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Estado-nación y colonialidad del poder

en el pensamiento de Aníbal Quijano*


Nation-state and Coloniality of Power in Aníbal Quijano’s Thought

José Guadalupe Gandarilla Salgado*


joseg@unam.mx
David Gómez Arredondo*
d.gomez.arredondo@gmail.com
* Universidad Nacional Autónoma de México
Resumen
El artículo analiza la trayectoria que llevó al sociólogo peruano Aníbal Quijano a plan-
tear la categoría de “colonialidad del poder”, situando ese concepto en el horizonte
de su interpretación del estado-nación. De esta forma, la clasificación “racial” de los
sujetos sociales, que instaura el orden “moderno/colonial”, incidirá en los entramados
políticos edificados en ese contexto. También se sitúan estas problemáticas en el marco
de la actitud crítica de Quijano ante el materialismo histórico, tradición intelectual y
política de la que busca distanciarse y a la que suele separar del pensamiento de Marx.
Palabras clave
Colonialidad del poder, estado-nación, clasificación racial.
Abstract
The article examines the path that lead Peruvian sociologist Aníbal Quijano to elaborate
the concept of “coloniality of power”, placing this category in the context of his insights on
the nature of the modern nation state. Therefore, the “racial” classification of social sub-
jects, which is the foundation of the “modern/colonial” order, will have multiple effects
on the political domains in those scenarios. These theoretical and historical dimensions
are also inscribed in Quijano’s critical attitude towards “historical materialism”, intellec-
tual and historical tradition that he firmly distinguishes from Marx´s thought.
Keywords
Coloniality of power, nation state, racial classification.

Sumario
1. La construcción del andamiaje conceptual modernidad/colonialidad. 2. El carácter
peculiar del estado-nación en el entramado de la colonialidad del poder. 3. Poder y
estado.

* Recibido el 20 de octubre de 2015; aceptado el 7 de marzo de 2017.

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Si la colonialidad no es enfrentada y erradicada, si el poder


y sus recursos no son democratizados a la escala global del planeta,
tal vez Europa descubra, si no lo ha hecho todavía,
que la fábula habla también de su propia historia.1

Aníbal Quijano

La construcción del andamiaje conceptual modernidad/colonialidad

Si ya era destacado el papel del sociólogo peruano Aníbal Quijano para la cons-
trucción de un pensamiento propio que pudiera de mejor manera recuperar la
realidad de América (Latina) con un ánimo de aportar elementos hacia su trans-
formación, desde mediados de los años sesenta con sus trabajos sobre margi-
nalidad, o entre los años setenta y ochenta en la clarificación que ofrece sobre
la heterogeneidad histórico-estructural, su aportación desde inicios de los años
noventa se torna aún más representativa y asume un carácter protagónico. Se
trata de un vuelco epistemológico que lo ubica como uno de los baluartes más
significativos para reconducir de lleno toda la discusión sobre la modernidad y
el capitalismo, que finca sus bases en el específico patrón de poder que arranca
y se instaura en lo que el suceso América marcará para la historia del mundo.
El examen del problema del poder que viene formulando Quijano desde
mediados de los años sesenta encuentra una serie de estaciones de tránsito que
atraviesan el recorrido de un pensamiento que se va conformando, madurando
y haciéndose definitivo y definitorio luego del tratamiento de ciertos temas en
que condensa su aportación.
El poder en los tempranos sesenta le interesa desde una matriz históri-
co-cultural a propósito de las posibilidades que desde la “cholificación” del Perú
se abren para una transformación antioligárquica de esa sociedad. El interés que
simultáneamente está desarrollando cuando analiza el modo en que el capital

1
Aníbal Quijano, “América Latina en la economía mundial”, Problemas del desarrollo, núm. 95,
1993, p. 59.

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reconstituye, a través de su modernización, los procesos que relacionan el des-


