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FACULTAD DE FILOSOFÍA
TRABAJO FIN DE GRADO
Grupo 5
Septiembre 2016
39.276 caracteres
Índice
Resumen ........................................................................................................................... 2
Construcción y ruina....................................................................................................... 16
Bibliografía ..................................................................................................................... 16
1
Resumen
Este trabajo tiene por objeto ofrecer un primer acercamiento a las líneas principales del
pensamiento de Jacques Derrida. Para ello, se tomará como punto de apertura la
reflexión derridiana en torno a la noción de signo recogida en Saussure. Esta reflexión
servirá de hilo argumental para exponer la crítica de Derrida al logofonocentrismo, en
especial a la oposición metafísica entre habla y escritura. Seguiremos el camino ya
andado por Derrida en una parte de su De la gramatología y expondremos a partir de
ahí la parte positiva de su pensamiento donde se introducen términos nuevos
(deconstrucción, gramatología, différance) y se desarrollan nuevas nociones de los
términos metafísicos conservados (huella).
Autor y obra, sujeto y objeto, acción y pasión, son vínculos todos ellos que
presentan en la tradición filosófica una relación vertical, una dependencia asimétrica
donde tan sólo uno de los dos términos ocupa un lugar privilegiado. La obra, el objeto
producido, se hace presente sólo cuando existe un actor que la hace posible. Este sujeto
de la acción, antes de ser actor, es conciencia, una conciencia que, como la primera
autoconciencia de Hegel, es consciente de sí antes que de cualquier otra cosa. Una
2
primera conciencia que es presencia para sí y origen de todo lo que sigue1. El sujeto, la
sustancia, el nombre tienen un lugar sobresaliente en la historia de la metafísica.
Ocupan el centro de un espacio ontológico que, en realidad, les viene demasiado grande.
La propia constitución de estos elementos metafísicos revela —aun sin saberlo— que
existen fallas, pequeños huecos y fisuras que permiten vislumbrar que nos encontramos
ante un sistema que quiere cerrarse pero que no se cierra nunca. Y no se cierra porque
no puede. La metafísica, en la medida en que quiere ser segura, en la medida en que
manda callar a todo cuanto la perturba, se delata.
Derrida señala esas fallas, busca en los conceptos propios de nuestra tradición —
como lo son, por su parte, subjetividad, arte, autor y obra— las pequeñas grietas que
hacen tambalear no sólo la íntima relación entre arte y subjetividad, sino toda la historia
de la metafísica. En esto consiste el pensamiento de Derrida: en saber leer los rastros
ilegibles de la tradición filosófica, que calla demasiado aun cuando está hablando a
gritos.
1
«Pero ¿no se puede concebir una presencia y una presencia para sí del sujeto antes de su habla o su
signo, una presencia para sí del sujeto en una conciencia silenciosa e intuitiva?» (Derrida, 1968:14).
3
sedimentar toda la filosofía tradicional, fundiendo las bases que aseguraban su
estabilidad y asumiendo, no obstante, la imposibilidad de aniquilarla.
4
El logos es el pensamiento mismo del sujeto originario y creador, es su producto,
y se presenta a través de la voz. La voz sería, para la metafísica tradicional, el medio
inmediato que se vincula de forma natural con la conciencia; es el modo de manifestarse
del logos. Así, el logos cobra importancia únicamente cuando está ligado a la presencia,
cuando tiene un sujeto detrás que está en condiciones de responder por él al instante. El
hablante se oye hablar, y habla a otro (o a sí mismo) que está también presente:
El logos es un hijo, pues, y que se destruiría sin la presencia, sin la asistencia presente de su
padre. De su padre que responde. Por él y de él. Sin su padre no es ya, justamente, más que una
escritura. Es al menos lo que dice el que dice, es la tesis del padre. La especificidad de la
escritura estaría relacionada, pues, con la ausencia del padre (Derrida, 2007:113).
