Beruflich Dokumente
Kultur Dokumente
Introducción
¿Por qué si en 1808 se habían sentado las bases estructurales
económicas, políticas y sociales para que México se
convirtiera en una potencia mundial capitalista, en sólo once
años se convirtió en todo lo contrario?
Este ensayo pretende dar contestación a esa pregunta partiendo del supuesto de
que en alguna parte de la historia se cometió un error que habría de transformar
toda la estructura económica, política y social, de tal forma que todavía el país se
encuentre arrastrando una gran cantidad de herencias coloniales. Obviamente, si
en 1821 el país se encontraba en condiciones desastrosas en todos los aspectos,
con una enorme diferencia a once años atrás en que toda la economía mundial
dependía de éste, la respuesta se encuentra en ese pequeño periodo, "la guerra de
Independencia".
I
El proceso de acumulación originaria de capital en México debió diferir
teóricamente de los demás países del resto del mundo capitalista en sentido
inverso, es decir, no se podían confiscar los bienes raíces de la Iglesia Católica
por ser ésta la principal proveedora de capitales líquidos para la agricultura
grande, mediana y pequeña. Pero principalmente para los constantes déficits
financieros de la minería, que producía en constantes crisis económicas. De tal
manera, este proceso originario de capital debió presentarse en una primera
instancia como consumación de la conquista, con el despojo masivo de las
propiedades indígenas comunales y la consecuente liberación de la mano de obra
que presionaría en nuevos métodos de absorción de ésta, tanto en las haciendas
como en los obrajes y, en una segunda instancia, como el despojo de sus
propiedades a la Corona Española.
Para 1600 habían desaparecido en la Nueva España los dos principales parásitos
de la economía Novohispana: el conquistador y el encomendero. De 1640 a 1740
se consolida el monopolio comercial y, al mismo tiempo, entran en crisis la
metrópoli y sus colonias; nace la hacienda y el peonaje; se naturaliza la compra
de cargos públicos y se difunde la concepción nacionalista de los mismos; se
establece el predominio político y económico de las principales instituciones
coloniales: iglesia, comerciantes y hacendados; se consolida el dominio de una
minoría blanca europea sobre las demás castas sociales.
Para el siglo XVII, los nuevos señores de la tierra vivían en sus propiedades,
habían creado poblados de agricultores o residían en la ciudad más próxima a su
hacienda. A mediados de siglo este grupo estaba ligado por intereses económicos,
procedencia étnica y lazos de parentesco, y era el grupo que integraba la minoría
que dirigía real y efectivamente a la colonia y mantenía a la burocracia parasitaria
de la Corona. Sin embargo, el poder real, es decir; económico, político, social y
espiritual, lo ejercía comúnmente la iglesia, el Consulado de Comerciantes, los
hacendados y mineros.
En 1774 otra Real Cédula levantó la prohibición que impedía el comercio entre la
Nueva España y los Virreinatos de Nueva Granada y Perú; por último, en 1796,
con el mejoramiento sensible de las arcas reales como consecuencia de estas
medidas, decidió la Corona dar el golpe definitivo a los comerciantes que
monopolizaban el comercio: se otorgó permiso a cualquier comerciante para
traficar con todos los pueblos habilitados de la metrópoli en embarcaciones
propias. De esta manera, en el transcurso de treinta años, los decretos sobre libre
comercio rompieron las bases del monopolio construido a lo largo de más de dos
siglos por los comerciantes de Andalucía y sus contrapartes novohispanos. Otra
consecuencia de estas reformas fue el surgimiento de un nuevo grupo de
comerciantes, más emprendedor y arriesgado de la ciudad de México; el más
importante de estos grupos fue el de Veracruz que para 1800 concentraba la
mayor actividad comercial del virreinato. Sin embargo, el apoyo que los
Borbones le otorgaron a la industria se redujo exclusivamente a la minería. Las
demás actividades económicas fueron desalentadas y hasta prohibidas, puesto
que el propósito fundamental de estas reformas era sólo impulsar o favorecer las
actividades coloniales que podían apoyar a la economía metropolitana. Toda otra
actividad colonial que pudiera competir con las exportaciones españolas fue
combatida: obrajes donde se manufacturaban artículos de loza, cerámica, cueros
y otros productos; y los talleres de textiles, dando mayor cabida a la expansión
del contrabando extranjero que proporcionaba artículos de mejor calidad y más
económicos.
