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ERIKA.C. GUZMAN
Día 1
Día 2
Era una mañana tranquila. Una leve y cálida brisa recorría la mansión.
A penas me desperté, Morris me estaba esperando para que lo
acompañe a recorrer su terreno. Me llevó hasta la orilla de un pequeño
lago que se encontraba cruzando todo un enorme pastizal. Allí estaba
su bote, el cual utilizaríamos para recorrer el lago. Nunca había visto
agua tan cristalina como aquella. Semejante a un espejo, se reflejaba
claramente el cielo en el rio. Era un espectáculo estar allí navegando en
aquel paraíso. Morris navegó hasta el otro lado de la orilla. Desde allí
se podía distinguir la enorme mansión. Como no acostumbrarse a vivir
en un lugar semejante, pensaba. En ese momento comprendí que no
había un lugar mejor para un escritor como él.
-Entonces, -dijo, rompiendo al fin el silencio. - voy a contarte la historia
de la mujer del cuadro. Ella fue real, existió. Vivió junto a mí en la
mansión durante cinco años. La conocí en la universidad mientras
estudiaba literatura. Fue muy importante para mí, y supongo que lo
seguirá siendo. Pero como toda gran historia tuvo un final.
- ¿Y qué sucedió con ella? ¿se fue? ¿te abandonó?
-Ella…murió.
- ¿Murió? ¿Y cómo murió?
-La ahorqué y la arrojé aquí, en este mismo lugar. -dijo, mirándome
fijamente a los ojos, como lo había hecho mientras cocinaba.
Iba a responder, iba a decir algo, pero no pude pronunciar ninguna
palabra. Di una mirada rápida a mi alrededor, y comprendí que estaba
atrapado. Pero antes de que pudiera reaccionar, Morris lanzó un aguda
y hostil carcajada que me erizó la piel.
- ¿Lo creíste? -dijo, burlándose de mí.
No dije nada. Qué podía decir. A cada instante dudaba más de la
cordura de mi compañero.
- ¿Qué crees que le pasó? -me preguntó.
-No sé. No soy adivino.
- ¿Y por qué tanta amargura? Solo fue una broma. Por favor, ¿podes
imaginar algo? ¿algún final para esa mujer?
-Ella nunca existió. - dije enfurecido.
-Por supuesto que existió. Tengo muchas fotos de ella que luego voy a
mostrarte.
-Está bien, supongamos que la mataste y la arrojaste al rio. ¿Qué pasó
luego? ¿ella no tenía familia? ¿nadie la buscó?
-No, ella no tenía a nadie.
En ese instante recordé que antes de decidir instalarme en su mansión
había investigado, además de la historia del escritor, la zona en donde
vivía.
-Daniel, te parece que siendo periodista no me informé sobre esta
zona. Sé muy bien que este rio se seca durante el verano. Asique si
hubieras arrojado el cadáver de la mujer aquí, seguramente ya lo
hubieran descubierto.
-Por favor, Alan. Crees que soy tan estúpido como para arrojar su
cadáver aquí. Quizás lo enterré en mi mansión, justo debajo de tu cama.
Ya que ella dormía en la habitación que te ofrecí.
-Eso es imposible debido al material con el cual se construyó tu
mansión.
-Entonces si no la arrojé al rio ni la enterré debajo de la cama, ¿qué
pudo haberle pasado?
-Quizás solo se fue, como lo hizo Lizi. O, quizás haga su vida en otra
parte, muy lejos de aquí.
-Quizás. -repitió Morris con un tono sombrío. El escritor volvió a
tomar los remos e hizo girar el bote, para partir nuevamente rumbo a
la mansión. Cuando regresamos, me llevó hasta su oficina y me entregó
una caja. Luego se marchó sin decir una palabra.
Me senté sobre el sillón extasiado y alterado por aquella extraña
situación. Y luego de reflexionar por unos minutos, abrí la caja. Allí
estaban las fotos de la mujer del cuadro. Tenía razón, ella era real.
Casi a las siete de la tarde, el escritor golpeó la puerta de mi habitación
para notificarme que la cena estaba lista. Bajé inmediatamente con la
prisa que provoca el vacío del estómago, y me senté cómodamente en
la mesa. Morris sirvió la cena con placer, y luego rompió el silencio.
- ¿Viste las fotos? -me preguntó.
