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CUERPO SIN ALMA

ERIKA.C. GUZMAN
Día 1

Llegué a la mansión con la ilusión de que me convertiría en el primer


periodista en conseguir la entrevista con el escritor del momento,
Daniel Morris, cuya reputación había crecido paulatinamente durante
los últimos años, debido a su famosa trilogía “Las estrellas y el mar”.
Sus historias habían atrapado a cientos de lectores por todo el
continente. Sin embargo, a pesar de su merecido éxito, era un personaje
excéntrico. Su hogar se ubicaba en la provincia de Córdoba, en una
zona conocida como “los cedros “. Su propiedad estaba alejada del
resto de los habitantes, y el pueblo se ubicaba a unos cuantos
kilómetros de distancia. Sabía que, si me instalaba en su mansión por
esa semana, estaría completamente aislado de todo. Pero no me
importaba. Tenía una misión que cumplir, la cual me otorgaría el
prestigio que durante tantos años busqué vanamente.
El escritor me recibió cordialmente. Su imagen no distaba de la
fotografía que había llegado a mis manos. Era alto, delgado y de tez
blanca. Tenía el cabello corto y oscuro, prolijamente peinado, y vestía
con un traje azul. Sus ojos negros y amplios me recordaban a mi padre.
Luego de enseñarme su casa, me llevó hasta su oficina, y tuve el
privilegio de descubrir el lugar en donde producía sus maravillosas
obras. Allí nos sentamos en unos sillones que se ubicaban junto a un
gran ventanal, en donde se podía distinguir el enorme terreno. Eran
aproximadamente las tres de la tarde, y había tenido un largo y
agotador viaje. Por lo que, como estaba cansado, no hice otra cosa que
anotar algunas características de la personalidad del autor, que darían
el inicio al relato de mi experiencia. Era un hombre muy humilde a
pesar del dinero que poseía. Sus gustos no eran exuberantes, ya que
solo tenía objetos de valor artístico. Nada de artefactos tecnológicos
predominantes en esta época. Tampoco poseía empleados. Se
manejaba completamente solo, sin ayuda de nadie.
-Vivir en esta zona, completamente aislado del pueblo y solo, no debe
ser fácil. - dije, para iniciar la conversación.
-No lo es para un hombre como usted. -respondió Morris. - Pero yo
me crie en el campo, y la finca de mis abuelos era mucho más enorme
y solitaria que esta. Allí empecé a leer y escribir.
-Su libro causó gran impacto en todo el mundo. Sin embargo, me da
la impresión de que sus obras fueron producto de días y noches
solitarias.
-Es así como se escriben los libros. -agregó Morris. - No soy un hombre
sociable. Soy más bien un ermitaño. Pero no se asuste, la soledad dista
mucho de la locura.
-Lo sé, sin embargo, Señor Morris, hay mucha gente que durante el
último tiempo ha estado hablando de algunos hechos ocurridos en esta
mansión. Son rumores, no quiero ofenderlo.
-No, no me ofende, siga.
-Decían, por ejemplo, que usted había contratado a una empleada que
luego desapareció sin dejar ningún rastro. Surgieron miles de historias
similares.
El escritor se quedó pensativo, y luego de una pausa, dijo:
-La idea de vivir en una mansión alejado del resto de la población, da
lugar a muchas cosas. Pero es cierto que tuve una empleada, la señora
Lizi. Ella era una cordobesa que limpiaba mi casa dos o tres veces por
semana. Pero si quiere saber que le sucedió, puede ir al pueblo y
encontrarla en su humilde hogar cerca del restaurante, el único del
pueblo. Allí la conocen todos, ya que hoy en día trabaja como cocinera.
-Entonces, ¿está viva?
-Por supuesto, ¿usted pensaba que la había matado?
-No, ¡Por Dios! Disculpe señor Morris, es que la gente dice cada cosa.
-Ella es una excelente cocinera. Y yo le enseñé todo lo que sabe.
Aunque no lo crea, soy un excelente chef. Con algo había que ganarse
la vida antes de tener éxito como escritor.
-Eso si que es una sorpresa. -dije, entusiasmado. -Entonces esta
semana espero disfrutar de sus platos.
-Sería un honor. Si quiere ya mismo podemos ir al pueblo en busca de
los alimentos para que pueda cocinar, y de paso le presento a Lizi.
-Me encantaría, y le pido disculpas si mi comentario lo ofendió. Es
muy difícil ignorar los rumores que circulan en los medios.
-No diga nada, yo sé muy bien como son esas cosas. Pero vamos, no
perdamos más tiempo. Lo llevo en mi auto, y de paso le enseño el
pueblo.
Subimos al auto, y fuimos rumbo al pueblo. Daniel conducía muy
seguro, y me transmitía una calma jamás pensada. Finalmente, el
singular personaje no era lo que me había imaginado. Me sentí torpe al
recordar mi comentario desubicado. Estaba frente al mejor escritor del
momento, y casi hecho a perder todo el esfuerzo que hicimos con la
empresa para llegar a él.
Recorrimos el pueblo. Era un sitio extraño. Había demasiada
tranquilidad y silencio. No se veía ni un alma. Pasamos frente a un
supermercado, en donde Morris se detuvo para comprar algunos
ingredientes que le faltaban para preparar la cena. Yo preferí quedarme
en el auto, ya que estaba demasiado fatigado por el viaje. Durante el
trayecto, me indicó la ubicación del cine, del hospital y de una escuela.
Finalmente se detuvo frente a la municipalidad que se ubicaba junto a
una pequeña plazoleta.
-Dentro de la municipalidad esta la comisaría. Creo que es un dato
que debe saber. - me dijo el escritor.
No entendí el propósito de su consejo, y por el gesto que hice, creo que
se dio cuenta de mi desconcierto.
-Se lo digo porque uno nunca sabe lo que puede suceder. Y como
usted va a quedarse una semana en mi hogar, debe saber adónde tiene
que ir si necesitamos algún tipo de ayuda.
- ¿Alguna vez tuvo un incidente en su hogar? – le pregunté.
-No, aquí la gente es muy tranquila. Creo que ya se dio cuenta de eso.
A esta hora casi todo el mundo duerme la siesta. Yo, como usted sabrá,
no duermo nunca la siesta. Ya que este momento de la tarde es el más
silencioso de todos, y las palabras fluyen incesantemente. Lo mismo
sucede por la noche. Creo que ese es mi horario favorito para escribir.
Llegamos al restaurante. Era un lugar hermoso. La decoración del
exterior tanto como la del interior era sublime. Ni siquiera en los
restoranes de Buenos Aires vi tanto lujo. El salón estaba vacío, pero se
oían los ruidos que provenían de la cocina. Allí nos encontramos con
Lizi. Era una mujer de unos sesenta años aproximadamente. De baja
estatura, robusta, y de una palidez horrorosa. Tenía la mirada cansada,
y su voz apenas se oía.
- ¿Cómo le va Lizi? - le dijo Daniel, dándole una palmada en su
espalda encorvada. - Miré, le traje un amigo de Buenos Aires. Se
quedará en mi hogar por esta semana. Es periodista, y quiere escribir
una nota sobre mí.
-Mucho gusto, señor…
-Dígame Alan, mi apellido es impronunciable.
Morris sonrió, y luego dijo:
- Lizi cuéntele quien le enseñó todo lo que sabe.
-Sí, el señor Morris me enseñó a cocinar…es cierto.
- ¿Lo ve? Lizi, no es necesario decirle que usted está invitada para
venir a deleitarse con mis platos. Mire que la espero en la semana… así
recordamos viejos tiempos.
- ¡Oh, sí! Los viejos tiempos. -agregó la señora emocionada.
-Bueno, ahora que la conoció, ¿está más tranquilo?
-Le vuelvo a pedir disculpas Daniel, no quise ofenderlo.
-No, está bien, no hay nada que perdonar. Lizi, puede creer que decían
que usted había desaparecido. Que algo extraño le había sucedido
mientras trabajaba en mi hogar. ¿Puede creerlo? Pensaban que la había
asesinado. -Morris lanzó una carcajada, sin embargo, la señora Lizi
permaneció seria. -Se imagina, Lizi, yo asesinar a alguien.
-Por supuesto que no señor Morris, cómo podría pensar algo así de
usted. Además, ¿por qué lo haría?
- Quizás para cocinar esos exquisitos platos que suelo hacer. -ambos
rieron a carcajadas.
- ¿Se imagina, señor?
Yo, en ese momento me sentí tan avergonzado, que no supe que decir.
-Bueno Lizi, entonces la espero en la semana.
-Por supuesto señor, va a ser un gusto compartir una cena con usted.
Pero no vaya a asesinar a nadie durante estos días.
Volvieron a reírse a carcajadas frente a mi rostro enrojecido. Estaba
inmóvil y furioso. La escena había sido demasiado extraña. Como si de
pronto, el escritor hubiese sacado de su manga otra personalidad, muy
distinta a la que había conocido durante el viaje. Estaba por caer la
tarde, y sabía que no había forma de irme si es que la situación se volvía
tensa.
Otra vez, Morris leyó mi mente.
-No se vaya a ofender, solo es una simple broma. Volvamos a la casa
que ya se está haciendo tarde, y no conviene estar fuera por la noche.