Para 1800 se habían sentado las bases principales del proceso de acumulación
originaria de capital; para completarlo, sólo faltaba despojar a la Corona española
de sus propiedades coloniales por parte de la clase novohispana económicamente
dominante: españoles y criollos. Sin embargo, la irrupción de Hidalgo en la
escena histórica daría al traste con la posibilidad de transformar a la Nueva
España en una potencia mundial imperialista. La Revolución Industrial por
entonces en desarrollo en algunos países de Europa occidental exigía nuevas
instituciones que le permitieran acelerar el paso ofrecido a cambio del progreso
material y una mayor posibilidad de compartir la riqueza con las masas, sin ceder
demasiado en la preeminencia de su posición social. La nueva clase representante
del progreso, la burguesía comercial e industrial, crecería rápidamente hasta
convertirse en poco tiempo en la fuerza dominante de la sociedad, y en unos
cuantos años acabaría, de una vez por todas, con las instituciones absolutistas.
Europa nunca volvió a ser la misma. Los ideales de la Revolución Francesa
encontrarían expresión en las formas más variadas: desde el nacionalismo
italiano, griego y belga, hasta la justificación de los levantamientos armados de
los desposeídos en la América Española y la evolución de las instituciones
políticas y sociales en casi todos los países europeos.
Mientras tanto en España, cuya decadencia era tan evidente mucho tiempo atrás,
vio para su desgracia restablecido a Fernando VII, una figura funesta no sólo para
España, sino también para América. Derogó en 1814 la Constitución de Cádiz de
1812, restableció el Tribunal de la Inquisición y asumió de nuevo el poder
absoluto, sin darse cuenta de que era un momento en que el imperio estaba a
punto de desintegrarse, al demostrar las colonias el cansancio de la larga
exacción de sus riquezas.
Por medio de sus agentes, el emperador Francés hizo creer tanto a Fernando VII
como a Carlos IV que podían contar con su apoyo, atrayéndolos así a una
conferencia en Bayona, en territorio francés. Los Borbones acudieron con
entusiasmo a la trampa, con la esperanza de que Bonaparte permitiera al padre
recobrar el trono y al hijo conservarlo, y no se sabe a ciencia cierta quien de los
dos actuó con mayor vileza e indignidad, si el hijo o el padre. El problema de
quién ceñiría la Corona de España quedaba en manos del emperador francés, a
favor del cual abdicaron padre e hijo, que la otorgaría a un candidato elegido por
él mismo.
II
La cabeza más grande del imperio de la cristiandad parecía haber renunciado a su
dignidad y a su orgullo, en las colonias hispánicas; mientras tanto, se mantenía la
misma estructura de poder que rigió durante trescientos años. El virrey y la Real
Audiencia son los representantes legítimos de la Corona. Dos partidos
antagónicos dan respuesta a la situación. El primero tiene su portavoz en la Real
Audiencia y recibe el firme apoyo de los funcionarios de origen europeo. Para
ellos, la sociedad entera debe permanecer inalterable, fija y sin admitir ningún
cambio, mientras el heredero legítimo de la Corona ocupe de nuevo el trono. La
respuesta, del segundo grupo, aunque más compleja, se manifiesta en uno de los
cuerpos donde los criollos acomodados y la clase media tenían su mejor valuarte:
el Ayuntamiento de la ciudad de México, dirigidos por los letrados criollos
Francisco Primo de Verdad y Francisco de Azcárate. Estos perciben el cambio de
la situación y comprenden que por fin se ha abierto la posibilidad de lograr
reformas políticas que mejoren la situación de la colonia ante la metrópoli.
