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PEDRO

DicTB

SUMARIO: 1. Pedro en la tradición evangélica: 1. La


figura de Pedro en los evangelios sinópticos: a) La
llamada, b) El seguimiento, c) La crisis, d) La
rehabilitación; 2. Pedro en la tradición joanea. II. Pedro
en la tradición de la primera Iglesia: 1. Pedro en los
Hechos de los Apóstoles; 2. Pedro en el testimonio de
Pablo y de su tradición: a) Pedro entre las "columnas" de
la Iglesia, b) La tradición petrina. Conclusión.

Pedro, después de Jesús, el Cristo, es el personaje más


conocido y citado en los textos del NT: unas 154 veces,
con el sobrenombre de Petrós, asociado en 27 casos al
nombre hebreo Simeón, en la forma griega Simón. Con
este nombre se le conoce al menos unas 20 veces en los
evangelios. Pablo, por el contrario, se refiere a Pedro con
el apelativo arameo de Kéfa,que aparece en total nueve
veces en el NT. Simón Pedro es el hijo de Juan (Jn 1,42)
o, en la forma aramea, bar-Yona, hijo de Jonás (Mt
16,17). La figura de Pedro, que tiene un papel tan
destacado en el NT, se carga de connotaciones todavía
más relevantes en la historia de la Iglesia ya desde los
primeros siglos por el papel primacial de la sede romana,
que apela a él. Así pues, son estas dos razones las que
invitan a investigar en los textos del NT, donde confluyen
tradiciones diversas, pero convergentes, a la hora de
trazar el perfil histórico de Pedro y su itinerario espiritual,
propuestos a cada uno de los cristianos y a sus
comunidades.

I. PEDRO EN LA TRADICIÓN EVANGÉLICA. Se puede


reconstruir una imagen petrina sobre la base de los tres
evangelios sinópticos, con los que está también de
acuerdo la tradición joanea. Resaltan ante todo ciertos
datos biográficos comunes que remiten a una tradición
sólida: el nombre, el sobrenombre o apelativo, su función
en el grupo de los doce discípulos históricos de Jesús, su
presencia en algunos episodios de la historia de Jesús y
particularmente en el drama de la pasión y en la
experiencia pascual.

1. LA FIGURA DE PEDRO EN LOS EVANGELIOS


SINÓPTICOS. Sobre la base de una plataforma tradicional
común, que da razón de los rangos y de los datos
convergentes en la figura y en la función de Pedro, se
desarrolla el trabajo redaccional de cada uno de los
evangelistas. La imagen y el papel de Pedro se integran
con algunos datos particulares sacados de la propia
tradición; además, el perfil de Pedro asume aspectos
particulares según la perspectiva de cada autor. Pero, a
pesar de estas diferencias, es posible recorrer el itinerario
espiritual de Pedro siguiendo la documentación
evangélica.

a) La llamada. Pedro figura entre los primeros discípulos


históricos de Jesús, es decir, forma parte de aquel grupo
de hombres adultos que compartió el destino y el estilo
de vida del maestro en una actividad itinerante a lo largo
de las aldeas de Galilea y en las peregrinaciones festivas
a Jerusalén. El dato común de partida para reconstruir la
imagen evangélica de Pedro es la llamada, que atestiguan
de común acuerdo los tres sinópticos, y también en parte
la tradición joanea. La vocación de Pedro forma parte de
la escena de la llamada de los cuatro primeros discípulos,
constituida por dos parejas de hermanos: por una parte
Pedro y Andrés, y por otra Santiago y Juan. Los cuatro
son pescadores del lago de Galilea. La iniciativa se
remonta a Jesús, el cual con su palabra autorizada los
invita a compartir su destino de mesías y predicador del
reino de Dios. Efectivamente, este episodio se coloca
inmediatamente después del sumario de la actividad
inaugural de Jesús, que anuncia la proximidad del reino
de Dios (Mc 1,15): "Pasando junto al lago de Galilea, vio
a Simón y a Andrés, el hermano de Simón, echando las
redes en el lago, pues eran pescadores. Jesús les dijo:
'Venid conmigo y os haré pescadores de hombres'. Al
instante dejaron las redes y le siguieron" (Mc 1,16-18). A
las palabras de Jesús, que los saca de su actividad
cotidiana proponiéndoles una nueva misión con el estilo y
la autoridad de Dios que llama a los profetas, sigue la
respuesta de los dos hermanos, que se ponen a seguir a
Jesús (Mt 4,18-22).

