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Absolutismo y liberalismo, su uso heterodoxo en la historiografía.

Gilberto Orozco Cadena. Maestría en Historia.

El uso de ismos, como términos que denotan una categoría historiográfica ha sido
errático a lo largo del tiempo y su uso como herramienta de los historiadores ha
mostrado inconsistencias. Surgidos en el siglo XVIII, se fueron precisando hasta
bien entrado el XIX. Algunos de ellos comenzaron utilizándose como opuestos de
otros, como es el caso del absolutismo y el liberalismo, pero con el tiempo se
desarrollaron matices que abonaron a la confusión de su uso.

Absolutismo

Parece ser que el término absolutismo, según Nicholas Henshall, se utilizó


en 1823 en los debates franceses entre los liberales españoles y los representantes
del antiguo régimen represivo, pero más que en un contexto explicativo, con un
sentido político de condena.1 En realidad no se trataba de un término
contemporáneo, sino de una adecuación ulterior a distintos escenarios. Antes de
1770 este concepto no existía; más bien parece ser factura de historiadores desde
perspectivas conservadoras, marxistas y revisionistas2 y tiene que ver más con
contenidos culturales, políticos, diplomáticos y dinásticos, más que históricos. Como
ideología se ha rastreado en su sentido práctico en lo legislativo, ejecutivo y
administrativo, pero se ha encontrado un mayor sentido como integrante y elemento
de los textos, panfletos, sermones, cartas y tratados en los que fue utilizado; esto
va más allá de la simpleza con la que es definido en un diccionario político que sólo
acota la perenne limitación del poder real frente a la legislación externa determinada
por la ley natural y la divina, lo que Bodin y Hobbes consideraban que consistía en
que el rey no era súbdito de ninguno y todos los demás eran sus vasallos.3

1 Cesare, Cuttica, “A thing or two about absolutism and its historiography” en History of European
Ideas, 2013, vol. 39, núm. 2, p. 288. Consultado en http://dx.doi.org/10.1080/01916599.2012.679078
el 15/11/14.
2 Ibid, p. 290.
3 Norberto, Bobbio, Nicola, Matteucci, Gianfranco, Pasquino, Diccionario de política, redactores José,

Aricó, Martí, Soler, Jorge, Tula, 2 vols., 12ª ed., México, Siglo XXI, 2000, p. 1-8.
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Para algunos historiadores, como Bloch, el término contenía un sentido


místico y religioso –reyes taumaturgos-, pero para otros sólo representó un intento
de precisar un proceso, la secularización de la vida, al través de una construcción
idealizada, no exenta de una connotación negativa. 4

Los elementos para problematizarlo serían 1) el poder indivisible de los


monarcas; 2) la obediencia incondicional de los súbditos; 3) el conflicto entre la
voluntad real y las libertades a veces inmemoriales de parlamentos y asambleas; 4)
una fuerte crítica a la democracia por provenir de las masas ignorantes e
irracionales; 5) el rechazo de los derechos naturales; 6) el origen divino del mandato
real, 7) la preferencia de la monarquía como el método ideal de gobierno; y 8) la
noción de que la soberanía reside en la persona real.5 Esto no exigía la
yuxtaposición de la identidad religiosa con la teoría política, es decir, era
transconfesional.6

Otra característica obligada del concepto es que el poder debía ser arbitrario
e irrestricto, pero esto más bien tuvo diversos matices en la práctica. 7 Para
deslindarlo de la tiranía, en la práctica tuvo que mantenerse su espíritu positivo, en
el sentido de arbitrario, pero limitado, no sólo por las leyes, sino por la costumbre.8
En este sentido se han propuesto hasta nueve distintos tipos de absolutismo que
abarcan un amplio rango de matices, pero se engloban en las limitaciones legales
y consuetudinarias: 1) el maquiavélico, definido por la prudencia del soberano; 2) el
bodiniano, remarcando la indivisibilidad e inalienabilidad de la soberanía,
respetando las leyes y la propiedad; 3) el patriarcal, fincado en el ethos del
Commonwealth y sus leyes; 4) el patriótico, opuesto a las ideas ultramontanas
francesas; 5) constitucional, como en el caso específico de la Inglaterra del siglo
XVII; 6) el de la razón de Estado, que prioriza la arcana imperii; 7) el divino, que
estipula el origen místico del poder; 8) el hobbesiano, donde cumple un papel la

4 Cuttica, op. cit., p. 291.


5 Ibid, p. 292.
6 Ibid, p. 293.
7 Ibid, p. 295.
8 Ibid, p. 296.
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naturaleza y la totalización de la política; y 9) el milagroso, que se basa en el carisma


del soberano.9

Estas categorías no visualizan el absolutismo como un fenómeno


esencialmente histórico, pero al menos le quita ese carácter unívoco que contribuía
a la confusión para su entendimiento, haciéndolo esencialmente casuístico,10 no
incluyendo su mirada desde la perspectiva étnica, que más bien corresponde a otro
momento historiográfico, es decir, el siglo XX.11

En España, durante la transición del antiguo régimen al liberalismo, a


principios del XIX, en un brevísimo lapso de 30 años y en circunstancias muy
desfavorables, en guerra, con la mayor parte del territorio ocupado, con una
monarquía acéfala, sin dirigentes extraordinarios, con autoridades mal definidas y
en completo desacuerdo, al que se sumaba la emancipación de todo un continente,
se refundaba la monarquía católica y se transformaba de ser absoluta a ser
constitucional.12 Bajo estas condiciones hubiera sido ideal un monarca excepcional
que encauzara el cambio, pero no lo hubo, lo que dio pábulo a la manifestación de
multiplicidad de tendencias y propuestas, algunas de ellas muy diversas. Para fines
explicativos, un historiador propuso en 1955 tres categorías fundamentales de
tendencias políticas, la de los conservadores, la de los innovadores y la de los
renovadores, como a continuación de esboza.

Para esas fechas existían pocos estudios historiográficos que rastrearan y


caracterizaran dicha inclinación conservadora, que en esencia buscaba oponerse a
toda modificación de las circunstancias del antiguo régimen y cuyo principal
exponente era el mismo Fernando VII, aunque al menos al principio fue
acompañado por un grupo de cercanos a él, los llamados fernandinos, que lo

9 Ibid, p. 298.
10 Ibid, p. 300.
11 Chetan, Bhatt, “Ethnic absolutism and the authoritarian spirit” en Theory Culture Society, 1999, vol.

16, núm. 2, p. 65-85. Consultado en http://tcs.sagepub.com/content/16/2/65.refs.html el 15/11/14.


12 Federico, Suárez Verdeguer, “Conservadores, innovadores y renovadores en las postrimerías del

Antiguo Régimen” en Anales de la Fundación Francisco Elías de Tejada, núm. 12, 2006, p. 30.
Consultado en
www.researchgate.net/publication/39656074_Conservadores_innovadores_y_renovadores_en_las
_postrimeras_del_Antiguo_Rgimen el 15/11/14.
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apoyaron en el celoso resguardo de la autoridad real, al menos hasta que se


percataron que de tal meta ellos mismos eran un daño colateral porque quedaban
excluidos del ejercicio del poder.13

Los innovadores, según el autor muy influidos por el pensamiento político


francés, y que dieron lugar a los afrancesados del régimen y a los patriotas de Cádiz,
buscaban un cambio profundo, los primeros implementándolo menos
drásticamente, los últimos con todo el radicalismo y urgencia posibles. Los últimos
fueron barridos, los primeros permanecieron conspirando inútilmente. Ambos,
ilustrados todos ellos, buscaban un gobierno representativo, sólo diferían en la
modalidad y paso del cambio. Un ejemplo de ellos sería el ministro Jovellanos.14

El tercer grupo, los renovadores, también pretendía sanear el caduco sistema


político, creía del mismo modo que los anteriores, que la soberanía residía en la
nación, pero, denominados realistas por algunos, tenían la aspiración de que los
cambios ocurrieran lo menos traumáticamente posible y favorecían el despotismo
ministerial, es decir, muchos de ellos eran las élites con expectativas de compartir
el poder que Fernando VII hizo a un lado al regresar al trono.15 Finalmente esta obra
historiográfica, que fue un libro editado en 1955, muestra cómo aún en esa fecha
existía confusión respecto a la terminología que deslindaba a los llamados
absolutistas, reaccionarios o serviles, de los liberales, que buscaban una serie de
cambios que se detallarán después.

