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ESPAÑA Y LOS ESTADOS UNIDOS

EN LA ERA DE LAS INDEPENDENCIAS

España y los Estados Unidos en la era de las independencias.indb 3 20/6/13 16:36:43


Colección dirigida por el
Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset
de la
Fundación José Ortega y Gasset-Gregorio Marañón

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Eduardo Garrigues
Antonio López Vega (Eds.)

ESPAÑA Y LOS ESTADOS UNIDOS


EN LA ERA DE LAS INDEPENDENCIAS

BIBLIOTECA NUEVA
FUNDACIÓN JOSÉ ORTEGA Y GASSET-GREGORIO MARAÑÓN
FUNDACIÓN CONSEJO ESPAÑA-EEUU

España y los Estados Unidos en la era de las independencias.indb 5 20/6/13 16:36:43


grupo editorial
siglo veintiuno
siglo xxi editores, s. a. de c. v. siglo xxi editores, s. a.
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ESPAÑA y los Estados Unidos en la era de la independencias / Eduardo


Garrigues y Antonio López Vega (eds.). – Madrid : Biblioteca Nueva, 2013.
376 p. ; 24 cm
ISBN : 978-84-9940-286-4
1. Historia 2. Historia de América del Norte 3. Política. 4. Política interna-
cional I. Garrigues, Eduardo, ed. lit. II. López Vega, Antonio, ed. lit.
327 JPS
970 HBJK1KB

Cubierta: José María Cerezo

© Los autores, 2013


© Editorial Biblioteca Nueva, S. L., Madrid, 2013
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ISBN: 978-84-9940-286-4
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Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

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ÍNDICE

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AGRADECIMIENTOS ......................................................................................................... 15
PRÓLOGO, por Eduardo Garrigues y Antonio López Vega ........................................ 17

LIBRO I
ANTECEDENTES DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA DE LOS ESTADOS UNIDOS:
LA PRESENCIA DE ESPAÑA EN LA AMÉRICA SEPTENTRIONAL

1. INTRODUCCIÓN.—La incorporación del sudoeste americano: aportación del sud-


oeste hispano a la historia de Norteamérica, por David J. Weber ..................... 43
2. Los súbditos de la monarquía española: el entorno legal de las comunidades e
identidades hispánicas, por Tamar Herzog ......................................................... 61
3. El nacimiento de la Alta California, por Carlos Martínez Shaw ......................... 69
4. Efectos del reformismo en la frontera norte de Nueva España: la defensa de las
Provincias Internas, por Irish Engstrand ............................................................ 77
5. Don Pedro Rodríguez Campomanes: sus ideas reformistas en el ámbito de la Ad-
ministración, el Derecho y la situación de la mujer, por Manuel Gasset Loring ... 91
6. España y las Trece Colonias: dos modelos de colonización y de independencia
en los Estados Unidos, por Borja Cardelús ......................................................... 97
7. La relación entre los representantes de la Ilustración española y los líderes de
la independencia americana: entre el Reformismo y la Revolución, por Antonia
Sagredo ................................................................................................................. 105

LIBRO II
LA AYUDA FINANCIERA Y MILITAR DE ESPAÑA A LAS COLONIAS BRITÁNICAS

1. INTRODUCCIÓN.—Reflexiones sobre la intervención española en la Guerra de la


Independencia Americana: inicio, desarrollo y consecuencias (1776-1783), por
Hugo O’ Donnell ................................................................................................. 117

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10 Índice

2. El imperio español y la contribución financiera del virreinato de Nueva España


a la guerra contra Gran Bretaña (1779-1783), por Carlos Marichal .................. 133
3. La ayuda secreta económica de España a la revolución norteamericana, por
Reyes Calderón ..................................................................................................... 157
4. Operaciones del ejército español durante la Guerra de Independencia de los
Estados Unidos. Soldados olvidados del otro lado del océano, por José Manuel
Guerrero Acosta ................................................................................................... 171
5. El apoyo militar español a la independencia de las colonias inglesas en Nortea-
mérica, por Thomas E. Chávez ........................................................................... 189

LIBRO III
LA EVOLUCIÓN DE LAS FRONTERAS OCCIDENTALES EN LOS ESTADOS UNIDOS
COMO CONSECUENCIA DE LA PAZ DE PARÍS EN 1783; LA COMPRA DE LUISIANA
EN 1804 Y LA GUERRA CON MÉXICO EN 1846

1. INTRODUCCIÓN.— La situación de los dominios españoles en la América septen-


trional después de la Paz de París en 1783, por Paul E. Hoffman ..................... 201
2. España y los Estados Unidos en la frontera del Missisipi, por Sylvia L. Hilton .... 227
3. Consecuencias de la Ilustración en la América española: don Pedro Bautista
Pino, delegado de Nuevo México en las Cortes de Cádiz de 1812, por Eduardo
Garrigues .............................................................................................................. 237
4. Conflicto y cooperación en la formación de la frontera entre México y Texas
(1840-1880), por Miguel A. González Quiroga .................................................. 253
5. Distancias culturales en la frontera Norte de México: el legado del Tratado de
Guadalupe Hidalgo y la adquisición de Gadsden, por Samuel Schmidt ........... 263
6. Distintas trayectorias en la misma frontera: el norte cercano y remoto de la
Nueva España, por Andrés Reséndez .................................................................. 283
7. Ecos de la guerra entre Estados Unidos y México: testimonios y reconstrucción
de las representaciones contemporáneas del conflicto, 1846-1848, por Luis Ge-
rardo Morales Moreno .......................................................................................... 293

LIBRO IV
FRONTERAS ENTRE LA TRADICIÓN CULTURAL HISPÁNICA Y LA ANGLOSAJONA:
LA DISTINTA PERCEPCIÓN DEL ARTE

1. INTRODUCCIÓN.—Puentes culturales entre Estados Unidos y Latinoamérica, por


Enrique Krauze .................................................................................................... 305

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Índice 11

2. Herbert Bolton y la recuperación de la historia de la América española, por


Albert L. Hurtado ................................................................................................ 313
3. La percepción del arte español en Norteamérica, por Dolores Jiménez Blanco 323
4. Pintando lo pintoresco: la imagen artística de España en los Estados Unidos
(1820-1920), por Richard Kagan ......................................................................... 333
5. El coleccionismo de Archer Milton Huntington, por Margaret E. C. McQuade .... 347
6. EPÍLOGO.—La frontera entre el mundo anglosajón y el hispano: ¿es América
Latina Occidente?, por Emilio Lamo de Espinosa ............................................. 357

NOTA DE AUTORES ......................................................................................................... 367

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A David J. Weber,
in memoriam

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Agradecimientos

Queremos agradecer el patrocinio que la National Portrait Gallery (Smithsonian


Institution) y SEACEX prestaron al simposio «La contribución española a la in-
dependencia de los Estados Unidos: entre la reforma y la revolución (1763-1848)»
donde se dictaron las ponencias recogidas en este volumen.

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Prólogo
EDUARDO GARRIGUES Y ANTONIO LÓPEZ VEGA

En el mes de septiembre de 2007 se inauguraba en la National Portrait Gallery


de Washington (Smithsonian Institution) una exposición cuyo título en español
era: Legado: España y los Estados Unidos en la era de la independencia, 1763-1848,
cuyo propósito, según el texto del catálogo, era «describir la relación entre estos
dos países en una época caracterizada por acontecimientos trascendentales que
dieron un nuevo giro a la historia de América y Europa».
Coincidiendo con las fechas en que se inauguraba esa exposición se celebró,
en el auditorio de la misma National Portrait Gallery, un simposio con el título:
La contribución española a la independencia de los Estados Unidos: entre la reforma
y la revolución (1763-1848), que reunió en esos días en la capital de los Estados
Unidos a un grupo de eminentes historiadores, hispanistas y profesores de historia
del arte. El propósito de esa reunión era explicar, mediante lecciones magistrales,
ponencias y coloquios entre los conferenciantes y el público, la misma historia que
en las salas contiguas de la exposición contaban las obras maestras de artistas como
Rafael Mengs, Francisco de Goya, Antonio López, Wilson Peale y Gilbert Stewart,
que retrataron a los protagonistas de la Guerra de Independencia de los Estados
Unidos a ambos lados del Atlántico.
Antes de pasar a comentar el desarrollo del simposio, querríamos destacar dos
objetivos de la exposición «Legado» que nos parecen importantes. Por un lado,
se trataba de que los ciudadanos de Washington y sus numerosos visitantes se
familiarizasen con personajes de la historia de España hasta entonces desconoci-
dos —como el rey Carlos III, el embajador en París conde de Aranda, el general
Bernardo de Gálvez—, que tuvieron un papel decisivo en el proceso diplomático
y bélico que condujo a la independencia de los Estados Unidos. Los que asistimos
a la inauguración, que presidió S.A.R., la infanta Elena de Borbón, nos emocio-

