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El Patrón de la Historia de la Redención

por Roberto D. Brinsmead

Contenido

1. Cristo y el Antiguo Testamento


2. El Patrón Histórico del Antiguo Testamento
3. Cristo: Significado de la Historia Antiguotestamentaria
4. El Patrón Legal del Antiguo Testamento
5. Cristo: El Significado de la Ley Antiguotestamentaria
6. Cristo: El Significado de la Ley y los Profetas
7. Cristo: El Significado de Toda la Vida
8. La Cautividad de la Iglesia Cristiana
9. La Restauración del Evangelio
10. El Marco Histórico del Evangelio
11. El Marco Legal del Evangelio
12. El Marco Escatológico del Evangelio
13. El Evangelio Como Juicio
14. Bibliografía Selecta

El Patrón de la Historia de la Redención


por Roberto D.
Brinsmead

Cristo y el Antiguo
Testamento

Los apóstoles predicaron a Cristo desde el Antiguo Testamento y en el trasfondo antiguo testamentario. Para
Jesús y los apóstoles, el Antiguo Testamento fue la Biblia. Ellos no conocieron otras Escrituras, salvo las del
Antiguo Testamento; y ningún Dios, sino el del Antiguo Testamento.

Durante siglos, la ley y los profetas alimentaron una esperanza en Israel. Los apóstoles proclamaron a Cristo
como el cumplimiento de aquella esperanza. Fue como si se hubiera quitado un velo que cubría al Antiguo
Testamento. Sus ojos quedaban ahora abiertos para ver que todas las Escrituras existían por causa de Cristo
Jesús (Col. 1:16). Ahora podían ver que Moisés escribió de él (Jn. 5:46). "De él dan testimonio todos los
profetas" (Hch. 10:43; Versión Nácar Colunga). La ley y los profetas apuntaban al Evangelio de la justicia
de Dios (Rom. 1:2; 3:21). Cristo murió y resucitó conforme a las Escrituras (1 Cor. 15:3, 4).

Si el Nuevo Testamento nos da una fotografía de Dios en la faz de Jesucristo, entonces no debemos olvidar
que el Antiguo Testamento suple el trasfondo o la montura de tal imagen. Este marco tiene tremenda
importancia. No se puede entender el Evangelio sin un marco. Una persona que tenga diapositivas de su más
reciente viaje al África no puede mostrar una figura inteligible proyectándolas al aire libre. La pantalla
realzará o distorsionará la imagen. Igualmente, el espíritu siempre necesita forma, el alma necesita un
cuerpo y la fe necesita darse expresión mediante buenas obras. El Evangelio es espiritual, pero debe
expresarse en forma visible. Así como Dios diseñó el cuerpo humano como la forma que expresa el alma,
también diseñó la forma mediante la cual se expresaría el Evangelio de su gracia. Esa forma fue el trasfondo
del Antiguo Testamento.

Consideremos las largas centurias de cuidadosa preparación para poner en escena el "drama de la pasión
divina". Su escenario fue el Antiguo Testamento. El Nuevo Testamento no descarta este escenario, este
trasfondo. Cuando predicaron a Cristo, los apóstoles sabían cómo utilizar este marco presentando sobre él el
divino esplendor de Aquel por quien, y para quien, consisten todas las cosas (Col. 1:16).

Debido a varias razones, nosotros los cristianos hemos descuidado o descartado el arte de la predicación de
Cristo desde el Antiguo Testamento, tal como lo hicieron los apóstoles. Marción, el gran hereje del siglo
segundo, quiso abandonar el Antiguo Testamento totalmente. A pesar de que la iglesia rechazó a Marción,
la tendencia marcionista persiste aún. No siempre la iglesia estuvo a gusto con la presencia del Antiguo
Testamento. Frecuentemente, los cristianos no han sabido qué hacer con él. Yen la medida en que
descuidamos el marco designado por Dios para el Evangelio, nos encontramos inventando marcos de
fabricación propia. Necesitamos un marco para nuestra teología, aunque no estemos conscientemente
percatados de ello. Nuestro concepto de Dios y del hombre debe moverse dentro del marco de algún sistema
de pensamiento. Necesitamos una estructura teológica.

La historia de la teología demuestra cómo épocas y segmentos diferentes de la iglesia desarrollaron sistemas
teológicos diferentes. Todos estamos familiarizados con términos tales como misticismo, pietismo,
entusiasmo, racionalismo y el fenómeno del siglo veinte del existencialismo. Todos representan sistemas de
pensamiento teológico-marcos en los cuales se explica el método divino de salvar al hombre.

Estos sistemas de pensamiento fueron desarrollados porque la mente humana no puede retener la verdad
aparte de una forma. Todos sentimos la necesidad de un marco. No sólo dio Dios a su iglesia Su Evangelio,
sino que dió este Evangelio en Su marco. En demasiadas ocasiones este marco pareció una "raíz de tierra
seca". Careció de atractivo para la mentalidad racionalista griega. La civilización cristiana occidental quedó
impregnada por esta tendencia mental. En el mismo grado en que la iglesia perdió el marco original del
Evangelio, llegó a diseñar uno de sí misma. Algunos de estos marcos teológicos tienen un tremendo
dominio sobre las mentes de los cristianos. Pero, frecuentemente fueron tales marcos los que distorsionaron
la pureza original del Evangelio. Muchas veces se forzó el mensaje cristiano para sostener un
individualismo exagerado o una jerarquía triunfalista; un ritualismo externo o un pietismo interno.

Uno de los desarrollos más alentadores en el cristianismo académico de hoy lo es un interés renovado en el
Antiguo Testamento y el lugar que le corresponde en la proclamación del Evangelio. Este desarrollo está
atravesando todas las líneas fronterizas clásicas. Existe ahora una nueva receptibilidad para permitir que
estas formas de pensamiento bíblico llamen a examen nuestras formas de pensamiento tradicionales.

El lugar y el uso adecuados del Antiguo Testamento en la predicación es el terreno donde encontramos la
acción en el cristianismo académico de hoy día. Hombres que hicieron sus investigaciones del Antiguo
Testamento encuentran hoy nueva aceptación en los departamentos de teología de las mejores escuelas
cristianas. El presente es un momento excitante y de desafío en la historia de la iglesia.

Dos Características Sobresalientes del Trasfondo Antiguotestamentario.

El trasfondo antiguotestamentario tiene dos características sobresalientes. Es histórico y legal.

Histórico. Cualquiera que lea los libros del Antiguo Testamento sin suposiciones previas debe quedar
impresionado por su naturaleza histórica. Comienzan con un relato de Dios haciendo el mundo y del hombre
apartándose de la autoridad de Dios. Luego, trazan la historia subsiguiente del trato de Dios con la raza
humana, arrojando luz sobre eventos tales como el Diluvio, la creación de la nación hebrea y su historia por
más de mil años.

La teología del Antiguo Testamento es una teología de historia. Esta es una característica singular de la
religión bíblica. Es la única religión verdaderamente histórica. No es una religión mística. El Dios del
Antiguo Testamento no se revela a Si mismo mediante experiencias místicas difusas, ni en proposiciones
abstractas, sino en hechos históricos concretos. En lo que respecta al Antiguo Testamento, la historia es la
sustancia de la revelación. Dios se revela en sus poderosos hechos tanto en el evento mismo como en la
interpretación dada de ese evento. Por ejemplo, en el Antiguo Testamento, el atributo fundamental de Dios
es la justicia. Pero cuando el Antiguo Testamento presenta la justicia de Dios, no lo hace con proposiciones
abstractas de la justicia de Dios como es en él mismo. La literatura hebrea es dinámica, concreta, y se mueve
en un plano de relaciones. Dios es justo por lo que hace. El énfasis de las Escrituras es que Dios es justo en
todos sus caminos y obras (Jue. 5:11; Sal. 145:17).

A menudo ignoramos esta "teología de la historia". Hemos intentado "teologizar" un marco abstracto,
racionalista, metafísico y especulativo. Pero esto nos mueve fuera del marco de la teología bíblica. Por eso
es que la mayoría de los teólogos sistemáticos no suenan como la Biblia. Sus escritos contienen detalles
bíblicos buenos y útiles. Pero el marco de pensamiento es más griego que bíblico. La primera y más
prominente verdad bíblica es la doctrina de Dios mismo. Pero los teólogos sistemáticos clásicos presentan
esta doctrina en un marco racionalista, especulativo y no-histórico.

Debemos rehusar conocer cualquier dios que no sea el Dios revelado. Tal revelación la hallamos en los
hechos históricos registrados en la Biblia. La Palabra de Dios es más el registro de los actos de Dios que el
registro de sus oráculos.

Dado que a Dios se lo conoce por sus actos en la historia, la verdadera adoración de Dios-esto es, darle a
Dios su valor-consiste en referir o repasar los actos de Dios. G. Ernest Wright llama al Antiguo Testamento
"teología de narración". Señala, en su ensayo temerario God Who Acts (Dios que obra), que las confesiones
de fe israelitas más primitivas eran sencillamente la narración de cómo Dios actuó para su liberación en el
éxodo (Deut. 6:20-24; 26:5-9). Un examen del culto de Israel mostrará que sus sábados, ceremonias,
festivales agrícolas e instituciones estaban dedicados a la conmemoración y relato de la redención nacional
en ocasión del éxodo. Muchos de los salmos expresan la adoración de Dios mediante la recitación de los
actos de Dios durante la historia de la formación de Israel. Los escritores bíblicos nunca se cansaron de
contar lo que Dios hizo en el éxodo. Ejemplo típico de esto lo es el Salmo 66:

Aclamad a Dios con alegría, toda la tierra;

Cantad la gloria de su nombre: Poned gloria en su alabanza.

Decid a Dios: ¡Cuán terribles tus obras!


Por lo grande de tu fortaleza te mentirán tus enemigos.

Toda la tierra te adorará, Y cantará a ti;

Cantarán a tu nombre. (Selah.) Venid, y ved las obras de Dios,

Temible en hechos sobre los hijos de los hombres.

Volvió la mar en seco; Por el río pasaron a pie; Allí en él nos alegramos.

-Sal. 66:1-6 (Compárese con los salmos 78,


105, 106).

Legal. La historia bíblica es una historia especial porque se ocupa de la salvación del pueblo de Dios. En los
círculos teológicos a esto se le llama: heilsgeschichte 1, Podríamos proponer otro nombre : historia del
pacto. En muchos aspectos, esto seria una mejor designación para la historia que encontramos en la Biblia.

El pacto es el tratado o arreglo que liga a Dios y al hombre en compañerismo.2 Es la base de la relación
divina-humana. Es tan básico que podríamos decir aún que Dios no trata con el hombre fuera del pacto.

El pacto es un concepto legal. Tiene estipulaciones que sujetan legalmente a ambas partes. Decreta
bendiciones y maldiciones que siguen al cumplimiento o al no cumplimiento de sus estipulaciones.

Los treinta y nueve libros del Antiguo Testamento derivan su nombre-Antiguo Testamento o Antiguo Pacto-
del pacto que Dios hizo con la nación hebrea en el Monte Sinaí. Las palabras del pacto son los Diez
Mandamientos (Ex. 34:27-29; Deut. 4:13). El prefacio de los mandamientos es una declaración del acto
redentor divino. Luego siguen las estipulaciones que definen la respuesta que el amor divino espera de la
comunidad redimida.

Israel era un pueblo bajo pacto. Dios era su Rey. Los gobernaba por su ley. Fidelidad al pacto significaba
fidelidad a la ley. Bien dice Leon Morris que el Dios del Antiguo Testamento es el Dios de ley. Puede
confiarse en que él sostendrá la ley y actuará en conformidad a sus términos con una fidelidad invariable.
Morris señala que los hombres del Antiguo Testamento nunca se cansaron de describir la relación entre Dios
y su pueblo mediante figuras legales.3 Cuando los santos del Antiguo Testamento apelaban a Dios, se
referían a su pacto y solicitaban una audiencia en la corte divina. Cuando Dios tenía una querella contra su
pueblo, también apelaba a Su pacto y entraba en pleito con su pueblo en la corte legal.4

La corte legal hebrea primitiva era algo básico en la vida hebraica. Las disputas eran resueltas en una corte
al aire libre, en la puerta de la ciudad. Aquí los jueces, y luego los reyes, se sentaban para sostener la justicia
y el juicio. En la Biblia Dios aparece como el Gran Rey. Su oficio principal es el de Juez. Como Juez actúa
para cortar a los malhechores y mantener la justicia (Sal. 72,101). Especialmente libra a aquellos cuya causa
es justa. El es un Dios de Juicio (Mal. 2:17). "Justicia y juicio son el asiento de tu trono" (Sal. 89:14).

Cuando Dios actúa para salvar a su pueblo, siempre efectúa una salvación justa-una salvación de acuerdo a
su pacto y fiel a los justos requerimientos de su ley. Como Rey Supremo y Juez, siempre actúa en una forma
que sostiene la constitución. Nunca se apartará de la regla de su ley ni alterará lo que salió de sus labios.
Sólo en esta luz podemos entender lo que la Biblia quiere decir cuando exalta el poder de Dios para derrotar
al enemigo de su pueblo. Si el poder de Dios consistiera sencillamente en la fuerza de Dios, no habría
ninguna contienda con Satán, Faraón o cualquier otro. Dios podría vencerlos tan fácilmente como dejar caer
al suelo una piedrecita. La destrucción de aquéllos no constituiría un derroche de energía divina. Pero
cualquier cosa que Dios haga debe hacerla legalmente, justamente y en armonía con su santa auto-
consistencia. En todas sus partes, la Biblia enseña que la salvación de los hombres no es para
Dios cosa fácil. Es un asunto costoso. Por consiguiente, el poder de Dios es poder legal o legítimo.
Pensamos en Darío, el rey de Medo-Persia, laborando toda la noche para librar a Daniel del foso de los
leones (Dan. 6). No podía salvar a Daniel porque, como rey, tenía que ejecutar la ley. No era cuestión de
usar la fuerza militar para realizar su deseo. Podía sólo librar a Daniel, o sostener la ley. No podía hacer
ambas cosas. Pero Dios hace lo que ni Darío ni ningún otro puede hacer. Salva al mismo tiempo que aplica
su ley.

Esta unión maravillosa de salvación y justicia era enseñada en el Antiguo ritual del santuario. La ley pactual
fue depositada en el arca y escondida en el lugar santísimo. Las estipulaciones violadas demandaban la
muerte del transgresor. Por esto, traían al lugar santísimo la sangre de la ofrenda del pecado y la asperjaban
sobre la cubierta del arca. La justicia y la misericordia se abrazaban. El pecador arrepentido era salvado; y
justamente.

De manera que, con frecuencia y razón, al Antiguo Testamento se le da el nombre de "la economía legal".

Conclusión

Los apóstoles predicaron a Jesucristo desde el Antiguo Testamento. Ellos tomaron las características
históricas y legales del Antiguo Testamento y las usaron como marco del retrato de Dios en la faz de
Jesucristo.

1. combinación de dos palabras alemanas que, al ser juntadas, significan


"historia de la salvación".
2. Véase el libro de Robert D. Brinsmead, Couenant.
3. The Apostolic Preachtng of the Cross, págs. 256-57, por Leon Morris.
4. Los eruditos identifican estas discusiones legales como controversias ríbh,
palabra que proviene del vocablo hebreo que significa juez, decidir. (Isa. 41:1, 21; 50:8; Jer. 25:31; Miq.
6:1).

