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UN LLAMADO A LA REFORMA

Johannes Geerhardus Vos (1862-1949)

La reforma de la iglesia de acuerdo con la Escritura es siempre


incompleta en la tierra.
Ecclesia reformata reformanda est (“La iglesia, habiendo sido reformada,
aún es para ser reformada”). Esto se sigue del hecho que la Escritura es
un patrón absoluto y perfecto, en cuanto la iglesia en cualquier punto de
su historia en la tierra aún es imperfecta y envuelta en el pecado y error.
Este proceso de reforma debe ser continuo hasta el fin del mundo.
En ningún punto del presente la iglesia puede parar y decir: “Llegue.
Hasta aquí, mas no más de aquí!”. Solamente en el cielo la iglesia
triunfante dirá eso.
En este proceso de reforma, hay ciertas etapas históricas y
ciertos marcos prominentes de progreso alcanzado. Por ejemplo, los
grandes credos y confesiones históricos de la iglesia son puntos de
referencia de progreso. La Confesión de Fe de Westminster, por ejemplo,
marca el progreso verdadero en la reforma de la iglesia hasta el tiempo
cuando esta Confesión fue formulada.
Nosotros nunca podemos considerar este proceso como
terminado en nuestros días, o en cualquier punto en la historia terrena
de la iglesia. Debemos siempre olvidar las cosas que quedarán para
atrás y seguir en frente para las cosas que están en el futuro; debemos
siempre esforzarnos para aprender eso, por el cual hemos aprendido de
Cristo Jesús. La doctrina, adoración, gobierno, actividades misionarias,
instituciones educacionales, publicaciones y la vida práctica de la iglesia
– todas estas cosas deben ser progresivamente reformadas de acuerdo
a la Escritura.
La reforma siempre fue un proceso paso a paso, y debe
necesariamente ser así. Los zelotes intentarían alcanzar todo de una
sola vez, más ellos solamente chocan su cabeza contra una pared de
piedra. Dios opera por proceso histórico – un proceso gradual, continuo
– y debemos conformarnos a la manera de operar de Dios.