El tercer evangelista, Lucas, refiere la llamada de Pedro


en un contexto de pesca prodigiosa. Fiándose de la
palabra de Jesús, Simón Pedro y sus compañeros echan
la red al mar y la sacan llena de peces. Este gesto
anticipa proféticamente la misión delos discípulos de
Jesús. Viene a continuación la reacción de Pedro, lo
mismo que en las teofanías bíblicas, y las palabras de
Jesús, que están sustancialmente de acuerdo con lo que
dicen los otros sinópticos (Lc 5,11; cf Jn 21,1-6).

Esta posición preeminente de Pedro, que se remonta a la


iniciativa de Jesús, aparece igualmente en la enumeración
de los doce discípulos que representan el núcleo simbólico
del nuevo pueblo de Dios. El papel primordial de Pedro se
pone de relieve en términos explícitos por parte del
primer evangelista, Mateo: "Los nombres de los doce
apóstoles son: primero (griego, prótos),Simón, llamado
Pedro, y su hermano Andrés..." (Mt 10,2; cf Mc 3,13-19
par; He 1,13). Por consiguiente, gracias a la iniciativa de
Jesús, que constituyó en torno a su persona y actividad
un grupo de discípulos, Pedro se ve asociado a la misión
de Jesús en un lugar de primer plano.

b) El seguimiento. La tradición evangélica sinóptica está


de acuerdo al presentar la figura de Pedro, que mantiene
unas relaciones particulares con Jesús y con su actividad.
En efecto, Jesús se hospeda en Cafarnaún en casa de
Pedro, curando a susuegra (Le 1,26-31 par). Pedro forma
parte del grupo restringido de discípulos que se
distinguen de los otros por participar más de cerca en
algunos episodios de la misión de Jesús. Junto con
Santiago y Juan asiste a la resurrección de la hija de Jairo
(Mc 5,37); junto también con ellos es testigo de la escena
de la transfiguración (Mc 9,2-8) y de la oración dramática
de Jesús en Getsemaní (Mc 14,33 par). A este grupo, al
que se añade ahora Andrés, va dirigido el discurso
escatológico de Jesús (Mc 13,3).

En la historia evangélica Pedro se convierte en diversas


ocasiones en portavoz del grupo de los doce. Así ocurre
en el caso de la curación de la mujer que perdía sangre
(Lc 8,45; cf 12,41; Mc 11,21; Mt 15,15; 18,21).
Particularmente en la tradición de Mateo, la figura y el
papel de Pedro adquieren un relieve mayor, pues Pedro
es asociado al estatuto de Jesús, el mesías y el Hijo de
Dios (Mt 17, 24-24: tributo al templo; cf Mt 14, 28-31).

Entre todos estos episodios evangélicos en los cuales


Pedro desempeña una función activa y representativa del
grupo de los discípulos, destaca el que se conoce como
confesión de Cesarea de Filipo. Es ésta una escena
central en la estructura de los evangelios sinópticos,
porque representa un giro crítico entre el anuncio del
reino de Dios en Galilea y el comienzo del camino hacia
Jerusalén, en donde habrá de consumarse el drama final.
El episodio está centrado en el diálogo entre Jesús y los
discípulos. Cuando Jesús les pregunta: "¿Quién dice la
gente que soy yo?", los discípulos responden a coro
recogiendo las imágenes de la opinión pública: "Unos que
Juan el Bautista, otros que Elías y otros que uno de los
profetas". Entonces Jesús insiste en su pregunta,
apelando directamente al grupo: "Y vosotros, ¿quién
decís que soy?" Entonces respondió Pedro: "Tú eres el
mesías". Y Jesús les ordenó que no se lo dijeran a nadie
(Mc 8,29-30 par). La escena de Cesarea de Filipo en la
triple tradición sinóptica va seguida de un diálogo entre
Jesús y Pedro. Efectivamente, desde aquel momento
Jesús empieza a adoctrinar al grupo de los discípulos
sobre el destino del Hijo del hombre, humillado y
doliente, que al final será condenado a muerte por las
autoridades de Jerusalén, pero al que Dios resucitará el
tercer día. "Esto lo decía con toda claridad. Pedro se lo
llevó aparte y se puso a reprenderle. Jesús se volvió y,
mirando a sus discípulos, riñó a Pedro, diciéndole:
`¡Apártate de mí, Satanás!, porque tus sentimientos no
son los de Dios, sino los de los hombres"' (Mc 8,32-33).
La reacción escandalizada de Pedro frente al anuncio del
fracaso y del destino impotente del mesías es muy
comprensible, ya que está en contradicción con su
imagen del mesías referida unas líneas más arriba. Es
igualmente dura la reacción de Jesús, que llama a Pedro
"Satanás", adversario, porque se opone al plan salvífico
de Dios. En este caso Jesús lo invita a ocupar su puesto,
a seguirle. En efecto, inmediatamente después los
evangelios recogen la instrucción sobre el seguimiento,
que consiste en compartir el destino de Jesús al precio
más alto: la cruz y el riesgo de perder la propia vida.

