Sie sind auf Seite 1von 31

1

Amor eterno

René Avilés Fabila


Escritor mexicano

Alicia dijo que lo amaba como a nadie. Hicieron el amor en una infinita y suave dulzura,
con tiernas caricias. Pero aquélla era la última ocasión que estaban juntos. Ella partía al
día siguiente. Al concluir, Alicia habló: No puedo dejarte aquí, tienes qué venir conmigo. Es
lo que más deseo en el mundo y sé que tú también lo quieres. ¿Cómo iré contigo?,
preguntó emocionado su amante. Ya lo sabrás, repuso la mujer. Fue hasta un maletín y
extrajo un bisturí; con la habilidad de un cirujano fue cortando cada uno de los miembros
de su compañero. Cuando hubo terminado los colocó cuidadosamente dentro de su
equipaje. De ese modo, Alicia regresó a su patria. Para fortuna suya en la aduana no
revisaron sus maletas. Al llegar a casa, con impaciencia, sacó las partes de su amado y
las cosió. Una vez completo, le dijo: ahora sí ya estamos juntos para siempre, nada podrá
separarnos, y lo besó con todo el amor que le era posible.

2
Superhéroe

Óscar Flores López


Escritor de Honduras

El estadio Luis Casanova de Valencia es un rostro con 34 mil pares de ojos hipnotizados
por ese balón que se dirige hacia la portería de Honduras, cuando alguien, traicionado por
los nervios, se pone de pie y rompe el silencio con un largo grito parecido a una plegaria
que intenta dar el último empujón para que se dé el gol.
Pero Allan Anthony Costly, el defensa con piernas largas y oscuras como los rieles de un
ferrocarril, salta, nada estilo dorso en el aire y de chilena alcanza el balón, le da un beso
con la lengua del taco derecho y la manda lejos. El gol tendrá que esperar. Es hasta este
momento, al minuto siete del juego entre España y Honduras en el Mundial del 82, con el
marcador a cero, que el mundo descubre que Costly no lleva pegado el número 5 en la
espalda, sino una S. ¡Superman es negro!

3
El gesto de la muerte

Jean Cocteau
Escritor francés

Un joven jardinero persa dice a su príncipe:


-¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche,
por milagro, quisiera estar en Ispahán.
El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a la
Muerte y le pregunta:
-Esta mañana ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?
-No fue un gesto de amenaza -le responde- sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos
de Ispahán esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahán.

4
El porvenir

Román G. Camas
Escritor español

Se habían levantado muy temprano, como venía siendo habitual. Desde hacía unas
semanas, padre e hijo madrugaban cada domingo para disfrutar de la pesca en compañía
mutua, una suerte de ritual que ambos esperaban con devoción durante las eternas
jornadas laborales previas.
Cuando su vástago decidió convivir unos meses con él desde el fallecimiento de su madre,
el padre compró con lo que le quedaba de la pensión de viudedad un par de cañas y un
coqueto bote al que llamaron Porvenir.
El hijo aprovechaba las interminables horas dominicales para aprender más de su madre,
y su progenitor respondía venerablemente con tal de mantener vivos los recuerdos; hasta
ese día, en el que el Porvenir encalló y mordió el anzuelo.

5
La Cigarra y las Hormigas

Ambrose Bierce
Escritor estadounidense

Algunos Miembros de una Asamblea Legislativa estaban haciendo un inventario de su


riqueza al final de la sesión cuando apareció un Minero Honrado y les pidió que la
repartieran con él. Los Miembros de la Asamblea preguntaron:
—Y tú ¿por qué no adquiriste propiedades?
—Porque —respondió el Minero Honrado— estaba tan ocupado sacando oro de la tierra
que no tuve tiempo para acumular nada de valor.
Los legisladores se burlaron entonces del Minero, diciendo:
—Si pierdes el tiempo en diversiones infructuosas no puedes, naturalmente, aspirar a
compartir las recompensas de la laboriosidad.