La reforma bíblica de la Iglesia es el fruto de sumisión al


Espíritu Santo hablando por la Escritura.
No solamente es requerido un avance en el estudio de la
Escritura, más allá de los marcos del pasado, más es requerida una
búsqueda autocrítica de parte de la iglesia. Los patrones subordinados
de la iglesia deben ser siempre sujetos al examen y re-examen a la luz
de la Escritura. Eso está implícito en nuestra Confesión de que
solamente la Escritura es infalible. Si solamente la Escritura es infalible,
entonces, todo lo demás debe ser constantemente probado y re-testado
por la Escritura.
No solamente los patrones oficiales de la Iglesia, sino también su
vida, sus programas, sus actividades, sus instituciones y sus
publicaciones deben ser sometidos a una penetrante autocrítica sobre la
base de la Escritura. Estos deben ser siempre testados y re-testados a
la luz de la Palabra de Dios. Tal autocrítica de parte de la iglesia es la
contraparte corporativa de autoexamen a la cual Dios, es su Palabra,
llama a cada cristiano a hacer individualmente.
Tal autocritica de parte de la iglesia es difícil. Ella requiere
esfuerzo, inteligencia, aprendizaje, sacrificio, grande humildad y renuncia
y absoluta honestidad. Ella requiere lealtad a la Escritura, una lealtad que
esté dispuesta a caminar el tanto que fuere necesario para ser fiel a la
Palabra de Dios – una lealtad verdaderamente heroica y radical a la
Escritura.
Tal autocritica de parte de la iglesia puede ser embarazoso y aún
dolorosa. Puede significar que la Iglesia, como Cristiano en El Progreso
del Peregrino de John Bunyan, puede encontrarse en el “Camino del
prado Errado”, y tener que volver atrás sus pasos humilde y
dolorosamente hasta que esté de vuelta nuevamente al Camino del Rey.
Tal autocritica de parte de la Iglesia puede devastar (destruir) intereses
o proyectos especiales de personas individuales o grupales en la Iglesia.
Puede demostrar que las características particulares de los padres de la
iglesia, su vida o sus programas, no están completamente en armonía
con la Palabra de Dios, y deben ser reconsiderados y traídos a la
armonía con esta Palabra.
Para estas y personas similares, la autocrítica de parte de la
iglesia es frecuentemente descuidada y hasta aun fuertemente opuesta.
Aquellos que la defienden o buscan tomarla para emprender son
probablemente representados como extremistas, fanáticos, entusiastas,
visionarios, problemáticos, y sus similares. Todavía, fue por tal
autocritica que los reformadores del pasado consiguieron reformar la
Iglesia. Hombres como Lutero, Calvino, Knox, Melville, Cameron y
Renwick estaban preocupados solamente sobre el juicio (criterio) de Dios
en su Palabra. Ellos no fueron disuadidos por los juicios (criterios)
adversos y por actitudes de hombres.
Cuando la iglesia se ha arriesgado realmente a mirarse a sí
misma en el espejo de la Palabra de Dios, con toda seriedad, la Iglesia
ha demostrado su grandiosidad, y tornándose influyente en el mundo.
Han ido adelante con nueva vida y vigor. Por otro lado, cuando la Iglesia
ha vacilado o negado mirar para sí misma en el espejo de la Palabra de
Dios, ella ha sido débil, estancada (inactiva), decadente, ineficaz y sin
influencia.
La constante autocritica denominacional sobre la base de la
Escritura es un deber. Más, es esto realmente tomado con seriedad?
¿Cuánto celo, cuánto interés – o hasta aún diré, cuánta tolerancia – hay
para con ella, hoy?
Hay una tendencia constante en cada iglesia para considerar el
presente estado de los asuntos como normales y correctos. De esa
forma, lo que es en realidad mera costumbre viene a tener virtualmente
la fuerza y la influencia de un principio, en cuanto los asuntos de un
principio vienen a ser tratados como si fuesen convenciones o
costumbres humanas, teniendo solamente la autoridad de la aprobación
usual o popular. La sanción del uso actual es considerada como
suficiente para establecer un asunto como correcto, legítimo o hasta aún
necesario. E, inversamente, la ausencia del uso actual es considerada
como suficiente para probar que el asunto es incorrecto e impropio. Este
tipo de estancamiento, esta actitud de considerarse el “status quo” como
normal, cierra la puerta contra todo el verdadero progreso en la reforma
de la Iglesia. Porque el “status quo” es siempre pecaminoso. El siempre
falla en cumplir los requerimientos de la Palabra de Dios. Es siempre algo
menor de lo que Dios requiere de la Iglesia. Visto que el “status quo” es
pecaminoso, él puede ser considerado como complacencia – mucho
menos puede el mismo ser considerado como el ideal para la Iglesia. Es
un pecado hacer del “status quo” algo absoluto.
El “status quo” siempre necesita arrepentirse. No importa cuán
agradable pueda ser, esto aún es pecaminoso y necesita de
arrepentimiento. Considerar el “status quo” como complacencia es uno
de los mayores pecados de la Iglesia en nuestros días – un pecado que
debe entristecer el Espíritu Santo, un pecado que ciertamente impide la
Iglesia de hacer su verdadero y apropiado progreso en su reforma de
acuerdo con la Escritura. Una Iglesia dominada por esta idea no puede
realmente ir adelante. Puede realmente, moverse para atrás, en
deserción y apostasía. En el mejor de las hipótesis se moverá solamente
en círculo fijo, siempre volviendo para el lugar de donde partió.