pliegue y expansión de las ciudades con ciertos espacios territoriales y tejidos
socioculturales que se mantienen a su margen, pues continúan girando sobre un
entramado de relaciones sociales que no ceden o son colocados fuera de la incur-
sión de la economía urbana y capitalista (y de los procesos de trabajo que le carac-
terizan), tiene por punto de mira calibrar justamente este proceso en términos de
poder, de correlación de fuerzas, de condensaciones y composiciones de clase.
El carácter particular en el que se coloca a inicios de los setenta en relación
con los temas de la dependencia también deriva de su peculiar modo de pensar a
ésta en términos de poder; no se trata sólo de ver el condicionamiento que desde
fuera, por vía de fuerzas externas, se efectúa sobre la realidad interna de nuestras
sociedades, sino más bien de apostar por la dialéctica de articulación, en la que la
totalidad no es sólo la conjunción de lo externo y lo interno, sino el movimiento
total (de las coyunturas y de la larga duración), el entrecruzamiento de procesos
que son coincidentes en el tiempo, pero asincrónicos en sus temporalidades: la
dependencia es tal por moverse en un medio social que es histórica y estructural-
mente heterogéneo. La dependencia externa no hace sino actualizar, modificar o
renovar dicha condición, abierta al desenvolvimiento del conflicto por el poder
entre grupos sociales que lo disputan, lo usufructúan o lo padecen según sean
capaces de conservar, movilizar o actualizar sus fuerzas y el racimo de recursos
de que disponen en el proceso histórico de sus victorias o sus derrotas.
Si con la experiencia histórica de la crisis mundial de mediados de los
años setenta los dados se empezaron a cargar a favor de los conglomerados
capitalistas, en el medio latinoamericano ocurrió un ciclo de retrocesos que
políticamente inició con el golpe militar en Chile en 1973, pero que parecía
interminable, pues no sólo asociaba la restructuración capitalista con la crisis de
la deuda (durante toda la década perdida de los ochenta), sino con la desestabi-
lización o franca contrainsurgencia en Centroamérica y el Caribe. El descalabro
para los intereses del trabajo y las fuerzas en que se expresaban las luchas de los
productores directos fue no sólo mayúsculo, sino global con el orden emergente
de la crisis del sistema soviético, despótico y burocrático. La coyuntura de fines
de los años ochenta e inicios de los noventa, que para alguna intelectualidad se
procesó de una manera muy peculiar en el debate modernidad/posmoderni-
dad fue analizada con un mayor grado de radicalidad por Quijano al interpretar

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estos procesos como crisis del esquema de asociación entre modernidad y racio-
nalidad, no porque el sistema se tornara irracional, sino porque toda moderni-
dad se asoció con modernización y toda racionalidad con eficacia instrumental.
No se trataba de que prevalecieran los medios sobre los fines, sino que única-
mente podía haber “reinado de los medios” (instrumentales), pues éste pasó a
ocupar el lugar privilegiado como único fin social. Lo que la racionalidad pudo
haber contenido de emancipación, liberación o ilustración se saldaba en esta
coyuntura por la derrota histórica de pueblos, comunidades, colectividades, tra-
bajadores; y con la apertura de un periodo de contrarrevolución global (otro
modo, para Quijano, de mentar la globalización), pero que podía llegar a signi-
ficar también fase de apertura para otros protagonismos sociales que anuncia-
ban el nuevo carácter de las reivindicaciones históricas, como fue el caso de los
movimientos de los colonizados de siempre a cinco siglos (por aquel entonces)
de la violenta conquista; del “¡Ya basta!” zapatista de 1994; o de los movimientos
indios de radicalidad y composición variable que a inicios de este milenio tuvie-
ron por arena de combate a la zona andina.
Es éste muy complejo escenario, que cruza el largo plazo de la crisis capita-
lista con el instante histórico de agitación en las luchas indígenas continentales,
el medio social y político y el estado de ánimo cultural en que Aníbal Quijano
eleva su alegato, no tanto para impensar sino para trastocar y hasta invertir la
discusión sobre el capital, el capitalismo y la modernidad, al asociar ésta última
con el proceso que, a déficit de una “palabra que haga juego con la cosa”, signa
con su muy apropiado neologismo: “colonialidad”. De ahí en adelante muchos, y
no pocos, discutirán estos temas colocando, a modo de premisa mínima para la
crítica, el hablar de “modernidad/colonialidad”. Luego otros conferirán, según
sean sus intereses y con muy diversos resultados, variedad de adjetivos para “la
nueva palabra”, pero no podía ser de otro modo que para su creador, y queda
muy en claro que de lo que se habla es de “colonialidad del poder”. Es así que,
para evitar hacer de ello un nuevo evangelio o propiciar una falsa conversión en
metafísica, justamente se ha de colocar como punto de partida la exigencia de no
rehuir de la historia y de entender ésta no al modo de lineal teleología, sino como
campo de disputa. La inclusión de lo histórico y de lo que América (Latina y el
Caribe) significó para lo histórico-mundial, hace posible el distanciamiento en el
campo del conocimiento (desde ahí comienza, y genera potencialidades nuevas