Las líneas maestras de transición del feudalismo al capitalismo no son


iguales en todas partes, pero en el fondo lo que se cambiaba no era un grupo de
autoridades e instituciones, sino un sistema.16 Esto exigía entonces gobernar con el
consenso de las oligarquías tradicionales, pero con una reducida capacidad de
acción política por falta de recursos fruto del despilfarro crónico.

13 Ibid, p. 34.
14 Ibid, p. 40.
15 Ibid, p. 43.
16 Josep, Fontana, La crisis del antiguo régimen, 1808-1833, Barcelona, Editorial Crítica-Grijalbo, p.

14, (Guías de Historia Contemporánea de España, 1).


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El cambio en realidad no era tan drástico porque, si bien se abolía el régimen


señorial, quedaban intactos el diezmo y los derechos de tenencia de los señores
feudales, que pudieron transformarlos en tenencia plena de la tierra, se permitía una
limitada libertad de imprenta que respetaba el terreno religioso so pena corporal,
persistía la intolerancia religiosa, se abolía la Inquisición, pero permanecían los
tribunales eclesiásticos, todo maquillado como una carta magna bastante moderada
que privilegiaba esencialmente la introducción del sistema representativo
parlamentario moderno,17 con la salvedad que preservaba el sistema de dominio en
América. Esto podía considerarse un tipo de liberalismo light, bastante diferente del
francés radicalizado por los campesinos, pues en España fue reivindicado por las
masas urbanas y más bien se redujo a meros aspectos simbólicos porque las clases
dirigentes impidieron su radicalización.18

Las primeras escaramuzas entre el absolutismo y el liberalismo se dieron


entre los partidarios de Godoy y de Fernando VII, lo que cambió con las
abdicaciones de Bayona,19 luego la Regencia no estaría especialmente interesada
en el establecimiento de las Cortes,20 esto significó una condición confusa que se
traduciría en que los llamados conservadores, no siempre lo fueron en realidad, lo
mismo ocurrió con los liberales. La presión por la instalación de las Cortes obligó a
Fernando VII a jurar la Constitución, pero más como un acto de malicia política por
la falta de radicalidad de la misma.21 Ya con la restauración, el regreso de Fernando
suponía la aceptación de las reformas de Cádiz, según la representación absurda
llamada Manifiesto de los Persas, pero en realidad al poco tiempo el decreto
fernandino ordenó el cierre de las Cortes, el encarcelamiento de sus miembros y el
regreso de las condiciones reinantes en el antiguo régimen,22 este fue otro lapso en
el que se suscitaron eventos en los que hubo confusión acerca de quiénes eran

17 Ibid, p. 16.
18 Ibid, p. 18.
19 Ibid, p. 72.
20 Ibid, p. 80.
21 Ibid, p. 107.
22 Ibid, p. 115.
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conservadores y quiénes liberales, aunque los conservadores nunca recuperarían


su cuota de poder.23

Algunos historiadores afirmaban que el conflicto entre el Antiguo Régimen y


la sociedad moderna, es decir, entre el absolutismo y los derechos humanos, si bien
abarcó toda Europa, en España se le debe, y con mucho, a los planteamientos de
Marcelino Menéndez y Pelayo, que defendió una tradición española que, ni es
tradición, ni es española.24 La intención inicial de la corona era modernizar el
pensamiento español bajo el influjo de la Ilustración y para eso Carlos III promovió
la reforma de la vida académica en las universidades y colegios mayores y
promoviendo la penetración del pensamiento europeo en España, pero
reconociendo una prelación del liberalismo francés respecto del español, que no
habría sido autóctono,25 pues le habrían comprado a los franceses la idea de la
regeneración social mediante reformas que suponían la soberanía popular, aunque
esto ocultaría un ataque a la propiedad y el poder.26 Un grupo de españoles
aceptaría la sumisión a Napoleón, otro más se acercaría a las Cortes para regenerar
a España y un tercer grupo, reaccionario, se propondría mantener el estado de
cosas sin hacer concesiones al pensamiento ilustrado y al liberal. A este último
grupo se le atribuye la astucia de identificar la invasión francesa y la Ilustración con
una traición a la monarquía y a su régimen operado por Godoy.27 La única
alternativa patriótica era una guerra santa que preservara los más puros valores del
espíritu nacional.28 En esa tesitura, todo acto de violencia dirigido contra los liberales
sería purificadora. Las aspiraciones libertarias serían anárquicas y destructoras
pues la desigualdad era inevitable y la soberanía un derecho real irrebatible.29 La

23 Ibid, p. 125.
24 Javier, Herrero, Los orígenes del pensamiento reaccionario español, Madrid, Alianza Editorial,
1988, p. 22, (Alianza Universidad).
25 Ibid, p. 233.
26 Ibid, p. 235-6.
27 Ibid, p. 238.
28 Ibid, p. 245.
29 Ibid, p. 248-250.
7

dirigencia fernandina era providencial y conduciría a España a la restauración


católica medieval.30

La nobleza hispana creyó que participaría del poder con Fernando VII, y en
el Manifiesto de los Persas plasmó su refrendo de la soberanía nacional y el poder
absoluto como propios del rey, pues no podían compartir la aspiración popular de
igualdad.31 Todo esto se enmarcó en una cubierta religiosa, de la que el pueblo
mismo tenía conciencia,32 y casi todo el clero impulsó conscientemente el espíritu
absolutista.33 Al sacrilegio napoleónico, España respondía con la guerra religiosa.34
La apoteosis de esta respuesta cristalizó a principios de 1814, con el regreso de
Fernando VII, que restauró el absolutismo con el apoyo del partido servil.35 La
represión llegó a considerarse santa y el culmen la quema de la Constitución de
1812 en muchas ciudades españolas.36 Para este autor, “la retórica de la tradición
y el casticismo hispánico” solamente escondían la defensa de intereses
privilegiados de clase37 y el villano de su difusión el mayor polígrafo español.

Liberalismo

El concepto de liberalismo también empezó a desarrollarse en el siglo XVIII


en todo el mundo occidental, poco a poco caracterizándose por un conjunto de
valores y prácticas que incluían un gobierno representativo, una economía
comercial, una constitución, el reconocimiento de derechos individuales, la
separación de poderes, la soberanía nacional y la existencia de una opinión
pública.38 Para seguir el desarrollo del concepto se ha buscado cómo este elemento
del lenguaje contribuyó a moldear la realidad política para empezar apenas a
insinuarse como una realidad concreta a partir de 1820, pero que más bien fue

30 Ibid, p. 330.
31 Ibid, p. 338-340.
32 Ibid, p. 375.
33 Ibid, p. 377.
34 Ibid, p. 380.
35 Ibid, p. 385-6.
36 Ibid, p. 398.
37 Ibid, p. 401.
38 Javier, Fernández Sebastián (dir.), Diccionario político y social del mundo iberoamericano. La era

de las revoluciones, 1750-1850, 2 vols., Madrid, Fundación Carolina, 2009, vol. 1, p. 696,
(Iberconceptos, I).
8

madurando hacia la segunda mitad del XIX. En ese intervalo, incluso desde
principios del XIX, su uso fue confuso, insidioso, muchas veces aplicando nuevos
significados a viejas voces.39 Parece que fue Napoleón, en su alocución del 18
brumario, quien inició su uso, pero en España tanto en Cádiz, como en las Cortes
se utilizó alternativamente en un contexto de partido o de un entramado institucional
con alusiones a diversos autores como Locke, Rousseau, Montesquieu, pero con
referentes jurídico-políticos que se remontaban al medioevo en una especie de
prolepsis.40

