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ALTIVEZ
La persona altiva se estima superior a las demás. Como resultado, tal persona
suele exigir atención y honor indebidos, y trata a los demás con falta de respeto
e insolencia.
Incluso una persona cuyo corazón haya sido humilde en su servicio a Dios puede
hacerse altiva debido a conseguir riqueza o poder, o por razón de su belleza,
éxito, sabiduría o aclamación de otros.
Así fue el rey Uzías de Judá. Aunque por muchos años había gobernado bien y
disfrutado de la bendición de Jehová (2Cr 26:3-5), la Biblia dice respecto a él:
“Sin embargo, tan pronto como se hizo fuerte, su corazón se hizo altivo aun
hasta el punto de causar ruina, de modo que actuó infielmente contra Jehová su
Dios y entró en el templo de Jehová para quemar incienso sobre el altar del
incienso”. (2Cr 26:16.) Uzías se ensalzó a sí mismo y pretendió asumir deberes
sacerdotales, a pesar de que Dios había privado de manera expresa a los reyes
de Israel de este privilegio, haciendo que el reino y el sacerdocio estuvieran
separados.
En cierta ocasión, el buen rey Ezequías dio lugar a la altivez en su corazón por
un breve período de tiempo, altivez que, por lo visto, contagió al pueblo que
gobernaba. Como resultado de la bendición de Jehová, Ezequías había sido
ensalzado, pero no reconoció que todo el mérito correspondía a Dios. El cronista
dice a este respecto: “Pero Ezequías no correspondió según el beneficio que se
le había hecho, porque su corazón se hizo altivo, y vino a haber indignación
contra él y contra Judá y Jerusalén”.
Felizmente, el rey corrigió esa peligrosa actitud, pues el cronista añade: “Sin
embargo, Ezequías se humilló por la altivez de su corazón, él y los habitantes de
Jerusalén, y la indignación de Jehová no vino sobre ellos en los días de
Ezequías”. (2Cr 32:25, 26; compárese con Isa 3:16-24; Eze 28:2, 5, 17.)
Dios se opone a la altivez. Los altivos no solo resultan desagradables a los
hombres honrados, sino que, lo que es más importante, Jehová Dios se opone a
ellos. (Snt 4:6;1Pe 5:5.) La altivez es tontedad y, además, un pecado. (Pr
14:3; 21:4.) Por su parte, Jehová se opone a los altivos para rebajarlos. (2Sa
22:28; Job 10:16; 40:11; Sl 18:27;31:18, 23; Isa 2:11, 17.)
Protegerse contra la altivez. Por lo tanto, debe ejercerse sumo cuidado para
evitar que la altivez penetre en el corazón. Esto tiene especial importancia
cuando se alcanza éxito en cualquier empeño o se adquiere una posición más
elevada o de más responsabilidad. Hay que tener presente que “el orgullo está
antes de un ruidoso estrellarse; y un espíritu altivo, antes del tropiezo”. (Pr
16:18.) Si se permite que la altivez se desarrolle, puede llegar a controlar a la
persona a tal grado que haría que Jehová la clasificara con aquellos a quienes
entrega a un estado mental desaprobado y que merecen la muerte. (Ro
1:28, 30, 32.) Tal precaución es especialmente apropiada en los “últimos días”,
cuando, como advirtió el apóstol, la altivez sería una de las características
distintivas de tales tiempos críticos. (2Ti 3:1, 2.)
ORGULLO
Exceso de estimación propia por la que uno se cree superior a los demás debido
a cualidades o posesiones, como el talento, la belleza, la riqueza, el rango u
otras, y que lleva a mostrar desprecio a los demás o mantenerse alejado de su
trato y actuar con insolencia, arrogancia y altivez.
Con menor frecuencia puede tener el sentido de gran satisfacción por algo propio
y personal, sea una acción o posesión, que uno mismo considera digno de
mérito. Sinónimos de orgullo son: egotismo, arrogancia, altivez, vanidad,
presunción y soberbia.