-Sí, las vi. Es la misma mujer. Pero quién sabe.
-Alan, ¿te diste cuenta de lo que hicimos hoy allí en el rio?
-No, ¿qué hicimos?
-Hicimos literatura.
Morris bajó la vista y comenzó a comer. Yo lo imité, feliz de haber
descubierto el velo de mis ojos.
Día 3
Sábado
Lizi aprendió a cocinar gracias a Morris, antes solo era una simple
empleada doméstica. Pero el entusiasmo y el talento de Morris en la
cocina impresionó a la mujer, quien inmediatamente se volvió su mejor
aprendiz. Eran confidentes, inseparables y cómplices en toda clase de
aventura. Lizi se encargaba de cuidar la casa durante los viajes de
Morris, organizaba su agenda, se contactaba con la gente que estaba
interesada en el escritor, y se ocupaba de atender las peticiones de
Elizabeth, quien era una mujer muy exigente.
-Ella no era humilde, aunque creció en una familia de clase baja, tenía
pretensiones de una persona rica. Como si mi dinero no valiera nada,
exigía lujos a los cuales nunca quise acceder. No me interesan esas
cosas. Yo soy feliz comprando libros o cuadros que se regalan en las
ferias. Sin embargo, ella quería vestirse como la nobleza y formar parte
de la alta sociedad. Algo así no existía en mi mundo. Lizi era distinta,
era sencilla y muy corriente.
-Lizi es una mujer muy humilde, eso es cierto. -afirmé.
- Yo me aferre mucho a la señora Lizi.
Continuamos la charla mientras retornábamos a la mansión. Apenas
llegamos, bebimos unos cuantos tragos de Wiski. No era de beber, pero
ese día estaba permitido, ya que se acababa mi estadía en la mansión
del escritor. No llevamos el control de lo que bebimos, pero estaba por
anochecer cuando Morris se quedó dormido en el balcón, y yo que me
había quedado sentado a su lado, también caí en un profundo sueño.
El sonido del teléfono nos despertó, era Lizi que llamaba para
confirmar su visita para la cena de la noche. Inmediatamente, Morris y
yo fuimos a la cocina a preparar la cena. Aún estábamos bajo el efecto
del alcohol, pero debido a la genialidad del escritor pudimos preparar
la cena sin problema. Fue un momento particular y divertido, ya que
ninguno de los dos podía mantener la seriedad y el equilibrio. Cuando
llegó la señora Lizi, la mesa de la sala estaba preparada, y ambos
estábamos listos para dar comienzo a la celebración.
Esta vez no cenamos en silencio, sino que hablamos de todo, nos
reímos y seguimos bebiendo sin control. Lizi estaba tan divertida y
excitada por nuestra alegría, que nos alentaba en nuestras ocurrencias.
Hicimos cualquier tipo de payasadas, y nos burlamos de nuestras
tonterías. Morris imitaba a sus colegas, los críticos literarios que lo
habían estado juzgando por su estilo de escritura. También se burló de
mí y de Lizi. Era un buen imitador cuando estaba bajo efecto del
alcohol. Los tres terminamos tan ebrios, que ni siquiera podíamos
pronunciar una frase sin confundir una palabra.
-Quiero mostrarte algo. -me dijo entusiasmado el escritor, mientras
Lizi en la cocina intentaba preparar café.
Me levanté enseguida, y lo seguí. Bajamos las escaleras como pudimos,
y cruzamos la sala chocándonos con todo a nuestro paso, y riéndonos
de nuestro estado tan deplorable. Siguiendo un largo pasillo, nos
encontramos con dos habitaciones las cuales, me dijo Morris, siempre
conservaba cerradas bajo llave. Ingresamos a una de ellas. Todo estaba
oscuro, y los pocos muebles que se encontraban allí, estaban cubiertos
con mantas.
-Este era su cuarto. -me dijo el escritor.
-Creí que era el dormitorio en donde me instalé.
-Por supuesto que no, ella dormía aquí.
- ¿No dormían juntos?
Morris no dijo nada, y yo me disculpe por la indiscreción.
- ¿Estás preparado? -me preguntó, volviendo a presentar su sonrisa
misteriosa. Luego se acercó a uno de los muebles, y le quitó la manta
de encima. Allí estaban apilados varios cuadros. Todos eran retratos de
Elizabeth.
