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Breve ensayo de historia de México

Introducción
¿Por qué si en 1808 se habían sentado las bases estructurales
económicas, políticas y sociales para que México se
convirtiera en una potencia mundial capitalista, en sólo once
años se convirtió en todo lo contrario?
Este ensayo pretende dar contestación a esa pregunta partiendo del supuesto de
que en alguna parte de la historia se cometió un error que habría de transformar
toda la estructura económica, política y social, de tal forma que todavía el país se
encuentre arrastrando una gran cantidad de herencias coloniales. Obviamente, si
en 1821 el país se encontraba en condiciones desastrosas en todos los aspectos,
con una enorme diferencia a once años atrás en que toda la economía mundial
dependía de éste, la respuesta se encuentra en ese pequeño periodo, "la guerra de
Independencia".

Para realizar esta investigación se recurrió al método de la sociología


comprensiva de Max Weber, basada en un tipo ideal que fuese capaz de ser
aplicado al proceso social durante ese período, y descubrir el porqué no existió
una racionalidad capitalista entre la época colonial y el México independiente. En
este caso se utilizaron como tipos ideales; la Revolución Francesa que, sin hacer
un estudio comparativo en este ensayo, me ayudó a entender el papel tan
importante que desempeñó la burguesía en el caso francés. El segundo tipo ideal,
y el más importante, es el proceso de acumulación originaria de capital,
entendido como "...el período histórico de separación entre los medios de
producción y el productor directo con la consecuente liberación de la fuerza de
trabajo", que ha sido secreto último de las grandes potencias mundiales
capitalistas. Así mismo el valor metodológico que tiene para comprender la
transformación de la fórmula Mercancía-Dinero-Mercancía en Dinero-
Mercancía-D’Plusvalía y la consecuente comprensión de la transformación del
capitalismo mercantil en capitalismo-propiamente-dicho. Todo esto, porque
sabemos perfectamente que la implantación del capitalismo en cualquier país es
obra única y exclusivamente de su burguesía. Ya mercantil, ya capitalista. Si bien
la Corona Española mantuvo su poderío económico durante trescientos años, se
debió a la burguesía novohispana: españoles y criollos, y sin embargo durante la
guerra de independencia se notó una clara ausencia de ésta en la lucha armada,
creando un gran vació de clase durante los años de vida independiente del país.
De ahí que el capitalismo mexicano fuese implantado por el Estado y no por una
burguesía nacional.

En este ensayo expongo los antecedentes causales que precedieron al movimiento


armado y que son las reformas borbónicas y la situación política en España; así
como el movimiento armado de 1810, que trastocó la racionalidad del proceso
histórico del capitalismo en México.

I
El proceso de acumulación originaria de capital en México debió diferir
teóricamente de los demás países del resto del mundo capitalista en sentido
inverso, es decir, no se podían confiscar los bienes raíces de la Iglesia Católica
por ser ésta la principal proveedora de capitales líquidos para la agricultura
grande, mediana y pequeña. Pero principalmente para los constantes déficits
financieros de la minería, que producía en constantes crisis económicas. De tal
manera, este proceso originario de capital debió presentarse en una primera
instancia como consumación de la conquista, con el despojo masivo de las
propiedades indígenas comunales y la consecuente liberación de la mano de obra
que presionaría en nuevos métodos de absorción de ésta, tanto en las haciendas
como en los obrajes y, en una segunda instancia, como el despojo de sus
propiedades a la Corona Española.

Esto obviamente sólo podía lograrlo la clase dominante, la punta de la pirámide


social, españoles y criollos. Para que así la clase burguesa novohispana madurara
como clase ca-pi-ta-lis-ta que, al despojar a la corona española de sus
propiedades, transformara las relaciones de propiedad concesionada a relaciones
de propiedad privada de la tierra, consolidándose como burguesía na-cio-nal; y,
finalmente, despojando al clero de sus propiedades raíces y consolidarse como
clase hegemónica. En este aspecto podemos decir que el proceso de acumulación
originaria de capital sería de la misma manera el proceso histórico de la
transformación de una burguesía dependiente (a través del monopolio de los
comerciantes de Sevilla y Cádiz y el consulado de México), en una burguesía
hegemónica na-cio-nal capaz de llevar la carga política y militar suficiente para
su consolidación y autonomía, es decir, para que el país pagara el precio de
sangre necesario en el momento histórico oportuno. Sin embargo, a pesar de que
se dieron las circunstancias históricas convenientes, tales como la real cédula
sobre enajenación y bienes raíces, cobro de capitales de capellanías y obras pías
para la consolidación de vales reales aplicada por José de Gálvez en 1804, y la
"intervención" francesa en España en 1808, las fuerzas motrices actuarían en
sentido contrario.

Para 1600 habían desaparecido en la Nueva España los dos principales parásitos
de la economía Novohispana: el conquistador y el encomendero. De 1640 a 1740
se consolida el monopolio comercial y, al mismo tiempo, entran en crisis la
metrópoli y sus colonias; nace la hacienda y el peonaje; se naturaliza la compra
de cargos públicos y se difunde la concepción nacionalista de los mismos; se
establece el predominio político y económico de las principales instituciones
coloniales: iglesia, comerciantes y hacendados; se consolida el dominio de una
minoría blanca europea sobre las demás castas sociales.

En 1550 se da el desarrollo a gran escala de la minería, con la explotación de


riquísimas minas del norte: Zacatecas, Real del monte, Pachuca y Guanajuato.
Junto a estos centros mineros se establecieron también los congregados Jesuita y
Franciscano, fundaron misiones que se esforzaron por cohesionar a los indios
desarrollando nuevas unidades económicas de autoconsumo combinando cultivos
indígenas con técnicas y productos españoles. En el siglo XVII Zacatecas
experimentó su primer auge y su primera decadencia, esta última provocada por
las exigencias de la Corona, que primero redujo el abasto de mercurio y luego, en
1634, obligó a los mineros a pagar deudas atrasadas, reduciendo de esta manera
la inversión directa en la explotación de las minas; ante esta situación, los
mineros se vieron obligados a buscar capital dentro de la propia colonia; éste lo
encontraron en los comerciantes de la ciudad de México y en la corporación
eclesiástica, que eran los únicos que poseían capital líquido, convirtiendo a
ambas corporaciones en socios naturales de los mineros y, más tarde, en
propietarios de minas, independizándose de esta forma la minería de la Nueva
España con la Metrópoli y, al mismo tiempo, fortaleciendo un mercado interno.