Quien no se libre del orgullo sufrirá. “El orgullo está antes de un ruidoso
estrellarse; y un espíritu altivo, antes del tropiezo” (Pr 16:18); “la casa de los
que a sí mismos se ensalzan será demolida por Jehová”. (Pr 15:25.) Hay varios
ejemplos del ‘ruidoso estrellarse’ de algunas naciones, dinastías y personas
orgullosas. (Le 26:18, 19; 2Cr 26:16; Isa 13:19; Jer 13:9; Eze
30:6, 18; 32:12; Da 5:22, 23, 30.)
HUMILDAD
Para ser humildes tenemos que razonar sobre nuestra relación personal con Dios
y con nuestro semejante según se indica en la Biblia, y luego poner en práctica
los principios aprendidos. La palabra hebrea hith·rap·pés, que se traduce
“humíllate”, significa literalmente “pisotéate”.
Expresa muy bien la acción a la que hace referencia el sabio en Proverbios: “Hijo
mío, si has salido fiador por tu semejante, [...] si has sido cogido en un lazo por
los dichos de tu boca, [...] has caído en la palma de la mano de tu semejante:
Ve y humíllate [pisotéate], e inunda con importunaciones a tu semejante. [...]
Líbrate”. (Pr 6:1-5.) En otras palabras: echa a un lado tu orgullo, reconoce tu
error, endereza los asuntos y busca perdón. Jesús exhortó a que las personas
se humillasen delante de Dios como si fueran un niño, y que en vez de tratar de
ser prominentes, ministrasen o sirviesen a sus hermanos. (Mt 18:4; 23:12.)
También se aprende humildad cuando se pasa por una experiencia que hace
humillar el espíritu. Jehová dijo a Israel que los había humillado haciéndolos
vagar cuarenta años por el desierto a fin de ponerlos a prueba para ver lo que
había en su corazón, y para hacerles saber que “no solo de pan vive el hombre,
sino que de toda expresión de la boca de Jehová vive el hombre”. (Dt 8:2, 3.)
Sin duda muchos de los israelitas se beneficiaron de esta dura experiencia y se
hicieron más humildes debido a ella. (Compárese con Le 26:41; 2Cr
7:14; 12:6, 7.) Si una persona o una nación rehúsa humillarse o aceptar
disciplina humillante, a su debido tiempo sufrirá humillación. (Pr 15:32, 33; Isa
2:11; 5:15.)
Le agrada a Dios. La humildad tiene un gran valor a los ojos de Jehová. Aunque
Dios no le debe nada a la humanidad, debido a su bondad inmerecida está
dispuesto a mostrar misericordia y favor a los que se humillan delante de Él.
Esas personas muestran que no confían o se jactan en sí mismos, sino que
buscan a Dios y desean hacer su voluntad. Como dijeron los escritores cristianos
inspirados Santiago y Pedro, “Dios se opone a los altivos, pero da bondad
inmerecida a los humildes”. (Snt 4:6; 1Pe 5:5.)
Fue perseguido como un proscrito por el rey Saúl. Pero nunca se quejó de Dios
ni se ensalzó a sí mismo por encima del ungido de Jehová. (1Sa 26:9, 11, 23.)
Cuando pecó contra Jehová debido a sus relaciones con Bat-seba, y Natán, el
profeta de Dios, le censuró con gran firmeza, David se humilló delante de Dios.
(2Sa 12:9-23.) Más tarde, cuando cierto benjamita llamado Simeí empezó a
invocar el mal sobre David públicamente, y su oficial Abisai quiso matarlo por
haber sido tan irrespetuoso con el rey, David demostró humildad. Respondió a
Abisai: “Miren que mi propio hijo, que ha salido de mis mismas entrañas, anda
buscando mi alma; ¡y cuánto más ahora un benjaminita! [...] Quizás vea Jehová
con su ojo, y Jehová realmente me restaure el bien en vez de su invocación de
mal este día”. (2Sa 16:5-13.) Después David censó al pueblo en contra de la
voluntad de Jehová.