-Y hay muchos más en la otra habitación. -me dijo, mirándome de una
forma demencial. Realmente parecía un loco. Me asusté. Esta vez,
Morris había logrado convencerme de que quizás existía la posibilidad
de que todo fuese cierto. Tal vez la maestra tenía razón. Tal vez me
encontraba frente a un asesino. El escritor estiró su mano, y me entregó
las llaves. No sabía que hacer, estaba inmóvil, y no podía pronunciar
ni una palabra.
-Alan. -dijo, mirándome ahora como el escritor que había conocido. -
¿Estas bien?
-Sí, por supuesto. -respondí tímidamente.
Tomé las llaves e ingresé a la otra habitación. Allí encontré otros
cuadros de Elizabeth. Su rostro en distintas perspectivas denotaba la
obsesión del escritor por aquella mujer. Su belleza se reflejaba en la
delicadeza de las líneas, y de los tonos utilizados por el pintor. Morris
tenía talento, eso era innegable, pero ver tantos retratos de una misma
persona daba escalofrió.
En ese momento se escuchó la voz de Lizi que reclamaba la presencia
de Morris en la cocina, y el escritor se fue dejándome allí solo. Estaba
mareado y excitado por tanta adrenalina. Pero me había asustado la
mirada del escritor, y no podía pensar con claridad. Me senté en uno
de los sillones que allí se encontraban e intenté relajarme. Fue allí
cuando noté que detrás de la puerta había dos cuadros más.
No puedo describir la sensación que me provocó ver aquellos cuadros,
y describirlos sería imposible. Ya que no solo representaban la muerte
de Elizabeth, sino que también, uno de ellos la mostraba en un estado
de podredumbre. Semejante a un cadáver en estado de
descomposición. Como si el asesino la hubiera pintado después de
varios días de asesinarla. Los tonos sombríos y el blanco acentuaban
la espeluznante imagen. El otro, la representaba tendida en el suelo y
cubierta de sangre, con los ojos abiertos de forma espantosa, como si
estuvieran viendo el rostro de su atacante.
Fue el momento para relajarme, y pensar con claridad lo que haría. No
podía irme a esa hora de la noche y sin previo aviso, porque no sabía
cómo lo tomaría el escritor, y no estaba seguro de que fuese un
personaje inofensivo. Pero debía estar atento a todos sus movimientos.
Solté inmediatamente los cuadros, y salí de la habitación cerrando la
puerta con llave. Crucé velozmente el pasillo, y llegué a la sala. Morris
y Lizi estaban sentados en la mesa de la sala tomando café.
- ¿Dónde estabas? Se te enfría el café. -dijo el escritor.
Me senté a su lado, y tomé la taza de café entre mis manos, mientras
Lizi y Morris seguían su conversación. Ahora se veían más calmados,
como si el café los hubiera tranquilizado. Sin embargo, yo estaba
nervioso, y no podía disimularlo.
- ¿Entonces mañana es tu último día? -me preguntó Lizi.
-Supongo que sí.
-Fue una noche divertida, ¿no es cierto?
-Lo fue.
- ¿Estas bien?
-Sí, solo estoy un poco mareado.
-El café te va a hacer bien.
Morris, que me había estado observando en silencio, miró de reojo a la
señora Lizi, y luego lanzó una carcajada.
- ¿Qué sucede? -dijo Lizi confundida.
- ¿Viste los cuadros? -me preguntó Morris.
-Sí, los vi.
- ¿Y viste esos cuadros? -volvió a preguntar, y supe que se había dado
cuenta de mi descubrimiento. Tal vez si hubiera estado sobrio habría
disimulado mi miedo, pero no estaba en condiciones de controlar mis
emociones. No respondí, y Morris lanzó un suspiro.
-Lizi, tenemos que hacerlo.
-No, pero…
-Lizi es hora de contarle la verdad. Ya lo hablamos.
- ¿Qué sucede? -pregunté alterado.
-Supongo que lo descubriste todo.
-No. Todo no., -agregó Lizi. - Aún no fue a la comisaría.
-Es cierto, ¿y por qué no fuiste?
- ¿De qué están hablando?
-Alan, no te preocupes, ya lo sabemos todo. -dijo Lizi.
- ¿Qué es lo que saben?
-Lo que hablaste con la maestra, ella me lo contó.
-Entonces, -dijo Morris poniéndose de pie. - a ver por donde empiezo.