El Patrón de la Historia de la Redención

por Roberto D. Brinsmead

2. El Patrón Histórico del


Antiguo Testamento

Los grandes actos de Dios en la historia antiguotestamentaria quedaron sellados por características que
demuestran ser la obra de un solo Autor. Existe allí un patrón repetitivo de la actividad divina; una historia
de eventos que se recapitulan.
Examinemos brevemente este patrón histórico repetitivo en los eventos principales del Antiguo Testamento-
la creación, el diluvio, el éxodo y la liberación del post-exilio.

Rasgos del Evento de la Creación

1. Hay un caos antes de la creación (Gén. 1:2; compárese con Jeremías 4:23>.

2. Las aguas cubren la tierra (Gén. 1:2).

3. El Espíritu cerníase con su protección sobre la haz de las aguas (Gén. 1:2).

4. Se dividen las aguas (Gén. 1:6).

5. Aparece la tierra seca <Gén. 1:10).

6. Aparecen los animales (Gén. 1:24).

7. Es hecho el hombre a imagen de Dios (Gén. 1:27).

8. El hombre recibe dominio sobre las criaturas y la tierra (Gén. 1:28, 29).

9. Adán es puesto a dormir y Eva es formada de una costilla tomada del costado de Adán (Gén. 2:21-24).

10. En esta narración aparece el patrón del reino pactado. He aquí el pueblo de Dios, en el lugar asignado
por Dios y bajo el gobierno de Dios.

El propósito principal del relato del Génesis no es proveernos información biológica o geológica. Es darnos
información teológica. Este patrón no sólo fue establecido por Jesucristo, sino que, como veremos, existe
por causa de Jesucristo (Col. 1:16).

Rasgos del Evento del Diluvio

1. Existe un mundo en caos (Gén. 7:11).

2. Las aguas cubren la tierra (Gén. 7:19, 20).

3. El viento sopla sobre las aguas (Gén. 8:1).

4Aparece la tierra seca (Gén. 8:13, 14).

5. Se le concede dominio a Noé sobre las criaturas, y se repite el mandato-dado una vez a Adán-de sojuzgar
y poblar la tierra (Gén. 9:1, 2).

6. El pacto queda renovado (Gén. 8:20-22).

Las características esenciales del acto de la creación se repiten en la destrucción del mundo antiguo y en la
aparición del nuevo en ocasión del diluvio. En el patrón repetitivo de la actividad divina no aparecen todas
las características. Pero hay suficiente repetición como para establecer un claro patrón.

Rasgos del Evento del Éxodo


1Es creada la nación hebrea.

2. Las aguas del Mar Rojo se dividen (Ex. 14:21, 22; compárese con Isa. 51:9-11').

3. A Israel se da la orden de poseer la tierra prometida de Canaán, someterla y ejercer dominio bajo el
gobierno de Dios.

4. Dios entra en pacto con Israel. Aquí se exhibe el patrón del reino del pacto el pueblo de Dios, en el lugar
asignado por Dios (la tierra prometida) bajo el gobierno de Dios.

El éxodo tiene otros rasgos que dan significación especial a este evento. Algunos son recordativos del Edén.
El maná en el desierto nos recuerda el árbol de la vida. Las serpientes que mordían al pueblo nos recuerdan
la serpiente que engañó a Eva. Las pruebas de Israel en el desierto nos recuerdan la prueba de Adán en el
Edén. No hay una correspondencia exacta entre ambos eventos, pero el patrón repetitivo es evidente. Los
nuevos rasgos en el éxodo nos demuestran que la historia del pacto no es meramente cíclica. Cada nuevo
evento, no sólo recapitula el pasado, sino que los trasciende. De modo que la historia del pacto se mueve
hacia adelante.2
Otros rasgos del éxodo ocupan un lugar importante en el patrón repetitivo de los eventos:

1. Israel es llamado el primogénito de Dios (Ex. 4:22, 23).

2. A Moisés, el libertador, lo esconden de la ira del rey y escapa de la matanza de los niños varones (Ex.
1:22-2:6).

3. Israel es salvo mediante la sangre pascual (Ex. 12).

4. Israel pasa a través del mar (Isa. 63:11-14).

5. Israel es llevado al desierto y probado durante cuarenta años (Dt. 8:2, 3).

6El pueblo murmuró contra Dios y quebrantó el pacto. Sin embargo, Dios les dió el maná del cielo, agua de
la roca, un pilar de fuego para guiarles, un símbolo de su presencia en el tabernáculo y sanidad mediante la
serpiente de bronce.

7. Israel cruza el Jordán y entra en la tierra prometida.

El evento del éxodo domina el horizonte de la historia antiguotestamentaria. Se remonta sobre la conciencia
de Israel para todo el tiempo venidero. Toda la historia futura queda interpretada a la luz de ese evento. Esta
liberación se constituye en el patrón de todas las futuras liberaciones.

Rasgos de la Liberación del Post-exilio

El Antiguo Testamento presenta un patrón repetitivo de cautividad y restauración. Tal cosa es testigo de la
infidelidad del hombre y de la fidelidad de Dios. Su pueblo inmerecedor se vendió a si mismo al cautiverio.
Pero Dios lo libra porque es un Dios que guarda el pacto. Los libros de los jueces y de los reyes registran
muchas liberaciones. Cada una es un éxodo en miniatura. Mil años después del éxodo en Egipto, surge otro
éxodo en Babilonia.

La cautividad y esclavitud de Israel bajo Faraón recapitula la cautividad de Adán en el Edén. El rescate de
Israel a través del Mar Rojo recapitula el rescate de Noé de las aguas del diluvio. Igualmente, el cautiverio
de los judíos en Babilonia durante setenta años recapitula la esclavitud en Egipto. El acto de Dios al librar su
pueblo de Babilonia recapitula el éxodo. Los profetas pintan esta liberación de Babilonia (y algunas veces
de Asiria) como el redivivus (reavivamiento) del éxodo (Ezeq. 20:33-37; Os. 2:14, 15; Compárese con Isa.
4:5; 10:24-27; 11:11, 12, 16; 40:3-5; 41:17, 18; 43:16-19; 44:27; 48:20, 21; 51:9-11; Jer. 51:36; Ezeq. 16;
Mi. 7:15-17).

Desde Isaías 40 hasta el 66 el profeta usa figuras mosaicas para describir la liberación de Babilonia. El
Señor volverá a secar las aguas-esta vez el río r Éufrates.3 Redimirá su pueblo y lo conducirá a través del
desierto, proveyéndole comida, agua, luz y protección. Renovará el noviazgo, restaurará el pacto (Jer. 31;
Ezeq. 16; 20:33-37; Os. 2:14, 15) y traerá de nuevo el pueblo a su propia tierra.
Los profetas, especialmente Isaías, mostraron que la liberación de Babilonia no sólo sería el redivivus del
éxodo, sino el redivivus de la creación. La gloria de la liberación venidera es demasiado grande para
describir en términos del éxodo. Demanda el lenguaje del Edén. La bestia peligrosa y viciosa tornaráse
dócil. El desierto florecerá como la rosa y la soledad se volverá como el Edén (Is. 11:6-9; 35:1, 10; 55:12,
13; 65:17-19).

Cuando el decreto de Ciro dio libertad a los judíos, sólo volvió a la Palestina una débil compañía.
Enfrentándose a grandes adversidades, restauraron el santuario desolado por los babilonios. Pero los
profetas llevaban en mente algo más que este evento cuando hablaron de la gloria que asistiría al redivivus
del éxodo. A medida que Israel recordaba y celebraba el primer éxodo, empezó a comprender que el éxodo
real, prometido por los profetas, estaba aún por venir. Por tanto, el pasado vino a constituirse en el patrón
del futuro. Más aún, fue la figura y promesa de la liberación futura esperada. Este es el significado de la
actividad periódica divina: es la historia recapitulada de los eventos. Los profetas inspiraron a Israel con la
esperanza de que la historia se movía hacia un blanco destinado, un punto telos (culminante, final); el día
cuando Dios recapitularía su acto salvador para su pueblo en un drama final de redención.

Por esto es que el Antiguo Testamento es un libro inconcluso. La liberación del post-exilio no constituye el
drama final de la redención. La maravillosa resurrección de Israel (Ezeq. 37) apuntaba hacia otra "salida del
mar",otra restauración del santuario y otra resurrección que sobrepasaría a todas las demás y traería la
historia a su fin señalado.

1. De acuerdo con algunos eruditos, este pasaje de Isaías no es sólo una referencia a la liberación del Mar
Rojo, sino, además, a la victoria de Dios sobre las aguas caóticas antes de la creación.
2. En el mundo antiguo, los que no eran hebreos concebían el tiempo como un círculo que no llegaba a
ningún lugar. La historia de los eventos recapitulados del Antiguo Testamento no debe conducirnos a pensar
que los hebreos concebían el tiempo en términos de una circunferencia. Existe un patrón repetitivo. Pero en
cada evento periódico no sólo se recoge al evento anterior, sino que se lo trasciende. La historia es una línea
recta moviéndose hacia un lugar definido.
3. Con frecuencia se usan el mar y las aguas para representar problemas, persecución y opresión satánica a
través de los poderes impíos (Isa. 8; 17:12, 13). Las indomables aguas turbulentas de antes de la creación
representan el lugar del dragón, llamado algunas veces Leviatán o Rahab. En el éxodo el dragón queda
vencido en el fondo de la mar (Job. 26:12, 13; Sal. 68:22; 74:12-17; 89:10, 11; Is. 27:1; 44:27; 51:9-11;
60:5; Dan. 7:1, 2; Ap. 12:6-16; 17:1, 3, 15).
Cristo: Significado de la Historia
Antiguotestamentaria

El ritmo repetitivo de la historia antiguotestamentaria se perfecciona en el evento mesiánico. El Antiguo


Testamento se torna claro a la luz de la muerte y resurrección de Cristo. Se ven los grandes actos en la
historia antiguotestamentaria como un simbolismo de Cristo Jesús.

El simbolismo no es alegórico. Los eventos del Antiguo Testamento fueron eventos reales. Llevaban un
significado histórico para su tiempo. Lo que se dice de ellos puede entenderse mediante una investigación
gramático-histórica. Mas fue una mano divina la que arregló el patrón de los eventos por causa de Cristo
Jesús.
Debemos precavernos de empujar el simbolismo hasta un extremo imaginativo. Con todo, nos hallamos en
terreno sólido cuando seguimos a donde nos guía el Nuevo Testamento. Generalmente, los apóstoles no
siguieron el método del texto de prueba en su testimonio de Jesús como Mesías prometido. Ellos
presentaron el relato de la vida, muerte y resurrección de Jesús para que su correspondencia con la historia
antiguotestamentaria fuera evidente a cualquiera que estuviera familiarizado con esa historia. Debemos
sumergirnos por nosotros mismos en el Antiguo Testamento, si es que queremos comprender la fuerza de lo
que los apóstoles dicen de Cristo.
Dado que la creación y el éxodo son los dos eventos mayores del Antiguo Testamento, veremos cómo se
recapitulan en el evento mesiánico.

Cristo, la Recapitulación de la Creación

La idea de que Dios recapitularía la creación no es nueva para los escritores del Nuevo Testamento. Esta fue
la esperanza expresada por los profetas del Antiguo Testamento. Isaías declaró que Dios actuaría para crear
un cielo nuevo y una tierra nueva (Is. 65:17). Daniel 7 recapitula a Génesis 1:

1. Los cuatro vientos soplan sobre la mar (Dn. 7:2).

2. Cuatro bestias salen de la mar (Dn. 7:3).

3. El Hijo del hombre comparece ante Dios (Dn. 7:13).

4. Este Hombre recibe el dominio sobre las bestias y sobre todo el orden creado (Dn. 7:14, 27).

Los rabinos creyeron que el "Hijo del hombre" de la visión de Daniel representaba al Mesías o Libertador
venidero. Los apóstoles mostraron que esta expectativa se cumplió en Cristo Jesús. En una serie de formas
sorprendentes, el Nuevo Testamento evoca a la creación Juan comienza su Evangelio con palabras que
recuerdan a Génesis 1:1; "En el principio era el Verbo" (Jn. 1:1). El mismo Verbo que trajo el mundo a la
existencia se encarnó en Cristo Jesús (Jn. 1:1-14).
El ángel respondió a Maria: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te hará sombra; por
lo cual también lo Santo que nacerá, será llamado Hijo de Dios" (Luc. 1:35). Esto corresponde a Génesis
1:2; " ... el Espíritu de Dios se movía sobre la haz de las aguas". Jesús es la nueva creación de Dios (Efe.
4:24; Col. 3:10). La humanidad de Cristo es la nueva creación del Espíritu Santo. Este Hombre es también
el nuevo Adán de la nueva creación de Dios (Rom. 5:12-19; 1 Cor. 15:45). Pablo dice que el primer Adán
era figura de Jesucristo (Rom. 5:14). Comentando en cuanto a esto, Irineo, antiguo padre de la iglesia, dice:

Por consiguiente, Adán fue declarado por Pablo como el tÚ7t04 tof ~xéXXovtoq [tupos tou mellon tos] [La
figura del que había de venir], porque el Verbo, que hizo todas las cosas, había formado de antemano para sí
mismo la Economía de la humanidad, que había de concentrarse en el Hijo de Dios; predestinando Dios al
hombre natural para ser salvo mediante el hombre espiritual.'

Como nuevo Adán, Cristo es la imagen de Dios (2 Cor. 4:4; Col. 1:1; Heb. 1:3; compárese con Gén. 1:27).
El es el Hombre ideal, el único espécimen de humanidad verdadera que es todo cuanto Dios designó que
fuera el hombre. El es el hombre con quien Dios está bien satisfecho (Mt. 3:17). El hombre es hombre sólo
cuando se encuentra en una correcta relación con Dios, con otros y con el mundo. En el Nuevo Testamento,
Jesús es presentado como el hombre ideal; porque está en una relación ideal con Dios (en perfecta sujeción),
con otros (en servicio de amor-Mar. 10:45; Hech. 10:38; Fil. 2:5-7) y con el mundo (ejerciendo dominio
sobre él-Heb. 2:6-9).

Vemos que el dominio que Adán tenía "en los peces de la mar... y en todas las bestias que se mueven sobre
la tierra" (Gn. 1:28) fue puesto en vigor por el nuevo Adán. Los pescadores que se convirtieron en sus
discípulos reconocieron que Jesús tenía autoridad sobre los peces de la mar. A su orden cogieron tantos
peces que ni sus redes ni sus barcos podían sostenerlos-y esto después que el tiempo natural para la buena
pesca se había esfumado con la noche. En obediencia a la palabra de Jesús, Pedro sacó una moneda de la
boca de un pez. Jesús cabalgó, entrando en Jerusalén sobre un pollino de asno sin domesticar. Sin embargo,
el animal estuvo totalmente sumiso a él. ¡Cuán lleno de significado está el acto de Cristo reprender a la mar
cuando lo contemplamos en la luz de las aguas del Antiguo Testamento como el verdadero Adán, Cristo es
Señor-Señor sobre toda la creación, sobre la enfermedad, los demonios y aún sobre la misma muerte. El es
el Hijo del hombre de Daniel, que recibe toda autoridad y dominio del Padre (Dan. 7:13, 14; Mat. 28:18).

