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1

El hombre del fondo del pozo


Cheng Ben

En tiempos lejanos vivía en el Reino de Song un señor llamado Ding que no tenía pozo. A
diario, un sirviente debía consagrar todo su tiempo en ir muy lejos conseguirle agua. Para
remediar este inconveniente, Ding hizo cavar un pozo en su patio.
-Con este pozo en mi patio, he ganado un hombre -le dijo a un amigo.
Este amigo se lo contó a otro y la noticia, pasando de boca en boca, se convirtió en “el Señor
Ding, al cavar un pozo en su patio, encontró a un hombre”:
Las palabras recorrieron la región y llegaron a oídos del rey, quien hizo llamar a Ding para
saber de qué manera había encontrado a un hombre en el fondo de su pozo.
Ding le explicó:
-Este pozo cavado en mi patio me evitó tener que acarrear el agua desde tan lejos y, por lo
tanto, me proporcionó dos brazos más para los trabajos de casa, ¡eso es todo!

2
El primer día

Juan Sternberg
Escritor de Bélgica

El primer día, Dios se creó a sí mismo. Ha de haber un comienzo para todo.


Luego creó el vacío. Encontró que le había quedado muy grande, y se sintió impresionado.
El tercer día imaginó las galaxias, los planetas y los soles. No se sintió excesivamente
satisfecho, sin saber exactamente por qué.
El cuarto día hizo un poco de jardinería: decoró algunos planetas elegidos con un verdadero
sentido artístico, y se sintió feliz al probarse a sí mismo que era un dios con gusto, destilando
a través del universo una sutil perfección.
El quinto día, sin embargo, para relajarse de los esfuerzos de la víspera, decidió divertirse un
poco: imaginó un mundo que no era más que una flagrante falta de gusto, lo atiborró con
horribles colores, y lo pobló de una gran cantidad de repugnantes monstruos. Luego llamó a
aquel mundo la Tierra.

3
De la torre

Eliseo Diego
Escritor cubano

El cazador, echado en el suelo pétreo del valle, sueña. Sueña un león enorme. Irritado,
comprueba en el sueño que su bestia apenas tiene forma. En un esfuerzo que estremece su
cuerpo logra diferenciarle las pupilas, las cerdas de la melena, el color de la piel, las garras.
De pronto despierta aterrado al sentir un peso fatal en el cráneo. El león le clava los colmillos
en la garganta y comienza a devorarlo.
El león, echado entre los huesos de su víctima, sueña. Sueña un cazador que se acerca. Su
rabia le hace aguardarlo sin moverse, esperar a distinguirlo enteramente antes de lanzarse a
destruirlo. Cuando por fin separa las venas tensas en las manos, despierta y es demasiado
tarde. Las manos llevan una fuerte lanza que le clavan en la garganta rayéndola. El cazador
lo desuella, echa los huesos a un lado, se tiende en la piel, sueña un león enorme.
Los huesos van cubriendo todo el valle, ascienden por la noche en una alta torre que no cesa
de crecer nunca.

4
El contrabandista

Cuento hindú

Todos sabían que era indiscutiblemente un contrabandista. Era incluso célebre por ello. Pero
nadie había logrado jamás descubrirlo y mucho menos demostrarlo. Con frecuencia, cruzaba
de la India a Pakistán a lomos de su burro, y los guardias, aun sospechando que
contrabandeaba, no lograban obtener ninguna prueba de ello.
Transcurrieron los años, y el contrabandista, ya entrado en edad, se retiró a vivir
apaciblemente a un pueblo de la India. Un día, uno de los guardias que acertó a pasar por
allí se lo encontró y le dijo:
—Yo he dejado de ser guardia y tú de ser contrabandista. Quiero pedirte un favor. Dime
ahora, amigo, qué contrabandeabas.
Y el hombre repuso:
—Burros.