La oscuridad también tiene sus misterios.
-Sí, volvamos. -dije. - Creo que es lo mejor. Tuve un día largo, y el viaje
me dejó demasiado fatigado.
De vuelta en la mansión, Morris me mostró mi habitación, la cual se
ubicaba en el segundo piso, a unos pocos metros del baño y de un
espectacular balcón. Allí, me contó el escritor, era donde solía escribir
por la noche. La brisa del verano y la oscuridad de la zona le servían
de inspiración. Realmente era un lugar maravilloso e ideal para
cualquier escritor.
Luego de acomodarme, bajé a presenciar la cena que Morris iba a
preparar. Me enseñó la cocina, y me reveló algunos trucos de su pasado
como chef. Verdaderamente era bueno en la cocina. Mientras Morris
cocinaba, lo observaba atentamente, y anotaba en mi agenda las
características del peculiar talento que poseía. Era admirable la
facilidad con la cual manejaba los utensilios. Cortaba las verduras
minuciosamente, y con una paciencia envidiable. Lo primero que hizo
fue preparar una salsa exquisita con todo tipo de ingredientes. Luego
sacó del refrigerador un enorme trozo de carne que comenzó a rebanar
en pequeñas rodajas. Era fascinante verlo manejar el cuchillo, ya que lo
hacía con mucha facilidad y precisión. Fue en ese mismo momento,
mientras lo veía rebanar la carne, cuando Morris clavó su mirada en
mí, y se quedó unos minutos mirándome fijamente en silencio. Luego
de aquella singular pausa, preguntó:
- ¿Qué sucede?
Yo, que me había quedado impactado por la siniestra escena, no supe
que responder. Es que, en realidad, todo fue tan extraño aquel día, que
este episodio no había hecho otra cosa que provocarme pánico. Estaba
aterrorizado.
-Nada, -dije, tratando de sonar convincente. -es que estoy muy
cansado, y ya deseo probar tu delicioso plato.
Morris esbozó una leve sonrisa en su rostro, y siguió con su tarea. Pero
yo seguía preocupado por aquella sensación que me había provocado
verlo cortar la carne, como un carnicero sádico y a su vez, brutal.
En el momento de la cena, nos acomodamos en la enorme sala de la
mansión. Allí había una larga mesa rodeada de majestuosas sillas que
evidenciaban el estatus del escritor. Una lámpara antigua y
conformada por cristales colgaba en el techo, y las paredes estaban
decoradas por sus propios cuadros. Mientras Morris servía la cena,
observé el cuadro que se encontraba a su espalda. Era el retrato de una
mujer muy bella de cabellos oscuros y lisos, que estaba sentada en el
piso con una actitud triste, melancólica, como si estuviera esperando
algo. Al principio, con la primera observación, no me di cuenta de la
escena que se estaba representando. Pero luego, al observarlo mejor,
noté que una soga rodeaba su cuello, y que sus manos estaban atadas.
La soga que le rodeaba el cuello estaba siendo sostenida desde arriba
por alguien que no se distinguía en el cuadro. La mujer, pensé, estaría
esperando su muerte.
Morris me interrumpió el análisis de la obra con un comentario sobre
mi visita a su mansión. Quería saber porque lo había elegido.
-Señor Morris, usted es uno de los mejores escritores contemporáneos.
Dudo mucho que haya alguien superior.
-Bueno Alan, es muy amable, pero creo que exagera.
-No señor, estoy siendo honesto. Yo soy uno de sus más fervientes
admiradores.
-Muchas gracias.
-No tiene por qué agradecerme.
Morris volvió a sonreír como lo había hecho mientras cocinaba. Era una
sonrisa sarcástica, como si desconfiara de todo lo que le decía.
-Hace unos instantes noté que estaba contemplando el cuadro que está
a mi espalda. -me dijo.
- ¿Se dio cuenta de eso? Pensé que no me estaba prestando atención.
-Se dará cuenta de que no tengo muchos invitados, y lo menos que
puedo hacer es estar atento.
-Tiene razón, y sí, estaba analizando su obra. La mujer está a punto de
ser ahorcada, pero no se sabe quién es el ejecutor.
-Lo felicito, es un buen análisis. -dijo, y noté que estaba siendo
sarcástico. Era una cualidad del escritor. De a poco comenzaba a
conocerlo.
- ¿Y en qué estaba pensando cuando lo pintó? -le pregunte.
Morris bajó la vista, y comenzó a reír como si hubiese recordado algo.
-Mejor disfrutemos la cena en silencio. De ese modo podemos apreciar
mejor el sabor.
-Está bien. -dije, y cenamos en silencio.
Luego de la cena, nos instalamos en su oficina y tomamos un café. El
sueño se apoderaba de mi a cada instante. Aún así, quería seguir
conversando con Morris.
-No puedo decirle cuando ni porque comencé a escribir, porque ni yo
tengo esas respuestas. Lo que sí puedo hacer es contarle las situaciones
o las personas que me inspiraron a lo largo de mi vida, para producir
mis relatos.
- ¿Esa mujer fue una inspiración?
- ¿La mujer del cuadro? Sí, lo fue. Pero, hombre, su estadía recién
comienza, tenemos tiempo para hablar de eso.
Morris tenía la virtud de esquivar mis preguntas. Me preocupaba la
continuidad de mi labor periodístico, si insistía en desviar las
conversaciones.
-Bueno, entonces voy a descansar. Mañana habrá que empezar con las
preguntas, espero que este preparado.
-Siempre lo estoy, no lo dude ni un segundo. Pero hay que ser
cauteloso con la información que se brinda, ¿no lo cree? ¡Ah! No me
dijo que le pareció la cena.
-Hace tiempo que no comía tan bien. Es el mejor plato que probé en
los últimos diez años. Lo felicito.
-Me alegro de que le haya gustado, pero esto solo es el comienzo.
Otra vez Morris habló de una manera extraña. Pero no era lo que decía
lo que me perturbaba, sino la forma en que lo hacía.
Sólo en mi habitación, escribí algunas sensaciones que había percibido
durante aquel día. Definitivamente, Morris era un hombre extraño, y
su rareza lo hacía más interesante. Deseaba que la noche pasara
rápidamente así podría continuar disfrutando de su compañía. Me
acomodé en la cama e intenté dormir, pero no lo hice por más de dos
horas. Aunque tenía sueño y estaba cansado, me desperté sobresaltado
por un sonido que al parecer provenía del balcón. Sali de la habitación
sigilosamente, y recorrí el tenebroso pasillo hasta llegar al balcón.
Detrás de las cortinas se dibujaba una silueta, era el escritor.
Cuando corrí las cortinas, Morris giró rápidamente la cabeza, y me
miró sorprendido.
- ¡Alan! ¿Qué sucede? ¿Lo desperté?
-No, no se preocupe. Creo que me desvelé.
-Entonces siéntese, y conversemos un poco. -me dijo el escritor,
indicándome una silla de mimbre que estaba junto a él.
Yo le hice caso y me senté a su lado. En ese momento, noté que el
escritor tenía una libreta en su mano.
- ¡Oh!, ¿no me diga que estaba escribiendo? ¿lo interrumpí? -le
pregunté.
-No, no se altere, no pasa nada. Estaba haciendo algunos garabatos. -
respondió Morris.
-Mire, yo sé que quizás no esté acostumbrado a recibir visitas, mucho
menos debe estar cómodo teniendo de huésped a un periodista. Pero
quiero que sepa que yo soy realmente su admirador. Soy un lector
apasionado, y no sabe cómo me emociona estar ante usted.
-Lo sé, sé que usted es sincero conmigo. Me di cuenta apenas cruzó la
puerta. Lo que sucede es que aún no consigo aceptar los halagos.
Quizás la causa sea mi desconfianza. Muchas veces los periodistas no
tienen ni idea de lo que significa la literatura para un escritor, y caen
en las preguntas comunes y los halagos formales. Su pregunta me
incomodó, lo reconozco ¿Qué es ser un escritor? ¿Cómo puedo saberlo?
¿Acaso hay una receta, una causa? ¿yo puedo saberlo?
-A veces es difícil dialogar con alguien como usted. Pero es verdad lo
que dice. Supongo que por dentro se debe reír de nosotros.
-Por eso acepté que se hospedara aquí. No para responder preguntas
insignificantes, sino para que descubra el velo de sus ojos.
-Me alegra que hayamos aclarado las cosas. Señor Morris, confieso que
estaba un poco asustado con su desconfianza en mí. Ya que la percibí
desde el primer momento en que comenzamos a charlar.
-Bueno, vaya a recostarse. Debe estar cansado. Mañana le voy a contar
la historia que le debo.
- ¿Sobre la mujer del cuadro?
-Por supuesto.
-Muy bien, entonces señor Morris, me voy a dormir.
-Alan, ¿no cree que es tiempo de dejar las formalidades?
-Me parece que sí, hasta mañana Daniel.
-Hasta mañana.
Volví a la habitación y me acosté. Sabía que después de aquel dialogo
nuestra relación cambiaria. Daniel había logrado asustarme, pero lo
había hecho adrede. Quería demostrarme el poder que tenía sobre mí,
simplemente para dejarme en claro, que antes de que quisiera
engañarlo, él me engañaría a mí. Quizás era un embustero, el mejor
embustero que había conocido en toda mi vida.

