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Mente, Memoria y Arquetipo

Resonancia Mórfica e Inconsciente Colectivo


(1ª Parte)
por Rupert Sheldrake (*)

RESUMEN

En este ensayo discutiré el concepto de memoria colectiva como base para comprender el
concepto junguiano de inconsciente colectivo. El inconsciente colectivo sólo cobra sentido en el
contexto de alguna noción de memoria colectiva. Esto nos lleva a un examen de largo alcance sobre
la naturaleza y el principio de la memoria, no sólo en los seres humanos, o en el reino animal, ni
siquiera sólo en el ámbito de la vida, sino en el universo como un todo. Una perspectiva tan
abarcadora es parte de un cambio de paradigma muy profundo que está aconteciendo en la ciencia:
el cambio de una visión mecanicista del mundo a una evolucionista y holística.

Esta visión cartesiana y mecanicista es, en muchos sentidos, el paradigma predominante


todavía hoy en día, especialmente en biología y medicina. El noventa por ciento de los biólogos
estaría orgulloso de declararse biólogos mecanicistas. Aunque la física ha ido más allá de la visión
mecanicista, gran parte de nuestro pensamiento sobre la realidad física está todavía moldeada por
ella, incluso en aquellos de nosotros a los que nos gustaría creer que hemos ido más allá de este
marco de pensamiento. Por consiguiente examinaré brevemente algunos de los supuestos
fundamentales de la visión mecanicista del mundo a fin de mostrar cómo sigue profundamente
arraigada en la forma de pensar de la mayoría de nosotros.

LAS RAÍCES MECANICISTAS EN EL MISTICISMO NEOPLATÓNICO

Es interesante observar que las raíces de la visión mecanicista del mundo del siglo XVII
pueden remontarse a la religión mística de la antigüedad. La visión mecanicista fue de hecho una
síntesis de dos tradiciones de pensamiento, ambas basadas en la intuición mística de que la realidad
es atemporal e inmutable. Una de estas tradiciones proviene de Pitágoras y Platón, quienes estaban
fascinados por las verdades eternas de las matemáticas. En el siglo XVII, esto evolucionó a una
visión de la naturaleza como estando gobernada por ideas eternas, proporciones, principios o leyes
que existían dentro de la mente de Dios. Dicha visión del mundo acabó por hacerse dominante y,
gracias a filósofos y científicos tales como Copérnico, Kepler, Descartes, Galileo y Newton, fue
incorporada a las bases de la física moderna.

Básicamente, expresaban la idea de que los números, las proporciones, las ecuaciones y los
principios matemáticos son más reales que el mundo físico que experimentamos. Incluso hoy,
muchos matemáticos se inclinan hacia este tipo de misticismo pitagórico o platónico. Piensan en el
mundo físico como una cosificación de los principios matemáticos, como un reflejo de las leyes
eternas numéricas y matemáticas. Esta visión es extraña al pensamiento de la mayoría de nosotros,
quienes tomamos al mundo físico como el mundo “real” y a las ecuaciones matemáticas como una
descripción artificial, y posiblemente inexacta, de ese mundo “real”. No obstante, esta visión mística
ha evolucionado hasta el actual y predominante punto de vista científico de que la naturaleza está
gobernada por leyes eternas, inalterables, inmutables y omnipresentes. Las leyes de la naturaleza
son siempre y en todo lugar.

RAÍCES MATERIALISTAS EN EL ATOMISMO

La segunda de las visiones de inmutabilidad que emergió en el siglo VXII proviene de la


tradición atomista del materialismo, la cual trató una cuestión que estaba ya profundamente arraigada
en el pensamiento griego, a saber, el concepto de realidad inmutable. Parménides, un filósofo
presocrático, tuvo la idea de que sólo el ser es; el no-ser no es. Si algo es, no puede cambiar porque,
a fin de cambiar, debería combinar ser y no-ser, lo cual era imposible. Por lo tanto, concluyó que la

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realidad era una esfera homogénea e inmutable. Por desgracia para Parménides, el mundo que
experimentamos no es homogéneo, inmutable o esférico. A fin de hacer prevalecer su teoría,
Parménides sostuvo que el mundo que experimentamos es una ilusión. Esta no era una solución muy
satisfactoria, y los pensadores de la época intentaron hallar un modo de resolver este dilema.

La solución de los atomistas fue afirmar que la realidad consiste en un gran número de
esferas (o partículas) homogéneas e inmutables: los átomos. En lugar de una gran esfera inmutable,
hay muchas esferas pequeñas e inmutables moviéndose en el vacío. Las apariencias cambiantes del
mundo pudieron entonces ser explicadas en términos de los movimientos, permutaciones y
combinaciones de los átomos. Esta es la intuición original del materialismo: que la realidad consistía
en materia atómica eterna y en el movimiento de esta materia.

Finalmente, la combinación de esta tradición materialista con la tradición platónica dio origen
a la filosofía mecánica que emergió en el siglo XVII, y produjo un dualismo cósmico que ha estado
entre nosotros desde entonces. Por una parte tenemos átomos eternos de materia inerte; por otra,
leyes no-materiales e inmutables que son antes bien ideas que cosas físicas y materiales. En este
tipo de dualismo, ambas partes son inmutables; una creencia que no sugiere inmediatamente la idea
de un universo en evolución. De hecho, los físicos han sido muy reacios a aceptar la idea de
evolución precisamente porque encaja muy pobremente con la noción de materia eterna y leyes
inmutables. En la física moderna, la materia es vista ahora como una forma de energía; la energía
eterna ha remplazado a la materia eterna, pero poco más ha cambiado.