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18 Eduardo Garrigues y Antonio López Vega

namos al ver que, después de tantos años, pudieran encontrarse frente a frente en
imagen el rey Carlos III y el general George Washington, que nunca se conocieron
en persona, aunque intercambiaron correspondencia y lucharon por la misma cau-
sa. También era muy significativo que, por primera vez en una pinacoteca situada
en el mismo corazón de la capital de los Estados Unidos dedicada principalmente
a exhibir los retratos de los presidentes de esa nación, se mostrase al público una
magnífica colección de obras pictóricas, objetos y documentos que ilustraban la
importante contribución que tuvo España en el nacimiento del nuevo Estado.
Volviendo al simposio que sirvió de apoyo y complemento académico a la ex-
posición «Legado», para que no pudiera confundirse con la muestra pictórica que
se ofrecía en las mismas fechas y en el mismo lugar, se dio a la actividad académica
un título diferente. Pero dado que ha trascurrido bastante tiempo desde que se ce-
lebraron ambos, los editores de este volumen hemos querido volver al mismo título
de la exposición, España y los Estados Unidos en la era de las independencias pues
ese enunciado expresa mejor que el otro una etapa histórica que no se circunscribe
exclusivamente a la de la Guerra de Independencia de los Estados Unidos, e inclu-
ye el inicio del proceso de emancipación de los dominios españoles en América y
la expansión de las fronteras de la nueva nación.
En México suele decirse que: «más vale pedir perdón que pedir permiso», pero
en este caso conviene, por un lado, pedir perdón por publicar estos trabajos varios
años después de que se celebrase la conferencia, y también pedir permiso a los par-
ticipantes para realizar una distribución de materias algo diferente a la que estable-
cía el programa inicial de la conferencia, con la finalidad de presentar al lector un
índice más coherente tanto desde el punto de vista temático como cronológico.
Como uno de los editores de este volumen fue coordinador tanto de la exposi-
ción como del simposio, podemos indicar que la razón principal por la que pres-
tigiosas entidades públicas y privadas de ambos países patrocinasen este proyecto
era que consideraban que la historia de la ayuda española a la independencia de
los Estados Unidos no había sido suficientemente difundida, especialmente en la
costa este de los Estados Unidos, donde ha prevalecido la herencia cultural anglo-
sajona, y por eso quiso presentarse en Washington, no en Dallas o en Santa Fe de
Nuevo México.
Contaba la historiadora Carmen de Reparaz, autora de la monografía sobre
Bernardo de Gálvez, «Yo solo» —subtitulada: «Una contribución española a la
independencia de los Estados Unidos»—, que cuando fue por primera vez a la Bi-
blioteca del Congreso en Washington para iniciar su investigación sobre este genio
militar que reconquistó a los ingleses los territorios de la cuenca del río Misisipi y
de las dos Floridas, al pedir que le facilitasen la documentación disponible sobre la
ayuda española a la independencia de los Estados Unidos, la persona que le aten-
dió vino a responder algo así como: «¿De qué ayuda me está usted hablando?».
Era evidente que el empleado de la biblioteca jamás había oído hablar de la ayuda
española a la independencia de su país.
Evidentemente esta persona no sería Georgette Magassy Dorn, la Jefa de la Di-
visión Hispánica de esa misma biblioteca, que ha contribuido al catálogo de la ex-

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Prólogo 19

posición «Legado» con un magnífico artículo dedicado a los fondos y documentos


relativos a España en su división. Pero, desgraciadamente, como indican los propios
hispanistas que han contribuido en este libro, el desconocimiento sobre la ayuda
española a la independencia se produce no solo en el sector menos culto de la pobla-
ción, sino que también se encuentran algunos sectores del estamento académico.
En The Oxford History of the American West (Oxford University Press, 1994),
monografía de 872 páginas dedicada a la historia del oeste norteamericano, tan
solo un capítulo de unas 30 páginas está dedicado a la presencia hispánica en el su-
doeste, bajo el título «The Spanish-Mexican Rim», firmado por el profesor David
J. Weber, el mismo profesor —desgraciadamente ya fallecido— cuya contribución
al seminario de Washington ha servido de introducción a la primera parte de este
volumen. Ante la dificultad de ofrecer en un ensayo tan corto un esbozo de lo
que fue la presencia española por más de 300 años en un vasto territorio que aún
conserva una profunda huella de esa época, el profesor Weber añadió una extensa
nota bibliográfica para que el lector pudiera profundizar en el legado histórico de
España y de México en el oeste americano.
Sin embargo, es de justicia reconocer la labor de importantes hispanistas esta-
dounidenses que, desde mediados del siglo XIX, se dedicaron en cuerpo y alma a
esa tarea, como William H. Prescott, Charles Lummis, o Herbert Eugene Bolton,
cuya aportación a la «escuela de la frontera española» es citada por los autores que
han contribuido a este volumen. Otras obras clásicas sobre la evolución de la pre-
sencia española en la América septentrional son:

— Foreign interest in the Independence of New Spain. An introduction to the


war for independence, de John Rydjord, PhD., Duke University Press, Dur-
ham, North Carolina, 1935
— New Spain and the Anglo-American West, Historical contributions presen-
ted to Herbert Eugene Bolton. Kraus Reprint Co. New York 1969. Editor
George P. Hammond.
— The United States and the disruption of the Spanish Empire (1810-1822), by
Charles Carroll Griffin. Faculty of Political Science of Columbia University.
Number 429

En España, es de obligada referencia la obra de J. Yela Utrilla: España ante la


independencia de los EEUU, Gráficos Academia Mariana (reed. Ediciones Istmo,
Madrid 1988). Y en tiempos más recientes podemos citar la obra de un diplo-
mático español, Carlos Fernández-Shaw, Presencia española en los Estados Uni-
dos (Instituto de Cooperación Iberoamericana, 1987). También el trabajo de Eric
Beerman, España y la independencia de Estados Unidos, publicado en 1992 como
parte de la excelente colección impresa por la Fundación MAPFRE con motivo
del V Centenario del Descubrimiento. El historiador de Nuevo México Thomas
E. Chavez, que también participó en el simposio de Washington, publicó España
y la Independencia de los Estados Unidos (University of New Mexico Press 2002),
puesta en circulación en España por Taurus en 2006.

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20 Eduardo Garrigues y Antonio López Vega

La Fundación Consejo España-EEUU que, junto a la Smithsonian Institution y


la SEACEX (hoy AC/E), copatrocinó tanto la exposición «Legado» como el sim-
posio en la National Portrait Gallery, con ocasión del 300 aniversario del naci-
miento de Benjamin Franklin, había organizado también, en colaboración con la
Fundación Rafael del Pino, una conferencia internacional sobre «La Ilustración
española en la independencia de los EEUU: Benjamin Franklin» que se celebró en
la Real Academia de la Historia de Madrid y un seminario en la Casa de América
«Norteamérica a finales del siglo XVIII», ambas en el 2006, por lo que puede con-
siderarse inmediato antecedente de simposio de Washington.
Los que hemos fomentado una mayor difusión del legado hispano en los Estados
Unidos podemos sentirnos hasta cierto punto satisfechos, al haber presenciado en los
últimos años un aumento del interés sobre las raíces históricas comunes tanto en Es-
paña como en los Estados Unidos, también en relación con el crecimiento cuantitativo
y cualitativo de las comunidades de origen hispano en esta gran nación. Quizás no
es mera coincidencia que esa población de hispanohablantes en gran parte se hayan
establecido en áreas donde la presencia histórica española fue más intensa: el sudoeste
americano, la Florida y la costa de California. Lo que nos invita a pensar que si un
joven investigador se acercase a la biblioteca del Congreso en Washington y solicitase
información sobre la ayuda española a la Independencia, recibiría una respuesta más
positiva que la que obtuvo en su día Carmen Reparaz.
En el año 2013 se conmemora el 500 aniversario del Descubrimiento de La
Florida por el adelantado español Juan Ponce de León que, procedente de Puerto
Rico, exploró las costas de un Estado que hoy en día alberga a una importante po-
blación de hispanohablantes. El buque escuela español Juan Sebastián de Elcano
ha realizado una ruta con paradas en lugares que tienen un significado importante
en la presencia de España en las américas: primero en San Juan de Puerto Rico,
donde el buque llevó los restos mortales del diputado a las Cortes de Cádiz, Ramón
Power y Giralt; después visitó el puerto de Colón, en Panamá, para conmemorar
el descubrimiento del Océano Pacífico por Vasco Núñez de Balboa; y, posterior-
mente, estuvo en Miami y en Cabo Cañaveral, lugar con el valor simbólico de la
coincidencia de la presencia española en La Florida en el pasado y los proyectos
de tecnología más avanzada patrocinados por la NASA. También ese mismo año
se conmemora la llegada de Fray Junípero Serra a California.
En relación más directa con el tema principal de este volumen, la ayuda española
a la independencia de los Estados Unidos, con ocasión del aniversario de la toma de
Pensacola por Bernardo de Gálvez el 8 de mayo de 1781, el alcalde de esa ciudad,
Asthon Hayward, declaró que se celebre allí cada año el Día de Gálvez, en honor al
General y a su crucial papel en la historia de los Estados Unidos, labor que también fue
reconocida al otorgarle el prestigioso Galardón Great Floridian en su pasada edición.
Sin perjuicio de lamentar el retraso en esta publicación, resulta oportuno que
este volumen vea la luz en el mismo año donde se conmemoran tan importantes
acontecimientos para la historia común de España y los Estados Unidos.
Las contribuciones al simposio han quedado estructuradas como se indica a
continuación:

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Prólogo 21

LIBRO I. ANTECEDENTES DE LA GUERRA DE INDEPENDENCIA DE LOS ESTADOS UNIDOS:


LA PRESENCIA DE ESPAÑA EN LA AMÉRICA SEPTENTRIONAL

Como introducción de este libro ofrecemos la contribución del profesor Da-


vid J. Weber, que por desgracia falleció pocos años después de participar en el
seminario, razón por la que le dedicamos esta obra; y pensamos que su análisis de
«La incorporación del Sudoeste americano: aportación del Sudoeste hispánico a
la historia de América» da una magnífica orientación a este primer libro en que se
incluyen las ponencias que se ocupan de la situación de acontecimientos y tenden-
cias políticas que tanto en la América septentrional como en España precedieron a
la Guerra de Independencia de los Estados Unidos.
El profesor Weber analiza en su ponencia las razones por las que gran parte de
la historiografía de los Estados Unidos hasta hace poco no se había ocupado de
contar la historia de la presencia española en Norteamérica:

Podría decirse que, hasta hace muy poco, los estadounidenses desconocían el
papel desempeñado por España en la historia de su país y que, además, tampoco es-
taban demasiado interesados en conocerlo. Sin embargo, esta situación ha empezado
a cambiar. Los historiadores y la población en general son cada vez más conscientes
de que España ocupó en su día la amplia zona que se extiende desde California hasta
Florida y que los especialistas conocen como «la zona fronteriza española».
[…]
Esta nueva conciencia de la presencia española en Norteamérica se debe en
parte a que los historiadores han ampliado su definición de la Historia de Améri-
ca para incluir en ella las historias de los diversos pueblos que se asentaron en lo
que hoy se conoce como Estados Unidos […]. Dicho esto, en los últimos veinte
años el pasado español de Norteamérica se ha ido incorporando gradualmente a
la historia de Estados Unidos. En los estudios universitarios de Historia de Amé-
rica se incluye ya a las colonias españolas junto con las inglesas, las holandesas y
las francesas […]. La historia norteamericana terminó por encontrarse frente a
frente con la zona fronteriza española, y la terminó incorporando.

Por entonces David J. Weber seguía pensando que no se había conseguido el


cambio de orientación general en el público y en la clase académica que juzgaba
necesario y, como ejemplo de ello, cita un correo enviado por un antiguo alumno
suyo que impartía clases en un instituto de enseñanza superior de Texas:

¡La Leyenda negra sigue viva en mi libro de texto!


Creo que, después de leer los textos estándar, el estudiante medio de 18-20
años se irá con la idea de que a los españoles solo les interesaban el oro y el sa-
queo, aparte de enfrentarse a algún que otro indio de vez en cuando.

Sobre lo que Weber comenta:

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22 Eduardo Garrigues y Antonio López Vega

En el libro de texto que mencionaba mi antiguo alumno seguía bien patente


la exagerada dicotomía establecida entre «colonos» ingleses y «conquistadores»
españoles, y eso en caso de mencionarse en algún momento a los españoles. En
un mapa de ese libro se pretendía mostrar las colonias norteamericanas de 1700,
pero se omitía por completo la Nueva España.

Y Weber concluía:

La incorporación del sudoeste hispano, y por extensión de toda la zona fronte-


riza hispana, a la historia de Estados Unidos dista mucho de haberse completado.
Si queremos que continúe el proceso de incorporación historiográfica debemos
encontrar más formas de articular el pasado hispánico con la historia nacional.

Quizás sin proponérselo, Weber acababa de enunciar lo que a nuestro juicio


debería suponer el elemento esencial para que el legado hispánico en los Estados
Unidos pueda ser reconocido tanto en los libros de historia de los colegios como
en los departamentos de las universidades: el que la población de habla hispana
considere que el conocimiento y difusión de ese legado es imprescindible para
poder afirmar sus señas de identidad y su aportación cultural junto a los elementos
de la cultura anglosajona dominante.
Las ponencias del simposio que se incluyen en este Libro I permiten compren-
der cuál era la situación en la América septentrional en el último tercio del si-
glo XVIII. Para poder entender mejor el desarrollo de la Guerra de Independencia
de los Estados Unidos es imprescindible tener una idea general sobre esa situación;
pues aunque ni la población de la Alta California ni la de las «Provincias Internas»,
al norte del Virreinato de México, interviniesen de forma directa en la guerra, la
acción de Bernardo de Gálvez en la cuenca del Misisipi y en Las Floridas no hu-
biera sido posible si España no hubiera estado presente en esos otros territorios,
que le proporcionaban el respaldo estratégico y el apoyo material a su campaña.
Ello nos permite también comprender mejor las limitaciones de Francia, que había
perdido en la anterior guerra con Inglaterra (sellada por el Tratado de París de
1763) todas sus posesiones en la América septentrional, incluyendo el territorio de
la Luisiana que había pasado a dominio español. Un dato importante es también
la labor de refuerzo de las fronteras realizadas por los ingenieros militares del re-
formismo borbónico, que habían creado una especie de cordón sanitario al norte
del virreinato de México.
Se incluyen temas como el entorno legal de las comunidades hispánicas (Tamar
Herzog), las medidas establecidas gracias al reformismo borbónico para defender
las «Provincias Internas» en la frontera norte de Nueva España (Iris Engstrand) y
la colonización de la Alta California (Carlos Martínez Shaw). También se ofrece un
análisis sobre los dos modelos de colonización, el español y el anglosajón (Borja
Cardelús). La ponencia relativa a las ideas reformistas de don Pedro Rodríguez de
Campomanes (Manuel Gasset Loring) engarza con el tema del reformismo ilustra-
do en España, que facilitó el entendimiento con los líderes rebeldes de Norteamé-

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Prólogo 23

rica: entre los documentos que se exhibían en la muestra «Legado» había una carta
de Benjamin Franklin invitando a Campomanes a formar parte de la Philosophical
Society de Philadelphia y la contestación del ilustrado español.
Como última ponencia de este libro —aunque también podría haberse colo-
cado al principio del siguiente apartado— figura un ensayo de Antonia Sagredo
sobre «La relación entre los representantes de la Ilustración española y los líderes
de la independencia americana: entre el Reformismo y la Revolución», que nos
explica la dificultades de entendimiento entre los próceres españoles y los rebel-
des americanos, los primeros aún anclados en un tímido reformismo y los últimos
dispuestos ya a romper los vínculos que unían a sus territorios con la monarquía
británica.

LIBRO II. LA AYUDA FINANCIERA Y MILITAR DE ESPAÑA A LAS COLONIAS BRITÁNICAS

INTRODUCCIÓN: «Reflexiones sobre la intervención española en la guerra de la


Independencia Americana: inicio, desarrollo y consecuencias (1776-1783)»,
por Hugo O’Donnell.

Como representante en el simposio de Washington de la Real Academia de la


Historia, Hugo O’ Donnell analizó la contribución de España a la independencia
de los Estados Unidos desde diversos aspectos, incluyendo los elementos geoestra-
tégicos, los intereses diplomáticos y las operaciones militares, sin olvidar valorar las
consecuencias políticas que la ayuda a las colonias rebeldes podría acarrear, tanto
en el ámbito nacional como en el internacional.
O’Donnell se plantea en su ponencia tres cuestiones:

a) ¿Puede considerarse la entrada de España en la Guerra de Independencia


americana como una consecuencia de la alianza que había dado origen a la
Guerra de los Siete Años y que conocemos como III Pacto de Familia?
b) ¿Fue Francia una vez más la directora y principal ejecutora de las operacio-
nes militares conjuntas?
c) ¿Se tuvieron presentes las previsibles consecuencias políticas de orden in-
terno a la hora de optar España por la guerra?

El análisis de O’Donnell nos permite vislumbrar la complejidad de la postu-


ra del gobierno de España y su rey, Carlos III, ante la disyuntiva de mantenerse
al margen de un conflicto en donde podría presentarse una magnífica opor-
tunidad de resarcirse de las pérdidas territoriales que se habían producido en
anteriores campañas —aparte de poder infligir una humillación a la potencia
rival—, o apoyar a unos súbditos que, con razón o sin ella, se habían rebelado
contra su monarca legítimo, lo que podía suponer un nefasto ejemplo para los
propios vasallos del soberano español, tanto en la península como en las pose-
siones de ultramar.

España y los Estados Unidos en la era de las independencias.indb 23 20/6/13 16:36:44