En resumen, se presenta a Pedro como el prototipo de los


discípulos que siguen a Jesús con sus entusiasmos y con
sus crisis (cf Mc 10,28-31 par). En nombre del grupo o en
primera persona, Pedro es el representante de los que
siguen a Jesús y también el destinatario privilegiado de
las instrucciones del maestro [/ Apóstol/ Discípulo].

c) La crisis. El papel preeminente de Pedro respecto al


grupo de los discípulos históricos aparece con toda
claridad en el contexto de la pasión. Después de la cena
final, los tres evangelios sinópticos recogen unas palabras
proféticas de Jesús relativas a la crisis que habrá de
abatirse sobre el grupo de los discípulos: "Todos tendréis
en mí ocasión de caída, porque está escrito: `Heriré al
pastor y las ovejas se dispersarán'. Pero después
resucitaré e iré delante de vosotros a Galilea" (Mc 14,27-
28). En este momento Pedro, como en otras ocasiones,
toma la palabra para disociarse del grupo de los
discípulos escandalizados. "Pedro le dijo: 'Aunque fueras
para todos ocasión de caída, para mí no'" (Mc 14,19).
Entonces Jesús se dirige expresamente a Pedro y le
anuncia la crisis que se consumará con una negación total
de su Maestro aquella misma noche: "Jesús le dijo: `Te
aseguro que esta misma noche, antes de que el gallo
cante dos veces, me negarás tres'. Pedro insistió:
`¡Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré!'"
(Mc 14,30-31). La negación de Pedro es preparada por la
escena intermedia de Getsemaní. Pedro forma parte del
grupo de los que fueron elegidos por Jesús para que
estuvieran a su lado durante aquella noche. Pero
mientras que Jesús encuentra en la oración insistente y
perseverante la fuerza necesaria para cumplir la voluntad
del Padre, Pedro y los otros discípulos se muestran
incapaces de velar junto a Jesús. Entonces Jesús se dirige
una vez más a Pedro para decirle: "¡Simón!, ¿duermes?
¿No has podido velar una hora? Velad y orad, para que no
caigáis en tentación. El espíritu está dispuesto, pero la
carne es débil" (Mc 14,37-38 par). La debilidad de la
condición humana no robustecida por la fuerza de Dios la
experimentó Pedro primero en el momento del arresto de
Jesús y luego en la noche del proceso y de la
condenación. Según la tradición sinóptica, uno de los que
estaban con Jesús en el momento del prendimiento tomó
la espada con la intención de defender por la fuerza al
maestro y mesías (Mc 14,47 par); Juan dice que se
trataba de Pedro, el cual recibió de Jesús la orden de
devolver la espada a su vaina (Jn 18,10-11). En la
tercera escena se pone de manifiesto la completa crisis
de Pedro, el cual por tres veces, ante las insistentes
preguntas de los que se estaban calentando a la lumbre
en el patio del palacio del sumo sacerdote, reniega de su
maestro. La triple negativa corresponde a la triple
instrucción de Jesús sobre la pasión del Hijo del hombre y
a su triple oración. Pero Pedro, que recorre hasta el fondo
el camino de la crisis que le había anunciado Jesús,
encuentra también la fuerza de la conversión y del
arrepentimiento. Es el recuerdo de las palabras de Jesús
lo que le permite reconocer su fracaso y llorar
amargamente su pecado (Mc 14,66-72 par). Así pues,
Pedro, en la reconstrucción que hacen los evangelios
sinópticos, es la figura paradigmática de todos los que
siguen a Jesús, tanto en la adhesión espontánea como en
la experiencia de la crisis provocada por la duda y por el
miedo en el seguimiento de un mesías humillado y
doliente.

d) La rehabilitación. Los tres evangelios sinópticos


refieren de manera especial con diversos acentos el
cumplimiento de la promesa de Jesús a Pedro: después
de su resurrección él estará de nuevo al frente del grupo
en Galilea (Mc 14,28; cf 16,7; Lc 24, 34). Pero son las
tradiciones de Lucas y de Mateo las que conceden un
relieve particular a esta nueva función de Pedro gracias a
la palabra eficaz de Jesús. Lucas, dentro del contexto del
discurso que siguió a la cena pascual, en el que se define
el estatuto de la comunidad fiel y perseverante, refiere
estas palabras de Jesús: "Simón, Simón, mira que
Satanás ha pedido poder cribaros como el trigo, pero yo
he rogado por ti para que no desfallezca tu fe. Y tú,
cuando te arrepientas, confirma a tus hermanos" (Le
22,31-32). En virtud de la plegaria eficaz de Jesús, Pedro
podrá superar la crisis y la tentación que provienen del
adversario, de Satanás. Y, también gracias a la palabra
de Jesús, Pedro es restablecido en su función de guía de
la comunidad.

