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BIBLIOTECA NUEVA
FUNDACIÓN JOSÉ ORTEGA Y GASSET-GREGORIO MARAÑÓN
FUNDACIÓN CONSEJO ESPAÑA-EEUU
ISBN: 978-84-9940-286-4
Depósito Legal: M-19443-2013
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LIBRO I
ANTECEDENTES DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA DE LOS ESTADOS UNIDOS:
LA PRESENCIA DE ESPAÑA EN LA AMÉRICA SEPTENTRIONAL
LIBRO II
LA AYUDA FINANCIERA Y MILITAR DE ESPAÑA A LAS COLONIAS BRITÁNICAS
LIBRO III
LA EVOLUCIÓN DE LAS FRONTERAS OCCIDENTALES EN LOS ESTADOS UNIDOS
COMO CONSECUENCIA DE LA PAZ DE PARÍS EN 1783; LA COMPRA DE LUISIANA
EN 1804 Y LA GUERRA CON MÉXICO EN 1846
LIBRO IV
FRONTERAS ENTRE LA TRADICIÓN CULTURAL HISPÁNICA Y LA ANGLOSAJONA:
LA DISTINTA PERCEPCIÓN DEL ARTE
namos al ver que, después de tantos años, pudieran encontrarse frente a frente en
imagen el rey Carlos III y el general George Washington, que nunca se conocieron
en persona, aunque intercambiaron correspondencia y lucharon por la misma cau-
sa. También era muy significativo que, por primera vez en una pinacoteca situada
en el mismo corazón de la capital de los Estados Unidos dedicada principalmente
a exhibir los retratos de los presidentes de esa nación, se mostrase al público una
magnífica colección de obras pictóricas, objetos y documentos que ilustraban la
importante contribución que tuvo España en el nacimiento del nuevo Estado.
Volviendo al simposio que sirvió de apoyo y complemento académico a la ex-
posición «Legado», para que no pudiera confundirse con la muestra pictórica que
se ofrecía en las mismas fechas y en el mismo lugar, se dio a la actividad académica
un título diferente. Pero dado que ha trascurrido bastante tiempo desde que se ce-
lebraron ambos, los editores de este volumen hemos querido volver al mismo título
de la exposición, España y los Estados Unidos en la era de las independencias pues
ese enunciado expresa mejor que el otro una etapa histórica que no se circunscribe
exclusivamente a la de la Guerra de Independencia de los Estados Unidos, e inclu-
ye el inicio del proceso de emancipación de los dominios españoles en América y
la expansión de las fronteras de la nueva nación.
En México suele decirse que: «más vale pedir perdón que pedir permiso», pero
en este caso conviene, por un lado, pedir perdón por publicar estos trabajos varios
años después de que se celebrase la conferencia, y también pedir permiso a los par-
ticipantes para realizar una distribución de materias algo diferente a la que estable-
cía el programa inicial de la conferencia, con la finalidad de presentar al lector un
índice más coherente tanto desde el punto de vista temático como cronológico.
Como uno de los editores de este volumen fue coordinador tanto de la exposi-
ción como del simposio, podemos indicar que la razón principal por la que pres-
tigiosas entidades públicas y privadas de ambos países patrocinasen este proyecto
era que consideraban que la historia de la ayuda española a la independencia de
los Estados Unidos no había sido suficientemente difundida, especialmente en la
costa este de los Estados Unidos, donde ha prevalecido la herencia cultural anglo-
sajona, y por eso quiso presentarse en Washington, no en Dallas o en Santa Fe de
Nuevo México.
Contaba la historiadora Carmen de Reparaz, autora de la monografía sobre
Bernardo de Gálvez, «Yo solo» —subtitulada: «Una contribución española a la
independencia de los Estados Unidos»—, que cuando fue por primera vez a la Bi-
blioteca del Congreso en Washington para iniciar su investigación sobre este genio
militar que reconquistó a los ingleses los territorios de la cuenca del río Misisipi y
de las dos Floridas, al pedir que le facilitasen la documentación disponible sobre la
ayuda española a la independencia de los Estados Unidos, la persona que le aten-
dió vino a responder algo así como: «¿De qué ayuda me está usted hablando?».
Era evidente que el empleado de la biblioteca jamás había oído hablar de la ayuda
española a la independencia de su país.