LA EMERGENCIA DEL PARADIGMA EVOLUCIONISTA

No obstante, el paradigma evolucionista ha ido ganando terreno continuamente durante los


últimos dos siglos. En el siglo XVIII, los desarrollos social, artístico y científico se veían generalmente
como un proceso progresivo y evolutivo. La revolución industrial hizo de este punto de vista una
realidad económica en parte de Europa y América. A principios del siglo XIX había varias filosofías
evolucionistas y, para la década de 1840, la teoría evolucionista del marxismo había sido publicada.
En este contexto teórico de evolucionismo social y cultural, Darwin propuso su teoría biológica de la
evolución, la cual amplió la visión evolucionista a toda la vida. Sin embargo esta visión no se extendía
al universo entero. Irónicamente, Darwin y los neodarwinistas intentaron encajar la evolución de la
vida sobre la tierra dentro de un universo estático, o lo que era peor, un universo que en realidad se
pensaba que estaba decayendo termodinámicamente y dirigiéndose hacia una “muerte térmica”.

Todo cambió en 1966 cuando los físicos aceptaron finalmente una cosmología evolucionista
en la que el universo ya no era eterno. En lugar de eso, el universo se originó en un Big Bang [Gran
Explosión] alrededor de 15 billones de años atrás y ha estado evolucionando desde entonces. Así que
ahora tenemos una física evolucionista. Pero tenemos que recordar que esta física tiene sólo
alrededor de 20 años de antigüedad, y que las implicaciones y consecuencias del descubrimiento del
Big Bang no se conocen completamente todavía.

La propia física está apenas empezando a adaptarse a esta nueva visión, la cual, como
hemos visto, desafía el supuesto más fundamental de la física desde los tiempos de Pitágoras: la idea
de leyes eternas. Tan pronto como tenemos un universo en evolución nos enfrentamos con la
cuestión de: ¿qué pasa con las leyes eternas de la naturaleza? ¿Dónde estaban dichas leyes antes
del Big Bang? Si las leyes de la naturaleza existían antes del Big Bang, entonces está claro que no
son físicas; de hecho, son metafísicas. Esto pone al descubierto la suposición metafísica que subyace
a la idea de leyes eternas a lo largo del tiempo.

¿LEYES DE LA NATURALEZA, O SIMPLEMENTE HÁBITOS?

Existe sin embargo una alternativa: la de que el universo es más como un organismo que
como una máquina. El Big Bang recuerda las historias míticas de la incubación del huevo cósmico:
crece y, según crece, sufre una diferenciación interna que es más parecida a la de un gigantesco
embrión cósmico que a una enorme máquina de una teoría mecanicista. A partir de esta alternativa
orgánica, podría tener sentido pensar en las leyes de la naturaleza como si fueran más bien hábitos.

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Quizás las leyes de la naturaleza son hábitos del universo, y quizás el universo posee una memoria
incorporada.

Hace unos 100 años, el filósofo americano C.S. Pierce dijo que si nos tomáramos la evolución
seriamente, si pensáramos que el universo entero evoluciona, entonces deberíamos pensar en las
leyes de la naturaleza como de algún modo asemejables a hábitos. Esta idea era en realidad bastante
corriente, especialmente en América. Fue expuesta por William James y otros filósofos americanos, y
debatida bastante profusamente a finales de este último siglo. En Alemania, Nietzsche fue lo
suficientemente lejos como para sugerir que las leyes de la naturaleza sufrían la selección natural:
Quizás había muchas leyes naturales al principio, pero sólo sobrevivieron las que se revelaron
exitosas. Por tanto, el universo que vemos posee leyes que han evolucionado mediante selección
natural.

Los biólogos también pasaron a interpretar los fenómenos en términos de hábito. El más
interesante de tales teóricos fue el escritor inglés Samuel Butler, cuyos libros más importantes sobre
este tema fueron Life and Habit [Vida y Hábito] (1878) y Unconscious Memory [Memoria Inconsciente]
(1881). Butler sostuvo que la totalidad de la vida implicaba una memoria inconsciente inherente a la
misma. Los hábitos, los instintos de los animales, la forma en que se desarrollan los embriones, todo
reflejaba un principio básico de memoria inherente a la vida. Incluso propuso que debe haber una
memoria inherente a átomos, moléculas, y cristales. Hubo, pues, un período al final del último siglo en
el que la biología fue vista en términos evolutivos. Es sólo desde 1920 que el pensamiento
mecanicista ha llegado a predominar sobre el pensamiento biológico.

¿CÓMO SURGE LA FORMA?

La hipótesis de causación formativa, que es la base de mi trabajo, parte del problema de la


forma biológica. Dentro de la biología ha existido un prolongado debate sobre la forma en la que los
embriones y organismos se desarrollan. ¿Cómo crecen las plantas a partir de las semillas? ¿Cómo se
desarrollan embriones a partir de huevos fertilizados? Por supuesto esto es un problema sólo para los
biólogos, no para los embriones y los árboles, los cuales ¡simplemente lo hacen! Sin embargo, los
biólogos encuentran difícil hallar una explicación causal para la forma. En física, en cierto sentido, la
causa es igual al efecto. La cantidad de energía, de materia y de momentum [impulso] antes de un
cambio dado es igual a la cantidad posterior. La causa está contenida en el efecto y el efecto en la
causa. Sin embargo, cuando consideramos el crecimiento de un roble a partir de una bellota, no
parece haber de ninguna manera obvia una equivalencia de causa y efecto.

En el siglo XVII, la teoría mecanicista principal de la embriología era simplemente que el roble
estaba contenido en la bellota. Dentro de cada bellota había un roble en miniatura que se inflaba
según el roble crecía. Esta teoría era aceptaba de manera bastante amplia, y era la más consistente
con el enfoque mecanicista, tal y como entonces se comprendía. Sin embargo, como los críticos
señalaron rápidamente, si el roble se infla y él mismo produce bellotas, entonces el roble inflable debe
contener bellotas inflables que contienen robles inflables, y así ad infinitum.