24 Eduardo Garrigues y Antonio López Vega

Como factor imprescindible que permitió el enfrentamiento contra Inglaterra,


se incluye en este Libro II «El Imperio español y la contribución financiera del
virreinato de Nueva España a la guerra contra Gran Bretaña 1779-1783», de Car-
los Marichal. El historiador del Colegio de México realiza un minucioso estudio
sobre los cauces de financiación de una campaña que incluiría contingentes de
tierra y navales y que abarcaría no solo la cuenca del Golfo de México, desde el
Misisipi hasta las dos Floridas sino que se extendería a toda la zona del Caribe. El
profesor Marichal destaca: «la mayor parte de los gastos de guerra en el Caribe
y en Norteamérica no se cubrieron con fondos provenientes de España sino con
plata de México» y señala como las fuentes más importantes de esa financiación
la recaudación de impuestos y las contribuciones forzosas de distintos sectores de
la sociedad del virreinato de Nueva España, complementadas con préstamos sin
intereses de los miembros más poderosos de la sociedad colonial.
Marichal señala que, para no agravar el endeudamiento de la Corona, el mi-
nistro Cabarrús introdujo un nuevo instrumento de deuda por parte del gobierno
que se llamó «vales reales», con la garantía de una nueva institución financiera,
el Banco de San Carlos, fundado en 1782 (después de que España declarase la
guerra a Inglaterra). Pero, según avanzaba la campaña y exigía mayores gastos, en
un teatro de operaciones sumamente dilatado y complejo, fue necesario arbitrar
nuevos modos de recaudación como fueron el «donativo gracioso», institución
que aunque tenía ya precedentes en la historia de España y de las américas fue uti-
lizado por el virrey de México Martín de Mayorga para generar fondos necesarios
para esa guerra; especialmente costosa fue la campaña de Bernardo de Gálvez en
la Louisiana y la toma de Pensacola, que requería una operación combinada de
tropas de infantería y efectivos navales.
Indica Marichal que dichas contribuciones financieras, aunque especialmente
dirigidas a los personajes más ricos del Virreinato y a las organizaciones privile-
giadas, como era el Consulado de Comerciantes de México, recaían en diferentes
cuotas en los cabezas de familia de los diferentes sectores de la población colonial,
incluyendo las comunidades de indios. Paradójicamente el título de «gracioso»
que tenían dichos donativos implicaba que no se realizan devoluciones. Resulta
especialmente significativo que, según Marichal, «el grueso de los fondos provi-
no de las clases populares, campesinos, mineros, artesanos ¡e incluso esclavos!».
También explica que a finales del siglo XVIII se contaba con más de 4.000 ciudades
y pueblos indios, de cuya recaudación se ocupaba el sacerdote de la parroquia, de
acuerdo con el gobernador y el alcalde de la comunidad india.
En total, para financiar la guerra contra Gran Bretaña, el virrey Mayorga llegó
a recaudar más de cinco millones de pesos entre donativos, adelantos y préstamos.
Según relata Marichal, en un momento crucial del conflicto entre las tropas britá-
nicas y el ejército rebelde, una flotilla naval francesa capitaneada por el Conde de
Grasse necesitaba urgentemente un millón de pesos de plata para pagar a los solda-
dos franceses que se dirigían junto con las fuerzas del General George Washington
a bloquear el ejército del inglés Cornwallis en la ensenada de Chesapeake. El virrey
Mayorga organizó el envío a marchas forzadas del dinero desde México a Veracruz,

España y los Estados Unidos en la era de las independencias.indb 24 20/6/13 16:36:44


Prólogo 25

donde fue cargado en barcos españoles que se encontraron con las fuerzas navales
francesas frente a la costa de Matanzas, en Cuba, gracias a lo cual pudo llegar a tiem-
po a la bahía de Chesapeake y bloquear la huida por mar de Cornwallis. «De este
modo la plata mexicana contribuyó a la decisiva rendición del ejército británico
en Yorktown y a la victoria de las fuerzas terrestres norteamericanas y francesas»,
concluye Marichal.
En este Libro II se incluye otra ponencia dedicada a la ayuda financiera en la
Guerra de Independencia: «La ayuda secreta económica de España a la revolución
norteamericana», por Reyes Calderón. Según la profesora Calderón, mucho antes de
que fuera declarada la guerra entre Inglaterra y España, esta había proporcionado
una ayuda muy importante en material de guerra, uniformes, mantas y medicinas a
través de canales secretos, utilizando las redes comerciales ya existentes entre los na-
vieros españoles —especialmente de Bilbao, El Ferrol y Cádiz—, y los comerciantes
norteamericanos de Nueva Inglaterra, Boston, Salem, Gloucester y Newburyport.
Uno de los comerciantes de Bilbao más activos en ese tráfico fue el jefe de la
casa Gardoqui, don Diego María de Gardoqui, que estaba en relación con comer-
ciantes de Massachusetts y que, incluso antes de que estallase el conflicto entre las
colonias y la metrópoli, había enviado a los puertos de Nueva Inglaterra armas,
pólvora, quinina, mantas y otros suministros que era previsible utilizar cuando se
iniciase la contienda.
Gardoqui fue utilizado como mensajero e intermediario cuando uno de los
miembros de la delegación norteamericana en París, Arthur Lee, fue enviado a en-
trevistarse con los miembros del gobierno español en Madrid. Pero Lee fue dete-
nido en Vitoria, y Gardoqui le persuadió de que España estaba dispuesta a ayudar
pero que de momento la ayuda debía tener un carácter secreto.
De acuerdo con la investigación de la profesora Calderón, esa ayuda secreta
fue mucho más cuantiosa de lo que inicialmente se pudo pensar, de acuerdo con
lo que calculó el propio Diego María de Gardoqui que, tras haber sido nombrado
embajador ante el presidente George Washington por Carlos III, había ocupado la
cartera de Hacienda en uno de los gobiernos de Carlos IV.

Las prerrogativas que los norteamericanos recibieron de España fueron muy im-
portantes, ya que el gobierno español les ayudó con dinero y efectos en 1776, 1777
y 1778 con la considerable cantidad de 7.944.906 reales y 16 maravedíes de vellón,
eso sin contar los envíos de 30.000 mantas en momentos de absoluta y completa ne-
cesidad de ayuda para salvar a sus ejércitos de perecer… A estas ayudas o asistencias
se deben añadir aquellas que el conde Gálvez proporcionó en Norteamérica que,
naturalmente, deben ser tenidas en consideración, pues en aquellos dominios hemos
dado muestras siempre de máxima generosidad. (…) Finalmente, los Estados Unidos
nos deben siete millones de reales, incluyendo, como es de justicia, el interés.

Pero, Diego María de Gardoqui solo estaba considerando parte de la ayuda y


la suma de esas cifras con lo que se envió desde México y Cuba, arrojaría sin duda
un total mucho más importante.

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26 Eduardo Garrigues y Antonio López Vega

Capítulo 4: «Operaciones del ejército español durante la Guerra de Independen-


cia de los Estados Unidos: soldados olvidados del otro lado del océano»,
por José Manuel Guerrero Acosta.

Con rigor castrense pero profundidad académica, el profesor del Instituto de


Historia y Cultura Militar, Guerrero Acosta, pasa revista a las circunstancias en las
que se planteaba la guerra contra Inglaterra, el teatro de operaciones en América,
la ayuda desde Europa, con especial atención a la batalla de Pensacola que sería
clave en el escenario americano, pero sin omitir la referencia a otras operaciones
en el Caribe. Especial interés tienen los cuadros o tablas que complementan su
ponencia, que exponen con gran precisión cifras sobre la ayuda española a la in-
surrección americana (que resulta interesantes comparar con los datos aportados
por Reyes Calderón), las tropas españolas en Luisiana y en el Golfo de México, las
fuerzas británicas en Florida, y las fuerzas de los diversos ejércitos presentes en dis-
tintas campañas. Muy significativo es el cuadro que ofrece Guerrero Acosta sobre
el esfuerzo comparado (de los distintos ejércitos, de Inglaterra, Francia, España y
Norteamérica) en las principales acciones de la guerra.

Capítulo 5: «El apoyo militar español a la independencia de las colonias inglesas


en Norteamérica», por Thomas E. Chávez.

Ante la dificultad de resumir un volumen de 286 páginas —publicadas en su


libro sobre la ayuda española a la guerra de independencia de los Estados Uni-
dos, que en la versión inglesa lleva el subtítulo an intrínsic Gift («una importante
aportación»)— en una breve ponencia, Chávez ha optado por concentrarse en la
descripción de la campaña en el Golfo de México, que describe con la maestría de
quien se ha dedicado a investigar ese acontecimiento buena parte de su vida como
historiador.

LIBRO III. LA EVOLUCIÓN DE LAS FRONTERAS DE LOS ESTADOS UNIDOS COMO


CONSECUENCIA DE LA PAZ DE PARÍS EN 1783, LA VENTA DE LA LUISIANA EN
1804 Y LA GUERRA CON MÉXICO EN 1846

En este Libro III, la introducción sobre «La situación de los dominios españo-
les en la América Septentrional después de la Paz de París en 1783» corresponde
al profesor de historia de la Universidad Estatal de la Luisiana en Baton Rouge,
Paul Hoffman.
Lo mismo que había realizado el profesor David J. Weber con respecto al terri-
torio del sudoeste, el profesor Hoffman hace un estudio pormenorizado en su po-
nencia de la situación en la que se encontraba el inmenso territorio de la Luisiana
que en parte ya había pasado a España por el Tratado de París de 1763 y que como
consecuencia del Tratado de París de 1783, se vería acrecentado por los territorios

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Prólogo 27

ingleses. Lo que por otro lado también significaba que España pasaba a tener fron-
tera directa con el nuevo Estado cuya existencia venía reconocida en ese tratado.
Como dato muy significativo de los problemas que en el futuro iban a producir
la indefinición de esas fronteras, Hoffman subraya que durante las negociaciones
celebradas en París al final de la Guerra de Independencia entre 1782 y 1783, los
representantes de España y de los Estados Unidos no consiguieron ponerse de
acuerdo sobre los límites respectivos, por lo que fue preciso firmar dos acuerdos
por separado: uno entre Inglaterra y los Estados Unidos, donde la primera recono-
cía al nuevo Estado la posesión de los territorios que le habían correspondido por
el tratado de 1763, incluyendo el del uso y disfrute del río Misisipi hasta el Golfo
de México; y, por otro lado, España y los Estados Unidos firman otro acuerdo en
el que las fronteras no quedan definidas y donde no se reconocía el derecho de
navegación a los estadounidenses por el río. Aun a riesgo de adelantarnos a los
acontecimientos, conviene mencionar que habría que esperar a 1821 para que el
tratado Adams-Onís marcase de una forma relativamente clara las fronteras entre
ambos países.
Tal como hizo el profesor Weber, Hoffman inicia su disertación con una adver-
tencia sobre la falta de interés de gran parte de la historiografía anglosajona, que en
su opinión no habría analizado con la suficiente profundidad los acontecimientos
de las últimas décadas del siglo XVIII y las primeras del XIX en una zona de alto valor
estratégico y económico, como era el territorio de la Luisiana, y cito:

Los estadounidenses de habla inglesa, condicionados por el hecho histórico


del éxito de Estados Unidos en la conquista del continente, generalmente ig-
noran hasta qué punto fue precaria y disputada su existencia como nación y la
expansión más allá de los Montes Apalaches durante las dos últimas décadas del
siglo XVIII (y seguramente incluso hasta la firma de la Paz en 1814). Los libros de
texto de historia han hecho un flaco favor a la comprensión de la historia nacional
al ignorar prácticamente la época de la Confederación y los sucesos acaecidos en
el «oeste» antes de la Compra de Luisiana en 1803.