Cristo es también el nuevo Adán, puesto a muerte para que de su costado herido venga la iglesia a la
existencia. Por esto es que Pablo compara a la iglesia con Eva (2 Cor. 11:2, 3), quien fue tomada del costado
de Adán.

En resumen, podemos decir que Cristo Jesús recapitula la creación y a Adán. El se convierte en todo lo que
Adán debía haber sido. Como la realidad del Adán simbólico, supera al Adán primero. Pasa por el terreno
que Adán pisó. No sólo hace lo que Adán debió haber hecho como socio del pacto, sino que deshace los
resultados funestos de la violación del pacto cometida por Adán. La tierra fue maldita por el pecado de
Adán y produjo espinas; y la humanidad quedó bajo la maldición de muerte (Gén. 3:18, 19). Pero la nueva
Cabeza de la raza lleva la corona de espinas y prueba la muerte por todos los hombres. El primer Adán nos
dejó una herencia de condenación y muerte. El segundo Adán nos deja un legado de justificación y vida
eterna (Rom. 5:17-19).

Cristo: La Recapitulación del Éxodo

Israel no sólo conmemoraba el éxodo, sino que miraba al futuro, esperando la recapitulación del evento al
final de las generaciones. El Antiguo Testamento es un libro inconcluso, porque el verdadero éxodo estaba
aún por venir. El Viejo Testamento es una promesa. Espera cumplimiento.

Moisés había dicho que Dios levantaría un profeta como él (Deut. 18:15). Glasson demuestra que los
rabinos del siglo primero esperaban la aparición de un nuevo Moisés, otro libertador que recapitularía el
éxodo.2 Ellos se preguntaban cómo alimentaría el nuevo Moisés con maná al pueblo y cómo llevaría a cabo
lo que fue hecho bajo la administración del primer Moisés. El Nuevo Testamento nos dice que cuando
aparecieron Juan el Bautista y Jesús, todos los hombres estaban en expectativa (Luc. 3:15).

Al presentar a Jesús como el Mesías, los apóstoles nos muestran que el simbolismo del éxodo se acumula en
su vida, muerte y resurrección. Se dice más del evento mesiánico en términos del nuevo éxodo que en
términos de la nueva creación. Las figuras del éxodo son tan ampliamente usadas en el Nuevo Testamento
que ameritan un libro por si solas.~ Aquí trazaremos solamente algunos puntos culminantes. Jesús es el
Nuevo Israel. Los apóstoles mostraron la maravillosa correspondencia entre Cristo e Israel, no mediante una
serie de textos de prueba, sino entretejiendo un patrón del evento de Cristo. El libro de Mateo es un ejemplo
de esto. Mateo nos presenta una reproducción del éxodo israelita de Egipto.

1. Jesús es el primogénito de María-y de Dios (Mat. 1:25; compárese con Col. 1:15).

2. Jesús es sacado de Egipto (Mat. 2:15).

3. Pasa por las aguas-en su bautismo (Mat. 3:14, 15).

4. Es llevado al desierto y probado durante cuarenta días y cuarenta noches. Al resistir las tres tentaciones de
Satán, Jesús cita, de hecho, tres escrituras encontradas en el contexto de la prueba de Israel en el desierto
(Mat. 4:4, 7, 10; compárese con Deut. 8:3; 6:16, 13).

5. Los capítulos finales de Mateo describen el segundo bautismo de Jesús en sufrimiento y sangre y su
entrada a la gloria de la Canaán celestial.

Por lo tanto, Jesús es el Nuevo Israel de la nueva historia pactual. Como el nuevo Israel, pasa sobre el
mismo terreno que el antiguo Israel. Mientras que aquél murmuró contra Dios, quebrantó el pacto y falló
miserablemente, éste confió en Dios, guardó el pacto y triunfó gloriosamente. El hizo lo que Israel debía
haber hecho, y deshizo los resultados de su fracaso.

Cuando la nación de Israel violó las estipulaciones del pacto, quedó desnuda ante las maldiciones del pacto.
Encontramos las maldiciones a manos llenas en Levítico y Deuteronomio 28-30. Estas amenazas terribles
pueden parecer de primera intención fuera de proporción con los pecados cometidos. Pero el pecado, siendo
una brecha abierta en el pacto, es una afrenta al Dios del pacto. Es un insulto para su majestad infinita. Los
profetas invocaron las maldiciones del pacto contra un Israel desobediente. Las maldiciones incluían el
hambre y la sed (Deut. 28:48; Isa. 65:13>, la desolación (Isa. 5:6; Sof. 1:15), la pobreza (Deut. 28:31), la
burla de los que pasan por el lado (Jer. 19:8), las tinieblas (Isa. 13:10; Amós 5:18-20), los terremotos (Isa.
13:13; Amós 1:1), ser "cortado" del pueblo (Exo. 12:15, 19; 31:14; Lev. 7:25; Jer. 44:7-11), la muerte
colgando de un árbol (Deut. 21:23), un cielo de metal (Deut. 28:23) y ninguna ayuda cuando uno dama por
ella (Deut. 28:31; Isa. 10:3).

Cristo debía cumplir las estipulaciones del pacto sinaítico. Debía llevar también las terribles maldiciones
pronunciadas en los documentos del pacto. Por esta razón tuvo hambre (Mat. 4:2; 21;18). Fue tan pobre que
no tenía dónde recostar su cabeza (Mat. 8:20). Sobre la cruz clamó "¡Sed tengo!" (Juan 19:28). Fue burlado
y escarnecido (Mar. 26:69-75). Fue colgado de un madero como hombre maldito (Gál. 3:13) y "cortado" de
su pueblo (Isa. 53:8). Mientras colgaba de la cruz, los cielos fueron como de bronce. Fue él uno que dama
por ayuda para no recibir ninguna (Mar. 15:34). Murió como el gran violador del pacto, y soportó la furia
total de todas las maldiciones del pacto. El alcance cósmico de estas maldiciones está registrado en Mateo.
Tinieblas descendieron sobre la tierra (Mat. 27:45). La tierra tembló y las rocas se hendieron (Mat. 27:51)
mientras Cristo llevaba los pecados del pacto quebrantado. Pero al morir, Jesús se llevó consigo las
maldiciones del pacto.
Jesús es el Nuevo Moisés. Jesús no sólo es el Nuevo Israel del nuevo éxodo. Es también el Nuevo Moisés.4

1. En el Nuevo Testamento, se usa la profecía de Deuteronomio 18:15"profeta como yo", aplicándose a


Jesús (Hech. 3:22, 23; 7:37).

2. Jesús también fue escondido de la ira del rey cruel que mató a los niños. Además, Jesús volvió a su tierra
después que murió el que procuraba su muerte (Ex. 4:19; Mat. 2:20, 21).

3. Tanto Moisés como Jesús no fueron reconocidos por su propio pueblo, como elegidos de Dios (Hech.
7:27). El pueblo trató de apedrearlos a ambos (Exo. 17:4; Núm. 14:10; Juan 10:31-33; 11:8).

4. Aquella comunión íntima con Dios, disfrutada por Moisés, fue superada por Cristo (Exo. 33:20; Juan
1:17, 18).

5. El "Sermón del Monte" de Jesús nos recuerda otro legislador y otro monte (Exo. 19; Mat. 5).

6. Jesús designó setenta ancianos tal como lo hiciera Moisés (Núm. 11:16; Luc. 10:1).

7. Tanto Moisés como Jesús ayunaron cuarenta días antes de dar la ley al pueblo.

8. Ambos fueron glorificados en un monte.

9. Jesús alimentó a la multitud en un lugar desierto. Eso nos recuerda el pueblo de Moisés y el pan del cielo
(Juan 6).

10. Jesús dijo ser el agua de vida. Esta declaración fue hecha en ocasión de la Fiesta de los Tabernáculos,
cuando el pueblo celebraba el evento del agua que salía de la roca herida (Juan 7:37-39).

11. Jesús se declaró como la luz del mundo, mientras el pueblo celebraba el evento del pilar de fuego que
condujo a Israel a través del desierto (Juan 8:12).

12. Nuestro Señor dijo a Nicodemo: "Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que
el Hijo del Hombre sea levantado" (Juan 3:14).

13. El discurso final de Jesús dado a sus discípulos, presenta un paralelo sorprendente con el discurso de
despedida de Moisés registrado en Deuteronomio. Algunas de las palabras de partida de Jesús son citas
directas de Deuteronomio.

Por supuesto, Jesús no sólo recapitula a Moisés, sino que Jesús supera a Moisés. Esta es una verdad
enseñada en los símbolos y realidades bíblicas. Por tal razón, Juan el evangelista no sólo establece paralelos
entre Cristo y Moisés, sino que los compara y muestra la superioridad de Jesús (Juan 1:17). Esto revela un
importante argumento que Juan presenta. Los judíos habían concedido a Moisés, cual estaba representado en
la ley o el Toráh -un lugar absoluto. Los rabinos enseñaban que el Torá era el logos-la sabiduría o palabra
divina (compárese con Prov. 8). También decían que el Torá era el pan, el agua y la luz que conduce a la
vida de la tierra venidera. Juan niega estas presunciones populares. Declara que este Logos, este pan, esta
agua y luz de vida eterna están incorporados en la segunda Persona de la Deidad, encarnada en Jesús de
Nazareth . Nosotros también debemos recordar que las Escrituras son sólo un testigo de Jesucristo. Un
concepto elevado de la inspiración escritural no es una garantía de vida (Juan 5:39). La creencia en una
Biblia infalible no es la prueba de la fe evangélica.
Jesús es el Nuevo Templo. Todo el sacerdocio levítico y ritual del templo se suman en Jesús. El es el nuevo
Adán. Y así como supera a Moisés, supera a Aarón también. El es un Sacerdote según el mejor orden de
Melquisedec (Heb. 7). Es también el nuevo Templo cuya gloria excede a la del primero (Hag. 2:9; Juan
1:14). El es el Templo, restaurado, el Templo reconstruido tras la destrucción traída por el rey de Babilonia
(Dan. 8:14; Zac. 6:13; Juan 2:19-21).

En pocas palabras, Jesucristo es el Evento del Nuevo Éxodo. En el Monte de la Transfiguración aparecieron
Moisés y Elías "en majestad y hablaban de su salida, la cual había de cumplir en Jerusalén" (Luc. 9:3 1). La
palabra griega para "salida" es exodon. ¡Cuán propio fue que el Moisés del primer éxodo estuviera
conversando con Cristo justamente antes de que se efectuara el gran éxodo de los siglos mediante la muerte
y resurrección de Jesús! El escritor de el libro a los Hebreos interpreta la resurrección de Jesús como una
repetición de la salida de Moisés del Mar Rojo. Eso queda claro cuando comparamos a Isaías 63:11 con
Hebreos 13:20:

Empero acordóse de los


días antiguos, de Moisés y
de su pueblo, diciendo:
¿Dónde está el que les
hizo subir de la mar con el
pastor de su rebaño
-Isa. 63:11.
Y el Dios de paz que
sacó de los muertos a
nuestro Señor Jesucristo,
el gran Pastor de las
ovejas.... (Heb. 13:20).

Conclusión

En los grandes actos de Dios en el Antiguo Testamento, existe un patrón repetitivo de eventos. Esta historia
que se recapitula se mueve hacia adelante y alcanza su resumen y perfección en Jesucristo. Los eventos del
Antiguo Testamento existen por causa de Jesucristo. Estos lo reflejan y, por consiguiente, hallan en él su
verdadero significado. Cristo es el significado de la historia del Antiguo Testamento. El es el gran acto de
creación y redención de Dios.
Hemos visto que el Antiguo Testamento es una historia de cautividad y restauración. El hombre peca y es
arrojado al cautiverio por el Dios del pacto. Dios echó a su pueblo de su presencia en el exilio babilónico.
Pero luego lo volvió a recoger misericordiosamente. Esto fue como un juicio de muerte y resurrección. Bien
pudo escribir Oseas:

Venid y volvámonos a Jehová: que él arrebató, y nos curará; hirió y nos vendará. Darános vida después de
dos días; al tercer día nos resucitará y viviremos delante de él.- Oseas 6:1, 2.

Esta y otras escrituras del Antiguo Testamento reflejan la muerte y resurrección de Cristo. En su muerte, él
fue Adán e Israel, echado de la presencia de Dios como el gran violador del pacto. En su resurrección, fue el
Adán (la humanidad) y el Israel restaurado al favor de Dios como el gran Restaurador del pacto. Dios
perdonó a Adán (la humanidad) y a Israel, remitiendo el castigo total del pecado, porque detrás de toda esta
historia del pacto se levantaba la Seguridad y Mediador del pacto. Los juicios que cayeron sobre Adán e
Israel fueron atenuados con misericordia; porque, "llegado el cumplimiento del tiempo", Jesucristo saldaría
totalmente la deuda.
Siendo Jesucristo la historia recapitulada del Antiguo Testamento, es también la historia del Antiguo
Testamento re-escrita.

Hay dos historias humanas: la historia del viejo pacto y la historia del nuevo. La historia del viejo pacto es
una historia de continuo fracaso en Adán e Israel. Esta historia queda bajo el juicio de Dios. Sin embargo,
Dios re-escribió esta historia de fracasos, mediante Jesucristo. Ahora es una historia gloriosa, triunfante y
santa. Dios enterró, mediante su muerte, la vieja historia -nuestra historia. Y mediante su resurrección, trae a
la luz para nosotros una nueva historia santa. Este es el don de su justicia para ser aceptado por la fe sola. He
aquí una historia-una justicia-con la cual Dios está satisfecho. Cuando la iglesia esté satisfecha con esta
santa historia y se apoye en ella como su única justicia delante de Dios; cuando deje de imaginarse que debe
escribir una nueva historia santa para su justificación, entonces se cantará este cántico:

Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria porque...


su esposa se ha aparejado.-Apoc. 19:7.

1. Citado por G. W. H. Lampe y K. J. Woollcombe en su libro Essays on Typology, pág. 49.


2. Francis Glasson, Moses mn the Fourth Gospel.
3. véase el libro de David Daube, The Exodus Pottern in the Bible si interesa estudiar un excelente tratado
acerca del patrón del éxodo.
4. Para un estudio de la relación de Moisés y Jesús, véase el libro de Glasson, Mases in the Fourth Gospel.
Este autor nos provee un trato detallado de este asunto.
Significado de la Historia Antiguotestamentaria 33

El Patrón Legal del


Antiguo Testamento

A menudo se ha dicho que los cuatro evangelios y el libro de los Hechos se especializan en la historia
mientras que las epístolas se especializan en la doctrina. Cierto es que los evangelios muestran que la
historia de Jesús recapitula la historia del Antiguo Testamento. También es cierto que el libro de los Hechos
registra cómo los primeros cristianos siguieron el rastro de los eventos de la historia del Antiguo Testamento
y narraron cómo estos eventos lograron su fin en la muerte y resurrección de Cristo (Hech. 2, 3, 7, 13).
También las epístolas de Romanos, Gálatas y Hechos, muestran que Cristo es el propósito o fin de la ley
antiguotestamentaria (Rom. 10:4; Gál. 3:24; Heb. 10:1). Por supuesto que hay una historia en la ley, en los
evangelios y en los Hechos. Pero las epístolas se especializan en definir la relación entre Cristo y la ley.