5
Metamorfosis

Ramón Gómez de la Serna


Escritor español

No era brusco Gazel, pero decía cosas violentas e inesperadas en el idilio silencioso con
Esperanza. Aquella tarde había trabajado mucho y estaba nervioso, deseoso de decir alguna
gran frase que cubriese a su mujer asustándola un poco. Gazel, sin levantar la vista de su
trabajo, le dijo de pronto:
- ¡Te voy a clavar con un alfiler como a una mariposa!
Esperanza no contesto nada, pero cuando Gazel volvió la cabeza vio como por la ventana
abierta desaparecía una mariposa que se achicaba a lo lejos, mientras se agrandaba la
sombra en el fondo de la habitación.

6
Amor eterno

René Avilés Fabila


Escritor mexicano

Alicia dijo que lo amaba como a nadie. Hicieron el amor en una infinita y suave dulzura, con
tiernas caricias. Pero aquélla era la última ocasión que estaban juntos. Ella partía al día
siguiente. Al concluir, Alicia habló: No puedo dejarte aquí, tienes qué venir conmigo. Es lo
que más deseo en el mundo y sé que tú también lo quieres. ¿Cómo iré contigo?, preguntó
emocionado su amante. Ya lo sabrás, repuso la mujer. Fue hasta un maletín y extrajo un
bisturí; con la habilidad de un cirujano fue cortando cada uno de los miembros de su
compañero. Cuando hubo terminado los colocó cuidadosamente dentro de su equipaje. De
ese modo, Alicia regresó a su patria. Para fortuna suya en la aduana no revisaron sus
maletas. Al llegar a casa, con impaciencia, sacó las partes de su amado y las cosió. Una vez
completo, le dijo: ahora sí ya estamos juntos para siempre, nada podrá separarnos, y lo besó
con todo el amor que le era posible.

7
Hablaba y hablaba

Max-Aub
Escritor hispano-mexicano

Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba. Y venga hablar.


Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada gorda no hacía más que hablar, y hablar, y
hablar. Estuviera yo donde estuviera, venía y empezaba a hablar. Hablaba de todo y de
cualquier cosa, lo mismo le daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres
meses. Además hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si
esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le metí la toalla en la boca para que se callara. No
murió de eso, sino de no hablar: se le reventaron las palabras por dentro.

8
La verdad sobre Sancho Panza

Franz Kafka
Escritor de Praga

Sancho Panza, que por lo demás nunca se jactó de ello, logró, con el correr de los años,
mediante la composición de una cantidad de novelas de caballería y de bandoleros, en horas
del atardecer y de la noche, apartar a tal punto de sí a su demonio, al que luego dio el
nombre de Don Quijote, que éste se lanzó irrefrenablemente a las más locas aventuras, las
cuales empero, por falta de un objeto predeterminado, y que precisamente hubiese debido
ser Sancho Panza, no hicieron daño a nadie.
Sancho Panza, hombre libre, siguió impasible, quizás en razón de un cierto sentido de la
responsabilidad, a Don Quijote en sus andanzas, alcanzando con ello un grande y útil
esparcimiento hasta su fin.

9
El porvenir

Román G. Camas
Escritor español

Se habían levantado muy temprano, como venía siendo habitual. Desde hacía unas
semanas, padre e hijo madrugaban cada domingo para disfrutar de la pesca en compañía
mutua, una suerte de ritual que ambos esperaban con devoción durante las eternas jornadas
laborales previas.
Cuando su vástago decidió convivir unos meses con él desde el fallecimiento de su madre, el
padre compró con lo que le quedaba de la pensión de viudedad un par de cañas y un
coqueto bote al que llamaron Porvenir.
El hijo aprovechaba las interminables horas dominicales para aprender más de su madre, y
su progenitor respondía venerablemente con tal de mantener vivos los recuerdos; hasta ese
día, en el que el Porvenir encalló y mordió el anzuelo.