Evidentemente esta persona no sería Georgette Magassy Dorn, la Jefa de la Di-
visión Hispánica de esa misma biblioteca, que ha contribuido al catálogo de la ex-
Podría decirse que, hasta hace muy poco, los estadounidenses desconocían el
papel desempeñado por España en la historia de su país y que, además, tampoco es-
taban demasiado interesados en conocerlo. Sin embargo, esta situación ha empezado
a cambiar. Los historiadores y la población en general son cada vez más conscientes
de que España ocupó en su día la amplia zona que se extiende desde California hasta
Florida y que los especialistas conocen como «la zona fronteriza española».
[…]
Esta nueva conciencia de la presencia española en Norteamérica se debe en
parte a que los historiadores han ampliado su definición de la Historia de Améri-
ca para incluir en ella las historias de los diversos pueblos que se asentaron en lo
que hoy se conoce como Estados Unidos […]. Dicho esto, en los últimos veinte
años el pasado español de Norteamérica se ha ido incorporando gradualmente a
la historia de Estados Unidos. En los estudios universitarios de Historia de Amé-
rica se incluye ya a las colonias españolas junto con las inglesas, las holandesas y
las francesas […]. La historia norteamericana terminó por encontrarse frente a
frente con la zona fronteriza española, y la terminó incorporando.
Y Weber concluía:
rica: entre los documentos que se exhibían en la muestra «Legado» había una carta
de Benjamin Franklin invitando a Campomanes a formar parte de la Philosophical
Society de Philadelphia y la contestación del ilustrado español.
Como última ponencia de este libro —aunque también podría haberse colo-
cado al principio del siguiente apartado— figura un ensayo de Antonia Sagredo
sobre «La relación entre los representantes de la Ilustración española y los líderes
de la independencia americana: entre el Reformismo y la Revolución», que nos
explica la dificultades de entendimiento entre los próceres españoles y los rebel-
des americanos, los primeros aún anclados en un tímido reformismo y los últimos
dispuestos ya a romper los vínculos que unían a sus territorios con la monarquía
británica.
donde fue cargado en barcos españoles que se encontraron con las fuerzas navales
francesas frente a la costa de Matanzas, en Cuba, gracias a lo cual pudo llegar a tiem-
po a la bahía de Chesapeake y bloquear la huida por mar de Cornwallis. «De este
modo la plata mexicana contribuyó a la decisiva rendición del ejército británico
en Yorktown y a la victoria de las fuerzas terrestres norteamericanas y francesas»,
concluye Marichal.
En este Libro II se incluye otra ponencia dedicada a la ayuda financiera en la
Guerra de Independencia: «La ayuda secreta económica de España a la revolución
norteamericana», por Reyes Calderón. Según la profesora Calderón, mucho antes de
que fuera declarada la guerra entre Inglaterra y España, esta había proporcionado
una ayuda muy importante en material de guerra, uniformes, mantas y medicinas a
través de canales secretos, utilizando las redes comerciales ya existentes entre los na-
vieros españoles —especialmente de Bilbao, El Ferrol y Cádiz—, y los comerciantes
norteamericanos de Nueva Inglaterra, Boston, Salem, Gloucester y Newburyport.
Uno de los comerciantes de Bilbao más activos en ese tráfico fue el jefe de la
casa Gardoqui, don Diego María de Gardoqui, que estaba en relación con comer-
ciantes de Massachusetts y que, incluso antes de que estallase el conflicto entre las
colonias y la metrópoli, había enviado a los puertos de Nueva Inglaterra armas,
pólvora, quinina, mantas y otros suministros que era previsible utilizar cuando se
iniciase la contienda.
Gardoqui fue utilizado como mensajero e intermediario cuando uno de los
miembros de la delegación norteamericana en París, Arthur Lee, fue enviado a en-
trevistarse con los miembros del gobierno español en Madrid. Pero Lee fue dete-
nido en Vitoria, y Gardoqui le persuadió de que España estaba dispuesta a ayudar
pero que de momento la ayuda debía tener un carácter secreto.
De acuerdo con la investigación de la profesora Calderón, esa ayuda secreta
fue mucho más cuantiosa de lo que inicialmente se pudo pensar, de acuerdo con
lo que calculó el propio Diego María de Gardoqui que, tras haber sido nombrado
embajador ante el presidente George Washington por Carlos III, había ocupado la
cartera de Hacienda en uno de los gobiernos de Carlos IV.
