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Breve análisis sobre la
23rd January 2014
"Criminologia", de Garófalo
Introducción
Difícil fue la decisión que tuvimos que tomar al elegir el texto que se comenta
seguidamente, pues tuvimos que frenar nuestros deseos de analizar otros.
Nos hubiera gustado sobremanera compartir en un análisis a Drago, a
Despine, a Beccaria, a Ramos Mejía, a Ingenieros. Pero, como decía Picasso,
cuando optamos por realizar una obra, pierden aquellas que no se realizan en
lugar de la ganadora.
Siempre genera una vergüenza mayor comentar a un clásico, pues suele
tratarse de obras que han sido comentadas por plumas muchísimo mas
excelsas que la propia, y en esa vergüenza siempre se esconde una
responsabilidad aun mayor. Pero nos gustan los desafíos, y aquí quisimos
exceder el mero trámite de realizar un trabajo práctico de posgrado e intentar
una reflexión sobre una de las obras claves de la criminología en toda su
historia.
Algunas obras, muy pocas, exceden su estricto ámbito para el cual fueron
primigeniamente planteadas y logran extenderse más allá. Es el caso de la
“Criminología” de Garófalo, que seguramente se planteó como un intento de
responder al porqué del delito y a mostrar el descontento del autor con
muchas de las políticas judiciales reinantes en su tiempo, para instalarse en el
pensamiento mundial, para convertirse una bisagra en el tratamiento del
delito y de su sujeto activo, el delincuente.
Para evitar dispersiones, efectuaremos un análisis exegético de este texto ya
histórico, en todas las temáticas que aborda, paso a paso, para luego
reflexionar sobre la obsolescencia o la actualidad de muchas de sus
aseveraciones. Veremos que el maestro napolitano, no está tan lejos de
muchos de los actuales, como se cree.
Advertimos al lector improvisado que, cuando analizamos la obra, lo hacemos
desde la propia piel de Garófalo, y que las opiniones que se cuelan aquí –
salvo en el punto de reflexión – pertenecen enteramente a la órbita del
célebre napolitano. Cuando aseveramos, nos tomamos la excelsa licencia de
hacerlo en su nombre.
El autor
Raffaele Garófalo nació en Nápoles (hoy Italia), el 18 de setiembre de 1851. A
diferencia de muchos de sus colegas, desarrolló casi toda su vida, tanto
profesional como personal, en la célebre ciudad que cuenta con el patronato
de San Genaro.
En el seno de una familia de clase trabajadora, hizo su educación inicial y
secundaria sin sobresaltos, pero tampoco sin demasiado brillo. A muy corta
edad ingresó en la Universidad de Nápoles, donde egresó como Doctor en
Jurisprudencia. Como la mayoría de quienes se inclinan por ella, Garófalo
descubrió su gusto por el derecho penal leyendo novelas y a autores
renombrados, como Beccaria, Bentham o su “mentor” intelectual, Enrico Ferri.
Fue discípulo del célebre criminólogo napolitano Pessina, a quien sucedió en
las cátedras de procedimiento criminal y derecho penal (cátedra cuya
titularidad tomó en 1887) en su antigua casa de estudios.
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Asimismo, desde muy joven ejerció la carrera judicial como magistrado,
llegando a ser presidente del Tribunal de Casación.
Si nos situamos en el contexto histórico donde se desarrolló la vida de
Garófalo, recuérdese que en 1860, a los nueve años, es coronado como Rey
de las Dos Sicilias (Nápoles entraba en ese reino, pues formaba parte de los
dominios borbónicos) Vittorio Emanuele II, tras el triunfo de las Camisas Rojas
de Garibaldi por sobre Francisco II de Borbón, antiguo monarca. Desde 1861
[http://es.wikipedia.org/wiki/1861] hasta 1922 [http://es.wikipedia.org/wiki/1922] ,
Italia [http://es.wikipedia.org/wiki/Italia] fue una monarquía constitucional
[http://es.wikipedia.org/wiki/Monarqu%C3%ADa_constitucional] con un parlamento
elegido mediante sufragio censitario
[http://es.wikipedia.org/wiki/Sufragio_censitario] hasta 1913
[http://es.wikipedia.org/wiki/1913] cuando se instauró el sufragio universal
[http://es.wikipedia.org/wiki/Sufragio_universal] masculino
[http://es.wikipedia.org/wiki/Sufragio_masculino] . Fue llamado Statuto Albertino, y
permaneció sin cambios desde que Carlo Alberto lo concedió en 1848
[http://es.wikipedia.org/wiki/1848] incluso a pesar de los amplios poderes
concedidos al rey (como, por ejemplo, nombrar a los senadores). El nuevo
estado sufría varios problemas tanto por la pobreza
[http://es.wikipedia.org/wiki/Pobreza] general y el analfabetismo
[http://es.wikipedia.org/wiki/Analfabetismo] como de las profundas diferencias
culturales (no había un lenguaje común) entre varias partes: incluso hubo
revueltas por el retorno a las antiguas leyes.