Tradicionalmente, hasta los absolutistas podían ser liberales, en el sentido


de ser virtuosos y magnánimos; así lo fueron Carlos III y Fernando VII, éste último
lo fue al suscribir la constitución gaditana, así fuera obligado. En este sentido, ya
desde 1808 se pretendió poner límites adicionales a la autoridad real. 41 Si bien
primero se utilizó en lo económico, también se fue oponiendo como valor al
despotismo y a la tiranía, con esta acepción alcanza el gobierno de Morelos. En
realidad era un término doctrinalmente heterogéneo que aceptaba gradaciones.42
Su uso se extendió más en la península, que en América, pues en ésta última en
algún momento se asoció a la dominación colonial, por lo que su naturalización en
el léxico político fue más tardía.43 Por ende, en territorios americanos tuvo la
connotación adicional de la necesidad de una generosidad de propiciar una
representación igualitaria en Cortes.44 Su sentido se fue prefigurando lentamente,
pasando del terreno moral al político, adquiriendo una densidad semántica que en
sus primeros años de uso no tenía. En el ínterin se aplicaba con amplio criterio
dicotómico polarizando diversas condiciones morales y de grado, como bueno y
malo, radical y moderado, etc. La misma confusión ocurría en sus aplicaciones a la
vida civil, militar y clerical,45 y en general se aceptaba un liberalismo ‘organizador’,

39 Ibid, p. 699-701.
40 Ibid, p. 702-3.
41 Ibid, p. 704-5.
42 Ibid, p. 706-7.
43 Ibid, p. 709.
44 Ibid, p. 710.
45 Ibid, p. 712.
9

cuyo paradigma era el inglés, y otro ‘revolucionario’ y anárquico, como el español.


En realidad hubo muchos traslapes regionales de significado del término.46

En Latinoamérica no cuajó con cierta precisión semántica hasta después de


la primera mitad del XIX,47 lo que es muy importante para comprender su confuso
uso en nuestro medio. Inicialmente fue una simple oposición asimétrica a las
categorías liberal/servil que igual se intercambiaban con insurgente/realista y luego
monárquico/republicano.48 Más adelante veremos cómo no paró aquí esta
evolución, pues continuó con federalistas/centralistas, escoceses/yorkinos y
finalmente conservadores/liberales.49 Su uso estuvo muy apoyado en las filosofías
de la historia por los historiadores del siglo XIX,50 y también muy relacionado con la
idea de progreso y de historia como tribunal.51 Lo que sí es evidente es el uso que
le dio la generación que logró las independencias, pues utilizó el concepto de
manera muy confusa, siempre deformado por la mirada de historiadores que
interpretaban en clave de modernidad, con esquemas sujetos a una idea dicotómica
y de progreso.52 Estas variaciones continentales han llevado a algunos historiadores
a pensar en una Europa liberal y una América republicana.53 Tardó mucho tiempo
en igualarse los conceptos de liberalismo y democracia y la evolución en América
estuvo muy matizada regionalmente.54

En España se identificaron a los liberales inicialmente con los opositores a la


invasión napoleónica, pero sucesivamente los adictos a José I y a Fernando VII
apelaron a las ideas liberales y surgió la confusión, particularmente cuando se
esgrimió la guerra santa como justificante para ensalzar a los serviles. 55 Desde ese
punto de vista, el virrey Calleja, absolutista irredento, en algún momento fue un

46 Ibid, p. 713-4.
47 Ibid, p. 716.
48 Ibid, p. 716-7.
49 Ibid, p. 718.
50 Ibid, p. 720.
51 Ibid, p. 723.
52 Ibid, p. 727.
53 Ibid, p. 728.
54 Ibid, p. 730-31.
55 Javier, Fernández Sebastián, “Liberalismo. España” en Javier, Fernández Sebastián (dir.),

Diccionario político y social del mundo iberoamericano. La era de las revoluciones, 1750-1850, 2
vols., Madrid, Fundación Carolina, 2009, vol. 1, p. 784-5, (Iberconceptos, I).
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destacado liberal. Para los diputados a Cortes la connotación era esencialmente


moral, asociado con la libertad, la seguridad y la prosperidad, pero lo ‘moderado’ de
la carta magna gaditana, que se deslindó de los excesos franceses que atacaban la
propiedad y los fueros, fue estableciendo los matices que se desarrollarían para
calificar el liberalismo en moderados y exaltados o radicales,56 los primeros
asociados a los serviles, los últimos al lenguaje iusnaturalista, rousseauniano y
finalmente jacobino,57 aunque finalmente se decantaría por la monarquía
constitucional, la contraposición liberalismo/democracia y la idea de progreso
civilizatorio, un liberalismo bastante ecléctico.58

En México, el significado de liberalismo estuvo asociado a la aceptación y


promulgación luego de la Constitución gaditana, a diferencia de otros territorios,
cuyo significado dependía también de este aspecto, pero pudo diferir del caso
mexicano.59 La correspondencia con la forma republicana de gobierno tuvo relación
con el constitucionalismo mexicano a partir de 1814, pero con relación a la gaditana
lo estuvo de 1812-1814 y de 1820-1821; sin embargo, para los insurgentes
representó un deslinde del poder virreinal.60 El término tuvo una evolución similar a
la europea en cuanto que en el siglo XVIII significada generoso o expedito, en el
sentido de prestancia, pero en la consumación de la independencia se refirió a la
reacción de las élites a la aplicación de las medidas liberales de las Cortes en
1820.61 Sin embargo, el empleo del término fue disputado por igual entre los
insurgentes y los realistas, no pocas veces interpretando erróneamente situaciones
del momento. Morelos y Carlos María De Bustamante se refirieron al gobierno
propuesto por el primero como liberal, pero Abad y Queipó hacía lo propio al
defender la monarquía. Con la restauración del absolutismo, la connotación del
término se negativizó, luego se concentraría en una confrontación entre la iglesia y

56 Ibid, p. 786-7.
57 Ibid, p. 788.
58 Ibid, p. 789.
59 Roberto, Breña, “Liberalismo. México” en Javier, Fernández Sebastián (dir.), Diccionario político y

social del mundo iberoamericano. La era de las revoluciones, 1750-1850, 2 vols., Madrid, Fundación
Carolina, 2009, vol. 1, p. 797, (Iberconceptos, I).
60 Ibid, p. 798.
61 Ibid, p. 799.
11

el ideario liberal.62 Es decir, su uso estuvo al servicio del bando que lo empleaba, lo
que persistió a lo largo de las siguientes décadas.63

Este mismo autor, Fernández Sebastián, pero en otro texto, llama la atención
al hecho de que el liberalismo hispánico, como todo lo relativo a la cultura hispánica,
estaba permeado por las creencias religiosas, así se hablaba igual de una
ilustración católica, que de un liberalismo católico, que diferiría del correspondiente
significado europeo en otras culturas,64 la diferencia fundamental sería que esta
ideología estaría presidida por una trilogía que, además del rey y el pueblo, estaría
integrada también por dios, y obviamente sus representantes en el mundo, el
clero.65 Esta diferencia no era menor, pues en el resto de Europa la religiosidad
estaba dividida esencialmente en dos bandos, católicos y protestantes, mientras
que en España y América se trataría de un bloque monolítico de creencias.66 Esto
tiene importancia porque al incluir el liberalismo la laicización del estado, la
confrontación con los intereses y doctrina católicos era inevitable. La primera línea
de confrontación sería con la intolerancia religiosa; ya von Humboldt había alertado
contra la crítica extrema de las autoridades en Nueva España y Granada a la
limitación de fueros, no obstante haber elogiado tanto centros educativos como
institutos, academias y sociedades.67 El ejercicio de esta libertad era condenado
como libertinaje.68 De esta manera, el liberalismo se construyó sobre el dogma
cristiano, lo que lo matizó indefectiblemente, de modo que virtud y ciudadanía eran
inseparables del evangelio y se hablaba de una cristiandad cívica.69 Hasta fines de
la tercera década del siglo XIX aparecerían en México escritos que promovieran la
tolerancia religiosa, es decir, como tema sensible matizó la idea de liberalismo de
manera distinta en el mundo americano.70 Esto representó un conflicto para el