Este mismo motivo se encuentra en la tradición de Mateo,


el cual dramatizó la crisis de Pedro en la escena nocturna
del encuentro en el lago. Jesús salva a Pedro de hundirse
en las aguas respondiendo a su invocación: "¡Señor,
sálvame!" (Mt 14,28-31). Pero es en el diálogo posterior
a la confesión mesiánica de Cesarea cuando Jesús revela
y promete a Pedro su función eclesial. En primer lugar, en
respuesta a la confesión de fe cristológica de Pedro: "Tú
eres el mesías, el Hijo del Dios vivo", Jesús
respode: "Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque eso no
te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que
está en los cielos" (Mt 16,17). La declaración de fe de
Pedro se remonta a la iniciativa gratuita del Padre, que
revela su plan salvífico a los "pequeños". Sobre la base de
esta fe Pedro es constituido fundamento, "roca", de la
comunidad mesiánica de Jesús —"mi Iglesia"— y se le
confía la misión de guía autorizado de la misma: "Yo te
digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi
Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra
ella. Te daré las llaves del reino de Dios; y lo que ates en
la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en
la tierra quedará desatado en los cielos" (Mt 16,18-19).
La doble imagen de la roca y de las llaves sirve para
definir la función de Pedro en el ámbito de la Iglesia en
virtud de la palabra eficaz de Jesús. Lo mismo que
el "mayordomo" en la casa real, también Pedro tiene
autoridad en la comunidad mesiánica de Jesús con el
poder de atar y desatar, es decir, según el lenguaje
rabínico de la época, la autoridad de pronunciar
decisiones doctrinales.

En conclusión, la tradición sinóptica reconstruye la figura


y el papel de Pedro sobre una base histórica bien sólida,
ya que se conservan también ciertos datos que no
corresponden en lo más mínimo al proceso de idealización
de los jefes. En segundo lugar, cabe destacar además que
la figura de Pedro es propuesta no sólo como modelo del
discípulo, sino también como representante autorizado y
guía de la comunidad creyente.

2. PEDRO EN LA TRADICIÓN JOANEA. En una


confrontación entre los evangelios y el cuarto evangelio
se obsevan algunas convergencias de fondo sobre la
imagen de Pedro: el nombre, el apelativo Pétros,
su pertenencia al grupo de los doce y la presencia
característica de Pedro en algunos episodios de la pasión
y resurrección de Jesús. Pero el cuarto evangelio puede
utilizar una tradición particular en lo que se refiere a
Pedro, que sirve para completar y puntualizar su perfil
espiritual. Pedro se presenta como el portavoz del grupo
de los doce en la crisis de seguimiento que acompañó al
discurso de revelación sobre el pan de vida. Cuando Jesús
dirige al grupo esta pregunta: "¿También vosotros queréis
iros?", Pedro responde: "Señor, ¿a quién iremos? Tú
tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y
sabemos que tú eres el santo de Dios" (Jn 6,67-69). Esta
declaración de Pedro en nombre de los demás discípulos
es el eco de la tradición sinóptica sobre la confesión
mesiánica de Cesarea de Filipo. Pero está formulada con
los rasgos típicos del cuarto evangelio. Jesús es
reconocido como el enviado de Dios, el único mediador
capaz de comunicar a todos los que lo acogen la vida
plena de Dios. En las palabras de Pedro, que se convierte
en portavoz del grupo de los discípulos históricos, se
advierte la concepción de la fe tradicional de Juan.

