva huellas de su antigua transmisión oral (fórmulas mnemotécnicas repetitivas,

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narración secuenciada) y asimismo de su carácter popular: no se traslucen en él, p.e., los conocimientos
astronómicos mesopotámicos, pues los cuerpos celestes se imaginan "rodando" por la superficie interior
del firmamento y todos ellos a la misma distancia de la tierra. Su transmisión oral a lo largo de varias
generaciones (probablemente por vía femenina, como todas las mitologías y cuentos populares en sus
estadios más primitivos, y quizá también en su elaboración) se configuró y estereotipó en el relato que
finalmente se puso por escrito, sin rectificarlo apenas, pues su propia antigüedad inmemorial lo hacía
especialmente venerable incluso para los sacerdotes.

El fragmento siguiente (2, 1-3), que no hemos incluido aquí, dice así: "Así fueron acabados los cielos y la
tierra y el despliegue de todo su cortejo. Y finalizada en el día sexto toda la obra que había creado,
descansó Yavé-(el)-Dios en el séptimo día de todo cuanto había hecho; y bendijo ese día séptimo y lo
santificó, porque en él descansó Yavé-Dios de cuanto había creado y hecho".

Este fragmento no parece pertenecer en origen a este primer relato, sino que sería probablemente una
inclusión "sacerdotal" posterior (entre otras razones porque los "siete días" de la semana, y en general la
importante y simbólica función del número siete en los textos bíblicos, parece derivar precisamente de
los siete cuerpos celestes conocidos desde antiguo por la astronomía mesopotámica: el sol, la luna y los
cinco planetas).

Es significativo de su antigüedad el hecho de que en este capítulo 1 el artífice y creador del Mundo sea
llamado Elohim (de una raíz semítica El- que significa "dios", desarrollada con diversos sufijos según las
lenguas semíticas: en babilónico Bel, en feniciocananeo El y Alou-nis, en árabe lah y al-láh, en hebreo
el). La forma elohim es la de un plural intensivo característico de algunas lenguas semíticas antiguas, con
significación singular, tal vez traducible como "la Divinidad", pero también como "un dios", "el dios".
Desde el capítulo 4, este "dios" es llamado ya "Yavé" (YHWH), aunque en los capítulos 2 y 3, que son "de
transición", y con evidente intención de identificarlo con el dios del capítulo 1, se le llama Yavé-Elohim.

Sobre el término "creación", se ha abusado bastante en toda la teología religiosa posterior interpretativa
y exegética de este capítulo. Por supuesto que el término hebreo bara' no significa exactamente "crear de
la nada", ni tampoco la raíz semítica originaria, para la que cabe presuponer un significado etimológico
cercano a "sacar" (algo desde algo), "aislar", "separar", "diferenciar", con lo que el matiz más probable de
este vocablo hebreo en ese contexto podría ser algo así como "crear diferenciando" (elementos
preexistentes), "hacer separando". Por lo demás, ni el concepto de "la nada", ni el de "lo infinito",
existían en la mentalidad hebrea antigua. Otros términos, como el de "la tierra confusa y vacía", parece
que en el texto original se refieren a una "tierra sin forma" (indiferenciada como elemento) y "disuelta"
en las aguas cósmicas originarias. Al igual que en las mitologías mesopotámicas, el agua es un elemento
primordial y preexistente a la creación del Mundo. El otro elemento preexistente sería el aire, que en
este texto se asimila al "aliento" o "espíritu" de Dios (la potencia activa de la Divinidad).

Las objecciones cientifistas que se le han hecho a este relato bíblico están obviamente fuera de lugar,
pues se trata de un texto explicativomitológico, no científico, construido a la medida de la mentalidad
hebrea de hace dos mil quinientos años o más, y desde luego no puede pedírsele que elabore los detalles
de acuerdo con las teorías evolucionistas contemporáneas, y no de acuerdo a esa misma mentalidad
precientífica antigua. Que las aves, por ejemplo, sean creadas simultáneamente con los peces y animales
marinos (incluídos los cetáceos mamíferos) se debe a que ambas clases de seres viven y se mueven en dos
elementos distintos del propiamente terrestre (el agua y el aire); sin duda el autor bíblico también
hubiera incluido en ese grupo -si en aquel entonces hubieran sido conocidos- los seres microorgánicos

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bacterianos y virales, que proceden del medio "acuoso" y "aéreo" y parasitan y corrompen el cuerpo
"terrestre". Los seres vivos se distinguen en dos grandes grupos: por un lado los animales acuáticos
(peces y animales marinos) y los animales volátiles (aves e insectos voladores) y por otro lado los
animales terrestres, diferenciados a su vez en tres clases, según su grado de utilidad para el hombre:
hervíboros (ganados), carnívoros (bestias de la tierra) y reptiles (que incluyen los reptiles propiamente
dichos, los anfibios y todos los pequeños animales invertebrados). Por cierto, que el relato parece sugerir
también (míticamente) que la alimentación de todos esos seres primariamente creados (tanto la del
hombre como la de los animales de toda especie, incluidos los "carnívoros") hubo de ser en un principio
exclusivamente "vegetariana", lo que concuerda también con otras mitologías antiguas de otras culturas,
en las que el "desorden" y la "trastocación" originaria, y con ello la depredación entre los propios seres
vivientes, se produce también a partir de una "transgresión" cometida por los primeros seres humanos.