Resulta significativo que dos de los más importantes historiadores de las fronte-
ras españolas expresen su preocupación sobre la falta de acceso a fuentes históricas
objetivas por parte de los estudiantes de historia en los Estados Unidos, y cito a
Hoffman:

Además, debido a los cinco siglos de pervivencia de versiones italianas, fran-


cesas, inglesas y estadounidenses de la Leyenda Negra tanto de forma manifiesta
como sutil, se ha tendido a considerar las actividades que España desarrolló en el
sur y en el valle del Misisipi durante este período como una suerte de aventuras
quijotescas, típicamente «españolas» en su orgullosa reivindicación de derechos
no sustentada en hechos fehacientes de la época.

Y concluye:

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28 Eduardo Garrigues y Antonio López Vega

En definitiva, los que vivimos en Estados Unidos tendemos a interpretar estos


sucesos no como se desarrollaron en aquel momento lleno de eventualidades,
sino como una parte de una historia predestinada: el triunfo de los Estados Uni-
dos anglófonos.

Como expone Hoffman, esta idea no respondía a la situación objetiva del mo-
mento, puesto que inicialmente el Tratado de París de 1783 había convertido a
España en una superpotencia regional. Vamos a encontrar una opinión muy pa-
recida en la ponencia de la profesora Silvia Hilton, que también considera que
la expansión de los Estados Unidos hacia los territorios situados al oeste de los
Montes Apalaches era un hecho «imparable». Ambos autores expresan en térmi-
nos similares su preocupación por esa falta de objetividad, y también en la obra de
Hilton encontramos la misma referencia al supuesto «quijotismo» de los españo-
les, denunciando este estereotipo muy frecuente en la historiografía anglosajona.
Según Hoffman, aunque posteriormente los acontecimientos se desarrollarían
de una forma favorable a las pretensiones expansionistas del nuevo Estado (que
ya desde el mandato de Jefferson se consideraría como parte de un «destino ma-
nifiesto»), tras la Paz de París en 1783 esa ampliación de fronteras hacia el sur y
el oeste tenía inicialmente muchas bazas en su contra; empezando por las propias
convicciones de líderes federalistas y de los republicanos ortodoxos, que temían
que una expansión demasiado rápida hacia el oeste pudiera truncar la relativa ho-
mogeneidad política de los Estados del este e incluso alimentar la secesión de los
nuevos territorios.
Es difícil imaginar una situación social, política y económica más compleja y
fluida que la del inmenso territorio que les tocó administrar a los primeros gober-
nadores españoles, Miró y Carondelet, después de que Bernardo de Gálvez, tras
las importantes victorias militares en el Misisipi y en las Floridas, fuera nombrado
virrey de México. Las tablas de población que presenta Hoffman en los distintos
enclaves españoles dan una idea de la poca homogeneidad de la población, tanto
por su origen, como por sus distintas convicciones políticas y confesionalidades
religiosas. Lo mismo cabe decir de las tablas que presenta esta ponencia referen-
tes a la dotación de las distintas guarniciones reseñadas en ciertos casos en forma
puramente nominal.
Otro aspecto que destaca Hoffman es que, con independencia de otros proble-
mas, los gobernadores españoles tuvieron que convivir y negociar con las tribus de
la zona, que durante la época del dominio de los colonos ingleses y franceses ha-
bían recibido un trato diferente del que habían utilizado las autoridades españolas
en otras regiones, como la de las «Provincias Internas». En esa vasta jurisdicción
al norte del virreinato de México, una vez superada la etapa de confrontación, las
autoridades militares españolas habían conseguido un cierto modus vivendi con
las tribus hostiles, basado en una hábil combinación de sobornos e intimidación.
En cambio en la Luisiana y los territorios adyacentes, las autoridades inglesas y
estadounidenses habían conseguido apaciguar a las poderosas confederaciones de
los indios creek, choctaw y chikasaw mediante un intercambio de regalos y de

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Prólogo 29

mercancías que no eran las mismas que los españoles podían suministrar. Pero,
venciendo la reticencia inicial por parte de los caciques de esas tribus, los nuevos
gobernadores españoles en la Luisiana establecieron tratados de amistad con las
tribus dominantes; a diferencia de las otras potencias europeas, que fomentaron la
atomización en pequeños clanes de las grandes tribus, los españoles fomentaron la
unión de esas naciones, para que constituyesen una barrera «natural» que protegie-
se a los territorios españoles de las incursiones de los ingleses y estadounidenses.
Las buenas perspectivas que inicialmente jugaban a favor de la consolidación
de las posesiones españolas en la región, con la ampliación de su territorio, el re-
forzamiento de sus capacidades defensivas y la creación de esa «barrera oriental»
formada por las confederaciones indias, se frustraron cuando, por diversas cir-
cunstancias, el gobierno español en 1795 firmó el tratado de San Lorenzo, cono-
cido en los Estados Unidos como tratado de Pinckey, donde se aceptaban algunas
de las ventajas que la joven nación había exigido desde su nacimiento, como era la
libertad de navegación por el Misisipi y el derecho de depósito de las mercancías
estadounidenses en Nueva Orleans. El tratado de San Lorenzo puede considerarse
el principio del fin, puesto que a partir de ese momento España, temerosa de una
posible alianza entre Estados Unidos e Inglaterra, inició una retirada paulatina
que, apenas una década después (1803), iba a culminarse con la retrocesión de la
Luisiana a Francia y la posterior venta por este país a los Estados Unidos.
Hoffman señala en su estudio que quizás el año crucial para la pérdida de in-
fluencia de España en la zona fuera 1789, porque, aparte del recrudecimiento de
las presiones estadounidenses en la Luisiana y la frontera norte de las Floridas, se
habían producido incidentes con los británicos en la ensenada de Nooka y por el
estallido de la Revolución Francesa, fenómeno que, aparte de otras consideracio-
nes, supondría que España iba a perder un aliado relativamente fiable contra la
hegemonía de los ingleses.
La ponencia de Silvia Hilton, «España y EEUU en la frontera del Misisipi»
comparte varias de las tesis expuestas por el profesor Hoffman, y alude también
a que, aunque el éxito del expansionismo de la joven nación no podía darse por
seguro en los primeros momentos, las propias autoridades españolas consideraban
que, dadas las condiciones geográficas y demográficas de los Estados Unidos, la
movilidad y el «crecimiento natural» de la población acabarían por forzar al go-
bierno de Washington, inicialmente preocupado por los efectos negativos de una
colonización excesivamente rápida y por las fuerzas centrífugas que pudieran ge-
nerarse, a aceptar la expansión hacia el oeste. Para profundizar más en este tema,
sugerimos la lectura del ensayo «Movilidad y expansión en la construcción política
de los Estados Unidos: «estos errantes colonos» en las fronteras españolas del Mi-
sisipi (1776-1803)», Revista Complutense de Historia de América, 28 (2002).
En el ensayo que ahora publicamos, que entendemos complementa el anterior,
la profesora Hilton expone cuatro hipótesis de trabajo, que podría resumirse en la
idea de que, por un lado, la vecindad con Estados Unidos en la América septen-
trional iba a condicionar profundamente la política española a finales del siglo XVIII
y principios del XIX; pero, por otro lado, también la presencia de una potencia eu-

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30 Eduardo Garrigues y Antonio López Vega

ropea en sus fronteras —aunque fuera ya en su etapa de decadencia—, condicionó


la política exterior y también la política doméstica del nuevo Estado:

Los gobiernos de EEUU toleraron la continua existencia a sus puertas de


colonias españolas (así como británicas y de otros países europeos) por el claro
motivo de que EEUU no era lo suficientemente fuerte como para erradicarlas a
corto plazo. […] Es cierto que los gobiernos estadounidenses se mostraron enor-
memente indecisos y algo confusos, pero en última instancia lograron adoptar
medidas favorables para los intereses españoles, obviamente no por motivos de
buena vecindad sino porque, en aquel momento, el statu quo favorecía sus intere-
ses […]. A pesar de ello, ambas potencias se dieron cuenta desde el principio de
que, además de los factores políticos y culturales, compartían fronteras territoria-
les que los convertirían en rivales «naturales».