Día 2

Era una mañana tranquila. Una leve y cálida brisa recorría la mansión.
A penas me desperté, Morris me estaba esperando para que lo
acompañe a recorrer su terreno. Me llevó hasta la orilla de un pequeño
lago que se encontraba cruzando todo un enorme pastizal. Allí estaba
su bote, el cual utilizaríamos para recorrer el lago. Nunca había visto
agua tan cristalina como aquella. Semejante a un espejo, se reflejaba
claramente el cielo en el rio. Era un espectáculo estar allí navegando en
aquel paraíso. Morris navegó hasta el otro lado de la orilla. Desde allí
se podía distinguir la enorme mansión. Como no acostumbrarse a vivir
en un lugar semejante, pensaba. En ese momento comprendí que no
había un lugar mejor para un escritor como él.
-Entonces, -dijo, rompiendo al fin el silencio. - voy a contarte la historia
de la mujer del cuadro. Ella fue real, existió. Vivió junto a mí en la
mansión durante cinco años. La conocí en la universidad mientras
estudiaba literatura. Fue muy importante para mí, y supongo que lo
seguirá siendo. Pero como toda gran historia tuvo un final.
- ¿Y qué sucedió con ella? ¿se fue? ¿te abandonó?
-Ella…murió.
- ¿Murió? ¿Y cómo murió?
-La ahorqué y la arrojé aquí, en este mismo lugar. -dijo, mirándome
fijamente a los ojos, como lo había hecho mientras cocinaba.
Iba a responder, iba a decir algo, pero no pude pronunciar ninguna
palabra. Di una mirada rápida a mi alrededor, y comprendí que estaba
atrapado. Pero antes de que pudiera reaccionar, Morris lanzó un aguda
y hostil carcajada que me erizó la piel.
- ¿Lo creíste? -dijo, burlándose de mí.
No dije nada. Qué podía decir. A cada instante dudaba más de la
cordura de mi compañero.
- ¿Qué crees que le pasó? -me preguntó.
-No sé. No soy adivino.
- ¿Y por qué tanta amargura? Solo fue una broma. Por favor, ¿podes
imaginar algo? ¿algún final para esa mujer?
-Ella nunca existió. - dije enfurecido.
-Por supuesto que existió. Tengo muchas fotos de ella que luego voy a
mostrarte.
-Está bien, supongamos que la mataste y la arrojaste al rio. ¿Qué pasó
luego? ¿ella no tenía familia? ¿nadie la buscó?
-No, ella no tenía a nadie.
En ese instante recordé que antes de decidir instalarme en su mansión
había investigado, además de la historia del escritor, la zona en donde
vivía.
-Daniel, te parece que siendo periodista no me informé sobre esta
zona. Sé muy bien que este rio se seca durante el verano. Asique si
hubieras arrojado el cadáver de la mujer aquí, seguramente ya lo
hubieran descubierto.
-Por favor, Alan. Crees que soy tan estúpido como para arrojar su
cadáver aquí. Quizás lo enterré en mi mansión, justo debajo de tu cama.
Ya que ella dormía en la habitación que te ofrecí.
-Eso es imposible debido al material con el cual se construyó tu
mansión.
-Entonces si no la arrojé al rio ni la enterré debajo de la cama, ¿qué
pudo haberle pasado?
-Quizás solo se fue, como lo hizo Lizi. O, quizás haga su vida en otra
parte, muy lejos de aquí.
-Quizás. -repitió Morris con un tono sombrío. El escritor volvió a
tomar los remos e hizo girar el bote, para partir nuevamente rumbo a
la mansión. Cuando regresamos, me llevó hasta su oficina y me entregó
una caja. Luego se marchó sin decir una palabra.
Me senté sobre el sillón extasiado y alterado por aquella extraña
situación. Y luego de reflexionar por unos minutos, abrí la caja. Allí
estaban las fotos de la mujer del cuadro. Tenía razón, ella era real.
Casi a las siete de la tarde, el escritor golpeó la puerta de mi habitación
para notificarme que la cena estaba lista. Bajé inmediatamente con la
prisa que provoca el vacío del estómago, y me senté cómodamente en
la mesa. Morris sirvió la cena con placer, y luego rompió el silencio.
- ¿Viste las fotos? -me preguntó.
-Sí, las vi. Es la misma mujer. Pero quién sabe.
-Alan, ¿te diste cuenta de lo que hicimos hoy allí en el rio?
-No, ¿qué hicimos?
-Hicimos literatura.
Morris bajó la vista y comenzó a comer. Yo lo imité, feliz de haber
descubierto el velo de mis ojos.

Día 3

Estaba sorprendido por la genialidad del escritor, y muy entusiasmado


por seguir descubriendo los secretos que lo habían llevado a
convertirse en la figura literaria que era. Pero ese día no sería Morris el
centro de atención, ya que por la mañana había recibido una llamada
de Lizi, diciéndole que vendría a compartir una cena con nosotros. De
este modo, estuvimos durante todo el día planeando la cena que Morris
había elegido para preparar, por supuesto, con mi ayuda. Yo no era
demasiado experto en la cocina como el escritor, pero aún así, acepté
ayudarlo.
Estuvimos toda la tarde discutiendo sobre distintos temas de la
actualidad. Pero el escritor y yo no teníamos demasiadas coincidencias,
al contrario, pensábamos completamente diferente. Aún así, disfrutaba
conversar con él. En menos de dos horas, Morris había preparado la
cena, y ambos esperábamos ansiosos la llegada de la señora Lizi.

Lizi llegó alrededor de las diez de la noche, y Morris la recibió como


si fuera parte de su familia. Otra vez, repitió la broma sobre el rumor
de su desaparición, pero esta vez no me sentí ofendido por su
comentario, sino que lo acepté como un alago. Había logrado
comprender la manera que tenía el escritor de conectarse con ella.
Nos acomodamos los tres junto a la mesa, y Morris sirvió la cena. Era
tan cordial y atento para con sus invitados, que parecía ser parte de la
realeza. Como si en una vida pasada hubiera sido un príncipe o un rey.
La primera parte de la cena, comimos en silencio, como a Morris le
gustaba. Pero luego comenzamos a charlar sobre su cualidad culinaria.
-A mí también me sorprendió gratamente saber que el señor Morris
era un excelente cocinero. - dijo Lizi.
-Hay gente que simplemente nace con talento, y Daniel es mucho más
que un buen escritor. -agregué.
-Muchas gracias Alan, y Lizi, usted sabe cómo la aprecio.
-Sí, lo sé señor.
- ¿Usted conoció a la mujer del cuadro? -pregunté, y ambos me
miraron sorprendidos, como si lo que había preguntado formara parte
de un asunto serio.
Lizi miró de reojo a Morris, quien me había clavado la mirada como si
lo hubiera insultado.
-Sí, la conocí, -dijo Lizi, con un tono de voz melancólico. - Pero al señor
Morris no le agrada conversar sobre Elizabeth.
-No, está bien. -dijo Morris.
- ¿Elizabeth? ¿Así se llamaba? -le pregunté.
Lizi bajo la vista, y luego de una breve pausa, dijo:
-Elizabeth Smith era su nombre, pero todos la llamaban Eliza. Era
verdaderamente hermosa, y muy joven. Pero lo más agradable de ella
era su educación.
-Me imagino que hacían una dupla genial.
-Eran inseparables…
-Pero muy distintos. -dijo Morris poniéndose serio
-Y señora Lizi, dígame, ¿qué sucedió con ella?
En ese momento ambos bajaron la vista, y se produjo un silencio que
colmó la sala. Fue como si aquella historia que me había contado el día
anterior en el rio, fuese cierta. ¿Seria capaz de asesinar a la única mujer
que había amado? ¿Sería el escritor más famoso y reconocido por el
mundo entero, en realidad, un asesino despiadado? Y esa mujer tan
sumisa y siniestra que lo acompañó durante tanto tiempo, ¿sería capaz
de ocultar aquel secreto y, de ese modo, convertirse en su cómplice?
No podía creer en algo semejante. Pero aquellos días habían sido tan
extraños que, en el estado mental en el que me encontraba, podría creer
en eso, y en muchas otras cosas más.
De pronto, Morris esbozó su irónica sonrisa y dijo:
-Lizi, el joven periodista quiere saber cómo murió Elizabeth, pero
quiere saber la verdad.
Lizi no levantó la vista del plato que estaba sobre la mesa, y noté que
estaba nerviosa. Entonces sonreí, pensando que quizás estaban
burlándose de mí, como lo habían hecho otras veces. Sin embargo, mi
sonrisa sorprendió a la mujer, quien inmediatamente me miró atónita.
- ¿De qué se ríe, joven? -dijo, alterada. - ¿Usted cree que esta
bromeando? ¿En serio cree que es gracioso? ¿Acaso no piensa en la
posibilidad de estar frente a dos asesinos?
-La verdad no lo creo. -dije, sin parar de reír.
-Pero es la verdad, y aquel cuadro es un fiel reflejo de lo que el señor
Morris hizo con ella…así la mató, la ahorcó en el sótano.
-Esa historia sí que es mejor de la que me contaste en el rio Dani-dije
irónico.
-Lizi, -dijo Morris enfurecido- dije que quiere saber la verdad.
- ¿La verdad? -repitió Lizi. - No creo que este preparado para saber la
verdad.
Yo seguía riendo. Pero no sé, en realidad, de qué me reía. Ya que
aquella risa no era genuina sino, más bien, era un producto de la
ansiedad que me provocaba aquella extraña situación.
-Bueno, -dije poniéndome de pie- estoy agotado. Muy rica la cena,
pero me voy a dormir. Mañana tengo que ponerme en contacto con la
editorial para informarle como están las cosas por aquí… fue un gusto
conocerla Lizi.
-Un momento Alan, no te vayas. -dijo Morris. - Vamos a cambiar de
tema, ¿te parece?
-Sí, solo estábamos bromeando-agregó la señora Lizi.
-Lo sé, lo sé-dije, y volví a sentarme.
-Mire, como le decía, el señor Morris me sorprendió cuando comenzó
a cocinar esos deliciosos platos, ¿usted sabía que antes de dedicarse a
escribir, era cocinero?
-Estuvimos hablando de eso la otra noche.
-Yo aprendí mucho gracias a sus conocimientos gastronómicos.
-Hoy en día Lizi es una de las mejores cocineras del pueblo. Sus platos
son inigualables. -agrego Morris.
-Únicos, diría.
-Lo son, ¿cierto Lizi?
Ambos comenzaron a reír a carcajadas, y volví a sentirme humillado.
Eran unos personajes descomunales, aterradores y siniestros. No había
manera de que dejaran de burlarse de mi ingenuidad, como si
quisiesen demostrarme que tenían poder sobre mí. Un poder que no
había sido otorgado por nadie más que por ellos mismos, y por el
secreto que ambos compartían sobre el final de la mujer del cuadro.
Me volví a poner de pie, y estaba dispuesto a retirarme. Aunque
insistieran en que me quedase con ellos, no lo haría. Estaba cansado, y
solo quería dormir.
-Señora Lizi, Daniel, me voy a descansar, estoy agotado.
Ambos siguieron riendo, y apenas escucharon lo que dije. Mientras me
alejaba de ellos, pensaba que de a poco estaba decepcionándome de
Morris.
Esa noche dormí profundamente. Hacía mucho tiempo que no dormía
así. Quizás el cansancio, sumado a las distintas emociones que había
percibido durante esos días, fueron la causa de mi agotamiento, pero
no estaba seguro de eso. En realidad, no estaba seguro de nada.
Día 4