10
Libertades

Santiago Ambao
Escritor argentino

El portón del hospital permanece abierto apenas un instante, el suficiente para que
entre el coche del director. Y el loco aprovecha y mira. Mira el mundo, sus calles
asfaltadas, sus edificios tan rectos. Mira los postes de luz, los tachos de basura y
las antenas de televisión. Mira a los chicos que salen de la escuela y a los
oficinistas en sus pausas para almorzar y a madres apuradas y a un kiosquero y a
dos policías y a varias maestras jóvenes, casi todas lindas o por lo menos tetonas.
Mira también a un abogado trajeado y ajetreado. El loco siente tanto mundo
metiéndosele a chorros por las pupilas, casi como si le doliera. Cuando el portón se
cierra, le desconcierta una pena corrosiva. Y mientras la pena muta, poco a po- co,
en lástima, el loco piensa: «Pobre gente, encerrada ahí afuera».

11
Circo pobre

Ana Maria Shua


Escritora argentina

En un circo pobre cada artista tiene que cumplir varias funciones. Si nos fijamos bien, sin
dejarnos engañar por el cambio de traje y maquillaje, veremos que muchos tratan de
aprovechar sus habilidades en varias suertes. Por ejemplo, la equilibrista es la écuyère, los
acróbatas son contorsionistas, el director del circo es el boletero y también el mago (ante el
público, ante los acreedores). Algunos son más difíciles de descubrir, porque eligen papeles
muy distintos entre sí, como la trapecista que hace de mono amaestrado (o al revés), los
elefantes que trabajan de acomodadores, los payasos convertidos en aro de fuego. Pero la
prueba más difícil es la del domador, que es también el tigre, cuando tiene que meter la
cabeza adentro de su propia boca.

12
El dedo

Feng Meng-lung
Sabio de China

Un hombre pobre se encontró en su camino a un antiguo amigo. Éste tenía un poder


sobrenatural que le permitía hacer milagros. Como el hombre pobre se quejara de las
dificultades de su vida, su amigo tocó con el dedo un ladrillo que de inmediato se convirtió en
oro. Se lo ofreció al pobre, pero éste se lamentó de que eso era muy poco. El amigo tocó un
león de piedra que se convirtió en un león de oro macizo y lo agregó al ladrillo de oro. El
amigo insistió en que ambos regalos eran poca cosa.
-¿Qué más deseas, pues? -le preguntó sorprendido el hacedor de prodigios.
-¡Quisiera tu dedo! -contestó el otro.

13
Ausencias

Ana Maria Shua


Escritora argentina

Está bien, a su artista le faltan los pies, pero con eso no es suficiente. ¿Qué sabe hacer? ¿Al
menos camina con las manos? Es una suerte muy común, pero en un hombre sin pies podría
sacarle provecho. Ya veo. Tampoco tiene manos. Sería interesante si pudiera hacer algún
tipo de acrobacia con los muñones. ¿Ni brazos ni piernas? Bueno, eso ya vale la pena. Un
hombre gusano. ¿Vio alguna vez la actuación del Príncipe Randian en la película Freaks?…
Pero por lo que me dice, el torso… ¿Y la cabeza? Una cabeza que habla siempre
impresiona, sobre todo si podemos demostrar que no es un truco. ¿Tampoco eso? Me
parece cada vez más atractivo. ¿Por qué no me lo trae para que lo vea? Ah, ya está aquí,
comprendo.

