Beruflich Dokumente
Kultur Dokumente
Nelly Richard
Los Estudios Culturales debaten las problemáticas que le dan mayor vitalidad
crítica a sus redefiniciones del saber académico, informados por el temario
postmodernista y sus figuras de lo heterogéneo, lo múltiple y lo local. Pero
quienes encarnan estas figuras de la otredad en su condición material de sujetos
distintos y distantes de los centros de autoridad y control discursivos, resienten
los Estudios Culturales como un meta-discurso globalizador avalado por un
circuito de garantías metropolitanas que reinstitucionaliza —por conducto
académico— varias nuevas formas de dominio internacional.
Sabemos que no basta con que las teorías postcoloniales incorporen la figura de
la Otredad a su nuevo discurso anti-hegemónico para que el otro real — el
sujeto concreto formado por tramas históricas y sociales de censura y
exclusión— llegue a participar con voz propia en el debate metropolitano.
Tampoco basta con que la teoría postmodernista de la marginalidad y de la
diferencia elaborada por la academia metropolitana tome la palabra en
representación de la periferia —aunque lo haga con el saludable propósito de
cumplir un rol de intermediaria político-institucional en la lucha por sus
derechos de expresión— para que las reglas del poder cultural se vuelvan
igualitarias o para que ese "fantasear con el otro" signifique "algún
compromiso estable con los proyectos políticos o estéticos que Latinoamérica
pueda ofrecer" (Masiello 1996: 747). La jerarquía del Centro no sólo se basa en
una máxima concentración de medios y recursos, ni en el monopolio de su
distribución económica. La autoridad que ejerce el Centro como facultad
simbólica procede de las investiduras de autoridad que lo habilitan para operar
como "función-centro", es decir, como punto o red que opera "un número
infinito de sustituciones de signos" (Derrida 1978: 280) que asegura la
convertibilidad y traductibilidad de los signos regulando la estructura de
homologación de su valor en base a un código impuesto. La autoridad teórica
de la función-centro reside en ese monopolio del poder-de-representación
según el cual, "representar" es controlar los medios discursivos que subordinan
el objeto de saber a una economía conceptual declarada superior. Por mucho
que se invite regularmente a América Latina a debatir sobre la crisis de
centralidad de la institución cultural como aparente protagonista de una
subversión del canon metropolitano, la red que articula el debate postcolonial
es la certificada por el poder fáctico de la Internacional académica, cuya serie
coordinada de programas de estudio, líneas editoriales y sistemas de becas fija
y sanciona tanto la vigencia teórica como la remunerabilidad de las
investigaciones en curso de acuerdo a valores de explotación.
Meditar sobre la crítica de Sarlo desde Chile nos invita a contrastar esa
tradición fuerte y autorizada de una cultura académica que recurre tan
confiadamente a su legitimidad de campo, con la constelación nuestra de
motivos desensamblados que juntó el discurso crítico de los 80 en Chile,
mezclando dicho autor con residuos heteróclitos de lenguajes culturales
fuertemente desafiliados de todo legado teórico-universitario. Ese discurso
experimental de los 80 en Chile no sólo se gestó fuera del recinto académico
(en la proximidad ilegal de obras todas ellas a la interperie) sino que cuestionó,
además, la formalización del exclusivo —y excluyente— trazado disciplinario
que evoca Beatriz Sarlo como solvente resguardo de la pertinencia de su
crítica. Es decir que, en Chile, fueron discursos y teorías en profunda situación
de desarme los que incorporaron a Benjamin como pieza excéntrica de un
collage que, sin duda, se oponía al establishment académico-internacional de la
crítica cultural que cuestiona Sarlo, pero que se entrechocaba además con la
sistematicidad y propiedad disciplinarias del saber regular de la tradición
intelectual argentina. Las teorizaciones heterodoxas de Benjamin en Chile
realizadas en los extramundos del conocimiento legitimado, establecen
entonces su diferencia no sólo con la academia metropolitana, sino también con
ese saber seguro, con ese universo disciplinario de competencias profesionales
al que opusieron el inconformismo teórico de un saber tránsfugo que batallaba
a la vez contra el academicismo literario y contra el sociologismo cultural de
los centros de estudios alternativos.