Es un relato que en su origen seguramente ni siquiera tenía las pretensiones que después se le han dado
por sus intérpretes y comentaristas. Es un relato metafórico, no conceptual; mítico, no científico, en el
que no se pretende decir "cómo fue" (pues obviamente nadie había allí para verlo, para transmitirlo y
para contarlo), sino más bien "cómo pudo ser", "cómo debió de ser".

Con todo, y como todo relato mitológico, el relato tiene unos valores que trascienden lo puramente
científico y que incluso lo superan. El orden de los días de la creación y de las cosas en ellos creadas, p.e.,
sugiere también una cierta pre-visión mental fenomenológica, pues en realidad el relato mismo se
construye a partir de unas determinadas "preformaciones mentales" (arquetipos) que en su conjunto
constituyen la integración completa de lo fenoménico, es decir, las formas primarias en que la mente
humana aprehende la realidad externa del mundo a partir de las propias sensaciones internas. En otras
palabras, este relato bíblico -de alguna forma- nos está transmitiendo no tanto el origen del mundo en sí
(que es en el fondo una cuestión irresoluble y necesariamente mítica, sea al modo precientífico antiguo o
sea al modo científico moderno con sus teorías asimismo "míticas" e indemostrables), sino sobre todo el
origen o génesis del mundo para la mente humana, para la forma mental humana de ver, de percibir, de
comprender y de entender el mundo. Todos los seres humanos hemos "creado" o "construido" el mundo
así, en esas "fases" percepcionales, y ello ya seguramente desde nuestra primera vivencia en el seno
materno, en el "líquido amniótico" o agua primordial.
Por ejemplo:

LUZ = percepción, imagen, visión o sensación intrauterina de "claridad" tenue.

CIELO = límite externo espacial, figura, placenta materna.

TIERRA = forma, espacio lleno/vacío, húmedo/ seco, sensaciones corporales.

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ASTROS = primeras sensaciones del tiempo, del sucederse de las sensaciones.

AVES Y PECES = movimiento intrauterino.

ANIMALES TERRESTRES = primeras sensaciones extrauterinas, objetos.

La ciencia actual está muy lejos todavía de poder decirnos qué siente el feto humano vivo en el seno
materno, más allá de las reacciones a algunos estímulos muy determinados. Tampoco ninguno de
nosotros, debido al propio carácter selectivoacumulativo de nuestra memoria, podría decir ni acordarse
de cuáles fueron nuestras primeras sensaciones en el seno materno, ya que esas sensaciones primigenias
se han borrado por la acumulación de otras similares posteriores. Pero el mito sí que puede hacerlo, y
especialmente mitos como éste, creados de forma colectiva por la propia transmisión oral durante
generaciones, que finalmente se han depurado de connotaciones individuales hasta expresar (de forma
inconsciente) esas preformaciones arquetípicas puras, es decir, las representaciones primordiales en que
la mente humana, desde el momento mismo de su origen biológico individual, percibe y siente la
realidad interna propia y la realidad externa con la que toma su primer contacto. Con ello el mito va
incluso más allá de nuestra memoria y más allá de toda memoria.

Los aspectos filosóficoteológicos del relato (aunque originariamente no estuvieran presentes en él, por lo
menos conscientemente) no son menos interesantes y sugestivos. El mito viene a decir que "en el
principio" hubo en todo caso una "separación" de cada cosa, una definición percepcional de cada cosa
como tal. Para empezar, como punto insoslayable de partida, hay una realidad inmediata, la que percibe
la mente humana en cuanto tal, y sin la cual ni siquiera es pensable o concebible su contrario (la no-
diferenciación, la no-forma). Lo primero de todo es la luz, la visión general, la base y el presupuesto
mismo de toda visión. Su contrario es la no-luz, la tiniebla, la oscuridad completa, la no-visión de nada
(todo el relato se estructura de hecho en una serie de dicotomías u opuestos: luz / oscuridad; cielo /
tierra; tierras / mares; animales marinos y volátiles / animales terrestres; animales / ser humano).

Esa "separación" (cf. el evangelio de Juan 1, 1, "en el principio, el Lógos") es algo dado: no es sólo el
efecto (las cosas tal y como las vemos, A como A, B como B), sino también la acción y la actividad misma
de separar con que opera la mente humana. Se trata, por tanto, de las estructuras básicas (arquetípicas)
de la mente humana, que incluyen no sólo el "modelo de ver", sino también -sobre éste- el "modelo de
pensar" y el "modelo de sentir". Ese modelo, esa forma-matriz (del ver, del pensar y del sentir
específicamente humanos) son el lógos, el "espíritu de Dios", el Lógos de Dios hecho ser humano e
instalado temporalmente en el ser humano, como luz del ser humano (cf. Jn 1, 9). Ese lógos no es tan
sólo la palabra, el lenguaje humano, la racionalidad humana, sino su significado, su sentido.