62 Ibid, p. 800-1.
63 Ibid, p. 803.
64 Javier, Fernández Sebastián, “”Toleration and freedom of expression in the hispanic world between

enlightment and liberalism” en Past and Present, mayo 2011, núm. 211, p. 160-1.
65 Ibid, p. 162.
66 Ibid, p. 163.
67 Ibid, p. 177.
68 Ibid, p. 188.
69 Ibid, p. 189.
70 Ibid, p. 194.
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liberalismo peninsular, que veía una contradicción teórica e ideológica en el


liberalismo americano, que fue bastante menos radical que el europeo.71

En España el liberalismo pasó por varias etapas y tuvo varias influencias,


reconociéndose una inglesa que optaba por una constitución no radical, otra
francesa que tendía al radicalismo, pero no fue muy favorecida en Cortes, y una
más del neoescolasticismo hispano, que si bien fue un tanto ecléctico, también fue
bastante moderado, que se fue desarrollando durante la guerra de independencia
de la península, pero nunca terminó de reconciliarse y unificarse, pues luego del
sexenio absolutista de 1814-1820, se escindió aún más en moderados y exaltados,
de ahí dirigiéndose a la formación de auténticos partidos.72

En México se ha buscado desligar el liberalismo de la contraparte española


en la medida que localmente se significó más como un proceso de descolonización.
Hasta mediados del siglo XX se empezó a identificar la impronta del
constitucionalismo gaditano en el mexicano. Los defensores de la monarquía
asociaban a los liberales con agentes napoleónicos y parecía existir un vínculo más
directo con el federalismo estadunidense.73 En esta búsqueda de influencias, se
tardó en distinguir los desarrollos autóctonos, peninsulares y americanos, de esta
ideología política que corrió a la par de los acontecimientos bélicos que la
acompañaron. La misma proclividad de los diputados peninsulares a mantener
minoritariamente representados a sus contrapartes americanos abonó en este
sentido.74 El uso discrecional que se dio a la carta magna gaditana en Nueva
España, que los virreyes Venegas y Calleja aprovecharon y aplicaron según su

71 Facundo, Lafit, “El liberalismo peninsular ante la ‘cuestión americana’” en Historia Contemporánea,
2012, vol. 46, p. 47.
72 Ignacio, Fernández Sarasola, “El primer liberalismo en España (1808-1833)” en Historia

Contemporánea, 2011, vol. 43, p. 547-583.


73 Alfredo, Ávila, “Tradiciones atlánticas, tradicioneshispánicas: en torno a ‘La dimensión atlántica e

hispanoamericana de la revolución de mayo’, de José Carlos Chiaramonte” en Boletín del Instituto


de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, ene./dic. 2011, 3ª serie, núm. 33, p. 21,
consultado en http://www.scielo.org.ar/scielo.php?pid=S0524-
97672011000100003&script=sci_arttext el 15/11/14.
74 Alfredo, Ávila, “The Constitution of Cadiz in New Spain” en The spanish roots of modern liberalism.

A celebration on the bicentennial of may 2nd, 1808, marzo 28, 2008, Georgetown University,
consultado en https://www.academia.edu/344327/The_Constitution_of_Cádiz_in_New_Spain el
15/11/14.
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conveniencia, agregó elementos para la confusión en el uso de los términos


liberales, pues las leyes liberales y los ordenamientos constitucionales fueron
ignorados, interpretados o tergiversados, según las necesidades del momento.75 Ya
en el México independiente, algunos aspectos de ese documento constitucional
sirvieron para apoyar argumentos en la lucha entre los ayuntamientos, los
federalistas y centralistas.76

Estos matices respecto al término liberalismo han derivado en diversas


interpretaciones historiográficas que van desde el reconocimiento de la evolución
del concepto en los territorios otrora de la monarquía española, con peculiaridades
regionales, que sostiene François Xavier Guerra,77 hasta la afirmación de Annino de
que el liberalismo revolucionó a todos los pueblos hispanos, dotándolos de
instituciones soberanas, mientras que para Jaime E. Rodríguez O. esto fue falso
porque la única revolución novohispana fue la derivada del constitucionalismo
gaditano, porque la insurrección fracasó rotundamente en sus metas.78 Lo que
confirman Hamnett79 y Hamill.80 Una historia similar a la novohispana de esa
implementación del liberalismo constitucional gaditano ocurrió en Centroamérica,
como lo documentó Adolfo Bonilla;81 también regionalmente se observó, interpretó
y deformó el texto liberal a discreción de los gobernantes, en este caso el Capitán
General de Guatemala, José Bustamante, con la coadyuvancia de Fray Ramón
Casaus, obispo de Guatemala, aunque para la sobrevivencia independiente tras la
emancipación de España fue juzgada necesaria la anexión a México, lo que a pesar
de que se hizo en nombre del liberalismo, fue operada por el partido servil para lavar
su pasado. Después de todo, ya varias ciudades importantes estaban bajo el control

75 Ibid, p. 11.
76 Ibid, p. 24.
77 François Xavier, Guerra, Modernidad e independencias. Ensayos sobre las revoluciones

hispánicas, 3ªreimp., México, FCE-Editorial MAPFRE, 2014, p. 12, (Sección Obras de Historia).
78 Alfredo, Ávila, Rodrigo, Moreno, “El vértigo revolucionario. Nueva España 1808-1821” en Nuevo

Topo. Revista de Historia y Pensamiento Crítico, 2008, núm. 5, p. 5, consultado en


http://www.historiapolitica.com/datos/biblioteca/xix2avila.pdf el 15/11/14.
79 Brian R, Hamnett, Raíces de la insurgencia en México. Historia regional, 1750-1824, trad. Agustín,

Bárcena, México, FCE, 1990, p. 241, (Sección Obras de Historia).


80 Hugh H., Hamill, “Was the mexican Independence movement a revolution?” en Dos revoluciones.

México y Estados Unidos, México, Jus, 1976, p. 46.


81 Adolfo, Bonilla Bonilla, La ilustración centroamericana, 1770-1838: una interpretación de las ideas

y la historia política, En prensa, p. 320.


14

mexicano para 1821.82 José De Bustamante aplicaría una ideología similar a la del
virrey Calleja en su gestión en Guatemala, adecuando sus acciones de gobierno a
las necesidades del momento, siempre con la idea básica de preservar los intereses
absolutistas de la corona, aunque hablara de liberalismo,83 como por ejemplo, con
la libertad de prensa,84 y hablara de ‘reconciliación’ en el caso de la rebelión
salvadoreña.85

Queda claro, pues, que la densidad semántica del término liberalismo y su


utilización como categoría historiográfica plena no fue un evento consumado hasta
bien entrado el siglo XIX y con notables diferencias regionales en la península e
Hispanoamérica. Para ilustrar su confuso empleo, traigo a colación algunos
aspectos de la gestión virreinal de Félix María Calleja del Rey.

