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FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS  UNIVERSIDAD NACIONAL DE CUYO

Beatriz BOSCH.
Urquiza, el Organizador.
Buenos Aires, Eudeba, 1963, cap. 5, pp. 37-50.

Capitulo V
Pródromos de Revolución
La gestión progresista de Urquiza y la templanza de sentimientos aparejada
trascienden auspiciosamente. Entre Ríos aparece cual refugio de paz y de trabajo
creador. Ha advenido la hora del regreso de los proscriptos. Antiguos unitarios o
federales, comerciantes, periodistas, militares, educadores, solicitan de manera
directa o indirecta radicarse allá. Desde 1848 se los acoge sin reparos y se los
protege abiertamente. Libros, folletos y extensos oficios de franco tono
subversivo dirígensele al gobernante que suscita positivas esperanzas de
redención. Desde Chile, Domingo F. Sarmiento le dedica Argirópolis en 1850,
volumen relativo a los asuntos de incumbencia del recIamado congreso. Son ellos
los prescriptos en la atribución quinta del artículo 16 del Pacto Federal, es decir,
además del dictado de la Constitución el arreglo de las rentas generales, de la
navegación de los ríos, de las aduanas, etc. Sarmiento realza el futuro de Entre
Ríos bajo un régimen legal eficaz.

El poeta José Mármol en carta del 31 de agosto de 1850 reitera el cuadro del
desequilibrio económico generado por el cierre de los ríos.

“El puerto de Buenos Aires expone continúa siendo la llave de los puertos de
esa provincia, cerrados a la bandera extranjera. Y Vuestra Excelencia sabe
prácticamente todo cuanto tienen que sufrir la industria y el comercio de Entre
Ríos, obligados a pasar sus efectos de exportación por la aduana de Buenos Aires.
La multiplicación de costos y las demoras consiguientes, dan al comercio de las
provincias, no sólo una pérdida considerable, en relación a la exportación
directa, sino también cierta lentitud que se comunica inmediatamente al
desarrollo de la industria sobre que especula el comercio.

Calcular hasta dónde progresará el uno y el otro en una provincia con la riqueza
y la felicidad de Entre Ríos, una vez que sus puertos fuesen abiertos al comercio
directo y la riqueza de su suelo ofrecida a la inmigración; al especulador y al
capital extranjero, sería casi imposible si se atiende a lo que esa provincia ha
progresado en población y riqueza con el bien solamente de algunos años de paz
bajo la administración de Vuestra Excelencia, a pesar del obstáculo ruinoso que
opone a su comercio el gobernador de Buenos Aires, en su sistema de tener
siempre bajo la dependencia de Buenos Aires a las demás provincias de la
República”.

Resuelto y audaz lo incita a convocar un congreso constituyente, asegurándole:


“La mano de Vuestra Excelencia puede imprimir un nuevo movimiento de vida a
la República. El estado de ella y la posición de Vuestra Excelencia lo revelan sin
doblez. Y tanto como será el mérito de saber comprender su posición, será en
Vuestra Excelencia la gloria de haber utilizado de ella en beneficio público”.

En Buenos Aires mismo aumenta el grupo simpatizante, según los informes de su


hijo Diógenes José, recibido de abogado en la universidad porteña. El tema del
congreso lo aborda ya en cartas del mes de diciembre de 1849. A fines del otro
año, ante el temor de alguna actitud precipitada, el vástago respetuoso aconseja
no de mostrar todavía su real pujanza:

“...hasta que el tiempo oportuno le haga aparecer en todo su esplendor y los


más felices resultados para la Nación, a que es necesario presidir para darle una
Constitución y hacerla grande y venturosa. Para que estos resultados sean
seguros, para conseguirlos sin que los pueblos argentinos se ensangrienten es
necesario calma y siempre calma, hasta que la Nación, que ya reconoce su buena
fe, sus servicios y virtudes, se vea libre de algo y lo aclame su jefe supremo. Si
se precipitan, los resultados pueden malograrse, y si se obtienen no son tan
buenos como cuando ellos vienen naturalmente. Es usted muy joven y tiene
demasiado tiempo para esperar”.

