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SEGUNDA PARTE

DESDE c. 1808 H A ST A c. 1875

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LA INDEPENDENCIA, 1808-1825

El c o l a p s o d e l ré g im e n e s p a ñ o l, 1808-1810

E N T R E 1780 Y 1808, las elites criollas ac en tu aro n sus críticas contra el régim en

español. Los ab o g ad o s criollos eran conscientes de q u e los m ás altos cargos en el


gobierno se reserv ab an de preferencia a los españoles. A dem ás, ten d ían a perci­
bir a los funcionarios p en in su lares com o arrogantes, m al p re p ara d o s, incom pe­
tentes e insensibles a las necesidades locales. A veces se expresaba un desprecio
m u tu o en tre algunos funcionarios españoles y los criollos, cuya form ación u n i­
versitaria les perm itía a sp ira r a em pleos en el gobierno. A su vez, ya en 1808
los com erciantes conocían m uy bien las desventajas de o p erar com o parte de
un sistem a im perial d em asiad o débil para defen d er los intereses com erciales
d e su s ciu d ad an o s. Los criollos ed u cad o s estaban al tanto d e las revoluciones
estad o u n id e n se y francesa, y algunos qu erían em u lar lo q u e se conocía com o el
sistem a d e Filadelfia. A dem ás, p o r lo m enos en Santa Fe, los criollos desconfia­
ban d e los españoles p o r la represión arbitraria que ejercieron d u ra n te la crisis
de 1794-1795.
Pero, p o r lo general, el descontento de los criollos con E spaña y los esp a­
ñoles yacía latente bajo la superficie. A u n q u e algunas fuentes históricas señalan
cierto an tag o n ism o en tre los criollos y los inm igrantes peninsulares, m uchos
hispan o am erican o s notables tenían padres, tíos o cu ñ ad o s españoles, y unos y
otros pertenecían a la clase d om inante. Solo en m om entos de crisis salía a la luz
esa sospecha m u tu a en tre los bu ró cratas españoles y las elites criollas. C uando
los funcionarios reales b uscaban el apoyo de los inm igrantes españoles com o

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aliados contra los criollos, la indignación de estos contra el régim en se extendía


a todos los peninsulares sin distinción.
Sin em bargo, el m ovim iento decisivo para sep ararse d e E spaña se dio so­
lam ente com o reacción a sucesos exernos. La in d ep en d en cia d e la N u ev a G ra­
nada, al igual que la del resto de H ispanoam érica, fue p re cip ita d a por la crisis
y luego la desaparición de la m onarquía española. D u ra n te varios años h ubo
claros indicios de debilidad y corrupción en el corazón de la m onarquía. A C ar­
los IV se le consideraba un rey débil, dom inado por M anuel G odoy, su m inistro
de confianza d esde 1793. G odoy era m al visto por g ran p arte de la aristocracia
española por no ser de cuna noble; m uchos otros tam bién lo criticaban p o r con­
siderarlo responsable de la política de conciliación y alianza con N apoleón. En
1801 y en 1807, G odoy hizo alianzas con N apoleón para atacar a P ortugal. En
noviem bre de 1807, la C orona española perm itió que el ejército francés, em p e ñ a ­
do en conquistar Portugal, atravesara el territorio español. D espués d e avasallar
a Portugal las tropas francesas perm anecieron en E spaña, y en m arzo d e 1808
m ás de 100.000 soldados ocuparon el territorio al n o rte del Ebro, región que
N apoleón exigió que fuera cedida a Francia. C on el trasfo n d o de esta am enaza
contra la soberanía española, un levantam iento p o p u lar encabezado por nobles
en A ranjuez produjo el arresto de G odoy, la renuncia de C arlos iv al trono y el
ascenso al p o d er de su hijo F ernando. Pronto N apoleón som etió tanto a C arlos
IV com o a Fernando vii, y en m ayo de 1808 les exigió a am bos q u e le cedieran el
trono de España. El intento de N apoleón de ap o d e rarse de la península desató
una resistencia generalizada en España, capitaneada p o r ju n tas locales.
Según fuentes de la época, algunos criollos bien in fo rm ad o s p o r la lectura
de periódicos europeos y el intercam bio de ideas en las tertu lias sabían d e los
problem as que afrontaba la m onarquía española incluso antes d e q u e N apoleón
diera el zarpazo. Con todo, tanto los criollos notables com o el resto d e la p obla­
ción se escandalizaron al enterarse de la detención de los m onarcas españoles,
noticia que llegó a Santa Fe en agosto de 1808. A com ienzos d e septiem bre, el vi­
rrey A ntonio A m ar y Borbón convocó una reunión d e notables españoles y crio­
llos para reconocer la au to rid ad de la Junta de Sevilla, en ausencia del cautivo
Fernando vii. La elite criolla, tan atónita por estos sucesos com o sus gobernantes
españoles, tam bién reconoció a la Junta de Sevilla y ap o rtó m edio m illón de pe­
sos para sostener la guerra contra los franceses. El cabildo de Santa Fe, presidido
por el alcalde José A cevedo y G óm ez, incorporó al em isario d e Sevilla com o
regidor. Adem ás, todos los notables, tanto criollos com o españoles, portaban
m edallas de plata para m anifestar su lealtad a F ernando vii.
Sin em bargo, ya existían algunos indicios de tensión en tre los funcionarios
españoles y las elites criollas. A algunos de los criollos q u e asistieron a la reunión
de septiem bre les m olestó la afirm ación de au to rid ad d e la Junta de Sevilla so­
bre H ispanoam érica, la arrogancia del representante sevillano y la convocatoria
del virrey a una reunión en la que no se les perm itió hablar. (M ás tarde, uno de

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f I SIXIKJA nr: G n omhia. I ’ ais i RACMi:\r\rx'), síx urjAO d ivid id a 149

ellos dijo qu e en ese m o m ento había q u erid o convocar u n a junta en Santa Fe). El
cabildo, d o m in ad o p o r criollos, tam bién p ro p u so q u e el juram ento de lealtad a
F ernando vii fuera ex p resad o p o r un notable hispanoam ericano, pero la A u d ien ­
cia le confirió este h o n o r a un español. C uando los líderes criollos p ro p u siero n
la form ación d e n u ev a s m ilicias locales para d efender el reino, el virrey se negó,
pues tem ía q u e se v olviesen en su contra. No obstante, a p artir de septiem bre de
1808, los criollos n eo g ran ad in o s parecen haber q u erid o ap o y ar a E spaña y a su
fam ilia real co n tra el enem igo francés.
Pero las d iv ersas ju n tas en España no p u d iero n conservar la lealtad crio­
lla d u ra n te m u ch o tiem po. Si la desaparición del rey justificaba la creación de
juntas en E spaña, ¿p o r q u é no habrían de crearse ju n tas autónom as tam bién en
H ispanoam érica? A d em ás, la a u to rid a d de los gobiernos ad hoc en la península
se veía m in ad a p o r su m ism a precariedad. Pese a algunas victorias significativas
contra los franceses a m ed iad o s de 1808, hacia fines de ese año el ejército francés,
por entonces con 300.000 efectivos, dom inaba gran p arte de la península. En d i­
ciem bre de 1808, los franceses se tom aron M adrid y obligaron a la Junta C entral
de A ranjuez a esc ap ar a Sevilla; m ás tarde, la Junta C entral tuvo que h u ir aú n
m ás al sur, a C ádiz, y to do pareció indicar que m uy p ro n to se vería expulsada
del to d o de España.
La cred ib ilid ad d e la Junta C entral sufrió aú n m ás p o r su em peño en im ­
p ed ir q u e las noticias so b re las d erro tas españolas llegaran a H ispanoam érica, y
en hacer aparecer los descalabros com o si fueran victorias. En 1809, ya los h isp a­
noam ericanos co m en z aro n a percibir la Junta C entral com o débil y evasiva. Los
notables criollos, q u e no confiaban en las noticias que recibían de España, creían
lo peor: que los franceses estaban por elim inar los últim os vestigios de au to rid ad
españ o la en la p en ín su la. Y si los franceses conseguían abolir la últim a junta
española, se p re g u n ta b a n los notables, ¿acaso sus g obernadores coloniales reco­
nocerían el rég im en francés, así com o habían reconocido a las juntas españolas,
con tal d e co n serv ar su s cargos?
Irónicam ente, los esfuerzos desplegados p o r las sucesivas juntas en E spa­
ña para fortalecer su p ro p ia au to rid a d m inaron la de los funcionarios coloniales.
En la p ro p a g an d a autojustificatoria que enviaban a las colonias, las juntas hacían
hincapié en la co rru p ció n d e M anuel G odoy y en la connivencia con N apoleón
en los años an terio res a la crisis im perial. Esta p ro p ag an d a, originada en la p e ­
nínsu la m ism a, allan ó el cam ino para que los criollos cuestionaran la au to rid ad
de los funcionarios coloniales, m uchos de los cuales habían sido nom brados
por G odoy o d u ra n te la época en que este ejerció el p o d er d etrás del trono. Los
criollos n eo g ran ad in o s com enzaron a criticar al virrey en Santa Fe y a m uchos
g obern ad o res p ro v in ciales españoles, tildándolos de "criatu ras del vil G odoy".
Al esfum arse el control español de la península, creció enorm em ente la im ­
portancia de H isp an o am érica en el im perio. U na inm ensa cola colonial aparecía
p egad a d ébilm ente a u n perro m etropolitano casi im perceptible. Para ganarse la

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buena vo lu n tad de los pueblos que habitaban el gigantesco apéndice colonial,


el insignificante gobierno ad hoc de la península a d o p tó un tono conciliador. En
enero de 1809 proclam ó que los dom inios españoles en A m érica no debían co n ­
siderarse colonias sino partes integrantes del reino. S im ultáneam ente, la Junta
C entral invitó a las colonias a elegir rep resentantes a la ju n ta que legislaría p ara
España e H ispanoam érica.
A la postre, las tácticas de adulación les salieron com o un tiro por la cu ­
lata. A p esar de la retórica, era evid en te q u e la ju n ta española no consideraba
iguales a hispanoam ericanos y españoles. Según el plan p ro p u esto por la Junta,
H ispanoam érica estaba subrepresentada. C on una población sem ejante a la p e­
ninsular, ten d ría apenas un tercio de los rep resentantes con que contaba España.
Los criollos neogranadinos participaban en la elección de su único delegado. Sin
em bargo, la subrepresentación de H ispanoam érica significaba una d esig u ald ad
de tratam iento que les m olestaba tanto com o su exclusión d e los altos cargos en
el gobierno.
Este conjunto de circunstancias no hizo m ás q u e atizar la vieja riv alid ad
y el m utuo recelo entre criollos y españoles. Los criollos, quizás u n tanto p a ra ­
noicos, sospechaban oscuras conspiraciones frag u ad as p o r los españoles en su
contra. Las au to rid ad es españolas, m ás nerviosas aún, actuaban arb itrariam en te
en contra de los criollos, au m en ta n d o el antagonism o local. En enero de 1809,
los criollos que dom inaban el cabildo de Q uito ro m p iero n con la tradición y
eligieron hispanoam ericanos para los dos puestos de alcalde, en lugar de elegir
un español para uno de estos. Las d isp u tas au m en ta ro n cu an d o los españoles
de Q uito insistieron ante los funcionarios locales en la necesidad de arrestar a
los criollos m ás prom inentes, a quienes acusaban de co n sp irar contra el régim en
para form ar una junta y poner fin al sistem a colonial. Por su parte, los criollos
quiteños aseguraban que los españoles planeaban asesinar a la nobleza criolla.
Sea que haya existido el plan en realidad, o fuera p u ra invención, los notables
criollos de Q uito se valieron de esta am enaza para actu ar y en agosto de 1809
apoyados p or el populacho, d estituyeron a los funcionarios españoles y estable­
cieron un gobierno provisional. Los notables quiteños justificaron su actuación
diciendo que tem ían que las au to rid a d es coloniales a d h irie ran al régim en fran­
cés en España. Si la desaparición de la m onarquía im plicaba el gobierno por ju n ­
tas locales en España, dijeron, los hispanoam ericanos tam bién podían establecer
juntas sim ilares de autogobierno.
La rem oción del gobierno español en Q uito fue un m om ento decisivo que
cristalizó las m u tuas sospechas en tre criollos y peninsulares. El g obernador es­
pañol de Popayán, aparentem ente con apoyo local en P opayán y Pasto, ay u d ó a
su p rim ir la revolución quiteña. Pero en regiones m ás d istan tes —en la cordillera
Oriental y en el valle del M ag d a le n a— m uchos notables criollos sim patizaron
con el m ovim iento em ancipatorio de Q uito. En dos reuniones de em ergencia
convocadas en septiem bre de 1809 en Santa Fe de Bogotá, los españoles p resen ­
tes quisieron reprim ir a la Junta d e Q uito, m ientras q u e los criollos se inclinaron

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H iv io r ia nt: Coi o m b i a . P a ís i-r a c a h m -m x ), s íx u-i m o d iv id id a 151

m ás p o r la conciliación. Según un testigo criollo, casi todos los religiosos presen­


tes en la reu n ió n objetaron las acciones de los criollos quiteños, pero algunos, en
particu lar el canónigo A n d rés Rosillo, de la catedral de Santa Fe, sim patizaron
con el m ovim iento. Según u n o de los oidores, "cuasi todo el Cabildo, apoyado
por u n a turba de doctores que, con pretensiones de sabios, [querían] dirigirlo
todo", quiso seguir el ejem plo de Q uito, estableciendo juntas en todas las capita­
les provinciales de la N u eva G ranada.
Las opiniones de p o r lo m enos dos d e los abogados están docum entadas.
José G regorio G utiérrez M oreno y F rutos Joaquín G utiérrez urgieron la form a­
ción de una ju n ta en Santa Fe, presidida p o r el virrey, con lo cual sugerían que
ya no se confiaba en los funcionarios coloniales y que solo con la inclusión de
notables criollos en la ju nta p odrían confiar los neogranadinos en el gobierno y
resp etar sus órdenes. (Según el indignado gobernador de M om pox, el llam ado
p ara establecer juntas encontró eco algunas sem anas después en el cabildo de
esta ciudad).
Las reu n io n es de septiem bre de 1809 acentuaron el recelo entre los gober­
n ad o res españoles y los notables criollos de Santa Fe. Los criollos que urgieron
el establecim iento d e un a ju n ta en Santa Fe ahora eran considerados sospecho­
sos. El virrey expidió un edicto que anunciaba castigos contra quienquiera que
colocase carteles subversivos o divulgase noticias sobre victorias francesas en
España. A dem ás, envió u n a expedición m ilitar para som eter a los quiteños. En­
tre tanto, algunos notables criollos su p u estam en te conspiraron para subvertir
o d eten er la fu erza m ilitar que se dirigía a Q uito, arrestar al virrey y establecer
una ju n ta in d ep en d ien te en Santa Fe. Entre las cabecillas del com plot figuraban
el canónigo A n d rés Rosillo, oriu n d o del Socorro; Luis Caicedo y Flórez, un rico
terraten ien te y alcalde del cabildo de Santa Fe; P edro Groot, quien com o tesore­
ro real desem p eñ ab a uno de los m ás altos cargos gubernam entales accesibles a
los criollos; los abogados Ignacio H errera y Joaquín C am acho (este el excorregi­
d o r de P am plona y en ese m om ento corregidor interino del Socorro), y A ntonio
N ariño. Según testim onios de la época, N ariño debía sobornar a la guarnición
local, y al oficial criollo A ntonio Baraya, de guardia en el palacio virreinal, le co­
rresp o n d ía la tarea d e arrestar al virrey. D om ingo Caicedo, hijo de Luis Caicedo
y Flórez, debía m ovilizar a los esclavos negros de los inm ensos latifundios de
su fam ilia en el valle del A lto M agdalena, prom etiéndoles la libertad, y M iguel
Tadeo G óm ez, a d m in istrad o r del estanco del ag u ard ien te en el Socorro, debía
conseg u ir v o lu n tario s en esa región. A u n q u e varios criollos fueron identificados
com o cóm plices de la conspiración frustrada, la A udiencia solo encarceló a tres:
el canónigo A n d rés Rosillo, Baltasar M iñano, u n oidor de la A udiencia de Q ui­
to, y A ntonio N ariño. Según indica una fuente oficial, N ariño fue arrestado por
in ten tar ir al Socorro en busca de apoyo para establecer una junta criolla. En la
reacción ante los sucesos d e Q uito, si no antes, vem os evidencia de una acción
co o rd in ad a en tre las elites criollas en diferentes provincias.

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Cuadro 7.1. A lgunos de los principales voceros y activistas criollos de la cordi­


llera Oriental en 1809.

A. H o m b res q u e p resu n ta m en te u rg iero n e l e sta b le c im ie n to d e ju n ta s en S an ta Fe y otras p o ­


b la c io n e s

N o m b re A n te c e d e n te s E d u cación O c u p a c io n e s hasta 1809


fa m ilia r e s

José A cev e d o y C on q u istad ores, El Rosario, C om ercio. Procurador, San G il, 1797.
G ó m ez, n. en M on- en com en d eros, gram ática y D ip u ta d o con su lar, Santa Fe, 1799.
g u í d e Charalá (San cargos en el ca­ filosofía; no Juez d e com ercio, Santa Fe, 1801.
Gil), 1773. b ild o, San Gil. d erecho. R egidor p erp etu o, Santa Fe. 1808.
José María C astillo Padre n. en Es­ El Rosario, Profesor, d erech o civil. El Rosario.
y Rada, n. en Carta­ paña, alto oficial derecho. A bogado. Regidor, síndico p rocu ra­
gena, 1776. m ilitar, Cartagena; dor cab ild o d e Santa Fe, 1808.
m adre d e fam ilia
criolla notable.

Frutos Joaquín San Bartolom é, Profesor, San B artolom é. A b o g a d o .


G utiérrez, n. en d erecho. Fiscal del crim en.
C úcuta, 1770.

José G regorio Padre ed u ca d o en San B artolom é, P rofesor, El Rosario. A b ogad o.


G utiérrez M oreno, el San B artolom é, derech o. A sesor, C asa d e m oneda. A sesor,
n. en Santa Fe, latifu n d ista. Sa­ cab ild o d e Santa Fe, 1808-1809.
1781. bana d e Bogotá.
C am ilo Torres Padre n. en Es­ El Rosario, Profesor, El Rosario. A b ogad o.
T enorio, n. en paña, com ercian te, derech o. A sesor, Casa d e m oneda. A sesor,
P opayán, 1766. m inero, terrateni­ cab ild o d e Santa Fe, 1808-09.
en te d e P opayán .

B. O rad ores en la reu n ió n d el 11 d e se p tie m b r e y ta m b ién p resu n to s co n sp ira d o re s


A n d rés María Padre n. en Es­ El Rosario, S acerd ote en seis p u eb los d e la
R osillo y M eruelo, paña. L legó com o derech o. M ás provincia d el Socorro, lu eg o in gresó
n. en el Socorro, teniente gob er­ tarde in gresó a la burocracia eclesiástica.
1758. nador, lu eg o se al sacerdocio. C an ón igo m agistral, 1799. Rector,
d ed icó al com ercio. El Rosario, 1802.
C. P resu n to s co n sp ira d o res, se p tiem b re-o ctu b re, 1809
Ignacio Herrera Padre n. en Es­ El Rosario, A b ogad o. S ín d ico propurador.
Vergara, n. en paña. d erecho. C ab ild o d e Santa Fe.
Cali, 1769.

A n to n io Baraya Padre oficial C ad ete m ilitar, 1784


y Ricaurte, n. en m ilitar esp añ ol, 2o. ten ien te, 1792. T eniente, 1800
Santa Fe, 1770. gob ern ad or. G irón C apitán, 1809.
y Riohacha.

(Continúa)

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H iv i 'o r i a o c C o l o m b ia . I ’ .m s i-r a c m l m a i x ), s c x il d a o u i\ id id a 153

Cuadro 7.1. A lgunos de los principales voceros y activistas criollos de la cordi­


llera oriental en 1809 (continuación).

N o m b re A n te c e d e n te s E d u cación O c u p a c io n e s h asta 1809


fa m ilia r e s

Luis C a iced o y P adre latifu n d ista El R osario, no T errateniente acau d alad o.


Flórez, n. en Purifi­ en el v a lle d el A lto derech o. En 1788 com p ró el cargo d e alférez
cación, 1752. M agd alen a. real, Santa Fe.
A lca ld e, Santa Fe, 1809.

Joaquín C am ach o y C on q u istad ores, El R osario, Profesor, El R osario. A b ogad o.


Lago, n. en Tunja, en co m en d ero s, d erech o. T enien te gob ern ad or, Tocaim a.
1766. co rreg id ores C orregidor, P am p lon a, 1805-1808.
en Tunja d e sd e C orregid or, Socorro, 1809.
co m ie n z o s del
sig lo XVII.

M iguel T ad eo D escen d ien te El Rosario, O ficial m ayor. R am o d e la C ruzada,


G óm ez Durán. d e lo s prim eros m aestro d e P opayán . C on tad or principal,
co lo n iza d o res d e latin id ad , no ag u a rd ien tes, Socorro, 1796-1798.
V élez (sig lo XVI, derech o. A d m in istrad or principal, aguardi­
fam ilia en San Gil en tes, 1805.
por varias g en era ­
cion es).

Pedro G root y Padre n. en S e­ San Bartolom é, A lférez real, sín d ico, alcalde, Santa
A lea, n. en Santa villa, co m ercian te, derecho. Fe, ca. 1782. Fiel ejecutor en p rop ie­
Fe, 1755. cap itán, m ilicia d ad , 1784. T esorero oficial. C onta­
d e caballería en dor, P opayán , 1788. T esorero real,
Santa Fe, alcald e Santa Fe, 1795-1810.
y regid or en Santa
Fe, 1759-1761, fiel
ejecutor en p ro p ie­
dad.

S in foroso M utis Padre n. en Es­ El Rosario. E xp ed ición Botánica. S o sp ech o so


C on su egra, n. en paña, com ercian te en crisis d e 1794, en carcelad o, tor­
Bucaram anga, M om pox; sob rin o turado y e n v ia d o a España en 1795.
1773. d e José C elestin o R egresa en 1802. E ncargado d e sec­
M utis, d irector ción b otánica. E xp ed ición Botánica,
d e la E xp ed ición 1809.
Botánica.

A n to n io N ariñ o Padre esp a ñ o l, San Barto­ C om ercian te d e d ica d o a exp orta­


y Á lvarez, n. en lleg ó co m o lom é. cio n es e im p ortacion es.
Santa Fe, 1760? co n ta d o r oficial, A lcald e, tesorero d e d iezm o s, 1789.
1765? tesorero principal P rotagon ista principal d e la crisis
d el virreinato; m ás d e 1794-1795.
tarde con tad or
m ayor. A u d ien cia
d e C u en tas.

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s - F k a n ' k S A ir o R D

De algunos de los presuntos conspiradores de 1809 tam b ién se había sos­


p echado d u ra n te la crisis de 1794, en especial de A ntonio N ariñ o y Sinforoso
M utis. Q uienes criticaron el régim en colonial o co n sp iraro n en su contra en 1809
conform aban la v anguardia del m ovim iento de in d ependencia. C om o grupo, en
m uchos aspectos eran representantes de la elite criolla m ás in stru id a. De quince
de los m ás visibles, todos, salvo uno, estudiaron en el C olegio del R osario o en
el Colegio de San Bartolom é. (Véase el cuadro 7.1 para inform ación sobre sus fa­
m ilias, su educación y sus carreras hasta 1809). A lgunos de ellos d esem p eñ ab an
cargos en el gobierno virreinal (fiscal del crim en, asesor d e la casa de m oneda),
pero su principal base política era el cabildo de Santa Fe.
De los presuntos conspiradores, siete desem p eñ ab an cargos en el a p a ra ­
to burocrático colonial (tres funcionarios de rentas o del tesoro, u n corregidor,
un oficial m ilitar, u n canónigo de la catedral, un director d e sección en la Ex­
pedición Botánica). A lgunos descendían de con q u istad o res o de fam ilias que
vivían en la N ueva G ranada desde hacía varias generaciones y q u e fu n d ab an su
riqueza m ás que todo en tierras; pero ocho eran hijos d e p a d re s españoles que
llegaron a H ispanoam érica com o com erciantes o funcionarios reales. En todo
caso, su trasfondo social com o criollos de cuna priv ileg iad a y con u n a excelente
educación universitaria les confería cierta au to rid a d p ara a c tu a r a nom bre de
sus com patriotas, y se sentían frustrados al ver lim itadas sus posibilidades en el
régim en colonial.
D urante y después de la crisis de Q uito, varios abogados, todos o riu n d o s
de ciu d ad es provinciales pero educados en Santa Fe y practicantes de su profe­
sión en la capital, desem peñaron papeles destacados com o voceros de los ag ra­
vios criollos. Fueron estos Ignacio H errera, de Cali, C am ilo Torres, de Popayán,
y F rutos Joaquín G utiérrez, de C úcuta. A unque sus discursos se originaban en
circunstancias un poco diferentes, tenían varios tem as en com ún. España había
m antenido a la Am érica hispana en condiciones de atraso económ ico y cultural,
y el régim en español había negado a los habitantes de su s colonias el acceso a
la ciencia m oderna. El sistem a español había o b stru id o el com ercio y, m ediante
m onopolios y prohibiciones, había negado la libertad d e industrias. Dos de sus
m em oriales m encionaban la "esclavitud" española y el tratam ien to tiránico de
los indios. Se quejaban de la corrupción del "vil G odoy" y criticaban a los fun­
cionarios coloniales, a m uchos de los cuales tildaban de "criatu ra s de G odoy".
Todos objetaban el desprecio de España hacia los criollos y el tratam ien to des­
igual que recibían estos, pues se les negaba el acceso a los altos cargos en H is­
panoam érica y estarían su b representados en el gobierno p ro p u e sto en España.
La "R epresentación del C abildo de Santa Fe" d e Torres, escrita en no­
viem bre de 1809 y com únm ente conocida com o el M em orial d e A gravios, tocó
directam ente el tem a de la representación. Solo los hispanoam ericanos, adujo
Torres, podían representar los intereses hispanoam ericanos. Se expresó de tal
m anera que acusó a la totalidad del gobierno colonial español. Los g o b ern ad o ­
res españoles, señaló, habían llegado a Am érica con la idea de hacer fortuna y

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1 liS i o r í A I H Coi O M U IA . I ’ A b I R A C M f X r A [ X \ SCX D 'D AD D IM ITID A 1 55

regresar a ejercer cargos gubernam entales en España. Por consiguiente, no se


interesaban v erd ad eram en te en los problem as am ericanos.

Los males de las Américas no son para ellos, que no los sienten... Un mal camino
se les allana provisionalm ente para su tránsito; no lo han de pasar por segunda
vez, y así nada les im porta que el infeliz labrador, que arrastra sus frutos sobre sus
hombros, lo riegue con su sudor o con su sangre.

El g o b ern an te español, "en fin, ignora los bienes y los m ales del pueblo
que rige... solo se ap re su ra a atesorar riquezas para transplantarlas al suelo que
le vio nacer". T orres concluyó que solam ente el español am ericano conocía sus
intereses. Por consiguiente, era necesario no solo au m en tar la representación
am ericana en E spaña, sino crear tam bién juntas autónom as en Am érica, iguales
a las peninsulares.
En el contexto del recelo creciente entre españoles y criollos después de la
revolución fru strad a de Q uito, la A udiencia de Santa Fe pensó que el cabildo de
la capital, co n tro lad o p o r criollos, tam bién podría intentar sublevarse contra las
au to rid ad es virreinales, o m anifestar su deslealtad de otras m aneras. Por consejo
de la A udiencia, en diciem bre de 1809, el virrey introdujo a seis españoles de
confianza en el cabildo y nom bró a otro peninsular com o alférez real. La descon­
fianza creciente en tre los españoles y los notables criollos se expresó m ás tard e
en u n altercado en el cabildo, entre el abogado criollo Ignacio H errera y el alférez
real español.
La sensación creciente de crisis se intensificó por el colapso aparente de
los últim os vestigios de au to rid ad en España. En febrero de 1810, el Consejo
de Regencia recién form ado gobernaba prácticam ente solo en el puerto de C á­
diz. Com o las fuerzas francesas controlaban casi toda la península ibérica, los
tem ores criollos d e u n a posible colaboración de los adm inistradores españoles
coloniales con el régim en francés se acentuaron. Entre tanto, el Consejo de Re­
gencia m inaba in ad v ertid a m e n te tanto su au to rid ad com o la de los funcionarios
coloniales. D esesp erad o por preservar la lealtad de H ispanoam érica, el Consejo,
al p ed ir la incorporación de un m ayor núm ero de delegados am ericanos al go­
bierno español, an u n ció con im prudencia:

Desde este m om ento, españoles americanos, os veis elevados á la dignidad de


hombres libres: no sois ya los mismos que ántes, encorvados bajo un yugo mucho
más duro, m ientras más distantes estábais del centro del Poder; mirados con indi­
ferencia, vejados por la codicia, y destruidos por la ignorancia... vuestros destinos
ya no dependen ni de los Ministros, ni de los Virreyes, ni de los Gobernadores;
están en vuestras manos.

Sem ejante retórica, u nida al débil asidero que tenía el Consejo de Regen­
cia en España, instó a los criollos a d esp ren d erse del yugo y reclam ar la dignidad

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156 M akut P a l a c io s - F k a n k S a u o k d

de hom bres libres con el establecim iento de juntas in d ep en d ie n te s propias. El


pensam iento de por lo m enos un dirigente criollo se refleja en u n a carta que e n ­
vió Cam ilo Torres el 29 de m ayo de 1810 a su tío, u n o idor d e Q uito. Torres seña­
ló que, com o parecía que España iba a term inar bajo el control d e los franceses,
los oidores de Santa Fe pro p o n ían reestablecer el gobierno real español en las
Am éricas, en d o n d e u n a corte am ericana eligiría com o regente a alg ú n m iem bro
de la fam ilia real. Sin em bargo. Torres no estaba de acuerdo con esta solución. O
bien la m onarquía española existía, o no existía. Si no existía, entonces los lazos
contractuales q ue unían a los españoles am ericanos con la C orona hab ían cesado
de existir y la soberanía había regresado a sus orígenes, al pueblo, con lo cual
los hispanoam ericanos eran ahora libres e independientes. H abían recobrado
los derechos establecidos por la naturaleza, la razón y la justicia. T orres tam poco
aceptaba que los gobernantes españoles perm anecieran en sus cargos. In d ig n a­
do por la reciente aparición en Santa Fe de las cabezas d e d o s jóvenes criollos
ejecutados desp u és de un sim ulacro de juicio (por h aber in ten tad o iniciar una
rebelión en C asanare), Torres denunció a todos los españoles en v iad o s a gober­
n ar la N ueva G ranada:

Unos jefes nacidos y criados en el antiguo despotismo, im buidos en perversas


máximas y acostum brados á considerar á los pueblos como viles esclavos, ...no
son buenos para gobernar hombres libres.

En concepto de Torres, los neogranadinos debían im itar "la conducta de


los norteam ericanos, sigam os los pasos de ese pueblo filósofo, y entonces sere­
m os tan felices com o ellos. Trabajem os, pues, para form ar u n gobierno sem ejan­
te y, si es posible, igual en un todo al de aquellos republicanos".
Torres no era com pletam ente representativo de los notables criollos com o
clase; sin d u d a estaba m ás com prom etido con el republicanism o q u e la m ayo­
ría. Sin em bargo, los hom bres que com partían su visión en d iv ersas regiones de
la Am érica h ispana estaban reaccionando ante la crisis en E spaña m ed ian te el
establecim iento de juntas independientes que pronto a d o p ta ro n form as re p u ­
blicanas. El 19 de abril de 1810, el cabildo de Caracas co n stitu y ó u n gobierno
autónom o y otras ciudades venezolanas pronto siguieron su ejem plo. E vidente­
m ente alentados por la iniciativa venezolana, los notables criollos d e C artagena
hicieron lo m ism o, en un proceso en dos etapas: el 22-23 d e m ayo y el 14 de junio
de 1810. En el d esplazam iento decisivo del g o bernador español el 14 d e junio,
desem peñaron un papel im portante los oficiales m ilitares criollos q u e co m an d a­
ban u n id ad es com puestas en su m ayor p arte por soldados nacidos en Am érica.
Ese 14 de junio las elites cartageneras tam bién m ovilizaron a los habitantes de
G etsem aní, un barrio relativam ente pobre, con la colaboración de P edro Rom e­
ro, un artesano del vecindario. Según un testim onio retrospectivo, a Romero,
que dep en d ía de su trabajo en el arsenal real para sostener a su fam ilia, al p rin ­
cipio lo desconcertó la idea de d ep o n er a los funcionarios reales. Sin em bargo.

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I llS U W IA n r. COLO.MBIA. I’ a IS ITM CM I.N I A fX ), SCX D.-DAD DIVIDIDA 1 57

una vez iniciado el proceso. R om ero y sus Lanceros de G etsem aní fueron fuerzas
im p o rtan tes en el m ov im iento de independencia de C artagena. M ás tard e se les
m ovilizó p ara p resio n ar a los notables criollos de C artagena a que declararan la
in d ep en d en cia absoluta, el 11 de noviem bre de 1811.
A nte las noticias d e C aracas y C artagena, los cabildos del interior de la
N uev a G ran ad a, d o m in ad o s p o r criollos, se lanzaron a la acción. Sus gestiones
no fu ero n aisladas, p o rq u e algunos líderes en las ciu d ad es estaban en co m u n i­
cación. José M aría C astillo y Rada, o riu n d o de C artagena pero ed u cad o en Santa
Fe, d o n d e practicaba la abogacía, había sido uno de los principales voceros de
la capital en septiem bre d e 1809; poco d espués resgresó a C artagena, en d o n d e
sirvió d e enlace con los líderes criollos de Santa Fe. O tro enlace regional fue
A ntonio d e Villavicencio, u n oficial naval criollo de origen aristócrata, que había
sido en v iad o a C artagena com o rep resen tan te del Consejo de Regencia español
para ase g u rar la lealtad d e los criollos, pero que sim patizaba con los agravios de
los n o tables h isp an o am ericanos. A unque Villavicencio era quiteño de nacim ien­
to, había estu d iad o en el C olegio del R osario y m antenía u n a correspondencia
asid u a con su s an tig u o s condiscípulos y con otros criollos del interior.
Los notables criollos d e otras ciudades tam bién se com unicaban unos con
otros. Jo aquín d e C aycedo y C uero, u n aristócrata criollo de Cali, quien ya em er­
gía com o el líder de la in d ep en d en cia en aquella región, anticipó en junio y julio
de 1810 a su s am igos d e Santa Fe y de otros lugares la necesidad de establecer
una ju n ta su p re m a criolla en la capital del virreinato y ap o y ar juntas provincia­
les. En el m ism o sentido, a fines de junio José A cevedo y G óm ez escribió a un
am igo en C artag en a qu e era im perativo establecer u n a junta en la capital con re­
presen tació n d e las provincias. Se m ostraba confiado en que aquellas enviarían
re p resen ta n te s a dicha ju n ta. Los criollos del Socorro, P am plona y Tunja habían
escrito al cabildo de Santa Fe acusando a sus corregidores españoles de opresión
y o p o n ién d o se al reconocim iento del Consejo de Regencia. Poco después, se­
rían d erro ca d as las a u to rid a d e s españolas en estas ciu d ad es y reem plazadas por
juntas locales q u e fu n cio naron com o gobiernos provisionales: P am plona el 4 de
julio, Socorro el 10 d e julio y, finalm ente, la m ism a capital el 20 de julio.
Los sucesos del Socorro fueron típicos. Com o en el caso de Q uito en 1809,
corrió el ru m o r de qu e el corregidor y las tropas bajo su com ando planeaban
arrestar y q u izás asesinar a los criollos locales, en particular a M iguel Tadeo
G óm ez. Las m anifestaciones de los socórranos provocaron a la guarnición local
a ab rir fuego, lo qu e fue seg u id o de u n levantam iento de las m asas p o pulares y
la ren d ició n del co rreg id o r y todas sus fuerzas. Las elites del Socorro form aron
u n a ju n ta q u e juró lealtad al ausente F ernando vii y resistencia a los "favoritos
de G o doy" (es decir, a los actuales funcionarios españoles), así com o a cualquier
"em isario d e B onaparte". T am bién se dirigió a Santa Fe an u n cian d o q u e enviaría
u n a fu erza d e dos mil h o m b res para presionar el establecim iento de una junta
en la capital.

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158 M arco P a i .a c ic »s - F k a n k S a i f o r d

Los dirigentes criollos de Santa Fe habían sido cautelosos p o rq u e tenían


enfrente las fuerzas m ilitares del virrey. Pero el establecim iento de las juntas de
C artagena, P am plona y el Socorro les perm itió obrar. El p atró n de m anipulación
del p ueblo por la elite, ya visto en C artagena y el Socorro, se repitió en la capital.
P rim ero se regó el ru m o r de que los españoles tenían u n p lan para asesinar a
diecinueve notables criollos, con Cam ilo Torres y José A cevedo G óm ez encabe­
zan d o la lista. D espués de m ovilizar al populacho para d efen d er los hogares de
los notables su p u estam ente am enazados, se provocó d elib erad am en te u n a riña
con u n com erciante español el 20 de julio, que fue la chispa d e u n a explosión
general contra el gobierno español.
Com o en todos lados, la revolución evolucionó de u n m ovim iento en b u s­
ca d e au tonom ía lim itada, a la ru p tu ra total con la au to rid a d española. El 20 de
julio los dirigentes alegaron que solo estaban creando u n gobierno d e em erg en ­
cia porque, ausente el rey, los funcionarios españoles no tenían a u to rid a d . Reite­
raro n su lealtad no solo a F ernando vii sino al Consejo de R egencia en C ádiz. En
u n principio le solicitaron al virrey p residir su junta.
Estas fórm ulas d u ra ro n poco. A gitadores criollos m ovilizaron a las m asas
p o p u lares de Santa Fe, insistiendo en un rom pim iento m ás claro con el pasado.
El m ás visible de estos agitadores fue José M aría C arbonell, d e 35 años, hijo de
u n com erciante español. Instados por la presión popular, los notables criollos de
la ju n ta arrestaron prim ero a los oidores m ás detestados, y luego, el 25 de julio,
encarcelaron a otros funcionarios españoles, incluido el virrey. Al día siguiente
la Ju n ta de Santa Fe, au n q u e aú n profesaba lealtad a F ernando vii, desconoció
la a u to rid a d del Consejo de Regencia español, con lo cual ro m p ió con todo el
a p a rato existente del gobierno colonial.
A unque los notables criollos de Santa Fe m ovilizaron inicialm ente al p u e ­
blo p ara que les sirviera de apoyo, la junta pronto tem ió q u e las m asas se salie­
ran d e control. Al m enos d u ra n te el m es que siguió al desp lazam ien to del virrey
y la A udiencia, el populacho capitalino presionó periódicam ente a la ju n ta para
que ad o p tara m edidas m ás severas. M ientras que la junta qu iso trata r a los des­
titu id o s funcionarios de la C orona con algún decoro, m ucha gente del com ún,
a z u zad a p o r los agitadores, insistía en poner grilletes a los an tig u o s oidores y
atacaron en las calles a m uchos ciu dadanos españoles. D espués exigieron que el
virrey y su esposa fueran encerrados en una prisión com ún.
En la m uchedum bre santafereña, al igual que en los disturbios com uneros
del Socorro y com o tam bién ocurriría en las siguientes etapas del proceso de in­
dependencia, las mujeres desem peñaron un papel prom inente. El 13 de agosto, el
sastre José María Caballero anotó con horror en su diario que "la infam e plebe de
m ujeres" dem andó que la virreina fuera llevada a la cárcel de m ujeres. C uando era
conducida hacia allí, cientos de m ujeres se alinearon a lo largo de la ru ta y al final
rom pieron el cordón de protección de la elite, rasgaron su vestim enta y la m al­
dijeron. "Las insolencias que le decían", añadió piadosam ente Caballero, "eran

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}lisroKjA nt; Cot ombia. P a is fra c a iiln l Arx), scxti-uad d ivid id a 159

para tap ar oídos". D espués, las m ujeres del notablato escoltarían a la dam a a la
residencia virreinal.
La junta se esforzó por controlar al populacho. Buscó acallar los ru m o res
que circulaban sobre una contrarrevolución de la guarnición española y otras
fuerzas realistas y predicó la conducta am istosa hacia los "españoles buenos".
En cu an to creció la agitación p o p u lar contra el virrey encarcelado y su esposa, la
ju n ta decidió sacarlos rá p id a m en te de la ciudad y encarceló a José M aría C arbo-
nell y a o tro s agitad o res criollos. Inm ediatam ente después, la junta decidió q u e
cualquiera q u e prom oviera reuniones en la plaza incurriría en el delito de lesa
m ajestad.

La P a tria Boba, 1810-1816

Si bien la rev u elta de Santa Fe no fue la p rim era en la N ueva G ra n ad a,


fue co n clu y en te p o rq u e ocurrió en la capital del virreinato. Los m o v im ien to s
de C artag en a, Socorro y P am p lo n a consistieron sim p lem en te en el d e rro c a ­
m iento d e las a u to rid a d e s locales. Los sucesos d e S anta Fe eran u n g olpe al
gob ierno cen tral de todo el virreinato. En estas condiciones, los d irig en tes s a n ­
tafereños a su m ie ro n q u e su re sp o n sa b ilid a d consistía en o rg a n iz ar u n n u ev o
gob ierno q u e ab arcara toda la N u ev a G ran ad a. El acto inicial de form ación de
la Ju nta d e S anta Fe se enm arcó en la visión de in sta u ra r u n gobierno nacional,
federal en su estru c tu ra, con re p resen ta n te s provinciales. P ronto in v ita ro n a
cada un a d e las p ro v in cias a en v iar su rep resen tació n para elab o rar u n a n u ev a
C on stitución.
Pero el colapso del régim en virreinal desató u n a serie de rivalidades re­
gionales. A lgunas capitales de provincia se negaron a cooperar con Santa Fe.
La p rim era oposición al esquem a capitalino provino de C artagena. M ediante
un m anifiesto, la ju n ta de dicha ciu d ad declaró que Santa Fe no tenía a u to rid a d
algu n a p ara o rg an izar u n nuevo gobierno. T am bién se arg u m en tó que el p o p u ­
lacho san tafereñ o p o d ría in terru m p ir los procedim ientos y se p ro p u so que los
d elegados provinciales se reunieran en A ntioquia, d o n d e se podría deliberar
sin am en azas populares. Un artículo su p u estam en te escrito en P opayán pero
p ublicado en C artagena y disem inado desde allí prevenía que el occidente, m ás
rico q ue el o rien te (por su producción aurífera), nunca aceptaría el gobierno de
Santa Fe.
A dem ás del ro m p im iento entre C artagena y Santa Fe, las dos ciu d ad es
que trad icio n alm en te d o m in aro n el virreinato, afloró una fragm entación m ás
generalizada. Casi en cualquier capital d o n d e u n a junta reem plazó a las a u to ri­
d ad es coloniales, esta proclam aba su provincia com o u n estado soberano. Así,
Tunja, el Socorro, P am plona y A ntioquia se volvieron en tid ad e s independientes.
La justificación, casi invariable, de estas acciones provenía de las doctrinas de
los derech o s n atu rales y del contrato social. Al desaparecer el rey, los pueblos
reasu m ían su s derechos naturales.

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161) M akcg P a i .a c i g s - F k a n k S a f i o r d

Los historiadores difieren en sus opiniones sobre si las d octrinas del con­
trato social adu cidas en 1810 reflejaban las influencias d e la Ilustración, o m ás
bien se inspiraban en la teoría política española del siglo xvi. En alg u n o s casos,
las declaraciones de 1810 adm iten cu alq u iera de estas interpretaciones, o incluso
am bas. Pero en otros, los indicios d e la ilustración son claros. Por ejem plo, tanto
en el Socorro com o en Santa Fe de Bogotá, las declaraciones iniciales de julio de
1810 se fu n d am entaron en "Los derechos im p rescriptibles" del pueblo, u n len­
guaje directam ente tom ado del Contrato social d e R ousseau. A p a rtir de 1810, a
m ed id a que se fue acentuando la ru p tu ra con la a u to rid a d española, la retórica
política criolla reflejó m ás fielm ente las influencias de la Ilustración y de las re­
voluciones angloam ericana y francesa.
La m ezcla de influencia de la Ilustración francesa, las instituciones an ­
gloam ericanas y las tradiciones coloniales españolas se aprecia en las tem p ra­
nas constituciones provinciales de 1811 y 1812. El influjo d e R ousseau y de la
revolución francesa se siente sobre todo en los fu n d a m e n to s filosóficos de las
constituciones. La prim era C onstitución, q u e fue la de C u n d in am arc a (la anti­
gua provincia de Santa Fe), de abril de 1811, com binó la retórica de R ousseau y
de la revolución francesa al declarar com o p ro p ó sito la garantía de "los derechos
im prescriptibles del hom bre y del c iu d ad a n o ". M ás tarde, alg u n as constitucio­
nes com o la de la R epública de Tunja (9 de diciem bre de 1811) o la del Estado
de A ntioquia se refirieron a la "v o lu n tad general" y se in sp iraro n en el Contrato
social de R ousseau al proclam ar que la soberan ía del p u eblo "es una, indivisible,
im prescriptible e inajenable". La influencia d e M ontesquieu, R ousseau y las ex­
periencias angloam ericanas se refleja en la estricta adherencia de las constitucio­
nes a la división de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. Por otra parte,
la m arca de la tradición colonial española se evidencia en la perp etu ació n de la
residencia (el exam en de la conducta d e los funcionarios al finalizar sus perio­
dos) y en un com prom iso irrestricto con la Iglesia católica rom ana, no solo como
religión estatal sino com o la única religión aceptable.
A dem ás del establecim iento de gobiernos au tó n o m o s en capitales pro­
vinciales com o Tunja y C artagena, h ubo una fragm entación adicional a m edida
que pueblos secundarios buscaron sep ararse de las capitales provinciales para
p o n erse a la cabeza de nuevas provincias. M om pox desafió p o r algún tiem po la
au to rid a d de C artagena, arg u m e n tan d o q u e los lazos de au to rid a d estab an rotos
y cada localidad recuperaba su soberanía. En la región oriental prevaleció un
espíritu sim ilar. G irón se separó de P am plona; San Gil y Vélez del Socorro; So­
gam oso de Tunja; A m balem a de M ariquita. En el valle del C auca, Cali encabezó
una confederación que incluía a Buga, A nserm a, Toro, C artago y C aloto, form a­
da contra la antigua capital provincial d e P opayán, controlada a la sazón por el
gob ern ad o r español y do n d e parecía p re d o m in a r el sentim iento m onárquico.
A lgunos de estos rom pim ientos reflejaban riv alid ad es pro fu n d am en te
arraig ad as desde la Colonia. Cali y P opayán, p o r ejem plo, d isp u ta ro n la pre­
m inencia en el valle geográfico del C auca d esd e la tem p ran a colonización de la

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1llSrOKIA Of: COI O.MBIA. P aIS KRACMEXTArXI, SCX11-DAD DIVIDIDA 161

región. Igualm ente, San Gil y Socorro hab ían rivalizado desde sus años iniciales.
En todos estos intentos sep aratistas contaba la arraigada am bición localista de
p ro d ig ar a sus pueblos p o d er y prestigio, en com petencia con sus vecinos. Pero
en esta fragm entación intraprovincial tam bién jugó el interés de Santa Fe por
m an ten er su au to rid a d central. C u an d o las capitales provinciales se negaban
a colaborar con Santa Fe, la ju n ta d e la capital alentaba a los secesionistas y en
algunos casos enviaba tro p as p a ra a p o y a r su independencia.
En abril de 1811 Santa Fe form ó el n u ev o estado de C undinam arca. Jorge
Tadeo Lozano, su p rim er presidente, sostenía que una federación de m uchas
provincias p eq u eñ as no sobreviviría. P ro p u so u n a federación integrada por cua­
tro d ep artam entos: el de Q uito, q u e co m p ren d ería la actual república del Ecua­
dor; el de P opayán, q u e incluiría, ad e m á s d e la provincia de P opayán, el Chocó,
región q ue había d o m in ad o p o r m u cho tiem po; un d ep artam en to de Calam ari,
con capital en C artagena, que ad e m á s incorporaría a P anam á y A ntioquia. El
m ás g ran d e y p o p u lo so d e los d e p a rta m e n to s pro p u esto s p o r Lozano sería C un­
dinam arca, q u e co m p ren d ería to d a la C olom bia de hoy al oriente del río M ag­
dalena, in cluyendo S anta M arta y R iohacha en la costa atlántica y toda la región
de los Llanos O rientales. Esta p ro p u e sta solo sirvió para alarm ar a las elites de
fuera de Santa Fe.
El inten to san tafereño d e re co n stru ir la au to rid a d centralizada sobre una
gran p arte d e lo q ue h abía sido el v irrein ato halló una expresión todavía más
vigorosa en 1811 bajo el liderazgo d e A ntonio N ariño. P uesto en libertad en C ar­
tagena en 1810, d esp u és de su regreso a S anta Fe, N ariño em pezó a publicar sus
com entarios en form a d e periódico. La Bagatela, d o n d e argum entaba contra la
idea de u n gobierno federal. Sostenía q u e los inevitables intentos españoles de
recu p erar el país hacían in dispensable in sta u ra r u n a fuerte au to rid ad central. En
septiem b re de 1811 apro vechó ru m o re s catastrofistas sobre tales intentos penin­
sulares y provocó u n m o vim iento p o p u la r q u e d ep o n d ría a Lozano y lo dejaría
en el m ando.
M ientras N ariño consolidaba su a u to rid a d en Santa Fe, en noviem bre de
1811 los rep resen tan tes d e varias provincias (C artagena, A ntioquia, Tunja, Pam ­
plona y N eiva) in ten taro n sen tar las bases d e un gobierno federal. C undina­
m arca, d o m in ad a p o r N ariño, no quiso cooperar. N ariño creía, probablem ente
con acierto, q u e un sistem a federal sería d em asiad o débil. Sin em bargo, él y sus
p artid a rio s san tafereñ o s tam bién se o p o n ían al plan federalista porque no que­
rían debilitar los p o d eres y las p re rro g ativ as coloniales de la ciudad. Por con­
siguiente, a fines de 1811 estalló u n conflicto entre la Santa Fe de N ariño y una
coalición federalista, p u g n a q u e se p ro lo n g ó hasta fines de 1814, cuando Santa
Fe fue finalm ente d e rro ta d a p o r los federalistas.
N ariño asp irab a a po n er bajo el control directo de Santa Fe todo el Alto
M agdalena y la región de la cordillera O riental. Flacia m ayo de 1812 había con­
seg u id o incorporar, a veces a la fuerza, las provincias de Neiva, M ariquita y el

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162 M arco P a l a c io s - í ' r a n k S a l io k d

Socorro, y g ra n d es porciones d e la provincia de Tunja. Sin em bargo, los d irig en ­


tes de las expediciones m ilitares que N ariñ o organ izó contra el Socorro y Tunja
cam biaron de b an d o y se alistaron en el m ovim iento d e resistencia federalista
contra el em p u je ce n tralizad o r del d irig en te santafereño. F ortalecido y en v alen ­
tonado p o r la defección d e g ran p arte d e la fuerza m ilitar d e N ariño, el C ongreso
federalista de T unja decidió em p re n d e r la tom a d e Santa Fe. P ara su sorpresa, las
fuerzas federalistas su friero n u n a a p a b u lla n te d erro ta en enero d e 1813. Si bien
continuó la en em istad en tre el C ongreso federal y S anta Fe, la capital pareció
ganar u n a posición dom inante.
En esta lucha en tre C u n d in am arca y el C ongreso, irónicam ente N ariño
tuve que d e p e n d e r de españoles y criollos realistas, m u ch o s d e los cuales h a ­
bían escapado d e las provincias y h allad o refugio en S anta Fe. P ara d efen d er la
antigua capital v irreinal d e las fuerzas federalistas, ex h o rtaro n los sacerdotes
realistas a la población a lu ch ar contra los federalistas ateos. En consecuencia,
entre 1810 y 1815, Santa Fe fue sim u ltán eam en te u n centro del republicanism o
retórico y del realism o encubierto.
D u ran te estas luchas fratricidas, m uchos criollos se co m p o rtaro n com o
si en efecto la au to rid a d real nunca fuera a ser re sta u ra d a en E spaña y, p o r ta n ­
to, no parecía necesario o rg an izarse p ara la defensa contra las fuerzas realistas.
De hecho, a u n cu a n d o la m ism a p en ín su la estaba bajo el control napoleónico,
fuerzas realistas locales controlaban p arte s sustanciales del país y plan teab an
am enazas significativas. C artagena, d esg a rrad a p o r facciones internas, com ba­
tió a las fu erzas realistas q u e controlaban R iohacha, S anta M arta y el istm o de
Panam á. D u ran te 1812, los realistas sam arios co n sig u iero n o cu p a r u n a buena
parte de la p rovincia d e C artagena y p u d ie ro n b lo q u ear la com unicación del río
M agdalena en tre el interior y el m ar C aribe. Al finalizar aquel año, C artagena
consiguió o cu p ar S anta M arta y a principios d e 1813 forzó a las h uestes realistas
a em p ren d er la h u id a hacia Panam á. Sin em bargo, en m arzo siguiente, los sa­
m arios se reb elaron contra sus con q u istad o res cartag en ero s y los echaron. H asta
1815, C artag en a y la Santa M arta realista perm an eciero n enem igas y se d isp u ta ­
ron el río M agdalena, su frontera natu ral. U na de las consecuencias de la p ugna
entre estas dos ciu d ad e s fue la in terru p ció n sustancial del com ercio fluvial hacia
el interior.
E ntre tanto, la d erro ta total de las fuerzas p atrio tas d e V enezuela en julio
de 1812, an u n ció u n a n u ev a am enaza d esd e el norte. El venezolano Sim ón Bo­
lívar, vencido en su p atria, llegó a C artag en a en no v iem b re d e 1812. P ronto se
consagró com o el jefe victorioso d e las fuerzas cartag en eras en el Bajo M agda­
lena. En m arzo del año siguiente ya había con seg u id o d e rro ta r a las fuerzas es­
pañolas en la provincia d e P am plona y, con la a y u d a d e N ariñ o y del C ongreso
d e las Provincias U nidas, invadió V enezuela en m ayo. Pero u n a vez q u e Bolívar
se desplazó al centro venezolano, reap areciero n fu erzas realistas en la frontera
y volvió el peligro.

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i liSrO K IA OL Coi OMBIA. P.AIS HRACMI \ T A r X \ SCX II-DAP DI\ IDIDA 163

Al sur, en la región del C auca, tam bién era ev idente la am en aza realista.
D esde la seg u n d a m itad d e 1810, Cali y los pueblos al n o rte del valle del río
C auca estaban en fren tad o s con P o p ay án y las provincias hacia el sur, d o n d e el
control realista era m a n ten id o en p arte p o r soldados del P erú, pero m ucho m ás
sustancialm ente p o r los indios d e la región de Pasto y afrocolom bianos de los
valles del Patía, u n o s y o tro s g uerrilleros ex trem ad am en te efectivos. Los in d íg e­
nas de la provincia d e P asto fueron m ovilizados a favor d e la causa del rey por
las filípicas de alg u n o s curas q u e describían a los p atrio tas criollos com o ateos.
Los negros del Patía fu eron in d u cid o s a luchar por la C orona con la prom esa
del g o b ern ad o r esp añ o l d e liberar a los esclavos que se alistaran en sus tropas.
Pero la lealtad d e los p atian o s tam bién p ro v en ía d e su an tag o n ism o con las elites
criollas. C u an d o alg u n o s patian o s se to m aro n u n a recua d e m uías y m ataro n a
los com erciantes q u e viajaban con ella, los p atriotas re sp o n d ie ro n q u em an d o la
población d e Patía. En ese m om ento q u e d ó sellado el co m prom iso realista de los
patianos. El p o d e r realista d e la región d e P o payán se vio fortalecido en noviem ­
bre d e 1812 p o r el an iq u ilam ien to del gobierno republicano d e Q uito a m anos de
trop as realistas del P erú y del su r del E cuador. En junio d e 1813, los realistas ya
controlaban todo el valle del Cauca.
C u an d o la reacción realista em p ezó a am en azar a los gobiernos criollos
atom izados, los p atrio tas ro m p iero n a ú n m ás decisivam ente con España. En n o ­
viem bre de 1811, u n a rev u elta faccional en C artagena ya había llevado a la p ro ­
vincia a p ro clam ar su in d ep en d e n cia ab so lu ta de España. D espués de la d errota
de N ariño en P asto y la ocupación d e todo el valle del C auca p o r las fuerzas
realistas, en julio d e 1813, el gobierno d e C u n d in am arca tam bién proclam ó su
indep en d en cia ab so lu ta d e F ern an d o vii y A ntioquia hizo lo m ism o en agosto.
M ientras se su ced ían estas proclam as de in d ep en d en cia absoluta, los d iri­
gentes criollos b u scaro n exaltar sen tim ien to s patrióticos a través d e la expresión
sim bólica de m otivos revolucionarios p ro p io s de la in d ep en d e n cia am ericana.
D esde la d écad a d e los años 1790, los criollos ya habían e m p ez ad o a identificar­
se, al m enos retóricam ente, con la población indígena co n q u istad a. A u n q u e los
m ism os criollos d escen d ían d e co n q u istad o res, en su h o stilid ad creciente hacia
la do m inación esp añ o la m uchos d e ellos vieron la conquista com o un ejem plo
de la barbarie ibérica. D espués d e 1810 se acentuó este aspecto. A hora los líde­
res in d ep en d e n tistas rech azaro n ex plícitam ente la conquista com o base de la
au to rid a d española. En estos años los sacerdotes patriotas, para atra er apoyo a
los nu ev o s g o biernos criollos, publicaron catecism os políticos q u e den u n ciab an
la co n q u ista com o fu n d a m e n to d e la a u to rid a d española. A la vez, los gobier­
nos criollos b u scaro n reforzar su a u to rid a d p o r m edio d e em blem as indígenas
qu e re p resen tab an lo au tó cto n o en contraposición a lo español. La adopción de
nom b res concebidos com o in d íg en as —C u n d in am arca p ara el área d o m in ad a
p o r Santa Fe, y C alam arí para C a rta g e n a — fueron ejem plos tem p ran o s. Tales
expresiones sim bólicas g an a ro n relieve en las declaraciones de in d ep en d en cia

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164 M arcd F a l a c u -IS - F k a n k S a f f o k d

absoluta de 1813. En aquella época C undinam arca em itió u n a m o n ed a en la que


la im agen del rey fue reem plazada por la de una joven in d íg en a ac o m p a ñ ad a de
la inscripción "L ibertad am ericana".
El sim bolism o de la revolución francesa tam bién fue u tilizad o por los d iri­
gentes criollos en este periodo germ inal. El gorro frigio francés em pezó a u sarse
com o un sím bolo especial, y e n -1813 los dirigentes revolucionarios cu n d in am ar-
queses realizaron la siem bra cerem onial de "árboles d e la libertad". En la C u n ­
dinam arca de N ariño, el sim bolism o am ericano y el d e la revolución francesa se
m ezclaron: en abril de 1813 la siem bra de los árboles de la libertad estuvo p resi­
d ida por doncellas indias ataviadas con plum as, de u n a m an era su p u estam en te
indígena. Tales cerem onias (a veces seguidas por la d estrucción subrepticia de
los árboles p or los realistas) se hicieron frecuentes en div erso s lugares hasta que
culm inó la reconquista española a principios de 1816.
Siguiendo los patrones revolucionarios franceses, los notables com en­
zaron a llam arse entre sí ciudadanos, en lugar del tradicional don español. Este
cambio tuvo un significado político que trascendió la m era ad o p ció n de los for­
m ulism os revolucionarios. El uso consciente del térm ino ciudadano significaba
rechazar la anterior id en tid ad de súbditos del rey y a d o p ta r m ás bien fórm ulas
republicanas. A dem ás, la adopción de "ciudadano" era u n a n u ev a afirm ación
de igualdad civil. D esde 1810 el gobierno de Santa Fe extendió el derecho de
sufragio a los indígenas, y por lo m enos en algunos lugares los indios sí votaron
y eligieron rep resentantes propios a los cuerpos electorales. Por otra parte, d u ­
rante los prim eros años republicanos (1810-1815) h ubo u n intento consciente de
elim inar el sistem a de castas de la sociedad colonial y d e reem plazarlo por una
ciudadanía form alm ente igualitaria.
Ya en julio de 1813 estas tendencias revolucionarias se reforzaron p o r el
creciente peligro realista. H abía am enazas en las provincias del norte y el ge­
neral español Juan Sám ano controlaba el valle del río Cauca. Los antioqueños
se sintieron am enazados, por lo cual decidieron ponerse bajo u n dictador y d e­
clarar la independencia absoluta. La alarm a que se a p o d e ró de las provincias
orientales llevó a la colaboración de C undinam arca y del C ongreso federalista
para enviar una fuerza m ilitar al norte, com andada p o r Bolívar, y otra al Cauca,
bajo el m ando de N ariño. Bolívar fue tan exitoso que consiguió avan zar hasta
el centro de V enezuela, d onde fue d erro tad o otra vez p o r los realistas en 1814.
N ariño, d espués de algunos éxitos iniciales en el C auca, fracasó en Pasto, d o n d e
cayó en m anos de los realistas en m ayo de 1814.
Con la d errota del ejército de N ariño los criollos en tra ro n en pánico. Sus
tem ores se intensificaron cu an d o fue m ás evidente la am enaza realista desde Ve­
nezuela. Llegaron entonces las noticias de la caída de N apoleón y la restauración
de F em ando vii en el trono español. De este m odo parecía au m e n ta r la posibi­
lidad de que se enviaran poderosos contingentes m ilitares d esd e la p en ín su ­
la para ap lastar a los nuevos gobiernos. A cosado p o r estos peligros que iban

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\ IfSTMKIA I )i. C O I OMBIA. P a IS I'R A C M FN T A IX \ S(XTI-DAD DIVIDIDA 165

acu m u lán d o se uno tras otro, el C ongreso de las Provincias U nidas, tan com pro­
m etido an tes con las débiles estructuras federales, viró tardíam ente, en julio y
agosto d e 1814 , hacia u n control m ás centralizado, al m enos en las operaciones
financieras y m ilitares. El C ongreso tam bién quiso incorporar a C undinam arca
d en tro d e u n sistem a m ás unificado. A pesar del inm inente peligro de una re­
conquista española, el h om bre que N ariño había dejado encargado del gobierno
de C un d in am arca, su tío M anuel B ernardo Á lvarez, se negó a colaborar. En­
frentado a la terca n egativa de Á lvarez, el C ongreso decidió, por segunda vez,
forzar a Santa Fe. En esta ocasión, bajo la dirección m ilitar de Sim ón Bolívar, las
fuerzas del C ongreso o cuparon la capital en diciem bre de 1814 . Reconociendo
la im p ortancia y el prestigio de la vieja capital virreinal, el C ongreso se trasladó
in m ed iatam en te de Tunja a Santa Fe.
Sin em bargo, la ciu d ad no fue tan receptiva al C ongreso. A nte el ataque
de Bolívar, Á lvarez encarceló y persiguió a los patriotas federalistas y entregó
arm as a los esp añ o les y realistas criollos creyendo que ellos serían leales en la
defensa d e la in d ep en d encia y prerrogativas de Santa Fe. Por esos días, el clero
san tan fereñ o había atacado a Bolívar y a sus tropas venezolanas calificándolos
de d em onios ateos. D espués de la tom a de la capital, al m enos un tercio de sus
residentes, según el testim onio de un contem poráneo, José M anuel Restrepo,
se convirtió secretam ente a la causa realista. D urante 1815, algunos antiguos
ad h e ren tes a C u n d in am arca conspiraron con los realistas de Santa Fe contra el
C ongreso.
D espués de la tom a de Santa Fe p o r las fuerzas del C ongreso, los patrio­
tas, bastan te d iv id id o s, sucum bieron ante los realistas. A principios de 1815, Bo­
lívar condujo u na cam p añ a p o r el río M agdalena para som eter a los realistas
d e Santa M arta. Pero el gobierno patriota de C artagena, bajo la influencia del
coronel M anuel C astillo y Rada, un rival de Bolívar, vio la operación com o una
am en aza y se negó a cooperar. C reyendo que Bolívar atacaría a C artagena, su
gobierno retiró to das las fuerzas del río M agdalena y las trasladó a la defensa
d e la ciu d ad . Así, el río q uedó sin protección contra los realistas de Santa M arta.
Al fin Bolívar, con su s hom bres enferm os y m uriéndose en el m alsano am biente
del Bajo M agdalena, se dio p o r vencido y, hastiado, se fue al exilio en Jamaica.
A consecuencia de este fiasco, los patriotas perd iero n ante los realistas de Santa
M arta el control del Bajo M agdalena.
M ientras tan to desem barcaba en V enezuela una fuerza expedicionaria de
10.000 hom bres, qu e llegaba desde E spaña bajo el m ando del general Pablo M o­
rillo. En julio de 1815, M orillo navegaba con 8.500 de ellos hacia Santa M arta y
en agosto sitió a C artagena. La ciudad ag u an tó heroicam ente d u ra n te 108 días,
pero finalm ente, d esp u é s de que m ás de un tercio de su población de 18.000 ha­
bitan tes m u riera de h am b re o enferm edad, C artagena capituló el 5 de diciem bre
de 1815. Siguió entonces una m uy ráp id a reconquista de las restantes áreas d e la
N u ev a G ran ad a. Las fuerzas realistas acantonadas en V enezuela, de cam ino h a­
cia Santa Fe, b arriero n d e patriotas las provincias de P am plona y del Socorro en

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16b M a RCG P a 1.ACU')S - F k a n 'k S a f f o k d

febrero y m arzo de 1816, m ientras que otras partieron de C artag en a para o cu p ar


A ntioquia y el Chocó.
En este m om ento cundió la desm oralización entre m uchos criollos q u e ha­
bían apoyado la independencia. A un la provincia del Socorro, que en su m o m en ­
to apoyó con fervor la causa independentista, prodigó a los ejércitos realistas un
recibim iento de triunfadores. Las un id ad es m ilitares p atrio tas se desintegraron
y sus m iem bros huyeron. Al aproxim arse a Santa Fe las fuerzas realistas, el go­
bierno hizo u n llam ado a las arm as y solo seis varones se presentaron. El nuevo
presidente de em ergencia, José F ernández M adrid, trató de salir hacia el su r para
hacer resistencia, pero su causa estaba perdida: contra él convergieron tro p as es­
pañolas desde cuatro direcciones: Pasto, el Chocó, A ntioquia y Neiva.
En julio de 1816, todas las regiones pobladas de la N u e v a G ran ad a esta­
ban bajo el p o d er español. D espués de esa fecha algunos g ru p o s guerrilleros
o peraron p or algún tiem po en ciertas regiones de la cordillera O riental. Pero
estos reductos patriotas solo p u d iero n m antener alguna fu erza en la ab ru p ta
topografía del Socorro y en el am biente hostil de los llanos del C asanare. A lgu­
nos patriotas in tentaron refugiarse en los bosques. M uchos otros, sin em bargo,
perm anecieron en las ciudades, alentados por las am nistías p roclam adas por
algunos de los generales españoles conquistadores. M orillo no se conform ó con
tales am nistías y procedió a enjuiciar y ejecutar a u n g ran n ú m ero de los crio­
llos que participaron en los gobiernos republicanos. Al m enos 125 de quienes
tenían suficiente prom inencia para ser contados y recordados, fueron p asados
por las arm as en 1816. El general M orillo certificó la im portancia de varios de
ellos al exhibir sus cadáveres. C am ilo Torres, quien había d esem p eñ ad o p ap e­
les sobresalientes entre 1809 y 1815, y M anuel R odríguez Torices, uno d e los
líderes de C artagena, fueron distinguidos adem ás con la exhibición de sus ca­
bezas. Unos 95 curas acusados de sim patizar con la causa d e la independencia
fueron obligados a viajar al exilio atravesando los calurosos Llanos O rientales y
m uchos m urieron en la travesía. Un sinnúm ero de ciu d ad a n o s com unes fueron
asesinados o m urieron cam ino a la prisión o al exilio. Entre 1816 y 1819 tam bién
fueron ejecutados num erosos artesanos, cam pesinos y otros ciu d ad an o s d e m a ­
siado m odestos para pasar a la historia. Al m enos 29 m ujeres fueron fusiladas,
todas acusadas de a y u d a r a guerrilleros patriotas. La m ás fam osa fue Policarpa
Salavarrieta, ejecutada en Santa Fe de Bogotá por ser agente de la guerrilla en
los Llanos O rientales. La otra m ujer notable fusilada fue A ntonia Santos Plata,
quien financió uno de los varios grupos guerrilleros de la provincia del Socorro.
Sim ultáneam ente, las au to rid ad es españolas confiscaron los bienes de los p rin ­
cipales dirigentes criollos, dejando a sus fam ilias en la m iseria. Tal fiereza no
com enzó en 1816. En la lucha entre realistas y patriotas q u e se entabló d esp u és
de 1811 fue com ún ejecutar prisioneros, oficiales o tropa. Pero las ejecuciones de
notables y de gente del com ún en 1816 y en los años siguientes avivaron el deseo
de los neogranadinos de em anciparse por com pleto de España.

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H istoria ni; Coi ombia . P aís FRACMf;.\ rArxi, scxifdad dividida 167

Mapa 7.1. Ruta de la independencia.

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168 N4 akco P a i a c io s - 1 k a n k S a o o k d

Este p erio d o de 1811 a 1816, en q u e abortó la ten tativ a d e in d ep en d en cia


en la N ueva G ran ad a, se ha llam ado trad icio n alm en te la P atria Boba. El n o m ­
bre es bien m erecido. El d esastre d e 1811-1816 debe im p u ta rse sobre todo a la
inexperiencia y la co rted ad d e m iras d e m uchos dirig en tes criollos de la N ueva
G ran ad a. A lo largo de este periodo las elites de las d iv ersas regiones ap en as
co n sig u iero n co laborar esp o rád icam en te en la form ación d e un gobierno u n i­
ficado y establecer u n a defensa co o rd in ad a para e n fren tar las fuerzas realistas.
José M anuel R estrepo, u n o de los p ro tag o n istas d e los acontecim ientos y cuya
historia del proceso de la in d ep en d en cia co ntinúa sien d o en m uchos aspectos
el testim onio m ás confiable, atrib u y ó la resp o n sab ilid ad d e las d eb ilid ad es y
divisiones de la P atria Boba a la creencia g en eralizad a de las elites en el sistem a
federalista. Según R estrepo, esto llevó a la incapacidad d e re cau d a r fondos y
sostener ejércitos d en tro d e u n a estrategia co o rd in ad a. En cam bio, los in té rp re ­
tes m o d ern o s acen tú an m enos la d eb ilid ad del sistem a form al del federalism o y
m ás los intereses, divisiones y riv alid ad es regionales.
A m bas form as d e concebir el fenóm eno tienen sus m éritos. Los conflic­
tos regionales fu eron p aten tes por todos lados. Sin d u d a la tradición colonial
española co n trib uyó a las divisiones regionales. A diferencia de las colonias
angloam ericanas, la A m érica española no tenía experiencia en cooperar en tre
d iversas localidades en legislaturas. Abajo de la jerarquía burocrática española
solo había gobiernos de ciudades, sin vínculos form ales en tre ellos. Así m ism o,
d u ra n te el p erio d o colonial las ciu d ad es vecinas sufrieron riv alid ad es m arcadas
qu e tam bién se m anifestaron, e incluso se acen tu aro n , en tre 1810 y 1816. El sis­
tem a federal reflejó esta desconfianza regional, p ero el com prom iso con u n sis­
tem a federal débil tam bién resultó en la carencia de u n co n trap eso institucional
capaz de unificar los intereses regionales.
A causa d e las m ú ltip les discordias d en tro d e las provincias, al igual que
en tre los gobiernos regionales, la sangre, las energías y los d ineros criollos se
m algastaron en conflictos intestinos en lu g ar de em p learse en la defensa com ún
contra el peligro realista. Estas luchas au to d estru c tiv a s agotaron los recursos
económ icos y literalm ente d ren aro n la savia d e la gente del com ún. En 1816,
afirm a R estrepo, en casi to d as las regiones la m ayoría d e la población estaba can­
sad a de la g u erra intestina y al restau rarse el p o d er español esperaba el retorno
del orden, la p az y la tran q u ilid ad .
El clero tam bién desem p eñ ó un papel im p o rtan te en concitar apoyo po­
p u lar hacia el restablecim iento de la a u to rid a d española. Es im posible afirm ar
con certeza la p ro porción en que los diversos segm entos d e la población a p o y a­
ron las causas p atrio ta o realista en tre 1810 y 1815. José M anuel R estrepo cree
q ue el m o v im ien to d e in d ep en d en cia obtu v o m ás apoyo en tre la elite criolla que
en tre los sectores po p u lares, la m ayoría d e los cuales sim plem ente querían que
los dejaran en paz. Es probable que en casi to d as las regiones, excluyendo Santa
M arta, P o payán y Pasto, alguna p arte d e las elites civiles m ostrara un apoyo

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1 lis iO R iA d i : C o i o m b i a . P a ís it ía c a u \ l A rx i, scx ii d a d d iv i d i d a 169

decidido hacia la causa patriota. Es posible q u e la m ay o r p arte del clero criollo


sim patizara con los p atriotas, p ero no pocos curas fueron realistas furibundos.
El clero realista, al asociar la religión a la m o n arq u ía e insistir en q u e n egar al
rey era n egar a Dios, restrin g ió in d u d ab lem en te el apoyo p o p u la r a la causa
in d ep en d en tista d u ra n te la P atria Boba. A u n q u e este papel del clero fue m ás
m arcado en com arcas com o la de Pasto, tam bién tuvo a lg u n a influencia en Santa
Fe y otras localidades.
Q uizás fue cierto, com o dijo José M anuel R estrepo, q u e en tre 1810 y 1815
el m ovim iento d e em an cipación se restringió m ás q u e todo a las elites in stru id as
y no contó con u n ap o y o en tu siasta d e la clase p o p u lar. Sin em bargo, d esp u és
de la brutal reco n q u ista española de 1816-1819, el deseo de in d ep en d iz arse de
E spaña se generalizó.

La re c u p e ra c ió n p a tr io ta , 1819-1825

De m ed iad o s d e 1816 a 1819, las fuerzas m ilitares esp añ o las y sus colabo­
radores d om inaron casi com pletam ente la N ueva G ranada, E cuador y V enezue­
la. Las guerrillas p atrio tas ofrecieron resistencia esp o rád ica en alg u n as áreas,
pero solo actu aro n co n tin u am en te en los llanos del C asanare. Sin em bargo, en
agosto de 1819, los p atrio tas re to m a ro n súbita y decisivam ente la iniciativa, con
la victoria de Sim ón Bolívar sobre las fuerzas realistas en la batalla de Boyacá.
D espués d e Boyacá las au to rid a d e s españolas h u y ero n en pánico d e la capital
virreinal. T am bién fu ero n d e rrib ad o s d e n u ev o los gobiernos españoles locales
en la m ayoría de las ciu d ad e s de la N u ev a G ranada. A un así, u n a resistencia re a­
lista significativa co n tin u ó am e n a z a n d o en la costa atlántica h asta fines de 1821 y
en la m o n tañ o sa pro v in cia d e P asto hasta 1825, en tan to q u e guerrillas realistas
siguieron p elean d o en V enezuela hasta el final de la década.
A lo largo de este p erio d o de dom in io p atrio ta (1819-1825), com o en p erio ­
dos anteriores, la lucha tuvo varias características com unes. Al igual q u e antes,
contin u ó la ten d en cia bien p ro n u n c ia d a d e ejecutar p risio n ero s d e uno y otro
bando, tanto oficiales com o soldados. O tro rasgo notable fue el im pacto del cli­
m a y otros factores geográficos sobre to d o s los com batientes. U n claro ejem plo
de esta situación fue la relación en tre las frescas altiplanicies y los cálidos lla­
nos en el oriente del país. S egún José M anuel R estrepo, u n a de las razones p o r
las cuales los realistas no p u d ie ro n som eter m ilitarm en te los Llanos d esp u és de
1816 fue la in cap acid ad d e los caballos del altip lan o de a d a p ta rse a los pastos de
la llanura. Sin caballería, los realistas no p o d ían o p e ra r efectivam ente contra los
jinetes llaneros. M ás aú n , los Llanos d u ra b a n in u n d a d o s la m itad del año, en to r­
p eciendo las operacio n es realistas. Así, aquellas com arcas co n tin u aro n ofrecien­
do refugio seg u ro a los p atrio tas d u ra n te los años d e la reco n q u ista española.
En estas condiciones, Bolívar p u d o co n so lid ar en los Llanos u n a base d es­
de la cual atacó en 1819 a las fuerzas realistas q u e sojuzgaban las altiplanicies
d en sam en te p o b lad as. Al hacerlo tuvo q u e en fren tar el m ism o desafío del m edio.

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170 M arco I^a i .a c io s - í ' k a x k S a k f o r d

p ero a la inversa. Bolívar em prendió su extraordinario cruce de los A ndes desde


los Llanos hacia los altiplanos en m ayo, la época m ás difícil del año, d u ra n te
la larga tem p o rada de lluvias e inundaciones. Esto aum entó el factor sorpresa
p o rq u e un ataque desde los Llanos en este m om ento parecía inconcebible. De
hecho, sus tropas sufrieron horriblem ente. El cuerpo principal d e la expedición
estaba com puesto de llaneros. Ni ellos ni sus caballos estaban acostu m b rad o s al
clim a de las m ontañas. N um erosos llaneros sim plem ente desertaro n en cuanto
se en teraro n de que Bolívar quería llevarlos a la cordillera. M uchos d e los que
co n tin u aro n carecían de vestuario adecuado para resistir el frío y enferm aron y
m u riero n d u ra n te las jornadas del ascenso. M uchos caballos q u e d a ro n cojos a
causa del terreno rocoso de las m ontañas, pues los caballos llaneros no necesita­
ban y, p o r tanto, no usaban h erraduras. La expedición de Bolívar fue exitosa en
b u en a m ed id a porque, una vez llegó a los altiplanos de Boyacá, los españoles le
d iero n tiem po suficiente para reequipar a los sobrevivientes con caballos, com i­
da y ro p as ad ecuadas y para engrosar sus fuerzas con reclutas locales.
La victoria de Bolívar sobre las fuerzas realistas en la batalla d e Boyacá,
el 7 d e agosto de 1819, cam bió decisivam ente el rum bo de la lucha d e in d e p e n ­
dencia en el norte de Suram érica. Con la ráp id a recuperación d e la m ayoría de
regiones d ensam ente pobladas de la N ueva G ranada, Bolívar obtuvo u n a base
seg u ra d esde la cual atacar y vencer a las fuerzas realistas en V enezuela y Ecua­
d o r y, m ás allá, en el Perú y Bolivia. Pese a los focos de resistencia española, los
p atrio tas em p ezaron a erigir una república in dependiente en tre 1819 y 1822.
A lgunos acontecim ientos europeos ayudaron al proceso. El triunfo final
contra N apoleón en 1815 perm itió a F em ando vii despachar en 1815-1816 u n gran
ejército para som eter a los patriotas de V enezuela y la N ueva G ranada; pero la
victoria sobre N apoleón tam bién significó que los británicos podían deshacer la
alianza con España y secundar con m ás holgura la causa de la independencia
hispanoam ericana. El fin de la lucha contra los franceses trajo la desm ovilización
d e los ejércitos británicos y casi 6.000 de estos m ilitares, soldados de fortuna, vi­
n ieron a p restar servicio a la causa patriota en el norte de Suram érica. Los britá­
nicos form aron parte im portante del ejército de Bolívar en Boyacá y en m uchas
cam p añ as posteriores. C om erciantes ingleses tam bién contribuyeron a la inde­
p endencia de C olom bia de 1817 en adelante, m ediante el financiam iento, aprovi­
sionam iento y transporte de aquellos soldados y tam bién m ediante el sum inistro
a crédito de im portantes cantidades de equipo m ilitar.
Los acontecim ientos españoles tam bién fortalecieron la independencia.
En enero de 1820 se sublevaron los contingentes m ilitares que estaban a pun to
d e ser enviados a H ispanoam érica para aplastar el m ovim iento in d ependentista
y obligaron a F em ando vii a re stau rar el gobierno constitucional. La revuelta im ­
p id ió qu e los refuerzos españoles llegaran a H ispanoam érica e indujo una políti­
ca m enos intransigente hacia los revolucionarios am ericanos. En 1820, F ernando
VII o rd en ó a las au to rid ad es coloniales negociar con los insurgentes. En el norte

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H ISTORI A of: C o i o m b i a . P a is t r a c m t n rA rx \ sex i i -d a d d i \t d id a 171

de Suram érica se negoció u n arm isticio tem poral. El m ism o acto de negociar
im plicó un reconocim iento a los sublevados y fortaleció su legitim idad. D urante
la negociación y el arm isticio en sí (agosto de 1820 a abril de 1821) hubo m uchas
deserciones realistas y el entusiasm o patriota se generalizó.
S im ultáneam ente, otros gobiernos se orientaban hacia el reconocim iento
de la ind ep en d en cia hispanoam ericana. En esto los norteam ericanos tom aron la
iniciativa. En 1820, la C ám ara de R epresentantes de los Estados U nidos aprobó
un a proposición que favorecía dicho reconocim iento y el p residente n o rteam e­
ricano recibió al p rim er agente diplom ático de Colom bia. En 1822, los E stados
U nidos reconocieron form alm ente a Colom bia, así com o a otros Estados h isp a­
noam ericanos. El gobierno británico dem oró el reconocim iento hasta enero de
1825, pero en tre tanto d esem peñó un papel im portante al im p ed ir que la m o n a r­
quía francesa in terviniera directam ente en la A m érica española.
En C olom bia los patriotas se consagraron a consolidar la independencia
m ed ian te el establecim iento de un gobierno constitucional. En m ayo de 1821
se reu n iero n en C úcuta delegados de la N ueva C ran a d a y V enezuela, con el
objetivo d e ex p ed ir u n a C onstitución para la nueva R epública de Colom bia y en
septiem bre eligieron a Sim ón Bolívar com o su prim er presidente.
A p esar de esta m archa positiva, la guerra aú n no había term in ad o en
Colom bia. A principios de 1820, los realistas todavía dom inaban toda la costa
atlántica, el Bajo M agdalena y la región caucana. Era im perativo expulsarlos del
norte. M ientras controlaran las ciudades portuarias de C artagena y Santa M arta,
y sectores del río M agdalena, podían bloquear el sum inistro de arm as y otros
bienes extranjeros requeridos por las regiones patriotas. Sin com ercio exterior,
los patriotas no podían recaudar los im puestos aduaneros. A m ediados de 1820
los patriotas habían tom ado el dom inio del Bajo M agdalena y ya tenían sitiada
p o r tierra a C artagena. Pero al no poder controlar el m ar, fue posible, al m enos
por un tiem po, que los realistas abastecieran la ciudad. A dem ás m uchas de las
poblaciones circundantes sim patizaban con los realistas y colaboraron en el a p ro ­
visionam iento. En consecuencia, los realistas p u dieron ag u an tar el sitio d u ra n te
quince m eses, hasta octubre de 1821. En otras com arcas del Bajo M agdalena y
de la costa, así com o en O caña, V alledupar y Santa M arta, las guerrillas realistas
lucharon hasta fines de 1821. Todavía en 1823 estalló una rebelión realista en la
región de Santa M arta, cuyo foco fue la población indígena de Ciénaga.
La g u erra contra los realistas en la costa atlántica y en el Bajo M agdalena
fue costosa en v idas h u m anas. En su m ayoría los reclutas patriotas provenían
del interior y estaban desacostum brados al am biente cálido y h ú m ed o de las tie­
rras costeras. M uchos cayeron a causa de la disentería y el "vóm ito negro", otros
fuero n m u erto s en com bate y m uchos desertaron. En un solo año un batallón
p erd ió el 90 p o r ciento de sus hom bres.
A dem ás de la costa, la resistencia en el C auca tam bién fue una fuente de
in q u ietu d patriota. En enero de 1820, tropas españolas se tom aron P opayán y

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^72 M a r c o IL m .a c io s - F r a n k S a i t o r d

luego o cuparon el norte de la provincia. Los patriotas tu v iero n q u e h u ir del valle


p o r el paso del Q uindío. Pero a largo plazo las fuerzas p atrio tas consiguieron
do m in ar la región. Con todo, la principal preocupación de los p atrio tas era la re­
gión de Pasto. H asta julio de 1822 fue una plaza realista y periódicam ente, hasta
1825, las guerrillas realistas se m ovilizaron y d om inaron la provincia. Estas fu er­
zas p reo cupaban por varias razones. Prim era, am enazaban la in teg rid ad d e la
n u ev a nación delineada p o r Bolívar. En 1819 en A ngostura, y d esp u é s en 1821 en
C úcuta, los constituyentes proyectaron una República d e C olom bia q u e incluiría
a V enezuela, la N ueva G ranada y Ecuador. Pero el dom inio realista de Pasto se
interponía en esta visión. Pasto bloqueaba la ru ta de los ejércitos q u e acudirían
a la liberación de Quito. A causa de este bloqueo de las com unicaciones p atrio ­
tas, E cuador estuvo v irtualm ente sin representación en los p rim ero s congresos
colom bianos. Finalm ente, adem ás de estos obstáculos, el P asto realista im pedía
la realización del plan de Bolívar de expulsar a los españoles del Perú. Así, el
m o n arquism o de Pasto representaba para Bolívar una doble am en aza continua
en su retaguardia: a los fundam entos m ism os de la joven república y a la m ovili­
zación y el abastecim iento de las tropas colom bianas q u e buscaban la liberación
del Perú.
Un conjunto de causas confluían a dificultar el som etim iento de la región de
Pasto. El obispo de P opayán y la m ayoría de curas párrocos consiguieron inculcar
en la feligresía la noción de que quienes apoyaran la in d ep en d en cia eran enem i­
gos de la religión. D esde su p u n to de vista, al negar el origen divino del m andato
del rey la doctrina de la soberanía p o pular generalm ente aceptada por las elites
neogranadinas, era claram ente irreligiosa. Las m asas p astusas, com puestas en su
m ayoría por cam pesinos indígenas, eran profu ndam ente tradicionalistas y creían
que luchaban en defensa de su religión y de su rey. C on tales convicciones po­
pulares, Pasto se convirtió en la Vendée colom biana, el centro de la resistencia
contrarrevolucionaria a un gobierno republicano nuevo e independiente.
En seg u n d o lugar, por sus condiciones topográficas y clim áticas, la región
de Pasto presentaba obstáculos form idables a las invasiones externas. D espla­
zándose hacia el sur de P opayán, la prim era barrera que en co n trab an las fuerzas
patriotas era la travesía de la cuenca del río Patía. Esta, com o la d e sus m uchos
tributarios, era una com arca caliente y baja, en la cual, com o lo dem o strab a la ex­
periencia, los forasteros tenían u n a buena probabilidad d e enferm arse. A dem ás,
d ebían atravesar un terreno de profundos cañones que ofrecía b u en as o p o rtu n i­
d ad es para las em boscadas guerrilleras, y la población afrocolom biana de esta
com arca, com prom etida desde 1810 con la causa realista, era m uy diestra en la
guerra de guerrillas. Si una fuerza invasora lograba cru zar el Patía, q u ed ab a ex­
p u esta a las em boscadas en los desfiladeros que debía to m ar para llegar a Pasto.
A dem ás, era aú n m ás difícil p en etrar el anillo exterior a lre d ed o r de la ciudad
d e Pasto, form ado por la convergencia del río Juanam bú al norte y el G uáitara
al sur. Am bos ríos tenían rápidos turbulentos, en canales p ro fu n d o s de pare-

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1 lisìO R iA Dt C o i o m b i a . P a í s i k a g m i n T A r x > , s c x i i -d a d d i v i d i d a 173

EL JUICIO DEL LIBERTADOR SOBRE LOS PASTUSOS, 21 DE OCTUBRE DE 1825.