Si, por otra parte, más forma provenía de menos forma (cuyo nombre técnico es
“epigénesis”), entonces ¿de dónde proviene la menos forma? ¿Cómo aparecían las estructuras que
no estaban ahí anteriormente? Ni platónicos ni aristotélicos tenían ningún problema con esta cuestión.
Los platónicos decían que la forma proviene del arquetipo platónico: si hay un roble, entonces hay
una forma arquetípica de un roble, y todos los robles reales son simplemente reflejos de este
arquetipo. Como este arquetipo está más allá del espacio y el tiempo, no hay necesidad de
incorporarlo a la forma física de la bellota. Los aristotélicos, por su parte, sostenían que todas las
especies tienen su propio tipo de alma, y el alma es la forma del cuerpo. El cuerpo está en el alma, no
el alma en el cuerpo. El alma es la forma del cuerpo, está alrededor del cuerpo y contiene el objetivo
de desarrollarse (lo cual formalmente se denomina “entelequia”). Un alma de roble contiene al
eventual roble.

¿ES EL ADN UN PROGRAMA GENÉTICO?

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No obstante, una visión mecanicista del mundo niega el animismo en todas sus formas. Niega
la existencia del alma y la de de cualesquiera principios organizativos no-materiales. Por
consiguiente, los mecanicistas deben poseer algún tipo de preformacionismo. A finales del siglo XIX,
la teoría del biólogo alemán August Weissman sobre el plasma germinal reavivó la idea del
preformacionismo; La teoría de Weissman establecía “determinantes”, que supuestamente hacían
crecer al organismo dentro del embrión. Este es el antecesor de la actual idea de programación
genética, la cual constituye otro resurgimiento del preformacionismo bajo un disfraz moderno.

Como veremos, este modelo no funciona demasiado bien. Se supone que el programa
genético es idéntico al ADN, el compuesto químico genético. La información genética está codificada
en el ADN y este código forma el programa genético. Pero un salto tal requiere proyectar sobre el
ADN propiedades que realmente no posee. Sabemos lo que hace el ADN: codifica las proteínas;
codifica la secuencia de aminoácidos que forman las proteínas. No obstante, existe una gran
diferencia entre codificar la estructura de una proteína –un constituyente químico del organismo– y
programar el desarrollo de un organismo entero. Es la diferencia entre fabricar ladrillos y construir una
casa con esos ladrillos. Necesitas los ladrillos para construir la casa. Si tienes ladrillos defectuosos, la
casa será defectuosa. Pero el plano de la casa no está contenido en los ladrillos, o en el mallado de
alambre, o en las vigas, o el cemento.

Análogamente, el ADN sólo codifica los materiales a partir de los cuales el cuerpo es
construido: las enzimas, las proteínas estructurales, etcétera. No hay evidencia de que también
codifique el plano, la forma, la morfología del cuerpo. Para ver esto más claramente, piense en sus
brazos y piernas. La forma de los brazos y las piernas es diferente; es obvio que tienen una forma
diferente entre sí. Sin embargo, los compuestos químicos de los brazos y las piernas son idénticos.
Los músculos son los mismos, las células nerviosas son las mismas, las células de la piel son las
mismas, y el ADN es el mismo en todas las células de los brazos y de las piernas. De hecho, el ADN
es el mismo en todas las células del cuerpo. Sólo el ADN no puede explicar la diferencia de forma; se
necesita algo más para explicar la forma.

En la biología mecanicista actual, se suele asumir que esto depende de lo que se llama
“patrones complejos de interacción físico-química no comprendidos plenamente todavía.” Así, la
teoría mecanicista actual no constituye una explicación sino meramente la promesa de una
explicación. Es lo que Sir Karl Popper ha llamado un “mecanismo promisorio”; implica emitir pagares
para futuras explicaciones que todavía no existen. Como tal, no es realmente un argumento objetivo;
es meramente una declaración de fe.

¿QUÉ SON LOS CAMPOS MÓRFICOS?

La cuestión del desarrollo biológico, de la morfogénesis, está actualmente bastante abierta y


es tema de mucho debate dentro de la propia biología. Una alternativa al enfoque
mecanicista/reduccionista, que ha estado dando vueltas desde el 1920 es la idea de campos
morfogenéticos (moduladores de forma). En este modelo, los organismos que crecen están
modulados por campos que están tanto dentro como alrededor de ellos, campos que contienen, como
si se dijera, la forma del organismo. Esto se encuentra más próximo a la tradición aristotélica que a
cualquiera de los otros enfoques tradicionales. Según va desarrollándose un roble, la bellota está
asociada con un campo de roble, una estructura organizadora invisible que organiza el desarrollo del
roble; es como un molde del roble, dentro del cual crece el organismo que se desarrolla.

Un hecho que conduce al desarrollo de esta teoría es la notable habilidad que poseen los
organismos para reparar los daños. Si cortas un árbol en pequeños pedazos, cada pedacito, tratado
convenientemente, puede crecer como un nuevo árbol. De modo que a partir de un diminuto
fragmento, puedes obtener una totalidad. Las máquinas no hacen eso; no tienen este poder de
permanecer íntegras si retiras partes de ellas. Pica un ordenador en pedacitos y todo lo que obtienes
es un ordenador roto. No se regenera en la forma de montones de pequeños ordenadores. Pero si
cortas un gusano platelminto en pedacitos, cada pedazo puede crecer como un nuevo platelminto.

Otra analogía es la del imán. Si partes un imán en pedacitos, obtienes montones de


pequeños imanes, cada uno con su campo magnético completo. Esta es una propiedad holística que
poseen los campos y que no tienen los sistemas mecánicos, a no ser que estén asociados a campos.

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Otro ejemplo más todavía es el holograma, cualquier parte del cual contiene la totalidad. Un
holograma está basado en patrones de interferencia en el interior de campos electromagnéticos. Los
campos tienen así una propiedad holística que resultaba muy atractiva para los biólogos que
desarrollaron este concepto de campos morfogenéticos.