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Saussure y la metafísica
Saussure no es un filósofo. Sus innovaciones en el campo de la lingüística no aspiran a
tomar una posición acerca de la explicación de la realidad y, sin embargo, resulta de
gran interés a Derrida por diversas razones que están muy próximas a la filosofía. En
primer lugar, el punto central de todo el planteamiento de Saussure, que es la noción de
signo, refleja una estructura que está comprometida con la metafísica tradicional. El
habla ocupa un lugar nuclear en el estudio del lenguaje y, de forma consecuente con
esto, la escritura se comprende sólo parcialmente, quedando restringida a un tipo muy
específico: la escritura fonético-alfabética. En la primera parte de este apartado
mostraremos el soporte metafísico que guarda la teoría lingüística de Saussure,
especialmente a través de lo expresado por Derrida en De la gramatología.
2
A este respecto, vide Saussure, 1983:73-82.
6
lengua, pero ésta no se traduce en la suma de todas las expresiones caprichosas de los
hablantes particulares, sino que es, más bien, un sistema de signos autónomo y sujeto a
reglas internas que hacen posible la comunicación entre los miembros de una sociedad.
Aun en el caso de que este detalle no tuviera más propósito que el de realizar una
clasificación sistémica para dotar a la lingüística de un lugar central en todo el dominio
sígnico, lo que sí es cierto es que con este apunte Saussure abre camino a una nueva
ciencia, la ciencia de los signos en general. Esto no pasará desapercibido para Derrida,
pues será un acicate para rechazar el carácter específico del signo lingüístico —siervo
aún de la tradición metafísica— y para proponer el término huella, como veremos más
adelante.
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Así, pues, parece claro que la teoría del signo de Saussure sigue siendo presa de
una metafísica que pone en su núcleo la voz y el pensamiento, y la presencia ante sí a
través de la voz. En consecuencia, deja de lado la contraparte de la lengua, la escritura:
«Lengua y escritura son dos sistemas de signos distintos; la única razón de ser del
segundo es la de representar al primero» (Saussure, 1983:92). Reduce, así, la escritura a
mera representación del lenguaje hablado, el cual es, a su vez, el medio por el cual se
transmite el sentido. La escritura es, por consiguiente, «mediación de mediación» (Cfr.
Derrida, 1971:19). Saussure dedica un espacio relevante en su Curso a marcar la línea
divisoria entre el objeto de la ciencia del lenguaje y su doble, su instrumento, su modelo
de representación. Indica los errores y los peligros de la irrupción de la escritura en el
conocimiento científico, la cual lucha por usurparle el trono a la palabra hablada. Hace,
así, de la escritura un niño marginado, lo excluye del juego del sentido.
Pero todo esto nace de una trampa. Saussure opone la lengua en general a un
sistema de escritura particular: la escritura fonético-alfabética. Toma la escritura como
algo ajeno al lenguaje, pero sólo tiene en cuenta un tipo concreto de escritura3. Ésta es
una trampa, pese a todo, inocente. Saussure no reduce la escritura por un deseo de
perpetuación de los presupuestos metafísicos tradicionales, sino que se trata, más bien,
de un reflejo no intencionado del privilegio del habla frente a un tipo de escritura que
hizo posible la implantación de la lingüística como ciencia:
Esta determinación representativa, además de comunicar sin duda esencialmente con la idea de
signo, no traduce una elección o una evaluación, no expresa una presuposición psicológica o
metafísica propia de Saussure, sino que describe o más bien refleja la estructura de un
determinado tipo de escritura: la escritura fonética, aquella de la que nos servimos y en cuyo
elemento la episteme en general (ciencia y filosofía), la lingüística en particular, pudieron
instaurarse (Derrida, 1971:41).
3
«... ¿por qué un proyecto de lingüística general, concerniente al sistema interno en general de la
lengua en general, esboza los límites de su campo excluyendo, como exterioridad en general, un sistema
particular de escritura, por más importante que sea y aunque, de hecho, fuese universal?» (Derrida,
1971:52).