La transformación de la economía durante el siglo XVII trajo como consecuencia


que, tanto la minería como la agricultura, la ganadería, las manufacturas y el
comercio, dejaran de atender los requerimientos de la Metrópoli para dedicar la
actividad económica a satisfacer las necesidades internas de la Nueva España.
Desde 1600 comienza el desarrollo en gran escala de la hacienda y el rancho
manejado por los españoles; si en el siglo XVI la agricultura y el abasto de
productos agrícolas dependían de la población indígena, a mediados del siglo
XVII los españoles habían creado una agricultura manejada por ellos, centrada en
el rancho y la hacienda, dirigida a satisfacer las demandas de los principales
centros de colonización y adaptadas a las condiciones económicas de la colonia,
trayendo como consecuencia la subordinación de la agricultura indígena a la
española, su marginación progresiva y poblacional y, por ende, la incapacidad de
los indígenas para competir técnica y comercialmente con la producción y el
mercado de tipo Europeo. Mientras que en el siglo XVI había en la Nueva
España una sociedad señorial que vivía básicamente de la explotación extensiva
de la población indígena, es evidente que en el siglo XVII la población blanca
había creado una nueva economía dirigida y manejada por los colonos europeos,
con sistemas más capitalistas que señoriales y orientada a satisfacer sus propias
necesidades. De estos, los más favorecidos fueron los dedicados el comercio
exterior, los comerciantes del Consulado de México, quienes al operar como
agentes de la metrópoli, obtuvieron las más altas ganancias, porque eran los
únicos proveedores de un mercado ávido y cautivo. La iglesia, debido a su
disponibilidad de capital líquido se convirtió de manera natural en el banquero y
socio de agricultores, mineros y comerciantes, ligando de esta manera sus
intereses con los de la minería, formando todos ellos la pirámide social. Pero a
diferencia de estos, la iglesia era una institución, de manera que su riqueza en vez
de disgregarse o perderse con el tiempo, por el contrario, se acumulaba día tras
día y, por otra parte, era la institución con mayor influencia moral y política en la
colonia. No obstante, los mineros no fueron un grupo importante ni por su
número, ni por su posición económica y social, por el contrario, su número fue
reducido y variable como el vaivén de bonanzas y agotamiento de las minas.
puesto que la escasez de capitales, así como el bajo nivel tecnológico, fueron
impedimentos constantes para su estabilidad económica y social y, lo más
importante: carecían de la propiedad de la tierra y de las minas, lo que significaba
que su concesión obstaculizaba toda inversión de capital posible. De ahí que
buscaran la alianza con otros sectores de la economía.

Para el siglo XVII, los nuevos señores de la tierra vivían en sus propiedades,
habían creado poblados de agricultores o residían en la ciudad más próxima a su
hacienda. A mediados de siglo este grupo estaba ligado por intereses económicos,
procedencia étnica y lazos de parentesco, y era el grupo que integraba la minoría
que dirigía real y efectivamente a la colonia y mantenía a la burocracia parasitaria
de la Corona. Sin embargo, el poder real, es decir; económico, político, social y
espiritual, lo ejercía comúnmente la iglesia, el Consulado de Comerciantes, los
hacendados y mineros.

De 1765 a 1771, con la aparición de José de Gálvez en la Nueva España, se


establecen las reformas borbónicas con el único fin de recuperar, por parte de la
Corona, los mecanismos económicos, políticos y administrativos de la colonia;
colocar estos aparatos bajo la dirección y vigilancia de hombres adeptos y leales;
y hacerlos servir a la Corona sobre cualquier otra consideración. Tal fue el triple
propósito de estas reformas. A partir de su aplicación, la Nueva España adquirió,
en sentido real y estricto, su status colonial, porque nunca antes su dependencia y
sometimiento fueron mayores. Con excepción de los comerciantes más ricos, la
Real Cédula afectaba a los principales sectores económicos de la Nueva España,
sobre todo a la agricultura, pues la mayoría de haciendas y ranchos estaban
gravados con hipotecas, creando un enorme descontento entre los grupos
económicos de la Nueva España que, en términos de proceso de acumulación
originaria de capital, era a estos sectores de la economía novohispana a quienes
más beneficiaba la independencia de la Colonia.

Pero justo a estos intentos de mermar la fuerza de las instituciones productivas


novohispanas, muchas de las reformas de los Borbones fortalecieron a otros
grupos, como fue el caso de los mineros, favorecidos con la creación de un
tribunal especial (1776), la fundación del banco (1784) y la escuela de minería
(1792). El apoyo decisivo por parte de la Corona a esta última era el objetivo
central de las reformas para hacer más dependiente a la Colonia y extraer más
beneficios. En los años siguientes, a partir de 1765, Gálvez se empeñó en reducir
demasiado la participación de los criollos tanto en la Real Audiencia como de la
Alcaldía del Crimen; las consecuencias que trajeron dichas reformas fue el
aumento de corrupción en los cuadros administrativos y burocráticos, desde el
Virrey hasta el alcalde de indios; y sin intentar crear cuadros nuevos, la misma
Corona gestaría el descontento interno de las colonias.

Entre 1675-1786, a nivel económico estas reformas producirían efectos


espectaculares en el desarrollo económico de la Nueva España, al grado de que
diez años más tarde el imperio español, desde las Filipinas hasta los Andes, y por
correlación comercial Inglaterra, Francia, Holanda y la misma España, dependían
de la economía novohispana.

En 1774 otra Real Cédula levantó la prohibición que impedía el comercio entre la
Nueva España y los Virreinatos de Nueva Granada y Perú; por último, en 1796,
con el mejoramiento sensible de las arcas reales como consecuencia de estas
medidas, decidió la Corona dar el golpe definitivo a los comerciantes que
monopolizaban el comercio: se otorgó permiso a cualquier comerciante para
traficar con todos los pueblos habilitados de la metrópoli en embarcaciones
propias. De esta manera, en el transcurso de treinta años, los decretos sobre libre
comercio rompieron las bases del monopolio construido a lo largo de más de dos
siglos por los comerciantes de Andalucía y sus contrapartes novohispanos. Otra
consecuencia de estas reformas fue el surgimiento de un nuevo grupo de
comerciantes, más emprendedor y arriesgado de la ciudad de México; el más
importante de estos grupos fue el de Veracruz que para 1800 concentraba la
mayor actividad comercial del virreinato. Sin embargo, el apoyo que los
Borbones le otorgaron a la industria se redujo exclusivamente a la minería. Las
demás actividades económicas fueron desalentadas y hasta prohibidas, puesto
que el propósito fundamental de estas reformas era sólo impulsar o favorecer las
actividades coloniales que podían apoyar a la economía metropolitana. Toda otra
actividad colonial que pudiera competir con las exportaciones españolas fue
combatida: obrajes donde se manufacturaban artículos de loza, cerámica, cueros
y otros productos; y los talleres de textiles, dando mayor cabida a la expansión
del contrabando extranjero que proporcionaba artículos de mejor calidad y más
económicos.