Así, Garófalo desenvolvió sus días dentro de una provincia inserta en una
monarquía constitucional, profundamente mezclada con pobreza,
analfabetismo, delincuencia y diferencias culturales, que incluso alcanzaban
hasta el idioma. Como miembro de esa monarquía constitucional, vemos su
aversión por el delincuente, por el aborigen y por las sociedades inferiores e
incultas. Y ello se refleja en sus obras.
De sus obras merecen destacarse: Della mitigazione delle pene nei reati di
sangue (1877); Studi recenti sulla penalitá (1878); Di un criterio positivo della
penalitá (1880); Criminología (1885), trabajo que aquí anotamos.
El aporte más interesante de Garófalo a la Scuola Positiva (de la que formó
parte) fue su conocimiento del Derecho, que faltaba entonces a Lombroso –
médico y también a Ferri sociólogo. Con base en ese conocimiento,
Garófalo hace la sistematización jurídica de las ideas de la Escuela. Esta
sistematización constituía vital necesidad en los primeros años de la nueva
tendencia, habida cuenta de que entre las críticas que se habían hecho a la 1
ed. del L'uomo delinquente de Lombroso, figuraba la falta de sistematización
filosófica y jurídica. Desde 1877 enuncia los principios que constituyen el
contenido ideológico de la Escuela, encarnándolos en fórmulas jurídicas,
válidas para los penalistas cualquiera que fuera su credo filosófico. A él se
deben el criterio de la terribilidad o peligrosidad como base de la
responsabilidad del delincuente, la prevención especial como fin de la pena, la
teoría de la defensa social como base del derecho de castigar, los métodos
prácticos de graduación de la pena, la concepción del delito natural, etc.
No obstante, creemos que su mayor contribución fue la teoría del delito
natural, que expondremos en el marco del trabajo,
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Raffaele Garófalo falleció el 18 de abril de 1934, en pleno auge del fascismo,
en su ciudad natal, de la que no se apartó más que por unos instantes. Tenía
82 años.
Estructura de la Obra
Garófalo escribe la Criminología en 1885, en plena etapa de estudio, cuando
era Juez de Sentencia en Nápoles, o sea, con una experiencia en el campo
de los delitos, las penas y los delincuentes.
Arma su obra en tres partes, progresivas: primero estudia al delito, luego al
delincuente y luego a la represión, es decir, al fin que debe cumplir la pena
dentro de su óptica.
Dentro de cada parte, va hilando a través de capítulos las diferentes visiones
que existen sobre el tema en particular para finalizar con su propia visión y la
posible implementación o no de lo mencionado.
En virtud de las pocas traducciones actualmente disponibles en Argentina
sobre la obra, hemos optado, por calidad y traducción, por la “Criminología”
editada en Buenos Aires por Editorial BdeF, 2006, con traducción de Alberto
Binder. Sigamos sus pasos.
Primera parte – El delito
a) El delito en sí
Comienza la obra con el concepto de “delito natural”. Antes de cualquier
definición, nos señala que sus compañeros de opinión (Lombroso, Despine,
Maudsley) estudian al criminal como un tipo antropológico y psicológico. Si
bien esto para Garófalo es brillante, admite que se encuentran con el
obstáculo de no poder pasar de la teoría a la práctica, ya que, en la realidad
cotidiana (recordemos su experiencia judicial), no se ve a los hombres que
describen los naturalistas – como él llama a Lombroso, Despine, etc.
Sostiene que el impedimento mencionado antes, ocurre por una sencilla
razón: sus antecesores, preocupados por el delincuente, no describieron qué
debe entenderse por “delito”. La carencia de este concepto es lo que ha
frenado al naturalismo. Y es en lo que Garófalo intenta avanzar. Así vemos
como el napolitano va intentando – de hecho lo hace a lo largo de toda su
obra – sistematizar, armar y componer las ideas médicosociológicas
características de la Scuola Positiva, a la que él trata de darle un matiz
jurídico.
Allí es donde comienza a introducir el concepto de “delito natural”, que para él
son aquellos delitos eternos, siempre y en todo lugar.
Sostiene que para obtener ese concepto de delito natural se debe abandonar
el método: cambiar del análisis de los actos al análisis de los sentimientos. Ahí
es donde entra a jugar lo que denomina como “sentido moral”.
Menciona el autor que la inmoralidad es una de las condiciones para que un
acto sea considerado criminal.