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a las subjetividades así trastocadas), pues resquebraja el relato convencional y


hegemónico. Desestabiliza de modo tal al eurocentrismo, por hacer entrar en
juego a la historia, que todo género de propuesta para el análisis social que
encuentre por base a la “colonialidad del poder” debe asumir que le será exigida
la carga de la prueba desde aquellas subjetividades e instituciones (del conoci-
miento) ya habituadas a los esquemas normalizados de pensamiento.
Los tanteos valorativos que desde aquellas primeras etapas se hacían sobre
la obra de Marx, como un clásico que permitiese ofrecer soluciones a proble-
mas para los cuales quizá no dispusiera de respuestas, buscaban colocarlo en
sus umbrales de pensamiento, en las orillas de sus reflexiones, al límite de su
horizonte de visibilidad, intentando sacar desde un análisis de clases (en un pri-
mer momento) un entramado categorial para entender al capitalismo tal cual se
estaba viviendo y desplegando en la región latinoamericana, bajo una renovada
ofensiva imperialista. Es así que nuestro autor intenta (en un segundo momento)
un inicial distanciamiento al distinguir entre “concepción materialista de la his-
toria” y “materialismo histórico”; muy lejos está Quijano de sucumbir melancó-
licamente a la nostalgia por ver la implosión de un esquema societario que muy
pronto (tan rápido como inmediatamente después de los funerales de Lenin) se
había revelado como “una forma de poder sin parentesco real con las luchas por
una existencia social liberada de dominación/explotación/violencia”.2 Lo que de
Marx prevalezca (en un tercer momento) luego de colocarlo en la palestra crítica
y exhibir, para el dolor de algunos, cierta impronta eurocéntrica, será justamente
aquello que no ha sido subsumido y desfigurado por ese segundo constructo,
justamente aquello que no haya sucumbido al “lecho de Procusto” en que (el
stalinismo, primero, y cierto determinismo estructuralista, después) descuarti-
zaron la perspectiva de totalidad en que debían ser colocadas las proposiciones
categoriales y el modo en que comparecen ante la compleja realidad. En sínte-
sis, se había pasado de una teoría de las clases sociales a una teoría histórica de
los modos de clasificación social; no hay balbuceo alguno, se ha verificado un
completo desplazamiento argumental, justamente para mejor rescatar la noción

2
Aníbal Quijano, “Colonialidad del poder: globalización y democracia”, Revista Umbral, 2000,
p. 40. Disponible en: http://umbral.uprrp.edu/sites/default/files/colonialidad20del 20po-
der20globalizacic3b3n20y20democracia.pdf

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de totalidad y la del capitalismo como hecho mundial. Para Quijano el artilugio


de clasificación social de las gentes que América inaugura se revela más eficaz
para el patrón de poder que ahí se instaura, la noción de raza y la “racializa-
ción” (“indios”, “negros”, “mestizos”, “amarillos”, etc.) se instala de manera más
acorde en los procesos de largo plazo, de etnización, de adscripción identitaria,
en que se busca encasillar simultáneamente a muy heterogéneos y variados com-
plejos civilizacionales con un alcance local o continental (América, África, Asia,
Oceanía) de quienes se distancia y diferencia la nueva identidad igualmente
emergente (íberos, primero, “blancos”, después, y “europeos occidentales”, más
recientemente). Allí se concentra y dirige la dinámica y el flujo de poder en
que los europeos pretenden “naturalizar” y “eternizar” (artificios éstos que Marx
tuvo plena razón en denunciar desde 1857), esto es, deshistorizar la domina-
ción/explotación y apropiación de lo no-europeo. Si desde la marginalidad se da
con el poder, desde el poder se vino a dar con la colonialidad.
Reclamar la inclusión de la historia o de lo histórico para alcanzar una mejor
identificación del tipo de problemas que la colonial/modernidad eurocentrada
está significando en cada una de sus etapas de establecimiento, maduración y
actual crisis, significa también hacer comparecer la propuesta intelectiva de Qui-
jano en “la historia del pensamiento social latinoamericano”, en la historiografía
de las ideas de la cual hace parte y es deudora. Este reclamo también es apro-
piado y está lejos de ser arbitrario, precisamente porque ello revelaría el poder
de caracterización con que esta variante epistémica estaría cargada. No es que
Quijano de repente emprendió su camino a Damasco o experimentó una situa-
ción de epifanía en los tempranos noventa; desde luego que cualquier pensador
experimenta momentos de lucidez extraordinaria en que la musa parece con-
sentir con agrado el trato cordial y apto para la creación, pero para el caso de
la producción del pensamiento social lo más recurrente es que éste brote de la
toma de postura ante el debate y ante las disputas de poder que la situación his-
tórica ofrece. En el caso que nos ocupa, nuestro autor hace explícito y pone muy
en claro que ubica sus aportes en rupturas conceptuales y coloca a éstas en diá-
logo y en distancia con las más genuinas aportaciones que desde la sociología, el
pensamiento crítico latinoamericano y la filosofía se han hecho cuando América
(teórica y prácticamente) ha tomado su destino en sus manos y se ha conocido y

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reconocido en ese plano (cognoscitivo) de sus luchas, gestas que vienen de ante-
cedentes tan remotos como para ser situados desde el mismo siglo xvi.