Los aspectos históricos y legales de la Biblia no pueden separarse, porque esta historia es una historia
pactual. Los actos de Dios son actos jurídicos. Dios preside sobre la historia como Rey y Juez, llevando a
cabo el pacto y sosteniendo su ley.
Hay tres formas en que podemos describir la naturaleza jurídica de los grandes actos de Dios registrados en
el Antiguo Testamento: como actos pactuales, como actos de justicia y como actos de juicio.
Actos Pactuales

En cada acto de la historia Dios efectúa sus propósitos pactados. El es el Dios que guarda el pacto (Dan.
9:4>. Este pacto es una unión o sociedad fundada sobre un arreglo o tratado legal definido. Los términos o
estipulaciones del pacto son los Diez Mandamientos (Exo. 34:27-29; Deut. 4:13). Ya sea que Dios castigue
o que salve-y en la mayoría de los casos hace ambas cosas-él lleva a cabo los términos del pacto con
fidelidad invariable. Dios actúa de acuerdo con la ley. Es legal y justo cuando castiga. Es legal y justo
cuando salva. Esto es lo que significa el carácter pactual de sus obras.

Actos de Justicia

Dios revela su justicia por lo que hace (Jue. 5:11; 1 Sam. 12:7; Sal. 48:10; 71:16, 19, 24; Is. 51:5-12; 56:1;
Mi. 6:4, 5). Generalmente los eruditos han estado de acuerdo en que la palabra justicia es una fuerte palabra
legal u objetiva. Es también una palabra relacionada con el pacto. En términos del pacto, significa fidelidad.
Aún podríamos decir que la justicia significa justicia en el pacto. Haga lo que haga, Dios sostiene la ley y
vela por
que prevalezca la justicia. La justicia de Dios se despliega tanto en sus actos punitivos como en sus actos de
salvación. Cuando se revela la justicia de Dios, es tiempo de temblar tanto como de regocijarse. Es tiempo
de grande ira y de grande misericordia. Debemos notar especialmente el prominente elemento jurídico en la
justicia de Dios.

Actos de Juicio

El Señor es el "Dios de juicio" (Isa. 30:18; Mal. 2:17). Juzgar e implantar la justicia son las labores
principales del Rey (Sal. 72, 101). Al presentar la relación entre Dios y su pueblo, el Antiguo Testamento
jamás se cansa de presentarla en términos de un simbolismo legal. Cuando Dios tiene una querella o
controversia contra su pueblo o las naciones, queda representado como quien llama a una corte legal (Isa.
41-45; Jer. 2:9; 12:1; Miq. 6:1, 2). Ya sea que castigue al enemigo, o que libre a su pueblo de la opresión,
cuando Dios actúa, su acto es un acto de juicio. Generalmente los grandes actos de Dios revelan dos
aspectos del juicio divino-ira y misericordia salvadora -tal como sucedió en el diluvio, en el éxodo y en la
terminación del exilio.

Aún los actos de Dios al tratar con el pecaminoso Israel, son actos de juicio. A fin de juzgar y sacar aparte
un remanente fiel, los mandó al cautiverio. Escribe Leon Morris:

El juicio de Yahvé es un proceso que cierne a los hombres. Separa a los justos de los impíos y provoca así la
aparición de un "remanente'...)" Hasta cierto punto... el juicio crea el remanente, porque en la hora de la
crisis o del juicio es que los hombres saben verdaderamente y dejan manifiesto dónde es que están
finalmente parados. El juicio es tanto creativo como revelador".2

1. Leon Morris, The Biblical Doctrine of Judgment, pág. 23.


2. J. V. Langmead casserley; citado en Ibíd.
Cristo: El Significado de la Ley
Antiguotestamentaria

Los actos pactuales de justicia y de juicio, en el Antiguo Testamento, reflejan o retratan la muerte y
resurrección de Cristo. El evento mesiánico es un acto pactual (Mat. 26:28; Luc. 1:72), de justicia
(Rom. 1:17; 3:21-26) y de juicio (Juan 12:31; Heb. 9:27, 28).

Cada uno de estos tres aspectos del acto de Dios en Cristo ameritan una presentación completa. Pero
sólo podemos mostrar brevemente cómo este gran acto de Dios, al igual que los actos simbólicos del
Antiguo Testamento, es tanto punitivo como salvador. Es una manifestación de la ira tanto como de
la misericordia divina.

Algunos reconocen las metáforas legales y jurídicas del Nuevo Testamento, pero las conciben sólo
como un elemento entre tantos otros. Tales eruditos enfatizan que el Nuevo Testamento usa también
metáforas pastorales, domésticas, médicas, horticulturales y demás. Dicen ellos: "Las metáforas
legales sólo pueden atraer a cierta clase de gente-a los que son bastante desafortunados como para
tener una mente legal-pero nosotros preferimos las metáforas más atractivas". Por supuesto que el
Nuevo Testamento usa en la predicación de Cristo otros simbolismos distintos del legal. Pero el
motivo legal es abrumadoramente central. Junto con el elemento histórico, forma el marco de la
teología novotestamentaria. Los que deseen tratar de comprender el mensaje del Nuevo Testamento
deben aceptar el elemento jurídico de la teología bíblica. Es irrelevante lo que piensen de esto, es
decir, si resulta o no atractivo para ellos. Y si quieren evitar malentenderlo o distorsionarlo deben
prestar atención al marco evangélico dado por Dios.

Algunos han dicho que la presentación del Evangelio, en su marco histórico y legal, es demasiado
fría e impersonal; que deja el corazón intacto e impasible. Pero tenemos que cuidarnos de acusar a
Dios de escoger un marco pobre para el Evangelio, como si nosotros supiéramos alcanzar el corazón
mejor que él. Mientras que el atractivo del Nuevo Testamento no está dirigido a las emociones, es
mucho más efectivo que muchas aproximaciones sentimentales, cuando de alcanzar al hombre en el
centro de su existencia se trata. La divina "raíz de tierra seca" puede satisfacer mejor las necesidades
del hombre que nuestros propios inventos. Algunos dicen: "Debemos actualizar el Evangelio". Pero
lo que frecuentemente quieren decir es: "Debemos moldear y formar el Evangelio de acuerdo a
nuestro propio gusto

Huyendo de los elementos legales o jurídicos del Evangelio se ha dejado ver una estampida de
teólogos, pastores y laicos. El efecto de tal cosa sobre la iglesia ha sido devastador. La preocupación
por la trivialidad interna desplaza a la justificación mediante una justicia imputada. El mensaje del
Nuevo Testamento quedó tan "personalizado", "internalizado" e "individualizado" que se ha
constituido en algo que nunca se intentó que fuera. Debemos volver a la Biblia y escuchar lo que
dice y cómo lo dice, sea que nos guste o no. La Palabra de Dios es nuestra medicina. Puede que esa
medicina no sea, de primera intención, agradable a nuestro gusto pervertido.
El Marco Legal de la Teología Paulina

La teología paulina tocante a la cruz abunda en metáforas legales. Sin duda, el adiestramiento de
Pablo como abogado y juez lo capacitaron para el uso familiar de conceptos jurídicos. Pero existe
una razón de mayor importancia para el lenguaje jurídico que Pablo utiliza. Como judío, Pablo
estaba sumergido en el Antiguo Testamento. El predicó a Cristo desde el trasfondo del Antiguo
Testamento. Este trasfondo es tanto histórico como legal. Derret afirma:

Pablo es muy directo. Predicó a Cristo crucificado y se gloria en la cruz. . . Pablo saca a la luz
suavemente el significado de ese evento en un marco estrictamente legal. Su uso de las metáforas
legales no es sorpresivo, dado que, en todo caso, él fue educado como jurista, y la metáfora legal
constituía un buen estilo, en una época cuando la ley era una vocación prestigiosa... . No se apela
directamente a las emociones, sino a las creencias existentes en relaciones conocidas; de hecho, a la
ley. . . Parece decir que Cristo murió a fin de lograr realidades que pueden expresarse sólo en
términos de ley, y que obtienen así total y adecuadamente su expresión. Con nuestra falta de interés
en la ley y por una extensa herencia de antipatía hacia los abogados, encontramos difícil no objetar
esta elección de lenguaje.'

Redención y Rescate (Rom. 3:24; Mar. 10:45; 1 Tim. 2:5, 6). Esta idea antiguotestamentaria está
relacionada con la exoneración de una deuda, mediante el pago de un precio. A la vez que
frecuentemente significa liberación, es siempre una liberación costosa. Cuando un hombre quedaba
endeudado, se le podía quitar su herencia y venderlo como esclavo. Sin embargo, su pariente más
cercano podía redimirlo.

La brecha abierta en el pacto dejó al hombre en deuda con la ley de Dios. El pecado es una deuda
(Mat. 6:12). Por consiguiente, el hombre perdió su herencia y fue vendido a los poderes enemigos.
Cristo tomó la naturaleza humana y se constituyó en nuestro pariente más cercano. Cancelando la
factura de nuestra deuda mediante su muerte en la cruz (Col. 2:14) nos redimió de la maldición de la
ley (Gál. 3:13). También nos libró, por este medio, del control de los poderes hostiles (Col. 2:15).2
Por lo tanto, la redención es un concepto legal.

Reconciliación (Rom. 5:10; 1 Cor. 5:18, 19; Col. 1:20-22). La reconciliación de la que Pablo nos
habla aquí no es una cosa hecha en el hombre. Aquí la palabra no significa un cambio de actitud en
el hombre, que lo capacita para contemplar a Dios en una luz amistosa. Más bien, es algo
completamente objetivo. La reconciliación fue obrada y concluida mientras todavía éramos
enemigos de Dios. Fue una transacción pactual entre Dios y Cristo. Pero fue una transacción hecha a
nuestro favor y provecho. Por su muerte, Cristo quitó las barreras que impedían a un Dios justo
acercarse para confraternizar con los pobres y perdidos pecadores. La barrera del pecado da al
hombre un estado de culpabilidad ante la santa ley. La culpa es un concepto legal, y debe eliminarse
mediante una transacción legal.

Propiciación (Rom. 3:25). Probablemente esta palabra se acerca más al concepto hebreo de
expiación. La palabra propiciación (hilasterion ; nota: metáfora del mundo de los sacrificios) viene
de la palabra usada para el propiciatorio o tapa del arca en el lugar santísimo (Heb. 9:5). La palabra
hebrea para esta cubierta del arca es kaporeth. Puede traducirse como "lugar de la expiación", porque
el sumo sacerdote asperjaba sobre ella la sangre de la ofrenda del pecado siete veces, haciendo, por
consiguiente, la expiación de los pecados de Israel (Lev. 16). Por supuesto que, todo esto está
relacionado
con la ley de Dios, porque la ley estaba depositada en el arca, debajo del kaporeth. Por su naturaleza
misma, la ley es penal. Demanda una satisfacción por su violación. Sin derramamiento de sangre no
hay remisión del pecado (Heb. 9:22). Lutero tradujo la palabra kaporeth con una palabra alemana
que significa "asiento de la misericordia". Pero sería igualmente correcto llamarlo "asiento de la
justicia". Se extiende la misericordia al pecador sólo porque se hizo justicia en la muerte de una
Víctima sustitutiva. También la palabra griega hilasterion lleva la idea de aplacar a una persona
ofendida o mitigar la ira. C. H. Dodd trató de ablandar el concepto bíblico de la ira de Dios y de
probar que propiciación quiere decir expiación. Redención Entonces se puso de moda la costumbre
de remover totalmente el concepto de la ira de Dios. Sin embargo, Leon Morris probó que no es
posible eliminar ninguno de los dos: ni el significado obvio de la propiciación ni el concepto de la ira
de Dios.3 El santo carácter de la ley de Dios demanda de él acción contra el pecado. La ley de Dios
es una expresión de su santa auto-consistencia. No nos atrevemos a perder de vista la forma como
Dios se horroriza ante el mal y lo detesta tanto como a los obradores de maldad. El que no tenga
pasión contra el mal, no tendrá pasión por el bien. Dios no es un griego estoico. Como es un Dios de
ley, podemos saber que su ira no es ni impredecible ni vengativa. Sus actos siempre están en
armonía con su ley. Podemos estar seguros de que él llevará a efecto su pacto con una fidelidad
invariable.

También debemos recordar que, en la obra de propiciar su ira, Dios no castigó a un tercer
incumbente. El mismo Legislador cargó con la penalidad del pecado y agotó su ira. El proveyó la
expiación (Lev. 17:11). "Ciertamente, Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo a si... "(2 Cor.
5:19). La expiación no induce a Dios a amar a los que él odiaba. Porque nos amaba envió a su Hijo
para ser la propiciación por nuestros pecados (1 Juan. 4:10). La mayoría de los problemas
relacionados con la propiciación se derivan de un intento de comprender la expiación aparte de sus
relaciones judiciales. Si partimos de la premisa antiguotestamentaria de que Dios es un Dios de ley,
y que la ley, por su naturaleza misma, es inexorable y penal, la muerte de Cristo debe contemplarse
entonces como castigo jurídico del pecado.

Representación y Sustitución. El principio de la representación es la lección de aquellos pasajes


donde a Jesús se lo presenta como el Nuevo Adán (Rom. 5:12-19; 1 Cor. 15:22). También está
implícito en la mayoría de las menciones de la frase paulina "en Cristo" (P. ej. Efe. 1:1-10). La
representación significa que Dios actúa a nombre nuestro y a nuestro favor. Es un concepto legal.
Pero eso no es todo. No puede eliminarse el carácter legal sin vaciar de su significado bíblico
esencial a la representación.

La sustitución significa que lo que Cristo hizo, especialmente en la cruz, fue hecho por nosotros. Fue
por nosotros en el sentido de que fue hecho en nuestro lugar. Cristo dio "su vida en rescate por
muchos" (Mar. 10:45). En este texto la palabra proviene de la palabra anti, que significa "en lugar
de". También Pablo dice que Cristo "se dio a sí mismo en precio del rescate [antilutron -que
literalmente significa rescate en lugar de, o rescate sustitutivo- por todos" (1 Tim. 2:6). En muchos
otros lugares Pablo declara que Cristo murió por nosotros; que fue hecho maldición por nosotros,
etc. (1 Cor. 15:3; Gál. 3:13). En estos lugares, la palabra "por" viene del griego huper. Aunque huper
no significa literalmente "en lugar de", no obstante, es imposible eliminar este sentido de muchos
pasajes. La idea de que el sufrimiento y la muerte de uno pudiera aceptarse en lugar de otros es
totalmente jurídica. Este es el mismo elemento que muchos han tratado febrilmente de abolir. Sería
mucho mejor que los oponentes de la salvación jurídica admitieran lo que Marción admitió cuando
quiso deshacerse del libro de Apocalipsis. El dijo que era sencillamente "demasiado judío". La
salvación, como se concibe en líneas jurídicas, no puede eliminarse ni de Pablo ni de ninguna otra
parte del Nuevo Testamento.
Imputación. Las palabras imputar, contado, atribuir y acreditar provienen de la palabra griega
logízomai, que aparece once veces en Romanos 4. El creyente tiene justicia imputada o atribuida a si
(Rom. 4:6). Esta es la justicia de Uno (Rom. 5:18, 19). Pablo no está hablando de la experiencia del
creyente, sino de su estado en el juicio de Dios. La imputación de nuestros pecados a Cristo (Rom.
5:19-21) y de su justicia a nosotros trata con realidades legales. Ni la imputación del pecado ni la de
la justicia significan un cambio de carácter. Significan un cambio de posición legal. La imputación
en sí misma no cambia el carácter moral del objeto. Pero si cambia la forma como se considera al
objeto. ¡Y ciertamente el Calvario es una prueba de esto! Los que rechazan el marco jurídico del
pensamiento bíblico ridiculizan este mensaje paulino de "justicia imputada" llamándolo "tontería
imputada" y "ficción legal". Queremos contestar, junto con Lutero, a todos los que prescinden de las
categorías legales y dicen que lo único que importa es la transformación moral, que si es así, Cristo
trabajó ciertamente en vano y sufrió locamente sobre la cruz. ¿Por qué no se quedó más bien en el
cielo y salvó a la humanidad, impartiéndole una transformación moral? Con todo, la expiación fue
una transacción judicial totalmente fuera del dominio de nuestra transformación moral.