Sobre esos modelos originarios del Lógos divino (el filósofo griego Platón las llamaría "ideas", otros las
han llamado "arquetipos"), y desde luego según su propia conveniencia, el ser humano se ha hecho sus
propios "modos" (de ver y de pensar) colectivos, basados en adaptaciones colectivas, en costumbres.
Pero persisten en todo caso los "modos de sentir", más o menos "viciados" por la experiencia individual y
la problemática individual y personal, que a su vez determina las formas propias de estructurar esos
modelos originarios de forma inconsciente: "complejo psicológico básico personal", "karma individual",
"demonios personales ocultos", o como quiera llamárselos según las concepciones religiosas,
antropológicas, culturales o psicológicas de los diversos pueblos y culturas.

Ahora bien, es claro que sobre el modelo común, se superponen modos colectivos (morales) y modos
individuales (psicológicos), más útiles o menos, más "erróneos" o menos. Así, p.e., en la medida en que
se ha logrado separar el sentir y el pensar, en la medida en que se ha conseguido un pensar sin pre-
juicios del sentir, sin temores, obsesiones y deseos más o menos subyacentes del sentir, el ser humano ha
creado un pensamiento científico, objetivo, que le ha permitido un dominio parcial de esa Naturaleza que
se le presenta ante sus ojos. Pero se le sigue escapando el Todo, el sentido del Todo, el modelo integral de
ver-pensar-sentir. Es, pues, evidente que se está muy lejos de haber alcanzado los límites o parámetros o
estructuras de ese Lógos integral y completo en sí mismo, aunque ese Lógos es imaginable, pensable
como tal, y ha de ser algo que trascienda al propio orden de la realidad percibida, al propio orden de la
Naturaleza, a la propia dimensión de lo humano (incluida su dimensión mortal). ¿Es esa dimensión
humana, esa naturaleza humana, algo trascendible, superable, sobre-dimensionable? A esa
trascendencia, a esa sobredimensión, a ese poder superior a la propia Naturaleza, es a lo que se puede
llamar "dimensión suprahumana" o "sabiduría del Todo" o "comprensión integral de todo" o "límite del
Todo" o "sentido de todo", o simplemente...DIOS. ¿Se trata de un Ser? No exactamente: pues más bien es
el ser mismo de todo lo que realmente es (Yahwéh= "el que soy").

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El "programa" de todo, la mente, el lenguaje, la capacidad de representación de la realidad por medio del
lenguaje, es en principio la propia mente humana; pero en su grado más completo y más perfecto
(supremus gradus intellectus, en términos de la teología cristiana medieval) es lo que en este relato se
llama -antropomórficamente y convencionalmente- "Elohim-Yavé". Ese "Programa" es el principio, lo
que hizo al cielo Cielo y a la tierra Tierra. Antes, es decir, previamente, no había (hay) nada, sino un cáos
indiferenciado, algo ilimitado, insondable, el abismo. Pero ya desde antes de ese "salir a la luz" o "llegar a
ser" de cada cosa como tal, el Lógos, el "espíritu o aliento de Dios", la potencia o potencialidad activa y
creadora, estaba ya ahí, "por fuera", en el límite externo de ese abismo cósmico. Dios es el a-priori de
todo y del Todo. El ser humano, la mente humana, es su imagen imperfecta, la semejanza de ese
Programa originario, en el que estaban armónicamente unidos -pero diferenciados- los contrarios
(macho-hembra). Éso era el ser humano "al principio": un todo integral, un modelo a escala del Modelo,
del Programa.

En el judaísmo posterior, la aproximación, el intento de re-integración desde el "modo" colectivo


convivencial-moral al Modelo originario, es la Ley mosaica (la aproximación y medio de superación del
"modo" individual hacia ese Modelo es el ritual religioso hebraico, que constituye una forma de
psicología y de psicoterapia antigua y precientífica). Ahora bien, esa Ley (y el propio rito de la ley
mosaica) serían intentos de aproximación utilitarista al Modelo, pero ni son ni representan ni apenas
transparentan el Modelo mismo; son sólo accesos históricos (y en general accesos ya bloqueados por el
propio utilitarismo moral de las leyes y de los ritos). Por tanto, la Ley y el rito han de ser trascendidos en
su forma (o bien, cosa no menos difícil) cumplidos rigurosamente "hasta la última coma"). Tales fueron
las interpretaciones religiosas posteriores (cristiana y judía, respectivamente).

Este pasaje de la Creación tiene también, finalmente, interesantes sugestiones de tipo ético-moral (si así
quieren ser entendidas, por supuesto). La exhortación que dice: "Procread y multiplicáos (hasta que
lleguéis a) llenar la tierra, sometedla y dominad sobre todo lo que hay en ella", puede ser entendida
también como una de las posibles orientaciones morales (alegóricas) de todo este pasaje, como si dijera:
"multiplicáos también en buenas obras; dominad las cosas (vuestros deseos, obsesiones y temores sobre
las cosas) y las dominaréis verdaderamente; objetivad las cosas (y tendréis ciencia); objetivad la
Naturaleza (y la dominaréis con la tecnología); objetivad también a vuestros semejantes como a vosotros
mismos, y haréis entre vosotros la mejor convivencia desde la vivencia de vosotros mismos.

La segunda orientación ética sería la que presupone que el núcleo mismo de la vivencia de la divinidad es
la pareja arquetípica (varón y hembra), imagen perfecta de Dios en la medida en que ambos lleguen a ser
una "pareja perfecta" (de ello tratará, como veremos, el segundo relato de la Creación).