"Los pastusos deben ser aniquilados, y sus mujeres e hijos transportados a otra parte,
dando aquel país a una colonia militar. De otro modo, Colombia se acordará de los
pastusos cuando haya el m enor alboroto o embarazo, aun cuando sea de aquí a cien
años, porque jam ás se olvidarán de nuestros estragos, aunque dem asiado merecidos".

Fuente: Carta d e S im ó n B olívar a Francisco d e Paula Santander, P otosí, 21 d e octubre d e 1825, en:
Lecuna, V icen te, Cartas del Libertador, Caracas, 1929, tom o v, p .l4 2 .

des em p in ad as y rocosas. Así, la ciudad podía defenderse fácilm ente colocando


tropas en los cañ o n es d e los dos ríos. Com o ap ren d iero n los ejércitos patriotas,
prim ero en 1812 y luego en 1814, si estos estaban defendidos, los intentos de
pasarlos p o d ían ser m u y costosos, si no im posibles.
Los esfu erzo s d e los p atriotas por reducir la región fracasaron uno tras
otro. En enero d e 1821 una fuerza patriota que salió del su r de Popayán fue a ta ­
cada p rim ero p o r las g u errillas patianas y luego arrasad a cuando intentaba a tra­
vesar uno de los cañones en cercanías de Pasto. O tro intento de invadir a Pasto
en agosto d e ese añ o term inó cuando los patriotas fueron d erro tad o s en la hoya
del Patía, y luego ab a n d o n aro n P opayán a las guerrillas y huyeron hasta el valle
del río Cauca. Así, los jefes republicanos decidieron atacar Q uito por G uayaquil,
antes q ue ab rirse paso p or Pasto. Esta era la intención de Bolívar cuando llegó al
valle del C auca en en ero de 1822. Pero sus planes se vieron frustrados en cuanto
aparecieron navios de g uerra españoles en el Pacífico, lo cual hacía dem asiado
arriesg ad o em b arcar m ás tropas hacia la costa ecuatoriana. Por tanto, Bolívar no
tuvo otro cam ino q u e el de Pasto. C uando trató de p asar hacia el otro lado del
Juan am b ú , sufrió, com o sus predecesores, grandes p érd id as y debió retirarse. En
m enos d e un añ o Bolívar y sus generales perdieron 3.500 de los 7.500 hom bres
que form aban su s ejércitos m ovilizados contra Pasto. A fin de cuentas, resultó
m ás fácil to m arse Q u ito desde G uayaquil que forzando el cam ino por Pasto.
Una vez to m ad a Q uito por el general A ntonio José de Sucre, Pasto quedó
cercada p o r las fu erzas patriotas del sur, en Q uito, y por las del Cauca, al norte.
En este m o m en to las elites p astu sas decidieron que era m ás p ru d e n te rendirse a
los patriotas. Sin em bargo, g ran parte del pueblo quiso co ntinuar la lucha sin im ­
p o rtar las p o sib ilid ad es de vencer. Solo los ruegos del venerado obispo español
d e P o p ay án los p ersu ad iero n de capitular. Pero la guerra de Pasto estaba lejos
d e llegar a su fin. En octubre de 1822, las guerrillas realistas se tom aron la ciudad
y a u n q u e fueron expelidas en diciem bre, continuaron actu an d o librem ente en
las m o n tañ as y re p resen ta n d o un serio peligro hasta m ediados de 1824, cuando
varios de los d irig en tes guerrilleros fueron cap tu rad o s y ejecutados.

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174 M a k (, o P a l a c k i s - Fm ia n k S a t u i h i .)

Hacia com ienzos de 1823, Bolívar y otros líderes republicanos concluyeron


que la única m anera de acabar con la resistencia p astusa sería casi exterm inar la
población. Entre las m edidas represivas se cuen tan el reclutam iento forzoso de
mil pastusos en el ejército para servir en el Perú, el exilio d e trescientos a Q uito
y la confiscación de bienes, así com o el ajusticiam ento d e los cap tu rad o s en com ­
bate, la ejecución de dirigentes y otros castigos atroces. En m arzo de 1823, José
M anuel R estrepo anotó en su diario que en la ciudad de Pasto solo q u ed ab an
m ujeres y observó que sería necesario "v ariar" la población p astusa debido a la
guerra "ten az y destructiva" que había librado contra la república. C uatro m eses
después, R estrepo añadió: "Es necesario d estru ir a los pastusos, y esto es m uy
difícil en un terreno tan fuerte y escarpado".
No obstante, las m edidas represivas no d estru y e ro n la resistencia pastu sa
sino que m ás bien la endurecieron. En sep tiem b re de 1823, el general B artolom é
Salom, encargado por Bolívar de ap lasta r la rebelión de Pasto, reportó al L iberta­
d o r que era im posible describir la o b stin ad a tenacidad y furia con que op erab an
los pastusos, y que si antes la m ayor p arte de la población se había declarado
enem iga de los patriotas, ahora todos estaban em p eñ a d o s en hacer la guerra, con
un fervor inim aginable. Salom anotó q u e en tre los prisioneros tom ados p o r sus
tropas había niños de nueve y diez años. Los pastusos, dijo el general, estaban
p ersu ad id o s de que estaban librando u n a g u erra a m uerte y no creían para n ad a
en los libertadores.
A unque la endém ica rebelión p astu sa fue aq u ietad a por un tiem po luego
de la ejecución de algunos cabecillas principales en junio d e 1824, reaparecería
de tiem po en tiem po. A ún después de la batalla de A yacucho (diciem bre de
1824), que puso térm ino definitivo a la resistencia realista en su centro m ás im ­
p o rtan te de Suram érica, con la d erro ta decisiva del ejército español en el Perú,
seguía b ro tando la insurgencia realista en Pasto. En abril de 1825, cu an d o un
sacerdote realista anunció que Bolívar había sido asesinado, estalló una rebelión
espontánea q ue floreció a todo lo largo y ancho d e la región. Por aquella época
su econom ía había sido destruida: a rrasad a s sus cosechas, ganado y ovejas y la
industria textil lanera. La lucha por su b y u g ar y controlar a Pasto y el Patía entre
1810 y 1825 hizo que las elites del resto d e la república m iraran a estas regiones
com o fuente de problem as, con poblaciones irracionales cuya resistencia contra
el control externo tenía que reprim irse d u ram en te.
En las dem ás regiones de la N u ev a G ran ad a, las g uerras de in d e p e n d e n ­
cia fueron m enos destructivas que en Pasto. N o obstante, la prolongada lucha
tuvo su costo. Por d o ndequiera que p asa ran los ejércitos, tanto d u ra n te las cam ­
pañas de independencia com o d u ra n te las subsiguientes g uerras civiles, se p ro ­
ducían fuertes p érd id as de ganado. La región de la cordillera O riental, d o n d e
vivía el 60 por ciento de la población, había d isfru tad o de u n notable crecim ien­
to económ ico al m enos d u ra n te las tres últim as décadas del periodo colonial.
D urante los años de la Patria Boba pareció declinar la producción agraria en la

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1 ilSIO KI \ DI Q ' l OM BIA. I ’ .\I.S l'U.\C.MI \ IA IX ), S(X. II DAD Dl\ IDIDA 1 75

m ayoría de localidades de esta región. En algunos lugares pareció aum entar la


producción en los tres años d e la reconquista española, pero luego, cuando los
patriotas volvieron a to m ar el gobierno, se estancó a com ienzos de la década de
los años 1820. A u n q u e las p o p u lo sas com arcas del oriente, al igual que A ntio­
quia en el occidente, no sufrieron g u erras im portantes después de 1819, am bas
fueron d esa n g rad a s d e hom bres y recursos financieros para sostener la lucha en
otros lugares. En 1820-1821, C u n d in am arc a envió unos 35.000 hom bres a luchar
en V enezuela, la costa atlántica y Pasto. En ese m ism o lapso, la sola provincia
del Socorro envió 8.000 reclutas, ap ro x im ad am en te un cinco por ciento de su p o ­
blación total, m ás d e mil caballos y m uías, considerable cantidad de vestuario y
$200.000. A ntioquia, con m ayores recursos q u e el Socorro debido a su m inería de
oro, ap ortó el d o ble del dinero q u e la provincia santandereana, pero solo envió
2.000 reclutas, la m itad esclavos. La p é rd id a de esclavos, ya sea por fuga o por su
reclutam iento en el ejército, afectó la m inería del oro, au n q u e m enos en A ntio­
quia que en el C auca, d o n d e la m ano de obra esclavista en las m inas era m ucho
m ás generalizada. El alto costo de sostener los ejércitos en la costa atlántica y
Pasto, y tam bién en E cuador y P erú, com binado con un sistem a de im puestos
en colapso, p ro d u jo un ag u d o déficit fiscal. La d eu d a pública externa, que venía
acu m u lán d o se d esd e 1817 por los gastos de g u erra y las débiles posiciones nego­
ciadoras frente a los p restam istas británicos, ascendía en 1824 a 6.750.000 libras,
una carga insostenible para la em erg en te república.
Las g u erras d e in d ep en d en cia trajeron algunos cam bios sociales significa­
tivos en la N u ev a G ra n ad a, a u n q u e la aristocracia criolla logró conservar el m o­
nopolio del poder. En la base d e la sociedad, el cam bio m ás notable fue el paso
de la esclavitud a la libertad d e u n n ú m ero incalculable de afrocolom bianos.
Las necesidades bélicas im p u lsaro n a p atrio tas y realistas a reclutar esclavos,
prom etién d o les la liberación a m uchos d e ellos. Los realistas parecieron tom ar
la iniciativa en esto, al identificar en ocasiones la lucha realista com o una lucha
contra los esclavistas criollos. P ero el reclutam iento de esclavos tam bién fue una
pieza im p o rtan te en el diseño d e Bolívar, q u ien en 1820 ordenó alistar 5.000 es­
clavos (cifra d esp u é s reducida a 3.000) en las m inas de oro y las haciendas de
A ntioquia, el C hocó y Cauca.
Esta m ed id a provocó controversia en tre la elite patriota. Los criollos d u e ­
ños de esclavos se quejaron d e que ellos y sus em presas m ineras y agrícolas
term inarían arru in ad o s. Sin em bargo, Bolívar insistió en que los esclavos serían
sold ad o s fuertes y co m p rom etidos. A dem ás, señaló que la incorporación de los
esclavos al ejército rep u blicano y su su b sig u ien te libertad eran necesarios para
el orden político. C itan d o a M ontesquieu, Bolívar com entó que la esclavitud p o ­
dría p e rd u ra r en un régim en despótico, pero no en una sociedad libre, donde
la libertad ev id en te d e otros convertiría a los esclavos en enem igos del sistem a.
A dem ás, el em pleo d e negros en el ejército reduciría su núm ero. Si solo los blan­
cos servían en las arm as, los negros p ro n to serían la m ayoría. "¿N o será útil".

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126 M arcx' P alack '« - F kank S affo rd

p reg u n tó Bolívar, "q u e estos ad q u ieran sus derechos en el cam po de batalla y


que se dism inuya su peligroso n úm ero por u n m edio necesario y legítim o?" Así
Bolívar presentó un argum ento fun d am en tad o en una filosofía política ilustra­
da, m atizado con cierto tem or racial.

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8
LA COLOMBIA DE BOLÍVAR, 1819-1831

EN 1 8 1 9 , BAJO EL MANDO del general venezolano Sim ón Bolívar, V enezuela


y la N ueva G ran ad a se fusionaron para constituir la R epública de C olom bia; la
A udiencia de Q uito fue incorporada m ás tarde, cu an d o se in d ependizó del d o ­
m inio español en 1822. La R epública de C olom bia tuvo que afrontar dos pruebas
severas al m ism o tiem po: liberarse y luego liberar a Perú y Bolivia de las fuerzas
realistas españolas, y al m ism o tiem po sentar las bases institucionales del n u e ­
vo Estado. M ientras Bolívar se concentró en la guerra, el general neogranadino
Francisco d e Paula S an tan d er se ocupó, en su calidad d e vicepresidente de C o­
lom bia, de estru c tu rar la nueva república. C olom bia tuvo éxito en su em peño
m ilitar de term in ar el dom inio español en la región an d in a de Suram érica. Sin
em bargo, un a vez alcanzado este objetivo estratégico, la unión de Venezuela, la
N uev a G ran ad a y lo qu e d esp u és se llam ó Ecuador com enzó a flaquear. En 1826,
la unión se sum ió en un a pro lo n g ad a crisis política que incluyó conflictos p a ra ­
lelos y a veces interrelacionados entre el clero y los letrados liberales, entre los
oficiales m ilitares y esos m ism os políticos liberales, entre el gobierno central de
Bogotá y las elites d e V enezuela y E cuador, y en fin, entre Bolívar y S antander y
sus respectivos p artid arios. La crisis se prolongó hasta 1831, cuando la R epúbli­
ca de C olom bia ya se había d esm em b rad o en sus partes constitutivas originales:
V enezuela, la N u ev a G ran ad a y Ecuador.

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178 M akco I^a i .a c u is - F k a n k S a h k ik d

L a fu n d a c ió n d e C o lo m b ia

D espués de la con tu n d en te victoria sobre las fuerzas realistas en la batalla


de Boyacá en agosto de 1819, si no antes, Bolívar se confirm ó com o el líder su ­
p rem o del m ovim iento in d ep en d en tista en V enezuela y la N ueva G ranada. Se le
reconoció su suprem acía incontestable con el título que lo distinguiría desde en­
tonces: el Libertador. La visión, la v oluntad y el liderazgo de Bolívar unificaron
a Venezuela, la N ueva G ranada y el Reino de Q uito en la R epública U nitaria de
Colom bia, que m ás tarde se denom inó la G ran Colom bia para d istinguirla de la
actual R epública de C olom bia. Al parecer Bolívar no fue el prim ero en concebir
la integración de V enezuela, la N ueva G ranada y la A udiencia de Q uito como
u na nación. Francisco M iranda, el precursor de la independencia de V enezue­
la, ya había p ro puesto su unión en 1808. Bolívar concibió una conexión entre
V enezuela y la N ueva G ran ad a desde 1813, y en 1815 incorporó a Q uito en su
proyecto. A dem ás, su liderazgo fue lo que convirtió la unión en realidad, si bien
u na realidad transitoria.
La idea de integrar a V enezuela, la N ueva G ranada y Q uito bajo un solo
gobierno se debía en parte al hecho de que, d u ra n te gran p arte del siglo xviii, las
tres regiones habían estado unidas, por lo m enos de una m anera form al, en el Vi­
rreinato de la N ueva G ranada. Así, existía por lo m enos un am ago de tradición
ad m inistrativa que incorporaba a estas tres regiones. Sin em bargo, com o se ha
observado, ni V enezuela ni Q uito habían sido nunca gobernadas efectivam ente
d esde Santa Fe de Bogotá. La unión se fundam entaba m ás de cerca en las exi­
gencias tácticas de la guerra de independencia. Bolívar necesitaba de la N ueva
G ranada com o un pun to de apoyo para liberar a V enezuela y, a la inversa, la
libertad de la N ueva G ranada vino de Venezuela. Así, en el curso de la guerra
de independencia, Bolívar se convenció de que los destinos de V enezuela y la
N ueva G ran ad a estaban entrelazados: la independencia de la una dependía de
la liberación de la otra. Pero Bolívar concibió la unión de V enezuela y la N ueva
G ranada com o algo que debía trascender la alianza m ilitar táctica necesaria para
abolir el dom inio español. A spiraba a crear, con V enezuela, la N ueva G ranada y
la A udiencia de Quito, una república bastante grande para po d er defenderse de
las potencias del m undo atlántico.
O tros llegaron a com partir la visión bolivariana de fusionar a Venezuela
con la N ueva G ranada. Pero se tem ía que la rivalidad regional entre neograna­
dinos y venezolanos im pidiera la supervivencia de esta gran república. En junio
de 1819, cu ando Bolívar estaba conduciendo sus tropas desde los llanos para
atacar las fuerzas realistas en la cordillera O riental de la N ueva G ranada, el ge­
neral n eogranadino Francisco de Paula Santander, por entonces el com andante
patriota en los llanos de C asanare, le envió una carta al coronel venezolano Pe­
dro Briceño M éndez, en la que le expresaba su tem or de que los antagonism os
regionales p u d ieran rom per los lazos entre venezolanos y neogranadinos. Según
pensaba S antander, la unión podría sobrevivir siem pre y cuando las elites de

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am bas regiones se esforzaran por hacerla funcionar. Pero el liderazgo de Bolívar


era indispensable: solo él contaba con la confianza tanto de neogranadinos com o
de venezolanos.
En diciem bre de 1819, Bolívar regresó de la N ueva G ranada a la capi­
tal patrio ta provisional en A ngostura, en d onde un congreso de venezolanos
y algunos neo g ran ad in os proclam ó form alm ente una República de C olom bia
integrada p or V enezuela y la N ueva G ranada. El C ongreso eligió a Bolívar com o
el p rim er presid en te de la república y a un civil neogranadino, Francisco A nto­
nio Zea, com o su vicepresidente. A dem ás designó vicepresidentes encargados
de regir a Venezuela, la N ueva G ranada (ahora d enom inada C undinam arca) y,
even tu alm en te, a la A udiencia de Quito. En un gesto retórico de liberación del
pasado colonial, el C ongreso tam bién declaró que en adelante la capital del d e­
p artam en to de C u ndinam arca ya no se llam aría Santa Fe de Bogotá, sino Bogotá
a secas.
D esp u és de la batalla de Boyacá, Bolívar había encom endado al general
S an tan d er el gobierno de la N ueva G ranada; la elección de S antander com o
vicep residente de C un d inam arca por el C ongreso de A ngostura sim plem ente
ratificó la decisión de Bolívar. N acido y criado en la región de C úcuta, S antan­
d er había estu d iad o derecho en Santa Fe de Bogotá (1805-1810), pero no había
practicado esta profesión p orque en octubre de 1810 se alistó com o teniente en
el ejército patrio ta local. Por haber pasado nueve años en la carrera m ilitar y h a­
ber ascen d id o a la g raduación de general, en 1819 S antander ya se consideró un
m ilitar. Sin em bargo, com o vicepresidente dem ostró ser tan jurista com o m ilitar
en sus predilecciones. Su insistencia en adherirse a la letra de la ley provocó que
Bolívar lo ap o d ara "el H om bre de las Leyes", no sin algún sarcasm o, porque el
apego de S an tan d er a la ley solía irritar y hasta enfurecer al Libertador, a quien
a veces le im pacientaban las m inucias legales. D urante m ás de dos años, S antan­
d er rigió los destinos de la N ueva G ranada al frente de un gobierno provisional.
En 1821 fue elegido vicepresidente de la R epública de C olom bia, y com o tal
gobernó la nación m ientras Bolívar estuvo ausente de la capital prosiguiendo la
guerra de in dependencia, hasta su regreso a Bogotá en noviem bre de 1826.
En los prim eros años de la república los m ilitares la dom inaban, especial­
m ente en las provincias. Pero la transición hacia una participación m ayor de los
civiles en el gobierno com enzó en firm e en m ayo de 1821, cuando los delegados
de V enezuela y la N ueva G ranada se reunieron en la Villa del Rosario de C úcuta
para re d actar una C onstitución para la nueva R epública de Colombia.
El C ongreso C onstitucional de C úcuta m arcó la transición entre la gene­
ración de d irig en tes qu e había figurado antes de 1816, y la nueva generación
q u e d o m in ó los destinos políticos hasta la década de los años 1840. N um erosos
líderes de los años anteriores a 1816 habían sido ejecutados o m urieron d u ran te
la reco n q uista española. Entre los sobrevivientes estaba A ntonio N ariño, que
había reg resad o al país después de su prisión en España. En reconocim iento

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180 M a h l o P \i a c x '»s - F k a n k S a f k i k d

al pap el de N ariño com o precursor de la independencia, Bolívar lo nom b ró vi­


cep resid en te interino de C olom bia, cargo con el que in au g u ró el C ongreso de
C ú cu ta com o su prim er presidente. Dos antioqueños, José M anuel R estrepo y
José Félix Restrepo, dirigentes destacados en la fase inicial del periodo de la in­
d ep endencia, tam bién cum plieron funciones im portantes en C úcuta y después.
Pero m uchos de los neogranadinos reu n id o s en C úcuta y que se destacaron en
los añ o s subsiguientes eran personas que habían d esem p eñ ad o funciones su b ­
altern as entre 1810 y 1819. H om bres com o Vicente A zuero, Francisco Soto, José
Ignacio de M árquez y Diego F ernando G óm ez surgieron com o figuras sobre­
salientes en C úcuta y siguieron ejerciendo papeles políticos im p o rtan tes en la
N u ev a G ran ad a hasta el decenio de los años 1840.
Las discusiones en C úcuta m ostraron las sensibilidades e insensibilidades
regionales que m ás tard e estallaron en abierta hostilidad. A lgunos n eo g ran a­
dino s se opusieron a una unión dem asiado estrecha, p o r el tem or d e ser una
"colonia" de Venezuela. A ntes de la convención, A zuero resistía u n a fusión en­
tre la N ueva G ranada y V enezuela por otras razones: tem ía q u e la p rim era se
co n tagiara del "d eso rd en social" entonces evidente en el territorio venezolano,
y se p reocupaba por el "odio concentrado y las rivalidades" q u e existían entre
los d o s pueblos. Sin em bargo, en la convención, A zuero concluyó que u n a unión
fuerte era el único m edio de su p erar esas rivalidades regionales.
Los delegados aprobaron la unión en parte por la necesidad estratégica de
d e rro ta r a España. A dem ás, los p roponentes sostenían q u e una república m ayor
o b ten d ría m ás fácilm ente el reconocim iento de los gobiernos europeos y podría
d efen d erse m ejor frente a ellos. Parece que los delegados se fijaron m uy poco en
la cuestión de si la unión podría funcionar com o una en tid ad económ ica in teg ra­
da. El único com entario que se hizo con respecto a factores económ icos señaló
un a carencia de vínculos com erciales que iba en contra de la unión: un delegado
del C auca observó que la A udiencia de Q uito tenía m ás relaciones com erciales
con el sur, por la costa pacífica, que con la N ueva G ranada.
A unque los delegados, con una sola excepción, finalm ente convinieron en
lo deseable de la unión, la cuestión se siguió debatiendo cu a n d o discutieron si el
gobierno debía ser centralizado o federado. Al m enos seis delegados neo g ran a­
d in o s abogaron y votaron por una estru ctu ra federalista. A rg u m en taro n q u e un
sistem a federal garantizaría m ás efectivam ente la libertad individual q u e uno
centralista. Pero la m ayor p arte de los delegados pro p o n ían un régim en unitario
o centralista. La necesidad de un gobierno fuerte para p ro seg u ir la lucha contra
E spaña fue, quizás, el argum ento m ás persuasivo en favor del centralism o. M u­
chos contem poráneos, entre ellos Bolívar, habían atrib u id o el fracaso criollo de
no haber p o d id o consolidar la independencia en V enezuela y la N ueva G ranada
en tre 1810 y 1819 a la debilidad de los gobiernos federales de la época. Sin em ­
bargo, para los defensores del centralism o los m otivos trascendían las exigencias
d e la guerra de independencia. M uchos delegados creían que un sistem a centra-

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lista se ad a p ta b a m ejor a las realidades colom bianas. P ensaban que el país no


contaba con suficientes personas instruidas ni con los recursos necesarios para
sostener las legislatu ras provinciales que exigía un régim en federal. A lgunos
señalaron qu e si bien la C onstitución de los Estados U nidos era adm irable, no
podría fu ncionar en la A m érica hispana. Según los centralistas, por los efectos
del represivo sistem a español, los hispanoam ericanos carecían de la experiencia
política y la "v irtu d cívica" (es decir, una cultura de responsabilidad civil activa)
que eran in d isp en sab les para el funcionam iento del com plejo sistem a federal.
En cam bio, los federalistas razonaban que la única m anera de crear una
ciud ad an ía ilu strad a y efectiva era m ediante la experiencia directa en los go­
biernos locales; p o r consiguiente, se debía em pezar con la federación. Con todo,
varios de los n e o g ran ad in o s que defendían una constitución centralista en 1821
m anifestaron su s esp e ran z as de que los colom bianos pudieran, a la larga, a d ­
quirir un a m a d u re z política suficiente para adoptar, m ás adelante, un régim en
federal.
La C o n stitución p ro m u lg ad a en C úcuta en 1821 era claram ente centralis­
ta. Los in ten d en tes, q u e gobernaban regiones m uy extensas, y los gobernadores
de las provincias serían d esignados por el ejecutivo nacional y se les considera­
ría com o sus ag entes directos. Y no habría legislaturas provinciales autónom as.
A unque la C o n stitu ció n era m arcadam ente centralista y no federalista, en a lg u ­
nos aspectos se in sp iró en el m odelo estadounidense. Establecía un presidente
y un vicep resid en te con periodos de gobierno de cuatro años; una legislatura
bicam eral con p erio d o s de cuatro años para los m iem bros de la C ám ara de Re­
presen tan tes y d e ocho años para el Senado, y un po d er judicial cuyos m iem bros
debían ser n o m b rad o s conjuntam ente por el ejecutivo y el legislativo. El patrón
centralista establecido p o r la C onstitución de C úcuta sirvió de m odelo para las
constituciones su b sig u ientes, hasta la década de los años 1850, cuando la N ueva
G ran ad a en tró d e lleno en un periodo federalista que d u ró hasta la C onstitución
de 1886.
En la C o n stitu ció n d e 1821, el control del gobierno por la elite instruida
se g arantizaba p o r u n sistem a electoral que no solo restringía el sufragio sino
q u e ad em ás lo atem p e rab a m ediante elecciones indirectas. El voto local estaba
lim itado a los v aro n es m ayores de 21 años, o que fueran casados y tuvieran una
p ro p ied a d av a lu a d a en cien pesos, o ejercieran de m odo ind ep en d ien te un oficio
o profesión. La C o n stitución tam bién exigía que los votantes fueran alfabetos,
au n q u e esta d isposición se su sp en d ió en 1840, cuando se esperaba que m ás ciu­
d ad a n o s sabrían leer y escribir. Los votantes a nivel m unicipal escogerían a los
electores cantonales, q u ien es a su vez elegirían al presidente, el vicepresidente
y los legisladores.
El C ongreso d e C úcuta decidió establecer la capital de la república en Bo­
gotá, p ro b ab lem en te d eb id o en parte a su antiguo papel de capital del virreinato.
Bogotá tam bién sería un lu g ar céntrico si la A udiencia de Q uito entraba a form ar

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182 M akc at P a i .a c r a s - F r a n k S a l í o r í )

p arte de la república, com o se esperaba, au n q u e , d e hecho, era m ás difícil llegar


a Bogotá desde V enezuela o Q uito que a un sitio en el istm o de Panam á. A lgunos
venezolanos se m ostraron inconform es con la elección de Bogotá; preferían una
capital cercana a la frontera entre la N u ev a G ra n ad a y Venezuela. Así, desde el
m om ento m ism o del nacim iento de la república, fue visible una tensión regiona-
lista que conduciría al final al colapso d e la C olom bia d e Bolívar.
A dem ás de la C onstitución, el C ongreso d e C úcuta de 1821 aprobó varias
leyes cuyo fin era llevar a Colom bia p o r u n cam ino genuinam ente republicano.
C onvencidos de que el sistem a republicano d e p e n d ía de la libertad de expre­
sión, los delegados abolieron la Inquisición y pro clam aro n la libertad de prensa,
au n q u e hubo un debate prolongado y v eh em en te acerca de si esta libertad debía
aplicarse a los tem as religiosos.
Tam bién deseaban em pezar la m archa hacia la form ación de u n a nación
q u e incluía, al m enos de u n a m anera form al, a todos los elem entos de la socie­
d ad . Establecieron bases para iniciar la m an u m isió n d e los esclavos negros y
p ara incorporar a los indios com o ciu d ad an o s. S iguiendo el precedente de u n a
ley decretada en 1814 en el Estado de A ntioquia, el C ongreso prom ulgó una
"ley de libertad de partos", que estipulaba que, en adelante, los hijos nacidos
de m adres esclavas serían libres, a u n q u e en la práctica perm anecerían bajo el
control del am o de la m ad re hasta cu m p lir 18 años. La ley de libertad de partos
fue pro p u esta y defendida por José Eélix R estrepo, q uien tam bién había sido el
in sp irad o r de la ley anterior en A ntioquia. En ese m om ento, el n ú m ero de los
esclavos en la N ueva G ranada era en realid ad relativam ente bajo. N o constituían
m ás del cuatro por ciento de la población, a u n q u e en algunas provincias de m i­
nería aurífera de la región occidental re p resen tab an porcentajes m ucho m ayores
(B uenaventura, 38 por ciento; el Chocó, 28 p o r ciento; Popayán, 14 por ciento).
Siguiendo un patrón ya iniciado p o r el gobierno santafereño en 1810, el
C ongreso quiso incorporar a los indígenas a la sociedad nacional. Abolió el tri­
b uto indígena por considerarlo d eg rad an te p ara la población am erindia, y a u ­
torizó la división de las tierras com unales en parcelas individuales. A dem ás,
a d o p tó diversas m edidas con el propósito d e elevar la condición d e los am erin ­
dios, por lo m enos sim bólicam ente, d e su d eg rad ac ió n colonial. En adelante no
se les llam aría "indios" sino "indígenas", y se les consideraría ciudadanos, com o
a cualquier otro neogranadino. El C ongreso declaró específicam ente el derecho
de los indígenas a ejercer cargos en el gobierno.
El C ongreso de C úcuta ratificó las intenciones d e los patriotas de 1810 que
quisieron sentar las bases de un sistem a ed u cativ o am plio, considerado indis­
pensable para el éxito de u n gobierno republicano. Las escuelas p rim arias servi­
rían para inculcar lealtad al Estado, ad e m á s de elevar el núm ero d e ciudadanos
alfabetos. El C ongreso de 1821 estipuló el establecim iento de un colegio en cada
provincia, y de por lo m enos una escuela p rim aria en todos los pueblos o aldeas
d o n d e vivieran cien varones adultos o m ás. Esta ú ltim a ley fue u n a expresión

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H is ig k ia u ( C o i o m b ia . I ’ a i s i-R.‘\ c .M ( ;\ rA t.x> , s c k ii d a d d i v i d i d a 183

m eritoria de las asp iraciones republicanas, pero m uchas com unidades, a las q u e
les co rresp o n d ía financiar las escuelas prim arias, no contaban con los recursos
necesarios p ara llevar este ideal a la práctica. A dem ás, m uchos lugares carecían
d e liderazgo, u n p ro b lem a q u e acaso se agravó porque en la época republicana
m uchos jóvenes de las fam ilias provinciales influyentes orientaron sus pasos h a ­
cia Bogotá en busca de educación superior, carreras públicas y dem ás ventajas
qu e b rin d ab a la capital.
Por o tra parte, a m uchas localidades se les dificultaba conseguir m aestros.
El gobierno rep u b lican o au m en tó el n ú m ero de los cargos públicos, que atraían
a las pocas p erso n as e d u c ad as en el país; en contraste, los bajos salarios y el
estatu s insignificante d e los m aestros d e escuela prim aria resultaban m uy poco
atractivos. En las p rim era s d écadas republicanas, C olom bia intentó com pensar
la escasez de m aestro s recu rrie n d o al sistem a lancasteriano, según el cual los
estu d ian tes m ás av a n zad o s a y u d a b a n a enseñar a los otros alum nos. Pese a la
carencia de recursos y d e ed u cad o res, d u ra n te la década de los años 1820 h u b o
un n otable in crem en to en la educación p rim aria pública, en com paración con la
q u e existía en las p o strim erías del p erio d o colonial. Las estadísticas escolares del
perio d o son frag m en tarias, pero hay un ejem plo sugerente: en 1810 la provincia
d e P am p lo n a tenía solo u n a escuela p rim aria pública, en 1822 tenía 30.
Si bien las elites colom bianas consideraban la educación prim aria un req u i­
sito para el éxito d e la república, la educación secundaria y superior les suscitaba
un interés m ucho m ás inm ediato y personal: un título en derecho les brindaría
a su s hijos no solo estatu s social y económ ico, sino tam bién las bases para una
carrera política. Las fam ilias p rom inentes de las ciudades provinciales tenían,
por consiguiente, u n interés especial en establecer colegios en las capitales de
provincia. Esta in q u ietu d se reflejó en la expansión del núm ero de colegios en la
república, q u e pasó de cinco en 1821 a 22 en 1827. A dem ás, para facilitarles a los
jóvenes d e provincia la obtención de títulos en derecho, en la década de los años
1820 y en los años sig uientes se ejerció u n a presión considerable para que los cole­
gios provinciales incluyeran en su p én su m alguna instrucción en jurisprudencia.
El C on g reso d e C ú cu ta qu iso re fo rm ar el sistem a de rentas públicas h e­
re d a d o d e la C olonia. En 1821, los d o g m as económ icos liberales se habían d i­
fu n d id o a m p liam en te e n tre la gente d e form ación universitaria, y los delegados
b u scaro n cam b iar el sistem a trib u tario d e acuerdo con ellos. En el discurso que
in a u g u ró la co nvención, A ntonio N ariñ o esbozó los principios liberales que d e ­
b erían reg ir la política fiscal: debían g ra v arse los ingresos, m as no así la p ro p ie­
d ad ; el g o b iern o deb ía e v ita r la práctica colonial de re cau d a r fondos m ediante
m o n o p o lio s g u b e rn a m e n ta le s sobre la p roducción y venta de productos com o
el tab aco y el a g u a rd ien te; los legisladores tam bién debían p rocurar que los
im p u e sto s in d irecto s (com o la alcabala) no perjudicaran la actividad económ i­
ca p riv a d a . Las reco m en d acio n es de N a riñ o en m ateria de legislación trib u ta ­
ria co in cid ían con el sen tir general del C ongreso. Pero, p o r prudencia fiscal.

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184 M akco P a l a c io s - F k a n k S a u o k d

se m an tu v iero n m uchas de las rentas tradicionales, sobre todo los estancos del
tabaco, la sal y la pólvora, así com o el diezm o (el im puesto del d iez p o r ciento
sobre la producción agrícola bruta). Sin em bargo, el C ongreso de C ú cu ta elim inó
la alcabala para los productos nacionales, conservándola tan solo p a ra los bienes
im portados. Así m ism o, abolió el m onopolio estatal del ag u ard ien te. Trató de
reem p lazar las rentas p erd id as con la im posición de u n a "contribución directa"
sobre los ingresos (10 por ciento sobre ingresos provenientes de tierra y capital,
y en tre dos y tres por ciento sobre los salarios).
Pero la n ueva contribución directa resultó difícil de recaudar, y los fu n ­
cionarios no quisieron correr el riesgo de provocar la hostilidad q u e m u y p ro ­
bablem ente generaría u n cobro enérgico. Por lo dem ás, el gobierno carecía de
los m ecanism os necesarios para forzar a la gente a declarar honestam ente sus in­
gresos. En cuanto a los terratenientes, al gobierno le quedaba m ás fácil hacer un
cálculo global del m onto que podría rendir un terreno, con base en el valor de
capital de la tierra. Pero los com erciantes podían ocultar sin m ayores problem as
su capital, cosa que en efecto hacían. M uchos no presentaban declaraciones ho­
nestas por el peligro de perder sus capitales en préstam os forzosos, u n a práctica
frecuente de los gobiernos durante los conflictos posteriores a 1810. N o obstante,
com o era incapaz de recaudar im puestos directos con regularidad, el gobierno no
tenía otra opción que seguir valiéndose de los préstam os forzosos. Así, existía un
círculo vicioso. Finalmente, los funcionarios oficiales concluyeron que, si bien a la
gente le disgustaban los antiguos im puestos coloniales, estaba hab itu ad a a ellos y
en consecuencia eran m ás fáciles de recaudar. Por tanto, en la década siguiente se
restauraron varios de los im puestos que habían sido abolidos o reducidos en 1821.
A u nque la abolición de algunos im puestos tradicionales redujo los ingre­
sos fiscales p o r una parte, las rentas de las ad u a n as crecieron por el au m en to de
las im portaciones después de 1821. El derecho al libre com ercio con naciones
distin tas de E spaña había sido u n a am bición criolla desd e los días iniciales de
la Independencia, y la ap e rtu ra de los puertos colom bianos a un com ercio ex­
terior irrestricto perm itió liberar la d em an d a rep resad a de bienes d e consum o
extranjeros. La im portación de p roductos a la N ueva G ranada se vio ob stru id a
hasta 1821, d ebido al control m ilitar que ejercían los realistas en gran p arte de la
costa atlántica. Sin em bargo, a p artir de esa fecha las im portaciones, sobre todo
de bienes británicos, au m en taro n significativam ente, y eso increm entó bastante
la ren ta de la aduana. En 1825-1826, u n año bastante excepcional, en el cual las
im portaciones de G ran Bretaña alcanzaron su p u n to m ás alto en aq u ella época,
los ingresos provenientes de la ad u an a parecen haber sido seis veces superiores
a los q ue se recibían antes de 1810. M ientras la a d u a n a solo rep resen tó cerca
de u n a octava parte del total de las rentas en los últim os años de la C olonia, en
1825-1826 constituyó m ás de la m itad de los recaudos nacionales.
A pesar del increm ento en los ingresos de la ad u an a, la n u ev a república
estaba lejos de p o d er hacer frente a sus gastos. Tenía m ás em pleados en nóm ina

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H is t m k ia i '( C V b o m d i a . P a ís i fs’A C .M iM A ix ', í x x i i d a d d im it id a iS 5

que el régim en colonial, p orque debía sostener un C ongreso nacional y re p re ­


sen tan tes diplom áticos, y contaba con m ás jueces y adm inistradores p ro v in cia­
les q u e los q u e existían antes de 1810. Pero la carga fiscal m ás onerosa d u ra n te la
década d e los años 1820 fue, sin d u d a, el costo de sostener a las fuerzas m ilitares
d u ra n te la g u erra de independencia. A unque las tropas patriotas triu n faro n en
la N u ev a G ra n ad a en 1819-1820, el ejército colom biano siguió p eleando hasta
1825, co m b atien d o a los realistas en la costa caribeña de la N ueva G ra n ad a y Ve­
nezuela, en P asto y en el Ecuador, y finalm ente en el Perú. En 1825, c u a n d o ter­
m inó la g u erra d e in d ependencia, Colom bia tenía entre 25.000 y 30.000 h o m bres
en arm as y su s gastos m ilitares absorbían m ás de cinco m illones de pesos, cifra
que eq u iv alía a cerca de las tres cuartas partes de los ingresos gubernam entales.
Por con sig u ien te, d u ra n te la década de los años 1820, el G obierno colom biano
afrontó u n severo déficit. Para reducir los gastos, desde septiem bre d e 1822 el
G obierno re tu v o dos terceras partes de los sueldos de los em pleados civiles y
la tercera p arte de los de los m ilitares. Sin em bargo, la república sufría déficits
inm ensos; en 1825, por ejem plo, con gastos de 15 m illones de pesos, las ren tas
eran solo u n o s 6,5 m illones.
P ara sostenerse, la república, tam bién recurrió, en los prim eros años de
la d écad a de los años 1820, a la em isión del papel m oneda, cuyo valor era res­
p ald ad o po r el p ro d u cto del m onopolio fiscal sobre la sal. El gobierno se valió
igu alm en te d e p réstam os internos, en gran parte por m edio de em préstitos m ás
o m enos forzados. A dem ás, recurrió a Inglaterra en busca de financiación. C u a n ­
do la R epública de C olom bia fue proclam ada por el C ongreso de A n g o stu ra
en d iciem b re d e 1819 y constituida form alm ente por el C ongreso de C ú cu ta en
1821, los acreed o res ya estaban reclam ando el pago de m ontos sustanciales p o r
la venta d e p ertrechos m ilitares a diversas fuerzas patriotas antes de 1819. Es
posible que, en tre 1819 y 1822, los agentes colom bianos en Londres reconocieran
algu n as d e u d a s ilegítim as. Pero lo cierto es que la nueva república, d e se sp e ra ­
d am en te u rg id a de recursos para una guerra que bien podría perder, no contaba
con u n a posición fuerte en sus gestiones con los capitalistas británicos. Así, en
1824, la R epública de Colom bia reconoció una d eu d a total de £6.750.000 (lo q u e
represen tab a, a razón de cinco pesos por libra, a 33.750.000 pesos). Esta cifra
equivalía a m ás de cinco veces las rentas anuales de la república. De ese total,
£2.000.000, es decir ap roxim adam ente el 30 por ciento, correspondía a d e u d a s
co n traíd as prev iam en te, entre 1810 y 1824. Se esperaba que la contratación de
un n u ev o em p réstito p o r £4.750.000 le ay u d aría a la república a su p erar su crisis
fiscal; sin em bargo, los gastos m ilitares pronto consum ieron una buena tajada
de esos fondos.
Por o tra parte, C olom bia recibió m ucho m enos del valor nom inal del
préstam o: los com isionistas británicos aplicaron al m onto un descuento del 15
por ciento y los pagos de intereses por anticipado absorbieron otra parte. A d e­
m ás, c u a n d o u n a crisis financiera golpeó el m ercado londinense en n o v iem b re

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186 M \Ra> P a i .a c k :>s - F r a n k S a i x o r d

de 1825, C olom bia p erd ió cerca d e £400.000 q u e habían q u e d a d o en m anos d e su


com isionista británico, el cual q u eb ró a com ienzos de 1826. C on el colapso del
m ercad o de bonos británicos en 1825-1826 y el d escubrim iento de q u e C olom bia
no p o d ía p ag a r los intereses sobre su d e u d a externa, el créd ito de la rep ú b lica se
vino abajo y el flujo de recursos extranjeros se d etu v o casi p o r com pleto. El país
q u ed ó con u n a d e u d a externa d em asia d o g ra n d e para p o d e r sostenerla con sus
exiguos recursos. M ás tarde, luego del colapso de la R epública de C olom bia en
1830, el E stado sucesor de la N u ev a G ra n ad a intentó en v arias ocasiones re sta­
blecer su crédito p actan d o acu erd o s con los acreedores eu ro p eo s sobre su p o r­
ción de la d e u d a colom biana. Sin em bargo, la N u ev a G ra n a d a no p u d o sostener
n in g u n o de estos acu erd o s p o r m u cho tiem po. En parte d eb id o a su incapacidad
de cu m p lir con el servicio d e la d eu d a , pero sobre todo p o rq u e parecía ofrecer
p o sib ilid ad es económ icas m u y lim itadas, la N u ev a G ra n ad a no p u d o atra e r m u ­
chas in v ersiones extranjeras d u ra n te g ran p arte del siglo xix. Entre tanto, en C o­
lom bia, los d etracto res del vicep resid en te S an tan d er apro v ech aro n la crisis d e la
d e u d a p ara criticarlo, acu san d o al gobierno y a su s agentes d e incom petencia o
d e co rru p ció n en el m anejo d e los em p réstito s extranjeros.
C u an d o los fondos británicos dejaron d e fluir luego d e la crisis financie­
ra d e 1825-1826, la em ergencia fiscal d e C olom bia se intensificó. H acia fines de
1826, los funcionarios civiles ya no estaban recibiendo salario, y a los m ilitares
se les pag ab a m u y exiguam ente. La a u to rid a d del gobierno parecía estar d esin ­
teg rán d o se y su s d irig en tes tem ían cada vez m ás una rebelión m ilitar. La crisis
fiscal crónica fue el telón de fondo d e los conflictos políticos que az o ta ro n con
fuerza creciente a C olom bia en la d écada d e los años 1820 y que finalm ente con­
d u jero n a su d esm em b ram ien to en 1830.

C o n f l ic t o s

D u ran te la décad a de los años 1820 h ubo varios conflictos q u e fueron im ­


p o rtan tes, ya sea p o rq u e llevaban a la división d e C olom bia o p o rq u e ten d rían
un papel fu n d am en tal en la política nacional a largo plazo. Entre estos últim os
se cu en ta el conflicto q u e com enzó a gestarse en torno al p o d er y los privilegios
d e la Iglesia. El p roblem a se generó en p arte por el deseo d e la p eq u e ñ a elite
letrad a (en especial los abogados) d e in tro d u cir las ideas e instituciones liberales
en C olom bia. Este esfuerzo fue percibido com o u n a am enaza por m uchos m iem ­
bros del clero, q u ienes co n sid erab an q u e la introducción d e tales ideas m inaría
las creencias religiosas y la au to rid a d tradicional d e la Iglesia.
Es p robable q u e la oposición del clero a las innovaciones liberales del si­
glo XIX se exacerbara en p arte d eb id o al debilitam iento relativo de la Iglesia en
la época. El crecim iento del n ú m ero d e los estu d ian tes d e derecho d u ra n te las
ú ltim as décad as del siglo xvm ya im plicaba u n a reorientación profesional de los
hijos de las fam ilias prestigiosas. A p a rtir d e 1810 el interés en la carrera eclesiás­
tica se redujo a ú n m ás, p o rq u e la política republicana les abrió n u ev as posibili-

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: lis)xiRiA Df C o l o m b i a . I ’ a Ls FRA(:.M i;\iAtx> , s c x i l d a d d ix t d id a 187

dades. A dem ás, d u ra n te la g u erra d e in d ep en d en cia el ap o y o pap al a la C orona


española y el d esa cu erd o en tre la Santa Sede y el gobierno republicano en torno
a la a u to rid a d d e n o m b rar los obispos babían fren ad o la consagración de nuevos
sacerdotes. En 1825, el n ú m ero d e religiosos seglares en la N u ev a G ra n ad a babía
dism in u id o en u n tercio en com paración con los q u e existían en 1776, y babía
una sexta p arte m enos d e frailes. Es probable que esta reducción num érica y el
sentido d e p é rd id a relativa d e au to rid a d intensificaran las críticas d e m ucbos
eclesiásticos co n tra la in tro d u cció n d e ideas in sp irad as p o r la Ilustración y con­
tra cu alq u ier m ed id a ten d ien te a deb ilitar a la Iglesia com o institución.
N o to d o el clero se fue lanza en ristre contra las tendencias secularizantes.
Incluso b u b o sacerd o tes q u e d efen d iero n ideas y políticas liberales. Sin e m b a r­
go, varios aspectos del proyecto liberal d esataro n u n a oposición estrid en te p o r
algunos eclesiásticos, q u ien es lograron pro v o car u n a histeria antiliberal en tre
la m asa d e los c iu d a d a n o s m enos educados. La discrepancia cu ltu ral en tre las
m etas laicas d e los liberales y la p ied ad tradicional del p u eblo o b stru y ó bastan te
la cap acidad del liberalism o de a tra er el apoyo pu eb lerin o d u ra n te el siglo xix,
y au n d espués.
D ebido, en p arte, a u n a actitu d m o d era d a tanto d e los liberales laicos
com o del clero, el C o ngreso d e C úcuta p rocuró no e n tra r en g ra n d es c o n tro ­
versias en torno a asu n to s eclesiásticos. Sin em bargo, a u n así h u b o indicios de
pro b lem as fu tu ro s. La decisión de cerrar los m onasterios y conventos h a b ita ­
dos p o r m enos d e ocho religiosos provocó u n a larga discusión. Esta m edida,
así com o aquella q u e p re te n d ía elevar a 25 años la e d a d en q u e se p o d ían to m ar
votos, reflejaba la creencia de q u e las ó rd en es religiosas eran im productivas;
com o re p resen tab an u n a carga para la econom ía, debía red u cirse su núm ero.
Los legisladores colom bianos q u erían d estin ar los recursos d e los conventos a
proyectos m ás p ro d u ctiv o s, com o el fortalecim iento de la educación secundaria.
C om o es co m prensible, el clero se sintió am en azad o , m ás a ú n c u a n d o algunos
laicos p ro p u siero n su p rim ir del todo a las c o m u n id ad e s religiosas.
D espués del C on greso d e C úcuta h u b o q u e co n sid erar otros asu n to s rela­
cion ad o s con la Iglesia. El gobierno tenía que conciliar sus relaciones con el V ati­
cano, con m iras a o b ten er el reconocim iento papal d e la R epública d e C olom bia
y defin ir si el g o b ierno iba a ejercer el p atro n a to real, es decir, si iba a d ese m p e­
ñ ar el m ism o pap el q u e había tenido la m o n arq u ía esp añ o la en la selección de
obispos y párrocos. El v icep resid en te S an tan d er y sus am igos liberales sostenían
q u e la selección del clero era u n derecho inherente a la soberanía, m ientras q u e
la Santa Sede insistía en q u e se trataba d e un privilegio concedido p o r el p ap a
específicam ente a la C orona española, p o r lo cual no se aplicaba au to m áticam e n ­
te al E stado rep ublicano. Este conflicto se zanjó m ed ian te u n ac u erd o im plícito,
en 1827, cu a n d o el V aticano com enzó a confirm ar a los obispos y sacerdotes
p ro p u e sto s p or el G o b ierno colom biano. H abía otros asu n to s en discusión rela­
cio n ad o s con los derech os d e p ro p ied a d de la Iglesia, sobre todo la cuestión de

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188 \1 a r (,:o I^a i .actcas - F k a n k S a it o k d

si los censos eclesiáticos podían alterarse de alguna m anera. Pero estos asu n to s,
a u n q u e revestían gran interés para el clero y la clase dom inante, no g en eraro n
in q u ietu d en el grueso de la población. La cuestión del p atronato era m ás u n a
cuestión de negociación diplom ática con el Vaticano que un asu n to de política
interna. Los derechos de p ro p ied ad de la Iglesia tocaban directam ente los in tere­
ses económ icos de m uchas personas, pero por lo m enos en la d écada de los años
1820 no suscitaron reacciones apasionadas.
En cam bio, varias innovaciones de la época afectaban arraig ad a s creen ­
cias tradicionales, y el clero resistente se valió de esto para pro m o v er la ho stili­
d ad del pueblo. Los tem as que desataron las discusiones m ás acaloradas en la
d écad a de los años 1820 fueron sobre todo los referentes a la introducción de
ideas n u evas o extranjeras, que parecían estar en conflicto con las doctrinas de
la Iglesia. En parte, los problem as planteados por creencias recién im p o rtad as
pro v en ían del deseo de la clase política de fom entar la inm igración eu ropea. El
principal m otivo para atraer inm igrantes europeos era hacer venir a C olom bia
gente con capital, educación y habilidades técnicas que pu d iera co n trib u ir al
desarrollo económ ico del país. Pero el fom ento de la inm igración eu ro p ea exigía
una atm ósfera de m ayor tolerancia religiosa, de ap e rtu ra a nuevas ideas y de
prácticas laicas ya habituales en Europa. A lgunos eclesiásticos se o p u siero n a
la inm igración de los extranjeros y a los gestos de tolerancia religiosa ten d ie n ­
tes a alen tar la inm igración. En octubre de 1823, el secretario del Interior, José
M anuel Restrepo, un hom bre ilustrado pero de inclinación conservadora, anotó
en su diario el surgim iento de "u n a m u ltitu d de escritores... que, ap a re n ta n d o
celo p o r la religión católica, predican la intolerancia absoluta, q u e no a d m ita ­
m os n in g ú n extranjero, y que Colom bia vuelva a las tinieblas que la cu b rían en
1800". Este discurso fanático, observó Restrepo, "nace de los eclesiásticos que
con la Ilustración com ienzan a p erd er su influjo y defienden el terreno palm o a
palm o". (También sostuvo que estos eclesiásticos se oponían a la in d ep en d en cia
y estab an utilizando el "pretexto de religión" para desacreditar a la república).
A R estrepo le preocupaba el im pacto que estas arengas pu d ieran ten er sobre el
pueblo, que sería "capaz de com eter asesinatos".
La reacción del clero ante el ingreso de personas y costum bres extranjeras
halló expresión, ya desde 1822, en las críticas vehem entes contra la p ro p a g a ­
ción de la francm asonería entre la clase política. La m asonería llegó a la N u e­
va G ran ad a com o resultado del com ercio exterior; la prim era logia se fu n d ó en
C artagena en 1808, con patente expedida por una logia m asónica d e Jam aica. A
com ienzos de la década de los años 1820, no pocos colom bianos d e la clase d o ­
m in an te —en tre ellos el vicepresidente S antander, varios m inistros del gabinete
e incluso algunos eclesiásticos— se volvieron m asones. A lgunos de los prim eros
m iem bros d en u n ciaron m ás tarde la m asonería, cuando co m p rendieron m ejor la
h o stilid ad que le profesaba la Iglesia católica rom ana. Sin em bargo, la m asonería
siguió siendo un vínculo fuerte entre m uchos hom bres de la corriente política
qu e finalm ente surgió com o el p artido liberal.

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1l i s T O K i A r n ; C o i . O M m A . I ’ a Ix F R A c : M i \ r A r x \ scx ii d a o u iv id iü a 189

O tro tem a que desató las p rotestas de p arte del clero fue la fundación de
las sociedades bíblicas, cuyo propósito era d ifu n d ir el conocim iento de las S agra­
das E scrituras entre el pueblo. Estas sociedades eran prom ovidas p o r un ag en te
de la Sociedad Bíblica Extranjera y Británica, que llegó a la república a fines de
1824. En 1825, n u m erosos m iem bros d e la elite bogotana, incluidos m inistros del
gabinete y alg unos altos eclesiásticos, se reunieron para establecer u n a sociedad
bíblica en la capital. M ás tarde, cu an d o se hizo evidente que las sociedades bí­
blicas era n u n in stru m ento d e penetración protestante, m uchos eclesiásticos, y
adem ás laicos, se o p u sieron a ellas.
En no v iem b re de 1825, el gobierno de S an tan d er ord en ó el uso en las
u n iv ersid ad e s de la obra de Jerem ías B entham sobre principios d e legislación.
La Iglesia y los laicos p iadosos objetaban el trabajo de B entham p o r varias ra ­
zones. Se o p o n ían a la teoría de las decisiones m orales to m ad as de acu erd o
con un cálculo utilitario en vez de a la luz de la doctrina cristiana. M uchos
críticos in te rp re ta ro n el cálculo de placer-dolor de B entham com o u n a incita­
ción al co m p o rta m ien to sibarita y am oral. En otro nivel, la filosofía de B entham
se basaba en u na epistem ología sensorial, es decir, en la idea de que la fuente
de la v erd ad es la experiencia en vez de la inspiración divina. D enunciando a
B entham com o "m aterialista", algunos eclesiásticos y laicos hicieron una cam ­
paña para q u itar su texto sobre legislación del currículo de derecho. Vicente
A zuero, liberal notable, encabezó la defensa de Bentham en la prensa y urgió la
aplicación de sanciones contra los sacerdotes apasionados. La controversia en
torno a B entham resu rg ió periódicam ente a lo largo del siglo xix.
A dem ás de su enfrentam iento con el clero, los abogados liberales e n tra ­
ron en conflicto con los m ilitares. Este antagonism o tuvo varias causas a p a re n ­
tes. En p arte se trató de una p u g n a por el p o d er entre dos g ru p o s con distintas
pretensiones a la au to rid ad : los m ilitares por haber liberado el país, los abogados
por su form ación legal. T am bién diferían en térm inos de ideología y cultura; p o r
su profesión, los ab o g ados estaban com prom etidos, al m enos de u n a m anera
form al, con el E stado de derecho, y acusaban a los m ilitares de actuar con arb i­
traried ad y violencia. A su vez, los m ilitares veían a los abogados com o gente
pom posa y arro g an te, y percibían sus leyes com o obstáculos ajenos a la realidad,
que im pedían la acción efectiva. Según José M anuel Restrepo, algunos m ilitares
no q u erían ten er u n a C onstitución, p orque esta les restringiría su a u to rid a d a r­
bitraria.
D esde la reu n ió n del C ongreso de C úcuta, las tensiones en tre los m ilitares
y los ab o gados se hicieron evidentes. U na de las expresiones tem pranas d e la
antip atía m ilitar hacia los letrados vino de la m ano de Bolívar. Ya en junio de
1821, cu an d o el C ongreso había deliberado ap enas d u ran te un m es, el Liberta­
d o r expresó su im paciencia con los delegados neogranadinos. Bolívar escribió
a S an tan d er d escarg an d o su irritación p o rq u e "se dice que m uchos cundina-
m arqueses quieren federación". Pero, añadió, "m e consuelo con que ni usted, ni
N ariño, ni Zea, ni yo, ni Páez, ni otras m uchas au to rid ad es venerables que tiene

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190 M arco P a l a c i o s - F k a n k S a it o r d

el ejercito libertador, gustan de sem ejante delirio".


v ino
Luego
a la carga
vi contra
los abogados neogranadinos:

Por fin, por fin han de hacer tanto los letrados, que se proscriban de la república de
Colombia, como hizo Platón con los poetas en la suya. Esos señores piensan que
la voluntad del pueblo es la opinión de ellos, sin saber que en Colombia el pueblo
está en el ejército, porque realmente está, y porque ha conquistado sus pueblos
de manos de los tiranos, porque adem ás es el pueblo que quiere, el pueblo que
obra y el pueblo que puede; todo lo dem ás es gente que vegeta, con más o menos
malignidad, o con más o menos patriotismo; pero todos sin ningún derecho a ser
otra cosa que ciudadanos pasivos [...] Piensan esos caballeros [los letrados] que
Colombia está cubierta de lanudos, arropados en las chim eneas de Bogotá, Tun­
ja y Pamplona. No han echado sus m iradas sobre los caribes del Orinoco, sobre
los pastores del Apure, sobre los marineros de Maracaibo, sobre los bogas del
Magdalena, sobre los bandidos del Patía, sobre los indóm itos pastusos, sobre los
guajibos de Casanare y sobre todas las hordas salvajes de Africa y América, que
como gamas recorren las soledades de Colombia.

Así el L ibertador expresó su desprecio por el form alism o legal y el aleja­


m iento de la vida real del país por p arte de los abogados, y a la vez em itió un
concepto para él fundam ental: la identificación del pueblo con el ejército, en el
cual, según Bolívar, residía la verd ad era soberanía en v irtu d d e sus contribucio­
nes a la lucha por la independencia. C on estos sentim ientos, a n d a n d o el tiem po,
Bolívar llegó a convertirse en el jefe de un p artido m ilitar.
Hubo abundantes oportunidades de enfrentam iento entre los m ilitares y
los lebados en torno a cuestiones de autoridad entre los adm inistradores milita­
res y civiles en las provincias. Además, los militares se enfurecieron cuando, en
el Congreso de Cúcuta y después, los legisladores civiles quisieron recortarles el
fuero militar. Algunos civiles tam bién opinaron que a los m ilitares no se les debería
perm itir votar. A veces, a los soldados se les negaba el derecho al voto porque no
cum plían el requisito de la propiedad. A lgunos legisladores civiles tam bién sostu­
vieron que los m ilitares no deberían votar porque, com o tenían que obedecer a sus
superiores, no podían ejercer un juicio independiente. AI m ism o tiem po, durante la
crisis fiscal de la década de los años 1820 los militares, al igual que los funcionarios
civiles, m uchas veces se quedaron sin salario, o recibieron solo un pago parcial. Por
otra parte, los legisladores civiles, sobre todo en 1825, cuando estaba por culm inar
la lucha independentista, se expresaron en conba de la aprobación de gastos mili­
tares extravagantes. Por todo esto, los m ilitares consideraban que las autoridades
políticas civiles no apreciaban a sus libertadores como debían. A su vez, los civiles
tem ían que los m ilitares utilizaran arbibariam ente la violencia en la vida pública.
Los conflictos entre m ilitares y civiles en la vida pública tam bién refleja­
ban diferencias de clase y de cultura. N o pocos m ilitares, sobre todo en b e los
venezolanos, eran hom bres de origen hum ilde, sin in sb u cció n y m uy poco refi­
nados. Por el contrario, los dirigentes políticos civiles solían p ro v en ir de familias

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} Ib rO K lA DL C m I.OMBIA. P a IS I RAC'.MFM A IX ), s c x t f .d a d d im it id a 191

de estrato s relativ am en te altos y contaban con una educación universitaria, por


lo general con un títu lo en derecho. A lgunos políticos civiles co n d en ab an las
acciones arb itrarias d e los m ilitares, al m ism o tiem po que se m ofaban d e su falta
de edu cació n y cu ltura. Las críticas y los com entarios sarcásticos sobre los m i­
litares, ex p resad o s en el C ongreso y en la prensa, acentuaron la anim ad v ersió n
de los oficiales del ejército hacia algunos políticos civiles. A los m ilitares les dis­
gu stab an sobre todo los abogados, quienes, en su opinión, eran unos intrigantes.
A dem ás, con su s locuciones legales los abogados hacían alarde de su educación
literaria y co n fu n d ían a los m enos instruidos. En 1825, el general venezolano
José A n to n io Páez m anifestó su odio p o r los letrados recordándole a Bolívar
que el gen eral español Pablo M orillo alguna vez le había dicho al L ibertador
que los esp añ o les le h abían hecho " u n favor en m atar a los abogados". Páez se
lam entaba d e q u e los m ilitares patriotas no h ubieran com pletado el exterm inio.
Los abo g ad o s, agregó, "están en guerra abierta con u n ejército a q uien deben
todo su ser".
En febrero de 1826, el vicepresidente Santander, cuya política con frecuen­
cia lo aliaba con los ab o gados liberales, resum ió la situación:

El descontento de los m ilitares se generaliza porque en todas partes se les trata con
desconfianza, y aun con desprecio, efecto en parte de la mala conducta y peores
m odales de algunos de nuestros oficiales, y de la otra de que los ambiciosos letra­
dos quieren destruir a todo hom bre que pueda hacerles contrapeso.

El ren co r en tre civiles y m ilitares se intensificaba en la N ueva G ra n ad a


p o r el hecho de q u e m uchos oficiales m ilitares eran venezolanos, m ientras que
los ab o g ad o s n eo g ran ad in o s dom inaban los cargos judiciales, legislativos y eje­
cutivos. Así, la d iv isió n entre civiles y m ilitares se entrelazó con las tensiones
regionales en tre n eo g ran ad in o s y venezolanos.
Esta riv alid ad entre venezolanos y neogranadinos se notaba p articu ­
larm en te en las an tig u as capitales coloniales de C aracas y Bogotá. D u ran te la
C olonia, C aracas hab ía sido la sede del gobierno de la C apitanía G eneral de
V enezuela, y la elite caraqueña no tom ó a bien su condición de d ependencia
provincial bajo el m a n d o de Bogotá. En 1821, los caraqueños objetaron c u a n d o el
C ongreso de C ú cu ta escogió a Bogotá com o capital nacional. Tam bién negaron
la leg itim id ad d e la C onstitución de 1821, alegando que C aracas no había sido
ad e cu ad a m e n te re p resen ta d a en C úcuta y que la C onstitución no había sido ra­
tificada d e m odo ap ro p iad o . Dijeron adem ás que el sistem a constitucional de
elecciones in d irectas no era dem ocrático, y señalaron (con razón) que la práctica
d e n o m b rar para cargos ejecutivos y judiciales a hom bres que a la vez servían
en el C ongreso co n trav en ía el principio de la separación de poderes. C on res­
pecto a estos y o tro s tem as, los detractores caraqueños describían el gobierno
de S an tan d er com o violatorio de los principios liberales. A dem ás, se quejaban
de q u e los g ra n ad in o s estaban m onopolizando los cargos g u b ern am en tales en

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192 M arco P a l a c io s - Fran k S a it c f r d

Bogotá, dejando a V enezuela en una condición sem icolonia!. (Es cierto q u e los
n eo granadinos dom inaban el gobierno en Bogotá, po rq u e las distancias y las
dificultades de viajar dism inuían la representación tanto de venezolanos com o
de ecuatorianos). Poco d espués de la adopción de la C onstitución de 1821, unos
disidentes caraqueños p ro pusieron u n a estructura federal que colocara a C ara­
cas com o cabeza de una V enezuela m ás autónom a.
Las tensas relaciones entre Bogotá y Caracas, y entre los civiles neogra­
n ad inos y los m ilitares venezolanos, se exacerbaron por u n a serie de sucesos
iniciados con el juicio p o r asesinato del coronel L eonardo Infante, un llanero ve­
nezolano que, se alegaba, había aterrorizado al vecindario de Bogotá en do n d e
vivía y que en 1824 fue acusado de m atar a otro oficial venezolano en la capital.
C u ando una corte m arcial de Bogotá, en una decisión dividida, dictó sentencia de
m uerte a Infante, el presidente de la corte, el venezolano M iguel Peña, se negó a
firm ar la sentencia. Por eso, en 1825, el Senado suspendió a Peña de su cargo en
la corte. Peña reaccionó quejándose ante Bolívar de que el gobierno de Santander
se m ostraba hostil contra los venezolanos y contra los m ilitares. Después, se unió
a los caraqueños que ya estaban agitando a favor de la separación de V enezuela
del gobierno de Bogotá. La pena de m uerte finalm ente ejecutada contra Infante
encolerizó a los m ilitares venezolanos, en tanto que el tratam iento de Peña en
Bogotá propició nuevos ataques de los caraqueños contra el gobierno central. Las
divergencias entre V enezuela y Bogotá, que crecieron después hasta el p u n to de
estim ular la separación de Venezuela, bajo el liderazgo del general Páez en 1826,
figuraban entre las causas que contribuyeron a un rom pim iento perm anente de
relaciones entre el Liberador y el vicepresidente S antander en 1827.
Las relaciones entre los dos m andatarios habían sufrido alguna tirantez
m om entánea en 1823 y 1824 por las distintas presiones que ellos estaban expe­
rim entando: S an tander en el m anejo del gobierno en Colom bia y Bolívar con
las exigencias de la guerra contra los realistas en el Perú. D urante estos años, el
L ibertador se disgustó p o r la aparente renuencia de S antander a enviar el apoyo
m ilitar que Bolívar creía necesitar en el sur. Por su parte, S antander consideraba
q u e el L ibertador no com prendía las dificultades que afrontaba su gobierno para
recau d ar fondos en un país pobre y devastado por la guerra. El celo legalista
de S antander tam bién enojó al L ibertador. S antander planteó ante el C ongreso
colom biano un a d u d a en relación con la au to rid ad de Bolívar en el Perú: ¿podría
ejercer legalm ente sus facultades extraordinarias com o presidente de C olom bia
m ientras estaba fuera del país? En respuesta, en julio de 1824, el C ongreso decre­
tó q ue Bolívar no podía ejercer p o d er alguno en Colom bia m ientras se encontra­
ra en el Perú. En reacción, el iracundo Libertador renunció al com ando directo
del ejército colom biano en el Perú, poniéndolo en m anos del general A ntonio
José de Sucre.
Sin em bargo, a pesar de estas irritaciones Bolívar y S antander recupera­
ron sus buenas relaciones, que fueron evidentes d u ra n te todo el año d e 1825.

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[ lisix iRiA [)F C o l o m b i a . I ’ a i s LRAO.Mi.-NrAixi, sex ii -d a d d iv id id a i9 3

En sep tiem b re de ese año el L ibertador escribió al general M ariano M ondila, un


rival de S an tan d er p ara la vicepresidencia, que la adm inistración de S antander
había sid o "ad m irab le, pu es el general S an tan d er ha aclim atado en nuestro país
el raro árbol de la libertad, q u e solo se ha d ad o hasta ahora en los helados países
del N orte. Yo conozco q u e este es un prodigio que la historia debe adm irar".
Si bien Bolívar estim aba a S an tan d er en 1825, las relaciones entre los dos
se ten saro n d u ra n te 1826, y se rom pieron en 1827 p o r los efectos com binados
del p ro y ecto de C onstitución que Bolívar quiso establecer en C olom bia, p o r su
m anera d e in ten tar im ponerlo, y p o r las discrepancias en tre S antander y el Li­
b erta d o r acerca de la política de Bolívar frente a la rebelión venezolana.
En 1825, el L ibertador estuvo en el cénit de su prestigio. D esde 1819 había
sido recibid o d o n d e q u iera que fuese com o el salvador del país. D espués de libe­
rar al P erú y el Alto Perú, se colm aba de alabanzas. En agosto de 1825, el general
Sucre le inform ó al L ibertador q u e los prohom bres del Alto Perú habían deci­
d id o q u e q u ería n in d ep en d iz arse de Buenos Aires, form ar una n u ev a república
con el n o m b re de Bolívar, y p ed ir al L ibertador que escribiera la C onstitución del
n u ev o E stad o de Bolivia. Bolívar p o r su p arte no p u d o resistir tanta adulación.
Escribió a S an tan d er q u e en La Paz un o rad o r "m e ha q u erid o hacer m onarca
con no poca sagacidad y genio". A ñadió que una m isión d e Buenos Aires había
v en id o a La Paz "a ro g arm e q u e pase al Río de la Plata a arreg lar sus negocios.
T odo el p u eb lo argentino, todos los buenos patriotas y hasta el gobierno m ism o,
no esp eran n ad a de b u eno sino de m í". Seis m eses m ás tard e anunció a S antan­
d e r q u e alg u n o s "q u isieran q u e yo fuese jefe absoluto del sur, contando con que
C hile y B uenos Aires van a necesitar de mi protección este año, pues la g u erra y
la an a rq u ía los están d ev o ran d o ". El L ibertador ya se figuraba com o el hom bre
ind isp en sab le, el L egislador S uprem o, que iba a arreg lar a todos los países de
A m érica esp añ o la d esd e V enezuela hasta la Tierra del Fuego.
C laro que había m ucho que arreglar. A dem ás del d eso rd en en Chile y
el Río d e la Plata, g ran p arte del resto de la A m érica española sufría de d istu r­
bios políticos. V enezuela se encontraba hirviendo con varios proyectos políti­
cos enco n trad o s; m uchos abogaban ahora por el sistem a federalista, m ientras
q u e o tro s p ro p o n ían soluciones m ás autoritarias. Así que cu a n d o el L ibertador
em p ezó a red actar la C onstitución de Bolivia en noviem bre de 1825, su p reocu­
pación d o m in an te fue buscar la estabilidad. Y para Bolívar un fu n dam ento de
la estab ilid ad fue ev itar elecciones presidenciales, las cuales percibía com o un
sem illero d e conflictos. En su C onstitución, el L ibertador evitaba las elecciones
nacionales al prescribir u n presid en te vitalicio, elegido p o r el C ongreso. A d e­
m ás, el p re sid e n te vitalicio escogería al vicepresidente, con consentim iento del
C ongreso. Pero la C o n stitución puso lím ites estrictos al p o d er d e la legislatura
d e co n firm ar el n o m b ram ien to del vicepresidente. Si los legisladores no a p ro b a­
ban n in g u n o de los tres can d id a to s a la vicepresidencia que el presidente había
p ro p u e sto sucesivam ente, el C ongreso tendría que confirm ar a uno de los tres en

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194 M arco P a i .a c t o s - F kank S aj io k d

todo caso. El p residente vitalicio sería u n verd ad ero rey, po rq u e no le ren d iría
cuentas a nadie. Por debajo del presidente, Bolívar concibió u n gobierno cons­
titucional. El vicepresidente sería com o u n p rim er m inistro encargado de la a d ­
m inistración. La legislatura tendría tres cám aras. La cám ara de los censores, los
cuales tam bién serían vitalicios, tendría la facultad de acusar al vicepresidente
y a los m inistros del E stado (pero no al presidente) p o r "violación m anifiesta de
las leyes del Estado". El conjunto resultó, com o m uchos contem poráneos dije­
ron, una m o n arq u ía constitucional con vestim enta republicana.
Bolívar creía que su invención constitucional era una solución ideal, no
solo para Bolivia sino para todos los países andinos. Según el L ibertador, su
C onstitución conciliaba todas las opiniones, y en febrero de 1826 em pezó a reco­
m en d arla en to das partes. C u an d o el general Páez le pidió a Bolívar que estable­
ciera un régim en napoleónico, el L ibertador rechazó la sugerencia y le p ro p u so
a Páez la C onstitución boliviana:

He conservado intactas las cuatro grandes garantías: libertad, igualdad, seguri­


dad, y propiedad. Los principios federales se han adoptado hasta cierto punto y
la del gobierno monárquico se logrará también. Esta Constitución es un térm ino
medio entre el federalismo y la monarquía.

En m ayo de 1826, Bolívar escribió al general Sucre que la C onstitución


boliviana conciliaba todas las fuerzas encontradas; representaba "la transacción
de la E uropa con A m érica, del ejército con el pueblo, d e la dem ocracia con la
aristocracia y del im perio con la república".
El L ibertador sabía que la C onstitución de C úcuta disponía que esta solo
p o día reform arse en 1831. A dem ás, la C onstitución prohibía la reelección del
p resid en te m ás de una vez sin interrupción. Si Bolívar ocupaba la presidencia
en el p eriodo de 1826-1830, no p odría ser presidente en 1831, en el m om ento en
q ue sería posible cam biar la C onstitución. Por consiguiente, Bolívar le p ro p u so
a S an tan d er q u e sirviera com o presidente d u ra n te el periodo 1826-1830. De esta
m anera el L ibertador podría volver a la presidencia en 1830, y así estar bien
pu esto para gu iar el reem plazo de la C onstitución de C úcuta p o r la C onstitución
boliviana en 1831.
Sin em bargo, el L ibertador tuvo que desechar este plan p o r la em ergencia
qu e surgió cu an d o V enezuela, bajo el liderazgo del general Páez, se separó de la
República de Colom bia en abril de 1826. A p artir de m ediados de 1825, Bolívar,
desd e el Perú, se había preo cu p ad o por las agitaciones de las varias corrientes
políticas en V enezuela. En julio de 1825, el L ibertador ord en ó el envío de unos
3.000 soldados p eruanos a V enezuela; su p o n ía que estos, bajo el m ando del ge­
neral Páez, p u d iera n m an ten er el orden. N o sospechaba, en ese m om ento, que el
m ism o Páez fuera a encabezar u n m ovim iento separatista. En octubre de 1825,
Páez le escribió a Bolívar quejándose de los legisladores civiles de Bogotá que.

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f l i v i l IR IA I 'I C ‘ )i.< ' M U I A . P a í s i r a c a h n t a i x ' , s c x i r d a o d a i d i o a 195

EL LIBERTADOR RECHAZA LA PROPUESTA DE ERIGIRSE C OM O EMPERA­


D OR NAPOLEÓNICO Y PROPONE SU CONSTITUCIÓN BOLIVIANA COMO LA
SOLUCIÓN POLÍTICA PARA COLOMBIA, 21 DE FEBRERO DE 1826.

"En estos días he recibido cartas de diferentes amigos de Venezuela proponiéndom e


ideas napoleónicas. El general Páez está a la cabeza de estas ideas sugeridas por sus
am igos los dem agogos [...] Por supuesto, Ud. debe adivinar cuál será mi respuesta.
Mi herm ana me dice que en Caracas hay tres partidos, monárquicos, dem ócratas y
pardócratas [...] Yo enviaré al general Páez mi proyecto de Constitución para Bolivia
por toda respuesta, a fin de que considere mis ideas sobre la estabilidad unida a la
libertad y conservación de los principios que hem os adoptado. También le añadiré
que no debe desesperar a sus amigos, a fin de que no caigan en otro extremo más cruel
que éste, pues ya no les queda otro que el de la pura anarquía; porque debe Ud. tener
presente que esos caballeros han sido federalistas prim ero, después constitucionales
y ahora napoleónicos, luego no les queda más grado que recibir el de anarquistas,
pardócratas o degolladores...
"Yo diré al general Páez que haga dirigir la opinión hacia mi constitución boliviana,
que reúne los extremos y todos los bienes [.. .1 y que en el año de 31 puede hacerse una
reforma favorable a la estabilidad y conservación de la república; que debe temer lo que
Iturbide padeció por su dem asiada confianza en sus partidarios, o bien debe temer una
reacción horrible de parte del pueblo por la justa sospecha de una nueva aristocracia
destructora de la igualdad. Esto y m ucho más diré para borrarles del pensam iento un
plan tan fatal, tan absurdo y tan poco gloriosos; plan que me deshonraría delante del
m u n d o y de la historia; que nos atraería el odio de los liberales y el desprecio de los
tiranos; plan que me horroriza por principios, por prudencia y por orgullo".

Fuente: Carta d e S im ó n B olívar a F rancisco d e P aula S antander, Perú, 21 d e febrero d e 1826, en:
L ecu n a , V icente, co m p ila d o r. Cartas del Libertador, C aracas, 1929, to m o v, p p. 223-24.

seg ú n el general venezolano, in ten tab an reducir a los héroes m ilitares d e la in­
d e p e n d en cia "a la condición d e esclavos".
La furia d e Páez contra el gobierno d e la capital se intensificó cuando, en
m arz o d e 1826, la C ám ara de R epresentantes form uló cargos en su contra por
ab u so d e p o d er en el reclutam iento m ilitar en C aracas. Las den u n cias contra
Páez fueron iniciadas p or las au to rid a d es rivales en C aracas, incluido el gobier­
no m u n icip al, y ex p u estas an te el C ongreso nacional p o r congresistas venezola­
nos. El vicep resid en te S an tan d er intentó d isu ad ir al C ongreso de tom ar acción
co n tra Páez, p o rq u e tem ía una reacción violenta del general venezolano. El C on­
greso, sin em bargo, em p eñ a d o en hacer valer la au to rid a d civil sobre la m ilitar,
sig u ió adelante. Irónicam ente, Páez culpó a S an tan d er y a su gobierno, m ás que

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1% M akco P A LA ru T s - P k a n k S m -
tord

a sus com patriotas venezolanos, de haber p resentado cargos en su contra. La


acusación contra Páez en 1826, u nida al apoyo de d isid en tes tanto civiles com o
m ilitares en Venezuela, lo em pujó a servir de caudillo de u n m ovim iento cuyo
fin era in d ep en d izar a V enezuela de Colom bia. La rebelión estalló en V alencia a
fines de abril de 1826, y se p ropagó velozm ente hasta C aracas y otras ciu d ad es
del centro de Venezuela.
Antes de la rebelión venezolana ya se discutía el tem a del sistem a cons­
titucional. H abía corrientes federalistas, m onárquicas y napoleónicas, au n q u e
m uchos ciud ad an os todavía apoyaban la C onstitución existente. C on la crisis de
la revolución venezolana, la cuestión constitucional pasó de la discusión a la ac­
ción. M aracaibo se pronunció por una reform a in m ediata d e la C onstitución. En
G uayaquil, y luego en Q uito, surgieron m ovim entos ap o y a n d o el sistem a fede­
ral. El Libertador, que en un prim er m om ento al saber d e la rebelión venezolana,
se sum ió en la depresión {"todo está perdido"), pro n to decidió ap ro v ech ar estas
declaraciones m unicipales com o una o p o rtu n id ad para m ovilizar la opinión en
favor de la adopción inm ediata de la C onstitución boliviana. El secretario d e Bo­
lívar les escribió al cabildo y al pueblo de G uayaquil aseg u rán d o les q u e tenían
"p o d ero sas razones" para pedir la reform a de la C onstitución, y añ ad ió que "la
profesión de fe del L ibertador está en la C onstitución presen tad a a Bolivia". A
la vez, en u n a carta distinta, Bolívar le pidió al coronel Tom ás C ipriano de M os­
q u era que g uiara el m ovim iento de G uayaquil en favor d e esta C onstitución.
Pocos días después, desde Lima, m andó al venezolano A ntonio Leocadio G uz-
m án com o su agente para prom over m anifestaciones públicas (dirigidas por los
com andantes m ilitares) en favor del m ando absoluto de Bolívar y la C o n stitu ­
ción de Bolívar, actos que se llevaron a cabo en el istm o de P anam á, C artagena,
M aracaibo y otros puntos.
En la N ueva G ranada hubo una reacción tanto contra la C onstitución bo­
liviana com o contra el uso de m anifestaciones para establecerla. A S an tan d er y
m uchos otros, no solo en Bogotá sino tam bién en A ntioquia y otras provincias,
no les gustó el aspecto m onárquico de la C onstitución prom ovida p o r Bolívar.
Para evitar conflictos con el Libertador, S antander, no le hizo críticas directas,
pero los colaboradores liberales del vicepresidente publicaron alegatos protestando
que la Constitución era una m onarquía disfrazada y q u e negaba un principio fun­
dam ental del gobierno republicano: la alternación en el poder. Igualm ente les
dio rabia la utilización de m ovim ientos irregulares para revocar p o r la fuerza
la actual y legítim a C onstitución. En la opinión de S an tan d er y otros liberales,
las reuniones o rg anizadas por los m ilitares que se p ro n u n ciaro n a favor de una
d ictad u ra bolivariana y de la C onstitución boliviana no eran expresiones ver­
d ad eras de la v oluntad popular; m ás bien se trataba d e farsas m o n tad as por co­
m an d an tes m ilitares con m iras a desau to rizar a los gobernantes legítim am ente
elegidos. En fin, el intento de m odificar la C onstitución antes de 1831 violaba las
disposiciones de la carta de 1821.

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H lb lO K lA DI: C d I.O M B IA . I ’ a IS F R A G M r.N IA IX ) , S C X 'IF D A D D IV ID ID A 197

H asta José M anuel R estrepo, que siem pre se orientó hacia el ord en a toda
costa, criticó en su d iario la form a m onárquica de la C onstitución boliviana, y
ad em ás lam en tó q u e el p resid en te Bolívar prom oviera m anifestaciones públicas
para im p lan tarla. D esp ués de la seg u n d a m anifestación d e C uayaquil, R estrepo
escribió en su diario: "Este es un golpe m ortal para el o rd en público, y ahora no
habrá m u n icip io ni p arro q u ia q u e no pida reform a". Y siguió:

Por otra parte, la Constitución dada para Bolivia con presidente perpetuo y vice­
presidente hereditario desagrada a todos los hom bres que desde el principio de la
revolución se decidieron por el gobierno republicano [...1 Sin embargo, si Bolívar
lo quiere, es probable que sea adoptada porque no habrá quién pueda hacer una
resistencia efectiva [...] Como en todo el sur de Colombia y en el Perú hay tantas
ideas m onárquicas, se teme por los hom bres liberales que el presidente Bolívar
haya variado de ideas y venga a d ar las instituciones que le acom oden y a oprim ir
en parte las libertades públicas. ¡Ojalá salgan vanos tales temores!