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Ese sentido moral, que detectan Spencer y Darwin, se desarrolló lentamente,
ha variado y varía continuamente, según razas y épocas. Cada raza posee
hoy una suma de instintos morales innatos, que no son productos del
razonamiento individual, sino que son la herencia del individuo, como el tipo
físico de la raza a la que pertenece. Aquí empieza Garófalo a mechar la
herencia, con el tipo moral, con el delito, que encuentra desperdigado por las
teorías de Lombroso, Darwin, Spencer, Ferri.
Afirma que existe un “sentido moral medio de la comunidad entera”,
“individuos moralmente inferiores y moral absoluta. Así, el capital de ideas
morales es el producto de una elaboración de todos los siglos que nos han
precedido, los cuales nos lo transmiten por herencia, auxiliada por la
tradición”.
No nos llama la atención cuando el autor se refiere a los pueblos indígenas de
Fidji, África o Australia como “pueblos inferiores”, “anomalías sociales que
representan a la raza humana”.
Sostiene que el elemento de inmoralidad necesario para que un acto
perjudicial sea considerado como criminal por la opinión pública es la lesión
de aquella parte del sentido moral, que consiste en los sentimientos altruistas
fundamentales: la Piedad y la Probidad.
Así, Garófalo resume al delito natural o criminalidad natural en dos
categorías:
Quedan fuera del cuadro descripto los delitos contra el Estado, las acciones
que atacan al poder social sin fin político, las acciones que afectan a la
tranquilidad pública y las transgresiones a la legislación particular de un país.
Consagrando la norma fundamental de toda la escuela positiva, y de allí su
denominación, afirma que “el único delito natural que existe es el que las
leyes castigan como tal”. Si viéramos la parte buena de esta acepción,
veríamos una clara manifestación del hoy reconocido principio de legalidad.
b) Los juristas
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Garófalo critica duramente a este grupo – del cual él mismo forma parte, pues
al momento de escribir la obra, se encuentra ejerciendo la judicatura – y lo
trata despectivamente en todos los recodos de su bibliografía.
Engloba en este grupo a los jueces comunes, los “opinadores” y aquellos que
hablan de la ciencia del derecho penal sin haberla estudiado nunca y que, por
razones de poder, detentan la decisión sobre las políticas de aplicación de
aquél. Y esto a Garófalo, como buen técnico, lo enerva. Encontramos allí a
Beccaria, Bentham, Romagnosi.
Afirma que los juristas se han apoderado de la ciencia de la criminalidad y se
les ha dado hacer, a su juicio, sin razón. Se pregunta “¿Qué es la criminalidad
para los juristas? Nada. Casi no conocen esta palabra. No se ocupan de las
causas naturales de este fenómeno social”.
“El criminal no es para el jurista un hombre psíquicamente anormal: es un
hombre como otro cualquiera que ha ejecutado una acción prohibida y
punible”.
Recordemos que en la República Italiana se estaban consagrando las
garantías constitucionales y se dejaban de lado los viejos preconceptos (de
los que Garófalo formaba la mejor parte) del derecho penal de autor, por un
derecho penal de acto. Los juristas, como el llama a la corriente opuesta al
positivismo criminológico, se dedicaban al análisis del delito y estrechaban su
análisis del sujeto activo en un esquema conocido: en tanto sujeto de una
acción típica punible prohibida por la ley (recordemos que aun no se había
efectivizado por Von Liszt la esencia de la moderna Teoría del Delito).
Critica a Beccaria por introducir un elemento vago y carente de tecnicidad: la
injusticia. Y no estamos tan en desacuerdo con Garófalo en este punto.
¿Cómo se mide? ¿Quién lo mide? ¿Sobre qué parámetros? ¿Cambia esto o
permanece?
Finaliza diciendo que la concepción de los juristas no sirve. No distingue entre
una mera transgresión y un delito propiamente dicho.
Luego, pasa a examinar el porqué de la licitud o ilicitud de las acciones. A tal
respecto dice que el carácter lícito o ilícito de las acciones se halla
determinado por la opinión dominante, acreditada en el grupo social de que
se forma parte.
Segunda Parte – El Criminal
a) La anomalía del criminal
Luego de haber determinado la existencia de una especie de “delito natural”,
conformado por dos categorías – delitos violentos y delitos contra la
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propiedad”, Garófalo sigue su sistema enfocándose en el actor principal de su
análisis: el delincuente.
El autor sostiene que “conocemos al criminal por toda una serie de
observaciones que demuestran la coherencia de un acto de este género con
ciertos caracteres del agente; el acto no es un fenómeno aislado, sino el
síntoma de una anomalía moral”. Vemos cómo empieza a insertar los
postulados de Darwin y Spencer sobre el determinismo evolutivo.