El carácter peculiar del estado-nación


en el entramado de la colonialidad del poder

La teorización sobre las entidades políticas en las que se ha tendido a enmarcar el


asunto del poder, esto es, el estado como circunscripción de dominio territorial
y despliegue de lógicas de mando y obediencia, ha transitado por un camino de
reiterados equívocos. Tan errática situación no sólo deriva de las fuentes desde
las que abrevan sus propuestas conceptuales (que incurren en las reiteradas
referencias de autoridad, por mencionar antecedentes remotos, sea el caso de
Maquiavelo o Hobbes, o más recientes, de Skinner o Mann), sino del continente
histórico al que se le ha conferido la condición de generalidad. Desde una pers-
pectiva muy sesgada por el eurocentrismo (hasta en pensadores de innegable
inclinación crítica), tiende a estudiarse la historia de los estados (muy en espe-
cial, los latinoamericanos) poniendo en referencia la especificidad histórica de
construcción y funcionamiento de tal dispositivo de autoridad y gobierno, en
estas tierras, con el modo en que se conformó en las sociedades europeas y con
los contenidos y rasgos de relación que estableció con las respectivas historias de
las culturas nacionales. Se establece, entonces, una especie de linaje que genera
una serie de lógicas y agentes que se sintetizan en un “constructo abstracto”, el
cual adquiere condición de generalidad y establece una modalidad de trayectoria
según la cual todo otro tipo de estado para ser tal ha de pasar por dichas etapas,
fases o esquemas, o ajustarse a las mismas. Cuando la estructura política que
estamos tratando de explicar es puesta ante el espejo de la experiencia (aquélla
que se ha elevado a modelo), no sólo devuelve una imagen en la que sus conte-
nidos históricos han sido distorsionados, sino que da lugar a que sus rasgos se
encuentren en omisión de alguno de aquéllos parámetros, lo que no hace sino
confirmar una condición de atraso o falta de madurez para alcanzar justo aquello
que se ha elevado a condición de meta o derrotero para el resto de la humanidad.
Favorablemente, no es ésa la estrategia de pensamiento que ensaya nuestro autor

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cuando acude a pensar la cuestión del poder y la democracia y cómo estas cues-
tiones se amalgaman al interior del estado.
Cualquier esbozo que se haga sobre la problemática del estado-nación en el
pensamiento reciente de Quijano debe ser encuadrado en aquel horizonte mayor
que hemos referido en el apartado previo, esto es, en su descripción crítica de
la “modernidad/colonialidad”. Nuestro autor, en las últimas dos décadas se ha
dedicado a precisar el contenido del concepto “colonialidad del poder”, y es jus-
tamente a partir de esta categoría como debe ser abordada en su obra la cuestión
que ahora nos ocupa.
Al hacer comparecer su concepción en torno a la modernidad/coloniali-
dad con relación al ámbito específico del estado-nación, Quijano remite a varios
procesos y momentos históricos que quizá sea necesario distinguir. Particular-
mente, conviene tener presente su encuadramiento histórico de la modernidad/
colonialidad a partir de la expansión ibérica a América. En este enfoque, desde
1492 se configura el horizonte moderno/colonial que perdura hasta el presente,
aunque en la actualidad revela claras señales de crisis y de agotamiento.3
En su abordaje de la temática del estado-nación, Quijano realiza una dis-
tinción fundamental, que trae a cuento su participación en el debate sobre el
desarrollo y el subdesarrollo que se perfiló en las décadas de 1960 y 1970. Por
un lado, se tendría que ubicar a los espacios-tiempos históricos que alcanzaron un
mayor despliegue en la relación capital-trabajo asalariado; esto significa que una
parte del sistema mundial que se conforma desde el siglo xvi se desarrolla de
manera pronunciada en sentido capitalista, articulada al tipo de relación que se
establece con otras unidades territoriales en las que predominan otro tipo de
formas de control del trabajo. Es ahí donde se tendría que ubicar al estado-na-
ción moderno, ya que “en todos los países de avanzado ‘desarrollo’ de ese capi-
talismo, el proceso que ha llevado hasta allí ha sido presidido por el desarrollo
del moderno estado-nación, no a la inversa”.4 Un aspecto de este tipo de espa-
cios-tiempos consiste en el mayor grado de democratización y nacionalización

3
Aníbal Quijano, “La crisis del horizonte de sentido colonial/moderno/eurocentrado”, Casa
de las Américas, núms. 259-260, pp. 4-15.
4
Aníbal Quijano, “El fantasma de desarrollo en América Latina”, Revista Cesla, núm. 1, 2000,
p. 40.