Otro rasgo característico de la figura de Pedro en el


cuarto evangelio es la confrontación con el otro personaje
representativo, "el discípulo predilecto de Jesús". Este
último es el intérprete y la garantía autorizada de la
tradición presidida por Juan. Desde el comienzo del libro
de la "gloria" (Jn 13,1) hasta la segunda conclusión (Jn
21,25), aparecen algunos episodios en los que las dos
figuras, la de Pedro y la del discípulo amado, se
mantienen una al lado de la otra en una relación
complementaria. Pedro, durante la cena final, cuando
Jesús anuncia que el traidor está presente en el grupo de
los doce, intenta descubrir quién es preguntándolo a
través del discípulo que se encuentra junto a Jesús (Jn
13,24). En el relato de la pasión, el evangelista advierte
que, mientras que todos los demás discípulos huyeron,
"Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Y este
discípulo, como era conocido del sumo sacerdote, entró
con Jesús en el atrio del sumo sacerdote; pero Pedro se
quedó fuera, a la puerta. Salió entonces el otro discípulo,
conocido del sumo sacerdote, habló a la portera y pasó a
Pedro" (Jn 18,15-16). Pero la escena más significativa
para ver la relación entre estas dos figuras ejemplares es
la visita, el primer día de la semana, al sepulcro de Jesús,
que María de Magdala había encontrado abierto y vacío.
La mujer corre a advertir a Simón Pedro ' al otro discípulo
predilecto de Jesús. Los dos discípulos corren al sepulcro,
y llega primero el discípulo preferido de Jesús: "Se asomó
y vio los lienzos por el suelo, pero no entró. Enseguida
llegó Simón Pedro, entró en el sepulcro y vio los lienzos
por el suelo; el sudario con que le habían envuelto la
cabeza no estaba en el suelo con los lienzos, sino doblado
en un lugar aparte. Entonces entró el otro discípulo que
había llegado antes al sepulcro, vio y creyó" (Jn 20,3-8).
En esta composición aparece la perspectiva joanea en la
presentación de la figura de Pedro en relación con la del
"discípulo" que llega a la fe. Esta confrontación no rebaja
la autoridad de Pedro, sino que la coloca en otro nivel y le
da otra función. Es lo que aparece también en la última
escena pascual, registrada en el epílogo del cuarto
evangelio. Pedro, con otros siete discípulos, vuelve a su
actividad anterior de pescador en el lago de Galilea. En
este contexto, Jesús se hace presente como un personaje
anónimo que camina por la orilla del lago. Tan sólo por
una palabra suya los discípulos obtienen una pesca
extraordinaria. Entonces el discípulo predilecto lo
reconoce como el Señor. Pero es Pedro el que, echándose
al agua, alcanza a Jesús en la orilla. Después de haber
comido el almuerzo que Jesús había preparado a sus
discípulos, se recoge un diálogo en el que Jesús se dirige
a Pedro con estas palabras: "Simón, hijo de Juan, ¿me
amas más que éstos?" (Jn 21,15). La triple pregunta
sobre el amor preside al triple encargo pastoral:
"Apacienta mis corderos-ovejas". La pregunta de Jesús y
la misión pastoral de Pedro entran dentro de la
perspectiva del cuarto evangelio: la rehabilitación de
Pedro y la prolongación de la misión pastoral de Jesús. En
efecto, Pedro es llamado a seguirle como el único
auténtico "pastor": dar la vida por él. Dentro de este
marco tiene lugar la última confrontación con el discípulo
amado: "Pedro, al verlo, dijo a Jesús: `Señor, y éste,
¿qué?' Jesús le dijo: `Si yo quiero que éste se quede
hasta que yo venga, a ti, ¿qué? Tú sígueme"' (Jn 21,22).
De esta manera concluye la presentación de la figura de
Pedro en la tradición joanea, que, en el contexto de la
pasión y de la resurrección, se sitúa en relación de
tensión complementaria con el discípulo autorizado. En
sustancia, la imagen que da de Pedro el cuarto evangelio
confirma la de los sinópticos, acentuando la iniciativa de
Jesús y la función pastoral petrina a partir de la
experiencia de la pascua.

II. PEDRO EN LA TRADICIÓN DE LA PRIMERA IGLESIA. El


papel y la figura de Pedro que se nos ha conservado y
transmitido en los textos evangélicos queda integrado y
ampliado en el ámbito de la primera Iglesia,
especialmente en esos dos filones tradicionales que son el
que se refiere a Lucas, como autor de los Hechos de los
Apóstoles, y a Pablo, cuya actividad y mensaje se
conserva en su epistolario.