6
El dueño del canon

José Urriola
Escritor venezolano

Le encomendaron la tarea más sencilla, al tiempo que la más ardua de todas las
imaginables, a él le tocaría elegir las mejores obras de la historia para que quedaran
bendecidas para la posteridad. A la basura todas las demás, indignas de pertenecer al
canon.
Cerró los ojos, y con el índice a tientas lo dejó caer sobre una lista que algún otro le había
escrito -quién sabe con cuáles nombres salidos de quién sabe dónde-; pero fue así: donde
mejor cayera el dedo. Ésas serían, al azar. No tenía ni gusto, ni método, ni criterio. Ni
siquiera tenía opción.
Miles de años después la gente rendiría pleitesía a su decisión. La estudiarían en las
escuelas y la gente haría reverencia ante lo sagrado de su buen gusto.
Y el mundo sería, entonces, lo que será. Por su culpa.

7
Enero
1
Hoy

Eduardo Galeano
Escritor uruguayo

Hoy no es el primer día del año para los mayas, los judíos, los árabes, los chinos y otros
muchos habitantes de este mundo.
La fecha fue inventada por Roma, la Roma imperial, y bendecida por la Roma vaticana, y
resulta más bien exagerado decir que la humanidad entera celebra este cruce de la
frontera de los años.
Pero eso sí, hay que reconocerlo: el tiempo es bastante amable con nosotros, sus
fugaces pasajeros, y nos da permiso para creer que hoy puede ser el primero de los días,
y para querer que sea alegre como los colores de una verdulería.

8
Vida debajo

Alejandro Jodorowsky
Artista franco-chileno

El hombre tímido decidió vivir bajo un elefante. Entre las cuatro poderosas patas,
protegido por el cuerpo gris, se encaminaba a su trabajo. El paquidermo, dominado por la
voluntad humana, obedecía como un automóvil. Las cosas transcurrían como de
costumbre, en la oficina, en el hogar, en los paseos por el parque. Claro está que nadie
osaba acercarse a nuestro hombre. Desviaban su mirada y se hacían los desentendidos.
Comenzó a sentirse solo. Sufrió intensamente hasta que encontró a una mujer tímida y
solitaria que marchaba bajo una jirafa. Como los dos animales eran incompatibles,
comenzaron a vivri juntos bajo una nueva a la que durante años impidieron disolverse en
lluvia.

9
Demasiado tarde

Adolfo Cáceres Romero


Escritor boliviano

Aguardó su turno en la sala de espera, llena de pacientes. Doña Aurora, puede pasar, le
dijo la enfermera, al cabo de una hora. Gracias, se puso de pie, con dificultad. ¡Qué guapa
se ha venido!, exclamó el médico al recibirla. Para usted, doctor, sonrió ella. A ver,
cuénteme cómo está. No me siento bien, doctor. Vamos a auscultarla, siéntese en la
camilla. Respire y bote el aire, poco a poco. Doña Aurora sentía el estetoscopio como un
bicho raro que subía y bajaba por su espalda.
Está bien, doña Aurora, dijo el médico, ahora dese la vuelta, para ver cómo marcha su
corazón. Cuando la volcó, doña Aurora ya no le respondió. Parecía dormir. ¡No puede ser!,
exclamó el médico, recostándola. Llamó a la enfermera y masajeó el pecho de su
paciente, mientras la enfermera le aplicaba oxígeno. Ya no había nada que hacer. Era
demasiado tarde.

10
Fondo de mar

Francisco Trejo
Escritor mexicano

Perla dejó de hablarme hace tiempo. Se molestó tanto cuando afirmé frente a su madre
que “todos los seres humanos somos polígamos”. Mi amiga, desde la infancia, fantaseaba
con la fidelidad y el amor duradero en el fango del matrimonio. Yo, con el tiempo, a medida
que crecía el deseo en mi epidermis, me tiré a cientos de hombres y a una que otra mujer.
Ahora soy vieja y tengo un millón de recuerdos; conozco todo tipo de falos y podría
escribir sobre ellos en libros que querría leer más de una persona. No soy una perla, pero
abandoné el fondo de las aguas donde los mojigatos dicen “no” a la carne, mientras
sueñan que la tienen adentro, como un molusco travieso. Perla, la del nombre que siempre
me causó conflictos, se cansó de buscar a su hombre, sin hallarlo, y a la única que espera
en su cama es a la muerte, la promiscua que, por desgracia, también se coge a todos.