Ya sé, voy a empezar por las desapariciones. Supongo que ya te contó
sobre eso.
- ¿Y es verdad?
Lizi comenzó a reír de manera enfermiza. Era como si se estuvieran
burlando de mí.
- ¿Qué hiciste con ellos? -Vamos, voy a mostrarte algo. -dijo el escritor.
Lizi se puso de pie. Entonces no me quedó otro remedio que seguirlos.
Fuimos hasta la cocina, y Morris sacó una llave de su bolsillo.
-Ayúdame a correr la heladera. -me dijo, y le hice caso.
Detrás de ella había una puerta de acero.
-Ahora, -dijo Lizi. - vas a saberlo.
No podía creer lo que estaba viendo. El escritor había instalado un
frigorífico dentro de la mansión. Morris me dio un golpe en la espalda
para que lo acompañase a recorrer el interior de aquel espantoso lugar.
Estaba temblando, pero no por el frio, sino por el miedo que me
provocaba estar allí dentro. Y de lo que estaba a punto de descubrir.
Caminé detrás del escritor y de la señora Lizi esquivando los trozos de
carne que colgaban de unos enormes ganchos, hasta que llegamos
frente a un congelador. Entonces, el escritor me miro de manera
espeluznante, y abrió la puerta. Allí estaban los restos de sus víctimas.
Morris conservaba los cuerpos descuartizados para luego prepararlos
en sus cenas. Esas exquisitas cenas que durante muchos años habían
disfrutado los pobladores mas sofisticados del pueblo. La misma cena
que durante esos días yo también había disfrutado.
Miré a mi costado y vi el rostro de Lizi que miraba las partes de los
cuerpos de las victimas que conservaban en la heladera, con emoción,
como si se excitara con la idea de cocinarlos. Porque eso era lo que
hacían. Buscaban sus víctimas, las seducían, ganaban su confianza y
luego los asesinaban. Morris me dio otro golpe en la espalda.
-Hay algo más. -me dijo, y señaló hacia la izquierda del lugar.
Allí, en una esquina de aquel tenebroso cuarto, yacía el cuerpo de la
maestra. El cadáver estaba en estado de descomposición. Seguramente,
la habían asesinado por la mañana. No dije nada, estaba demasiado
alterado y no sabía como iba a escapar de aquellos dos asesinos.
Volvimos a la sala. Y el escritor nos sirvió mas vino.
- ¿Qué hiciste con Elizabeth? -le pregunté.
- ¿Otra vez con esa historia? Está bien, voy a decirte la verdad, pero
antes vamos a brindar.
No sé por qué brindábamos, pero no importaba. Lo único que
importaba era que Morris me había engañado. Era un asesino, y
Elizabeth había sido una de sus víctimas. Aún así quería saber cómo
había muerto. De qué manera Morris la había asesinado. Lizi leyó mi
mente, y me dijo que el escritor la había ahorcado en el sótano. Allí aún
conservaba la soga con la cual lo había hecho. No podía creer en algo
semejante, pero después de ver aquellos cuerpos descuartizados y
guardados en la heladera, podía creer en cualquier cosa. Entonces me
puse de pie ante la mirada atenta de aquellos dos personajes, y me
dirigí al sótano.
Apenas podía conservar el equilibrio, pero sabía que debía
comprobarlo. Si la soga estaba allí, Lizi decía la verdad, y Elizabeth
había muerto de la manera que me lo había imaginado. Realmente
nunca había creído la historia de Morris. Muy dentro de mí siempre
dudé de su inocencia.