Hilton explica como, entre 1783 a 1795 las relaciones entre ambos países se
fueron deteriorando paulatinamente:

No conseguían ponerse de acuerdo sobre la ubicación del límite septentrional


de la Florida occidental ni sobre el derecho español a controlar la navegación y
el comercio estadounidenses en el curso bajo del río Misisipi. Sin embargo, en el
Tratado de San Lorenzo de 1795 España cedió a las exigencias estadounidenses
con respecto a ambas cuestiones, concediéndole incluso un derecho de depósito
trienal y renovable en Nueva Orleans para facilitar su comercio.

Como los historiadores españoles han sido muy críticos con nuestros gobernan-
tes en ese período, resulta interesante constatar que Silvia Hilton defiende la políti-
ca del gobierno de España que con frecuencia se han considerado como muestras
de una política débil y abandonista, como la «menos mala» de las soluciones, con-
siderando la difícil situación internacional, porque al menos se conseguía que no
hubiera motivos importantes de fricción entre España y Estados Unidos.

A pesar de las versiones historiográficas en las que se da por hecho que las
políticas españolas estuvieron motivadas por la arrogancia y el orgullo nacional,
por una insensatez quijotesca o por falta de visión de futuro, atraso o fatalismo
oriental (o, más concretamente, por la estupidez de Carlos IV o la incompetencia
de Manuel Godoy), los gobiernos españoles de aquel período estuvieron dirigi-
dos en realidad por hombres que en su mayoría eran inteligentes y cultos, estaban
bien informados y eran razonablemente autocríticos y realistas con respecto a las
capacidades y las perspectivas de España, y lo suficientemente flexibles como
para diseñar nuevas políticas e ir modificándolas a medida que las circunstancias
fueran exigiéndolo.

La ponencia «Consecuencias de la Ilustración en la América española: Don Pe-


dro Bautista Pino, delegado de Nuevo México en las Cortes de Cádiz de 1812» de

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Prólogo 31

Eduardo Garrigues, recoge la preocupación del diputado de Nuevo México por


la vecindad con los Estados Unidos, y la renuencia del lastre que para la econo-
mía de esa remota provincia supone mantener por medios privados un ejército de
15.000 hombres, sin apoyo de la metrópoli ni del propio virreinato (puesto que las
Provincias Internas de que formaba parte México constituía una administración
independiente del Virreinato de Nueva España).
Aunque pueda parecer que las tres décadas transcurridas entre el Tratado de
París de 1783 y la proclamación de la Constitución de Cádiz en 1812, (veintinueve
años, para ser exactos) al leer la exposición que Pino ha preparado para las Cortes
nos percatamos de que algunos de los personajes que seguían teniendo puestos
de responsabilidad en los primeros años del siglo XIX habían tenido ya un papel
relevante a finales del siglo anterior. Por ejemplo don Francisco Saavedra, que
—como miembro del Consejo de Regencia en Cádiz—, fue uno de los firmantes
de la convocatoria a Cortes y que antes estuvo presente en las campañas de don
Bernardo de Gálvez en las Floridas en 1780 y fue nombrado representante especial
del rey Carlos III en la decisiva batalla de Yorktown, que mencionaba el profesor
Marichal en su ponencia. También don Nemesio Salcedo, Comandante General de
las Provincias Internas, que aparece varias veces citado en la «Exposición» de Pino,
participó en las campañas de Gálvez y fue herido en la toma de Pensacola.
En ese período de tiempo, como don Pedro Pino indica en su informe a las
Cortes, que sin duda el acontecimiento más importante para los ciudadanos es-
pañoles de la América septentrional fue la cesión y posterior venta por parte de
Francia de la Luisiana:

Yo espero, Señor, que V. M. se penetre también de esta verdad, atendiendo a


que la compra de la Luisiana que han hecho los Estados Unidos, les ha abierto la
puerta, tanto para armar y mover contra nosotros a los gentiles como para invadir
la provincia ellos mismos; y una vez perdida sería imposible recuperarla.

Con una mezcla de ingenuidad y de sentido dramático, el diputado Pino de-


nuncia ante la augusta asamblea las diferentes argucias y estratagemas que ha utili-
zado el vecino angloamericano para atraer a su población:

Conociendo que su posesión los hace dueños de las demás [Provincias] inter-
nas de ambos rumbos, ya a poca costa de ambos mares Sur y Norte; y por consi-
guiente, introducidos en lo interior del reino de México, han procurado ya con
sus halagos de un comercio ventajoso, ya convidándonos con unas leyes suaves y
protectoras, unir esta preciosa porción del territorio al comprado de la Luisiana,
con quien confinamos: pero ni por este medio, ni el de las amenazas construyen-
do fuertes a las inmediaciones, ni armando los gentiles contra nosotros han conse-
guido otra cosa que la de perder en cada una de las tentativas sus esperanzas.

Cuando Pino menciona la construcción de fuertes por los Estados Unidos se


está refiriendo a la expedición del oficial angloamericano Zebulon Montgomery

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32 Eduardo Garrigues y Antonio López Vega

Pike —que Pino escribe «Paykie» en nota a pie de página en su Exposición—. Tras
cruzar en 1806 al territorio español Pike y su destacamento armado fueron deteni-
dos y enviados a Chihuahua —sede de la Comandancia General de las Provincias
Internas—, donde fue interrogado por el general don Nemesio Salcedo. Pero para
evitar todo incidente con el ejército de los Estados Unidos, fueron tratados por las
autoridades españolas más como huéspedes ilustres que como espías, como eran
en realidad.
Otro aspecto interesante de la «Exposición de Pino es la detallada descripción
de las tribus indígenas que habitan en la zona, a la que dedica en un informe de
cincuenta páginas un apéndice de diez, titulado «Naciones gentiles que rodean la
provincia donde refleja con bastante precisión algunas de sus costumbres y creen-
cias, su forma de vestir y su capacidad guerrera, sin dejar de mencionar los esfuer-
zos de los españoles por reducir sus incursiones y mantenerlos en paz, dedicando
otro apartado a los «Regalos que se hacen a los gentiles».
El interés del diputado sobre la idiosincrasia y la lengua de las tribus de «gen-
tiles» se inscribe en una larga trayectoria de los pobladores, misioneros y soldados
españoles que desde el principio de la colonización hicieron un esfuerzo por co-
nocer y comprender al indígena, en una actitud bien diferente al sentimiento de
desprecio o de superioridad racial que parte de la historiografía anglosajona suele
atribuir al español en su trato con el indígena. A ese respecto es significativo cuan-
do el propio Don Pedro Pino describe la composición étnica de los pobladores
de Nuevo México que incluiría según el diputado a los «Españoles e indios puros
(que casi no se distinguen de nosotros) los que componen el total de los 40.000
habitantes».
El problema de las tribus hostiles incidiría en la sucesión de esos territorios de
España a México, y de esta nación a los Estados Unidos, cuando estos se anexio-
naron gran parte del territorio mexicano tras el Tratado de Guadalupe Hidalgo
(1848) y el «Gadsden Purchase en 1852 .
El Libro III trata precisamente de la evolución de las fronteras, tema que
desde distintos enfoques desarrollan tres historiadores y sociólogos, dos de ellos
mexicanos:

Capítulo 4: «Conflicto y cooperación en la formación de la frontera entre México


y Texas (1840-1880)», por M. A. González Quiroga,

Capítulo 5: «Distancias culturales en la frontera Norte de México: el legado


de Tratado de Guadalupe Hidalgo y la adquisición de Gadsden», por Samuel
Schmidt.

Capítulo 6: «Distintas trayectorias en la misma frontera: el Norte «cercano» y


«remoto» de la Nueva España», por Andrés Resendez.

Las tres ponencias tienen un elemento en común, pues no se ocupan princi-


palmente ni del desarrollo del conflicto entre México y los Estados Unidos, ni del

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Prólogo 33

tratado de Guadalupe Hidalgo ni la venta posterior negociada por el ministro es-


tadounidense Gadsden, sino que analizan las consecuencias políticas, económicas,
sociales y culturales de ese acontecimiento histórico que tuvo evidentemente un
efecto traumático para la conciencia colectiva mexicana.

LIBRO IV. FRONTERAS ENTRE LA TRADICIÓN CULTURAL HISPÁNICA Y LA ANGLOSAJONA:


LA DISTINTA PERCEPCIÓN DEL ARTE

Al inicio de esta presentación se mencionaba que parte de la temática incluida


en el simposio tenía relación con la exposición «Legado», y por esa razón inclui-
mos en el Libro IV las ponencias que, apartándose del relato puramente histórico,
se ocupan de la percepción cultural del mundo hispánico en relación con la del
mundo anglosajón.
La introducción de este libro corre a cargo del historiador y escritor Enrique
Krauze, que ha escogido como título «Puentes culturales entre Estados Unidos y
Latinoamérica» donde, basándose en el relato de Herman Melville: Benito Cereno,
presenta una interesante alegoría entre los dos mundos. Krauze sigue la inspira-
ción de su amigo y maestro Richard M. Morse que afirmaba que, para entender la
experiencia histórica de las dos Américas, era preciso leer la novela Benito Cereno
del famoso autor de Moby Dick.
Para ahondar en la significación de los diferentes personajes de este relato,
Krauze cita la obra de Howard Bruce Franklin, The wake of the Gods. Melville’s
mythology: «El tema central de Melville es la caída del poder terrenal, vista a tra-
vés de la desintegración del imperio español, su emperador y su simbólico des-
cendiente, Benito Cereno». Utilizando en nuestra opinión más el escalpelo del
crítico literario que la visión objetiva del historiador, Krauze indica que, desde una
perspectiva hispánica la novela puede leerse como una alegoría de la dialéctica
entre los dos mundos americanos. Y añade: «basta recordar que a mediados del
siglo XIX, el mundo hispánico seguía ejerciendo una fascinación romántica sobre la
mentalidad estadounidense».
Siguiendo la hipótesis de su maestro Richard M. Morse, que pretendía ilu-
minar a la historia con la ficción, Krauze explica que Melville había partido de
materiales históricos sencillos, como el diario de viajes auténtico de Amasa De-
lano y la historia de Carlos V, para transformar la realidad en una trama nueva
y convertir una novela de aventuras en la historia de la «Dialéctica del Nuevo
Mundo».
Krauze concluye que «para Morse, la diferencia esencial entre las dos Américas
estaba en las diferentes matrices teológico-políticas que las fundaron: la genealogía
individualista de Hobbes y Locke, por un lado, y la organicista de Vitoria y Suárez
por el otro». Llevando esta alegoría histórico-literaria a sus últimas consecuencias,
Krauze manifiesta que: «América latina no era la hermana pobre y atrasada de
occidente, era más bien un occidente alternativo, menos próspero pero más procli-
ve a la convivencia natural de las personas».