Esa mañana fuimos al pueblo, y mientras Morris recorría el mercado


para comprar los productos que utilizaría en la cena, aproveché para
conversar con algunas personas de la zona que se encontraban allí. Una
de ellas resultó ser una maestra de la escuela del pueblo. Su nombre
era Esther, y casualmente, había sido maestra de Morris.
-Entonces, usted conoce muy bien a mi acompañante. -le dije
señalándole a Morris, quien estaba en la otra esquina del mercado
eligiendo los productos.
La mujer hizo un gesto extraño, como si no quisiera reconocerlo.
-Sí, sé muy bien quien es él. Daniel Morris fue mi alumno.
-Yo soy periodista, y me instalé en su mansión para realizarle una
entrevista. La idea es conocerlo no solamente como el escritor que es
sino también como persona.
La mujer sonrió de forma burlona. Entonces comprendí que Daniel
Morris no era demasiado admirado por los pobladores de su ciudad.
-No hay que dejarse llevar por los rumores ridículos que se escuchan
por ahí. -le dije enfurecido con su actitud. - Sé, y eso no lo niego, que
es un personaje excéntrico. Pero que artista no lo es.
-Se equivoca, joven, lo de Daniel no es excentricidad, es locura.
-Pueden seguir diciendo lo que quieran sobre Morris. Porque, ¿sabe
qué? Por primera vez en mi vida estoy viviendo y experimentando lo
que es la literatura. Y si eso para usted es locura, para mí es un milagro.
-Bueno, si tanto cree en la inocencia de Morris, hágame un favor y vaya
al cementerio a visitar la tumba de Elizabeth Smith, quien murió hace
dos años por razones desconocidas. ¿Y sabe dónde la hallaron? En el
lago ubicado dentro de la propiedad del escritor. Supuestamente la
mujer se suicidó, ya que en el momento que hallaron el cadáver, el
escritor se encontraba de viaje.
- ¿De qué está hablando? Disculpe señora, pero creo que se equivoca.
-Muy bien, entonces no me haga caso y siga con su entrevista.
Después de conversar con aquella maestra, surgió en mí una duda que
me perseguiría durante todo el día. Por un lado, sabía que no podía
creer en todos los rumores que circulaban sobre el escritor, ya que
había comprobado que la mayoría eran puros inventos. Sobre todo,
después de conocer a la señora Lizi, la empleada doméstica que
supuestamente había desaparecido misteriosamente de su mansión.
Sin embargo, no podía negar la intriga que me provocaba desconocer
el final de la mujer del cuadro. Elizabeth Smith había existido, el mismo
Morris me lo confirmó. Entonces, ¿dónde podría estar? Pensé durante
toda la tarde, mientras Morris respondía mis preguntas cordialmente
y me enseñaba las obras de su enorme biblioteca, que había algo oscuro
en toda esta historia. Morris era inteligente, y estaba al tanto de todos
los rumores que existían sobre él, por lo que, podría haber usado el
rumor de la desaparición de Elizabeth y el hallazgo del cadáver en el
rio, para jugar conmigo aquella tarde en el lago cuando me confesó que
la había arrojado allí después de ahorcarla. Sin duda, él quería
probarme. Quería confirmar que yo era uno más del montón. Un
crédulo e ignorante periodista de chimento. Pero yo no era así, y se lo
demostraría.
Al anochecer, nos acomodamos en el balcón. Morris tenía su libreta en
la mano, como solía hacer cada vez que nos ubicábamos allí. Era una
noche tranquila, una brisa reconfortante recorría el terreno alumbrado
solo por la luz de las estrellas que comenzaban a aparecer. Una vez que
Morris logró relajarse, comencé a indagarlo.
-Esta mañana en el mercado conocí a una mujer que dijo ser tu maestra
de la primaria.
-Sí, te vi hablando con ella. Seguramente te dijo algo sobre Elizabeth,
¿no es cierto?
-Sí, pero no tiene importancia, solo es otro rumor.
-La gente del pueblo la conocía, ya que solían vernos juntos. Para ellos
también fue algo sorpresivo su ausencia repentina.
-De hecho, los rumores surgen debido a la ausencia de información. A
la asociación de datos inconclusos.
-Me gustaría que me expliques esa teoría. -dijo Morris, dejando de lado
sus anotaciones.
-Muy bien, es así. En mi trabajo es normal que los periodistas a falta
de información contundente utilicen un rumor para crear una noticia
falsa. Pero en realidad, no es del todo falsa, ya que los datos provienen
de rumores que pueden ser o no ciertos. Quizás lo sean en parte, pero
lo demás es un invento. Es como el lujo en el restaurante donde trabaja
Lizi. Si no fuera por los adornos, parecería ser un barcito de un pueblo
abandonado.
-Entiendo, en poesía existen esos adornos.
-Por supuesto, a eso me refiero.
-Partiendo de esa teoría se podrían inventar cientos de rumores.
-Por supuesto, a veces al público le interesa más las noticias de ese tipo
que las que son puramente verdaderas. La duda, Daniel, es lo que
despierta el interés. Uno no se interesa en algo si tiene toda la
información necesaria. Es mucho más interesante cuando faltan datos,
porque nos permite descubrir aquello que está oculto, lo imposible, lo
lejano.
-Como aquellas estrellas. -dijo Morris, contemplando el cielo.
Hubo un silencio en el cual ambos nos quedamos mirando el enorme
terreno, que perdido en la oscuridad reinante provocaba cierta
nostalgia.
-La vida es muy corta, Alan. -dijo, con un tono melancólico.
-Lo sé.
- ¿Y por qué decidiste desperdiciar tu tiempo con una entrevista tan
insignificante? Lo que hice hasta ahora no fue otra cosa que aportarte
datos inconclusos.
Lo tenía en mis manos, pensé. Y era el momento de sacar ventaja.
Siempre supe que tenía la virtud de la palabra, aunque estaba frente a
un gran artista, un escritor sobresaliente y un genio, lo había envuelto
con palabrerías baratas, y lo tenía justo en el lugar que quería. Parecía
indefenso, allí sentado en medio de la oscuridad con su diminuta e
insignificante libreta en la mano, en donde apenas había escrito unas
cuantas palabras sin sentido. Estaba feliz de haberlo atrapado, quizás
como revancha por haberme querido embaucar con sus jueguitos
intelectuales. Entonces lancé, con cierta violencia, mi primera piedra.
-Recordé un dato que me dijo la maestra sobre la existencia de la
tumba de Elizabeth en el cementerio.
Morris me clavó la mirada como lo había hecho aquella vez durante la
cena, cuando le había preguntado a Lizi por la mujer del cuadro. No
dijo nada, pero no hacía falta, ya que la expresión de su rostro denotaba
su miedo. Era cierto, Elizabeth estaba allí, había muerto.
-Ya es muy tarde, y es mejor irse a dormir. No es bueno hablar de
personas que ya no están en este mundo. - dijo, levantándose
bruscamente de su asiento.
-No quería ofenderlo.
-No, está bien. Ya tenés tus datos, ahora podés sacar tus propias
conclusiones. Mañana seguimos conversando.
Morris se fue, y me dejó solo allí sentado en el balcón. Había
comprobado que la mujer existía. Que era real, y que estaba muerta y
enterrada en el cementerio. Ahora me faltaba descubrir lo que le había
sucedido.
Día 5