Luego, sigue un método claramente empirista, y sostiene que “hay que
convenir que todos aquellos que se ocupan del estudio físico del criminal
llegan a la conclusión de que los delincuentes son seres aparte. Yo mismo he
podido comprobar esta conclusión por observación directa”.
Cuando se trata de ejemplificar al criminal atávico (en el sentido lombrosiano
del término), Garófalo nos muestra su coincidencia con la línea de
pensamiento, diciendo: “Los asesinos tienen casi siempre la mirada fría,
cristalizada, alguna vez los ojos inyectados de sangre. La clase de los
homicidas, en general, tiene con frecuencia los mismos caracteres, excepto la
inamovilidad del ojo o lo vago de la mirada y la finura de los labios. Todos
tienen mandíbulas excesivamente voluminosas. Este carácter es particular de
los hombres sanguinarios. Lo que se discute es su proveniencia, si es a la
degeneración o al atavismo”.
Para el napolitano, los ladrones se caracterizan por las anomalías del cráneo,
que podrían llamarse atípicas, tales como la submicrocefalia, la exicefalia, la
escafocefalia y la trocefalia. Su fisonomía se distingue por la movilidad del
rostro, la pequeñez y la vivacidad del ojo.
Como para que no pueda dudarse de su método expositivo, sostiene que
“Declaro que de cien veces, me he equivocado siete u ocho veces”.
No obstante lo dicho, y si bien reconoce ciertas similitudes con Lombroso en
cuanto a la caracterización física del criminal, discrepa con el psiquiatra, en
que el mayor número de los criminales no tiene estas anomalías. He aquí el
reproche más importante que se ha hecho a Lombroso por uno de sus
propios condiscípulos.
En un interesante apartado, relaciona a la fealdad con el delito. Dice que “En
estos establecimientos –los carcelarios que visitó en Italia y Alemania es muy
común hallar la fealdad extrema, la fealdad repulsiva y debe advertirse que se
ve con más frecuencia en las mujeres (quizás con un poco de misoginia). De
entre 275 fotos de criminales no he podido hallar más que un rostro bello”.
Insiste con la anomalía psíquica como rasgo saliente del criminal. Sostiene
que “la anomalía psíquica existe en mayor o menor grado en todos los que
pueden llamarse criminales, aun en aquellos casos en que se trata de los
delitos que se atribuyen a condiciones locales o determinados hábitos: clima,
temperatura, bebida; aun en los casos en que se trata de delitos que
provienen de los prejuicios de raza o casta o clase (“delitos endémicos”). Esta
anomalía psíquica se funda sobre una desviación orgánica, importando poco
que esta última no sea visible, o que la ciencia no haya todavía llegado a
determinarla con precisión”.
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Luego analiza a la herencia como “transmisor del delito”. Lo más importante
que encuentra Garófalo en sus observaciones es la transmisión directa del
delito por herencia directa o colateral en un 33% de los condenados
examinados. Estas cifran resultan suficientes para demostrar la Ley de la
transmisión hereditaria del delito.
Garófalo dice que no es posible dividir a los criminales en anormales y
normales, sino conforme al mayor o menor grado de anomalía. En este
sentido, habla de delincuentes instintivos y fortuitos.
Otro interesante pasaje es donde se refiere a la distinción entre locos y
criminales: “es necesario también distinguir ciertos estados patológicos
(imbecilidad, locura, histeria) y la anomalía exclusivamente moral, que no es
una enfermedad. De la manifestación de esta tendencia, creemos que puede
reprimirse por el feliz concurso de innumerables circunstancias exteriores,
aun en aquellos individuos cuya perversidad es innata”. Para Garófalo, el loco
no merece la cárcel, sino el asilo, la institución mental. No debe penalizarse a
la locura (aquí vemos un mismo trazo argumental con José Ingenieros): “Hay
muchos alienistas que colocan a la anomalía de los criminales entre las
formas de la locura, con la denominación de “locura moral”. Esta fórmula es
impropia y hay que erradicarla del vocabulario científico”.
Hoy en día está muy en boga el derecho penal del enemigo, que no es más
que tratar distinto a seres iguales, por el tipo de hechos que cometen. Esto
podría verse cuando Garófalo dice que “El criminal típico es peor que los
peores salvajes, posee rasgos regresivos y están, en ciertos aspectos, mucho
más desarrollados. Son monstruos en el orden psíquico, animales
incompletos, inferiores, y en algunos aspectos, similares a los salvajes. Esto lo
hacen descender por debajo de la humanidad”. Si ya no están en la
humanidad, entonces puedo negarle a éstos todo aquello que le otorgo a
ésta.
Cuando se trata de categorizar al delincuente, hace lo mismo que con el
delito. Sostiene que los criminales se dividen en dos clases, caracterizadas
por falta de piedad una y la otra por falta de probidad, distinción que
corresponde a la hecha en los delitos naturales.