Los petitorios de un congreso se basan en el estado actual del país. Tienen su


fuente mediata en el artículo 16 del Pacto Federal de 4 de enero de 1831, donde,
entre otras atribuciones de la Comisión Representativa creada, figura en la
quinta:

“Invitar a todas las demás provincia de la República, cuando estén en plena


libertad y tranquilidad a reunirse en federación con las tres litorales, y a que
por medio de un congreso general federativo se arregle la administración
general del país bajo el sistema federal, su comercio interior y exterior, su
navegación, el cobro y distribución de las rentas generales, y el pago de la deuda
de la República…”.

Hacia 1850 han concluido los conflictos internos v externos. Los unitarios dejan
de representar un peligro luego de la batalla de Vences. En cuanto a las
cuestiones mantenidas por el gobierno de Buenos Aires con Inglaterra y Francia se
solucionan respectivamente en los tratados Arana-Southern (24 de noviembre de
1849) y Arana-Lepredour (31 de agosto de 1850). Las provincias se encuentran al
fin en paz. Por lo demás, repercuten entre nosotros las revoluciones producidas
en 1848 en Francia, Austria, Prusia, Suiza y los estados italianos, a consecuencia
de las cuales se acordaron constituciones donde no regían o se reformaron las
existentes en sentido liberal. Argentina es por entonces el único país de América
carente de las garantías de un régimen de derechos. Justo J. de Urquiza se hará
cargo de la trascendental faena de conquistárselas a su patria.

El 5 de enero de 1851, en un artículo aparecido en el periódico La Regeneración,


que ve la luz en Concepción del Uruguay, se alude a una próxima asamblea
nacional, de cuyo seno ha de salir un mandato de fraternidad y se ha de aclamar
un nombre famoso. Los diarios de Buenos Aires replican que no es tiempo de
otorgar constituciones. Exhuman a propósito una antigua carta dirigida a Juan
Facundo Quiroga, en la que Juan Manuel de Rosas expone su pensamiento
contrario. Urquiza se niega a reprender al autor del artículo, según se le sugiere,
mientras no se le indemnice de ciertas injusticias: la negativa de extraer oro y
pólvora de la plaza de Buenos Aires, el aumento del derecho a las carnes
elaboradas, el desconocimiento de sus méritos militares. Si es por el fondo del
artículo juzgado subversivo, no cree imprudente alimentar la esperanza “...de
una época sobradamente postergada”. Respóndele el doctor Rufino de Elizalde:

“Yo, en particular, fervientemente espero ver esa organización en mis días,


habiendo contribuido a ella”.

Prueba de sus avanzados planes es la iniciación contemporánea de los cursos del


Colegio del Uruguay, establecimiento encaminado a preparar a los núcleos
dirigentes de la nueva era. Con anterioridad, el 13 de abril de 1851, en la
ceremonia de entrega de premios a .un conjunto de alumnos que ingresaría en el
después famoso instituto, el doctor Juan Francisco Seguí secretario de Urquiza
les anuncia ufano

“Representáis el alba de toda una época: la del orden, la del saber, la de la


libertad. Sois el exordio de una historia brillante: la del reinado de las
instituciones”.

En Buenos Aires se pretende salir al paso del clamoreo exaltando a Rosas a una
presidencia de hecho, iniciativa prohijada en el interior por los gobernadores de
Salta, Jujuy, Tucumán y Catamarca, quienes en el mes de abril la proponen
formalmente por intermedio del último. Justo J. de Urquiza denuncia la
maniobra en una circular 3 de dicho mes. Manifiesta a los gobernadores de las
provincias: “Ha llegado el momento de poner coto a las temerarias aspiraciones
del gobernador de Buenos Aires, quien no satisfecho con las inmensas dificultades
que ha creado a la República por su caprichosa política, pretende ahora
prolongar indefinidamente su dictadura odiosa, reproduciendo las farisaicas
renuncias, a fin de que los gobiernos Confederados, por temor o interés mal
entendido, encabecen el suspirado pronunciamiento que lo coloque de nuevo, y
sin responsabilidad alguna en la silla de la Presidencia Argentina”.

Considera en seguida a Juan Manuel de Rosas el único obstáculo “...a la


tranquilidad, orden y futuro engrandecimiento” del país; y anuncia que, cansado
de esperar un cambio razonable en su política, “...ha resuelto al fin ponerse a la
cabeza del gran movimiento de la libertad con que las Provincias del Plata deben
sostener sus creencias, sus principios políticos, sus pactos federativos, no tolerar
por más tiempo el criminal abuso que el Gobernador de Buenos Aires ha hecho
de los altos, imprescriptibles derechos, con que cada sección de la República
contribuyó por desgracia a formar ese núcleo de dificultades, que el General
Rosas ha extendido al infinito, desarrollándolo en su provecho, y en ruina de los
intereses y prerrogativas nacionales”. Únicamente les pide que retiren las
facultades delegadas en Rosas con lo cual “está decidida y ganada la gran
cuestión Argentina”.