Cada especie tiene sus propios campos, y en el interior de cada organismo existen campos
dentro de campos. Dentro de cada uno de nosotros está el campo de todo el cuerpo; campos para los
brazos y piernas y campos para los riñones e hígados; en el interior hay campos para los diferentes
tejidos dentro de estos órganos, y después campos para las células, y campos para las estructuras
subcelulares, y campos para las moléculas, etcétera. Existe una serie entera de campos dentro de
campos. La esencia de esta hipótesis que estoy proponiendo es que estos campos, que están ya
aceptados bastante ampliamente dentro de la biología, poseen una especie de memoria inherente
que se deriva de formas previas de un tipo similar. El campo del hígado está modulado por las formas
de hígados anteriores y el campo del roble por las formas y organización de robles anteriores. A
través de estos robles, mediante un proceso llamado “resonancia mórfica”, la influencia de lo similar
sobre lo similar, existe una conexión entre campos similares. Esto significa que la estructura de
campos tiene una memoria acumulativa, basada en lo que le ha ocurrido a la especie en el pasado.
Esta idea se aplica no solo a los organismos vivos sino también a moléculas proteicas, cristales e
incluso a átomos. En el reino de los cristales, por ejemplo, la teoría diría que la forma que adopta un
cristal depende de su campo mórfico característico.

“Campo mórfico” es un término más amplio que incluye los campos tanto de forma como de
comportamiento. De aquí en adelante, usaré la palabra “campo mórfico” en lugar de “morfogenético”.

QUÍMICOS BARBUDOS ITINERANTES

Si sintetizas un nuevo compuesto y lo cristalizas, la primera vez no existirá un campo mórfico


para él. Por lo tanto, puede ser muy difícil que cristalice; tendrás que esperar a que emerja un campo
mórfico. Sin embargo, la segunda vez, incluso si lo sintetizas en alguna otra parte del mundo, habrá
una influencia por parte de la primera cristalización, de modo que debería cristalizar un poco más
fácilmente. La tercera vez habrá una influencia de las primera y segunda, y así sucesivamente.
Debido a la influencia acumulativa de los cristales previos, cuanto más frecuentemente sea
cristalizado dicho compuesto, debería resultar cada vez más fácil cristalizarlo. Y, de hecho, esto es
exactamente lo que ocurre. Los químicos de síntesis observan que los nuevos compuestos son
generalmente muy difíciles de cristalizar. Pero según avanza el tiempo, generalmente se consiguen
cristalizar con mayor facilidad en todo el mundo. La explicación convencional es que esto ocurre
porque fragmentos de cristales previos [que actuarían como nuevos núcleos de cristalización] son
trasportados de laboratorio en laboratorio en las barbas de químicos itinerantes. Y cuando no ha
habido ningún químico itinerante, se asume entonces que los fragmentos flotan en la atmósfera como
microscópicas partículas de polvo.

Quizá los químicos itinerantes transportan efectivamente fragmentos sobre sus barbas y
quizá partículas de polvo pululan de hecho por la atmósfera. Sin embargo, si uno mide en diferentes
partes del mundo el ritmo de cristalización bajo rigurosas condiciones de control y en recipientes
sellados, todavía debería observar un ritmo acelerado de cristalización. Este experimento aún no ha
sido realizado. Pero un experimento relacionado con los ritmos de las reacciones químicas de nuevos
procesos de síntesis está siendo considerado en el presente por una gran compañía química en Gran
Bretaña. Y es que, si estas cosas ocurren, sus consecuencias para la industria química son harto
importantes.

UNA NUEVA CIENCIA DE LA VIDA

Existe un gran número de experimentos que pueden realizarse en el campo de la forma


biológica y el desarrollo de la forma. En consecuencia, se aplican los mismos principios al
comportamiento, las formas de comportamiento y los patrones de comportamiento. Considérese la
hipótesis de que si se entrenan ratas para que aprendan un nuevo truco en Santa Bárbara, entonces
ratas a todo lo largo y ancho y del mundo deberían ser capaces de aprender a hacer el mismo truco
más rápidamente, simplemente porque las ratas de Santa Bárbara lo han aprendido. Este nuevo

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patrón de aprendizaje estará, como si dijéramos, en la memoria colectiva de las ratas, en el campo
mórfico de las ratas, con el que otras ratas pueden sintonizar por resonancia mórfica, simplemente
porque son ratas y porque están en circunstancias similares. Puede parecer poco probable, pero este
tipo de cosas ocurre o no ocurre.

Entre el vasto número de artículos sobre la psicología de las ratas que hayamos en los
archivos de experimentos, hay cierto número de ejemplos experimentales en los cuales los
investigadores han monitorizado de hecho ritmos de aprendizaje a lo largo del tiempo y han
descubierto misteriosos incrementos. En mi libro Una Nueva Ciencia de la Vida [A New Science of
Life], describo una serie tal de experimentos, que se extendió por un período de 50 años. Un
experimento empezado en Harvard y luego continuado en Escocia y Australia, demostró que las ratas
incrementaron su ritmo de aprendizaje más de diez veces. Se trata de un fenómeno enorme, no de
algún resultado marginal estadísticamente significativo. Este ritmo mejorado de aprendizaje ocurrió en
situaciones de aprendizaje idénticas, en estas tres localizaciones separadas y en todas las ratas de la
misma raza, no sólo en ratas descendientes de padres entrenados.

Existen otros ejemplos de difusión espontánea de nuevos hábitos en animales y aves, que
proporcionan al menos evidencia circunstancial de la teoría de resonancia mórfica. El mejor
documentado de éstos lo constituye el comportamiento de los herrerillos azules, un pequeño pájaro
de cabeza azulada común en toda Gran Bretaña. Todavía hoy se reparte leche fresca de puerta en
puerta cada mañana en Gran Bretaña. Hasta alrededor del año 1950, los tapones de las botellas de
leche se hacían de cartón. En 1921, en Southampton, se observó un extraño fenómeno. Cuando la
gente salía por la mañana a recoger sus botellas de leche, encontraba pequeños trozos de cartulina
todo en rededor de la base de la botella, y que la crema de la parte superior de la botella había
desaparecido. Una observación más estrecha reveló que esto era causado por los herrerillos azules,
los cuales se sentaban sobre la boca de la botella, extraían la cartulina con sus picos, y después
bebían la crema. ¡Incluso se dieron varios casos trágicos en los que herrerillos azules fueron
descubiertos ahogados con la cabeza en la leche!