El rey David vio y apreció esta cualidad en la bondad inmerecida que Dios ejerció
con él. Después que Jehová le había librado de la mano de todos sus enemigos,
cantó: “Tú me darás tu escudo de salvación, y tu humildad es lo que me hace
grande”. (2Sa 22:36; Sl 18:35.) Aunque Jehová se sienta en su lugar ensalzado
en los más altos cielos y con la máxima dignidad, sin embargo, puede decirse:
“¿Quién es como Jehová nuestro Dios, aquel que está haciendo su morada en lo
alto? Está condescendiendo en tender la vista sobre cielo y tierra, y levanta al
de condición humilde desde el polvo mismo; ensalza al pobre del mismísimo
pozo de cenizas, para hacer que se siente con nobles, con los nobles de su
pueblo”. (Sl 113:5-8.)
El apóstol Pablo estimula a los cristianos a tener la misma actitud mental que
tuvo Jesucristo. Llama la atención a la elevada posición que tenía el Hijo de Dios
en su existencia prehumana con su Padre Jehová en los cielos, y a que estuvo
dispuesto a despojarse a sí mismo tomando la forma de esclavo para llegar a
ser semejante a los hombres. Pablo añade: “Más que eso, al hallarse [Jesús] a
manera de hombre, se humilló y se hizo obediente hasta la muerte, sí, muerte
en un madero de tormento”. Las palabras de Jesús en cuanto a la recompensa
que recibe el que se humilla resultaron absolutamente veraces en su propio caso,
puesto que el apóstol añade: “Por esta misma razón, también, Dios lo ensalzó a
un puesto superior y bondadosamente le dio el nombre que está por encima de
todo otro nombre”. (Flp 2:5-11.)
Pero es aún más sobresaliente el hecho de que aunque Cristo goza de una
posición tan ensalzada, cuando ejerza ‘toda autoridad en el cielo y sobre la tierra’
para llevar a cabo la voluntad de Dios respecto a la Tierra (Mt 28:18; 6:10), al
final de su reinado de mil años su humildad no habrá cambiado. Por eso las
Escrituras dicen: “Pero cuando todas las cosas le hayan sido sujetadas, entonces
el Hijo mismo también se sujetará a Aquel que le sujetó todas las cosas, para
que Dios sea todas las cosas para con todos”. (1Co 15:28.)
En esta misma línea Pablo dice a los cristianos de la ciudad de Corinto: “Porque,
aunque soy libre respecto de toda persona, me he hecho el esclavo de todos,
para ganar el mayor número de personas. Y por eso a los judíos me hice como
judío, para ganar a judíos; a los que están bajo ley me hice como bajo ley,
aunque yo mismo no estoy bajo ley, para ganar a los que están bajo ley. A los
que están sin ley me hice como sin ley, aunque yo no estoy sin ley para con
Dios, sino bajo ley para con Cristo, para ganar a los que están sin ley. A los
débiles me hice débil, para ganar a los débiles. Me he hecho toda cosa a gente
de toda clase, para que de todos modos salve a algunos”. (1Co 9:19-22.) Se
necesita verdadera humildad para hacer esto.
Obra en favor de la paz. La humildad promueve la paz. La persona humilde
no lucha contra sus hermanos cristianos para defender sus supuestos “derechos”
personales. El apóstol razonó que aunque tenía libertad para hacer todas las
cosas, haría solo lo que fuera edificante, y si algo en particular molestaba la
conciencia de un hermano, dejaría de hacerlo. (Ro 14:19-21; 1Co 8:9-
13; 10:23-33.)
