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Jacques Derrida
Traducción y notas de Cristóbal Durán. Edición digital de Derrida en castellano.
En primer lugar, Mesguich es uno de esos paradojales inventores que saben hacer
del libro, o de un libro, una escena, "un volumen teatral". Que constantemente saben
reconducir(se) el libro de una manera complicada.. Él trabaja [joue] una alianza entre el
teatro y el libro en contra de la imagen, contra una cierta interpretación de la imagen. En
este sentido, al jugar [joue] contra la imagen, su teatro es iconoclasta[iv]. O mejor dicho, lo
es al jugar contra las imágenes que, bajo una forma mediática, se emparentan hoy con un
cierto espacio público. Naturalmente el libro del cual se habla no es una totalidad cerrada,
pero es preciso estar atento a lo que esta alianza del teatro y del libro puede engendrar en lo
que respecta a voltear las perspectivas que tenemos de la relación entre teatro y filosofía.
Daniel Mesguich subraya esta paradoja que une el teatro y la filosofía -perdiéndolas
vertiginosamente- , por la cual ambos tratan de pensarse y de representarse a sí mismos, de
metaforizarse. Filosofía en y de la filosofía, teatro en el teatro, teatro exhibiendo el teatro
sustrayendo entonces así su propia visibilidad, quemándola y consumiéndola, por así decir.
Aquí habría que ponerse de acuerdo sobre el término obra, entender la separación
que esta palabra produce en sí misma según designe el acto de la puesta en obra, el obrar, o
el opus que resulta, permanece o es consecuencia de dicho obrar. Pues se podría estar
tentado de decir lo contrario: el filósofo no es en tanto que tal un hombre de obra, y en
cambio el hombre de teatro pone en obra la obra, que no existe fuera de su puesta en
escena, es decir, de su puesta en obra.
Sobre este punto Mesguich propone dos tesis. La primera es que la tragedia no tiene
lugar en el teatro, sino que es puesta en juego en él. Sería preciso retomar la distinción que
hace entre dos tipos de acontecimientos: uno, como tener-lugar [avoir-lieu]; el otro, como
puesta en juego [mise en jeu]. Daniel Mesguich escribe lo siguiente:
La tragedia no tendría lugar en el teatro, ella no sería asunto del teatro, no sería lo
presente del teatro. En todo caso ella no sería el acontecimiento como tener-lugar. La otra
tesis -y cada tesis determina un tipo de teatro, una escuela teatral- sostiene que habría una
enorme diferencia entre el sacrificio y el teatro. Esta tesis teatral, la sorpresa [coup de
théatre] de esta tesis, me interesa puesto que opera una suerte de inversión [renversement]
quiasmática con la filosofía. Anteriormente considerábamos a la filosofía como el fin del
sacrifico trágico; ella permanecería más sacrificial de lo que se generalmente se considera.
Ahora, por el contrario, es el teatro así interpretado el que consuma el sacrificio mismo al
poner en juego al sacrificio. El sacrificio que se asignaba al teatro pasa al lado de la
filosofía y los roles son así invertidos. Daniel Mesguich abre una mirada interesante sobre
este tema en un pasaje titulado:
Incluso el cordero
Sin embargo el actor, ofrecido, no es un Cristo que, colmando "con su
cuerpo las faltas de la ley" escrita, la cumple, la acaba finalmente, la termina. En
teatro, es infinitamente provisorio que el cuerpo se inmiscuya en las fallas de la
escritura: para el actor esto no se ha terminado, nadie muere, esto era para la risa.
Va a ser necesario volver sobre ello, incesantemente.
Este suspenso del sacrifico, esta puesta en juego en el sitio de lo que tiene lugar,
supone una extraña institución, que asegura la puesta en juego, a la vez que se pone ella
misma en juego y se desinstitucionaliza, cada vez, cada día, en cada première. Es una de las
diferencias con la filosofía, al menos con esta filosofía que desde el siglo XIX definió el
concepto de Universidad occidental. La cuestión de la institución, que es disociable de
todas aquellas que venimos de advertir, también es considerada por Mesguich:
Más adelante, Mesguich evocará une doble obligación, la doble ley que liga la
puesta en juego teatral a la institución, y luego a los poderes públicos. Es preciso ponerse
en guardia contra la institución y a su vez preservarla [la garder]; es preciso guardar la
memoria pero, sin cesar, volver a poner en juego la erección que ella constituye. La
institución partió ligada a la memoria, a aquello que se guarda. Ciertamente ella es una
retención del tiempo, pero también lo que se fosiliza o se reduce, se simplifica, se
condensa, se endurece y se erige.
¿Pero si acaso el arte del teatro era tanto aquel del velamiento como aquel
del desvelamiento [entonces, tanto de la verdad como de la no-verdad, o de la
verdad de la no-verdad]? ¿Y si era también al espectáculo de la expulsión
[refoulement] a donde se convidaba a la Ciudad?
Esta relación al tiempo es descrita bajo diversas formas durante todo L'éternel
éphémère. Con frecuencia se está tentado en pensar al teatro como el arte de aquello que,
sin duda preparado por las repeticiones, no tiene propiamente lugar más que una sola vez.