Este incidente produjo un considerable interés. El hecho apareció entonces en otro lugar de
Gran Bretaña, a cerca de 50 millas de distancia; y después en algún otro lugar a 100 millas de
distancia. Fuere cuando fuere que comenzara el fenómeno de los herrerillos azules, empezó a
extenderse localmente, presumiblemente por imitación. Sin embargo, los herrerillos azules son
criaturas muy hogareñas, y normalmente no viajan más de cuatro o cinco millas. Por lo tanto, la
diseminación del comportamiento a lo largo de grandes distancias sólo podía explicarse en términos
de un descubrimiento independiente del hábito.

El hábito del herrerillo azul fue cartografiado a lo largo y ancho de Gran Bretaña hasta 1947.
Para entonces se había vuelto más o menos universal. Las personas que realizaron el estudio
llegaron a la conclusión de que debió ser “inventado” de manera independiente por lo menos 50
veces. Aún más, el ritmo de extensión del hábito se aceleró con el paso del tiempo. En otros lugares
de Europa donde las botellas de leche son repartidas al pie de las escaleras de las casas, tales como
Escandinavia y Holanda, el hábito también afloró durante los años 1930, extendiéndose de una
manera similar. He aquí un modelo de comportamiento que se extendió de un modo tal que parecía
acelerarse con el tiempo, y que podría proporcionar un ejemplo de resonancia mórfica.

Pero existe una evidencia aún más fuerte de la resonancia mórfica. Debido a la ocupación
alemana de Holanda, el reparto de leche cesó durante 1939-40. Los repartos no se reanudaron hasta
1948. Como los herrerillos azules suelen vivir sólo dos o tres años, probablemente no quedaban
herrerillos azules vivos en 1948 que habían vivido en la época en que la leche fue repartida por última
vez. Sin embargo, en cuanto se retomó el reparto de leche en 1948, la apertura de botellas de leche
por los herrerillos azules surgió rápidamente en lugares bastante separados de Holanda,
extendiéndose de manera extremadamente rápida hasta que, en uno o dos años, era una vez más
universal. Tal comportamiento se difundió con mucha más rapidez, y surgió independientemente con
una frecuencia mucho mayor, la segunda vez que la primera. Este ejemplo prueba la propagación
evolutiva de un nuevo hábito que probablemente no es genética sino que depende más bien de una
especie de memoria colectiva debida a la resonancia mórfica.

Lo que estoy sugiriendo es que la herencia no depende sólo del ADN, el cual permite a los
organismos construir los bloques constructivos químicos –las proteínas–, sino también de la

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resonancia mórfica. La herencia tiene así dos aspectos: uno, una herencia genética que da cuenta de
la herencia de las proteínas mediante el control de la síntesis proteica por parte del ADN; el segundo,
una forma de herencia basada en los campos mórficos y la resonancia mórfica, que es no-genética y
que se hereda directamente de los miembros pasados de la especie. Este último mecanismo de
herencia está relacionado con la organización de forma y comportamiento.

LA ALEGORÍA DEL APARATO DE TELEVISIÓN

Las diferencias y conexiones entre estas dos formas de herencia se vuelven más fáciles de
comprender si consideramos la analogía de la televisión. Piensa en las imágenes de la pantalla como
la forma, objeto de nuestro interés. Si no supieras cómo surgió la forma [las imágenes], la explicación
más obvia sería que dentro del aparato había personitas cuyas sombras estabas viendo proyectadas
en la pantalla. Los niños piensan a menudo de esta manera. Si apartas la tapa del aparato, y miras
dentro, encuentras que allí no hay personitas. Después podrías ser más sutil y especular con que las
personitas son microscópicas y están de hecho dentro de los cables del aparato de TV. Pero si miras
los cables a través de un microscopio, tampoco allí puedes encontrar ninguna personita.

Podrías volverte todavía más sutil y proponer que las personas diminutas de la pantalla
surgen de hecho a través de una “compleja interacción entre partes del aparato que no se
comprenden completamente todavía”. Podrías pensar que esta teoría sería probada si cortaras unos
pocos transistores del aparato. La gente desaparecería. Si repusieras los transistores, volverían a
aparecer. Esto podría proporcionar evidencia convincente de que las imágenes surgen de dentro del
aparato, y enteramente sobre la base de una interacción interna.

Supón que alguien sugiriera que las imágenes de las personitas vienen del exterior del
aparato, y que el aparato toma las imágenes como resultado de vibraciones invisibles a las que el
aparato está sintonizado. Esto sonaría probablemente como una explicación muy oculta y mística.
Podrías negar que nada llega al interior del aparato. Podrías incluso “probarlo”·pesando el aparato
apagado y encendido; pesaría lo mismo. Por lo tanto, podrías concluir que nada está entrando al
aparato.

Creo que ésta es la posición de la biología moderna, que intenta explicar todo en términos de
lo que ocurre en el interior. Cuanto más explicaciones para la forma se buscan en el interior, tanto
más elusivas prueban ser dichas explicaciones, y tanto más se adscriben a interacciones incluso más
sutiles y complejas, lo cual siempre elude toda investigación. Tal y como estoy sugiriendo, las formas
y patrones de comportamiento son de hecho sintonizadas dentro por conexiones invisibles que
surgen fuera del organismo. El desarrollo de la forma es un resultado de tanto la organización interna
del organismo y la interacción de los campos mórficos a los que está sintonizado.

Las mutaciones genéticas pueden afectar a este desarrollo. Piénsese de nuevo en el aparato
de TV. Si mutamos un transistor o un condensador dentro del aparato, puedes obtener imágenes o
sonidos distorsionados. Pero esto no prueba que las imágenes y el sonido estén programados por
estos componentes. Ni tampoco prueba que estén programadas por los genes, si encontramos que
hay alteraciones de forma y comportamiento como resultado de una mutación genética la forma y el
comportamiento.