Pero quizá una de las reflexiones más profundas que sugiere todo este primer pasaje de la Biblia es
precisamente la que se deriva de la propia concepción cosmológica de la que surge esta explicación
mítica: una tierra y un cielo completamente envueltos, rodeados y cubiertos por fuera por las aguas de
los abismos cósmicos exteriores, y un Ser trascendente por afuera de todo. ¿Un Ser real? En todo caso
imaginable, pensable, concebible, una condición de la propia "luz" del entendimiento y de la propia

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capacidad de comprensión humana, y en cierto modo afín a ésta, superior a ésta, y contrapuesto a las
"aguas" o "tinieblas" exteriores (consciencia/ inconsciencia/ supraconciencia). Este dentro/ fuera es
fundamental en todo el innovador paradigma teológico de la religión hebraica y luego de la cristiana: el
"dentro" es también la metáfora del alma humana; el "fuera" es la metáfora de Dios; en medio, la tiniebla
(la materialidad, el cuerpo), la "apariencia" del ser y el sinsentido aparente de la existencia humana, la
metáfora de la muerte. Todo ideal, todo anhelo, toda esperanza y sueño de Libertad ilimitada, de Justicia
eterna, de felicidad inacabable, toda vivencia profunda del Ser, está dentro y fuera, es ese "fuera" y es esa
"trascendencia", pero se manifiesta también en el interior de cada ser humano. ¿Cómo traspasar esas
"aguas cósmicas exteriores"? ¿Cómo reencontrar la verdadera naturaleza ilimitada del alma, y con ella la
Vida verdadera, la Vida eterna? ¿Cómo integrar lo de dentro en lo de fuera? He ahí las cuestiones básicas
a las que el resto de la Biblia, la Biblia entera, trata de dar respuesta.

....

SEGUNDO RELATO: LIBRO DEL GÉNESIS, 2 y 3

Más extenso y más literaturizado que el primero, este segundo relato de la Creación se centra en la
creación por Dios (Yavé-Elohim) de la primera pareja humana (Adán y Eva), su estancia inicial en el
Paraíso, su transgresión y su expulsión. Es un relato archiconocido en Occidente y en Oriente Medio
desde siglos, pues forma parte de la "mitología teológica" de las tres grandes religiones monoteístas
(judaísmo, cristianismo e islam), que lo comparten. Su carácter plenamente mítico y metafórico, sin
embargo, ha tardado muchos siglos en comprenderse, y aún hoy a los propios teólogos de esas tres
religiones, conceptualizadas y dogmatizadas al máximo, parece que les cuesta entender que el mito -en
temas cosmogónicos e incluso antropológicos- puede tener a veces una capacidad de sugerencia que
resulta "explicativamente superior" a cualquier lógos científico y racional más o menos sistematizado.
Las confrontaciones entre la explicación mítica y la explicación científica están aquí, una vez más,
completamente fuera de lugar, pues ambas explicaciones se hallan en planos o niveles distintos (no
incompatibles entre sí, salvo cuando se pretende extrapolarlos y reducir uno al nivel del otro).

Este mito hebreo, por lo demás, contiene elementos estructurales y arquetípicos que están presentes
asimismo en las mitologías de otros muchos pueblos y culturas(con completa independencia entre sí),
pero presenta también unas evidentes relaciones y coincidencias con otros relatos mitológicos sobre la
creación del hombre que parecen remitir a un prototipo literario común de origen mesopotámico (p.e. el
Poema de Gilgamesh, del que se conocen varias versiones asiriobabilónicas). Con todo, y aun
compartiendo estos elementos de contenido común con otras mitologías del entorno cultural semítico y
mesopotámico, la versión hebrea tiene su propia originalidad literaria y procede sin duda de una
recreación y elaboración (o re-elaboración) propia.

El caso es que hay indicios de que la forma literaria en que nos ha llegado este segundo relato mítico del
libro del Génesis pudo sufrir algún tipo de "depuración" o "reelaboración" (quizá tan sólo a nivel de
lenguaje, de traducción o adaptación, si suponemos que pudiera inspirarse en un relato anterior, quizá
protohebreo o quizá cananeo), pues aunque no hay evidencias de que estemos ante un texto "rehecho", sí
parece claro que el texto originario se adaptó a los propios presupuestos de la religión hebrea
monoteísta, desligándolo en todo caso de otras versiones mitológicas más o menos similares de las
demás culturas semíticas de su entorno.

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Uno de esos "indicios" es el del nombre de la Divinidad protagonista (Yavé-Elohim), que viene a ser una
especie de transición entre el "Elohim" del primer relato y el "Yavé" del resto de la Biblia hebrea. Otro
podría ser el tema del "andrógino", del ser hermafrodita originario (macho-hembra a la vez), pues hay
huellas o indicios lingüísticos de que la versión o prototipo originario podría aludir a ello.