En relación con la agricultura, los Borbones manifestaron también un desinterés


general por los problemas internos que dificultaban el desarrollo de esa actividad
en la Colonia y sólo se preocuparon por estimular algunos productos que
convenían a la economía de la metrópoli. El principal obstáculo a resolver por los
agricultores novohispanos era la propiedad de la tierra, la cual, a través de 200
años, sólo se concesionó hasta la tercera generación. Se habían sentado las bases
para iniciar el proceso de acumulación originaria de capital: al hacer más
dependiente a la Colonia se creó una clase novohispana con la suficiente
capacidad económica para crear y generar un mercado interno, capaz de
mantener al imperio, puesto que la Nueva España podía, como lo afirmó
Talamantes, obtener mayor desarrollo si prescindía de la Corona española; se
inicia el proceso de acumulación originaria de capital como consumación de la
conquista con la ocupación de tierras comunales indígenas y muchas de las
principales instituciones sociales y culturales que aún se conservaban, fueron
dislocadas o quebrantadas por el acelerado proceso de cambio económico que se
vivió entre 1760 y 1800. Las tierras comunales indígenas sufrieron el asalto
combinado de la hacienda y el rancho en expansión, la enorme presión de los
nuevos grupos sin tierras y la propia demanda de la población indígena en
crecimiento. Así, la pérdida o la falta de tierras desarraigó a una parte muy
considerable de la población indígena, que fue de inmediato atrapada por las
unidades y centros de tipo capitalista que guiaban la intensa transformación que
vivía la Nueva España, convirtiendo a los campesinos tradicionales en peones y
jornaleros, en mano de obra minera y en obrajes cuasiserviles, de tal suerte que
las reformas ideadas por los Borbones alcanzaron su doble cometido: por una
parte incrementaron la aportación económica de la Colonia a la Metrópoli y, por
otra, hicieron aquella más dependiente de ésta. Pero, al mismo tiempo,
incrementaron también la dependencia de la Corona hacia la Colonia. En relación
al comercio exterior, por recibir manufacturas y expedir materias primas en
escalas reducidas, la Nueva España tenía una balanza comercial deficitaria; el
producto que corregía esa situación era la plata; para 1800 la Nueva España
contribuía con el 66% de la plata mundial, esta era la mercancía que le producía
un excedente favorable a la Colonia con sus tratos con el exterior y servía a
España para cubrir su déficit con Europa.

Para 1800 se habían sentado las bases principales del proceso de acumulación
originaria de capital; para completarlo, sólo faltaba despojar a la Corona española
de sus propiedades coloniales por parte de la clase novohispana económicamente
dominante: españoles y criollos. Sin embargo, la irrupción de Hidalgo en la
escena histórica daría al traste con la posibilidad de transformar a la Nueva
España en una potencia mundial imperialista. La Revolución Industrial por
entonces en desarrollo en algunos países de Europa occidental exigía nuevas
instituciones que le permitieran acelerar el paso ofrecido a cambio del progreso
material y una mayor posibilidad de compartir la riqueza con las masas, sin ceder
demasiado en la preeminencia de su posición social. La nueva clase representante
del progreso, la burguesía comercial e industrial, crecería rápidamente hasta
convertirse en poco tiempo en la fuerza dominante de la sociedad, y en unos
cuantos años acabaría, de una vez por todas, con las instituciones absolutistas.
Europa nunca volvió a ser la misma. Los ideales de la Revolución Francesa
encontrarían expresión en las formas más variadas: desde el nacionalismo
italiano, griego y belga, hasta la justificación de los levantamientos armados de
los desposeídos en la América Española y la evolución de las instituciones
políticas y sociales en casi todos los países europeos.

Mientras tanto en España, cuya decadencia era tan evidente mucho tiempo atrás,
vio para su desgracia restablecido a Fernando VII, una figura funesta no sólo para
España, sino también para América. Derogó en 1814 la Constitución de Cádiz de
1812, restableció el Tribunal de la Inquisición y asumió de nuevo el poder
absoluto, sin darse cuenta de que era un momento en que el imperio estaba a
punto de desintegrarse, al demostrar las colonias el cansancio de la larga
exacción de sus riquezas.

La nueva sociedad burguesa industrial, cuya primera y más violenta expresión


fueron la Revolución Francesa y sus excesos, generó un nuevo sentimiento hasta
entonces desconocido en la cultura europea: el anticlericalismo. Este surgió como
manifestación extrema de la voluntad de la naciente clase dominante, de asignar a
la iglesia un papel distinto en la nueva sociedad (ideas que no estaban en la
mente de Hidalgo) y llegó a convertirse en la mayor amenaza contra la posición
hegemónica de que gozaba la iglesia en los países católicos. Pretendía privar a la
iglesia de su poder temporal y limitar sus actividades al campo estrictamente
religioso.

El liberalismo, ideología de la nueva clase, tendía por su parte a separar el altar


del trono como uno de sus postulados básicos, circunstancia que
automáticamente lanzaba a la iglesia en brazos de los Estados católicos de
Europa. En España, mientras tanto, Manuel Godoy ministro de España con su
política antirrevolucionaria arrastró torpemente a ésta, en 1796, a una alianza con
la Francia revolucionaria que le impuso una colaboración antinatural con ella. En
las subsecuentes y paradójicas luchas contra Inglaterra al lado de Francia, España
sufrió la destrucción casi completa de su flota, y en el subsiguiente tratado de
paz, Inglaterra resultó la verdadera vencedora y España la derrotada. Mientras
tanto con el golpe de Estado del 18 de Brumario que estableció el Consulado en
Francia, se había despejado el camino para la ascensión de Napoleón Bonaparte;
al ser coronado éste en 1804, el gobierno español inspirado por Godoy, decidió
unir su suerte a la del emperador, mientras el príncipe de Asturias se ponía de
parte de Inglaterra por medio del embajador inglés en Madrid. De tal suerte, y de
la manera más mezquina posible, Carlos IV se ponía de parte de Francia y su hijo
Fernando VII de parte de Inglaterra, mientras que Napoleón concebía la idea de
desplazar a los Borbones del trono de España para colocar en él a su hermano
José.

Godoy creía que siendo Inglaterra la enemiga tradicional de España, la alianza


con Bonaparte era el único camino posible para la política española, error que
facilitó la penetración de un ejército francés en la península, con el pretexto de
someter a Portugal aliado de Inglaterra. Carlos IV tuvo la torpeza de ceder a la
política de Godoy y con ello precipitó la crisis interna de España. Se creía,
paradójicamente, que la presencia de los franceses en la península daba la única
esperanza de colocar en el trono al joven príncipe. En Marzo de 1808 los
enemigos de Godoy se decidieron a la acción con un pronunciamiento militar
llamado Motín de Aranjuez. Estalló una rebelión que exigió la renuncia de
Godoy y la abdicación del rey a favor de su hijo. Aterrorizado, Carlos IV
destituyó a Godoy y dos días después firmó el acta de abdicación a favor del
príncipe de Asturias, que se convirtió así en Fernando VII.

Por medio de sus agentes, el emperador Francés hizo creer tanto a Fernando VII
como a Carlos IV que podían contar con su apoyo, atrayéndolos así a una
conferencia en Bayona, en territorio francés. Los Borbones acudieron con
entusiasmo a la trampa, con la esperanza de que Bonaparte permitiera al padre
recobrar el trono y al hijo conservarlo, y no se sabe a ciencia cierta quien de los
dos actuó con mayor vileza e indignidad, si el hijo o el padre. El problema de
quién ceñiría la Corona de España quedaba en manos del emperador francés, a
favor del cual abdicaron padre e hijo, que la otorgaría a un candidato elegido por
él mismo.