Calleja fue el único militar que por sus méritos en campaña alcanzó el
nombramiento de virrey de Nueva España. Su combate a la insurgencia
encabezada por Hidalgo y Morelos, la derrota que les infirió y la muerte de sus
dirigentes fueron definitivos para identificarlo como baluarte de la defensa de los
intereses monárquicos, absolutistas hasta 1812, constitucionales a partir de la carta
magna gaditana, publicada el 3 de marzo de 1813 como último acto de gobierno del
virrey Venegas.86 Ya Venegas había ignorado diversos mandamientos gaditanos
por considerarlos opuestos a los intereses del buen gobierno virreinal,
particularmente porque limitaba el poder del virrey, equiparándolo a el resto de los
jefes militares de las diferentes provincias, con quienes se disputaba el mando.87

La Constitución de Cádiz abolió las instituciones señoriales, la Inquisición, el


tributo indígena y su trabajo forzado, como la mita, y, sobre todo, trató de establecer
firmemente el control eclesiástico por el Estado. Creó un estado, al menos

82 Ibid, p. 381-2.
83 Timothy P., Hawkings, To insure domestic tranquility: Jose de Bustamante and the preservation of
empire in Central America, 1811-1818, New Orleans, Tulane University, 1999, p. 144, (Tesis para
obtener el título de doctor en Filosofía por la Universidad de Tulane, Luisiana).
84 Ibid, p. 161.
85 Ibid, p. 171.
86 José de Jesús, Núñez Domínguez, La virreina mexicana Doña María Francisca de la Gándara de

Calleja, México, UNAM, 1950, p. 210


87 Juan, Ortiz Escamilla, “Calleja, el gobierno de la Nueva España y la Constitución de 1812” en

Revista de Investigaciones Jurídicas, núm. 20, 1996, p. 408.


15

teóricamente, igualitario para todas las regiones de la monarquía, limitó el poder del
rey, otorgándoselo a las Cortes, estableció un sufragio universal para todos los
hombres que no fueran africanos,88 pero no tocó el régimen de propiedad privada,
y limitadamente interesó los fueros eclesiásticos en lo recaudatorio y judicial. No fue
un documento español, sino una expresión de la voluntad política de los españoles
de ambos hemisferios.89

Cuando Calleja asumió el mando virreinal estaba en plena vigencia la


Constitución de Cádiz y su lenguaje tomó elementos del liberalismo para
implementar un sistema representativo novohispano, elemento fundamental de la
reforma política que Venegas había soslayado. Los reveses que obtuvo, tanto en
las elecciones locales del Ayuntamiento de la ciudad de México, como en las
provinciales, a pesar de las maniobras políticas que esgrimió para evitarlos, 90 tuvo
que revertirlos, sólo parcialmente, con recortes presupuestales para el ejercicio de
dichos cargos de elección,91 lo que se hizo a la sordina, sin abandonar el discurso
liberal que proclamaba como obediente de la Constitución. Del mismo modo, la
limitación del mando supremo que le imponía el artículo 324 del Capítulo II, Sección
VI del ordenamiento gaditano lo eludió con el pretexto legaloide del estado de guerra
en que se encontraba el virreinato, lo que lo confrontó con los otros jefes
provinciales, pero no lo presentó como rebelde al ordenamiento gaditano.92

También tuvo que entrar en controversia con la Audiencia de México por


problemas jurisdiccionales con las Cortes y las diputaciones provinciales, que los
oidores no querían perder.93 Asimismo, tuvo que reorganizar el sistema judicial,
evidentemente a contrapelo de los jueces y demás personal de los juzgados.94 El

88 Jaime E., Rodríguez O., La independencia de la América española, 2ª reimp., México, FCE-El
Colegio de México, 2010, p. 413, (Sección de Obras de Historia).
89 Ibid, p. 412.
90 Carol C., Ferguson, The spanish Tamerlaine?: Félix María Calleja, viceroy of New Spain, 1813-

1816, Michigan, Texas Christian University, 1973, p. 152, (Tesis para obtener el título de doctor en
Filosofía por la Universidad Cristiana de Texas).
91 Timothy E., Anna, La caída del gobierno español en la ciudad de México, trad. Carlos Valdés,

México, FCE, 1987, p. 136-139, (Sección de Obras de Historia).


92 Ortiz Escamilla, “Calleja, el gobierno…”, op. cit., p. 415.
93 Ibid, p. 411.
94 Ibid, p. 412.
16

conflicto que se suscitó generaba una profusión de comunicaciones con la Regencia


y Cortes que se saltaban al gobierno virreinal, lo que manejó no revirtiendo esas
políticas liberales, sino estableciendo un filtro de manera que toda comunicación
entre las instituciones novohispanas y la península tenían que pasar por el tamiz del
gobierno que encabezaba.95 Lo mismo hizo con el manejo fiscal, al que le dio la
vuelta mediante decretos, no oponiéndose abiertamente a la constitución.96 Para
implementar las limitaciones al fuero clerical a que estaba obligado se metió en
problemas graves con el clero que finalmente le costarían su destitución, 97
particularmente por la insidia y el encono que le tuvo el obispo Pérez, que le hizo
fama de poco fiable, entre otras cosas por haber formado una familia con
connotados criollos, lo que lo hacía sospechoso de ser revolucionario98 e
indolente,99 pero aunque Calleja atemperó dichas medidas y hasta usó al Tribunal
de la Inquisición para juzgar a Morelos, no renunció a su viz liberal.

Todas estas medidas las tomó premeditadamente, pues desde el primer día
de su gobierno encargó la formación de una comisión que estudiara a fondo las
consecuencias de los cambios que las reformas liberales traerían a su
administración, y finalmente a los intereses de la corona,100 y a partir de dicho
dictamen asumió las decisiones que se han comentado.101 Con la restauración
absolutista y abolición constitucional se regresó nominalmente al estado de cosas
que reinaba en 1808. Sin embargo, esa reversión de las medidas liberales también
fue atemperada por Calleja para no complicar más la situación política virreinal, por
lo que también podría considerarse que en ese momento obró como liberal renuente
a la restauración con tal de no entorpecer el funcionamiento gubernamental. Por
esa gestión consecuente con los intereses de la corona, a veces camaleónica, pero

95 Ibid, p. 416.
96 Ferguson, op. cit., p. 158. Ortiz Escamilla, “Calleja, el gobierno…”, op. cit., p. 411.
97 Cristina, Gómez Álvarez, El alto clero poblano y la revolución de independencia, 1808-1821,

Puebla, Universidad de Puebla, 1997, p. 155-161.


98 Brian R., Hamnett, Revolución y contrarrevolución en México y el Perú. Liberales, realistas y

separatistas (1800-1824), Ed. Electrónica, México, FCE, 2012, p. 5738, (Sección Obras de Historia).
99 Ibid, p. 5774.
100 Ortiz Escamilla, “Calleja, el gobierno…”, op. cit., p. 426-446.
101 Ibid, p. 412.
17

siempre tendente a la supervivencia del sistema,102 este funcionario asumió en


varios momentos papeles que, en términos del glosario político de la época, podría
considerarse como liberal o absolutista, sin que esto quiera ir más allá de ilustrar la
confusa aplicación de los términos liberal y absolutista, pues su gestión siempre
estuvo muy definida.

Esto también podría ilustrarse con otros personajes de la época. Por ejemplo,
el obispo de Puebla, Antonio Joaquín Pérez Martínez tuvo un papel importante como
liberal moderado en las Cortes,103 desempeñando un rol conservador en las
mismas, luego como contrarrevolucionario novohispano de 1816 a 1819, 104 para
terminal como jefe de la iglesia novohispana y contribuir determinantemente en la
consumación de la independencia de España,105 quedando, al menos
nominalmente, como miembro de las fuerzas “liberales” que consumaron la
emancipación de la dominación hispana. Esto también sólo abona a ejemplificar un
uso abstruso de lo que luego sería una categoría historiográfica bien definida.

Para muchos españoles que participaron en la guerra contra Napoleón, el


rescate y reposición en el trono del “deseado” representaba la promesa de un futuro
que abriera las puertas a muchos elementos característicos del régimen liberal,
particularmente cuando la Constitución de 1812 fue suscrita por el monarca.106 El 4
de mayo de 1814 volvieron a la realidad, esta vez a una situación en la que incluso
la nobleza perdería algunos de sus fueros ante el poder absoluto, a pesar del
entusiasta apoyo que dieron inicialmente a la restauración. El rey se deslindó pronto
de la Regencia y del poder ministerial,107 no es que los borbones no quisieran que
la nobleza participara de la administración del estado; donde no la querían era en el
centro del gobierno, sólo en la periferia, lo que se denominaba “constitucionalismo

102 Ibid, p. 425


103 Gómez, op. cit., p. 113-117.
104 Ibid, p. 173.
105 Ibid, p. 222.
106 Timothy E., Anna, España y la independencia de América, trad. Mercedes e Ismael Pizarro,

México, FCE, 1986, p. 94-100, (Sección de Obras de Historia).