14
Poema 50

Rabindranath Tagore
Escritor bengalí

Iba yo pidiendo, de puerta en puerta, por el camino de la aldea, cuando tu carro de oro
apareció a lo lejos, como un sueño magnífico. Y yo me preguntaba, maravillado quién sería
aquel Rey de reyes.
Mis esperanzas volaron hasta el cielo, y pensé que mis días malos se habían acabado. Y me
quedé aguardando limosnas espontáneas, tesoros derramados por el polvo.
La carroza se paró a mi lado. Me miraste y bajaste sonriendo. Sentí que la felicidad de la vida
me había llegado al fin. Y de pronto tú me tendiste tu diestra diciéndome: "¿Puedes darme
alguna cosa?".
¡Ah, qué ocurrencia la de tu realeza! ¡Pedirle a un mendigo! Yo estaba confuso y no sabía
qué hacer. Luego saqué despacio de mi saco un granito de trigo, y te lo di.
Pero qué sorpresa la mía cuando, al vaciar por la tarde mi saco en el suelo, encontré un
granito de oro en la miseria del montón. ¡Qué amargamente lloré de no haber tenido corazón
para dárteme todo!

15
Quiromancia

Juan Carlos Vecchi


Escritor argentino

Con sus ojos seriamente redondos, la mujer leyó la mano temblorosa de Zacarías y predijo
con voz de sótano clausurado:
—No se me entusiasme en programar mucha cosa para la semana que viene, Zacarías.
Zacarías desprendió como pudo I la mirada de ojos redondos de sus manos y al toque, como
pudo II, despegó sus asustadas manos de las manos firmes de la vidente.
Zacarías no dijo nada; como pudo III se levantó de la silla y desapareció de la extraña
habitación como laucha por tirante.
Para el domingo de la semana siguiente, Zacarías seguía vivito y coleando, e incluso
sabiendo por qué la médium le había recomendado aquello de no programar nada para esa
semana, ya que no encontraba la agenda personal por ningún lado.

16
Nadie es profeta de su tierra

Juan Carlos Vecchi


Escritor argentino

Era muy popular y querido en el pequeño pueblo porque todas las noches caminaba las
calles recitando, con un embudo de plástico barato, poemas clásicos de amor.
Una noche de capa baja y faroles rotos decidió compartir con sus vecinos un poema de
autoría propia, titulado “El último de los mohicanos no usaba gomina Lord Cheseline”; desde
una azotea con vista al cementerio, dos manos anónimas le arrojaron una batería de tractor
que le partió la cabeza.
No murió, pero desde entonces respira la humedad de la vida enclaustrado en el sótano de
su casa, dedicado a la trágica lectura de la tabla de logaritmos, la tabla de cálculos
estequiométricos y la tabla de lavar la ropa, decidido a flagelar alma arrepentida y espíritu
santo, amén...

17
El arte de dar una opinión

Lu Xun

Soñé que estaba en la escuela y que debía escribir una composición. Me acerqué al maestro
para preguntarle cuál era el mejor modo de dar una opinión acerca de algo.
-Es un arte difícil –respondió mirándome por encima de sus gafas-. Deja que te cuente una
historia:
“Una familia estaba muy contenta con la llegada de un nuevo hijo. Cuando el bebé cumplió
un mes, fue exhibido ante varios invitados, quienes desde luego lo colmaron de elogios.
“El segundo dijo: “Este niño desempeñara importantes funciones”. Y fue elogiado por ello.
“El tercero dijo: “Este niño morirá un día”: Y toda la familia lo reprendió severamente.
“La muerte es inevitable. El anuncio era lógico, mientras que predecirle riqueza o poder no
era sino una mentira. No obstante, los mentirosos fueron recompensados y quien dijo algo
cierto fue castigado…”.
-Yo no quiero mentir, pero tampoco quiero ser castigado. ¿Qué debo decir, maestro?
-Pues bien, dirás: “Vaya, este bebé, en fin… creo que… en verdad…o sea…bla, bla, bla”.