Antes del mes, el 1º de mayo de 1851, inicia su revolución. Y empleamos esa


palabra por él siempre usada por adecuarse cabalmente al estricto sentido
jurídico. Por “revolución” se entiende, según tratadistas del Derecho, el
establecimiento de un orden nuevo merced a recursos violentos y con plena
conciencia del cambio que se consuma. Porque el 1º de mayo de 1851 Justo J. de
Urquiza emprende una cruzada constitucionalista. Su objetivo es organizar la
República. Su plan se cumple en etapas fijas, con rigor casi matemático, en
coincidencia con fechas dentro del mes de mayo. Llama a la suya revolución de
Mayo, pues, con sentido de continuidad histórica anhela completar la gesta de los
próceres de 1810: dotar de la Constitución soñada por dos generaciones de
argentinos.

El célebre documento de aquella fecha conocido por “Pronunciamiento”,


nombre impropio por ser de origen castrense comienza con una referencia
irónica a la mala salud del gobernador de Buenos Aires que no le permite
continuar dirigiendo las relaciones exteriores, ni los asuntos de paz y guerra de la
Confederación Argentina. Motivo por el cual el pueblo entrerriano le acepta la
renuncia correspondiente, reasume “el ejercicio de las facultades inherentes a
su territorial soberanía” y queda “...en actitud de entenderse directamente con
los demás gobiernos del mundo, hasta tanto que congregada la asamblea
nacional de las demás provincias hermanas, sea definitivamente constituida la
República”. En él se menciona el Pacto Federal de 4 de enero de 1831 que, como
vimos, creara el régimen de confederación vigente, caracterizado por la
flexibilidad que discierne a los contratantes en cuanto a las relaciones entre sí o
con el exterior. La historia de los Estados Unidos de Norte América durante el
período de Confederación (1778-1781) depara ejemplos de Estados que pactan
aisladamente con Inglaterra y otras potencias. Entre nosotros las provincias de
Cuyo suscribieron un convenio con Chile en 1835 y la de Corrientes, con Paraguay
en 1845.

Revolucionario es también el cambio espiritual reportado por la abolición del


lema “¡Mueran los salvajes unitarios!” y su reemplazo por el de “¡Mueran los
enemigos de la Organización Nacional” Con reminiscencias de los conceptos de
fraternidad encomiados en el Dogma Socialista, se lee en los fundamentos del
respectivo decreto de igual fecha, que el partido unitario puede ser inadecuado y
erróneo, “pero no digno de ser contado entre los crímenes de lesa patria, porque
su teoría es compatible con la honradez, con la virtud y el patriotismo”,
Además, se trae el recuerdo del común origen y de compartidas glorias, con el
imperativo consiguiente de “...extender un denso velo sobre los pasados errores,
para uniformar la opinión nacional contra la verdadera y única causa de todas las
desgracias, atraso y ruina de los pueblos confederados del río de la Plata”.

Reitera Urquiza la índole constitucionalista de su nueva empresa en las proclamas


del 25 de Mayo. En la dirigida a los pueblos confiesa la esterilidad de su brega
anterior.
“Veinte años hace que, después de una lucha sangrienta alimentada con los
errores de la anarquía, brotó en las márgenes del río Paraná, la esperanza
consoladora del orden y de la organización nacional. Un hombre se presentó en
la escena política y simulando ideas constitucionales y amor a la confraternidad
de las provincias argentinas, fue saludado por los pueblos y distinguido con su
ilimitada confianza. Ese hombre abrigaba sin embargo en su corazón intenciones
siniestras, y no dominaba en su cabeza otra pensamiento que el de elevarse
sobre las ruinas de la dignidad nacional, haciendo pedazos en las aras de su
ambición los ricos anales de valor y de gloria, que nos habían legado nuestros
padres”.

Agrega más adelante:

“Vuestro sufragio en favor de Rosas fue para que constituyera esa Nación que es
nuestra. Pero él sólo quiere oprimiros…”.