Poco d esp u és, R estrepo declaró que el ap aren te consentim iento del Liber­
tad o r p a ra la o rg anización de tales m anifestaciones y proclam as fue

un acto m uy notable de perfidia para con el general Santander, encargado del


gobierno ejecutivo, contra el que se dirigen dichas actas y que ha sido tan fiel
am igo del general Bolívar 1...1 el Libertador[...1 parece delira con su proyecto de
constitución para Bolivia".

M ien tras el L ibertador fincaba m uchas esp eran zas en la C onstitución


boliviana, tam b ién sabía q u e p rim ero era necesario convencer a V enezuela de
volver a la unión. Bolívar reconocía adem ás que Páez era un g u errero tem ible
y que sería preciso atraerlo con m edios suaves. El L ibertador logró p ersu ad ir a
Páez d e p o n er fin a su rebelión, pero a costa de conferirle control efectivo so­
bre u n a V enezuela v irtu alm en te independiente. Bolívar le concedió a Páez una
am n istía p lena y lo confirm ó com o jefe g obernante de V enezuela. Sobre esta
política su av e h u b o otro d esacuerdo en tre S an tan d er y el L ibertador. S antan­
der, si bien co m p re n d ía q u e era necesario tratar a Páez con cuidado, consideró
excesivam ente conciliatoria la política del Libertador. La am nistía, según p ro ­
testaro n S an tan d er y sus p artid ario s neogranadinos, equivalía en realidad a una
capitulación. Bolívar tam bién prom ovió a los m ilitares que se habían unid o a la
rebelión d e Páez, m ien tras que trató con frialdad a los oficiales venezolanos que
ap o y a ro n al gobierno. M ás aún, el L ibertador elogió a Páez p o r haber "salvado
la rep ú b lica". La exaltación que hizo Bolívar de Páez y quienes lo apoyaron en
su rebelión fue to m ad a com o u n a ofensa directa p o r S an tan d er y sus partidarios,
q uien es q u ería n so m eter a Páez y a V enezuela a los procesos constitucionales y
a la a u to rid a d del go b ierno nacional.
A d e m á s de la oposición de los san tan d eristas a la C onstitución bolivaria­
na y a la conciliación con Páez y la rebelión venezolana, otros hechos ah o n d a ro n

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19 8 VI a k c .'O P alacras - F kank S a it o r d

el antagonism o entre el L ibertador y su vicepresidente. D ondequiera q u e fuese,


Bolívar parecía dispuesto a creer cualquier queja sobre los actos ad m in istrativ o s
de S antander, incluidas las acusaciones de que el vicepresidente había utilizado
co rruptam ente el préstam o británico de 1824. A dem ás, Bolívar estaba furioso por
la resistencia que oponía S antander a sus planes, y en particular p o r las n u m ero ­
sas críticas que se leían en su contra en los periódicos publicados p o r el vicepre­
sidente y sus partidarios. En m arzo de 1827, en una carta fechada en Caracas, el
iracundo Bolívar dio por term inada su correspondencia personal con S antander.
La ru p tu ra entre Bolívar y S antander se confirm ó p o r sus reacciones
o p u estas ante u n a sublevación m ilitar dirigida p o r oficiales n eo g ran ad in o s con­
tra sus superiores venezolanos en el puerto de Callao, en el P erú, en enero de
1827. En m arzo, cuando se su p iero n en Bogotá las noticias del levantam iento,
S an tan d er y sus partidarios lo interpretaron com o u n golpe contra la C onsti­
tución boliviana y en favor de la libertad, y celebraron p ú b licam en te u n acto
q ue Bolívar y los suyos consideraron com o una traición. S an tan d er no resistió la
tentación de p u y ar a Bolívar, diciendo que las m anifestaciones m ilitares q u e este
había alentado en G uayaquil y otros lugares habían sentado u n preced en te para
la insurrección en el Perú.
D urante las crisis de 1826-1827 se desarrollaron dos b an d o s contrarios.
El b ando bolivariano creía que únicam ente el L ibertador p o d ía salvar el país, y
m uchos de sus integrantes estaban dispuestos a hacer cualquier cosa q u e este les
ordenase, razón p or la cual sus detractores los tildaban de serviles. M uchos de los
bolivarianos m ás recalcitrantes eran oficiales m ilitares, en su m ayor p arte vene­
zolanos pero tam bién algunos neogranadinos. Entre los bolivarianos tam bién se
destacaban varios oficiales británicos que habían com batido bajo las órd en es del
L ibertador. En m arzo de 1827, el general Rafael U rdaneta expresó la lealtad in­
condicional de estos oficiales al L ibertador y la desconfianza q u e les inspiraban
los abogados. Los abogados, escribió U rdaneta, son

los que hacen ostentación de saber mucho, son los que nos enredan con sus teo­
rías, cuando nosotros no necesitamos recurrir a teorías escritas, teniendo la mano
y el talento de Bolívar, para que nos diga lo que debemos hacer[...] Si la opinión es
libre en Colombia, la mía es por el Libertador y yo no sirvo sino a él, no reconozco
más gobierno que él, ni quiero a Colombia sin él.

Si bien num erosos m ilitares se contaban entre los p artid a rio s m ás incondi­
cionales de Bolívar, el L ibertador tam bién tenía partidarios en tre no pocos civi­
les neogranadinos, sobre todo entre las fam ilias m ás p restantes de las ciudades
m ás im portantes de la Colonia; Bogotá, C artagena y P opayán. Varios de estos
notables colom bianos estaban dispuestos a concentrar la au to rid a d en m anos del
Libertador, por considerarlo el bastión m ás sólido contra la arrem etida de des­
o rd en político y quizás tam bién social. Entre los m ás prom inentes de estos boli­
varianos civiles estaban Juan de Francisco M artín, un com erciante de Cartagena,

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1llSTOKIA ui; C o l o m b i a . P a Ls l k a o .m i m a i x i , s c k t i d a d d a t d id a 199

el ju rista E usebio M aría C anabal, tam bién cartagenero, y varios abogados que
fueron m in istro s d e E stado en tre 1820 y 1830 (José M aría C astillo y Rada, de
C artagena, E stanislao V ergara y A lejandro O sorio, de Bogotá y, con algunas re­
servas, el an tio q u eñ o José M anuel Restrepo).
Los del b an d o opositor, que tenía com o líder al vicepresidente S antander,
se llam aban a sí m ism os constitucionalistas (porque defendían la C onstitución de
1821) o liberales; su s d etractores los llam aban exaltados, dem agogos am biciosos
y a veces "jacobinos". Los abogados neogranadinos de las provincias norteñas de
la cordillera O riental —com o Vicente Azuero, Francisco Soto y Diego F ernando
G ó m e z — estaban en la v an g u ard ia ideológica d e este bando. Estos liberales m ás
bien in tran sig en tes contaban con el decidido apoyo de sus p artidarios en d iv er­
sas regiones del valle del M agdalena, desde M om pox hasta N eiva, y con aliados
tam bién en A ntioquia. A dem ás, los liberales recibían apoyo m ilitar de oficiales
neo g ran ad in o s de la región del Socorro, pero los principales caudillos liberales,
los coroneles José M aría O bando y José H ilario López, provenían del Cauca.

L a d e s in te g r a c ió n d e l a G r a n C o lo m b ia

A m ed id a q u e los conflictos sim ultáneos entre venezolanos y neograna­


dinos, m ilitares y civiles, bolivarianos y santanderistas se ag u d izab an d u ra n te
1825-1827, los notables colom bianos afrontaban el reto de diseñar un futuro po­
lítico p ara la nación. El debate en torno a la m ejor m an era d e reco n stru ir el Es­
tado se vio estim u la d o p o r el proyecto de Bolívar d e convocar u n a convención
constitucional tem p ran a, pero tam bién por la posibilidad, si no la probabilidad,
de que V enezuela, la N u eva G ranada y Ecuador siguieran cam inos separados. En
1827 ya cada u n o estaba op eran d o con autonom ía de facto en m uchos aspectos.
Los m in istro s del gabinete colom biano tem ían q u e la disolución de la
república ten d ría com o resu ltad o unos estados dem asiado p eq u eñ o s y débiles
para ser viables, y so b re todo para resistir las agresiones d e cu alq u ier po d er del
m u n d o atlántico. A d em ás se preocupaban por la su erte q u e p u d ie ra correr el
reem bolso d e la cu an tio sa d e u d a externa en el caso d e d iv id irse C olom bia en es­
tados m enores. C reían q u e el problem a de la responsabilidad d e la d e u d a podría
traer conflictos con G ran Bretaña y en tre los tres estados. En uno de los varios
intentos de m an ten e r u n id a a la G ran C olom bia, en enero de 1827, el gabinete
p ro p u so d iv id ir la rep ú b lica en seis estados (dos en V enezuela, tres en la N ueva
G ran ad a y el sexto sería Ecuador), que conform arían una federación basada en
el m odelo d e los E stados U nidos. Esta solución, a u n q u e parecía resp o n d er a
anhelos regionales d e au to n o m ía federal, habría creado u n id ad es m ás pequeñas
q u e el g o b ierno nacional posiblem ente hubiera pod id o controlar m ejor que los
tres estad os m ás g ran d es. En todo caso, la p ro p u esta d e u n a unió n federal de
seis estad o s n u n ca despegó.
El L ibertador abrigaba la esperanza de que una convención constitucio­
nal, al a d o p ta r la C onstitución bolivariana o algún otro in stru m en to estabilizan­

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2Ü0 M akcx ) P alack - F k \\K S a t io r d

te, sentara las bases de la unión colom biana. En julio d e 1827, el C ongreso co­
lom biano acordó convocar la convención constitucional te m p ra n a que qu ería
Bolívar. Pero la convención, que se llevó a cabo en la c iu d a d d e O caña en tre
m arzo y junio de 1828, decepcionó a los bolivarianos p o rq u e los san tan d e ristas
consiguieron elegir u n m ayor n ú m ero de delegados d e los q u e p rev eían los
p artid ario s del L ibertador. Los bolivarianos atribuyeron el éxito d e los sa n ta n ­
deristas a sus m aquinaciones políticas. Sin em bargo, tam b ién los bolivarianos
p ro cu raro n m an ip u lar la elección de delegados en las regiones en d o n d e tenían
influencia. La causa bolivariana recibió el apoyo de d eleg a d o s d e C artagena,
E cuador y algunas regiones de V enezuela. Pero los sa n ta n d e rista s se q u ed a ro n
con la m ayor p arte de los delegados del interior n eo g ran ad in o . El re su ltad o
fue u n v irtu al em pate entre dos g ru p o s intransigentes, con alg u n o s m o d era d o s
com o Joaquín y Rafael M osquera, de P opayán, y José Ignacio d e M árquez, de
Boyacá, colocados entre las dos facciones antagónicas.
Los bolivarianos querían im plantar alguna variante de la C onstitución bo­
liviana, o por lo m enos un sistem a centralizado con u n ejecutivo fuerte d o tado
de am plios poderes de acción. Por su parte, Santander, V icente A zuero y otros
dirigentes liberales, que fueron centralistas du ran te la convención constitucional
de C úcuta en 1821, buscaban abora una estructura m ás federal que actuara com o
freno contra una d ictadura bolivariana. A unque am bas partes estaban m uy pola­
rizadas, cada facción m odificó sus propuestas con la esperanza de obtener el ap o ­
yo de los m oderados. El proyecto bolivariano proponía u n p eriodo de ocbo años
de gobierno para el presidente, sin restricciones de reelección, lo que constituía
un intento por reducir la frecuencia de comicios desestabilizantes, pero sin insis­
tir en la presidencia vitalicia de Bolívar. Por el contrario, la facción de S antander
proponía un periodo presidencial de cuatro años y prohibía la reelección. Con
el ánim o de interponer una barrera de papel contra la d ictad u ra bolivariana, los
liberales propusieron reducir los poderes extraordinarios de em ergencia otorga­
dos al ejecutivo en la C onstitución de 1821. Tam bién querían crear asam bleas de­
partam entales que perm itieran el desarrollo de una m ayor autonom ía provincial.
A unque los bolivarianos m odificaron su p ro p u esta constitucional para
obtener los votos de los m oderados, no lo hicieron de buena gana ya que m uchos
de ellos pensaban que estaban im poniendo d em asiados lím ites a los poderes
ejecutivos que deseaban otorgarle al Libertador. De antem ano, los bolivarianos
habían decidido que si no podían salirse con la suya, a b a n d o n arían la conven­
ción y establecerían un régim en de fuerza. El m ism o L ibertador le escribió en
este sentido al delegado bolivariano general P edro Briceño M éndez, en m arzo
de 1828, antes de que com enzara a sesionar la C onvención de Ocaña:

Dígale Ud. a los federales que no cuenten con patria si triunfan, pues el ejército y
el pueblo están resueltos a oponerse abiertamente. La sanción nacional está en
reserva para im pedir lo que no gusta al pueblo.

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H is 'i o r i a Dt; C o l o m b i a . I ’ a í s f r a o .m i s r A i x \ s c x i l d a d d iv i d i d a 201

Bolívar ag reg ó que sus p artid a rio s "d eb en retirarse antes que firm ar...
lo q u e no esté d e acu erdo con su conciencia". El 6 de m ayo, José M aría C astillo
y R ada, el líd er d e la delegación bolivariana en O caña, hizo eco a estas o p in io ­
nes: si los liberales obtienen cualquier p arte de su program a, escribió a Bolívar,
"estam o s resu elto s u n n ú m ero considerable sin el cual no p u ed e co n tin u ar sus
trabajos la C o n v en ció n ... a m archarnos, y d en u n ciar su crim en a la N ación, y
perseg u irlo s de m u erte". Dos días después. Castillo y R ada reiteró que si p re v a ­
lecía la C o n stitu ció n liberal, los bolivarianos disolverían la convención y los san-
tan d erista s "n o go zarían su triunfo, p o rq u e se les haría u n a g u erra de exterm inio
hasta an iq u ilar su raza". Así, el 10 de junio de 1828, los bolivarianos ab a n d o ­
naro n la co nvención y la dejaron sin qu ò ru m ; a su juicio, con esto allanaban el
cam ino p ara u n gobierno irrestricto del L ibertador.
M ientras la C onvención de O caña trastabillaba hacia el colapso, los boli­
varian o s d ecid iero n p ro clam ar dictad o r al Libertador. El 7 de junio, antes d e que
la con v en ció n finalm ente se disolviera, el secretario de G uerra, general Rafael
U rd an eta, con la ap ro bación del resto del gabinete, estaba o rg an izan d o u n a re u ­
nión d e p ad res d e fam ilia en la capital para rechazar las decisiones d e la co n v en ­
ción (sean cuales fueren) y conferir a Bolívar una d ictad u ra absoluta. U rdaneta
se sintió esp ecialm en te com placido d e q u e Bogotá fuera la sede de este acto,
p o rq u e co n sid erab a que la capital era el centro del constitucionalism o santan-
derista: "E sta ciu d a d ha sido la m ás constitucional, el asiento de S an tan d er y su
facción, y d o n d e m ás se ha influido contra el L ibertador".
El 13 de junio, el coronel P edro A lcántara H errán, in ten d en te de C u n d i­
nam arca, cu m p lió a la letra el plan de U rdaneta. En la ju n ta d e Bogotá, los pocos
que se atrev iero n a d isen tir fueron intim idados y silenciados. El siguiente paso
de U rd a n eta fue hacer q ue la guarnición local re sp ald ara a la junta de Bogotá:

Las tropas p restarán juram ento m añana de reconocer la voluntad pronunciada del
pueblo y sostener la voluntad del Libertador. Después de este acto toda oposición
se vencerá a viva fuerza.

La iniciativa d e Bogotá pronto fue secu n d ad a p o r m anifestaciones sim i­


lares en o tro s lugares. T om ando estos eventos y el fracaso de la C onvención
de O caña com o justificación suficiente, el L ibertador procedió a gobernar por
decreto. Pese a este triu nfo aparente, algunos bolivarianos se sentían inquietos
por la presencia d e S an tan d er y sus p artid ario s en el país. C u an d o S an tan d er re­
cibió m an ifestaciones de apoyo en P am plona y C úcuta, su tierra natal, U rdaneta
concluyó q u e esa región "n u n ca será nuestra, si no se lim pia d e estos señores".
Para a p u n ta la r el nuevo régim en, el L ibertador solicitó el apoyo d e la
Iglesia. Bolívar hab ía sido educado en el secularism o de la Ilustración, y en su
intro d u cció n al pro y ecto de la C onstitución boliviana d e 1826 había ofendido a
los p iad o so s al no reconocer una iglesia establecida. Sin em bargo, entre julio y
agosto d e 1828 hizo to d o lo posible para congraciarse con el clero. A brogó una

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202 M a k i :o I ’ m .actcts - F r a n k S a i t o r d

parte de la legislación de com ienzos de la década de los años 1820 q u e había m o ­


lestado a algunos eclesiásticos, por ejem plo la ley que su p rim ió los m onasterios y
conventos con m enos de ocho m iem bros y aquella q u e prohibió la tom a de votos
religiosos antes de los 25 años. A dem ás, el L ibertador invitó al arzobispo de Bo­
gotá a proponerle cualquier cam bio futuro que juzgara deseable. Y cu an d o expi­
dió el decreto del 27 de agosto de 1828 en el q u e esbozaba la organización de su
dictadura, incluyó la prom esa de sostener y proteger a la Iglesia católica rom ana.
Bolívar ya contaba con u n apoyo ab ru m a d o r p o r p a rte d e los m ilitares.
Sin em bargo, tam bién expidió varios decretos que h alag aro n a los oficiales del
ejército. En especial, restauró el fuero m ilitar p leno q u e existía bajo el régim en
español, y que había sido reducido hacía alg u n o s años.
En agosto de 1828, Bolívar y sus asesores co n tem p laro n la posibilidad
d e decretar el establecim iento de u n régim en q u e com binaría características de
las C onstituciones de C úcuta y la bolivariana, incluyendo, com o señaló el ge­
neral Rafael U rdaneta, "u n C uerpo Legislativo com o el d e Inglaterra, au n q u e
sin Lores y sin nobleza". Pero el L ibertador finalm ente desistió d e este proyecto
por consejo de Joaquín M osquera, un aristócrata d e P o p ay án p o r q uien Bolí­
v ar profesaba un gran respeto. En vez de ello, el decreto orgánico que Bolívar
expidió el 27 de agosto, y que hizo las veces de u n a C onstitución dictatorial,
sim plem ente reclam aba para sí, com o "P resid en te L ibertador", los poderes ta n ­
to ejecutivo com o legislativo, hasta que u n a convención, q u e debía reunirse en
enero de 1830, redactara una nueva C onstitución. El d ecreto orgánico establecía
un Consejo de Estado conform ado por 18 m iem bros, todos n o m b rad o s por el
propio Bolívar. Al m ism o tiem po los bolivarianos, tem erosos d e la influencia de
S an tan d er en Bogotá, estaban ideando la m an era de alejar al vicepresidente del
escenario político. En su decreto orgánico, Bolívar abolió la vicepresidencia, lo
cual sim plem ente form alizó el retiro de facto de S an tan d er del gobierno. Para
alejarlo del país, el L ibertador lo nom bró rep resen ta n te d e C olom bia ante los
E stados Unidos.
E ntre tanto, com o respuesta al decreto orgánico d e Bolívar, varios jóvenes
liberales planearon en la capital arrestar al L ibertador y a sus m inistros con la
ay u d a de un cuerpo m ilitar neogranadino que estaba por entonces en la g u arn i­
ción de Bogotá, y proclam ar a S antander com o jefe constitucional d e Colom bia.
C u ando uno de los conspiradores, el joven abo g ad o F lorentino G onzález, con­
sultó el plan con S antander, este expresó sim patía p o r su causa p ero se opuso a
que ejecutaran la conspiración m ientras él estuviera en el país. C u an d o G onzález
argüyó q u e el plan d ependía de que S an tan d er estu v iera p resen te com o líder
constitucional, este (según G onzález) g u ard ó silencio, lo q u e su interlocutor in­
terpretó com o un consentim iento tácito. Los co n sp ira d o res eran abogados jóve­
nes y estu diantes universitarios, apoyados p o r alg u n o s oficiales subalternos y
m edianos del ejército. G onzález aseguró q u e su intención inicial no era asesinar
a Bolívar pero que, cuando se descubrió el com plot y tu v iero n q u e actuar pre-

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} iísT D K iA Df- C o l o m b ia . ['’ a Is F K .- \ c ,M i:\ rA rx > , s c x i e d a o d ix t o id a 203

cipitad am en te, parecía q u e m atarlo había llegado a ser su m eta. En una acción
ap resu rad a y mal o rg an izad a, los conspiradores intentaron asesinar (¿o a rre s­
tar?) a Bolívar en el palacio presidencial en la noche del 25 de septiem bre de
1828. Sin em bargo, con la a y u d a de su am ante M anuela Sáenz, el L ibertador
logró escap ar saltan d o desde u n a ventana del palacio y ocultándose debajo de
un p u en te hasta q u e las fuerzas m ilitares que le eran leales lograron re sta u rar el
control d e la capital.
M uchos de los co n sp irad o res fueron arrestados, som etidos a juicio su m a ­
rio p o r u n a corte m ilitar, y catorce d e ellos fueron ejecutados. Uno de estos fue
el general José Padilla, u n o de los pocos negros que había alcanzado el rango d e
general en C olom bia. Padilla, q u ien estaba deten id o en la capital p o r una acu sa­
ción de rebelión en C artagena, había sido escogido p o r los conspiradores com o
el h o m b re q u e debía a su m ir el m an d o m ilitar de Bogotá d esp u és del golpe, a u n ­
que parece m u y posible que el p ro p io Padilla no estuviera en terad o del com plot.
D esp u és del in ten to de asesinato, los bolivarianos redoblaron sus esfu er­
zos p ara elim inar a S an tan d er y a sus p artidarios de la política colom biana. Bo­
lívar confió tem p o ra lm en te a su m inistro de G uerra, el inflexible general Rafael
U rdaneta, el cargo d e co m an d a n te m ilitar de C undinam arca, para que p u d ie ra
presid ir el juicio d e los conspiradores. S antander fue uno de los co n denados a
m u erte p o r la corte m arcial. Sin em bargo, para disgusto de U rdaneta, el Consejo
de E stado le solicitó al L ibertador q u e conm utara la sentencia de m uerte de S an­
tand er, ad u c ie n d o q u e la evidencia contra él era insuficiente, au n q u e era obvio
que, adem ás, no q u ería n ejecutar al ex vice presidente, para quien casi todos
hab ían serv id o com o m inistros. S an tan d er fue llevado prisionero a C artagena, y
luego en v iad o al exilio. Liberales notables que no tuvieron nacia que ver con la
con spiración tam bién fu eron exiliados o encarcelados. Entre los exiliados figu­
raban V icente A zuero, q u e había sido m iem bro de la C orte S uprem a por varios
años, y Francisco Soto, u n sen a d o r perenne. En el m om ento del atentado am bos
vivían lejos d e la capital, A zuero en el Socorro y Soto en Pam plona, y solo se
e n teraro n del co m p lo t contra Bolívar cuando llegaron los soldados a arrestarlos.
Los bolivarianos quisieron elim inar no solo a los líderes liberales, sino
tam b ién el germ en d e los principios subversivos. C om o m uchos de los cons­
p irad o res eran ab o g ad o s jóvenes y estudiantes universitarios, los bolivarianos
conclu y ero n q u e el cu rrículo u niversitario estaba perv irtien d o a la ju v en tu d co­
lom biana. Bolívar ya h abía pro h ib id o el estudio de B entham en m arzo de 1828;
d e sp u é s d e la co n spiración septem brina, su sp en d ió del currículo los principios
de legislación, el derech o público, el derecho constitucional y las ciencias acimi-
nistrativ as, y agregó cu rso s obligatorios sobre los fu n d am en to s de la religión
católica rom ana.
El aten ta d o co n tra el L ibertador coincidió con un conato de guerra con
el P erú y con una rebelión alen tad a por los p eru an o s contra el régim en boli­
v aria n o en la región del C auca, dirig id a por los caudillos san tan d eristas José

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204 M aro ' I’ a i, \ r ii r. - [’ r a n k S a it o r d

M aria O bando y José H ilario López. Esta insurrección, que com enzó en octubre
de 1828, tuvo com o epicentro el valle del Patía, en d o n d e O b an d o contaba con
apoyo. O bando y López lograron extender su control desd e P opayán hasta Pasto
en el sur, pero fueron rechazados por las principales poblaciones del valle del
Cauca. Bolívar, que había m archado hasta el C auca para ocuparse de la g uerra
con el Perú y adem ás su p rim ir la rebelión, concedió u n a am nistía a O bando y a
López. El L ibertador aceptó tácitam ente el control de Pasto y P o p ay án por los
rebeldes, sin q u erer com batir contra guerrillas locales en el difícil terreno del
Patía y de Pasto, en d onde tanta sangre se había v ertido d u ra n te la guerra de
independencia. Entre tanto, la rebelión en el Alto C auca y la g u erra con el Perú
revivieron tem poralm ente la agitación separatista en Venezuela.
En esta coyuntura, m ientras Bolívar estaba en el sur, tanto él com o su con­
sejo de m inistros en Bogotá se sentían cada vez m ás p reo cu p ad o s p o r el fu tu ro
de Colombia. D esde abril de 1829 Colom bia disfrutó de paz interna. Sin em b ar­
go, para entonces Buenos Aires, Chile, G uatem ala y México, así com o Perú y
Bolivia, habían sufrido m uchas perturbaciones, lo cual reforzaba el pesim ism o
de los bolivarianos con respecto al orden político en H ispanoam érica. El consejo
de m inistros tem ía que la unión de V enezuela, la N ueva G ran ad a y Ecuador no
sobreviviera la m uerte de Bolívar, y ya en 1829 era evidente el deterioro de su
salud. Por consiguiente, los m inistros de Estado com enzaron a p en sar en cóm o
m antener u n id a a Colom bia y preservar el orden cu an d o falleciera el Libertador.
En abril de 1829, Bolívar p ro p u so a sus m inistros que ex p lo raran con G ran
Bretaña la posibilidad de establecer un protectorado británico en Colom bia. Los
m inistros d u d aro n que los británicos estuvieron d ispuestos a asu m ir esa res­
p onsabilidad si C olom bia parecía a p u n to de disolverse, por lo cual trataron de
encontrar otros m edios de consolidar el orden interno. P ropusieron una presi­
dencia vitalicia del Libertador; a su m uerte debía ser reem plazado p o r un m o­
narca de alguna dinastía europea. Sin em bargo, sabían que la p ro p u e sta abierta
de una m onarquía generaría problem as políticos. D urante casi dos decenios, los
dirigentes colom bianos habían proclam ado las v irtu d es del gobierno republica­
no y condenado la m onarquía. La sola m ención de u n plan p ara establecer una
m onarquía los expondría a un ataque de los letrados republicanos. Sin em bargo,
de ser viable el proyecto, los m inistros consideraban q u e una m o n arq u ía consti­
tucional dirigida por un príncipe europeo tendría varias ventajas. Por una parte,
haría de Colom bia un país m ás respetable a los ojos d e las m o n arquías europeas,
lo cual contribuiría a garantizar su seguridad externa. Así m ism o, se evitarían
las elecciones presidenciales nacionales, que m uy probablem ente incitarían a
hom bres "am biciosos" a sum ir a la nación en la guerra civil. E speraban que una
m onarquía constitucional frenara tanto las acciones arbitrarias de los m ilitares
com o la dem agogia de los letrados. De esta form a, im aginaban q u e su p ropuesta
le traería orden y estabilidad al país de diversas m aneras.

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H lV ro K IA DI C'O IO M BIA . I ’ a IS FK\( A ll \ IA IX ', S(X i l d \ d d i v id id a 205

Los m inistros y dem ás participantes en el plan se dieron a la tarea de con­


seg u ir el ap o y o de notables colom bianos, diplom áticos europeos y, m ás im p o r­
tan te aú n , del p ro p io Bolívar. S uponían que p o drían o b ten er el respaldo de los
gen erales colom bianos y de la jerarquía eclesiástica p o rq u e tanto el clero com o
los oficiales m ilitares ya tenían cargos vitalicios, lo cual hacía prever que profe­
saran sim p atías aristocráticas. Tam bién contaban con la aprobación de varios
n o tab les de Bogotá y de alguna p arte de la aristocracia d e Popayán. Sin em b ar­
go, p o r fuera de la capital el apoyo de los m ilitares a u n a m onarquía constitu­
cional resu ltó no ser tan unánim e. En V enezuela, el general Páez no se m ostró
m u y en tu siasm ad o con el proyecto; quería saber p rim ero qué pensaba Bolívar
al respecto. Por su parte, el general M ariano M ontilla, q u e tenía el m ando de
C artag en a, lo consideró deseable pero im practicable. El em isario francés en Bo­
gotá re sp ald ó el plan, en el su p u esto de que se escogería una dinastía francesa.
El joven d u q u e de M ontebello, por ese entonces en Bogotá, fue au to rizad o para
e x p o n e r la idea an te el gobierno real de Francia.
El L ibertador, d espués de varios m eses de re sp o n d er de una m anera am ­
b ig u a a las explicaciones del plan por p arte de sus m inistros, se pronunció en su
c o n tra d esd e G uayaquil, en julio d e 1829. Ya en ese m om ento el L ibertador p en ­
sab a q u e era inútil seg u ir tratan d o de m antener u n id as a V enezuela y la N ueva
G ra n ad a. La riv alid ad en tre n eogranadinos y venezolanos hacía inevitable su se­
paració n , sobre todo en vista d e que ya no tenían que forjar n in g u n a alianza para
d efen d erse d e la am en aza española. Esto era, según observó Bolívar, un pun to
en el q u e seg u ram en te tanto Páez com o S antander estarían de acuerdo. M ientras
viviera, q u izás el L ibertador p odría m antener un id as las dos regiones; pero no
iba a v ivir m ucho tiem p o más. Era posible incluso que la separación fuera m ás
pacífica si ocurría en vid a de él.
Bolívar tam bién se opuso a la idea de un m onarca europeo. Colom bia
era d em asia d o pobre p ara sostener un m onarca y su corte y, de todas m aneras,
m u ch o s colom bianos se o p o n d rían a una aristocracia con títulos y a la desigual­
d a d form alizad a q u e im plicaba una m onarquía. Por otra parte, ni los g enera­
les colom bianos ni o tro s personajes que am bicionaban el p o d er aceptarían una
m o n arq u ía. A dem ás, era m uy im probable que p u d iera n conseguir u n príncipe
eu ro p eo . ¿Q ué p rín cip e estaría d ispuesto a venir a H ispanoam érica para pre­
sid ir la an arq u ía? Bolívar tam bién observó que seguram ente se p resentarían
"o b stácu lo s eu ro p eo s". A unque no entró en detalles al respecto, probablem ente
sosp ech ab a lo que en efecto sucedió: que los británicos no estaban dispuestos a
a c e p ta r un p ríncipe francés en un trono am ericano.
Sin d u d a, el L ibertador tenía razón en casi todos los puntos de su análi­
sis. N o obstante, sus fru strad o s m inistros tam bién sospechaban que su respuesta
estaba condicionada p o r una preocupación por su reputación histórica. Bolívar
había p ro p u e sto una m onarquía constitucional con ropajes republicanos; pero,
en un a época en que la idea republicana parecía en auge, no estaba dispuesto a

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206 M a R(.;o P a i . a c h .)S - F rank S a it o r d

p erm itir que su nom bre se vinculara con un proyecto abiertam ente m onárquico.
Bolívar era especialm ente sensible a la crítica de los constitucionalistas europeos,
p u esto que su dictadura ya estaba siendo condenada en E uropa por Benjamin
C o n stan t y otros escritores em inentes.
La negativa de Bolívar a cooperar echó al traste el proyecto m onárquico,
pero au n así el plan tuvo varias consecuencias indeseables. A unque el Liberta­
d o r se había o p uesto al proyecto, sus detractores le achacaron la responsabili­
d ad , y así sufrió m enoscabo su reputación. El general José M aría C órdova, que
en junio de 1828 había apoyado con vehem encia u n a d ictad u ra del Libertador,
se sublevó en A ntioquia, en septiem bre de 1829 con la oposición a una m o n ar­
qu ía bolivariana com o una de sus consignas. El plan m onárquico tam bién su ­
m inistró m uniciones a los separatistas venezolanos para atacar tanto a Bolívar
com o al gobierno de Bogotá. El proyecto m onárquico y la rebelión frustrada de
C ó rd o v a en A ntioquia suplieron u n a excusa y una ocasión para la gestación de
u n m ovim iento definitivo en favor de la secesión venezolana en noviem bre de
1829, q ue culm inó en una proclam ación form al de separación bajo el liderazgo
del general Páez en enero de 1830.
M ientras Páez ratificaba la separación de V enezuela de la G ran Colom bia,
en Bogotá se reu n ían los delegados de una convención constitucional que, según
se esperaba, p o d ría salvar de alguna m anera la unión colom biana. La elección
d e los delegados se dispuso de m anera tal que se favoreciera el dom inio de los
sim p atizan tes del Libertador. Por ejem plo, a los soldados, a quienes se les había
p riv ad o del derecho al sufragio en 1827 antes de la conflictiva C onvención de
O caña, se les perm itió votar en la elección de los delegados a la C onvención
d e 1830. Se eligieron bolivarianos notables para representar a Bogotá y la costa
atlántica, y tam bién hubo partidarios del L ibertador en las delegaciones relati­
v am en te p equeñas de V enezuela, Panam á y Ecuador. Los liberales m oderados
n o estab an del todo ausentes; figuraban en las delegaciones de A ntioquia, el So­
corro y Neiva. Sin em bargo, los dirigentes liberales m ás destacados y esforzados
(com o S antander, Vicente A zuero y Francisco Soto) qued ab an afuera, ya que
h ab ían sido exiliados com o consecuencia de la conspiración de 1828. A Bolívar
le g u stó tanto la com posición del C ongreso que lo llam ó "adm irable".
La C onstitución de 1830 que redactó el C ongreso A dm irable fue un tér­
m ino m edio entre los proyectos bolivariano y liberal presentados en la conflic­
tiva C onvención de O caña. Los bolivarianos hicieron aprobar los periodos de
gobierno m ás prolongados, los cuales, según esperaban, traerían una m ayor es­
tabilidad: ocho años para el presidente, el vicepresidente y los senadores. Sin
em bargo, a diferencia de la pro p u esta bolivariana en Ocaña, la C onstitución de
1830 prohibió la reelección del presidente y del vicepresidente. Al presidente
tam bién se le concedió m ayor autonom ía en el nom bram iento o rem oción de sus
su b o rd in ad o s de la que habían propuesto los liberales en 1828. Pero los delega­
d o s del C ongreso A dm irable no incluyeron nin g u n a disposición que estipulara
p o d eres de em ergencia para el presidente.

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1 l w o K i A r't; C'oi.oM UiA. P a i s f r a c ,- ii \ i a í x ', l íx i i t j a i ' d i v h .t d a 207

Las disposiciones de la C onstitución de 1830 tienen u n interés poco m ás


q u e académ ico, pues la carta se p rom ulgó ju stam en te c u a n d o la república para
la cual se destinaba ya estaba en proceso de desintegración. En m arzo de 1830,
u n a rebelión m ilitar fallida en Bogotá denunció el gobierno d e Bolívar y pro cla­
m ó la separación de V enezuela y la N ueva G ranada. En abril, el general Juan Ne-
pom uceno M oreno se tom ó el p o d er en C asanare y p roclam ó la provincia com o
integ ran te de una V enezuela q u e ya era in d ep en d ie n te d e hecho. En P am plona,
vario s oficiales venezolanos se rebelaron, m anifestando su deseo d e reg resar a
su tierra.
C u an d o aú n no se había redactado la C onstitución en su totalidad, ya
m uchos notables neo g ranadinos habían concluido que no tenía sentido fo rm u lar
o tra carta política para la unión colom biana, si iba a ser rechazada p o r u n a Ve­
nezu ela separatista. Más bien, una vez se confirm ara la in d ep en d en cia de V ene­
zuela, la N ueva G ran ad a podría ad o p ta r una C onstitución m ás ap ro p ia d a p ara
sus circunstancias particulares. Los liberales, m uchos d e ellos ansiosos de d e s ­
hacerse de V enezuela y de los m ilitares venezolanos, fueron quienes ap o y a ro n
con m ás vehem encia esta idea. Sin em bargo, tam bién contó con el resp ald o de
num ero so s m oderados. Joaquín M osquera y otros políticos payaneses eran d e la
m ism a opinión, así com o el general D om ingo C aicedo, el presid en te provisional,
y las elites en diversas regiones de la cordillera O riental.
Q uienes todavía creían en la unió n fu tu ra de la G ran C olom bia veían en
Bolívar a su único salv ador posible. T anto los liberales com o los bolivarianos
identificaron el destino de C olom bia con Bolívar. Para los bolivarianos, el in ten ­
to d e salvar la República de C olom bia serviría de justificación para sostener a
Bolívar en el poder, cosa que tam bién deseaban p o r otras razones: un gobierno
fuerte, ord en político y, en el caso de los m ilitares, la protección de su p o d er y
sus privilegios. Los liberales n eo g ran ad in o s p ensaban todo lo contrario. Según
ellos, con la desm em bración de C olom bia ya no se justificaría la perm anencia del
L ibertador en el poder, al tiem po q u e tam bién se librarían de sus an tag o n istas
m ilitares venezolanos. En cuanto a los p artid ario s ven ezolanos de la secesión, ya
en 1830 Bolívar se había convertido en enem igo suyo precisam ente po rq u e solo
él podría, quizás, im p ed ir la separación de V enezuela de la unión.
En los prim eros m eses de 1830, m ientras la R epública d e C olom bia se
deshacía, Bolívar tam bién iba consum iéndose ráp id am en te. Estaba físicam ente
debilitad o y era ev id en te que lo rondaba la m uerte. Su prestigio, en apogeo en
1825, tam bién había sufrido por los sucesos de los años siguientes: en tre los n o ­
tables neogranadinos, p or su m anejo del caso Páez en 1826; en V enezuela, p o r
el proyecto m onárquico (al cual se opuso), y para m uchos, p o r su identificación
con el p o d er y los privilegios m ilitares. Ya en abril d e 1830 m uchos d u d ab a n ,
incluido él m ism o, de su capacidad de m an ten er u n id a la república. D elicado d e
salu d y d eprim ido, el L ibertador les había dicho re p etid am en te a sus seguidores
que no deseaba o cu p ar n u evam ente la presidencia. Sin em bargo, m uchos boli-

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208 M arc x ) P \ i . a c I(,)S - IY ’ a n ' k S a m o r d

varíanos apasionados insistían en su perm anencia en el poder; algunos civiles,


p o rq u e consideraban que el L ibertador era la clave del o rd en político, y m ucbos
m ilitares, sobre todo los venezolanos, porque lo percibían com o el garante de su
poder, sus privilegios e incluso su seguridad. Com o resp u esta a las presiones de
algunos bolivarianos, en abril de 1830 Bolívar aceptó q u e lo eligieran presidente,
pero q ue se delegara la función de gobernar en un vicepresidente. Sin em bargo,
para su sorpresa y am argura, algunos de sus asesores de m ay o r confianza (entre
ellos el general Rafael U rdaneta y José M aría Castillo y Rada) se op u siero n a esta
idea. U na vez m ás Bolívar pidió al C ongreso que no lo eligiera a él y se d ispuso
a ab an d o n ar Bogotá.
El C ongreso eligió a dos m oderados: com o p re sid e n te a Joaquín M os­
quera, a q u ien Bolívar favorecía, y com o vicepresidente al general D om ingo
Caicedo. A m bos form aban parte d e lo m ás g ran ad o d e la clase privilegiada
n eogranadina: M osquera era vástago de una acau d alad a e influyente fam ilia de
terraten ien tes y explotadores auríferos de Popayán, y C aicedo era h ered ero de
u n a fam ilia igualm ente prestigosa de Bogotá, d u eñ a d e inm ensos latifundios
ganad ero s en el valle del A lto M agdalena y p ro p ied a d es m enores, pero aun así
m uy g randes, en la Sabana d e Bogotá.
La elección de políticos m oderados y la p artid a del L ibertador alarm a­
ron a algunos bolivarianos fervorosos, sobre todo a los oficiales venezolanos,
quienes tem ían p or su fu tu ro sin la presencia de Bolívar. A nte el tem or que les
suscitaban los liberales, de nuevo m uy visibles en Bogotá, dos cuerpos m ilitares
venezolanos en la capital se sublevaron in m ediatam ente d esp u é s d e la elección
y poco d espués partieron para Venezuela. La desconfianza de los venezolanos
p ro n to se confirm ó, cuando el presidente M osquera, bu scan d o congraciarse con
los liberales neogranadinos, com enzó a nom brar san tan d eristas en altos cargos.
Los bolivarianos consideraron especialm ente am en azan te la designación del
m ás com bativo de los dirigentes liberales, Vicente A zuero, com o m inistro del
Interior. A zuero no tardó m ucho en revocar varios decretos expedidos por Bolí­
var en 1828, incluidos algunos que habían am pliado el fuero m ilitar.
D urante junio y julio de 1830, con el resurgim iento de los liberales y sus
ideas, la atm ósfera política en Bogotá se tornó conflictiva. Estallaron d isp u tas
entre u n batallón venezolano y un batallón neogranadino d e orientación liberal,
cuyos m iem bros portaban cintas con la consigna "L ibertad o m uerte". T em iendo
un posible golpe organizado por el cuerpo venezolana, en agosto, el gobierno le
ordenó m archar a Tunja. Sin em bargo, los "orejones", agricultores de la Sabana
de Bogotá, que servían com o una milicia de caballería, p ersu ad iero n a los oficia­
les del batallón venezolano de desafiar al gobierno. Su triunfo aplastante sobre
los defensores del gobierno constitucional en la batalla del S antuario dejó a la
capital bajo el control de los venezolanos. Ante la im posibilidad de gobernar, el
presidente M osquera y su gabinete renunciaron. El general bolivariano Rafael
U rdaneta asum ió el poder com o presidente provisional, para gobernar hasta

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} llST O K IA 1)1: C o l o m b ia . I ’ a Is i rai A ir M A ix ) , s íx t i d a d d iv id id a 209

cuando reg resara Bolívar. Pero el Libertador, que por entonces se encontraba en
C artagena d esilu sio n ad o y bastante enferm o, no quiso volver. Poco después, en
diciem bre d e 1830, falleció en una hacienda cerca de Santa M arta.
C om o U rd an eta había definido su régim en com o u n gobierno interino
hasta el reg reso de Bolívar, la m u erte del Libertador lo dejó sin fundam ento. En
los p rim ero s m eses d e 1831, las fuerzas liberales av anzaron contra U rdaneta des­
de el C auca y el valle del Alto M agdalena: bajo el liderazgo de los generales José
M aría O b a n d o y José H ilario López, y desde C asanare bajo el m an d o del general
Juan N ep o m u cen o M oreno. Entre tanto, varias rebeliones m ilitares p u sieron fin
al control b o liv arian o de A ntioquia y gran parte de la costa atlántica, al tiem po
que su rg iero n g ru p o s guerrilleros en Ibagué, el Socorro y en las inm ediaciones
de Bogotá. En abril d e 1831, previas negociaciones, U rd an eta renunció en favor
del v icep resid en te constitucional, el general Dom ingo Caicedo, con la garantía
de que no se to m arían represalias contra quienes lo habían apoyado. T anto los
bolivarianos en arm as com o m uchos de sus antagonistas liberales se opusieron
a cu alq u ier acuerdo. Sin em bargo, con la ayuda del general López el gobierno
p resid id o p o r C aicedo perm itió una transición m ás o m enos pacífica a una era
posbolivariana. Casi todos los m ilitares venezolanos q u e habían ap o y ad o al Li­
bertad o r reg resaro n p ro nto a su tierra.
C on la p a rtid a de los venezolanos y, poco después, la rem oción d e los
bolivarianos n eo g ran ad in o s de las filas del ejército, el cu erp o de oficiales se re­
dujo co n sid erab lem en te. En p arte p o r esta razón: desde 1832 hasta fines del siglo
XIX, los m ilitares ejercieron com o estam ento m enos influencia en la política d e la
N ueva G ra n ad a q u e en V enezuela, México o Perú. El país siguió librando g u e ­
rras civiles y ten ien d o generales com o presidentes nacionales, pero estos últim os
por lo general fu ero n elegidos. En m ayor grado que en otros países h isp an o a­
m ericanos, la N u ev a G ranada y d esp u és Colom bia tuvieron en el siglo xix algo
parecido a go b iern o s constitucionales.
Así term in ó la C olom bia de Bolívar, un poco m ás de un decenio d esp u és
de iniciarse. El colapso d e la G ran C olom bia fue inevitable. La unión de V ene­
zuela, la N ueva G ran ad a y E cuador había sido im pulsada por la exigencia de
un frente co o rd in a d o contra las fuerzas realistas españolas; una vez d erro tad as
estas, la n ecesidad d e la unión dism inuyó. Varios otros factores contribuyeron
al d eb ilitam ien to d e la unión. La au to rid ad adm inistrativa in d ep en d ien te que
d isfru taro n C aracas y Q uito d u ra n te la Colonia hacía difícil que los notables de
esas ciu d ad e s acep taran ser gobernados por Bogotá. Por otra parte, la dificultad
y la len titu d de los viajes desde V enezuela y Ecuador hasta Bogotá im pedían su
represen tació n en el C ongreso y en otras entidades del G obierno nacional. La
relativa falta de represen tación en el gobierno civil contribuyó al sentim iento de
rivalid ad regional tan to en V enezuela com o en Ecuador.
Las d iferen cias económ icas y sociales entre las regiones tam bién tu v ie­
ron un p ap e l en la diso lución. La clase d o m in an te de la sierra ecuatoriana, q u e

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210 M arco P a l a c r is - (’ r a n k S ai k 'R d

d ep e n d ía de la m ano de obra indígena, no estaba de acuerdo con la abolición del


trib u to indígena por los legisladores neogranadinos y venezolanos en C úcuta.
Así m ism o, d ad a la im portancia de los tejidos en la sierra, el E cuador tam bién
p ro p o n ía m edidas proteccionistas contra la im portación de telas extranjeras.
Pero Venezuela, cuyo pun to fuerte era la exportación de p ro d u cto s tropicales,
insistía en el libre com ercio. Los intereses divergentes de las d iversas regiones de
C olom bia dificultaban, si no im posibilitaban, la form ulación d e u n a legislación
fiscal nacional coherente, un hecho que reconoció Bolívar cuando, a su paso por
E cuador y V enezuela, decretó exenciones regionales a las leyes com erciales y
trib u tarias vigentes. A dem ás de la dificultad que planteaba el diseño de una p o ­
lítica económ ica y fiscal nacional unificada, existía el problem a adicional d e que
E cuador, la N ueva G ranada y V enezuela no tenían buenas conexiones com ercia­
les internas que les perm itieran una unió n efectiva. Con la p érd id a de prestigio
y la m ala salud de Bolívar, la suerte de la G ran C olom bia estaba echada.

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9
LA NUEVA GRANADA, 1831-1845

AUNQUE EL RÉGI MEN desplom ó en 1830-1831, los recuerdos


B OL I VARI ANO S0
de sus batallas políticas persistieron bastante tiem po e influyeron en la configu­
ración de la política neogranadina en las décadas de los años 1830 y 1840. Entre
1831 y 1845 surgieron los dos partidos rivales que desde entonces han d o m inado
la historia d e la nación. Al m ism o tiem po, hasta m ediados de la década d e los
años 1840, con la excepción descollante de A ntioquia, gran p arte de la N ueva
G ran ad a luchó contra la recesión económ ica o el estancam iento, m ientras trataba
d e consolidar las instituciones republicanas y las políticas proclam adas en 1821.

L a c o n s o lid a c ió n d e l t e r r i t o r i o n a c io n a l

Uno d e los desafíos iniciales que planteó la disolución de la Colom bia de


Bolívar fue la consolidación del territorio de la naciente república de la N ueva
G ranada. En los días inciertos de 1830-1831, hubo am enazas de anexión de los
llanos de C asanare a Venezuela y de la región del C auca al Ecuador, y tam bién se
pro p u so la independencia del istm o de Panam á. El C asanare se reincorporó m uy
pron to a la república, en p arte po rq u e V enezuela no m anifestó interés en ab so r­
berlo. El caso d e Panam á fue un poco m ás difícil, p o rq u e en 1831 los notables
locales concibieron un brillante futuro para un istm o in d ep en d ien te, com o u n a
versión tropical de las ciudades hanseáticas. Sin em bargo, este sueño se evaporó,
p o r lo m enos en 1830-1831, por la intervención de algunos oficiales m ilitares ve­
nezolanos que, habiendo sido expulsados de Ecuador, buscaron establecer para
sí un estad o in d ep en d ien te en Panam á. C uando el coronel panam eño Tom ás

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212 M .\R ro I ' a i .a c r í s - [ ' r a x k S m to rd

H errera d errotó a los venezolanos en septiem bre de 1831, el istm o se reincorporó


a la N u ev a G ranada. Sin em bargo, la posibilidad de una P anam á independiente
siguió siendo m otivo recurrente de ansiedad para las au to rid ad es bogotanas a
lo largo de todo el siglo xix.
La lealtad de la región del gran C auca fue un asunto m ás com plicado. El
g eneral venezolano Juan José Flores, que dom inó E cuador desde su creación en
1830 basta m ediados de la década de los años 1840, intentó d u ra n te todos esos
añ o s in corporar la provincia de Pasto a su nueva república. C ada vez que la
au to rid a d política en Bogotá se veía am enazada p o r un conflicto civil, com o en
1830-1831 y n u ev am ente en 1839-1842, Flores intentaba tom arse toda o parte de
la provincia de Pasto. A dem ás, en 1830-1831 trató de explotar la división política
q u e existía por esa época en la N ueva G ranada, anexando el resto de la región
del Cauca. Sin em bargo, estas no eran m ás que posibilidades oportunistas; lo
q u e realm ente le interesaba a Flores era controlar Pasto.
Los p astusos estaban conscientes de la im portancia estratégica de su p ro ­
vincia; los obstáculos que presentaban los desfiladeros de sus m ontañas y los
cruces difíciles y fácilm ente defendibles de los ríos G uáitara y Juanam bú eran
u n a form idable barrera natural entre la N ueva G ranada y el Ecuador. La gente
d e Pasto a veces se refería a su provincia com o la "garganta" por la q u e tendría
q u e p asar cualquier ataque proveniente del sur. Para los líderes neogranadinos,
co n serv ar la provincia fue en p arte una cuestión de bonor nacional. A dem ás
se tem ía q ue la p érd id a de Pasto p u d iera significar la separación de la región
del Cauca, una posibilidad inadm isible para los gobernantes de Bogotá. Lo que
q u ed a ría de la N ueva G ranada no sería una nación viable, no solo por la reduc­
ción tanto de población com o de territorio, sino tam bién porque el occidente
p ro d u cía prácticam ente todo el oro, que por entonces era el único p ro d u cto de
ex portación significativo de la N ueva G ranada.
Varios bechos abogaban por la anexión de Pasto, e incluso de Popayán,
al E cuador. Bolívar babía confiado el m ando de Pasto y P opayán al general Flo­
res en Q uito, de m odo que este tenía basta cierto pun to una pretensión política
justificable sobre la provincia. Pasto y P opayán tenían m ás vínculos com erciales
con Q uito que con Bogotá, y las regiones costeras del Pacífico se ligaban con
G u ayaquil. Las órdenes religiosas de Pasto tenían sus superiores en Q uito, de
m an era que los frailes pastusos n atu ralm en te m iraban bacia el Ecuador. A lgu­
nos jóvenes de fam ilias notables de Pasto y Popayán habían estu d iad o en Quito.
A dem ás, varios inm igrantes ecuatorianos servían com o agentes de los designios
d e Flores en el Cauca.
Las elites de P opayán tendían a forjar alianzas tácticas con el su r cuando
se sen tían am en azadas por fuerzas políticas de otras regiones neogranadinas.
En 1828-1829, los coroneles José M aría O bando y José H ilario López, decididos a
refo rzar su resistencia contra la d ictad u ra de Bolívar, se aliaron tem poralm ente
con los m ilitares peruanos que quisieron absorber Ecuador. De m odo similar.

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} I M O K I A nt: Q u O M B I \. I'a Is i K U , \ i r \ T A ( X > , s c x n D A D D IVID ID A 213

d u ran te la crisis de 1830-1831, m ientras representantes de las principales c iu d a ­


des del valle del Cauca optaron por echar su suerte con el gobierno de U rd a n e­
ta en Bogotá, sus contrapartes de P opayán rechazaron este régim en p o r haber
derrocado el gobierno constitucional, del cual había sido presidente su p aisano
Joaquín M osquera. En noviem bre de 1830, cuando el vecino Pasto ya se había
anexado a Ecuador, los notables payaneses declararon tem poralm ente su leal­
tad al gobierno de Quito. Sin em bargo, quizás inconform es con ser go b ern ad o s
por el general Flores, a quien consideraban un hom bre intrigante, algunos en Po­
payán y en otras regiones del occidente propusieron la constitución de u n "cu arto
estado" independiente (es decir, al lado de Ecuador, la N ueva G ranada y V en ezu e­
la). A brigaban la esp eranza de q u e tal en tid ad incorporaría a todo el occidente
desde Pasto hasta A ntioquia, y posiblem ente tam bién el istm o de Panam á.
El cuarto estado nunca se constituyó en forma. N o obstante, para efectos
prácticos gran parte de la región caucana perm aneció in d ep en d ien te d e la a u ­
torid ad de Bogotá, y P opayán y Pasto estuvieron form alm ente v in cu lad o s al
Ecuador entre noviem bre de 1830 y enero de 1832. D urante estos m eses los ge­
nerales José M aría O bando y José H ilario López, am bos o riu n d o s de P opayán,
fueron nom inalm ente oficiales ecuatorianos, aunque siguieron d ese m p e ñ an d o
papeles destacados en la política neogranadina, por ser de los principales líderes
m ilitares responsables del derrocam iento del régim en de U rdaneta y el re sta ­
blecim iento del gobierno constitucional en Bogotá. En junio d e 1831, estos dos
oficiales "ecuatorianos" fueron, respectivam ente, secretario de G uerra y general
en jefe de la N ueva G ranada. Com o secretario de G u erra en Bogotá, O b a n d o
envió a López a P opayán en octubre de 1831 con la m isión d e rein co rp o rar el
C auca a la N ueva G ranada, proceso que López inició con un p ro n u n c ia m ie n to
en la guarnición de P opayán en enero de 1832. A unque E cuador p erd ió el co n ­
trol sobre Pasto y P opayán por esta época, la am bición de Flores de co n tro lar la
provincia de Pasto, y quizás tam bién el Cauca, siguió afectando la región hasta
la década de los años 1840.
El general O bando, p rim ero com o secretario de G uerra y luego com o vi­
cepresidente, tuvo un papel im portante en la reintegración de la N ueva G ra n ad a
en 1831-1832. A dem ás de su prestigio m ilitar, el general contaba con cierta cre­
dibilidad entre los líderes potencialm ente separatistas p o rq u e él m ism o, en dos
ocasiones, había participado en la separación tem poral del Cauca. Podía p re ­
sentarse ante los sep aratistas com o alguien que sim patizaba con su causa, pero
q u e ahora apoyaba la reunificación de la N ueva G ranada. A quienes asp ira b an a
form ar un cuarto estado independiente, ya fuere en el Cauca, en A ntioquia o en
P anam á, O bando les dijo que tam bién él había sido p artid a rio de esa idea. Pero
ahora la convención constitucional de 1831-1832 estaba creando una nu ev a carta
de contenido v erd ad eram en te republicano, que satisfaría las in q u ietu d es p ro ­
vinciales. Y sobre todo, era necesario construir una república bastante g ra n d e
para hacerse respetar.

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214 M argo P m acto s - í' r a n k S a it o r d

A dem ás de la definición territorial de la república, los prim eros años de


la década de los años 1830 trajeron consigo otras incertidum bres. A fines del
decenio de los años 1820, el com andante m ilitar de C artagena, el general v en e­
zolano M ariano M ontilla, respaldado por bolivarianos civiles, había con v ertid o
la ciudad en un bastión de apoyo al L ibertador y sus proyectos políticos de corte
autoritario. D urante el régim en de U rdaneta, por lo m enos hasta m ed iad o s de
febrero de 1831, los bolivarianos cartageneros reprim ieron la resistencia consti-
tucionalista en Riohacha y en otras partes de la costa. Sin em bargo, d esp u és del
deceso de Bolívar en diciem bre de 1830, el régim en bolivariano en C artagena
com enzó a p erd er autoridad. Los liberales cartageneros fo m en taro n su b rep ticia­
m ente una rebelión en la región de B arranquilla, que en m arz o d e 1831 im p u lsó
u n m ovim iento general en Santa M arta y M om pox contra las au to rid a d es bo-
livarianas en C artagena. Poco después hubo u n segundo com plot bolivariano
en C artagena. A lgunos m ilitares, organizados en un club d e "v eteran o s d e la
libertad", buscaron establecer un estado caribeño ind ep en d ien te, con C artagena
com o su capital.
Este y otros proyectos tendientes al dom inio cartagenero de la costa atlá n ­
tica fracasaron debido a la resistencia opuesta por otras ciu d ad e s costeras (en
especial M om pox, Santa M arta y Riohacha). Su resistencia a ser go b ern ad as d e s ­
de la capital d ep artam ental en C artagena sin d u d a influyó en la elim inación, en
la C onstitución de 1832, de los grandes departam entos creados en la década de
los años 1820, y que en 1832 fueron reem plazados por provincias m ás pequeñas.
D espués de enero de 1832 el istm o, el C auca y la costa atlántica fueron
incorporados a la N ueva G ranada, pero el control sobre estas provincias siguió
preo cu p an d o a las au to rid ad es nacionales. Com o p residente (1832-1837), F ran­
cisco de Paula S antander quería asegurar que tuviera líderes m ilitares fuertes y
confiables en cada uno de estos lugares. C u an d o envió al coronel S alvador C ór­
doba a asum ir el m ando en C artagena en 1835, S antander explicó q u e necesitaba
"u n jefe de confianza en Panam á, otro en C artagena, otro aq u í [Bogotá] y dos p o r
lo m enos en el sur". D ebido a su interés en m antener el control sobre regiones
claves potencialm ente rebeldes, S antander se opuso a q u e fueran d ad o s d e baja
los jefes m ilitares en quienes m ás confiaba: los generales José M aría O b an d o y
José Hilario López en el sur, y los coroneles S alvador C órdoba, en A ntioquia, y
Tom ás H errera, en Panam á. Por esa m ism a razón, a S an tan d er no le gustaba que
m uchos m ilitares de confianza dejaran sus provincias p ara servir en el C ongreso.

L a p o lític a : e l s u rg im ie n to d e lo s d o s p a r tid o s t r a d i c i o n a le s

A dem ás de la consolidación territorial de la nación, los años co m p re n d i­


dos entre 1830 y 1845 fueron una época de definición política, el m om ento en
q u e las id en tid ad es partidistas com enzaron a cristalizarse en lo que d esp u és (ca.
1848) llegarían a ser los partidos liberal y conservador. El conflicto en tre los boli­
varianos y los liberales de la década de los años 1820 tuvo m ucho que ver con el

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H is io k ia in C o i C1M I31A. T a i s tkao m i \ i A fx \ s c x ii o a o D u in iD A 215

desarro llo d e las divisiones políticas en la década d e los años 1830. D espués de
la caíd a del régim en bolivariano, los liberales que habían resistido el gobierno
a u to ritario se dividieron en dos grupos: los liberales "exaltados" (que preferían
llam arse "progresistas") y los liberales m oderados. La división obedeció m ás
q u e to d o a la política que se debería seguir frente a los antiguos bolivarianos.
Los ex altad o s creían que se debería negar a los ad h eren tes del autoritarism o
cu alq u ier participación en la política, m ientras que los m oderados pensaban que
sería aconsejable conciliar e incorporar a los bolivarianos. Las cuestiones ecle­
siásticas tam b ién tenían algo que ver con los conflictos políticos de la década de
los añ o s 1830, pero tal vez en un nivel m enos im p o rtan te que la reincorporación
de los b o livarianos a la vida política.
D ebe em p ezarse esta discusión de la política d e la época con u n bosquejo
de la conform ación social d e la vida política y las reglas del juego político. La po­
lítica era d o m in ad a por los notables, tanto en los cantones y las provincias com o
en la escena nacional. En la constelación de los notables, los abogados y m ilitares
estab an en tre las figuras m ás visibles. Tam bién los sacerdotes, terratenientes y
com erciantes cum plían papeles im portantes pero m ás en el nivel local que en el
nacional. Estos notables controlaban y arreglaban los com icios locales y canto­
nales, y u n o s cuantos, sobre todo los abogados y alg unos m ilitares, aparecieron
com o legisladores, m inistros o jefes del G obierno nacional. A unque los notables
d o m in ab an la política, no eran los únicos actores. O tras gentes que no figuraban
en tre la clase política participaban com o votantes, pero rara vez com o actores
visibles. E ntre estos participantes secundarios el g ru p o m ás significativo eran
los artesan o s, q u e por lo general eran m ás educados y tenían m ás conocim iento
político q u e o tros m iem bros del pueblo.
En el ju ego d e la política los notables observaban ciertas reglas. A com ien­
zos d e la d écad a de los años 1830 todavía no se habían desarrollado partidos
claram en te o rg anizados, pero las elecciones sí podían ser m uy com petitivas. Sin
em bargo, los can d id ad o s debían ad h erir a un código de caballerosidad que les
exigía, p ara m an ten er el decoro, fingir que no am bicionaban o cupar cargos p ú ­
blicos. Así, las cam p añ as políticas se hacían de una m anera sigilosa. Para d a r la
im p resió n d e q u e era escogido por la voluntad espontánea de los votantes, el
ca n d id a to se abstenía de hacer m anifiestos o echar discursos. Todo se m anejaba
por cartas a los am igos y artículos anónim os en la prensa, y eran los am igos del
ca n d id a to q u ien es hacían el esfuerzo para conseguir su elección.
A ntes d e 1831 parece haber existido bastante consenso en tre los liberales
n eo g ran ad in o s. En la década d e los años 1820 tanto los que llegaron a ser id en ti­
ficados com o ex altados com o los liberales que d esp u é s se llam aron m o d erados
c o m p artía n la creencia de q u e el E stado debería g o b ern arse p o r las reglas cons­
titucionales. T anto los liberales m o d erad o s com o los exaltados se op u siero n al
pro y ecto co n stitu cio n al de Bolívar de 1826-1828, p o rq u e lo consideraban una
m o n arq u ía constitucional d isfrazad a con ropaje republicano. C u an d o oficia­

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21 b M \km ' P a i .A ' u x - F kank S a i fv tu o

les m ilitares bolivarianos d errocaron el gobierno constitucional del p re sid e n ­


te Joaquín M osquera en 1830 e in stau raro n el régim en d e U rd an eta, tanto los
m o d erad o s com o los exaltados fueron expulsados del gobierno. Por esa época,
algunos hom bres que m ás tard e fueron identificados com o líderes m o d erad o s,
po r ejem plo, José Ignacio de M árquez, fueron d esterrad o s ju n to a exaltados
notables, com o Vicente A zuero y Francisco Soto.
A dem ás de estos com prom isos políticos y experiencias com partidas, los
liberales exaltados y los m oderados estaban m ás o m enos d e acuerdo en sus
orientaciones ideológicas. U nos y otros querían que la N ueva G ra n ad a se con­
v irtiera en u na sociedad ilustrada, de acuerdo con los m odelos de E uropa occi­
dental. Tanto m o derados com o exaltados leían los m ism os libros. Las dos alas
del liberalism o conocían y aprobaban las ideas de M ontesquieu, Benjam in C ons­
tan t y Alexis de Tocqueville (cuando su Democracia en Am érica llegó a la N ueva
G ranada, ca. 1836). A los civiles de am bos grupos les m olestaba el predom inio
de los m ilitares y sus acciones p ertu rb ad o ras del orden, y q u erían red u cir el
tam año del ejército. D urante la década de los años 1830 m uchos m oderados, a
sem ejanza de la m ayor parte de los exaltados, tam bién se oponían al fanatism o
religioso y a la intolerancia, que les producían franco tem or.
Pese a estas ideas com partidas, en la década de los años 1830 exaltados y
m o derados com enzaron a dividirse en dos grupos enfrentados. M ostraban tem ­
peram entos políticos diferentes. Los exaltados p roponían el cam bio au n a riesgo
d e conflictos, m ientras que los m oderados concedían m ayor p rio rid ad a la p re ­
servación del orden. Los m o derados y los exaltados diferían en sus ideas sobre
las tácticas m ás efectivas para som eter a tos m ilitares al control civil y sobre el
grado y la rap id ez con que la ilustración podría m ezclarse con las prácticas reli­
giosas y las preocupaciones clericales.
Los liberales exaltados, unos de cuyos voceros m ás activos e in tran si­
gentes fueron Vicente A zuero y su joven colega F lorentino G onzález, eran
p artid ario s de políticas de confrontación que excluyeran a los bolivarianos del
estam ento m ilitar y de la política, y que debilitaran la posición financiera y los
privilegios jurídicos de la Iglesia. Los m oderados, a u n q u e estaban de acuerdo
con la m eta, pensaban que u n enfoque tan conflictivo era im p ru d e n te y con­
trap ro d u cen te. A p artir de 1831, los exaltados buscaron excluir d e los cargos
m ilitares y políticos a quienes apo y aro n a U rdaneta en 1830, m ien tras que los
m o d erad o s p ro cu raro n reunificar la sociedad política p o r la vía d e la concilia­
ción. Los exaltados p reten d ían q u eb rar el po d er político d e la Iglesia, pero los
m o d erad o s q u erían evitar un conflicto directo con ella, en p arte p o rq u e valora­
ban a la Iglesia com o pilar del o rd en social, y en parte p o rq u e tem ían el po d er
del clero para levantar a las m asas contra la sociedad ilu stra d a q u e buscaban
tanto los m o d erados com o los exaltados. Estas diferencias se m agnificaron y
acen tu aro n com o resu ltad o de las rivalidades y en em istad es de los líderes de
estos dos g ru p o s de liberales, m ientras com petían en las elecciones para cargos
públicos.

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1 llS IO R IA ni: C g L O M B IA . I ’a Js FRAC.MI \ T A I X ) , SCX TFO A O D IVID ID A 21 7

El distanciam iento entre m oderados y exaltados se hizo evidente con el de­


rrocam iento del general Rafael U rdaneta, en abril d e 1831. U rdaneta y el vicepre­
sidente liberal m oderado D om ingo Caicedo habían evitado un conflicto m ilitar a
gran escala, asegurando una transferencia relativam ente pacífica del poder m e­
diante el acu erd o de A pulo (28 de abril de 1831) que, entre otras disposiciones, ga­
rantizaba los cargos y las prom ociones de los oficiales m ilitares de am bos bandos.
A lgunos líderes liberales intransigentes, en especial el abogado Vicente A zuero y
los generales José M aría O bando y Juan N epom uceno M oreno, que no estuvieron
presentes en las negociaciones de A pulo, se opusieron a las concesiones de Caice­
do e insistieron en la expulsión de funcionarios y oficiales que colaboraron con el
régim en de U rdaneta. Caicedo se sentía obligado p o r los com prom isos de A pulo,
los cuales, al fin y al cabo, habían evitado m ucho derram am iento de sangre en el
proceso d e re sta u rar el gobierno constitucional. O tros m oderados que no habían
participado en el acuerdo creían que la expulsión de los "dictatoriales" del ejército
y del gobierno sería una m edida poco política, pues opinaban que para construir y
estabilizar u n a n ueva nación era preciso evitar nuevos conflictos y m ás bien sanar
las p ro fu n d as heridas producidas entre 1826 y 1831.
C u a n d o el vicepresidente C aicedo se negó a ex p u lsar a los antiguos cola­
borad o res d e U rd an eta del ejército y el gobierno, los exaltados m ás vehem entes
de Bogotá en ese m om ento, Vicente A zuero y el general M oreno, p ro p u siero n
derro car a C aicedo y colocar en su lugar al general José M aría O bando. Los d e­
tuv o ú n icam en te la intervención del general José H ilario López, am igo cercano
y aliado d e O b an d o , que sí había p articipado en el acu erd o de A pulo.
Sin em b arg o , en últim as, los liberales intran sigentes se salieron con la
suya. Bajo la presió n de los exaltados, Caicedo reem plazó a los bolivarianos de
su g abinete p o r Vicente A zuero y el general O bando, dos d e los intransigentes
m ás d estacados. O bando, p rim ero com o secretario d e G uerra y luego com o vi­
cepresid en te, ex p ulsó del ejército a m uchos de los colaboradores de U rdaneta.
En 1831, O b a n d o sacó a m ás de 250 oficiales y m ilicianos que habían colaborado
con el rég im en d e U rdaneta. Varios de estos m ilitares "dictatoriales", en especial
los ven ezo lan o s y los británicos, fueron exiliados del país. Estas m edidas p er­
m itieron aliv iar la pesada carga financiera m ilitar, au n q u e, incluso con estas re­
ducciones, el sostenim iento de las fuerzas arm adas siguió co n sum iendo la m itad
del p re su p u e sto nacional. Sin em bargo, los hom bres de tem p eram en to p ru d e n te
tem ían u n a reacción de los m ilitares d estituidos, reacción q u e no tard ó m ucho.
E ntre tanto, José Ignacio de M árquez se había convertido en el líder de
facto de los liberales m oderados, en la convención constitucional que com enzó a
sesio n ar e l l 5 de octubre de 1831, m ientras que Vicente A zuero y Francisco Soto
encab ezaro n la facción exaltada. Las diferencias entre los exaltados y los dele­
gad o s m o d e ra d o s se m anifestaron en varias instancias d e la convención cons­
tituyente. La p rim era división se dio en torno al nom bre d e la república que se
estaba reco n stitu y en d o . A zuero y Soto, de acuerdo con S an tan d er (que seguía

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218 M A K G o IYa i . a c i c i s - F rank S a i -f o r d

exiliado), creían que el gobierno de Bogotá debía intentar revivir la idea d e Co­
lom bia, ahora a m anera de confederación de la N ueva G ranada con V enezuela
y Ecuador, para fortalecer al país en su trato con potencias extranjeras. Por esta
razón, pro p u siero n llam ar a la nueva república N ueva G ranada, reservando el
nom bre de C olom bia para u n a posible confederación de m ayor tam año en el
futuro. Por el contrario, M árquez, que se había p ronunciado en contra d e una
un ió n dem asiado estrecha con V enezuela en el C ongreso de C úcuta de 1821,
se opuso ahora a cualquier conexión política con V enezuela y p ro p u so que el
área que seguía regida p o r Bogotá se apropiara del nom bre Colom bia. D espués
de dieciocho días de debate en torno a esta cuestión, la convención votó por
un m argen estrecho (31-30) en favor de llam ar N ueva G ranada a la república
renovada. En su voto sobre este tem a, los hom bres que se identificaban com o
liberales exaltados se aliaron casi todos con Soto y A zuero a favor del nom ­
bre N ueva G ran ada y de una posible confederación futura, m ientras que los
m oderados se inclinaron por el nom bre Colom bia. En térm inos regionales, los
hom bres qu e rep resentaban los centros tradicionales de la era colonial (Tunja,
Bogotá, C artagena) votaron en su m ayor parte con M árquez por Colom bia y la
separación definitiva, y quienes provenían de provincias m ás m arginales en la
colonia (Socorro, Neiva, M ariquita) tendieron a votar con Soto y A zuero a favor
del nom bre N ueva G ranada. (Com o una gran parte de la región del C auca estu ­
vo anexada a Ecuador hasta enero de 1832, esta región no tuvo representación
en la convención de 1831-1832).
O tro tem a contencioso fue la elección del general José M aría O bando com o
vicepresidente provisional en com petencia con M árquez, decisión que se tom ó
tras 17 votaciones. Poco d esp u és de la elección de O bando, los exaltados hicie­
ron ap ro b ar m edidas que otorgaban facultades extraordinarias al vicepresidente
para enviar al exilio a civiles y m ilitares que hubieran apoyado el derrocam iento
del gobierno constitucional en agosto de 1830 y el subsiguiente régim en de U r­
daneta. Estas m edidas fueron ap ro b ad as en una serie de votaciones estrechas,
debido a la resistencia de M árquez y los m oderados. En ese m om ento, Vicente
A zuero y Francisco Soto se convencieron de que M árquez intentaba atraer el
apoyo de los bolivarianos para enfrentarse con Francisco de Paula S antander en
los siguientes com icios presidenciales. Según inform ó A zuero, con esto M árquez
se había convertido en protector de "los perversos y egoístas" (refiriéndose a los
bolivarianos) y en defensor "d e la causa del fanatism o".
Más tarde, en m arzo d e 1832, la convención eligió a M árquez com o vi­
cepresidente provisional en vez del general O bando, en otra larga serie de vo­
taciones m uy reñidas. Luego d e su elección, M árquez reincorporó al ejército a
varios de los oficiales u rd an etistas que O bando había expulsado en los meses
anteriores. El general O bando y otros m ilitares antibolivarianos se m olestaron
por la restitución de esos oficiales "dictatoriales". El tem a de las exclusiones y
reincorporaciones de civiles y m ilitares bolivarianos siguió debatiéndose perió­
dicam ente en la década de los años 1830. La "traición" de M árquez al restituir en

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} llSrO K lA Df, CoiXI.M BI \. I ’ a Is FK.AGMI NTArX), SCX1FDAD DIVIDIDA 21 9

S U S cargos a los bolivarianos en 1832 fue una de las justificaciones q u e m ás tard e


adujo el general O ban d o para rebelarse contra el gobierno de M árquez en 1840.
D urante su exilio (1829-1832), el general Francisco de Paula Santander,
au n q u e am igo y p artidario de los exaltados, m antuvo correspondencia con los
m oderados. Esta diplom acia, u nida al prestigio de S antander com o encargado del
po d er en tre 1819 y 1826, hizo que la m ayor parte d e los notables neogranadinos
creyeran que, fallecido Bolívar, el general S antander era el líder indispensable. En
m arzo de 1832, el congreso constituyente, conocido com o la C onvención G rana­
dina, eligió por u n a votación ab ru m ad o ra al exiliado S antander com o presidente
provisional de la N ueva G ranada. En los siguientes com icios nacionales, fue ele­
gido presid en te con el ochenta p o r ciento de los votos.
C u an d o S an tan d er regresó del exilio y asum ió la presidencia en octubre
de 1832, habló de reconciliación. Sin em bargo, de acu erd o con los exaltados,
tenía intenciones de excluir del gobierno a todo aquel que hubiera apoyado a
U rdaneta. C u an d o todavía estaba en Europa, S an tan d er le había escrito a Vicen­
te A zuero q ue quien es habían u su rp a d o el gobierno constitucional no debían ser
perseguidos, p ero "tam poco se debe confiar la suerte del país a personas n o to ­
riam en te enem igas de la libertad". S antander distinguió im plícitam ente entre
los bolivarianos de 1828 y aquellos que participaron en el régim en d e U rdaneta
en 1830. A u n q u e siguió abrigando sospechas contra los hom bres que apoyaron
a Bolívar en 1828, com o p residente trató de ganárselos y de aprovechar a varios
antig u o s bolivarianos que no habían sido u su rp a d o res del gobierno constitucio­
nal en 1830.
D espués d e re sta u rad o el régim en constitucional en 1831-1832, algunos
que h ab ían sido exp u lsados del ejército por haber a p o y a d o a U rdaneta siguie­
ron co n sp iran d o contra el gobierno. C uando in ten taro n tom arse la guarnición
d e Bogotá en julio de 1833, el gobierno de S antander resp o n d ió con severidad.
Los jueces en carg ad o s del caso, todos liberales exaltados, co ndenaron a 46 de
los acusad o s a m uerte, au n q u e recom endaron clem encia para 36. El co nspirador
d e m ás alto rango, el exgeneral José Sardá, que se había fugado de la cárcel, fue
asesin ad o en el lu g ar d o n d e se ocultaba por un oficial del ejército.
La m u erte de los conspiradores, sobre todo d e los q u e tenían buenas co­
nexiones sociales en Bogotá y en C artagena, le granjeó a S an tan d er la enem istad
d e alg u n as fam ilias influyentes en estas ciudades. En cam bio, algunos notables
d e A ntioquia y del C auca creyeron que estas ejecuciones habían sido un golpe
acertad o a favor del orden. Por su parte, el general O b an d o le atrib u y ó la cons­
piración no a la exclusión d e los bolivarianos, sino m ás bien a la reincorporación
d e d em asiad o s de ellos. O bando se quejó de que, d esp u és de sus esfuerzos para
"pu rificar" el ejército, en 1832 M árquez "se m etió a desfacer agravios, ...in tro d u ­
jo oficiales perversos, reinscribió m alvados que no se habían lavado la sangre"
del d erro cam ien to del gobierno constitucional en 1830. En opinión d e O bando,
M árq u ez había hecho esto para o rg an izar una oposición contra él en el ejército, a
fin de frenar su control sobre los m ilitares y sus p re su n ta s am biciones.

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220 M a ir x t P a i ac. r ts - F r a n k S a i -f o r d

A dem ás del estatu s de los m ilitares bolivarianos, varios tem as relaciona­


dos con la Iglesia fueron elem entos de controversia en la década de los años
1830. Inherente a to d o s los asuntos eclesiásticos era el conflicto en tre algunos
legos instruidos, q u e p retendían establecer el dom inio del E stado laico y d esa­
rrollar un a sociedad m oderna e institucionalm ente liberal, y num erosos cléri­
gos que se aferraban a las creencias, las prácticas y las instituciones religiosas
establecidas con el apoyo de m uchos piadosos. No so rp re n d e la reacción hostil
del clero frente a los proyectos de laicización liberal, p o rq u e im plicaban una
m engua del poder, los recursos y la au to rid ad ideológica d e la Iglesia. A dem ás,
la in q uietud clerical probablem ente se había intensificado p o r una p érd id a rela­
tiva de su fuerza institucional desde fines de la Colonia. C on la independencia,
las nuevas p o sibilidades de carrera política abiertas a la elite le restaron algo de
atractivo a la Iglesia com o opción de vida profesional. A u n q u e en 1835 el n ú m e ­
ro de párrocos y otros religiosos había rep u n ta d o u n poco en com paración con la
m arcada dism inución ocurrida d u ra n te el periodo de la in dependencia, se había
p ro d u cid o un a reducción absoluta en el núm ero de curas y una dism inución
relativa del clero diocesano en relación con el crecim iento d e la población. {Véase
cu ad ro 9.1).
Por otra parte, la clerecía estaba consciente de q u e a ú n tenía u n a gran a u ­
toridad m oral frente a la población en general. A lgunos notables laicos pensaban
q u e los gestos de apoyo que había tenido Bolívar con la Iglesia en 1828 quizás
instaron al clero a defen d er sus creencias y derechos m ás vigorosam ente, incluso
desp u és de fallecido el Libertador. Según José M anuel R estrepo, "casi todo" el
clero de Bogotá acogió con beneplácito la reacción m ilitar bolivariana que cul­
m inó en el régim en d e U rdaneta en 1830. Y en 1834, el presid en te S antander, en
una carta dirig id a al general P edro A lcántara H errán, u n antiguo bolivariano,
observó que una b u en a cantidad del clero y de los laicos proclericales tem ía
"q ue este gobierno va a acabar con la religión, con los frailes, los diezm os, etc.,
en tanto que Bolívar los protegía y los sostenía".
S an tan d er estaba m uy consciente de las sensibilidades del clero y de su
p o d er para su b levar al populacho en defensa de la religión. A sem ejanza de
los m oderados, q uería evitar confrontaciones innecesarias con el clero. M ientras
todavía estaba en el exilio, en 1831, S antander le aconsejó a Vicente A zuero que
fuera cauteloso en las reform as que tenían que ver con la Iglesia:

Aseguremos la paz y la libertad política, establezcamos un gobierno nacional fir­


me y respetable..., pongamos en uso la libertad de la im prenta y esperemos a que
el tiempo haga lo demás. La libertad religiosa es hija de la libertad política, del
orden y de un gobierno fundado sobre bases indestructibles.

N o o b stan te el intento de S an tan d er de ev itar conflictos con el clero, a


com ienzos de la d éc ad a de los años 1830 su rg iero n v aria s co ntroversias rela­
cionadas con la Iglesia. U no de estos tem as p reo cu p ó sobre todo a las órdenes

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H i s t o r i a ot ; C o l o m b ia . P a í s f r a o m i n i a i x i , s c x if .o a d i i i n t i i i d a 221

C uadro 9.1. D ism inución relativa de frailes y clero diocesano, 1825-1851.