18
La dicha de vivir

Leopoldo Lugones
Escritor argentino

Poco antes de la oración del huerto, un hombre tristísimo que había ido a ver a Jesús
conversaba con Felipe, mientras concluía de orar el Maestro.
–Yo soy el resucitado de Naim –dijo el hombre–. Antes de mi muerte, me regocijaba con el
vino, holgaba con las mujeres, festejaba con mis amigos, prodigaba joyas y me recreaba en
la música. Hijo único, la fortuna de mi madre viuda era mía tan solo. Ahora nada de eso
puedo; mi vida es un páramo. ¿A qué debo atribuirlo?
–Es que cuando el Maestro resucita a alguno, asume todos sus pecados -respondió el
Apóstol-. Es como si aquél volviera a nacer en la pureza del párvulo…
–Así lo creía y por eso vengo.
–¿Qué podrías pedirle, habiéndote devuelto la vida?
–Que me devuelva mis pecados –suspiró el hombre.

19
La mujer de Capodistria

Lawrence Durrell
Escritor británico

Todos mis ancestros terminaron mal de la cabeza. También mi padre, que además fue un
gran mujeriego. Ya viejo mandó a fabricar en caucho a la mujer perfecta, tamaño natural, que
se podía llenar con agua caliente en las noches de invierno. La llamó Sabina, en honor a su
madre.
Él era un apasionado de los trasatlánticos y por dos años vivió en uno, viajando ida y vuelta a
Nueva York, con Sabina y su mayordomo Kelly. Todos los días fueron vistos entrar al
comedor, con la elegante Sabina en el centro, como una hermosa borracha. La noche en que
murió le dijo a Kelly: “Envía un telegrama a Demetrius y dile que Sabina murió en mis brazos
y sin dolor”. Fueron enterrados juntos en las afueras de Nápoles.

20
Un tercero en discordia

Robert Burton
Escritor de Reino Unido

En su Vida de Apolonio, refiere Filostrato que un mancebo de veinticinco años, Menipio Licio,
encontró en el camino de Corinto a una hermosa mujer, que tomándolo de la mano, lo llevó a
su casa y le dijo que era fenicia de origen y que si él se demoraba con ella, la vería bailar y
cantar y que beberían un vino incomparable y que nadie estorbaría su amor. Asimismo, le
dijo que siendo ella placentera y hermosa, como lo era él, vivirían y morirían juntos. El
mancebo, que era un filósofo, sabía moderar sus pasiones, pero no ésta del amor, y se
quedó con la fenicia y por último se casaron. Entre los invitados a la boda estaba Apolonio de
Tiana, que comprendió en el acto que la mujer era una serpiente, una lamia, y que su palacio
y sus muebles no eran más que ilusiones. Al verse descubierta, ella se echó a llorar y le rogó
a Apolonio que no revelara el secreto. Apolonio habló; ella y el palacio desaparecieron.

21
El grillo maestro

Augusto Monterroso
Escritor de Honduras

Allá en tiempos muy remotos, un día de los más calurosos del invierno, el Director de la
Escuela entró sorpresivamente al aula en que el Grillo daba a los Grillitos su clase sobre el
arte de cantar, precisamente en el momento de la exposición en que les explicaba que la voz
del Grillo era la mejor y la más bella entre todas las voces, pues se producía mediante el
adecuado frotamiento de las alas contra los costados, en tanto que los pájaros cantaban tan
mal porque se empeñaban en hacerlo con la garganta, evidentemente el órgano del cuerpo
humano menos indicado para emitir sonidos dulces y armoniosos.
Al escuchar aquello, el Director, que era un Grillo muy viejo y muy sabio, asintió varias veces
con la cabeza y se retiró, satisfecho de que en la Escuela todo siguiera como en sus tiempos.

22
Instrucciones para llorar

Julio Cortázar
Escritor Argentino

Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por
esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y
torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y
un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el
llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la
imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de
creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del
estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con
decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la
manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del
llanto, tres minutos.