En la lanzada a las tropas, corrobora:

“La hora de la organización y del triunfo de la República acaba de sonar en el


gran reloj del destino. Los pueblos del Plata, cuyos sacrificios heroicos ningún
resultado han producido de interés nacional, merced a la infecunda, estrecha
política del General don Juan Manuel de Rosas, hacen oír su elocuente voz para
reclamar los derechos preciosos con que lo facultaron un día, en la dulce
esperanza de ver constituida esa confederación del Plata, cuyo sostenimiento ha
costado arroyos de sangre, fortunas cuantiosas y mil vidas ilustres inmoladas
ante difíciles situaciones fomentadas por un solo hombre”.

El destino se presenta propicio al ensueño lejano del comandante.

Agenda de lecturas
La correspondencia de Diógenes J. de Urquiza la dimos a conocer en nuestro libro
Urquiza Gobernador de Entre Ríos 1841-1852. Paraná, 1940; la carta de Mármol
en Presencia de Urquiza con una selección documental. Buenos Aires, Raigal,
1953; el discurso de Seguí, en El Colegio del Uruguay. Sus Orígenes - Su edad de
oro. Buenos Aires, 1948; los demás documentos se encuentran reunidos en
Presencia de Urquiza.

Capítulo VI
Diplomacia y guerra
Un lustro de proficuas experiencias corre entre 1846 y 1851. Al cabo, el
gobernador de Entre Ríos puede respaldar ampliamente su desafío, sea por el
alcance de los recursos propios, sea por el aporte complementario de oportunas
alianzas. Todo ha sido previsto en el detalle. El plan actual no difiere
mayormente del de 1846: finca como entonces, en la acción coordinada de las
dos provincias del litoral. El acuerdo con la de Corrientes se decide en una
conferencia celebrada en Concordia en el mes de setiembre de 1850 con el
gobernador Benjamín Virasoro. En respuesta a la circular de 3 de abril, el pueblo
correntino retira a Rosas el encargo de mantener las relaciones exteriores y
reasume la soberanía territorial veinte días después que el entrerriano: el 21 de
mayo de 1851. Los dos ejércitos reunidos suman 15.930 hombres. Es necesario,
sin embargo, contar con auxiliares. Así como en 1846, se busca, también ahora,
el concurso de Paraguay. El 2 de abril se comisiona al efecto al doctor Nicanor
Molinas. El Presidente Carlos Antonio López vuelve a negarse, a pesar de la
promesa de reconocimiento de la independencia.

La cooperación uruguaya se ofrece de continuo desde 1846, según vimos, pero se


la acepta sólo a comienzos de 1851. Urquiza se vale de insospechados emisarios,
uno de los cuales, el catalán Antonio Cuyás y Sampere, propietario de campos y
naviero, ha de revelar en la ancianidad las misteriosas andanzas. En sus
frecuentes viajes a Montevideo, este sagaz hombre de negocios visita desde los
primeros meses de 1850 al ministro Manuel Herrera y Obes y al director del diario
Comercio del Plata, Valentín Alsina, interiorizándolos con cautela de las miras de
su mandante.

El 13 de enero de 1851 el doctor Herrera y Obes comunica al plenipotenciario en


Río de Janeiro, Andrés Lamas: “...Al fin he logrado contestación de Urquiza a
mis aperturas”. Días más tarde Cuyás y Sampere se entrevista con el encargado
de negocios del Brasil, Rodrigo de Souza da Silva Pontes. El celoso funcionario
informa inmediatamente de la novedad al canciller Paulino José Soares de Souza,
quien el 11 de marzo ordena entrar en negociaciones con Urquiza.

El 3 de abril se embarca Cuyás rumbo a Gualeguaychú portador de propuestas de


aquél, el mismo día en que Urquiza suscribe la circular a los gobernadores, cuya
copia llega a manos de Herrera y Obes el 9 por la vía de otro agente oculto:
Manuel Muñoz. Al enterarse de la circular el canciller Soares de Souza escribe a
Silva Pontes el 22: “...aunque no tenemos una inteligencia directa y terminante
con Urquiza, espero con impaciencia la vuelta de Cuyás”.