1. PEDRO EN LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES. La


presencia de Pedro en la historia de la primitiva Iglesia
que nos presenta Lucas es realmente impresionante,
aunque reservada a la primera parte de los Hechos,
concretamente desde el capítulo 1 al 15. Su nombre en
esta parte de los Hechos se menciona por lo menos 56
veces. Se trata en esta primera sección de la obra lucana
del origen y expansión de la Iglesia en el ambiente judío
de Jerusalén, de Judea y, más tarde, en Samaria, según
el programa que había trazado Jesús resucitado (He 1,8).
El papel activo y directivo de Pedro aparece desde el
principio dentro del grupo de los discípulos históricos, los
apóstoles, los cuales representan la continuidad entre
Jesús y la Iglesia. Por eso es preciso sustituir a Judas, el
traidor, mediante la elección de Matías. Y es Pedro el que
toma la palabra para proponer a la pequeña asamblea
electiva la función "testimonial" de los apóstoles,
garantes de la continuidad histórico-espiritual de Jesús
(He 1,15-26). Igualmente es una vez más Pedro el que,
el día de pentecostés, pronuncia el discurso programático,
prototipo de los anuncios misioneros en los Hechos.
Frente a la reacción de los judíos, que confunden la
experiencia carismática con una exaltación colectiva,
Pedro toma la palabra en medio de los once y da la
interpretación auténtica del fenómeno, como
cumplimiento de las promesas de Dios para los últimos
tiempos. Viene a continuación la proclamación del
mensaje cristiano centrado en Jesús, el hombre
rechazado por las autoridades judías, pero rehabilitado
por Dios. El don del Espíritu es el signo de que Jesús ha
sido entronizado a la derecha de Dios y constituido Cristo
y Señor (He 2,12-36). La predicación de Pedro concluye
con una llamada a la conversión, que da origen a la
primera comunidad cristiana en Je= rusalén (He 2,38-
41). La expansión del movimiento cristiano en el
ambiente de Jerusalén y en Judea ve una vez más a
Pedro en primer plano. El choque con las autoridades
judías del templo y del sanedrín es la consecuencia del
gesto taumatúrgico de Pedro, que, junto con Juan, cura al
paralítico en la puerta Hermosa del templo (He 3,1-
10.11-26). En su primera comparecencia ante el consejo-
tribunal —el sanedrín—Pedro da testimonio de Jesús,
constituido por Dios como único y definitivo "salvador". Y
a la prohibición de las autoridades judías de hablar en
nombre de Jesús, Pedro y Juan responden: "¿Os parece
justo ante Dios que os obedezcamos a vosotros antes que
a él? Nosotros no podemos dejar de decir lo que hemos
visto y oído" (He 4,19-20). Este principio de la libertad
cristiana vuelve a repetirse en la segunda comparecencia
ante el sanedrín judío. Una vez más es Pedro el que, en
medio de los apóstoles, toma la palabra afirmando: "Hay
que obedecer a Dios antes que a los hombres" (He 5,29).

No sólo en la confrontación con las autoridades judías de


Jerusalén, sino también dentro de la joven comunidad
cristiana ocupa Pedro una función directiva, como lo
muestra el episodio ejemplar de Ananías y Safira (He 5,1-
11). Los bienes recogidos para la asistencia de los pobres
en la comunidad son administrados por el grupo de
apóstoles (He 4,35). Pero el autor de los Hechos presenta
a Pedro poniendo al descubierto el intento de la pareja
cristiana de engañar a la comunidad en el uso de los
bienes y anunciando el juicio de Dios, el cual condena a
los que atentan contra el estatuto santo de la comunidad.

También en la expansión de la Iglesia por el ámbito de


Samaria y entre los paganos se presenta a Pedro como
protagonista. En el primer caso, acompañado de Juan,
confirma mediante la imposición de manos la obra
evangelizadora de Felipe entre los samaritanos. Al mismo
tiempo desenmascara, en su confrontación con Simón
mago, el equívoco de un ambiente sincretista que
confunde el don del Espíritu con un poder capaz de ser
comercializado (He 8,17-25). La posición de Pedro en el
proyecto de la misión cristiana reconstruida por Lucas
aparece en toda su importancia en la cuestión de la
admisión de los paganos en la comunidad cristiana como
ciudadanos de pleno derecho. Con la opción del bautismo
de Cornelio, el pagano convertido de Cesarea Marítima,
Pedro establece el principio de la libertad de los paganos
respecto a las restricciones judías. La fe es la única
condición para formar parte del pueblo mesiánico. Esto es
ampliamente documentado por Lucas en dos capítulos
fundamentales de su obra: el Espíritu conduce a Pedro a
superar las barreras étnico-religiosas, aceptando la
invitación del oficial pagano Cornelio, a quien anuncia el
evangelio en su propia casa. El don del Espíritu,
derramado sobre los paganos creyentes, confirma la
revelación de Dios. Pedro entonces los acoge en la
comunidad cristiana mediante el bautismo (He 10,44-48).
Pero esta decisión suya necesita ser defendida en la
comunidad histórica de Jerusalén frente a los convertidos
judíos. Pedro pone de relieve la iniciativa de Dios, a la
que él se ha adherido (He 11,1-18). Este principio de la
salvación de los paganos en virtud de la fe será recogido
en la asamblea de Jerusalén. El problema que planteaba
la conversión de los paganos, después de la misión de
Pablo y Bernabé en la meseta de Anatolia, vuelve a
encender las discusiones y las resistencias de los
convertidos procedentes del judaísmo de Jerusalén. En el
concilio que se reúne para discutir la cuestión, Pedro
apela a la experiencia ejemplar de Cornelio: "Hermanos,
vosotros sabéis que hace mucho tiempo Dios me eligió
entre vosotros para que los paganos oyesen de mis labios
la palabra del evangelio y abrazaran la fe. Y Dios,
conocedor de los corazones, dio testimonio en su favor,
dándoles el Espíritu Santo igual que a nosotros; y no ha
hecho diferencia alguna entre ellos y nosotros,
purificando sus corazones con la fe" (He 15,7-9). De aquí
la conclusión que saca Pedro: no hay que imponer la ley
judía, incapaz de comunicar la salvación, puesto que "nos
salvamos por la gracia de Jesús, el Señor, igual que ellos"
(He 15,11).