R ela ció n entre


C lero C lero P o b la ció n N u e v a
e l d io c e s a n o y la
regular d io c e s a n o G ran ad a
p o b la c ió n total
1825 609 955 1.229.259 1 : 1 .2 8 7
1835 456 1.086 1.686.038 1 :1.552
1843 396 1.268 1.931.684 1 :1.523
1851 295 1.377 2.243.730 1 :1.629

Fuente: G ó m e z , F em a n d o , "Los cen so s en C olom b ia an tes d e 1905", en: U rrutia, M igu el y A rrubla,
M ario, Com pendio de estadísticas históricas de Colombia, cu ad ros 2-5.

religiosas. En 1828, Bolívar había revocado las leyes p ro m u lg ad a s en los años


veinte q u e exigían el cierre de m onasterios con m enos d e ocho frailes y p ro h i­
bían la tom a d e votos para ingresar a órdenes religosas antes de los 25 años. D es­
pués de q u e esas leyes fueron re sta u rad a s por la C onvención G ranadina en 1832,
los frailes d e Bogotá com enzaron a publicar docum entos en los q u e aseguraban
que tanto la legislatura com o el ejecutivo estaban atacando la religión. En m ayo
de 1833 se tem ió el estallido de una revolución atizada por el clero de la capital.
M ientras los frailes buscaban defender sus órdenes, el clero diocesano y
m uchos p iad o so s en la m asa de la población se in d ig n aro n por los intentos del
gobierno d e establecer form as lim itadas de tolerancia religiosa. A fin de esti­
m u lar la in m ig ració n de extranjeros, en 1835 el C ongreso decretó que a los p ro ­
testantes se les p o d ía otorgar tierra para establecer cem enterios. En A ntioquia,
este d ecreto se convirtió en m otivo de una insurrección p o p u la r en defensa de
la religión. En M arinilla, ya alborotada p o r la agitación clerical en 1833-1834, el
cura José M aría Botero publicó en 1835 ataques contra el decreto referente a los
cem enterios, d en u n ció al gobierno com o im pío e instó al pop u lach o a rebelarse.
A u n q u e se sabía q u e algunos enem igos del gobierno de S an tan d er estaban en ­
vian d o d in ero a Botero para que publicara sus escritos, m uchos de los m iem bros
de la clase política, tanto m o d erad o s com o exaltados, se sintieron alarm ados al
con statar q u e el cu ra contaba con el apoyo de gran p arte del pueblo an tio q u e­
ño. C u an d o Botero fue encarcelado en M edellín, acusado d e sedición, una turba
(que seg ú n se dice se com ponía d e entre 600 y 800 hom bres) lo liberó.
T anto los liberales m o derados com o los exaltados d esap ro b ab an la agita­
ción d e los cu ras en Bogotá y de Botero en A ntioquia. A com ienzos de la década
de los años 1830, los m oderados defendieron la lim itación del crecim iento de
las ó rd en es religiosas; las veían com o instituciones obsoletas que privaban a la
sociedad d e in d iv id u o s que habrían p o d id o hacer contribuciones útiles y que
conserv aban p ro p ied a d es de m anos m uertas que p o d rían ser m ás productivas.
Los m o d era d o s tam bién favorecían p o r lo m enos algún indicio de tolerancia

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222 M \K(-:o I’ a i .ac .tcts - F k w k S a i t o k d

religiosa corno un m edio para fom entar la inm igración. Sin em bargo, no q u i­
sieron presionar p or la adopción de reform as radicales q u e p u d ie ra n correr el
riesgo de m otivar al clero a sublevar al populacho piadoso. En 1834, c u a n d o Flo­
rentino G onzález, en su periódico El Cachaco, abogó por u n a tolerancia religiosa
absoluta, la su p resión total de las órdenes religiosas y la confiscación d e sus
p ro p ied ad es, el presidente S antander, por consejo del vicep resid en te m o d era d o
Joaquín M osquera, negó toda responsabilidad en estas id eas y pidió a G onzález
el cierre del periódico.
A unque S an tander com partía la orientación racionalista de los p ro g resis­
tas e incluso instó al rebelde Botero a en tra r en sintonía con "el esp íritu del si­
glo", estaba de acuerdo con los m o derados en cuanto a la necesidad d e contener
los proyectos anticlericales m ás provocadores. En 1836 p rev in o a la C ám ara de
R epresentantes sobre el riesgo de restringir el fuero eclesiástico. S an tan d er co n ­
sideraba que la opinión pública no estaba p re p ara d a p ara esta innovación y q u e
generaría un a reacción extrem a, dán d o les a los opositores del gobierno la o p o r­
tu n id ad de m in ar su autoridad.
Si bien S an tander intentaba evitar reform as eclesiásticas excesivam ente
audaces, reaccionaba con furia cu an d o creía que la agitación religiosa estaba
siendo utilizada com o arm a para debilitar el gobierno. U n ejem plo de esto fue
su respuesta a la segunda gran controversia en torno al uso del tra ta d o de Je­
rem y Bentham sobre principios de legislación com o texto obligatorio p ara los
estu d ian tes de derecho. La adopción del texto de B entham d en tro del curricolo
universitario en 1826 suscitó críticas airadas tanto del clero com o d e los laicos
piadosos, y en m arzo de 1828 Bolívar prohibió su uso en las un iv ersid ad es. En
m ayo de 1835, el C ongreso restauró el curricolo de 1826, B entham incluido, pese
a las protestas de los altos prelados y de m uchos p ad res d e fam ilia. T odos es­
tos opositores creían que las doctrinas utilitaristas de B entham su b v ertiría n las
creencias religiosas y la m oralidad. En octubre de 1835, el gobierno d e S an tan d er
trató de tran q u ilizar a los críticos de B entham con instrucciones de q u e los textos
recom endados "n o se deben ad o p tar ciegam ente p o r los profesores en to d as sus
partes" y que los instructores debían om itir cualesquiera doctrinas "co n trarias a
la religión, a la m oral, y a la tran q u ilid ad pública, o erró n eas por alg ú n otro m o­
tivo". Los instructores tam bién p o dían indicarles a los estu d ian tes las m aneras
en qu e las doctrinas peligrosas eran erróneas.
El intento de S antander de conciliar con los censores del texto sobre legis­
lación dio paso a una posición m ucho m ás dura, cu an d o se convenció de q u e las
críticas contra B entham tenían en realidad com o p ro p ó sito atacar a su gobierno.
No m ucho d esp u és de publicadas las concesiones, los p ad res de la o rd e n de la
C andelaria p ro p u siero n negar la absolución a los universitarios q u e estu d iara n
el controvertido texto. El presidente S antander in terp retó esto com o u n desafío
abierto a la au to rid ad del gobierno. En una carta en v iad a al vicepresidente Joa­
quín M osquera, am enazó con p ed ir al C ongreso que clau su rara el m o n asterio de
la C andelaria, al que describió com o "lleno de frailes godos, ignorantes, boliva-

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1 I is io K iA d í ; C o i .OMBIA. I’ a is r K A r . \ t r \ r \ [ x i , s c x t i o a d div id id a 223

ríanos e insolentes". "N o p u ed e haber república", añadió, "con sem ejante cana­
lla". En d iciem bre de 1835, S an tan d er interpretó los ataq u es de la prensa contra
B entham com o un esfuerzo concertado para d esacred itar al gobierno utilizando
" u n arm a tan terrible" como la religión.
A m ed id a que S antander se convencía de que las críticas contra Bentham
co n stitu ían en realid ad un intento de debilitar el gobierno, se fue volviendo cada
vez m ás in transigente. Como le escribió al v icepresidente M osquera, quien a su
vez era u n firm e crítico de Bentham , "yo soy de los q u e no m e gusta q u ed a r ca­
llado cu a n d o se hostiliza al gobierno tan vilm ente". S an tan d er explicó que había
p u b licad o u n a defensa enérgica de Bentham , a la cual M osquera había puesto
rep aro s, p o rq u e "fue preciso... para d a r a en ten d er a los enem igos del gobierno
qu e estáb am o s resu elto s a m antenernos firm es". Y añadió: "yo soy capaz de h a­
cerm e hereje o m ah o m etano p o r no ceder una línea de terreno a los em pecinados
enem igos del gobierno actual". Dos sem anas después, S an tan d er retom ó el tem a
de m an era m ás am enazante. Estaba d ispuesto a aceptar críticas constructivas
contra B entham , p ero si las críticas se hacían con intención de atacar, desacredi­
tar o d erro ca r el gobierno, eso ya era u n asunto com pletam ente distinto. "A quí
[en Bogotá] no se ha arm ad o una jarana p o r este negocio de B entham , po rq u e m e
tienen m ied o y la fuerza arm ada está fielm ente por el gobierno".
N o m u ch o d espués, el propio vicepresidente M osquera fue blanco de la
ira san tan d e rista. M ientras M osquera estaba re d actan d o una crítica am plia de
B entham , él y S an tan d er intercam biaron varias cartas en las q u e intentaron d e­
batir su s convicciones contrarias sin afectar el respeto que am bos se profesa­
ban. Sin em bargo, casi se produce un rom pim iento irrep arab le de sus relaciones
c u a n d o El Constitucional de Cundinamarca, uno de los periódicos oficiales de Bo­
gotá, publicó un artículo que, refiriéndose inequívocam ente al vicepresidente
M osquera, sin m encionarlo p o r su nom bre, lo acusó d e fom entar la cam paña
"fan ática" del sacerd o te José M aría Botero en A ntioquia, y p o r en d e de ap o ­
y a r la su b v ersió n del orden público. El artículo decía, adem ás, que M osquera
ap o y ab a el "fan atism o " para favorecer sus propias am biciones presidenciales.
Esta acusación era m ás ofensiva e insultante que la prim era, po rq u e M osquera,
ad e m á s d e ad h e rir siem pre a la regla de no m ostrar am bición, en realidad no
q u ería ser p re sid e n te po rque gen u in am en te no se creía ap to para el cargo. A u n ­
q u e S an tan d er le aseg u ró a M osquera q u e no era el a u to r de este infundio, casi
n ad ie le creyó. N o m ucho d espués las relaciones en tre S an tan d er y M osquera
m ejoraron, e incluso este apoyó al can d id ato san tan d erista a la presidencia, el
g en eral José M aría O bando. Pero ya el dañ o estaba hecho, quizás no tanto para
la am istad en tre los d o s hom bres com o para la reputación de S antander, porque
fue u n ejem plo m u y visible de los m uchos en que el p resid en te o sus subalternos
se v aliero n de ataq u e s m ordaces en la prensa para contestar a quienquiera que
criticara sus políticas.
En m arzo d e 1836, cuando seguía can d en te la controversia en torno a
B entham , el go b iern o de S antander afrontó otro desafío cu an d o la C ám ara de

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224 M arco 1’ a i .a c io s - F r a n k S a it 'o r o

R epresentantes votó en contra de un convenio con V enezuela sobre la división


de la d eu d a colom biana, aduciendo que el secretario de Relaciones Exteriores
había negociado el acuerdo sin autorización del C ongreso. Esta votación busca­
ba expresar una oposición general contra el gobierno, adem ás de p ronunciarse
sobre el contenido del acuerdo. El presidente S antander se enfureció a ú n m ás al
saber que el general Tom ás C ipriano de M osquera, antiguo bolivariano, había
liderado la oposición de la C ám ara, com puesta en su m ayor parte p o r m o d era­
dos. Para S an tan der la votación contra el tratad o era un indicio alarm an te de una
alianza entre bolivarianos y m oderados.

L a s e le c c io n e s p re s id e n c ia le s d e 1836

Las elecciones presidenciales de junio de 1836 m arcaron u n paso im por­


tante hacia el alineam iento partidista en la N ueva G ranada. En los com icios ante­
riores de 1832, las posibles diferencias partidistas se habían diluido con el apoyo
casi consensual a Santander. En 1836, em pero, fue evidente la rivalidad entre dos
constelaciones políticas, todavía incipientes pero en proceso de definición.
Santander eligió com o su candidato al general José M aría O bando, que
com partía sus ideas antibolivarianas pero no provocaría la hostilidad de los fa­
náticos religiosos. El deseo de no enardecer a la gente pía debió de influir en la
decisión de S antander de no apoyar a Vicente A zuero, quien enfurecería al clero.
Santander tam bién pensaba que todavía se necesitaba en la presidencia un jefe
m ilitar fuerte com o O bando para m antener el control sobre el ejército, sobre todo
a la luz del peligro de nuevas conspiraciones m ilitares com o las que se habían fra­
gu ad o en 1830 y en 1833-1834. A dem ás, el presidente tem ía posibles disidencias
y rebeliones regionales, sobre todo en la costa atlántica y en la región occidental.
M uchos hom bres de principios republicanos que habían ap o y ad o a San­
tand er a fines de la década de los años 1820 y en las elecciones d e 1832 se ale­
jaron de él en los comicios de 1836. A lgunos probablem ente se distanciaron de
Santander debido a su defensa de Bentham, o a su propensión a generar agrias
polém icas en la prensa. Pero m uchos rechazaban a su candidato, el general O ban­
do, porque querían reducir el papel de los m ilitares en la política y deseaban a un
civil como presidente. Por otra parte O bando tenía fama de am bicioso, defecto
q ue confirmó cuando publicó una declaración de sus principios antes de las elec­
ciones, en contravención de la regla de no m anifestar deseo abierto d e conseguir
puestos públicos.
En agosto de 1835, el gobernador de A ntioquia, Juan de Dios A ranzazu,
le planteó algunas de estas d u d as a su am igo, el presidente S antander. A ran­
zazu adm itía que O bando había prestado im portantes servicios a la causa de
la libertad, que era valiente y enérgico, que se haría obedecer por el ejército y
que sería respetado por los países vecinos. Sin em bargo, a su juicio, tam bién era
"am bicioso, y com o no ha tenido principios fijos, no me inspira m ucha confian­
za". A A ranzazu tam bién le inquietaban las "estrechas relaciones [de O bando]

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1llSIOKIA Di, C oi OMBIA. P a IS l-R.Af All \ I AIX), «XII OAD DIVIDIDA 225

con vario s oficiales m ilitares de principios inciertos y ab u ltad as pretensiones".


¿Q u ed arían satisfechas las am biciones de O bando con su elección a la p resid en ­
cia? Incluso si se contentaba con ser presidente, existía el "riesgo de q u e... nos
eche en cim a... criaturas su y as... con su espíritu m ilitar... y sus aspiraciones".
Tem eroso d e las am biciones de O bando, A ranzazu lo describió com o "el hom bre
m ás p eligroso q u e... tiene la república". M ás tarde, d esp u é s del enfrentam iento
de S an tan d er con la C ám ara de R epresentantes en to rn o a la división de la d e u ­
da co lo m b ian a en m arzo de 1836, A ranzazu se p re g u n tó cóm o habría m anejado
O b an d o u n a situación com o esa. ¿Acaso O bando, al afro n tar u n desafío tal, haría
un m al uso d e su contundencia y energía re p rim ien d o " u n p artid o patriótico de
la oposición"?
¿H asta q ué pu n to las críticas que contra O bando lanzaba A ranzazu refle­
jaban una perspectiva de clase? A unque el nacim iento ilegítim o de O bando no se
discufla públicam ente, es probable que haya influido en algunos notables que le
censuraban su supuesta "am bición". Existen razones para creer que O bando, en
realidad, era m ucho m enos am bicioso de lo que sospechaban m uchos contem porá­
neos. A u n q u e era, de lejos, la persona que m ás votos atraería entre los candidatos
exaltados en las elecciones de 1836, O bando parece haber preferido sinceram ente
que u n o de los liberales civiles notables, Francisco Soto o Vicente Azuero, fuera
presidente. O b an d o le confesó a S antander que no se sentía cóm odo entre los
hom bres letrad o s del C ongreso en Bogotá y que creía no poseer las cualidades
necesarias para ejercer la presidencia. En su opinión, su papel debía consistir en
p restar ap o y o m ilitar a un presidente civil, firm em ente liberal y bien instruido.
A d em ás d e las d u d a s que abrigaban contra él republicanos liberales com o
A ran zazu , O b a n d o era objeto de una fuerte oposición p o r p arte de los antiguos
bolivarianos. O b an d o había liderado la resistencia m ilitar contra la d ictad u ra de
Bolívar en 1828 y contra el régim en de U rdaneta en 1830, y había sido el p rin ­
cipal resp o n sab le d e la expulsión de los u rd an etistas del ejército. M uchos boli­
varian o s, q u e veían a O bando com o un archienem igo, tam bién lo consideraban
resp o n sab le del asesinato del general A ntonio José d e Sucre en 1830.
En las elecciones de 1836 hubo una unificación ex trao rd in aria d e los votos
d e los m o d era d o s en torno a M árquez, y d e los exaltados en apoyo d e O bando.
De los 837 electores q ue votaron por candidatos conocidos com o m oderados,
616 (73,6 p o r ciento) lo hicieron por M árquez. El general Caicedo, el seg u n d o de
los m o d erad o s, solo obtuvo 154 votos electorales (18,4 p o r ciento del voto m o­
derad o ); y casi la m itad de los votos por C aicedo pro v in o d e M ariquita y Neiva,
las d o s p ro v in cias en d o n d e poseía g ran d es extensiones de tierra. M árquez tenía
alg u n o s p artid a rio s en casi todas las provincias, pero sus áreas d e m ayor fuerza,
ad e m á s d e su provincia natal de Tunja (159 votos electorales), fueron A ntioquia
(109), el valle del C auca y la costa atlántica. A dem ás, a u n q u e O b an d o ganó en la
prov in cia d e Bogotá, M árquez tuvo una votación fuerte allí tam bién.
Del lado liberal, O bando, con el claro apoyo del p re sid e n te S antander, ob­
tu v o 536 votos electorales, el 71 por ciento del total san tan d erista. A zuero contó

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226 M AKCGi P a i .a c k )s - F r a n k S a i t o r d

con 164 votos electorales (21,7 por d e n to de los votos santanderistas); m ás d e la


m itad de los votos de A zuero provinieron de su provincia natal del Socorro, con
fuerza im portante adem ás en la provincia de Vélez y dos cantones liberales en
la provincia de Tunja, y alguna representación en otras diez provincias. El m ás
fuerte apoyo a O bando provino de partes de la provincia d e Bogotá, de bastiones
progresistas en las provincias de Pam plona, M om pox y el istm o de P anam á, y
del terru ñ o nativo de O bando, las provincias de Popayán y Pasto.
¿Qué significaban estos patrones de votación? Con frecuencia se dijo, por
lo m enos hasta la década de los años 1850, que la ram a ejecutiva del G obierno
nacional, a través de sus gobernadores nom brados y de la influencia local de
las personas d esignadas por estos, podía controlar las juntas electorales de las
com unidades, con lo cual, al descalificar a los votantes de la oposición, podía
garan tizar la victoria para los sim patizantes de la adm inistración vigente. En
1836 hubo algunas instancias de m anipulación electoral por la ram a ejecutiva.
En Bogotá, el general P edro A lcántara H errán se quejó d e "violencias in au d itas
de p arte de los ejecutivistas"; objetaba sobre todo el hecho de q u e en Bogotá se
h ubiera p erm itido el voto a la guarnición local, presum iblem ente de acuerdo con
las instrucciones de sus com andantes. Pero fuera de las actuaciones del gobierno
en Bogotá, parece que no hubo un control general de las elecciones por agentes
del ejecutivo nacional. M árquez obtuvo una plu ralid ad de los votos electorales,
y se eligieron para el C ongreso suficientes partidarios suyos para g aran tizar su
elección en ese cuerpo.
Por otra parte, los patrones electorales variaron considerablem ente, no
solo entre las provincias sino entre un cantón y otro. Según parece, en m uchos
cantones las elecciones estaban controladas o bien por m agnates locales, o bien
p or pequeños grupos d e hom bres influyentes que llegaron a un consenso. En
25 de los 110 cantones del país, todos los votos electorales fueron para un solo
candidato. En otros 13 cantones los votos se inclinaron por un can d id ato por una
m ayoría ab rum adora. Sin em bargo, estas concentraciones de votos podían dife­
rir com pletam ente de un cantón al cantón vecino. En la provincia de C asanare,
por ejem plo, todos los votos electorales de un cantón fueron para A zuero, todos
los del seg undo cantón recayeron en O bando, y todos los del tercer cantón le
correspondieron a M árquez. Solo en trece casos hubo u n a com petencia vigorosa
en tre m ás de dos candidatos en un solo cantón. Cinco d e estos fueron cantones
de la provincia de Bogotá, y todos los dem ás ocurrieron en las capitales de p ro ­
vincia. Se ve que la com petencia electoral se presentaba sobre todo en aquellos
sitios en d o n d e estaban en juego las opiniones de m ás de unos pocos notables.
Casi todos los cantones y provincias en los cuales tan to los m oderados
com o los exaltados tenían una fuerte representación sufrieron conflictos m ás
ag u d o s en los años siguientes. Dos de los cantones altam ente com petitivos, Vé­
lez y Neiva, fueron escenario de feroces batallas partidistas en tre 1837 y 1841.
Varios otros (C artagena, M ompox, P am plona, C artago, P opayán y Pasto) fueron
p articu larm en te inestables y conflictivos d u ran te la guerra civil de 1840-1842.

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f l i s T O R i A nr; C olom bia. PaIs i-r a c a k v r A i x i , s c x i i -d a d l i i v i o i d a 227

En las elecciones presidenciales de 1836, alg u n as regiones revelaron


com p ro m iso s p artid istas que resu ltaro n duraderos. La provincia del Socorro,
la región d e B arranquilla y el istm o de P anam á parecían h aber d esarro llad o ya
claras orien tacio n es hacia un liberalism o fuerte. La m ayor p arte d e la provincia
de Tunja se inclinaba hacia M árquez, su hijo natal, pero tam bién eran evidentes
alg u n o s nich o s d e liberales progresistas, com o en Soatá. A ntioquia, que había
d ad o u n a m ay o ría fuerte (77 p o r ciento de los electores cantonales) a S antander
en 1832, rech azó a O bando, el ca n d id ato de S antander, en 1836, y resp ald ó a
M árquez con 81 p o r ciento de sus votaciones electorales.
H ace falta un a d eten id a investigación sobre el vuelco d e A ntioquia hacia
el lado m o d era d o -co n se rv ad o r en 1836, una afiliación q u e pareció perdurable.
En esta época las aspiraciones de A ntioquia se habían visto fru strad as p o r varias
políticas del go b iern o central; a los dirigentes antioqueños les m olestaban las
restricciones im p u estas p o r Bogotá sobre la exportación d e oro en polvo, sobre el
m anejo del colegio provincial, y sobre el desarrollo de las ferrerías en A ntioquia
(se había co n ced id o u n privilegio m onopólico a una com pañía d e Bogotá). Pero
estos tem as no p arecen haber d esem p eñ ad o un papel visible en la elección de
can d id ato s. Es posible que las controversias sobre B entham y otras cuestiones
eclesiásticas in flu y eran un poco en la decisión de A ntioquia. Pero los burgueses
an tio q u eño s, p o r creyentes q u e fueran, se asustaron por la d esm ed id a resisten­
cia del p resb ítero Botero y sus p artid ario s en el pueblo. A dem ás, O b an d o siem ­
p re ev itaba conflictos con la Iglesia y m antenía una actitud piadosa. Es probable
q u e los n o tab les an tio q ueños prefirieran un presidente civil al tem ible m ilitar
O bando.
C om o M árq u ez obtuvo una clara p lu ralid ad pero no u n a m ayoría ab so lu ­
ta de los vo to s electorales en 1836, el C ongreso de 1837 tu v o q u e "perfeccionar"
la elección. P ero su selección p o r el C ongreso nunca estu v o en d u d a , pues una
clara m ay o ría d e los in tegrantes del C ongreso eran m o d erad o s o bolivarianos.
El p re sid e n te M árquez intentó al principio aten u ar las riv alid ad es faccio-
nales. Pidió al g ab in ete de S an tan d er q u e perm aneciera en el gobierno (solo uno
d e su s m iem b ro s lo hizo) y dejó a liberales progresistas en las gobernaciones
d e d o s p ro v in cias im po rtantes, A ntioquia y el Socorro. Pese a los esfuerzos de
M árquez p o r m o strarse conciliador, S an tan d er y sus colaboradores se aferraron
a un p artid ism o ab iertam ente hostil. Dos de los progresistas jóvenes, Florenti­
no G o n zález y L orenzo M aría Lleras, a pesar de ocupar cargos en el gobierno
d e M árquez, fig u rab an activam ente en la oposición san tan d erista. Luego los
san tan d e ristas se in d ig n aro n cuando, en agosto de 1837, M árquez d estituyó a
G onzález y a Lleras. S an tan d er y sus lugartenientes com enzaron a publicar un
periódico d e oposición. La Bandera Nacional, que tenía com o p u n to focal de sus
críticas los n o m b ram ien to s d e M árquez, buscando indicios d e alejam iento del
liberalism o. Al com ienzo fue m uy poco lo que encontraron p ara criticar, salvo
po r el n o m b ram ien to (m ediante u n procedim iento irregular) d e u n g o b ern ad o r

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228 M arco P a i .ac kas - F r a n k S a i -f o k d

de Vélez que luego persiguió a progresistas destacados, con el ánim o ev id en te


d e convertir u n bastión santanderista en u n a provincia p a rtid a ria de M árquez.
Sin em bargo, en diciem bre de 1837 acusaron a la ad m in istració n d e sim p atías
b olivarianas p o rq u e varios escritores que defendían el gobierno de M árquez
se habían referido favorablem ente a Bolívar y habían criticado a S an tan d er. Lo
cierto es que, en m ateria de políticas, la adm inistración de M árquez no d ife­
ría visiblem ente de la de S antander. P recisam ente po rq u e n o existía u n a base
su stan tiv a p ara la crítica, los san tan d eristas siguieron u tiliza n d o el sim bolism o
político, y evocando el espectro del bolivarianism o.
Los tem ores que suscitaba entre los santanderistas u n a posible alianza
en tre m o d erad o s y bolivarianos se justificaron hasta cierto p u n to con la incor­
poración al gobierno de M árquez de dos m ilitares que habían sido bolivarianos
visibles en la década de los años 1820: los generales Tom ás C ipriano d e M osque­
ra y Pedro A lcántara H errán. (Am bos habían apoyado la elección de M árquez
en 1836). En diciem bre de 1837, el general O bando observó q u e M árquez había
colocado a u n enem igo suyo, el general M osquera, a cargo de las guardacostas, y
predijo, correctam ente, que luego el presidente lo integraría a su gabinete, com o
en efecto sucedió con su designación com o secretario de G u erra en julio de 1838.
E ntre tanto, H errán se había incorporado al gabinete en el m es de m ayo.
En opinión de los exaltados, tanto H errán com o M osquera tenían antece­
d en tes negativos. H errán había organizado en Bogotá la reu n ió n pública que
había dado origen a la dictadura bolivariana de 1828. En 1835, d u ra n te la p re ­
sidencia de Santander, tanto la adm inistración com o la oposición sospecharon
de u n a posible conspiración contra el gobierno liderada por H errán, ru m o r que
escandalizó al general, quien era un hom bre m ás bien m oderado y resp etu o so
de la ley. Por otra parte, S antander buscó atraer a H errán y en 1836 le confió el
m an d o del istm o de Panam á para defenderlo de una posible agresión británica.
La participación del general M osquera en el gobierno causaba m ayor
preocupación. En 1826 había sido uno de los prim eros p artid ario s d e un régi­
m en de fuerza encabezado p o r Bolívar. A dem ás, M osquera g u ard ab a un ren ­
cor personal contra el general O bando por la derrota decisiva que este le había
p ro p in ad o en la batalla de la Ladera, en noviem bre de 1828. Se tem ía que, com o
secretario de G uerra, M osquera volvería a introducir elem entos bolivarianos en
el ejército. En octubre de 1838, el general O bando acusó al general M osquera de
estar ex p u lsando del ejército a oficiales vinculados con los progresistas. O bando
tam bién creía qu e el general M osquera iba a reincorporar a oficiales q u e habían
apo y ad o el régim en de U rdaneta, cosa que sí com enzó a suceder en 1839. Así,
au n q u e las acusaciones santanderistas de bolivarianism o fueron p re m atu ras,
m ás tard e recibieron cierto grado de confirm ación.
Los san tan deristas tam bién acusaron al gobierno de M árquez d e aliarse
con los fanáticos religiosos, au n q u e el presidente no otorgó nin g ú n beneficio a
los ultracatólicos. Es más, en agosto de 1837 hizo cum plir estrictam ente la ley
que prohibía la tom a de votos religiosos antes de los 25 años, lo q u e le valió la

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1ìis t x t r ìa o l C o l o m b i a . P a ís f k a g m i n t a ix t , s c x t i d a d d i v id id a 229

ira d e los fanáticos. Por otra parte, M árquez no hizo n ad a p o r proscribir la ense­
ñanza de B entham de las aulas universitarias.
La religión se convirtió en una fuerza m anifiesta en las elecciones vicepre-
sidenciales de 1836, cu ando se creó una sociedad católica cuyo objetivo expreso
era p ro m o v er u n p rogram a ultrarreligioso y elegir ca n d id ato s proclericales. La
pren sa p ro g resista aseguró que M árquez estaba aliado con la Sociedad Católica.
De hecho, ni M árquez ni sus partidarios m o d erad o s profesaban sim patía por
esa organización. La Sociedad Católica era u n rival político de los m oderados, y
a m u ch o s d e estos les m olestaba su tendencia al fanatism o. El o rg an izad o r de la
Sociedad C atólica, Ignacio M orales, buscó el apoyo del arzobispo M anuel José
M osquera c u a n d o este llegó a Bogotá en 1835. Pero el aristocrático M osquera,
q u e sim p atizab a con los m oderados, percibió de inm ediato que M orales podría
ser u n ex trem ista peligroso y m an tu v o una p ru d e n te distancia. O tros m iem bros
del clero, d e alto rango pero m enos astutos, sí ap o y aro n a M orales y la Sociedad
Católica, en tre ellos el nuevo nuncio papal, m onseñor C ayetan o Baluffi, el canó­
nigo A n to n io H errán d e Bogotá y el obispo de Popayán.
La ironía d e las acusaciones que lanzaron los san tan d eristas contra M ár­
q u ez p o r su su p u esta alianza con los fanáticos religiosos fue evidente en 1839,
cu a n d o el go b iern o cerró cuatro conventos m enores en Pasto, m ed id a que im ­
pulsó u n a rebelión d e pastusos ultrarreligiosos. D ebido al fuerte sentim iento re­
ligioso trad icio n alista d e Pasto, esta provincia había q u e d a d o exenta de las leyes
de 1821 y 1832, q u e exigían la clausura de conventos con pocos frailes. Pero en
1839, p o r iniciativa de un legislador pastuso, el C ongreso votó a b ru m a d o ram en ­
te a favor del cierre d e los conventos. La rebelión religiosa que se inició en Pasto
en julio d e 1839 se reprim ió en gran parte, au n q u e no del todo, hacia finales del
año. N o obstante, en enero de 1840 estalló una revuelta m uy diferente no lejos de
allí, al su r d e P o p ay án , liderada p o r el general José M aría O bando.

G u e r r a c iv il, 1839-1842

En el m o m en to de la rebelión religiosa inicial, los funcionarios del gobier­


no desconfiaron d e O bando, y no pocos sospecharon (erróneam ente) que este
estaba d e alg u n a m an era im plicado en la insurrección pastusa. En todo caso, su
rep u tació n com o caudillo era, para m uchos, razón suficiente para provocar re­
celos. La su b levación de O bando fue instigada por el resurgim iento inesperado
de la im p u tació n q u e se le hacía de haber o rd e n ad o el asesinato del general A n­
tonio José d e Sucre en 1830. La denuncia, que provino d e un guerrillero p astu so
c a p tu ra d o p or el gobierno, alarm ó a la adm inistración d e M árquez. Las au to ri­
d ad e s co n sid eraro n su deber investigar la denuncia, pero lo hicieron con el m al
presen tim ien to d e q u e la investigación podría instigar a O b an d o a rebelarse,
cosa q u e en efecto sucedió. Sin em bargo, en el seno del gobierno había m arcadas
diferencias sobre cóm o tratar a O bando. Las discrepancias fueron ejem plificadas
p o r el general P ed ro A lcántara H errán, quien quería ev itar una gran rebelión

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23Ü M a k i\ :P m ACHIS - F r a n k S a t f o k d

conciliando con O bando y el secretario de G uerra, generai Tom ás C ipriano de


M osquera, que esperaba que O b an d o fuera d estru id o en el juicio penal.
El general H errán había sido enviado a Pasto p ara reprim ir la rebelión
religiosa, p o r lo cual estaba en el sitio m ism o de los acontecim ientos cu an d o
O ban d o se sublevó en enero de 1840. Com o luego explicó H errán, quería hacer
todo lo posible "p ara salvar a O b an d o ", convenciéndolo d e que desistiera d e la
rebelión. Tam bién estaba consciente de que no podía d erro tarlo de m odo decisi­
vo, p o rq u e O bando contaba con u n a am plia sim patía en tre la gente de la región
y habría tenido el apoyo de m uchos guerrilleros dispersos p o r las m ontañas. Si
no se detenía pronto la rebelión d e O bando, sería "interm inable". H errán p e r­
suadió a O bando de que sería trata d o con justicia y lo hizo d ep o n e r las arm as,
aceptar u na am nistía e ir a Pasto p ara som eterse a u n a investigación penal.
Pese a qu e la am nistìa de H errán puso ñ n a la rebelión y convenció a
O ban d o de cooperar con el proceso judicial, H errán, sin em bargo, fue objeto
de críticas e incluso insultos p o r p arte de los generales d e salón de P opayán y
Bogotá (incluido el presidente M árquez), p o r conciliar con el rebelde en vez de
tratar d e aniquilarlo. U no de los q u e se m olestaron p o r la am nistía fue el general
M osquera, quien renunció a su cargo de secretario de G u e rra y se m archó a Po­
p ayán con el propósito aparente de asegurarse de que O b an d o fuera tratad o con
todo el rigor que exigía (o perm itía) la ley.
O bando, quien se había som etido al proceso judicial seguro de su inocen­
cia y, p o r consiguiente, de su inm inente absolución, se alarm ó en abril de 1840
cu an d o supo que su archienem igo, el general M osquera, había llegado a P opa­
yán con el propósito de hundirlo. En m ayo, O bando com enzó a convencerse de
que su s enem igos estaban m an ip u lan d o el proceso judicial. Según él, estaban
sob o rn an d o a testigos para que rin d ieran testim onio en su contra y, en P opayán,
M osquera desarrollaba una cam paña para desacreditarlo. F inalm ente en junio,
cu an d o el au d ito r de guerra declaró que no existía base alguna para retener a
O ban d o y o rdenó su liberación, esta fue im pedida por el jefe m ilitar en Pasto
(actuando bajo órdenes del general M osquera, según creía O bando). En lo que
para O ban d o tam bién constituía u n indicio om inoso, el fiscal y el jefe m ilitar
qu e se negaron a liberarlo, así com o el gobernador d e P asto en ese m om ento,
eran oficiales a quienes O bando había expulsado del ejército y que habían sido
restituidos por el presidente M árquez. V iéndose ro d ead o d e enem igos que a p a­
rentem ente conspiraban para d estruirlo, el 5 de julio O b a n d o se fugó del sitio en
d o n d e lo tenían confinado y poco d esp u és volvió a declararse en rebelión.
M ientras O bando se desesperaba cada vez m ás p o r su situación, los gene­
rales M osquera y H errán tem ían que el gobierno no tuviera suficientes fuerzas
m ilitares para reprim ir las guerrillas que seguían o p eran d o en la provincia de
Pasto, y eso sin m encionar la supresión de posibles insurrecciones que se presen­
taran en otras regiones de la república. Tam bién se sospechaba que el presidente
Flores ayudaba secretam ente a las guerrillas. A fin d e reprim ir las guerrillas y

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H is t o r i a nt; C o i .o m b i \. T a n i r a g m i X TA rx), s c x t k ü a d d iv id id a 231

pacificar la provincia de Pasto, el general M osquera consiguió que Flores ay u d a ra


a la N u e v a G ran ad a con tropas ecuatorianas. A cam bio. M osquera le hizo creer
que la N u e v a G ranada cedería a E cuador una p arte sustancial de la provincia
de Pasto. (El general H errán aceptó pero estaba claram ente inconform e con este
arreglo y hasta cierto punto opuso resistencia. H errán dejó en claro a Flores que
él y M osquera no p odían com prom eter al gobierno d e la N ueva G ranada, au n q u e
po d ían ab o g ar en su favor para que le entregaran u n a gran p arte de la provincia
de Pasto). M osquera estaba p o r celebrar este pacto con Flores antes de q u e se
rebelara O bando, pero el trato en realidad no se concretó sino en septiem bre de
1840, c u a n d o O bando se había levantado nuevam en te en arm as. Las tropas que
había p ro m etid o Flores sí ay u d aro n a H errán y a M osquera a d erro tar a O bando
a fines d e septiem bre de 1840, au n q u e parece probable que de todas m aneras las
fuerzas del gobierno, m ucho m ás num erosas, lo habrían vencido.
D esp u és de la derrota de O bando, la asistencia m ilitar d e E cuador p erm i­
tió q u e los generales H errán y M osquera ab a n d o n ara n Pasto, confiando en que
la p ro v in cia estaría segura m ientras suby u g ab an rebeliones en otras regiones del
país. Sin em bargo, la ayuda m ilitar ecuatoriana tuvo u n costo m oral. T anto los
o po sito res com o algunos am igos del gobierno de M árquez estaban conscientes
de la p ersecu ció n judicial a O bando y, au n q u e no sabían con exactitud q u é era
lo q u e M o sq u era le había pro m etid o a Flores, no estab an de acuerdo en p erm itir
que E cu ad o r interviniera en la N ueva G ranada. Estos actos de in teg rid ad d u d o ­
sa fu ero n excusas adicionales p ara el estallido d e rebeliones liberales en varias
regiones del país, au n q ue lo m ás probable es que de to d as m aneras se hubieran
presen tad o .
En su seg u n d a rebelión O b an d o se pronunció a favor de diversas cau ­
sas, en tre ellas la libertad y la integridad tanto d e la N ueva G ran ad a com o del
E cuador, la protección de la religión y la "federación". La adopción de u n sis­
tem a federal hab ía sido defendida p o r algunos rep resen tan tes progresistas en
los co n gresos d e 1838 y 1839. D esde m ayo de 1839, O b an d o había d iscrepado
de este proyecto. Creía que la oposición liberal, por p u ro resentim iento, estaba
p re sio n a n d o p o r un cam bio que debilitaría a la nación. Sin em bargo, cu a n d o se
rebeló en julio d e 1840, O bando, d esesperado, incluyó la "federación" d en tro de
su ab ig arrad a colección de justificaciones.
La rebelión de O bando fue apoyada por insurrecciones en casi todas las
zonas p o b lad as del país. En la provincia de Vélez, dos intentos de rebelión h a­
bían p reced id o el pronunciam iento de O bando en julio de 1840, al igual que un
m o v im iento fallido en Casanare. Las rebeliones subsiguientes en las provincias
de Tunja, el Socorro, Antioquia, Santa M arta, C artagena, M om pox y Panam á p ro ­
clam aro n en su m ayor parte la "federación" com o tem a ((véase cu adro 9.2).
Este conflicto ha pasado a la historia colom biana con el nom bre de la g u e­
rra d e los S u p rem o s, porque los líderes visibles de estas rebeliones p o r lo general
fuero n caudillos m ilitares que se apoyaron en fuerzas regionales. A u n q u e las
reb eliones de los Suprem os tuvieron en general origen local, parece q u e algunas

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232 M arco I^a i .a c t o s - F r a n k S a it o r d

de las sublevaciones fueron alentadas por Vicente A zuero y otros civiles p ro ­


gresistas en la capital. Según algunas fuentes, la m uerte de Francisco de Paula
S an tan d er en m ayo de 1840 liberó a estos progresistas p ara concertar u n ataque
m ás agresivo contra el gobierno de M árquez.
Los defensores del gobierno nacional sostenían q u e las rebeliones carecían
de apoyo popular, que representaban solo las acciones d e m ilitares am biciosos
y gam onales locales a quienes la población civil tem ía confrontar. Sin em bargo,
algunos caudillos regionales, en su esfuerzo por m antener sus bases de po d er
local en contra de las fuerzas gubernam entales, sí trataron de m ovilizar a las
m asas. El general O bando inició su rebelión en 1840 con el apoyo de los negros
del valle del Patía. Luego de sufrir algunas derrotas decisivas por las fuerzas del
gobierno, a com ienzos de 1841, intentó recuperarse ofreciendo la libertad a los
esclavos que se unieran a sus tropas. El llam am iento de O bando a los afrocolom ­
bianos en la región del gran C auca lo hizo particularm ene am en azan te para la
aristocracia regional, tem erosa de una guerra racial/clasista.
La rebelión de la costa atlántica fue bastante variopinta, tanto desde el
p u n to de vista social com o regional. El general Francisco C arm ona y otros de los
im pulsores de la sublevación costeña com enzaron por m ovilizar al pueblo de
Ciénaga. D espués se unieron a la rebelión algunos políticos un poco m arg in a­
les de la aristocracia tradicional de C artagena. El ejem plo notable fue Juan José
Nieto, un m estizo de origen hum ilde cuyos m atrim onios afortunados le p erm i­
tieron ascender en la escala social, pero que se sentía frustrado porque, según
él creía, le había sido negada la elección al C ongreso d ebido a m anipulaciones
frau d u len tas p o r políticos m ás establecidos. Estas elites em ergentes a su vez m o­
vilizaron apoyo entre los pobres, que en el caso de C artagena eran los artesanos
y la población del barrio G etsem aní. Así, al igual que en el Cauca, el m ovim iento
rebelde de C artagena reflejó elem entos de división de clase. En otras regiones,
com o A ntioquia y S antander, las dim ensiones clasistas d e la revolución fueron
m enos aparentes.
En la costa atlántica tam bién eran visibles algunas tensiones regionales.
Para Sabanilla, Sabanalarga y otras poblaciones secundarias, tradicionalm ente
d o m in ad as por C artagena, la rebelión parecía prom eter alguna independencia
de la capital provincial. Una de las d em an d as de la revolución fue la ap e rtu ra de
Sabanilla-B arranquilla al com ercio exterior, una aspiración que claram ente en­
traba en conflicto con los intereses del puerto tradicional de C artagena. Sin em ­
bargo, el general C arm ona y otros líderes rebeldes de la cosa atlántica tam bién
qu erían un ir a la región en contra del gobierno de Bogotá. C arm ona se proclam ó
líder del Estado U nido de los Estados Federales de la Costa.
La g u erra de los S uprem os fue larga y devastadora. La fase "federalista"
del conflicto, ap artan d o la fase "fanática" inicial, duró unos 29 m eses en sus d i­
versas m anifestaciones regionales, desde enero de 1840 hasta su d erro ta final en
m ayo de 1842. La guerra afectó directam ente a casi todas las zonas m ás pobladas
del país. La rebelión perjudicó sobre todo a los pobres, a quienes se presionó

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Ili.Sll'KIA PC C oi OMBIA. P a N I-KMAll \ r\(X), S(X'IIDAI) Pl\ lOlPA 233

para in g resar al ejército nacional. Com o las rebeliones estaban m uy dispersas


y la fu erza m ilitar del gobierno era lim itada, sus pocos batallones confiables te­
nían q u e recorrer gran des distancias, de su r a norte y de n uevo al sur, pasando
p o r clim as q u e iban de caliente y h ú m ed o a frío. Las tasas de m ortalidad de los
ejércitos g u b ern am en tales fueron bastante altas. Según el general M osquera, en
las m arch as largas se podía p erd er a casi la m itad de la tro p a por deserción y
en ferm ed ad . En P opayán y Pasto, las filas del ejército fueron d iezm adas por
u n a ep id em ia de viruela en la prim era m itad de 1840. C u an d o gran p arte del
ejército m archó a las provincias del norte m ás tarde, en ese m ism o año, los sol­
d ad o s d eb iero n p o rtar consigo la viruela, pues esta todavía hizo estragos en las
filas en el Socorro y Pam plona en 1841. Bogotá tam bién p erd ió m uchas vidas
en esta epidem ia. Parece probable que el desp lazam ien to de los ejércitos haya
co n trib u id o a d ifu n d ir la viruela entre la población civil. En lo que respecta a los
efectos d e los cam bios de clima, en 1841-1842, el general H errán reportó una tasa
de m o rtalid ad m uy elevada entre los reclutas de tierras frías que llevó consigo a
pacificar el valle del M agdalena.
La g u erra tam bién devastó la econom ía. Entre 1835 y 1837 h ubo un o p ti­
m ism o relativo acerca de las perspectivas económ icas del país; se estaban rea­
lizan d o esfuerzos p ara desarrollar la exportación de p ro d u cto s tropicales, así
com o p ara fabricar localm ente hierro, papel y vidrio; así m ism o, había planes
para p o n e r a n av eg ar barcos de v ap o r p o r el río M agdalena. La guerra arru in ó
todo eso. Los m ás directam ente afectados fueron los terratenientes, que corrían
el riesgo de p e rd e r casi todo su ganado, sus caballos y sus m uías, confiscados
por los ejércitos q u e pasaban por sus tierras. D esde luego, la guerra tam bién ago­
tó un tesoro nacional de suyo débil. En 1841, las exportaciones e im portaciones
se red u jero n a m enos de la m itad de sus niveles anteriores, y en los com bates en
el M ag d alen a el único barco de vap o r que navegaba por ese río term inó d estru i­
do. H acia el final d e la guerra, una orgía d e especulaciones en finca raíz y bonos
del g o b iern o en Bogotá culm inó en un desplom e en enero d e 1842, ocasionando
la ru in a d e m uchas fam ilias prestigiosas d e la capital.
La g u erra resu ltó ser un m om ento decisivo para la consolidación de leal­
tades políticas. En el Cauca, los d u eños de esclavos no p o d ían p erd o n ar la am e­
naza co n tra el o rd en social que había originado el reclutam iento de esclavos por
p arte d e O bando, ni olvidaban los ataques contra sus haciendas. En A ntioquia,
Bogotá y o tras partes, los "hom bres del orden" se in d ig n aro n por una rebelión
tan d estru c tiv a y, en su opinión, tan injustificada. En la g u erra m ism a hubo m u ­
chas m u erte s de lad o y lado, incluidas las ejecuciones de prisioneros, por lo ge­
neral p o r fu silam ien to pero a veces con lanzas. Estas p érd id a s acen tu aro n la
divisió n política en tre liberales, por u n a parte, y la coalición d e m o d erados y bo­
livarianos, p o r otra. Las lealtades y an im adversiones políticas que se confirm a­
ron y cim en taro n en esta guerra civil encontraron una expresión p erd u rab le en
el conflicto en tre los d o s partidos (llam ados desd e 1848 Liberal y C onservador)
que d o m in aro n la política del país d u ra n te el resto del siglo xix y todo el siglo xx.

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234 M a k u '« P a i .a c t o s - F r a n k S a i -f o k o

C uadro 9.2. Sucesos notables en la guerra civil de 1839-1842.

1839

J u n io 30 Levantamiento en Pasto por la supresión de "conventos m enores" (básicamente derrotado


el 31 de agosto, aunque hasta m ucho después siguieron operando grupos guerrilleros).

O ctu b re 11-30 Insurrección fallida en Casanare.

1840

Enero 21 Juan Gregorio Sarria se pronuncia a favor de O bando y la religión en Timbío; O bando se
une a la rebelión el 26 de enero; el 22 de febrero Obando pone fin a la insurrección, m ediante
un acuerdo pactado con el general Herrán en los Árboles.

Febrero 6-17 Revolución frustrada en Vélez, liderada por el exgobem ador N icolás Escobar (destituido
por el presidente Márquez el 31 de enero), su asesor, el progresista presbítero Rafael María
Vásquez, y José Azuero. El coronel Vicente V anegas es nom brado jefe suprem o; pronto es
subyugada por las fuerzas gubernam entales.

J u lio 16 El general Obando se proclama Suprem o Director de la Guerra en Pasto, en defensa de


la religión, la libertad de la N ueva Granada y Ecuador, la restauración d e C olom bia y el
establecim iento del sistem a federal.

Septiem bre 18-22 Juan José Reyes Patria (coronel expulsado del ejército) se pronuncia en Sogam oso, con el
apoyo de José A zuero (antiguo rebelde en la provincia d e V élez) y el presbítero Juan N e­
pom uceno Azuero. Reyes Patria marcha a Tunja, en d on d e había estallado una revolución
m om entánea, hasta la llegada de la fuerza gubernam ental.

S ep tie m b re 21 Revolución en el Socorro, dirigida por el gobernador, coronel Manuel G onzález; G onzález
proclama el Estado federal, con inclusión de Pamplona, el Socorro, Casanare, Tunja y Vélez.
El 29 de septiem bre, G onzález derrota a las fuerzas del gobierno en la batalla d e Polonia.

S ep tie m b re 23 El acuerdo del general Tomás Cipriano de M osquera con Flores introduce tropas ecuato­
rianas en la lucha contra Obando en Pasto.

S ep tie m b re 30 Los generales Herrán y Mosquera, con el apoyo de tropas ecuatorianas, derrotan la pequeña
fuerza de Obando; Obando huye.

O ctu bre 8 El coronel Salvador Córdoba se rebela en Antioquia.

O ctu b re 10 A m edida que las fuerzas rebeldes del coronel G onzález se aproxim an a Bogotá, el presi­
dente Márquez cae presa del pánico y huye a Popayán para consultar con los generales
Herrán y Mosquera.

O ctu b re 11 Rebelión en Ciénaga, y luego en Santa Marta, liderada por el general venezolano Francisco
Carmona, quien proclama el "Estado Federal de Manzanares"; los cantones de Barranquilla,
Sabanalarga y Soledad proclaman el "Estado Federal d e Barlovento".

O ctu bre 18 Cartagena se une a la revolución; el coronel Juan A ntonio Gutiérrez d e Piñeres es su jefe
militar.

O ctu b re 22 Bajo el m ando de Francisco M artínez Troncoso, M om pox se une a la rebelión en la costa
atlántica.

O ctu bre 24 El coronel G onzález ocupa Zipaquirá, am enazando la capital, pero es derrotado por el
coronel Juan José Neira y la caballería de hacendados d e la Sabana, el 27 de octubre.

N o v ie m b r e 8 Los generales Herrán y M osquera consultan con el presidente Márquez en Popayán; cre­
yendo que Obando ya está derrotado, deciden regresar a Bogotá para iniciar una campaña
contra los rebeldes de las provincias del norte.

N o v ie m b r e 18 El coronel Tomás Herrera proclama la independencia de Panamá y com ienza a organiz.arla


com o estado.

N o v ie m b r e 20 El coronel G onzález ocupa Tunja, con la intención de volver a atacar la capital.

N o v iem b re 22-29 Bogotá se m oviliza para la defensa. Los notables de la oposición liberal (Vicente Azuero,
("Gran Sem ana") Florentino G onzález, etc.) son encarcelados y encadenados.

(Continúa)

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f ilS l O R J A p i: C o i O M B I A . I ’ a i s KR A C A II \ T A ( X X s c x t i o a p d iv id id a 235

C uadro 9.2. Sucesos notables en la guerra civil de 1839-1842 (continuación).

N o v ie m b r e 25 El coronel G onzález vu elve a ocupar Zipaquirá, pero el general Herrán llega a Bogotá el
27 de noviem bre, con sus tropas próximas a llegar. G onzález se retira hacia el norte el 4
d e diciembre.

D ic ie m b r e 13 El coronel José María Vezga y M anuel Murillo se rebelan en Mariquita.

D ic ie m b r e 16 El presidente Márquez le pide al presidente Flores, de Ecuador, que envíe 2.000 soldados
ecuatorianos a la N ueva Granada (800 para asegurar el control de Cauca y Antioquia, y
1.200 para ayudar a proteger Bogotá).

D ic ie m b r e 29 Llegan a Bogotá noticias de que Obando volvió a aparecer en su hacienda, cerca de Timbío.

D ic ie m b r e 31 Los rebeles controlan el istmo, la costa atlántica (incluida M om pox), las provincias del norte
(Pam plona, Socorro, Tunja, Casanare, V élez) y Mariquita y Antioquia.

1841

E nero 9 El general Herrán derrota a los rebeldes bajo el m ando d e G onzález en Aratoca, lo que
perm ite que el gobierno retome el control de la mayor parte de las provincias del norte.

E nero 19-23 Los rebeldes de Casanare son derrotados.

F eb rero 3 D espu és de librar una batalla con el coronel rebelde Salvador Córdoba, el coronel Eusebio
Borrero acepta retirarse de Antioquia al valle del Cauca.

Febrero 12 En un golpe sorpresivo, Obando derrota a Borrero cerca d e Caloto, en el Cauca; Obando
recluta esclavos en la región de Caloto y en otras partes.

F eb rero 19-27 O bando sitia y se toma Popayán.

F eb rero 28 Cali se pronuncia por Obando.

F eb rero 28 El general Herrán controla Honda, puerto clave sobre el río M agdalena.

M arzo 14 El C ongreso elige al general Herrán com o presidente.

Abril 1 El general Mosquera derrota al general Carmona en Tescua, com pletando la recuperación
gubernam ental de las provincias del norte.

Abril 30 El general Juan José Flores entra a la provincia de Pasto y com ienza a incorporarla a
Ecuador.

M ayo 4 El coron el Joaquín Posada G utiérrez derrota a Pedro A n ton io Sánchez, subalterno de
O bando, en Riofrío, bloqueando el ingreso d e O bando al valle del Alto M agdalena.

M ayo 22-24 El coronel Salvador Córdoba y otros son capturados cerca de Cartago; m ás tarde todos son
ejecutados por el general M osquera (julio 8).

J u lio 11 El general O bando es derrotado en la batalla de la Chanca y hu ye a Pasto; finaliza la


revolución para Obando.

A g o s to El gobierno retoma el control de Riohacha.

N o v ie m b r e 21 Panam á queda nuevam ente bajo control gubernam ental.

1842

E n ero 14 El general rebelde Carmona pone fin al sitio de Cartagena.

M a rzo 1 El presidente Herrán declara restaurado el orden público.

Fuentes: H elgu era , J. L eón y D avis, Robert H ., ed s., Archivo epistolar del generai Mosquera: Correspon­
dencia co n ... Herrán, I, pp. 287-293; II, pp. 123-128; R estrepo, José M an u el, Diario politico y militar,
to m o 3; R estrepo, José M a n u el, Historia de la Nuexm Granada, I (1832-1845); R o d ríg u ez Plata, H oracio,
José M aría Obando, íntim o; Epistolario... Obando, tres tom os, co m p ila d o re s Luis M artín ez D e lg a d o y
S erg io E lias O rtiz.

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23b M AR(.:o I’ a i .actcis - F r a n k S a i f o r d

El proceso de form ación de los partidos entre 1835 y 1842 encierra varias
ironías. La estrid ente oposición santanderista al gobierno d e M árquez y la su b ­
siguiente g u erra civil em pujaron a los m oderados a forjar con los bolivarianos
y el clero las alianzas que tanto habían tem ido los santanderistas. En 1837-1838,
las quejas de los exaltados contra el gobierno de M árquez m olestaron a algunos
liberales notables que habían servido lealm ente a S an ta n d e r —com o Lino de
Pom bo, Joaquín Acosta y Rufino C uervo —, im peliéndolos a forjar u n a coalición
de m o d erad o s y bolivarianos. M uchos de estos liberales m o d era d o s conform a­
ron la espina dorsal de lo que después vino a llam arse el p a rtid o conservador.
A dem ás, atacado por los santanderistas, M árquez buscó y recibió el apoyo de
antiguos bolivarianos com o los generales H errán y M osquera. Los liberales m o­
d erad o s y los antiguos bolivarianos se unieron en ese m om ento y se les cono­
ció com o "m inisteriales", es decir, p artidarios del gobierno. C u an d o estalló la
rebelión liberal, los m ilitares bolivarianos se volvieron in d isp en sab les para la
defensa del gobierno m inisterial, hasta tal p u n to que el general H errán , antiguo
bolivariano y uno de los salvadores m ilitares del gobierno, fue el sucesor de
M árquez a la presidencia en 1841. El general M osquera, otro antig u o bolivariano
que obtuvo victorias cruciales para el gobierno, sucedió a H errán com o presi­
dente en 1845. Así, los ataques de los exaltados contra M árquez, acusándolo
de estar aliado con los bolivarianos, tuvieron precisam ente el efecto d e llevar a
algunos de los bolivarianos sobrevivientes al poder.
El vaticinio santanderista de que M árquez intentaba u tilizar la religión
com o arm a política tam bién se cum plió, otra vez por las acciones d e los m ism os
progresistas y contra las intenciones originales de M árquez y los otros m ode­
rados. Com o resultado de la guerra civil de 1839-1842, m uchos m o d erad o s y
antiguos bolivarianos, algunos de ellos anticlericales en la década de los años
1830, se convencieron de que las generaciones m ás jóvenes estaban siendo co­
rro m p id as p o r un a educación secundaria dem asiado laxa y por ideas peligrosas
(verbigracia las de Bentham). La rebelión sirvió de m otivo para form ar u n plan
para traer de nuevo a los jesuítas, que habían sido ex p u lsad o s por la C orona
española en 1767. Ignacio C utiérrez Vergara, un pilar del gobierno m oderado,
abogaba por el regreso de los jesuítas, según decía, " a u n q u e pase p o r retrógrado
y u ltram o n tan o ", para que su hijo p u d iera "vivir en u n a atm ósfera m enos con­
tagiosa, au n q u e no tan ilustrada".

I n t e r p r e t a c io n e s s o c io e c o n ó m ic a s d e l a s a l in e a c io n e s p o l ít ic a s

Entre 1826 y el final de la guerra civil de 1839-1842 se presentó una divi­


sión fu n d am ental entre los dos partidos que llegaron a conocerse d esp u és como
Liberal y C onservador. ¿Q ué circunstancias sociales subyacen a esta división?
C onvencionalm ente las elites conservadoras han sido identificadas com o terra­
tenientes, m iem bros del clero y oficiales m ilitares, m ientras que las elites libera­
les se han identificado sobre todo con abogados y com erciantes. Sin em bargo.

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I lisit-K iA Pf. C o i o .\i i }|.\. í ’ a h i k v .m i \ r a i .x ', s c x ii p \ p p i \ i p i o a 23/

esta fó rm u la sim plista no resiste el escrutinio; am bos p artid o s tenían una com ­
posición social diversa y sus m iem bros tenían d istin tas ocupaciones. M uchos
co n serv ad o res d estacados eran abogados y / o com erciantes, y m uchos liberales
eran terraten ien tes y m ilitares. Incluso hubo varios eclesiásticos liberales, sobre
todo an tes d e 1850. En todo caso, estas categorizaciones por ocupación o interés
económ ico fallan porque, d u ra n te la m ayor parte del siglo xix, un solo in d iv id u o
de la elite política solía tener varias ocupaciones, sien d o por ejem plo terrate­
niente y abo g ad o , o m ilitar y com erciante. Y au n q u e la persona no tuviera ocu­
paciones tan variad as, lo m ás probable era que otros m iem bros de su fam ilia sí
ejercieran d istin to s oficios.
En alg u n o s lugares sí parece haber existido u n a diferenciación social bas­
tante clara en tre hom bres que se convirtieron en liberales y otros que llegaron a
ser conocidos com o conservadores. En Cali, las g ra n d es fam ilias terratenientes,
entre q u ien es h abía num erosos abogados, se situaban m ás que todo del lado
conserv ad o r, m ien tras que quienes habían cu rsado la carrera de derecho pero
no p oseían p ro p ie d a d e s tan g ran d es tendieron a volverse dirigentes liberales.
C om o se an o tó an terio rm ente, algunas elites socialm ente em ergentes en la costa
atlántica tam b ién se situaron del lado liberal. Por el contrario, en la región del
Socorro, las d iferencias de clase eran m enos extrem as y se reflejaban m enos cla­
ram en te en los alineam ientos políticos. En todo caso, los principales dirigentes
del liberalism o in cipiente form aban p arte del establecim iento regional del Soco­
rro.
E ntre las in terpretaciones generales de las bases sociales de la división
p artid ista en la N u e v a G ranada antes de 1850 deben m encionarse tres variantes.
Una de ellas, fo rm u lad a por G erm án C olm enares, se concentra en la d iv erg en ­
cia en tre u n a so cied ad de esclavistas aristocráticos en el C auca, uno de varios
epicentros del conservatism o, y la ig ualdad social relativam ente m ayor en el
Socorro, el co razó n del liberalism o. O tra explicación sugiere que las ciudades
que fu ero n im p o rtan tes d u ra n te la C olonia (Bogotá, Tunja, P opayán, C artagena)
ten d iero n a co n v ertirse en centros conservadores, p o rq u e sus elites tenían m ejo­
res conexiones sociales y políticas y d isfrutaban de m ayor acceso a la educación
su p erio r q u e los ho m b res de provincias m enos destacadas, quienes tendieron
a volverse liberales. U na tercera hipótesis, m ás reciente, percibe a las fam ilias
asociadas con la burocracia de fines del periodo colonial com o epicentro d e la
tradición política co n servadora en proceso de desarrollo, en tanto que los libe­
rales de la d écad a d e los años 1830 no tenían tantos nexos con la m aquinaria
colonial. N in g u n a d e estas interpretaciones explica la orientación cada vez m ás
p ro n u n ciad a d e A n tio q uia hacia la política conservadora d e 1836 en adelante.
En todo caso, las diversas interpretaciones de la época parecen sugerir
que existió un sen tim ien to de diferenciación en tre u n establecim iento recono­
cido e in d iv id u o s socialm ente em ergentes. En 1839-1840, e incluso m ás tarde,
en el decenio de los años 1850, hom bres de orientación conservadora m uchas
veces p en saro n q u e q u ienes abogaban por un sistem a federalista eran personas

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238 M akgo P a l a c i o s - P k -\\k S a i r 'K P

de posición social inferior, que al no po d er acceder a cargos nacionales, bu sca­


ban m agnificar su p o d er a m enor escala, en el nivel local. P or ejem plo, en 1839,
Tom ás C ipriano de M osquera escribió que el federalism o era ap o y ad o por q u ie ­
nes habiendo descubierto "q u e los prim eros puestos se ocu p an con dificultad
sin m érito, y sin precedentes de honor y virtud, quieren ser los p rim eros en
secciones m iserables". José M anuel R estrepo tam bién descartó ocasionalm ente
a los rebeldes com o hom bres que intentaban trascender su origen social. C u an ­
do los h erm anos G aitán se rebelaron contra el gobierno en febrero de 1840, la
explicación de R estrepo fue que "q u ieren elevarse m ás de lo que p erm iten sus
cualidades personales y la hum ilde esfera de d o n d e los levantó la república". En
estas citas, sin em bargo, debe observarse que "m érito" y "cu alid ad es p erso n a­
les" se m encionan junto con el origen social. Y, de hecho, in d iv id u o s de origen
provincial y no aristocrático, que eran inteligentes y bien instruidos, ascendieron
al liderazgo no solo en tre los liberales sino tam bién en tre los bolivarianos y los
m oderados, y m ás tarde, los m inisteriales o conservadores.
Si algunos observadores de la época explicaron la división política en p a r­
te com o u n a cuestión de estatus social, otros, que veían a sus opositores com o
"aristócratas", identificaron la "aristocracia" con ciertas localidades, en especial
los centros coloniales establecidos. Francisco Soto, de P am plona, era u n p ro v in ­
ciano qu e surgió por m éritos propios. O riu n d o de San José de C úcuta, estu d ió
derecho en Santa Fe de Bogotá en los últim os años de la C olonia con las lu m b re­
ras de la época (Camilo Torres y Frutos Joaquín G utiérrez). A unque se destacó
com o m inistro, legislador y jurista, le disgustaba la altivez d e la gente nacida en
los centros coloniales tradicionales. En julio de 1831, Soto atribuyó la reacción
política q ue desató U rdaneta en p arte a "la aristocracia enaltecida de algunos
hijos de Bogotá, P am plona, Tunja y otros pueblos que so ñ ab an con m arq u esad o s
y condados". A lgunos m eses después, se quejó de la tendencia de los bogotanos
"a su p o n erse infalibles, y por lo m ism o desechan el concepto de los q u e residi­
m os en las provincias".
La división entre provincianos y notables de los centros coloniales se
aprecia en el desarrollo del candente conflicto político en torno a la educación
su perior qu e caracterizó las décadas de los años 1830 y 1840. D urante el periodo
colonial tardío, el cam ino criollo hacia los cargos g ubernam entales por lo general
pasaba p o r el estudio d e derecho en los dos colegios de Bogotá; San Bartolom é
y N uestra Señora del Rosario. A p artir de 1821, el nuevo gobierno neogranadino
quiso am p liar el acceso a la educación secundaria con la fundación de colegios
en las provincias. D urante la década de los años 1820 el gobierno perm itió el
estudio del derecho en planteles provinciales, lo que facilitaba el ingreso de jó­
venes provincianos a carreras políticas y a cargos en el gobierno. Sin em bargo,
en 1826 se produjo una contrarreacción y, aduciendo la necesidad d e m antener
ciertos estándares, las au to rid ad es de Bogotá buscaron restrin g ir la instrucción
legal y otras enseñanzas profesionales a las tres u n iv ersid ad es que funcionaban

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} ilS iH R JA P f C ol O M B IA . r . \ N l-KAOMI \ T A IX 1 , SCX'II-D \ P P l\ lO lU A 239

en los p rin cip ales centros coloniales (Bogotá, C artagena y Popayán). Esta políti­
ca alcanzó su clím ax d u ran te los gobiernos m inisteriales de 1837-1845. D espués
de la g u e rra civil de 1839-1842, los m inisteriales atribuyeron el d eso rd en político
al p re su n to exceso d e abogados con instrucción universitaria. A com ienzos de
la d éc ad a d e los años 1840, los m inisteriales sostuvieron que los abogados jóve­
nes, v ién d o se desem pleados, buscaban hacer carrera política y sus am biciones
fo m en ta b an los conflictos.
M ientras los m inisteriales consideraban la restricción de la educación su ­
perio r com o u n a política necesaria para p reserv ar el orden público, las elites de
las ciu d a d e s provinciales la percibieron com o un intento de fru strar las carreras
de su s hijos. Fue tanta la resistencia que provocó esta política que el gobierno
de T om ás C ip rian o de M osquera (1845-1849) m oderó las restricciones a la e d u ­
cación profesional en las provincias. D espués de la elección del general liberal
José H ilario L ópez en 1849, los liberales, m uchos de ellos de cuna provinciana,
bu scaron, en 1850, acabar del todo con el sistem a de control centralizado d e la
edu cació n sup erio r.
Los conflictos que rodearon las políticas d e educación su p e rio r en tre
1821 y 1850 ilu stran la rivalidad d e p o d e r en tre los descendientes de la aristo ­
cracia colonial d e Bogotá, C artagena y P opayán, p o r una parte, y h o m bres de
orig en pro v in cial m ás m odesto, p o r la otra. Sin em bargo, el tem a tam bién a p u n ­
ta a la n ecesid ad d e revaluar esta interpretación de la política colom biana en el
p erio d o en q u e com ienzan a form arse los dos partidos tradicionales (1827-1842).
En p rim er lugar, no todos los p artid ario s de un gobierno central fuerte (incluido
el control cen tralizad o de la educación) descendían de la aristocracia colonial
de Bogotá, C artag en a y Popayán. José M anuel Restrepo, o riu n d o de E nvigado,
A ntio q u ia, p ero en v iad o a Santa Fe de Bogotá a estu d iar en el Colegio d e San
B artolom é (1799-1806), no era hijo de la burocracia colonial. Sin em bargo, com o
secretario del In terio r (1821-1830) apoyó, junto a otros m iem bros del gabinete de
cu n a m ás aristó crata, la dictadura de Bolívar en 1828, y fue uno de los p rin cip a­
les p ro p o n e n te s del proyecto m onárquico de 1829. R estrepo tam bién concibió
u n a política de educación superior m ás centralizada y restrictiva en 1826, y fue
u n o d e su s p rin cip ales defensores en las décadas de los años 1830 y 1840.
Así com o R estrepo fue un hom bre de origen provincial no relacionado con
la aristocracia colonial, tam bién M ariano O spina R odríguez, fuerza d o m in an te
de la reacción cen tralizadora que se dio d esp u és de la g uerra civil de 1839-1842,
fue ajeno a la burocracia tradicional. N acido en G uasca, un p equeño pueblo ag ri­
cu lto r al n o rte d e Bogotá, en una fam ilia con tierras m odestas, O spina viajó a la
cap ital p ara e s tu d ia r en el Colegio de San Bartolom é. C om o estu d ian te u n iv e r­
sitario fue liberal san tan derista y participó en la conspiración contra Bolívar, en
sep tiem b re d e 1828. C uando fracasó el com plot, O spina h uyó a A ntioquia, en
d o n d e, gracias a su evidente capacidad intelectual, pronto surgió com o líder
político en la provincia, proceso en el cual parece haber asim ilado sus valores

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2 40 M ari, o P a i .a c . r . ' a - F r \ n k S a i t o r d

p red o m in an tem ente conservadores. D espués de la g u erra civil d e 1839-1842,


O spina, entonces secretario del Interior (1841-1845), p ro p u g n ó el regreso de los
jesuítas al país y su participación en la educación secundaria. T am bién se e m ­
p eñ ó en restringir la educación profesional a las tres u n iv ersid ad es de Bogotá,
C artagena y Popayán, e im pulsó una reform a constitucional tendiente a fo rta­
lecer el p o d er del gobierno. La C onstitución resultante d e 1843 fue m ucho m ás
centralista po rq u e confería m ayor po d er al ejecutivo y reducía el del C ongreso y
el d e las cám aras de provincia. M ás tarde, O spina se destacó com o el fu n d a d o r y
líder d o m inante del p artido conservador.
Los casos de José M anuel R estrepo y M ariano O spina R odríguez ilu stran
la tesis d e que algunos de los fu n d ad o res del g rupo político que a p artir de 1848
llegaría a conocerse com o partido conservador tenían orígenes provincianos so­
ciológicam ente sim ilares a los de los fundadores del p artid o liberal. C om o ni
R estrepo ni O spina ni otros m oderados y m inisteriales provenían de fam ilias
con tradiciones coloniales burocráticas, difícilm ente se les podría percibir com o
defensores de privilegios políticos preexistentes. Su interés pred o m in an te era
p reserv ar el orden político y social.
El deseo de orden fue, sin d u d a, el factor que m ás identificó a las elites
de A ntioquia con el conservatism o político. Com o región, A ntioquia no tuvo
centros ad m inistrativos im portantes d u ra n te la Colonia y, por consiguiente, en
m uchos sentidos correspondía a la com posición sociológica de la provincia en
g ran parte liberal del Socorro. En unos m om entos de la prim era m itad del siglo
xix, alg u n as ciudades antioqueñas, entre ellas Rionegro y Santa Fe de A ntioquia,
se identificaron con el liberalism o. Pero a partir de los años treinta la provincia
d e A ntioquia fue convirtiéndose en u n bastión conservador. P resum iblem ente
la acum ulación de capital generada por la m inería aurífera y el com ercio soste­
n id o por la exportación de oro im pulsaron el desarrollo d e una clase d o m in an ­
te regional que concedía m ayor prio rid ad al orden social y a la seg u rid ad de
la p ro p ied ad que a la satisfacción de am biciones políticas, las cuales tendían a
en co n trar expresión en la guerra civil. Por otra parte, la devoción religiosa que
d o m in ab a en la provincia sum inistró una base social adicional para el conserva­
tism o en la región.
D esde luego, la proxim idad a cargos coloniales d e prestigio no fue la ú n i­
ca variable que influyó en las identificaciones p artid istas que ya se perfilaban.
Los conflictos intrarregionales tam bién revistieron im portancia. La región del
G u an en tá fue fuente abu n d an te de políticos liberales com o Vicente A zuero, D ie­
go F ernando G óm ez y Florentino G onzález. Sin em bargo, no todas las poblacio­
nes del G uan en tá estaban d om inadas por liberales. San Gil llegó a ser un p u n to
de influjo conservador, en parte por la rivalidad con su vecina liberal, el Socorro.
De m odo sim ilar, en A ntioquia el dom inio creciente de los políticos conserva­
d o res en M edellín puede haber alentado a parte de la elite de su rival com ercial,
R ionegro, a ad o p tar una identidad partidista liberal. La vecina M arinilla, rival
m ás pequeña de la liberal Rionegro, se volvió a su vez conservadora. En la costa

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} llS T O K IA Oí; C o i o m b ia . P a í s i-k A( ,\ ii \ t a ix ), s c x ii í ).\ d d i m o i u a 241

atlántica, d u ra n te los prim eros años de la república, los pu erto s de Santa M arta
y S abanilla-B arranquilla surgieron com o rivales liberales del p u erto establecido
pero d eclin an te de C artagena.
D esde el p u n to de vista ideológico, los dos p artid o s que surgieron en las
décad as de los años 1830 y 1840 no se dividieron claram ente en torno a la polí­
tica económ ica. Si bien las ideas y políticas económ icas de la elite variaro n con
el tiem po, d esd e com ienzos del decenio de los años 1830 hasta 1880 ten d iero n a
m o v erse d en tro de u n consenso bipartidista global, inclinándose hacia el pro tec­
cionism o a com ienzos de la década de los años 1830 pero evolucionando hacia
el libre com ercio d esde fines de los años 1840 hasta 1880. En cuanto a la o rg a n i­
zación política, a p artir de 1837, los liberales tendieron a prom over una m ay o r
au to n o m ía regional, m ientras q u e sus rivales conservadores preferían u n a es­
tru c tu ra m ás centralista. Sin em bargo, en el tem a de federalism o versus c e n tra­
lism o am b o s p artid o s cam biaban de opinión de acu erd o con las o p o rtu n id ad e s
políticas. En este caso tam bién hubo m uchas veces consenso de la elite, a u n q u e
variab a seg ú n el m om ento.
Los dos p artid o s se diferenciaron m ucho m ás en sus actitudes frente al
p o d e r y la influencia de la Iglesia, sobre todo d esp u és d e la guerra civil d e 1839-
1842. Los liberales, si bien en su m ayor parte católicos, pensaban que la Iglesia
com o institu ció n era dem asiado poderosa y que tendía a constreñir la p ro d u c ­
tiv id ad económ ica y la ilustración pública. Al contrario, casi todos los políticos
conservadores creían que la Iglesia debía desem peñar un papel preponderante en
la preservació n del orden social y m oral, y por consiguiente estaban disp u esto s
a asig n ar al clero u n a función tutorial en la educación de la ju v en tu d y la o rien ­
tación d e la sociedad en general. Para los políticos conservadores, la Iglesia fue
no solo u na fu en te d e orden social, sino tam bién una aliada y un in stru m en to
para m o v ilizar ap o y o político. La influencia del clero sobre el pueblo en general
ten d ía a conferir a los conservadores una ventaja im p o rtan te en su com petencia
con los liberales, cuyas ideas, m uchas veces im p o rtad as del exterior, solían ser
inco m p ren sib les p ara sus com patriotas m enos instruidos, quienes las percibían
com o algo am en azan te. Las diferencias políticas e ideológicas en to m o a la Igle­
sia, ya ev id en tes d e m anera soterrada a fines del decenio de los años 1830, se
ag u d iz a ro n en las décadas de los años 1850 y 1860.

D e m o g r a f ía . T r a y e c t o r ia s u r b a n a s . C o m e r c io

D espués d e 1831, la N ueva G ranada conservó m uchos de los patrones eco­


nóm icos del p erio d o colonial tardío, pero en algunos aspectos en condiciones peo­
res. Las constantes guerras libradas entre 1810 y 1825 habían producido una baja
dem ográfica. U na com paración entre las estim aciones de José M anuel R estrepo
para 1810 y el censo de 1825 indica una reducción de la población d u ran te esos 15
años d e g u erra interm itente {véase cuadro 9.3). Los cálculos de 1810 y el censo de
1825 se con sid eran m uy poco confiables, en este últim o caso porque im plican una

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242 M M<i o P a i . a c u i s - I ' K w k S a i t a i k i )

tasa de crecim iento dem ográfico de 1825 a 1835 m ucho m ay o r que la de cualquier
otro m om ento en el siglo. Sin em bargo, es m uy posible que d u ra n te la lucha p o r
la independencia la N ueva G ranada hubiera experim entado el tipo de pérdida de
población q u e sugieren estas cifras. Los censos efectuados en Cali, para citar un
ejemplo, indican que el núm ero de habitantes de dicha ciu d ad se redujo en casi
un 19 por ciento entre 1809 y 1830. Así m ism o, los registros de la década de los
años 1820 h ab lan de pérdidas sustanciales de población en m uchos otros lugares.
Según censos quizá m ás confiables, la población d e la N ueva G ran ad a
creció en cerca d e 74 por ciento entre 1835 y 1870. C om o indica el cu ad ro 9.3, este
crecim iento fue m u cho m ayor que el prom edio en A ntioquia, C auca y Panam á;
m ás bajo q ue el p ro m ed io en la cordillera O riental, y el m ás bajo fue el del valle
del M agdalena y la costa atlántica. G lobalm ente, en este p erio d o la población de
A ntioquia creció a u n ritm o casi el doble que el de la cordillera O riental y m ás de
tres veces q u e el de la costa atlántica (sin incluir Panam á). La cordillera O riental
siguió siendo la región m ás poblada, con un 48 p o r ciento d e la población nacio­
nal en 1835 y u n 46 p o r ciento en 1870, m ientras que, en el occidente, A ntioquia
y C auca ju n to s co m ponían el 22 por ciento de la población en 1835, cifra que se
elevó a m ás del 27 p o r ciento en 1870. D urante estos años, el porcentaje de p o ­
blación en la costa altántica (sin incluir Panam á) se redujo del 14 al 11 por ciento.
La m ay o r p arte de la población vivía en pequeños reductos rurales. H abía
m uchas co m u n id ad e s agrícolas dispersas por el terreno q u eb rad o de la N ueva
G ranada; p o r lo general, los pueblos eran poco m ás q u e lugares en d o n d e se
celebraba sem an alm en te el m ercado, y la m ayor p arte de las ciudades seguían
siendo en re alid ad poblaciones pequeñas. Bogotá, capital política y educativa
y centro de d istribución de productos nacionales e im portados, tenía una p o ­
blación u rb an a que en 1835 y 1843 se calculaba en 40.000 habitantes, au n q u e
el censo de 1851 encontró m enos de 30.000 habitantes. En 1851, ninguna otra
ciu d ad del país su p erab a los 20.000 habitantes. A m ed iad o s del siglo, el Socorro
era el seg u n d o d istrito m unicipal m ás populoso, pero m uchos de sus habitantes
debían vivir en las afueras de la ciudad. M edellín se estaba desarrollando con
relativa ra p id e z com o epicentro com ercial dom inante en A ntioquia; Cali crecía
a un ritm o m u ch o m ás lento.
Varias ciu d ad e s que tuvieron una im portancia significativa d u ran te el
periodo colonial —C artagena, Tunja y P o p a y á n — ya no figuraban dentro de
las ciu d ad es m ás grandes. D urante las décadas d e los años 1830 y 1840, y d e­
bido en p arte a la obstrucción del canal que conectaba a C artagena con el río
M agdalena, esta ciu d ad perdió su dom inio com o p u n to de ingreso de artículos
im portados, y S anta M arta surgió com o un co m petidor p o rtu ario m ás efectivo,
sucedido a su vez en la segunda m itad del siglo por B arranquilla. A m ediados
del siglo, C artag ena, con m enos de 10.000 habitantes, ni siquiera se contaba entre
las doce ciu d ad es m ás grandes del país. Popayán, con 7.000 habitantes, y Tunja,
con 5.000, estab an lejos de situarse entre las prim eras veinte m unicipalidades.

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} ils iO K iA ni: Q u o m bia. í ’a n frac a u \ t a i x i , scx i f d a o dix i d i d a 243

Cuadro 9.3. Población de la N ueva Granada por region es, 1810-1870, en m iles
(cifras aproxim adas).

1810 1825 1835 1843 1851 1870 % crecim iento


1835-70
O c cid e n te
A n tio q u ia ( 111 ) (104) 158 190 243 366 132

C auca (200) (150) 210 289 324 435 107

C o rd ille ra O rie n ta l
C u n d in a m a rca (189) (189) 256 279 317 414 62

Boyacá (231) (209) 289 332 380 499 73

S an tan d er (237) (201) 262 306 360 433 65

A lto M a g d a le n a
Tolima (100) (98) 157 183 208 231 47

C osta a tlá n tic a


Bolívar (170) ( 122) 178 192 206 242 36

M ag d a len a (71) (56) 61 62 68 89 46

Panam á (91) (10 0 ) 115 119 138 224 95

T otales (1.309) (1.229) 1.686 1.932 2.244 2.933 74

Fuentes: G ó m e z . "Los cen so s en C olom bia", en Urrutia y Arrubla, ed s.. Com pendio de estadísticas histó­
ricas de Colombia, pp. 9-30, y M eló, Jorge O rlan d o, "La e v o lu c ió n eco n ó m ica d e C olom b ia, 1830-1900".
C u a d ro N o . 1, en M anual de historia de Colombia, t. II, p. 138.

Sin em bargo, estas ciu dades coloniales tradicionales co n serv aro n su im p o rtan ­
cia com o cen tro s d e gobierno provincial y de educación su p erio r. P opayán y
C artag en a tenían, ju n to a Bogotá, las tres u niversidades nacionales que existie­
ron en las d écad as de los años 1830 y 1840, y Tunja ostentaba u n o d e los colegios
d e secu n d aria m ejor dotados. Así pues, estas ciudades coloniales tradicionales
qu e ahora eran relativam ente estáticas siguieron teniendo un peso político m uy
su p erio r a lo q u e su g erirían el tam año de sus poblaciones o su im portancia eco­
nóm ica.
C om o capital de la república, Bogotá era la ciudad n eo g ran ad in a m ás des­
crita p o r los visitantes. A los viajeros les parecía una ciu d ad b astan te retrasada.
La S abana d e Bogotá q ue rodeaba la ciudad parecía tener tierras ricas, pero com o
g ran p arte de su s árboles habían sido talados, lucía, según algunos, un tanto
m o n ó to n a. Las técnicas agrícolas seguían su m id as en el atraso; los labriegos to­
dav ía cu ltiv ab an sus parcelas con arados de m adera. No o b stan te ser la ciudad
m ás g ra n d e del país, Bogotá todavía era relativam ente peq u eñ a. La ciudad en sí
ocu p ab a 195 m an zan as. Sus calles estrechas y ad o q u in ad a s no tenían que aco­
m o d ar m u ch o tráfico sobre ruedas, salvo por una q u e otra carreta, pues en la
décad a d e los añ o s 1830 la capital tan solo ostentaba tres coches y unas pocas

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244 M P a l a c i o s - [ 'k a n k S a l l o r u

Cuadro 9.4. Trayectorias urbanas, 1843-1870

1843 1851 1870

C o rd ille ra O rie n ta l
Bogotá 40.086 29.649 40.883

Socorro 10.657 15.015 16.048

San Gil 11.528 10.038

Soatá 8.582 9.015 13.676

V élez 8.142 11.178 11.267

O ccid en te
Cali 10.376 11.848 12.743

M ed ellín 9.118 13.755 29.765

P asto 9.f 8.136 10.049

C osta a tlá n tica


Cartagena 10.145 9.896 8.603

Barranquilla 5.681 6.114 11.598

Fuente: A d a p ta d o d e M eló, Jorge O rlan d o, "La ev o lu c ió n econ óm ica d e C olom b ia, 1830-1900", en:
M anual de historia de Colombia, T. 11, p. 142.

calesas. La Calle Real o Calle de C om ercio (hoy día la carrera séptim a) era la
única calle con lám paras y aceras, estas últim as de ap enas sesenta centím etros
de ancho. Con la ay u d a de la lluvia o del ag u a que bajaba d e los arroyos, se s u ­
ponía que los canales en el centro de las calles se llevaban las aguas residuales,
especialm ente en las calles descendentes, que iban de oriente a occidente. Sin
em bargo, las condiciones sanitarias de la ciu d ad tam bién d ep e n d ía n del apetito
de los gallinazos, los burros y los cerdos. Dos ríos que atravesaban la ciudad
tam bién se llevaban la basura. Las m ujeres lavaban la ropa en el río, un poco m ás
arriba de los lugares en d o n d e se arrojaba la basura. M uchas casas d e p e n d ía n de
las aguadoras, quienes les llevaban agua en jarras de barro.
La m ayor parte d e las casas tenía un solo piso. Sus m u ro s solían ser descri­
tos por los visitantes com o hechos de ladrillos de adobe o tapia pisada. Las casas
m ás augustas de Bogotá, que constaban de dos pisos, tenían patios, siguiendo
la tradición m editerránea española. Con pocas excepciones, en las décadas de
los años 1820 y 1830, las casas estaban pobrem ente am obladas en com paración
con los estándares europeos. A com ienzos de la década d e 1820, pocas tenían
ventanas de vidrio; hacia m ediados de los años 1830 las v entanas de vidrio ya se
habían po p u larizado un poco, pero todavía m ás de la m itad de las casas carecían
de ellas. Las esteras de paja, que d u ran te la Colonia cubrían los pisos incluso de
las viviendas de la clase alta, seguían usándose bastante, en vez de alfom bras.

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H i s i i ’K i a Dt. C o i ( w t B i A . í ’ a n í r a t a i í A : v. ii ¡ ' \ i ' i; > i\ id ip •, 245

En el p rim er piso de m uchas casas e incluso de algunos conventos, los


frentes q u e d ab an a la calle albergaban p eq u eñ as tiendas, por lo general sin
ventanas, en d o n d e solo entraban la luz y el aire p o r una sola puerta. M uchas
de estas tien d as estaban ocupadas p o r artesanos. Se decía q u e en la década de
los años 1830 había por lo m enos sesenta sastrerías en Bogotá, m ientras que los
zapatero s o cu p ab an un núm ero d e establecim ientos ligeram ente m enor. O tras
tiendas se d ed icab an al com ercio m inorista, con un ritm o m uy lento, enriqueci­
do p or un intercam bio m ucho m ás activo de hab lad u rías y discusiones políticas.
M uy pocas d e estas tiendas p u d iero n haber sido rentables, p u esto que había un
n ú m ero con sid erab le que com petía p o r u n a can tid ad m odesta de clientes. M u­
chas tien d as serv ían com o hogares de los pobres.
A u n q u e Bogotá era atrasada en com paración con las ciu d ad e s europeas,
ofrecía b astan te s atractivos para las elites educadas. Era el centro de la contro­
versia política y el escenario principal d e las carreras políticas. A dem ás, era la
única ciu d ad del país con alguna pretensión de cu ltu ra urbana. Bogotá tenía un
teatro, u n a biblioteca pública, un m useo de historia natural y por lo m enos los
vestigios d e u n observatorio astronóm ico. No pocos de los provincianos que
viajaban a B ogotá para estudiar en la u n iv ersid ad y a veces para incursionar en
la política, a ñ o rab an la vida política y el relativo m ovim iento cultural de Bogotá,
si reg resab an a su provincia de origen.
A los v isitan tes extranjeros les im presionaba la presencia d o m in an te de
las e stru c tu ra s eclesiásticas en la capital. La im ponen te catedral, que se elevaba
en el co stad o o rien tal de la plaza principal, representaba claram ente el p o d er y
la influencia d e la Iglesia, au n q u e para m uchos hom bres de la clase política su
elem ento m ás im p o rtan te era el altozano, la terraza al frente de la edificación en
do n d e se re u n ía n para com entar los acontecim ientos del día. A u nque los visi­
tantes ingleses y angloam ericanos tendían a a d m ira r la catedral, solían tener una
opinión m ás n eg ativ a de los establecim ientos m onásticos d e la ciu d ad que, a sus
ojos y tam b ién a los de algunos de los m iem bros de la elite neo g ran ad in a, signifi­
caban un peso m u erto en la pro d u ctiv id ad d e la sociedad. En 1810, ocho gran d es
edificaciones estab an o cupadas por órd en es religiosas m asculinas, y cinco, por
conventos d e m onjas. En 1835 había m enos frailes pero m ás m onjas que en 1825.
Sin em b arg o , los 215 religiosos que vivían en la provincia d e Bogotá en 1835 re­
presen tab an casi la m itad del total en la nación, y las 161 m onjas de la provincia
conform aban casi un tercio del total nacional {véase cu adro 9.5).
La rep resen tació n física de Bogotá com o centro político era m ucho m e­
nos im p o n e n te q u e las construcciones de la Iglesia. El "palacio" presidencial
fue d escrito p o r J. S teuart (1836-37) com o "d e aspecto lastim oso", sin n ad a en
particu lar q u e lo d istin g uiera de las casas q u e lo rodeaban, au n q u e el p residente
S an tan d er in ten tó enaltecer su dignidad recibiendo a los visitantes oficiales en
un tro n o situ ad o debajo de un dosel de color carm ín. Las cám aras del C ongreso,
dijo S teu art, eran "sim plem ente dos habitaciones corrientes... sobre un as tien­
das d e 'a g u a rd ie n te ' de baja categoría".