Pocos días antes de la vergonzosa claudicación de los monarcas Borbónicos,


cuando en Madrid se vieron claramente las intensiones de Bonaparte, aún antes
de que Carlos IV y Fernando VII dieran la prueba de su bajeza con la firma de los
documentos de renuncia, el pueblo se rebeló. El proyecto de Napoleón tomó
forma definitiva en junio de 1808, al ser oficialmente designado Rey de España
su hermano José Bonaparte. La oposición popular, que consideraba a Fernando
VII como su rey legítimo, acabaría por dar al traste con el estado bonapartista en
España cuatro años después, al salir definitivamente de la península José
Bonaparte en 1812, hastiado de la imposibilidad de sofocar la oposición de los
que pretendía fueran sus súbditos. Fernando VII continuó en Valencay hasta
cuando el emperador, que ante la eminencia de la catástrofe tomaba posiciones en
1814 para disminuir su gravedad, lo mandó a España a ocupar el trono. Ante la
proximidad de la caída del imperio Napoleónico, padre e hijo se dieron a las
intrigas con las potencias vencedoras para que se les prefiriera como candidatos
al trono de España: lo más dramático de todo esto, es el hecho de que tanto
Carlos IV como Fernando VII, olvidaron que la situación política era de índole
interno y entregaron el Imperio al mejor postor. Fernando VII se colocó en
posición más favorable al obtener de Napoleón el permiso para trasladarse a
España. Mientras tanto, las juntas de gobierno, en tanto que duró la guerra en
contra de los franceses, tuvieron en sus manos el poder en las zonas libres,
desplegando una considerable actividad política. Su gran obra fue la
promulgación de la primera Constitución de la Monarquía Española, adoptada en
Cádiz el 19 de Marzo de 1812. En sus más de trescientos cincuenta artículos, la
Constitución daba una estructura totalmente nueva a la Monarquía Española, ya
que establecía la limitación del poder real y el orden de sucesión al trono,
asignando toda la representación de la nación no al Rey, sino a las Cortes;
decretaba la libertad de prensa y de expresión y sancionaba la intolerancia de
cultos a favor de la religión católica; además, al no distinguir a las colonias de la
metrópoli las convertía automáticamente en provincias, aunque sin declararlo
específicamente.

Al llegar Fernando VII a su reino, el 22 de Marzo de 1814, encontró a una nación


dividida entre absolutistas y constitucionalistas, entre los cuales el Rey debía
elegir. La junta Central de Cádiz había gobernado con bastante eficiencia el
imperio, pero los movimientos de independencia ya habían dado sus primeros
pasos en América. Fernando VII no dudó sobre el partido en que debía apoyarse:
escogió el absolutismo, desencadenó una tremenda represión contra los
constitucionalistas, se negó a jurar la Constitución y procedió a derogarla y a
restablecer las antiguas instituciones características de la España absolutista. Para
1816, a pesar de los esporádicos intentos de los constitucionalistas por imponer
una estructura más moderna a la monarquía, el rey era árbitro de la situación.
Mientras tanto en América los movimientos de independencia parecían haber
fracasado en todas partes, pues solamente en el Río de la Plata continuaba la
resistencia, de manera que las colonias, en su mayor parte, se encontraban
firmemente en manos de la autoridades españolas.

Tres hechos caracterizan el reinado de Fernando VII: la desintegración del


imperio colonial en América, la continua inestabilidad política con su secuela de
interminables pronunciamientos y represiones, y la eterna y absoluta bancarrota
de la hacienda real. Ni Fernando VII ni sus consejeros se mostraron capaces de
evitar la catástrofe. Finalmente, perdió el control del ejército en gran parte del
territorio y, aterrorizado, juró la constitución el 7 de Marzo de 1820. Fue contra
esta España que se consumó la Independencia de México.

Si bien con las reformas borbónicas se acelera el proceso de acumulación


originaria de capital en la Nueva España, con la situación económica y política de
España, aunada a la "intervención" francesa, se dan las condiciones
históricamente ideales para que la burguesía novohispana lograse la
Independencia de México, de tal suerte que si el imperio se encontraba en
España, su fundamento económico "real" de imperio se encontraba en la Nueva
España. El poder de la Corona Española sólo era ficticio; éste se encontraba en
América y quienes debieron haber promovido la independencia de la Nueva
España fueron asesinados y masacrados por las turbas analfabetas de Hidalgo.

II
La cabeza más grande del imperio de la cristiandad parecía haber renunciado a su
dignidad y a su orgullo, en las colonias hispánicas; mientras tanto, se mantenía la
misma estructura de poder que rigió durante trescientos años. El virrey y la Real
Audiencia son los representantes legítimos de la Corona. Dos partidos
antagónicos dan respuesta a la situación. El primero tiene su portavoz en la Real
Audiencia y recibe el firme apoyo de los funcionarios de origen europeo. Para
ellos, la sociedad entera debe permanecer inalterable, fija y sin admitir ningún
cambio, mientras el heredero legítimo de la Corona ocupe de nuevo el trono. La
respuesta, del segundo grupo, aunque más compleja, se manifiesta en uno de los
cuerpos donde los criollos acomodados y la clase media tenían su mejor valuarte:
el Ayuntamiento de la ciudad de México, dirigidos por los letrados criollos
Francisco Primo de Verdad y Francisco de Azcárate. Estos perciben el cambio de
la situación y comprenden que por fin se ha abierto la posibilidad de lograr
reformas políticas que mejoren la situación de la colonia ante la metrópoli.

La pugna se traduce en el enfrentamiento de estas dos instituciones. Los


representantes del Ayuntamiento defienden la necesidad de que el virrey
convoque a un congreso, destinado a gobernar al país en ausencia del monarca y
guardar el reino para Fernando VII; y a diferencia de la Real Audiencia, el
Ayuntamiento de la Ciudad de México considera al Congreso como la verdadera
representación popular que se encuentra en todos los Ayuntamientos. La clase
media, que domina todos los cabildos, ve por primera vez abierta una
oportunidad de participar activamente en la vida política del país; sin embargo,
una parte numerosa de ambos partidos, especialmente de la oligarquía criolla, se
muestra temerosa y vacilante. Les agrada la creación de un organismo donde
podrían tener una voz decisiva frente a la política de la Corona que tantos
agravios (a través de la burocracia virreinal) les había causado, pero temían que
las ideas se radicalizaran y que nacieran nuevas fuerzas subversivas, de tal
manera que se transformaran en ideas peligrosas para la Corona, como las
manifestadas por el padre Melchor de Talamantes, quien ve en el congreso el
primer paso hacia la Independencia, pero de manera racional, sin destruir ni el
aparato productivo ni la economía del país. Si bien estas ideas de Talamantes van
más allá de los propósitos expresados en ese momento por los dirigentes del
Ayuntamiento, no dejan de señalar un camino que fácilmente podría seguirse.
Aunque no existía un espíritu declarado de independencia contra el trono, sí se
había manifestado lo bastante al querer igualar los derechos de la Colonia con los
de la metrópoli. Y si se conseguía, sería el primer paso para avanzar otro y otro
hasta la absoluta independencia.