Cuando se quiere deslindar a las motivaciones externas al agente (clima,
bebida, etc.), Garófalo quiere convencer aduciendo que “Siempre debe existir
un elemento psíquico diferencial. Un estado pasional no explica por sí solo un
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acto de crueldad. La cólera sólo exagera el sentimiento latente. El vino
tampoco tiene mucha influencia en los delitos de esta clase. Así, ni la
criminalidad endémica, ni la que parece provenir de variaciones de clima,
temperatura, bebidas alcohólicas, excluyen la anomalía individual del agente”.
b) Influencia de la educación
Luego, en posteriores capítulos, comienza a observar la influencia del medio
en el delincuente. Comienza por analizar el medio educativo.
Sin embargo, admite que “lo único que se salva del naufragio de esta teoría
son las instituciones contra la niñez abandonada y la adolescencia con malas
inclinaciones. En cuanto a los adultos, sólo puede conseguirse algún
resultado con la deportación o por colonias agrícolas que deben establecerse
en lugares poco habitados del país”. Aquí vemos el apoyo en pos de lo que
conocemos como “reformatorios”, y que no terminan por ser más que mera
“carcelitas”.
Así, termina por decir que todo demuestra lo absurdo de la escuela
correccionalista. Es claro para el autor que el influjo bienhechor de la
instrucción es casi nulo, al menos en lo referente al total de delitos.
c) Influencia de la religión
Luego analiza la influencia de la religión en el delincuente. Afirma que para los
positivistas, la religión es una de las fuerzas más activas de la religión. Para
esto, se necesitan dos condiciones: que se trate de un niño y que el fin ulterior
sea la verdadera enseñanza moral. Rara vez acontece alguna de las dos. El
poder de la religión sobre la moralidad individual disminuye justo en los casos
más graves, cuando tropieza con las tendencias criminales.
La religión no hace nada con aquellos hombres con carácter criminal, pues lo
que distingue a éstos es la ligereza, la imprudencia, la imprevisión.
Se pregunta Garófalo: “¿Es cierto que la religión amenace terriblemente al
criminal? No. Así se explica el hecho frecuente de que haya bandidos y
asesinos muy devotos de la Virgen y de los santos”. Vemos entonces
explicaciones a fenómenos que siguen ocurriendo al día de hoy.
d) Influencias económicas
Comentando algunas aseveraciones de contemporáneos suyos, sobre que el
delito tiene mayor ascendencia en las clases bajas, el autor responde que aun
cuando esta especie de criminalidad es directamente económica, el
proletariado no tiene mayor intervención que las otras clases. La criminalidad
en general no se encuentra en mayor proporción en las clases bajas que en
las altas, culpándose erróneamente a la miseria y la falta de educación.
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Respecto a influencias del “auge civilizatorio” en la delincuencia, sostiene que
“la civilización no crea al criminal, pero tampoco puede destruirlo; el criminal
existe antes que ella”. Por ende, el efecto de ella sobre éste es nulo.
e) Influencia de las Leyes
No es demasiado lo que analiza aquí el jurista napolitano, quien sostiene que
“Todas las prohibiciones que pueden establecerse a voluntad del legislador no
tocan directamente al delito natural, que es nuestro único objeto de análisis”.
Si todo lo antedicho no sirve, bien podría un desprevenido preguntarse,
cuáles son entonces los medios preventivos del delito. A ello, Garófalo
contesta que “Los únicos medios indirectos de prevención de los crímenes y
delitos que están dentro de las facultades de un gobierno son: escuelas
dirigidas por maestros inteligentes y morales, asilos de educación y
establecimientos agrícolas para niños pobres y abandonados, prohibición de
publicaciones y espectáculos obscenos, prohibición a jóvenes de asistencia a
audiencias en lo criminal y sus debates, restricción de la libre bebida,
prohibición de la ociosidad, vigilancia sobre sospechosos, buenas leyes civiles
y un procedimiento barato y ágil”. Podrá criticársele el contenido de sus ideas,
pero la claridad y la sistematización es innegable.
Respecto a cómo resolver entonces la cuestión, el autor dice que “La
cuestión puede resolverse teniendo en cuenta las diferentes clases de
criminales. Los grandes criminales no harán gran caso de la amenaza ante
una prisión larga o perpetua, cediendo sólo ante la pena de muerte. Lo mismo
ocurre con respecto a los delincuentes impulsivos. Para lograr algo con ellos,
sería preciso que el mal fuese muy grave e inmediato, pero no son los
castigos que imponen nuestros legisladores modernos. Por lo tanto, no hay
que apresurarse a negar a la pena toda clase de eficacia preventiva general o
indirecta; únicamente se trata de separar una clase de delincuentes, sobre los
cuales puede aquélla ejercer eficacia, de otra clase de delincuentes que no
sienten influjo de pena alguno”.