A continuación Pedro desaparece de la perspectiva lucana


para dejar sitio a la figura y a la función de Pablo, que
llevará el evangelio hasta los confines de la tierra, según
el programa de Jesús resucitado. Pero antes de cerrar el
capítulo de Pedro, Lucas conserva un recuerdo de su
"pasión" y liberación pascual. El jefe de los doce es
encarcelado después del martirio de Santiago, hermano
de Juan, por Herodes Agripa, el cual con esta política
represiva intenta congraciarse con los ambientes judíos
de Jerusalén. Pero el apóstol es liberado prodigiosamente
durante la noche como en un pequeño éxodo pascual (He
12,1-17). Desde este momento Pedro desaparece del
horizonte histórico lucano. En resumen, se puede decir
que el papel de Pedro es decisivo en el origen de la
primera Iglesia dentro del ámbito judío. Es el
protagonista en algunas opciones programáticas de la
misión, pero también en la dirección de la comunidad de
Jerusalén y de Judea (cf He 9,32-43). Por consiguiente,
desempeña una doble función: animar la misión cristiana
trazando su recorrido ideal y ser el guía autorizado de la
Iglesia.

2. PEDRO EN EL TESTIMONIO DE PABLO Y DE SU


TRADICIÓN. Las cartas auténticas de Pablo tienen un
valor de primer orden para reconstruir la historia de la
misión cristiana y de sus protagonistas, ya que se trata
de textos que es posible fechar con cierta seguridad.
Pablo, el apóstol de los paganos, menciona a Pedro en
sus escritos tanto en relación con la Iglesia histórica de
Jerusalén como en el contexto de su autorización para el
apostolado.

a) Pedro entre las "columnas" de la Iglesia. La mención


más antigua de Pedro en los textos del NT se conserva en
la primera carta enviada por Pablo a la comunidad de
Corinto a mediados de los años cincuenta. En ella Pablo
remite a su actividad de evangelizador en la ciudad de
Corinto, que habría desarrollado al comienzo de dichos
años; refiere el contenido esencial del anuncio evangélico
que dio comienzo a aquella joven Iglesia. Con una
fórmula protocolaria presenta la autoridad tradicional del
evangelio relativo a Cristo, el cual "murió por nuestros
pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y
resucitó al tercer día, según las Escrituras, y que se
apareció a Cefas y luego a las doce" (lCor 15,3-5). Pedro,
mencionado en este texto con el correspondiente arameo
Cefas, es situado en cabeza de la lista de los destinatarios
de la manifestación de Jesús resucitado. Forma parte del
grupo histórico de los doce, y por tanto de los testigos
autorizados y cualificados por la tradición. Unos capítulos
antes, Pablo se había referido a Pedro-Cefas como
modelo ejemplar de la función apostólica, junto con
Santiago y los hermanos del Señor (ICor 9,5-6). Por lo
demás, Pedro, designado siempre con el apelativo
arameo de Cefas, es conocido en la comunidad cristiana
de Corinto, si es cierto que un grupo apela a él como líder
prestigioso para contraponerse a otros grupos que
invocan, por el contrario, a Pablo, a Apolo e incluso al
propio Cristo (1Cor 1,12).

Hasta en la lejanas comunidades cristianas de Galacia, en


donde Pablo había anunciado el evangelio, es conocido
Pedro, el jefe histórico del grupo de los doce.
Efectivamente, Pablo, en la carta dirigida a aquella
Iglesia, recuerda sus encuentros en Jerusalén con Pedro,
el apóstol. Para legitimar su función apostólica y el
contenido y el método de su evangelio, Pablo traza una
rápida reseña de sus relaciones con los dirigentes
históricos de la primera Iglesia. Después de hablar de la
"revelación" de Damasco, Pablo continúa su autobiografía
de este modo: "Al cabo de tres años fui a Jerusalén para
conocer a Cefas, y estuve con él quince días. Y no vi a
ningún otro apóstol fuera de Santiago, el hermano del
Señor"(Gál 1,18-19). Después de esta primera visita a
Pedro, Pablo menciona otra, que tuvo lugar catorce años
más tarde, también en Jerusalén, en compañía de
Bernabé y de Tito. El objetivo de esta segunda visita es el
de confrontar con los dirigentes de la Iglesia el contenido
y el método de evangelización practicado por Pablo entre
los paganos, "para saber si estaba o no trabajando
inútilmente" (Gál 2,1-2). En este encuentro con los
responsables de la Iglesia quedaron plenamente
aprobados el método de Pablo y su legitimidad de
apóstol: "Los dirigentes no me añadieron nada..., antes al
contrario, vieron que yo había recibido la misión de
anunciar el evangelio a los paganos, como Pedro a los
judíos..., y Santiago, Pedro y Juan, que eran
considerados como columnas, reconocieron que Dios me
ha dado este privilegio, y nos dieron la mano a mí y a
Bernabé en señal de que estaban de acuerdo" (Gál 2,7-
9).