En efecto, Yavé-Dios había creado al primer hombre (Adán) modelándolo en barro e insuflándole en su
rostro su propio aliento divino. Luego, le presentó a todos los animales, para que Adán les pusiera
"nombre" (el nombre es el concepto referencial del lenguaje humano, lo que define a cada cosa como tal
cosa, lo que permite construir un sistema conceptual de representaciones lingüísticomentales de las
cosas con el que el ser humano se adentra en la comprensión del mundo, y a la vez es lo que confiere
"poder" o "dominio" sobre las cosas conceptualizadas por esos nombres). Pero Adán se aburría, pues no
tenía a alguien semejante a él con el que pudiera "hablar" y cambiar impresiones sobre ese Mundo. Y por
ello Yavé-Dios "creó" a la mujer, para que fuera su compañera. Dice el relato que Yavé-Dios hizo caer a
Adán en un profundo sueño y que -mientras dormía- tomó una "costilla" de Adán y con ella modeló y
formó a la primera mujer: Eva (=Vida). En realidad, la palabra hebrea utilizada aquí -y tradicionalmente
interpretada como "costilla"- parece ser que en el hebreo más antiguo pudiera significar propiamente
"lado". Es decir, que lo que el texto deja implícito es -simplemente- que YavéDios separó al Adán
andrógino por el lado por el que estaban unidas sus mitades masculina y femenina en dos cuerpos
contiguos, dando aliento vital propio a esa otra mitad y haciendo dos seres distintos a partir de uno
originario (en otras mitologías y cuentos populares de otras culturas primitivas que aluden al ser
andrógino primigenio se sugiere en tono cómicohumorístico que las dos mitades macho-hembra estaban
unidas tan sólo por las nalgas, de manera que sus órganos sexuales pudieran juntarse y procrear, y
cuando la divinidad las separó quedó en ambos la "costura" o "raja" de esa primigenia unión corporal).
No se dice en el relato hebreo, ni se insinúa siquiera, que antes de esa "separación-creación" del ser
femenino, el andrógino Adán no tuviera todavía capacidad de reproducirse, en todo caso como
hermafrodita, pues era hasta entonces un solo ser.

Tal pudo ser la protoversión que la redacción bíblica reelaboró y simplificó, acaso tanto para evitar
similitudes con otras versiones de la mitología cananea y de sus divinidades-dobles como para resaltar el
"predominio" o "prioridad" masculina en una religión esencialmente patriarcalista como llegó a ser la
hebrea, si bien el texto en sí (bajo esta alusión implícita al andrógino originario) no implicaría
predominio sexual alguno, sino más bien complementariedad entre ambos sexos.

La psicología analítica contemporánea nos ha mostrado que el arquetipo del "andrógino" subsiste en
determinadas capas o niveles más o menos profundos del psiquismo humano (según los individuos y
según las dinámicas intrapsíquicas individuales, tanto en el varón como en la mujer), en relación con el
componente homosexual-heterosexual. El filósofo griego Platón plantea en una de sus más conocidas
obras sobre el origen del amor ("El Banquete") un mito literario acerca de por qué se da el amor
heterosexual y el homosexual: en un principio, según ese mito platónico, había tres tipos de seres-dobles:
hombre-hombre, mujer-mujer, hombre-mujer, y el dios Zeus los separó cuidadosamente a cada uno en
dos mitades cortándolos con un cuchillo; el resultado es que desde entonces ambas mitades desean
unirse con sus respectivas mitades originarias, y de ahí provendrían las atracciones heterosexuales y
homosexuales en los individuos. El mito hebreo no llega tan lejos, pero en cierto modo el relato sugiere -
metafóricamente- que el "primer" ser humano, es decir, el prototipo psicofisiológico de todo ser humano,
era (es) el ser andrógino.

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Naturalmente son muchas las interpretaciones que pueden hacerse de todo este relato acerca de la
creación del hombre, de su estancia en el Paraíso (que el texto bíblico ubica en algún lugar de la baja
Mesopotamia, quizá como reflejo mítico de los recuerdos colectivos tradicionales sobre el fértil territorio
en que los primeros protohebreos y otros nómadas semitas procedentes del desierto arábigo se
instalaron y conocieron la agricultura), de la prohibición de Yavé-Dios de que comieran el fruto de uno
de los árboles del Paraíso, de la transgresión de la prohibición por la mujer (instigada por la serpiente), y
también por el hombre (persuadido por la mujer), de la expulsión de ambos del Paraíso, etc. La teología
judeocristiana posterior (también la islámica) considera este mito como "el pecado original" del ser
humano, como la causa de la existencia del mal y de la muerte entre los humanos. En la teología
gnóstica, y en la de otras corrientes "heréticas" cristianas antiguas y medievales, dentro de una visión
más amplia sobre el origen "irregular" de la materia y del mal, se iba mucho más lejos, al considerar que
ese Yavé-Dios en realidad no era la Divinidad suprema, sino una especie de "dios menor", un demiurgo,
un creador que -sin el permiso de la Divinidad y a imitación del mundo suprasensible del espíritu- había
fabricado con la materia un mundo material imperfecto, en el que fueron "aprisionadas" las almas
incorpóreas de algunos de los espíritus puros originarios que ese mismo demiurgo había capturado
acechándolos en el mundo suprasensible; este mismo demiurgo, disfrazado de serpiente, engañó a la
mujer, y ésta convenció al hombre, y ambos perdieron su inmortalidad originaria por ese acto: para ellos
y para todos sus descendientes.

