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Quizás no era una fatalidad, durante años, la persecución política y la cárcel eran
ya una parte de mi existencia.
Y esto ocurría con casi todos los viajeros a la nada, que la preocupación convertida
en insomnio, obligaba a prolongar cada vez, las veladas unipersonales.
Miraba y meditaba.
A esta orden, los jueces y fiscales carceleros, con furor jurídico, prostituyendo la
ley, convierten en mercancía la justicia y, hacen de la Detención Preventiva, una
institución de lucro ¡No hay virtud, no hay moderación, no hay filosofía!
Un cigarrillo fue el compañero de mis horas, estaba resuelto a afrontar la más larga
de las vigilias, mi cabeza era un mar embravecido de ideas, que fluían serenas,
calladas, pero firmes.
Una larga tradición revolucionaria, guiaba mis horas y había acerado mi
temperamento, ciertamente no era común entre los comunes, para vencer, era
necesario sentir que uno era extraordinario, que era un hombre de historia
dispuesto a mostrar entereza ante la adversidad, desprecio a la injusticia.
Repare en que alguien me llamaba, un joven esbirro del sistema, vestido de civil,
me pidió sacara la camisa para mirar mis hombros y pedir luego mostrara mis
pantorrillas, no encontró lo que buscaba, ni huella de botas ni marca de pechera. El
viejo modo de operar había perdido su primer round y su triunfal victoria era
apenas una escaramuza. Sonreí mientras ingresaba a la sucia celda.
La mañana fría parecía haberse detenido mientras recordaba a los camaradas que
deambulan por pasillos universitarios, los olí temerosos, ninguno había venido, la
prensa amarilla los había inmovilizado; entonces los vi desnudos, flameando su
abandonada voluntad. Temían la esencia revolucionaria y preferían ser el pelo de
cola de una izquierda que aullaba, vociferaba y se mostraba seguidora de las
campañas de derecha. La solidaridad militante, había sido enterrada para no
ganarse ojerizas con el poder.
Camine unos pasos, la celda se había quedado vacía y el viejo policía pidió una
tarjeta telefónica, a cambio de prestarme su celular. “No hagas caso a los de
inteligencia” – Advirtió con fingido enojo. Una sonrisa de confianza le otorgue,
como muestra de desconfianza.
Nuevamente la voz policial interrumpió mis pasos y cavilaciones para indicar que
debía acompañarlo a sacar mis huellas dactilares. Gajes del oficio que hace grande
la voluntad revolucionaria.
El cielo encapotado de gris, cubre la ciudad, los hombres sombra se saludan
mientras agazapados, inteligencia peruana, herencia del montesinismo observa,
anota con sus ojillos de carnicero; tuve ganas de reír, mostrar los límites de su
poder, pero era perder tiempo.