Tercera Parte – La represión
a) Su visión
Aquí, luego de haber “descubierto” al delito natural, y haber analizado al
criminal que comete ese tipo de delitos, junto con sus reales motivaciones y
sus influencias, así como las penas aplicables, Garófalo pasa, en su última
parte, a ver cómo es que reprimimos eso.
Para Garófalo, al igual que para todos los positivistas, no surge como posible
la aplicación de teorías de prevención de la pena o de reinserción o similares.
Lo esencial de una pena es la represión del delito cometido.
“Cuando un hombre ha incurrido, a causa de la violación de las reglas de
conducta que se consideran como esenciales, en la reprobación de la clase,
del orden o de la asociación a la que pertenece, la reacción se manifiesta de
manera idéntica, por la expulsión. A la ofensa hecha a la moral relativa de la
agregación, le corresponde la exclusión del miembro cuya adaptación a las
condiciones del medio ambiente se manifestó como incompleta o imposible.
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Puede bastar sólo un hecho. Por este procedimiento, el poder social producirá
artificialmente una selección análoga a la que se produce espontáneamente
en el orden biológico por la muerte de los individuos no asimilables a las
condiciones particulares del ambiente en el que se insertan. Pero se presenta
la duda sobre cómo llevar a cabo la exclusión de la sociedad. No es tan fácil
privar a un hombre de la vida social.”
A la hora de elegir medios, Garófalo recomienda: “La muerte de los culpables
y los rebeldes ha sido empleado como el medio más sencillo y seguro de
eliminación. Se consideró como equivalente de la pena de muerte a la
deportación, que es una especie de destierro, pero incompleto con respecto a
la privación de la vida social. La soledad absoluta es incompatible con la vida
del hombre. Otro equivalente de la muerte es la reclusión perpetua, pero
favorece el peligro de fuga y el perdón. No hay, por consiguiente, ningún otro
medio de eliminación absoluta completa que no sea la muerte”.
Para el napolitano hay sujetos incompatibles con todo medio civilizado. Para
proteger a la sociedad de ellos, hay dos modos: encerrarlos de por vida o
expulsarlos. El primer método es aun más cruel que la muerte; el segundo
sólo es posible cuando existen colonias alejadas.
No obstante, es llamativo que diga que “Será posible, en muchos casos,
sustituir ventajosamente la eliminación por la reparación”. Garófalo, como
buen juez, observa que al delincuente patrimonial, lo que más dolor le causa
es el daño contra su bolsillo, aun más que la propia prisión.
Volviendo a tomar la lanza de Ferri y su “cuerpo social”, señala que “Es
preciso distinguir, ante todo, una clase de criminales cuya adaptación a la vida
social es, si no imposible, muy poco probable; de manera que la sociedad no
tiene el deber de tenerlos en observación, si no que tiene el derecho, y aun el
deber de eliminarlos lo más pronto posible”.
Respecto a la pena de muerte, Garófalo no deja de creer que es cruel. De
hecho evidencia esto y dice que “Si existe la pena de muerte es porque se
considera que es el único medio para conseguir la eliminación completa,
absoluta e irrevocable. Si esto fuese de posible de otra forma, se optaría por
no matar al criminal”.
Resulta cuasi contemporáneo cuando dice que “No es el sufrimiento el fin de
la reacción exigido por el sentimiento popular, sino que es la eliminación del
individuo no asimilable. La conciencia pública exige la reacción contra el
delito, aun en el cao de no hallarse preocupada con el pensamiento del
porvenir. La reacción bajo la forma de eliminación es el efecto socialmente
necesario de la acción del delito; es un efecto natural”. Aquí, vemos que ya se
percibía a la seguridad / inseguridad como un producto social, y a la sociedad
como una destinataria neta de las opciones de política criminal que detenta
un Estado.
Respecto al papel aleccionador que juega la represión en el inconsciente
colectivo, dice que “la represión penal suministra modelos de conducta,
despertando y manteniendo el sentimiento del deber. El pensamiento de los
efectos intrínsecos de una acción prohibida provoca un temor que persiste
cuando se piensa en los efectos intrínsecos de este acto, y el temor que
acompaña a estos efectos intrínsecos produce un vago sentimiento de
incitación moral”.
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Imagina el papel de la Teoría de la Coacción Psicológica: “Para que el mal
con que se amenaza al que cometa un delito pueda convertirse en un motivo
determinante de la conducta, debe ser algo mayor que el placer que se
espera conseguir por medio del acto criminal. Esta teoría se llama “Coacción
Psicológica”.