Llegué al sótano. Era la primera vez que ingresaba a ese lugar. Allí
abajo todo estaba oscuro y el silencio era aterrador. Recorrí el lugar
alumbrándome solo por la luz que ingresaba del corredor, y comencé
a buscar la soga por todos los rincones. Hallé algunas cajas en las cuales
encontré recortes de diario que hablaban sobre las desapariciones, y el
rumor de que el escritor tenía algo que ver. No entendía el motivo por
el cual Morris conservaba aquellos recortes. Pero era la evidencia que
necesitaba para comprobar la veracidad de lo que la maestra me había
dicho. Me senté en el suelo, estaba cansado y resignado. Si Morris se
decidía a acabar conmigo como lo había hecho con la maestra, nunca
podría desenmascararlo. Pero cuando estaba a punto de renunciar,
noté que detrás de una de las cajas se asomaba una cuerda. Me levanté
inmediatamente y quité la caja del medio. Allí la encontré. Era la soga,
la misma soga que Morris había pintado en el cuadro, con la cual había
ahorcado a Elizabeth. La levanté del suelo, y la llevé conmigo de vuelta
hasta la sala, en donde me esperaban los dos asesinos. Estaban
tranquilos, como si no les interesara mi hallazgo o lo que podría hacer
con él. Se sentían tan impunes. Y eso era lo que más me aterraba. Arrojé
la soga sobre la mesa, ante su mirada inquisidora, y me senté frente a
ellos. Me había entregado en sus manos para que hicieran conmigo lo
que quisieran. Ya lo sabía. No tenía salida. Irme a esa hora de la noche
sería algo imposible. Ya que no tenía a quien pedir ayuda, y en el
estado en el que me encontraba no podría conducir el auto de Morris.
- ¿Me van a matar? -pregunté.
Morris me mostró su sonrisa sarcástica y, por primera vez, vi su
verdadero rostro. El rostro de un maniático. Ahora lo veía cara a cara,
como lo que realmente era. Me sentí tan decepcionado. Lizi también
sonreía. Era un verdadero demonio.
-No me vas a preguntar por qué lo hice, porqué la maté. -me dijo
Morris.
-No me interesa.
-Creí que te interesaba.
-Ya no me importa. No quiero saber nada sobre esa historia. Solo
quiero irme.
-Eso no va a ser posible, creo que ya lo sabes.
-Entonces hagan lo que tengan que hacer, y terminen con este circo.
-Lizi, por favor. -dijo Morris señalándole la soga.
La mujer levantó la soga, y la enredó entre sus manos de manera
amenazante. Quería demostrarme que podía hacerlo. Que podía
ahorcarme y encerrarme en el refrigerador para luego despedazarme y
utilizarme en una de sus cenas. Eso era lo que me esperaba, yo lo sabía.
Pero en ese momento me puse de pie, y Morris se dio cuenta de que
estaba dispuesto a enfrentarlos.
Lo último que vi, antes de caer desmayado al suelo, fue el rostro de
Lizi acercándose a mí con la soga en el cuello. Evidentemente le habían
agregado un sedante a mi copa de vino.
Eran aproximadamente las cuatro de la mañana cuando recuperé la
conciencia. Lo supe porque estaba sentado frente al reloj de la sala.
Amarrado a una silla y con una venda en la boca. Frente a mi estaban
los dos. Lizi aún sostenía la soga entre sus manos. Estaba ansiosa por
ahorcarme, pero seguramente, el escritor no se lo había permitido. El,
sin embargo, estaba tranquilo, como si matarme no fuera su verdadero
propósito. Se acercó a mi lentamente, como para que no me asustara, y
me quitó la venda de la boca.
- ¿Por qué hacen esto? -dije furioso.
-Porque necesito que entiendas
- ¿Qué tengo que entender?
-Lizi, déjanos solos.
En ese momento Lizi se alejó de la sala en dirección a la cocina.
-No entiendo, ¿qué les hice? ¿Por qué me torturan así?
-Alan, descubriste todo, te das cuenta de que no te puedo dejar ir. Pero
lo peor es que no entendiste el motivo por el cual tuve que hacerlo.
-No sabía que existía un motivo para matar a todas esas personas
inocentes.
-No estoy hablando de esas personas sino de Eliza. Con ella empezó
todo.
Entonces Morris habló. Me contó la historia desde el principio.
Elizabeth Smith no era la persona amable y educada que todos creían
conocer. Ella, según el escritor, era una mujer muy diferente a todas.
-Su belleza contrastaba con su maldad… “A veces el diablo se
disfraza de ángel de luz”
Oír de la boca de un sujeto como Morris un versículo bíblico era
repugnante. Aun así, seguí escuchando su ridícula versión. Elizabeth
Smith era hermosa, pero su alma era oscura, como si no tuviera nada
dentro de sí.
-Era un cuerpo sin alma, completamente vacío…
Su maldad produjo en Morris un cambio rotundo.
- Ella hizo que me volviera incapaz de pensar en otra cosa que en sus
ridículas pretensiones. Si realizaba esas cenas era por su maldita
obsesión de pertenecer a una clase alta, poderosa. Quería codearse con
esa gente.