De acuerdo al proceso que se estaba gestando, éste debió ser el camino ideal para
la independencia del país y para el beneficio de las generaciones posteriores a
ella, si Hidalgo y los conspiradores no hubiesen levantado al pueblo en armas, al
saqueo y a la destrucción. Con el regreso de Fernando VII al trono, y el retorno
de su absolutismo anciano, los intereses tanto económicos como políticos de los
criollos y europeos se hubiesen visto afectados de tal manera, que lo más
probable es que se radicalizaran las ideas de Talamantes y hubiesen declarado la
independencia en el sentido radical que se plantea: como el despojo de sus
propiedades a la Corona Española. En tal caso, la guerra hubiese sido en contra
de España y no en contra de los españoles que mantenían la economía del
Imperio. Sin embargo la historia sería muy distinta.

En rigor no es la posición del Ayuntamiento lo que inquietaba a los más


conservadores, sino lo que ella anunciaba, puesto que lo que los hacendados y el
alto clero temían hacer, era dar un paso, una reforma que permitiera intervenir al
"pueblo" real, no al que se suponía que representaban los criollos letrados. Puesto
que el concepto de "soberanía popular" implicaba al mismo tiempo la capacidad
de gobernar al país, y esta capacidad no la tenía el pueblo analfabeta levantado en
armas por Hidalgo, ésta sólo la tenían quienes detentaban la riqueza y los medios
de producción. La reclamación del trono hecha por un descendiente de
Moctezuma los hizo desistir de proseguir adelante con las reformas.

De tal forma, podemos distinguir dos grupos en relación a como se dieron los
hechos: los independentistas, que eran aquellos que pretendían la independencia
de la Nueva España a través de una serie de reformas racionales que concluyeran
con ese fin, sin destruir la riqueza de la colonia y la economía del país; y los
"independentistas", que eran aquellos que pretendían hacer la independencia con
el último objetivo de los primeros: la lucha armada y, lo peor de todo, con la
intervención del "pueblo" real sin importar la destrucción del aparato productivo
y de la economía, tal vez porque sólo les interesaba satisfacer sus intereses
personales; ellos eran los desposeídos del poder político y económico. Los
primeros eran representantes de la clase criolla productiva, hacendados y
comerciantes; los segundos se pretendían representantes de esta clase y eran
aquellos que utilizando el "populismo" (como fue la patraña inventada por
Hidalgo en Atotonilco para justificar su traición a la Corona Española) lograron
la intervención del pueblo para obtener los beneficios personales que perseguían
y poder disfrazar su traición a España.

Cabe recordar que las ideas de la ilustración fueron del conocimiento del cura
Hidalgo, por medio de los escritos de Carlos Rollín, Claudio Millot y Francisco
Gayot de Pitaval, ya que nunca tuvo contacto directo con el enciclopedismo
Francés. Las ideas de la ilustración fueron la mejor arma de la burguesía
francesa, la clase económicamente dominante, para acabar con el principal
obstáculo que frenaba su desarrollo: la aristocracia parasitaria. Pero ni Hidalgo,
ni Allende, ni los demás "independentistas" eran representantes de la clase
burguesa económicamente dominante de la Nueva España. El irracional
levantamiento del pueblo hecho por los "independentistas" en contra de la clase
novohispana económicamente dominante significaba la justificación histórica a
su traición; pero con éste, trastocaron todo el sistema económico de la Nueva
España, hasta su destrucción total. Las ideas de la ilustración se las imputaron los
historiadores al cura Hidalgo y a los insurgentes para disfrazar esa traición,
porque no representaban a ninguna clase social. Y tan no eran representantes de
esa clase, que su "revolución" la hicieron con los caudales robados a los
españoles junto con los caudales de la clase a la que supuestamente
representaban. Así mismo, desde el principio de su movimiento hasta su derrota
por Iturbide, con excepción de Morelos, jamás pudieron determinar una idea
clara de lo que pretendían con éste, puesto que las ideas, intenciones e intereses
del "Padre de la Patria" y de los insurgentes distaban mucho de una
independencia de la Nueva España, tal y como lo demostraría Hidalgo al
retractarse de sus hechos ante el tribunal del Santo oficio, argumentando que sólo
había sido motivado por un "loco frenesí" y por los beneficios personales que
podía acarrearle.

Al ser descubierta la Conspiración de Querétaro, quienes participaron en ella


tomaron al mismo tiempo conciencia de su papel ante la Corona: el papel de
traidores. Ante estas circunstancias. sólo había dos caminos: escapar de la justicia
virreinal o entregarse a ésta y ser condenados a muerte por los delitos de Lesa
Majestad; o bien apresurar un levantamiento armado haciendo intervenir al
"pueblo" real bajo premisas de corte populista que pudiesen disfrazar las
verdaderas intenciones de los conspiradores. Ello se debió a la falta de las bases
ideológicas de la Ilustración. La decisión no es tomada por un grupo
representante de su clase, sino que es tomada por un solo hombre, Hidalgo, quien
optó por la opción que podía tener las consecuencias más funestas para la
economía del país con tal de no morir condenado como traidor por el gobierno
virreinal; de ahí su frase celebre "caballeros (por ser traidores a la
Corona) somos perdidos, aquí no hay más recurso que ir a coger
gachupines". Y dadas las circunstancias en España, fue fácil convencer al pueblo
para levantarse en armas contra los españoles, con la patraña de que estos habían
entregado el reino a Napoleón Bonaparte y que el movimiento pretendía evitar
que los españoles de la Colonia entregaran la Nueva España a Bonaparte. Dos
días más tarde, con el grito de "Viva la Virgen de Guadalupe, viva Fernando
Séptimo y mueran los gachupines" el temor de los independentistas se convirtió
en realidad. La intervención del "pueblo" real a la acción política sólo podía traer
consecuencias funestas para el país.

Lo paradójico de este "inicio" de la independencia fueron los medios que utilizó


Hidalgo para ganarse la popularidad ante el populacho, los cuales destruyeron
todo el edificio social y económico hasta los cimientos que mantenían al imperio,
dando inicio al "pecado original" de la historia de México, es decir, el proceso de
acumulación originaria de capital debió haberse realizado por la clase
económicamente dominante; de darse a la inversa, es decir, la liberación de la
fuerza de trabajo por sí misma, sólo podía realizarse con la destrucción de la
clase burguesa y los medios de producción. Y ésto fue, precisamente, lo que
hicieron los conspiradores de Querétaro. La época de anarquía que vivió el país
durante el siglo XIX no fue sino la consecuencia lógica de este levantamiento
armado, que destruyó la estructura colonial que mantenía al imperio cristiano y
masacró a la clase productiva, dejando un vacío de clase y, por lo tanto, de capital
durante ese siglo. De lo que se trataba era simplemente de quitarle el poder
político y económico a la Corona Española y ¡nada más!