El autor exhibe su favoritismo por el aspecto reparador de la pena, cuando
afirma que, “si el delito es un acto que revela la falta de adaptación, la
reacción lógica de la sociedad contra el mismo debiera ser reparar esa falta”.
b) Crítica a los juristas del derecho penal
Aquí vuelve Garófalo en su embate contra Beccaria y sus discípulos. En
particular, caen ahora bajo su pluma aquellos juristas dedicados al derecho
penal, y más que a los juristas, a aquellos encargados de la determinación de
las políticas criminales.
Recuerda que “para los juristas el criminal no es, como para él, un ser
anormal y más o menos susceptible de adaptación a la vida social, sino sólo
un ser que desobedeció la Ley y que se ha hecho acreedor a un castigo que
sirve de sanción a ésta. Claramente se exhiben aquí las diferencias que
venimos marcando a lo largo del trabajo”.
Sintetiza la discusión reinante en su tiempo exponiendo que “Los idealistas
consideran al castigo como la compensación del mal causado por el delito y
los juristas propiamente dichos lo consideran como la defensa del orden
jurídico”.
Concuerda con los clásicos en alejar a los locos de los delincuentes. Afirma
que “La ciencia penal de los juristas no se ocupa de los alienados; tan pronto
como se ha comprobado la existencia de la enajenación, aquella se apresura
a declarar su incompetencia. ¿No se sigue que la sociedad debería
reaccionar contra el delito del alienado, sin tener en cuenta la enajenación
que ha sido causa de tal delito? Los criminales alienados deben ser
sometidos a un tratamiento especial, adaptado a la enfermedad que es la
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causa de su delito. Según nuestra teoría, aquí conteste con los juristas, la
pena de muerte no debe aplicarse a los alienados”.
No obstante, vemos que, privilegiando siempre el estudio del delincuente en
tanto sujeto activo y principal causante del delito, pretende analizar las causas
de criminalidad del alienado, independientemente de su afección patológica.
Pero reconoce que si el carácter de un hombre se ha desorganizado por
causa de una enfermedad, la perversidad de éste no puede considerarse
como la de cualquiera. El criminal enfermo no puede correr con el mismo
destino que el criminal monstruo.
Respecto a la alteración morbosa de las facultades y/o la emoción violenta
como atenuantes (incluso eximentes) de pena, sostiene que “la represión es
especial y consiste en la reclusión indefinida en un asilo de alienados
criminales. Lo que es absurdo es considerar a la semilocura como un
atenuante de pena”.
Para Garófalo, la delincuencia no tiene edad y no vacila en castigar al
criminal, aunque se encuentre por debajo de la edad legal para sufrir
castigos; afirma que “la aplicación del principio de la responsabilidad a la edad
del delincuente se basa en fijar una mayoría de edad (18 años) y limitar allí la
responsabilidad. Esta teoría grosera no puede ser aceptada por la ciencia
penal positiva. La psicología y la antropología criminal ofrecen los medios
necesarios para reconocer en el niño al criminal nato”.
Y cierra el capítulo con una profunda crítica a quienes propician el tratamiento
diferenciado para los menores delincuentes: “Gracias a los juristas, el joven
delincuente no será condenado más que a pocos meses de reclusión en una
“casa de corrección”, que en realidad es una casa de corrupción. La
legislación basada en la teoría clásica, en realidad no protege nada. Lo
absurdo de la teoría se traduce en una impotencia práctica”.
Luego se dedica a tratar la forma de determinar la cuantía de pena. Y dice
que la gravedad del delito no puede ser determinada en forma absoluta,
porque no hay un criterio único para ello: unas veces es el daño, otras la
alarma causada por el acto delictuoso, otras la importancia del deber violado.
Respecto a los delitos con escalas de pena, Garófalo es escéptico: “La escala
gradual del delito no nos sirve para nada. No puede haber “proporción penal”,
desde el momento que uno de los términos de la relación ha desaparecido
completamente”.
“Hemos mostrado la ineficacia de la prisión temporal de duración fija,
determinada de antemano. Ahora, precisamente este tipo de pena es el que
se ha hecho el predominante en nuestros días, y el que, según la escuela
jurídica, debería sobreponerse enteramente a todos los demás tipos de
penas”.
Finalmente, ya terminando su obra, se dedica el magistrado napolitano a
criticar duramente a lo que el llama “leyes protectoras del crimen”, o aquellas
leyes que otorgan más prerrogativas a quienes delinquen, que remedios a
quien sufrió un delito: “La teoría penal dominante y la jurisprudencia parecen
hechas ex profeso para proteger al delincuente contra la sociedad más bien
que al revés. Esta protección tiene su más alta expresión en una Ley del
Estado, que establece la instrucción y el juicio oral”.
