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San Luis Grignon no tuvo la intención de excluir el apelativo hijo, pero acumula
ambos. Es por sentirnos hijos de Nuestra Señora, y por reconocer en ella,
además de una Madre perfecta e incomparable, la Madre de Dios, que
sumamos a la condición de hijos también la de esclavos. Sin perder la
condición de hijos, añadimos la de esclavos.
Esta devoción significa, pues, una renuncia muy profunda de nuestra parte.
¿Qué ventajas nos trae? Pueden ser resumidas en determinados puntos,
algunos de los cuales ya tratamos.
Siendo Nuestra Señora el canal, quién por ahí entrar, hasta dónde llegará?
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Hasta su punto terminal. Es ella el medio para llegar allí. Y quien se sirve
completamente del medio llega necesariamente al fin. Si, por lo tanto, un alma
se sitúa en una unión muy estrecha con la Virgen, alcanzará ciertamente una
íntima unión con Nuestro Señor.
El problema, que consistía en saber cuál era la ventaja que había en practicar
esta devoción, se desplaza hacia otro punto: ¿cuál es la ventaja en tener la
unión más íntima que una criatura pueda jamás tener con María Santísima?
La respuesta viene por usted: Basta considerar quién es. María es nuestra
Madre, y al mismo tiempo Madre de Nuestro Señor Jesucristo. Como nuestra
Madre, ella usa para con nosotros -si fuera respetuoso decirlo- de todos los
prejuicios, parcialidades y parti- pris que una buena madre tiene en relación a
su hijo. El amor materno llega casi a la trampa. El demonio, en muchas
manifestaciones en las que está obligado a hablar de Nuestra Señora, hace a
la Virgen la acusación de que Ella perturba la ley de la justicia y comete fraudes
contra el infierno. Es una injuria, una blasfemia. Nuestra Señora es incapaz de
hacer algo que tenga una sola gota de mal. Pero eso significa que su
misericordia y protección materna son llevadas a tal punto, que realmente
llegan a lo inimaginable, al inconcebible.
comparación con la Virgen, está más lejos de nosotros que una gobernante
estaría en relación a nuestra madre, he aquí la proporción. María es mucho
más verdaderamente nuestra Madre de lo que es nuestra madre terrena. Ahora
bien, sabemos hasta dónde nuestra madre podría ir, para proporcionarnos un
beneficio. ¿De qué, entonces, será capaz de Nuestra Señora?
Jamás vimos en la Tierra un hijo que, de extremo amor por su madre, haya
renunciado a todo y se haya colocado en la categoría de su esclavo. ¿Hasta
dónde irá el amor de María, viendo a un hijo su actuar así¿con ella? Ella, la
Madre perfecta; Él, el hijo perfecto. La recompensa sólo puede ser perfecta.
Así pues, si nos damos enteramente a Nuestra Señora, si le damos todo lo que
podemos dar, y no sólo un pequeño regalo, con lo que habrá de retribuir? Con
una tal abundancia de gracias, de beneficios y de protección, que simplemente
no habría expresiones en el lenguaje humano que la pudieran traducir.
De las ventajas de la devoción a la Virgen, sólo hay una cosa que decir: el
premio excede todo el lenguaje. Ella nos da lo que tiene de mejor. ¿Y qué es lo
que Nuestra Señora tiene de mejor? Es el mismo Nuestro Señor Jesucristo, la
Sabiduría encarnada.
Nuestro Señor dijo de sí mismo a Abraham: "Ego sum merces tu magna nimis"
- Yo soy tu recompensa exageradamente grande. Quien recibe a Dios por
recompensa, recibe una recompensa exageradamente grande. Este es el
sublime premio de la consagración a Nuestra Señora.
Pero hay otro tipo de madre que, dada la contingencia actual del hombre, sabe
que no hay otro medio para él, sino sufrir, sufrir y sufrir mucho, para dilatar el
alma, santificarla, engrandecerla. Sabes que hay que sufrir para estudiar, que
hay que sufrir para luchar en la vida, que hay que sufrir para vivir, sufrir en
todas las circunstancias. Sabe, en última instancia, que el hombre vale en la
medida de lo que sufre. Esta madre cuida de aliviar los sufrimientos de sus
hijos, en la medida en que esto sea posible y no les cause daño. Pero toda la
medida de sufrimiento que realmente la educación exija, una buena madre
quiere que el hijo la alcance. Ella simplemente se limita a ampararlo en el
sufrimiento, de tal forma que tenga fuerza y coraje para sufrir lo que debe. Pero
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Habría una ilusión en tomar las vidas de los santos, los floristerios de Nuestra
Señora, y ver de un modo unilateral ciertas gracias excepcionales que Ella
concede. Por ejemplo, San Francisco de Sales, en el auge de una tentación
atroz relacionada con el problema angustiante de la predestinación,
adelgazando, en una esterilidad espiritual pavorosa, con una procella
tenebrosa dentro del alma, se acerca a una imagen de Nuestra Señora y recita
el Memorare; inmediatamente las nubes se disipan, y él se siente lleno de paz
y de tranquilidad; la crisis espiritual estaba resuelta.