Pude comunicarme con la editorial, y pospusimos el regreso hasta el


lunes. Tenía dos días más para averiguar el motivo de la muerte de
Elizabeth. No era tan importante descubrir su destino, pero sabía que,
si no lo hacía antes de partir de vuelta a mi ciudad, no podría continuar
con mi vida normalmente. Quizás mi búsqueda se había convertido en
una obsesión.
Ese día decidí levantarme más temprano que el escritor, y salí a
recorrer el terreno. Caminé hasta llegar al rio, y allí me quedé pensando
en la conversación de la noche anterior. ¿Podría haber sido ese el lugar
de su muerte? ¿Se habría suicidado como me había dicho la maestra?
No lo sabía. Pero estaba muy cerca de averiguarlo. Cuando regresé a la
mansión, Morris me esperaba con el desayuno.
-Me harías un favor. -me dijo, mientras desayunábamos. -Podrías ir al
pueblo a comprar algunas cosas, tengo la lista.
-Sí, no hay ningún problema.
-Creo que ya sabes el camino.
-Sí, no te preocupes.
-Bueno, lo único que te pido es que pases a saludar a Lizi por mí. Y
quiero que la invites para que venga a cenar el sábado por la noche.
Vamos a brindar por tu visita.
-No hace falta Daniel, esta semana me sentí muy cómodo y te lo
agradezco.
-Me gusta agasajar a mis invitados.
- Sí, lo sé, pero no quiero acostumbrarme. De otro modo, no me voy a
querer ir.
-Supongo que este fin de semana va a ser muy divertido. -dijo el
escritor. - Para variar, ya que la mayoría del tiempo estoy solo.
-Yo no podría acostumbrarme a esta vida. Aunque también soy
soltero, tengo muchos amigos con los cuales salgo casi todos los fines
de semana. No me gusta el silencio, me encanta conversar y divertirme.
-La verdad Alan, yo no me puedo quejar. Tuve mis días de jolgorio.
Pero todo pasa, y lo que queda es el silencio, la soledad. Es decir, la
realidad.
Morris estaba serio, y lo estuvo durante toda la mañana. Yo sabía que
había tocado un tema demasiado serio para él. La muerte de la única
mujer que había amado en toda su vida. Me fui al pueblo en busca de
los productos, y luego de finalizar con las compras, pasé a saludar a
Lizi, y a invitarla para la cena del sábado.
- ¿En serio estoy invitada? -me preguntó sorprendida.
-Es la cena de despedida. El lunes por la mañana me voy de regreso a
Buenos Aires, por lo que Morris quiere realizar un brindis.
- ¿Cena de despedida? -repitió Lizi, y luego se quedó pensativa.
- ¿Puede venir?
Lizi se puso nerviosa.
- ¿Se siente bien? -le pregunté.
-Sí, sí, me siento bien. Es que el señor Morris tiene cada ocurrencia. Los
sábados hay mucho trabajo aquí.
-Puedo decirle que no puede.
- ¡No! ¿Cómo podría negarme? Si no fuera por el escritor, yo no tendría
este trabajo.
- Entonces la esperamos.
Lizi lanzó una carcajada, y ante mi sorpresa por su extraña reacción
ante una invitación tan corriente, se avergonzó y agachó
inmediatamente la cabeza, como solía hacer cuando Morris la miraba
de reojo.
- Señora Lizi, ¿está segura de que está bien?
-Sí, no se preocupe, y dígale al señor Morris que no voy a faltar.
-Bueno, hasta mañana entonces…
Antes de salir, se me ocurrió preguntarle sobre la ubicación del
cementerio.
- ¿El cementerio? -repitió nerviosa.
-Sí, el cementerio, ¿dónde queda?
- ¿Y por qué quiere saberlo?
-Porque estoy sacando algunas fotografías del pueblo. Tengo de la
escuela, de la iglesia, de la plazoleta y me falta la del cementerio…
- ¡Ah! Por supuesto, -dijo, interrumpiéndome. -siga el camino que se
ubica detrás de la plazoleta, y allí lo encontrará. Eso sí, va a tener que
ir a pie.
-No hay problema, muchas gracias señora Lizi. Nos vemos mañana en
la cena.
-No se preocupe, allí estaré.
Dejé el auto estacionado en frente de la plazoleta, y seguí a pie el
camino que Lizi me había indicado. Estaba un poco nervioso por la
insólita reacción de la mujer que parecía una loca. Realmente, la mujer
era una especie de neurótica, pensaba mientras caminaba. No habría
en el mundo mejor compañía que esa para un hombre como Morris.
Ingresar a aquel cementerio me llenó de sensaciones extrañas. Para un
hombre como Morris sería un altar. Un mundo invisible rodeado de
almas que purgan por ingresar al cielo o descender al abismo. Sin
embargo, para un hombre común como lo era yo, por lo menos antes
de emprender esta aventura, era un lugar solitario, vacío y un poco
aterrador. Nadie más que un artista puede comprender el lazo que une
la vida a la muerte. Pero yo no era un artista, sino que era un periodista.
Un hombre racional, insensible, práctico, y lo único que me interesaba
era terminar con aquella historia que me tenía intrigado. Si encontraba
la tumba de Elizabeth allí, todo tendría sentido. Y ese mismo viernes
descubriría cómo y porqué había muerto.
Busqué por todo el cementerio la lápida de Elizabeth, pero no la
encontré. Y cuando estaba por abandonar la tarea, detrás de mí y sin
previo aviso, apareció la maestra.
- ¿Qué hace acá? Me asustó. -le dije.
-Lo siento, joven, pero estando en la plazoleta lo vi ingresar al
cementerio, y supuse que había venido a comprobar lo que le dije.
-Sí, pero no la encontré.
-Sígame, por favor.
Yo seguí a la mujer, quien no dio más de tres pasos e inmediatamente
la encontró.
-Aquí esta. -dijo, señalándome la lápida de Elizabeth Smith.
Era cierto, la mujer del cuadro había existido. Estaba muerta y
enterrada frente a mí, en aquel olvidado cementerio.
-Entonces es cierto, ¿se suicidó? -le pregunte.
-Eso es lo que dicen, ya que supuestamente la encontraron allí en su
terreno.
- ¿Supuestamente? Entonces usted se está basando en suposiciones.
-Joven, usted no entiende nada porque no es de aquí. Pero nosotros
conocemos muy bien a ese sujeto que dice ser un gran artista. Esa mujer
era hermosa, muy educada y de buena reputación. Pero después de
convivir con Morris tuvo un cambio rotundo. Esa otra desdichada que
lo acompañaba también tuvo que ver en el trágico final de Elizabeth.
- ¿Está hablando de Lizi?
-Supongo que la conoció.
-Sí, y aunque es algo neurótica, parece inofensiva.
- ¿Inofensiva? Es evidente que usted desconoce de muchas cosas que
pasaron durante este último tiempo.
- ¿De qué cosas está hablando?
-Estoy hablando de las desapariciones de gente humilde del pueblo,
que fue a trabajar al terreno de Morris y nunca más se supo de ellos.
-Entonces, ¿las desapariciones fueron ciertas?
-Y tengo pruebas de eso. Si tiene tiempo puede venir esta tarde a mi
casa, y le muestro las noticias que aún guardo…
-No, la verdad es que no tengo tiempo.
-Entonces vaya a la comisaría. Allí le van a informar de lo que le estoy
hablando.
-Señora, realmente yo no puedo creer que Morris sea un asesino.
-Muy bien, entonces le deseo suerte, y espero volver a verlo algún día.
-Es evidente que no se puede hablar con usted. Sinceramente le
agradezco su ayuda, pero yo sé que Daniel Morris es uno de los
mejores escritores contemporáneos, y usted está tratando de
convertirlo en un maniático. Le deseo suerte señora.
-Y yo a usted.
Sali lo más rápido que pude del cementerio, y me subí al auto. Estaba
seguro de que no volvería a ver a esa mujer.
Esa tarde no pude escribir nada, ya que estaba cansado, y algo
confundido. Sabía que debía quitarle la verdad a Morris sobre la
muerte de Elizabeth, pero no podía forzarlo. Había logrado obtener su
confianza, eso no se discutía. Sin embargo, la muerte de esa mujer era
algo que realmente lo perturbaba.
Esa noche en el balcón, me habló de sus libros, y anoté detalladamente
todo lo que me dijo sobre su trilogía, y sobre sus futuros proyectos.
Mientras Morris hablaba no podía dejar de pensar en lo que me había
dicho la maestra. Entonces dejé mis anotaciones, y lancé otra munición
sobre el frágil y vulnerable escritor.
- ¿Cómo murió Elizabeth? -le pregunté.
Morris cerró su libreta con violencia, y miró al cielo para contener su
bronca.
- ¿Por qué tanto interés en esa mujer?
-Solo quiero saber cómo murió, eso es todo.
-La maté, ya te lo dije.
-Por favor, Daniel ya…- entonces comprendí lo que Daniel había
tratado de decirme todo este tiempo. Por supuesto, era un poeta, era
un artista.
-La maté en mi mente y en mi corazón. Ella ya no existe. -dijo, y pude
notar que sus ojos se llenaban de lágrimas.
Fue la primera vez que encontré en Morris un rasgo sensible, y me sentí
avergonzado por dudar de él, y no haber entendido la razón de su
melancolía. Pero había algo todavía que no entendía.
- ¿Y la tumba? -le pregunté.
-Esta vacía. Hice su lápida para recordar que ya no existe.
Comencé a reír de la genialidad del escritor, y también me reí de mi
torpeza y de la estupidez de la gente del pueblo. Morris también
comenzó a reír. Quizás porque había comprendido lo que estaba
sucediendo a su alrededor.
- ¿Por qué nunca detuviste el rumor?
-Por qué razón voy a detener un rumor, si no me interesa.
-Ella fue muy importante, ¿no es cierto?
-Demasiado. Nunca sentí nada así en mi vida, pero para ella no era
suficiente. Yo podía haberle dado todo, sin embargo, no le importó.
- ¿La odiaste por eso?
-No. Simplemente quise olvidarla, pero no pude. Entonces me inventé
su muerte, y de ese modo logré aceptar su partida.
- ¿Ella te abandonó?
-Cuando regresé del viaje ya no estaba. Me dejó una carta, pero allí no
explicaba nada.
La historia de la mujer del cuadro culminó de la manera menos
pensada, y di por terminada mi búsqueda. Pero no dejaría que los
rumores de aquel pueblo desgastaran la imagen del escritor. Estaba
dispuesto a esclarecer en mis anotaciones aquellos datos inciertos
producto de la ignorancia y la malicia de unos cuantos desdichados.
Me fui a dormir en paz, porque presentía que aquel fin de semana seria
inolvidable… y no me equivocaba.