El catalán retorna a Montevideo el 16, muñido de una credencial del jefe


entrerriano fechada el 10. En conocimiento de las instrucciones superiores, Silva
Pontes las trasmite a Urquiza el 4 de mayo. Y desde San José, el 20 de mayo de
1851, el gobernador de Entre Ríos notifica al diplomático del Imperio:

“Regresa el señor D. Antonio Cuyás y Sampere con poderes bastantes para


concluir la negociación o tratado de alianza. Usted ve que no lo he demorado;
sin embargo que la altura que intentan elevar a Rosas me asegura más el
triunfo. Si el Brasil, que tiene tan justos motivos para hacer la guerra a Rosas,
me custodia el Paraná y el Uruguay, yo le protesto por mi honor derribar a ese
monstruo político enemigo del Brasil y de toda nacionalidad organizada”.

El último párrafo denuncia el real motivo de la alianza solicitada: la carencia de


una escuadra protectora del proyectado pasaje de los grandes ríos.
Herrera y Obes, Silva Pontes y Cuyás suscribieron, al fin, un tratado de alianza.
Interesa por el momento pacificar la República Oriental del Uruguay y proceder a
elegir allí presidente, Si el gobernador de Buenos Aires hostilizara a alguno de los
contratantes, la alianza se volvería contra él. Tal es, en síntesis, el contenido del
convenio de 29 de mayo de 1851.

La campaña contra el general Manuel Oribe se inicia el 18 de julio. Le es violento


a Urquiza combatir a sus amigos de ayer no más. Por ello invita a muchos
oficiales uruguayos a pasarse a sus filas, logrando predisponer el ambiente en el
sentido de la paz. Con el general Ignacio Oribe, hermano del Presidente, se
sincera en una carta emotiva. Indícale el 10 de mayo:

“Mi silencio y mis sacrificios han tenido dos objetos: primero destruir el partido
de los unitarios cuyas opiniones pugnan con la voluntad de los pueblos
enérgicamente pronunciados por el sistema federal; y segundo, restablecer y
asegurar la paz pública, con la halagüeña esperanza de que ese hombre que
nosotros habíamos elevado al poder, y en quien habíamos depositado tanta
confianza, no desmentiría de los principios fundamentales del pacto que nos une
y ha proclamado, con la esperanza de que, destruido el bando unitario que se
oponía a las instituciones suspiradas por los pueblos, estableciese el cuerpo
nacional, que dictase la Carta Constitucional sobre las bases sancionadas por la
opinión pública. He aquí por lo que he combatido y he hecho todo lo que usted
sabe, hasta humillamos”.

A los decretos revolucionarios del 1º de mayo se responde en Buenos Aires con


gran alboroto. Desde la diatriba periodística a las disposiciones de los poderes
públicos, se recorre toda la gama del insulto y de la amenaza contra el
gobernador de Entre Ríos y sus aliados. Destaquemos la declaración de guerra a
Brasil (18 de agosto) y las leyes de 20 de setiembre, por las cuales los miembros
de la legislatura porteña ponen sus fortunas, vidas y fama a disposición de Rosas,
mientras se le desconoce a Urquiza la investidura de gobernador y la jerarquía de
general, dejándolo fuera del amparo de las leyes. En las provincias se procede
con idéntica saña: al loado vencedor de India Muerta y Vences se le aplican por
ley los epítetos de “loco”, “traidor”, “vándalo”, “salvaje unitario”, etc.

La campaña sobre la República Oriental del Uruguay se convierte en un paseo


militar, pues, sabido el cruce del ejército entrerriano-correntino los
destacamentos de Oribe se repliegan sin ofrecer batalla. El 8 de octubre se firma
la capitulación del Pantanoso, documento de inusitada magnanimidad. En él
Urquiza reconoce la actuación del ejército de Oribe, así como su obra de
gobierno, echando en olvido los distingos partidarios. En suma, “...se declara que
entre las diferentes opiniones en que han estado divididos los orientales no
habrá vencidos ni vencedores, pues, todos, deben unirse bajo el estandarte
nacional para bien de la patria y para defender las leyes y su independencia”.

Es la anterior otra muestra del nuevo espíritu instaurado por el entrerriano desde
el 1º de mayo. A poco se complementa con los decretos de 4 y 6 de noviembre,
en cuya virtud desaparece el lema ¡Mueran los enemigos de la organización
nacional” reemplazándolo por el de “¡Viva la Confederación Argentina!”
simplemente y se permite en lo venidero el libre uso de los colores azul y verde,
prohibidos por la dictadura.