8
mero signo representativo de un signo lingüístico4. Y, de la misma manera, la lengua no
es fónica exactamente: «... la lengua es una convención y la naturaleza del signo en que
se conviene es indiferente. La cuestión del aparato vocal es, pues, secundaria en el
problema del lenguaje» (Saussure, 1983:75). Poco importa en la lengua la materia de la
que estén hechos sus signos porque lo relevante es cómo se organizan dentro del
sistema5. Los signos lingüísticos no son más —ni menos— que participantes de un
juego.
4
A este respecto resulta ilustrativo el juego que Derrida realiza con la distinción différence/différance.
Un juego vocálico que es meramente gráfico y no fónico, aun cuando se produce en el seno de la escritura
fonética:
Sin duda este silencio piramidal de la diferencia [différence] gráfica entre la e y la a no puede funcionar
sino en el interior del sistema de la escritura fonética, y en el interior de una lengua o de una gramática
históricamente ligada a la escritura fonética así como a toda la cultura que le es inseparable. Pero diré que
ello mismo —este silencio que funciona en el interior solamente de una escritura llamada fonética— señala
o recuerda de manera muy oportuna que, contrariamente a un enorme prejuicio, no hay escritura fonética
(Derrida, 1968:4).
Así, pues, es precisamente la escritura fonética la que se destruye a sí misma (y desde sí misma) para dar
paso a una transgresión que trascienda la propia noción de escritura. Un paso que no puede darse más que
de forma interna. En esto consiste la deconstrucción.
5
Saussure no será el último en emplear como sistema análogo al del lenguaje el juego de ajedrez:
Aquí es relativamente fácil distinguir lo que es interno de lo que es externo: el que haya pasado de Persia a
Europa es de orden externo; interno, en cambio, es todo cuanto concierne al sistema y sus reglas. Si
reemplazo unas piezas de madera por otras de marfil, el cambio es indiferente para el sistema; pero si
disminuyo o aumento el número de las piezas tal cambio afecta profundamente a la «gramática» del juego.
[...] es interno todo cuanto hace variar el sistema en un grado cualquiera (Saussure, 1983:89).
6
Cabe mencionar lo iluminador que resulta el libro Texto y deconstrucción, de Cristina de Peretti (v.
Bibliografía). Concretamente, en relación a lo que Derrida considera como los dos intentos —externo e
interno— de enfrentarse a la tradición metafísica (el de Marx y el de Heidegger), vide p. 126. Por otra
parte, para una exposición sobre las divergencias entre la deconstrucción y la hermenéutica, vide p. 151 y
ss.
9
signo observando los badenes y los baches, y de encontrar en él las grietas por donde
desea escapar y con las que termina por arrollarse a sí mismo.
7
Ya hemos señalado supra que el signo es una unidad heterogénea y, por ello, Saussure trata el tema
del valor lingüístico desde sus dos aspectos (cfr. Saussure, 1983:187-193).
10
Por lo tanto, «... en la lengua no hay más que diferencias» (Saussure, 1983:193). El
valor del significante no está en él, sino en su relación con el resto de significantes; del
mismo modo el valor del significado está determinado por cómo se establecen las
relaciones con el resto de conceptos que se encuentran en el sistema. Parece, pues, que
tanto el significado como el significante son remisiones a otro(s), la manifestación de un
algo que no está en ellos; su ser consiste en remitir a otro ya que por sí mismos no
tienen significación. De acuerdo con esto significante y significado aparentan ser la
misma cosa, y sin embargo antes hemos visto que hay una cierta diferenciación
cualitativa.
8
Así señala Derrida:
11
La teoría saussuriana acerca del signo es un gran intento por poner fin al significado
trascendental y por eliminar del lenguaje cualquier carácter trascendente. Sin embargo,
acaba asumiendo acríticamente los supuestos trascendentes de la metafísica.
Las grietas de la teoría saussuriana no acaban aquí. Otra de las fallas reside en la
oposición metafísica entre habla y escritura. Como ya vimos supra, Saussure afirma que
la escritura es un sistema de signos cuya función es la de representar el sistema de la
lengua. Sin embargo, el carácter arbitrario y diferencial del signo no se aplica
únicamente al signo lingüístico, sino a todos los signos, incluidos los signos gráficos.