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246 M .\ií( o T a i a i k n - F k a n k S a ito k o

Cuadro 9.5. Principales concentraciones de clérigos y relig io so s por


provincias, 1835.

C lero Frailes M o n ja s P o b la c ió n de la
d iocesano p ro v in cia
Bogotá 161 215 161 255.569
Tunja 105 81 77 236.983
Cartagena 102 23 38 130.324
A ntioquia 101 18 158.017
Pasto 65 29 27 58.589
P opayán 62 13 33 48.236
Cauca 55 12 50.420
Pam plona 55 14 99.610
N ación 1.086 456 449 1.686.038

Fuente: G ó m ez. "Tos c e n s o s en C o lo m b ia " , en: U rru tia y A rru b la, C om pendio de estadísticas de
Colombia.

Si la función política de Bogotá no proyectaba una im agen gloriosa, tam ­


poco se percibía con grandeza su función com ercial. Sin em bargo, p o r m odestos
que fueran los alm acenes de sus com erciantes, Bogotá era u n centro de d istrib u ­
ción de artículos m anufacturados en las provincias interiores m ás pobladas de
la N ueva G ranada. Las telas tejidas a m ano en m uchas regiones de la cordillera
O riental pasaban por Bogotá para ser vendidas en el valle del M agdalena y so­
bre todo en A ntioquia. Los textiles im portados y otros bienes de consum o tam ­
bién subían por el río M agdalena hasta Bogotá, y desde allí se d istribuían por la
cordillera O riental hacia el norte, hasta Pam plona; sin em bargo, p o r lo m enos en
la década de los años 1850 las regiones entre P am plona y Tunja tam bién recibían
productos extranjeros desde el río M agdalena por la vía de O caña, o desd e Ma­
racaibo por la vía de C úcuta. En esa época, Bogotá tam bién d istrib u ía m ercancía
extranjera al valle del Alto M agdalena y un poco al valle del Cauca.
Fuera de los textiles y de algunos productos especializados, el com ercio
en tre las diversas regiones del país era relativam ente lim itado. En especial, los
alim entos casi no se enviaban a m ercados m uy distantes p o rq u e la m ayor parte
de las provincias, por lo m enos en el interior, producían casi todos los bienes de
consum o básicos que necesitaban. Los estudios geográficos efectuados por la
C om isión Corogràfica en la década de los años 1850 indican que todas las pro­
vincias m ás pobladas del interior m ontañoso cultivaban p o r lo m enos dos ali­
m entos básicos (papa, m aíz, plátano, arroz y yuca) y la g ran m ayoría cultivaba
todos o casi todos estos productos. Tam bién había bastantes cultivos de fríjoles,
alverjas, arracacha, diversas frutas y caña de azúcar.

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H isio k ia d i Coi o m b i a . I ’ a is i<v.a" \ otv >
, x x ifpa i ■ dd i i )| i >a 247

De m o d o sim ilar, m uchos de los pro d u cto s m an u fa ctu rad o s de uso co­
m ún se fabricaban en num erosas regiones, a u n q u e la m an u factu ra artesanal
estaba m u ch o m ás g en eralizada en la cordillera O riental y en Pasto que en el
área en tre P opayán y A ntioquia. Los p roductos de fique, com o cabuyas, costa­
les o a lp arg atas (el calzado m ás utilizado por q uienes no an d a b an descalzos),
se fabricaban en toda la cordillera O riental y un poco m enos en gran p arte del
occidente. T am bién se producía una am plia varied ad de textiles de algodón o
lana en la m ay o r p arte de las provincias de la cordillera O riental, así com o en la
región d e Pasto. En las provincias entre P opayán y A ntioquia solo se fabricaba
una c a n tid a d lim itada de textiles especializados. Los artículos de cuero, com o
arreos y aparejos, zap atos y suelas, se producían ab u n d a n te m en te en la cordi­
llera O riental; tam bién en este caso, en el occidente, la varied ad de artículos de
cuero d e pro d u cció n local era m ás lim itada.
El com ercio interregional estaba, entonces, lim itado p o r el hecho de que
m uchas regiones p ro d u cían bastantes p ro d u cto s sim ilares, en especial alim entos
prim arios, a u n q u e tam bién algunos bienes de consum o m anufacturados. El alto
costo del tran sp o rte terrestre restringía aú n m ás el com ercio interregional. En
el siglo XIX, al igual q ue d u ra n te la C olonia, las m uías tran sp o rta b an la m ayor
parte de la carga terrestre, incluso por las principales ru tas com erciales. En la
cordillera O riental, a m ediados del siglo, el tran sp o rte en m uía p o r terreno plano
costaba en tre 19 y 22 centavos por to n e la d a /k iló m e tro (diez veces lo que costaba
tra n sp o rta r carga por ferrocarril en Estados U nidos p o r la m ism a época). En los
cam inos de m o n tañ a, com o los que conectaban el altiplano con el río M agdalena,
el tran sp o rte d e carga costaba m ucho más. En una d e las ru tas m ás transitadas,
la que com u n icab a el p u erto fluvial de H onda con Bogotá, la carga costaba en ­
tre 24 y 37 centavos p o r to n ela d a /k iló m e tro en tre 1820 y 1860. En tiem pos de
guerra, c u a n d o escaseaban las m uías, o en épocas de lluvia, cu an d o las trochas
resbalosas y en lo d ad a s significaban un peligro para las bestias, las tarifas en los
cam inos de m o n tañ a subían incluso el 75 por ciento.
A lgunos cam inos de m ontaña eran d em asiad o tortuosos para las m uías, y
carg u ero s h u m an o s tran sp o rta b an tanto bienes com o pasajeros, a un costo entre
el 70 y el 100 p o r ciento su p erio r al del acarreo a lom o de m uía. En la década de
los años 1820 y pro b ab lem ente d u ra n te algún tiem po después, tanto la m ercan­
cía com o los viajeros acom odados eran cargados por peones desd e la cabeza
de navegación en el río N are, en la cuenca del M agdalena, hasta las zonas altas
m ás p o b lad as d e A ntioquia. Por lo m enos hasta la décad a de los años 1840, los
carg u ero s h u m an o s tam bién tran sp o rtaro n carga y pasajeros a través del paso
del Q uindío.
Pese a los altos fletes que im plicaba el tran sp o rte d e carga desd e la cordi­
llera O riental h asta el M agdalena y desde el M agdalena hasta la cordillera C en­
tral, alg u n o s p ro d u cto s de alto valor por peso o artículos especializados viajaban
desd e el oriente h asta el occidente. H abía algún com ercio a distancia, no solo de

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2 4S \t o [>,x¡ K - Fkank S aí i i 'k p

textiles sino tam bién de sal, cacao y ganado en pie (reses, caballos y m uías). En
la década de los años 1850 Bogotá enviaba m uías, hierro y aparejos de m ontar,
junto con textiles nacionales, a A ntioquia; y Ocaña proveía a los an tioqueños de
anís, derivados del azúcar, harina de trigo y alpargatas, en am bos casos a cam bio
de oro. Sin em bargo, no pu ed e decirse que el país tuviera un m ercado nacional
para n ingún producto, y esta situación persistiría d u ra n te todo el siglo xix.
D entro de las regiones había un comercio m ás activo, sobre todo en tre
pro d u cto s com plem entarios de las zonas altas y frías y d e las m ás bajas y cálidas.
En la región de Bogotá, por ejem plo, el pueblo de La M esa, situado en la zona
cálida al su r de la capital, servía de pun to de intercam bio de p roductos de tie­
rras bajas, com o cacao de Neiva, panela, m aíz y arroz, p o r p roductos básicos de
tierras altas com o la sal de Z ipaquirá, papas y textiles. En Boyacá, en el pueblo
de Sogam oso, el ganado de carne y el algodón de los llanos de C asanare se in ter­
cam biaban por textiles fabricados en la zona andina. Sin em bargo, los altos fletes
debieron im poner algún límite a la distancia a la que se podían com erciar p ro ­
ductos pesados y de poco valor. En 1834 si una carga de p ap a a lom o de m uía se
tran sp o rtab a por m ás de 50 kilóm etros en tierra plana o 32 kilóm etros en tierra
quebrada, el costo del flete excedía el valor del prod u cto en su lugar de origen.
Por varias razones, antes de 1870 no hubo im portantes m ejoras en el
tran sp o rte terrestre. El hecho de que casi todas las regiones p u d ieran satisfa­
cer la m ayor p arte'd e sus necesidades básicas m ediante el intercam bio regional
o local inm ediato, tendía a reducir la escala del com ercio y, por consiguiente,
los incentivos para invertir en grandes mejoras. Por otra parte, debido al lento
ritm o de su econom ía interna y a su debilidad en m ateria de com ercio exterior,
el gobierno nacional no contaba con los recursos fiscales necesarios para em ­
p ren d er g randes proyectos. Era tal la debilidad fiscal del gobierno que escasa­
m ente podía pagarles los salarios a los m ilitares y a otros funcionarios oficiales.
Por otra parte, los pocos fondos gubernam entales disponibles para inversión en
com unicaciones terrestres d u ra n te la década de los años 1830 se distribuyeron
entre las provincias sobre una base per cápita. Esto elim inó el conflicto político
en torno a la asignación de partidas, pero tam bién restringió la gestación de
grandes proyectos. Por consiguiente, en las décadas de los años 1830 y 1840 casi
todas las reparaciones de los cam inos terrestres se realizaron m ediante trabajo
personal subsidiario, según el cual los pobres proveían m ano de obra obligatoria
y los m ás ricos contribuían con dinero para com prar el trabajo de otros. Estos
proyectos, dirigidos por au to rid ad es locales sin preparación técnica y em p lea n ­
do una fuerza laboral renuente, ap enas repararon algunos de los daños sufridos
por los cam inos de h errad u ra debido al tráfico y a la lluvia. Los nuevos cam inos
de h errad u ra solían ser construidos por em presarios particulares a cam bio del
derecho de cobrar peaje. Estos em presarios facilitaron la colonización de tierras
antes inexplotadas, sobre todo en A ntioquia, y el desarrollo de nuevas vías para
conectar el interior con el m undo exterior. Sin em bargo, antes de m ediados del
siglo hubo pocas m ejoras cualitativas, com o la construcción de cam inos aptos

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H i s t i x <i a i )(. C o i o m b i a I ’ a n i r \» a i i \ r \ r x ) , s t k ii p a u d i \ i d i d a 249

para carretas o, en otras p alabras, cam inos carreteras. Para lograr avances im ­
p o rtan te s en el transporte interno, la N ueva G ran ad a necesitaba el estím ulo de
u n com ercio exterior vigoroso q u e sum inistrara un m ayor volum en de tráfico,
para fo m en tar así la inversión en el m ejoram iento d e las ru tas terrestres.
D u ran te la p rim era época republicana, las elites n eo g ran ad in as quisieron
ex p a n d ir el com ercio exterior del país. D esde por lo m enos la d écada de los años
1790, la ap e rtu ra al com ercio exterior había sido la m eta d e alg u n as elites neo-
g ra n ad in as, y esta a p e rtu ra había sido uno de los objetivos y uno d e los logros
d e la in d ep en d en cia. In fortunadam ente, en el periodo republicano, al igual que
en la C olonia, los n eo g ran ad in o s resultaron ser m ás efectivos para ex p an d ir su
co n su m o d e bienes im p o rtad o s q u e para desarrollar exitosam ente p ro d u cto s de
expo rtación ap arte del oro.
H abía u n a creciente d em an d a de bienes im portados. A lgunos colom bia­
nos se refugiaron en E uropa o en Estados U nidos d u ra n te la reconquista es­
p añ o la de 1816-1819, y allí se volvieron m ás conscientes de los nu ev as norm as
d e consum o. Estas nociones fueron reforzadas por los n u m ero so s soldados y
com erciantes británicos y d e otras nacionalidades q u e buscaron fortuna en la
N uev a G ra n ad a d espués de 1815. A dem ás, la independencia había facilitado el
acceso a bienes extranjeros. El co n trab an d o con Jam aica d u ra n te la época colo­
nial se legalizó y liberalizó con la em ancipación. En las décadas de los años 1820
y 1830, la m ay o r p arte de los pro d u cto s extranjeros llegaban a la N ueva G ranada
p o r la vía d e Jam aica, y a fines del decenio de los años 1830 cerca de la m itad de
las im p o rtaciones del país seguían llegando a través de in term ed iario s jam aiqui­
nos. Sin em bargo, a m ed iados del siglo lo m ás corriente fue el com ercio directo
con Inglaterra y Francia.
La d em an d a de bienes im p o rtad o s se hizo evidente a fines de 1821, tan
p ro n to com o fue posible u n com ercio exterior libre y seguro. Entre 1822 y 1823,
el valor d e los p roductos británicos im portados a C olom bia casi se triplicó, y
en 1825 las im portaciones provenientes de G ran Bretaña alcanzaron un pico de
m ás de seis veces el nivel d e 1822. El volum en increm entado de im portaciones
en tre 1822 y 1826 se pagó en p arte m ediante em préstitos británicos y en p arte
m ed ian te inversiones británicas en em presas m ineras y d e otro tipo. El flujo de
d in ero británico a C olom bia, en especial en 1825-1826, alim entó u n a bonanza
tem p o ral d e im portaciones, estim uló la actividad com ercial y fom entó nuevos
p atro n es de consum o.
Pero con el colapso del m ercado de bonos británico y del co rred o r de C o­
lom bia en G ran Bretaña en 1826, los em préstitos ingleses dejaron de ser un m e­
dio viable p ara financiar las im portaciones. A p artir de ese año, C olom bia tuvo
q u e d e p e n d e r exclusivam ente de sus pro p ias exportaciones para generar divisas
extranjeras. Por desgracia, d u ra n te el periodo de in d ep en d en cia la capacidad
de ex portación del país se había reducido. La producción de oro se vio p e rtu r­
b ad a p o r la g u erra de em ancipación, en especial por la h u id a d e los esclavos
o su alistam iento en el servicio m ilitar. La p érd id a de la m ano de obra esclava

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250 M a k c í.' I ^ \ i a g k k . - F k a n k S a u v 'kh

Cuadro 9.6. Producción anual de oro en Colom bia, 1801-1890, en m illones de


pesos aproxim ados. j

1801-10 3,1 1851-60 2,2 1882-84 2,8


1811-20 1,8 1861-64 2,0 1885-86 2,4
1821-35 2,4 1865-69 2,3 1887-90 3,5
1835-50 2,5 1879-81 2,5

Fuente: R estrepo, V icen te, Estudio sobre las minas de oro y plata, 1952, p. 199.

o bstruyó sobre todo la recuperación de la m inería aurífera en el C auca y en la


costa pacífica. Por el contrario, A ntioquia, que d ep e n d ía m ás de la m ano d e obra
libre, restau ró su producción de oro d u ra n te las décadas d e los años 1820 y 1830.
N o obstante, según cálculos de Vicente R estrepo, la producción anual de oro en
Colom bia no recobró sus niveles d e fines de la C olonia sino en la década de los
años 1880 (véase c u ad ro 9.6).
Pese al d eterioro relativo experim entado p o r la producción aurífera, el
oro siguió siendo, de lejos, el principal prod u cto de exportación del país. D u ra n ­
te el periodo de independencia la N ueva G ranada había p erd id o terreno en la
exportación de p roductos tropicales. D espués de la independencia, el m ercado
para su q u ina se acabó, y según parece sus exportaciones d e cacao fueron insig­
nificantes. A fines de la década de los años 1830, el algodón seguía re p re se n ta n ­
do casi un cinco por ciento de las exportaciones d e la N u ev a G ran ad a, pero su
volum en era m inúsculo en com paración con el de otros países atlánticos, pues
equivalía a m enos del 0,3 por ciento del valor de los em b arq u es d e algodón d es­
de el su r de Estados U nidos p o r esa época. En la d écada de los años 1840, la com ­
petencia estad o u n id en se prácticam ente elim inó al algodón n eo g ran ad in o de los
m ercados m undiales. De los p ro d u cto s de exportación en el últim o periodo de
la Colonia, los cueros y los palos de tinte siguieron siendo los p ro d u cto s m ás
viables, au n q u e no m uy im portantes, a com ienzos de la década d e los años 1840.
En el decenio de los años 1830 se experim entó con exportaciones d e tabaco de
la región de A m balem a, en el Alto M agdalena. En esos años, y sobre todo en la
década de los años 1840, se fu n d aro n algunas esp eran zas en el fu tu ro del tabaco
neogranadino. Sin em bargo, hasta 1845 el tabaco siguió siendo un factor relati­
vam ente m enor en las exportaciones de la N ueva G ran ad a, en p arte po rq u e la
producción estaba controlada por un m onopolio g u b ern am en tal, y el gobierno,
con frecuencia escaso de dinero, no invertía lo suficiente para e x p a n d ir su stan ­
cialm ente la producción (véase cu a d ro 9.7).
Con la esperanza de desarrollar fuentes de divisas extranjeras distintas
del oro, los sucesivos gobiernos de Colom bia y la N ueva G ran ad a ofrecieron
exenciones trib u tarias para cultivos tropicales que, según se esperaba, tuvieran
posibilidades de exportarse. En 1821 se otorgó d u ra n te diez años una exención

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1 -------------------------------------------------------------------------

C uadro 9.7. Principales exportaciones neogranadinas por valor, 1834-1845 (valor


m edio anual en miles de pesos oro).

1834-35/38-39 184 0 -4 1 /4 4 ^ 5

Valor Porcentaje Valor Porcentaje


(%) del total (%) del total

O ro 2.413,0 74,0 2.413,0 73,0

A lg o d ó n 155,3 4,8 52,9 1,6

P alo s d e tinte

P alo brasil 115,4 3,5 133,7 4,0

P alo m ora 35,9 1,1 43,4 1,4

C u ero s 101,9 3,1 149,8 4,5

T ab aco 86,6 2,7 118,5 3,6

T otal d e ex p o rta cio n es 3.261,6 3.306,5

Fuente: O ca m p o , José A n to n io , Colombia y la economía mundial. 1830-1910, B ogotá, 1984, C u ad ro 2.7,


p. 100.

de im p u esto s a la exportación de café, algodón y d eriv a d o s del azúcar; en 1824


C olom bia volvió a g ra v ar algunos pro d u cto s de exportación, pero exim ió de p a ­
g ar el d iezm o a las n u ev as plantaciones de café, cacao y añil. En 1833, la N ueva
G ra n ad a elim inó los im p uestos de exportación para to d as las frutas tropicales, y
en 1835 ofreció incentivos para la exportación de algodón, azú car y arroz.
Sin em bargo, estas m edidas no resultaron m uy fructíferas. D urante el d e ­
cenio d e los años 1830, las exportaciones n eo g ran ad in as siguieron registrando
niveles bajos, u n poco p or debajo de los obtenidos d u ra n te el breve periodo de
éxito relativo en la exportación de pro d u cto s tropicales en el últim o decenio de
la C olonia. En esta época, y d u ra n te bastante tiem po d esp u és, la N ueva G ranada
siguió sien d o uno d e los exportadores m enos exitosos d e A m érica Latina. A fines
de la d écad a de los añ o s 1820 y en la de los años 1830, las exportaciones n eogra­
n ad in as fueron insuficientes para proveer las divisas re q u erid as para sostener el
flujo in crem en tad o d e im portaciones. Esto se refleja en el hecho de que, según
testim o n io s de la época, las m ujeres bogotanas d e clase alta v endían sus joyas
p ara co m p ra r p ro d u cto s im portados. Pero m ás q u e de joyería, las im portaciones
estab an d re n an d o al país de m oneda y, en ausencia d e bancos que exp an d ieran
los m edios de pago m ed ian te la em isión d e billetes, la escasez de m oneda, según
se creía, causaba deflación de precios, estancam iento económ ico y depresión.

D e p r e s i ó n y l i b r e c a m b ís im o v s . p r o t e c c i o n i s m o

Bogotá y la cordillera O riental se vieron particularm ente afectadas por esta


depresión. A m ed id a qu e se reducían los m edios de pago, tam bién dism inuían los
precios de los bienes de producción local, tanto agrícolas com o m anufacturados.

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252 M \Rf ( ' I ’ a i Al Ik ''- - Fk w k S m t i ' r p

En Bogotá, los precios de los productos básicos se redujeron entre un tercio y la


m itad entre 1830 y 1834. Al m ism o tiem po, la escasez de m oneda, junto a la p é r­
dida de confianza en las perspectivas económ icas del país, dificultaron la co n tra­
tación de créditos. Q uienes lograban obtener em préstitos pagaban p o r ellos en tre
el 12 y el 36 por ciento anual, y se decía que había quienes pag ab an hasta el 60
por ciento. Las altas tasas de interés y la crisis de confianza paralela desalentaron
las nuevas em presas.
La gente de la época solía atrib u ir la depresión al desequilibrio en la b a­
lanza com ercial y m uchos, a su vez, im putaban este desequilibrio al hecho de
que los neo g ran adinos hubieran desarrollado el gusto por refinam ientos im p o r­
tados, en especial la población u rb an a de las clases alta y m edia. Los peones del
interior, tanto en los pueblos com o en el cam po, seguían u san d o b u rd a s telas de
algodón fabricadas en telares m anuales en la cordillera O riental. En la d écada de
los años 1830, la m ayor parte de los bienes im portados fueron textiles o p re n d as
de vestir; p or lo m enos en Bogotá aún no se percibían señales del consum o de
productos su n tu arios im portados de transpo rte difícil y costoso (por ejem plo,
los pianos). La única excepción parecen haber sido los espejos, q u e en los h o g a­
res de clase alta constituían el principal adorno, en la m ayor profusión posible.
A unque los artículos lujosos im portados fueron escasos en com paración
con decenios posteriores, la prensa de la época condenaba el increm ento en el
consum o de bienes foráneos. A lgunos editorialistas lanzaban invectivas contra
el nuevo lujo en el vestir, sobre todo entre las m ujeres jóvenes. Sin em bargo, José
M anuel R estrepo tenía una visión un poco m ás optim ista sobre el paso d e la
N ueva G ran ad a de la inocencia colonial a la angustia del su b d esarro llo re p u b li­
cano. En diciem bre de 1834, R estrepo anotó en su diario q u e "la pobreza de los
ciu d ad an o s se hace sentir aú n m ás a causa de que los pueblos v an conociendo
necesidades qu e antes les eran desconocidas". "Poco a poco", continuó, "se va
introduciendo un gusto m ejor en vestidos, m uebles y ad o rn o s d e casas. Esto
anuncia progresos en la civilización de los p u eb lo s..." Pero, tocando la a m a rg u ­
ra de la situación, añadió, "si no hay la correspondiente m ejora en la in d u stria y
en la riqueza de los ciudadanos, estos serán m ás desgraciados p o rq u e no p u ed e n
proporcionarse los nuevos goces q u e han conocido".
La crisis económ ica de 1830-1834 provocó una reacción proteccionista en
gran parte de la N ueva G ranada. En 1831, el secretario de H acienda, José Ignacio
de M árquez, declaró que la depresión no se debía únicam ente a la contracción
de la m oneda inducida por las im portaciones, sino tam bién al efecto destructivo
del aum ento de las im portaciones en la base de la econom ía interna. M árquez
sostenía que la com petencia planteada por los productos im p o rtad o s estaba cau ­
sando estragos entre los artesanos de la cordillera O riental. En la m ed id a en que
declinaba la m anufactura, señalaba M árquez, tam bién dism inuía la d em an d a de
lana y algodón de producción local. El im pacto tanto en los artesanos com o en
la agricultura fue evidente a lo largo de la cordillera O riental; las provincias de

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H ig io k ia d i C o i o m b i a . P a ís i k .nc.m i ii m . \ d d í '.t d id a 253

P am plona, Socorro, T unja y Bogotá, antes p ro d u ctiv as, habían q u ed a d o "ab an ­


d o n ad a s y pobres". M árquez tam bién sostuvo, al igual q u e otros neo g ran ad in o s
de la época, q u e el com ercio de im portación en la N u e v a G ran ad a estaba sien­
do m o n o p o lizad o p o r com erciantes británicos. Incapaces de com petir con los
im p o rtad o re s británicos, q u e tenían conexiones en Inglaterra, los com erciantes
n eo g ran ad in o s tam bién se estaban arru in an d o , ju n to a los artesanos y los ag ri­
cultores. M árquez q u ería pro h ib ir la im portación de bienes que com petían con
p ro d u cto s n eo g ran ad in o s, g rav ar con aranceles elevados los artículos s u n tu a ­
rios y reestablecer las restricciones a los com erciantes extranjeros.
La d ep resió n económ ica dio lugar a un d eb ate en tre librecam bistas y p ro ­
teccionistas q u e se p ro lo n g ó d u ra n te el p eriodo m ás a g u d o d e la crisis, entre
1830 y 1834. El p rincipal ab a n d era d o del libre com ercio fue un inm igrante b ritá­
nico, el em p resario W illiam Wills, quien esgrim ía los arg u m e n to s usuales d e la
econom ía política liberal; la densa población y el capital concentrado de Ingla­
terra d estin ab a n a este país a convertirse en una nación industrial, m ientras que
la N u ev a G ran ad a, con población escasa y tierras ab u n d a n te s, debía especiali­
zarse en la ex portación d e p ro d u cto s agrícolas tropicales. W ills y los p artidarios
n eo g ran ad in o s del libre com ercio, que p ensaban com o él, arg u m e n tab an q u e la
solución p ara la crisis com ercial era m ejorar la cap acid ad im p o rtad o ra del país
m ed ian te el d esarro llo d e sus exportaciones tropicales. (W ills practicaba lo que
pregonaba; d u ra n te la d écad a d e los años 1830 envió em b arq u es experim entales
de tabaco n eo g ran ad in o para v en d er en el m ercado londinense).
P or su parte, los proteccionistas se oponían a la teoría económ ica liberal
con base en experiencias prácticas; d ad a la concentración de la población neo-
g ra n ad in a en el in terio r y las pésim as condiciones de tran sp o rte, ¿cóm o podía el
país ex p o rtar con eficacia? A dem ás, nadie quería acep tar los p ro d u cto s tropica­
les de la N u ev a G ran ad a. En opinión de los proteccionistas granadinos, au n q u e
la teoría liberal del com ercio contaba con el resp ald o de prestigiosos autores in­
gleses y franceses, en lo q u e concernía a la N u ev a G ra n ad a parecía no funcionar.
La N u ev a G ra n ad a im p o rtab a una gran can tid ad de p ro d u c to s de G ran Bretaña,
pero In g laterra co m p rab a m uy pocos p ro d u cto s neogranadinos. Com o señala­
ron A lejandro O sorio y o tros proteccionistas, au n q u e la Inglaterra ya in d u striali­
zad a p reg o n ab a el libre com ercio, tam bién había a d o p ta d o y seguía practicando
políticas proteccionistas (sobre todo en el tratam ien to preferencial que otorgaba
a los p ro d u c to s tropicales del C aribe británico, en d etrim en to de sus com peti­
dores latinoam ericanos). Si los británicos insistían en colocar sus bienes en la
N ueva G ra n ad a p ero se negaban a co m p rar los p ro d u cto s de esta últim a, ¿qué
opción Ies q u ed a b a a los n eogranadinos? Según m uchos, sobre todo los h abitan­
tes del altip lan o oriental, la resp u esta era la au tarq u ía, u n a econom ía en la que
la ag ricu ltu ra y las m an u factu ras internas p u d ie ra n alim en tarse m utuam ente.
La división en tre proteccionistas y librecam bistas no seguía obvios p a­
trones reg ionales o p artid istas. Es probable que el apoyo a la protección fuera
m ás fu erte en la cord illera O riental, cuyos artesanos y agricultores eran los m ás

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254 M \ k c á ' í ’aí a i u n - f kaxk b .\iK i

perjudicados con el libre comercio. Sin em bargo, m ientras en 1830 las elites de
Santa Fe de A ntioquia abogaban firm em ente por el libre com ercio, sus pares en
M edellín y Rionegro, las principales ciudades com erciales de A ntioquia pero
d o n d e tam bién babía algunos artesanos, querían prohibir la im portación d e bie­
nes term inados que se pudieran fabricar localm ente. Y, au n q u e los com erciantes
en el pu erto de C artagena se oponían a la prohibición de las im portaciones, a p o ­
yaban la im posición de aranceles ad u an ero s proteccionistas.
Las opiniones individuales acerca del tem a tam poco coincidían con las
facciones políticas. Los argum entos librecam bistas fueron acogidos p o r an tig u o s
bolivarianos com o José M aría Castillo y Rada y José M anuel R estrepo, el m o d e­
rado Lino de Pom bo y varios liberales exaltados. Los liberales tam bién estaban
d ivididos en torno a esta cuestión. D urante su exilio en 1831, Francisco de P aula
S antander encontró justificación para la protección en la N u ev a G ra n ad a en polí­
ticas sim ilares que practicaba Estados U nidos en ese m om ento. C om o secretario
de H acienda d u ra n te el gobierno de S antander (1832-1837), Francisco Soto, que
había sido el prim er profesor de econom ía política liberal en la N u ev a G ra n ad a
en la década de los años 1820, tam bién adhirió a la línea m o d era d am en te p ro tec­
cionista del presidente: aranceles elevados pero sin prohibir las im portaciones.
El m ovim iento proteccionista alcanzó su cénit en 1833. Ese año la C ám ara
de R epresentantes votó, por un m argen abrum ador, a favor de prohibir la im p o r­
tación de diversos artículos. Sin em bargo, esta decisión fue neutralizada por el
Senado y, finalm ente, am bas cám aras optaron por una política de aranceles altos
pero sin prohibiciones. Los cultivadores de trigo en el interior fueron protegidos
con aranceles del ciento por ciento, en un intento fallido por reconquistar los m er­
cados de la costa que hacía m ás de un siglo com praban harina norteam ericana.
A los artesanos urbanos, que tenían alguna participación política en ciudades
com o Bogotá y Medellín, tam bién se les acordó protección contra la im portación
de prendas confeccionadas; el arancel correspondiente aum entó del 30 por ciento
de su valor en 1831 al ciento por ciento en 1833. Sin em bargo, los legisladores
acordaron m enor protección a los tejedores, en su m ayor p arte m ujeres dispersas
en com unidades rurales que por m últiples razones no tenían voz política. Los
aranceles im puestos a los tejidos corrientes solo aum entaron al 25 por ciento de
su valor.
A partir de 1833 la ola proteccionista com enzó a ceder. El alto arancel im ­
p uesto a la harina de trigo había desalentado su im portación hasta tal p u n to que
en la costa atlántica prácticam ente no se conseguía el producto. En 1834 el C on­
greso redujo los aranceles a la harina en un 50 por ciento, y tam bién com enzó a
rebajar los aranceles con que se gravaban los tejidos com unes. Los aranceles co­
rrespondientes a prendas confeccionadas siguieron siendo elevados, quizás p o r­
que no constituían una proporción tan alta de las im portaciones com o los tejidos
com unes, y tam bién debido a la influencia política de los artesanos urbanos.
En todo caso, los aranceles im puestos por los políticos de Bogotá difícil­
m ente afectaban a la gran masa de fabricantes artesanales en la cordillera Oriental

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f ll S U 'K I A Di. C o i O .M BIA. P a IS I R.Af A I I \ ! : T'D \D Dl\ ID ID A

O la reg ió n d e Pasto. El alto costo del tran sp o rte p o r el río M agdalena, que h a ­
bía q u e re m o n ta r en cham panes im p u lsad o s p o r bogas, su m ad o a los aranceles
ad u an ero s, así fu eran m oderados, creaba una b arrera sustancial que los bienes
im p o rtad o s ten ían que franquear. C om o el costo ciel tra n sp o rte río arriba era un
factor d e p ro tección im p o rtan te para los artesanos del interior, la navegación
efectiva de b arcos d e v a p o r por el río M agdalena a m ed iad o s del siglo p ro b a­
blem ente ejerció u n im pacto tan fuerte en las tejedoras locales com o cualquier
variación en los aranceles.
O tro d e los factores que afectaron n eg ativ am en te a las tejedoras del in­
terior fue la d iferencia cada vez m ás m arcada en los costos de producción en ­
tre los artícu lo s salidos d e fábricas eu ro p eas y los q u e p ro d u c ía n m an u alm en te
los artesan o s locales. Por fortuna para los co n su m id o res neogranadinos, pero
d esg raciad a m e n te p ara las tejedoras artesanales del interior, los precios de los
textiles im p o rta d o s d ism in u y ero n co n tin u am en te d u ra n te la prim era m itad del
siglo XIX. En 1860 los precios de los artículos de alg o d ó n im p o rtad o s eran la te r­
cera p arte d e los d e 1820. No obstante, hasta la décad a d e los años 1870 siguió
hab ien d o u n a g ra n ca n tid a d de artesanos en el interior, en p arte debido a h áb i­
tos p ro fu n d a m e n te arraig ad o s en el consum o de cierto tipo de artículos que no
se fabricaban en E u ro p a (por ejem plo, ru a n as y alpargatas). Los artesanos del
interior tam b ién se a d a p ta ro n a la presión ejercida p o r las im portaciones a u m e n ­
tand o y m ejo ran d o la producción de som breros de palm a, algunos de los cuales
se ex p o rtaro n ex ito sam ente desde los años 1850 hasta los años 1870.

Bogotá y la c o r d il l e r a O r ie n t a l : e s p e r a n z a s d e f u n d a r f á b r ic a s

M ás o m en o s p o r la época de au g e del proteccionism o a com ienzos d e la


década d e los añ o s 1830, varios em presarios in ten taro n fu n d a r fábricas m o d er­
nas en Bogotá o su s alrededores. Sin em bargo, estas em p resas estaban relacio­
nadas con el im p u lso proteccionista solo en cuanto am bos reflejaban un anhelo
de desarro llo económ ico. La prim era d e estas com pañías m anufactureras, la te­
rrería d e Pacho, se creó en 1823, una época en que había cierto optim ism o acerca
de la n u ev a rep ú b lica, antes de la depresión y la an sied ad q u e caracterizaron
los p rim ero s añ o s d e la década de los años 1830. Las otras em p resas —las fá­
bricas d e loza (1832), d e papel (1834), de vidrio (1834) y de tejidos de algodón
(1837)— se crearo n en el contexto de la dep resió n de los años treinta. Pero n in ­
g una d e estas co m p añ ía s buscó protección de la com petencia q u e le planteaban
las im p o rtacio n es. (A lgunos de los em presarios eran antiproteccionistas conven­
cidos; el p rincipal ejem plo es José M anuel R estrepo, q u e d u ra n te bastante tiem ­
po estu v o v in cu lad o con la terrería de Pacho). Más bien solicitaron y o btuvieron
privilegios m o n o p ó lico s dentro del territorio n eo g ran ad in o p ara la m an u factu ra
de su s p ro d u c to s m ed ian te procesos m odernos. Estos privilegios los protegían
de co m p etid o re s q u e q u isieran utilizar tecnología m o d ern a d en tro del país, pero
no d e las im p o rtacio n es extranjeras. Solo uno de los privilegios concedidos a

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256 M \K ( [ ’ a i •\ g h '--- T r a n k S a iu ir p

estas em presas m anufactureras desató severas protestas: unos an tio q u eñ o s ale­


garon que el privilegio otorgado a la terrería de Pacho les im pedía desarrollar
explotaciones de hierro propias en A ntioquia. (La m ás g rande y p ro lo n g ad a p ro ­
testa contra estos privilegios tuvo com o objetivo el m onopolio d e la navegación
en barcos de v apor por el río M agdalena, disfrutado por u n com erciante alem án
entre 1823 y 1837, y logró efectivam ente im pedir el acceso al río d e este tipo de
em barcaciones d u ra n te la m ayor parte de esos años).
Las fábricas de Bogotá eran de tam año m odesto. A m ediados de la década
de los años 1830, tres de ellas fueron avaluadas entre 15.000 y 20.000 pesos. La
terrería, la fábrica de loza y la fábrica de tejidos de algodón parecen haber llega­
do a invertir cada una 100.000 pesos o más. Pero com paradas con las norm as del
m u n d o industrial atlántico, no eran grandes operaciones. En 1840 se decía que
la fábrica de tejidos podía procesar 300.000 libras de algodón p o r año; esta ca­
pacidad era m uy superior a la de las textileras m ás pequeñas que p o r esa época
había en Puebla, México, pero entre la m itad y un tercio del tam año de las dos
fábricas m ás g randes de esa ciudad.
Los fu n d adores e inversionistas de estas fábricas pertenecían a la clase
dom inante. Cerca de la m itad eran bogotanos y no pocos provenían de fam ilias
terratenientes de la Sabana. O tros, sin em bargo, eran hom bres de provincia que
se habían establecido en Bogotá d u ra n te el periodo de independencia. Una gran
proporción tanto de los bogotanos com o de los oriundos d e la provincia d esem ­
peñaba un papel activo en la política nacional o provincial. Sus m otivos para
crear las fábricas parecen reflejar tanto su posición social com o el hecho d e que
varios de ellos ocupaban lugares destacados en los asuntos públicos. A unque
desde luego buscaban utilidades, tam bién querían introducir innovaciones que
harían ingresar a la N ueva G ranada en las filas de las naciones m odernas.
Las pequeñas fábricas fundadas en Bogotá y en sus alrededores fueron
fracasos, en el peor de los casos, y en el m ejor de estos, éxitos m odestos. La m ás
g ran d e e im portante de estas em presas, la ferrería de Pacho, tardó bastante tiem ­
po en contar con una producción efectiva. Los fracasos iniciales desalentaron a
los prim eros inversionistas. Sin em bargo, ya a m ediados del siglo el hierro de
Pacho se vendía en gran parte de la cordillera O riental, en d o n d e se tran sfo r­
m aba en im p lem entos agrícolas y clavos en Tunja, Sogam oso, el Socorro, San
Gil e incluso en P am plona y C úcuta, bastante m ás al norte. El hierro de Pacho
tam bién se vendía en M edellín y Rionegro, en A ntioquia, en d o n d e se utilizaba
para fabricar herram ientas agrícolas y m ineras. Si se piensa en los altos fletes del
tran sp o rte terrestre por esa época, so rp ren d e un poco el hecho de que el hierro
de Pacho hubiera podido com petir con hierro y herram ientas im p o rtad o s en
una región tan vasta. Así m ism o, la fábrica de loza de Bogotá, luego de haber­
se consum ido en un incendio, se recuperó y atendió la dem anda n eogranadina
d u ra n te varios decenios. Las dem ás em presas no d u raro n m ucho. La fábrica de
vidrio se acabó en 1838; la de papel d u ró hasta 1840; la de algodón prolongó su
existencia hasta 1845, año en que falleció su director técnico, un norteam ericano.

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H is iD k iY OI. C> )i OM BIA. P 1; á \ < M I ■ I A t y >, y ^ ii oad íii\ ioio a 257

Las dificultades experim entadas p o r estas prim eras fábricas se explican fá­
cilm ente. N in g u n o de los em presarios neogranadinos tenía experiencia anterior
en la m an u factu ra, ni conocía los procesos técnicos qu e im plicaban la producción.
Por consiguiente, tenían que d ep en d er de técnicos extranjeros, no siem pre con­
fiables. Los p rim eros em presarios industriales de Bogotá im portaban la m ayor
p arte de su m aquinaria, que a veces constaba de eq u ip o s m uy pesados y costosos
d e tran sp o rtar. Invirtieron la m ayor parte de su capital en equipos de p lanta (en
p o r lo m enos u n caso prestando ligera atención a la decoración) y subestim aron la
necesid ad posterio r de capital de trabajo. Luego de experim entar problem as ini­
ciales, difícilm ente conseguían dinero adicional. A dem ás, se trataba de fábricas
aisladas, creadas en u n contexto en d o n d e no existía u n a co m u n id ad de m ecáni­
cos q ue b rin d ara asistencia técnica. C uando la m aquinaria im portada se averiaba,
m uchas veces no había artesanos calificados que p u d ie ra n repararla. Por últim o,
con una población en su m ayor parte pobre, una econom ía regional estancada y
u n o s fletes d e tran sp o rte extrem adam ente altos, el m ercado potencial era lim ita­
do. Estas fábricas relativam ente pequeñas y aisladas son sobre todo interesantes
com o expresión d e los intentos de la clase d om inante p o r m odernizar la econo­
m ía nacional.
Las cu atro fábricas que aú n existían en 1840 se vieron, sin d u d a, afectadas
por la g u erra civil de 1839-1842 y por la cadena de quiebras y el lío de las su b ­
siguientes d em an d a s legales que hubo en Bogotá a com ienzos de 1842. La crisis
financiera b o g otana d e ese año se centró en la persona d e Judas Tadeo Landínez,
un ab o g ad o y político boyacense que ejerció varios cargos públicos d u ra n te el
gobierno de M árquez. Al dejar el gobierno en 1839, L andínez se benefició de una
especulación con bonos gubernam entales, cuyos precios se redujeron debido a la
g u erra civil. Esta ganancia inicial se convirtió en base de especulaciones m ucho
m ayores, en tre las cuales se destacan la com pra a gran escala de finca raíz urbana
y ru ral a precios inflados, así com o inversiones en la terrería, la fábrica de textiles
y las salinas. Sin em bargo, cuando la rebelión contra el gobierno alcanzó la cor­
dillera O riental en 1840, sus inversiones industriales se fueron a pique. D urante
1840-1841, a m ed id a q ue su situación se tornaba cada vez m ás desesperada, Lan­
dínez trató d e sobrevivir m ediante operaciones cada vez m ás costosas y frágiles.
En 1841 hizo tres g ran d es em préstitos al gobierno, que por entonces estaba corto
de dinero, según L andínez por m otivos patrióticos pero probablem ente tam bién
con la esp eran za d e q u e las obligaciones del gobierno con él fortalecieran su ca p a­
cid ad crediticia. Sin em bargo, en diciem bre de 1841 la burbuja Landínez explotó;
su q u ieb ra p ro d u jo pérdidas sustanciales a num erosas fam ilias de la clase alta
de Bogotá, q ue no habían podido resistirse a los altos precios que les ofreció el
esp ecu lad o r p o r su s propiedades ni a las altas tasas de interés que les prom etió
p or su dinero.
La g u erra civil de 1839-1842 contribuyó a la crisis financiera de 1842. Sin
em bargo, en ú ltim o térm ino la crisis se debió a la h o n d a depresión que se había
arraig ad o en la cordillera Oriental en 1830. Precisam ente debido al estancam iento

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258 M akco I ’ ai A C K r- - [t c w k S ait o kd

de la econom ía regional en la década de los años 1830, los terratenientes, cuyas


utilid ad es habían sido bastante exiguas en el m ejor de los casos, ac ep taro n e n tu ­
siasm ados los precios inflados que les ofreció Landínez. Para sorpresa de todos,
el m ercado lim itado y estático de Bogotá ingresó en un torbellino de activ id ad
especulativa; la elite em ocionada com enzó a referirse a Bogotá com o "o tro Lon­
dres en m in iatu ra", y a eq u ip arar a L andínez con Rothschild. Es pro b ab le q u e
las tasas de interés extrem adam ente altas hayan contribuido a la gestación d e la
crisis, com o observaron algunos com entaristas de la época y m ás tard e varios
analistas. Sin em bargo, el alto costo del capital no debe atribuirse a la abolición
de las restricciones legales a las tasas de interés en 1835, com o h an su g erid o
algunos. Las tasas de interés m uy altas, si bien técnicam ente ilegales, existieron
d u ra n te varios años antes de que se prom ulgara la ley de 1835.

L o s P A IS A S , EL SU R G IM IEN TO DE A n TIO Q U IA

M ientras la cordillera O riental se sum ió en el estancam iento económ i­


co a com ienzos de la década de los años 1830, la provincia m inera au rífera de
A ntioquia siguió prosperando. T anto entonces com o después, los an tio q u eñ o s
atrib u y ero n el éxito económ ico de su región a las cualidades de sus pobladores:
d esd e por lo m enos 1820 en adelante, la gente de la época los describió com o tra ­
bajadores y em p rendedores. (Estas descripciones ofrecen un notorio contraste
con las de los funcionarios españoles en la segunda m itad del siglo xviii, quienes
invariablem ente se quejaban de la ociosidad y la pereza de los antioqueños).
A unque los testim onios del siglo xix sobre el antioqueño in d u strio so son
d em asiado ab u n d an tes com o para desestim arlos, tam bién es cierto que, entre
1820 y 1850, la presencia del oro diferenció a las econom ías d e A ntioquia, el
Chocó y la costa pacífica de las del resto del país. El oro fue la principal fuente
de divisas de la N ueva G ranada hasta el final de la década d e los años 1850, y la
m ás estable hasta fines del siglo xix. G racias al oro, d u ra n te el decenio d e los años
1830, cu an d o la cordillera O riental no tenía m edios de pago suficientes para cos­
tear los bienes im portados, los com erciantes antioqueños aventajaron a todos los
dem ás al ex p an d ir sus actividades de im portación y establecer vínculos directos
con p ro v eedores europeos.
Entre 1810 y 1850, A ntioquia produjo la m itad del oro del país (después
de 1850 m ás de la m itad); casi todo el resto provino del Chocó y la costa pacífica.
A ntioquia contaba con varias ventajas en com paración con estas otras regiones.
A nte todo, en el siglo xix los antioqueños tenían m ayores recursos agrícolas que
el Chocó o la costa pacífica, lo que les perm itía abastecer mejor sus regiones m i­
neras. En seg u n d o lugar, d u ra n te los últim os años del siglo xviii, g ran p arte d e la
m inería de aluvión en A ntioquia corrió a cargo de trabajadores libres en vez de
esclavos. En 1780, los negros, m ulatos y m estizos libres constituían m ás de tres
qu in tas partes de la población, m ientras que los esclavos rep resen tab an m enos
de la quinta parte. A dem ás, d u ra n te y después de la independencia, A ntioquia

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efectuó u n a transición fácil y rá p id a de la m ano de obra esclava a la fuerza labo­


ral libre. En 1835, los esclavos tan solo representaban cerca del 2,2 por ciento de
la población an tio q u eñ a, en com paración con un 15,4 p o r ciento en B uenaven­
tu ra y el Chocó, y un 12,2 por ciento en Popayán. Por consiguiente, su in d u s­
tria de extracción aurífera se vio m ucho m enos afectada p o r la declinación d e la
esclav itu d antes, d u ra n te y d esp u és del periodo de independencia. Entre 1820
y 1880, los m azam o rrero s m ás o m enos in d ep en d ien tes de A ntioquia seguían
sien d o im p o rtan tes pro ductores de oro de la N ueva G ranada. C on frecuencia
trabajaban estacionalm ente o m edio tiem po, y cu a n d o no estaban lavando oro
cultiv ab an p o r lo m enos una parte de sus alim entos.
A largo plazo, la extracción de oro en A ntioquia tam bién contó con la
ay u d a de m ejoras técnicas. D urante la C olonia y hasta bien en tra d o el siglo xix,
la m ay o r p arte d e la m inería aurífera se basó en el lavado m anual del m etal. A
partir d e la d écad a de los años 1820, ingenieros de m inas y em presarios france­
ses, británicos y suecos introdujeron m aquinaria que en los siguientes decenios
facilitó la explotación rentable de la m inería de veta.
La econom ía aurífera de A ntioquia im pulsó el desarrollo de una b u rg u e ­
sía regional con u n a considerable acum ulación de capital. Varios de estos capi­
talistas em erg en tes participaron tanto en em presas m ineras com o en el com ercio
relacionado con el oro. La m inería siem pre en trañ ab a un riesgo, razón p o r la
cual la inversión en m inas tendía a dividirse en acciones. En cam bio, las activi­
dad es com erciales, com o com prar oro en polvo y abastecer a los m ineros y al
resto d e la pro v in cia y el valle del Cauca, eran fuentes m ás seguras de ingresos
y ahorro. A lg u n o s d e los hom bres acau d alad o s de A ntioquia com enzaron com o
com erciantes m in o ristas en las regiones m ineras y luego, ya con capital ac u m u ­
lado, m ig raro n a M edellín o Rionegro, en d o n d e se convirtieron en com erciantes
m ay o ristas con m ercad o s m ucho m ás extensos.
D u ran te los últim os decenios de la Colonia, los principales com erciantes
an tio q u eñ o s solían conseguir textiles del Socorro en Bogotá y bienes im portados
en C artag en a o M om pox. Pero en el periodo de independencia y en los años
subsig u ien tes, v arios an tioqueños establecieron contacto directo con el centro
com ercial británico, entonces ubicado en Jam aica, lo q u e les perm itió evitar a los
in term ed iario s de la costa del Caribe. Los antioqueños contaban con una im p o r­
tante ventaja com o im portadores: tenían acceso directo al oro de su región, q u e
no solo era la fu en te principal de divisas de la N ueva G ra n ad a sino tam bién el
m edio d e pago p re ferid o por sus proveedores británicos.
En 1820, si no antes, las elites de otras regiones neo g ran ad in as com enza­
ron a percibir a los com erciantes capitalistas an tio q u eñ o s com o notoriam ente
ricos. A dem ás, m ien tras en otras provincias la riqueza d e la clase d o m in an te es­
taba re p resen ta d a en la tierra, los com erciantes em ergentes de A ntioquia tenían
a su d isposición u n a riqueza m ás líquida y fácil d e m ovilizar, lo que constituía
una ventaja im p o rta n te en una econom ía sin bancos q u e sim plificaran el trasla­
do d e capitales.

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2bO M \ i « A 'P a l x u in - F k a n k bA i I O KI'

La relativa pujanza financiera de A ntioquia ya se había m anifestado d u ­


ran te la g u erra de independencia; esta provincia fue la principal fuente de finan-
ciam iento interno de la causa patriota. C uando el gobierno decretó un préstam o
forzoso en la década de los años 1820, los com erciantes antioqueños apo rtaro n
400.000 pesos sin protestar. Se calcula que entre 1811 y 1822 los com erciantes
de esta región contribuyeron con 1,2 m illones de pesos al m ovim iento de in­
dependencia. En 1823, cuando el gobierno trató de conseguir internam ente
otros 500.000 pesos, les pidió a los com erciantes de Bogotá 40.000. Los bogo­
tanos ap o rtaro n m enos de 3.000, m ientras que una sola firma antioqueña con
sede en la capital, A rrubla & M ontoya, puso 50.000. La co m unidad com ercial
d e C artagena no ofreció nada al com ienzo, pero finalm ente ap o rtó 4.000 pesos.
La dependencia de A ntioquia para la financiación del país continuó d u ra n te el
periodo de postindependencia. Por ejem plo, después de la g u erra civil de 1839-
1842, cu ando el gobierno volvió a verse en aprietos, el presidente pidió a cuatro
com erciantes capitalistas antioqueños 200.000 pesos para ay u d ar a recapitalizar
las operaciones del m onopolio tabacalero estatal.
La acum ulación de riqueza de los com erciantes capitalistas antioqueños
les trajo varias ventajas que les perm itieron extender sus actividades m ás allá de
su región. Sus em préstitos al gobierno los colocaba en posesión d e m uchos bo­
nos de la d eu d a nacional y estos tendían a conferirles, adem ás d e la gratitud del
gobierno, un derecho especial sobre los contratos estatales y sobre la adquisición
de terrenos baldíos. El capital ap o rtad o por M anuel A ntonio A rrubla y Francis­
co M ontoya, y su reputación com o em presarios fueron, sin d u d a, unas de las
razones p or las que se les encom endó negociar el enorm e em préstito británico
de 1824, con todo y com isiones. A dem ás, la liquidez de los antioqueños les p er­
m itía contar con recursos de capital para aprovechar o p o rtu n id ad es por fuera
de A ntioquia. D esde la década de los años 1820 hasta bien en trad a la de 1840, la
navegación por el río M agdalena estuvo dom inada por una firm a en la que dos
d e los tres socios principales eran los antioqueños José María Pino y Francisco
M ontoya. Entre 1845 y 1855, los antioqueños fueron los más gran d es com ercian­
tes de tabaco en A m balem a, y después de 1855 figuraron entre los principales
com petidores de los com erciantes ingleses. A ños después tam bién controlaron
la explotación y exportación de quina en el valle del Alto M agdalena.
Si bien los ricos com erciantes capitalistas de A ntioquia eran m uy visibles
en su región y en otros lugares del país, constituían una m inoría excepcional
d en tro de la provincia. Los registros de im puestos de M edellín en el año 1853
m u estran unos veintidós hom bres con ingresos considerados m uy altos según
las norm as de Bogotá, pero por debajo de ellos había otros quinientos cuyos
ingresos anuales de cerca de 1.000 pesos se asem ejaban m ás a los del estrato alto
d e las dem ás regiones neogranadinas.
La tradición paisa describe a los m agnates antioqueños del siglo xix com o
hom bres de origen hum ilde que triunfaron gracias a sus propios esfuerzos, me-

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IM C o U 'MBIA. P !S ¡ A A ; . • ¡ ^ \ A T r O , || : \ | ; D I A 'D i ri A 2ó1

LC8 CAPITALISTAS DE MEDELLÍN, SEGÚN JUAN DE D IOS RESTREPO, 1852

"Eecarácter alegre, comunicativo, franco, simpático que distingue a los habitantes de


los países risueños y de los climas tem plados, no se encuentra aquí; al contrario, las
cosum bres son frías y ceremoniosas: los hom bres no se reúnen sino para tratar cues-
tioies de dinero [.. .1 No conciben que se haya nacido para otra cosa que para com prar
y vínder y fuera del dinero nada merece atenciones ni respetos. Por de contado que
a q u hay, com o en toda partes, hom bres de m aneras obligantes, y de corazón genero­
so, honorosas excepciones, que no incluyo en la apreciación general que hago de los
honbres y las costumbres.
"Una aristocracia m onetaria, algún tanto iliterata, de buenos años atrás tiraniza la so-
ciecad. Los que la forma ha dado hasta ahora la ley en las costumbres, dom inado los
tribunales, consagrado las reputaciones y dirigido la política. Con su dinero, esparcido
a inerés, tanto en esta ciudad como en los pueblos de las tres provincias, son árbitros de
las elecciones y ejercen un poder soberano y feudal. Egoístas en negocios, retrógrados
en política, incapaces de un sentim iento generoso, jam ás se les ve al frente de ningún
pro/ecto filantrópico, ni de m edida alguna que tenga por objeto ilustrar las masas o
mejurar la suerte de los pobres [...]
Los que com ponen esta oligarquía de dinero en Medellín, con raras excepciones, despre­
ciar la educación porque ignoran para qué sirve, desdeñan el talento y todo mérito que
no esté fundado sobre bases metálicas y oponen fuerza de inercia, cuando no obstáculos
decdidos, a la difusión de las luces.

Fuerte: K astos, E m iro [Juan d e D io s R estrepo], "Cartas a u n a m ig o d e B ogotá", El Neo-Granadino,


16 d i en ero d e 1852, reim p reso en: K astos, Em iro, A rtícu los escogidos, L on d res, 1885, pp. 68-69.

dian:e la aplicación d e las v irtu d es capitalistas usuales: trabajo ard u o , disciplina,


honestidad, visión, capacidad de cálculo, p u n tu a lid a d , etc. Según esta m ism a
tradición, d esp u é s d e volverse ricos seguían llevando una vida m odesta y sen­
cilla. Juan de Dios ¡destrepo, escritor an tio q u eñ o d e m ed iad o s del siglo xix, des­
cribió a la b u rg u e sía regional com o gente poco in teresad a en artes culturales
m ás refinadas, q u e recom endaba a los jóvenes no m algastar su tiem po leyendo
novelas o poesía. R estrepo contrastaba satíricam ente la au sterid a d diligente de
los p.itriarcas p aisas con el estilo de vida m ás culto y político, y m enos orientado
al trabajo, d e la elite bogotana.
Sin em b arg o , alg u nas crónicas sobre A ntioquia hacen pensar q u e la au s­
teridad q u e a trib u y ó R estrepo a los com erciantes capitalistas es un tanto exage­
rada En 1825-1826 u n visitante sueco. C ari A u g u st G osselm an, se so rp ren d ió al
ver los lujos q u e ad o rn ab an el hogar de P edro Sáenz, u n o de los m ás destacados
com erciantes de R ionegro. "E ncontrar un salón d e tal exquisitez, enclavado tan

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262 M \ K c o P a i a g k > s - f'u A X K S a i k t r o

al interior de Suram érica, am oblado y decorado con una p o m p a cercana a la


europea, resultò v erd ad eram en te inesperado". Le llam aron la atención " u n sin ­
nú m ero de espejos, lám paras de colgar, m esas, sillas y [hasta] u n piano d e cola",
todo lo cual debía h aber sido cargado desd e el M agdalena p o r peones. A dem ás,
concluyó G osselm an, com o nad ie en la casa sabía tocar el piano, el in stru m en to
rep resentaba lo que hoy día se denom inaría el consum o conspicuo. Por otra p a r­
te, a G osselm an tam bién le im presionó el hecho de q u e Sáenz fuera v e rd a d e ra ­
m ente culto en otros aspectos: su biblioteca contenía nu m ero so s libros en inglés
y francés, idiom as que el com erciante de Rionegro conocía b astan te bien.
Las crónicas sobre la au sterid a d de los com erciantes capitalistas d e A ntio­
q uia probablem ente se fun d an en algo de realidad. Pero tam b ién es posible q u e
este cu ad ro de la burguesía regional fuera un m ito útil. D escribir a los m agnates
an tioqueños com o hom bres que habían triunfado p o r sí m ism os y q u e conser­
vaban y p ro p ag ab an los valores de la disciplina y del trabajo servía tan to para
justificar su riqueza com o para convertirlos en ejem plos convenientes d e la id eo ­
logía regional, según la cual A ntioquia era una tierra pobre q u e p ro sp eró gracias
a esfuerzos vigorosos y proyectos em presariales.
La m asa antioqueña era pobre, p o r lo m enos en com paración con los co­
m erciantes capitalistas de M edellín o Rionegro. A dem ás, su n ú m ero iba en a u ­
m ento {véase cu adro 9.8). La explicación usual del crecim iento dem ográfico en
A ntioquia es qu e los paisas solían casarse jóvenes y tenían m u ch o s hijos. Parece
haber bastante de cierto en esta afirm ación. En la década de los años 1850, una
investigación geográfica nacional, la C om isión Corogràfica, inform ó q u e en la
zona rural de A ntioquia los hom bres se casaban entre los 15 y los 18 años, y las
m ujeres, entre los 11 y los 14. (Esta afirm ación se basó m ás en im presiones que
en estadísticas). De acuerdo con el censo de 1835, el 67 por ciento de los hom bres
libres ad ultos de A ntioquia estaban casados, m ientras que el p ro m ed io nacional
era de 55 por ciento. Los niños (m enores de 16 años) constituían el 51 p o r ciento
de la población libre d e A ntioquia, m ientras q u e el prom edio nacional era de 44
p o r ciento.
No obstante, debe tenerse en cuenta qu e las tasas de m atrim onio y el cre­
cim iento dem ográfico no necesariam ente se relacionan entre sí. El censo d e 1843
revela n um erosas variaciones interesantes en la relación en tre tasas d e m atri­
m onio y reproducción. Partes de la región caucana, sobre todo las provincias de
C auca y B uenaventura, pese a tener tasas de m atrim onio m ucho m enores que en
A ntioquia, registraban tasas de reproducción igualm ente altas, com o indica el
hecho de qu e los m enores (m enos de 16 años) representaran u n porcentaje igual
d e gran d e de la población libre {véase cuadro 9.8). Por el contrario. Pasto y Tunja
tenían tasas de m atrim onio que rivalizaban con las de A ntioquia, pero m enores
tasas de reproducción, com o revelan sus poblaciones m ás red u cid as de m enores
d e 16 años. O tras provincias ponen de relieve otras variaciones, con tasas de
reproducción p o r lo general m ayores que las tasas de m atrim onio en la costa

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l l i s i l ' k i x i»i G > i G \ m i \ . P an ; R . \ r . M i. \ i a po , n x ii-iy a i) i i i \ i í i i d a 2ò3

C uadro 9.8. Indicadores de m atrim onio y reproducción (1843)


(15 de 20 provincias).

H om bres casados com o % de


% de pob lación libre
Provincia Población libre los hom bres libres de más de
m enor de 16 años
16 años

Antioquia 186.804 62,6 50,1

Cauca

Chocó 27.360 44,4 43,5

Cauca 57.015 49,1 50,6

Buenaventura 34.060 48,0 50,6

Popayán 63.609 55,7 50,8

Pasto 73.847 62,3 45,9

Costa atlántica

Cartagena 139.583 43,5 43,6

M om pox 48.113 41,8 46,0

Santa Marta 45.503 41,7 42,4

A lto M agdalena

Mariquita 89.062 48,3 48,3

N eiva 93.178 50,5 49,2

C ordillera O riental

Bogotá 278.230 52,5 45,0

Tunja 271.736 60,1 45,3

V élez 96.100 49,5 42,9

Socorro 138.540 56,1 44,7

Pam plona 111.865 53,3 46,2

N A C IÓ N 1.904.906 52,3 46,4

Fuente: G ó m ez. "Los c e n s o s en C olom bia", C u ad ro 4, en; Urrutia y Arrubla, Compendio de estadísticas
históricas de Colombia.

altán tica y el Alto M agdalena, en tanto q u e en la cordillera O riental las tasas de


m atrim o n io ten d ían a ser altas con relación a las de reproducción.
Se concluye q u e, si bien las altas tasas de m atrim onio probablem ente sí
fo m en taro n el crecim iento dem ográfico en A ntioquia, este últim o p o d ría baber
o cu rrid o sin esa ten d en cia de su gente a casarse. La im portancia de estas altas
tasas p u e d e d eb erse m ás a que ay u d aro n a consolidar un ord en social que asig­
naba un g ran valor al trabajo ard u o com o p arte de un sentim iento m arcado de
resp o n sab ilid ad co n la familia. Para no alabar exageradam ente al antioqueño, es
preciso añ a d ir que si bien en su m ayor p arte los paisas eran co n siderados com o
p erso n as diligentes y honestas, tam bién p o d ían ser, por fuera de los controles
sociales d e A ntioquia, g randes bebedores y cam orristas tem ibles.

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264 M . ■ I’ Al ii ''- - l'K A N K S a h a 'kd

El crecim iento dem ográfico sirvió de m otor para la vigorosa expansión


territorial de los paisas. D u ran te el siglo xix, los antioqueños se exp an d iero n en
to d as las direcciones desde las ciu d ad es centrales de Santa Fe de A ntioquia, M e­
dellín, R ionegro y M arinilla. A u n q u e hubo una colonización apreciable hacia el
este, el norte, el oeste y el suroeste, al com ienzo los antioqueños ocuparon un
territorio m ucho m ás extenso hacia el sur, colonizando lo q u e hoy son los d e p a r­
tam en to s de C aldas, R isaralda y Q uindío, y p enetrando en el valle del C auca y
en p artes de lo que se convirtió en el estado del Tolima.
El au m en to de la población antioqueña ejerció una presión cada vez m a­
y or sobre la tierra en los sectores que habían sido colonizados en los siglos xvn y
xviii. H acia fines del siglo xviii, la tierra agrícola en las proxim idades de M edellín
y R ionegro estaba d iv id id a en parcelas cada vez m ás pequeñas y su fertilidad
h abía m enguado. Es factible q u e la escasez y el agotam iento de tierras hubieran
em p u jad o a in d ividuos an tio q u eñ o s a la colonización espontánea. Sin em bargo,
h asta cierto p u n to el proceso de colonización tam bién fue org an izad o por los
com erciantes capitalistas d e las ciudades y pueblos m ás grandes. En ocasiones
se trató de un proceso coercitivo. En los últim os decenios del siglo xviii, los a d ­
m in istrad o res españoles p resionaron a quienes consideraban vagos a que colo­
n izaran n u evas regiones; d u ra n te el siglo xix tam bién se dio algo de colonización
coercitiva: los vagos, los prisioneros por d eu d as o los convictos en general eran
colocados a disposición de em presarios privados. Pero no todos los que coloni­
zaro n nuevas regiones fueron vagos, convictos o siquiera pobres; la riqueza de
alg u n o s colonos es evidente por cuanto llevaron consigo esclavos o sirvientes
com o parte de su fuerza laboral.
Varios proyectos de colonización aspiraban a desarrollar la m inería au rí­
fera m ediante el sum inistro de alim entos a zonas m ineras conocidas. Entre las
regiones de colonización directam ente asociadas con la extracción de oro en la
p rim era m itad del siglo xix se destacan Titiribí, en la cuenca del río C auca al
suroccidente de M edellín, y A norí y Amalfi, cerca del río Porce, al nororiente de
M edellín. Salam ina, al oriente del río C auca en lo que hoy es el d ep a rtam en to de
C aldas, tenía m ercados en las m inas de oro de M arm ato y Supía, en la m argen
occidental del río.
Ya fuere cerca o no de m inas de oro u otros m ercados potenciales, el p ro ­
ceso de colonización tuvo ciertos patrones com unes. En la cuenca del Cauca,
g ra n d es em presarios, con frecuencia com erciantes capitalistas de M edellín, se
ap ro p ia ro n de g randes extensiones de tierra en los valles m ás planos, en d o n d e
en g o rd aro n ganado. Los colonos m ás pobres se vieron obligados a o cu p ar tierras
m ás altas y quebradas. Allí, d esp u és de haber talado los bosques con hacha y
fuego, sem braron m aíz, fríjoles, yuca, plátano y caña de azúcar. A dem ás, criaron
cerdos. Si los m ercados para sus productos no eran rentablem ente accesibles,
p arte del excedente se daba a los cerdos, que luego podían cam inar al m ercado.
El proceso de colonización podía generar conflictos. Con frecuencia, los
colonos pobres com enzaban a cultivar nuevas parcelas, y descubrían después

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H i S I X ) R I . A D I . C i ’M ' M H I A . I ’ W . 'M ; , r ■ >X : . II 1 - A l : ; A >lf A 2bO

q u e la tierra form aba parte de grandes latifundios cuyos títulos estaban en p o ­


d e r de h o m b res acaudalados de M edellín, R ionegro u otros pueblos. En algunos
casos, los títu lo s de estas vastas extensiones p rovenían d e concesiones reales
d u ra n te la Colonia; en otros, se derivaban de com pras d e terrenos baldíos del
E stado d u ra n te la época republicana, a precios m uy bajos y con bonos g u b e rn a ­
m entales depreciados. Para los poseedores de títulos, los colonos rep resen tab an
u n recurso económ ico po rque al talar, desbrozar y cultivar la tierra le conferían a
esta un valo r q u e antes no tenía. Sin em bargo, solían presen tarse conflictos en tre
los colonos y los dueños de títulos en torno a q uién debía beneficiarse del valor
in crem en tad o p ro d u cid o por el trabajo de los prim eros.
A lg u n o s em p resarios colonizadores q u e habían o b ten id o extensas co n ­
cesiones d e tierra parecen haber percibido la colonización com o un proceso
colaborativo. En la cuenca del Cauca, al suroccidente de M edellín, los g ran d es
terraten ien tes fom entaron el desarrollo de nuevas zonas en tre g an d o parcelas a
los colonos a cam bio de que trabajaran en la ap e rtu ra y m antenim iento de cam i­
nos de h errad u ra , que vinculaban la región con los m ercados. En otros casos, sin
em bargo, se p resen tab an conflictos p ro longados en torno a derechos a la tierra
entre m ag n ates q u e reclam aban títulos legales sobre inm ensos terrenos y los
n um ero so s colonos que se habían establecido en esas m ism as tierras. C on fre­
cuencia, las d isp u ta s tenían que ver con el precio que los colonos debían p ag ar a
los ten ed o res de títulos por su tierra. En estas disputas, los m agnates que recla­
m aban un título legal sobre la tierra recurrían a sus relaciones con legisladores,
g o b ern ad o res provinciales y otros m iem bros d e la elite política, m ientras q u e
los reclam os d e los colonos m ás pobres solo contaban con el respaldo del sim ple
hecho d e la ocupación. Así, la colonización en A ntioquia y en las d em ás regiones
de la rep ú b lica se convirtió en una batalla "en tre el hacha y el papel sellado".
U na d e las d isp u tas m ás sonadas entre m agnates terratenientes y colonos
se presen tó en el área del actual d ep artam en to de C aldas, que era reclam ada
por la fam ilia A ranzazu de Rionegro, con base en una adjudicación hecha en los
últim os años de la Colonia. Esta disputa, que se prolongó d esd e com ienzos de
la década de los añ o s 1820 hasta la de los años 1850, tuvo com o p rotagonistas
a Juan de Dios A ranzazu, un hom bre con excelentes conexiones políticas q u e
represen tab a los intereses de su familia en M edellín y Bogotá, y su tío, Elias G o n ­
zález V illegas, q u ien se puso al frente del problem a en la zona de colonización
m ism a. C ontra ellos se unieron los colonos de asentam ientos com o Salam ina
(fun d ad a en 1827), N eira (1843) y M anizales (1848). G onzález fue asesinado en
1851, a p a re n te m e n te com o represalia por haber q u em ad o varias fincas de colo­
nos. El G obierno nacional zanjó la d isp u ta en 1853 al o rd e n a r la distribución de
u n a extensión apreciable de la tierra de la familia A ranzazu a los colonos que la
habían o cupado.
A dem ás de las disputas entre colonos y tenedores de títulos sobre latifun­
dios, tam bién se presentaron divisiones entre las oligarquías colonizadoras y los
colonos m ás p obres y m enos favorecidos. Los colonos m ás ricos, o aquellos que

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JUAN DE DIOS RESTREPO ENSALZA AL PUEBLO ANTIOQUEÑO,


JULIO DE 1858
"La p o b la c ió n a n tio q u e ñ a e s in c u e s t io n a b le la m á s v ig o r o s a , e m p r e n d e d o r a y e n é r g ic a d e
la C o n fe d e r a c ió n G r a n a d in a I-.-l e l p a ís g e n e r a lm e n te e s e s té r il y la a g r ic u ltu r a m u y d ifíc il.
L o s tr a n sp o r te s s o n s u m a m e n te p e n o s o s , la s p r a d e r a s d e g r a m a r e q u ie r e n p a ra fo r m a r s e
m u c h ís im o trab ajo [ ...j P ero al a n tio q u e ñ o n o h a a r r e d r a d o la s d ific u lta d e s d e la c o m a r c a
a r r u g a d a q u e le to c ó e n lo te . H a c o n s t r u id o h a b ita c io n e s so b r e p ic a c h o s ta n v e la d o s , q u e allí
le s d a ría v é r t ig o a la s á g u ila s; al tr a v é s d e fa ld a s ca si p e r p e n d ic u la r e s h a h e c h o c a m in o s , ha
c u lt iv a d o v a lle s in s a lu b r e s y m o r tífe r o s [ ...]
"El h o m b r e d e la s m o n ta ñ a s tie n e v ic io s y c u a lid a d e s q u e le s o n p e c u lia r e s . N ó t a s e p o r u n a
p a rte q u e g e n e r a lm e n te e s s u p e r s t ic io s o y fa n á tic o , o b s t in a d o e n s u s h á b ito s y r e a c io p ara
en tra r e n c u a lq u ie r a v ía d e r e fo r m a y d e p r o g r e s o so c ia l; p e r o e n c o m p e n s a c ió n e s s o b r io ,
tra b a ja d o r y a m a n te d e l o r d e n , d e la f a m ilia y d e l h o g a r [...1
" D é b e se , p u e s , e n g ra n p a rte la e n e r g ía y e n te r e z a d e l ca rá cter d e l a n tio q u e ñ o a e s a lu c h a
ru d a q u e h a te n id o q u e s o s te n e r c o n la n a tu r a le z a .
" P ero la p r o s p e r id a d y fu e r z a d e a q u e l p u e b lo , n o v a c ila m o s e n a trib u irla s al p u r ita n is m o
d e la s c o s tu m b r e s y a lo sa n a y v ig o r o s a q u e e s a llá la in s titu c ió n d e la fa m ilia I-..] A u n e n
la s c iu d a d e s p o p u lo s a s , n o e n c o n t r a n d o el h o m b r e p la c e r e s , s o c ie d a d , tea tr o , v id a e x te r io r
d e n in g u n a c la s e , fo r z o s a m e n t e tie n e q u e r e fu g ia r se e n la ca sa ; y el q u e n o v i v e e n fa m ilia
n o v iv e d e n in g u n a m a n e ra .
" D e e s ta fa lta d e p la c e r e s y d e v ita e x te r io r r e s u lta q u e e l m a tr im o n io e s u n a n e c e s id a d
g e n e r a l, y la s m u je r e s r e h u y e n to d a g a la n te r ía p e c a m in o s a , c o n la se g u r a p e r s p e c tiv a d e
se r e s p o s a s [ ...]
"El so lte r ó n e n A n tio q u ia e s u n a c u r io s id a d , u n fe n ó m e n o , u n a e s p e c ie d e aerólita: la s m a d r e s
lo se ñ a la n a s u s h ijas c o m o u n m o n s t r u o raro.
" L as c o s tu m b r e s , el ca rá cter, la s n e c e s id a d e s , e l a is la m ie n to , y tal v e z h a sta la n a tu r a le z a ,
c o n s p ir a n a llí e n fa v o r d e l m a tr im o n io [...]
"E n la s p a r r o q u ia s y lo s c a m p o s , a lo s d ie z y o c h o ó v e in t e a ñ o s to d o s lo s h o m b r e s s e ca sa n
[ ...] El a n tio q u e ñ o j o v e n y p o b r e to m a u n a m u jer sin m ie d o ni v a c ila c ió n , y s e la n z a e n la
v id a c o n t a n d o c o n s u s b r a z o s , s u v a lo r , su e n e r g ía y la P r o v id e n c ia [ ...] La m u jer c o m p a r te
v a le r o s a m e n t e la s fa tig a s c o n y u g a le s , y e s el m á s p o d e r o s o e le m e n to q u e h a y e n A n tio q u ia
d e m o r a lid a d y d e p r o g r e s o ( ...]
" C u a n d o la s m in a s s e a g o ta n y la s tierra s s e e s te r iliz a n e n a lg u n a p arte, to d a u n a p o b la c ió n
r e c o g e s u s u te n s ilio s d e l trabajo, s u s la r e s d o m é s t ic o s y e m ig r a en b u sca d e c o m a r c a s m á s
a fo r tu n a d a s t o d o s s e c o n fo r m a n c o n e s te a fo rism o : 'v iv ir e s lu ch ar'. H o y d ía u n a gran
p a rte d e la p o b la c ió n h a a b a n d o n a d o s u s v ie jo s h o g a r e s y s e ha p r e c ip ita d o a la s m o n ta ñ a s
d e l S u r, d o n d e s e v e n s u r g ir c o m o p o r e n c a n t a m ie n t o , d e l s e n o d e lo s b o s q u e s , a ld e a s y
c iu d a d e s . En t o d o s r in c o n e s d e la r e p ú b lic a h a y a n tio q u e ñ o s ; ejercen t o d a s la s in d u s tr ia s,
s e le s e n c u e n tr a n e n t o d o s lo s c a m in o s" .

Fuente: K astos, Em iro [Juan d e D io s R estrepo], " A n tioq u ia y su s costu m b res" . El Tiempo, 20 d e
julio d e 1858, reim p reso en: K astos, Em iro, A rticulos escogidos, L ondres, 1885, p p . 262-67.

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\ I S IG R IA
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prim ero llegaban a una zona y se atrincheraban en ella, dom inaban las juntas de
pobladores y los concejos m unicipales, posiciones q u e utilizaban para repartir
tierras de m an era qu e resultaran favorecidos sus parientes y am igos, al tiem po
que excluían a los m ás pobres o m enos conectados. Los colonos que no lograban
obtener parcelas b u enas tenían que convertirse en arrendatarios, alquilarse com o
jornaleros o m arch arse a colonizar otro lugar. Así, la distribución desigual de la
tierra en cada etap a del proceso de colonización contribuyó al dinam ism o incesan­
te de la exp an sió n antio q ueña hacia Caldas, el Q uindío y el valle del Alto Cauca.
La m an ip u lació n del proceso p o r la o ligarquía colonizadora fue especial­
m ente e v id en te en la evolución de M anizales. Esta ciu d ad fue fu n d a d a por colo­
n izad o res q u e saliero n de N eira, en d o n d e tenían u n a d isp u ta con los A ranzazu,
cuyos in tereses d efen d ía Elias C onzález Villegas. Los fu n d a d o res de M anizales
utilizaro n sus conexiones allí para acap arar para ellos y sus am igos las m ejores y
m ás extensas tierra s de los alrededores. M ás tard e esos m ism os hom bres, en su
calidad d e co m ercian tes capitalistas de M anizales, in ten taro n d o m in ar zonas de
colonización m ás ta rd ía en el Q uindío.
Las elites co lo m b ianas de otras regiones estab an encan tad as con los colo­
nizad o res p aisas com o trabajadores. C u an d o los an tio q u eñ o s llegaron al Q u in ­
dío, las a u to rid a d e s políticas del C auca quisieron concederles tierra para que
establecieran allí c o m u n id ad e s perm anentes. Jorge Juan H oyos, el go b ern ad o r
de la pro v in cia del C auca, creía q u e los asentam ientos an tio q u eñ o s p odrían con­
tribu ir a d esa rro llar las com unicaciones terrestres hasta A ntioquia y por el paso
del Q u in d ío h asta el valle del M agdalena, y que ten d ría n u n efecto positivo so­
bre la a g ric u ltu ra en el valle del C auca m ism o. "U n peón an tio q u eñ o vale por
tres de los d e aq u í", le inform ó al presid en te H errán en 1844. "Estos hom bres no
descansan: a p e n as acab an de sem brar en sus posesiones vienen a concertarse
para el... in v ie rn o ...". M ás tarde. H oyos inform ó q u e había av an zad o m ucho
m ás en la a p e rtu ra d el cam ino del Q u in d ío de lo q u e esperaba, "ay u d a d o de
los peo n es an tio q u eñ o s, que hasta ahora no han descubierto m ás que una m ala
cualid ad , la d e no p a ra r..." .

E l C a u c a , a r is to c r a c ia y e s ta n c a m ie n to

D u ra n te los siglos xix y xx, hubo la tendencia a c o m p arar a los antioqueños


con los bogotanos. Sin em bargo, quizás es m ás interesante co m p arar a A ntioquia
con la reg ió n del C auca. A ntioquia tuvo im p o rtan tes m inas auríferas en diversos
sitios d u ra n te la C olonia, pero su p eriodo de m ayor dom in io vino m ás tarde,
c o m en zan d o hacia fines del siglo xviii y consolidándose en el xix. A com ienzos
del siglo XIX, los an tio q u eñ o s apenas com enzaban a salir del atraso y la pobreza
relativos del siglo xviii, para asu m ir su posición decim onónica com o nuevos ri­
cos de carácter e m p re n d e d o r.
Por el co n trario , la región del C auca revistió b astan te im portancia d u ra n te
la C olonia. Esta reg ió n fue uno de los principales p ro d u cto res de oro práctica-

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268 M arco 1’ \ i \i u«-- - Frank S mi oro

m ente d esde q u e los españoles se establecieron en P opayán. A dem ás, en co m p a­


ración con las lim itaciones agrícolas del escarpado A ntioquia, tanto la región de
Popayán com o la extensión plana del valle del C auca ofrecían un gran potencial
para la p roducción de alim entos. La ab u n d an cia agrícola y m ineral del C auca lo
convirtieron en un foco im p o rtan te de asentam iento español, y P opayán surgió
desd e los inicios de la C olonia com o capital política, eclesiástica y económ ica
del occidente. Así, d u ra n te el p eriodo colonial P opayán desarrolló u n a aristro-
cracia su sten tad a en la extracción d e oro, sobre todo por esclavos negros, y en
haciendas agrícolas q u e utilizaban m ano de obra esclava e indígenas del flanco
occidental de la cordillera C entral.
Hacia las décadas de los años 1820 y 1830 P opayán, y en general toda la
región, ya h ab ían p erd id o gran p arte de su influjo económ ico, en g ran m edida
po r los efectos de la g u erra de independencia. Pasto había sido d ev a sta d a d u ra n ­
te el decenio de los años 1820, sobre todo p o r la represión republicana. T anto en
los alred ed o res de P opayán com o en el valle del C auca ejércitos rivales habían
reclutado a u n a gran p arte de la fuerza laboral disponible, incluidos no pocos
esclavos, en tan to q u e m uchos otros ap rovecharon el deso rd en g en erad o por la
gu erra para escapar. Los ejércitos en fren tad o s tam bién se llevaron gan ad o , ca­
ballos y todo tipo de alim entos d e las haciendas. D urante la guerra d e in d e p e n ­
dencia, los alim entos escasearon hasta tal p u n to en el valle del C auca q u e este
ya no p u d o abastecer las m inas en el C hocó y las cuadrillas m ineras d e esclavos
com enzaron a desintegrarse. Los conflictos regionales recu rren tes de com ienzos
de la década d e los años 1830 ocasionaron nuevas perturbaciones, y d u ra n te la
rebelión de 1840-1841 el general José M aría O b an d o reclutó a m uchos esclavos,
ag rav an d o los p roblem as ocasionados por la guerra civil. El reclutam iento de
esclavos y negros libres por O b an d o y otros produjo no solo un debilitam iento
adicional de la esclavitud, sino tam bién algunos casos de rebelión d u ra n te el
decenio de los años 1840.
La reducción progresiva de la esclavitud hasta su abolición form al en 1852
debilitó aú n m ás la m inería aurífera en p artes d e la región caucana, m ientras que
A ntioquia, m ás d ep e n d ien te de la m ano de obra libre, se recuperó rá p id a m en te
d esp u és de la crisis de la independencia. Las estim aciones d e la C om isión C oro­
gràfica a m ed iad os del siglo indican que el valor per cápita del com ercio regional
de A ntioquia p u d o haber sido m ás de cinco veces su p erio r al d e P opayán y del
valle del Cauca.
Sin em bargo, la aristocrática P opayán, d u ra n te gran p arte del siglo xix,
conservó un a im portancia política m uy su p erio r a su fuerza económ ica. Los
M osquera, los A rboleda y otros integrantes d e la elite payanesa con quienes se
casaron siguieron siendo personajes d estacad o s de la dirigencia política de una
sociedad a la vez republicana y aristocrática. D urante el siglo xix, cu atro h erm a­
nos M osquera ocuparon cargos em inentes en la N ueva G ranada. Dos fueron

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presidentes: Joaquín (1830-1831) y Tom ás C ipriano (1845-1849,1861-1863,1863-


1864,1866-1867). M anuel M aría M osquera fue d u ra n te m uchos años em bajador
en E uropa (1838-1849) y su herm ano m ellizo, M anuel José, fue u n g id o arzobispo
d e Bogotá (1834-1853).
Pese a los estragos ocasionados d u ra n te el p erio d o d e independencia, en
la décad a d e los años 1820 P opayán todavía conservaba p arte del brillo d e su
gloria colonial. Un em isario británico, el coronel J. P. H am ilton, q u ed ó d eslu m ­
b rad o p o r P o p ay án y su aristocracia. Las edificaciones de la ciu d ad le p arecie­
ro n "m u y su p erio res a las de Bogotá", en especial las m ansiones de las "pocas
fam ilias m u y ricas". En particular le im p resio n aro n las casas y haciendas de los
M osquera y los A rboleda. Joaquín M osquera había estad o en Inglaterra y " tra ­
taba d e im itar los hábitos y las costum bres [inglesas] lo m ás posible". En Japio,
la hacien d a d e José Rafael A rboleda cerca de Q uilichao, to d o estaba bellam ente
o rd e n ad o . Las alcobas estaban d eco rad as "co m p le tam en te en el estilo francés"
y ten ían artícu lo s d e tocador franceses y británicos q u e solo se veían "en las
fam ilias ricas en E u ro p a". Según H am ilton, incluso las esclavas q u e lavaban el
o ro estab an " p u lc ra m e n te vestidas con en a g u as blancas y a d o rn o s azules". Sin
em bargo, los M osquera y los A rboleda tenían un lado m ás som brío. Un indicio
d e q u e no to d o era tan idílico: el m uy resp etad o Joaquín M osquera, co n siderado
d e n tro de la clase política el em blem a m ism o del b u en juicio y la m oderación,
se cortó u n te n d ó n de un dedo en 1824, con la su b sig u ien te gangrena y a m p u ­
tación, p o r " u n g o lpe q ue se dio sobre el diente d e u n negro". Y a u n q u e en Po­
p ay án estas fam ilias vivían espléndidam ente, otros payaneses habitaban chozas
b u rd a s en el p rim itiv o Chocó, velando p o r las em p resas m ineras fam iliares.
En to d o caso, si bien los M osquera, los A rboleda y los dem ás de su especie
co n stitu ían la fachada elegante del Cauca, no eran re p resen tativ o s ni siquiera del
estrato alto en el resto d e la región. P articularm ente en el valle del Cauca, n u ­
m erosos terraten ien tes con extensas superficies de tierra vivían en tre sus escla­
vos y ap arcero s d e m odo relativam ente sim ple, y hasta en condiciones difíciles,
ya fuere en los pueblos o en el cam po, y su riqueza relativa solo era visible en
sus g ra n d es ca n tid a d es de tierra y ganado. O cu p ab an u n herm oso valle, fértil y
bien irrig ad o , p ero cuyas posibilidades económ icas estab an co n streñ id as p o r las
m o n tañ as circ u n d an tes que los aislaban de m ercados potenciales.
El valle del C auca todavía sum inistraba alg u n o s alim entos a sus regiones
m ineras del Pacífico, p o r ejem plo el cerdo y la carne seca que se despachaban
d esd e C artag o h asta el Chocó. Más al sur, T úquerres, en las m o n tañ as al occi­
d en te d e Pasto, env iab a a diario setenta cargueros h u m a n o s en u n viaje de ida y
regreso q u e d u ra b a quince días, para abastecer a los m ineros auríferos de B arba­
coas con carne, p a p a y otros alim entos a lo que debió ser u n costo extraordinario.
Pero en la p rim e ra m itad del siglo xix, los únicos p ro d u c to s de la región que lle­
gaban a m ercad o s m ás lejanos eran el oro y algo de qu in a, y en la seg u n d a m itad
del siglo algo d e tabaco. Las posibilidades de exportación d e la región seguirían

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270 Maki . > P,\i Al Rvs - Fkank S aha'kd

siendo ex trem ad am ente lim itadas hasta que el tránsito m ejorado a través del
istm o de P anam á, gracias a la construcción de un ferrocarril e stad o u n id e n se en
la década de los años 1850, sum inistró un incentivo para co m en z ar a com unicar
m ás efectivam ente a Cali con B uenaventura y el Pacífico.