Aquellas leyes bonaerenses de los meses de agosto y setiembre configuran el caso


previsto en el convenio de 29 de mayo: la guerra llevada por Rosas a dos de los
contratantes. Un acuerdo más amplio se firma el 21 de noviembre entre el
Imperio del Brasil, la República Oriental del Uruguay y los Estados de Entre Ríos y
Corrientes. En el artículo 1º se hace presente:

“Los estados aliados declaran solemnemente que no pretenden hacer la guerra a


la Confederación Argentina, ni coartar de cualquier modo que sea la plena
libertad de sus, pueblos, en el ejercicio de sus derechos soberanos que deriven
de sus leyes y pactos, o el de independencia perfecta de su nación. Por el
contrario, el objeto único a que los Estados aliados se dirigen, es libertar al
pueblo argentino de la opresión que sufre bajo la dominación tiránica del
gobernador don Juan M. de Rosas, y auxiliarlo para que organizado en la forma
regular que juzgue más conveniente a sus intereses, a su paz y amistad con los
Estados vecinos, pueda constituirse sólidamente, estableciendo con ellos las
relaciones políticas y de buena vecindad de que tanto necesitan para su progreso
y engrandecimiento recíproco”.

La iniciativa de las operaciones bélicas corresponde a los Estados de Entre Ríos y


Corrientes: Brasil y Uruguay actúan como meros auxiliares. General en jefe del
ejército aliado se designa a Urquiza; se estipula el armamento de las tropas, los
gastos de manutención, etc., concediendo Brasil un empréstito de guerra, cuya
deuda se reconocerá por el futuro gobierno constituido.

Se forma así el Grande Ejército Aliado de la América del Sur, fuerte de 28.189
hombres, al que se incorpora la mayoría de los antirrosistas expatriados. Una
imprenta volante al cuidado de Domingo F. Sarmiento, el escritor y periodista
que se traslada desde Chile, difunde boletines informativos de las frecuentes
adhesiones. El 23 Y el 25 de diciembre se pronuncian a favor los pueblos de Santa
Fe y Rosario, respectivamente. De tal manera el litoral argentino se alinea en la
causa constitucionalista. En todas las proclamas Urquiza insiste en sus propósitos
de organización constitucional. En la de 10 de diciembre afirma:

“La campaña que vamos a emprender es santa y gloriosa, porque en ella vamos a
decidir la suerte de una gran nación, que veinte años ha gemido bajo el pesado
yugo de la tiranía del dictador de los argentinos, y a completar la grande obra
de la regeneración social de las repúblicas del Plata, para que dé principio la
nueva era de civilización, de paz y de libertad, y se ciegue para siempre el
abismo donde el tirano quería sepultar las glorias, el valor y hasta el renombre
de los argentinos”.

Después de atravesado el río Paraná ratifica que sus intenciones “...no son otras
que ver a la heroica Confederación Argentina organizada, feliz, poderosa, y a sus
hijos, que son mis hermanos, viviendo bajo el amparo de las leyes que, en los
pueblos civilizados protegen la vida y la propiedad de sus ciudadanos”.

El 3 de febrero de 1852 se libra la batalla decisiva. En los campos de Monte


Caseros (hoy estación El Palomar F. C. N. S. M.) en las cercanías de Buenos Aires,
los 46.600 hombres de Rosas sufren completa derrota. Antes de concluir la
jornada, el dictador se retira, redacta apresuradamente su renuncia y busca
refugio en casa del plenipotenciario británico. Tres días más tarde, protegido
siempre por la bandera inglesa, se embarca hacia el puerto de Southampton,
donde pasará el resto de su vida.

Agenda de lecturas
La historia de los convenios con Brasil se estudia en: José Antonio Soares de
Souza, A vida do Visconde do Uruguay, caps. XII y XIII. Río de Janeiro, 1944. Las
actividades de Cuyás y Sampere se relatan en su libro Apuntes históricos sobre la
provincia de Entre Ríos en la República Argentina. Mataró, 1888. La reacción
porteña la ofrece: Adolfo Saldías, Historia de la Confederación Argentina, Rozas y
su época, tomo V, cap. LXV. Buenos Aires, La Facultad, 1911. La carta a Ignacio
Oribe la trae Martín Ruiz Moreno, La revolución contra la tiranía y la organización
nacional, tomo 1, pp. 302-303. Rosario, La Capital, 1905. Los textos de los
convenios y proclamas figuran en nuestro libro Presencia de Urquiza.

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