Esto quiere decir que la relación entre el signo y aquella otra cosa a la que el signo
remite es arbitraria, a diferencia del símbolo9; y esta arbitrariedad se da también en los
signos gráficos. En consecuencia, resulta contradictorio que el grafema sea al tiempo
representación y signo:
No se trata sólo de que el fonema sea lo inimaginable en sí mismo, y que ninguna visibilidad
pueda parecérsele, sino que es suficiente tener en cuenta lo que dice Saussure de la diferencia
entre el símbolo y el signo para no comprender cómo puede decir de la escritura,
simultáneamente, que es «imagen» o «representación» de la lengua, y por otra parte definir la
lengua y la escritura como «dos sistemas de signos distintos». Pues lo propio del signo es no ser
imagen (Derrida, 1971:59).
Pero además, si los signos gráficos son realmente signos, ¿qué disimilitudes habría entre
el significante fónico y el significante gráfico? Si la diferencia es lo que caracteriza al
signo, y ésta consiste en no atender al elemento material y constitutivo del signo —pues
no habría en realidad tal cosa— sino a las diferencias que guarda el signo con el resto de
9
En el símbolo habría una cierta motivación, un «rudimento de vínculo natural entre significante y
significado» (Saurrure, 1983:140). El símbolo, para Saussure, sería una imagen —algo tosca,
ciertamente— de aquello a lo que significa.
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elementos del sistema, entonces nos situamos de nuevo en una encrucijada10. Por un
lado, si se afirma que la escritura es imagen de la lengua y se mantiene, a su vez, que los
signos gráficos son signos, entonces se pierde el carácter arbitrario y diferencial del
signo, y, por consiguiente, los signos dejan de ser signos (pues eso es lo que les
caracteriza); y, por otro lado, si lo arbitrario y la diferencia se aplican a todos los signos,
entonces se pierde la distinción entre significante fónico y significante gráfico, pues no
habría ningún rasgo positivo que pudiera distinguirlos en lo que respecta a su estructura
funcional11. Uno y otro no serían más que trazas, huellas que se graban recordando
siempre a otras huellas, las cuales están inscritas ellas también.
Aquí sale a la luz que cuando se aparta a la escritura del estudio del lenguaje,
cuando se la destierra del juego del sentido, aparece de nuevo como un mal sueño. Pero
aparece sin restricciones. La escritura que descubrimos ahora ya no es la escritura
segundona, dependiente de la voz, a la que se echó fuera; esta escritura no ha estado
fuera nunca. La nueva escritura ha estado ahí siempre, pero en ninguna parte; es la que
hace posible el lenguaje:
Pero inversamente, como decíamos más arriba, es en el momento en que ya no se trata de manera
expresa de la escritura, en el momento en que se ha creído cerrar un paréntesis sobre este
problema, cuando Saussure libera el campo de una gramatología general. Que no sólo ya no
estaría excluida de la lingüística general, sino que la dominaría y la comprendería. Entonces se
percibirá que quien era arrojada fuera de las fronteras, la errante proscripta de la lingüística,
nunca dejó de obsesionar al lenguaje como su primera y más íntima posibilidad (Derrida,
1971:57).
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Ya lo señalamos previamente e insistimos una vez más: Saussure recalca en varios pasajes que lo
importante del signo —de cualquier signo— no es su elemento material sino las reglas de su sistema, es
decir, las conexiones entre los componentes de dicho sistema. Así en la lengua:
Esto es más cierto todavía en el significante lingüístico; en su esencia, de ningún modo es fónico, es
incorpóreo, constituido, no por su sustancia material, sino únicamente por las diferencias que separan su
imagen acústica de todas las demás (Saussure, 1983:192).
Y así también la escritura:
... los valores de la escritura no funcionan más que por su oposición recíproca en el seno de un sistema
definido, compuesto por un número determinado de letras. [...] Siendo el signo gráfico arbitrario, poco
importa su forma, o, mejor, sólo tiene importancia en los límites impuestos por el sistema (Saussure,
1983:193).