L a c o s ta a tlá n tic a

En las d écadas de los años 1830 y 1840, la región caribeña de la N ueva


C ran a d a contenía, incluido el istm o de P anam á, cerca de u n a q u in ta p arte de la
población nacional. U bicada a considerable distancia de sus co m p atrio tas del
interior m ontañoso y con circunstancias de vida m uy diferentes, la gente de la
costa atlántica se sentía bastante lejana del resto de la población, no solo en tér­
m inos espaciales sino tam bién culturales. Este sentim iento d e distancia trascen­
día la rivalidad entre C artagena y Bogotá. M ientras la gente en el interior vivía
aislada en reductos m ontañosos, los costeños estaban m ucho m ás conectados
con el m u n d o exterior. F orm aban p arte del C aribe, tanto cu ltu ral com o com er­
cialm ente. En su form a d e hablar y en su estilo cultural, la costa era m arcad a­
m ente afrocaribeña. A dem ás, no eran las restricciones q u e im ponía la cordillera
lo que configuraba la vida de los costeños, sino el com ercio m arítim o y fluvial.
De las diversas subregiones de la costa, la m ás d istan te del interior y la
m ás aislada de sus corrientes políticas era el istm o d e Panam á. Com o zona de
tránsito entre el A tlántico y el Pacífico, P anam á sentía m ás el influjo del paso de
extranjeros qu e otras regiones del país. Ya en las d écadas d e los años 1830 y 1840,
británicos, franceses y norteam ericanos, a veces en asocio con n eogranadinos,
plantearon proyectos para co n stru ir carreteras, ferrocarriles o canales q u e ace­
leraran el cruce del istm o. C u an d o se descubrió el oro en C alifornia, h o rd as de
n orteam ericanos atravesaron el istm o en su cam ino hacia los yacim ientos aurífe­
ros, y no pocos extranjeros se q u ed a ro n allí. A m ediados del siglo, P anam á con­
taba con m ás residentes extranjeros que cualquier o tra región del país. El papel
del istm o com o zona de tránsito cada vez m ás activa fortaleció su sentim iento de
diferencia con respecto al resto del país y abrió a sus elites la posibilidad d e un
fu turo in d ep en d iente com o em porio com ercial.
Panam á difería incluso del resto de la región atlántica d eb id o a su co­
nexión con el Pacífico —con G uayaquil y L im a— m ucho antes d e q u e estallara la
fiebre del oro en California. Fuera del p u erto de C artagena, la región de la N u e­
va G ranada con la que estaba m ás vinculado el istm o era el C auca, a través del
p u erto pacífico de B uenaventura. A lgunos m iem bros de las fam ilias m ás aristo­
cráticas del C auca se dedicaron al com ercio en el istm o, y P anam á tendió a estar
política y económ icam ente vinculado con esa región, tanto com o con C artagena.
En las dem ás zonas de la región caribe de la N u ev a G ran ad a, las inquie­
tu d es de la elite se concentraban en intereses diferentes. M ientras la vida de Pa­
nam á giraba en torno a la travesía en tre el A tlántico y el Pacífico, en el cinturón
costero d esde C artagena hasta Santa M arta la preocupación crucial consistía en

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tra ta r d e convertirse en el p u n to de tránsito principal para el com ercio en tre


el in terio r n eo g ran ad in o y el m u n d o atlántico. D u ran te la C olonia, al am plio y
p ro te g id o p u e rto de C artagena se le habían o to rg ad o privilegios oficiales, y el
resto d e la costa había d ep e n d id o m ás que todo del contrabando. Sin em bargo,
la obstru cció n del canal del D ique, que conectaba a C artagena con el río M ag­
d alen a, hizo p erd er a los cartageneros su dom inio, y en las d écadas de los años
1830 y 1840 Santa M arta reem plazó a C artagena com o p u erto principal d e la
N u e v a G ra n a d a para el ingreso de bienes im portados. D u ran te estos años, el
p u e rto oceánico de Sabanilla y el cercano p u erto fluvial de B arranquilla fueron
insignificantes. De hecho, C artagena y Santa M arta, rivales en todo lo dem ás,
a u n a ro n su influencia política para m an ten er el tráfico internacional alejado del
p u e rto d e Sabanilla en tre 1824 y 1842. Sin em bargo, en 1871, cu a n d o finalm ente
B arran q u illa y Sabanilla q u ed aro n conectados p o r ferrocarril, B arranquilla su r­
gió com o el p u erto d o m in an te en la costa atlántica.

E s c l a v o s e in d íg e n a s

En 1821, el C ongreso de C úcuta estableció com o m eta nacional la libertad


de los esclavos negros y la incorporación de los indios a la república com o c iu d a­
d an o s. Las elites n eo g ran ad in as tam bién in ten taro n poner fin a las distinciones
fo rm ales y legales d e castas q u e rigieron d u ra n te la Colonia. Sin em bargo, la v e r­
d a d es q u e las elites n eo g ran ad in as nunca consideraron realm ente a los negros o
a los in d io s com o su s iguales. La clase d o m in an te de la N ueva G ra n ad a sí tenía
co n cep to s b astan te diferentes con respecto a estos dos g ru p o s su b o rd in ad o s. La
població n in d íg en a no parecía rep resen tar una am enaza para el control de la eli­
te. M ás bien, d esd e la perspectiva de la clase dom inante, los indios perm anecían
p asiv am e n te en las condiciones de servilism o y degradación que los caracteriza­
ron d u ra n te el régim en colonial español, y m ostraban poco interés en integrarse
a la re p ú b lic a y progresar. La población negra era m uy distinta. En contraste con
la p a siv id a d d e los indios, los negros tendían a hacer valer su libertad. Ju stam en ­
te era esa ase rtiv id a d la que atem orizaba a la clase dom inante.
En lo q u e respecta a la población negra, las elites n eo granadinas, sobre
todo €n zo n as esclavistas, abrigaron ciertas in q u ietu d es en tre las décadas de los
años 1820 y 1850. U na de las preocupaciones tuvo que ver con la m anum isión de
los es-clavos. M uchos du eños de esclavos consideraban q u e la ley de libertad de
parto-s d e 1821, q ue les perm itía contar con el trabajo de los hijos d e esclavos has­
ta c u a n d o cu m p lieran 18 años, no les significaba una indem nización suficiente.
A d em ás, les p reo cu p ab a que, una vez em ancipados, los negros ya no quisieran
trabajjar; los d u eñ o s d e m inas y haciendas p e rd erían su fuerza laboral y enfren­
ta ría n el esp ectro d e una población negra libre, seguram ente sin trabajo, vaga
y sin control posible. Estas in q u ietu d es se expresaron en 1821 cu a n d o se estaba
d iscu tie n d o la ley d e libertad de partos en el C ongreso d e C úcuta. El C ongreso
co n tem p ló , p ero rechazó, una p ro p u e sta d e José M anuel R estrepo en el sentido

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272 M \Ki o P a i a d u n - F k a n k b \ t h -k o

de exigir que los hijos su p u estam en te "libres" de esclavos siguieran trabajando


para sus antiguos am os hasta que cum plieran 25 años.
El tem a tenía que ver con algo m ás que la p é rd id a d e la m ano de obra
negra, ya fuere esclava o "libre". Tam bién había una p reocupación persistente
sobre lo que sucedería d u ra n te la lenta transición entre la esclavitud y la liber­
tad. Si a algunos esclavos se les estaba concediendo la libertad m ed ian te la ley
de 1821, ya fuere por parto o por la com pra de su m anum isión, ¿acaso eso no
convertiría la esclavitud en una situación aún m ás intolerable para quienes si­
guieran en ella? Estas tensiones p o d rían llevar a una g u erra racial. Para que no
se produjera una situación tan explosiva, uno de los d elegados en C úcuta había
p ro p u esto que se concediera la libertad sim ultáneam ente a todos los esclavos.
Poco después, en 1822, Jerónim o Torres, de Popayán, publicó u n panfleto en
el que confesó su preocupación de que el aum ento en la población negra libre
pusiera en entredicho la tranquilidad social. Torres concluyó que la única solu­
ción para el peligro del conflicto racial era la elim inación d e la población negra
m ediante el mestizaje, que pro p u so lograr con el envío de vagos y pro stitu tas a
vivir con los esclavos em ancipados.
D esde luego, el tem or frente a la población negra libre era m ás notable en
las regiones de m ayor concentración de negros. D urante la década de los años
1820, la preocupación por una guerra racial se expresó sobre todo con respecto
a Venezuela, pero tam bién surgió una inquietud pública en C artagena en 1828,
cuando los bolivarianos acusaron al general José Padilla d e incitar a los "p ard o s"
de esa ciu d ad para que apoyaran su rebelión. En julio d e 1831, las a u to rid a d es
de M om pox se quejaron de que los p ard o s de la ciu d ad se habían vuelto "in so ­
lentes" y tem ían una rebelión; m ás tarde, en 1831 y 1832, surgieron preocupacio­
nes sim ilares entre la elite sam aría y cartagenera, y alg u n o s de los acusados de
conspiración fueron fusilados. Estas presuntas conspiraciones se consideraban
relacionadas con la agitación antiesclavista en jam aica, y algunos integrantes de
la elite neogranadina tem ían el probable im pacto que ten d ría en su país el hecho
de que G ran Bretaña aboliera la esclavitud en Las Antillas. Por su p u esto , la re­
gión del Cauca fue otro de los lugares en d onde m ás se tem ió una g u erra racial.
En 1832, cu ando algunos caucanos se sintieron tentados a anexar su región al
Ecuador, Eusebio Borrero, de Cali, atribuyó la conform ación de este m ovim iento
a las am biciones de los pardos en el valle del Patía y p idió un castigo ejem plari­
zante para ellos, au n q u e se cree que el m ism o Borrero fue uno de los principales
p rom otores de la anexión propuesta.
Por no q uerer p erd er su pro p ied ad y su fuerza d e trabajo y por tem or a
que se queb ran tara el orden social, los dueños de esclavos en la región del Cauca
se convirtieron en el epicentro de la resistencia contra la em ancipación gradual
estip u lad a en la ley de 1821. Esta ley contem plaba el gravam en de las herencias
para crear fondos destinados a com prar la libertad de los esclavos adultos. Sin
em bargo, en algunas regiones esclavistas los fondos d e m anum isión se m antu-

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f I h h 'R IA DI. C o i o m b i a . P . A b IT?.\( a h \ T ,\r,X', S<X II-DAI ■ 0 | \ IDIIVA 273

C uadro 9.9. N úm ero de esclavos y porcentaje de la población por regiones, 1835,


1843,1851 (los datos correspondientes a las provincias están agrupados según las regio­
nes q ue se convirtieron en estados entre 1857 y 1880).
R e g ió n 1835 1843 1851
No. de % d e la No. de % d e la N o. de % d e la
esclavos p o b lac ió n esclavos p o b la c ió n esclavos p o b lac ió n

O c cid e n te d e l M a g d a le n a
Cauca 21.599 10,3 15.212 5,7 10.621 3,3

.\n tio q u ia 3.455 2,2 2.730 1,4 1.778 0,7

T olim a 1.504 0,9 908 0,5 345 0,2


C osta a tlá n tic a
Bolívar 4.867 2,7 3.012 1,6 1.695 0,8
M ag d a len a 1.960 3,2 1.495 2,4 860 1,3

P anam á 1.461 1,2 1.187 1,0 496 0,4

C o rd ille ra O rie n ta l
C u n d in a m a rca 1.245 0,5 802 0,3 216 0,07

Boyacá 311 0 ,1 125 0,04 37 0,01

S an tan d er 2.439 0,9 1.307 0,4 420 0,1


N a ció n 38.840 2,3 26.778 1,4 16.468 0,7

Fuente: G ó m ez. "Los c e n s o s en C olom bia", cu ad ros 6, 7, 8, en: U rrutia y A rrubla, Compendio de esta­
dísticas históricas.

vieron exiguos y se concedió la libertad a m uy pocos esclavos. En la provincia


d e P opayán, en la región de C aloto, en d o n d e los esclavos rep resen tab an el 32
por ciento d e la población en 1835, no se concedió la libertad a n in g ú n esclavo
ad u lto en tre 1835 y 1840.
Existía u n a clara división de sentim ientos en torno a la m anum isión d e los
esclavos en tre la cordillera O riental, en d o n d e había pocos esclavos, y el C auca,
en d o n d e eran relativ am ente num erosos. Las provincias orientales de Vélez, q u e
tenía 637 esclavos en 1835, y Tunja, que solo tenía 133, liberaron m ás esclavos
en tre 1835 y 1839 q u e la provincia de P opayán o la provincia del C auca, cada una
de las cuales tenía m ás de 5.000. Por otra parte, en 1839, el año en q u e debía co n ­
cederse la libertad a los prim eros niños esclavos de co n form idad con la Ley d e li­
bertad d e p arto s, se inform ó que los esclavistas del C auca estaban p id ien d o a los
párrocos q u e ca m b ia ran los registros de nacim iento de los hijos de sus esclavos.
Y cu a n d o los n iñ o s esclavos alcanzaron la ed a d de la libertad, alg u n o s caucanos
trata ro n de reten erlo s bajo su control, a rg u m e n ta n d o q u e todavía les debían el
costo de h ab erlo s alim en tado d u ra n te 18 años. En otros casos, sim plem ente no
inform ab an q u e su s niños esclavos habían cu m p lid o ya la e d a d reglam entaria.

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274 M \R( c ' í ’ a i a g k x s - F k a n k S a i h > r d

La resistencia contra la m anum isión por p arte de los d u eñ o s de esclavos


en el C auca d u ra n te la década de los años 1830 dio paso a u n conflicto social
violento a com ienzos del decenio de los años 1840. D urante su rebelión contra
el gobierno nacional en 1840-1841, el general José M aría O b a n d o p rim ero reclu­
tó a los negros libres del valle del Patía, entre quienes tenía p artid a rio s d esd e
hacía bastante tiem po. Más tarde, para recu p erarse de una serie de d errotas, en
febrero de 1841, O bando tam bién com enzó a reclutar esclavos en las m inas y
haciendas, prom etiéndoles la libertad. El arzobispo M anuel José M osquera le es­
cribió a su m ellizo en Londres que O b an d o "p red ica división d e tierra, g u erra a
los propietarios, y todo el sansculotism o m ás horrible". Con su s reclutas negros,
tanto esclavos com o libres, O bando logró tom arse tem p o ralm en te P opayán, Cali
y prácticam ente la totalidad del valle del Cauca. A unque O b a n d o finalm ente fue
d erro tad o p or tropas gubernam entales y obligado a exiliarse, su levantam iento
de negros libres y esclavos siguió teniendo repercusiones en la región. En abril
de 1843, b an d as de negros libres y esclavos en la región d e C aloto atacaron v a­
rias haciendas, aseg u ran d o que O b an d o regresaba para liberar a todos los es­
clavos. La población blanca local h uyó del cam po y se refugió en el pueblo de
Caloto, m ientras se propagó el pánico p o r todo el Cauca.
Parece claro q u e la rebelión de O b an d o d e 1840-1841, y en m enor grado
sus repercusiones de 1843, debilitaron n otoriam ente la institución de la esclavi­
tud en la región del Cauca. C om o ilustra el cu ad ro 9.9, en tre 1835 y 1843 hubo
una reducción sustancial en la cantidad de esclavos en el C auca (incluidos el
valle del Cauca, P opayán y la región de Pasto). Com o esta reducción se produjo
en m edio de un a fuerte oposición de los esclavistas cancanos al proceso d e m a­
num isión, es preciso concluir que la dism inución de la esclavitud en esos años
debió o currir en gran parte debido a q u e los esclavos se escaparon del control
de sus dueños.
D espués del reclutam iento de negros libres y esclavos p o r p arte de O b an ­
do en 1840-1841 y d e sus repercusiones m ás lim itadas en 1843, se presentó una
fuerte reacción de los dueños de esclavos en el Cauca. La p rim era respuesta del
C ongreso en Bogotá a la ansiedad creciente en el C auca fue resucitar la p ro p u e s­
ta de José M anuel R estrepo en 1821, según la cual los niños esclavos tendrían
la obligación de trabajar hasta los 25 años. Esta idea, que se debatió en 1840,
finalm ente se p rom ulgó com o ley en 1842, con el argum ento de que ese periodo
de trabajo forzado ay u d aría a p re p ara r a los hijos de esclavos para la resp o n sa­
bilidad qu e im plicaba la libertad. Sin em bargo, para los d u eñ o s de esclavos en
el C auca otra razón fundam ental para p rolon gar el trabajo forzado era im pedir
el colapso del sistem a esclavista al reducir la disp arid ad d e condición en tre los
esclavos y sus hijos libres. Según la clase d o m in an te caucana, el n ú m ero crecien­
te de negros libres tenía m ucho que ver con el descontento de quienes seguían
en la esclavitud. A lgunos creían que los esclavos eran soliviantados por la "e n ­
vidia" qu e les despertaban los negros libres. Jorge Juan H oyos, g o b ern ad o r de
la provincia del Cauca, planteó en 1843 un análisis distinto: cu a n d o los jóvenes

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I lisTL'KiA l h : C o i o m h i a . I ’ a :- g ; a a i í ^m a i k ), a ix k i i a d i ,'i \ id id a 275

em an c ip ad o s tenían la posibilidad de hacer lo que quisieran, tanto ellos com o


su s p arien tes esclavos se volvían ingobernables. En su opinión, era preciso so­
m eter a esto s jóvenes a trabajos forzados, a fin d e m inim izar la diferencia entre
la esclav itu d y la libertad.
La reacción en el C auca se ag udizó d esp u és d e los sucesos en Caloto, en
abril de 1843. En u na petición al C ongreso, cerca de 300 notables payaneses, así
com o alg u n o s caleños, se quejaron de que el capital que habían invertido en es­
clavos, a q u ien es juzgaban esenciales para la econom ía regional, se había p e rd i­
d o com o re su ltad o de la ley d e 1821 sin indem nización alguna, p o r lo cual, según
ellos, el C auca estaba siendo red u cid o a la m iseria. En segundo lugar, dijeron, la
ley de lib ertad d e partos, al em an cip ar a algunos esclavos pero no a otros, había
pro p iciad o u n g ran desorden. Los hijos de esclavos em ancipados se habían con­
vertid o en vagos, m ientras q u e num erosos esclavos que se habían d ad o a la fuga
infestaban los bosques y constituían una am enaza para la sociedad. La petición
d e P o p ay án u rg ía la derogación de la ley de libertad de partos, arg u m e n tan d o
q u e la p ro m esa de eventual libertad era lo que había originado los disturbios. Y
si los esclavos se sublevaban, tanto a ellos com o a sus hijos se les debía negar el
derech o d e m anum isión.
El C on g reso en Bogotá no quiso acoger estas propuestas extrem istas, pero
sí p ro m u lg ó leyes que aten d ían varias de las d em an d as de los esclavistas p ay a­
neses. En m ayo d e 1843 declaró que los líderes de "cuadrillas d e m alhechores"
qu e recu rrían a la fuerza para robar estarían sujetos a la pena de m uerte. El m es
siguiente, el C ongreso perm itió la exportación de esclavos (práctica que se había
pro h ib id o en 1821), e instó a las au to rid ad es a ay u d a r a los d u eños que q uisieran
ex p o rtar a cu a lq u ie r esclavo considerado "perjudicial". Así m ism o, estipuló cas­
tigos p ara q u ien es alentaran levantam ientos esclavos y ofreció la libertad a los
esclavos q u e in fo rm aran sobre conspiraciones d e rebelión.
La gen te d e la época justificaba la práctica de la exportación com o un
m o d o d e d esh acerse de esclavos "incorregibles" o peligrosos. Sin em bargo, es
obvio q u e la m ed id a tam bién abría un cam ino para que los d u eñ o s recuperaran
parte del capital q u e habían invertido en sus esclavos en m om entos en que la
abolición d e la esclavitud parecía inm inente. Esta preocupación económ ica, la
de no p e rd e r el d in ero in v ertid o en sus esclavos, es evidente p uesto que antes de
que la ley d e 1843 diera vía libre a la exportación, los esclavistas del C auca ya lo
estab an h acien d o de m odo ilegal. En 1837 y en 1839 se inform ó sobre el traslado
de esclavos cau can o s al p u erto de B uenaventura para venderlos en Perú, a p a ­
ren tem en te p ara ev itar la p é rd id a financiera q u e entrañaba la em ancipación de
sus hijos. A d em ás, el tam año de los envíos de esclavos registrados con destino a
Perú su g iere q u e n o solo se estaba ex p o rtan d o a los sediciosos. Así, el tem or que
d esp e rtab a u n a rebelión negra en 1843 instó al C ongreso a legalizar lo que alg u ­
nos d u e ñ o s d e esclavos ya estaban haciendo ilegalm ente por m otivos m ás que
todo económ icos. Esta afirm ación parece confirm arse con lo q u e sucedió cu an d o

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276 M \Rc:o P a i a c r x s - [ ' k a \ k S a i i d r i '

la exportación de esclavos se prohibió n u evam ente en 1847. M ientras el proyecto


de ley hacía tránsito en el C ongreso de Bogotá, Julio A rboleda el hijo ed u c ad o en
E uropa de los elegantes A rboleda d u eñ o s de esclavos a q u ienes visitó el coronel
H am ilton en 1824, se ap resu ró a enviar a m ás de doscientos esclavos con sus
hijos al p u erto de B uenaventura en el Pacífico, para ven d erlo s en el P erú antes
de que la legislación en trara en vigor.
Pese a las m edidas draconianas ad o p tad a s en Bogotá en 1843, la elite c a u ­
cana se sintió relegada p o r el gobierno capitalino, al q u e consideraba d o m in ad o
p o r hom bres que, al p rovenir de provincias en d o n d e la esclavitud era ap e n as
u n a institución m arginal, no co m prendían los problem as que afro n tab an los
d u eñ o s de esclavos en el Cauca. El general Ensebio Borrero, furioso p o rq u e el
C ongreso no había d ero g ad o la Ley de libertad de partos, am en azó en 1843 con
resucitar su plan de 1831, de sep arar el C auca de la N ueva G ra n ad a y fo rm ar un
"cu arto Estado", si el G obierno nacional no se m ostraba m ás com prensivo.
A p esar de la resistencia de los du eñ o s de esclavos cancanos, la población
esclava de la región estaba dism inuyendo, al igual que en las d em ás regiones del
país. En 1825, la región del C auca tenía cerca de un 14 por ciento de población
esclava; en 1835 tenía 10,3 por ciento; en 1843, 5,7 por ciento; en 1851, cu a n d o
la esclavitud estaba a p u n to de ser abolida del todo, ya se había re d u cid o al 3,3
por ciento. En vista del lento ritm o de las m anum isiones antes d e 1846, parece
im probable qu e la em ancipación explique la reducción de la población esclava
antes de esa fecha. La dism inución de la esclavitud en el C auca en tre 1825 y
1849 probablem ente refleja la m ortalidad de los esclavos, las fugas co n tin u as de
algunos, y su exportación. Hacia fines de la década de los años 1840, y en p a rti­
cular desp u és de 1849, cu an d o los liberales estaban en el p o d er y el sentim iento
antiesclavista se acentuaba cada vez m ás, el ritm o de la m an u m isió n se aceleró.
—. Para la elite política, el trato con la población am erin d ia tam bién resultaba
un tanto m olesto, au n q u e por lo general se consideraba m enos am en azan te. La
población indígena sobreviviente correspondía a tipos distintos. A lgunos, com o
los habitantes de las selvas del Chocó o del P utum ayo, vivían a considerable
distancia de las principales zonas de asentam ientos hispánicos y ten d ían a ser
olvidados. O tros, com o los habitantes de la península d e La G uajira, p lan teab an
dificultades p o rque en el periodo republicano, al igual que d u ra n te la C olonia,
se dedicaban al co n trab an d o y a veces eran violentos; con todo, tam bién eran
m arginales. C u ando la elite encargada de d iseñar políticas se refería a los indios,
tenía en m ente las poblaciones nativas sedentarias, sobre todo en la cordillera
O riental y en Pasto y P opayán, que en el siglo xvm ya estaban hasta cierto p u n to
in tegradas a la econom ía y cultura hispánicas.
Tanto al final de la Colonia com o a com ienzos de la República, los crio­
llos neogranadinos trataron de incorporar un poco m ás a esta población indígena
parcialm ente integrada a la sociedad hispánica. Pero al m ism o tiem po la clase d o ­
m inante hispana creía que incluso los indios sedentarios y un tanto hispanizados

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277/

eran inferiores y estúpidos. En opinión de la elite, los indios eran poco em p ren ­
dedores d esd e el p u n to de vista económ ico y tendían a retrasar el desarrollo del
país. D esde finales del siglo xviii, las clases dom inantes consideraron que la solu­
ción para el "pro b lem a indígena" era hom ogeneizar a los nativos con la población
hispana, económ ica, cultural y genéticam ente. En las postrim erías de la Colonia,
esto significó ab rir las tierras com unitarias indígenas para que p u d ieran ser utili­
zadas p o r cam pesinos blancos y m estizos. En los prim eros años de la República se
prosiguió con esta política, pero tam bién cobró im portancia otro aspecto, así fuera
solo tem poralm ente: la integración política. Esta m eta se reflejó especialm ente en
el C ongreso d e C úcuta de 1821, que declaró que en adelante los indios debían
considerarse ciudadanos. Sin em bargo, esta declaración resultó un sim ple form u­
lism o retórico carente de contenido; m uy pronto las elites criollas dejaron de inte­
resarse p o r in co rp o rar a los indios al sistem a político. D urante la m ayor parte del
siglo XIX, se hizo énfasis m ás bien en la integración económ ica de las poblaciones
indígenas sedentarias, m ediante la división de sus tierras com unitarias.
D u ran te casi toda la Colonia, los españoles habían insistido en que \asJ>f
tierras in d íg en as fu eran com unales, com o un m edio para protegerlas de las am ­
biciones de la población hispana dom inante. H acia fines de la Colonia, pero m ás
claram en te en el siglo xix, las elites hisp an as aseveraron q u e el aislam iento de
los re sg u ard o s in d íg en as era perjudicial para los nativos m ism os. M ientras los
indios p o sey eran la tierra com unalm ente y no se les perm itiera venderla, no p o ­
dían p articip ar activ am ente en el m ercado libre ni d isfru tar sus beneficios. Esto
im pedía q u e los in d io s fueran em p re n d ed o re s a título individual, y constreñía el
desarro llo de la econom ía nacional.
C on base en esta teoría, el prim er gobierno republicano de Santa Fe de
Bogotá —en 1810— había clam ado por la división de los resguardos, au n q u e
e stip u lan d o un p erio d o d e veinte años en el q u e los indios no p o d rían v ender
sus parcelas in d iv id u ales, para protegerlos de la m anipulación hispana. En la
conm oción y co n fu sió n de la P atria Boba, no se hizo n ad a para llevar esta polí­
tica a la práctica. Sin em bargo, en 1821, el C ongreso de C úcuta retom ó la idea
y decretó q u e las tierras indígenas serían d iv id id as en tre los m iem bros de la
co m u n id ad , a u n q u e p arte de la tierra del resg u ard o tam bién se utilizaría para
re m u n e rar a los ag rim en sores y otras zonas se alquilarían para sostener las es­
cuelas públicas. T am bién en este caso habría un periodo de protección d u ra n te
el cual a los in d io s no se les perm itía v en d e r sus parcelas individuales, au n q u e
se red u jo de v ein te a d iez años. D urante la década de los años 1820 se realizaron
alg u n o s in ten to s d e d iv id ir las tierras co m u n itarias indígenas, pero la guerra de
in d ep en d en cia y las distracciones de la política d espués d e 1826 im pidieron que
se hiciera m u ch o al respecto.
El p rim er g ran esfuerzo p o r d iv id ir los resguardos tuvo lugar en las déca­
das de los años 1830 y 1840. La división d e las tierras indígenas resultó m ucho
m ás difícil de lo q u e las elites criollas habían im aginado. H abía m uy pocas per-

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\ ! \K>,,o P ai ai k n - Pkank S a h o k i»

sonas con la capacitación suficiente para efectuar los lev antam ientos topográfi­
cos requeridos, y algunas de las que sí lo estaban no ac ep taro n la rem uneración
ofrecida por su trabajo. Tam bién hubo com plicaciones en d eterm in a r quién te­
nía derecho a la tierra dividida. M uchos m estizos fo rm ab an p arte integral de
com u n id ad es indígenas y resultaba bastante problem ático decidir q uién debía
considerarse "indio". A dem ás, m uchos indios ya no vivían en sus co m u n id ad es
de origen: ¿qué derechos tenían estos? Pero m ás allá d e estas com plicaciones
legales estaba el hecho de que m uchas co m u n id ad es in d íg en as no querían que
su tierra se d iv idiera e hicieron todo lo posible por fren ar el proceso. Entre las
num erosas objeciones planteadas, no qu erían que p arte d e su tierra com unal se
utilizara para p agar a los agrim ensores por algo que p o r lo dem ás no querían
que se hiciera, ni querían que su tierra se utilizara para sostener escuelas que
utilizarían m ás los niños blancos que los indios. En general, las elites criollas no
estaban de acuerdo con la oposición indígena y p ro sig u iero n con sus planes. En
P opayán, sin em bargo, las elites locales, que ap a ren tem e n te estaban satisfechas
con los arreglos laborales que tenían con los indios vecinos, apo y aro n a las co­
m u n id ad es nativas. M uchos indios en la cordillera C entral que b o rdea el valle
del C auca p u d iero n conservar sus tierras com unales hasta fines del siglo xix.
D urante las décadas de los años 1830 y 1840 la división de los resg u ard o s
se produjo sobre todo en la cordillera O riental. En el decenio de los años 1830, las
dos principales facciones políticas, los exaltados y los m o d erad o s, convinieron
en ejecutar esta política. Sin em bargo, hacia fines del decenio ya era evidente
que, pese a la prohibición de que los indios vendieran sus nuevos p red io s d u ra n ­
te un lapso de diez años, m uchos estaban perd ien d o sus tierras, q u e q u ed ab an
en posesión de blancos. A larm ados, los gobiernos de M árquez y H errán in ten ­
taron tard íam en te proteger a los indios de la enajenación d e sus tierras. En 1843,
el periodo de protección d u ra n te el cual no podían v en d e r la tierra se extendió
a veinte años. Sin em bargo, en 1850 este intento protector se revirtió, cu an d o el
C ongreso autorizó a las legislaturas provinciales a d iv id ir las tierras com unales
indígenas y p erm itir su venta. D urante la década de los años 1850, el ritm o de
enajenación de las parcelas indígenas se aceleró.
Ya por 1845, y cada vez m ás d u ra n te los años siguientes, u n o s pocos hom ­
bres notables en Bogotá, incluso algunos que habían d ese m p e ñ ad o un papel
activo en la división de las tierras indígenas, com enzaron a reconocer las conse­
cuencias económ icas y sociales negativas de esta política. A ntes de la división
d e las tierras de resg u ard o en las cercanías de Bogotá, los pequeños cam pesinos
indígenas habían sido los principales proveedores de vegetales en el m ercado de
la capital. A m edida que estos labriegos indígenas fueron p erd ien d o sus parce­
las, los nuevos d u eños utilizaron la tierra sobre todo para ap acen tar ganado. La
producción local de vegetales se redujo y los precios d e los alim entos crecieron
en la ciudad. Al m ism o tiem po, com o se necesitaba poca m ano de obra para
c u id ar del ganado, los indios que antes vivían en la tierra fueron expulsados
de ella. El excedente de m ano de obra resultante ten d ió a m an ten er bajos los

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H ik i o k i a o l C o i o m b i a . P a í s i - r a ( . m i m \ i a ), h x . ii d a i .) d i v i d i d a 279

salarios tan to en ocupaciones agrícolas com o urbanas. A dem ás, m uchos indios
tu v iero n q u e m archarse a otros lugares en su intento p o r sobrevivir. Según gente
de la época, m uchos m igraron de los altiplanos orientales a las tierras cálidas
del Tolim a p ara trabajar en el cultivo del tabaco, c u a n d o las exportaciones de
este p ro d u c to a E uropa se com enzaron a d esarro llar hacia fines de la década de
los años 1840. N o se sabe cuántas personas m igraron del altiplano al valle del
A lto M ag dalena, pero según relatos de la época los m ig ran tes de las tierras altas
e ran p articu larm en te susceptibles a las enferm ed ad es y es posible que su tasa de
m o rtalid ad hay a sido bastante alta.

La in s t r u c c ió n p r im a r ia

El interés por el desarrollo de la educación prim aria, un tem a central d u ­


ra n te la d écad a de los años 1820, prosiguió en los decenios de los años 1830 y
1840 con ap e n as un éxito m oderado. La escolaridad p rim aria d ep e n d ía en gran
m e d id a del liderazgo y el apoyo local, y estos v ariaban bastante. Las estadísticas
son in com pletas, pero sí parece haberse p ro d u cid o un crecim iento en la in stru c­
ción p rim aria d u ra n te la década de los años 1830. En 1833 había 17.000 alum nos
de p rim aria. En 1838 se contaban m ás de 27.000 niños en la escuela elem ental,
posib lem en te u n poco m ás del 11 por ciento de la población en ed ad escolar. En
la rep ú b lica había m ás escuelas que distritos parroquiales, au n q u e no todas las
p arro q u ias ten ían escuela.
En las décad as de los años 1830 y 1840, com o sucedió m ás tard e en el
siglo XIX, A n tioquia asu m ió el liderazgo entre las provincias m ás gran d es en el
estab lecim ien to de la educación prim aria. Sin em bargo, algunas provincias m ás
peq u eñ as, com o M om pox, Santa M arta, C auca y P opayán, parecen haber tenido
un m ejor d esem p eñ o sobre una base per cápita {véase c u a d ro 9.10).
T am bién por esta época se com enzó a p restar m ás atención a la educación
d e las jóvenes. En 1838, las niñas rep resen tab an cerca d e u n a sexta p arte de los
e stu d ia n te s d e p rim aria. Lo m ás probable es que la m ayor p arte de ellas fueran
hijas d e fam ilias de estrato relativam ente alto. De las niñas q u e recibían ed u c a­
ción p rim aria, casi d o s terceras partes asistían a colegios privados. La educación
p rim aria parece h aber llegado a niños varones de estratos sociales m ás v aria­
dos; casi el 90 p o r ciento de los niños que recibían educación prim aria asistían
a escuelas públicas. Sin em bargo, en el caso de am bos sexos, el desarrollo de un
sistem a escolar paralelo, tanto público com o privado , ya era aparente, p o rq u e
m ás d e un a q u in ta p a rte del total d e alum nos de p rim aria estu d iab a en colegios
p rivad o s.
D espués de la década de los años 1830, el crecim iento de la educación
p rim aria parece h aberse detenido, si es que no echó reversa, a u n q u e las esta­
d ísticas son d em asia d o incom pletas com o para saberlo a ciencia cierta. D urante
el decen io de los añ o s 1840, el n úm ero oficial d e estu d ian tes en escuelas siguió
sien d o m ás o m enos el de los niveles m ás altos alcanzados en la década de los

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280 M arco P a im k> . - I’ k axk S a r o r d

C uadro 9.10. Estadísticas de escolaridad prim aria, provincias escogidas, 1835.

P rovin cia P o b la ­ N ù m ero N ù m ero E stu d ia n tes E stu d ia n tes d e


c ió n d e la de escu e­ d e e s tu ­ d e prim aria p rim aria corno % d e
p rovin cia las p rim a­ d ia n tes corno % d e la p o b la c ió n m en o r
rias p o b la ció n d e 16 a ñ o s
(1835)

A n tioq u ia 158.017 86 2.836 1,8 3,6


C auca 50.420 31 1.296 2,6 6,0
C artagena 130.324 36 1.308 1,0 2,6
M om pox 47.557 126* 2,2 5,5
Santa Marta 46.587 43 1.250 2,7 6,4
Bogotá 255.569 64 2.594 1,0 2,4
Tunja 236.983 56 2.071 0,9 2,1
S ocorro 114.513 26 1.157 1 ,0 2,4
N ación 1.686.038 690 20.123 1,2 2,8

* Los datos de M ompox incluyen colegios privados; todos los dem ás se refieren únicam ente a escuelas públicas.

Fuentes: P om bo, Lino de, "E stadísticas escolares". M em oria d el Interior y R elacion es Exteriores,
1836, C u ad ro 2. Población: Urrutia y Arrubla, Compendio de estadísticas.

años 1830. Por otra parte, m ientras el núm ero de escuelas públicas dism inuyó,
la can tid ad de colegios privados aum entó. A fines de la década d e los años 1840
cerca d e tres quintas partes de las escuelas ya eran privadas, au n q u e m enos del
30 p o r ciento de los estudiantes asistía a colegios de particulares. H asta cierto
pu n to , el crecim iento de la escolaridad privada refleja el hecho de que u n m ayor
n ú m ero de niñas estaba recibiendo instrucción prim aria. Sin em bargo, el patrón
tam bién sugiere que la educación prim aria ya no estaba abarcando una porción
tan am plia de la sociedad.

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10
LA ERA LIBERAL: 1845-1876

ENTRE 1 8 4 5 Y 1 8 7 6 , C R E C I Ó el com ercio exterior d e C olom bia y el país se o rie n ­


tó m ás a la econom ía externa. T am bién los liberales establecieron su p red o m in io
en la política. La expansión del com ercio exterior y la hegem onía del p a rtid o
liberal coincidieron a tal p u n to q u e se han percibido com o fenóm enos e n tre ­
lazados. En realid ad , los m ilitantes de am bos p artid o s co m partían esa o rien ta­
ción a la econom ía externa y am bos contribuían a su desarrollo. En todo caso,
el crecim iento del com ercio exterior a p artir de 1845 fue m o ld ead o por factores
económ icos ajenos al país, y no solo por políticas internas. Sin em bargo, a u n q u e
la conexión en tre el liberalism o político y la expansión del com ercio exterior no
fue tan estrech a com o a veces se presum e, el crecim iento de las exportaciones
sí propició u n a atm ósfera de optim ism o q u e alentó a los liberales a em p re n d e r
m uchos ex p erim en to s institucionales d u ra n te estos años.
Si bien la econom ía o rien tad a hacia el com ercio exterior y la hegem onía
liberal fueron tem as p red om inantes d u ra n te todo el periodo, en estos años ta m ­
bién se p re sen taro n otros fenóm enos significativos. El conflicto p artid ista se in ­
tensificó p o r la revolución liberal de 1849-1854. Esta revolución tam bién p ro d u jo
una d em ocratización institucional y política y la m ovilización d e las clases p o ­
pulares, q u e m u y pronto llevó a un estallido de u n a ev id en te guerra de clases.
H ubo tensas d isp u ta s en torno al p o d er y la posición d e la Iglesia, y se forjó u n a
alianza abierta en tre el clero católico y el p artid o conservador. C oincidió con este
conflicto de p a rtid o s un m ovim iento m ás o m enos b ip artid ista en pro d e u n a
estru ctu ra política federalista, que culm inó en la form ación de nueve estad o s
autónom os.

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282 M arco P a i ac ic >i - í ' k a x k S a h o r d

H a c ia u n a e c o n o m ía d e e x p o r t a c ió n

El anhelo por desarrollar exportaciones diferentes del oro com enzó a m a­


nifestarse en las postrim erías de la C olonia. Sin em bargo, d u ra n te los últim os
dos decenios del periodo colonial varios obstáculos, ya descritos, fru straro n los
esfuerzos p or diversificar los cultivos de exportación. En los inicios de la era re­
publicana, los d irigentes políticos criollos intentaron fo m en tar la exportación de
p ro d u cto s tropicales m ediante exenciones tributarias, p ero tuv iero n escaso éxito
antes de la d écad a de los años 1840. U no de los principales obstáculos a la ex p an ­
sión de las exportaciones neo g ran ad in as era la política d e G ran B retaña, q u e fa­
vorecía los p ro d u cto s de las colonias británicas. Sin em bargo, otros p ro d u cto res
h isp anoam ericanos exportaron bienes tropicales con m ay o r éxito q u e la N ueva
G ran ad a, de m odo que debieron incidir otros factores. Los com entarios de la
época no tab an q ue la concentración de la población en las m ontañas del interior
rep resen tab a un a desventaja com petitiva debido a los costos del tran sp o rte. Una
solución obvia era desarrollar la producción de bienes tropicales p ara la ex p o r­
tación en el valle del M agdalena, lo cual perm itiría tran sp o rta rlo s con relativa
facilidad p or el río hasta la costa caribe. Sin em bargo, solo a p a rtir d e 1845 se
p ro dujo una m igración significativa de capital y m ano d e obra hacia el valle del
M agdalena, q u izás p o rq u e antes los em presarios neo g ran ad in o s no confiaban
del todo en las o p o rtu n id ad e s que ofrecía esta región, y quizás tam bién debido a
u na tendencia inconsciente a seguir d ep e n d ie n d o del oro com o fuente principal
de divisas extranjeras. A dem ás, según observaron m ás tarde alg u n o s críticos
colom bianos, los com erciantes bogotanos tendían a concentrarse en la im p o rta­
ción, dejando en m anos de otros la generación de divisas.
D esde la década de los años 1830 se pensó que el tabaco podría ser un p ro ­
d u cto de exportación exitoso. Pero el desarrollo d e la exportación tabacalera fue
im p ed id o p o r el m onopolio fiscal in stau rad o p o r el gobierno d u ra n te la últim a
época de la C olonia. En 1821, cu a n d o se estableció efectivam ente la República,
los legisladores habían abolido, reform ado o aten u a d o varias leyes fiscales colo­
niales. Pero los legisladores de 1821 no se atrevieron a tocar el estanco del tabaco,
p o rq u e este rep resentaba una renta d em asiad o im portante. El estanco del tabaco
había sido el principal g en erad o r de ingresos en los últim os años d e la Colonia,
y siguió siendo el seg u n d o en tam año, d esp u és d e las ad u an as, d u ra n te los d e­
cenios in m ed iatam en te posteriores a la Independencia.
Pero el estanco obstruía la exportación exitosa del tabaco neogranadino.
En prim er lugar, el estanco restringía la producción. Para facilitar el control del
contrabando, el gobierno solo perm itía el cultivo en áreas delim itadas. La pro­
ducción lim itada d u ra n te la vigencia del estanco tam bién redujo la oferta, lo cual
perm itió que las oficinas gubernam entales vendieran el tabaco con un m argen de
ganancia m uy elevado. Com o el gobierno podía cobrar precios altos por el taba­
co, el estanco era una fuente apreciada de ingresos. Por lo m ismo, el alto precio
perjudicaba la com petitividad de la hoja neogranadina en los m ercados externos.

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M is'i* iKiA 0 1 . i 'MIMA. F ' . r i< \ G \ i i ■. I a : ' - ü d i \ t i ; ; : 'A 28:

En la d écad a de los años 1830, los em presarios nacionales y extranjeros que in­
ten taro n ex p o rtar tabaco com prado al m onopolio estatal m uchas veces perdieron
dinero. Esto se debió en parte a los precios internos. Pero tam bién a que el tabaco
p re p a ra d o en hojas p ara los consum idores n eo g ranadinos, no se adecuaba a las
exigencias d e los m ercados extranjeros, que preferían hojas aplanadas.
Pero el p ro b lem a m ás grave es que en la décad a de los años 1830 el tab a­
co n e o g ran ad in o no p u d o encontrar un espacio claro en el m ercado europeo.
El tabaco cu b an o dom inaba el nicho de alta calidad, en tanto que el de Estados
U nidos se v en d ía a precios m enores que el p ro d u c id o p o r el estanco de la N ueva
G ra n ad a. A d em ás, el tabaco norteam ericano tenía fletes m ás bajos, debido en
p a rte al en o rm e flujo de inm igrantes europeos a E stados U nidos, quienes, al
p ro v e er carg a hacia el oeste, reducían los costos de tran sp o rte en los navios que
reg resab an d e E u ro p a a América. M ientras Estados U nidos exportó en tre 1836
y 1840 m ás d e 50.000 toneladas anuales de tabaco, la N u ev a G ran ad a vendió al
extran jero m en o s de 350 toneladas en su año pico, a fines de la década de los
años 1830.
En el decenio d e los años treinta, las elites neo g ran ad in as debatieron va­
rias altern ativ as d istintas al estanco del tabaco. Ya en 1823 se había presentado
al C o n g reso u n a p ro p u esta para abolir el estanco, au n q u e por entonces no se le
prestó m ay o r atención. A com ienzos de la década d e los años 1830, varias le­
g islatu ras provinciales plantearon la posibilidad de su p rim ir el m onopolio, y el
C ongreso nacional debatió la propuesta. Sin em bargo, los gobiernos de S antan­
der, M árq u ez y H errán se opusieron a la abolición del estanco, creyendo que el
gobiern o no p o d ía prescindir de esa renta. Una de las alternativas p ropuestas fue
confiar la p ro d u cció n de tabaco para el estanco a com pañías privadas. En 1828,
Bolívar au to rizó el arrien do de zonas de producción tabacalera a particulares; el
p ro d u c to se v en d ería al estanco, que a su vez se encargaría d e su com ercializa­
ción. Los d efensores d e la operación privada de las regiones tabacaleras adujeron
q u e las co m p añ ías particulares podían expandir la producción al au m en ta r el
capital req u erid o p ara adelantar dinero a los cultivadores, o incluso sim plem ente
para pagarles, algo q u e el gobierno no siem pre podía hacer. No obstante, esta
p ro p u e sta fue v etad a p o r el vicepresidente José Ignacio M árquez en 1832.
Pero a co m ien zo s de la década de los años 1840 revivió la idea de confiar
la p ro d u c ció n d e tabaco para el estanco a em presarios privados. La g uerra civil
de 1839-1842 h abía d ejad o al gobierno im posibilitado para a d e la n tar dinero a los
cu ltiv ad o res, e in cap acitado para im p ed ir el co n trab an d o . A dem ás, el au m en to
en los precios del tabaco en Europa hizo m ás atractiva la producción con destino
a la ex p ortación. Sin em bargo, algunos funcionarios to d av ía insistían en que el
estan co d ebía seg u ir concentrándose en el m ercado interno, confiable y con altos
m árg en es, en vez d e asu m ir los riesgos d e p ro d u c ir para m ercados extranjeros,
v ariab les y com petitivos.
Pese a estas o p iniones contrarias, en 1841-1842, el gobierno de H errán
estim u ló la p resen tació n de pro p u estas para co n tra tar la producción privada

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284 M \R co P ai A t R N - ['k a n k S a k h ir p

para el estanco, con el objetivo de au m en ta r la exportación. Si bien las p ro p u e s ­


tas iniciales no fueron aceptadas, finalm ente, en 1845, d u ra n te el p rim er añ o de
presidencia del general Tomás C ipriano de M osquera (1845-1849), se celebró un
contrato con la firm a antioqueña M ontoya-Sáenz para la ad m in istració n p riv a d a
de la producción tabacalera en A m balem a. En 1846, el gobierno de M osquera
celebró otros contratos para la operación privada de las zonas p ro d u c to ra s de
G irón y de la región de San Gil. Estos contratos fueron im p o rtan tes sobre todo
po rq u e pu siero n de relieve el em peño del gobierno de M osquera en confiar la
in d u stria a particulares. En térm inos del desarrollo de las exportaciones, estos
contratos fueron m ucho m enos significativos puesto que tanto San Gil com o G i­
rón, aprisio n ad o s en las m ontañas orientales, tenían costos de tra n sp o rte m ucho
m ás altos qu e los de A m balem a, ubicada a orillas del río M agdalena. N o obs­
tante, se hicieron intentos para ex p o rtar el tabaco d e G irón, pese a desventajas
adicionales com o los d años crónicos pro d u cid o s p o r insectos y el rá p id o d eterio ­
ro del producto.
El general M osquera, el hom bre que presidió la prim era fase de la ex p a n ­
sión tabacalera (1845-1849), fue un actor central en la política n eo g ran ad in a del
siglo XIX, y un a de sus p ersonalidades m ás singulares. El seg u n d o hijo d e una
fam ilia aristocrática de P opayán, am bicionó hazañas y honores. En 1826, com o
in ten d en te de G uayaquil, fue el p rim ero de los líderes m ilitares en conseguir
apoyo local para in stau rar un o rd en bolivariano. N o m ucho d esp u és, el liberal
m o d erad o Juan de Dios A ranzazu lo describió com o poco confiable y "versátil",
un hom bre "q u e cam bia a m en u d o de opiniones; que hoy besa el látigo dictatorial
y m añana entona him nos a la libertad". M ás tarde, d u ra n te la g u erra in tern a de
1839-1842, horrorizó incluso a algunos p artidarios del gobierno al ejecutar a v a­
rios líderes rebeldes. M ientras la m ayor parte de los m oderados q u e ap o y a b an el
gobierno pensaba que la guerra civil era un desastre. M osquera co n sid erab a que
la contienda, y ap aren tam en te tam bién sus ejecuciones, eran sucesos gloriosos.
En una carta fechada en 1841, en la q u e daba cuenta d e las ejecuciones m ás n o ta­
bles, escribió: "La República ha tom ado una actitud herm osa, y a u n q u e estam os
em pobrecidos, hay ya m ucha fuerza m oral [...] Una g u erra interior m ilitariza la
N ación y la p rep ara para gran d es hechos". A ntes de su elección, la posibilidad
d e que el general M osquera p u d iera o cupar la presidencia era vista con alarm a
por algunos, incluso por sus propios herm anos. Sin em bargo, d u ra n te su perio­
do presidencial (1845-1849), las am biciones de M osquera hallaron expresión no
en la violencia, sino en planes de m ejoram iento m aterial. Pero su s tendencias
aristócratas tam bién se m anifestaron en su m anera de gobernar. Q u ería q u e las
cosas se hicieran al m ejor estilo europeo. Así, m ientras sus antecesores se sintie­
ron constreñidos por recursos fiscales lim itados. M osquera actuaba con m agni­
ficencia y no reparaba en los costos.
M uchas de las iniciativas de M osquera buscaron prom over la expansión
del com ercio, tanto interno com o exterior. M osquera procuró m ejorar las com u­

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H lS f D K lA l'f. t í )|C A IM IA . P a » ■ ■ ■ A if- siA i!- ' S: A ,A d |M1 A- A 285

nicaciones terrestres. A nteriorm ente se había to m ad o el curso políticam ente fácil


de d iv id ir los fondos destinados a obras públicas e n tre las distintas provincias
sobre u n a base p er cápita. Según esta política, n in g u n a provincia podía efectuar
m ás q ue rep aracio n es m enores en los cam inos de h errad u ra ; era im posible rea­
lizar obras significativas. M osquera concentró las o bras públicas en ru tas con­
sid era d as d e im portancia nacional y no m eram en te local. Esto significaba, en
m uchos casos, ru tas qu e facilitaran las exportaciones, al a y u d a r a conectar el
interior con los m ercados externos. M osquera in ten tó sacar al valle del C auca
de su aislam iento, m ejorando su conexión con el océano Pacífico p o r el p u erto
d e B u en av en tu ra. Tam bién inició un reconocim iento del terreno para construir
una carretera (en vez del antiguo cam ino de h errad u ra ) desd e Bogotá hasta el río
M agdalena; m an d ó cuerpos m ilitares a trabajar en las vías terrestres y contrató
con u n a co m p añ ía estad o u n id en se la construcción d e un ferrocarril en el istm o
de P anam á. A dem ás, fundó u n colegio m ilitar para form ar ingenieros civiles.
Varios de los proyectos de M osquera fueron tan am biciosos que solo se con­
cluy ero n al cabo d e m uchos años, si se concluyeron. T am bién le significaron al
gobierno d ificultades fiscales, que sus sucesores tu v iero n q u e afrontar.
A d em ás d e los esfuerzos d esplegados por M osquera para m ejorar el
tran sp o rte terrestre, en 1846 su seg u n d o secretario d e H acienda, Lino de Pom bo,
inten tó reg u lar el com ercio de diversas m aneras. C on el apoyo de M osquera,
Pom bo trató de ejecutar una ley p ro m u lg ad a en 1836 para unificar los pesos y
m ed id as, un a práctica que los gobiernos anteriores no habían tenido el valor de
cu m p lir p o r tem o r a la resistencia popular. P om bo tam bién intentó reform ar la
m o n ed a, p u es d esd e el periodo de independencia la circulación de m onedas
m utilad as, falsas o d e diversos grad o s de pu reza había perjudicado las transac­
ciones com erciales. A dem ás, obtuvo la libertad para ex p o rtar el oro en polvo,
una m ed id a d e su m a im portancia para los com erciantes d e A ntioquia. A ntes de
esta reform a, el oro en polvo debía ser en viado a la casa d e m oneda del gobierno
para ser g ravado, req u erim iento que alentaba el contrabando.
En sep tiem b re de 1846, el gobierno de M osquera se concentró en el d esa­
rrollo de las exportaciones con el nom bram iento de Florentino C onzález com o
secretario de H acienda. La designación de C onzález fue sorprendente. M ientras
el general M osquera había sido un bolivariano fiel, C onzález fue uno de los p rin ­
cipales co n sp irad o res contra Bolívar en septiem bre d e 1828. Por otra parte, d u ­
rante la g u erra civil de 1839-1842, Mo.squera había sido un paladín feroz de un
gobierno que había encarcelado a C onzález por considerarlo un liberal peligroso.
Hacia el final d e la guerra, C onzález se había exiliado en Europa; una p arte
del tiem p o la pasó en C ran Bretaña, precisam ente en m om entos en que la política
com ercial británica se estaba liberalizando. Regresó en 1846, con un cargam ento
de bienes im p o rtad o s y m uchas ideas sobre cóm o vigorizar la econom ía neo-
gran ad in a. Poco d esp u é s publicó una serie de artículos en los que planteó un
pro g ram a integrado qu e hacía énfasis en el desarrollo d e la econom ía de expor­

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286 M a rc a > P a ia c - Frank S a h o r d

tación. Parte de lo que proponía, en especial el cultivo de tabaco d e exportación


en el valle del M agdalena, ya estaba en proceso. Pero G onzález expresó sus ideas
con u n a claridad, una fuerza, u n a originalidad y u n a perspicacia tales que in­
flam aron la im aginación de m uchos de sus contem poráneos. Su p ro g ram a y las
razones qu e aducía para llevarlo a la práctica pronto se convirtieron en el m an tra
de g ran parte de la clase alta. G onzález hacía énfasis en q u e el fu tu ro del país
estaba en las exportaciones tropicales, para las cuales había ahora n u ev as o p o r­
tu n id ad es ya que Inglaterra acababa de derogar los aranceles que favorecían los
pro d u cto s prim arios pro d u cid o s en el im perio británico. S ubrayó la necesidad
de concentrarse en el valle del M agdalena, porque en esa época solo el río ofre­
cía, a un costo razonable, tran sp o rte para el tabaco y otros p ro d u c to s hasta la
costa caribe y los m ercados extranjeros. Por consiguiente, G onzález pensó que la
introducción de barcos de vap o r en el M agdalena, y no el m ejoram iento de las
vías terrestres, necesitaba tener la p rio rid ad en el desarrollo de los tran sp o rtes
del país. El gobierno debía fom entar la navegación p o r el M agdalena invirtiendo
en com pañías p riv ad as de barcos de vapor. Tam bién tranquilizó a los cautelo­
sos diciéndoles que no debían tem er las consecuencias fiscales q u e acarrearía la
abolición del estanco del tabaco: a m ed id a que las exportaciones se ex p an d ieran
financiarían un m ayor volum en de im portaciones, con lo cual a u m en ta rían las
rentas aduaneras.
Según G onzález, el increm ento en la exportación d e tabaco y otros p ro ­
ductos tam bién requería una expansión m ás general del com ercio. Si la N u e­
va G ran ad a quería ser un ex p o rtad o r m ás exitoso, tenía q u e atraer a u n m ayor
núm ero de barcos a sus puertos, y eso im plicaba au m en ta r sus im portaciones
de bienes extranjeros. Para atraer m ás naves extranjeras a los p u erto s n eo g ran a­
dinos G onzález urgió la reducción general de los aranceles con q u e se gravaba
la im portación, pese a que esta m edida perjudicaría a los artesanos. G onzález y
otros que luego le hicieron eco creían que los fabricantes de tejidos artesanales
del interior perd ían su tiem po trata n d o de com petir con las fábricas extranjeras:
m ejor les iría cu ltivando productos tropicales para exportación.
Com o secretario de H acienda, G onzález cum plió gran p arte de su p ro ­
g ram a para ex p andir el com ercio exterior. En 1847 se redujeron los aranceles
ad u an ero s en un 25 por ciento en prom edio, según cálculos de la época. En cier­
tos bienes de consum o de uso corriente (telas de algodón, botas y zapatos), los
aranceles parecen haberse reducido a un tercio o m enos d e las tasas vigentes en
1844. Por otra parte, se elim inaron los aranceles diferenciales q u e se aplicaban
a las em barcaciones de algunos países. Al m ism o tiem po, el gobierno de M os­
quera ofreció invertir en em presas de barcos de v ap o r p o r el M agdalena; esto
ay u d ó a la creación de dos com pañías rivales en Santa M arta y C artagena, que
com enzaron a p restar el prim er servicio efectivo y continuo de navegación por
el río. G onzález tam bién buscó ex p an d ir las exportaciones de tabaco m ediante
la celebración de contratos con capitalistas para desarrollar la producción en

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H i s t o r i a DI C o d . ' m h i a . í ’ a ' ' i k v , ,\'i : - i , - ¡-'s ^ 'H ■ \ 2 87

nuev as zonas del valle del Alto M agdalena, ad em ás d e los cultivos tradicionales
de A m balem a. Estos últim os contratos reflejaban y reforzaban el entusiasm o q u e
suscitaba el tabaco de exportación e intensificaron la presión para que se abolie­
ran todas las restricciones im puestas al cultivo.
Irónicam ente, G onzález, cuyo nom bram iento fue a p la u d id o p o r quienes
querían que se elim inara el estanco del tabaco, d esp u é s m ostró una actitud m uy
diferente de la esp erad a. Dos m eses d esp u é s de in g resar al gobierno, G onzález
planteó la necesidad d e darle un com pás de espera a la abolición del estanco,
hasta qu e las com pañías de capitalistas a las que se había en treg ad o el control de
las zonas de pro d u cció n am pliaran los m ercados extranjeros. G onzález creía q u e
los peq u eñ o s em p resario s que ingresarían a la in d u stria u n a vez liberalizada no
iban a p o d er e x p a n d ir los m ercados, p o rq u e les haría falta el capital y la ex p e­
riencia que sí tenían los com erciantes m ás grandes. A dem ás, solo las com pañías,
que ejercían un d o m inio m onopólico sobre la producción en sus respectivas
zonas, po dían ejercer los controles de calidad necesarios para triu n far en los
m ercados extranjeros. Por consiguiente, G onzález p rom ovió el m an ten im ien ­
to del estanco, con u n as pocas com pañías m anejando la producción, hasta q u e
las exportaciones tabacaleras de la N ueva G ra n ad a alcan zaran 50.000 quintales
(apro x im ad am en te 2.500 toneladas), un nivel que, seg ú n resultó, solo se logró
en 1855. A quien es lo acusaban de favorecer a los com erciantes acau d alad o s a
expensas de los em p resarios pequeños, G onzález respondió: "N o nos asustem os
p o rq u e m uchos se enriquezcan, p o rq u e se form en en el país g ran d es intereses;
los p eq ueños intereses no pro g resan sino a la som bra d e los g ra n d es [...] El d u e ­
ño d e m uías, el p o seed o r de botes en el M agdalena, el com erciante d e cueros, el
agricultor, g an arán todos [con el éxito de las g ran d es com pañías]".
Sin em bargo, las presiones a favor del libre cu ltivo se to rn aro n irresisti­
bles y en 1848 el C ongreso anunció que la producción d e tabaco se liberaría p o r
com pleto en 1850. P ara com pensar la p érd id a de la seg u n d a fuente de rentas
de la nación, los legisladores p ro p u siero n un fuerte g rav am en para el tabaco
exportado, un im p u esto tan alto q u e habría im posibilitado la exportación de
la hoja, y por tan to fue necesario abandonarlo. Los cautelosos aú n tem ían las
consecuencias fiscales que acarrearía la elim inación del m onopolio. Pero el p re ­
siden te M osquera, u n autócrata progresista y un político consciente de lo p o p u ­
lar, no se dejó in tim id a r por estos tem ores y firm ó la m edida, declaran d o (según
José M anuel R estrepo) "que nadie le ganaba en liberalidad de principios ni en
atrevim iento p ara decretar m ed id as capitales".
Entre 1845 y 1849, las exportaciones de tabaco crecieron, pero esto se d e ­
bió solo en p arte a u n aum ento de la producción; al com ienzo, el crecim iento
de la exportación obedeció m ás bien a la transferencia al m ercado externo de
una p arte de las v en tas de tabaco q u e antes absorbía el m ercado interno. Entre
1844-46 (cuando el m onopolio seguía estan d o en gran p arte bajo control estatal)
y 1847-49 (cuando q u ed ó a cargo de particulares), la p ro ducción m edia anual

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288 Marco í ’ a i .- u . r x . - F k a n k S a m 'o r o

Cuadro 10.1, Exportaciones de tabaco de Colom bia y Estados U nidos, 1851-1870.

P ro m ed io s a n u a le s en to n e la d a s E x p o rta cio n es c o lo m b ia n a s
c o m o p o rcen ta je (%) d e las
C o lo m b ia E stad os U n id o s d e EE.UU.
1851-55 1.306 66.900 2,0
1856-60 3.570 76.877 4,6
1861-65 5.351 63.900 8,4
1866-70 5.968 95.000 6,3

Fuentes: C olom bia: O cam p o. Colombia y la economía mundial, C u ad ro 5.1, p p . 207-208; E stad os U n id os:
Historical Statistics o f the U nited States (1975), p. 899.

au m en tó en un 31 por ciento; pero en estos años las exportaciones casi se triplica­


ron, m ientras que el consum o interno dism inuyó. C u an d o se dio vía libre al cul­
tivo, las exportaciones se expandieron aú n más. En 1852-1855, las exportaciones
m edias anuales doblaron las del periodo 1847-1849. Pero ya no se sabe cuánto
tabaco estaba consum iendo el m ercado interno en este m om ento, p u es la su p re ­
sión del estanco puso fin a las estadísticas sobre ventas nacionales. De hecho, con
la extinción del m onopolio fiscal y la nueva orientación hacia la exportación, el
consum o interno de tabaco dejó de interesar en la política económ ica.
En el contexto de la econom ía del m un d o atlántico, la expansión tab a­
calera que com enzó en Colom bia en tre 1845 y 1849 no fue gran cosa. D urante
el periodo de m ayor crecim iento (1850-1870), el volum en de las exportaciones
colom bianas representó un pequeño porcentaje del de Estados U nidos en esos
m ism os años. {Véase cuadro 10.1).
Sin em bargo, en el país, la bonanza sí tuvo un im pacto im p o rtan te. El ta­
baco fue el p rim er producto de exportación exitoso de la N ueva G ran ad a, aparte
del oro. Com o nunca antes, su éxito relativo le dem ostró a la clase d o m in an te las
v erd ad eras posibilidades de la exportación de productos agrícolas. El capital y
la m ano de obra de A ntioquia y del altiplano oriental fluyeron al valle del Alto
M agdalena, para reunirse con los terratenientes, los com erciantes y los trabaja­
dores de la región a fin de explotar este potencial. A lentadas por el éxito p alp a­
ble del tabaco en las décadas de los años 1850 y 1860, las elites n eo g ran ad in as se
d edicaron p o r prim era vez seriam ente a la exportación de p ro d u cto s tropicales,
u n em peño qu e las llevó a experim entar infructuosam ente con otros productos
p rim arios antes de em pezar a explotar, en el decenio de los años 1860, las posibi­
lidades del p ro d ucto que term inaría siendo el gran triunfador; el café.
A com ienzos de la década de los años 1850, las exportaciones de tabaco
fueron com plem entadas por un crecim iento breve en la exportación d e quina,
que en esa época se extraía sobre todo de las selvas de la región del C auca y del
valle del Alto M agdalena.

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t l l S lO R IA I'K C 'O IO M H I A. P \N I RA( A l l \ I A I K ', R K.TI P A D D IM O Il'A 289

Las exportaciones de oro, tabaco y quina ex p a n d ie ro n considerablem ente


la capacidad de im portación de la N ueva G ranada. Los datos sobre im portacio­
nes colom bianas son difíciles de establecer, p o rq u e las estadísticas extranjeras
sobre m ercancías d esp achadas desd e G ran Bretaña, Francia, E stados U nidos y
otros países indican un volum en com ercial m ucho m ay o r que el q u e revelan las
estadísticas colom bianas, lo q u e sugiere que el co n tra b an d o se practicaba a gran
escala. Por otra parte, las estadísticas extranjeras incluyen m ercancía enviada a
Panam á, la m ayor p arte de la cual pasaba en tránsito con destino a otros países,
en vez de estar d estin ad a al consum o interno {véase c u a d ro 10.2). En todo caso,
am bas series de estadísticas señalan aum entos sustanciales en las im portaciones
p rov en ien tes de los principales países m an u factu rero s en tre las décadas de los
años 1840 y 1870.

C uadro 10.2. Im portaciones colom bianas procedentes de G ran Bretaña, Francia


y Estados Unidos. Prom edios anuales, en m iles de pesos oro.

G ran Bretaña Francia E stad os U n id o s T otal d e im p o r ta cio n es

1845-49 1.190,4 600,0 307,5


(D ato s extranjeros)
1854-59 1.226,1 457,4 214,7
3.662,8
(D ato s co lo m b ia n o s) (33,5%) (12,5%) (5,9%)

1855-59 2.888,1 1.271,1 1.437,4


(D ato s extranjeros)

1866-70 3.359,0 1.318,8 190,5


6.356,8
(D ato s co lo m b ia n o s) (52,8%) (20,7%) (3,0%)

1865-69 12.637,8 4.201,0 3.023,3


(D ato s extranjeros)

1870-75 4.158,0 1.700,3 238,6


8.915,1
(D ato s co lo m b ia n o s) (46,6%) (19,0%) (2,7%)

1870-74 13.691,5 5.336,7 4.332,4


(D ato s extranjeros)

(Los porcentajes entre paréntesis representan las proporciones de las im portaciones de cada país en las importa­
ciones totales de C olom bia, con base en datos colom bianos).

Fuente: B asad o en: O ca m p o , Colombia y la economía mundial, 1830-1910, C u ad ros 3.13 y 3.14, pp. 162-
63 y 167.

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290 M xKi, o I ’ a i a cu n - I k a \ k S a h o rd

La m ayor capacidad de im portación de la N ueva G ran ad a a m ediados


del siglo elevó el consum o de artículos suntuarios eu ro p eo s por p arte de la clase
alta en la década de los años 1850; este tipo de consum o se increm entó aú n m ás
con la expansión de las exportaciones en el decenio d e los años 1860 y 1870.
Pero la clase acom odada no fue la única beneficiaría del com ercio exterior. En
la m ayor parte de los años com prendidos entre 1850 y 1875, cerca de una q uinta
parte de las im portaciones de la N ueva G ranada provino d e Francia. Los bienes
franceses consistían en su m ayoría en productos su n tu ario s (prendas de seda y
lana, confecciones, artículos de cuero, vino y coñac), cuyo consum o se restringía
m ás qu e todo a los estratos de m ayores ingresos {véase cu a d ro 10.3a). No obs­
tante, G ran Bretaña era la principal fuente de im portaciones. R epresentó casi la
m itad del valor de las im portaciones totales de la década d e los años 1850 y m ás
de 55 p o r ciento de las de 1866-75. A ntes de 1875, m ás del 80 p o r ciento de las
im portaciones provenientes de G ran Bretaña eran textiles, y m ás del 60 por cien­
to eran telas de algodón {véase cuadro 10.3b). D urante las décadas de los años
1850 y 1860, sectores cada vez m ás am plios de la población utilizaban telas de
algodón im portadas, en parte porque eran m ás baratas (aunque tal vez m enos
duraderas) que el género de fabricación local. Las m ujeres de las clases p o p u la­
res, prim ero en las ciudades y luego en el cam po, parecen haber com enzado a
vestirse con telas im portadas antes que los hom bres de los m ism os estratos. Pero
en las décadas de los años 1850 y 1860, el dril utilizado en la ropa de trabajo de
los hom bres fue convirtiéndose en un com ponente im p o rtan te de los ped id o s de
los im portadores, lo que indica que las telas im p o rtad as estaban e n tra n d o en el
uso de los trabajadores.

C uadro 10.3a. Principales im portaciones colom bianas desde Francia


(porcentajes por valor).

1840-49 1850-59 1860-69 1870-79

T extiles 51,2% 44,7% 43,4% 41,7%

Sed a (20,3%) (17,5%) (10,2%) (4,8%)

I.ana (11,6%) (14,2%) (20,0%) (16,6%)

A lg o d ó n (13,5%) (6,5%) (4,8%) (6,2%)

V estu ario (1,8%) (6,1 %) (8,3%) (13,1%)

A lim en to s y bebidas 4,9% 9,1% 7,4% 4,6%

A rtícu los d e cuero 5,4% 7,6% 6,9% 15,8%

P rod uctos d e papel 8,6% 6,3% 2,1% 2,9%

M anufacturas d e m etal y b ien es


3,9% 6,0% 1,7% 1,7%
d e capital

V idrio y porcelana 3,2% 2,5% 0,9% 1,1%

Fuente: O cam p o. Colombia y In economía mundial, C u ad ro C.7, p. 434.

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H is t o r ia uk C 'o io m h ia .P a í s i r a i .m f m ih >a i ' í .'I'. i d i d a 291

C uadro 10.3b. Principales im portaciones colom bianas desde G ran Bretaña


(porcentajes por valor).

1827-34 1846-49 1850-59 1860-69 1870-74

T extiles 93,0% 87,9% 85,7% 86,9% 81,2%

A lg o d ó n (65,7%) (68 ,0 %) (64,2%) 63,0%) (61,3%)

L ino y lien zo (15,3%) (9,6%) (9,2%) (9,7%) (6 ,6 %)

Lana ( 1 0 , 1 %) (8 ,6 %) (7,5%) (5,9%) (4,4%)

S ed a ( 1 , 1 %) (0,6 %) (1,9%) (2,3%) (1,2 %)

V estu ario (0,8 %) (1 ,2 %) (3,0%) (5,9%) (7,7%)

M an u factu ras de 2,5% 7,3% 6,5% 5,5% 6 ,f


m etal y b ien es d e
capital

V id rio y p orcelana 1,5% 0,9% 1,5% 0,5% 0,5%

Fuente: O ca m p o . Colombia y la economía mundial, C u ad ro C.6, p. 432.

En la m ed id a en q u e ias teias im p o rtad as eran m ás b aratas que ios textiies


neo g ran ad in o s, ia m ay o r parte de ia pobiación se benefició de ia expansión co-
m erciai o cu rrid a en ia d écada de ios años 1850. Por otra parte, ei au m ento en ia
im portación d e teias extranjeras aceieró ia decadencia d e ios tejedores artesana-
ies de ia cordiiiera O rien tai desde 1830. N o obstante, ios tejedores no d esa p are­
cieron d e las provincias n orteñas d esp u és d e 1850. G ran p arte de las m ujeres q u e
antes se d ed icab an a la producción de textiles co m en zaro n a fabricar som breros
de palm a, tanto para el consum o interno com o para la exportación.
E ntre las consecuencias positivas q u e dejaron la bo n an za tabacalera y la
expan sió n general del com ercio exterior, a m ed iad o s del siglo sobresale la con-
.soiidación definitiva d e la navegación en barcos d e v a p o r p o r el río M agdalena
a p a rtir de 1847. Las exportaciones cada vez m ás v olu m inosas d e tabaco fueron
un factor de ay u d a, al p ro v eer m ás carga río abajo; en 1852, m ás del 70 por ciento
de los carg am en to s d e tabaco por el M agdalena viajaba en barcos de vapor. El
m ay o r flujo d e m ercancías im portadas tam bién proveyó can tid ad es apreciables
de carga para la re m o n ta d a río arriba. El servicio de barcos de v ap o r ofrecía un
tran sp o rte m ás ráp id o y seguro que los ch am p an es y, en ú ltim o térm ino, redujo
las tarifas del tran sp o rte río arriba {véase cu a d ro 10.4). Sin em bargo, no todo se
solucionó con los barcos de vapor. En m uchos tram os el río qu ed ab a o bstruido
por bancos de arena. P artes del trayecto no eran navegables en las estaciones
secas y alg unos de los barcos de v ap o r traídos d e E stados U nidos no p o dían
o p erar en trechos poco p rofundos. N o obstante, el com ercio fluvial ex p an d id o
prov ey ó la carga necesaria para un servicio m ás o m enos continuo.

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292 M A R a ) î ’ a i a ( id s - F r a n k S a h -o r o

C uadro 10.4. Tarifas de carga en el río M agdalena, 1823-1868, entre diversos


puntos de la Costa y Honda. Fletes por carga (250 libras), en pesos.

R io arriba R ío a b ajo

Barcos d e Barcos d e
C h a m p a n es C h a m p a n es
vap or vap or
1823-42 9,00-16,00 1,50-6,50

1848-50 6,25-7,25 2,25 1,75-2,75

1855-56 6 ,00 - 8,00 7,00-10,00


1857 5,60 3,20-6,30 3,60 2,00-3,60

1858 4,00-4,80 2,80-4,20


1859 4,50-5,80
1863 6,00
1865 3,50

1867 3,00-5,00

1868 5,00

Fuente: Safford. "C om m erce and Enterprise in Central C olom bia, 1820-1870", C uadro 11, pp. 464-467.

El cultivo de tabaco y la extracción de quina se com binaron para poner a


m archar la econom ía regional del Alto M agdalena y u n a parte d e la cordillera
O riental. A com ienzos de la década de los años 1850, la d em an d a de m ano de
obra p ara cultivar tabaco y cortar quina elevó los salarios en el Alto M agdalena.
Los escritores de la época decían que los cam pesinos d e los altiplanos orientales,
incluidos los indígenas que habían p erd id o tierras com unitarias, em igraban al
valle del Alto M agdalena. A m edida que las tierras del altiplano antes cultivadas
iban convirtiéndose en tierras de pastaje para ganado, la producción de alim en­
tos no p u d o satisfacer la dem an d a creciente. Entre 1852 y 1854, los precios de los
alim entos básicos se doblaron en Bogotá. El alza en los precios de los alim entos
se debió en parte al aum ento de la dem anda, estim ulada por las industrias de
tabaco y quina, con sus salarios m ás altos, y en parte, a la escasez de alim entos
causada p or la transferencia de m ano de obra rural d e las tierras altas a la re­
gión tabacalera de tierra caliente. Tam bién influyó la conversión de las tierras
co m u n itarias indígenas del altiplano, en d onde antes se cultivaban vegetales,
en latifundios dedicados a la cría de ganado. A dem ás, n u evos pastos artificiales
(guinea y pará) para el engorde del ganado iban reem p lazan d o los cultivos de
alim entos en regiones de tierra caliente al suroccidente de Bogotá.
La bonanza tabacalera que se inició después de 1845 form ó, ju n to al breve
com plem ento que constituyó la exportación de quina a com ienzos de la década
de los años 1850, una p arte im portante del contexto de la revolución liberal que
estalló d esp u és de 1849. La expansión de las exportaciones y las im portaciones,
perceptible a fines del decenio de los años 1840, pareció cum plir las profecías de

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I liS T U K IA IH , G ' K 'M HIA. Í ’ a N FK \> A l i ’ . : \ N V ! | | i.\¡ (M V Ü Jil' A 293

Florentino G onzález y confirm ó a la elite neo g ran ad in a en su em peño de enfocar


sus esfuerzos en el com ercio exterior. C oncentrarse en la exportación de p ro d u c ­
tos tropicales se convirtió en la consigna económ ica d e la generación política que
surgió en la d écad a los años 1840. A dem ás, la expansión de las exportaciones y
los su b sig u ien tes au m en to s en los precios infu n d iero n u n a sensación de o p ti­
m ism o ex u b eran te en tre la clase alta de Bogotá y d e o tras regiones del antes es­
tancado in terior, o p tim ism o que propició el en tu siasm o p o r la innovación, sobre
todo en los elem en to s m ás jóvenes de la elite política neogranadina.
Al m ism o tiem po, el cum plim iento del p ro g ram a de G onzález pro d u jo
una reacción con traria en tre los artesanos de Bogotá. Poco d esp u és de sancio­
n ad a la red u cció n del arancel para bienes term in ad o s en 1847, los artesanos de
Bogotá co n stitu y ero n u n a sociedad que inicialm ente hizo cam p añ a para q u e se
restableciera la protección aduanera, pero en el decenio de los años 1850 ta m ­
bién pro testó contra el au m en to en los precios de los alim entos. Los artesanos
m ovilizados fu ero n p ro tagonistas de la revolución liberal de 1849, pero p ro n to
se o p u siero n a ciertos aspectos del program a liberal y a los políticos de elite q u e
lo resp ald ab an . M ientras los artesanos de Bogotá p id iero n protección ad u a n era ,
debe no tarse q u e no h u b o m ovilizaciones sem ejantes en tre los textileros m a n u a ­
les de las p ro v in cias n orteñas, ni los artesanos bogotanos m anifestaron interés
alguno en pro teg erlo s a ellos. La m ayor p arte de las telas utilizadas p o r los sas­
tres u rb an o s deb iero n ser im portadas.