Dios nos llama para buscar reforma en la Iglesia en nuestros


días.
Las iglesias de América, en general, se han movido en un círculo
fijo durante su historia pasada. Podríamos también decir que ellas se
movieron en un círculo vicioso. El patrón ha sido una caída seguida por
un reavivamiento seguido por una caída, y así por adelante. No es hecho
verdadero progreso. Lo mejor que puede ser hecho, al parecer, es
conseguir salir de un pozo después de otro. Nada es más prevaleciente
que este tipo de estancamiento en la iglesia. Nada es más difícil que
conseguir cualquier característica de la estructura o actividad de la iglesia
realmente examinada y reformada a la luz de la Palabra de Dios.
El verdadero progreso significa edificar sobre los fundamentos
lanzados en el pasado. Más el progreso verdadero no significa estar
preso por la mano muerta de errores e imperfecciones del pasado. Hay
solamente una verificación legítima del verdadero progreso, y esta es la
verificación de la propia Escritura. La verdadera reforma de la iglesia es
la reforma sobre la base de la Escritura. Es una reforma dentro de los
límites de la Escritura, no una reforma más allá de la Escritura.
Las agencias oficiales, publicaciones y las instituciones, son para
reflejar una sección transversal de la opinión como ella realmente existe
en la Iglesia, como el “English as she is spoke” (“Ingles como ella es
hablado”) de Mark Twain? ¿O son para examinar los patrones de la
Iglesia y mantener aquella línea en la confrontación del público? ¿O son
para abrir el camino en la autocrítica denominacional sobre la base de la
Escritura? ¿Son ellas para trazar un nuevo camino, yendo adelante para
un nuevo territorio a la luz de la Palabra?
Estas son cuestiones difíciles y serias. La tendencia es de
contornarse e ignorar cuestiones como estas. Estas cuestiones son
raramente confrontadas. La tendencia es preferencialmente considerar
el “status quo” como normal. O (si no el actual “status quo”), entonces,
de cualquier manera las realizaciones del pasado son consideradas
como normales. Si pudiéremos apenas volver para el modo de que las
cosas eran en los “buenos y viejos tiempos” y mantener aquel patrón,
entonces, todo sería agradable.
Más, ¿es esto que deseamos? ¿Dónde hubiéramos estado?
Ahora es 1959. ¿Cómo seremos disculpados de fallar en avanzar más
allá de nuestros antepasados en el entendimiento de las Escrituras?
¿Cómo podremos decir que la reforma de la Iglesia fue completada en
1560, 1638, o hasta aun en 1950? ¿Qué hemos hecho desde entonces?
Están enterrados en una servilleta nuestros talentos?
No es difícil admitir que hay algunos males en la Iglesia que
necesitan de correcciones. Más la tendencia es decir que si pudiéremos
apenas volver para la base sólida de una o dos generaciones atrás, todo
sería justamente como debería ser. ¿Qué más alguien podría decir?
Podemos apenas asegurar esta línea por todo el tiempo que surgiere.
Más no estaríamos haciendo nuestro deber dado por Dios. Nuestros
antepasados reformaron la Iglesia en su tiempo; Dios nos llamó para
reformarla en nuestro tiempo. No podemos descansar sobre nuestros
laureles. Debemos batallar por nosotros mismos, por la fe, sobre la base
de la Palabra de Dios.

La verdadera reforma busca la verdad y la honra de Dios


encima de todas las otras consideraciones.
Vivimos en una era pragmática, un ara impaciente con la verdad,
una era preocupada principalmente con los resultados prácticos. Es una
era sin paciencia con aquellos que valoran la verdad encima de los
resultados. Nuestra era quiere resultados y está totalmente a creer que
los higos crecen entre cardos (abrojos), se piensa que ven los higos.
Yo he oído, cuando alguien procuró traer alguna característica de
la Iglesia bajo el juicio crítico de la Escritura, la objeción de que el tiempo
no era oportuno. “Usted puede estar en lo cierto”, diría el objetor, “más
este es un tiempo oportuno para traer tal asunto?”. Ahora, nosotros
deberíamos entender que la verdad es siempre oportuna, que el tiempo
oportuno nunca podrá venir. Que una estación más conveniente nunca
podrá llegar. Siempre habrá alguna razón que puede ser instada por no
emprenderse la reforma de la Iglesia de acuerdo con la Palabra de Dios.
Dio es el Dios de la verdad. Él es luz, y en Él no hay tiniebla alguna.
Cristo es el Rey del reino de la verdad. Para este fin Él nació, para que
pudiese testificar de la verdad. Aquel que es de la verdad oye su voz.
La tan pronta disposición para aceptar el “status quo” como
normal es uno de los grandes obstáculos en el camino de la real reforma
y progreso de la Iglesia hoy. Esta actitud es pecaminosa porque es ciega
para con la verdadera corrupción del “status quo”. Ella falla en percibir
que el “status quo” siempre necesita arrepentirse, siempre necesita ser
perdonado por la gracia divina, y siempre necesita ser reformado por la
Iglesia en la tierra. Falla en percibir la verdad de la declaración de Agustín
de que todo bien menor envuelve un elemento de pecado!
De forma básica, ésta completa aceptación del “status quo” como
normal, procede de una idea errada sobre Dios, una idea que falla en
contar con su santidad y pureza, y de una idea errada de la Escritura,
una idea que falla en percibir el carácter absoluto de la Escritura como el
patrón de la Iglesia.
Colocar la verdad y la honra de Dios en primer lugar, encima de
todas las otras consideraciones, sea cuales fueren, requiere una grande
consagración moral. En este asunto, es verdad tanto de la Iglesia como
lo es del individuo, que aquel que perdiere su vida por causa de Cristo,
la encontrará.

Traducido por Julio C. C. Mamani.

Nota del editor: Johannes G. Vos fue un ministro en la Iglesia Presbiteriana Reformada
de América del Norte y enseño Biblia en el Colegio de Ginebra por muchos años. Este
articulo apareció primeramente en Blue Banner Faith and Life, lo cual él estableció y
editó. Aunque escrito en 1959, es tan relevante para la iglesia de hoy como siempre lo
fue.

POR EL PACTO Y LA CORONA DE CRISTO!

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