Este movimiento espontáneo de venganza personal de los oprimidos en contra de


los opresores tuvo contradicciones internas que obstaculizaron el objetivo
primordial de ésta: los excesivos nombramientos de empleos militares
concedidos por Hidalgo a la chusma; la apertura del movimiento a oportunistas
que se dedicaron exclusivamente al saqueo y que a pesar de los robos ninguno de
ellos salió de la pobreza; así como las diferencias internas de los caudillos que,
sumadas a sus intereses personales, dejaron intacta la principal institución, la
burocracia virreinal, que no sólo obstaculizó el desarrollo imperialista de la
colonia, sino también las reformas sociales que pudieron llevarse a efecto, a pesar
de haber sido elaboradas con la única intención de fortalecer el poder de los
dirigentes sobre la chusma ávida de venganza. El decreto de abolición de la
esclavitud, emitido por Hidalgo en la ciudad de Guadalajara (tal vez porque se
consideraba antes de tiempo emperador de México) logró acrecentar su
popularidad ante el "populacho", pero en ningún momento se llevó a la práctica
"real" tal decreto, puesto que el virrey seguía siendo representante del verdadero
gobierno de la Corona y mantenía el derecho jurídico de éste, y por otra parte,
Hidalgo –en términos jurídicos– sólo era traidor para este gobierno; como era
lógico, su decreto de abolición de la esclavitud jamás fue obedecido por la clase
económicamente dominante (la esclavitud siguió existiendo muchos años
después de la independencia en México y América Latina) ni por la clase criolla a
la que supuestamente representaba y que mantenía su lealtad a la Corona. No por
ser leal, sino porque los "independentistas" arruinaron no sólo los planes de
independencia, sino también sus intereses económicos, razón por la cual muchos
criollos que seguían a Hidalgo desertaron de su movimiento para transformarse
en sus enemigos. Las medidas que estaba tomando Hidalgo para incrementar su
popularidad demostraban a la clase criolla que si su movimiento triunfaba, el
"populacho" tomaría el poder de los españoles y que de una o de otra manera,
después de derrocarlos, la "chusma" se lanzaría en contra de los criollos. Al
intentar devolver las tierras a los indígenas, se estaba actuando contra toda la
lógica del proceso de acumulación originaria de capital promovido por José de
Gálvez en años anteriores.

El resultado de esta guerra fue que Hidalgo no logró ser el emperador de México
ni los "independentistas" lograron la independencia de la Nueva España. Pero sí
lograron destruir toda la estructura económica, social y política que le dio el
fundamento "real" de imperio a la península Ibérica durante trescientos años.
Para lograr que ese estado de cosas tomaran su cause original era menester acabar
con el movimiento iniciado por Miguel Hidalgo y Costilla y los "insurgentes" en
la madrugada del domingo 16 de septiembre de 1810, porque de otra forma era
imposible la independencia del país. Y esto lo comprendió perfectamente Agustín
de Iturbide. El abrazo de Acatempan significó la muerte de ese irracional
levantamiento armado; de ahí en adelante la independencia sería una pronta
realidad. Iturbide fue quien planeó, elaboró y consumó la independencia de
México, sin embargo... llegó demasiado tarde.

III
En Europa, a mediados del siglo XIX, se había dado el fenómeno económico más
importante del siglo: el imperialismo. Surgió como desarrollo y continuación
directa de las propiedades fundamentales del capitalismo en general. Pero el
capitalismo se trocó en imperialismo capitalista únicamente al llegar a un grado
determinado de su desarrollo, cuando algunas de las características
fundamentales del capitalismo comenzaron a convertirse en su antítesis, tomaron
cuerpo y se manifestaron en toda la línea los rasgos de la época de transición del
capitalismo a una estructura económica y social más elevada. Es decir, la libre
competencia se fue sustituyendo por los monopolios capitalistas. Si bien la libre
competencia es la característica fundamental del capitalismo y de la producción
mercantil en general, el monopolio es todo lo contrario de la libre competencia,
se convierte poco a poco en monopolización; la gran producción desplaza a la
pequeña, y concentra toda la producción y el capital y fusionándose con éste el
capital de pocos bancos que manejan miles de millones; al mismo tiempo se da el
reparto del mundo entre los países imperialistas con una nueva política colonial y
que se extiende sin obstáculos a las regiones todavía no apropiadas por ninguna
potencia capitalista, de tal suerte que América Latina, recién independizada se
presentaba como la tierra de jauja para los países imperialistas.

El imperialismo requiere: 1) la concentración de la producción y del capital


llegada hasta un grado de desarrollo tan elevado, crea los monopolios, los cuales
desempeñan un papel decisivo en la vida económica; 2) la fusión del capital
bancario con el industrial crea el capital financiero; 3) la exportación de capitales,
que a diferencia de la exportación de mercancía adquiere una importancia
particularmente grande; 4) la formación de asociaciones internacionales de
monopolistas de capitalistas que se reparten el mundo; y 5) la terminación del
reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas más importantes.
Cabe recordar que la condición sine qua non radicó en la existencia de una clase
social poseedora de la propiedad privada y de los medios de producción, y que en
el caso de México, esta clase había sido aniquilada; para el inicio del siglo XIX,
México había perdido toda la esperanza de ser un país imperialista. De ahí que la
dramática conformación del estado nacional tuvo que ser, por fuerza, patética y
caótica, porque la edificación de un Estado Nacional no se realiza jamás en el
vacío a partir de un maná llamado "madurez política", sino sobre la base de una
estructura económica-social. No es lo mismo construir un Estado sobre el
cimiento relativamente firme del modo de producción capitalista implantado en
toda la extensión de un cuerpo social, que edificarlo sobre diversas estructuras
precapitalistas que, por su misma índole, son incapaces de proporcionar el
fundamento objetivo de cualquier unidad nacional. En otras palabras, no se puede
formar un estado burgués capitalista sin una burguesía que tenga la propiedad del
capital. Esta ausencia de clase sería el gran dilema de América Latina para la
conformación de sus Estados-Nación; su economía, basada en estructuras
precapitalistas por un lado, y el desarrollo a nivel mundial del imperialismo por
el otro, va a definir el proceso histórico comprendido por todo el siglo XIX en
México y determinaría las doctrinas y pugnas políticas que se disputaron el
poder.