Pero las interpretaciones de cualquier mito no agotan nunca la posibilidad de nuevos sentidos y
significados. Este mito hebreo, en realidad, como todos los de la mitología universal, no fue concebido en
ningún caso como explicación teológicoconceptual, sino como explicación metafórica y etiológica
(causal) de determinados hechos y fenómenos dados, sin más disquisiciones teológicas, aunque tales
disquisiciones (sugerencias) están siempre latentes e implícitas en el lenguaje mítico. El relato del
Génesis, a poco que se considere racionalmente, deja sin "aclarar" muchas cuestiones derivadas de esas
interpretaciones teológicas más o menos incongruentes. Es incongruente, p.e., que la Divinidad
(supuestamente omnisciente) no supiera que la naturaleza humana (tal y como la había creado) estaba
completamente predispuesta a ceder a esa tentación de lo prohibido, con lo cual surge la duda de si ese
Yavé-Dios era realmente omnisciente y omnipotente o si, precisamente por no serlo, estableció
intencionadamente esa prohibición para que fuera transgredida con todas sus consecuencias (en este
sentido sólo cabe dar la razón a los gnósticos en su consideración de ese Yavé-Dios no como la Divinidad
benévola suprema, sino como un diosecillo psicópata y perverso). Pero lo cierto es que el relato bíblico se
mueve en otros parámetros mucho más elementales (y a la vez más profundos): se trata de explicar
hechos (metafóricamente, literariamente, imaginativamente), no "realidades" metafísicas o teológicas, y
de explicarlos conforme a los arquetipos mentales colectivos comunes a todos los pueblos y culturas: en
todas las mitologías, p.e., existe una imagen primordial del "paraíso", o de la "edad de oro", en que los
humanos vivieron felices y sin conocer el sufrimiento y la muerte, un ideal hacia el que siempre han
tendido también todas las utopías e ideales humanos (religiosos, políticos) en todos los pueblos y en
todas las épocas.

Aquí dejamos aparte las interpretaciones "teológicas" de este relato, que son sobradamente conocidas, y
preferimos centrarnos en claves interpretativas de tipo psicoanalítico, psicoantropológico y ético. Así,

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por ejemplo, la "inmortalidad" que el texto bíblico supuestamente sugiere, en realidad ni siquiera está
explícita en el propio contexto del relato, donde después de haber comido del fruto prohibido por Yavé-
Dios es cuando al hombre y a la mujer "se les abrieron los ojos" y sintieron por vez primera conciencia de
su desnudez. A continuación Yavé-Dios, antes de expulsarlos del Paraíso, los maldice y les hace saber que
conocerán el sufrimiento y las penalidades de la vida humana y que -finalmente- morirán. Pero antes de
éso no se dice expresamente que ambos fueran "inmortales", pues lo único que está claro es que antes de
la transgresión ni tenían noción del bien y del mal, y por tanto del "pecado" o "error" (sobre este tema
abunda magistralmente Pablo de Tarso en una de sus epístolas, Rom.,5,13), ni sentían vergüenza, ni
tenían conciencia de la muerte. Es decir, traducido a términos racionales, el "primer" hombre y la
"primera" mujer eran poco más que las "mascotas" o animales preferidos de ese Yavé-Dios (el hecho de
que estuvieran dotados de lenguaje es irrelevante a efectos "míticos", pues también la serpiente, como en
los mitos y cuentos populares, está aquí dotada de voz y de inteligencia).

El relato explica algo obvio, pero a la vez trascendental: el ser humano, único ser dotado de racionalidad
y de lenguaje, de conocimiento de la trascendencia de sus propias acciones ("conocimiento del bien y del
mal"), es también el único ser de la Naturaleza que tiene conciencia de la muerte, que sabe que -tarde o
temprano- ha de morir y tiene que morir (y ésto es algo que -que sepamos- no sabe ningún otro animal, y
que seguramente no sabían tampoco los primitivos homínidos -los "adanes"- de los que procede
filogenéticamente la especie humana sapiens).

¿Cómo o a partir de qué se originó en los humanos o humanoides primigenios esa "conciencia de la
muerte", más allá del puro instinto de conservación característico de los animales superiores? El mito (y
el psicoanálisis también) sugiere como origen una transgresión, una prohibición transgredida. Y sugiere
asimismo, metafóricamente, que dicha transgresión fue algún tipo de disfunción o perversión o
"desorden sexual", es decir, un uso sui géneris y específicamente humano de la sexualidad, más allá del
mero instinto animal. Sobre la metáfora de ese "fruto prohibido" no cabe duda de que
(psicoanalíticamente al menos) se alude a ello, a la transgresión o ruptura de un "tabú" o prohibición
sexual concreta (la mitología asiriobabilónica, que comparte fuente común con este relato hebreo, cuenta
que el primigenio Enkidu, el hombre-salvaje, pierde su "ingenuidad" tras pasar siete días y siete noches
con una prostituta, que le enseña una sexualidad erótizada más completa que la puramente animal, que
era la única que él conocía). El fruto en cuestión no es aludido ni identificado con ninguno en concreto en
el texto bíblico (la tradición posterior, principalmente la artística medieval y renacentista, lo ha
identificado convencionalmente con una "manzana", y el propio relato hebreo parece sugerir que pudo
ser un "higo", que es el único árbol mencionado por su nombre en todo el relato, pues de hojas de
higuera se hicieron Adán y Eva los primeros taparrabos para cubrir su desnudez; el "higo" aludiría
también, formalmente, a los genitales externos femeninos). Pero se trata de un puro símbolo,
plurisignificativo, aunque la asociación entre el comer (o ser comido) y el acto sexual es
psicológicamente evidente.