(1Ti 3:1; Snt 3:1.) Todos, tanto hombres como mujeres, deberían ser sumisos
a los que llevan la delantera y esperar que Jehová les dé cualquier nombramiento
o asignación de servicio, puesto que de Él procede el nombramiento. (Sl
75:6, 7.) Tal como dijeron algunos de los levitas, hijos de Coré: “He escogido
estar de pie al umbral en la casa de mi Dios más bien que ir de acá para allá en
las tiendas de la iniquidad”. (Sl 84:10.) Lleva tiempo desarrollar tal humildad
verdadera. Cuando las Escrituras enumeran de aquellos a quienes se nombraría
para el puesto de superintendente, especifican que no debería nombrarse a
nadie recién convertido, “por temor de que se hinche de orgullo y caiga en el
juicio pronunciado contra el Diablo”. (1Ti 3:6.)
Humildad falsa. A los cristianos se les advierte que su humildad no sea solo
superficial, para que no lleguen a estar “[hinchados] sin debida razón por su
disposición de ánimo carnal”. El que es verdaderamente humilde no pensará que
el Reino de Dios o la entrada en él tiene que ver con lo que come o bebe, o con
lo que evita comer o beber. La Biblia indica que uno puede comer y beber, o
bien abstenerse de tomar ciertas cosas si cree que debe hacerlo debido a su
salud o su conciencia. No obstante, si alguien piensa que se gana el favor de
Dios siguiendo o abandonando determinadas prácticas como el comer, beber o
tocar ciertas cosas, u observar ciertos días religiosos, no se da cuenta de que
dichas prácticas tienen “una apariencia de sabiduría en una forma autoimpuesta
de adoración y humildad ficticia, un tratamiento severo del cuerpo; pero no son
de valor alguno en combatir la satisfacción de la carne”. (Col 2:18, 23; Ro
14:17; Gál 3:10, 11.)
8 Quizás alguien se pregunte cómo aprendió Jesús a ser humilde. Dicha cualidad
fue uno de los grandes beneficios que le reportó la estrecha relación que tuvo
con su Padre celestial desde tiempos inmemoriales, cuando fue el “obrero
maestro” en la creación de todas las cosas (Proverbios 8:30). Tras la rebelión
en Edén, el Primogénito de Dios pudo observar la humildad con que su Padre
trató a la humanidad pecadora; y cuando estuvo en la Tierra, reflejó dicha
cualidad, como se desprende de esta invitación: “Tomen sobre sí mi yugo y
aprendan de mí, porque soy de genio apacible y humilde de corazón, y hallarán
refrigerio para sus almas” (Mateo 11:29; Juan 14:9).
9. a) ¿Qué veía Jesús en los niños que le gustaba tanto? b) ¿Qué lección enseñó
Jesús utilizando a un niño?
11. ¿Por qué no es extraño que tengamos que luchar por ser humildes?
11 Si usted está luchando por ser humilde, no es el único. Allá en 1920, esta
revista dijo lo siguiente en cuanto a los consejos bíblicos que recalcan la
necesidad de desarrollar esta virtud: “Comprender el gran valor que el Señor le
atribuye a la humildad debe animar a todos los discípulos verdaderos a cultivar
esta cualidad a diario”. Luego admitió con franqueza: “Pese a todas las
exhortaciones de las Escrituras, la naturaleza humana es tan perversa que
parece que los seguidores del Señor hallan más dificultades, más obstáculos, en
este asunto que en cualquier otro”. Estas palabras destacan una de las razones
por las que cultivar la humildad supone una lucha para los cristianos verdaderos,
y es que nuestra naturaleza humana pecaminosa anhela recibir gloria excesiva.
Esto se debe a que descendemos de una pareja pecadora, Adán y Eva, quienes
cedieron a deseos egoístas (Romanos 5:12).
12, 13. a) ¿De qué manera constituye el mundo un obstáculo para la humildad
cristiana? b) ¿Quién dificulta aún más nuestra lucha por cultivar la humildad?
12 Otro obstáculo que nos dificulta ser humildes es que estamos rodeados de un
mundo que anima a las personas a esforzarse por ser superiores a los demás.