11
El grillo maestro

Augusto Monterroso
Escritor de Guatemala

Allá en tiempos muy remotos, un día de los más calurosos del invierno, el Director de la
Escuela entró sorpresivamente al aula en que el Grillo daba a los Grillitos su clase sobre el
arte de cantar, precisamente en el momento de la exposición en que les explicaba que la
voz del Grillo era la mejor y la más bella entre todas las voces, pues se producía mediante
el adecuado frotamiento de las alas contra los costados, en tanto que los pájaros cantaban
tan mal porque se empeñaban en hacerlo con la garganta, evidentemente el órgano del
cuerpo humano menos indicado para emitir sonidos dulces y armoniosos.
Al escuchar aquello, el Director, que era un Grillo muy viejo y muy sabio, asintió varias
veces con la cabeza y se retiró, satisfecho de que en la Escuela todo siguiera como en sus
tiempos.

12
De Jacques

Eliseo Diego
Escritor Cubano

Llueve en finísimas flechas aceradas sobre el mar agonizante de plomo, cuyo enorme
pecho apenas alienta. La proa pesada lo corta con dificultad. En el extremo silencioso se
le escucha rasgarlo. Jacques, el corsario, está a la proa. Un parche mugriento cubre el ojo
hueco. Inmóvil como una figura de proa sueña la adivinanza trágica de la lluvia. Oscuros
galeones navegando ríos ocres. Joyas cavadas espesamente de lianas. Jacques quiere
darse vuelta para gritar una orden, pero siente de pronto que la cubierta se estremece,
que la quilla cruje, que el barco se escora como si encallase. Un monstruo, no, una mano
gigantesca alcanza el barco chorreando. Jacques, inmóvil, observa los negros vellos
gruesos como cables. “¿Este?”. “Sí, ese” –dice el niño, y envuelven al barco y a Jacques
en un papel que la fina llovizna de afuera cubre de densas manchas húmedas. El agua
chorrea en la vidriera, y adentro de la tienda la penumbra cierra el espacio vacío con su
helado silencio.

13
La tristeza

Rosario Barros Peña


Escritora española

El profe me ha dado una nota para mi madre. La he leído. Dice que necesita hablar con
ella porque yo estoy mal. Se la he puesto en la mesilla, debajo del tazón lleno de leche
que le dejé por la mañana. He metido en el microondas la tortilla congelada que compré
en el supermercado y me he comido la mitad. La otra mitad la puse en un plato en la
mesilla, al lado del tazón de leche. Mi madre sigue igual, con los ojos rojos que miran sin
ver y el pelo, que ya no brilla, desparramado sobre la almohada. Huele a sudor la
habitación, pero cuando abrí la persiana ella me gritó. Dice que si no se ve el sol es como
si no corriesen los días, pero eso no es cierto. Yo sé que los días corren porque la
lavadora está llena de ropa sucia y en el lavavajillas no cabe nada más, pero sobre todo lo
sé por la tristeza que está encima de los muebles. La tristeza es un polvo blanco que lo
llena todo. Al principio es divertida. Se puede escribir sobre ella, “tonto el que lo lea”, pero,
al día siguiente, las palabras no se ven porque hay más tristeza sobre ellas. El profesor
dice que estoy mal porque en clase me distraigo y es que no puedo dejar de pensar que
un día ese polvo blanco cubrirá del todo a mi madre y lo hará conmigo. Y cuando mi padre
vuelva, la tristeza habrá borrado el “te quiero” que le escribo cada noche sobre la mesa del
comedor.

14
El maestro

Oscar Wilde
Escritor Irlandés

Cuando cayeron las tinieblas sobre la tierra, José de Arimatea, habiendo encendido una
antorcha de madera de pino, bajó al valle desde el altozano, pues tenía quehaceres en su
casa. Y vio a un joven desnudo que lloraba, arrodillado sobre las duras piedras del Valle
de la Desolación. Tenía los cabellos de color de miel, y su cuerpo era como una flor
blanca, pero había herido su cuerpo con espinas y sobre sus cabellos había puesto
ceniza, a guisa de corona. Y el que era dueño de grandes posesiones dijo al joven que
estaba desnudo y lloraba: -No me asombra que sea tan grande tu aflicción, pues en
verdad Él era un hombre justo. Y el joven respondió: -No lloro por él, sino por mí. También
yo he convertido el agua en vino, y he curado a los leprosos y dado vista a los ciegos. Yo
he caminado sobre las aguas y he arrojado a los demonios de los que habitan en las
tumbas. Yo he dado de comer a los hambrientos en el desierto en que no había alimento
alguno, y he hecho salir a los muertos de sus angostas moradas, y, por mandato mío, en
presencia de una gran multitud, se secó una higuera que no daba fruto. Todas las cosas
que hizo ese hombre las he hecho yo también. Y, no obstante, a mí no me han crucificado.