España y los Estados Unidos en la era de las independencias.indb 33 20/6/13 16:36:44


34 Eduardo Garrigues y Antonio López Vega

Podemos pensar que es preciso realizar un esfuerzo de imaginación para poder


metamorfosear una obra literaria en un ensayo político y sociológico, pero cuando
lleguemos a la ponencia que sirve de conclusión a este libro: «La frontera entre el
mundo anglosajón y el hispano: ¿es América latina occidente?» de Emilio Lamo de
Espinosa, el lector podrá observar ciertos elementos comunes en la argumentación
del crítico literario mexicano y la del catedrático de sociología español.
En este Libro IV sobre las fronteras culturales se incluye la ponencia de Al-
bert L. Hurtado: «Herbert Bolton y la recuperación de la historia de la América
española», que también hubiera podido situarse por la temática a continuación de
la introducción sobre ese mismo tema del profesor David J. Weber; pero hemos
considerado que el análisis de Albert L. Hurtado tiene más que ver con la distinta
percepción de dos tradiciones culturales diferenciadas que con el análisis del papel
de Bolton en la recuperación de la historia.
En efecto, al esbozar la trayectoria académica de Herbert E. Bolton, Hurtado
nos revela que el que sería más tarde el maestro de la «historia de las fronteras espa-
ñolas» había estudiado con el profesor Frederick Jackson Turner, famoso creador
del concepto de la frontera anglosajona. En su famosa conferencia para la Asocia-
ción Histórica Americana en 1893, Turner expuso la teoría de que la esencia de la
idiosincrasia estadounidense procedía de la experiencia de la vida en la frontera:
«la peculiaridad de las instituciones americanas procede del hecho de que han
sido obligadas a adaptarse a los cambios de una humanidad en expansión —a los
cambios que implicaba cruzar un continente, atravesar un desierto y desarrollar las
condiciones políticas y económicas primitivas de la frontera hacia la complejidad
de la vida urbana».
Hurtado nos indica que, aunque inicialmente Bolton aceptó la hipótesis de
Turner, no llegó a aplicarla a sus estudios sobre la frontera española, argumentan-
do que, en el caso del avance hacia el norte del territorio por los colonos españoles,
este movimiento estaba impulsado por el gobierno más que por los individuos. Por
lo tanto Bolton se distanciaba de la tesis de su maestro, que había defendido que el
carácter individualista típicamente americano se había originado precisamente en
la vivencia de los pioneros anglosajones. Hurtado indica: «esta frontera de Bolton
era inclusiva y movida por el gobierno español y la de Turner era exclusiva y movi-
da por individuos».
Aunque no podríamos realizar aquí un análisis detenido, los distintos conceptos
de frontera significan los términos «inclusivos» y «excluyentes». la crítica de histo-
riadores contemporáneos, como Patricia Limerick, de la tesis turneriana sobre la
frontera se basa precisamente en que Turner había concebido el oeste americano
como un gran espacio vacío, susceptible de ser desarrollado y colonizado por los
pioneros anglosajones, cuando en realidad ese espacio estaba ya poblado por seres
humanos a los que hubo que desplazar o exterminar: indígenas e hispanos.
Para Hurtado, la dedicación de Herbert E. Bolton al estudio de la frontera
española se debe a dos circunstancias que parecen casi accidentales: la primera fue
que George Pierce Garrison contratase a Bolton para trabajar en la Universidad
de Texas, con el propósito de que fundase una escuela de estudios históricos del

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Prólogo 35

sudoeste, en paralelo a la que Frederick Jackson Turner había realizado con res-
pecto a la historia del noroeste del país; la segunda y más importante circunstancia
fue que cuando se creó la biblioteca de Hubert Howe Bancroft en San Francisco,
la Universidad de Standford quiso contratar a Turner para que desarrollase la rica
colección documental creada por Bancroft. Pero parece ser que Turner declinó
ocupar esa posición en parte por pensar —según explica Hurtado— que la gran
cantidad de documentos en español que había acumulado Bancroft «devaluaba»
esa colección como fondo universitario. Otras circunstancias accidentales, como
el gran terremoto de San Francisco en 1906 contribuyeron a disuadir a Turner
de aceptar las ofertas de las universidades de California. Como consecuencia de
esta negativa, la universidad de Berkeley ofreció el puesto a Herbert Bolton, que
se ocupó el resto de su vida de potenciar los ya importantes fondos creados por
Bancroft, con la compra y el estudio de miles de documentos en español que fue
adquiriendo en España y México.
Aunque no aparece citada en ninguna de las contribuciones de este volumen,
en relación con la ponencia de Hurtado, nos parece oportuno traer a colación lo
que el profesor Richard Kagan —que también participó en el simposio de Was-
hington—, llama «el paradigma de Prescott», consistente en narrar la historia de
España como antítesis de la de la joven nación americana. «América representaba
el futuro —republicana, emprendedora, racional—; mientras que España —mo-
nárquica, indolente, fanática— representaba el pasado.» (R. L. Kagan. «Prescott´s
paradigm: American Scholarship and the Decline of Spain», The American His-
torical Review, 1996). Podríamos deducir que la entrega por parte de Prescott a la
historia del imperio español y sus dominios en México y Perú también fue hasta
cierto punto accidental, puesto que Prescott había pensado en dedicarse a los es-
tudios de alemán pero también, por diversas circunstancias, acabó convirtiéndose
en un apasionado hispanista.
En este Libro IV hemos incluido contribuciones de expertos en historia del
arte, que puedan ayudarnos a definir las distintas percepciones existentes en Esta-
dos Unidos y en España sobre las artes plásticas y, concretamente, como se consi-
dera en aquel país el arte español.
«La percepción del arte español en Norteamérica» es un estudio de la profe-
sora Dolores Jiménez Blanco, que trata de las vicisitudes del arte español en los
Estados Unidos, desde la época —que abarca hasta mediados del siglo XIX según
esta autora—, durante la cual se consideraba como un arte marginal y secundario
con respecto al modelo francés o italiano, al momento en que el arte español fue ya
reconocido con unas características propias que correspondían a una personalidad
histórica claramente diferenciada.
Resulta interesante destacar que, según la profesora Jiménez Blanco, el mo-
mento en que se produce el declive de España y el encumbramiento de los Estados
Unidos al rango de superpotencia mundial, va a ser, paradójicamente, el momento
en que empieza a suscitarse un interés generalizado por el arte español por parte de
coleccionistas y artistas estadounidenses. Sin embargo, también se destaca el hecho
de que España sigue considerándose en esa época como un lugar misterioso y de-

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36 Eduardo Garrigues y Antonio López Vega

cadente, a medio camino entre oriente y occidente, pero donde, precisamente, los
viajeros americanos pueden todavía encontrar las ruinas islámicas que satisfacen
su pasión por lo oriental.
Jiménez Blanco realiza un análisis muy completo del recorrido del arte español
en los museos y galerías de coleccionistas estadounidenses, pero no deja de ser sig-
nificativo que el «descubrimiento» de la producción artística española tenga lugar
a raíz del interés en América por lo «exótico» y lo «diferente».
Una conclusión parecida sacamos de la lectura de «Pintando lo pintoresco: la
imagen artística de España en los Estados Unidos (1820-1920)» de Richard Kagan,
cuya ponencia empieza por explicar que, a pesar de que España tuvo un papel
decisivo en la Guerra de Independencia de la nación americana y fue uno de los
primeros países que reconoció su condición de Estado, la relación entre los dos
países sufrió, desde el principio, un cierto grado de malestar y desconfianza. Para
dar un ejemplo Kagan cita las impresiones de John Jay, el primer diplomático en-
viado por la joven nación ante la corte de Carlos III, que tuvo serios problemas
para ser reconocido a nivel de embajador, ante la aversión del monarca de conce-
der reconocimiento oficial a un pueblo que se había rebelado contra su soberano
legítimo. Kagan indica:

Claramente, las relaciones entre España y los Estados Unidos no habían co-
menzado bien y esta opinión arraigada de la delegación norteamericana decidida-
mente negativa sobre España estereotipaba el modo en el que muchos estadouni-
denses verían, incluso ya bien entrado el siglo XX, a España y a su gobierno.