Entre sus metas más comunes figura la de satisfacer a toda costa “el deseo de
la carne [pecaminosa] y el deseo de los ojos y la exhibición ostentosa del medio
de vida de uno” (1 Juan 2:16). Los discípulos de Jesús no debemos dejar que
estos deseos mundanos nos dominen; más bien, hemos de mantener el ojo
sencillo y concentrarnos en cumplir la voluntad de Dios (Mateo 6:22-24, 31-
33; 1 Juan 2:17).
13 Una tercera razón por la que se hace difícil cultivar y demostrar humildad es
que el Diablo, quien dio origen a la altanería, gobierna este mundo (2 Corintios
4:4;1 Timoteo 3:6). Satanás quiere que otros adopten sus características
malvadas. Por ejemplo, procuró que Jesús lo adorara a cambio de “todos los
reinos del mundo y su gloria”. Pero él, humilde en todo momento, rechazó de
plano la oferta (Mateo 4:8,10). De igual manera, Satanás tienta a los cristianos
a buscar gloria para sí; no obstante, tenemos que ser humildes y esmerarnos
por seguir el ejemplo de Jesús al dirigir a Dios toda la alabanza y la honra
(Marcos 10:17, 18).
17 Son muchos los que con humildad cumplen sus deberes cristianos,
anteponiendo los intereses ajenos a los propios. Por ejemplo, un padre cristiano
ha de ser humilde para sacar tiempo de sus actividades con objeto de prepararse
bien y dirigir un estudio bíblico eficaz a sus hijos. La humildad también ayuda a
los hijos a honrar y obedecer a sus padres, que son imperfectos (Efesios 6:1-4).
Las cristianas con esposos no creyentes a menudo se enfrentan a situaciones
que exigen humildad al tratar de ganarlos mediante su “conducta casta junto
con profundo respeto” (1 Pedro 3:1, 2). Y la humildad y el amor abnegado son
asimismo valiosos a la hora de cuidar con cariño a nuestros padres enfermos o
envejecidos (1 Timoteo 5:4).
19. ¿Qué debemos recordar al hablar con alguien que nos ha ofendido?
19 Quizás haya ocasiones en que un cristiano crea que el motivo de queja válido
que tiene es muy grave para pasarlo por alto. En ese caso, la humildad lo moverá
a hablar con la persona que, según él, lo ha ofendido a fin de restaurar la paz
(Mateo 18:15). Una razón por la que a veces persisten los problemas entre
cristianos es que uno de ellos —o los dos— es demasiado orgulloso para admitir
la falta, o que el que toma la iniciativa de abordar al otro lo hace con aires de
superioridad y en son de crítica. Por el contrario, la humildad verdadera
contribuye muchísimo a resolver los desacuerdos.
20, 21. ¿Cuál es una de las mayores ayudas de que disponemos para ser
humildes?
Autosuficiente
Egoísta
Es una persona que trata de satisfacerse a sí misma, sin importarle los demás.
Esto es un gran problema en el matrimonio y es la razón de muchos divorcios,
y en las relaciones interpersonales. El hombre orgulloso y soberbio llega a pensar
que nada le va a satisfacer en esta vida. Trata de llenar su ego con dinero, fama,
sexo y cualquier cosa que crea que puede saciarlo. Busca la auto-gratificación a
toda costa y siempre está pidiendo más; nunca logra estar satisfecho.
Competitividad excesiva
Voluntariosa y ambiciosa
Esta gente siempre quiere hacer su voluntad. Dice frases como: “eso debería
hacerse así” o “yo lo haría diferente y mejor”. Es ambiciosa y siempre quiere
tener una posición de alto rango en el trabajo, en la iglesia y en todo lugar. Cada
vez que se le manda a hacer algo, lo hace a su manera. Le cuesta creer en la
palabra de Dios.