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que despliegan. Quijano analiza al estado-nación moderno como resultado de la


“distribución democrática del control de recursos de producción y de la genera-
ción y gestión de las instituciones de autoridad, entre los habitantes de un deter-
minado espacio de dominación y en las condiciones del capitalismo”.5 Es preciso
enfatizar que se trata de una democratización relativa, justamente porque ocurre
bajo las condiciones que impone el capitalismo y, por ello, supone asimetrías y
desigualdades entre los sujetos sociales. Pero Quijano insiste en que dentro de los
espacios-tiempos más “desarrollados” las luchas de los explotados y dominados
lograron cierta democratización de las relaciones sociales, en tanto esto es posi-
ble en el marco del capitalismo. Allí estaría la clave del estado-nación moderno.
Ahora, si vemos la otra cara de la moneda, los espacios/tiempos del “sub-
desarrollo”, alcanzaremos a apreciar algunas de las contribuciones fundamenta-
les de Quijano para abordar la cuestión del estado-nación. Aquí entra en juego
su análisis de la clasificación racial de la población mundial que inicia con la
expansión hispana de 1492, elemento fundamental para comprender la noción
de “colonialidad del poder”. Desde 1492 se comienzan a configurar identida-
des sociales basadas en la categoría de raza: indios, negros, mestizos, blancos.
El patrón colonial de poder basó su funcionamiento en esta clasificación, en la
invención de la categoría de “raza”, teniendo como consecuencia una “división
racial del trabajo”.6 De esta forma, las identidades raciales, configuradas jerár-
quicamente, iban acompañadas de las tareas productivas y del tipo de inserción
en el mercado mundial que les correspondía. Fue así como la identidad racial
“negra” se asociaba a la esclavitud, y la identidad “india” a la servidumbre. El
patrón colonial de poder suponía una consideración desigual y diferenciada
entre los colectivos que clasificaba racialmente.
Justamente debido al panorama “moderno/colonial” que hemos esbozado,
las tareas democratizadoras y nacionalizadoras no se configuraron en los espa-
cios/tiempos que sufrieron el colonialismo y, más adelante, la colonialidad, esto

5
Ibid., p. 41.
6
Aníbal Quijano, “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina”, en Edgardo Lan-
der, La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas,
Buenos Aires, Clacso, 2000, p. 204.

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es, donde persistieron las asimetrías y jerarquías basadas en un poder sustentado


en la categoría de raza.
La colonialidad del poder, la clasificación racial de la población hace, literal-
mente, imposible toda democratización real.
Por eso, como lo muestra sin atenuantes la experiencia latinoamericana, el
desarrollo de estados-nación en estos países sólo ha sido viable de modo parcial
y precario. Si hay algo de incompleta biografía en estas tierras es, justamente,
el estado-nación.7
Este tipo de explicación, que distingue entre los procesos de democratiza-
ción y nacionalización en los espacios-tiempos de mayor desarrollo capitalista,
respecto de los que sufrieron el impacto colonial, cuya democratización ha sido
precaria (puesto que obra como condición para que en los otros núcleos de pobla-
ción se verifique una democratización relativa), también se puede mirar diacróni-
camente. Quijano realiza esta tarea enfatizando la relevancia de ciertos procesos
históricos y políticos, en los que se puede vislumbrar la pugna por democratizar
y nacionalizar sociedades que fueron sujetas desventajosamente a las dinámicas
coloniales, con su respectiva clasificación racial.
En un importante artículo de 1992, Quijano alude a un vínculo poco estu-
diado: la relación entre los procesos de formación de estados-naciones con la
colonización de otras sociedades.8 A la vez, refiere tres procesos histórico-po-
líticos para esclarecer las oportunidades y el fracaso de la nacionalización de
sociedades previamente colonizadas: la Revolución norteamericana, la Revolu-
ción haitiana y la revuelta de Tupac Amaru.
En el caso de la Revolución norteamericana de independencia, Quijano
encuentra que no sólo suponía una ruptura con un orden político, sino que tam-
bién se puede pensar como “descolonización, esto es, como democratización
de la propia sociedad que pugna por la independencia frente al imperio”.9 Y una
hipótesis adicional podría colocarse en correspondencia: el espacio-tiempo ante
el que opera tal “descolonización” hace tiempo que emprende su propio camino

7
Quijano, “El fantasma de desarrollo...”, op. cit., p. 51.
8
Aníbal Quijano, “‘Raza’, ‘etnia’ y ‘nación’ en Mariátegui: cuestiones abiertas”, en Roland For-
gues, José Carlos Mariátegui y Europa. La otra cara del descubrimiento, Lima, Amauta, 1992.
9
Ibid., p. 179.