15
Armonía

Santiago Andrés
Escritor Argentino

He consultado el oráculo del tiempo, y me hablo de demonios históricos, de sudores mal


pagos con salarios de sales transpiradas. He consultado al brujo de los mares y él me
hablo de mareas repetidas, de atardeceres en la bruma de la confusión. Me habló también
de agua y sal, que lavarán la memoria. He consultado a los dioses de la creación, ellos
están sentados en su cómodo confín, reposando los sueños de la armonía. Ellos, me
hablaron de soles que brillan en la soledad, de estrellas que ya no relucen, de arenas
errantes, de caminos... Sí, me hablaron de caminos, pero ninguna respuesta.
Por último, consulte a la sabia de los sabios y ella... Ella sólo secó sus lágrimas con mi
pañuelo de preguntas, luego lo escurrió. No fue agua lo que caía del ajeado lienzo... Lo
que caía, eran gotas de esperanza.
Yo, no conforme con la respuesta me sumergí a nadar en el lienzo, y me ahogué.
Nadie me escuchó pedir auxilio.

16
Destino

Robert W. Chambers
Escritor Estadounidense

Llegué al puente que muy pocos logran cruzar.


-¡Pasa! -exclamó el guardián, pero me reí y le dije:
-Hay tiempo.
Entonces él sonrió y cerró los portones.
Al puente que muy pocos logran cruzar llegaron jóvenes y viejos. A todos ellos se les
denegó la entrada. Yo estaba ahí cerca, holgazaneando, y fui contándolos, uno a uno,
hasta que, cansado ya de sus ruidos y protestas, volví al puente que muy pocos logran
cruzar.
La muchedumbre cerca del portón chilló:
-¡Este hombre llega tarde!
Pero me reí y les dije:
-Hay tiempo.
-¡Pasa! -exclamó el guardián mientras yo ingresaba; luego sonrió y cerró los portones.

17
De la torre

Eliseo Diego
Escritor Cubano

El cazador, echado en el suelo pétreo del valle, sueña. Sueña un león enorme. Irritado
comprueba en el sueño que su bestia apenas tiene forma. En un esfuerzo que estremece
su cuerpo logra diferenciarle las pupilas, las cerdas de la melena, el color de la piel, las
garras. De pronto despierta aterrado al sentir un peso fatal en el cráneo. El león le clava
los colmillos en la garganta y comienza a devorarlo.
El león, echado entre los huesos de su víctima, sueña. Sueña un cazador que se acerca.
Su rabia le hace aguardarlo sin moverse, esperar a distinguirlo enteramente antes de
lanzarse a destruirlo. Cuando por fin separa las venas tensas en las manos, despierta y es
demasiado tarde. Las manos llevan una fuerte lanza que le clavan en la garganta
rayéndola. El cazador lo desuella, echa los huesos a un lado, se tiende en la piel, sueña
un león enorme.
Los huesos van cubriendo todo el valle, ascienden por la noche en una alta torre que no
cesa de crecer nunca.

18
El primer día

Juan Sternberg
Escritor de Bélgica

El primer día, Dios se creó a sí mismo. Ha de haber un comienzo para todo.


Luego creó el vacío. Encontró que le había quedado muy grande, y se sintió impresionado.
El tercer día imaginó las galaxias, los planetas y los soles. No se sintió excesivamente
satisfecho, sin saber exactamente por qué.
El cuarto día hizo un poco de jardinería: decoró algunos planetas elegidos con un
verdadero sentido artístico, y se sintió feliz al probarse a sí mismo que era un dios con
gusto, destilando a través del universo una sutil perfección.
El quinto día, sin embargo, para relajarse de los esfuerzos de la víspera, decidió divertirse
un poco: imaginó un mundo que no era más que una flagrante falta de gusto, lo atiborró
con horribles colores, y lo pobló de una gran cantidad de repugnantes monstruos. Luego
llamó a aquel mundo la Tierra.