Sábado

Casi a las nueve de la mañana Morris me despertó. Estaba de mejor


humor. Yo estaba algo fatigado, pero sabía que me esperaba un día
emocionante. Después del desayuno, caminamos por el terreno y
Morris me contó su vida durante los primeros años de su infancia.
Había crecido en una granja junto a sus padres, ambos hijos de
inmigrantes italianos que se instalaron en la provincia en búsqueda de
una nueva vida un poco más próspera de la que tenían en su tierra
natal.
Los padres del escritor eran religiosos, al punto que se aislaron del
resto del pueblo, al cual solo contactaban para la venta de sus
productos. Su madre era una excelente cocinera, y eso explicaba la
facilidad de Morris en la cocina. Su gusto literario, por otro lado, se
debió al tiempo libre que tenía en aquellos días solitarios.
Su única diversión era la lectura y, por consecuencia, la escritura.
-Era un chico muy imaginativo. Mi madre me decía todo el tiempo;
Daniel, no sueñes despierto, porque un día te vas a quedar dormido, y
no vas a poder despertar nunca más.
-Debió ser difícil y triste crecer tan solo.
-Reconozco que fue difícil, pero no triste. Aprendí mucho de la
soledad. Por eso quizás no me cueste tanto esta vida que para muchos
seria aterradora. La gente huye de la soledad, pero la soledad no huye
de nadie.
-Y aquí estamos. -agregué, con un tono reflexivo.
-Y aquí estamos. -repitió Morris.
- ¿La escritura te ayudo a descubrir tu identidad?
-No sé si me ayudó a descubrir me identidad, pero me salvo. Alan, hay
una línea muy delgada entre la realidad y la fantasía. La escritura te
abstrae al punto de que dejas de vivir tu propia vida para vivir en otro
lado. Es como vivir en dos mundos, uno real y otro irreal. Un escritor
puede ser un ángel y un demonio, puede ser el bien y el mal, la víctima
y el asesino.
- “Es difícil comprender la mente del hombre. Hay pensamientos que
se esconden, que no se dejan ver.” -dije, repitiendo una frase del autor.
-Conozco esa frase. -dijo Morris. -Así comienza la primera parte de
“Las estrellas y el mar”
-Ese fue un libro que te consagró mundialmente. Sin embargo, el final
de la historia no es muy esperanzador. Es un final trágico.
-Eso es cierto, la historia tuvo un comienzo extraño. Todo indicaba que
iba a terminar de ese modo. Con la muerte del protagonista. Esos son
los datos inconclusos, ¿te das cuenta? La literatura es tan rica en todo
sentido.
Morris me contó algunas anécdotas de su paso por la universidad.
Aunque al principio no lograba adaptarse debido a su personalidad
introvertida, su excentricismo llamó la atención de varios intelectuales
de grados superiores, que se acercaron al escritor para conformar un
grupo literario, que logró alcanzar gran difusión por toda la ciudad.
Sus primeros libros, sin embargo, no fueron exitosos, y Morris debió
abandonar sus estudios por falta de recursos económicos. Se dedicó
por varios años a la cocina, convirtiéndose en un excelente chef. Más
tarde, volvió a la escritura para producir la trilogía que lo consagró
mundialmente. “Las estrellas y el mar” fue un éxito inmediato, y
Morris pudo dejar la cocina para dedicarse exclusivamente a escribir.
Siguió publicando, y no decepcionó a su público. Luego se dedicó a
viajar, hasta instalarse definitivamente en la mansión, la cual
compartió con su único amor, Elizabeth Smith. Ella junto a la señora
Lizi, fueron su única compañía durante largos años en los cuales se
dedicó exclusivamente a escribir. Las cenas que organizaba Morris
eran conocidas por el pueblo entero, pero no todos podían acceder a
ellas.
-Invitaba a mis amigos que Vivian en la ciudad. Venían en sus autos y
se instalaban todo el fin de semana aquí. Del pueblo únicamente
invitaba al comisario, y al dueño del restaurante donde hoy en día
trabaja Lizi. El falleció hace unos años, al igual que el comisario. Luego
de la partida de Elizabeth, no volví a realizar aquellas cenas.