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Estado-nación y colonialidad del poder

en una etapa de maduración de la modernidad, que ya no es ni la temprana del


mediterráneo ni la condición barroca metropolitana o colonial, sino la específi-
camente liberal, protestante y en el futuro, industrial.
Pero será la Revolución haitiana a la que le dará más relieve Quijano, cuando
busca situar procesos de descolonización que pusieron en jaque al patrón de
poder fundado en la clasificación racial.
Sin embargo, la experiencia más radical ocurre, y no por casualidad, en
Haití. Allí, es la población esclava y “negra”, la base misma de la dominación
colonial antillana, la que destruye junto con el colonialismo, la propia coloniali-
dad del poder entre “blancos” y “negros” y la sociedad esclavista como tal. Tres
fenómenos en el mismo movimiento de la historia. Aunque destruido más tarde
por la intervención neocolonial de los Estados Unidos, el de Haití es el primer
momento mundial en el que se juntan la independencia nacional, la descoloniza-
ción del poder social y la revolución social.10
A pesar de su posterior inserción subordinada a las dinámicas imperialistas
estadounidenses, el caso de Haití representa para Quijano un proceso de des-
mantelamiento y desarticulación del patrón colonial de poder sustentado en la
jerarquía racial de los sujetos sociales, soporte de la reducción de enormes con-
glomerados humanos a la condición de esclavitud. Como hemos visto, la inven-
ción moderna de la categoría de raza suponía la apropiación gratuita del trabajo
y de los productos de los sujetos clasificados como “inferiores” en el patrón colo-
nial de poder y, por ello, considerados indignos de un salario.
En tercer lugar, Quijano se centra en lo ocurrido en la zona andina, ofre-
ciendo su lectura del quizá más importante proceso anticolonial de toda la región
hispanoamericana, que en su fracaso dará la forma a lo que fueron los movimien-
tos independentistas en la región. En este ámbito, considera que el levantamiento
de Tupac Amaru de fines del siglo xviii, que fue derrotado, conformó el único
movimiento “con real potencial descolonizador”.11 Lo que de incompleta revo-
lución tuvo la insurgencia de Amaru, lo tuvo en el Alto Perú de aquella época
el alzamiento de Julián Apaza, Tupaj Katari. No obstante la lucha a la que se
entregan ambos rebeldes y la gesta heroica de sus ejércitos, fue insuficiente el

10
Idem.
11
Idem.

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resquebrajamiento de las relaciones coloniales, tanto como para recomponerse


éstas operando un relevo entre las elites dominantes que transforman y encubren
su régimen de privilegios, y en el curso de los dos últimos siglos ésa ha sido la
impronta de los estados-nación latinoamericanos en la zona andina.
Aquí se encuentra una de las claves del uso de la categoría de colonialidad
en el pensamiento de Quijano, ya que esto supone que los regímenes políticos
posteriores a las independencias nacionales en América Latina no lograron des-
prenderse del patrón colonial de poder y mantuvieron las jerarquías raciales de
origen colonial. Por ello, no hubo ni democratización genuina de las relaciones
sociales, ni “nacionalización” de los estados en América Latina tras las indepen-
dencias. Por lo contrario, “el ‘estado-nación’ es establecido precisamente por los
que heredan los privilegios del poder colonial”.12
Como hemos visto, en el enfoque de Quijano el estado-nación surge sólo en
determinadas condiciones y requiere tanto de la igualdad jurídica dentro de un
espacio de dominación, como del control representativo y democrático de las ins-
tituciones de gestación y control de la autoridad. Pues bien, al tomar en cuenta
la historia del mundo moderno/colonial, Quijano encuentra que los estados-
naciones abarcan sólo una dimensión de ese mundo, relativamente pequeña,
aunque se hayan convertido en referentes y en hegemónicos desde 1789. Es así
como, al interrogarse por las razones por las cuales el capitalismo se articuló e
imbricó con diversos tipos de estado en varios espacios de dominación, Quijano
presenta una propuesta tipológica de estados en el mundo moderno/colonial.
Así el moderno estado absolutista imperial (todos los estados de Europa occi-
dental, menos Suiza, entre 1500 y 1789); el moderno estado/nación imperial/
colonial (por ejemplo, Francia e Inglaterra desde fines del siglo xviii hasta des-
pués de la Segunda Guerra Mundial); el moderno estado colonial (América del
Norte antes de 1776 y América del Sur antes de 1824, así como los del Sudeste
Asiático y los de África hasta mediados del siglo xx); el moderno estado despóti-
co-burocrático (la ex Unión Soviética y los de Europa del Este hasta fines de los
ochenta, sus rivales nazistas y fascistas en Alemania, Japón e Italia entre fines
de 1930 y 1945, China en la actualidad); el moderno estado-nación democrático
(los actuales de Europa Occidental, los de América del Norte, Japón, Oceanía);