Existe otro tipo de mutación que es particularmente interesante. Imagina una mutación en el
circuito de sintonización de tu aparato, tal que altera la frecuencia de resonancia del circuito de
sintonización. El sintonizar tu TV depende de un fenómeno de resonancia: el sintonizador resuena a
la misma frecuencia que la de la señal transmitida por las diferentes estaciones. Así los diales de
sintonización se miden en hertzios, que es una medida de frecuencia. Imagina una mutación en el
sistema de sintonización de manera tal que sintonizas un canal y en realidad aparece otro. Podrías
rastrear la causa hasta llegar a un solo condensador o una sola resistencia que habría sufrido una
mutación. Pero no sería válido concluir de ahí que los nuevos programas que estás viendo, las
diferentes personas, las diferentes películas y anuncios, están programados dentro del componente
que ha cambiado. Ni prueba tampoco que la forma y el comportamiento estén programados en el
ADN cuando las mutaciones genéticas conducen a cambios en la forma y el comportamiento. El
supuesto habitual es que si puedes ver que algo se altera como resultado de una mutación, entonces
eso debe estar programado por, o controlado por, o determinado por, un gene. Espero que esta

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analogía de la TV deje claro que ésta no es la única conclusión. Podría ocurrir que estuviera
afectando al sistema de sintonización.

UNA NUEVA TEORÍA DE LA EVOLUCIÓN

Se está realizando un trabajo ingente en la investigación biológica contemporánea sobre


dichas mutaciones “de sintonización” (formalmente llamadas “mutaciones homeóticas”). El animal
más usado en tales investigaciones es la Drosophila, la mosca de la fruta. Se ha encontrado que todo
un rango de mutaciones produce varias monstruosidades. Un tipo de éstas, llamado “antennapedia”,
lleva a que las antenas se transformen en patas. Las desafortunadas moscas, que contienen sólo un
gen alterado, producen patas que crecen hacia fuera de sus cabezas en lugar de antenas. Existe otra
mutación que lleva al segundo o tercer par de patas de la Drosophila a transformarse en antenas.
Normalmente las moscas tienen un par de alas y, en el segmento posterior a éstas hay unos
pequeños órganos equilibradores llamados “cabestros”. Otra mutación conduce a que el segmento
que normalmente porta los cabestros se transforme en un duplicado del primer segmento, de manera
que estas moscas tienen cuatro alas en lugar de dos. Se les llama “mutantes bitorácicas”.

Todas estas mutaciones dependen de genes individuales. Propongo que estas mutaciones de
los genes individuales alteran de algún modo la sintonización de una parte del tejido embrionario, de
tal forma que sintonizan con un campo mórfico diferente del que normalmente sintonizarían,
surgiendo así un conjunto diferente de estructuras; justo como sintonizar un canal diferente de TV.

A partir de estas analogías, uno puede ver cómo tanto la genética como la resonancia mórfica
están involucrados en la herencia. Por supuesto, una nueva teoría de la herencia conduce a una
nueva teoría de la evolución. Al día presente, la teoría evolucionista está basada en el supuesto de
que virtualmente toda herencia es genética. La sociobiología y el neodarwinismo en todas sus
variantes se basan en la selección genética, la frecuencia genética, etcétera. La teoría de la
resonancia mórfica conduce a una visión mucho más amplia que permite una vez más tomar
seriamente una de las grandes herejías de la biología, a saber, la idea de la herencia de
características adquiridas. Los comportamientos que aprenden los organismos, o las formas que
desarrollan, pueden ser heredados por otros, incluso si no descienden de los organismos originales,
por resonancia mórfica.

UN NUEVO CONCEPTO DE MEMORIA

Cuando consideramos la memoria, esta hipótesis conduce a una aproximación muy diferente
de la tradicional. El concepto clave de resonancia mórfica es que cosas similares influyen sobre cosas
similares a través del espacio y el tiempo. El grado de influencia depende del grado de similitud. La
mayoría de los organismos son más similares a ellos mismos en el pasado de lo que lo son a
cualquier otro organismo. Yo soy más similar a mí mismo hace cinco minutos que lo que lo soy a ti;
todos nosotros somos más como nosotros en el pasado que cualquier otro. Lo mismo es cierto para
cualquier otro organismo. Esta auto-resonancia con los estados pasados de un mismo organismo en
el ámbito de la forma ayuda a estabilizar los campos morfogenéticos, a estabilizar la forma del
organismo, incluso aunque los constituyentes químicos de las células estén funcionando y
cambiando. Los patrones habituales de comportamiento también son sintonizados por el proceso de
auto-resonancia. Si comienzo montando en bicicleta, por ejemplo, el patrón de actividad de mi
sistema nervioso y mis músculos, en respuesta a mantener el equilibrio sobre la bicicleta, me
sintoniza inmediatamente por similitud a todas las ocasiones previas en las que he montado en
bicicleta. Esta experiencia de montar en bicicleta se da por resonancia mórfica acumulativa con todas
esas ocasiones pasadas. No es una memoria verbal o intelectual; es una memoria corporal de montar
en bicicleta.

Esto también se aplicaría a mi memoria de hechos reales: lo que hice ayer en Los Ángeles o
el año pasado en Inglaterra. Cuando pienso en estos sucesos particulares, estoy sintonizando con las
ocasiones en las que estos sucesos ocurrieron. Existe una conexión causal directa a través del
proceso de sintonización. Si esta hipótesis es correcta, no es necesario asumir que los recuerdos
están almacenados en el cerebro.