19
El espejo chino

Anónimo

Un campesino chino se fue a la ciudad para vender la cosecha de arroz y su mujer le pidió
que no se olvidase de traerle un peine.
Después de vender su arroz en la ciudad, el campesino se reunió con unos compañeros, y
bebieron y lo celebraron largamente. Después, un poco confuso, en el momento de
regresar, se acordó de que su mujer le había pedido algo, pero ¿qué era? No lo podía
recordar. Entonces compró en una tienda para mujeres lo primero que le llamó la atención:
un espejo. Y regresó al pueblo.
Entregó el regalo a su mujer y se marchó a trabajar sus campos. La mujer se miró en el
espejo y comenzó a llorar desconsoladamente. La madre le preguntó la razón de aquellas
lágrimas.
La mujer le dio el espejo y le dijo:
-Mi marido ha traído a otra mujer, joven y hermosa.
La madre cogió el espejo, lo miró y le dijo a su hija:
-No tienes de qué preocuparte, es una vieja.

20
El asalto

Carlos Drummond de Andrade


Escritor Brasileño

La casa suntuosa en Leblon está guardada por un mastín de terrible semblante, que
duerme con los ojos abiertos; o quizás no duerma, de tan vigilante que es. Por eso, la
familia vive tranquila, y nunca hubo noticia de asalto a una residencia tan bien protegida.
Hasta la semana pasada. La noche del jueves, un hombre logró abrir el pesado portal de
hierro y penetrar en el jardín. Iba a hacer lo mismo con la puerta de la casa, cuando el
perro, que astutamente lo había dejado acercarse (para arrancarle toda la ilusión
conquistada), se lanza hacia él y lo acomete en la pierna izquierda. El ladrón quiso sacar
el revólver, pero no hubo ni tiempo para ello. Cayendo al suelo, bajo las patas del
enemigo, le suplicó con los ojos que lo dejase vivir y con la boca prometió que jamás
intentaría asaltar aquella casa. Habló por lo bajo para no despertar a los residentes,
temiendo que la situación pudiera agravarse.
El animal pareció entender la súplica del ladrón y lo dejó salir en un estado lamentable. En
el jardín quedó un trozo de pantalón. Al día siguiente, la criada no comprendió por qué
razón una voz, al teléfono, diciendo que era de Salud Pública, preguntaba si el perro
estaba vacunado. En ese momento, el perro, que estaba al lado de la doméstica, agitó la
cola, afirmativamente.

21
La señal lejana del siete

Pedro Antonio Valdez


República Dominicana, 1968

El ángel se le apareció en el sueño y le entregó un libro cuya única señal era un siete. En
el desayuno miró servidas siete tazas de café. Haciendo un leve ejercicio de memoria
reparó en que había nacido día siete, mes siete, hora siete. Abrió el periódico casualmente
en la página siete y encontró la foto de un caballo con el número siete que competiría en la
carrera siete. Era hoy su cumpleaños y todo daba siete. Entonces recordó la señal del
ángel y se persignó con gratitud. Entró al banco a retirar todos sus ahorros. Empeñó sus
pertenencias, hipotecó la casa y consiguió préstamo. Luego llegó al hipódromo y apostó
todo el dinero al caballo del periódico en la ventanilla siete. Se sentó —sin darse cuenta—
en la butaca siete de la fila siete. Esperó. Cuando arrancó la carrera, la grada se puso de
pie uniformemente y estalló en un desorden desproporcionado; pero él se mantuvo con
serenidad. El caballo siete cogió la delantera entre el tamborileo de los cascos y la
vorágine de polvo. La carrera finalizó precisamente a las siete y el caballo siete, de la
carrera siete, llegó en el lugar número siete.