Las prerrogativas que los norteamericanos recibieron de España fueron muy im-
portantes, ya que el gobierno español les ayudó con dinero y efectos en 1776, 1777
y 1778 con la considerable cantidad de 7.944.906 reales y 16 maravedíes de vellón,
eso sin contar los envíos de 30.000 mantas en momentos de absoluta y completa ne-
cesidad de ayuda para salvar a sus ejércitos de perecer… A estas ayudas o asistencias
se deben añadir aquellas que el conde Gálvez proporcionó en Norteamérica que,
naturalmente, deben ser tenidas en consideración, pues en aquellos dominios hemos
dado muestras siempre de máxima generosidad. (…) Finalmente, los Estados Unidos
nos deben siete millones de reales, incluyendo, como es de justicia, el interés.
En este Libro III, la introducción sobre «La situación de los dominios españo-
les en la América Septentrional después de la Paz de París en 1783» corresponde
al profesor de historia de la Universidad Estatal de la Luisiana en Baton Rouge,
Paul Hoffman.
Lo mismo que había realizado el profesor David J. Weber con respecto al terri-
torio del sudoeste, el profesor Hoffman hace un estudio pormenorizado en su po-
nencia de la situación en la que se encontraba el inmenso territorio de la Luisiana
que en parte ya había pasado a España por el Tratado de París de 1763 y que como
consecuencia del Tratado de París de 1783, se vería acrecentado por los territorios
ingleses. Lo que por otro lado también significaba que España pasaba a tener fron-
tera directa con el nuevo Estado cuya existencia venía reconocida en ese tratado.
Como dato muy significativo de los problemas que en el futuro iban a producir
la indefinición de esas fronteras, Hoffman subraya que durante las negociaciones
celebradas en París al final de la Guerra de Independencia entre 1782 y 1783, los
representantes de España y de los Estados Unidos no consiguieron ponerse de
acuerdo sobre los límites respectivos, por lo que fue preciso firmar dos acuerdos
por separado: uno entre Inglaterra y los Estados Unidos, donde la primera recono-
cía al nuevo Estado la posesión de los territorios que le habían correspondido por
el tratado de 1763, incluyendo el del uso y disfrute del río Misisipi hasta el Golfo
de México; y, por otro lado, España y los Estados Unidos firman otro acuerdo en
el que las fronteras no quedan definidas y donde no se reconocía el derecho de
navegación a los estadounidenses por el río. Aun a riesgo de adelantarnos a los
acontecimientos, conviene mencionar que habría que esperar a 1821 para que el
tratado Adams-Onís marcase de una forma relativamente clara las fronteras entre
ambos países.
Tal como hizo el profesor Weber, Hoffman inicia su disertación con una adver-
tencia sobre la falta de interés de gran parte de la historiografía anglosajona, que en
su opinión no habría analizado con la suficiente profundidad los acontecimientos
de las últimas décadas del siglo XVIII y las primeras del XIX en una zona de alto valor
estratégico y económico, como era el territorio de la Luisiana, y cito:
Resulta significativo que dos de los más importantes historiadores de las fronte-
ras españolas expresen su preocupación sobre la falta de acceso a fuentes históricas
objetivas por parte de los estudiantes de historia en los Estados Unidos, y cito a
Hoffman:
Y concluye:
Como expone Hoffman, esta idea no respondía a la situación objetiva del mo-
mento, puesto que inicialmente el Tratado de París de 1783 había convertido a
España en una superpotencia regional. Vamos a encontrar una opinión muy pa-
recida en la ponencia de la profesora Silvia Hilton, que también considera que
la expansión de los Estados Unidos hacia los territorios situados al oeste de los
Montes Apalaches era un hecho «imparable». Ambos autores expresan en térmi-
nos similares su preocupación por esa falta de objetividad, y también en la obra de
Hilton encontramos la misma referencia al supuesto «quijotismo» de los españo-
les, denunciando este estereotipo muy frecuente en la historiografía anglosajona.
Según Hoffman, aunque posteriormente los acontecimientos se desarrollarían
de una forma favorable a las pretensiones expansionistas del nuevo Estado (que
ya desde el mandato de Jefferson se consideraría como parte de un «destino ma-
nifiesto»), tras la Paz de París en 1783 esa ampliación de fronteras hacia el sur y
el oeste tenía inicialmente muchas bazas en su contra; empezando por las propias
convicciones de líderes federalistas y de los republicanos ortodoxos, que temían
que una expansión demasiado rápida hacia el oeste pudiera truncar la relativa ho-
mogeneidad política de los Estados del este e incluso alimentar la secesión de los
nuevos territorios.