107 Ibid, p. 153.
18

aristocrático“.108 La desoladora sensación inicial de orfandad tras las deposiciones


de Bayona, que fue factor detonador del desmoronamiento monárquico y que en
Nueva España se llevó a la lucha armada por Hidalgo, dio lugar, como señala Jaime
Rodríguez, a que en el primer número de El despertador americano, del 20 de
diciembre de 1810, apareciera el encabezado Nosotros somos ahora los verdaderos
españoles,109 y que generara la aspiración liberal americana que tuvo que lidiar con
cortapisas incluso en las Cortes para alcanzar una representación igualitaria en
dicho órgano representativo con el argumento de “que esta América no es colonia,
sino parte integrante y esencial de la monarquía española”,110 ambas son diferentes
facetas de ese cambio civilizatorio que representó la transformación del antiguo
régimen en uno liberal.

Así como utilizó a la nobleza, Fernando VII lo hizo con el ala conservadora
de los clérigos para deshacerse de los opositores liberales del poder civil;111 el rey
aprovecharía la diferencia de intereses del clero y optaría por el secular como
colaborador,112 pero ninguno mejoró en su status foral. A algunos, incluso, les
cobraría antiguos errores políticos, como al obispo Bergosa, al que no le perdonó
apoyar la constitución,113 algo así ocurrió con Abad y Queipó.114 Lo mismo pasó con
la Mesta, restaurada en octubre de 1814, pero que tuvo que claudicar en sus
aspiraciones de recuperar su jurisdicción señorial y la política fiscal que la
favorecía,115 avasallada por las exigencias del nuevo auge comercial. Aunque en
general la política del monarca tendió a regresar al estado de cosas previo a 1808,
en muchos aspectos no fue posible anular las medidas tomadas durante el período
constitucional,116 lo que significa que la restauración del absolutismo no fue tan
completa como se ha pensado, esencialmente reflejando la supremacía de los

108 Brian R., Hamnett, La política española en una época revolucionaria, 1790-1820, ed. Electrónica,
México, FCE, 2012, p. 217, (Sección de Obras de Historia).
109 Jaime E., Rodríguez O., Nosotros somos ahora los verdaderos españoles,2 vols., México, Colegio

de Michoacán-Instituto Mora, 2012, vol. 1, p. 23.


110 Ibid, p. 169.
111 Hamnett, La política española…, op. cit., p. 313.
112 Ibid, p. 363.
113 Hamnett, Revolución y contrarrevolución…, op. cit., p. 6318.
114 Ibid, p. 6391.
115 Hamnett, La política española…, op. cit., p. 5753.
116 Ibid, p. 5774.
19

intereses de la burguesía mercantil aún por encima de los deseos del monarca,117
aun cuando desde mayo de 1814 Fernando VII se dedicara sistemáticamente a
destruir las instituciones gaditanas.118 Cuando los serviles apoyaban la restauración
del absolutismo, se referían a un statu quo ante que no implicaba el dominio
arbitrario y autocrático que resultaría finalmente, sino un sistema tradicional flexible
y adaptable, que no cayera en los excesos del ‘despotismo ministerial’, 119 pero
sufrieron una gran decepción porque Fernando no buscó unir las estructuras del
reino para equilibrar su falta de pericia política y preparación; en su lugar se rodeó
de validos y amigos que poco le ayudaron en la tarea de reconstruir la monarquía.120

Esta confusión en el uso de los términos liberal y absolutista, ésta, para fines
de la segunda década del XIX ya transmutado en servil, continuó y hasta se
profundizó en la siguiente década, cuando la situación política, ya republicana tras
la caída de Agustín I, se dirimía en otras agendas y se transformó en una dicotomía
entre federalistas y centralistas,121 pero esta dicotomía tenía un antecedente nada
claro que incluía iturbidistas, monárquicos, borbonistas y republicanos, éstos a su
vez federalistas y centralistas,122 pero hubo varias migraciones que terminaron
incluyendo a los conservadores, monárquicos y serviles en el ala centralista, el resto
por pragmatismos políticos se hicieron federalistas. Fue así que viejos iturbidistas
terminaron como federalistas. Un poco antes, las alianzas y rupturas englobadas en
un movimiento masónico nacional derivaron en una migración de algunos
escoceses a yorkinos,123 y finalmente la transformación de ambos en federalistas y
centralistas cuando ya estaba bien establecida la forma de gobierno republicana.
Sería hasta la segunda mitad del XIX que esto se definiría en conservadores y
liberales, ya como partidos bien definidos, pero en ese trecho estas denominaciones
fueron utilizadas para establecer identidades y descalificar oposiciones políticas de

117 Ibid, p. 6127.


118 Hamnett, Revolución y contrarrevolución…, op. cit., p. 5444.
119 Rodríguez, La independencia…op. cit., p. 298.
120 Ibid, p. 299.
121 María Eugenia, Vázquez Semadeni, La formación de una cultura política republicana. El debate

público sobre la masonería. México, 1821-1830, México, UNAM-El Colegio de Michoacán, 2010, p.
68-9, (Serie Historia Moderna y Contemporánea, 54).
122 Ibid, p. 72.
123 Ibid, p. 75.
20

maneras a veces caprichosas y siempre utilitarias,124 porque los federalistas, por


ejemplo, reclamaban que a su grupo pertenecían los verdaderos antiguos
insurgentes.125 Muchos debates se dieron para perfilar el sentido político de cada
facción, pero la profundidad semántica de los conceptos se fue precisando con el
avance del siglo XIX, aunque cierta vaguedad en las definiciones que utilicé a partir
de los diccionarios consultados atestiguan que para alcanzar la plenitud de
categorías historiográficas sufrieron un proceso largo que todavía está
modelándose.

Para Zárate, a más de 80 años de la guerra de independencia, y ya en la paz


y estabilidad tras la restauración republicana, que permitía reflexionar serenamente
en la realidad nacional, el propósito de hacer una historia general ocurría en un
momento favorable en el que México era ya soberano de sus destinos. 126 Para él,
la esencia mexicana, existente desde tiempos remotos, que se vio alterada por la
dominación española, resurgía sin que se hubiera desvanecido el sentimiento
nacional por la imposición de la metrópoli. La gesta emancipadora había concitado
sin esfuerzo a indios, mestizos y criollos para remontar agravios y superar la
dominación en una lucha que sólo tangencialmente coincidía con una lucha
libertaria española contra el invasor francés,127 ambas inspiradas en la ilustración y
el liberalismo franceses. La gesta mexicana tendría como precursora la del 15 de
septiembre de 1808, que igual que la de Valladolid, del siguiente año, no habrían
tenido tiempo de madurar.128 No obstante la explicación tan gastada y superada,
acierta en señalar que fue la reacción de las élites realistas y el alto clero los que
consumarían la independencia, más en busca de proteger sus intereses, aunque
esto finalmente reivindicara de alguna forma a los mártires de la lucha armada de la
década previa.129 El Plan de Iguala era garantía de la emancipación y posterior

124 Ibid, p. 78.


125 Ibid, p. 83.
126 Julio, Zárate, “La guerra de independencia” en Vicente, Riva Palacio, México a través de los

siglos, 5 vols., México, Editorial Cumbre, 1977, vol. III, p. IV.