23
De Jacques

Eliseo Diego
Escritor Cubano

Llueve en finísimas flechas aceradas sobre el mar agonizante de plomo, cuyo enorme pecho
apenas alienta. La proa pesada lo corta con dificultad. En el extremo silencioso se le escucha
rasgarlo. Jacques, el corsario, está a la proa. Un parche mugriento cubre el ojo hueco.
Inmóvil como una figura de proa sueña la adivinanza trágica de la lluvia. Oscuros galeones
navegando ríos ocres. Joyas cavadas espesamente de lianas. Jacques quiere darse vuelta
para gritar una orden, pero siente de pronto que la cubierta se estremece, que la quilla cruje,
que el barco se escora como si encallase. Un monstruo, no, una mano gigantesca alcanza el
barco chorreando. Jacques, inmóvil, observa los negros vellos gruesos como cables.
“¿Este?”. “Sí, ese” –dice el niño, y envuelven al barco y a Jacques en un papel que la fina
llovizna de afuera cubre de densas manchas húmedas. El agua chorrea en la vidriera, y
adentro de la tienda la penumbra cierra el espacio vacío con su helado silencio.

24
Literatura

Julio Torri
Escritor mexicano

El novelista, en mangas de camisa, metió en la máquina de escribir una hoja de papel, la


numeró, y se dispuso a relatar un abordaje de piratas. No conocía el mar y sin embargo iba a
pintar los mares del sur, turbulentos y misteriosos; no había tratado en su vida más que a
empleados sin prestigio romántico y a vecinos pacíficos y oscuros, pero tenía que decir ahora
cómo son los piratas; oía gorjear a los jilgueros de su mujer, y poblaba en esos instantes de
albatros y grandes aves marinas los cielos sombríos y empavorecedores.
La lucha que sostenía con editores rapaces y con un público indiferente se le antojó el
abordaje; la miseria que amenazaba su hogar, el mar bravío. Y al describir las olas en que se
mecían cadáveres y mástiles rotos, el mísero escritor pensó en su vida sin triunfo, gobernada
por fuerzas sordas y fatales, y a pesar de todo fascinante, mágico, sobrenatural.

25
Armonía

Santiago Andrés
Escritor Argentino

He consultado el oráculo del tiempo, y me hablo de demonios históricos, de sudores mal


pagos con salarios de sales transpiradas. He consultado al brujo de los mares y él me hablo
de mareas repetidas, de atardeceres en la bruma de la confusión. Me habló también de agua
y sal, que lavarán la memoria. He consultado a los dioses de la creación, ellos están
sentados en su cómodo confín, reposando los sueños de la armonía. Ellos, me hablaron de
soles que brillan en la soledad, de estrellas que ya no relucen, de arenas errantes, de
caminos... Sí, me hablaron de caminos, pero ninguna respuesta.
Por último, consulte a la sabia de los sabios y ella... Ella sólo secó sus lágrimas con mi
pañuelo de preguntas, luego lo escurrió. No fue agua lo que caía del ajeado lienzo... Lo que
caía, eran gotas de esperanza.
Yo, no conforme con la respuesta me sumergí a nadar en el lienzo, y me ahogué.
Nadie me escuchó pedir auxilio.

26
La inmortalidad

Zhang Hua

En el monte Jun, que se hallaba comunicado por un camino subterráneo con el monte Bao,
había gran cantidad de cierta bebida alcohólica, rica en extremo y que hacía inmortal a quien
la bebiera. En vista de ello, el emperador Wu de la dinastía Han practicó ayuno y purificación
durante siete días, al cabo de los cuales envió un nutrido grupo de hombres y mujeres al
monte Jun; al regresar, le dieron tal bebida y, justo cuando iba a bebérsela, oyó a Dong
Fangshou que le decía: “Permitidme que la vea, Majestad que yo os saber decir si es o no es
la que da la inmortalidad”. En cuanto se la dio, se la bebió de un trago. Y cuando estaba el
emperador a punto ya de castigarle con la muerte, le dijo Dong Fangshou: “Si me dais
muerte y muero, será porque la bebida carecía de efecto; mas, si en verdad lo tiene, de nada
servirá que me ajusticiéis”. Y así fue que el emperador le perdonó la vida.

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