Es difícil imaginar una situación social, política y económica más compleja y
fluida que la del inmenso territorio que les tocó administrar a los primeros gober-
nadores españoles, Miró y Carondelet, después de que Bernardo de Gálvez, tras
las importantes victorias militares en el Misisipi y en las Floridas, fuera nombrado
virrey de México. Las tablas de población que presenta Hoffman en los distintos
enclaves españoles dan una idea de la poca homogeneidad de la población, tanto
por su origen, como por sus distintas convicciones políticas y confesionalidades
religiosas. Lo mismo cabe decir de las tablas que presenta esta ponencia referen-
tes a la dotación de las distintas guarniciones reseñadas en ciertos casos en forma
puramente nominal.
Otro aspecto que destaca Hoffman es que, con independencia de otros proble-
mas, los gobernadores españoles tuvieron que convivir y negociar con las tribus de
la zona, que durante la época del dominio de los colonos ingleses y franceses ha-
bían recibido un trato diferente del que habían utilizado las autoridades españolas
en otras regiones, como la de las «Provincias Internas». En esa vasta jurisdicción
al norte del virreinato de México, una vez superada la etapa de confrontación, las
autoridades militares españolas habían conseguido un cierto modus vivendi con
las tribus hostiles, basado en una hábil combinación de sobornos e intimidación.
En cambio en la Luisiana y los territorios adyacentes, las autoridades inglesas y
estadounidenses habían conseguido apaciguar a las poderosas confederaciones de
los indios creek, choctaw y chikasaw mediante un intercambio de regalos y de
mercancías que no eran las mismas que los españoles podían suministrar. Pero,
venciendo la reticencia inicial por parte de los caciques de esas tribus, los nuevos
gobernadores españoles en la Luisiana establecieron tratados de amistad con las
tribus dominantes; a diferencia de las otras potencias europeas, que fomentaron la
atomización en pequeños clanes de las grandes tribus, los españoles fomentaron la
unión de esas naciones, para que constituyesen una barrera «natural» que protegie-
se a los territorios españoles de las incursiones de los ingleses y estadounidenses.
Las buenas perspectivas que inicialmente jugaban a favor de la consolidación
de las posesiones españolas en la región, con la ampliación de su territorio, el re-
forzamiento de sus capacidades defensivas y la creación de esa «barrera oriental»
formada por las confederaciones indias, se frustraron cuando, por diversas cir-
cunstancias, el gobierno español en 1795 firmó el tratado de San Lorenzo, cono-
cido en los Estados Unidos como tratado de Pinckey, donde se aceptaban algunas
de las ventajas que la joven nación había exigido desde su nacimiento, como era la
libertad de navegación por el Misisipi y el derecho de depósito de las mercancías
estadounidenses en Nueva Orleans. El tratado de San Lorenzo puede considerarse
el principio del fin, puesto que a partir de ese momento España, temerosa de una
posible alianza entre Estados Unidos e Inglaterra, inició una retirada paulatina
que, apenas una década después (1803), iba a culminarse con la retrocesión de la
Luisiana a Francia y la posterior venta por este país a los Estados Unidos.
Hoffman señala en su estudio que quizás el año crucial para la pérdida de in-
fluencia de España en la zona fuera 1789, porque, aparte del recrudecimiento de
las presiones estadounidenses en la Luisiana y la frontera norte de las Floridas, se
habían producido incidentes con los británicos en la ensenada de Nooka y por el
estallido de la Revolución Francesa, fenómeno que, aparte de otras consideracio-
nes, supondría que España iba a perder un aliado relativamente fiable contra la
hegemonía de los ingleses.
La ponencia de Silvia Hilton, «España y EEUU en la frontera del Misisipi»
comparte varias de las tesis expuestas por el profesor Hoffman, y alude también
a que, aunque el éxito del expansionismo de la joven nación no podía darse por
seguro en los primeros momentos, las propias autoridades españolas consideraban
que, dadas las condiciones geográficas y demográficas de los Estados Unidos, la
movilidad y el «crecimiento natural» de la población acabarían por forzar al go-
bierno de Washington, inicialmente preocupado por los efectos negativos de una
colonización excesivamente rápida y por las fuerzas centrífugas que pudieran ge-
nerarse, a aceptar la expansión hacia el oeste. Para profundizar más en este tema,
sugerimos la lectura del ensayo «Movilidad y expansión en la construcción política
de los Estados Unidos: «estos errantes colonos» en las fronteras españolas del Mi-
sisipi (1776-1803)», Revista Complutense de Historia de América, 28 (2002).