De acuerdo al proceso que se estaba gestando, éste debió ser el camino ideal para
la independencia del país y para el beneficio de las generaciones posteriores a
ella, si Hidalgo y los conspiradores no hubiesen levantado al pueblo en armas, al
saqueo y a la destrucción. Con el regreso de Fernando VII al trono, y el retorno
de su absolutismo anciano, los intereses tanto económicos como políticos de los
criollos y europeos se hubiesen visto afectados de tal manera, que lo más
probable es que se radicalizaran las ideas de Talamantes y hubiesen declarado la
independencia en el sentido radical que se plantea: como el despojo de sus
propiedades a la Corona Española. En tal caso, la guerra hubiese sido en contra
de España y no en contra de los españoles que mantenían la economía del
Imperio. Sin embargo la historia sería muy distinta.
De tal forma, podemos distinguir dos grupos en relación a como se dieron los
hechos: los independentistas, que eran aquellos que pretendían la independencia
de la Nueva España a través de una serie de reformas racionales que concluyeran
con ese fin, sin destruir la riqueza de la colonia y la economía del país; y los
"independentistas", que eran aquellos que pretendían hacer la independencia con
el último objetivo de los primeros: la lucha armada y, lo peor de todo, con la
intervención del "pueblo" real sin importar la destrucción del aparato productivo
y de la economía, tal vez porque sólo les interesaba satisfacer sus intereses
personales; ellos eran los desposeídos del poder político y económico. Los
primeros eran representantes de la clase criolla productiva, hacendados y
comerciantes; los segundos se pretendían representantes de esta clase y eran
aquellos que utilizando el "populismo" (como fue la patraña inventada por
Hidalgo en Atotonilco para justificar su traición a la Corona Española) lograron
la intervención del pueblo para obtener los beneficios personales que perseguían
y poder disfrazar su traición a España.
Cabe recordar que las ideas de la ilustración fueron del conocimiento del cura
Hidalgo, por medio de los escritos de Carlos Rollín, Claudio Millot y Francisco
Gayot de Pitaval, ya que nunca tuvo contacto directo con el enciclopedismo
Francés. Las ideas de la ilustración fueron la mejor arma de la burguesía
francesa, la clase económicamente dominante, para acabar con el principal
obstáculo que frenaba su desarrollo: la aristocracia parasitaria. Pero ni Hidalgo,
ni Allende, ni los demás "independentistas" eran representantes de la clase
burguesa económicamente dominante de la Nueva España. El irracional
levantamiento del pueblo hecho por los "independentistas" en contra de la clase
novohispana económicamente dominante significaba la justificación histórica a
su traición; pero con éste, trastocaron todo el sistema económico de la Nueva
España, hasta su destrucción total. Las ideas de la ilustración se las imputaron los
historiadores al cura Hidalgo y a los insurgentes para disfrazar esa traición,
porque no representaban a ninguna clase social. Y tan no eran representantes de
esa clase, que su "revolución" la hicieron con los caudales robados a los
españoles junto con los caudales de la clase a la que supuestamente
representaban. Así mismo, desde el principio de su movimiento hasta su derrota
por Iturbide, con excepción de Morelos, jamás pudieron determinar una idea
clara de lo que pretendían con éste, puesto que las ideas, intenciones e intereses
del "Padre de la Patria" y de los insurgentes distaban mucho de una
independencia de la Nueva España, tal y como lo demostraría Hidalgo al
retractarse de sus hechos ante el tribunal del Santo oficio, argumentando que sólo
había sido motivado por un "loco frenesí" y por los beneficios personales que
podía acarrearle.
El resultado de esta guerra fue que Hidalgo no logró ser el emperador de México
ni los "independentistas" lograron la independencia de la Nueva España. Pero sí
lograron destruir toda la estructura económica, social y política que le dio el
fundamento "real" de imperio a la península Ibérica durante trescientos años.
Para lograr que ese estado de cosas tomaran su cause original era menester acabar
con el movimiento iniciado por Miguel Hidalgo y Costilla y los "insurgentes" en
la madrugada del domingo 16 de septiembre de 1810, porque de otra forma era
imposible la independencia del país. Y esto lo comprendió perfectamente Agustín
de Iturbide. El abrazo de Acatempan significó la muerte de ese irracional
levantamiento armado; de ahí en adelante la independencia sería una pronta
realidad. Iturbide fue quien planeó, elaboró y consumó la independencia de
México, sin embargo... llegó demasiado tarde.
