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La calidad ética como búsqueda de la excelencia

Uno de los autores más representativos de la teoría del liderazgo transformacional, el profesor
Bennis, afirma que no hay nada que destruya más la confianza de los subordinados que la
percepción de que las personas que ocupan los niveles directivos más altos están aquejadas de
falta de integridad.

El bien ético, la calidad ética personal, incluye a la justicia, pero no se limita a ella. Ya desde el
inicio de este libro se ha identificado la ética con la búsqueda de la plenitud humana, con lo que
Aristóteles llamaría la nobleza, el esfuerzo por desarrollar las distintas potencialidades personales
en búsqueda de la excelencia. De este modo, la excelencia humana supone la puesta en práctica
de todas las virtudes de modo armónico.

Una excelente persona es justa, pero es a la vez veraz, humilde, paciente, valiente, amable,
generosa… La calidad ética personal, entendida como búsqueda de la excelencia propia y ajena, se
convierte en la raíz de la generación de confianza ética, que lleva a obrar más allá de los dictados
del deber. Esta descripción de la calidad ética personal es coherente con el concepto de liderazgo
transformacional, en el que el líder se convierte en ejemplo digno de ser imitado en sentido ético,
precisamente, por su excelencia humana, por el número de virtudes éticas que practica y por su
actitud de servicio. Para ser un auténtico líder, es decir, un hombre capaz de gobernar la actuación
de otras personas en virtud de su autoridad y no tan sólo de su potestad (su poder de coaccionar),
su problema fundamental viene a ser el de desarrollar sus propias virtudes morales. No las
necesita tan sólo para ser una buena persona (como todo ser humano), las necesita
profesionalmente porque sin motivación y liderazgo ella será incapaz de gobernar con autoridad y,
más pronto o más tarde, acabará siendo un tirano, sin más instrumento de mando que el puro
poder coactivo.

¿Qué virtudes incluye la calidad ética personal en la práctica?

La autoridad es aquello que las personas dan a quienes las dirigen, es un signo de reconocimiento
de la calidad del líder… esto es así porque una persona tiene autoridad respecto a otra si, y
solamente si, esta última confía en la primera.

La confianza en las intenciones de quien manda es lo único que puede dar origen a la autoridad.
Tan sólo cuando una persona se siente segura acerca de las intenciones de otra, acerca de que
esta última intenta conseguir no tan sólo algo bueno para ella misma sino también para la
primera, puede confiar en ella y darle autoridad. Tan sólo cuando una persona sabe que su propio
bien no es indiferente para otra y que, en consecuencia, va a ser ponderado en sus decisiones, se
da el fundamento para reconocer la autoridad de esta última en decisiones sobre temas que
afecten a ambas

La autoridad del líder se apoya, pues, en la calidad ética personal de sus acciones y de sus
intenciones, de sus motivaciones. Cuando la persona actúe por motivación trascendente estará
haciendo lo mejor que pueda hacerse para convencer a otras personas de que actúen también del
mismo modo. En esa medida estará ya comportándose como un líder. Esto explica que el liderazgo
servidor lleve a la adhesión de terceros.
El desarrollo de las virtudes, como se ha intentado reflejar en la Figura 5.9, supone considerar la
relación que existe entre todas ellas. Todas constituyen cualidades que perfeccionan a la misma y
única persona, en acciones que son siempre únicas en cada ocasión particular, de ahí que se
encuentren estrechamente interconectadas.

En el ámbito de la práctica profesional, la persona de «calidad ética» se caracteriza, en primer


lugar, por actuar con justicia de modo habitual. Pero la justicia no se da sola, requiere, a su vez, de
otras virtudes que tienen que ver igualmente con la práctica del bien en las relaciones humanas.
Algunas de estas virtudes directamente relacionadas con la justicia, en razón de su objeto, son la
veracidad, el respeto, la lealtad, la obediencia o la gratitud. Por ejemplo, cuando se deja de
cumplir un compromiso que se había asumido con un colaborador, no sólo se actúa de modo
injusto, sino también se incurre en una falta de sinceridad, en una deslealtad y en el fondo, en una
falta de respeto.