La Justicia de Cristo (Rom. 5:18, 19). La justicia que Dios imputa a la fe es la justicia de Cristo
(Rom. 4:3-6; 5:18-19). Esta justicia consiste en su fidelidad pactual. A nuestro favor, él obedeció
perfectamente la ley divina (compárese Rom. 2:6-16; 5:18). Juan Calvino se apoya en las Escrituras,
cuando dice: "La justicia consiste en el Significado de la Ley Antiguotestamentaria observancia de la
ley".~ "Porque si la justicia consiste en la observancia de la ley, ¿quién negará que Cristo ameritó
para nosotros la gracia cuando, tomando sobre sí mismo la carga, nos reconcilió con Dios como si
nosotros hubiésemos guardado la ley?" Por tanto, la justicia de Cristo, siendo que está relacionada
con la ley, es un concepto legal.

Justificación. El tema central de Romanos y de Gálatas es la justificación por la fe. Cuando


hablamos de justificación, estamos usando terminología de corte. Es una palabra que se relaciona
con el día del juicio (Rom. 2:13-16). Significa ser "declarado justo por veredicto divino" (Schrenk) o
ser "enmendado ante la ley" (A. H. Strong). En sí mismo, el ser justificado no significa recibir un
cambio de carácter.6 Significa que el estado legal de uno ha cambiado. La justificación por la fe es
inseparable de la obra de Cristo en la cruz porque es la aplicación salvadora de ésta al creyente.
Jesús fue "contado entre los transgresores" en el Calvario. Esto no hizo de él un hombre pecaminoso
en carácter. Lo constituyó en pecador sí, en lo que a su estado legal correspondía. Los que se burlan
de la naturaleza puramente foránea de la justificación mediante una justicia imputada atacan la
naturaleza puramente foránea de la condenación de Cristo por causa del pecado imputado. En gran
parte del panorama religioso contemporáneo, la justificación por la fe es tenida como algo obsoleto y
sin sentido, por haberse abandonado el marco legal del pensamiento bíblico. No se permitió que el
Evangelio condujera a la gente a amar y reverenciar la ley de Dios, como lo hace el hombre del
salmo 119. "Por cuanto la intención de la carne es enemistad contra Dios: porque no se sujeta a la
ley de Dios, ni tampoco puede" (Rom. 8:7).

La Justicia de Dios (Rom. 1:16, 17). Pablo dice que no se avergüenza del Evangelio porque en él se
revela la justicia de Dios. Lo sorprendente del Evangelio de Pablo es que declara que la justicia de
Dios significa salvación para todos los que creen. Hay una fuerza viril en el Evangelio. Cuando se lo
pone en su marco bíblico, nos muestra que Dios no sólo está en la empresa de salvar a la gente, sino
en el interés también de salvarla justicieramente. En todo el proceso mediante el cual el creyente
pecador es justificado y recibe la vida eterna, se mantiene y se honra a la ley. Cuando justifica al
creyente, Dios aparece como justo (Rom. 3:26). La ley no queda anulada sino establecida (Rom.
3:31).

Esto nos recuerda otra vez lo que la Biblia quiere dar a entender por el poder de Dios. No significa
una fuerza ruda. En la administración divina, el poder es primeramente poder de derecho. Hay
algunas cosas que Dios no puede hacer. El no puede mentir, ni puede ser injusto. Y si el hombre ha
de ser salvo, debe ser salvo en una forma que satisfaga las demandas más elevadas de la justicia
divina. Debe satisfacer también el sentido humano de justicia, toda vez que el hombre fue hecho a
imagen de Dios. Un perdón injusto, ilegal y barato no daría satisfacción ni a la Corte del Cielo ni a la
corte de la conciencia humana. Por lo tanto, Dios debe establecer su derecho de salvar al pecador
que cree. Esto fue lo que costó a la Deidad una auto-entrega infinita.

Podemos ver una ilustración de este aspecto en los asuntos de cualquier sociedad humana que tenga
una vislumbre de justicia. Tomemos, por ejemplo, el caso de Patricia Hearst. Su encarcelamiento o
libertad no dependían de poder acumular suficiente fuerza policíaca o militar. La batalla real sobre la
suerte de esta mujer fue legal. Aquí fue donde la familia Hearst empeñó sus recursos. Una vez quedó
establecido legalmente en corte el derecho para tomar cierto curso de acción, la reclusión o libertad
eran sólo una conclusión inevitable. En una sociedad organizada, el derecho no procede de la fuerza.
La fortaleza proviene del derecho. También así en materias gubernamentales y de grandes negocios,
el poder para actuar se deriva de los procedimientos legales. Cuando esto cesa, toda sociedad
decente llega a su fin y prevalece entonces "la ley de la selva"-la fuerza bruta.

Nuestro destino eterno no descansa sobre una ira vengativa ni sobre un amor impulsivo. La paz
establecida sobre la sangre de la cruz es una paz justa y perdurable. No podemos prescindir de las
categorías legales de la salvación bíblica sin comprometer la justicia de Dios y la seguridad del
creyente.

Por esto es que una investigación de las palabras y conceptos paulinos más prominentes prueban que
el apóstol descubre el significado del evento mesiánico en el marco de la jurisprudencia
antiguotestamentaria.

El Marco Legal de la Teología de Juan

Nos volvemos ahora a la teología de un escritor bíblico que frecuentemente es tenido como quien
enfatiza lo místico más bien que los aspectos jurídicos de la religión cristiana. Por supuesto, nos
referimos a Juan, el apóstol del amor.

Recientemente, algunos eruditos han despertado a una nueva apreciación del pronunciado carácter
judaico del Evangelio de Juan. Indiscutiblemente, el carácter judío del Apocalipsis de Juan es algo
reconocido ya por mucho tiempo. Todo el libro es un mosaico de textos o alusiones a lugares,
personas o instituciones del Antiguo Testamento. El Evangelio de Juan también refleja su trasfondo
judío antiguotestamentario. Por lo tanto, no debemos sorprendernos al encontrar que él presenta su
Evangelio en un marco legal. En su brillante ensayo sobre la justificación, Preiss muestra
incisivamente que el elemento jurídico es tan prominente en Juan como lo es en Pablo.

Este aspecto ha sido extrañamente descuidado por los exégetas y más aún, de ser esto posible, por
los que han tratado de dar una perspectiva, a vuelo de pájaro, del pensamiento de Juan; quiero decir,
del aspecto jurídico. Es un hecho elemental, evidente y tan simple que me siento inclinado a pedir
disculpas por hacer de ello un objeto de estudio; a saber, que sean notablemente frecuentes los usos
de términos y argumentos jurídicos en los Evangelios y las Epístolas tales como el Cristo enviado,
testigo, juez, juicio, acusar, convencer, Paracleto. Aún aquellos términos de carácter más bien
místico, como luz y verdad, revelan, al ser considerados desde este punto de vista, un marcadísimo
énfasis jurídico: La verdad es contrastada menos con el error que con la falsedad, y menos con la
falsedad en general que con un falso testimonio; y Jesús es la luz que juzga, y el que también
derrama luz en este mundo oscuro y siniestro como decimos....

Los únicos textos donde el verbo "testificar" lleva el mero sentido impreciso de " declarar
solemnemente" son Juan 4:44 y 13:21. En todos los demás lugares, tanto el verbo como el nombre
connotan un hecho que es, a una misma vez religioso y jurídico, concebido en el marco de un litigio
legal.

En el 8:17, se hace alusión al principio jurídico de Deut. 17:6; 19:15, que requiere dos o tres testigos.
"Tú de ti mismo das testimonio; tu testimonio no es verdadero. Respondió Jesús y díjoles: Aunque
yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio es verdadero, porque sé de dónde he venido y a
dónde voy. Vosotros según la carne juzgáis; mas yo no juzgo a nadie. Y si yo juzgo, mi juicio es
verdadero; porque no soy solo, sino yo y el que me envió. Y en vuestra ley está escrito que el
testimonio de dos hombres es verdadero. Yo soy el que da testimonio de mí mismo; y da testimonio
de mí el que me envió, el Padre" (8:13-18). Podría suponerse que Jesús usa aquí las categorías
legales de testigo, dar testimonio y juicio para contestar meramente las acusaciones que le levantaron
los fariseos de haber testificado falsamente. Pero en otras ocasiones, el Cristo de Juan recurrió a
estos temas espontáneamente. En el solemne monólogo que corona la entrevista con Nicodemo,
declara que, considerando que es el Hijo de Dios, es también el único testigo ocular del mundo
celestial (3:11-13) y explica más adelante que no desea ser el juez que condena, sino sólo el Hijo que
salva. Pero que siendo la luz, provoca el juicio: los que creen, vienen a la luz que revela que sus
obras son buenas, los que no creen, la evaden para que sus obras no sean descubiertas. Un poco más
adelante (3:32-33), leemos que el que viene de arriba 'Lo que vio y oyó, esto testifica; y nadie recibe
su testimonio. El que recibe su testimonio (otra expresión jurídica), éste signó que Dios es
verdadero. Porque el que Dios envió, las palabras de Dios habla. Puede percibirse claramente la
conexión íntima entre testificar y el Enviado. El Hijo del hombre fue enviado de arriba para ser un
Embajador, según interpretaba la ley rabínica el término: como un testigo que, debido a que vio y
oyó al Padre, lleva toda la autoridad de un plenipotenciario. Después de anunciar el juicio y la
resurrección, que como Hijo del hombre mismo llevará a efecto, Jesús declara (5:30): "No puedo yo
de mí mismo hacer nada; como oigo, juzgo; y mi juicio es justo; porque no busco mi voluntad, mas
la voluntad del que me envió, del Padre. Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es
verdadero. Otro es el que da testimonio de mí; y sé que el testimonio que da de mí, es verdadero.
Vosotros enviasteis a Juan, y él dio testimonio a la verdad. Empero yo no tomo el testimonio de
hombres; Mas yo tengo mayor testimonio que el de Juan; porque las obras . . . que yo hago, dan
testimonio de mí, que el Padre me haya enviado. Luego Jesús afirma que es el único testigo que vio
y oyó al Padre; que las Escrituras dan testimonio de él (verso 39); que no recibe gloria de los
hombres; que los judíos no tienen la Palabra y el amor de Dios en ellos (versos 38-42); que Jesús no
los acusará ante el Padre; que será Moisés quien los acusará, aquel en quien ellos fundaron sus
esperanzas (versos 45, 46).

Hasta aquí tenemos una serie completa de temas interconectados: Jesús es el Testigo del mundo
celestial; como tal, es el Juez del fin. Pero él no intenta ser el acusador de los judíos. Su kategor-es
bien conocido que este término jurídico griego pasó a formar parte del lenguaje jurídico y religioso
de los judíos a la misma vez que su antónimo ouvi'~-yopo~ [sunegoros~ o 2tclpaK?&flTO; [parakletos]-
sería Moisés, quien ellos creían ser abogado defensor e intercesor en el día del juicio. Jesús vuelve a
estos temas cuando dirige sus últimas palabras a los judíos (12:35-36, 44-50): .... . yo no le juzgo;
porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. El que me desecha, y no recibe mis
palabras, tiene quien lo juzgue: la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero. Porque
yo no he hablado de mi mismo; mas el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de
decir
¿Será mera coincidencia que estos cuatro grupos de textos, o capítulos, 3, 5, 8 y 12, giren en torno al
título del Hijo del Hombre? No es menos que consistente con la escatología clásica judía, y con la de
Jesús, de acuerdo con los sinópticos, que el personaje central del juicio final sería el Hijo del
Hombre. El será el Juez del fin. Pero también será el Parakleto ante el Padre; porque es el Justo que
murió por los pecadores del mundo (1 Juan 2:1). Y en este mismo momento, testificando ante el
Padre, ejecuta juicio mediante su Palabra. Cual la proa de un barco, dividiendo las aguas a izquierda
y derecha, constriñe los hombres a declararse a favor o en contra suya. Así su juicio es presente y
futuro. El proceso del juicio se revela tanto en la tierra como en el cielo: el Testigo que vino del
cielo, de quien dan testimonio Dios mismo, sus obras, las Escrituras y Juan el Bautista-aquel que se
constituyó en el objeto del ataque del mundo (primeramente oculto y luego abiertamente) es el que
está a punto de ser condenado por los hombres. Pero no cesa de dar testimonio al mundo de que sus
obras son malas (7:7); no necesita que nadie le diga lo que hay en el hombre; él mismo conoce lo
que hay en el hombre (2:25), porque él es el Juez, quien es luz y quien derrama la luz (3:21). Ante la
corte de Anás, Jesús se comporta como un testigo (18:23), y ante la corte de Pilato (18:37) afirma
que vino al mundo a dar testimonio de la verdad. La verdad es que el mundo está condenado y que el
que está condenándolo es el único hombre justo y verdadero. En el curso de este gigantesco debate
jurídico, del cual consiste la vocación terrenal de Jesús, emergen otras figuras como: el notable Juan
Bautista, los testigos oculares, los que le escucharon (3:28) y la multitud que da testimonio de la
resurrección de Lázaro (12:17).

Después de la resurrección sigue el debate; ante un mundo hostil, el testigo por excelencia será el
Espíritu. El a su testimonio mediante el agua del bautismo y la sangre del Crucificado; y estos tres
son uno; el Espíritu es como el Hijo y el Padre, verdad en sí mismo (1 Juan 5:6). El testimonio del
Espíritu hace que los discípulos testifiquen ante el mundo (15:26-27).

Y sobre esto, Juan desarrolla toda una teología del testimonio interno y externo del Espíritu que
cobra significado sólo cuando se contempla sobre el trasfondo de la lucha entre los creyentes y el
mundo; lucha que se desarrolla tanto ante el tribunal interior del creyente como ante el tribunal
exterior del mundo (15:26-27).

Pero, a fin de apreciar correctamente esta nueva fase del conflicto terrenal y su conexión con Jesús,
debemos apreciar el drama desde el plano celestial y cósmico. En este punto, la kerigma de Juan
queda más bien encubierta. Pero lo que descubre es bastante claro. Al momento de aceptar el Hijo
del hombre su glorificación (esto es, quedar enterrado en las tinieblas de la condenación y de la
muerte), y cuando la voz celestial dice en confirmación, "lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez"
(12:23, 28), Jesús declara: "Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será
echado fuera. Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos traeré a mi mismo" (12:31, 32).