Lizi aprendió a cocinar gracias a Morris, antes solo era una simple
empleada doméstica. Pero el entusiasmo y el talento de Morris en la
cocina impresionó a la mujer, quien inmediatamente se volvió su mejor
aprendiz. Eran confidentes, inseparables y cómplices en toda clase de
aventura. Lizi se encargaba de cuidar la casa durante los viajes de
Morris, organizaba su agenda, se contactaba con la gente que estaba
interesada en el escritor, y se ocupaba de atender las peticiones de
Elizabeth, quien era una mujer muy exigente.
-Ella no era humilde, aunque creció en una familia de clase baja, tenía
pretensiones de una persona rica. Como si mi dinero no valiera nada,
exigía lujos a los cuales nunca quise acceder. No me interesan esas
cosas. Yo soy feliz comprando libros o cuadros que se regalan en las
ferias. Sin embargo, ella quería vestirse como la nobleza y formar parte
de la alta sociedad. Algo así no existía en mi mundo. Lizi era distinta,
era sencilla y muy corriente.
-Lizi es una mujer muy humilde, eso es cierto. -afirmé.
- Yo me aferre mucho a la señora Lizi.
Continuamos la charla mientras retornábamos a la mansión. Apenas
llegamos, bebimos unos cuantos tragos de Wiski. No era de beber, pero
ese día estaba permitido, ya que se acababa mi estadía en la mansión
del escritor. No llevamos el control de lo que bebimos, pero estaba por
anochecer cuando Morris se quedó dormido en el balcón, y yo que me
había quedado sentado a su lado, también caí en un profundo sueño.
El sonido del teléfono nos despertó, era Lizi que llamaba para
confirmar su visita para la cena de la noche. Inmediatamente, Morris y
yo fuimos a la cocina a preparar la cena. Aún estábamos bajo el efecto
del alcohol, pero debido a la genialidad del escritor pudimos preparar
la cena sin problema. Fue un momento particular y divertido, ya que
ninguno de los dos podía mantener la seriedad y el equilibrio. Cuando
llegó la señora Lizi, la mesa de la sala estaba preparada, y ambos
estábamos listos para dar comienzo a la celebración.
Esta vez no cenamos en silencio, sino que hablamos de todo, nos
reímos y seguimos bebiendo sin control. Lizi estaba tan divertida y
excitada por nuestra alegría, que nos alentaba en nuestras ocurrencias.
Hicimos cualquier tipo de payasadas, y nos burlamos de nuestras
tonterías. Morris imitaba a sus colegas, los críticos literarios que lo
habían estado juzgando por su estilo de escritura. También se burló de
mí y de Lizi. Era un buen imitador cuando estaba bajo efecto del
alcohol. Los tres terminamos tan ebrios, que ni siquiera podíamos
pronunciar una frase sin confundir una palabra.
-Quiero mostrarte algo. -me dijo entusiasmado el escritor, mientras
Lizi en la cocina intentaba preparar café.
Me levanté enseguida, y lo seguí. Bajamos las escaleras como pudimos,
y cruzamos la sala chocándonos con todo a nuestro paso, y riéndonos
de nuestro estado tan deplorable. Siguiendo un largo pasillo, nos
encontramos con dos habitaciones las cuales, me dijo Morris, siempre
conservaba cerradas bajo llave. Ingresamos a una de ellas. Todo estaba
oscuro, y los pocos muebles que se encontraban allí, estaban cubiertos
con mantas.
-Este era su cuarto. -me dijo el escritor.
-Creí que era el dormitorio en donde me instalé.
-Por supuesto que no, ella dormía aquí.
- ¿No dormían juntos?
Morris no dijo nada, y yo me disculpe por la indiscreción.
- ¿Estás preparado? -me preguntó, volviendo a presentar su sonrisa
misteriosa. Luego se acercó a uno de los muebles, y le quitó la manta
de encima. Allí estaban apilados varios cuadros. Todos eran retratos de
Elizabeth.
-Y hay muchos más en la otra habitación. -me dijo, mirándome de una
forma demencial. Realmente parecía un loco. Me asusté. Esta vez,
Morris había logrado convencerme de que quizás existía la posibilidad
de que todo fuese cierto. Tal vez la maestra tenía razón. Tal vez me
encontraba frente a un asesino. El escritor estiró su mano, y me entregó
las llaves. No sabía que hacer, estaba inmóvil, y no podía pronunciar
ni una palabra.
-Alan. -dijo, mirándome ahora como el escritor que había conocido. -
¿Estas bien?
-Sí, por supuesto. -respondí tímidamente.
Tomé las llaves e ingresé a la otra habitación. Allí encontré otros
cuadros de Elizabeth. Su rostro en distintas perspectivas denotaba la
obsesión del escritor por aquella mujer. Su belleza se reflejaba en la
delicadeza de las líneas, y de los tonos utilizados por el pintor. Morris
tenía talento, eso era innegable, pero ver tantos retratos de una misma
persona daba escalofrió.
En ese momento se escuchó la voz de Lizi que reclamaba la presencia
de Morris en la cocina, y el escritor se fue dejándome allí solo. Estaba
mareado y excitado por tanta adrenalina. Pero me había asustado la
mirada del escritor, y no podía pensar con claridad. Me senté en uno
de los sillones que allí se encontraban e intenté relajarme. Fue allí
cuando noté que detrás de la puerta había dos cuadros más.
No puedo describir la sensación que me provocó ver aquellos cuadros,
y describirlos sería imposible. Ya que no solo representaban la muerte
de Elizabeth, sino que también, uno de ellos la mostraba en un estado
de podredumbre. Semejante a un cadáver en estado de
descomposición. Como si el asesino la hubiera pintado después de
varios días de asesinarla. Los tonos sombríos y el blanco acentuaban
la espeluznante imagen. El otro, la representaba tendida en el suelo y
cubierta de sangre, con los ojos abiertos de forma espantosa, como si
estuvieran viendo el rostro de su atacante.
Fue el momento para relajarme, y pensar con claridad lo que haría. No
podía irme a esa hora de la noche y sin previo aviso, porque no sabía
cómo lo tomaría el escritor, y no estaba seguro de que fuese un
personaje inofensivo. Pero debía estar atento a todos sus movimientos.
Solté inmediatamente los cuadros, y salí de la habitación cerrando la
puerta con llave. Crucé velozmente el pasillo, y llegué a la sala. Morris
y Lizi estaban sentados en la mesa de la sala tomando café.
- ¿Dónde estabas? Se te enfría el café. -dijo el escritor.
Me senté a su lado, y tomé la taza de café entre mis manos, mientras
Lizi y Morris seguían su conversación. Ahora se veían más calmados,
como si el café los hubiera tranquilizado. Sin embargo, yo estaba
nervioso, y no podía disimularlo.
- ¿Entonces mañana es tu último día? -me preguntó Lizi.
-Supongo que sí.
-Fue una noche divertida, ¿no es cierto?
-Lo fue.
- ¿Estas bien?
-Sí, solo estoy un poco mareado.
-El café te va a hacer bien.
Morris, que me había estado observando en silencio, miró de reojo a la
señora Lizi, y luego lanzó una carcajada.
- ¿Qué sucede? -dijo Lizi confundida.
- ¿Viste los cuadros? -me preguntó Morris.
-Sí, los vi.
- ¿Y viste esos cuadros? -volvió a preguntar, y supe que se había dado
cuenta de mi descubrimiento. Tal vez si hubiera estado sobrio habría
disimulado mi miedo, pero no estaba en condiciones de controlar mis
emociones. No respondí, y Morris lanzó un suspiro.
-Lizi, tenemos que hacerlo.
-No, pero…
-Lizi es hora de contarle la verdad. Ya lo hablamos.
- ¿Qué sucede? -pregunté alterado.
-Supongo que lo descubriste todo.
-No. Todo no., -agregó Lizi. - Aún no fue a la comisaría.
-Es cierto, ¿y por qué no fuiste?
- ¿De qué están hablando?
-Alan, no te preocupes, ya lo sabemos todo. -dijo Lizi.
- ¿Qué es lo que saben?
-Lo que hablaste con la maestra, ella me lo contó.
-Entonces, -dijo Morris poniéndose de pie. - a ver por donde empiezo.
Ya sé, voy a empezar por las desapariciones. Supongo que ya te contó
sobre eso.
- ¿Y es verdad?
Lizi comenzó a reír de manera enfermiza. Era como si se estuvieran
burlando de mí.
- ¿Qué hiciste con ellos? -Vamos, voy a mostrarte algo. -dijo el escritor.
Lizi se puso de pie. Entonces no me quedó otro remedio que seguirlos.
Fuimos hasta la cocina, y Morris sacó una llave de su bolsillo.
-Ayúdame a correr la heladera. -me dijo, y le hice caso.
Detrás de ella había una puerta de acero.
-Ahora, -dijo Lizi. - vas a saberlo.
No podía creer lo que estaba viendo. El escritor había instalado un
frigorífico dentro de la mansión. Morris me dio un golpe en la espalda
para que lo acompañase a recorrer el interior de aquel espantoso lugar.
Estaba temblando, pero no por el frio, sino por el miedo que me
provocaba estar allí dentro. Y de lo que estaba a punto de descubrir.
Caminé detrás del escritor y de la señora Lizi esquivando los trozos de
carne que colgaban de unos enormes ganchos, hasta que llegamos
frente a un congelador. Entonces, el escritor me miro de manera
espeluznante, y abrió la puerta. Allí estaban los restos de sus víctimas.
Morris conservaba los cuerpos descuartizados para luego prepararlos
en sus cenas. Esas exquisitas cenas que durante muchos años habían
disfrutado los pobladores mas sofisticados del pueblo. La misma cena
que durante esos días yo también había disfrutado.
Miré a mi costado y vi el rostro de Lizi que miraba las partes de los
cuerpos de las victimas que conservaban en la heladera, con emoción,
como si se excitara con la idea de cocinarlos. Porque eso era lo que
hacían. Buscaban sus víctimas, las seducían, ganaban su confianza y
luego los asesinaban. Morris me dio otro golpe en la espalda.
-Hay algo más. -me dijo, y señaló hacia la izquierda del lugar.
Allí, en una esquina de aquel tenebroso cuarto, yacía el cuerpo de la
maestra. El cadáver estaba en estado de descomposición. Seguramente,
la habían asesinado por la mañana. No dije nada, estaba demasiado
alterado y no sabía como iba a escapar de aquellos dos asesinos.
Volvimos a la sala. Y el escritor nos sirvió mas vino.
- ¿Qué hiciste con Elizabeth? -le pregunté.
- ¿Otra vez con esa historia? Está bien, voy a decirte la verdad, pero
antes vamos a brindar.
No sé por qué brindábamos, pero no importaba. Lo único que
importaba era que Morris me había engañado. Era un asesino, y
Elizabeth había sido una de sus víctimas. Aún así quería saber cómo
había muerto. De qué manera Morris la había asesinado. Lizi leyó mi
mente, y me dijo que el escritor la había ahorcado en el sótano. Allí aún
conservaba la soga con la cual lo había hecho. No podía creer en algo
semejante, pero después de ver aquellos cuerpos descuartizados y
guardados en la heladera, podía creer en cualquier cosa. Entonces me
puse de pie ante la mirada atenta de aquellos dos personajes, y me
dirigí al sótano.
Apenas podía conservar el equilibrio, pero sabía que debía
comprobarlo. Si la soga estaba allí, Lizi decía la verdad, y Elizabeth
había muerto de la manera que me lo había imaginado. Realmente
nunca había creído la historia de Morris. Muy dentro de mí siempre
dudé de su inocencia.
Llegué al sótano. Era la primera vez que ingresaba a ese lugar. Allí
abajo todo estaba oscuro y el silencio era aterrador. Recorrí el lugar
alumbrándome solo por la luz que ingresaba del corredor, y comencé
a buscar la soga por todos los rincones. Hallé algunas cajas en las cuales
encontré recortes de diario que hablaban sobre las desapariciones, y el
rumor de que el escritor tenía algo que ver. No entendía el motivo por
el cual Morris conservaba aquellos recortes. Pero era la evidencia que
necesitaba para comprobar la veracidad de lo que la maestra me había
dicho. Me senté en el suelo, estaba cansado y resignado. Si Morris se
decidía a acabar conmigo como lo había hecho con la maestra, nunca
podría desenmascararlo. Pero cuando estaba a punto de renunciar,
noté que detrás de una de las cajas se asomaba una cuerda. Me levanté
inmediatamente y quité la caja del medio. Allí la encontré. Era la soga,