Se menciona también a la serpiente, inspiradora de la desobediencia de la prohibición (el relato


asiriobabilónico del "Poema de Gilgamésh" cuenta que el protagonista, después de un laborioso viaje
para encontrar "el árbol de la Vida" y la planta de la inmortalidad, para resucitar con ella a su amigo
Enkidu, que había muerto, consigue su objetivo, pero al final una serpiente le arrebata la planta
definitivamente; en la cosmogonia babilónica el mundo se forma a partir de los restos de la gigantesca
serpiente marina Tiamat). La "serpiente" (el "demonio" en la interpretación teológica) es un símbolo
arquetípico y universal de una libido o energía vital psicofísica más o menos sexualizada o
indiferenciada, pero siempre como fuente de conflictos intrapsíquicos. En principio, en el relato hebreo
aludiría sobre todo y en primer término a la mucho más compleja (y más "andrógina" también)
sexualidad femenina, pero también es asimilable a determinadas fases regresivas o "estancadas" de la
sexualidad masculina. En general, el elemento "reptiliano" es más significativo en la mujer que en el
hombre (quizá como residuo ancestral de las partes reptilianas originarias del cerebro humano, todavía
activas en reacciones animales inconscientes y primarias de la psique humana). Según el mito, en todo
caso, fue esta perversidad femenina (o "andrógina") la que provocó la transgresión.

Descubiertos y confesos, Adán y Eva reciben sin rechistar las "recriminaciones" de Yavé-Dios, antes de
ser definitivamente expulsados del Paraíso. Una vez más, el mito (al margen de atribuir una "causalidad"
literaria e imaginaria) se limita a constatar una serie de realidades tal y como son: la mujer buscará "con
ardor" (y con error) al que considerará su "hombre", y éste la dominará. Con ello no se está justificando
ni mucho menos una situación de "predominio masculino", sino señalando que la psique femenina -más
fuerte en otros aspectos- es sin embargo más "débil" que la masculina cuando está dominada por el
sentimiento amoroso (a éso parece referirse esa ambigua expresión traducida habitualmente por "con
ardor" o "con pasión", no meramente al ardor del simple deseo sexual, mucho más controlable de hecho
por la psique femenina que por la masculina cuando no media mayor interés que el mero apetito

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eróticosexual). También la "serpiente" recibe su particular maldición por parte de Yavé-Dios: una
"enemistad" perpetua entre ella y la mujer, es decir, un conflicto permanente dentro de la propia
sexualidad femenina: "ella te aplastará la cabeza mientras que tú tratarás de morderle en el talón".La
frase es extraordinariamente sugestiva y polisimbólica, pues tiene de hecho implicaciones psicológicas
inconscientes que van desde el uso habitual de adornos femeninos corporales "protectores" de tipo
circular y más o menos serpentiforme (collares, brazaletes, anillos, ajorcas) hasta el elevado calzado "de
tacón" generalizado especialmente en épocas modernas (autoprotección anímica y sexual inconsciente),
o hasta las particulares repulsiones, obsesiones, miedos y "fobias" de determinados complejos
psicológicos femeninos hacia determinados animales pequeños y ágiles: colas de los ratones, arañas,
serpientes propiamente dichas, etc.

Dejando ya, por inagotable, esta perspectiva psicoanalítica para la interpretación de este mito, podemos -
finalmente- considerar los aspectos más conceptualizables del mismo en otro tipo de clave, en clave ética
(o "éticoantropológica"). Así, p.e., es obvio para la mentalidad y la "inspiración" del redactor bíblico que
la problemática y compleja sexualidad humana sólo se canaliza de forma más o menos positiva
(culturalmente, socialmente, psicológicamente) mediante la unión hombre-mujer: ("por éso deja el
hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, para ser ambos una sola carne"). El matrimonio
monogámico es el preferido en todos los relatos bíblicos del Génesis, que aunque no condena
expresamente la poligamia (como una realidad social histórica existente todavía en esos tiempos
antiguos y que se sabía que practicaron los principales "patriarcas" hebreos progenitores) sin embargo la
asocia siempre a rencillas, tensiones y disputas familiares entre las mujeres y en definitiva a la ruptura
de la paz conyugal. El primero que según los mitos y leyendas hebreas practicó el matrimonio poligámico
fue un hijo de Caín y nieto de Adán, llamado Lamec, casado simultáneamente con dos mujeres, Ada y
Sela. En Génesis 4, 19-24 se le atribuye una especie de jactancioso cántico guerrero (del tipo de los que
todavía se conservan entre los beduínos árabes) cuyo estribillo era más o menos así (habla Lamec, que
con velada expresión nos transmite también -inconscientemente- sus propias preferencias sexuales con
cada una de sus dos mujeres): "¡Ada y Sela, mujeres de Lamec! Poned atención, abrid los oídos a mis
palabras. Por una herida mataré a un hombre, y a un joven por un cardenal. Si Caín sería vengado
siete veces, Lamec lo será setenta veces siete".