Este texto bastaría por sí solo para destruir el prejuicio actual que afirma que para Juan, el juicio es
algo puramente interior, inmanente y espiritual, y que él interioriza la escatología primitiva de Jesús,
y espera del futuro sólo la presencia continua del Espíritu. De hecho, la lucha incluye un aspecto
trascendental y un juicio final. Pero el asunto es que Juan es muy reservado en lo que toca al mundo
trascendental y al futuro. Sucede que él tomó sencillamente muy en serio la verdad de que sólo el
Hijo del hombre conoce la vida del mundo venidero y que prohibió las especulaciones apocalípticas
respecto de este mundo y del más allá. Con todo, las pocas vislumbres del más allá que él permite,
bastan para mostrarnos que tanto la escatología como cualquier otra cosa, se concentran
estrictamente en la cristología. En el Hijo del Hombre, el Juez del futuro, el juicio ya está
misteriosamente presente. En el mismo instante que el Hijo del Hombre acepta la muerte, toma lugar
ante la presencia de Dios el evento decisivo: Satán es echado fuera. Aquel, cuyo nombre es
"acusador" queda expulsado de la presencia divina. Ese es el juicio de este mundo. El dominio de
Satanás queda quebrantado. Este texto no podría tener mejor comentario que el del himno
apocalíptico (Apoc. 12:10-12): "Ahora ha venido la salvación, y la virtud, y el reino de nuestro Dios,
y el poder de su Cristo; porque el acusador de nuestros hermanos ha sido arrojado, el cual los
acusaba delante de nuestro Dios día y noche. Y ellos le han vencido por la sangre del Cordero, y por
la palabra de su testimonio ¿Podrá sostenerse que porque este evento esté considerado como pasado,
el Apocalipsis lleve una escatología espiritualizada e interiorizada? El himno continúa con la
advertencia para los hombres de que el diablo descendió a la tierra teniendo grande ira, sabiendo que
su tiempo es corto. Similarmente el Evangelio de Juan admite que Satán seguirá obrando sobre la
tierra. Habrá una disyunción trágica, pero provisoria, entre las series de los eventos celestiales y
terrenales. Pero la contienda que termina en la condenación de Jesús, va acompañada de lo que
culmina en la condenación de Satanás, el acusador. Y, con su visión profética, el Cristo de Juan- y
Juan también -ve eventos trascendentes y futuros contenidos ya en eventos terrenales y actuales. El
Hijo del Hombre, exaltado sobre la cruz y levantado al mismo tiempo en forma paradójica hasta la
gloria del Padre, tomará el lugar del acusador para reinar como Intercesor, como Parakleto. Parakleto
delante de Dios. Siendo él el Justo, es la propiciación por los pecados del mundo entero (1 Juan 2:1).
De aquí que será capaz de traer a sí todos los hombres (12:32).

¿Cómo lo hará? Mediante el Espíritu, hasta el día del advenimiento final para la resurrección general
y el juicio final. ¿No tendrá significado que la función del Espíritu se describa con más regularidad
en Juan en términos jurídicos que en el resto del Nuevo Testamento? El es el Parakleto, él da
testimonio, él convence al mundo de pecado, de justicia y de juicio. El es el Testigo por excelencia:
él es la verdad que se opone al falso testimonio. Si los exégetas no saben qué hacer con el Espíritu
Parakleto, es porque no comprenden que tiene significado sólo dentro del marco del conflicto
cósmico. Aún en el pensamiento judío se asigna al Espíritu un rol jurídico preciso.8

Preiss señala además la forma como el Evangelio de Juan complementa al de Pablo:

Si por una parte es menos detallado que Pablo, tocante al aspecto subjetivo de la justificación, por la
otra es más preciso que Pablo respecto al conflicto cósmico. . . No todos los personajes de este
drama de justificación eran conocidos entonces. Satán, el acusador, había sido olvidado. El drama se
había tornado en lo particular en un asunto no temporal, personal e interior; separado aislado del
gran drama cósmico de la venida del Reino y su justicia y de la victoria sobre Satán. ¿No es
significativo que la exégesis fracase aún, no reconociendo que la parábola del Juez Injusto (Luc.
18:1-8), tanto como su hermana gemela del fariseo y el publicano, traten con la justificación más en
su aspecto objetivo; es decir del gran choque entre Dios y su Elegido por una parte y Satán y sus
partidarios por la otra?...
¿Acaso no se centra la escatología como un todo en el juicio de Dios sobre el mundo? ¿Y no incluirá
ésta siempre como consecuencia un aspecto jurídico absolutamente esencial? ¿Y no será el Juez el
Hijo del Hombre, personaje central de este conflicto entre Dios y el príncipe de este mundo? Todo
cuanto Pablo dice de la justificación es nada menos que una parte integral de lo que uno puede
llamar, por falta de un mejor término, el conflicto cósmico. En conexión con esto puedo mencionar,
aparte de Lucas 18:1-8, la grandiosa visión de la corte de justicia celestial que forma el clímax del
proceso de la justificación (Rom. 8). Si deseamos vencer nuestra dificultad para apreciar las
verdaderas dimensiones de esta doctrina, debemos romper este hábito antiguo que se remonta quizá
hasta el siglo segundo, antes de la Reforma, y que enfatiza unilateralmente el aspecto puramente
individual y subjetivo de esta importante doctrina. Pero aquí no estamos ocupados en la tarea de
demostrar cómo esta distorsión empobrece la kerigma bíblica y oscurece su espléndida unidad.
Señalaremos sencillamente que ha exagerado indebidamente la diferencia entre Pablo y Juan. Porque
el pensamiento de Juan coloca ante nosotros precisamente este aspecto objetivo y cósmico del gran
conflicto.9
Nos volveremos ahora a la obra de Allison Trites. Gran parte de su libro, The New Testament
Concept of Witness, trata con el cuerpo de la literatura escrita por Juan, dado que éste usa la palabra
testimonio (o testigo) cerca de setenta veces-más que cualquier otro escritor del Nuevo Testamento.
Dice Trites:

Igual que Isaías 40-45, el cuarto Evangelio es de importancia particular, porque presenta un uso
constante de la metáfora jurídica..

Para empezar, diremos que frecuentemente los dichos de Jesús en el cuarto Evangelio son descritos
como "discurso", pero más bien y comúnmente, son debate jurídico. Las discusiones de Jesús con
"los judíos" suenan como un proceso legal: de hecho, los primeros doce capítulos llevan como tema
principal el conflicto de Jesús con el lou&íio lloudaioil, que representa al mundo incrédulo en su
hostilidad hacia Dios. El Profesor Johnston señala que "toda esta sección lleva la forma de un gran
debate o sesión legal". La "argumentación" que parece "tan positivamente repelente" para Burkitt es
un elemento integral del cuarto Evangelio, y provee justamente el contexto de una contienda y
debate dónde uno espera ver testigos llamados y evidencia presentada para sustanciar las
afirmaciones de Cristo. ...

La idea del testimonio en el Evangelio de Juan es tanto implícita como ampliamente prominente así
como totalmente jurídica y debe entenderse en términos del lenguaje legal del Antiguo Testamento.

Otras palabras jurídicas aparecen en el cuarto Evangelio en el contexto de la hostilidad y el debate


con una frecuencia notable. El uso de palabras griegas tales como Kpícytq [krisis] (once veces),
KpivEív jjkrineinj (diecinueve veces), KPI*ta [krima] (9:39), Karryyopía [kategoriaj (18:29),
~cutiyyoptv [kategoreinj (5:45, dos veces), úiroKpivsoO«1 [apokrinesthaij 5:17, 19), úitói<ptcstq
[apokrisisj (1:22; 19:9), ~3i~jíu Ibemal (19:13), ~n~jaí~ [zetesis] (3:25), ~XÉyy~ív [elegcheinl (3:20; 8:46;
16:8), óiioXoyciv [homologein] (1:20, dos veces; 9:22; 12:42), &pv~kiOa~ [arneisthai] (1:20; 13:38;
18:25; 27), cíi~dcí [aitiaj (18:38; 19:4, 6), EUPÍt3KEIV [heuriskein] (18:38; 19:4, 6) y oxío¡ia
[schismaj (7:43; 9:16; 10:19) sugieren la idea de que la obra de Cristo se levanta sobre un trasfondo
de oposición donde resultaría natural tratar de probar el caso de Cristo cuando está siendo
cuestionado y desafiado.

En el cuarto Evangelio parece interpretarse la obra del Espíritu en forma jurídica. No sólo queda el
Espíritu descrito por la palabra judicial flapáKXrIroc. [Parakletos (14:16, 26; 15:26; 16:7;
compárese con 1 Juan 2:1), sino que su actividad está totalmente de acuerdo con tal designación.

El respeto prestado a la ley antiguotestamentaria de la evidencia indica que Juan tiene un caso que
está ansioso de probar. Por esto es que aún la declaración de Jesús mismo no se acepta como válida
sin confirmación (5:31). Similarmente, Jesús aparece citando la regla antiguotestamentaria que dice
que el "testimonio de dos hombres es verdadero" (8:17). Esta regla viene de Deut. 19:15, y puede
localizarse en varios lugares del Evangelio de Juan-el capítulo uno contiene el doble testimonio del
Bautista y los discípulos; el capítulo 2 establece la realidad del milagro mediante dos testigos
independientes; el capítulo 5 registra el testimonio del Bautista, las obras de Cristo y las Escrituras;
el capítulo 20 presenta dos ángeles en la tumba vacía, donde Marcos sólo presenta uno.
Definitivamente, Juan está interesado en presentar evidencia legal admisible.

La creencia es un concepto central del cuarto Evangelio; de hecho, "ningún otro evangelista habla
tan repetidamente de la creencia y de la incredulidad' ~ Por esto el verbo, ucvtsúctv [pisteuein]
aparece unas noventa y ocho veces en el Evangelio, usualmente con referencia a Cristo como objeto
de la fe (P. ej. 3:16; 4:39; 6:29; 12:44; 17:20). Esto no es sorprendente en vista del carácter
testimonial y evidencial de este Evangelio (20:31), y tal cosa sostiene la noción de que el
Evangelista está tratando de convencer a la gente de que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios.
Tomando prestada una frase del 19:35, él escribe para que, "vosotros también creáis

En los capítulos del uno al doce, Juan usa un lenguaje foráneo para describir un proceso cósmico
legal entre Dios y el mundo, y en este aspecto, lleva un parecido a Isaías 40-55. En este proceso,
Cristo es el Representante de Dios; y los judíos, los representantes del mundo. Los judíos, en su
alegación, basan sus argumentos sobre la ley, mientras que Jesús apela al testimonio dado en su
favor por Juan el Bautista, sus propias obras y las Escrituras, refiriéndose, además, a precedentes en
la historia antiguotestamentaria y a predicciones cumplidas. El proceso alcanza su clímax en los
procedimientos ante Poncio Pilato, donde Cristo queda sentenciado a muerte. Sin embargo, la muerte
de Cristo es paradójicamente el medio por el cual queda glorificado y trae a si a todos los hombres
<12:28, 32). Mediante su derrota aparente en el Calvario, Cristo gana su caso y "vence al mundo"
<compárese con 16:33 donde se usa el tiempo perfecto de V1KñV [nikanj>. En vez de ser la cruz su
juicio, es realmente el juicio del mundo; por éste, toda boca se tapa y el mundo entero se encuentra
culpable ante Dios (12:31; compárese con Rom. 3:19). El &áf3oXo~ [diabolos] está activo
oponiéndose a Cristo <8:44; 13:2); como ó Zataváq [ho Satanás] utiliza a Judas, ó vió; ti~
&aro,XEía; [ho huios tes apoleias] en la maquinación de la traición y arresto (13:27; 17:11;
compárese con 18:2-12 y 6:70 donde Judas mismo es llamado &úI~o~o; [diabolos]). Sin em- bargo,
la cruz trae consigo la derrota legal de Satán. El ¿ipxow xo~?T KóOl.1OU [archon tou kosmou],
mencionado en el 12:31, en el 14:30 y en el 16:11 es "echado fuera" de la Corte Celestial, para que
no pueda acusar más a los que siguen a Cristo; fué vencido mediante el levantamiento del Hijo del
Hombre (12:3 1 en adelante, donde se nota un significado doble para óx~,oúv ~hupsounj; compárese
con Job. 1:6-12; 2:1-6; Zac. 3:1 en adelante; Apoc. 12:9-12). Los cargos del mundo y de los judíos
contra Jesús fueron probados falsos-punto sugerido apocalípticamente por la expulsión del fiscal
celestial (~K)3X110i~ovra1 [ekblethesetai], 12:3 1). ~'El príncipe de este mundo fue juzgado y
declarado sin derecho justo o demanda sobre el pueblo de Dios". Inversamente, mediante la victoria
judicial, Jesús adquiere un derecho legal sobre todos los hombres-idea que se clarifica cuando se
comprende el trasfondo legal del i~t~v [helkeinj. La primera fase del proceso queda completada en
ocasión de la "ascensión" del primer Abogado hasta el Padre <20:17), para pleitear, de acuerdo con 1
Juan, la causa de los pecadores creyentes ren la corte celestial <1 Juan 2:1; compárese con Juan 17:9
en adelante). La segunda fase comienza cuando el Espíritu desciende para funcionar como el
Parakleto en la tierra (14:16, 25; 16:8-11)."

Refiriéndose al libro de Apocalipsis, Trites cita las palabras de Caird:

El uso repetido de las palabras "testigo" y "testimonio" es uno de los muchos puntos de semejanza
entre el Apocalipsis y el cuarto Evangelio. En griego, tanto como en Inglés, estas palabras podrían
tratarse como metáforas muertas, sin ninguna referencia consciente a la corte legal, que fue su uso
primario. Pero ambos libros usan la palabra en un sentido forense principalmente. Inspirándose
posiblemente en el ejemplo de segunda de Isaías, el autor del cuarto Evangelio presenta su
argumento en la forma de un debate judicial, en el que comparecen testigo tras testigo hasta que el
Abogado Divino, el Parakleto, tiene toda la evidencia necesaria para convencer al mundo de que
Jesús es el Hijo de Dios, ganando así su caso. En el Apocalipsis, el escenario de una corte es más
realista aún; dado que Jesús había llevado su testimonio ante el tribunal de Pilato y los mártires
debían encarar un juez romano. Lo que deben recordar a medida que presentan su evidencia es que la
evidencia está siendo oída en una corte de mayor autoridad, donde los juicios, que son justos y
verdaderos, provienen del gran trono blanco.'2
Dice Trites:

Bajo estas condiciones uno debería esperar que se le diera su peso total, en cualquier mensaje de
aliento, a las palabras que llevan connotaciones foráneas. El uso de nombres tales como ~úpru~
[martus] (1:5; 2:13; 3:14; 11:3; 17:6), I.iapmpía Imarturia] (1:3, 9; 6:9; 11:7; 12:11, 17; 19:10; 20:4),
oatavú ¡satanás] (2:9; 3:9; 12:9), á¡3o?~o~ [diabolos] <2:10; 12:9, 12), KtitTj~yo)p [kategor]
(12:10), i<píat~ [krisis] (14:7; 16:7; 18:10; 19:2), KptIIa [krimaj (17:1; 18:20; 20:4), Opóvo~
[thronos] (2:13; 20:4; 11 en adelante), uió~ (toú) ñv0pdntou [huios (tou) anthropou] (1:13; 14:14;
compárese a Juan 5:27), vsqé?~ [nepheleJ <1:7; 11:12; 14:14-16; compárese con Mar. 14:62
paréntesis), IhI~Xía [biblia] (usado dos veces en 20:12 para referirse a los "libros de registro";
compárese con Daniel 7:10;); de verbos tales como "dar testimonio" j.1apmp~iv [marturein]1:2;
22:16, 18, 20), "confesar" (ó~íoXo-yEiv [homologein], 3:5), "negar" (ñpv~io0iu [arneisthai], 2:13;
3:8), "acusar" (K~rlyyopstv [kategorein], 12:10), "juzgar" (KpívEw [kri- nein], 6:10; 11:18; 16:5;
18:18, 20; 19:2, 11; 20:12 en adelante), "vengar" o "vindicar" (iKaíKEiv [ekdikein], 6:10; 19:2;
compárese con Luc. 18:3, 5), "tener en contra" (~x~v [echein] con tcíta [kata] en 2:4, 14, 20),
"encontrar" (o5píacrív [heuriskein], 3:2); y de adjetivos tales como ~rioxó~ [pistos] (1:5; 2:10, 13;
3:14; 17:14; 19:11; 21:5; 22:6) y ñh10ívó~ [alethinos] (3:7, 14; 6:10; 15:3; 16:7; 19:2, 9, 11; 21:5;
22:6) muestra que, de hecho este es el caso. Jamás estuvieron lejos de la mente del autor las
metáforas obtenidas de la corte legal.'3

Apocalipsis 12 "presenta una de sus escenas legales (es decir, de Juan)".'4 Satanás es el acusador o el
fiscal, mientras que Miguel se levanta como el consejero de la defensa. El caso de Satanás contra el
pueblo de Dios queda nulo mediante la sangre de la cruz, saliendo ellos victoriosos en la corte de la
ley.