En definitiva, la calidad ética, entendida como búsqueda de la excelencia humana, se desarrolla a


medida que lo hacen los distintos hábitos virtuosos (véase Figura 5.9). La prudencia ayudará en el
acierto del juicio recto acerca de los medios necesarios para lograr el fin aquí y ahora, como ya se
estudió en el capítulo tercero, se trata de la ponderación objetiva de los medios para alcanzar el
fin.

La justicia evita el egoísmo en el juicio y el obrar, y abre la puerta a la aplicación de la regla de oro,
poniendo las bases para ir más allá en la práctica del bien, para la excelencia. La justicia establece
normas de partida, reglas del juego que aseguren la equidad, y pone las bases para seguir
creciendo en humanidad, en excelencia. De este modo, la persona excelente, no es sólo persona
equitativa, ponderada o equilibrada en sus juicios, es además persona leal, agradecida, generosa,
solidaria, servicial.

La fortaleza, que ayuda a actuar con coraje para lograr lo que, siendo bueno, exige esfuerzo. Es
precisamente la virtud que modera los impulsos. La persona fuerte está en condiciones de actuar
con tenacidad, con paciencia, con constancia, con valentía. Cumplirá con los compromisos, aunque
cueste; no se dejará llevar por el primer impulso y, por tanto, no corregirá en público, sabrá
esperar, no se dejará llevar por el enfado, etc.
La templanza o moderación del carácter, que evita dejarse llevar exclusivamente por lo agradable.
Se trata de la virtud que modera los deseos. La persona templada, moderada, como supo exponer
Séneca, gobierna en primer lugar su propia libertad. Es la persona dueña de su comportamiento,
que no se deja dominar por el afán de tener o aparentar, que a su vez reconoce sus limitaciones y
errores, capaz de pedir disculpas cuando se equivoca, etc.

Como se observa, «calidad ética personal» no es sinónimo de perfeccionismo, sino de humanidad.


No se trata de lograr acumular cualidades sin más, sino de ser mejor persona. Se puede ser
persona fuerte, capaz de actuar con rotundidad cuando es necesario, a la vez que se actúa con
respeto. Se puede ser persona desenfadada, cariñosa y flexible, a la vez que justa. Todos estos
hábitos estables del carácter se van configurando a lo largo de la vida, de modo que la propia
personalidad se desarrolla en un proceso que no termina nunca y que es tarea de la voluntad,
regida por la razón.

De la calidad ética personal a la calidad ética organizacional: construyendo confianza

Las actuaciones éticas continuadas, propias de personas con calidad ética, con virtudes, tienen
repercusiones en la propia toma de decisiones, y ésta a su vez en el desarrollo de la confianza
mutua entre los miembros de la organización. Esto repercute en la excelencia organizativa,
entendida como el mayor grado de calidad organizativa, que redunda en la mejora del servicio a
su misión organizativa hacia el entorno y, por tanto, en la medida en que esta excelencia es
percibida, es lógico pensar que aumentará el prestigio y la reputación de la organización.
En la Figura 5.11, se han recogido un conjunto de actuaciones en el plano personal, que por su
calidad ética, pueden dar lugar a la generación de confianza dentro de la organización,
convirtiéndose así en la base para un servicio de mayor calidad al entorno, lo que redundaría en
prestigio y, por tanto, en legitimidad y apoyo social a la actividad de la organización, legitimidad
que se vería traducida en beneficios económicos, políticos, sociales o de la naturaleza propia de la
organización.

En el gráfico se describen acciones concretas que pueden ser realizadas en el plano personal. La
primera que se recoge consiste en la «explicación de las tareas a realizar y los procesos». Cuando
esta explicación es clara, por parte de quien debe darla, cabe esperar que haya seguridad,
confianza, en el modo de desempeñar el proceso dentro del grupo, en el plano organizativo. Si los
procesos funcionan, el resultado final, el servicio generado por la organización, se producirá
correcta y puntualmente, afianzando de este modo la confianza del entorno en la organización.