Tardará en aparecer en los libros bíblicos el amor como espiritualización de la sensualidad amorosa de la
pareja. No así los celos (entre Sara y Agar, mujeres de Abraham), las rivalidades (entre las hermanas Lía
y Raquel, mujeres de Jacob), los actos ilícitos como la violación y la pasión erótica incontrolada (Onán,
Juda y Tamar), los adulterios (David y la mujer de Urías el hitita), etc. Pero el matrimonio, monogámico
o polígamo, no deja de ser a lo largo de los textos hebreos más que lo que fue desde sus orígenes: la más
importante institución de relaciones parentales de la sociedad judía, severamente protegida por las leyes
penales (lapidación, etc) contra los peligros del adulterio, es decir, contra los "frutos prohibidos"
extramatrimoniales. Con lo cual se manifiesta como lo que es y siempre ha sido: una solución humana -
en principio la mejor o la menos problemática- para problemas específicamente humanos (psicológicos,
sociales, económicos, culturales, convivenciales), y en primer y último término una forma de reconocer o
legitimar a la propia descendencia.

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Adán y Eva son una pareja mítica, arquetípica, imagen de la pareja perfecta hombre-mujer. Desde luego
el amor entre ambos (amor exclusivo y de fidelidad absoluta de afectos) se presupone desde el principio,
puesto que él era el único hombre sobre la tierra y ella era la única mujer ("Ésta sí que es hueso de mis
huesos y sangre de mi sangre; se llamará hembra, pues del hombre ha sido formada"), y sobre todo
después de la transgresión y de la expulsión del Paraíso de Yavé-Dios, esa especie de "maqueta virtual"
construida para ellos pero "sin contar con ellos". Por éso, ese acto de transgresión, de rebeldía, frente a
ese dios cruel, caprichoso, envidioso, prepotente y un tanto "voyeur", es y significa también un acto de
autoafirmación humana, una decisión tomada en pareja y aceptada en pareja con todas sus
consecuencias. Allí quedó ese "paraíso" con ese Yavé-Dios, sus ángeles castrati y su eterno aburrimiento.
Aquí, a este otro lado, quedó, simplemente, la vida humana, con todo su sufrimiento y todas sus
humanas miserias, pero también con un eventual y esporádico paraíso mucho más auténtico en la
medida en que supone la construcción de un espacio común entre dos seres que se aman por estar
unidos por su propia vivencia común. Éso sería lo verdaderamente sagrado, pues casi todo lo demás a lo
que suele darse ese apelativo es tan sólo aquello que se tiene miedo de enfrentar.

En los mitos, alegorías y explicaciones metafóricas de los cristianos gnósticos el matrimonio no era en sí
una institución divina, sino humana (una mera unión civil, profana y profanada). El verdadero
"sacramento", accesible tan sólo a parejas verdaderamente unidas por el amor, era el que denominaban
"la cámara nupcial". En algunas concepciones gnósticas la mujer sólo se enamora realmente cuando el
varón se ha enamorado previamente de ella y le ha infundido su "semilla espiritual" (en los demás casos,
debido a la maldición bíblica, la mujer busca "con ardor" al que cree su hombre, pero siempre se
equivoca, pues termina "enamorándose" de quien no la ama, sufriendo sus consecuencias). Cuando el
varón se enamora, si el encuentro de la pareja, con ayuda de la Divinidad, se produce en el lugar
adecuado ("cámara nupcial"= sitios apartados, solitarios, iluminados y parcialmente cubiertos: tales
como salas iluminadas por luz natural, entradas de cuevas, pórticos, establos, capillas, aulas, etc), las
semillas espirituales (spérmata) del varón caen imperceptiblemente sobre el cabello de la mujer, si ésta
no lo lleva cubierto ni lo tiene teñido o recortado en exceso, y entonces ella también se enamora
verdaderamente, de forma que la posterior unión física de ambos los convierte en pareja indisoluble y
arquetípica. Como este tipo de encuentro y acontecimiento no se da más que en ciertas parejas
favorecidas por la Divinidad, la mayoría de las uniones matrimoniales de las demás parejas son
imperfectas, pues imitan inconscientemente el modelo de la "cámara nupcial" en la mera unión física.
Algunos gnósticos hacían una interpretación de la parábola evangélica del sembrador (Mt,13, 3-9) como
referida al enamoramiento masculino y a la fecundación espiritual femenina: el sembrador (el hombre)
echa su semilla hasta cuatro veces sobre diferentes clases de tierra (diferentes mujeres); la primera,
segunda y tercera se pierden, bien porque se la comen los pájaros, bien porque cae en tierra pedregosa o
entre espinos que no la dejan crecer; pero la última cae en tierra buena, germina y da abundante fruto.

No sabemos cuándo echó Adán su "semilla espiritual" sobre Eva, pero seguramente fue después de la
expulsión del Paraíso. Tuvieron tres hijos: Caín, Abel (asesinado por su hermano, que luego huyó), y
finalmente Set, que parece haber sido el hijo finalmente perfecto y el continuador de la línea divina.
Adán amó a su mujer, a la que él mismo -después de la salida del Paraíso- puso el nombre de Eva
(=vida). Y no sabemos más. Un escritor humorístico estadounidense de principios del siglo XX sugería el
bello y significativo "epitafio" que puso Adán en la tumba de Eva, y que decía algo así:

"Donde tú estabas, estaba el paraíso".

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