En el ensayo que ahora publicamos, que entendemos complementa el anterior,
la profesora Hilton expone cuatro hipótesis de trabajo, que podría resumirse en la
idea de que, por un lado, la vecindad con Estados Unidos en la América septen-
trional iba a condicionar profundamente la política española a finales del siglo XVIII
y principios del XIX; pero, por otro lado, también la presencia de una potencia eu-
Hilton explica como, entre 1783 a 1795 las relaciones entre ambos países se
fueron deteriorando paulatinamente:
Como los historiadores españoles han sido muy críticos con nuestros gobernan-
tes en ese período, resulta interesante constatar que Silvia Hilton defiende la políti-
ca del gobierno de España que con frecuencia se han considerado como muestras
de una política débil y abandonista, como la «menos mala» de las soluciones, con-
siderando la difícil situación internacional, porque al menos se conseguía que no
hubiera motivos importantes de fricción entre España y Estados Unidos.
A pesar de las versiones historiográficas en las que se da por hecho que las
políticas españolas estuvieron motivadas por la arrogancia y el orgullo nacional,
por una insensatez quijotesca o por falta de visión de futuro, atraso o fatalismo
oriental (o, más concretamente, por la estupidez de Carlos IV o la incompetencia
de Manuel Godoy), los gobiernos españoles de aquel período estuvieron dirigi-
dos en realidad por hombres que en su mayoría eran inteligentes y cultos, estaban
bien informados y eran razonablemente autocríticos y realistas con respecto a las
capacidades y las perspectivas de España, y lo suficientemente flexibles como
para diseñar nuevas políticas e ir modificándolas a medida que las circunstancias
fueran exigiéndolo.
Conociendo que su posesión los hace dueños de las demás [Provincias] inter-
nas de ambos rumbos, ya a poca costa de ambos mares Sur y Norte; y por consi-
guiente, introducidos en lo interior del reino de México, han procurado ya con
sus halagos de un comercio ventajoso, ya convidándonos con unas leyes suaves y
protectoras, unir esta preciosa porción del territorio al comprado de la Luisiana,
con quien confinamos: pero ni por este medio, ni el de las amenazas construyen-
do fuertes a las inmediaciones, ni armando los gentiles contra nosotros han conse-
guido otra cosa que la de perder en cada una de las tentativas sus esperanzas.
Pike —que Pino escribe «Paykie» en nota a pie de página en su Exposición—. Tras
cruzar en 1806 al territorio español Pike y su destacamento armado fueron deteni-
dos y enviados a Chihuahua —sede de la Comandancia General de las Provincias
Internas—, donde fue interrogado por el general don Nemesio Salcedo. Pero para
evitar todo incidente con el ejército de los Estados Unidos, fueron tratados por las
autoridades españolas más como huéspedes ilustres que como espías, como eran
en realidad.
Otro aspecto interesante de la «Exposición de Pino es la detallada descripción
de las tribus indígenas que habitan en la zona, a la que dedica en un informe de
cincuenta páginas un apéndice de diez, titulado «Naciones gentiles que rodean la
provincia donde refleja con bastante precisión algunas de sus costumbres y creen-
cias, su forma de vestir y su capacidad guerrera, sin dejar de mencionar los esfuer-
zos de los españoles por reducir sus incursiones y mantenerlos en paz, dedicando
otro apartado a los «Regalos que se hacen a los gentiles».
El interés del diputado sobre la idiosincrasia y la lengua de las tribus de «gen-
tiles» se inscribe en una larga trayectoria de los pobladores, misioneros y soldados
españoles que desde el principio de la colonización hicieron un esfuerzo por co-
nocer y comprender al indígena, en una actitud bien diferente al sentimiento de
desprecio o de superioridad racial que parte de la historiografía anglosajona suele
atribuir al español en su trato con el indígena. A ese respecto es significativo cuan-
do el propio Don Pedro Pino describe la composición étnica de los pobladores
de Nuevo México que incluiría según el diputado a los «Españoles e indios puros
(que casi no se distinguen de nosotros) los que componen el total de los 40.000
habitantes».
