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“La poquedad pedagógica”

Carina Rattero / UNNER

El texto “La poquedad pedagógica”, relata a través de los discursos de diferentes profesores,
las falencias existentes en la docencia, en la formación y la práctica. Donde la justificación
surge solamente del desempeño del otro, sin autoevaluar el quehacer de uno.

De ahí aparecen los términos: falta, carencia, fracaso, déficit, decadencia y deterioro. Pero,
¿Cuánto de esto es nuestra responsabilidad al desempeñar el rol de docente?

No debemos olvidar que nuestros niños, niñas y adolescentes son individuos en formación, con
derechos y deberes, con oportunidades que en muchas ocasiones su entorno niega,
quitándoles el protagonismo que se merecen, quitándole a ese lienzo, todos los materiales que
permitirían hacer una gran obra de arte. Nosotros los docentes, no debemos sumarnos a
aquello, debemos potenciar, alimentar y proteger lo que se está formando.

Por esto, quedarse con lo “bueno”, no es lo ideal, al contrario, esta palabra limita tanto al
docente como al estudiante, justifica una práctica, no genera reflexión y lo más importante,
nos aleja del desafío constante. Debemos enfocarnos en lo “mejor”, con un sentido y contexto
familiar, para que adquiera un significado real, un sentido de vida y experiencia. Enseñar lo útil
no es lo mismo que enseñar lo valioso.

“Somos quienes abren mundos, oportunidades. Somos quienes entregan herramientas para
cambiar vidas, posibilidades para soñar y esperanza en el vivir día a día. “

A partir de la lectura surgen varias interrogantes como: ¿Qué enseño y por qué enseño?,
¿Cómo me siento yo como docente, y cómo esto repercute en mis estudiantes?, ¿Cómo este
pensamiento y estas prácticas vulneran a nuestros niños, niñas y adolescentes?, criticamos a
nuestros estudiantes, ¿pero qué herramientas les entregamos para responder a lo que le
estamos solicitando? y la más importante de todas ¿Qué es lo que se debe enseñar en las
escuelas?

Hoy nuestra sociedad cuestiona el rol docente, nos vemos sometidos a evaluaciones periódicas
que miden nuestra calidad, y de aquello nacen rangos y beneficios. Existen a su vez,
evaluaciones estandarizadas que además de medir lo que sabe o no un estudiante, cuestionan
el quehacer del profesor, dando paso a las justificaciones del entorno, entendiéndose que la
familia es la culpable, falta de recursos, desmotivación, entre otros. Una de nuestras
características es que dentro de nuestras prácticas trabajamos con modos de comprensión,
tolerancia, amor, empatía, cuidado, y esto está bien, pero no puede ser nuestro único foco, si
no, estaríamos victimizando a nuestros niños, niñas y jóvenes, vulnerado sus derechos, no
actuando para cambiar esta realidad, entregando lo que requiere y le pertenece como
derecho, ya que, de esta visión nacen prejuicios, y es bien sabido que estas crean realidades.

“Debo conocer al otro, para que lo entregado tenga sentido para él. Una utilidad, pero
siempre teniendo presente que como seres cambiantes que somos, debo estar abierto a las
sorpresas, a los cambios y de ahí, volver a replantearme”.
Una realidad que vivimos día a día en nuestro trabajo colaborativo, es que por responder a
los formatos, a lo administrativo, todas esas brillantes ideas que se tienen, se van opacando y
cayendo en lo mínimo por falta de tiempo. ¿para qué sirve tener un papel bonito, frente a un
material mediocre? Nuestro rol debe ser proponer actividades de aprendizaje distinta de lo
cotidiano, con sentido y llamativa para nuestros niños, niñas y adolescentes, que, a través de
un aprendizaje y trabajo colaborativo, surja el debate, el amor por nuevos mundos, siendo
nosotros garantes interrelaciónales de los derechos de nuestros estudiantes.

Como docentes, ¿cómo nos relacionamos con lo que sabemos? Lo qué transmitimos, ¿incita a
estudiar a nuestros estudiantes, a averiguar, investigar… los impacta o no los transforma?

Enseñar es seguir una inquietud y apasionarnos, generar una esperanza de futuro,


desencadenar un cambio para que nuestros estudiantes se impregnen de interrogantes y con
ello la búsqueda de nuevos saberes, pero esto, ¿lo podemos lograr centrándonos en que
nuestro trabajo como docentes es sólo abarcar la tarea de amar y contener a los niños, niñas y
jóvenes? Los docentes somos seres intelectuales, tenemos la capacidad para transmitir desde
la emocionalidad un sinfín de acontecimientos para dar lugar a la duda y a la genialidad de
descubrir y avanzar hacia un mejor porvenir.

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