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SAN PEDRO

(CIUDAD – ESTADO, DIRECCION Y CLASES SOCIALES)


LA ANTESALA

Quizás no era una fatalidad, durante años, la persecución política y la cárcel eran
ya una parte de mi existencia.

De las cárceles tumba, que la dictadura fujimorista implantara como componente


psicosocial de su Doctrina de Shock, la infectada celda de la FELCC en La Paz con
sus escasos inquilinos, era apenas un alivio que se sentía vagamente flotar en el
ambiente. Nadie hablaba, callados, patibularios, apenas sonreían mientras otros
simulaban dormitar.

Y esto ocurría con casi todos los viajeros a la nada, que la preocupación convertida
en insomnio, obligaba a prolongar cada vez, las veladas unipersonales.

Miraba y meditaba.

Afuera la prensa, intentaba la primicia para convertirla en show mediático. Desde


que asumiera la especulación como negocio, la corporación comunicacional devino
en juez de facto. Cada conferencia de prensa organizada por el Ministerio de
Gobierno, una acusación, cada titular, una sentencia. En sus plumas y rotativas
parecen estar esculpidas para no caer en olvido ¡Periodistas, sea el terror y la
mentira, la orden del día…cada titular, una SENTENCIA!

A esta orden, los jueces y fiscales carceleros, con furor jurídico, prostituyendo la
ley, convierten en mercancía la justicia y, hacen de la Detención Preventiva, una
institución de lucro ¡No hay virtud, no hay moderación, no hay filosofía!

La Seguridad Ciudadana, parece decir ¡Todo detenido un bandido, todo


sospechoso, un criminal! ¡Que vengan nuevos Quispe Poma a fungir como fiscales!.

La prensa, había sentenciado, no había escapatoria, como en la dura época del


terror de la revolución francesa, ¡sospechosos los que caen en la boca del
torturador! ¡Sospechosos los que no enervan riesgos procesales en 48 horas de
aprehensión! en esta legitimación de lo absurdo, los jueces y fiscales fueron
elegidos ciegos, para que ciegamente obedeciesen, la crisis del sistema generaba la
“cosa nostra judicial” y nadie encontraba un jurista, un cientista jurídico. Ofuscada
la vieja diosa de las calamidades, convertida en la Themis justiciera, veía ante sus
pies, mercaderes del derecho, capitulando ante el dinero.

Así pues, el Código Penal y el Código de Procedimiento Penal, no reconocía entre el


común de los hombres o entre los ciudadanos comunes, ningún inocente, el robo
de bagatelas en los miserables, un crimen, la sospecha fue erigida en prueba.

Un cigarrillo fue el compañero de mis horas, estaba resuelto a afrontar la más larga
de las vigilias, mi cabeza era un mar embravecido de ideas, que fluían serenas,
calladas, pero firmes.
Una larga tradición revolucionaria, guiaba mis horas y había acerado mi
temperamento, ciertamente no era común entre los comunes, para vencer, era
necesario sentir que uno era extraordinario, que era un hombre de historia
dispuesto a mostrar entereza ante la adversidad, desprecio a la injusticia.

Junto a Marx, Lenin, Mariátegui y Cerpa, una montaña sonriente de indígenas


Tsimane’s señalaban el curso de la historia, junto a ellos y con ellos, mientras los
enmohecidos barrotes intentaban detener la libertad, los acontecimientos me
invadieron de bondad, fuerza, animo, firmeza y voluntad de poder.

No era la detención quien preocupaba, preocupaba la adversa circunstancia, el


proyecto detenido, las tareas inconclusas, la requisa solo había encontrado lo
vacuo, la computadora personal tenía en su memoria, lo que la derecha en su
cabeza, la memoria USB había sobrevivido, ¿Azar? ¿Recodo circunstancial? No
importaba, en semejantes circunstancias, su presencia quemaba.

Repare en que alguien me llamaba, un joven esbirro del sistema, vestido de civil,
me pidió sacara la camisa para mirar mis hombros y pedir luego mostrara mis
pantorrillas, no encontró lo que buscaba, ni huella de botas ni marca de pechera. El
viejo modo de operar había perdido su primer round y su triunfal victoria era
apenas una escaramuza. Sonreí mientras ingresaba a la sucia celda.

La mañana fría parecía haberse detenido mientras recordaba a los camaradas que
deambulan por pasillos universitarios, los olí temerosos, ninguno había venido, la
prensa amarilla los había inmovilizado; entonces los vi desnudos, flameando su
abandonada voluntad. Temían la esencia revolucionaria y preferían ser el pelo de
cola de una izquierda que aullaba, vociferaba y se mostraba seguidora de las
campañas de derecha. La solidaridad militante, había sido enterrada para no
ganarse ojerizas con el poder.

Camine unos pasos, la celda se había quedado vacía y el viejo policía pidió una
tarjeta telefónica, a cambio de prestarme su celular. “No hagas caso a los de
inteligencia” – Advirtió con fingido enojo. Una sonrisa de confianza le otorgue,
como muestra de desconfianza.

“Viejo zorro de la clandestinidad” – diría el maestro Lenin, la entrevista con la


prensa había cumplido su papel, en cuestión de segundos rompí con el aislamiento,
había esperado el momento para decir “aquí estoy”; ciertamente, no era un
conspirador jubilado, me preocupaba el Perú, sentía la invasión silenciosa de los
yanquis, me agitaba la situación de mi pueblo y masticaba la vía para trastocar el
stablishment.

Nuevamente la voz policial interrumpió mis pasos y cavilaciones para indicar que
debía acompañarlo a sacar mis huellas dactilares. Gajes del oficio que hace grande
la voluntad revolucionaria.
El cielo encapotado de gris, cubre la ciudad, los hombres sombra se saludan
mientras agazapados, inteligencia peruana, herencia del montesinismo observa,
anota con sus ojillos de carnicero; tuve ganas de reír, mostrar los límites de su
poder, pero era perder tiempo.

Toda gana de ingerir alimentos se ha diluido, evaluó mi situación. Desde mi llegada


a Bolivia en septiembre de 1999, supe de mi papel como revolucionario, como
hombre de historia.

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