12
Ibid., p. 180.

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Estado-nación y colonialidad del poder

los modernos estados oligárquico-dependientes (los de América Latina antes de


fines de los sesenta, con excepción de México, Uruguay y Chile desde fines de
los veinte); los modernos estados nacional-dependientes (en diversas medidas,
todos los de América Latina actual, así como la mayoría de los de Asia y algunos
de África, principalmente África del Sur) y los modernos estados neocoloniales
(muchos, quizá la mayoría, de los de África).13
Al abordar estos procesos en la actualidad, Quijano se remite a algunas
de las observaciones en torno al estado-nación que ya hemos presentado. En
su descripción de la globalización como nueva fase de un capitalismo que ha
emprendido una contrarrevolución global, se pretende ilustrar la regresión de
los procesos democratizadores y nacionalizadores que caracterizaron a los “esta-
dos nacional-dependientes”.14
Serían estos espacios periféricos los que ahora se verían asaltados por las
nuevas dinámicas del capital financiero, en un contexto mundial que expresa
una espectacular “reconcentración de recursos”.15 Esto tendría consecuencias
directas en las dinámicas del estado-nación dependiente. Quijano señala la ten-
dencia a la “erosión continua del espacio nacional-democrático” en este tipo de
sociedades. Como consecuencia, en los espacios periféricos del sistema mun-
dial nos confrontaríamos con la conversión de los estados en “centros locales
de administración y control del capital financiero mundial y del bloque impe-
rial”.16 Tal aniquilamiento del sentido democratizador que, aunque fuera en
grado incipiente, se plasmó en cierto esquema de derechos que se reconocen
en el código u espíritu que ampara la ley, no sólo se intenta suavizar o restringir
desde “el bloque imperial global”, para que tal esquema flexibilizado del dere-
cho sea acorde a los intereses del capital y hostil con el trabajo, sino que llega a
aniquilar la legalidad misma, cuando se entra de lleno a una condición de estado
de excepción global.

13
Quijano, “Colonialidad del poder...”, op. cit., pp. 12-13.
14
Ibid., p. 14.
15
Ibid., p. 9.
16
Ibid., p. 14.

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José Guadalupe Gandarilla y David Gómez

Poder y estado

Para comprender plenamente las reflexiones de Quijano en torno al estado-na-


ción, conviene tener en cuenta su acercamiento al universo clásico de la teoría
social, terreno en el que desarrolla una conceptualización muy precisa. En su
propuesta teórica, el análisis de la noción de poder y el estudio de sus diversas
dimensiones lo sitúan como un crítico de enfoques herederos del liberalismo y,
a la vez, toma posición frente al materialismo histórico, tradición que distingue
firmemente de la obra y las potencialidades del pensamiento de Marx.
La clave del concepto de colonialidad del poder de Quijano debe buscarse en
su denso análisis del concepto de poder social, ya que allí presenta un enfoque
que le otorgará un lugar a su examen histórico del colonialismo y la colonialidad.
Así, sitúa cuatro dimensiones en las que se disputa el control de diversos ámbitos
de la experiencia humana: trabajo/sexo/subjetividad/autoridad colectiva. Cada
uno de esos ámbitos de la existencia social genera sus propios productos y recur-
sos; el poder se define en el control de esos productos de la actividad social,
para lo cual se gestan en la modernidad instituciones que regulan su acceso:
la empresa capitalista, la familia burguesa, el eurocentrismo como perspectiva
epistemológica y el estado.
En este enfoque, podemos vislumbrar la forma en la que Quijano, sin renun-
ciar al análisis del capitalismo mundial, se desprende de ciertos reduccionismos
procedentes de la tradición intelectual y política del materialismo histórico. Par-
ticularmente, es notorio su distanciamiento de la tesis que afirmaría que el ámbito
del trabajo y la producción ofrece la clave para comprender la totalidad social, y
que allí se jugaría el sentido último de toda relación de poder. Aunque Quijano
no desecha el concepto de totalidad social, y sostiene que los diversos ámbitos de
la experiencia social (trabajo/sexo/subjetividad/autoridad) están entrelazados,
no pretende explicar de manera reduccionista el resto de los niveles recurriendo
a una clave última, más bien se trata siempre de una cuestión a indagar: ¿cómo
se articulan estas dimensiones en un patrón de poder? Para los fines del examen
del patrón de poder “moderno/colonial” que le ha ocupado en los últimos años,
Quijano muestra cómo se han imbricado estas diversas dimensiones y sus ins-
tituciones dominantes para gestar un patrón de poder con alcances mundiales.