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EL MISTERIO DE LA MENTE

Todos nosotros hemos crecido con la idea de que los recuerdos están almacenados en el
cerebro. Usamos la palabra “cerebro” de manera intercambiable con “mente” o “memoria”. Estoy
sugiriendo que el cerebro es más como un sistema de sintonización que un dispositivo de
almacenamiento de memoria. Uno de los argumentos principales para la localización de la memoria
en el cerebro es el hecho de que ciertos tipos de daño cerebral pueden conducir a una pérdida de
memoria. Si el cerebro es dañado en un accidente de coche y alguien pierde la memoria, entonces la
suposición obvia es que el tejido de la memoria ha debido ser destruido. Pero esto no es
necesariamente así.

Considérese de nuevo la analogía de la TV. Si dañara tu aparato de TV para que fueras


incapaz de recibir ciertos canales, o si hiciera enmudecer al aparato de TV mediante la destrucción de
la parte relacionada con la producción de sonido a fin de que todavía pudieras recibir imágenes pero
no sonido, esto no probaría que el sonido o las imágenes estaban almacenadas dentro del aparato de
TV. Meramente demostraría que yo había afectado el sistema de sintonización para que tú no
pudieras ya recibir la señal correcta. La pérdida de memoria por daño cerebral no prueba ya que la
memoria esté almacenada dentro del cerebro. De hecho, la mayor parte de la memoria perdida es
temporal: la amnesia que sigue a una conmoción, por ejemplo, es a menudo temporal. Esta
recuperación de memoria es muy difícil de explicar en términos de teorías convencionales: si los
recuerdos han sido destruidos porque el tejido de memoria ha sido destruido, no deberían regresar de
nuevo; y sin embargo a menudo lo hacen.

Los experimentos sobre estimulación eléctrica del cerebro por Wilder Penfield y otros
sugieren otro argumento a favor de la localización de la memoria en el interior del cerebro. Penfield
estimuló los lóbulos temporales de los cerebros de pacientes epilépticos y encontró que algunos de
estos estímulos podían provocar respuestas vívidas que los pacientes interpretaban como recuerdos
de cosas que habían hecho en el pasado. Penfield supuso que, de hecho, estaba estimulando
recuerdos que estaban almacenados en el córtex. Volviendo de nuevo a la analogía de la TV, si
estimulara el circuito de sintonización de tu aparato de TV y saltara a otro canal, esto no probaría que
la información estaba almacenada dentro del circuito de sintonización. Es interesante que, en su
último libro, The Mistery of the Mind [El Misterio de la Mente], el propio Penfield abandonaba la idea
de que los experimentos probaban que la memoria estaba dentro del cerebro. Y llegaba a la
conclusión de que la memoria no estaba almacenada en absoluto en el córtex.

Ha habido muchos intentos de localizar trazas de memoria en el interior del cerebro, el más
conocido de los cuales fue realizado por Kart Lashley, el gran neurofisiólogo americano. Entrenó ratas
para que aprendieran trucos, después cortó pedazos de sus cerebros para determinar si las ratas
todavía podían hacer trucos. Para su asombro, encontró que podía retirar más del cincuenta por
ciento del cerebro –cualquier 50%– y no había virtualmente ningún efecto en la retención de este
aprendizaje. Cuando retiró todo el cerebro, las ratas no podían realizar ya los trucos, así que concluyó
que el cerebro era necesario de algún modo a la ejecución de la tarea, lo cual no es precisamente
una conclusión muy sorprendente. Lo que fue sorprendente fue cuánto del cerebro podía suprimir sin
afectar a la memoria.

Otros investigadores han encontrado resultados similares incluso con invertebrados como el
pulpo. Esto condujo a un experimentador a especular con que la memoria estaba tanto en cualquier
sitio como en ninguno en particular. El mismo Lashley concluyó que los recuerdos están almacenados
de una manera distribuida por todo el cerebro, ya que no pudo encontrar las trazas de memoria que
requería la teoría clásica. Su estudiante, Karl Pribram, extendió esta idea con la teoría holográfica del
almacenamiento de memoria: la memoria es como una imagen holográfica, almacenada como un
patrón de interferencia por todo el cerebro.

Lo que Lashley y Pribram (al menos en alguno de sus escritos) no parecen haber considerado
es la posibilidad de que los recuerdos pueden no estar almacenados en el cerebro en absoluto. La
idea de que no están almacenados en el interior del cerebro es más consistente con los datos
disponibles que con las teorías convencionales o la teoría holográfica.

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Han surgido muchas dificultades al tratar de localizar el almacenamiento de memoria en el
cerebro; en parte porque el cerebro es mucho más dinámico de lo que previamente se pensaba. Si el
cerebro está para servir como almacén de memoria, entonces el sistema de almacenamiento tendría
que permanecer estable; sin embargo ahora se sabe que las células nerviosas funcionan mucho más
rápidamente de lo que se pensaba previamente. Todas las sustancias químicas en las sinápsis y las
estructuras nerviosas y moleculares están funcionando y cambiando todo el tiempo. Con un cerebro
muy dinámico, es difícil ver como se almacenan los recuerdos.

Hay también un problema lógico, que varios filósofos han señalado, con las teorías
convencionales de almacenamiento de memoria. Todas las teorías convencionales asumen que los
recuerdos están de alguna forma codificados y localizados en una memoria almacenada en el
cerebro. Cuando son necesarias son recuperadas por un sistema de recuperación. A esto se le llama
modelo de codificación, almacenaje y recuperación. No obstante, para que un sistema de
recuperación recupere algo, debe saber lo que quiere recuperar; un sistema de recuperación de
memoria debe saber lo que la memoria está buscando. Así debe ser posible reconocer el recuerdo
que está intentando recuperar. A fin de reconocerlo, el propio sistema de recuperación debe tener
algún tipo de memoria. Por lo tanto, el sistema de recuperación debe tener un sistema de sub-
recuperación para recuperar sus recuerdos de su almacén. Esto conduce a una regresión infinita.
Varios filósofos argumentan que éste es un fallo lógico fatal en cualquier teoría convencional sobre el
almacenamiento de memoria. Sin embargo, en general, los teóricos de la memoria no están
demasiado interesados en lo que dicen los filósofos, así que no se molestan en replicar a este
argumento. Sin embargo, a mí me parece en verdad bastante poderoso.