Sin embargo, Morris siempre fue un inadaptado, y su intento de
pertenecer a la clase alta y distinguida de la provincia no duró
demasiado. Ya que sus libros le reclamaban tiempo y espacio.
-Esta profesión es solitaria. Yo no tenía tiempo para dedicarme a otra
cosa que no sea escribir. Pero a ella no le agradaba eso.
Las fiestas aumentaban al igual que el descontrol. La lujuria de
aquellas noches era desmedida. Bebían hasta no poder, y hablaban de
negocios.
-Mucho dinero, Alan. Mucho dinero salió de aquellas reuniones.
Dinero sucio. La noche tiene sus secretos, te lo dije el primer día en que
visitamos el pueblo.
-Dijiste; “la oscuridad también tiene sus misterios”
-Me gusta que me prestes atención. Eliza al principio me admiraba.
Compartíamos los mismos intereses en la literatura, el arte. Sin
embargo, un día me di cuenta de que había cambiado. No era la misma
niña que había conocido en la universidad. Ahora era una mujer
ambiciosa y completamente indiferente. De mí solo quería una cosa, mi
dinero y mi prestigio. Algo que también se encargó de desmoronar.
Porque ella fue quien se encargó de arruinar mi reputación en la ciudad
debido a esas fiestas que organizaba.
-Hasta ahí, comprendo todo. Pero eso podía resolverse con una simple
separación. Ya que no estaban casados. Podías haberla echado de tu
casa, y eso era suficiente.
-Eliza se metió por los poros de mi piel, se adueñó de mi mente, de mis
emociones, me controlaba los pensamientos, me organizaba los sueños,
señalaba mis días y adornaba mis noches ¿Sabes lo que es eso, Alan?
Es amor. Yo estaba enamorado de ella, tan profundamente enamorado
que no podía, por más que me estuviera clavando un puñal en el
corazón, echarla de mi casa o de mi vida. Por eso caí en sus enredos,
hasta que comprendí que ella no me amaba.
- ¿Cómo te diste cuenta?
-En una de las fiestas que organizamos apareció un hombre. Era un
joven nuevo de la ciudad, que había hecho dinero debido a una
herencia que su padre le había dejado por unas ventas de tierras
pertenecientes a la zona. Ella me convenció de invitarlo, ya que
pensaba que sería bueno incluirlo en el negocio. Y lo hice. En medio de
la fiesta, cuando la noche ya culminaba, como siempre todos borrachos
y desenfrenados, los encontré juntos en su habitación. Me engañó en
mi propia casa, después de tanto tiempo de haberle dado todo lo que
me pidió, así fue como me lo agradeció. No recuerdo muy bien que
pasó luego, pero según Lizi, que estaba allí esa noche, hice un
escándalo y todos se fueron rápidamente. Ese día no controlé mi furia
y la lastimé. Fue la primera vez que golpeaba a alguien, sobre todo a
una mujer. Nunca lo había hecho, ya que nunca fui un hombre
violento. Pero ese día estaba bajo los efectos del alcohol, y demasiado
furioso. ¿Te imaginas una situación similar? La humillación fue
insoportable.
Luego de aquel episodio, la situación entre ellos no fue la misma.
Solían discutir constantemente, hasta que Elizabeth lo amenazó con
abandonarlo. Morris no podía aceptar algo semejante, y le juró que si
intentaba hacerlo buscaría a su amante y lo asesinaría. Ella no le creyó,
y durante un viaje que el escritor hizo a Europa, Elizabeth se encontró
con su amante. Lizi la descubrió, y cuando Morris regresó se lo contó.
Esa segunda traición fue determinante para Morris.
-Una noche estábamos hablando con Lizi sobre el crimen en la calle
Morgue, de Edgar Alan Poe, y surgió la primera discusión sobre como
asesinar a alguien. Discutimos toda la noche sobre el asunto, y cada
uno daba su opinión sobre lo que sería un crimen perfecto. Esa noche,
fue la primera vez que pensé en eso.
- ¿En asesinarla?
-Hasta ese momento no lo tenía muy en claro. Sabía que quería
vengarme. Que tenía la intensa necesidad de devolverle todo el dolor
que me había hecho sentir. El amor y el odio son dos sentimientos tan
intensos y tan similares. No son opuestos, al contrario, son muy
similares. Porque ambos son destructivos. Y ella destruyó todo el amor
que yo tenía en mí.