22
Los Juegos del Tiempo

Eduardo Galeano
Escritor uruguayo

Dizque dicen que había una vez dos amigos que estaban contemplando un cuadro. La
pintura, obra de quién sabe quién, venía de China. Era un campo de flores en tiempo de
cosecha.
Uno de los dos amigos, quién sabe por qué, tenía la vista clavada en una mujer, una de
las muchas mujeres que en el cuadro recogían amapolas en sus canastas. Ella llevaba el
pelo suelto, llovido sobre los hombros.
Por fin ella le devolvió la mirada, dejó caer su canasta, extendió los brazos y, quién sabe
cómo, se lo llevó.
El se dejó ir hacia quién sabe dónde, y con esa mujer pasó las noches y los días, quién
sabe cuántos, hasta que un ventarrón lo arrancó de allí y lo devolvió a la sala donde su
amigo seguía plantado ante el cuadro.
Tan brevísima había sido aquella eternidad que el amigo ni se había dado cuenta de su
ausencia. Y tampoco se había dado cuenta de que esa mujer, una de las muchas mujeres
que en el cuadro recogían amapolas en sus canastas, llevaba, ahora, el pelo atado en la
nuca.

23
Los Juegos del Tiempo

Eduardo Galeano
Escritor uruguayo

Dizque dicen que había una vez dos amigos que estaban contemplando un cuadro. La
pintura, obra de quién sabe quién, venía de China. Era un campo de flores en tiempo de
cosecha.
Uno de los dos amigos, quién sabe por qué, tenía la vista clavada en una mujer, una de
las muchas mujeres que en el cuadro recogían amapolas en sus canastas. Ella llevaba el
pelo suelto, llovido sobre los hombros.
Por fin ella le devolvió la mirada, dejó caer su canasta, extendió los brazos y, quién sabe
cómo, se lo llevó.
El se dejó ir hacia quién sabe dónde, y con esa mujer pasó las noches y los días, quién
sabe cuántos, hasta que un ventarrón lo arrancó de allí y lo devolvió a la sala donde su
amigo seguía plantado ante el cuadro.
Tan brevísima había sido aquella eternidad que el amigo ni se había dado cuenta de su
ausencia. Y tampoco se había dado cuenta de que esa mujer, una de las muchas mujeres
que en el cuadro recogían amapolas en sus canastas, llevaba, ahora, el pelo atado en la
nuca.

24
Amsterdam…

Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Escritor boliviano

Bordas. Tulipanes, otros como floripondios. En tenue rosa, crema. Las amarylis guardan
jaspes de apagado carmesí. Te graduaste en los cursos especiales del Rijksmuseum, en
textiles antiguos. Gobelinos. Pero no veo unicornios. Mataron los árabes al último, apenas
bajaron de las naves. Fue el día en que degollaron a Theo. Cruzaron el Ponto, en sentido
opuesto a los aqueos, en venganza de los aqueos. Pero, dices, esos eran persas, y lidios
y paflagones. Hoy sirio y afgano que ni árabes son. Los mismos, le digo, mientras cierro el
chaleco cargado de bombas y ajusto una bandana negra sobre la frente que reza a morir
en contra de infieles.
¿No te veré otra vez, no? En el cielo, en el harén de las niñas. Ella agacha la cabeza y
borda. Un tulipán de ébano esta vez, al lado de una estatuilla de gordo y pálido querubín.
Para recordar.

25
La extranjera

Nuria Amat Noguera


Escritora española

Se han apoyado en la baranda del faro. Han llegado hasta aquí sin miedo.
Atraídos por el amor al vértigo. Guiados por una flecha insolente de la noche. Ella mira
hacia abajo. El mar la deslumbra. Olas hinchadas como venas patean su rabia contra la
muralla de rocas. Él le pide: Ámame.
Ella no responde. Es joven y cierra los ojos como si estuviera viviendo muchas muertes.
Ella teme saltar. Él le reclama: Bésame. La luz del faro indaga por las cosas perdidas y los
encuentra a ellos. Amantes de las sombras son el blanco del silencio. Ella quiere saltar
porque en su garganta tiene un nudo de reproches. Como él no pregunta, tampoco ella le
responde. Su pasado es un mapa deshecho. Viene de un país hundido. No resulta fácil
decir lo que se piensa. Y ella piensa demasiado. Ahora abre los ojos para ver el naufragio
de su alma. Él la abraza como si quisiera desnudar su rabia. Ella le pide: Mátame.