El problema de las tribus hostiles incidiría en la sucesión de esos territorios de
España a México, y de esta nación a los Estados Unidos, cuando estos se anexio-
naron gran parte del territorio mexicano tras el Tratado de Guadalupe Hidalgo
(1848) y el «Gadsden Purchase en 1852 .
El Libro III trata precisamente de la evolución de las fronteras, tema que
desde distintos enfoques desarrollan tres historiadores y sociólogos, dos de ellos
mexicanos:
sudoeste, en paralelo a la que Frederick Jackson Turner había realizado con res-
pecto a la historia del noroeste del país; la segunda y más importante circunstancia
fue que cuando se creó la biblioteca de Hubert Howe Bancroft en San Francisco,
la Universidad de Standford quiso contratar a Turner para que desarrollase la rica
colección documental creada por Bancroft. Pero parece ser que Turner declinó
ocupar esa posición en parte por pensar —según explica Hurtado— que la gran
cantidad de documentos en español que había acumulado Bancroft «devaluaba»
esa colección como fondo universitario. Otras circunstancias accidentales, como
el gran terremoto de San Francisco en 1906 contribuyeron a disuadir a Turner
de aceptar las ofertas de las universidades de California. Como consecuencia de
esta negativa, la universidad de Berkeley ofreció el puesto a Herbert Bolton, que
se ocupó el resto de su vida de potenciar los ya importantes fondos creados por
Bancroft, con la compra y el estudio de miles de documentos en español que fue
adquiriendo en España y México.
Aunque no aparece citada en ninguna de las contribuciones de este volumen,
en relación con la ponencia de Hurtado, nos parece oportuno traer a colación lo
que el profesor Richard Kagan —que también participó en el simposio de Was-
hington—, llama «el paradigma de Prescott», consistente en narrar la historia de
España como antítesis de la de la joven nación americana. «América representaba
el futuro —republicana, emprendedora, racional—; mientras que España —mo-
nárquica, indolente, fanática— representaba el pasado.» (R. L. Kagan. «Prescott´s
paradigm: American Scholarship and the Decline of Spain», The American His-
torical Review, 1996). Podríamos deducir que la entrega por parte de Prescott a la
historia del imperio español y sus dominios en México y Perú también fue hasta
cierto punto accidental, puesto que Prescott había pensado en dedicarse a los es-
tudios de alemán pero también, por diversas circunstancias, acabó convirtiéndose
en un apasionado hispanista.
En este Libro IV hemos incluido contribuciones de expertos en historia del
arte, que puedan ayudarnos a definir las distintas percepciones existentes en Esta-
dos Unidos y en España sobre las artes plásticas y, concretamente, como se consi-
dera en aquel país el arte español.
«La percepción del arte español en Norteamérica» es un estudio de la profe-
sora Dolores Jiménez Blanco, que trata de las vicisitudes del arte español en los
Estados Unidos, desde la época —que abarca hasta mediados del siglo XIX según
esta autora—, durante la cual se consideraba como un arte marginal y secundario
con respecto al modelo francés o italiano, al momento en que el arte español fue ya
reconocido con unas características propias que correspondían a una personalidad
histórica claramente diferenciada.
Resulta interesante destacar que, según la profesora Jiménez Blanco, el mo-
mento en que se produce el declive de España y el encumbramiento de los Estados
Unidos al rango de superpotencia mundial, va a ser, paradójicamente, el momento
en que empieza a suscitarse un interés generalizado por el arte español por parte de
coleccionistas y artistas estadounidenses. Sin embargo, también se destaca el hecho
de que España sigue considerándose en esa época como un lugar misterioso y de-
cadente, a medio camino entre oriente y occidente, pero donde, precisamente, los
viajeros americanos pueden todavía encontrar las ruinas islámicas que satisfacen
su pasión por lo oriental.
Jiménez Blanco realiza un análisis muy completo del recorrido del arte español
en los museos y galerías de coleccionistas estadounidenses, pero no deja de ser sig-
nificativo que el «descubrimiento» de la producción artística española tenga lugar
a raíz del interés en América por lo «exótico» y lo «diferente».