Crítica Jurídica | Nueva Época 64 Núm. 38


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Estado-nación y colonialidad del poder

Considerando lo anterior, llama la atención el énfasis puesto por Quijano en


el concepto de poder, de tal modo que el control del trabajo y de sus productos
(la explotación) es una expresión de relaciones de poder. También la autoridad
y el mando, condensados en el estado o en el estado-nación moderno, expresa-
rían otro nivel de las relaciones de poder. Podríamos situar justamente aquí su
“heterodoxia” en el universo de los marxismos, inclusive frente a aquéllos que
ya se habían alejado de cualquier reduccionismo de la superestructura frente a
la base. No es la producción, el trabajo o la explotación la clave explicativa, sin
que ello suponga que esta esfera deje de ser analizada cuidadosamente. El patrón
de poder incluye una dimensión productiva y de control del trabajo (que en la
modernidad es el capitalismo mundial), mientras no ocurre a la inversa. Quijano
así vuelve más complejo el análisis del capitalismo, no sólo porque muestra que
en el sistema mundial moderno hay un espectro variado de formas de control
del trabajo (esclavitud, servidumbre, trabajo forzado o a destajo, reciprocidad,
etc.) que coexisten de manera subordinada ante la que se presenta como propia
o primordial para el capital (trabajo asalariado libre). La complejidad del análisis
consiste ahora en ubicar a las relaciones de explotación en el marco de un ámbito
mayor, el patrón de poder, de tal modo que habría más elementos a considerar,
sin que este tipo de acercamiento suponga que se renuncie a pensar una totali-
dad social. Justamente este esfuerzo se refleja en la manera en que las diversas
dimensiones del poder se articulan.
Por otro lado, podríamos considerar su acercamiento a los modos de clasi-
ficación social que predominan en la modernidad/colonialidad como un intento
de resolución de ciertos determinismos y simplificaciones que acompañaron a la
tradición intelectual y política del materialismo histórico. Recordemos que la cla-
sificación racial de los sujetos sociales es el núcleo, la clave del patrón colonial de
poder y también el eje explicativo de la división social del trabajo vigente en ese
marco de relaciones. La división social del trabajo se convierte, en la perspectiva
de Quijano, en una “división racial del trabajo”; se trata de una conceptualización
aguda que abre la mirada histórica y proporciona herramientas categoriales para
explicar la esclavitud africana en el Caribe y en América, o la servidumbre indí-
gena en el subcontinente a lo largo de siglos. Y reiteramos que, en esta visión,
ya que se busca dar cuenta de la colonialidad y no del colonialismo, la persisten-
cia de la clasificación racial de los sujetos ampliará sus repercusiones al periodo

Crítica Jurídica | Nueva Época 65 Núm. 38


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José Guadalupe Gandarilla y David Gómez

cronológicamente denominado “postcolonial”. Por ello, en la fase reciente del


pensamiento de Quijano la temática de la “dependencia”, categoría que surgió
para explicar la condición subordinada de América Latina en la economía mun-
dial tras las independencias políticas, se imbrica con el concepto colonialidad. La
clasificación racial de los sujetos y de los colectivos, su inserción en la división
internacional del trabajo expresan la colonialidad.
Una última cuestión, la raza como “categoría mental” de la modernidad
incide y tiene claros efectos en las prácticas y en las relaciones sociales y de
poder. Aquí podemos ver cómo Quijano, al postular esta categoría, se ha des-
prendido de cualquier esquema explicativo propio del materialismo histórico, ya
que las prácticas sociales mismas se encuentran impregnadas del dispositivo de
clasificación racial. No podemos separar las relaciones sociales y de poder de la
categoría “mental” que las organiza y determina; por ello se viene abajo cualquier
determinación, por muy oblicua y compleja que fuera, de la infraestructura sobre
la superestructura. La posibilidad misma de distinguir esos ámbitos se ha vuelto
problemática, sin que ello suponga que la producción, el trabajo y la explotación
permanezcan impensados. Se encuentran articulados y fusionados con el dispo-
sitivo clasificatorio del patrón “moderno/colonial” de poder, ya que no se podría
sostener que la clasificación social conforme un ámbito “ideológico”, separado de
las relaciones materiales y de las condicionalidades que la colonialidad impone a
cada una de las configuraciones de recursos, conflicto y reparto de los productos
de las relaciones que expresan la experiencia social. Encontramos, de este modo,
que Aníbal Quijano se mueve en diversos terrenos teóricos, que buscan resolver
y dar cauce a ciertas limitaciones y aporías que surgieron en el esquema explica-
tivo del materialismo histórico. Y esta tarea, nuestro autor la ha llevado adelante
sin tirar por la borda el imperativo de construir un discurso crítico y disidente
respecto al orden “moderno/colonial”, modalidad de pensamiento en ruptura
con lo establecido que, al mismo tiempo que recupera la materialidad de las rela-
ciones en que se expresa el poder social, y el carácter conflictivo y en disputa de
las prácticas sociales, remite finalmente a la persistencia de ciertas “cuestiones
pendientes” que animan y abren nuevos derroteros al pensamiento crítico.

Crítica Jurídica | Nueva Época 66 Núm. 38


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Estado-nación y colonialidad del poder

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Crítica Jurídica | Nueva Época 67 Núm. 38


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