26
La nada que nos circunda

Geovannys Manso
Escritor cubano

Laura no supo qué decir. Yo, no supe qué decir.


-¡Entonces no me verán más! -sentenció. El doctor nos observaba impertérrito.
La consulta fue llenándose de curiosos.
-¡Le digo que está ahí, doctor! ¡Mírelo! ¡Ahora mismo se está riendo de usted!
Cuando descubrí que NO nos ayudarían, tomé a Dylan de una mano y le dije a Laura que
estaríamos en el parque de diversiones.
-No me creen -dijo malhumorada, sin mirarnos, evitando mencionar otros detalles.
-Todos dicen lo mismo -susurré.
Y partimos, de regreso a casa, ante incrédulos transeúntes que nos observaban:
hablando, recriminando, educando, besando a la NADA...

27
Música

Ana María Matute


Escritora española

Las dos hijas del Gran Compositor -seis y siete años- estaban acostumbradas al silencio.
En la casa no debía oírse ni un ruido, porque papá trabajaba. Andaban de puntillas, en
zapatillas, y sólo a ráfagas, el silencio se rompía con las notas del piano de papá.
Y otra vez silencio.
Un día, la puerta del estudio quedó mal cerrada, y la más pequeña de las niñas se acercó
sigilosamente a la rendija; pudo ver cómo papá, a ratos, se inclinaba sobre un papel, y
anotaba lago.
La niña más pequeña corrió entonces en busca de su hermana mayor. Y gritó, gritó por
primera vez en tanto silencio:
-¡La música de papá, no te la creas...! ¡Se la inventa!

28
El hijo de la sierva

Geovannys Manso
Escritora cubana

Abraham recordó a Agar, la egipcia y a su hijo: Ismael.


Aquel pasado, amargaba sus días.
—Iré al pozo —le dijo a Sara—.
Bebía el agua fresca, cuando vio acercarse a un hombre: de cuerpo robusto y ancho
torso.
— ¿Te llamas Abraham, esposo de Sara y padre de Isaac?
—Sí. —Susurró el anciano—. Yo soy.
El hombre tomó una flecha y tensó el arco. Mientras caía, Abraham descubrió en sus
facciones demasiados rasgos que le recordaron a Agar, la egipcia…

29
El relato

Alexis Figueroa Aracena


Escritor chileno

Despertó. Un dosel vegetal se alzaba sobre su cabeza y por él se filtraba el esplendor del
sol. Irguióse, levantando la vista a lo alto. Un árbol gigantesco se agitaba en el viento. Miró
hacia el denso ramaje y con sorpresa o pavor descubrió que las hojas eran letras.
Entonces escuchó una voz: "Mira y observa –decía- son miles y miles de letras que en su
danza presentan los verdaderos nombres de todas las cosas”. Por un momento creyó
haber llegado al paraíso, más en su desesperada memoria recordó que no sabía leer.
Desmembradas letras, incomprensibles muecas en remedo constante, serían la forma del
preciso infierno narrado para él.

30
Casa

Martín Zúñiga Chávez


Escritor nicaragüense

Mi casa me esperaba con las puertas cerradas y la boca llena de niños y polvo. Sé que
llegué tarde, que la ciudad me mira mal por eso: no ven las astillas que les crecen a mis
codos; la música resquebrajada de los gatos en mis muñecas. La sonrisa de una bala
metida dentro del cráneo. Cómo iba adivinar cuánto soñaba, su mano hasta dónde
alcanzaba, dónde terminaba el ciego amor. Mi hija que ya no es mi hija: ahora ella es mi
padre- madre, ahora ella me enseña a secar saltamontes, a embolsarlos con cuidado de
no romperlos, para venderlos a los curanderos de Huasao. Y joven i precoz se ocultaba el
sonrojo i la sonrisa en otra mano imparcial y tibia. Nadie piensa que estar lejos ulcera a los
espinos y a las maderas, la sed tan inútil entonces los dolores de distancia el frío de las
balas. Cómo iba a saber del escarceo, del temblor y la ruta sucia sed de sangre de oscuro
cuerpo. Es cierto: pagan más que por mantis o por ranas. Y saben mejor, me han dicho.
Por eso, en la boca de la casa mis hambres abrevan.

31

Das könnte Ihnen auch gefallen