La r e v o l u c i ó n lib e r a l, 1849-1854

En las elecciones presidenciales de 1848, los m o d era d o s de la década de


los años 1830, conocidos com o m inisteriales en el decenio de los años 1840 y
com o co n serv ad o res a p artir de 1848, dividieron sus votos entre varios c a n d i­
datos, lo q u e perm itió q u e el principal co n ten d o r liberal, el general José H ilario
López, g an ara con u n a m arcada ventaja: 725 votos electorales por López, 384
y 304 p or José Jo aq u ín Gori y Rufino C uervo respectivam ente, los principales
can d id ato s co n serv ad o res, y 276 por otros notables. C om o nin g u n o obtu v o la
m ayoría d e los votos, el C ongreso, en el q u e los co n serv ad o res su p erab an n u ­
m éricam ente a los liberales, tuvo que definir el re su ltad o de las elecciones. N o
obstante, el 7 d e m arzo d e 1849, fecha en q u e se reunió el C ongreso en la iglesia
de Santo D om ingo para elegir al presidente, López ganó p o r un m argen p eq u e­
ño d esp u és d e varias votaciones estrechas.
La m anera en q u e se desarrolló esa elección se convirtió de inm ediato en
tem a de con tro v ersia p artidista. D urante las votaciones iniciales, una m u ltitu d
com p u esta p o r p erso n as de diversas clases sociales se ag olpó en la iglesia para
presenciar los su frag io s del C ongreso. C u an d o la presión d e la m u ch ed u m b re
rom p ió la b arrera q u e separaba al público de los legisladores, se obligó a los
observ ad o res a a b a n d o n a r el recinto para evitar desórdenes. Los conservadores
aseg u raro n q u e los lopistas de estratos p o p u lare s los habían am en azad o con

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294 \1 a k c :o Pai ac k>. - 1 'k a \ k S a i c o r i t

cuchillos, insistiendo que votaran por López. Con la clara intención d e deslegiti­
m ar un a presidencia liberal, M ariano O spina R odríguez, co n serv ad o r d u ro y te­
naz, escribió en su papeleta que votaba por López para im p ed ir q u e asesinaran a
los d ip u tad o s. Los liberales resp o n d iero n que, si bien la m u ch ed u m b re se había
m o strad o un tanto alborotada, quienes la com ponían no iban arm ad o s y que los
ú nicos que em p u ñ aro n arm as fueron algunos de los legisladores conservadores.
Esta d isp u ta partidista en torno a lo que ocurrió ese 7 de m arzo, im posible de
resolver, pone de relieve un hecho central: la adm inistración López de 1849-
1853 inició sus labores en m edio de sentim ientos partidistas m uy agrios. Los
liberales estaban conscientes de que seguían siendo m inoría, a p esar de ocupar
la presidencia; por su parte, los conservadores creían que el gobierno liberal era
ilegítim o.
En realidad, la revolución liberal que se inició con la elección de López
com binó varias revoluciones su p erpuestas. A nte todo fue un conflicto partidista
p o r el control político, en el que liberales y conservadores, deseosos de hege­
m onía, recurrieron a una notable m ovilización p o p u lar y no poca violencia. Ese
conflicto se concentró sobre todo entre 1849 y 1852. En seg u n d o lugar, fue una
revolución institucional, en la que varios liberales y conservadores se pusieron
de acu erd o en torno a ciertos cam bios fundam entales (fom entar el com ercio ex­
terior y al m ism o tiem po debilitar el gobierno central y fortalecer la autonom ía
provincial), pero divergieron acerca de otros (en especial los relacionados con la
Iglesia católica rom ana). Tam bién fue una revolución social parcial q u e ilum inó
y dio expresión política a las divisiones clasistas en la sociedad neogranadina.
H u b o varios conflictos de clase abiertos. Uno de ellos se presentó en tre la aristo­
cracia terrateniente y la población pobre del valle del Cauca. O tro enfrentó una
alianza de los artesanos de Bogotá y elem entos del ejército contra gran parte de
la clase política de los partidos liberal y conservador (1853-1854).
De hecho, la revolución liberal de 1849-1854 com enzó antes d e la elección
del general López a la presidencia. Los sucesos del decenio anterior habían p re­
p a ra d o el contexto para cada uno de los grupos en conflicto. En prim er lugar
estab an los políticos tradicionales, que habían ingresado a la política du ran te
las d écadas de los años 1820 y 1830. Para algunos de estos políticos veteranos,
ya fueran liberales o m inisteriales, el hecho de obtener y conservar el poder bien
p u d o haber sido m ás im portante que los principios m ism os. T anto los liberales
"progresistas" com o los "m inisteriales", m ás conservadores, de fines de la dé­
cada de los años 1830 y com ienzos de la de los años 1840, com partían como
experiencia formativa la guerra civil de 1839-1842, que afianzó en los m inisteriales
un tem or al desorden y el deseo de m antener el control y que in sp iró en los li­
berales un anhelo correspondiente de reclam ar el control del gobierno nacional.
P ara am bos g rupos el general José M aría O bando constituía un sím bolo focal:
un dem onio d esordenador para los m inisteriales, una víctima de la represión de
los m inisteriales según los liberales. A unque para la generación d e liberales an-

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1 llS IO R f A DK C o i O M B IA . I ’A b I K U , M I \ l \ IH \ R K 11 l)AI> ül\ ID II'A 295

tiguos O b an d o era el principal sím bolo sobreviviente de su partido, fue im posi­


ble lanzarlo com o candidato presidencial d u ra n te la cam p añ a de com ienzos de
1848. O b and o , entonces exiliado en Perú, era, en opinión de m uchos, un hom bre
peligroso, y tod av ía pesaba sobre él la prohibición de reg resar al país.
Por eso la m ayoría de los liberales acogió al general José H ilario López
com o su can d id ato . López no había participado en la g u erra civil de 1839-1842
y no se cernía com o una am enaza contra el orden establecido. El program a p ro ­
puesto para López, escrito por Ezequiel Rojas, otro liberal veterano, tam bién era
tran q u ilizad o r. Prom ovía por lo general principios ortodoxos; por ejem plo, la
protección d e las libertades individuales, el im perio d e la ley, una justicia im p a r­
cial, una econom ía estricta y el nom bram iento de los em p lead o s públicos por su
capacid ad y no p o r su filiación p artidista. La afirm ación q u e m ás lindaba con la
contro v ersia era aquella que estipulaba que la religión no se debía utilizar com o
in stru m en to d e gobierno.
Si bien los liberales veteranos p ro cu raro n no atem o riz ar al electorado,
otros elem entos m ás explosivos se estaban su m an d o al proceso político. Uno fue
el su rg im ien to de la clase p o p u lar com o una fuerza política m ás activa, con el li­
derazg o inicial d e los artesanos de Bogotá. Los artesanos o cupaban u n a posición
social q ue se situ ab a en tre la clase alta y la m asa de trabajadores pobres y analfa­
betos. En la política d esem peñaban un cierto papel, p o r lo m enos com o votantes,
pero era u n pap el subalterno. A unque Lorenzo M aría Lleras había in ten tad o
m ovilizar al sector artesanal para q u e apoyara a los liberales progresistas a fi­
nes de la d écad a de los años 1830, ni los artesanos bogotanos ni los de otras
regiones se identificaban notablem ente con el liberalism o. Pero en 1847, cu an d o
el gobierno d e M osquera redujo el arancel im puesto a los bienes term inados,
hub o un cam bio significativo. En octubre de 1847, un g ru p o de artesanos de
Bogotá form ó la Sociedad de A rtesanos para presionar a favor de protecciones
arancelarias y b uscar el bienestar d e los m iem bros del grem io. Al com ienzo, la
sociedad no tuvo com prom isos políticos claros; sus actividades iniciales tenían
q u e ver con la alfabetización, en p arte para ex p an d ir el n ú m ero de sus votantes.
Pero antes de ju n io de 1848, varios jóvenes liberales letrados persu ad iero n a la
Sociedad d e A rtesanos de ap o y ar la ca n d id a tu ra presidencial del general López,
a u n q u e alg u n o s artesan o s preferían al conservador José Joaquín Gori, quien se
declaraba ab iertam en te proteccionista.
D espués de la elección de López en m arzo de 1849, la Sociedad de A rte­
sanos, con vertid a en la Sociedad D em ocrática de Bogotá, sirvió de m odelo para
la m ovilización política liberal de las clases p opulares en m u chas otras ciu d ad es
y poblaciones del país. Estas sociedades dem ocráticas, q u e casi siem pre eran
parcialm en te d irig id as p or elem entos de la clase política liberal, activaron algún
ap o y o p o p u la r p ara el gobierno d e López y se convirtieron en un m edio para
in tim id ar a los con serv ad ores en áreas d o n d e estos antes habían predom inado.
Esta utilización de la violencia com o arm a política se m anifestó sobre todo en

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M a r c o P a i a c k n - 1h<a \ k S a u o r o

el valle del Cauca, en d o n d e a p artir de 1848 la lucha en torno a tierras co m u ­


nitarias en tre hacendados y agricultores pequeños en la jurisdicción de Cali se
convirtió en un a m ovilización de ban d as arm ad as de las clases po p u lares, q u e a
fines de 1850 atacaron p rim ero las haciendas de los co n serv ad o res y luego asal­
taron sus personas. Estos ataques p ronto se p ro p ag aro n a Buga, T uluá, C artago
y otras regiones del valle del Cauca. D esde el punto d e vista de los líderes libe­
rales, estos asaltos contribuyeron a debilitar el control d e los conservadores en la
región. Así, cu an do los conservadores criticaron el uso de tu rb as p o r p arte d e los
liberales, algunos funcionarios liberales m inim izaron la violencia, calificándola
de "retozos dem ocráticos".
O tro elem ento en el proceso de polarización fue el surgim iento de una
nueva generación de liberales de los estratos altos, en su m ayor p arte nacidos en
la década de los años 1820, que culm inaron su educación u n iversitaria e ingre­
saron a la política en la segunda m itad de la década d e los años 1840. A lgunos
de estos jóvenes habían sufrido la m uerte, la ejecución o la persecución de un
p ad re o un tío en la guerra de 1839-1842. Más directam ente, en sus p ropias p er­
sonas, habían vivido la reacción de posguerra com o estudiantes. Así, tuvieron
que ag u an tar el conservatism e ideológico del currículo y del orden institucional
de la educación secundaria y universitaria en la década d e los años 1840. Pero su
enojo p o r la reacción conservadora de com ienzos del decenio de los años 1840
no era lo único que los m otivaba. A sem ejanza de otros d e esta generación de la
postindependencia en la Am érica española, desde México hasta Chile, creían que
la generación anterior que había fun d ad o la nación había proclam ado ideales
republicanos pero no los había cum plido. Los fundadores se habían em ancipado
de España, pero la herencia colonial seguía presente en la persistencia de la escla­
vitud; en el sistem a de rentas públicas con sus m onopolios fiscales y el diezm o; en
la persistencia de las "preocupaciones" religiosas y el p redom inio cultural de una
iglesia tradicionalista; en la degradación de las m asas d e población. M uchos de
estos jóvenes creían que su generación tenía el deber d e abolir cualquier vestigio
de la era colonial y establecer una república verd ad eram en te dem ocrática.
En gran m edida, estos jóvenes liberales estaban influenciados por las co­
rrientes políticas e ideológicas de Francia. En el decenio d e los años 1840 se d e­
sarrollaba en este país un debate en torno al papel de los jesuítas en la educación
superior. La novela antijesuita de Eugène Sue, El judío errante (1845), coloreó y
reforzó la hostilidad que los jóvenes políticos neo g ran ad in o s sentían hacia esta
com u n id ad . Con su propia antipatía legitim ada por los ataques franceses, los
liberales n eogranadinos, acom pañados por el joven co n serv ad o r ju lio A rboleda,
co n d en aro n la presencia de la C om pañía de Jesús poco d esp u é s del regreso de la
o rden al territorio n eo granadino en febrero de 1844. En 1845, los jesuítas fueron
d u ram en te criticados en la C ám ara de R epresentantes y siguieron siendo objeto
de controversia hasta que fueron n u evam en te ex p u lsad o s por el gobierno de
López en 1850.

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H i s t o r i a oí; C o i o m h i a . P m s i k \ c a i i m a i 0 , ‘< < drnA i) im m ijip a 297

La revolución de 1848 en París acentuó la influencia francesa, sobre todo


entre a lg u n o s jóvenes letrados. Los sucesos de 1848 revivieron la prim era revo­
lución francesa en la conciencia de la elite. En 1849, el gobierno liberal n eogra­
n ad in o decid ió que los funcionarios gubernam entales, al igual que en la Patria
Boba, d eb ían ser llam ados ciudadanos, a la m anera igu alitaria de los revoluciona­
rios franceses. Tam bién los escritores igualitaristas y com unitaristas europeos,
com o L am ennais, P roudhon y Louis Blanc, tuvieron algún influjo retórico en
los jóvenes políticos liberales de m ediados del siglo, au n q u e , a fin de cuentas, el
in d iv id u alism o anglosajón fue la ideología dom inante.
Al com ienzo, los liberales jóvenes acogieron los tres principios de la p ri­
m era rev o lu ció n francesa: ig ualdad, fratern id ad y libertad. La ig u ald ad y la
fratern id ad parecían estar re p resen ta d as en sus alian zas con los artesanos de
Bogotá y con la clase p o p u lar en la Sociedad D em ocrática. Los jóvenes liberales
se p ercibían a sí m ism os com o constructores de u n a dem ocracia real al incorpo­
rar a su s c o m p atrio tas m ás pobres q u e antes estab an m arg in ad o s del proceso
político, a u n q u e tam bién fue claro d esd e el inicio q u e tenían la m eta m enos
noble d e co n v e rtir a su s su b o rd in ad o s sociales en un brazo político que les a y u ­
d aría a eleg ir a L ópez y a sostener el régim en liberal. En esos años iniciales, los
esfu erzo s co m b in ad o s de los liberales jóvenes y las so cied ad es dem ocráticas sí
significaron u n m ejoram iento social, q u e se evidenció sobre todo en la cam paña
a fav o r de la abolición inm ediata de la esclavitud en 1850-1851. El espíritu de
ig u ald ad y fra te rn id a d tam bién se aprecia en la oposición de los n u evos libera­
les al en carcelam ien to por d eu d a s y a la coerción de los vagos (una de las p rin ­
cipales p an aceas d e los conservadores). Los p rincipios dem ocráticos tam bién
se m an ifestaro n claram ente en su apoyo al sufragio u niversal para los varones
a d u lto s alfabetos.
C on el tiem po, sin em bargo, qu ed ó claro que, a u n q u e proclam aban los
principios d em ocráticos e igualitarios, los jóvenes liberales estaban constreñidos
por su s id e n tid a d e s d e clase y seguían siendo inconscientem ente elitistas y p a­
ternalistas en sus actitudes hacia los pobres. Los jóvenes liberales habían d ad o
por se n ta d o q u e los estratos m ás bajos que estaban re d im ien d o de la ignoran­
cia seg u irían , agradecidos, el liderazgo de la joven elite. C u an d o sus prosélitos
p o p u lare s se atrev iero n a m anifestar su d esacu erd o con ellos, no d u d aro n en
re p u d ia r a su s p ro teg id o s m enos instruidos, tild án d o lo s de brutos e incapaces
de p en sar. A m e d id a que las relaciones con los artesanos de Bogotá fueron d ete­
riorán d o se, la ig u ald ad y la fraternidad se hicieron m enos evidentes en las m etas
de la n u ev a generación, aunque la libertad siguió o cu p a n d o un lugar destacado
en su ideología: lib ertad de expresión y d e prensa, libertad de culto, libertad de
educación, libre com ercio, libre em presa.
El deseo de cam bio institucional radical de los liberales jóvenes y el d esa­
rrollo de un a política de m asas organizada no fueron los únicos elem entos que
contrib u y ero n a la polarización política en la década d e los años 1850. Tam bién

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298 M s k c t ' I ’a i a c r i s - I ' k a n k S a i ¡'o r d

hubo un esfuerzo consciente de algunos líderes co n serv ad o res por d e sa rro ­


llar una id en tid ad partidista clara y u n a ideología m ilitante. En m ayo de 1848,
cu ando las elecciones presidenciales alcanzaban su clím ax, M ariano O spina Ro­
d ríg u ez y José Eusebio C aro bautizaron por prim era vez com o C o n serv ad o r el
partid o político del cual O spina había sido un orien tad o r d esd e 1841. O spina y
C aro tam bién quisieron darle al p artid o conservador una definición ideológica,
co n trastan d o su com prom iso con la religión, el ord en y la m o ralid ad con lo que
percibían com o el anarquism o im pío de los "rojos" liberales. O spina escogió con
algún cálculo la Iglesia y el cristianism o com o sím bolos em ocionalm ente p o d e ­
rosos, que atraerían un apoyo am plio y fervoroso para el p a rtid o conservador.
A m ed id a que los liberales buscaron m ovilizar u n a base p o p u la r con
sus sociedades dem ocráticas, O spina y otros las em u laro n con organizaciones
de m asas sim ilares. Estas tenían nom bres diversos, alg u n o s con un tono algo
paternalista. La de Bogotá se llam ó Sociedad P op u lar de Instrucción M utua y
Fraternidad C ristiana; en Cali se denom inó Sociedad de A m igos del Pueblo;
en Popayán se conoció com o Sociedad P opular de R epublicanos. En enero de
1850 se p resen taron enfrentam ientos violentos entre los artesanos de la Sociedad
Dem ocrática y los artesanos de la Sociedad P opular, en Bogotá, y pocos m eses
desp u és tam bién hubo choques entre la Sociedad D em ocrática y los A m igos del
Pueblo en Cali.
A dem ás de tratar de m ovilizar apoyo p opular, los liberales y los conser­
vadores tam bién form aron nuevos clubes políticos d e la elite. En Bogotá, los
jóvenes liberales letrados establecieron en 1850 la Escuela R epublicana, en la que
p rom ovieron ideas av anzadas o proyectos utópicos, m uchos de ellos im p o rta­
dos de Francia. Siguiendo las enseñanzas de los escritores franceses L am ennais
y Lam artine, algunos m iem bros de la Escuela R epublicana hicieron u n llam ado
para reto rn ar a la dem ocracia y el igualitarism o de C risto, co n d en an d o el apego
a la p ro p ied ad y al po d er de la Iglesia católica rom ana establecida. Un discurso
de José M aría Sam per en el que exponía esos tem as e identificaba a los jóvenes
liberales radicales con el cerro del G òlgota dio pie p ara ridiculizarlos con el a p e­
lativo de "gólgotas", un nom bre que les q uedó peg ad o d u ra n te toda la década
de los años 1850.
La fundación de la Escuela R epublicana fue u n acto cargado d e sim bolis­
m o político. Se inauguró el 25 de septiem bre, aniversario d e la conspiración de
1828 contra Bolívar por una generación anterior de jóvenes liberales letrados.
Bien pronto los conservadores jóvenes form aron un g ru p o contrario, la Sociedad
Filotémica, tam bién in au g u ra d a sim bólicam ente en la antigua qu in ta d e Bolí­
var. Los conservadores tam bién establecieron un club auxiliar de m ujeres que se
llam aba la Sociedad del N iño Dios. T anto los liberales com o los conservadores
caldearon la tem peratura de la m ovilización p artid ista no solo m ediante org an i­
zaciones p o p u lares y elitistas, sino tam bién en debates de prensa. En la década
de los años 1850 proliferaron los periódicos ideológicos.

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f llSrO KIA D l : X- -V ' I 1 ' M H I A . P \ N l-!' M % ' ■ ' , ; * , A Y i; . i a D (/!\ i L: : : 2 9 9

Si bien d esd e los inicios del gobierno de López se cruzaron acusaciones


partid istas y h u b o algo de com bate callejero, d u ra n te los p rim eros dos años se
hicieron pocos cam bios institucionales radicales. En 1849, los conservadores te­
nían una clara m ayoría en el S enado y una ligera ventaja en la C ám ara de Re­
presentantes, de m odo que solo se podían p ro m u lg ar leyes con las cuales estos
estuv ieran de acuerdo. En 1850, el balance se inclinó u n poco m ás a favor de los
liberales, pero au n así en el S enado am bos p artid o s estab an bastante equilibra­
dos. Por consiguiente, no podía ap ro b arse n in g u n a ley sin co n tar con al m enos
algo de ap oyo bipartidista.
A m bos p artid o s siguieron com prom etidos con el desarrollo del com ercio
exterior. A ntes de 1849, cuando los conservadores o cu p aro n el ejecutivo, a lg u ­
nos se habían o p u esto a la abolición del estanco del tabaco debido a la probable
p érd id a de ren tas estatales, m ientras que los liberales fueron quienes m ás p re ­
sionaron para qu e se elim inara el m onopolio. D espués d e la elección de López,
sus posiciones se invirtieron. En 1849 el secretario de H acienda, Ezequiel Rojas,
un liberal veterano, se opuso a la abolición del estanco del tabaco p o r razones
fiscales, en tan to que los congresistas conservadores ap o y a ro n su elim inación en
1850, a fin d e p ro m o v er la exportación. En relación con o tra m edida que buscaba
ex p an d ir el com ercio exterior de la N ueva G ranada, el C ongreso de 1849, d o m i­
nado p or los conservadores, aceptó convertir el istm o de P anam á en una zona
de libre com ercio. Los legisladores d e am bos p artid o s m o straro n u n a adherencia
firm e a la política de com ercio libre, de acu erd o con los preceptos económ icos
liberales dom in an tes. Las peticiones de los artesanos d e Bogotá y C artagena de
elevar la protección ad u a n era no en co n traro n m ucha acogida ni en los conser­
vadores ni en los liberales. En 1850, una p ro p u esta para elevar los aranceles de
los bienes term in ad o s en un 25 p o r ciento contó con el apoyo de nueve liberales
y varios co n serv ad o res en la C ám ara de R epresentantes, pero fue firm em ente
rechazad a p o r los d em ás legisladores de los dos partidos.
A m bos p artid o s tam bién resp ald aro n la fragm entación del gobierno
regional en p ro v in cias m enores y la concesión de u n a m ayor au to rid a d a las
provincias y m u n icip alid ades. El m ovim iento a favor d e la fragm entación en
provincias m ás p eq u eñ as reflejaba rivalidades locales p ro fu n d am en te arraig a­
das. Pero tam bién existía un deseo m ás o m enos b ip artid ista de desarrollar una
m ayor cap acid ad de au togobierno en los niveles provincial y m unicipal. Esta
aspiración p u ed e h ab er sido alen tad a por el libro La democracia en Am érica (1835),
de Alexis de Tocqueville, que atribuía parte del éxito d e la dem ocracia en Esta­
dos U nidos a la v italid ad del gobierno local. En esos años parece haber existido
la creencia de q u e un gobierno regional efectivo sería m ás factible con provincias
m ás p equeñas. Por consiguiente, entre 1849 y 1852 se crearon u n as trece p ro v in ­
cias nuevas, m ed ian te la subdivisión de otras de m ayor tam añ o {véanse cu ad ro s
10.5 y 10.6).

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3(10 M a r c ;o P ai ac k > ì - I'r a n k S a u o r d

C uadro 10.5. Leyes principales prom ulgadas en 1849 y 1850.

1849
M ayo 7 Se d iv id e la p rovin cia d e Tunja en p rovin cias d e Tunja y T undam a.
M ayo 26 Se d iv id e la p rovin cia d e V eragu as en p ro v in cia s d e V eragu as y C hiriq’"'
luí.
M ayo 26 A b olid a la p en a d e m u erte para d elito s p olíticos.
M ayo 29 Se crea la p rovin cia d e O caña (en territorio to m a d o d e M om pox).
Junio 2 El istm o d e P anam á se d eclara zon a d e co m ercio libre.
Junio 27 Se organ iza la gu ard ia n acion al.
Julio 20 Se co n ced e am nistía por lo s d e só r d e n e s p o lítico s d e abril d e 1849.

1850
Abril 8 Se crea la n u eva p rovin cia d e A zu ero.
Abril 15 Se crea la n u eva p rovin cia d e V alled u p ar, tom ad a d e Santa Marta.
Abril 17 Se d iv id e la p rovin cia d e P am p lon a en tres provincias: Santander (C ú cu ­
ta), S oto (P ied ecu esta, G irón, Bucaram anga) y P am p lon a.

Abril 20 Se d escen tralizan los in g reso s y g a sto s a las p rovin cias.


M ayo 15 Los títu los u n iversitarios se declaran in n ecesarios para ejercer una pro­
fesión.

Junio 8 Se estab lecen escu ela s d e artes y o ficio s en las in stitu cio n es n acion ales.

Fuente: Codificación nacional, v o lú m e n e s xiii y xiv.

D esde luego, la presión para q u e se o to rg ara m ayor au to rid a d a las p ro ­


vincias estaba m otivada en p arte por el resentim iento q u e provocaban las (deci­
siones to m ad as en Bogotá. Pese a los esfuerzos realizad o s por la ad m in istració n
de H errán (1841-1845) para reafirm ar el control centralista d espués d e la rebe­
lión federalista de 1840-1842, y a las tendencias centralistas del presid en te M os­
q u era (1845-1849), en las provincias se siguieron m anifestando aspiraciones
federalistas. En los últim os años d e la década d e los años 1840, los d irig en tes
políticos de d iv ersas facciones arg u m e n taro n q u e las provincias conocían sus
pro p ias n ecesidades m ejor que el gobierno nacional en Bogotá, y que requerían
m ás au to n o m ía y m ayores recursos fiscales para a te n d e r el desarrollo local. D u ­
ran te el gobierno de M osquera, en 1848, el C ongreso concedió a las legislaturas
provinciales m ayor au to rid a d para cobrar im puestos, co n tratar obras públicas,
su p erv isar la división y la venta de tierras co m u n itarias indígenas y, en general,
pro m o v er el desarrollo económ ico. A dem ás, en la subsiguiente cam paña p resi­
dencial de 1848, todos los can d id a to s principales se em peñaron en su apoyo a
la au to n o m ía provincial.
El m ovim iento federalista se acentuó d u ra n te el gobierno liberal. U na m e­
d id a clave fue la descentralización de varias rentas y algunos gastos en 1850,
pro p u esta p o r el nuevo secretario de H acienda, M anuel M urillo Toro. M urillo,

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H i s '( i.)KI a 01 C oi (AMBIA. í ’ o ;v i¡ .ii'\ 3Ü1

C uadro 10.6. Legislación políticam ente significativa en 1851.

M ayo 9 S e p erm itió la existen cia d e co m u n id a d e s relig io sa s, d istin ta s d e la C om p añía


d e Jesús, siem p re y cu a n d o n o se basaran en el secreto, la " d elación m utua"
y la o b ed ien cia pasiva. Y se e stip u ló q u e la au torid ad pú b lica no se p od ía
u tilizar para hacer respetar v o to s m on ásticos.

M ayo 12 L os títulos u n iversitarios dejaron d e ser req u isito para ocu p ar cargos en el
gob iern o.

M a y o 14 S e abolió el fuero eclesiástico.

M ayo 15 La provincia d e A n tioq u ia se fragm en tó en tres p rovin cias: A n tioq u ia, M ed e­


llín y C órdoba (R ionegro).

M ayo 21 S e a b olió la escla v itu d a partir d e en ero d e 1852.

M a y o 22 S e a u torizó la guerra con E cuador. (R eacción a la a y u d a ecu atorian a a la rebe­


lió n con servad ora q u e por esa ép oca se desarrollaba en el Cauca).

M a y o 24 Se p ro m u lg ó una ley q u e sentab a las b ases para la reform a d e la C on stitu ción


d e 1843: garantías d e libertad in d iv id u a l, in clu id a s la libertad d e cu lto, la
libertad d e ex p resión y d e p rensa y la libertad d e ed u cación ; p roh ib ición d e la
escla v itu d ; estructura p olítica federal; ex ten sió n d el su fra g io a to d o s los a d u l­
tos v a ro n es alfab etos para elegir, en v otación secreta, el p resid en te, los jueces
d e la C orte S u p rem a y los g o b ern a d o res p rovin ciales.

M ayo 27 Los ca b ild o s locales esco g ería n a lo s sacerd otes, d e ternas su m in istra d a s por
los o b isp os; las legislatu ras p rovin ciales serian resp o n sa b les d el a p o y o finan ­
ciero a la Iglesia en su s jurisd iccion es.

M a y o 30 Los ce n so s d e la Iglesia se can celarían p a g a n d o la m itad d e su valor d e cap i­


tal.

M ayo 31 Se e stip u ló la libertad ab solu ta d e prensa.

Ju n io 4 Se esta b leciero n juicios con jurado para h o m ic id io , robo y hu rto d e gran d es


ca n tid a d es.

Fuente: Codificación Nacional, vol. xiv.

un h o m b re de cu n a m odesta, nació en la villa de C haparral, en la provincia de


M ariquita. Fiel a sus orígenes, M urillo era, en tre los líderes liberales de la época,
el qu e m o strab a el espíritu social dem ocrático m ás consistente. A nte un défi­
cit fiscal ap a ren tem e n te inm anejable, ag rav ad o p o r la abolición del estanco del
tabaco y p o r m enores recaudos de ad u a n a d ebido a la reducción de aranceles,
M urillo p ro p u so o b v iar el problem a traslad an d o a las provincias algunas d e las
re sp o n sab ilid ad es del gobierno central, así com o p arte de sus recursos trib u ta­
rios. M urillo esp erab a que, al traslad ar algunos de los im puestos coloniales m ás
o d iad o s a las provincias, estas acabarían con el régim en fiscal colonial. A brigaba
la esp e ran z a de qu e las provincias reem p lazaran el diezm o, un gravam en on ero ­
so sobre la pro d u cció n agrícola bruta, así com o otros im puestos, con algún tipo
d e co n trib u ció n directa. Esta últim a se había in ten tad o im p o n er sin éxito en la

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302 M a r c o ì’ a i a i io s - I'k a n k S m iciro

d écada de los años 1820. Según M urillo, el experim ento inicial con la tributación
directa había fracasado porque la form a de los im puestos no era suficientem ente
sensible a los intereses locales. Decía que si se trasladaba u n a gran parte de la
responsabilidad fiscal a las provincias, estas hallarían m o d alid ad es de trib u ta­
ción m ás ad ecuadas a los deseos locales.
En la opinión de M urillo, la descentralización de los ingresos no era sim ­
plem ente una m edida fiscal. Tam bién era una m anera de dem ocratizar el país.
Según esperaba, al debilitarse los poderes del gobierno central, se atenuaría la
causa principal de la lucha partidista: la pasión por controlar los puestos y el
clientelism o del gobierno nacional. Al otorgar u n a m ayor responsabilidad a las
provincias para crear im puestos y proveer servicios gubernam entales, tam bién
se contribuiría a instaurar una dem ocracia m ás vigorosa y efectiva a nivel local.
M urillo estaba consciente de que al com ienzo las provincias p o d rían com eter
errores por su inexperiencia, pero sostenía, a sem ejanza d e los p artid ario s del
federalism o en C úcuta en 1821, que ap ren d erían a gobernarse a sí m ism as sobre
la m archa. Esta idea de fom entar la dem ocracia local form ó p arte del sustrato
ideológico que ap untaló el m ovim iento a favor d e una estru c tu ra federalista en
la década de los años 1850.
Fuera de la descentralización de rentas y gastos en 1850, las innovacio­
nes legislativas m ás radicales en esos dos años fueron la com plem entación del
ejército p erm anente con una g u ard ia nacional org an izad a y la elim inación del
requerim iento de un título universitario para ejercer las profesiones. Según p a­
rece, estas dos m edidas aparentem ente dem ocráticas contaban con algún apoyo
bipartidista.
Pese a la m oderación de la actividad legislativa, los conservadores halla­
ron un tem a de controversia en la decisión del gobierno de López de expulsar
a los jesuítas en m ayo de 1850. M uchos liberales desconfiaban de los jesuítas
po rq u e percibían a los hijos de Loyola com o un in stru m en to político del partido
conservador. Sin em bargo, ni el presidente López ni alg u n o s otros liberales ve­
teranos de su gobierno querían expulsar a los jesuítas, p o r tem or a una posible
reacción popular. De hecho, miles de personas firm aron peticiones en contra de
la expulsión, y las dam as de clase alta de Bogotá le rogaron al p residente que no
com etiera sem ejante sacrilegio. Sin em bargo, López cedió a la presión liberal y
desterró a los jesuítas m ediante una orden ejecutiva, con base en el d u d o so a rg u ­
m ento jurídico de que la orden de expulsión em itida p o r C arlos iii en 1767 seguía
vigente. Si se tiene en cuenta la agitación que precedió a la expulsión de los jesuí­
tas, la reacción cuando se produjo al acto en sí fue so rp re n d en tem en te lim itada.
En 1851, los liberales contaron por prim era vez con am plias m ayorías en
am bas cám aras del Congreso. (Los conservadores se quejaban, probablem ente
con razón, de que la intim idación del gobierno y el control de las elecciones h a­
bían posibilitado las m ayorías liberales). El control del C ongreso perm itió a los
liberales ad o p tar m edidas m ás radicales. Una de estas fue la decisión de abolir la

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esclavitud d e una vez. En abril de 1849, a com ienzos del gobierno de López, tres
jóvenes liberales, A ntonio M aría Pradilla, S alvador C am acho Roldán y M edardo
Rivas, lan zaro n una cam paña a favor de la abolición in m ed iata de la esclavitud.
Ni el C o n g reso ni el gobierno de López estaban listos p ara a d o p ta r una m edida
tan radical, au n q u e el proceso de m anum isiones co m p en sa d as sí se aceleró. A
fines d e 1850 y a com ienzos de 1851, las legislaturas d e provincias en d o n d e la
esclav itu d no era im p o rtante y las sociedades dem ocráticas del Cauca, en d o n ­
de sí lo era, pidieron la abolición inm ediata. Ya en ese m om ento las peticiones
en co n traro n acogida en el C ongreso y una ley d e m ayo de 1851 estipuló que la
esclav itu d se aboliría del todo a p artir de enero d e 1852.
De m ayores consecuencias políticas que la abolición d e la esclavitud fue la
legislación d e 1851 qu e afectaba a la Iglesia. Las leyes m ás im p o rtan tes fueron la
q u e abolió el fuero eclesiástico en m aterias civil y penal (m ayo 14), la que asignó
a los concejos m unicipales un papel en la selección d e los párrocos e hizo a la
Iglesia d e p e n d e r financieram ente d e las cám aras d e provincia (m ayo 27) y la que
perm itió a los pro p ietarios gravados con censos liberarse al p ag ar al gobierno la
m itad d e su valor de capital (m ayo 30). C ada u n a d e estas m ed id as expresaba
en alg ú n g ra d o un elem ento im portante de la ideología liberal. Los liberales m ás
radicales creían qu e la Iglesia católica, con su e stru c tu ra jerárquica, era incom ­
patible con la dem ocracia; los liberales m ás m o d erad o s no estaban de acuerdo
con esta posición tan radical, pero sí creían que era preciso reducir el p o d er y los
privilegios eclesiásticos, p o r m otivos tanto políticos com o económ icos. La abo­
lición del fuero rep resen taba una afirm ación del principio d e ig u ald ad ante la
ley. Las leyes qu e asignaban a los concejos m unicipales u n papel en la selección
de los cu ras párrocos y q u e volvían a la Iglesia d ep e n d ie n te de las legislaturas
provinciales fueron esfuerzos tendientes a debilitar la e stru c tu ra jerárquica de
la Iglesia y a d a r m ás control local sobre los párrocos. A su vez, la am ortización
de los censos fue un a m edida económ ica q u e buscaba facilitar la circulación de
la tierra en un m ercad o abierto. Los conservadores, sin em bargo, no percibieron
las acciones liberales com o un asunto de principios sino com o un ataq u e contra
la Iglesia com o institución.

La r e b e lió n c o n s e r v a d o r a d e 1851

Las innovaciones eclesiásticas de 1851 su p liero n uno d e varios m otivos


para la rebelión co n serv ad o ra de ese año. M ientras estas m ed id as se abrían paso
en el C ongreso, los con servadores de Bogotá p lan earo n iniciar una revolución,
posib lem en te un g o lpe de Estado en la capital, cu an d o las leyes antieclesiásticas
en tra ra n en vigor y ap rovechar así la reacción aira d a de las gentes piadosas.
Entre tanto, u na ju n ta de conservadores en P o payán había id ead o un plan dife­
rente; in su rreccio n ar a las provincias del occidente. En abril d e 1851 se iniciaron
m ovim ien to s revolucionarios conservadores en Pasto y en diversos lugares del
valle del Cauca. Si bien la insurrección con serv ad o ra en el valle del C auca fue re-

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3W M a rco Pai a < ras - F r a n k S A riiA R o

prim id a rápidam ente, la revolución se p ropagó a A ntioquia en junio, y en julio y


agosto llegó al oriente (Bogotá y sus alrededores. M ariquita, Tunja y Pam plona).
La rebelión conservadora de 1851 suele describirse com o u n acto de resis­
tencia contra la abolición de la esclavitud. En el siglo xix, los liberales sostuvieron
q ue la rebelión fue m otivada por la defensa de la esclavitud, y esta idea tam bién
aparece en escritos m ás recientes. Existe alg u n a evidencia circunstancial que
p u ed e aparecer acorde con esa interpretación. Julio y Sergio A rboleda, dos de
los líderes de la rebelión en el Cauca, eran d u eñ o s de esclavos y ellos y los d e ­
m ás esclavistas de la región se quejaban de las consecuencias económ icas que les
acarrearía la abolición de la esclavitud. Sin em bargo, en el C auca ya la esclavitud
estaba en proceso de disolución y la m ayor p arte d e los terraten ien tes aceptaba
la abolición. (El general M osquera se había an ticip ad o a lo inevitable m ediante
el envío de sus esclavos a Panam á en 1850). A dem ás, Julio A rboleda, el líder
m ás visible del levantam iento del Cauca, au n q u e sin d u d a furioso por no recibir
una com pensación adecuada por los esclavos liberados, reaccionó m ucho m ás
contra el uso de la violencia por los liberales para g an ar la hegem onía política en
el Cauca. En su periódico revolucionario criticó a los liberales p o r utilizar negros
libres com o tropas de choque en su guerra política contra las elites conservado­
ras. "¿Q uiénes son aquellos hom bres, casi todos negros, q u e cru zan y recruzan
arm ad o s p o r las calles de Cali? Son m anum isos y libertos q u e ha arm ad o el go­
b iern o ... Son agentes del gobierno".
En todo caso, la rebelión conservadora d e 1851 no se lim itó al Cauca. En
A ntioquia, d o n d e tuvo su m ayor éxito relativo, los esclavos rep resen tab an m e­
nos del uno por ciento de la población y uno d e los p rim ero s actos de los con­
servadores rebeldes antioqueños fue la abolición in m ed iata d e la esclavitud en
su región. Debe anotarse que la ley antio q u eñ a estip u lab a u n a com pensación
m onetaria inm ediata, m ientras que, según la ley nacional d e abolición, a los d u e ­
ños de esclavos se les pagaría en bonos, que sin d u d a se d ep reciarían bastante.
Por o tra parte, el general caucano Eusebio Borrero, q u e presidió la rebelión en
A ntioquia, votó com o senador a favor de la ley d e abolición de la esclavitud
antes de m archarse de Bogotá para dirigir la insurrección paisa. La rebelión tam ­
bién se propagó hasta los altiplanos orientales y la provincia d e M ariquita, en
d o n d e la esclavitud no era im portante y existía u n sentim iento antiesclavista
generalizado.
En A ntioquia, varios m otivos incitaron la rebelión. Las m ed id as liberales
del C ongreso de 1851, percibidas com o anticlericales, fueron u n agravio im por­
tante; varios párrocos apoyaron la rebelión, au n q u e alg u n o s tam bién se o pusie­
ran a ella. En la zona de colonización an tio q u eñ a hacia al sur, alg u n a gente te­
mía q u e se pro p agara la anarquía desde el C auca. El general B orrero aprovechó
estos tem ores diciendo que el gobierno liberal había ap ro b ad o los excesos de los
D em ocráticos en el Cauca, y que, a m enos q u e triu n fara la revolución, los antio­
q ueños estaban bajo la am enaza de robo de sus p ro p ied a d es, la violación de sus

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l i l S U I K I A DI C'( H.cniBI \ . I’a N FKA( A l l \ l A U > , SvX Id ) \1 > I )lV I I >1!'A 305

M apa 10.1. Rutas de la Comisión Corogràfica, 1850-1859.

V e n e z u e la
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mal inferoccánico ¡ / ¡ y í / i
1853-1854 \ ^ <

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O céano s
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Perú

Fuente: Mapa Codazzi.

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3Ü6 M akco 1’ \i , \c io a - Fr \ \ k S ait o k d

m ujeres y la destrucción de su religión. En M edellin y los pueblos vecinos, los


conservadores se oponían a la reciente división de A ntioquia en tres provincias,
u na m edida p ro p u g n ad a por los liberales de Rionegro. Según los co n se rv ad o ­
res, la fragm entación de A ntioquia era un intento evidente de fortalecer a los
liberales en la región, al quitar lugares relativam ente liberales (Rionegro, Santa
Fe de A ntioquia y Sopetrán) del dom inio de M edellín, d o n d e p re d o m in a b an los
conservadores. Uno de los prim eros actos del general Borrero fue pro clam ar la
reunificación de A ntioquia com o estado federal. En A ntioquia, la consigna de la
rebelión fue "D ios y Federación". H abría podido ser "Dios, P ro p ied ad y F edera­
ción", pero no hubiera sonado tan bien.
La m otivación principal de la rebelión conservadora de 1851, y su co­
m ú n d en o m in ad or en las diversas regiones del país, fue el deseo de ro m p er el
dom inio político del partido liberal y restau rar el control co n serv ad o r sobre el
Gobierno nacional. Esta m otivación partidista se vio co m p lem en tad a por otras
inquietudes, que variaban según las regiones. En Pasto, los insurgentes se p ro ­
nunciaron contra la expulsión de los jesuítas; en M ariquita o n d earo n la b an d era
del federalism o. Las proclam as que por lo general com partían los co n serv ad o ­
res, fuera de la hostilidad hacia el gobierno liberal, eran la defensa d e la Iglesia y
la seg uridad de la propiedad.
La derro ta de la rebelión conservadora y la consiguiente consolidación de
la hegem onía liberal perm itieron que el régim en liberal siguiera presio n an d o a la
Iglesia. Com o el arzobispo M anuel José M osquera rehusó cooperar con la ley de
1851 que autorizaba a los concejos m unicipales a participar en la selección de los
párrocos, en m ayo de 1852 el C ongreso elevó cargos contra él y luego lo expulsó
del país. Por esta m ism a causa tam bién se acusó form alm ente a otros m iem bros
de la jerarquía católica, incluidos los obispos de Santa M arta y C artagena.
La revolución liberal de 1849-1852 consolidó la alianza entre los políticos
conservadores y el clero. M ariano O spina R odríguez había sentado las bases
para esta alianza a com ienzos de la década de los años 1840, m ediante el retorno
de los jesuítas com o instrum ento de orden. C uando los conservadores perd iero n
el control del gobierno en 1849, O spina nuevam ente recurrió a la Iglesia com o
causa para m ovilizar apoyo político y com o un instrum ento de ord en social. En
junio de 1852 —después del fracaso de la rebelión conservadora d e 1851 y por
la época en que se expulsó al arzobispo M osquera del país —, M ariano O spina,
en una carta enviada a José Eusebio Caro, analizó fríam ente las posibles con­
signas que se p odrían utilizar para m otivar una defensa enérgica y ap a sio n a­
da del p artid o conservador. Según O spina, los principales elem entos del credo
conservador eran la libertad política, la seguridad personal y de la p ro p ied ad ,
y la religión cristiana. Sin em bargo, la experiencia había d em o strad o que los
conservadores a quienes les preocupaba sobre todo la seguridad personal y de
la p ro piedad no iban a luchar por la causa. Solo la bandera de la religión podría
m ovilizar un apoyo p o p u lar ferviente al partido conservador. Así com o O spina

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li lS rc 'l v 'I A n i ü . \..\ii ■. [ Áf.X ). R X T l Ü A i ' DA.il'IIAS 30/

y los d em ás conservadores veían en la Iglesia católica rom ana su últim a arm a


política, g ran parte del clero acogía al partido co n serv ad o r com o principal d e ­
fensor d e la Iglesia contra los asaltos de los liberales.

L a d iv is ió n l ib e r a l

M ientras los liberales consolidaban su hegem onía en 1852-1853, tam bién


estaban en proceso de dividirse. D esde los inicios del gobierno de López su rg ie­
ron d iv erg en cias entre los prohom bres liberales: si se debía o no abolir el m ono­
polio del tabaco, si se debía expulsar a los jesuítas, si se debía abolir la esclavitud
sin dem o ra. A veces las divisiones se daban entre los liberales veteranos, com o
Ezequiel Rojas, Lorenzo M aría Lleras y el propio López, por u n a parte, y por
otra, los jóvenes radicales, cuyo líder principal era M anuel M urillo Toro.
D esde 1849 hasta 1852, M urillo fue percibido com o el principal prom otor
de la refo rm a radical en el gabinete de López. Sin em bargo, finalm ente M urillo
resu ltó d em asia d o radical para el presidente. M urillo se destacó entre la elite
liberal del siglo xix por su sincera p reocupación p o r la m anifiesta d e sig u ald a d
de la so cied a d n eo g ranadina. En su opinión, la raíz d e esta d esigualdad estaba
en la d istrib u ció n inequitativa de la tierra. Para co m en zar a reducir la brecha, en
1851 y 1852 M urillo quiso que se fijaran lím ites a la can tid ad de terrenos baldíos
que p o día co m p ra r un solo in d iv id u o y que se negara el título sobre estas tierras
a los q u e no cultiv aran las p ro p ied ad es que reclam aban. El p residente López se
o ponía a estas m ed id as igualitarias, p orque la concesión de baldíos era un m e­
dio im p o rtan te p ara com pensar a los oficiales del ejército, y ad em ás el derecho
de a d q u irir g ra n d es extensiones de baldíos era una d e las principales bases del
créd ito público.
En abril d e 1852 M urillo salió del gabinete, en p arte por sus diferencias
con López en to rno al tema de los baldíos. La insistencia de M urillo en la fijación
de lím ites a los baldíos fue una actitud excepcional para la época. Por entonces
la m ay o r p a rte d e los liberales eran individualistas y creían que la solución a la
d e sig u ald a d social estaba en el libre m ercado. M urillo fue excepcional en in ten ­
tar d arle un a expresión práctica y concreta a la retórica igualitaria liberal. M u­
chos d e los liberales jóvenes que lo apoyaban, com o José M aría Sam per, au n q u e
proclam aban el igualitarism o, creían m ás en el dogm a del libre m ercado que en
políticas concretas que prom oviesen la igualdad.
Los co laboradores m ás cercanos de M urillo fueron los jóvenes recién
eg resad o s d e las universidades, algunos de los cuales habían iniciado su vida
política d a n d o clases y adoctrinando a la Sociedad de A rtesanos de Bogotá y su
sucesora, la Sociedad Democrática. Sin em bargo, a com ienzos de 1850 los jóve­
nes de clase política y los artesanos em pezaron a tom ar cam inos distintos. Sus
diferencias se hicieron ap arentes cu an d o los artesanos d e Bogotá reclam aron, en
1850, protección para los p roductos artesanales term inados, com o vestuario y
artícu lo s de cuero. C uando los artesanos pidieron dicha protección, los jóvenes

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3ÜS \!.\¡<i o P m \( KN - F kw k S aikiro

letrados les quisieron inculcar los principios de la econom ía política y las vir­
tudes del libre com ercio, cosa que enfureció a los artesanos. Saltaron a la vista
las diferencias de clase entre los artesanos y los letrados, es decir, entre quienes
fabricaban objetos para consum o de la clase alta y los m iem bros d e esa clase alta
q ue preferían im portar versiones extranjeras de esos m ism os objetos. A partir
de los prim eros m eses de 1850, los artesanos de Bogotá em pezaron a reaccionar
contra la m anipulación de los jóvenes liberales de clase alta.
La fundación de la Escuela R epublicana de Bogotá, en septiem bre de 1850,
com o una organización elitista in dependiente de la Sociedad D em ocrática de
los artesanos fue sintom ática del creciente alejam iento en tre los artesanos, y sus
otrora m entores de la juventud letrada. Q uizás po rq u e ya para entonces se sen­
tían incóm odos en la Sociedad D em ocrática, los jóvenes radicales fundaron su
propia organización independiente, la Escuela R epublicana. En las reuniones
de la Escuela, los jóvenes liberales exponían p ro p u estas tan progresistas com o
la libertad religiosa, el m atrim onio civil y la abolición del ejército. A lgunas de
estas nociones encontraban poco eco entre los artesanos, a quienes les parecían
incluso abom inables.
Las diferencias de clase entre la m ayor parte de las elites políticas y eco­
nóm icas, por una parte, y los artesanos y otros g ru p o s subalternos, por la otra,
desem peñaron un papel fundam ental en el distanciam iento inicial (1850-1852)
y el subsiguiente antagonism o violento (1853-1854). Estas diferencias hallaron
expresión de diversas m aneras. En 1851, las clases p o p u lare s de las sociedades
dem ocráticas, o rganizadas en un id ad es m ilitares, habían sum inistrado parte de
la fuerza m ilitar que se utilizó para reprim ir la rebelión conservadora en el C au­
ca y A ntioquia. Sin em bargo, después de la rebelión conservadora el gobierno
de López, tem eroso de que las sociedades dem ocráticas se convirtieran en una
fuerza política incontrolable, dejó de apoyarlas. Los líderes de los artesanos se
enfurecieron al ver que el gobierno de López, tras haberlos utilizado para repri­
m ir a los conservadores, los dejaba ahora a un lado en vez d e recom pensarlos.
En particular los artesanos de Bogotá estaban furiosos por la falta de vo­
luntad del gobierno para protegerlos contra la com petencia de las im portacio­
nes de productos acabados. En 1849, el C ongreso había elevado los aranceles
adu an ero s en un diez por ciento, y en 1852 los volvió a subir en un 25 p o r ciento.
Pero estas m edidas buscaban ante todo increm entar las rentas; no protegían a
los artesanos urbanos porque la legislación establecía aum entos generales que
elevaban el costo de algunos textiles im portados utilizados por los artesanos y
no estipulaba ninguna protección para los bienes term inados, com o vestuario,
m onturas o m uebles.
Entre 1849 y 1853, los artesanos de Bogotá siguieron presionando al C on­
greso en busca de protección especial. A veces obtenían pequeñas concesiones,
pero por lo general fueron rechazados con desprecio y condescendencia por la
m ayor parte de los legisladores. Ya en 1850 com enzaba a perfilarse un p atró n en

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1 l l S U . 'K lA DI C'Ol.OMLU I ’ \IK 1 K \i A l l M AIXU sCX H D \11 D l \ IDIDA 309

el C ongreso: los conservadores y los jóvenes radicales coincidían en votar contra


la protección de los artesanos, m ientras que alg u n o s liberales viejos, com o el
b og o tan o Lorenzo M aría Lleras y el cartagenero Juan José N ieto, ap o y ab an la
causa artesanal.
E ntre 1852 y 1854, los precios de los alim entos en Bogotá se duplicaron,
fenóm eno que ag u d izó el antagonism o entre los artesanos y las elites políticas
y económ icas. El au m ento de los precios se debió en parte a la p érd id a de tie­
rras q u e antes pertenecían a indígenas de los alred ed o res de Bogotá, y q u e se
d ed icab an al cultivo de vegetales. A dem ás, la expansión del cultivo del tabaco
y de la extracción de q u ina había elevado los salarios y au m en ta d o los precios
d e los alim entos en el Alto M agdalena. Sin em bargo, parece que en la capital
la situación tam bién se agravó debido al control m onopólico q u e unos pocos
latifu n d istas ejercían sobre el abastecim iento de carne al m ercado de Bogotá.
La in d ig n ació n contra estos m onopolistas tam bién form ó p arte de la letanía de
p ro testas artesan as en la capital.
En 1853, la h o stilidad entre los artesanos y los jóvenes de la clase acom o­
d a d a com enzó a expresarse en una violencia callejera en Bogotá, con p ied ras y
palos p o r u n lado, y pistolas por el otro. Las id en tid ad es de clase de los an tag o ­
nistas eran ev id en tes en su vestim enta, los artesanos en ru an ad o s y los jóvenes
salid o s de las u n iv ersid ad es vestidos con levita. El 19 de m ayo de 1853, los a rte ­
sanos o rg an izaro n una protesta m asiva para p ersu a d ir al C ongreso de o to rg ar­
les m ás protección contra los bienes extranjeros. C u an d o el C ongreso no satisfizo
a los artesanos, estalló una refriega en la que estos atacaron a algunos congresis­
tas y un artesan o resultó m uerto. D espués se presen taro n otras confrontaciones.
A m ed id a q u e se ah o n d ab a la división en tre los artesanos bogotanos y
los jóvenes radicales letrados, tam bién crecía la escisión en tre algunos de los
liberales v eteran o s q ue ingresaron a la política en las décadas de los años 1820 y
1830, y los jóvenes qu e em pezaban a actuar en el decenio de los años 1850. Este
conflicto d en tro d e la elite liberal, ya evidente d esd e com ienzos del gobierno de
López, se acen tu ó aú n m ás d esp u és de la d errota d e los conservadores en 1851.
La divergencia en tre las facciones liberales tenía com o p u n to focal la persona del
general José M aría O bando, que todos pensaban q u e sería el can d id ato liberal
para la p residencia en 1852. D esde 1849, O bando fue el favorito sentim ental de
la m ay o r p arte d e los liberales. En 1830-1831 había encabezado, junto a López,
la causa constitucional liberal contra la u su rpación de U rdaneta; en 1836 fue el
ca n d id a to de S an tan d er para la presidencia; en 1840 inició la rebelión liberal y
luego sufrió persecución m inisterial m ientras estaba en el exilio. A su regreso
a la N u ev a G ra n ad a en 1849, d esp u és de haber sido am n istiad o por su rival, el
p resid en te M osquera, O bando fue aclam ado com o héroe por los liberales. A u n ­
q ue rep resen tab a el antiguo liberalism o y no el nuevo m odelo radical, incluso los
radicales jóvenes de la Escuela R epublicana lo apo y aro n en m arzo de 1851 com o
can d id ato a la presidencia en 1852. Pero d espués de la derrota de la rebelión

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PALABRAS DE AMBROSIO LÓPEZ, U N ARTESANO D E SE N G A Ñ A D O ,


BOGOTÁ, 1851

1) D ese n g a ñ o con lo s jó v en es lib era les


"Al presentar al público mis pensamientos no lo hago para que me oigan [...] los
funcionarios del poder, porque éstos ni oyen, ni ven, ni tienen corazón, ni me interesa
su suerte; lo hago dirijiéndome a la clase de mi círculo, a los honrados artesanos [...]
"[Después de organizar la Sociedad de Artesanos] nos desviamos del objeto principal
i tomamos Ínteres en elevar a ciertos hombres, creyendo que ellos nos amaban deveras
[...] nos alucinamos por que ellos tienen en el alma el veneno i la miel en los labios;
mientras que nosotros manejando tan solamente la buena fé, servimos de escalones
para que hoi destrocen nuestra República, para que nos sacrifiquen con el engaño i
la mentira [...]
"Necesito de hablarle a los mios [...] a ese desgraciado círculo de artesanos que son
injustamente engañados por esos pretendidos tribunos del pueblo [...] unos verda­
deros farzantes [...] imitadores de los hombres corrompidos de la Francia, que con
sus vanos discursos predican i proclaman los principios más corruptores, para hacer
desaparecer el temor de Dios, el amor a las buenas costumbres, el justo respeto por la
dignidad eclesiástica; i en fin, para difundir por toda doctrina los monstruos i escan­
dalosos principios de comunismo, de inmoralidad i de impiedad [...]
"Mi círculo debe desengañarse; que no hai tal sistema republicano; en los decantados
liberales i patriotas de la independencia, no hai tal filantropía, fraternidad, igualdad,
democracia i libertad; que todo es una burla i engaño para los pueblos...".

2) T rozos d e la v id a d e un artesano
"Nací en esta ciudad de Bogotá a 9 de diciembre de 1809. Mis padres Jerónimo López
natural de Bogotá, maestro de sastrería, mi madre Rosa Pinzón natural de Vélez, chi­
chera i panadera [...] Aunque nací entre ollas de chicha i botellas de aguardiente, jamás
he sido ébrio [...] Mi educación fue mui triste [...] a la edad de seis años me pusieron
en la escuela [...] donde pasé seis años sin haber aprendido ni jota, porque el sistema
de enseñanza de aquellos tiempos era pésimo [...] me pusieron de sastre [...] i me
incliné a este oficio porque la cabra tira al monte [...] Cuatro años duré ten el ejército]
I...] Del cuartel [...] pasé al comercio. Tuve la oportunidad de conocer el plan de la
revolución del 25 [de septiembre de 1828] i sin embargo de mi ignorancia, no aprobé
tan mostruoso atentado [...] Por la caida del intruso Urdaneta trabajé [...] ayudé una
guerrilla [...] El jeneral Santander i el Sr. Dr. Rufino Cuervo entonces Gobernador,
tuvieron por mí las mayores consideraciones [...] i el jeneral Santander [...] me hizo
oficial de la guardia nacional de artillería [...] Continué buscando mi vida haciendo
samarros [...] i destilando algunos licores [...] Vino la revolución de 40 [...] i hablo
con franquesa, que en aquella época era progresista como buen santanderista; pero tan

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H i s t o r i a DI C V u i A l i l i i ’ \i ‘ - 7 f - , ■ ; n > , y ¡ >i\,i h d a 311

luego como yo me desengañé, que los jefes suprem os eran unos locos intolerantes, sin
plan ni concierto, i que cada uno de ellos era un verdadero traidor i refinado anárquico,
tuve entónces que ser por conciencia i por convencim iento ministerial, de lo que no
me arrepiento [...] D espués de los desastres de la referida revolución, me he sostenido
con el oficio de panadero, i negocios de comercio. En la adm inistración de M árquez
Herrán i Mosquera, he sido nombrado juez, alcalde, capitán de la guardia nacional [...]".

3) El a p o y o d e la e le c c ió n de José H ilario L óp ez
"[A los artesanos, yo] "se les decía; trabajemos compañeros, que bajando á estos pérfidos
I tiranos conservadores, subirá el jeneral López el áncora de las salvaciones públicas
[...] nos harán felices haciendo valiosos nuestros artefactos, derogando esa lei dada
por los conservadores, esa lei que ha bajado tanto los derechos á las obras que nosotros
podem os trabajar en el país. ¡Ai amigos, [...] vuestros corazones presajiaban lo que
había de suceder, puesto que a mí [...] me decían: mire U. Sr. Ambrosio López que
llevamos chasco...".

4) O tra v e z sob re lo s jó v e n e s lib er a le s


"¿No es cierto, que varios de los tribunos de hoi dia, iban a la Sociedad [de Artesanos]
mui de tapada, i aun se escondían, porque se creían degradados de estar con nosotros?
[...] ¿No es verdad, que cuando ya vieron esta clase de hom bres la respetabilidad que
adquiría nuestra Sociedad, se apresuraron m uchos á inaugurarse en ella como para
hacer mérito? [...] ¿No es cierto, que la enseñanza ó instrucción para los artesanos, to­
dos se ha vuelto cuestiones de política, adulaciones, discursos? [...[ ¿No es cierto, que
la m utua protección entre los miembros, de esta Sociedad todo es tèdio, todo teoría i
nada de práctica? [...] ¿No es cierto, que lo único que les han enseñado es á irrespetar
las representaciones nacionales i provinciales bárbaram ente, gritar vivas, mueras, de­
cir brabo brabísimo, i dar palmoteos i arm ar bochinches al frente de esos respectables
cuerpos como una horda de salvajes para hacernos servir a sus miras, i hacernos caer
en ridículo? [...[ ¿No es cierto, que la Sociedad es el coco i el comodín de cuanto se
le antoja á esa pandilla política, sin que los artesanos reciban ningún beneficio? [...]
No es cierto que á los artesanos se Ies palm otea el hom bro i se cautivan con una risita
m aquiabélica [...[ de esos especuladores en política? [...]
"El pueblo que com pone las clases industriosas, es el juguete de la que se llama clase
privilejada, clase del saber, clase de talentos, clase que debe estar arriba i nunca abajo
i clase que ha nacido para m andar i disfrutar i el pueblo para trabajar i sufrir, según
nuestra nueva democracia [...]".

Fuente: L óp ez, A m b ro sio , Fl desengaño, Editorial In cu n ab les, 1985, p p . 6-8, 9 ,1 1 -1 3 ,1 6 ,1 8 -1 9 .

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312 M \k aii - l ' K A X K S a i lO K D

conservadora de 1851 y la subsiguiente decisión de los conservadores de no p re ­


sentar n in g ú n candidato presidencial, los radicales dejaron d e ap o y ar a O bando
p or no considerarlo apto para presidir la continuación de la revolución liberal.
En las elecciones presidenciales de 1852 m uchos liberales radicales votaron por
el general Tom ás H errera, de Panam á, quien había desem p eñ ad o u n papel deci­
sivo en la d errota de la revolución conservadora de 1851.
Pese a la deserción de la m inoría radical, O bando obtuvo un triunfo ap las­
tante en unas elecciones presidenciales sin participación conservadora. Pero,
d esd e el com ienzo, el gobierno de O bando se vio aquejado p o r la n u ev a C onsti­
tución creada por el C ongreso de 1853. O bando habría p o d id o estar de acuerdo
con uno de los cam bios im portantes: la extensión del sufragio a todos los v aro ­
nes adultos, sin n ingún requisito de p ro p ied ad ni alfabetism o. Pero al presidente
le d esagradaban varios aspectos de la C onstitución que debilitaban los poderes
presidenciales. La C onstitución fue federal, en vez de ser centralista com o todas
las anteriores. Los gobernadores serían elegidos por las provincias, en vez de
ser n om brados por el presidente, lo que im plicaba m ucha m ás independencia
de las provincias frente al G obierno nacional. A dem ás, según la C onstitución de
1853 el presidente no podía determ inar que la perturbación del o rd e n público
exigía m edidas de em ergencia sin el acuerdo de la C orte Suprem a. T am poco le
gustaron a O bando otras innovaciones de la C onstitución, com o el m atrim onio
civil y el divorcio, la separación de la Iglesia y el Estado, la reducción drástica del
ejército p erm anente y la abolición de la pena de m uerte.
O bando y los liberales de la vieja guardia tem ían que algunos de estos
cam bios term inarían por debilitar los controles del G obierno nacional e invi­
tarían a la revolución y a un retorno tem prano de la hegem onía co n serv ad o ­
ra. O bando objetó hasta tal punto la dism inución de los poderes presidenciales
m ediante la elección independiente de los gobernadores, que antes de asum ir
la presidencia am enazó con renunciar si se adoptaba esta m edida. Él y sus co­
laboradores m ás cercanos tam bién tem ían que la separación entre la Iglesia y el
Estado, al elim inar el control gubernam ental sobre los nom bram ientos eclesiás­
ticos, dejaría libre al clero para socavar tanto al gobierno com o al p artid o liberal.
Los obandistas adem ás se oponían a la abolición de la pena de m u erte y a la
reducción adicional del ejército nacional, razón por la cual los liberales radicales
los denom inaron "draconianos".
Las aprensiones de O bando parecieron cum plirse en las elecciones de
1853. Los conservadores consiguieron elegir casi tantos gobernadores com o los
liberales draconianos. Y en las elecciones al C ongreso los conservadores y los
radicales predom inaron, m ientras que los liberales tradicionales q u e apoyaban
a O bando tuvieron apenas una ligera representación. Com o reacción, O bando
consintió, y ap arentem ente alentó, un golpe m ilitar. Ya en abril de 1853, incluso
antes de la adopción del program a radical, se hablaba entre los o b an d istas de
convertir a su líder en dictador. A p artir de ese m om ento se escucharon esp o rá­
dicam ente rum ores sobre un golpe inm inente.

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i í ISTORIA DI C o l o m b i a . I ’ i L n ' u ; \ i i \ ra u l scx i l d a d d i\ id i d a 313

D urante 1853 y 1854, los oficiales del ejército en servicio activo com enzaron
a figurar cada vez m ás com o un g ru p o de interés político y com o un posible ins­
tru m en to de dictadura. Los altos oficiales de la N ueva G ran ad a estaban divididos
entre aquellos q u e provenían de fam ilias aristocráticas o que m ediante distinción
y recom pensas obtenidas en la lucha por la independencia habían ingresado a la
clase alta, y aqurllos cuyo sustento d ependía del estipendio m ilitar. Estos últim os
se vieron cada vez m ás alienados d u ra n te la década d e los años 1850, a m edida
que tanto los liberales radicales com o los conservadores buscaron reducir el ta­
m año del ejército. Por m otivos fiscales y para consolidar la au to rid ad civil, todos
los gobiernos desd e la caída de los bolivarianos en 1831 se habían em peñado en
d ism in u ir el tam año del ejército perm anente, au n q u e periódicam ente los d istu r­
bios internos req u erían que la fuerza m ilitar se increm entara de nuevo. En 1848,
la ad m inistración del general Tom ás C ipriano de M osquera había reducido el
ejército p erm an en te d e 3.400 a 2.500 hom bres. En 1849, d u ra n te el p rim er año
del general López, el C ongreso redujo el ejército a 1.500 efectivos. N o obstante,
esta dism inución en el n úm ero de hom bres en las filas no atacó directam ente a
los oficiales m ilitares en servicio activo, cuyo n úm ero perm aneció relativam ente
constan te (tres o cuatro generales y ocho coroneles, en tre 1849 y 1852). Solo en
1852, d esp u és d e la d errota de la rebelión conservadora de 1851, com enzó un
m ovim iento para debilitar y quizás elim inar al ejército com o institución.
La publicación, a p artir de noviem bre de 1852, d e El Orden, un periódico
con ap o y o financiero de oficiales del ejército, evidencia el tem or cada vez m ayor
q u e les causaba u n a posible legislación antim ilitar. Ya en 1852, la C ám ara de Re­
p resen tan tes había d eb atido la posibilidad de red u cir o su sp en d e r las pensiones
m ilitares. En 1853, los congresistas liberales radicales y conservadores lanzaron
un ataq u e m ucho m ás generalizado contra el ejército perm anente. Ese año el
C ongreso rechazó los aum entos en la rem uneración de los m ilitares en servicio
activo y am en azó con reducir o elim inar sus pensiones.
En 1853, el general José M aría Melo, co m an d an te del cuartel de Bogotá,
era el m ás visible palad ín de los intereses m ilitares. N acido en la villa de C h ap a­
rral en 1800 y cria d o en Ibagué, se había incorporado a la lucha p o r la in d ep en ­
dencia com o ten ien te en 1819; en 1829 había ascendido a teniente coronel. Con el
colapso de la C olom bia de Bolívar en 1830, viajó a V enezuela, en d o n d e se casó
bien p ero fue e x p u lsad o en 1836 por participar en una rebelión. D espués de una
vida erran te de com erciante en el C aribe y en Europa, regresó a Ibagué en 1846,
d o n d e se dedicó al com ercio y fue n o m b rad o jefe político. En 1847, el general
M osquera, bajo cu y as órdenes había com batido en la era de independencia, lo
reinco rp o ró al servicio m ilitar com o coronel. En el gobierno liberal de López,
Melo o b tuvo rá p id a s prom ociones, ap aren tem en te con el apoyo de su coterrá­
neo, M anuel M urillo Toro. En contraste con los generales aristocráticos, com o
M osquera y E usebio Borrero, o con aquellos com o José H ilario López, cuyo ser­
vicio m ilitar les h ab ía p erm itido ad q u irir p ro p ied ad es im portantes, la fortuna de
M elo d ep en d ía d e su carrera m ilitar.

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A m ed id a que crecía la polém ica sobre el futuro del ejército perm anente,
com enzó a foqarse una alianza en tre los artesanos de Bogotá y la guarnición m i­
litar de la capital. El presidente O bando y el general Melo eran am bos m iem bros
de la Sociedad D em ocrática de Bogotá, y no pocos oficiales, incluido el p re sid e n ­
te m ism o, tenían casas en el barrio p red o m in an tem en te artesano de Las Nieves.
El estatus social al m argen de la clase alta y la hostilidad co m p artid a hacia las
elites políticas conservadoras y radicales u nieron a los m ilitares y a elem entos
de las clases populares, no solo en Bogotá sino tam bién en alg u n as provincias.
En m ayo y en junio de 1853 este sentim iento de sim patía m u tu a se m anifestó
en la tendencia de los m ilitares a tom ar p artid o por los artesanos en sus peleas
callejeras con los jóvenes de la clase acom odada.
El tem or que suscitaban los m ilitares y los artesanos en la clase alta halló
expresión en el C ongreso de 1854. Los liberales radicales y los conservadores
votaron para red ucir el ejército p erm an en te de 1.500 a 800 hom bres, con solo un
coronel y n in g ú n general en servicio activo, m edida que tenía la clara intención
d e retirar de la escena al general Melo. (S upuestam ente, todos los generales que
en ese m om ento no estaban en servicio activo aprobaron esta reducción). La
m ism a legislatura estipuló la disolución in m ediata de la guarnición de Bogotá.
O bando vetó esta m edida y, entretanto, prom etió a Melo u n puesto en su gabi­
nete en caso de que se llegara a aprobar.
A dem ás de tem er a Melo y la guarnición de Bogotá, los liberales radicales
y los conservadores sentían resquem ores frente a la guardia nacional, que estaba
com puesta p o r artesanos y otros de la clase popular. En el C ongreso de 1854,
varios conservadores p ro pusieron reem plazar el ejército con las recientem ente
conform adas "g u ard ias m unicipales", que presum iblem ente estarían sujetas al
control de la clase dom inante en cada localidad. Al m ism o tiem po, tanto los libe­
rales com o los conservadores presionaron a favor de la prom ulgación de una ley
sobre "libre com ercio de arm as", a fin de perm itirle a la clase d o m in an te arm arse
contra el ejército perm anente o la g u ard ia nacional, en caso d e necesidad.
El tem or que despertaba el general Melo entre los políticos civiles tam bién
se m anifestó en las acusaciones form uladas en contra de este m ilitar p o r haber
m atado a un so ldado en la guarnición de Bogotá. La intención de las au to rid ad es
civiles de u sar el caso para conseguir su destitución era evidente. Finalm ente
este caso, u n id o a la hostilidad acu m u lad a p o r Melo y m uchos otros oficiales
m ilitares hacia los políticos conservadores y liberales radicales, contribuyó a
precipitar el golpe de Estado del 17 de abril de 1854.

El g o l p e de 1854

El golpe fue protagonizado por el general Melo, con el resp ald o de la


guarnición m ilitar y de m uchos de los artesanos de Bogotá. Melo y otros esp e­
raban que O ban do dirigiera el nuevo ord en creado por el golpe, pero este optó
p or asum ir el papel de observador indeciso. Así, Melo se convirtió en dictador

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m ilitar d e Bogotá, con el apoyo d e m uchos artesan o s y de elem entos bastante


hetero g én eo s de la clase política. Los p u n to s de vista d e M eló hacían eco de los
de O bando: la n u ev a C onstitución de 1853 dejaba im p o te n te al gobierno central
y los liberales radicales habían insultado a la Iglesia y d estru id o el ejército. M eló
revirtió la política en los tres frentes: los g o b ern ad o res bajo el nuevo régim en
serían n o m b rad o s, y no elegidos; el catolicism o volvería a ser la religión estatal;
y un ejército am p liad o n uevam ente d isfrutaría del fuero m ilitar.
La tom a d e la capital por el general Meló, ap o y a d o p o r la guarnición de
Bogotá y p o r n u m ero so s artesanos, provocó la reacción d e los líderes de los p a r­
tidos liberal y co n serv ador, encabezados por el v icepresidente José de O baldía
y el d esig n ad o , el general Tom ás H errera, p o r p arte d e los liberales, y entre los
con serv ad o res, p o r los generales Tom ás C ipriano d e M osquera y P edro A lcán­
tara H errán . Los co n servadores y m uchos liberales d e la clase política forjaron
una alianza, qu e d en o m in aro n la causa "constitucionalista", para d erro tar a los
m elistas, a q u ien es llam aron los "dictatoriales".
La recu p eració n del poder p o r los constitucionalistas se d em oró ocho m e­
ses, en p arte a causa d e una derrota ap lastan te su frid a p o r el general H errera en
Z ipaquirá. A dem ás, la coalición constitucionalista encontró q u e la revolución
de Bogotá co n tab a con un apoyo significativo en el C auca y en la costa caribe, y
con alg u n as sim p atía s en A ntioquia y en el Socorro. En gran p arte del C auca y
en alg u n o s lu g ares de la costa caribe, m uchos m iem bros d e las sociedades d e­
m ocráticas y de la g u ard ia nacional re sp ald aro n la revolución. En estas regiones
tam bién alg u n o s liberales de la clase política cuyas fortunas políticas estaban
estrech am en te lig ad as a la m ovilización p o p u lar d e las sociedades dem ocráticas,
o bien sim p atiz ab an con la revolución de Meló, o m an ten ían u n a posición am bi­
gua a fin d e a p a c ig u a r a sus clientes políticos de las clases populares. A dem ás,
sobre to d o en v aria s regiones en d o n d e los co n se rv ad o re s h abían d o m in ad o
antes d e 1849, co m o el Cauca, A ntioquia y C artag en a, alg u n o s liberales d e s­
confiaban de los co n servadores p o rq u e creían (con cierta razón) q u e estaban
u tilizan d o la alian z a contra Meló com o una o p o rtu n id a d para p erseg u ir a los
liberales y v o lver a colocar estas zonas bajo el control conservador.
En el C auca, algunos cuerpos del ejército re g u la r y la g u ard ia nacional
se p ro n u n ciaro n a favor de Meló en P opayán y Q uilichao, y tam bién en Cali, a
m ed iad o s de m ayo, un m es después del golpe de Meló en Bogotá. La revolución
tam bién encontró u n a sim patía generalizacia en P alm ira y en m uchas otras re­
giones del valle d el Cauca. El apoyo p o p u la r en el C auca probablem ente refleja­
ba en p arte la lealtad al héroe regional de los pobres, el general O bando. Por esta
razón, el general José H ilario López insistió en que las publicaciones constitucio­
nalistas hicieran én fasis en que O bando había sido hecho prisionero por M eló y
no estaba co lab o ran d o con él, com o creían los líderes constitucionalistas. López
les ad v irtió a los constitucionalistas que si co n d en ab an públicam ente a O bando,
el C auca ap oyaría la revolución en Bogotá.

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A dem ás de la lealtad p opular que despertaba O b an d o , había anteced en ­


tes de g u erra de clases en la región. El tem or que suscitaba u n a eventual rebelión
de esclavos y negros m anum isos y la represión de cualquier intento de levanta­
m iento en los prim eros años de la década de los años 1840, así com o los ataques
contra los terratenientes conservadores por turbas liberales en tre Cali y C arta­
go en 1850-1851, habían dejado un legado de violencia y o dio en tre los terrate­
nientes y las clases populares. El general López reportó q u e la resistencia que
d esp ertab an los constitucionalistas en el C auca reflejaba no tanto sim patía por
Meló, sino tem or y odio p opular a los conservadores locales. Estos tem ores se
confirm aron cuando, una vez d errotados los rebeldes en el C auca, se persiguió
a los liberales desde Pasto hasta C artago, y en Cali fueron objeto d e u n a re p re­
sión severa. D espués de la victoria conservadora en P alm ira, m uchos q u e habían
luchado contra los constitucionalistas fueron asesinados d esp u és de rendirse,
algunos atravesados por lanzas m ientras rogaban clem encia de rodillas. El vice­
p resid en te O baldía, firm em ente com prom etido con la alianza con los conserva­
dores, optó p or percibir esta m atanza com o una sim ple expresión del furor de
los terratenientes caucanos por la violencia de que habían sido víctim as a m anos
de las tu rbas liberales en 1851. Sin em bargo, esta ven g an za tam bién perm itió a
los conservadores acabar con el control liberal en el valle del Cauca.
La violencia y la represión conservadoras persistieron d esp u és de la d e­
rrota de Meló. Los conservadores pensaban que A ntonio M ateus, el gobernador
liberal de la provincia del Cauca en 1854, era un sim p atizan te encubierto de la
revolución de Meló, porque rehusó ay u d a r el ataque contra los rebeldes en Cali
p or M anuel Tejada, un conservador feroz. Sin em bargo, m ás tard e M ateus llevó
un cuerpo de la guardia nacional de su provincia al ataq u e contra el gobierno
in su rg en te en Bogotá. El general López explicó las m aniobras am biguas de M a­
teus así: en los prim eros m eses de la crisis M ateus había trata d o d e g an ar tiem ­
po, debido al fuerte apoyo que tenía Meló en su provincia; López consideraba
a M ateus com o un héroe por haber evitado que el valle del C auca cayera bajo
el control de los melistas. Pero los conservadores no p o d ían p erd o n ar a M ateus
por la violencia liberal de 1851, ni por su com portam iento am biguo en 1854.
Dos m eses d espués de la victoria constitucionalista sobre Meló en diciem bre de
1854, M ateus fue destituido de su cargo, y antes de que tran scu rriera un año fue
asesinado en Palm ira.
En A ntioquia, d onde los conservadores p re d o m in aro n hasta 1851, algu­
nos liberales desconfiaban de la alianza constitucionalista porque creían que po­
dría llevar a la restauración de la hegem onía conservadora. Así, varios liberales
de S opetrán y Rionegro intentaron rebelarse contra las au to rid a d es constitucio­
nalistas conservadoras. En la costa caribe y en O caña, tan to los conservadores
com o los liberales percibían la lucha contra Meló com o u n a fase m ás en la pugna
p artid ista p o r el predom inio local. El general M osquera sospechaba del gober­
n ad o r liberal de C artagena, Juan José Nieto, e hizo que lo destituyeran. D onde­

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I llSKWIA DI C oiA 'M lilA . I’a N I K V AH \ ! AI.X ), sCx HU \ D HI M D ID A 317

q u iera q u e fuera el general M osquera, los co n serv ad o res reem plazaban a los
liberales en los gobiernos regionales. D esde el p u n to d e vista conservador, todos
los liberales eran sospechosos de colaborar con Meló.
D espués de la d errota de Meló en Bogotá en diciem bre de 1854, alg u n o s
liberales co n sid erad o s com o d em asiado sim p atizan tes de los artesanos, com o
L orenzo M aría Lleras, fueron a d a r a la cárcel d u ra n te algún tiem po. Pero los
co n stitu cio n alistas se m ostraron especialm ente severos con los artesanos. Los
q u e se consid erab an m ás peligrosos fueron en v iad o s al exilio en P anam á, de
d o n d e pocos regresaron. En cam bio, varios hom bres d e la clase política q u e co­
lab o raro n con Meló p ro nto se rein teg raro n a la activ id ad política.
La victoria constitucionalista tuvo su principal im pacto en las provincias.
En varias de ellas los oficiales m ilitares conservadores d estitu y ero n a las a u to ri­
d ad e s liberales, ad u cien do una su p u esta sim patía p o r M eló, y las reem p lazaro n
p o r co n servadores. Los gobiernos locales y regionales conservadores, im puestos
p o r los m ilitares en 1854, retuvieron su hegem onía d e diversas m aneras. En 1855
las a u to rid a d e s co n servadoras de Cali im pidieron el registro electoral de u n o s
600 liberales, lo qu e indujo a los liberales caleños a abstenerse de votar en las
elecciones de ese año. En la costa caribe las a u to rid a d e s conservadoras n o m ­
b ra d as p o r el general M osquera excluyeron a la m ayor p arte d e los liberales de
la votación, diciendo que todos eran m elistas. D espués d e q u e el general M os­
q u era d estitu y ó el gobierno provincial liberal de O caña en 1854, una legislatura
p rov isio n al co n serv ad o ra retuvo el p o d er al votar para ex ten d er su p eriodo de
gob iern o d u ra n te o tro s tres años.
Los indicios de estas m ed id as arb itrarias p lan tean interrogantes sobre si
las victorias electorales conservadoras en tre 1854 y 1856 re p resen taro n un ap o y o
p o p u la r al conservatism o en las únicas elecciones nacionales con sufragio m as­
culino u n iversal realizadas en el siglo xix, o fueron m ás bien una consecuencia de
la exitosa contrarrevolución conservadora de 1854-1855. En 1855, los co n serv a­
do res o b tu v iero n la m ayoría en el S enado y una ligera ventaja en la C ám ara de
R epresentantes. El pred o m inio electoral co n serv ad o r se hizo m ás evidente aú n
en 1856, cu a n d o el can d id ato co n serv ad o r a la presidencia, M ariano O spina Ro­
dríg u ez, d erro tó decisivam ente, con 95.600 votos, al ca n d id a to liberal, M anuel
M urillo Toro (79.400), pese a la participación de un tercer can d id ato , el general
T om ás C ipriano de M osquera (32.700).
Sea cual fuere el grado en que se afectaron p o r acciones arbitrarias loca­
les o regionales, las elecciones presidenciales de 1856 p u siero n de relieve claras
tend en cias políticas regionales. Los conservadores d o m in ab an en A ntioquia, en
los altip lan o s de C u n d in am arca y en Boyacá. Los liberales tenían bases de apoyo
en la zona del C aribe, en las tierras calientes de las faldas d e la cordillera O rie n ­
tal de C u n d in am arca, y ejercían un control m ayoritario en S antander, au n q u e
este estad o no carecía de fuerzas conservadoras. Los liberales y los co n serv ad o ­
res tam bién com p itiero n por el control del valle del C auca y del valle del A lto

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318 M ARGO I ’ a i . a c t o a - F r a n k S a i t o r d

M agdalena. En estos comicios surgió una nueva fuerza política, los partidarios
del general M osquera, que tenía influjo en el C aribe (el estado d e P anam á y las
provincias de C artagena y M om pox) y en su terruño natal en P opayán. M uchos
de los p artid ario s de M osquera en el C auca y en la costa caribe d u ra n te las d é ­
cadas de los años 1850 y 1860 transfirieron luego su lealtad al cartagenero Rafael
N úñez, en los decenios de los años 1870 y 1880.

E l a u g e d e l fe d e r a lis m o

Pese al restablecim iento del predom inio conservador a p artir de 1855,


co n tin u ó la tendencia que se había iniciado a fines de la década de los años 1840:
la redistribución del poder, restándolo del gobierno central y entregándoselo a
los gobiernos provinciales. Com o resu ltad o de la descentralización y de la eli­
m inación de num erosas fuentes de ingresos nacionales, las ren tas del G obierno
nacional se redujeron notoriam ente d u ra n te la década de los años 1850. En 1848-
1849, el ingreso bruto del G obierno nacional ascendía a m ás de 3,3 m illones de
pesos; en tre 1851 y 1858, el ingreso anual del G obierno central fue, en prom edio,
inferior a los 1,7 m illones.
D espués de 1854, en parte debido a la creciente p en u ria fiscal pero tam ­
bién p or la convicción de que un ejército num eroso presentaba una am enaza
potencial para el gobierno constitucional, los legisladores siguieron recortando
el estam ento m ilitar. En 1857, el ejército perm anente se había red u cid o a un ter­
cio de su tam año en 1853 (de 1.500 a 500 efectivos), y el p re su p u esto m ilitar era
m enos d e un tercio del que existía en ese año.
A u nque en los prim eros años de la década de los años 1850 hubo una
tendencia m arcada hacia el federalism o con la descentralización de ingresos, la
reducción del ejército perm anente y la disposición sobre la elección de gober­
n ad ores en la C onstitución de 1853, el m ovim iento federalista cobró au n m ayor
ím petu en 1855-1857. En 1855, la m ayoría de las legislaturas provinciales se pro­
nun ciaro n a favor de un m ayor avance hacia el federalism o. A todas las pro v in ­
cias del norte, d esde Vélez hasta P am plona, les gustaba la idea, al igual que a las
del Alto M agdalena (Neiva, M ariquita y Tequendam a). A ntioquia, Popayán y el
C hocó tam bién estuvieron de acuerdo. La principal oposición contra una m ayor
au tonom ía regional provino de las legislaturas provinciales de Bogotá, Cauca,
B uenaventura y Pasto. A C artagena tam poco le atraía la idea y se abstuvo. Va­
rios conservadores destacados, con El Porvenir de Bogotá com o su vocero, se
op u siero n a un gobierno federal por considerarlo dem asiado débil para preser­
var el orden. Sin em bargo, algunos conservadores, sobre todo los antioqueños,
percibieron la autonom ía regional com o una m anera de salvar a su región del
contagio de las panaceas liberales. En 1855-1857 eran tantos los conservadores
que apoyaban al federalism o de alguna m anera, que M ariano O spina Pérez, el
principal dirigente del partido, y otros notables conservadores no tuvieron m ás
rem edio que m oderar sus críticas.

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H ist o r ia d i C o i .o m h i a . í ’ M' i ra i a i i m a i k v s c x i i d n o iai \ i d i d a 319

Si bien algunos conservadores apoyaron el m ovim iento federalista, sus


m ás fu ertes ad alid es fueron los liberales. El Tiempo de Bogotá, fu n d a d o en
1855, fue el principal defensor de un sistem a altam en te d esc en traliza d o . En­
tre la constelación d e escritores liberales de El Tiempo q u e d esem p eñ aro n un
papel activo en la form ulación de una ideología q u e su sten tara una estru ctu ra
m ás d escen tralizad a figuraban M anuel M urillo Toro, José M aría Sam per, Justo
A rosem ena y Rafael N ú ñez (este, tres décadas d esp u és, llegó a ser el crítico m ás
severo del sistem a federalista).
En 1855 los liberales de El Tiempo an u n ciaro n con cierta satisfacción que
m uchas d e su s m etas iniciales se habían cum plido: la reducción de las barreras
arancelarias, la elim inación de casi todos los im puestos coloniales, la separación
de la Iglesia y el Estado, la abolición de la esclavitud y del encarcelam iento por
d eu d as, y la im plantación del sufragio universal. P ero el p ro g ram a liberal, d e­
cían, solo cu lm inaría con el establecim iento de un sistem a com pletam ente fede­
ral. Los liberales radicales identificaban los sistem as centralistas con la au to rid a d
absoluta, re sp ald ad a por grandes ejércitos p erm a n en tes y una Iglesia estatal.
El go b iern o cen tralizad o había significado opresión y g u erras civiles inspiradas
por el deseo d e co n tro lar los recursos del E stado nacional. Al red u cir el p o d er y
los recursos del E stado central, el sistem a federal d ism in u iría los incentivos para
ejercer control sobre él y, por consiguiente, p o n d ría fin a las gu erras civiles. El
conflicto tam bién se elim inaría con la form ación d e gobiernos provinciales cons­
titu id o s p o r regiones qu e eran hom ogéneas cultural y económ icam ente. Si cada
en tid ad regional tenía intereses económ icos hom ogéneos, cada una podría d esa­
rrollar esos intereses al m áxim o, sin tem or a g en erar conflictos. C ada gobierno
regional p o d ría en say ar distintas soluciones institucionales de acuerdo con sus
intereses p articu lares, logrando así una div ersid ad arm oniosa.
En algunos aspectos, el program a liberal para una federación en 1855-1857
fue co n trad icto rio . A u n q u e los liberales defendían la causa de la au to n o m ía re­
gional y la libertad d e desarrollarse según los intereses locales, d u d a b a n de que
los g o biernos regionales bajo el control co n serv ad o r g aran tizara n la protección
constitucional a los derechos in dividuales que los liberales consideraban fu n d a ­
m entales. Así, co n trad icien d o la idea de la au to n o m ía local, insistieron en que la
constitución nacional hiciera énfasis en que cada gobierno regional garantizara
varios d erech o s in d iv id u ales, com o la abolición d e la pena de m uerte.
Tam bién su rg ió otra contradicción en torno al tam año de las u n id ad es
políticas regionales autónom as. La idea de que las u n id ad es regionales debían
tener intereses económ icos hom ogéneos sugería q u e las en tid ad e s políticas fue­
ran pequeñas, p u es de lo contrario era probable q u e algunos intereses entraran
en conflicto. Por esta razón, M anuel M urillo se p ronunció a favor de instituir
u n id ad es regionales pequeñas. Pero otros creían q u e la subdivisión de las p ro ­
vincias en tre 1847 y 1853 había creado gobiernos regionales dem asiado pequeños
para ser viables. Por consiguiente, en 1855, el C ongreso com enzó a reintegrar las

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32Ü M a k u i P a i,\c k n - F rank S a ik ir o

Mapa 10.2. D ivisión político-adm inistrativa 1858-1906.

Océano Atlántico

Santa Marta

•Y
Cartagena / O ¡'

i B O L ÍV A R \ i \ V e n e z u e la

‘ I iL # i
7__,7 Bucaramanga
A N T IO Q U IA 'vv_
Medellín ^
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'’^ 5,;'" J '' '' Tunja

/Ib a g u é" C U N D IN A M A R C A
Océano ¡ ° / ° Bogotá
Pacífico
Popayán
° ,r £/'

CAUCA

E cu ad or

B r a sil

P erú

Fuente: Atlas de Mapas antiguos de Colombia siglos xvi a x/x. Litografía Arco.

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H ISTORI A I.1C C o lo m bia . IC ìsir m a ii \i m o i,- «x n dai • o i m o i l i '. 321

provincias recientem ente divididas de Bogotá, A ntioquia, P am plona y Pasto. Por


otra p arte, en febrero de 1855 el C ongreso declaró el istm o de P anam á u n "estado
federal so b eran o ". La creación del Estado de P anam á estim uló a los re p resen ta n ­
tes de o tras regiones a solicitar el establecim iento de otros estados grandes. En
1856 A n tio q u ia se transform ó en estado, y en 1857 el C ongreso creó los nuevos
estados d e S an tan d er, Cauca, C undinam arca, Boyacá, Bolívar y M agdalena. La
creación d e estos estados m ás extensos puso en entredicho la presunción liberal
de que las u n id a d e s de gobierno regionales ten d ría n intereses hom ogéneos, si es
que eso fu era posible d entro de una en tid ad política de cualquier tam año.
La C o n stitu ció n vigente de 1853 no contenía disposición alg u n a sobre
"estad o s fed erales", de m odo q u e su creación en tre 1855 y 1857 fue u n a an o ­
m alía ju ríd ica. Así, fue in d isp en sab le re d actar u n a n u ev a carta q u e proveyera
un arm a zó n co n stitu cio nal para los nuevos estad o s que ya se hab ían creado. La
C on stitu ció n d e 1858, en la q u e el E stado nacional fue re b au tizad o com o C onfe­
deración G ra n ad in a, debía satisfacer esta necesidad. N o obstante, la C o n stitu ­
ción era a m b ig u a con respecto a las relaciones en tre el G obierno nacional y los
estados. Los políticos am biciosos y los p artid o s políticos rivales q u e buscaban
ase g u rar la h eg em o n ía p artid ista en los estad o s y a escala nacional in te rp re ta ­
ron la C o n stitu ció n de m odos tendenciosos y opuestos. Las interp retacio n es
co n trad icto rias sobre la relación en tre el gobierno central y los estad o s dieron
pie a los conflictos políticos q u e se iniciaron en varios estad o s d u ra n te 1859, y
que a p a rtir d e 1860 su m ieron a la m ayor p arte d e la nación en u n a g u erra civil.
De hecho, la conveniencia de la intervención federal en los estad o s siguió sien ­
do un tem a polém ico por lo m enos hasta 1880.