Mientras tanto en Europa, con Inglaterra a la vanguardia, se hallaba en pleno


auge la teoría de liberalismo económico, a raíz de la Revolución Industrial. Se
llama "liberalismo económico" a un tipo de política en materia de economía y a
las teorías que sostienen su base doctrinaría. Los fisiócratas del siglo XVIII
habían emitido ya dos principios de la economía liberal: 1.- La libertad de
producción y la de comercio (laissez faire, laissez passer); 2.- El individualismo,
es decir, el derecho eminente a la propiedad privada. Adam Smith (1723-1790) y
los demás economistas integrantes de la escuela llamada "economía política
clásica", completaron el marco teórico del liberalismo económico. Según él, la
verdadera riqueza de una nación es el trabajo y la eficiencia de los individuos, el
Estado debe garantizar las condiciones necesarias para que juegue libremente la
oferta y la demanda, velar sobre la propiedad privada y las libertades
individuales, absteniéndose de cualquier otro tipo de intervención en la vida
económica. Esto, por supuesto, distaba mucho del liberalismo implantado en
México durante el período de anarquía. Significó para el desarrollo industrial
inglés, y secundariamente en otros países, complementar la lógica de una
división internacional del trabajo, con países proveedores de manufacturas e
importadores de alimentos y materias primas, por un lado; y países compradores
de productos manufacturados y vendedores de productos primarios por el otro. Es
entre 1850 y 1880 que se esbozan las bases, los cambios estructurales e
institucionales para una ligazón más efectiva al mercado mundial. Triunfan los
movimientos abolicionistas o liberales, entrañando cambios internos
considerables.

Durante las primeras tres décadas de vida independiente, las estructuras sociales
y económicas de México, si bien sufrieron cambios sustanciales, siguieron
conservando muchos de los rasgos esenciales del sistema colonial. Antes de 1854
los intentos de cambiar la función estructural vigente, pese a algunos logros
parciales, no fueron exitosos y podríamos argumentar que fueron los siguientes:
fin del exclusivismo colonial en materia de comercio exterior; disminución
relativa de la concentración del poder político y económico en la ciudad de
México; depresión o estancamiento de la producción de plata; eliminación parcial
del grupo de españoles peninsulares que en la colonia detentaba gran poder
político y económico, por medio de las leyes de expulsión de 1827 y 1829, o por
haberse retirado ellos mismos con sus capitales durante la guerra de
independencia; constitución progresiva de un grupo de comerciantes-prestamistas
de nuevo tipo.

Las guerras de independencia profundizaron la desarticulación de México en


unidades aisladas, regionales y poco vinculadas entre sí a raíz de las reformas
Borbónicas, además del pésimo estado de los transportes internos y existencia de
aduanas internas. Otro efecto de la guerra de independencia fue de orden
financiero, empezó entonces el endeudamiento del país y en la segunda y tercera
décadas del siglo XIX se produjo un éxodo de españoles, con sus capitales, difícil
de medir en cuanto al monto de valores perdidos por México, pero, de todos
modos, muy considerable. En lo tocante a las técnicas de producción, se tiene la
impresión de un gran atraso en la gran mayoría de los sectores productivos. Y en
aquellos sectores donde se dio un esfuerzo de tecnificación (máquinas textiles,
equipamiento minero) se tuvo una total dependencia de la tecnología extranjera.

En las condiciones del país, un proyecto como el de Alamán y Antuñano, de


establecer en México la producción de maquinaria, no tenía ninguna posibilidad
de prosperar puesto que para la idiosincrasia liberal del gobierno mexicano era un
lenguaje incomprensible; además, el problema serio era que el país estaba poco
preparado por el alto índice de analfabetismo en toda la población mexicana. Para
la fase corriente de la "Revolución Industrial", en lo que se refiere a los recursos
naturales, en especial por la escasez de combustible para las máquinas de vapor;
esta cuestión contribuyó a prolongar la vigencia de las técnicas basadas en la
energía humana y animal. También en el caso de la adquisición y transmisión de
conocimientos y técnicas, la dependencia del extranjero fue total en aquellos
sectores que intentaron modernizarse; la naciente industria fabril adoptó muchas
de las características de las relaciones de producción vigentes en el campo,
incluyendo la tienda de raya. El sistema de crédito era de tipo comercial y
personal, caracterizado por la usura y el agiotismo, de tal manera que los
intereses llegaban a ser muy altos, imposibilitando la inversión; seguían
existiendo las tierras comunales y los bienes de manos muertas, como en la época
colonial. Comerciantes europeos o norteamericanos, instalados en México,
ejercían un grado considerable de control sobre los circuitos comerciales legales
o ilegales del país, ya fuera directamente o a través de una asociación estrecha
con comerciantes nacionales, quienes invertían buena parte de sus ganancias en
Europa, debido a la inseguridad crónica en México y a los prestamos forzosos,
impuestos con frecuencia por gobiernos desfinanciados. La lógica del desarrollo
histórico de México se había puesto en marcha y era imposible llenar un vacío de
clase con una constitución, sin tener la propiedad de la tierra y de los medios de
producción y, peor aún, sin capital y sin educación para capitalizar esa riqueza o,
en el último de los casos, una educación que generara riquezas. Una democracia
burguesa con una constitución burguesa pero sin clase burguesa y sí, por el
contrario, una gran masa de habitantes analfabetas, sólo podía traer como
consecuencia la constante pugna política entre varias facciones económicas para
obtener el poder político. Los grupos dominantes mexicanos vivieron durante el
siglo pasado bajo el temor de que se repitiera otra rebelión, como la que llevaron
a cabo Hidalgo y Morelos. Todas las facciones en pugna estaban secretamente de
acuerdo en la necesidad de cerrarle a las masas populares cualquier camino de
acceso o participación en el gobierno y el no respetar esta "regla del juego"
implicaba de inmediato la amenaza de verse separado del poder, tal como le
ocurrió al presidente Vicente Guerrero; pero ni los grupos oligárquicos
interesados en la centralización ni las oligarquías regionales, disponen de una
posibilidad real de imponer un proyecto viable de nación. Los conflictos se
resuelven momentáneamente en la lucha armada; de ahí la importancia tan
grande del ejército y de los gastos que provoca. En este periodo se conformaron,
por su nivel económico, dos grupos políticos; el primero, doctrinario de tipo
liberal, deduce de la teoría del liberalismo las premisas de lo que debería ser una
política económica para México; el segundo, de tipo pragmático y conservador,
mantenía la política de crear, primero que nada, una clase burguesa dueña de la
propiedad privada y de los medios de producción para pasar a formar parte de la
economía mundial. De ahí que entre 1854 y 1860 hace crisis el proceso de
transición hacia las estructuras típicas de un crecimiento capitalista dependiente y
se presentó como el enfrentamiento directo entre los bloques liberal y
conservador. Los conservadores tenían la razón pero ganaron los liberales.