Al considerar la teoría de la resonancia mórfica de la memoria, podríamos preguntar: si


sintonizamos con nuestras propios recuerdos, entonces ¿por qué no sintonizamos también con los de
otras personas? Creo que lo hacemos, y toda la base del enfoque que estoy sugiriendo es que hay
una memoria colectiva con la que todos nosotros estamos sintonizados, la cual conforma un trasfondo
contra el cual se desarrolla nuestra experiencia y contra el cual se desarrollan nuestros recuerdos
individuales. Este concepto es muy similar a la noción de memoria colectiva.

Jung pensaba en la memoria inconsciente como una memoria colectiva: la memoria colectiva
de la humanidad. Pensaba que la gente estaría más sintonizada con miembros de su propia familia y
raza y grupo social y cultural, pero que no obstante habría una resonancia de fondo de toda la
humanidad: una experiencia común o promediada de cosas básicas que toda la gente experimenta
(e.g. la conducta materna y varios patrones sociales y estructuras de experiencia y pensamiento). No
sería tanto una memoria de personas particulares del pasado como un promedio de las formas
básicas de las estructuras de memoria; estos son los arquetipos. La noción de Jung de inconsciente
colectivo tiene extremadamente buen sentido en el contexto del enfoque general que estoy
avanzando. La teoría de la resonancia mórfica conduce a una reafirmación radical del concepto
junguiano de inconsciente colectivo.

Esto necesita ser reafirmado porque el contexto mecanicista corriente de la biología, la


medicina y la psicología convencional niega que pueda haber una cosa tal como el inconsciente
colectivo El concepto de una memoria colectiva de una raza o una especie ha sido excluido incluso
como posibilidad teórica. De acuerdo a la teoría convencional, no puedes tener ninguna herencia de
características adquiridas; sólo puedes tener una herencia de mutaciones genéticas. Según las
premisas de la biología convencional, no habría modo de que las experiencias y mitos de, por
ejemplo, las tribus africanas, tuvieran alguna influencia en los sueños de alguien de descendencia no
africana en Suiza; lo cual era el tipo de cosa que Jung pensaba que de hecho ocurría. Desde el punto
de vista convencional, esto es bastante imposible, y es la razón por la que la mayoría de biólogos y
otros expertos dentro de la corriente dominante de la ciencia no toman en serio la idea de
inconsciente colectivo. Se la considera una idea rara y alternativa que puede tener algún valor poético
como una especie de metáfora, pero que no tiene ninguna relevancia para la ciencia propiamente
dicha, ya que es un concepto completamente insostenible desde el punto de vista de la biología
normal.

La aproximación que estoy proponiendo es muy similar a la idea junguiana de inconsciente


colectivo. La diferencia principal es que la idea de Jung se aplicaba principalmente a la experiencia
humana y a la memoria colectiva humana. Lo que estoy sugiriendo es que un principio muy similar
opera en todo el universo, no sólo en los seres humanos. Si el tipo de cambio radical de paradigma

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del que estoy hablando sigue adelante dentro de la biología –si la hipótesis de resonancia mórfica es
siquiera aproximadamente correcta– entonces la idea de Jung de inconsciente colectivo se convertiría
en una idea dominante: los campos morfogenéticos y el concepto de inconsciente colectivo
cambiarían completamente el contexto de la moderna psicología.

© 1995 - 2003 Rupert Sheldrake. Todos los derechos reservados.

(*) Rupert Sheldrake es biólogo y autor de Dogs that Know When Their Owners are comino Home, and Other Unexplained
Powers of Animal (1999), una secuela de su superventas Seven Experiments that Could Change the World (1994). Su libro
más reciente es The Sense of Being Stared, And Other Aspects of the Extended Mind (Hutchinson 2003).

Estudió ciencias naturales en Cambridge y filosofía en Harvard, donde fue miembro numerario Frank Fellow. En 1967, recibió
un doctorado en bioquímica por la Universidad Cambridge y fue miembro del Clare Collage, Cambridge, donde fue director de
estudios de bioquímica y biología celular hasta 1973. Efectuó una investigación sobre el desarrollo de las plantas y el
envejecimiento de las células en Cambridge como miembro investigador de la Royal Society. Desde 1974 a 1978 fue fisiólogo
principal de plantas en el Internacional Crops Research Institute for the Semi-Arid Tropics (ICRISAT) en Hyderabad, IIndia,
donde trabajó sobre la fisiología de las cosechas de legumbres tropicales y permaneció como fisiólogo consultante hasta 1985.
Es autor de más de cincuenta artículos en publicaciones científicas.

Vivió un año y medio en el ashram del padre Bede Griffiths en el Sur de la India, donde escribió A New Science of Life (Blond
and Briggs, 1981) [Una Nueva Ciencia de la Vida (Kairós)]. Es también autor de The Presence of the Past (Collins 1988),
Trialogues at the Edge of the West con Ralph Abraham y Terence McKenna (Bear and Co., 1992) y The Evolutionary Mind
(Trialogue Press, 1988). Su libro Seven Experiments that Could Change the World (Fourth Estate, 1994) fue votado como Libro
del Año por el British Institute for Social Inventions.

Con Matthew Fox, es autor de Natural Grace: Dialogues on Science and Spirituality (Bloomsbury, 1996) y The Physics of
Angels (Harper Collins, 1996). Su libro Dogs that Know When Their Owners are Coming Home, and Other Unexplained Powers
of Animals (Hutchinson) fue publicado en septiembre de 1999, y ganó el British Scientific and Medical Network Book of the Year
Award. En julio del 2000 fue escolar visitante de la Woods Hole Oceanographic Institution, en Massachusstes. Su libro más
reciente es The Sense of Being Stared, And Other Aspects of the Extended Mind (Hutchinson 2003).

Actualmente es miembro del Institute of Noetic Sciences de San Francisco. Está casado con Hill Purce, tiene dos hijos, y vive
en Londres.

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