III
En Europa, a mediados del siglo XIX, se había dado el fenómeno económico más
importante del siglo: el imperialismo. Surgió como desarrollo y continuación
directa de las propiedades fundamentales del capitalismo en general. Pero el
capitalismo se trocó en imperialismo capitalista únicamente al llegar a un grado
determinado de su desarrollo, cuando algunas de las características
fundamentales del capitalismo comenzaron a convertirse en su antítesis, tomaron
cuerpo y se manifestaron en toda la línea los rasgos de la época de transición del
capitalismo a una estructura económica y social más elevada. Es decir, la libre
competencia se fue sustituyendo por los monopolios capitalistas. Si bien la libre
competencia es la característica fundamental del capitalismo y de la producción
mercantil en general, el monopolio es todo lo contrario de la libre competencia,
se convierte poco a poco en monopolización; la gran producción desplaza a la
pequeña, y concentra toda la producción y el capital y fusionándose con éste el
capital de pocos bancos que manejan miles de millones; al mismo tiempo se da el
reparto del mundo entre los países imperialistas con una nueva política colonial y
que se extiende sin obstáculos a las regiones todavía no apropiadas por ninguna
potencia capitalista, de tal suerte que América Latina, recién independizada se
presentaba como la tierra de jauja para los países imperialistas.
Durante las primeras tres décadas de vida independiente, las estructuras sociales
y económicas de México, si bien sufrieron cambios sustanciales, siguieron
conservando muchos de los rasgos esenciales del sistema colonial. Antes de 1854
los intentos de cambiar la función estructural vigente, pese a algunos logros
parciales, no fueron exitosos y podríamos argumentar que fueron los siguientes:
fin del exclusivismo colonial en materia de comercio exterior; disminución
relativa de la concentración del poder político y económico en la ciudad de
México; depresión o estancamiento de la producción de plata; eliminación parcial
del grupo de españoles peninsulares que en la colonia detentaba gran poder
político y económico, por medio de las leyes de expulsión de 1827 y 1829, o por
haberse retirado ellos mismos con sus capitales durante la guerra de
independencia; constitución progresiva de un grupo de comerciantes-prestamistas
de nuevo tipo.
Por el contrario, fue producto de una política del Estado Mexicano para beneficio
de ningún mexicano, y sí para beneficio de las metrópolis extranjeras. El proceso
económico, tal como se debía desarrollar en México, no requería la libertad e
igualdad de derecho acordes a los trabajadores; por el contrario las formas de
acumulación compatibles con la estructura económico-social, y con los vínculos
internacionales, suponían la posibilidad de mantener a la mayoría de la población
en situación de inferioridad de derechos y sin posibilidad alguna de influir en las
decisiones políticas. El Estado Liberal pretendió adoptar estas ideas con la
permanente contradicción de darle igualdad y libertad a la población.
Obviamente este Estado Liberal había creado la irracionalidad del liberalismo
económico; por un lado pretendía aplicar las ideas de igualdad y libertad sólo en
materia política, sin ninguna relación material de estas ideas con la estructura
económica, de ahí que pensaran que una constitución burguesa importada por el
Estado habría de traer el auge económico y la solución a toda la problemática
económica generada por Hidalgo y Morelos. Por otra parte, estas ideas no fueron
producto de economistas mexicanos, sino que fueron importadas de los Estados
Unidos y de Europa, sin tomar en cuenta que en estas metrópolis era la clase
burguesa la que tenía en sus manos el poder político; así mismo, las historias
económicas de Europa y Estados Unidos eran completamente diferentes a las
estructuras históricas que existían en México en ese momento.
Bibliografía
BROM, Juan, Para comprender la historia, Nuestro Tiempo, México, 59 edición,
1991.
FLORES CANO, Enrique y GIL SANCHEZ, Isabel, "La época de las reformas
borbónicas y el crecimiento económico" en Cosío Villegas, Daniel, Historia
General de México, Tomo I, El Colegio de México, México, 1987.