Una conclusión parecida sacamos de la lectura de «Pintando lo pintoresco: la
imagen artística de España en los Estados Unidos (1820-1920)» de Richard Kagan,
cuya ponencia empieza por explicar que, a pesar de que España tuvo un papel
decisivo en la Guerra de Independencia de la nación americana y fue uno de los
primeros países que reconoció su condición de Estado, la relación entre los dos
países sufrió, desde el principio, un cierto grado de malestar y desconfianza. Para
dar un ejemplo Kagan cita las impresiones de John Jay, el primer diplomático en-
viado por la joven nación ante la corte de Carlos III, que tuvo serios problemas
para ser reconocido a nivel de embajador, ante la aversión del monarca de conce-
der reconocimiento oficial a un pueblo que se había rebelado contra su soberano
legítimo. Kagan indica:
Claramente, las relaciones entre España y los Estados Unidos no habían co-
menzado bien y esta opinión arraigada de la delegación norteamericana decidida-
mente negativa sobre España estereotipaba el modo en el que muchos estadouni-
denses verían, incluso ya bien entrado el siglo XX, a España y a su gobierno.
Sorolla, que se puso de moda en Nueva York como el pintor de la luz, la Hispanic
Society tiene también unos fondos impresionantes de cuadros de Ignacio Zuloaga
—uno de los artistas más cotizados del mundo en el momento finisecular—, que
reflejaban la España más triste y sombría.
Tras enterarnos de que algunos de los más importantes hispanistas —como
William H. Prescott o Herbert E. Bolton— se habían dedicado a estudiar el legado
hispánico casi por accidente, resulta reconfortante pensar que Archer M. Hun-
tington, heredero de la inmensa fortuna de un empresario ferroviario y naval, que
podía haberse dedicado a coleccionar documentos y obras de arte de cualquier
lugar del mundo, dedicó su vida a difundir entre sus conciudadanos un mejor
conocimiento del arte y la cultura españoles.
Para finalizar esta recapitulación sobre el legado de España en los Estados Uni-
dos, nos ha parecido adecuado que la disertación de Emilio Lamo de Espinosa:
«La frontera entre el mundo anglosajón y el hispano: ¿es América Latina Occiden-
te?» sirva de Epílogo a este volumen.
El planteamiento, algo provocador del Profesor Lamo de Espinosa es: «¿Es Es-
paña parte de Europa, de Occidente? ¿Puede hablarse de una civilización hispánica
distinta de la civilización occidental? Asimismo, ¿podría considerarse Occidente a
América Latina? ¿A quién nos referimos al hablar de Occidente o de la civilización
occidental?». Evidentemente esa formulación obedece a la polémica suscitada por
Samuel P. Huntington tanto en su obra El choque de civilizaciones y la reconfiguración
del orden mundial, como en su posterior trabajo ¿Quiénes somos? Los desafíos de la
identidad nacional estadounidense, publicada en español por Paidós en 2004.
El profesor Lamo de Espinosa indica que, para Huntington la civilización
latinoamericana pertenece a una familia cultural distinta a la de occidente pues,
a pesar de estar estrechamente relacionada en la historia con Occidente, incor-
poraría elementos de la antigua civilización indígena, constituyendo un híbrido
entre el mundo occidental y los pueblos indígenas. Huntington vaticinaba que
«en esta nueva era, el desafío más serio e inmediato a la identidad norteamerica-
na proviene de la inmensa y sostenida inmigración de América Latina, especial-
mente de México». El problema para este autor consistiría en que la inmigración
latina sería susceptible de «dividir Estados Unidos en dos pueblos, dos culturas
y dos lenguas» por lo que concluye que lo que Huntington ya había denominado
como «el choque de civilizaciones» podría gestarse en el corazón de los Estados
Unidos.
Para buscar una explicación a la tesis de Huntington —de nuevo, como en la
tesis de Turner, «excluyente» con respecto a la población hispano-latina de los Es-
tados Unidos, Emilio Lamo cita precisamente la teoría sobre la frontera angloame-
ricana de Frederick Jackson Turner:
Para Turner, señala Lamo de Espinosa: «la frontera se sitúa en el borde exterior
de la ola, el punto de contacto entre la barbarie y la civilización», y destaca que en
ese modelo de colonización —y de frontera— los vastos territorios explorados por
España no se toman en consideración, ignorando que gran parte de los territorios
anexionados por la imparable marea angloamericana había pertenecido primero a
España y luego a México.
Pero, precisamente, como consecuencia de la superposición o yuxtaposición de
las diferentes culturas sobre el inmenso mosaico de los Estados Unidos, el sociólo-
go concluye que en esa nación están presentes dos grandes culturas: la anglosajona
y la hispana:
CONCLUSIONES