Dios no nos va a usar por lo buenos que seamos o porque conozcamos mucho
la Biblia. Dios nos va a usar por su misericordia y por su gracia. La soberbia es
la raíz de todo pecado, la raíz de toda debilidad, la raíz de toda independencia
de Dios; por lo tanto, probemos nuestro corazón, para identificar si tenemos
orgullo en algún área de nuestra vida. Es contenciosa “Ciertamente la soberbia
produce discordia, pero con los prudentes está la sabiduría”. Proverbios
13.10. Porque para satisfacer las demandas de su orgullo, está siempre tratando
de probar que está en lo correcto. Siempre se está justificando y discutiendo
para demostrar que es mejor y superior que cualquier otra persona, a la que
pueda estar viendo como una amenaza.
Isaías 27.1
Por ejemplo, algunas personas influenciadas por este espíritu, se protegen con
espíritus de rechazo, lujuria, inseguridad, vergüenza, temor, espíritus religiosos
y otros.
Todos estos espíritus pueden influenciar a una persona que tiene una mentalidad
que opera en orgullo. Algunas veces, las personas dan “razones” por las cuales
son orgullosas. Todo el tiempo están levantando paredes para no dar amor ni
darle el corazón a nadie. Lo más terrible de todo esto, es que está bajo el
control o la influencia del espíritu de Leviatán, está tan cegada que no se da
cuenta de que es orgullosa. Los escudos que ha formado para protegerse, le
hace creer que las razones reales por las cuales actúa como actúa es por
protección de su propio interior, cuando esto es simplemente la causa por la cual
todavía no ha podido descubrir que la mentalidad con la que opera tiene raíz en
el orgullo.
Dios quiere cambiar eso por medio de su Espíritu Santo; pero la mentalidad de
orgullo, muchas veces se levantará en contra de esta transformación, y muchas
veces no le permitimos a Dios operar la transformación.
Los demonios suman fuerza cuando se juntan (crean una cadena de ataduras en
la persona, ayudándose mutuamente para mantener protegido al hombre
fuerte. Si estas personas no buscan liberación, pueden permanecer atadas
durante muchos años; pero, en el momento en que deciden humillarse y
arrepentirse, el Señor puede y quiere obrar en ellas.
Porque se rehúsan a cambiar. Tienen una luna de miel con el pastor y la iglesia
mientras no se les dice nada que los contraríe. Cuando se les dice la verdad, se
van. Cuando las hieren, se van, porque no soportan la presión de ser líderes, ni
la presión de servir, ni la presión de lidiar con las heridas que les ocasionan las
áreas de maldad y pecados de otros.
Hay muchos líderes que se rehúsan a cambiar cuando hay un nuevo mover del
Espíritu que está siendo desatado en el cuerpo de Jesús; líderes que aman más
las denominaciones, las tradiciones, los patrones, la seguridad de su trabajo
como pastor que la voluntad de Dios.
Los cambios son señales de que Dios está trabajando en su corazón y que usted
no lo está resistiendo; si está cambiando, regocíjese. Una persona influenciada
con el espíritu de Leviatán, tiene su corazón endurecido, y por eso, no puede ser
sensible a la voz de Dios.
El orgullo es creerse mejor que los demás. La persona orgullosa ultraja a Dios,
es abominable, repugnante y ofensiva delante de sus ojos. El espíritu de
Leviatán es el rey de los orgullosos. Las tres características principales del
espíritu de orgullo son: la terquedad, la dureza de cerviz y la dureza de
corazón. La mentalidad de orgullo, promueve la terquedad, la dureza, y la
dureza o insensibilidad de corazón. El orgullo es el mayor obstáculo para recibir
la revelación de la Palabra. Hay un sin número de espíritus que se relacionan
con el espíritu de Leviatán, tales como: ira, rebelión, mentira, independencia.
Si una persona orgullosa no se arrepiente del orgullo, pasará por situaciones
difíciles en su vida.