Del mismo modo, cuando las personas de la organización conocen los objetivos que se esperan de
ellas de modo claro y realista, y cuentan con la formación y los recursos» para lograrlos, estarán
capacitados como grupo para dar un servicio eficiente y eficaz. Estas primeras acciones que se
describen en el gráfico en la columna del nivel personal se mueven en el ámbito más próximo a la
estricta justicia, pues es de justicia poder saber qué se espera de una persona en la organización y
contar con los medios para lograrlo. En este sentido, constituyen factores que fundamentan la
confianza en su dimensión más próxima al marco científico-técnico.

En la Figura 5.11, a medida que se desciende en la columna de los comportamientos personales


dentro de la organización, cabe esperar que se irá construyendo confianza organizativa no sólo en
el ámbito técnico, sino también en el psico-afectivo. En este sentido, recibir explicaciones de
personas que piden o mandan algo, supone sentirse y saberse persona valorada como tal.
Evidentemente, esto implica percibir confianza, que a su vez se transmite al exterior, pues se está
en condiciones de dar un servicio apoyado en razones.

En definitiva, cuando se actúa con calidad ética en el plano personal, es de esperar que se
contribuya a crear también un clima de calidad ética en el plano organizativo. No obstante, hay
que recordar que el factor de contingencia más influyente en el comportamiento humano es la
propia libertad, lo que implica que las personas, por supuesto, funcionan mejor si se las trata
como personas que si se las trata como animales o máquinas, pero no hay trato personal por
esmerado que sea que impida que se comporten como animales o como máquinas, con más o
menos frecuencia, en unos u otros niveles de actuación.

La descripción de cada una de las filas de este cuadro permite ver cómo, comportamientos
individuales que son éticamente buenos, pueden contribuir a generar confianza y construir un
mejor clima de relaciones humanas, que implicaría un mejor servicio final. Se trata pues de
actuaciones que, en la medida en que son más excelentes, cooperan al desarrollo de una
organización también más excelente. La calidad ética entendida como búsqueda de la excelencia
no es idealismo si parte de la justicia, es más bien realismo. En el ejemplo de la necesidad de
corregir se aprecia este punto. Ser bueno, implica muchas veces hacer algo que supone esfuerzo y
no es agradable, como puede ocurrir con la corrección. La corrección de lo que está mal debe ser
realizada por quien tiene derecho a ello, pues si se deja de corregir, se coopera a que se sigan
produciendo comportamientos que hacen daño a la organización, y el círculo virtuoso pasa a ser
vicioso. Ser bueno, desde el punto de vista ético, no es sinónimo de paternalismo, puerilidad o
ingenuidad en sus acepciones negativas. La búsqueda de la excelencia humana es síntoma de
auténtico realismo, pues implica contar con los sentimientos, pero decidir con racionalidad y
actuar con voluntad.

La excelencia organizativa no es una utopía, es una meta, un referente, un objetivo que puede ser
perseguido si se da en el comportamiento individual de cada uno de sus miembros, comenzando
por quienes tienen mayor responsabilidad, pero sin olvidar a nadie. Todos los miembros de la
organización, con su servicio a los demás, hacen posible que ésta funcione, empezando por el
servicio que dan a quienes tienen más cerca.

La cooperación, la mejora continua, la participación o el compromiso de los miembros de la


organización son metas inalcanzables si no existe confianza, si no existe diálogo, si no existe
interés real por las personas que forman la organización, y si no se tiene un propósito común
conocido y compartido.

El círculo vicioso de la ética explicaría el concepto de organización éticamente enferma. A medida


que la calidad ética se deteriora en el plano personal, se puede esperar que lo haga en el plano
organizativo y, finalmente, que repercuta en la legitimidad ante el entorno. Cabe pensar que,
desde una permanente actitud de mejora en la calidad humana de la organización, que comienza
en el plano personal, podrán resolverse los problemas en las relaciones humanas, y ofrecer
servicios cada vez mejores. Las organizaciones éticamente saludables, aquellas que buscan el
enriquecimiento humano de sus miembros, estarían poniendo las bases para el verdadero
compromiso de sus miembros, y un servicio de auténtica calidad.

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