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Vemos una serie de reflexiones del pensador:
a) Sobre la publicidad del proceso: Respecto a la instrucción de los
procesos, que los juristas pretenden publicitar libremente, se olvida
que su solución generalmente depende del secreto más riguroso.
b) Sobre la prisión condicional: Tampoco tiene razón de ser la institución
de la libertad provisional. Debería desaparecer completamente,
excepto el caso en el que el propio juez crea en la inocencia del
acusado. El pernicioso efecto que produce sobre la criminalidad
endémica e imitativa es inconmensurable. La institución de la libertad
condicional es la peor de todas y obra diametralmente en oposición a
la represión que pretendemos. Priva a la justicia de su seriedad,
convierte los tribunales en teatros bufos y ridículos, estimula
directamente al mundo criminal, desalienta a los ofendidos y testigos y
desmoraliza a la policía. Los progresistas miopes alaban a este
sistema acusatorio y encima quieren perfeccionarlo aun más.
c) La prescripción de la acción penal: “Otros de los beneficios que la ley
concede a los criminales es la prescripción de la acción penal”.
d) El indulto o gracia: “Otro de los medios de los que el Estado se sirve
para proteger a los criminales es la gracia, acto de generosidad que
no debería existir sino cuando se tratase de todo aquello que el
gobierno prohíbe y cuya transgresión podría perdonarla el gobierno
mismo; tal ocurre con los delitos políticos y con las contravenciones a
las leyes de Hacienda o a los reglamentos administrativos”.
e) Prisión temporal: “La detención temporal no sirve fijada de antemano.
A veces se necesita la eliminación absoluta y se recurre a la pena de
muerte, a veces de forma relativa y se recurre al asilo de alienados, al
destierro con abandono, a la relegación perpetua o indefinida, según
las circunstancias”.
Reflexión final
En primer lugar, queremos hacer un reconocimiento. Desde nuestros días de
estudiantes, crecemos escuchando los nombres de Lombroso, Ferri, Drago,
Garófalo, como una secta de individuos que creían que el delincuente es un
tipo especial, caracterizado por anomalías físicas y psíquicas perfectamente
descubribles y clasificables. Muchos de nuestros actuales doctrinarios, tanto
de la psiquiatría, como del derecho penal y la criminología, los demonizan, y
logran meter en el intelecto del joven estudiante ideas que, cuando uno
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analiza los textos de primera mano, luego no son tales. Y terminamos por
creerle más a Garófalo que a los opinólogos.
Ya pasando a un análisis, vemos que Garófalo piensa que el problema del
delito, es el delincuente. Que si encontramos una concepción adecuada de
delito, común a todas las sociedades (ahí surge el concepto de “delito
natural”), podremos centrarnos en analizar al principal actor: el criminal. Y
Garófalo no cree tanto en el atavismo físico, sino en el psíquico. Ya no será
una anomalía física (prognatismo, foseta occipital media, etc.), sino una
anomalía psíquica, que puede manifestarse en cualquier hombre, pero que se
libera en unos pocos, cuyo entendimiento o capacidad de frenarse es nula; es
en esa incapacidad donde Garófalo centra la anomalía.
Nos sorprende la actualidad de las ideas de Garófalo, que uno creía
sepultadas. Quizás pueda allí rastrearse la idea de la retribución, de que la
justicia no tiene nada que ver aquí, de que el crimen no tiene edad y que los
límites legales sólo molestan, que las leyes protegen delincuentes, la
actualidad de la pena de muerte, la reparación del daño. Muchos de estos
discursos hoy son bien vistos, incluso en nuestro país, e incluso en
plataformas políticas, no triunfantes, pero sí con cierto apego en la sociedad.
No pretendemos decir que nos atrasamos cien años en el combate del delito,
pero dicen que para muestras, basta un botón.
Claro está que a más de cien años, la ciencia penal y criminológica ha
evolucionado. En la misma forma que un gobierno en el sentido de Hobbes
hoy sería impracticable, las ideas de Garófalo son de difícil aplicación, pero no
es que suenen descabelladas, sino que pertenecen a otro tiempo. Creemos
que es por este lado donde debe reconocérsele al italiano el esfuerzo de
sistematización, de modernidad. Muchas veces suele ser más sencillo ser uno
más en el problema, que pararse de la vereda de enfrente, e intentar esbozar
una solución. Y esto es lo que observamos constantemente en la obra que
anotamos. Necesidad de cambio, crítica al decaimiento del sistema
imperante, intento de buscar el porqué del delito, de dónde sale, quién lo
provoca, cómo se soluciona y cómo se previene.
Publicado 23rd January 2014 por Anonymous
Etiquetas: criminología, garofalo
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