127 Ibid, vol. III, p. V-VI.
128 Ibid, vol. III, p. IX.
129 Ibid, vol. III, p. XI.
21

reconciliación de España y México, que se reconocerían como madre e hija en el


nuevo escenario del progreso.130

Esta interpretación, que fue oficial hasta el cambio de siglo, sostenía


explicaciones ahora completamente rebatidas, cuyo origen puede retraerse a las
ideas del padre Mier, que Villoro, ya en el siglo XX, también rescata, pero él combate
la noción que la independencia fue una reacción conservadora a la ruptura del pacto
del rey con el pueblo, por la usurpación y movida por el liberalismo y que su motor
fueron las vejaciones acumuladas y su inspiración la Revolución Francesa, más bien
propone un escenario de lucha de clases y un desenlace reaccionario movido por
la contradicción evidente en las alianzas existentes entre clases, también acota la
debilidad de la propuesta de que un afán libertario fue la génesis de la rebelión de
independencia que confrontó a criollos contra gachupines.131

Una revisión más detallada de Villoro señala más una filiación liberal, pero
cristiana de Hidalgo y otros próceres independentistas, que la consabida influencia
de la ilustración francesa. En todo caso reconoce mayor influencia hispánica que
francesa, pero sobre todo señala la aspiración debida a cómo cada grupo
novohispano se imaginaba el futuro país con base en el pasado legalista hispano,
del que surgió, sí, un constitucionalismo basado en un saber jurídico matizado por
la tradición católica, que era la propuesta del padre Mier132 y se expresaba en la
frase que la libertad no se fundaba en el derecho, sino el derecho en la libertad. 133
No obstante, existe otra explicación de la primera fase de la rebelión de
emancipación, que consiste en verla no como un afán de independencia, sino un
intento de lograr una autonomía de gobierno, bajo el mismo régimen de la

130 Ibid, vol. III, p. XIII.


131 Luis, Villoro, El proceso ideológico de la Revolución de Independencia, 2ªed., México, UNAM,
1967, 252 p.
132 Alfredo, Ávila, Virginia, Guedea, “De la independencia nacional a los procesos autonomistas

novohispanos: balance de la historiografía reciente” en Manuel, Chust, José Antonio, Serrano (eds.),
Debates sobre las independencias iberoamericanas, Madrid, AHILA-Iberoamericana, 2007, p. 257,
(Estudios de Historia Latinoamericana, 3).
133 Alfredo, Ávila, María José, Garrido Asperó, “Temporalidad e independencia. El proceso ideológico

de Luis Villoro, medio siglo después” en Secuencia, septiembre-diciembre 2005, núm. 63, p. 76-96.
22

monarquía católica.134 Ésta sería consistente con los movimientos iniciados desde
1808 y con su carácter de precursor de la ulterior intención de independizarse de la
monarquía y erigirse como una república independiente, en tanto tras las derrotas
insurgentes y la restauración absolutista cancelaba las expectativas de los
constitucionalistas y cerraba las posibilidades de los autonomistas de continuar
luchando por la vía legal a través de las Cortes.135

Pero de la confrontación del liberalismo y el conservadurismo habrían de


surgir distintos momentos de predominio de una y otra tendencias. Para Noriega
solamente el período de vigencia de la Constitución de 1836 puede ser considerado
como conservador en toda nuestra historia. Las 7 Leyes Constitucionales fueron
sucedidas por la Ley Fundamental de 1843 y más tarde por el reforzamiento de las
tendencias monárquicas que culminaron con el segundo imperio mexicano.136 Esta
afirmación obedece a la simultánea presencia de un partido político que plasmó su
doctrina en instituciones conservadoras, el resto del tiempo sólo pueden detectarse
tendencias que no alcanzaron a implementarse. Este movimiento conservador tuvo
un importante respaldo eclesiástico. Para políticos y clérigos conservadores era
esencial la protección del derecho de propiedad y privilegios, así como el ejercicio
oligárquico del poder, opuesto al sufragio popular universal y también al
federalismo.137 Este esquema doctrinal fue propio de los tradicionalistas que
defendían el arraigo de los valores triseculares de la colonia y de los reaccionarios
que, además de lo anterior, tomaban un activo papel en evitar cambios políticos,
económicos y sociales, que tenían sus baluartes en Lucas Alamán y Francisco
Manuel Sánchez de Tagle, el primero como ideólogo, el segundo como operador
que puso en marcha la institución diseñada por el primero.138 A este grupo, con el
tiempo se unió otro integrado por los decepcionados de los beneficios aportados por
la independencia y las prácticas liberales; ellos fueron los “liberales ilustrados” que

134 Virginia, Guedea, En busca de un gobierno alterno: los Guadalupes de México, México, UNAM,
1992, 412 p., (Serie Historia Novohispana, 46).
135 Ibid, p. 357.
136 Alfonso, Noriega, El pensamiento conservador y el conservadurismo mexicano, 2 vols., México,

UNAM, 1972, vol. II, p. 290, (Estudios Históricos, 3).


137 Ibid, vol. II, p. 291.
138 Ibid, vol. II, p. 292.
23

defendieron como valores la familia, la propiedad individual y la administración


pública elitista.139 Un órgano de difusión pública de estas ideas fue el periódico El
Tiempo, que se empezó a publicar en 1846, cuyas editoriales afirmaban que los
males que aquejaban a México estaban representados en los preceptos
constitucionales de 1824.140 Otro diario que contribuía a crear esta realidad era El
Universal, bajo la pluma del mismo Alamán.141

Para estos hombres, la interpretación de lo sucedido en Cádiz, que “responde


a una mentalidad conservadora”, bastaba para afirmar que en las Cortes no
existieron verdaderos revolucionarios liberales, o liberales puros, sino hombres de
principios conservadores y simpatizantes de algunas ideas progresistas.142

García Cantú señala que el saldo de este duelo de federalistas y centralistas


ha sido más de 300 pronunciamientos militares, y que nuestra historia apenas
empieza a estabilizarse a partir de la Constitución de 1917,143 en función del
sustento de las libertades políticas en la tenencia de la tierra, que identifica con la
lucha agraria de los liberales, y lo que Reyes Heroles denomina liberalismo social
mexicano.144 Al despotismo elitista de 1843 seguiría la Revolución de Ayutla, que
escindió en una facción de transacción con los abusos del pasado, encabezado por
Comonfort, y otra de radicales liberales, a cuya cabeza estaba Juan Álvarez,
acompañado por los hombres de la Reforma. Tras la ruptura, el gobierno de los
liberales puros dejaría la gestión pública, todos excepto Juárez, que continuaría la
batalla en el Constituyente de 1857. La guerra de Reforma fue sucedida por la
invasión francesa y el 2° imperio mexicano, hasta que la victoria final de los liberales
restauró la república en 1867.

La tesis reaccionaria seguía siendo la misma hacia 1925, que México ya era
una nación en 1810, cuya nacionalidad y bases se forjaron en la Nueva España y a

139 Ibid, vol. II, p. 294.


140 Ibid, vol. II, p. 296.
141 Ibid, vol. II, p. 297.
142 Ibid, vol. II, p. 305.
143 Gastón, García Cantú, El pensamiento de la reacción mexicana, 3 vols., México, UNAM, 1986,

vol. I, p. 12, (Lecturas Universitarias, 33).


144 Ibid, vol. I, p. 13.
24

la que las revoluciones de 1810, 1857 y 1910 le quisieron imponer principios


sociales y políticos ajenos al país y con la idea de abolir la cultura hispánica latina.145
Desde el caos propiciado por Hidalgo, en 1810, México no había podido encontrar
su destino; en 1857, la Reforma no sólo no redimió a los indios, sino que los
ensoberbeció y entregó el país a los gringos, y el socialismo de la revolución de
1910, coronada por el bolchevismo de Obregón, Calles y Cárdenas, constituyen una
mancha que requiere profunda limpieza.146

Para Reyes Heroles, desde los hechos precursores de la independencia se


buscó empatar la idea de nacionalidad con la idea liberal y actualmente el
liberalismo es la base misma de nuestra estructura institucional147 y desde un
principio distinguió las libertades políticas y espirituales, de las económicas. 148 Su
desenlace fue el porfirismo, sus orígenes en el período de 1808-1824 y su plenitud
durante la guerra de tres años, o hasta 1873, en que se adicionan a la Carta Magna
una serie de principios liberales.149

Si bien Humboldt ya observó un espíritu distinto del conservador, Mora,


Zavala y Alamán concuerdan que es en 1808 cuando realmente se inicia el proceso
de renovación ideológica, que le dio contenido y densidad política a las
manifestaciones del hasta entonces llamado patriotismo criollo,150 que continuará
con las ideas de Mier, en 1813,151 y luego la Constitución de Apatzingán sería una
expresión de este pensamiento, truncada externamente por su limitada vigencia152
y que luego Rocafuerte buscaría actualizar, en 1822.153 Aunque vale mencionar que
para Mora y Alamán, México ya existía desde al menos 1521, para Bustamante

145 Ibid, vol. I, p. 22.


146 Loc. cit.
147 Jesús, Reyes Heroles, El liberalismo mexicano, 3 vols., 3ªreimp., México, FCE, 2007, Vol. I, p.XII-

XIII, (Sección de Obras de Política y Derecho).