E l m e ló n d e P a n a m á : u n in t e r m e z z o

La creación del "estado federal soberano" d e P anam á tam bién tuvo otro
significado. Fue un indicio de la creciente im portancia del istm o y un presagio
de su fu tu ra in d ep en d en cia de la N ueva G ranada. A p artir de la década de los
años 1820, em p resario s británicos, franceses, norteam ericanos y neo g ran ad in o s
habían p ro p u e sto planes para construir carreteras y canales a través del istm o.
El establecim iento en 1843 de un servicio de v ap o r que conectaba a C hile y Perú
con P an am á reflejó y reforzó el desarrollo de la costa pacífica d e la A m érica his­
pana y, p o r consiguiente, acentuó el interés en u n a conexión con el A tlántico a
través del istm o.
La im p o rtan cia económ ica cada vez m ayor que representaba el istm o para
el com ercio m u n d ial les planteó a los dirigentes políticos de Bogotá el in terro ­
gante so b re si la N u ev a G ran ad a podía conservar su soberanía en P anam á, a la
luz del creciente interés de potencias m u n d iales com o G ran Bretaña, Francia y
el em erg en te E stados Unidos. H asta 1845, el gobierno de Bogotá confió m ás que
todo en G ran B retaña com o g arante de la soberanía de la N u ev a G ran ad a en
Panam á. Pero el p rim er gobierno del general M osquera (1845-1849) com prendió

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322 M a k x o P a i. ack is - F k w k S a it o r ij

qu e ten d ría q ue tratar sobre todo con Estados U nidos; esta v erd ad se hizo p a l­
pable cu an d o Estados U nidos se ap o d eró de gran parte de México en 1846-1848.
El creciente interés del gobierno estad o u n id en se en P anam á y la dep en d en cia
im plícita de la N ueva G ranada respecto a E stados U nidos se reflejaron en las
negociaciones del tratado M allarino-Bidlack (1846-1848), según el cual E stados
U nidos garantizaba la n eu tra lid a d del istm o y la libertad de tran sitar por él.
Poco d esp u és de ap ro b ad o el tratado, y d ebido al descubrim iento d e oro
en C alifornia y a la consiguiente m igración hacia el oeste n o rteam erican o , la
p resencia esta d o u n id e n se en el istm o llegó a ser u n a re alid ad in m ed iata y
ap rem ian te. En 1849, una com pañía neoyorquina celebró un contrato para co n s­
tru ir u n ferrocarril a través del istm o, su p lan tan d o un contrato anterior suscrito
en 1847 con un a em presa francesa. C on la a y u d a de trabajadores im p o rtad o s de
C hina, India y diversas regiones de E uropa, pero sobre todo de Jam aica y C arta­
gena, el ferrocarril de 80 kilóm etros se term inó en enero de 1855. El cruce d e n o r­
team ericanos p o r P anam á no a g u a rd ó a la construcción del ferrocarril. En 1849,
antes de que se iniciaran siquiera las obras, cerca de 8.000 personas atravesaron
el istm o, casi to das con destino a California, y el siguiente año la cifra fue d e m ás
del doble. En 1853, cu an d o apenas se había construido la m itad del ferrocarril,
ya tran sp o rtab a m ás de 32.000 pasajeros.
La avalancha de estad o u n id en ses deseosos de cru zar el istm o le acarreó
g ran d es problem as a la N ueva G ranada. M uchos norteam ericanos que atra v e ­
saban el istm o d espreciaban a los habitantes y a las a u to rid a d es locales. Llega­
ban hasta el p u n to de constituir sus propios gobiernos locales de facto en las
ciu d ad es p o rteñ as y de expedir decretos q u e aplicaban incluso a los residentes
n eo g ranadinos. Ya en 1850 buques de guerra norteam ericanos com enzaron a
in terv en ir en los m om entos de crisis.
Los hom bres pensantes del interior n eo g ran ad in o observaban con alar­
m a el desarrollo de los sucesos en el istm o. José M anuel R estrepo, ya bastante
p reo cu p ad o p o r la tom a d e gran p arte de México p o r los Estados U nidos (1846-
1848), predijo en m arzo de 1850 que los norteam ericanos iban a term inar por
ap o d erarse de todo México y de C entroam érica, hasta el istm o de Panam á. En
julio de 1850, R estrepo concluyó que la p ro sp e rid ad de P anam á significaría la
p érd id a del istm o y su incorporación a los Estados U nidos. En 1855, el sen ad o r
p an am eñ o Justo A rosem ena dijo que la N ueva G ranada solo podría conservar a
Panam á si la convertía en un estado m ás autónom o. Sin em bargo, otros en Bo­
gotá creían q u e la creación de un "estado soberano" en el istm o sería el prim er
paso hacia la in d ependencia de Panam á.
El tem or que suscitaba el expansionism o d e E stados U nidos se acentuó
en 1855 con las actividades de los filibusteros norteam ericanos en N icaragua.
La resp u esta m ás bien optim ista de los federalistas liberales de Bogotá fue idear
la form ación de una gran confederación colom biana, q u e incluyera no solo a
V enezuela y E cuador sino tam bién a toda C entroam érica o p arte de ella, y p o ­
siblem ente incluso a la R epública D om inicana. Se creía que la unión d e estas

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H is k ' ria Dt Col.twmiA. P a Is [KA(.;\ti \rAixT, acxildad dimdida 323

repúblicas en un a confederación de gran tam año podría d eten er a los expansio-


nistas norteam ericanos. Este proyecto no podía ser m ás que un sueño. N o era
n ad a p robable qu e V enezuela ni n in g u n o de los otros com ponentes potenciales
de esta gran confederación qu isieran form ar parte de ella. Es m ás, si acaso se
hu b iera m aterializado, d a d a la estru ctu ra confederativa flexible q u e im aginaban
los liberales es difícil ver cóm o esta gran confederación hubiera p o d id o resp o n ­
d er efectivam ente an te u n a agresión de un país poderoso contra cualquiera de
sus m iem bros.
Las fallas del federalism o liberal al tratar de enfrentar los desafíos p lan tea­
dos p o r potencias extranjeras se evidenciaron en 1856-1858, en un grave conflic­
to con Estados U nidos en torno a los sucesos en el istm o. El 15 de abril de 1856
estallaro n graves d istu rb io s cu an d o un norteam ericano am enazó a un v en d ed o r
de m elones en Panam á. U na tu rb a de panam eños irru m p ió violentam ente en la
estación del ferrocarril d o n d e los pasajeros norteam ericanos habían buscado re­
fugio, y d esd e d o n d e los estad o u n id e n se s habían d isp ara d o sus rifles contra los
p an am eños. Dos p an am eñ o s y unos quince norteam ericanos m urieron. Com o
resp u esta a este incidente del "m elón de P anam á", Estados U nidos reclam ó una
indem n izació n d e $400.000. Peor aún, tam bién exigió la creación de m u n icip a­
lidad es in d ep en d ien tes con gobierno au tó n o m o en los dos p u n to s term inales del
ferrocarril. C olón y P anam á, y la cesión de 16 kilóm etros de territorio de lado
y lado del ferrocarril, ad em ás de dos islas en la bahía de P anam á, en d o n d e se
co n stru iría un a base naval estad o u n id en se.
La crisis su b sig u ien te provocó diversas resp u estas en la clase do m in an te
n eo g ran ad in a, alg u n as de las cuales arrojan luz sobre las actitu d es sociales y
políticas de la época. La elite bogotana convino en que las d em an d a s de Estados
U nidos eran inaceptables. Pero la N ueva G ran ad a tenía m uy poca capacidad
para resistir. Sin u na arm a d a y con un ejército nacional reducido a m enos d e 500
hom bres, le resu ltab a im posible d efen d er el istm o. A dem ás, la N ueva G ranada
ya estab a am en azad a con un bloqueo naval británico d ebido a una d isp u ta en
torn o al reem bolso de un préstam o an terio r el préstam o M ackintosh.
N o obstante, m u chos en el interior respondieron al desafío norteam ericano
con b rav u co n ad as, clam ando por la defensa del honor nacional. U nos veteranos
de las g u erras de in d ep en d en cia ofrecieron sus cuerpos ancianos para d efender
la causa. M uchos de los que se inclinaban p o r la retórica patriótica, incluidos los
m iem b ro s del C ongreso n eo granadino, seg u ram en te no tenían pen sad o pelear
ellos m ism os. M atilde P om bo de A rboleda, m adre de dos conservadores d esta­
cado s del Cauca, p ro p u so una resistencia heroica contra los invasores. En todo
caso, agregó, u n a g u erra con Estados U nidos podría tener el beneficio d e acabar
con los p artid o s políticos nacionales y hacer su rg ir un dictador, que de todas
m an eras el país necesitaba para m o d erar "n u estra dem ocracia exageradísim a".
Las reacciones de los colom bianos variaron considerablem ente; expresa­
ban al m ism o tiem po ira contra los n orteam ericanos q u e se im ponían en el istm o

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324 M A IR A I ’ m .a c m a - F kank S a i t ca r d

y contra las d em an d as estadounidenses, resentim iento contra la población y las


au to rid ad es pan am eñas por haber puesto a la república en sem ejante aprieto, y
un sentido de indefensión al verse enfrentados al poderío de E stados U nidos.
A lgunos colom bianos con inclinaciones heroicas p ro p u siero n o p o n er resistencia
m ediante un a g u erra de guerrillas. Pero en el interior d u d ab a n de q u e se p u d ie ­
ra en contrar guerrilleros adecuados entre el populacho panam eño.
Para los liberales la crisis fue bastante conflictiva. D urante m u ch o s años,
y en especial d u ra n te el entusiasm o federalista del decenio de los añ o s 1850, los
liberales n eo g ran adinos habían considerado a Estados U nidos com o una re p ú ­
blica m odelo. A hora la república m odelo estaba p lan tean d o d em an d a s irra z o n a ­
bles y bien p o d ría ap o d erarse de Panam á. El Tiempo, la tribuna del liberalism o
neogranadino, ah ora le encontró m uchos aspectos negativos a E stados U nidos:
pese a sus v irtu d es republicanas, era una sociedad agresiva y esclavista, m ate­
rialista y desalm ada, y adem ás inculta. El consejo que El Tiempo dio al G obierno
fue un tanto am biguo. Por un lado, lo urgía a sostener firm em ente su posición y
negarse a ceder n ad a a Estados U nidos. Sin em bargo (y esto no lo m encionaban
los liberales), com o la exaltación federalista de la década de los años 1850 había
debilitado y d esarm ad o al gobierno central, lo cierto era que la N u ev a G ran ad a
no podía op o n er una resistencia efectiva. Por consiguiente. El Tiempo encontró
una vía de escape en una posición bien federalista: el gobierno de la N u ev a G ra­
n ad a debía negar cualquier responsabilidad en los hechos, po rq u e la protección
de los norteam ericanos en tránsito era un asu n to de la entera com petencia de las
a u to rid ad es del Estado Soberano de Panam á.
Pero los que tenían la responsabilidad de gobernar la N ueva G ra n ad a no
podían refugiarse en una solución tan fácil. Los gobiernos de M allarino y O s­
pina reconocieron (en sus com unicaciones confidenciales) que las a u to rid a d es
del istm o eran culpables de no haber contenido a la turba panam eña, e incluso
de haber p articip ado en el ataque contra los norteam ericanos. Sin em bargo, los
gobiernos conservadores no cayeron en las ilusiones federalistas, p o rq u e com ­
p ren d iero n q ue negar la responsabilidad era conceder el derecho d e soberanía
sobre el istm o. Su conclusión pesim ista fue que, de una u otra m anera, la N ueva
G ran ad a p ro n to iba a p erd er el istmo. Una de sus preocupaciones centrales fue
explotar a P anam á lo m ás posible antes de q u e se volviera in d ep en d ie n te o alg u ­
na potencia extranjera se ap o d erara del estado. En especial, pensaron en v ender
las tierras baldías de P anam á antes de que la N ueva G ranada p erd iera el istmo.
Una idea brillante fue tratar de zanjar la controversia con G ran B retaña sobre el
p réstam o M ackintosh reem bolsando el préstam o con baldíos panam eños.
Lino de Pombo, el secretario de Relaciones Exteriores de la N u ev a G ran a­
da en 1856, com binó la bravuconería con el deseo de aprovechar rá p id a m en te
a Panam á com o recurso fiscal. El plan de Pom bo consistía en incitar a Estados
U nidos a qu e se ap o d erara de P anam á para luego cobrar una indem nización
a los yanquis. Pom bo casi logró provocar un ataq u e estadounidense. C uando

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H i s U 'K IA DI t. i : 'MUIA. T ' ■ a;M I N !!:I;A|A DIX'IDIDA 325

¿ANEXIÓN A LOS ESTADOS UNIDOS? COM ENTARIO DE JUAN DE DIOS RES-


TREPO, DICIEMBRE DE 1851-ENERO DE 1852.
"A propósito de la América del N orte recuerdo ahora, que hay entre nosotros algunos
espíritus impacientes que, deseando a todo trance comercio, ferrocarriles y movimiento
industrial y viendo por otra parte que nuestros pueblos sólo despiertan de su estúpido
letargo para devorarse en estériles revueltas [.. .1 dirigen sus m iradas a los Estados Uni­
dos y pronuncian en voz baja la palabra anexación. Yo no acepto esa palabra fúnebre,
ni este deseo antipatriótico.
"Así como ha habido m andatarios que con pretexto de orden público nos han querido
entregar á los ingleses, no faltarán alguna vez miserables jefes de partido que, bajo pre­
texto de prosperidad m aterial escriban en sus banderas la palabra anexación, y quieran
entregar todo ó parte del territorio á los yankees 1...]
"Entre estos pueblos no cabe ninguna fusión pacífica, en que bajo el abrigo de unas
mismas instituciones y bandera, conserven ambos su independencia y dignidad [...] Es
una triste verdad [.. .1 siempre que en América se encuentren en contacto estas dos razas,
la una dom ina, tiraniza y ahoga á la otra. Está por dem ás decir cuál será la víctima. Un
pueblo débil é im potente en contacto con otro más robusto, apresurado y em prendedor
no se civiliza y se mejora, sino que se em pobrece y se degrada [...]
"Por otra parte, los norte-am ericanos no guardan m uchos cum plim ientos que se diga
con la raza española [...] Si en Panam á cometen la sandez de arrojarse en sus brazos
[... 1ya verán lo que es bueno [...] El am ericano del N orte no transige con los mestizos y
los negros, que form an por lo m enos el noventa por ciento de la población istmeña [.. .1
"Para nuestra nacionalidad é independencia no hay peligros serios en lo porvenir de
parte de las naciones europeas 1...] Los únicos vientos amenazantes que llegan á nuestro
país son los que soplan del N orte [...1
"Los hom bres públicos de las Repúblicas sur-am ericanas [...] deben decirse á sí mismos
todos los días: qué harem os para defendernos de los yankees? [...] Convendría que es­
trechasen [...1 los vínculos de am istad y comercio entre estas Repúblicas [...] para que
formasen una m asa latina, fuerte y poderosa, capaz de resistencia el día del conflicto.
Sobre todo, es urgente tom ar posesión real y efectiva, por medio de la población y de la
industria, de todas las comarcas ventajosas y rica, para que no digan nuestros amigos
los yankees, que van á civilizar desiertos, y á posesionarm e de naciones baldías".

Fuente: K astos, Em iro, [Juan d e D io s R estrepo], "Cartas a un a m ig o d e Bogotá". FI Neo-Granadino,


19 d e d iciem b re d e 1851 y 16 d e en ero d e 1852, reim p reso en: K astos, Em iro, Artículos escogidos,
L on d res, 1885, pp. 60, 61, 62, 63.

presentó una contrarreclam ación de $150.000 al gobierno de Estados U nidos, e n ­


fureció de tal m an era a la opinión pública norteam ericana y a los políticos de
W ashington q u e el gobierno estad o u n id e n se despachó flotillas a Colón y a Pa­
nam á, en tan to q u e filibusteros particu lares se p rep araro n para in v ad ir el istmo.

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326 M \R(. o I’ a i acux, - F r a n k Sa m - o rd

O tros dirigentes neogranadinos fueron m ás cautelosos. M ariano O spina,


q u e asum ió la presidencia en abril de 1857, esp erab a que G ran B retaña o Francia
intervinieran a favor de la N ueva G ranada. O spina era p articu larm en te p a rti­
dario d e una posible protección británica: d u ra n te la g u erra civil de 1840-1842
había d efendido la idea de convertir a la N u ev a G ran ad a en u n pro tecto rad o b ri­
tánico. Sin em bargo, la esperanza de u n a intervención británica p ro n to se e v a­
poró, p o rq u e G ran Bretaña dejó en claro q u e sus relaciones con E stados U nidos
eran m ucho m ás im portantes que la suerte de la N ueva G ra n ad a o de P anam á.
C u an d o O spina com prendió que no se iba a recibir apoyo europeo, intentó otro
cam ino: pro p u so anexar no solo Panam á sino to d a la N u ev a G ra n ad a a Estados
U nidos. No se trataba de una idea co m p letam en te nueva. D espués de la fallida
revolución conservadora de 1851, cu an d o los liberales radicales estaban en su
apogeo, algunos conservadores antioqueños co n sid eraro n la posibilidad de co n ­
vertir a A ntioquia en p arte de Estados U nidos, com o u n m edio para obtener la
estabilidad política y la seguridad de la p ro p ied a d . A la idea de q u e la anexión
a Estados U nidos llevaría a la estabilidad económ ica se agregó ahora otra con­
sideración: O spina tem ía que los agresivos y an q u is term inarían a p o d e rán d o se
d e la m ayor parte de la Am érica hispana, entonces ¿por q u é d erro ch ar dinero y
sangre inútilm ente tratan d o de evitar lo inevitable?
O spina no era el único entre la elite d e Bogotá q u e pensaba q u e la N ueva
G ran ad a corría el riesgo de ser engullida p o r u n a h o rd a d e filibusteros yanquis,
o que calculaba las ventajas de su incorporación a Estados U nidos. C u an d o se
solucionó la d isp u ta en torno al m elón de P an am á en térm inos m enos onerosos
para la N ueva G ranada de lo que se tem ía, F lorentino G onzález, en ese entonces
pro cu rad o r general, siguió especulando sobre las consecuencias d e u n a invasión
d e filibusteros. Infortunadam ente, im aginaba G onzález, lo m ás probable era que
los invasores norteam ericanos rein stau raran la esclavitud en los estados caribe­
ños d e Bolívar y M agdalena. Sin em bargo, en el interior una conquista yanqui
tend ría efectos positivos.

En los Estados de Santander, Boyacá, C undinam arca y Antioquia nada temo; pues
la raza blanca es en ellos bastante num erosa, y pueden conservar su importancia
[dentro de los Estados Unidosl. En estos Estados los am ericanos... se casarían con
nuestras hijas, y se efectuará... una fusión de las dos razas que sería provechosa.
Esto, lejos de asustarm e me halaga; y así es que mis esfuerzos para evitar la ane­
xión son inspirados por un sentimiento desinteresado de filantropía a favor de los
africanos y mestizos que pueblan los otros estados.

No obstante, estas especulaciones no tenían ningún asidero en la realidad.


C u an d o el gobierno de O spina pro p u so secretam ente la anexión al gobierno de
Estados U nidos, este desdeñó la oferta.

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1llSIOKIA (5!. Coi.OMBIA. I ’ \l5> FKA(.:.\ll 1
\ .\I.XA, II.DAP Pl\ II >IO.\ 327

G u e r r a c iv il, 1859-1863

C u an d o ya estab a p o r concluir la crisis del m elón de P anam á en 1858, u n


conflicto in tern o m ás grave iba en cam ino de convertirse en la guerra civil d e
1859-1862. C on la creación de los estad o s federales en tre 1855 y 1858, se suponía
que el n u ev o sistem a aten u aría las g u e rra s partidistas. Se esperaba que, con el
p o d er frag m en tad o en tre un g o b iern o nacional débil y estados m ás o m enos a u ­
tónom os, el interés p o r acceder al p o d e r y, por ende, los m otivos para rebelarse
o frag u ar un g o lpe d e E stado d ism in u irían . Infortunadam ente, el sistem a federal
frag m en tad o no solo no aten u ó el conflicto p artid ista sino que m ás bien lo g e­
neralizó. Los p artid o s m inoritarios d e los distintos estados no aceptaron la p ers­
pectiva d e no ten er n u n ca acceso al p o d e r y p ronto o rganizaron revoluciones
contra el p a rtid o d o m in an te en la región. En el estado de S antander, la C onsti­
tución estatal a d o p ta d a p o r los liberales, q u e eran la m ayoría, estipulaba que los
re p resen ta n te s a la asam blea serían elegidos no por distritos sino en conjunto,
gracias a lo cual el p a rtid o liberal m o n o p o lizó la legislatura. Esto provocó u n a
rebelión co n se rv ad o ra en S an tan d er, en febrero de 1859. Acaso con igual razón,
Juan José N ieto, u n liberal draconiano-m elista, derrocó el gobierno conservador
de Bolívar en julio d e 1859.
A u n q u e estos conflictos tenían q u e ver con rivalidades locales y regiona­
les, el G o bierno nacional tam bién participó. Los rebeldes conservadores del su r
de S an tan d er, q u e h ab ían in v ad id o la región desd e Boyacá, utilizaron arm as del
gobierno de la C onfederación. M ariano O spina, el p residente nacional conser­
vador, no hizo n ad a p o r d esa le n tar las incursiones co nservadoras en S antander.
La p articipación del G obierno nacional en las revoluciones regionales pronto se
tornó m ás activa. En m ayo de 1859, el G obierno asignó a cada estado un inspec­
tor de la fu erza pública, q u e debía su p e rv isa r las fuerzas arm ad as estatales. Los
liberales tem iero n q u e estos y otros ag en tes nacionales enviados por el gobierno
de O sp in a se u tilizaran para m in ar a los gobiernos estatales no controlados por
conserv ad o res. Sus tem ores re su ltaro n justificados cu an d o en 1860 el inspector
m ilitar nacional del C auca in sp iró u n a sublevación contra el gobierno estatal,
p re sid id o p o r el g eneral T om ás C ip rian o d e M osquera.
Las relaciones en tre el G o b iern o nacional y los estados se com plicaron
en p arte p o rq u e hab ía o piniones en c o n trad as sobre el estatus de los estados en
relación con la nación. En 1855 se d esig n ó a P anam á com o un estado "soberano",
pero la legislación q u e luego creó los d em ás estados no se refirió a estos com o
"so b eran o s". En 1858, cu an d o el C o n g reso nacional redactó una C onstitución
para esclarecer la situación, el g eneral M osquera p ro p u so que se otorgara a los
estad o s la condición d e "so b eran o s", p ero la nueva C arta no les concedió sobe­
ranía. Sin em bargo, en el C auca d e M osquera, en S antander, bajo control libe­
ral, y en P anam á, en d o n d e era esp ecialm en te fuerte la oposición federalista al
gobierno nacional d e O spina, los d irig en tes reafirm aron la soberanía estatal. El
tem a d e la soberan ía estatal cobró especial im portancia cu an d o la "ley de elec-

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32S M a k g o P m .a c . k n - I ' u w k S m u 'R d

ciones", p ro m u lg ada en abril de 1859, estip u ló q u e unas juntas n o m b rad a s por


el G obierno nacional m anejarían las elecciones de p residente y de congresistas.
Los líderes estatales disidentes in terp retaro n esta ley nacional com o un intento
de los conservadores de afianzar y p reserv ar su hegem onía en todos los estados
m ediante el control de los comicios.
A dem ás de los conflictos partidistas locales, la intervención d e los agentes
nacionales en la política estatal y los conflictos de opinión sobre la relación entre
la nación y los estados, la N ueva G ran ad a se sum ió en la guerra civil tam bién
com o resu ltad o de las rivalidades, las am biciones personales y los proyectos polí­
ticos enfrentados del general M osquera y del presid en te O spina. M osquera no se
ajustaba del todo a las políticas conservadoras convencionales. Por consiguiente,
au n q u e contaba con la lealtad de no pocos oficiales, m uchos conservadores ci­
viles desconfiaban de él. En 1855, cuando el general sacó a relucir actitudes an ­
ticlericales, fue excluido conspicuam ente d e la junta directiva conservadora de
Bogotá. La reacción de M osquera fue form ar un tercer p artido, interm edio entre
los conservadores y los liberales, que incluía elem entos de las políticas de uno
y otro. En 1856, después de cortejar p rim ero a los liberales y luego a los conser­
vadores, se enfureció cuando no fue escogido com o can d id a to co n serv ad o r a la
presidencia. Luego de presentarse sin éxito com o can d id a to de un tercer partido
en las elecciones presidenciales de 1856, el general M osquera fue elegido prim er
g o b ernador estatal del Cauca. Com o g o b ern ad o r del C auca, en 1859 M osquera
fue el principal paladín de la autonom ía estatal y se pron u n ció contra todas las
pretensiones de au to rid ad nacional del p re sid e n te O spina. Al m ism o tiem po,
m ientras desafiaba al m andatario conservador, intentó nu ev am en te form ar un
tercer p artid o en el Cauca, esta vez d en o m in ad o el P artido N acional, una coali­
ción de hom bres leales a M osquera y de alg u n o s liberales y conservadores.
M ientras el general M osquera ventilaba abiertam ente sus am biciones
personales, las aspiraciones de M ariano O sp ina se enfocaban en la búsqueda
del p redom inio del p artido conservador, la en tid ad política que había nutrido
d u ran te casi dos decenios. D esde 1840, tanto O spina com o M osquera habían
cam biado sus posturas políticas de acuerdo con las tendencias prevalecientes.
Am bos fueron centralistas convencidos en los prim eros años de la década de los
años 1840. Entre 1855 y 1858 los dos n ad aro n en las aguas federalistas, pero en el
caso de O spina con cierta incom odidad. A u n q u e en 1856 sí respaldó la creación
del Estado de A ntioquia, su región ad optiva, d o n d e los conservadores eran la
fuerza dom inante. Sin em bargo, com o p re sid e n te (1857-1861) O spina reafirm ó
resueltam ente la au to rid ad del G obierno nacional, m ientras M osquera insistía
en la autonom ía de los estados.
Una vez sancionada la ley de elecciones en abril de 1859, M osquera co­
m enzó a presionar a favor de la separación del Cauca y (se decía) de la form a­
ción, con Panam á, de una nación independiente. A nte las am enazas de rebelión
de M osquera, en 1860 el G obierno nacional declaró que cualquier gobernador

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HiSI' 'Ría D( C ( >HAII31A. i ’ xis RAi.;Ml M A I X T , SCX II D A D DICTDIDA 329

estatal q u e im p u g n ara las leyes nacionales sería considerado penalm ente res­
ponsable. Esta "ley d e ord en in tern o " trajo una g uerra abierta entre el general
M osquera y el G obierno nacional.
A ntes y d u ra n te el estallido d e u n a guerra a gran escala en 1860, algunos
liberales y co n serv ad o res buscaron la reconciliación, pero los vencieron las fac­
ciones in tran sig en tes de uno y otro p artid o . En el lado liberal, M anuel M urillo,
S alvador C am acho R oldán y u n o s cu a n to s civiles radicales urgieron la p az en
El Tiempo, p ero o tros liberales, incluidos algunos que habían sido draconianos o
m elistas en 1854, ap o y aro n la rebelión d e M osquera. Del lado conservador, el ge­
neral P ed ro A lcántara H errán, q u e había sido escogido com o candidato conser­
v ad o r a la p resid en cia en las elecciones d e 1860, buscó la conciliación, apo y ad o
p o r los com erciantes de Bogotá y del estad o de A ntioquia. Pero los co n serv ad o ­
res in tran sig en tes desconfiaban d e H e rrán por su actitud conciliadora y tam bién
por ser yern o de M osquera. Poco an tes d e las elecciones, los conservadores de
línea d u ra rech azaro n a H errán com o can d id a to del p artid o y lo reem plazaron
p o r el fogoso Julio A rboleda. C om o le escribió O spina al g obernador de A ntio­
quia explicando el retiro de H e rrán a ú ltim a hora: "to d o s com prendem os que
es necesario ex term in ar al p artid o co n trario a toda costa; eso dice la razón, eso
explica la conciencia pública".
La insistencia de O spina en reafirm ar la au to rid a d del G obierno nacional
y d estru ir a aq u ello s q ue se le o p o n ían llevó a una catástrofe para el p artid o que
había creado. G racias a la in cap acid ad táctica de los conservadores. M osquera
se tom ó Bogotá en julio d e 1861. Sin em bargo, la g uerra prosiguió tanto en la
cordillera O riental com o en el occidente, y las fuerzas conservadoras solo fueron
co m p letam en te su b y u g ad a s en febrero d e 1863.
C om o el p erio d o presidencial d e M ariano O spina había term inado el 1
d e abril de 1861 y la g uerra civil im p ed ía una sucesión norm al, el presidente
entreg ó la a u to rid a d ejecutiva al p ro c u ra d o r general, Bartolom é Calvo. Tras la
tom a de Bogotá p o r M osquera, O spina fue ca p tu rad o cu an d o trataba de huir.
M osquera o rd e n ó la ejecución d e M ariano O spina y de otros m iem bros d e su
gobierno, y solo desistió de fusilarlos gracias a la intercesión de varios d ip lo ­
m áticos extranjeros y de algunos liberales notables. No obstante. M osquera sí
ejecutó su m ariam e n te a otros tres con serv ad o res notables sin un juicio previo,
una acción q u e h o rro rizó a m uchos. M osquera quería, sin d u d a, que las ejecu­
ciones in tim id aran a la clase política y q u e dejaran m uy en claro su au to rid ad
personal. M ás tard e, el sobrino d e M osquera, Julio A rboleda, ahora el principal
a b a n d era d o de los conservadores, se v en g ó con la ejecución arbitraria d e unas
dos docenas d e ho m b res en P o p ay án y o tras partes del Cauca. A rboleda fue ase­
sin ad o luego, su p u estam en te p o r el hijo d e uno de los hom bres a quienes había
ejecutado.
D espués d e las ejecuciones en Bogotá, el general M osquera reafirm ó aún
m ás su au to rid a d con la expedición de u n a serie de decretos en contra d e la

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33Ü M A I R O I’ a i .a c lOA - F k \\K S aito ko

Iglesia. El 20 de julio de 1861, dos días d esp u és de tom arse la capital. M osquera
declaró que, en adelante, el presidente ejercería el "d erech o de tuición" con res­
pecto a todas las religiones; esto significaba que n in g ú n "alto m inistro", p resu ­
m iblem ente q u eriendo decir obispos, podía ejercer sus funciones sin el perm iso
del presidente. Este decreto, que refrendaba el control estatal sobre la Iglesia, era
una revocación de la anterior política bipartidista de separación en tre la Iglesia
y el Estado ad o p tad a en 1853. Seis días después. M osquera expulsó a los jesuí­
tas, quienes habían regresado al país d u ra n te la presidencia de M ariano O spina.
En septiem bre proclam ó que toda p ro p ied ad raíz tenida en m anos m u ertas por
la Iglesia u otras corporaciones sería ven d id a en su b asta pública. C u an d o los
dirigentes eclesiásticos protestaron contra estos decretos. M osquera encarceló
al arzobispo H errán y a otros prelados que se habían o p u esto a la m ed id a, y sus­
pen d ió a todas las com unidades religiosas por resistirse a la ord en d e entregar
sus propiedades.
Los decretos anticlericales del general M osquera fueron actos d e vengan­
za p o r el apoyo que el clero brindó a M ariano O spina en las elecciones d e 1856 y
d u ra n te la g u erra civil. M osquera, al igual que m uchos d e sus aliados liberales,
quería neu tralizar a la Iglesia en la política. Los decretos tam bién tu v iero n que
ver con las exigencias de la guerra en sí. La venta de la p ro p ied a d raíz obedeció
en parte a la necesidad de recau d ar dinero para p ro seg u ir la guerra. Sin em bar­
go, la desam ortización de las p ro p ied ad es de la Iglesia tam bién tenía u n a razón
de m ás largo plazo; según la teoría económ ica liberal, la circulación libre de las
tierras en el m ercado procuraría una explotación m ás p ro d u ctiv a d e las m ism as.
En la venta de las p ro p ied ad es eclesiásticas. M osquera se inspiró en u n a m edida
sim ilar de la reform a m exicana de 1856-1857.
A lgunas interpretaciones posteriores de este p erio d o sostienen q u e Mos­
quera, a sem ejanza de sus predecesores m exicanos, p re te n d ía que la venta de las
tierras de la Iglesia perm itiera que estas fueran a d q u irid a s por p eq u eñ o s agri­
cultores, en vez de term inar m onopolizadas por latifundistas. Sin em bargo, los
m otivos enunciados en el decreto original de 1861 no m encionan n ad a sobre la
prom oción de parcelas m ás pequeñas. Es m ás, g ran p arte d e las p ro p ied ad es
eclesiásticas eran urbanas. En todo caso, al igual que en México, las necesidades
fiscales indujeron al gobierno neogranadino a v en d er las tierras rá p id a m en te, y
el resu ltad o fue que la m ayor parte la ad q u iriero n hom bres acaudalados.

R io n e g r o y su s s e c u e la s , 1863-1876

C u ando term inó la guerra en febrero de 1863, los re p resen ta n te s de los


nueve estados (M osquera había creado el nuevo E stado del Tolim a en 1861) se
reu n iero n en Rionegro, A ntioquia, para redactar una n u ev a C onstitución, que se
su p o n ía iba a rem ediar las fallas de la C arta de 1858. La C onvención d e Rionegro
fue u na asam blea de los vencedores; no hubo n in g ú n rep resen ta n te conservador.
No obstante, los vencedores estaban div id id o s entre los p artid a rio s del general

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1 l i S K ' K I A Dt O Jì a AIBI A. T \ N ( K A tA I I \ 1 AIXY NX, H D A D D A IDIDA 331

M osquera y los radicales, quienes gozaban de una ligera m ayoría. Las ten d en ­
cias au to rita ria s de M osquera atem orizaban a los radicales, quienes tem ían que
el g eneral u tilizara las tropas cercanas para in tim id ar y controlar la convención.
De hecho. M osquera sí intentó presionar a los delegados que se oponían a sus
ideas, su g irien d o casu alm ente q u e podría fusilar a unos cuantos. Los radica­
les reconocían qu e M osquera, com o líder m ilitar de la coalición victoriosa, era
la p erso n alid a d d o m in an te del m om ento. Sin em bargo, decidieron frenarlo de
m an eras sim bólicas y su stantivas, para hacerle ver que no p odía tran sg red ir los
lím ites constitucionales.
S uele afirm arse q u e el tem or de los radicales ante las propensiones dicta­
toriales d e M osquera los instó a red actar una C onstitución que lim itaba el p e­
riodo d e la presidencia nacional a dos años y prohibía la reelección inm ediata.
A u n q u e es p ro b ab le que esto haya influido en R ionegro, debe recordarse que en
1855, cu a n d o varios liberales e incluso unos conservadores estaban perfilando
sus id eas sobre constituciones federales, algunos p ro p u siero n periodos p resi­
denciales de solo dos años. Por consiguiente, parece que, p o r lo m enos desde
1855, el p ro g ram a de dem ocratización federal de los radicales contem plaba un
ejecutivo nacional débil.
A d em ás de tem er al general M osquera, los radicales tam bién diferían de
él en los prin cip io s de gobierno. En 1845-1849, M osquera era un centralista con­
vencido y un p resid en te enérgico. En 1857-1858, cu an d o O spina triunfó en las
elecciones presidenciales. M osquera se convirtió en un federalista o p o rtu n ista
q u e d efen d ía su d o m inio del Cauca. Sin em bargo, com o lo dem o stró d u ra n te la
g u erra civil d e 1861 y en R ionegro en 1863, seguía siendo, en esencia, un cau ­
dillo au to ritario . Por el contrario, los líderes radicales qu erían im p ed ir la con­
centració n d e p o d er y d efen d er las libertades individuales. Por consiguiente,
eran p artid a rio s d e red u cir la au to rid a d ejecutiva en relación con el C ongreso y
p ro m o v ían la au to n o m ía regional.
U no d e los tem as en los q u e diferían el general M osquera y los radicales
era la relación ap ro p ia d a en tre la Iglesia y el Estado. A unque los radicales com-
parhan con M osquera el disgusto por la alianza del clero con el p artid o conser­
v ad o r, eran m u ch o m enos propensos a form ular políticas pu n itiv as contra la
Iglesia. Los radicales ap ro b aro n m uchos d e los d ecreto s anticlericales ex p e d i­
d o s p o r M osquera en 1861, por considerarlos esenciales d u ra n te la guerra. Sin
em b arg o , seg u ían crey endo en el ideal de una Iglesia libre d en tro de un Estado
libre, es decir, en la separación en tre Iglesia y Estado. Por su parte, el general
M osq u era q u ería re sta u rar el control gubernam ental sobre la Iglesia. M osquera
tam b ién ad o p tó m ed id as pu n itiv as con los líderes eclesiásticos q u e se negaron a
acep tar la C onstitución de R ionegro de 1863, en tanto q u e los radicales tendían a
ser conciliadores, sobre todo con los prelados m ás m oderados.
La diferencia de opiniones entre M osquera y los radicales tam bién se m ani­
festó en el tema de la autonom ía estatal tanto en Rionegro como en años posteriores.

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332 M m -ro I’A l . \ f - I'u w K S a ito k d

En Rionegro, m ovidos por su am arga experiencia con O spina y por el tem or que
les inspiraba M osquera, y tam bién por sus principios liberales, los delegados no
le otorgaron al G obierno nacional la facultad explícita de g arantizar el orden p ú ­
blico en los estados. La C onstitución de 1863 estipuló am b ig u am en te q u e era d e­
ber del ejecutivo nacional "velar por la conservación del ord en general", lo cual
podía interpretarse com o que debía "vigilar" o "salv ag u ard ar" o "p ro teg er" ese
orden. El grado en que el G obierno nacional tenía derecho a intervenir en los es­
tados —y de qué m anera podía h acerlo — siguió siendo u n p u n to de controversia
d u ran te la vigencia de la C onstitución de Rionegro (1863-1886).
Las diferencias entre el general M osquera y el radical M anuel M urillo
Toro en torno a esta cuestión saltaron a la palestra en 1864, cu an d o u n a revolu­
ción conservadora en A ntioquia d ep u so al g o bernador estatal im p u esto p o r el
general. C u an d o estalló la revolución en A ntioquia, el p resid en te M osquera no
p u d o resp o n d er porque estaba dirigiendo las tropas g ra n ad in as en u n a guerra
con el Ecuador. M osquera habría q u erido reprim ir al gobierno co n serv ad o r en
A ntioquia, pero M urillo, su sucesor en la presidencia, o ptó p o r aceptar el control
conservador, m edida que justificaba po rq u e el nuevo régim en en A ntioquia p ro ­
m etió resp etar la C onstitución de 1863. Sin d u d a a M urillo no le d isg u stó que el
go b ernador d ep u esto en A ntioquia fuera m osquerista. N o obstante, su decisión
de aceptar la revolución conservadora fue consistente con su m arcado pacifism o
y su adhesión al principio de la autonom ía estatal.
La cuestión de cóm o debía resp o n d er el G obierno nacional a las p e rtu r­
baciones en los estados volvió a debatirse en 1867, d u ra n te otra presidencia del
general M osquera. Una serie de actos arbitrarios realizados p o r M osquera, entre
ellos el cierre del C ongreso y el encarcelam iento de varios radicales destacados,
provocó un golpe de estado contra el caudillo caucano. Según sus opositores,
uno d e los pecados del general M osquera fue la intervención m ilitar en el Estado
de M agdalena, que instó a los radicales y a los conservadores a p ro m u lg ar una
ley q ue estipulaba que el G obierno nacional debía o b servar una n eu tra lid a d es­
tricta frente a los disturbios en los estados.
No obstante, los radicales m ism os estaban lejos de a d h e rir con firm eza al
principio de la no intervención federal en los estados. D espués del golpe rad i­
cal qu e d ep u so a M osquera en 1867, el secretario del Interior, el radical C arlos
M artín, solicitó en 1868 al C ongreso que revocara la ley de n eu tralid ad . M artín
quería una legislación m oldeada de acuerdo con la garantía federal de ord en en
los estados estip u lada en la C onstitución de los Estados U nidos. N o obstante, el
C ongreso, do m in ado por los radicales, insistió en la n eu tra lid a d estricta del go­
bierno federal con respecto a los conflictos internos en los estados. Irónicam ente,
no m ucho desp u és de que el C ongreso nacional insistiera en la n e u tra lid a d del
gobierno central, el presidente nacional radical, Santos G utiérrez, d ep u só al go­
bierno conservador del Estado de C undinam arca. Debe observarse que, en este
caso, los radicales de Bogotá tem ían que si el G obierno nacional no dep o n ía al

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I lis r o K i A DI: C o i (W iu ia . I ’a K i kaom i \ t a i x \ « :x i l d a d d i\ td id a 333

régim en estatal co n servador, este últim o, resp ald ad o por fuerzas irregulares que
fluían a la capital d esd e el área circundante, podría derrocar el gobierno de la
Unión.
Entre 1864 y 1876 el deseo de m an ten er el control del G obierno nacional
se im p u so so b re el p rin cipio de la au to n o m ía estatal com o regla de gobierno
de los radicales, p o r lo m enos tratá n d o se d e las elecciones. Según la C o n stitu ­
ción de 1863, el p re sid e n te nacional era elegido p o r u n a m ayoría d e los nueve
estad o s, ten ien d o cad a estado u n solo voto. Para reten er el gobierno central, los
radicales ten ían q u e triu n far en p o r lo m enos cinco estad o s en las elecciones bie­
nales a la p resid en cia nacional. Por lo general, los radicales p ro cu rab an obtener
estas victorias electorales p o r m edios m ás o m enos pacíficos: m ovilizando los
votos de las g u arn icio n es m ilitares, m ed ian te intim idación local o p o r otras m o ­
d alid ad e s co rrien tes d e m anipulación electoral. Sin em bargo, de vez en cu a n d o
fue necesario q u e el ejército nacional, entonces d en o m in ad o la G u ard ia C olom ­
biana, in terv in iera p o r la fuerza en ciertos estados, p o r lo general en los m enos
pob lad o s, q u e ten ían m enos peso en la política nacional, com o los estados d e
M agdalena o P an am á. Los ab usos m ás flagrantes ocu rriero n en las elecciones
presid en ciales d e 1875-1876, precisam ente porque, en ese m om ento, la hegem o­
nía radical estab a seriam en te am en azad a. El desafío em anó de las fuerzas com ­
b in ad as de liberales in d ep en d ie n te s y de m uchos conservadores, que tenían
influjo en la costa caribe y en el C auca, regiones estas que objetaban el control
del G o b iern o n acional por los radicales, m uchos de los cuales pro v en ían de la
cord illera O riental.

C u lt u r a e c o n ó m ic a y p o lít ic a e c o n ó m ic a , 1845-1876

La ex p an sió n d e las exportaciones de tabaco iniciada en 1845 tuvo un im ­


pacto notorio en la sociedad y la cultura neogranadinas. La clase alta se vio v i­
siblem ente afectada. A costum brados d u ra n te el periodo colonial y las prim eras
décadas re p u b lic an as a una econom ía soñolienta, m uchos señores de Bogotá y
de gran p a rte del país habían vivido de las rentas bajas que les p roducían sus
p ro p ied a d es ru rales y urbanas, y q uizás tam bién de algún em pleo ocasional en el
gobierno. C on la b o n an za tabacalera en el valle del Alto M agdalena, no pocos se
en tu siasm aro n al percibir una nueva o p o rtu n id ad . E m presarios y trabajadores
m igraron al A lto M agdalena para desb ro zar tierras y sem b rar tabaco, en tanto
que otros de la clase d o m in an te se convirtieron en com erciantes.
A p a rtir de 1845, la sociedad n eogranadina com enzó a o rientarse cada vez
m ás al com ercio exterio r y la clase alta ad o p tó actitudes un tanto m ás burguesas.
La p ren sa reflejó este cam bio cultural. A ntes de 1845 se ocupaba sobre todo de
tem as políticos. A p a rtir de 1845, y sobre todo desde 1847, au n q u e los periódicos
seguían tra ta n d o los tem as políticos, incluían cada vez m ás estadísticas com er­
ciales, inform es so b re los m ercados internos y extranjeros y artículos sobre m é­
todos de p ro d u c ció n y m ercadeo potencial de pro d u cto s exportables.

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C uadro 10.7. Los seis principales productos de exportación de Colom bia, 1834-91.

1. A n tes d e 1845. D e p e n d e n c ia m ayoritaria d el oro.

1834-39 1840-45

O ro $ 2.413,0 74,0% O ro $ 2.413,0 73,0%

A lg o d ó n 155,3 4,8 C u eros 149,8 4,5

P alo brasil 115,4 3,5 P alo brasil 133,7 4,0

C u eros 101,9 3,1 T abaco 118,5 3,6

Tabaco 86,6 2,7 A n im ales v iv o s 63,7 1,9

A n im a les v iv o s 80,8 2,5 Café 60,7 1,8

2. D é ca d a s d e lo s a ñ o s 1850 y 1860. S u rge el tabaco; ap arecen la q u in a y lo s so m b rero s, p ero


lu e g o d e c lin a n .

1854-58 1864-70

O ro $ 2 .1 1 3 ,8 33,3% Tabaco $ 2.757,3 37,3%

Tabaco 1.769,0 27,8 O ro 2.227,8 30,1

Q uina 620,4 9,8 Café 595,6 8,1

Som b reros 605,0 9,5 A lg o d ó n 426,5 5,8

C afé 258,5 4,1 Q uina 350,8 4,7

C u eros 253,6 4,0 Som breros 232,2 3,1

3. D écada de lo s a ñ os 1870. El tabaco d eclina; surge el café; la q u in a v u e lv e a cobrar im portancia.

1870-75 1875-78

O ro $ 2.218,5 22,2% O ro $ 2.423,7 24,0%

T abaco 2.115,7 21,2 Café 2.252,5 22,3

Café 1.637,1 16,4 Q uina 1.765,2 17,5

Q u in a 1.466,6 14,7 Tabaco 1.341,1 13,3

C u eros 456,3 4,6 C u eros 580,3 5,7

Plata 370,7 3,7 Plata 376,9 3,7

4. D éca d a d e lo s a ñ o s 1880. La q u in a prosp era y d eclin a; el ca fé c o m ie n z a a d o m in a r.

1881-83 1888-91

Q u in a $ 4.763,4 30,9% Café $ 4 .1 7 0 ,4 34,1%

O ro 2.886,0 18,7 O ro 3.275,0 26,9

Café 2.607,4 16,9 Plata 993,2 8,2

C u eros 1.200,8 7,8 C ueros 855,9 7,1

Plata 766,2 5,0 T abaco 833,4 6,9

1 A n im a le s v iv o s 546,3 3,5 C au ch o 325,8 2,7

(Valor anual m edio, en m iles de pesos oro, y porcentaje de exportaciones totales).

Fuente: O ca m p o , José A n ton io, Colombia y la economia mundial, 1830-19Í0, C u ad ro 2.7, pp. 100-101.

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i l|s n IRIA r'l C ‘ 'l.O M B IA . I’a !'' ( R A d M I M A U ) , S C X I I D A I ) | ) ) \ IDIDA 335

D u ran te la d écad a de los años 1850, gran p arte de esta inform ación se re ­
firió a la in d u stria tabacalera y, en m enor grado, a p ro d u cto s de exportación se­
cund ario s, com o la q u in a y los som breros de palm a. Sin em bargo, antes de 1876,
las elites n eo g ran ad in as no se contentaron con un solo cultivo de exportación,
o siquiera con un o s pocos. El volum en de las exportaciones del país, incluso d e
tabaco, era relativ am en te pequeño, su posición en los m ercados atlánticos era
algo m arg in al y se veían m uy afectadas por las fluctuaciones en la d em an d a
externa. Por consiguiente, los em presarios experim entaron constantem ente con
d iversas altern ativ as, la m ayor p arte d e las cuales resultaron siendo de escala
m odesta y poca confiabilidad {véase cu ad ro 10.7). En el decenio de los años 1850
se inten tó ex p o rta r añil y, en el de los años 1860 y com ienzos de los 1870, este
form ó p a rte d e la v aria d a gam a de p ro d u cto s de exportación del país. La g u erra
civil esta d o u n id e n se generó esp eran zas para las exportaciones de algodón en la
década d e los años 1860, pero esta ilusión p rontó se desvaneció ante la rá p id a
recuperación de la pro d ucción algodonera en el su r de Estados U nidos en la
p osguerra. Los p ro d u c to s selváticos tam bién llam aron la atención d e los e m p re ­
sarios. El m ás im p o rtan te fue la quina, en tre las décadas de los años 1850 y 1880.
Los palos de tin te habían sido un p ro d u c to de exportación d esd e la era colonial;
a m ed iad o s del siglo xix su exportación continuaba, a u n q u e con m enor im p o r­
tancia relativa. Los com erciantes q u e buscaban co nstantem ente nuevas fuentes
de div isas ex tranjeras tam bién experim entaron con otros pro d u cto s selváticos
m enos conocidos, com o la tagua y p lantas m edicinales com o la zarzaparrilla y
la ipecacuana. El café, q u e se cultivaba a pequeña escala en S an tan d er y otras
regiones, co m enzó a atraer m ayor atención en el decenio de los años 1860. Ya en
la d écad a d e los añ o s 1870, figuraba com o uno de los tres p ro d u cto s tropicales
de ex p o rtació n m ás im p o rtantes, junto al tabaco y quina, en tre u n a varied ad bas­
tante am p lia d e p ro d u cto s. Sin em bargo, el café no se convirtió en el p ro d u cto d e
exportación d o m in an te sino a fines del decenio de los años 1880.
En vista del n u ev o en tusiasm o que suscitaba la posibilidad de ex p o rtar
p ro d u cto s tropicales, q uienes cultivaban y com ercializaban este tipo d e p ro d u c­
tos fueron vistos, p o r lo m enos en algunos sectores de la sociedad, com o pione­
ros heroicos. Francisco M ontoya, quien encabezó el desarrollo de la exportación
tabacalera a fines d e la d écada de los años 1840, era co n sid erad o m onopolista
por su s co m p etid o res m ás pequeños d u ra n te su p eriodo de p ro sp erid ad , pero
cu a n d o q u eb ró en 1857, se le vio com o un héroe trágico. H acia fines del siglo,
M ed ard o Rivas escribió Los trabajadores de tierra caliente, u n him no de alabanzas
a n u m ero so s señ o res de la clase alta que, desd e m ed iad o s del siglo, renunciaron
(según Rivas) a las co m o d id ad es de Bogotá para bajar al valle del A lto M agda­
lena, co rrien d o el riesgo de enferm ar y m orir en el clim a cálido, a fin de buscar
fortu n a com o sem b ra d o res d e diversos cultivos tropicales.
Si bien los p io n ero s del desarrollo d e pro d u cto s d e exportación fueron los
héroes económ icos m ás visibles del periodo, quienes m ás se beneficiaron con la

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expansión de las exportaciones fueron los com erciantes m enos heroicos que se
concentraron en el negocio de im portación. En los prim eros decenios del siglo
XIX, el com ercio de im portación sí im plicaba algo de heroísm o. En esa época era
corriente que los com erciantes del interior viajaran hasta Jam aica para com prar
cargam entos y luego acom pañarlos de vuelta en el largo viaje río arriba por el
M agdalena, un viaje incóm odo y con frecuencia frustrante, que en los cham panes
con carga pesada tom aba entre dos y tres meses. Los costos y las dificultades del
comercio de im portación bajo estas condiciones lim itaban el ingreso a este ram o.
A m ediados del siglo estas características del com ercio de im portación co ­
m enzaron a cam biar. En 1840, au n q u e una gran proporción de las im portaciones
de la N ueva G ranada todavía provenía de centros de distribución en el C aribe,
m uchos cargam entos llegaban directam ente de Inglaterra y Francia, lo que in d i­
ca que p o r lo m enos algunos de los com erciantes neo g ran ad in o s m ás im p o rtan ­
tes m antenían ahora relaciones directas con los países pro v eed o res en E uropa.
Pero entre 1845 y 1855 se produjo un cam bio radical, cu a n d o las exportaciones
crecientes de tabaco y en segundo lugar de quina y som breros prom ovieron u n a
m ayor can tid ad de im portaciones, y las exportaciones e im portaciones cada vez
m ás volum inosas sum inistraron un flujo de carga que p erm itió el establecim ien­
to definitivo de la navegación en barcos de vapor por el río M agdalena.
De ahí en adelante, un núm ero cada vez m ayor d e im p o rtad o res del in ­
terior p u d o establecer relaciones de crédito con casas com erciales británicas y
francesas. En 1848, en el p uerto de Santa M arta, el valor d e los bienes directa­
m ente p rocedentes de Inglaterra fue cinco veces su p erio r al de los que venían
de las A ntillas británicas. El establecim iento de relaciones directas con las casas
com isionistas de Inglaterra y Francia significó que los im p o rtad o re s n eo g ran ad i­
nos po d ían o p erar a escala m ayor y con costos m enores. La instauración defi­
nitiva del tran sp orte en barco ele vapor por el M agdalena no resolvió todos los
problem as del tráfico fluvial; los barcos encallaban y en ocasiones explotaban
y se quem aban; adem ás, los frustrados im portadores a veces tenían problem as
para obtener cupo en los vapores. N o obstante, los barcos de vap o r perm itieron
el tran sp o rte de m ercancía con m ayor seguridad y velocidad y a un m enor costo
que en los cham panes. Con este m ejoram iento en la eficiencia, el um bral para el
ingreso al negocio de las im portaciones se redujo, a la vez que au m en tó la com ­
petencia entre los im portadores.
Los im po rtadores tam bién llegaron a constituir u n g ru p o económ ico m ás
fuerte en Bogotá, M edellín y otros centros com erciales. A com ienzos de la d é ­
cada de los años 1850, los com erciantes se quejaron p o r el sistem a ad valoran
de aranceles ad u an ero s que regía en ese m om ento. El cálculo de los aranceles
de acuerdo con el valor exigía que se abrieran todos los fardos para evaluar su
contenido. Esto significaba que todos los bienes im p o rtad o s tenían que volverse
a em pacar desp u és de pasar por la aduana, un proceso costoso y q u e elevaba las
posibilidades de daños a la m ercancía que rem ontaba el río M agdalena y viajaba

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luego p o r cam inos de h e rra d u ra enfangados, en el interior. En los prim eros años
d e la d écad a de los años 1850, los com erciantes ejercieron presión para q u e se
ad o p ta ra u n sistem a de recau d o basado en el peso bruto, según el cual los bie­
nes de u na m ism a categoría (por ejem plo, textiles) pero de diferentes calidades
p ag arían el m ism o im puesto, y el m onto sería d eterm in a d o por el peso b ru to
del fardo. Este m étodo de cálculo de im puestos haría innecesario abrir todos los
fardos en la ad u a n a, y así reduciría los costos para los com erciantes. Tam bién
ofrecía beneficios para el E stado, p o rq u e este sistem a m ás sencillo rebajaría los
costos d e recau d o y alentaría el ingreso de m ás bienes com o m ercancía legal
y no com o co n trab an d o , con lo cual au m en taría la recaudación de los aran ce­
les d e a d u a n a . El sistem a d e peso b ru to contó con el apoyo de com erciantes
y neg o cian tes de todos los m atices políticos. Fue p ro p u e sto en 1851 por Juan
N e p o m u cen o G óm ez, q uien en 1854 era el secretario de H acienda del gobier­
no del p re sid e n te O bando. En 1853, sus m ás visibles defensores fueron m uchos
com ercian tes conserv ad ores o sin preferencias políticas de A ntioquia y Bogotá.
U no d e los p artid a rio s m ás v ehem entes dei sistem a de peso bruto fue Leopoldo
Borda, d e fam ilia co n servadora, que p o r esos años im portaba una cuarta p arte
de los bienes q u e llegaban al m ercado d e Bogotá. M ás tarde, cu an d o el general
M osquera decretó el establecim iento del sistem a de peso b ruto en 1861, este fue
d efen d id o p o r los escritores liberales A níbal G alindo y M iguel Sam per.
Si bien es cierto q u e el sistem a de peso b ru to d ism in u y ó los costos del
recau d o d e ad u a n a tanto p a ra los com erciantes com o para el gobierno, su a d o p ­
ción tam b ién reflejó im plícitam ente la devoción de la burguesía contem poránea
p o r las ventajas com erciales a expensas de los intereses de los pobres. El sistem a
de peso b ru to afectó a los artesan o s u rbanos p o rq u e redujo los aranceles con q u e
se g rav ab a la ro p a confeccionada. Los críticos de la época tam bién señalaron
que, al colocar todos los textiles en la m ism a categoría y gravarlos por peso, el
sistem a d e peso b ru to g ravaba m ucho m ás, en relación con su valor, los bienes
de alg o d ó n b arato s que u tilizaban los cam pesinos q u e los textiles m ás finos q u e
ú n icam en te los ricos com praban. Por ejem plo, a fines d e la década de los años
1870, la tela d e algodón corriente podía gravarse en 50 o 75 por ciento d e su
valor, y los m achetes y o tras h erram ien tas agrícolas en m ás del 50 por ciento,
en tan to q u e los aranceles a la seda podían llegar a rep resen ta r tan solo u n 4
p o r ciento de su valor. A níbal G alindo defendió esta situación anóm ala con el
a rg u m e n to cínico y en g añoso de que, al fin y al cabo, los ricos ad q u irían m ás
bienes d e lujo im p o rtad o s q u e lo q u e com praban los pobres en ro p a barata, de
m o d o q u e en últim o térm ino los ricos acabarían p a g a n d o su parte. El cobro de
aranceles p o r peso b ru to siguió existiendo hasta bien en tra d o el siglo xx, au n q u e
con refin am ien to s cada vez m ayores para reducir las d esig u ald ad es que caracte­
rizaro n la era de d o m inio radical.
El a u g e com ercial q u e se experim entó a p artir d e m ed iad o s del siglo acen­
tuó el in terés en to d o lo d irectam en te relacionado con la expansión del com ercio

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exterior, en especial el establecim iento de bancos com erciales y el m ejoram iento


de las com unicaciones. D esde la década de los años 1820, los d irigentes colom ­
bianos habían prom ovido proyectos para la creación de u n banco nacional, que
podría contribuir a estabilizar la posición crediticia del gobierno. N inguno de es­
tos proyectos fructificó, precisam ente debido a la debilidad fiscal y crediticia del
gobierno. Las prim eras instituciones bancarias duraderas, que expedían billetes
con base en el crédito, fueron casas privadas fu n d ad as en A ntioquia en la década
de los años 1850 (Restrepo & C om pañía de M edellín, en 1854, y Botero A rango
e Hijos, en la ciudad de A ntioquia, en 1858). La econom ía basada en el oro y la
actividad com ercial de la región, junto con la cultura económ ica local, contri­
b uyeron al éxito relativo de estas firm as. En 1864-1865 se in au g u ró el prim er
banco com ercial form alm ente constituido en Bogotá, una sucursal del Banco de
Londres, Méjico y Sur-Am érica, una de cuyas funciones principales era la venta
a los im portadores de letras de cam bio con Inglaterra. Sin em bargo, este banco
inglés cerró sus puertas al cabo de dos años, su p u estam en te p orque los clientes
en C olom bia se resistían a pagar sus deudas.
La banca com ercial solo se generalizó en Colom bia en la década de los
años 1870, cu ando se fundaron bancos em isores de billetes en todos los centros
com erciales im portantes del país. El Banco de Bogotá, q u e abrió sus puertas en
1871, dedicó gran parte de su actividad a la venta de letras de cam bio a los im ­
portadores; en 1874 se le acusó de m onopolizar esta actividad en la capital. En
1873-1874 se fundaron dos nuevos bancos en M edellín y u n o en cada una de las
ciudades de B ucaram anga, B arranquilla, C artagena y Cali. O tros dos se estable­
cieron en Bogotá y uno en N eiva en 1875. La rapidez con que surgieron estos
bancos testifica un optim ism o frente al futuro económ ico del país d u ra n te un
periodo de paz política relativa.
Pero luego vino el derrum be a fines de la década de los años 1870, cuando
casi todos estos bancos sufrieron una crisis de confianza generada p o r la guerra
civil (1876-1877) y el descenso de los principales p roductos de exportación, en
especial el tabaco. El Banco de Bogotá, una de las instituciones bancarias m ás
sólidas, tuvo que suspender sus pagos d u ran te por lo m enos cinco m eses por­
que (según la explicación del banco) la guerra civil de 1876 le im pedía trasladar
fondos librem ente entre sus sucursales. Pese a estos contratiem pos, los bancos
com erciales siguieron m ultiplicándose después de la g uerra civil de 1876. En
1883 había cerca de dos docenas de bancos em isores de billetes (sin contar los
bancos de ahorro y las sucursales del Banco de Bogotá): ocho en C undinam arca,
siete en A ntioquia, dos en Boyacá, dos en el Tolima y uno en cada uno de los
estados de Bolívar, Cauca, M agdalena, Panam á y S antander. Luego los bancos
particulares se sum ieron en una crisis generalizada y m uchos de ellos cerraron
cuando, en el contexto de la guerra civil, el gobierno de N úñez ad o p tó en 1885
una serie de m edidas que requerían el uso progresivo de billetes em itidos por el
Banco Nacional y restringían el uso de aquellos em itidos p o r la banca privada.

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H i s R ' K l A (M' CoiDMUlA. I ’ a IS IK A i .MI \ 1A W ', SCXTEDAP DI M D IÜ A 339

Los añ o s d e pred o m inio radical (1864-1880), ad em ás de haber sido la ép o ­


ca en q u e se inició la banca, tam bién se caracterizaron p o r el interés en el m e­
joram ien to d e las com unicaciones. Este interés se concentró sobre todo en el
d esarro llo d e ru tas, ya fueren terrestres o fluviales, q u e facilitaran el com ercio
exterior. El río M agdalena siguió sien d o la principal conexión con el m u n d o
exterior, y en el in terio r la p rio rid a d fue m ejorar las conexiones de las regiones
del altip la n o con el río. En A ntioquia, el cam ino de h e rra d u ra d esd e M edellín
hasta N are, q u e pasab a p o r R ionegro y M arinilla, abierto en los últim os años de
la era colonial, fue la ru ta p re d o m in a n te hacia el M agdalena d u ra n te la m ayor
p arte del siglo xix. Pero en la cordillera O riental cad a región d efen d ía un cam i­
no d istin to al M agdalena, seg ú n lo q u e convenía a sus intereses locales. En S an­
ta n d e r se p ro y ectaro n en 1864 cinco sen d ero s d iferen tes hasta el M agdalena:
uno d e sd e V élez p o r el río C arare, u n o d esd e Z apatoca h asta B arrancaberm eja y
tres a lte rn a tiv a s diferen tes d e sd e la zona de B ucaram anga-G irón. De m odo se­
m ejante, p o r esa época cinco ru tas diferentes d esd e Bogotá hasta el M agdalena
co m p itie ro n p o r el apoyo del gobierno. Estos dos ejem plos d e proyectos rivales
en la co rd illera O riental reflejaban u n problem a m ás g en eralizado, cual era el
d e d e sa rro lla r u n a política nacional q u e estableciera claras p rio rid ad e s en tre los
d iv erso s in tereses regionales.
Pese al co m p ro m iso d e los radicales con la au to n o m ía estatal, entre 1864
y 1880, el G o b iern o central radical buscó form ular u n a política nacional para
el d esarro llo d e las com unicaciones. M anuel M urillo Toro, uno de los ideólo­
gos m ás fervorosos del federalism o liberal, llegó hasta el extrem o de proclam ar,
com o p re sid e n te del E stado d e S an tan d er en 1857-1858, q u e la educación y la
construcción d e carreteras se debían dejar p o r com pleto en m anos de la em presa
priv ad a. Sin em bargo, com o p resid en te de la nación en 1864 reconoció que el
m ejoram iento del tran sp o rte requería la conducción y el apoyo del gobierno cen­
tral. Ese añ o el C ongreso form uló un plan nacional q u e au to rizab a al gobierno
central a p e d ir p restad o s ocho m illones de pesos en el exterior, los cuales debían
utilizarse ya fuere para co m p ra r acciones en com pañías q u e ejecutaran obras
públicas d e p rio rid ad nacional, o para g aran tizar a estas com pañías un ren d i­
m iento del 7 p o r ciento sobre el capital invertido. (La garantía del 7 por ciento
resultó ser la fórm ula m ás utilizada).
A u n q u e en esa época algunos hicieron énfasis en la necesidad de fijar
p rio rid a d e s en el desarrollo del transporte, los radicales de las décadas de los
años 1860 y 1870 no .se an im ab an a excluir las peticiones de cualquier región del
país. Las p rio rid ad e s nacionales p roclam adas p o r el C ongreso en 1864 exigieron,
en tre o tras cosas, inversiones del gobierno central en proyectos q u e conectarían
el valle del C auca con el Pacífico, C úcuta con el río Zulia, C u n dinam arca y Bo­
yacá con el río M eta, y Bogotá, S an tan d er y A ntioquia con el río M agdalena, así
com o m ejoras en la navegación por el M agdalena y el M eta y en los pu erto s de
la costa caribe.

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3 40 M a iu o i ’ - Al UN - 1h a \ k S a i d u--!'

Ya en 1871 el conjunto de proyectos había cam biado en varios aspectos.


M ientras en 1864 la m eta para el m ejoram iento de las ru tas terrestres había sido
la construcción de carreteras, en 1871 el ferrocarril pareció u n a altern ativ a facti­
ble, p or lo m enos en algunos lugares. Al m ism o tiem po, los legisladores de 1871
buscaron conciliar en un solo plan varios de los proyectos regionales rivales para
conectar la cordillera O riental con el M agdalena. C om o solución, o p taro n p o r la
p ro p u esta para la construcción de u n Ferrocarril del N orte, que conectaría Bo­
gotá, los centros de población del altiplano boyacense y S antander, para luego
bajar hasta el valle del M agdalena.
Este intento de solucionar el problem a de la d isp ersió n de los esfuerzos en
la cordillera O riental resultó excesivam ente heroico. Si bien conciliò aspiraciones
locales rivales, la realización del proyecto del Ferrocarril del N orte fue d em asia­
d o am biciosa y costosa. En el curso d e los siguientes tres decenios se co n stru y e­
ron no m ás de 47 kilóm etros sobre los terrenos relativ am en te planos al n o rte de
Bogotá. A dem ás, au n q u e el Ferrocarril del N orte fracasó p o r com pleto en cuanto
a su m eta de conectar la cordillera O riental con el M agdalena, el proyecto fue
suficientem ente grandioso para provocar resentim ientos en la costa caribe y el
valle del Cauca. Y este resentim iento contribuyó a u n a reacción política en estas
regiones contra la dirigencia radical, la m ayor p arte de la cual era o riu n d a de la
cordillera O riental. En realid ad la legislación radical para fom entar el desarrollo
de los tran sp o rtes sí prestó atención a proyectos en el C auca y en la costa caribe,
en los que se invirtieron fondos nacionales, bastante significativos en el caso del
Cauca. Pero los dirigientes caucanos y costeños sabían q u e según la ley de 1871,
el 67 p or ciento de los fondos nacionales d estin ad o s a p rio rid ad e s de tran sp o rte
iba a invertirse en el Ferrocarril del N orte.
A u n q u e en el decenio de los años 1870 se efectuaron algunas m ejoras en
los cam inos de h e rra d u ra y las carreteras en tre el M agdalena y Bogotá, hubo
m uy poca construcción de vías férreas. Entre 1864 y 1876 h ubo dos avances sig­
nificativos en el sector de las com unicaciones. Por una parte, se inició u n a red
telegráfica, q ue en com paración con la construcción de vías férreas req u ería una
inversión de capital relativam ente m odesta. Por otra parte, un ferrocarril corto,
co n stru id o (1869-1870) entre B arranquilla, p u erto fluvial sobre el M agdalena, y
el pu erto m arítim o de Sabanilla, p ronto estableció a B arranquilla com o el p rin ­
cipal p u erto com ercial de C olom bia, al facilitar el d esp lazam ien to de m ercancía
en tre barcos fluviales y oceánicos.
Pero hubo poco progreso en trayectos largos. En fecha tan tard ía com o
1885 Colom bia solo contaba con 286 kilóm etros de vías férreas, incluidos los 80
del ferrocarril de P anam á. En 1904, C olom bia tenía ap en as 645 kilóm etros.
Varios problem as contribuyeron al lento ritm o de la construcción de fe­
rrocarriles en Colom bia. Los costos de construcción eran relativam ente altos por
los terrenos m ontañosos y el clim a tropical. M ientras el costo de construcción en
Estados U nidos y C anadá prom ediaba 18.000 dólares por kilóm etro, en las rutas

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H i s T i IRIA DI- C o i X l M I Ì I A . l ’A l ? I K A C . M F M AIX>, ?CXTF.DAn D l \ IDIDA 34 I

m o n tañ o sas d e C olom bia se acercaba a los 30.000 dólares. Pero la topografia no
fue el ùnico desafío geográfico: tam bién las lluvias torrenciales com plicaban la
construcción y el m an ten im ien to de las vías. A dem ás, en las zonas tropicales
calientes solía h ab e r un a alta tasa d e en ferm ed ad es y m o rtalid ad entre los tra ­
bajadores.
Sin em b arg o , los ferrocarriles de C olom bia se h ab rían p o d id o co n stru ir
m ás rá p id a m e n te si estas em p resas h u b ieran con seg u id o u n a financiación m ás
am plia. Los bajos in g resos d e C olom bia y su historial de no p ag a r las obligacio­
nes cred iticias ex tran jeras co n v ertían al país en u n m al c a n d id a to para recibir
préstam o s. N o obstan te, si h u b iera co n tad o con alg ú n recurso m aterial im p o r­
tante en el q u e se in tere sa ran seriam en te los m ercados m u n d iales, se habría
in v ertid o b a sta n te d in ero d irec tam en te en la construcción d e ferrocarriles. La
falta relativ a d e in v ersió n extranjera parece reflejar, sobre todo, la carencia de
p ro d u c to s ex p o rtab les q u e llam aran la atención. El capital extranjero facilitó
la co n stru cció n m u ch o m ás rá p id a de vías férreas en A rg en tin a y el n o rte de
México, no solo p o rq u e el terren o era m ás favorable, sino tam bién p o rq u e estos
países ten ían im p o rta n te s recu rso s p o r explotar. F inalm ente, en los prim eros
decenios del siglo xx, el café a y u d ó a su m in istra r la carga necesaria para la cons­
trucción d e u n a red frag m en taria de ferrocarriles.

L a e d u c a c ió n

A d e m á s del a u g e de la banca com ercial y el inicio d e la construcción de


ferrocarriles, los añ o s de p red o m in io radical se caracterizaron p o r los esfuerzos
ten d ien tes a m ejorar la educación pública, tanto a nivel u niversitario com o en
instrucción p rim aria. A sem ejanza d e la generación fu n d a d o ra de la década de
los años 1820, los liberales d e m ed iad o s del siglo creían firm em ente en la im ­
portan cia de la ed u cació n com o fu n d am en to de la política republicana y com o
fuente d e civilización. N o obstante, en tre 1849 y 1853, dejaron un poco de lado
su m isión ed u c ativ a p o r concentrarse tanto en las peleas p artid istas com o en las
reform as institucionales. De hecho, las políticas liberales radicales de com ienzos
de la d écad a d e los años 1850 tendieron a m enoscabar intentos anteriores de for­
talecer la ed u cació n su p erior. Entre 1826 y finales del decenio de los años 1840,
las políticas del G o b iern o nacional habían hecho énfasis en el m antenim iento de
los e stán d a res de la edu cación secundaria, m ed ian te la regulación de los títulos
profesionales, q u e solo p o d ían ser exp ed id o s por tres u n iv ersid ad e s nacionales
(en Bogotá, C artag en a y P opayán). Por otro lado, d u ra n te gran p arte de este
tiem po tam bién se in ten tó fam iliarizar a los hom bres ilu strad o s con las ciencias
n atu rales, al exigir el estu d io de tem as científicos com o requisito para el estudio
u n iv ersitario del d erech o o la m edicina. A dem ás, en 1848, d u ra n te la prim era
presid en cia del g eneral T om ás C ipriano d e M osquera, se creó el Colegio M ilitar
q u e ofrecía ed u cació n politécnica; d u ra n te su breve existencia (1848-1854), esta
institu ció n p ro d u jo el p rim er peq u eñ o contingente de ingenieros civiles del país.

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C u ando los liberales asum ieron el po d er en 1849, su s esfuerzos iniciales


de dem ocratización debilitaron el im pulso científico en la educación su p erio r e
in terru m p iero n la capacitación de ingenieros. En 1850, p ro p in aro n u n golpe al
elitism o con un a ley que estipulaba que no era necesario tener un título u n iv e r­
sitario para ejercer una profesión. Com o esto redujo el incentivo para obtener
títulos, la m atrícula en escuelas de educación secu n d aria y u n iv ersid ad es d is­
m inuyó. M ás aún, debido a la crisis fiscal p ro d u cid a p o r la descentralización
d e ingresos en 1850, el G obierno nacional no p u d o financiar ad ecu ad a m e n te los
tres colegios nacionales con los cuales los liberales re em p laza ro n las u n iv ersi­
d ad es, y com o resultado la instrucción científica sufrió. M uchos liberales tam ­
bién sospechaban del Colegio M ilitar; lo percibían com o u n a institución elitista
y consid erab an que fortalecía a los m ilitares en m om entos en que ellos, así com o
m u chos conservadores, querían reducir o incluso elim inar el ejército p e rm a n en ­
te. Por consiguiente, dejaron que el Colegio M ilitar cerrara sus p u erta s en 1854.
Los esfuerzos por fortalecer la educación su p erio r pública se ren ovaron
en enero de 1867, d u ra n te la últim a presidencia d e M osquera, cu a n d o el general
decretó la creación del Instituto Nacional de Ciencias y A rtes, m ed ian te el cual
buscaba resucitar el Colegio M ilitar y el estudio académ ico de las ciencias n a ­
turales. El golpe de Estado dirigido por los radicales q u e derrocó al presidente
M osquera en m ayo de 1867 dio al traste con esta iniciativa, pero en septiem bre
los radicales m ism os crearon una U niversidad Nacional, q u e tam bién hizo énfa­
sis en las ciencias naturales y la ingeniería. La U niversidad N acional, según fue
concebida p o r los radicales, incluía instrucción en las facultades tradicionales de
d erecho y m edicina. Pero el plantel tam bién creó nu ev as facultades d e ciencias
n atu rales, ingeniería y artes y oficios m anuales, y alentó a los estu d ian tes a m a­
tricularse en estos program as. Las varias docenas de estu d ian tes q u e venían con
becas rep artid as entre los estados tenían que especializarse en uno de estos p ro ­
g ram as científicos o técnicos. Los dem ás alum nos de la u n iv ersid ad no estaban
restrin g id o s a las facultades de ciencias o de ingeniería. N o obstante, d u ra n te el
decenio de los años 1870 y com ienzos de los años 1880, n um erosos estu d ian tes
se m atricularon en estas carreras. D urante los prim eros años el total d e los alu m ­
nos en estos dos cam pos excedió a aquel de alum nos d e las facultades de d ere­
cho y m edicina, y luego se equipararon. P resum iblem ente la elección de estas
n u ev a s carreras reflejaba una percepción de o p o rtu n id a d e s cada vez m ayores
en las ciencias y la ingeniería con el ingreso de C olom bia a la era d e los ferroca­
rriles. A m edida que fue au m en tan d o la cantidad de estu d ian tes en la década
de los años 1880 y 1890, la proporción de los que cu rsaban derecho y m edicina
tam bién se increm entó. Sin em bargo, en 1890,62 se m atricularon en m atem áticas
o ingeniería civil o de m inas, y 144 en una facultad que fusionaba la m edicina y
las ciencias naturales. (H abía unos 118 en la facultad d e derecho, la carrera m ás
tradicional y con una orientación m ás política).

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} I m v - k i a di; t 'v 'í á 'M b i a . P a í s f k a g m i m a i ; d , s c x 'i i d a d d i v i d i d a 343

DEFICIENCIAS DE LA EDUCACIÓN PRIMARIA, PROVINCIA DE VÉLEZ,


1850-51

"La ignorancia, cuenta con una m ayoría de 98 individuos sobre cada 100; y aun hay
que añadir m uchos de los que han concurrido a las escuelas, por cuanto salen m uy
mal enseñados y en breve olvidan la indigesta instrucción que recibieron sin m étodo
y sin hacerles conocer cómo habrían de aplicarla a los negocios.
G eneralm ente [...] la tal enseñanza se reduce a fatigar la memoria de los niños con
preguntas y respuestas que sobre religión, gram ática y aritm ética aprenden al pie
de la letra [...1 a los niños se les pregunta por una especie de catecismo rutinero que
denom inan program a, fuera del cual no se puede preguntar nada, pues no aciertan a
responder; prueba de que la instrucción propiam ente dicha, que consiste en el ejercicio
del entendim iento, no existe, reduciéndose a un estéril recargo de la m emoria con
palabras que para el alum no cerecen de significación bien entendida. De aquí procede
que en saliendo de la escuela olvidan el necio catecismo y con él toda la ciencia postiza
que sacaron; y el pad re de familia que se ha privado de los servicios de su hijo d u ran ­
te cuatro años, m anteniéndolo en aprendizaje, se encuentra con un mocetón que no
acierta a sacarle una cuenta en el m ercado ni a leerle una carta, visto lo cual forma el
propósito de no m andar los otros m uchachos a la llam ada escuela, origen de gastos
inútiles y de habitudes de haraganería. Tal es la situación de la pretendida enseñanza
prim aria, con m uy raras excepciones: tal la base de esperanzas con que contamos para
realizar el sistem a de elecciones por m edio del sufragio universal directo, único ver­
dadero, siem pre que se apoya, no en la renta, sino en la instrucción, siquiera prim aria,
de los sufragantes. Y lo peor es que las escuelas norm ales no han dado hasta ahora
los frutos que de ellas se aguardaban; la rutina y el em pirism o antiguos se perpetúan
de unos en otros: la ciencia de enseñar no ha penetrado todavía en nuestro país, y al
paso que vam os no penetrará en mucho tiempo".

Fuente: A n cíza r, M a n u el, P eregrinación d e A lp h a, B ogotá, 1956, p. 115.

P aralelam en te a la creación de la U niversidad N acional por p arte del g o ­


bierno p re d o m in a n te m e n te liberal d e Bogotá, en 1871, el gobierno co n serv ad o r
an tio q u eñ o co n v irtió su colegio provincial en la U niversidad de A ntioquia. En
1874, este plantel fu n d ó u n a facultad de ingeniería civil q u e en 1887 se convirtió
en la Escuela N acional de M inas, in d ep en d ien te de la u n iv ersid ad , la cual, pese
a su no m b re, sacaba ingenieros "to d ero s", es decir, capacitados para ejercer en
varias ram as d e la ingeniería.
Ju n to a la reconstrucción de la educación u n iv ersitaria en la década de
los añ o s 1870, los g o b iern os radicales tam bién p ro cu raro n m ejorar significativa-

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m ente la calidad y la cantidad de la educación prim aria. C u an d o M anuel Anci-


zar viajó por las provincias del norte con la C om isión C orogràfica en 1850-1851,
u na de sus in q u ietudes principales fue d eterm in a r el estad o de la educación p ri­
m aria, q ue en su opinión era la clave p ara "civilizar" la sociedad neogranadina.
A unque A ncízar se entusiasm ó al encontrar alg u n as bu en as escuelas locales, la
carencia general de instrucción prim aria efectiva en las co m u n id ad es rurales lo
desalentó. A ncízar observó que los cam pesinos se negaban a enviar a sus hijos
a la escuela porque tem ían que la educación form al los alejaría de las faenas
agrícolas.
En 1870, el C obierno nacional com enzó a p ro m o v er el establecim iento de
escuelas norm ales en cada uno de los n u ev e estados, en lo que constituyó el p ri­
m er intento sistem ático para capacitar m aestros. Este esfuerzo fue com plem en­
tado por diversas publicaciones que proveían m ateriales d e apoyo tanto para los
m aestros com o para los estudiantes, y las a u to rid a d e s trataro n de su m in istrar a
las escuelas los textos y m apas que por lo general no tenían. La m atrícula escolar
casi se dobló entre 1871 y 1876, pero d esp u és volvió a bajar.
El m ovim iento de reform a escolar se m alogró, en gran parte, debido a
una reacción religiosa. El Decreto O rgánico de Instrucción Pública Prim aria, ex­
p edido por el gobierno del presidente Eustorgio S algar en noviem bre de 1870,
suscitó la ira proclerical desde el inicio, al declarar que las escuelas públicas
no podían im partir educación religiosa, a u n q u e los p ad res podían arreglar que
sacerdotes particulares dieran este tipo d e instrucción. Este arreglo, que en apa-
rencia le daba a la religión un trato m arginal en la educación prim aria, ofen­
dió a m uchos clérigos y conservadores. El tem a de la instrucción religiosa en
las escuelas se p rendió m ás cuando la asam blea del E stado de C undinam arca
prohibió explícitam ente al clero enseñar religión en las escuelas. El arzobispo
Vicente Arbeláez, con el apoyo de cinco obispos, buscó evitar un conflicto en
torno al tem a al instar al clero a im partir clases de religión dentro del m arco es­
tablecido por el gobierno. Sin em bargo, otros eclesiásticos, en especial el obispo
Carlos B erm údez de Popayán, optaron p o r la intransigencia. En 1872, el obispo
B erm údez declaró que excom ulgaría a los p ad res de fam ilia que enviaran a sus
hijos a las escuelas públicas. Dos años m ás tard e prohibió a los estu d ian tes de
las escuelas norm ales participar en las procesiones d e Sem ana Santa. Los laicos
píos, organizados en sociedades católicas, o p u siero n resistencia a las escuelas
gubernam entales y establecieron la instrucción p rim aria p o r católicos leales. La
hostilidad católica hacia la reform a escolar de los radicales se agravó aún más
porque el C obierno nacional, con una m iopía increíble, trajo m aestros alem anes,
siete de ellos protestantes, para enseñar en las escuelas norm ales del Estado. La
resistencia religiosa fue tan fuerte que los directores alem anes de las escuelas
norm ales p ronto tuvieron que regresar a Europa.
En el Cauca, el conflicto entre el C o b iern o y el clero en torno a la enseñan­
za de la religión en las escuelas se convirtió en la consigna de los conservadores

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H i s t o k i n t'i C o l o m b i a . I’ a i s i k a o m i n t a i x a , s c x t l d a p d u t p i d a 345

caucanos q u e se reb elaron contra el G obierno nacional en 1876. O tras tensiones


tam bién a p u n tala ro n este conflicto. En esa época, los liberales estaban p ro fu n ­
d am en te d iv id id o s en tre radicales e in dependientes. Estos últim os ap o y ab an a
Rafael N ú ñ ez com o can d id a to a la presidencia, contra el radical A quileo Parra.
En el Cauca, así com o en otras regiones, los liberales indep en d ien tes foq aro n
u n a alianza con los co n servadores p ara ap o y a r a N úñez. Los conservadores se
enfurecieron c u a n d o el g o b ern ad o r radical del Estado del C auca anuló el voto
estatal p ara la p residencia, con lo cual selló la victoria nacional del ca n d id a to
radical, A quileo Parra. Sin em bargo, fue la religión la que sum inistró la energía
em ocional p ara la rebelión co n servadora. C om o dijeron los liberales en ese m o ­
m ento, su p iero n q u e los co n serv ad o res se ap restab an para la guerra civil cu an d o
com en zaro n a en a rb o lar la b an d era d e la religión. A unque los radicales lograron
"elegir" su ca n d id a to y d e rro ta r la rebelión conservadora en 1876, su régim en
estaba m o ralm en te q u eb ran tad o . En 1878, el general Julián Trujillo, un sim p ati­
zante d e N ú ñ ez q u e había re p rim id o la rebelión conservadora en el C auca, fue
elegido presid en te. Su periodo d e gobierno de dos años resultó ser la antesala
del triunfo d e N ú ñ e z en 1880, q u e m arcó el fin definitivo del régim en radical.

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