-No entiendo, por más que quiera, esa clase de sentimiento. Es
enfermizo e inaceptable para alguien como yo.
-Pensá lo que quieras, no me interesa. Ella tenía que pagar por lo que
me hizo, y entonces surgió, por primera vez, la idea de ahorcarla y
arrojarla al rio para hacer, desde luego, que pareciera un suicidio.
- ¿Así fue cómo pasó?
Morris la llevó al sótano, después de golpearla y dejarla inconsciente,
amarró sus manos y le colocó la soga en el cuello.
-No fue difícil hacerlo, ya que ella era una mujer muy delgada.
No podía creer lo que estaba escuchando. Era la verdad. Morris era un
asesino.
- ¿Y los cuadros?
-Esa fue una forma de perpetuar su memoria. La pinté mientras
agonizaba allí en el sótano, y luego de unos días, volví a pintarla, ya
cuando era un cadáver.
- ¿Luego arrojaste su cuerpo al rio?
-Lizi se encargó de escribir su carta de suicidio. Y cuando volví de mi
viaje, la policía la encontró allí, y la enterramos en el cementerio.
-Sin embargo, dijiste que la tumba estaba vacía.
-Porque el cuerpo lo sacamos después del entierro, y lo conservamos
en el refrigerador. Y, ¿te confieso algo? Disfruté cocinarla, y comerme
su corazón.
- ¿Qué clase de persona puede hacer eso?
Morris sonrió y, en ese momento apareció Lizi. Aún sostenía la soga en
sus manos. Sabía que iba a morir.
- ¿Y la maestra? -pregunté. Pensé que si seguía hablando podía tener
más tiempo para planear como escapar.
-Yo la maté. -dijo Lizi. -Y fue un placer.
En ese momento me sentí acorralado, y sabía que si no hacía algo me
matarían. Entonces tuve una idea.
-Daniel, si me matan nadie va a creer que fue un suicidio. Tarde o
temprano, los van a descubrir, y tu imagen va a quedar devastada. Sin
embargo, podés dejarme ir y así puedo escribir una noticia sobre tu
historia. La historia de Eliza…
Morris se quedó pensativo. Quería comprender lo que le estaba
proponiendo.
-Ella fue la culpable de todo junto a Lizi. Nosotros seremos sus
víctimas.
- ¡Señor Morris no lo escuché, está diciendo locuras! -dijo Lizi alterada.
-Daniel, nadie va a salir en su defensa. Esta mujer no es nadie, nadie
la conoce. Podemos hacerlo.
Morris la miró fijamente, y Lizi comenzó a retroceder en sus pasos.
-Desatame Daniel. Vamos a hacerlo juntos. Vas a ser el héroe de esta
historia.
Morris sonrió de manera espeluznante, y se abalanzó sobre mí, ante la
atenta mirada de Lizi. Me desató, y luego salió detrás de Lizi quien
había huido a la cocina. Mientras me recuperaba, logré escuchar un
ruido seco, y supe que Morris la había alcanzado. Corrí hacia la cocina,
y allí los encontré luchando en el piso como dos animales salvajes.
Aunque Lizi era pequeña, tenía fuerza, y su locura la hacía brutal.
Inmediatamente Tomé un cuchillo, y me acerqué al escritor que estaba
a punto de asesinar a la mujer. La tenía acorralada, sujetándola del
cuello a punto de asfixiarla. Podía haber impedido que el escritor la
asesiné, pero no lo hice. Entonces cuando Morris terminó de ahorcar a
Lizi lo apuñalé por la espalda. El escritor cayó encima de la señora Lizi
e inmediatamente corrí al teléfono para llamar a la policía.
Mis manos temblaban, estaba aterrado. Solo quería que esa noche
terminara de una buena vez por todas. Eran las cinco de la mañana, y
mi estado era deplorable. En la cocina yacía el cuerpo de Lizi y, sobre
ella, el del escritor, desangrándose por la puñalada en su espalda.
Esperaba ansioso que llegara la policía, pero no sabía que decirles.
Bastaría, quizás, con mostrarle lo que había en el refrigerador.
-Señor Morris, ¿que piensa sobre los rumores que circulan con respecto a
algunos hechos extraños ocurridos en su mansión?
- Creo, firmemente, que la gente no entiende mi arte.