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La escuela de Copenhague, donde se encuentra Hjelmslev como fundador de la glosemática,
resolvió este problema librando al signo de toda carga material. Introduce el término cenema (a partir del
griego kenos, ‘vacío’) con el que resalta el carácter insustancial del signo (Černý, 2006:178). Sitúa, así,
tanto al habla como a la escritura en un nivel neutral: los deja fuera. Esto será criticado por Derrida, pues
dirá que la glosemática se mantiene todavía, pese a sus intentos, en espacios conceptuales restringidos:
«En lo que puede tener de liberador e irrefutable, la glosemática opera aún con un concepto corriente de
escritura» (Derr, 1971:78).
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Del signo a la huella: la gramatología
La escritura es el origen del lenguaje. Esto, que podría parecer una inversión de la
jerarquía que imperaba, no lo es realmente. Derrida, al poner en duda la autoridad del
habla en pro de la escritura, no ha cambiado los papeles, ha revuelto el guion. Nos
encontramos ante una nueva noción de escritura, mucho más general y que poco tiene
que ver con el concepto limitado de escritura fonético-alfabética. Esta nueva escritura
—a la que también pondrá el nombre de archiescritura—, que aparece tras la licuación
de los fundamentos epistemológicos que mantenían firme la noción de ciencia, abre la
pregunta por la posibilidad de la gramatología, es decir, de una nueva ciencia que tenga
como objeto el grama. Este nombre tiene su origen terminológico a partir de la palabra
griega gramma, sustantivo resultativo formado a partir del verbo grafein, que puede
significar ‘escribir’, ‘dibujar’, ‘rayar’, ‘trazar’. Por ello el gramma —y el grama— es
una letra, pero lo es en la medida en que es, ante todo, una traza, una huella.
La huella es el origen. Pero hay que cuidarse de esta frase porque ni la huella es huella;
ni el origen, origen. Una y otra palabra están viciadas por la metafísica de la presencia y
Derrida quiere librarlas de esa carga. Origen se concibe como lo primero, lo uno, la pura
presencia, aquello que no regresa a ningún otro lugar porque el origen es ya ese lugar.
Pero resulta que la huella no es presencia, la huella es un remitir a otro, un otro que aquí
no se entiende en terminos metafísicos, y por ello la huella no remite a un uno simple,
originario. La huella es el origen, y el origen no es, por tanto, simple. La huella
originaria no es el lugar al que se regresa porque la huella originaria es el regreso
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mismo. La huella originaria es ese movimiento de regreso y por consiguiente es al
tiempo origen y no origen:
La huella es, en efecto, el origen absoluto del sentido en general. Lo cual equivale a decir, una
vez más, que no hay origen absoluto del sentido en general. La huella es la diferencia
[différance] que abre el aparecer y la significación (Derrida, 1971:84-85).
15
Construcción y ruina
A lo largo de estas páginas hemos visto cómo la estrategia de la deconstrucción ha
conmovido todo un sistema que parecía una estructura cerrada y fija. La ha revuelto
realizando su ataque justo en el lugar de cierre del sistema, en el límite. La
deconstrucción es una estrategia de lectura que consiste en colocarse en el borde, en la
frontera, en el quicio. El quicio es un lugar de indecisión, porque desconoce cuál es su
sitio: no es el adentro ni el afuera, pero es al tiempo adentro y afuera. Es esa y, la
conjunción, la juntura. La deconstrucción se aloja en los ensamblajes de los textos,
porque es donde se hace visible que el punto de cierre es incapaz de cerrarse. Así, lo que
parecía un edificio firme y estable se revela como una ruina que ha sido ruina desde el
momento de su construcción. La construcción es, por tanto, construcción y ruina; es ya
de inicio des-construcción.
Bibliografía
ČERNÝ, J. (2006). Historia de la lingüística. Cáceres: Universidad de Extremadura.
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<http://www.uruguaypiensa.org.uy/imgnoticias/590.pdf> [Consulta: 12 de julio de
2016].
<http://www.revistas.unal.edu.co/index.php/idval/article/view/21603> [Consulta: 1
de agosto de 2016].
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