Si has estado luchando con esta mentalidad, puedes buscar la ayuda del Espíritu
Santo, primero ve donde el, y confiase que ha estado operando en orgullo, y
que requiere su ayuda para vencer esta forma de pensar, y Él le llevará de la
mano, haciéndote más que vencedor por medio de Jesus.
En algún momento te has preguntado: ¿Cómo luce una mujer piadosa? ¿Cómo
puede tu vida cumplir el propósito eterno para el cual Dios te creo? Gracias a
Dios, Su palabra nos da la instrucción que necesitamos, y también nos provee
de los modelos a imitar, mujeres que ilustran lo que significa andar con Dios y
ser usadas por Él.
María – Humilde
María fue elegida entre diversas jóvenes para ser la madre de nuestro Salvador.
Quizás eso pudo haber llevado su corazón al orgullo o a la altivez. Sin embargo,
esta joven dijo algo que todas nosotras necesitamos decir diariamente a
Dios: Entonces María dijo: Mi alma engrandece al Señor, y mi espíritu se regocija
en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la humilde condición de esta su sierva;
pues he aquí, desde ahora en adelante todas las generaciones me tendrán por
bienaventurada (Lucas 1:46-48).
La vida que estaba viviendo Ana no era nada fácil. Su marido tenía dos esposas,
Penina quien despreciaba y difamaba a Ana porque era estéril y no podía tener
hijos, situación que era considerada como una especie de maldición en su época.
Ana cargaba una gran tristeza en su corazón a causa de todo esto. Pero no
desistió de tener un hijo y no se entregó a la murmuración, o a la queja, sino
que fue perseverante en la oración. Por eso cuando tuvo a su hijo Samuel pudo
decir: … Porque se lo he pedido al Señor (1 Sam. 1:20b).
Esta mujer tuvo un gran encuentro con Jesús cerca de un pozo donde fue a
buscar agua. Jesús le reveló los errores que había cometido en el pasado y en
el presente, y le dijo algo muy poderoso que impacto su corazón. Y ¿cuál fue el
resultado? El fervor misionero que se apoderó de su corazón. Rápidamente dejó
todo y llevo las palabras de Jesús a su pueblo, un pueblo que no lo
conocía: Entonces la mujer dejó su cántaro, fue a la ciudad y dijo a los
hombres: Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo lo que yo he hecho.
¿No será éste el Cristo? (Juan 4:28-29).
Los últimos versículos del libro de proverbios están dedicados a alabar el carácter
de una mujer que no tiene nombre, pero que bien podría ser una de las más
grandes mujeres de Dios, que existieron y que aún existen en nuestros tiempos.
Esta mujer presenta hermosas virtudes en el cuidado de su hogar, de su familia,
su esposo, sus hijos; la forma honesta y dedicada con la que trabaja; el gran
ejemplo que le da al prójimo y a nosotras mismas, la forma sabia con que vive
su vida. Estos pasajes nos muestran un resumen de las cualidades que como
mujeres de Dios debemos cada día pedirle que nos ayude a desarrollarla y que
sean importantes para nosotras.
Abigail – Pacificadora
Ella era una mujer juiciosa y de buen parecer y con un recto sentido moral. Por
medio de su delicada persuasión previno que David cometiera una locura de
derramar sangre sin causa. Ahora pues, señor mío, vive el Señor y vive tu alma;
puesto que el Señor te ha impedido derramar sangre y vengarte por tu propia
mano (1 Sam. 25:26b).
Ser pacificadoras es una virtud que podemos aprender de Abigail, transmitir paz
en nuestro entorno, en nuestra familia, en nuestro matrimonio, en nuestras
relaciones, en nuestra iglesia, etc. es de mujeres piadosas.
Entendemos que la fe no es impartida por los padres, sino que procede de Dios.
Pero Dios se complace en permitir que su bendición sea creciente en las
sucesivas generaciones.
Pidamos a Dios a cada instante que podamos seguir el ejemplo de Loida y Eunice,
cuya intensidad espiritual fue contagiada a sus hijos.