Resumen

El Evangelio del Nuevo Testamento no sólo está ubicado en el marco de la historia


antiguotestamentaria. Está ubicado también en el marco de la ley antiguotestamentaria. El acto
salvador de Dios en Cristo fue tanto un evento histórico como una transacción legal. Dios actuó de
tal forma que la salvación de la raza humana fue efectuada legalmente, el problema del pecado
resuelto, el diablo derrotado, la muerte abolida, e hizo aparecer la justicia eterna. El futuro no es más
que una conclusión inevitable, porque la victoria decisiva ya se obtuvo. La salvación está en los
procedimientos justos y legales de la Corte del universo.

La objeción de que el elemento jurídico de la teología es frío e impersonal, se desprende de un doble


malentendido. Por una parte, brota de una mala comprensión del carácter de Dios. El es un Dios de
ley, que creó un universo estructurado bajo el régimen de una ley inexorable. La Biblia declara en
todas sus partes que el hombre se enfrenta a un juicio final, dónde será juzgado por la ley (Rom. 2:6-
16). Por otra parte, el hombre, hecho a la imagen de Dios, es una criatura de ley. Su propia
conciencia testifica de la demanda insaciable del corazón por justicia. El hombre no puede ser
verdaderamente humano a menos que sepa que está en lo justo-es decir, justificado. Todo el
comportamiento humano está relacionado con la justificación. El comportamiento del hombre
proviene del esfuerzo empeñado para justificarse, o del consuelo de ser justificado. Sólo una
salvación establecida legal e históricamente puede dar paz a la conciencia humana y una base segura
sobre la cual construir para el tiempo y para la eternidad. Aunque la verdad bíblica no apele
directamente a las emociones, conmociona al hombre en el centro de su existencia. Sólo ella puede
afectar profundamente sus más íntimos sentimientos, porque sólo ella puede satisfacer sus
necesidades más recónditas.
1. J. Duncan M. Derret, Law in the New Testament, pág. 397.
2. véase a Gustaf Aulen en The Faith of the Christian Church, capItulo 26. Aulen enfatiza que la
expiación significa liberación de los poderes hostiles y contiende que esta fue la interpretación que
dió Lutero al significado de la expiación. Aulen está correcto en lo que afirma, pero incorrecto en lo
que niega. Ni Aulen, ni ninguno otro, pueden deschacerse del claro sentido legal de la transacción
del calvario como la presentaron Pablo y Lutero. La verdad no se encuentra en contraponer el
elemento de la liberación de los poderes hostiles al elemento legal. Ambos van juntos. La deuda
legal del hombre significa que éste fue vendido a los poderes hostiles. De hecho, la ley de Dios
encarcela al pecador bajo el dominio del pecado <Rom. 7:1-8; 1 Cor. 15:56). La libertad de la deuda
legal conduce a la liberación de la esclavitud de los poderes hostiles (Col. 2:14, 15). Ambos
elementos son inseparables.
3. Leon Morris, The Apostolic Preachtng of the Cross, pág. 144-213. Significado de la Ley
Antiguotestamentaria
4. Juan Calvino, Institutes of the Christian Religion, libro 2, cap. 7, sec. 5.
5. Ibid, libro 2, cap. 17, sec. 5.
6. Sin embargo, un cambio de carácter acompafiará siempre al veredicto divino de justificación.
7. Es muy apropiado el comentario de James Orr sobre este punto: 'Fue señalado antes que los
reformadores se mantuvieron lejos de considerar la justificación como sencillamente una amnistía, o
un pasar por alto", o un perdón de pecados sin tomar en cuenta lo que concierne al testimonio
condenador de Su ley contra el pecado. En su estima, no menos que en la del apóstol, la justificación
no fue sencillamente echar a un lado la demanda de la ley sobre el pecador, sino la declaración de
que tal demanda había sido satisfecha y que la ley no tenía más cargos que levantar contra él. Es
justificación sobre una base inmutablemente justa; sólo que la justicia que sostiene esta nueva
relación, no está en el creyente mismo, sino en el Salvador, con quien la fe lo une-James Orr, The
Progress of Dogma, pág. 260.
8. Theo Preiss, Lije in Christ, págs. 11, 15-20. 58 El Patrón de la Historia de la Redención
9. Ibid., págs. 27, 13-14.
10. R. D. Potter, Topography and Archaeology in the Fourth Gospel", TU [Texte und
Untersuchungen zur Geschichte der altchristlichen Literatur], 73 (1959), 330.
11. Allison A. Trites, The New Testament Concept of Witness, págs 78-81, 112-13.
12. G. B. caird, A Commentary on the Revelation of St. John, the Divine (London, 1966), págs. 17-
18, citado en Ibid., pág. 154.
13. Trites, New Testament Concept of Witness, págs. 161-62.
14. Ibid., pág. 170.

Cristo: El Significado de la Ley y

los Profetas

No penséis que he venido para abrogar la ley o íos profetas: no he venido para abrogar, sino a cumplir.
Mat. 5:17

Hay dos elementos principales en el Antiguo Testamento: La ley y los profetas. Ambos elementos se
resumen, alcanzan su meta y perfección en la muerte y resurrección de Cristo.

Los Profetas

La primera promesa de redención fue dada por Dios a Adán en el Edén (Gén. 3:15). Fue repetida a
Abraham, Isaac, Jacob y David. Tal promesa fue el mensaje de los profetas. En días de tinieblas y de
tragedia humana, los profetas hablaron de una nueva era. Describieron el acto final de redención divina a
la luz de la historia pasada y de eventos contemporáneos. Prometieron que Dios, llegado el cumplimiento
del tiempo, recapitularía la historia del Antiguo Testamento en un drama glorioso de liberación. Queda
demostrado que toda la historia se mueve hacia esa meta. El Antiguo Testamento señala al futuro,
diciendo: "¡He aquí que viene el día!" El Nuevo Testamento incorpora un dramático cambio de tiempo.
Ya no más son futuras las promesas del Antiguo Testamento, sino que proclama: "El tiempo es cumplido".
"Hoy se ha cumplido esta Escritura en vuestros oídos". Pablo proclamó este mensaje en la sinagoga de
Antioquia en Pisidia. Allí predicó a Cristo desde el trasfondo de la historia antiguotestamentaria.
Primeramente recitó la elección de Israel, el éxodo y las promesas que los profetas mantuvieron vivas por
siglos. Llegando luego a la muerte y resurrección de Cristo, declaró: "Y nosotros también os anunciamos
el Evangelio de aquella promesa que fue hecha a los padres. La cual Dios ha cumplido a los hijos de ellos,
a nosotros, resucitando a Jesús" (Hech. 13:32, 33). Y en otro lugar, Pablo escribió: "Porque todas las
promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén" (2 Cor. 1:20). Todas las esperanzas y promesas del Antiguo
Testamento encuentran su cumplimiento en la muerte y resurrección de Jesucristo. La cuestión
hermenéutica no es si hemos de interpretar espiritual o literalmente las promesas del Antiguo Testamento.
Es si vamos o no a seguir la dirección del Evangelio e interpretarlas cristológicamente. No es un asunto de
reconocer que se cumplieron algunas promesas proféticas a Israel en Cristo y que el resto fue dejado para
cumplirse en algún otro tiempo y lugar. Una de dos, o la muerte y resurrección de Cristo cumplieron toda
jota y tilde del propósito de Dios para Israel o él no cumplió nada y, por lo tanto, no es el Mesías de Dios.

Jesús es el Nuevo Israel de Dios. El es el verdadero Israel que siempre tuvo en mente. Habiendo levantado
a Jesús de entre los muertos y glorificándolo a su diestra, ¿qué más podía hacer por Israel? En esto Dios
cumplió sus promesas a Israel, excediendo las expectativas o pensamientos de cualquier santo del Antiguo
Testamento. Mediante su muerte ("¡Consumado es! "), Cristo cumplió todas las obligaciones de Israel
hacia Dios. Mediante su resurrección, Dios cumplió todas sus promesas a Israel. La transacción del pacto
quedó cumplida.

La glorificación de Cristo contiene el significado más profundo para los que creen en él. Mediante el
Espíritu, están incorporados en él y forman parte del Israel de Dios (Gál. 3:27-29; 6:16). Todo cuanto
Cristo recibió es para ellos (Dan. 7:13, 14, 27), y de ellos en él. Junto con él recibieron todas las cosas
(B,om. 8:32; Efe. 1:3). Y mediante el Espíritu, por la fe, esperan la realización visible de estas cosas,
cuando Cristo aparezca otra vez (Gál. 5:5;
Col. 8:4).

Luego, ¿qué podemos decir de la moda "evangélica" de tomar las profecías del Antiguo Testamento,
saltando sobre el Nuevo Testamento para postular un cumplimiento carnal en una nación que ahora vino a
llamarse Israel-que no es el Israel bíblico? ¡De cierto que ésta es una de las herejías más extraordinarias
que jamás se hayan empollado en el nido evangélico! Es contraria a todo el espíritu del Nuevo
Testamento, que proclama cumplido todo cuanto el Antiguo Testamento prometió a Adán (la humanidad)
y a Israel en la muerte y resurrección de Jesucristo.
La Ley

El Nuevo Testamento es justamente igual de enfático en términos de que la ley-tanto la moral como la El
Patrón de la Historia de la Redención ceremonial halló su cumplimiento y alcanzó su meta señalada en la
muerte y resurrección de Cristo (Mat. 5:17, 18; Rom. 10:4; Gál. 3:19-24). La Ley Moral.1 Los Diez
Mandamientos fueron una reflexión de la justicia de Cristo. Apuntaban a él, porque su vida perfecta fue
exactamente lo que requerían sus rigurosas demandas morales (Rom. 10:4). La ley fue el Evangelio de su
justicia encubierto, y el Evangelio fue la ley descubierta. Bajo la administración mosaica, mediante juicios
y estatutos adicionales, quedaron ampliadas Las Diez Palabras del pacto, siendo aplicadas según convenía
a la situación histórica del culto religioso. Sirvieron para mantener en vida el sentido del pecado en la
infancia de Israel. Haciendo que la comunidad buscara una justicia fuera y por encima de sí misma, aquel
elaborado código moral evitó que la congregación se entregara a una insensibilidad pagana.

Sin embargo, llegado el Evangelio, caducó la comunidad del pacto (Gál. 4:1-6). Ya no más necesitaron
sobre ellos la imposición de aquella multitud de leyes de culto vigentes mientras andaban en su minoría de
edad. El Evangelio rompió las barreras del judaísmo sectario, para convertirse en una religión transcultural
y universal.

Esto no significa que la ética novotestamentaria sea menos rigurosa y exigente que la ética
antiguotestamentaria. Jesús radicalizó las demandas de la ley en su Sermón del Monte. Hoy podemos ver
claramente que la ley demandó siempre nada menos que la perfecta justicia hallada en él. Con todo, en el
Nuevo Testamento si tenemos una nueva administración legal. En el Antiguo Testamento, las palabras del
pacto fueron ministradas mediante el Torá, que significa literalmente, la instrucción o la enseñanza. En el
Nuevo Testamento, son ministradas mediante el Espíritu, que viene a nosotros, vestido en el Evangelio de
Cristo (2 Cor. 3). Si estudiamos cuidadosamente la ética de las epístolas
paulinas, veremos que Pablo muestra continuamente que el Evangelio demanda cierto tipo de
comportamiento. Por supuesto, él sigue moviéndose dentro del marco de la ética antiguotestamentaria (y
todas las iglesias históricas mayores han seguido en la tradición bíblica, incluyendo en sus catecismos o
artículos de fe Los Diez Mandamientos). Pero en vez de tener las palabras del pacto circunscritas y
desplegadas mediante una multitud de leyes de culto, diseñadas para los "niños", el creyente del Nuevo
Testamento vive como un hijo maduro que puede ver estos principios morales refractados por el
Evangelio de Cristo.

Cuando Pablo usa la expresión "bajo la ley" en un sentido peyorativo, la usa, al menos, en tres formas
diferentes: para indicar bajo la condenación de la ley; para describir el método de guardar la ley con el fin
de obtener salvación; o para referirse a las elaboradas reglas y normas del culto religioso (Rom. 6:14; Gál.
3:24, 25; 4:1-6, 21). Mientras que hoy día las conciencias de los cristianos no están sujetas a los antiguos
tabúes nacionales judíos, muchas veces están ligadas a ciertos tabúes peculiares de la denominación a la
cual pertenecen o a tabúes evangélicos especiales. Estamos demasiado inclinados a medir la piedad en
términos del apego o despego de las cosas que tomaron aspecto de culto religioso. Con frecuencia se
considera como más seria la violación de uno de estos tabúes que la violación de uno de los Diez
Mandamientos. Pablo identificaría tal cosa como estar "bajo la ley". La Ley Ceremonial. Al igual que los
actos históricos de Dios en el Antiguo Testamento, la ley ritual era figura de Jesucristo. Prefiguraba cómo
Cristo se constituiría en la justicia de Israel y quitaría su pecado. El ceremonial del tabernáculo era una
figura del Evangelio.

Ninguna parte de la ley-ya fuera la circuncisión o los días festivos-podía pasar hasta que todo encontrara
cumplimiento en Jesucristo (Mat. 5:17, 18). Sabemos que cada jota y cada tilde de la ley encontraron su
cumplimiento en Cristo, porque la ley del sacerdocio fue cambiada (Heb. 7:12) y la circuncisión y
festivales judíos ya no son más obligatorios para los cristianos-sean éstos
la pascua, la fiesta de los tabernáculos, el jubileo, la ofrenda del becerro bermejo, las ofrendas de paz, las
ofrendas del pecado, los sacrificios del día de la expiación o el servicio de los sacerdotes y del sumo
sacerdote. El énfasis principal en los Evangelios es que la pascua del éxodo fue cumplida en la muerte y
resurrección de Cristo (Luc. 9:31). Sin embargo, encontramos también alusiones a la fiesta culminante del
séptimo mes. Derret escribe:

(los sinópticos) relacionaron los sufrimientos de Cristo con la dramática preparación del sumo sacerdote
en la víspera del día de la expiación. Este era llevado a un aposento alto donde conversaba con los
"ancianos del sacerdocio", habiendo dejado la custodia de los "ancianos del atrio". Era conjurado, y
mantenido despierto toda la noche. . . . Durante la ceremonia, el sumo sacerdote era vestido y desvestido
varias veces, y sus vestimentas finales eran gloriosas. Los textos de los Evangelios preservaron estas
coincidencias, algunas de ellas insignificantes en si mismas, dado que el papel del sumo sacerdote y los
contornos de su ritual eran perfectamente conocidos, y porque una sucesión de meras insinuaciones era
suficiente para establecer el punto de que Jesús era el
Sumo Sacerdote real (y eterno). . . Apoyándonos en la teoría de que la vida de Jesús comprendió y dio
significado a todo el Torá, 2 resulta irrelevante el hecho de que el día de la expiación y la pascua tengan
poco en común.