148 Ibid, Vol. I, p. XIV.
149 Ibid, Vol. I, p. XVI.
150 Alfredo, Ávila, “Formas de nación. Nueva España 1808-1821” en Manuel, Suárez Cortina, Tomás,

Pérez Vejo, Los caminos de la ciudadanía. México y España en perspectiva comparada, ed.
Electrónica, Madrid, Siglo XXI, 2013, p. 1066, (Colección Historia Biblioteca Nueva).
151 Reyes Heroles, op. cit., Vol. I, p. 8-18.
152 Ibid, Vol. I, p. 29.
153 Ibid, Vol. I, p. 32.
25

desde antes de Colón.154 La euforia de la restauración constitucional de 1820 habría


de dar impulso al Constituyente de 1822-1823. No se alcanzan a disociar las
funciones de la iglesia y el estado y en algunas libertades otorgadas apenas se
comienza a dar la lucha, como en la de imprenta.155 También se empieza a decantar
la batalla por el federalismo, que los centralistas mantendrían por varias décadas y
se resolvería hasta la Reforma.156

La divergencia medular entre leyes e instituciones se plasma en la


polarización política entre federalistas y centralistas; en este sentido, la Constitución
de 1824 fue un instrumento de transacción.157 Los grupos no estaban bien definidos,
algunos federalistas en realidad eran gobernadores que buscaban autonomía y
control civil para preservar sus cotos de poder, a los que se sumaban caciques
rurales y antiguos insurgentes.158 Pero, en general, en 1826 el progreso estaba
representado por los gobiernos estatales, y el statu quo por la milicia y el clero.159
Así persistiría con vaivenes hasta el triunfo liberal, es decir, federalista, previo
espacio centralista ya comentado previamente. La condena parecía vigente, “Todos
los males que nuestro país sufrió [se debieron a que] España deseaba centralizarlo
todo”.160 En 1842, Otero diría que “…las agitaciones políticas son, por decirlo así, la
constitución”.161 Durante un tiempo, la palestra la ocupaban masones partidarios del
rito escocés, y luego de su derivación yorkina surgida de un grupo de “imparciales”
provenientes de la gran logia no masónica del Águila Negra.162 Muchas concesiones
menores se hicieron, pero al final prevaleció irreconciliable la confrontación por la
preservación de fueros y los intereses de la aristocracia territorial.163 Sin embargo,
sus fisuras y contradicciones internas, producto de su debilidad institucional que

154 Alfredo, Ávila, “Formas de nación…”, op. cit., p. 1054.


155 Ibid, Vol. I, p. 345.
156 Ibid, Vol. I, p. 358.
157 Ibid, Vol. II, p. 11.
158 David, Brading, Los orígenes del nacionalismo mexicano, trad. Soledad Loaeza Grave, 12ªreimp.,

México, Ediciones Era, 2011, p. 134, (Colección Problemas de México).


159 Reyes Heroles, op. cit., Vol. II, p. 36.
160 Alfredo, Ávila, “Formas de nación…”, op. cit., p. 1426.
161 Reyes Heroles, op. cit., Vol. II, p. 41.
162 Vázquez Semadeni, op. cit., p. 103.
163 Reyes Heroles, op. cit., Vol. II, p. 90.
26

databa de la colonia, facilitó su destrucción,164 a lo que abonó el surgimiento y


fortalecimiento de una clase intermedia.165

Otro renglón fue la longeva hostilidad al ejército mexicano de parte de


caciques y herederos de los insurgentes,166 los “aforados”, que eran minoría.167 De
estas facciones surgieron unos liberales ilustrados, comprometidos con el statu quo,
y unos radicales168 que seguirían peleando hasta llegar a la guerra de tres años,
algunos emigrarían al bando conservador. En el ínterin ocurre la guerra
norteamericana y la tragedia se cierne sobre los mexicanos, como lo ilustraría Otero
en 1848.169 Se busca apoyo y solución en el exterior.170

La Revolución de Ayutla, encabezada por los “puros”,171 triunfa tras una


guerra civil y sobre una invasión extranjera que culminaría en el 2° imperio
mexicano. La victoria del embate secularizador,172 llegó hasta el Constituyente de
1857 con principios liberales fundamentales que se irían incorporando en sucesivas
enmiendas constitucionales y se asienta definitivamente el éxito del federalismo con
un fuerte sabor francés y estadunidense.173 Se esbozan principios sociales174 que
realmente madurarán hasta 1917, a pesar de los esfuerzos precoces de Ignacio
Ramírez por concretarlos antes.175

Los conceptos, como elementos de diccionario, no siempre son tan


fácilmente reconocibles en su desarrollo; menos como categorías que luego serán
empleadas como herramienta historiográfica. En cuanto al liberalismo, me parece
que la exposición de Reyes Heroles lo deja listo como concepto para ser libremente
empleado en la historiografía como un desarrollo ideológico de larga duración, algo

164 Ibid, Vol. II, p. 103.


165 Ibid, Vol. II, p. 107.
166 Brading, op. cit., p. 132.
167 Reyes Heroles, op.cit., Vol. II, p. 163.
168 Ibid, Vol. II, p. 260.
169 Ibid, Vol. II, p. 413.
170 Ibid, Vol. II, p. 399.
171 Ibid, Vol. II, p. 428.
172 Ibid, Vol. III, p. 137.
173 Ibid, Vol. III, p. 362.
174 Ibid, Vol. III, p. 585.
175 Ibid, Vol. III, p. 674.
27

bastante menos acotado y pretencioso que la propuesta de Chust de limitarlo a unos


cuantos años,176 cuando todavía no adquiría carta de naturalización como entidad
ideológica bien definida, ni en lo teórico, ni en la práctica. Queda claro, pues, que
las categorías historiográficas que utilizamos cotidianamente no fueron
contemporáneas de los hechos en los que encuentran su aplicación conceptual,
sino que son el producto de un desenvolvimiento ideológico que se va asentando y
va adquiriendo densidad conforme se clarifica y detalla la ideología subyacente y
evolucionan las condiciones económicas, sociales y políticas que le dan sustento,
aunque es muy pertinente puntualizar que dichos conceptos, en tanto términos o
palabras con un contenido semántico, son elementos poderosos capaces de
modelar la realidad en la que se emplean y que pueden pasar desde nuevas
acepciones de viejas voces, hasta completamente novedosos significados en una
realidad distinta de aquella en la que surgieron. Habría que recordar los ejemplos
con que ilustra Pérez Vejo esta idea: “Las palabras como armas…”, pues tan
construyeron una realidad, que se convirtió al enemigo en extranjero, y debemos
recordar que en la guerra de emancipación, los “patriotas” eran los realistas, pues
la patria era la monarquía española.177 Esto, como enseñanza para el historiador
debe ser significativa.

176 Manuel, Chust, “México, la construcción revolucionaria de un Estado-nación, 1808-1835” en


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177 Tomás, Pérez Vejo, Elegía criolla. Una reinterpretación de las guerras de independencia

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