Aunque aquello que le da esa doble rostro a la vez matinal, oriental o arqueológico y
otoñal, melancólico, occidental, crepuscular o escatológico sea al mismo tiempo una
primera y última vez. Uno de los aspectos más provocativos del teatro de Mesguich, es -a
contracorriente de la doxa - pensar que el teatro tiene por esencia una cierta repetición. No
la repetición que prepara la primera vez, sino una repetición que divide, que excava y hace
surgir el presente único de la primera vez. La presentación no como representación de un
modelo presente en otra parte, como lo sería una imagen, sino la presencia una primera y
única vez como repetición.
Pensar el teatro es entonces evitar todos los discursos cocidos, es decir, no sacrificar
nada de aquello que hace a nuestra única y singular presencia, presentando la memoria, la
alteridad, el simulacro, la repetición, la repetición que la constituye y que la des-presenta
[dé-présente] representándola con anterioridad. Pensar sobre el escenario significa este
increíble espacio donde el saber no puede decidir sobre aquello que es lo presente. De eso
que es presente sobre la escena bajo su manto de visibilidad. Parecido en esto a Mary Tudor
y a Jane Talbot en la obra de Victor Hugo, incapaces de discernir en relación al sujeto que
han visto o que han creído enviar a la muerte.
Toda la pieza de Victor Hugo, como pudimos admirarla ayer en la tarde en la puesta
en escena de Daniel Mesguich, es también la metáfora del teatro mismo. Como si el afuera
del teatro, el referente del teatro -no aquello que dice o muestra de la política, de la
religión, de la historia, del amor, etc.- estuviera estructurado como un teatro y, entonces, ya
como una repetición, en la cual la vuelta en abismo [retour en abyme] sobre el escenario no
impide ni atenúa la singularidad trágica de la única y aguda primera vez.
Por el contrario, según esta hipótesis la filosofía sería la paciente atención del
discurso pedagógico ante la presentación, a la identificación, a la institución, etc. Por mi
parte, abogaría más por una dimensión teatral en la filosofía con el propósito de enredar un
poco la oposición, quiasmática, entre teatro y filosofía. Hay en el pensamiento filosófico,
en el pensamiento filosófico pre-institucional, instantes que se asemejan a esta urgencia
furtiva, clandestina, no autorizada y loca, que colocan a la filosofía al margen. Creo que
hay sorpresas [coups de théâtre] en filosofía, instantes que se asemejan a eso que
Kierkegaard describía cuando decía que "el instante de la decisión es una locura". Dichos
instantes pertenecen indisociablemente al teatro y a la filosofía, a la filosofía en el teatro o
al teatro en la filosofía. No hay el teatro sino los teatros, hay obras que, respecto a la
represión [refoulement], la identificación o la creencia en el teatro hacen obra
diferidamente. Así como siempre se podrá interpretar -y ello permanece infinitamente
suspendido- la puesta en acto del sacrificio, de la identificación, de la creencia, de la
represión o de la forclusión, como sobreimpresiones [surenchères] sacrificiales o
identificatorias, como sacrificios del sacrificio, del mismo modo nada podrá asegurarnos
jamás que esas economías no estén al mismo tiempo puestas en juego. Mesguich cita en
L'éternel éphémère una muy bella frase de Mannoni con la cual quisiera concluir:
Una máscara de lobo no nos asusta de igual modo que un lobo, pero nos
asusta de la manera en que lo hace la imagen del lobo que tenemos en nosotros.
Jacques Derrida
[ii] El apuntador es literalmente quien “sopla” aquellas líneas del texto que parecen ser
olvidadas por los actores en el escenario. Nótese que la palabra prompteur alude también a
quien desempeña una acción rápidamente o con prontitud. (N. del T.)
[iii] Director y actor de teatro francés. En 1974, funda su compañía Théâtre du Miroir.
Entre 1986 y 1988 dirige el Théâtre Gérard-Philipe de Saint-Denis. Entre 1991 y 1998
dirige el Théâtre national de Lille, La Métaphore. En 1998, crea su más reciente compañía,
llamada Miroir et Métaphores. Ha puesto en escena numerosas obras para el teatro y la
ópera, además de trabajar como actor de teatro, cine y televisión. Autor de varios ensayos
sobre el teatro, varios de ellos reunidos bajo el título de L’Éternel éphémère, publicados por
Éditions du Seuil en 1991. (N. del T.)
[iv] Habrá que tener a la vista la amplitud del campo semántico que involucra la palabra
jouer. Debatiéndose entre jugar, actuar y trabajar, su polisemia impondría pensar el peculiar
reparto que ella pone en juego. (N. del T.)
[vi] Aquí el “original” sería la palabra re-garde, la cual convoca, en un mismo tiempo, a
“mirada” y “re-guarda”, un redoblamiento de la guardia, una doble guardia. Hay que
recordar que Hegel hace valer la confluencia que se moviliza entre guardia y verdad en el
vocablo Wahrheit. En el alemán actual wahren dice “cuidar” o “guardar”, en el sentido de
resguardar o salvaguardar. Al mismo tiempo el sustantivo Wahrheit es el vocablo usado
para decir “verdad”. Hay que tener muy presente que más tarde algo similar hará
Heidegger, ésta vez para aproximarse a una verdad anterior a la homoiosis y la adaequatio.
(N. del T.)