la misma soga que Morris había pintado en el cuadro, con la cual había
ahorcado a Elizabeth. La levanté del suelo, y la llevé conmigo de vuelta
hasta la sala, en donde me esperaban los dos asesinos. Estaban
tranquilos, como si no les interesara mi hallazgo o lo que podría hacer
con él. Se sentían tan impunes. Y eso era lo que más me aterraba. Arrojé
la soga sobre la mesa, ante su mirada inquisidora, y me senté frente a
ellos. Me había entregado en sus manos para que hicieran conmigo lo
que quisieran. Ya lo sabía. No tenía salida. Irme a esa hora de la noche
sería algo imposible. Ya que no tenía a quien pedir ayuda, y en el
estado en el que me encontraba no podría conducir el auto de Morris.
- ¿Me van a matar? -pregunté.
Morris me mostró su sonrisa sarcástica y, por primera vez, vi su
verdadero rostro. El rostro de un maniático. Ahora lo veía cara a cara,
como lo que realmente era. Me sentí tan decepcionado. Lizi también
sonreía. Era un verdadero demonio.
-No me vas a preguntar por qué lo hice, porqué la maté. -me dijo
Morris.
-No me interesa.
-Creí que te interesaba.
-Ya no me importa. No quiero saber nada sobre esa historia. Solo
quiero irme.
-Eso no va a ser posible, creo que ya lo sabes.
-Entonces hagan lo que tengan que hacer, y terminen con este circo.
-Lizi, por favor. -dijo Morris señalándole la soga.
La mujer levantó la soga, y la enredó entre sus manos de manera
amenazante. Quería demostrarme que podía hacerlo. Que podía
ahorcarme y encerrarme en el refrigerador para luego despedazarme y
utilizarme en una de sus cenas. Eso era lo que me esperaba, yo lo sabía.
Pero en ese momento me puse de pie, y Morris se dio cuenta de que
estaba dispuesto a enfrentarlos.
Lo último que vi, antes de caer desmayado al suelo, fue el rostro de
Lizi acercándose a mí con la soga en el cuello. Evidentemente le habían
agregado un sedante a mi copa de vino.
Eran aproximadamente las cuatro de la mañana cuando recuperé la
conciencia. Lo supe porque estaba sentado frente al reloj de la sala.
Amarrado a una silla y con una venda en la boca. Frente a mi estaban
los dos. Lizi aún sostenía la soga entre sus manos. Estaba ansiosa por
ahorcarme, pero seguramente, el escritor no se lo había permitido. El,
sin embargo, estaba tranquilo, como si matarme no fuera su verdadero
propósito. Se acercó a mi lentamente, como para que no me asustara, y
me quitó la venda de la boca.
- ¿Por qué hacen esto? -dije furioso.
-Porque necesito que entiendas
- ¿Qué tengo que entender?
-Lizi, déjanos solos.
En ese momento Lizi se alejó de la sala en dirección a la cocina.
-No entiendo, ¿qué les hice? ¿Por qué me torturan así?
-Alan, descubriste todo, te das cuenta de que no te puedo dejar ir. Pero
lo peor es que no entendiste el motivo por el cual tuve que hacerlo.
-No sabía que existía un motivo para matar a todas esas personas
inocentes.
-No estoy hablando de esas personas sino de Eliza. Con ella empezó
todo.
Entonces Morris habló. Me contó la historia desde el principio.
Elizabeth Smith no era la persona amable y educada que todos creían
conocer. Ella, según el escritor, era una mujer muy diferente a todas.
-Su belleza contrastaba con su maldad… “A veces el diablo se
disfraza de ángel de luz”
Oír de la boca de un sujeto como Morris un versículo bíblico era
repugnante. Aun así, seguí escuchando su ridícula versión. Elizabeth
Smith era hermosa, pero su alma era oscura, como si no tuviera nada
dentro de sí.
-Era un cuerpo sin alma, completamente vacío…
Su maldad produjo en Morris un cambio rotundo.
- Ella hizo que me volviera incapaz de pensar en otra cosa que en sus
ridículas pretensiones. Si realizaba esas cenas era por su maldita
obsesión de pertenecer a una clase alta, poderosa. Quería codearse con
esa gente.
Sin embargo, Morris siempre fue un inadaptado, y su intento de
pertenecer a la clase alta y distinguida de la provincia no duró
demasiado. Ya que sus libros le reclamaban tiempo y espacio.
-Esta profesión es solitaria. Yo no tenía tiempo para dedicarme a otra
cosa que no sea escribir. Pero a ella no le agradaba eso.
Las fiestas aumentaban al igual que el descontrol. La lujuria de
aquellas noches era desmedida. Bebían hasta no poder, y hablaban de
negocios.
-Mucho dinero, Alan. Mucho dinero salió de aquellas reuniones.
Dinero sucio. La noche tiene sus secretos, te lo dije el primer día en que
visitamos el pueblo.
-Dijiste; “la oscuridad también tiene sus misterios”
-Me gusta que me prestes atención. Eliza al principio me admiraba.
Compartíamos los mismos intereses en la literatura, el arte. Sin
embargo, un día me di cuenta de que había cambiado. No era la misma
niña que había conocido en la universidad. Ahora era una mujer
ambiciosa y completamente indiferente. De mí solo quería una cosa, mi
dinero y mi prestigio. Algo que también se encargó de desmoronar.
Porque ella fue quien se encargó de arruinar mi reputación en la ciudad
debido a esas fiestas que organizaba.
-Hasta ahí, comprendo todo. Pero eso podía resolverse con una simple
separación. Ya que no estaban casados. Podías haberla echado de tu
casa, y eso era suficiente.
-Eliza se metió por los poros de mi piel, se adueñó de mi mente, de mis
emociones, me controlaba los pensamientos, me organizaba los sueños,
señalaba mis días y adornaba mis noches ¿Sabes lo que es eso, Alan?
Es amor. Yo estaba enamorado de ella, tan profundamente enamorado
que no podía, por más que me estuviera clavando un puñal en el
corazón, echarla de mi casa o de mi vida. Por eso caí en sus enredos,
hasta que comprendí que ella no me amaba.
- ¿Cómo te diste cuenta?
-En una de las fiestas que organizamos apareció un hombre. Era un
joven nuevo de la ciudad, que había hecho dinero debido a una
herencia que su padre le había dejado por unas ventas de tierras
pertenecientes a la zona. Ella me convenció de invitarlo, ya que
pensaba que sería bueno incluirlo en el negocio. Y lo hice. En medio de
la fiesta, cuando la noche ya culminaba, como siempre todos borrachos
y desenfrenados, los encontré juntos en su habitación. Me engañó en
mi propia casa, después de tanto tiempo de haberle dado todo lo que
me pidió, así fue como me lo agradeció. No recuerdo muy bien que
pasó luego, pero según Lizi, que estaba allí esa noche, hice un
escándalo y todos se fueron rápidamente. Ese día no controlé mi furia
y la lastimé. Fue la primera vez que golpeaba a alguien, sobre todo a
una mujer. Nunca lo había hecho, ya que nunca fui un hombre
violento. Pero ese día estaba bajo los efectos del alcohol, y demasiado
furioso. ¿Te imaginas una situación similar? La humillación fue
insoportable.
Luego de aquel episodio, la situación entre ellos no fue la misma.
Solían discutir constantemente, hasta que Elizabeth lo amenazó con
abandonarlo. Morris no podía aceptar algo semejante, y le juró que si
intentaba hacerlo buscaría a su amante y lo asesinaría. Ella no le creyó,
y durante un viaje que el escritor hizo a Europa, Elizabeth se encontró
con su amante. Lizi la descubrió, y cuando Morris regresó se lo contó.
Esa segunda traición fue determinante para Morris.
-Una noche estábamos hablando con Lizi sobre el crimen en la calle
Morgue, de Edgar Alan Poe, y surgió la primera discusión sobre como
asesinar a alguien. Discutimos toda la noche sobre el asunto, y cada
uno daba su opinión sobre lo que sería un crimen perfecto. Esa noche,
fue la primera vez que pensé en eso.
- ¿En asesinarla?
-Hasta ese momento no lo tenía muy en claro. Sabía que quería
vengarme. Que tenía la intensa necesidad de devolverle todo el dolor
que me había hecho sentir. El amor y el odio son dos sentimientos tan
intensos y tan similares. No son opuestos, al contrario, son muy
similares. Porque ambos son destructivos. Y ella destruyó todo el amor
que yo tenía en mí.
-No entiendo, por más que quiera, esa clase de sentimiento. Es
enfermizo e inaceptable para alguien como yo.
-Pensá lo que quieras, no me interesa. Ella tenía que pagar por lo que
me hizo, y entonces surgió, por primera vez, la idea de ahorcarla y
arrojarla al rio para hacer, desde luego, que pareciera un suicidio.
- ¿Así fue cómo pasó?
Morris la llevó al sótano, después de golpearla y dejarla inconsciente,
amarró sus manos y le colocó la soga en el cuello.
-No fue difícil hacerlo, ya que ella era una mujer muy delgada.
No podía creer lo que estaba escuchando. Era la verdad. Morris era un
asesino.
- ¿Y los cuadros?
-Esa fue una forma de perpetuar su memoria. La pinté mientras
agonizaba allí en el sótano, y luego de unos días, volví a pintarla, ya
cuando era un cadáver.
- ¿Luego arrojaste su cuerpo al rio?
-Lizi se encargó de escribir su carta de suicidio. Y cuando volví de mi
viaje, la policía la encontró allí, y la enterramos en el cementerio.
-Sin embargo, dijiste que la tumba estaba vacía.
-Porque el cuerpo lo sacamos después del entierro, y lo conservamos
en el refrigerador. Y, ¿te confieso algo? Disfruté cocinarla, y comerme
su corazón.
- ¿Qué clase de persona puede hacer eso?
Morris sonrió y, en ese momento apareció Lizi. Aún sostenía la soga en
sus manos. Sabía que iba a morir.
- ¿Y la maestra? -pregunté. Pensé que si seguía hablando podía tener
más tiempo para planear como escapar.
-Yo la maté. -dijo Lizi. -Y fue un placer.
En ese momento me sentí acorralado, y sabía que si no hacía algo me
matarían. Entonces tuve una idea.
-Daniel, si me matan nadie va a creer que fue un suicidio. Tarde o
temprano, los van a descubrir, y tu imagen va a quedar devastada. Sin
embargo, podés dejarme ir y así puedo escribir una noticia sobre tu
historia. La historia de Eliza…
Morris se quedó pensativo. Quería comprender lo que le estaba
proponiendo.
-Ella fue la culpable de todo junto a Lizi. Nosotros seremos sus
víctimas.
- ¡Señor Morris no lo escuché, está diciendo locuras! -dijo Lizi alterada.
-Daniel, nadie va a salir en su defensa. Esta mujer no es nadie, nadie
la conoce. Podemos hacerlo.
Morris la miró fijamente, y Lizi comenzó a retroceder en sus pasos.
-Desatame Daniel. Vamos a hacerlo juntos. Vas a ser el héroe de esta
historia.
Morris sonrió de manera espeluznante, y se abalanzó sobre mí, ante la
atenta mirada de Lizi. Me desató, y luego salió detrás de Lizi quien
había huido a la cocina. Mientras me recuperaba, logré escuchar un
ruido seco, y supe que Morris la había alcanzado. Corrí hacia la cocina,
y allí los encontré luchando en el piso como dos animales salvajes.
Aunque Lizi era pequeña, tenía fuerza, y su locura la hacía brutal.
Inmediatamente Tomé un cuchillo, y me acerqué al escritor que estaba
a punto de asesinar a la mujer. La tenía acorralada, sujetándola del
cuello a punto de asfixiarla. Podía haber impedido que el escritor la
asesiné, pero no lo hice. Entonces cuando Morris terminó de ahorcar a
Lizi lo apuñalé por la espalda. El escritor cayó encima de la señora Lizi
e inmediatamente corrí al teléfono para llamar a la policía.
Mis manos temblaban, estaba aterrado. Solo quería que esa noche
terminara de una buena vez por todas. Eran las cinco de la mañana, y
mi estado era deplorable. En la cocina yacía el cuerpo de Lizi y, sobre
ella, el del escritor, desangrándose por la puñalada en su espalda.
Esperaba ansioso que llegara la policía, pero no sabía que decirles.
Bastaría, quizás, con mostrarle lo que había en el refrigerador.

CUERPO SIN ALMA

-Señor Morris, ¿que piensa sobre los rumores que circulan con respecto a
algunos hechos extraños ocurridos en su mansión?
- Creo, firmemente, que la gente no entiende mi arte.

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