El tercer episodio, que recuerda Pablo después de este


signo de mutuo reconocimiento, en el que Pablo insiste
para subrayar su legitimidad de apóstol y la validez de su
método misionero entre los gálatas, es conocido como la
"controversia de Antioquía"(Gál 2,11-14). Se trata de un
contraste de carácter práctico-pastoral sobre las
relaciones de los cristianos de origen judío con los recién
convertidos del paganismo. En la comunidad mixta de
Antioquía los dos grupos cristianos participan en las
reuniones en común. "Cuando Pedro vino a Antioquía, yo
me enfrenté con él cara a caray le reprendí. Pues antes
de que viniesen algunos de parte de Santiago, él comía
con los paganos; pero cuando vinieron, se retrajo y se
apartó por miedo a los judíos" (Gál 2,11-12). Esta toma
de posición y esta resistencia abierta de Pablo al modo de
obrar de Pedro, que contradice su línea teórica y a su
praxis anterior, es un signo de la autoridad que Pablo
atribuye al jefe histórico. En efecto, su ejemplo corre el
riesgo de influir también en losmás estrechos
colaboradores de Pablo, como Bernabé. En defensa de la
"verdad del evangelio", es decir, del contenido esencial
del papel salvífico de la muerte de Jesús y de la
metodología misionera consiguiente, Pablo se enfrenta
abiertamente con Pedro. En realidad, el discurso de
Pablo, referido en la carta, no va dirigido a instruir a
Pedro, sino que quiere recordar cuál es el contenido
esencial del evangelio, contradicho por aquellos que
apelan a la figura de Santiago para imponer las
restricciones judías a los recién convertidos paganos.

b) La tradición petrina. En el canon cristiano se conservan


dos cartas, puestas bajo el nombre y la autoridad de
Pedro [t Pedro, primera carta; / Pedro, segunda carta].
En efecto, en los saludos respectivos el remitente se
presenta como "Pedro, apóstol de Jesucristo", "Simón
Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo" (lPe 1,1; 2Pe 1,1).
En el primer caso la carta va dirigida a los cristianos de la
"diáspora". Así pues, la figura de Pedro se presenta como
la del apóstol autorizado. Es además el "mártir", testigo
de Jesucristo, el "pastor" supremo, para dar autoridad a
sus instrucciones y exhortaciones a los cristianos en crisis
(IPe 5,1-4). En la segunda carta, por el contrario, la
imagen del apóstol está en el fondo como punto de
referencia para avalar la autoridad de la intervención
dirigida a desenmascarar las tendencias de carácter
gnostizante de los grupos disidentes. Pedro es realmente
el que garantiza la tradición auténtica y la fe ortodoxa, "el
conocimiento de nuestro Señor Jesucristo" (2Pe 1,8).
Sobre la base de una tradición ya bien sólida, registrada
en los evangelios, Pedro se presenta como el testigo
histórico de Jesús que puede garantizar la autenticidad
del mensaje cristiano frente a las especulaciones de los
que se desvían: "Porque no os hemos dado a conocer el
poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo basados en
fábulas hábilmente imaginadas, sino como testigos
oculares de su majestad. El recibió de Dios Padre el honor
y la gloria cuando desde la excelsa gloria se le hizo llegar
esta voz: `Este es mi hijo querido, mi predilecto'. Esta
voz bajada del cielo la oímos nosotros cuando estábamos
con él en el monte santo" (2Pe 1, 16-18).
CONCLUSIÓN. Al final de este estudio de reconstrucción
del perfil histórico y espiritual de Pedro se puede admitir,
sin ceder a preocupaciones apologéticas o a tendencias
reductivas, que Pedro ocupa un lugar de primer plano,
reconocido y atestiguado por toda la tradición
neotestamentaria. Pedro es el discípulo histórico de
Jesús, el testigo autorizado de su resurrección y el que
garantiza la autenticidad de la tradición cristiana.
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