Nuestra Señora alivia a menudo las pruebas de nuestra vida espiritual, como
una buena madre que reduce el sufrimiento del hijo en la medida de lo
indispensable. Pero hay un límite necesario para todo sufrimiento, y no es un
límite pequeño. De ella Nuestra Señora no nos quita.
Debemos comprender, por tanto, que en la devoción a la Virgen hay dos cosas
que pedir. Reconociendo que somos hombres débiles, que no somos atletas en
la vida espiritual, debemos pedir a Ella que nos socorre en las aflicciones que
nos parecen muy pesadas. Es una espléndida petición, y Ella no lo atender
muchas veces. Siempre que, en la medida de la Providencia de Dios, sea
posible socorrernos, Ella lo hará. Pero debemos recordar que hay una cierta
medida de dolor que debemos soportar, y por entero. Nosotros mismos no
sabemos bien cuál es esa medida; Ella lo sabe. Necesitamos entonces pedirle
fuerzas para soportarla. En este punto, en el equilibrio de estos dos pedidos, es
que está la providencia de Nuestra Señora.
Imaginemos una persona que lleva su vida cotidiana, la cual tiene siempre dos
aspectos diferentes. Hay períodos en que vivimos la rutina común: es el trabajo
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Si una persona sabe ofrecer todos sus actos en unión con Nuestra Señora y
según las intenciones de Ella, si sabe pedir constantemente su auxilio en todo
momento, su vida espiritual crecerá maravillosamente. Si está distraída en la
lectura, por ejemplo, pedir que ella la haga, sin embargo, sacar frutos; se sale a
la calle y ve a alguien que está cometiendo un pecado, pedir por aquella alma;
si tiene una tentación, pedir fuerza para resistir; se ve un alma que sufre, pedir
por ella; en fin, recurrir continuamente a la Virgen. Podemos decir que no hay
mejor programa para la vida espiritual. Esto exige, sin embargo, toda una
compenetración y todo un esfuerzo de voluntad.
tentados a acabar con aquel sube y desciende, a fin de vivir como un hombre
particular cualquiera.
No hay, por lo tanto, más alto nivel de eficacia de vida y de acción que en este
método de devoción.
El hombre se convirtió, después del pecado original, no sólo mal, sino pésimo.
La maldad y la miseria humanas se convirtieron en rasgos indelebles de su
naturaleza corrompida.
miserias.
Con eso presente, encontramos de un lado una paz muy grande dentro del
reconocimiento de nuestras miserias, y de otro modo de afirmar la moral más
rigurosa y más severa, sin ceder a la desesperación ni caer en el jansenismo.
Ella es el Arca de la Alianza, en función de la cual todo toma su verdadero
aspecto y se vuelve alentador para la vida espiritual.
Ahora bien, hay una esclavitud que libera, y hay una libertad que
esclaviza.
“Esclavo” era, por el contrario, aquel que se dejaba arrastrar por las
pasiones desarregladas, hacia un rumbo que su razón no aprobaba, ni la
voluntad prefería. A estos genuinos vencidos se les llamaba “esclavos del
vicio”. Por esclavitudal vicio, se habían “liberado” del saludable imperio de la
razón.
El afecto sagrado y los deberes del matrimonio tienen algo que vincula,
que liga, que ennoblece. Hay grilletes a los que se les llama “esposas”. La
metáfora nos hace sonreír. Y a los divorcistas les puede causar escalofríos.
Pues alude a la indisolubilidad. Hablamos también de los “vínculos” del
matrimonio.
Santísima Virgen, como Madre excelsa, obtiene a cambio, para sus “esclavos
de amor”, las gracias de Dios que eleven sus inteligencias hasta la
comprensión lucidísima de los más altos temas de la Fe, que den a sus
voluntades una fuerza angélica para subir libremente hasta esos ideales, y para
vencer todos los obstáculos interiores y exteriores que a ellos indebidamente
se opongan.
Para todos los fieles, la “esclavitud de amor”, es, pues, esa angélica y
suma libertad con que la Santísima Virgen los espera en el umbral del siglo
XXI: sonriente, atrayente, invitándolos a su Reino, según la promesa de Fátima:
“Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará”.