Tras esa introducción histórica, Kagan dedica su ponencia a exponer lo que


él mismo define como «estereotipo cultural», estereotipo que en parte procedía
de Inglaterra, cuyos primeros viajeros del siglo XIX habían forjado la imagen de
España como un país atrasado pero al mismo tiempo encantador. Volvemos a la
consideración de lo exótico, donde la seducción de una estética original y diferente
convive con unos estereotipos profundamente arraigados, en la mentalidad an-
glosajona, de un país dominado por el clero católico y la Inquisición. Por ello, los
interesados en el arte español solo tenían ojos para lo pintoresco y sería necesario
esperar a finales del siglo XIX, cuando el pintor Diego Velázquez se puso de moda
en los Estados Unidos y cuando artistas como John Singer Sargent descubren a sus
conciudadanos las joyas del Museo del Prado.
En la ponencia «El coleccionismo de Archer Milton Huntington», Margaret
McQuade describe la pasión por el arte y la cultura española del millonario es-
tadounidense Archer M. Huntington, fundador en 1904 de la Hispanic Society of
América, y que también aportó fondos importantes a la Sección Hispánica de la
Biblioteca del Congreso, tras adquirir tanto las obras pictóricas como los docu-
mentos en distintos viajes a España, a partir de 1882. Las puertas de la Hispanic
Society se abrieron al público en 1908, tras haber acumulado en ese museo infini-
dad de esculturas, piezas de cerámica y pinturas de gran valor. Por poner solo un
ejemplo, aunque ese museo se hizo famoso por la colección de lienzos de Joaquín

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Prólogo 37

Sorolla, que se puso de moda en Nueva York como el pintor de la luz, la Hispanic
Society tiene también unos fondos impresionantes de cuadros de Ignacio Zuloaga
—uno de los artistas más cotizados del mundo en el momento finisecular—, que
reflejaban la España más triste y sombría.
Tras enterarnos de que algunos de los más importantes hispanistas —como
William H. Prescott o Herbert E. Bolton— se habían dedicado a estudiar el legado
hispánico casi por accidente, resulta reconfortante pensar que Archer M. Hun-
tington, heredero de la inmensa fortuna de un empresario ferroviario y naval, que
podía haberse dedicado a coleccionar documentos y obras de arte de cualquier
lugar del mundo, dedicó su vida a difundir entre sus conciudadanos un mejor
conocimiento del arte y la cultura españoles.
Para finalizar esta recapitulación sobre el legado de España en los Estados Uni-
dos, nos ha parecido adecuado que la disertación de Emilio Lamo de Espinosa:
«La frontera entre el mundo anglosajón y el hispano: ¿es América Latina Occiden-
te?» sirva de Epílogo a este volumen.
El planteamiento, algo provocador del Profesor Lamo de Espinosa es: «¿Es Es-
paña parte de Europa, de Occidente? ¿Puede hablarse de una civilización hispánica
distinta de la civilización occidental? Asimismo, ¿podría considerarse Occidente a
América Latina? ¿A quién nos referimos al hablar de Occidente o de la civilización
occidental?». Evidentemente esa formulación obedece a la polémica suscitada por
Samuel P. Huntington tanto en su obra El choque de civilizaciones y la reconfiguración
del orden mundial, como en su posterior trabajo ¿Quiénes somos? Los desafíos de la
identidad nacional estadounidense, publicada en español por Paidós en 2004.
El profesor Lamo de Espinosa indica que, para Huntington la civilización
latinoamericana pertenece a una familia cultural distinta a la de occidente pues,
a pesar de estar estrechamente relacionada en la historia con Occidente, incor-
poraría elementos de la antigua civilización indígena, constituyendo un híbrido
entre el mundo occidental y los pueblos indígenas. Huntington vaticinaba que
«en esta nueva era, el desafío más serio e inmediato a la identidad norteamerica-
na proviene de la inmensa y sostenida inmigración de América Latina, especial-
mente de México». El problema para este autor consistiría en que la inmigración
latina sería susceptible de «dividir Estados Unidos en dos pueblos, dos culturas
y dos lenguas» por lo que concluye que lo que Huntington ya había denominado
como «el choque de civilizaciones» podría gestarse en el corazón de los Estados
Unidos.
Para buscar una explicación a la tesis de Huntington —de nuevo, como en la
tesis de Turner, «excluyente» con respecto a la población hispano-latina de los Es-
tados Unidos, Emilio Lamo cita precisamente la teoría sobre la frontera angloame-
ricana de Frederick Jackson Turner:

La frontera americana se distingue nítidamente de la frontera en los países


europeos, en la que esta se constituye como un boundary, es decir, como una línea
divisoria fija que separa densas poblaciones. Lo más significativo de la frontera
americana es que se asienta en el límite más cercano de la tierra libre.

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Para Turner, señala Lamo de Espinosa: «la frontera se sitúa en el borde exterior
de la ola, el punto de contacto entre la barbarie y la civilización», y destaca que en
ese modelo de colonización —y de frontera— los vastos territorios explorados por
España no se toman en consideración, ignorando que gran parte de los territorios
anexionados por la imparable marea angloamericana había pertenecido primero a
España y luego a México.
Pero, precisamente, como consecuencia de la superposición o yuxtaposición de
las diferentes culturas sobre el inmenso mosaico de los Estados Unidos, el sociólo-
go concluye que en esa nación están presentes dos grandes culturas: la anglosajona
y la hispana:

Dos ramas de la civilización occidental que proceden de los dos primeros


imperios mundiales que lucharon en Europa, se vieron separados por la frontera
de Turner y actualmente se están fusionando saltándose la frontera. Porque en
América está surgiendo algo nuevo, anglo-hispano.

CONCLUSIONES

Al habernos extendido quizás demasiado en esta presentación intentaremos ser


concisos en las conclusiones:

1. Aunque todos coinciden en que se han realizado algunos progresos, la mayor


parte de los eminentes historiadores que han colaborado en este volumen
consideran que aún tenemos mucho camino por recorrer hasta conseguir
que la contribución española no solo a la Guerra de Independencia de los
Estados Unidos, sino en general la legado hispánico a la formación de este
país, sea conocida y reconocida en los Estados Unidos.
2. También pensamos que existe un cierto consenso sobre los factores que
han contribuido a ese desconocimiento y desinterés: por una lado, factores
objetivos —los territorios españoles (y luego mexicanos) de Las Floridas, la
Luisiana y todo el sudoeste americano constituían el espacio natural de ex-
pansión del joven país—; por otro lado, subjetivos: la barrera cultural entre
el mundo anglosajón y el mundo hispánico ha pervivido demasiado para
que pueda franquearse en pocos años.
3. Nos parece curioso que —a estas alturas—, varios de los prestigiosos his-
toriadores, sociólogos e hispanistas estadounidenses se sigan refiriendo a la
«Leyenda Negra», término que en España se considera ya obsoleto, aparte
de antipático. Sin embargo, los que hemos tenido relación con los Estados
Unidos, nos hemos encontrado casi a diario residuos de los estereotipos
creados durante la época en que España fue el rival «natural» en la ex-
pansión de esa nación, estereotipos que en gran parte fueron heredados de
Inglaterra, el otro rival secular. Esos estereotipos negativos se encuentran ya

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Prólogo 39

en obras de indiscutible impacto y difusión en todo el mundo anglosajón,


como la Historia de América de Robertson, (cuya primera edición vio la luz
en 1777, paradójicamente el mismo año en que España estaba a punto de
entrar en guerra con Inglaterra para defender la independencia de lo que se
convertiría en los Estados Unidos).
4. Aunque el despegue de España en el campo industrial, en el mundo de la
creación artística y del diseño ha ayudado a eliminar algunos de esos estereo-
tipos, es preciso reconocer que están profundamente arraigados en un país
de predominio cultural anglosajón. Nos parece relevante que, al intentar
describir los prejuicios históricos sobre los gobernantes españoles del Su-
doeste americano y la Luisiana, dos de los eminentes historiadores acudan
al calificativo peyorativo de «quijotesco». Cualquier acontecimiento ines-
perado puede hacer revivir unos clichés bien enraizados en el inconsciente
colectivo, como cuando un Tribunal Estadounidense apoyó al gobierno es-
pañol en su reclamación de la propiedad de un buque de la Armada hundi-
do en aguas americanas (el caso de la empresa cazatesoros «Odissey») y las
redes sociales se llenaron de mensajes que criticaban esa decisión judicial,
por «devolver a los españoles el oro que habían robado en Sudamérica».
5. La clave de la cuestión para el reconocimiento del legado hispánico —en lo
material y espiritual— enunciada en este volumen por varios de los ponentes
(Weber, Krauze, Lamo de Espinosa) estriba en que la creciente población
de hispanos —o latinos, no nos dejemos detener por la semántica— en Nor-
teamérica empiecen a concebir la historia de España y de sus países latinos
de origen como parte de la historia de los Estados Unidos, lo que supondría
unas señas de identidad que anularían cualquier tesis excluyente.
6. Si, como sostiene Carlos Marichal, la Guerra de Independencia de los Esta-
dos Unidos fue financiada en parte con fondos que provenían de México y
Cuba ¿por qué los descendientes de esos países en Norteamérica no reivin-
dican la historia de su aportación al nacimiento de esa nación? Difícilmente
se puede tachar de forasteros o «aliens» —usando el término de Hunting-
ton— a los descendientes de quienes dieron su riqueza y su sangre en aras
de la formación de ese gran país.

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