La reforma liberal constituyó un proceso muy particular de acumulación


originaria de capital, que pretendía cumplir con las dos funciones históricas de
dicho proceso: a) acumulación de capital y medios de producción en manos de la
burguesía: expropiación y nueva apropiación de los bienes eclesiásticos y
comunales. En realidad representó un proceso incompleto, porque el producto
generado de estas ventas a bajo costo fue destinado a los gastos de guerra
provocados por la intervención francesa; b) separación entre los trabajadores y
los medios de producción, con la intención utópica de crear o ampliar el mercado
de trabajo, que en las condiciones históricas de México, no implicó el pasaje
inmediato de los campesinos a la formación de un proletariado asalariado; de esta
suerte, los bienes desamortizados por la Reforma fueron más objeto de
especulación que de inversión productiva.

Mientras en Europa este proceso se complementó y amplió con el excedente


económico extraído de las áreas coloniales, que fluía a las metrópolis para
convertirse ahí en capital, en América Latina la acumulación originaria sólo
podía realizarse sobre una base interna y, lo que es más grave, afectada desde el
principio por la succión constante que esas metrópolis no dejaron de practicar por
la vía del intercambio desigual, la exportación de superganancias e incluso el
pillaje puro y simple en los países recién independizados.

En México no se trató, de acuerdo a la política conservadora, de "fabricar


fabricantes" y acelerar de ese modo el desarrollo industrial, sino todo lo
contrario, de acuerdo a la política de los liberales, de construir una economía
primario-exportadora complementaria del capitalismo industrial de las
metrópolis. Se produjo, a raíz de la Reforma, una depredación masiva de los
bienes de la Iglesia, un saqueo también masivo de los terrenos comunales y la
enajenación fraudulenta de las tierras de dominio público, creando de este modo
los contingentes de trabajadores "libres" requeridos no tanto por una industria
urbana que estaba lejos de florecer, cuanto por actividades mineras,
agropecuarias, de transporte y comercialización. Pero cabe recordar, sin embargo,
que este proceso no fue producto de una clase burguesa, a diferencia de Europa y
Estados Unidos, que tuviera la facultad de capitalizar tanto la tierra como la
fuerza de trabajo para su beneficio, es decir, transformar la fórmula (M-D-M)
mercancía-dinero-mercancía en dinero-mercancía-dinero-plusvalía (D-M-D’) e
iniciar el despegue como potencia económica.

Por el contrario, fue producto de una política del Estado Mexicano para beneficio
de ningún mexicano, y sí para beneficio de las metrópolis extranjeras. El proceso
económico, tal como se debía desarrollar en México, no requería la libertad e
igualdad de derecho acordes a los trabajadores; por el contrario las formas de
acumulación compatibles con la estructura económico-social, y con los vínculos
internacionales, suponían la posibilidad de mantener a la mayoría de la población
en situación de inferioridad de derechos y sin posibilidad alguna de influir en las
decisiones políticas. El Estado Liberal pretendió adoptar estas ideas con la
permanente contradicción de darle igualdad y libertad a la población.
Obviamente este Estado Liberal había creado la irracionalidad del liberalismo
económico; por un lado pretendía aplicar las ideas de igualdad y libertad sólo en
materia política, sin ninguna relación material de estas ideas con la estructura
económica, de ahí que pensaran que una constitución burguesa importada por el
Estado habría de traer el auge económico y la solución a toda la problemática
económica generada por Hidalgo y Morelos. Por otra parte, estas ideas no fueron
producto de economistas mexicanos, sino que fueron importadas de los Estados
Unidos y de Europa, sin tomar en cuenta que en estas metrópolis era la clase
burguesa la que tenía en sus manos el poder político; así mismo, las historias
económicas de Europa y Estados Unidos eran completamente diferentes a las
estructuras históricas que existían en México en ese momento.

Retrocediendo un poco, destacó como factor determinante la gran depresión de la


economía, que desde fines de la colonia empezó a despuntar, se agudizó en
extremo con la guerra de independencia y, durante todo el periodo de la
"anarquía", permaneció como causa que, en última instancia, limitó la
recuperación financiera del Estado así como su conversión en una verdadera
"potencia económica" y, además, dificultó la realización de alianzas estables
entre los propietarios que se disputaban el control y el beneficio del poder
político. De ahí que el periodo llamado de "anarquía" no sólo albergó causas y
factores que tendieron a restaurar el viejo orden económico-social, heredado de la
colonia, sino también a insertar al país de una manera definida, en la división
internacional del trabajo, modelada por el empuje del mercado mundial y de los
centros hegemónicos capitalistas en expansión. La construcción del Estado tuvo
que partir de la realidad social que heredó de la colonia. La dinámica de la
expansión de los países industrializados descansó no tanto en el control de sus
centros de producción sino en el control de sus abastecedores de productos
primarios. La constitución de 1824 fue, antes que nada, un documento político
donde se consagró la alianza con la división internacional del trabajo,
asignándole al joven país la calidad de perdedor y, por ende, de tributario de las
metrópolis imperialistas. Es por causa de los liberales que el nuevo Estado no
tuvo, por lo tanto, las condiciones políticas necesarias para concentrar el poder de
las distintas fracciones propietarias ni, tampoco, las oportunidades efectivas para
fortalecerse económicamente.

Generalmente se tiende a considerar a los estratos medios como los portadores de


la marcha del progreso; sin embargo, entre 1821 y 1854 éstos se movieron
estrictamente particulares al margen de cualquier proyecto nacional propio. Los
proyectos de Nación ya no se formularían y se opondrían exclusivamente en el
plano jurídico de las formas centralizadas o federalistas del Estado; ahora se
trataba de la manera de organizar la riqueza de la sociedad. Se inició entonces el
nacimiento de los conservadores y los liberales. Bajo el contexto de la seria
depresión de la economía global, y obedeciendo a las ideas directrices de Lucas
Alamán, se intentó dar el gran salto a la recuperación económica con el fallido
intento de industrialización del país y un banco de Avío que funcionó como
captador y asignador de capital destinado a estimular la industria textil;
finalmente el banco y el proyecto fracasaron, por una parte, ante incidentes tales
como la falta de transporte para acarrear la maquinaria y su abandono en las
bodegas de Veracruz; por otra parte, y principalmente, a la lucha encarnizada de
los liberales en contra de la políticas económicas de Lucas Alamán y del
gobierno conservador, sólo porque se oponían a las ideas políticas de los
liberales.

El proceso de acumulación originaria de capital se efectuó bajo las condiciones


externas, impuestas por los países que dominaban la división internacional del
trabajo, y propiciadas por la falta de una clase mexicana económicamente
dominante, gracias a la revolución del "Padre de la Patria"; y por la obcecada
tenacidad de los liberales de solucionar todos los problemas del país mediante la
importación de un Estado de Derecho, destruyendo toda posibilidad que
contribuyera a la creación de una infraestructura económica que fuese de tipo
conservador.

Este vacío de clase poseedora de la propiedad privada y de los medios de


producción fue el mismo vacío que encontró el campesinado desposeído para
vender su fuerza de trabajo. Al no encontrar talleres ni fábricas que los pudieran
absorber, se rompió con la lógica del desarrollo del capitalismo, de tal suerte que
no encontraron instituciones a las cuales pudieran presionar para realizar una
Revolución Industrial.

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