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Todavía falta, lo sé. Siguen presente en nuestro mundo tanto egoísmo y tanto dolor
inútil y evitable. Pero el salto de conciencia en realidad está siempre ahí, al alcance de la
mano, porque la conciencia no conoce de tiempo y espacio.
Los grandes espíritus siempre lo supieron: Francisco de Asís había visto – hace 800 años
– que la hermandad define el Universo.
Gandhi había visto y vivido que la clave de la convivencia era el respeto y la no violencia.
Y muchos antes, Buda, Confucio, Lao Tse, Jesús, habían experimentado y compartido con
sus contemporáneos que la salida del sufrimiento y la vivencia de la plenitud radicaba (y
radica) en el amor.
Muchos, muchísimos, estamos de acuerdo con estos descubrimientos e invitaciones de
estos grandes espíritus. Tal vez la mayoría de la raza humana, con sus distintas culturas,
aprueba y comparte esta visión.
En la experiencia cristiana – por citar una sin desmerecer a las demás que tanto tienen
para enseñarnos en este camino – tenemos la gran tradición de los monasterios.
Los monasterios eran y son, lugares de identidad. Lugares de búsqueda de nuestra
verdadera identidad. Por eso son lugares rodeados y empapados de silencio.
Monjes y laicos iban a los grandes monasterios – cartujas, benedictinos, carmelitas,
cistercienses, por citar unos pocos – para palpar lo eterno. No se conformaban con lo
transitorio y lo pasajero. Transitorio y pasajero que tanto nos atrapa y distrae en nuestro
tiempo.
Buscaban (y buscan) el Ser que no pasa. Buscaban (y buscan) lo Invisible que se
manifestaba en las maravillas visibles.
Entonces ponernos de lado del silencio es optar por la sabiduría. Es optar por lo eterno
y por ser verdaderamente libres. Solo el silencio es el espacio de pura libertad. Esta
libertad tan aclamada y proclamada en nuestras culturas y desde las clases políticas, pero
no encontrada. Porque es una seudo-libertad, una libertad siempre dependiente y
condicionada por el frágil pensar y las heridas emocionales.
Solo desde el silencio aprendemos la única libertad. Desde él aprendemos a manejar y
disfrutar del pensar y del sentir. En otras palabras de la vida.
Porque hay una Vida y una vida. La Vida silenciosa es la que permite y crea esta nuestra
vida terrenal, empastada del pensar y del sentir. Qué pueden ser – y lo son si dudas –
enormemente hermosos y disfrutables. Como también sumamente dolorosos.
Podemos hacer algo. Debemos: por el bien de nuestro mundo maravilloso y de los que
vendrán. Podemos hacer algo: haciendo del silencio nuestra Casa y anunciando el
silencio por doquier.