En el día de la expiación, Aarón ponía a un lado sus vestidos pontificios y vestía las sencillas vestimentas
blancas del sacerdote común. En estas vestiduras, ofrecía el sacrificio del día de la expiación y entraba en
el lugar santísimo para hacer la expiación, asperjando la sangre sobre el propiciatorio. Habiendo dado
completa satisfacción a las demandas de la ley de Dios, que se hallaba debajo del propiciatorio, salía del
lugar santísimo y ponía a un lado su sencillo vestido de lino. Luego, revestido de sus vestimentas
gloriosas, salía afuera y bendecía al pueblo (Lev. 16).

En su encarnación, Jesús puso a un lado sus vestiduras reales y tomó el vestido de la frágil naturaleza
humana. En el Calvario fue Sacrificio, Sumo Sacerdote y Propiciatorio a una misma vez. Velado en la
horrible tiniebla que envolvió a la cruz durante sus agonías de muerte, fue cual Aarón, haciendo expiación,
escondido de la vista de cualquier ojo humano. Sobre la congregación de Israel caía un profundo silencio
cuando Aarón se presentaba ante el propiciatorio. Así también, toda voz quedó en silencio cuando Jesús
fue envuelto por las densas tinieblas del Calvario. Las tinieblas y el terremoto (y probablemente truenos y
relámpagos de luz también) fueron la recapitulación de la teodicea sinaítica, lo cual fue figura del día del
juicio. De acuerdo a la tradición judía, la celebración del día de la expiación caía en el aniversario del día
cuando su mediador, Moisés, había entrado en la densa nube y ascendido al monte a la presencia de Dios.

En la mañana de la resurrección, Juan y Pedro corrieron a la tumba, encontrando allí sólo los vestidos de
lino de Cristo, los cuales puso a un lado (Juan 20:5-8). Probablemente Juan estaba pensando en Levítico
16 cuando decidió registrar este incidente. Nuestro Sumo Sacerdote hizo la expiación y puso a un lado sus
vestidos de lino comunes. En el día de su resurrección, salió y bendijo a sus discípulos que aguardaban
(Juan 20:22).

En la epístola a los Hebreos, las fascinantes insinuaciones de los Evangelios se convierten en dogma
enfático. En la mente de su autor, estuvo presente el simbolismo de la pascua (Heb. 13:20; compárese con
Isa. 63:11). Pero su tema principal es la demostración de que la ministración del día de la expiación
encontró su cumplimiento en el evento mesiánico.

No debe escapar de nuestra atención un rasgo importante del simbolismo bíblico en el libro de los
Hebreos. Aunque en la realidad encontramos que siempre se juntan y recapitulan las características de la
figura, la realidad siempre reemplaza al símbolo. Existe correspondencia entre el símbolo y la realidad,
pero también hay contraste. Por ejemplo, el Sumo Sacerdote del antiguo orden aarónico entraba al
santuario para hacer la expiación ante el propiciatorio. Pero de acuerdo con Hebreos, el Sumo Sacerdote
del orden según Melquisedec, hizo la expiación y luego entró al santuario celestial.

Habiendo hecho la purgación [expresión que corresponde a la palabra antiguotestamentaria expiación de


nuestros pecados por si mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas-Heb. 1:3.

Y no por sangre de machos cabrios ni de becerros, mas por su propia sangre, entró una sola vez en el
santuario, habiendo obtenido eterna redención-Heb. 9:12.

. . . mas ahora una vez en la consumación de los siglos, para desasimiento del pecado se presentó por el
sacrificio de sí mismo"-Heb. 9:26. [Este acto en el Calvario se contrasta con la entrada de Aarón al lugar
santísimo el día de la expiación].

De nuevo, usando el simbolismo del día de la Expiación, el escritor de Hebreos dice:

Por lo cual, debía ser en todo semejante a los hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel Pontífice en
lo que es para con Dios, para expiar los pecados del pueblo. Heb. 2:17.

La palabra que la Versión Valera traduce como "expiación" proviene de la misma palabra raíz de
hilasterion; usada en Hebreos 9:5 para designar el propiciatorio. Lo que la Versión Inglesa King James
traduce como "asiento de la misericordia", la New International Version (Nueva Versión Internacional)
traduce más precisamente como "lugar de la expiación". (De la misma palabra se usan otras formas en
Rom. 3:5, 1 Juan 2:2 y 1 Juan 4:10). Partiendo de todo el testimonio del Nuevo Testamento, podemos
decir que el Nuevo Testamento enseña que el evento de la cruz del Calvario cumplió el símbolo del
asperjamiento de la sangre sobre el propiciatorio en el día de la expiación. En la cruz, Jesús mismo vino a
ser nuestro Propiciatorio o "lugar de la Expiación". La profecía de Daniel respecto al Mesías usa de varias
expresiones claves, tomadas de Levítico 16 y aplica su cumplimiento al evento mesiánico (Dan. 9:24).

Resumen

Toda Escritura del Antiguo Testamento-la ley y los profetas se cumplió en la muerte y resurrección de
Cristo. Todas las promesas de los profetas, todas las demandas de la ley moral y todas las figuras de la ley
ceremonial encontraron su fin en el Cristo crucificado y resucitado. El Calvario da significado a todo el
Antiguo Testamento.

Consideremos cuán grande fue este acto de Dios en Jesucristo. Fue todo cuanto Dios prometiera a la raza
humana. Fue nuestra Pascua, nuestro Día de la Expiación, nuestro Propiciatorio, nuestro Jubileo. De
hecho, fue la realidad de todas las ofrendas y festivales en conjunto. Fue la Nueva Creación, el Arca que
salva del diluvio de la ira, el Éxodo del pecado y la muerte y la Restauración del santuario asolado (Dan.
8:14). Todo cuanto vino antes del Calvario fue retrato del Calvario. Todo existió por causa de Jesucristo
(Col. 1:16).

No debemos concluir que frecuentemente Dios actuó, en tiempos del Antiguo Testamento,
infructuosamente hasta que obró en Cristo. Desde la eternidad, Dios planeó un gran acto salvador (Rom.
16:25). En lo que a Dios concierne, el Calvario no viene después de la creación, ni del diluvio, ni del
éxodo, ni de la proclamación de la ley -Viene primero. Antes que Dios hiciera cualquier cosa, allí estaba
Cristo, el Mediador eterno, el Cordero inmolado desde la fundación del mundo (Juan 1:1-4; Apoc. 13:8).
"Y él es antes de todas las cosas, y por él todas las cosas subsisten" (Col. 1:17). El Calvario fue el acto que
Dios predestinó (Hech. 2:23; Efe. 3:11). Tan ciertamente como jamás hubo un instante en que Dios no
fuera, jamás hubo un momento cuando no fuera la delicia de la Mente eterna manifestar su gracia hacia
nosotros en el don de Cristo.

Todo el poder, amor y sabiduría de la Deidad se manifestaron en la muerte y resurrección de Cristo. Fue
un acto tan grande que el universo, en comparación con él, es pequeño. Y cuando lo hizo, lo hizo para
siempre (Ecle. 3:14). Fue una obra consumada. Dios dio todo con Cristo (Rom. 8:32). Nada más podía
hacer.

El Calvario se convirtió en el vértice de la historia. Es el Evento de todos los eventos. Todos los eventos
que lo preceden señalan adelante hacia él. Todos los eventos que le siguen señalan al pasado hacia él. La
muerte y la resurrección de Cristo dan significado a todo lo demás. Nada tiene significado en si mismo, a
menos que esté relacionado con la muerte y resurrección de Cristo. "Todo fue criado por él y para él. Y él
es antes que todas las cosas, y por él subsisten todas las cosas" (Col. 1:16, 17).

1. Aunque el Nuevo Testamento generalmente no establece una distinción precisa entre los aspectos
morales y ceremoniales de la ley, la iglesia cristiana siempre pudo asumir una distinción entre las dos.
Textos como 1 Corintios 7:19 implican una distinción. Y nadie pudo argüir con éxito que Romanos 7:7,
12, 22, Romanos 8:7 y 1 Juan 3:4 sean referencias a las ceremonias judías.

2. J. Duncan M. Derrett, Law in the New Testament, págs. 410-411.

Cristo: El Significado
de Toda la Vida

La religión de los santos del Antiguo Testamento es una religión de recitación de los grandes actos de
Dios. Cuando decimos recitación, no queremos significar re validación. Los grandes actos de Dios son
únicos e infinitos. No pueden duplicarse. Aunque son hechos para el hombre, son hechos aparte de la
actividad humana. El hombre no contribuye a ellos. Son hechos completamente sin la participación o
cooperación del hombre. En lo que concierne a la religión bíblica, el hombre debe abandonar cualquier
pretensión arrogante de revalidar las poderosas obras de Dios (Juan 6:28, 29). Se le llama para que las
cuente, recite y celebre (Jue. 5:11). Los actos de

Dios deben recordarse en celebración agradecida. Tal es la esencia de la adoración bíblica.

Dios no confía al hombre la tarea de idear las formas en que ha de recitar y celebrar sus obras. Por
ejemplo, cuando Dios creó el mundo, instituyó el sábado. Cuando libró a Noé del diluvio, puso el arco iris
como la señal recordativa de su acto salvador (Gen. 2:1-3; 9:13-17). Cuando rescató a Abraham y lo hizo
entrar en un compañerismo pactual con él, le dio la señal de la circuncisión.

El éxodo es el gran evento de la historia de Israel. Dios quería que su pueblo recitara y celebrara este
evento en todas las generaciones venideras. Todo el sistema de adoración de Israel se fundaba en el éxodo.
"Y acuérdate que fuiste siervo en tierra de Egipto, y que Jehová tu Dios te sacó de allá con mano fuerte y
brazo extendido: por lo cual Jehová tu Dios te ha mandado que guardes el día del reposo"-Deut. 5:15.

Se usan palabras casi idénticas para presentar la razón por la cual Israel guardaba todas las fiestas del
calendario hebreo-la pascua <Exo. 12:27; 13:3-9), la fiesta de los panes sin levadura (Deut. 16:3), el
Pentecostés (Deut. 16:10-12) y la fiesta de los tabernáculos (Lev. 23:41-43; Deut. 16:13). La liberación de
Egipto fue también razón para que Israel trajera las primicias al tabernáculo (Deut. 26:1-9) y redimiera
todo primogénito (Exo. 13:2, 14-16). Toda institución religiosa proclamaba el mensaje:

"Y acuérdate que fuiste siervo en tierra de Egipto, y que Jehová tu Dios te sacó de allá con mano fuerte y
brazo extendido". Israel adoraba a Dios (daba a Dios su valor) recitando lo que él hizo por ellos en el
éxodo.

Esta recitación del éxodo no constituía solo el punto focal de todas las instituciones sagradas de Israel. Era
también la base de su ética:

Amarás pues al extranjero; porque extranjeros fuisteis vosotros en tierra de Egipto. A Jehová tu Dios
temerás, a él servirás, a él te allegarás, y por su nombre jurarás. El es tu alabanza, y él es tu Dios, que ha
hecho contigo estas grandes y terribles cosas que tus ojos han visto. Con setenta almas descendieron tus
padres a Egipto; y ahora Jehová te ha hecho como las estrellas del cielo en multitud.

Amarás, pues, a Jehová tu Dios y guardarás su ordenanza, y sus estatutos y sus derechos y sus
mandamientos, todos los chas. Y comprended hoy: porque no hablo con vuestros hijos que no han sabido
ni visto el castigo de Jehová vuestro Dios, su grandeza, su mano fuerte, y su brazo extendido. Y sus
señales, y sus obras que hizo en medio de Egipto a Faraón; rey de Egipto y a toda su tierra; y lo que hizo
al ejército de Egipto, a sus caballos, y a sus carros; cómo hizo ondear las aguas del mar Bermejo sobre
ellos, cuando venían tras vosotros, y Jehová los destruyó hasta hoy; y lo que ha hecho con vosotros en el
desierto, hasta que habéis llegado a este lugar; Y lo que hizo con Datan y Abiram, hijos de Eliab hijo de
Rubén; cómo abrió la tierra su boca, y tragóse a ellos y a sus casas, y sus tiendas, y toda la hacienda que
tenían en pie en medio de todo Israel: Mas vuestros ojos han visto todos los grandes hechos que Jehová ha
ejecutado. Guardad, pues, todos los mandamientos que yo os prescribo hoy, para que seáis esforzados; y
entréis y poseáis la tierra, a la cual pasáis para poseerla.-(Deut ).

No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová, y os ha escogido; porque vosotros
erais los más pocos de todos los pueblos: Sino porque Jehová os amó, y quiso guardar el juramento que
juró a vuestros padres, os ha sacado Jehová con mano fuerte, y os ha rescatado de casa de siervos, de la
mano de Faraón, rey de Egipto. Conoce, pues; que Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel que guarda el pacto y
la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta las mil generaciones; y que da el
pago en su cara al que le aborrece, destruyéndolo: ni lo dilatará al que le odia, en su cara le dará el pago.
Guarda por tanto los mandamientos, y estatutos, y derechos que yo te mando hoy que cumplas.-Deut. 7:7-
11. Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de siervos. No tendrás dioses ajenos
delante de mi.- (Exo. 20:2, 3).

Por lo tanto, la ética de Israel estaba fundada sobre la redención; y no la redención sobre su ética. La
liberación de Egipto se convirtió en la razón de todo el comportamiento de Israel. Habían de vivir delante
de Dios, delante de los suyos y aún delante de los extranjeros en el espíritu de la agradecida recitación del
éxodo. Todo cuanto Israel hacía-la forma como guardaba sus días santos y festivos, la forma como trataba
con el pobre, la forma como instruía a sus hijos, la forma como cosechaba sus campos, la forma como
mostraba hospitalidad -era una acción recordativa del éxodo. No podemos sobre-estimar la importancia de
la recitación continua del éxodo en Israel. Muchos de los salmos están dedicados a recitar el éxodo (Sal.
66, 78, 105, 106, 111). Tales salmos demuestran que recordar es creer, y que olvidar es incredulidad.
Cuando Israel se olvidó de vivir en agradecida respuesta al acto salvador divino, se olvidó de su prójimo y
vivió sin justicia, misericordia o humildad (Miq. 6:1-8).

Cuando Israel y sus santos intercedían ante Dios, sus peticiones sostenían frente a Dios sus actos pactuales
(2 Cro. 20:5-12; Dan. 9:1-19). Recitar el éxodo no consistía en una mera memoria. Cuando se recitaba el
pacto, Dios se acordaba del pacto. Esto no significa que se le olvidara alguna vez. El recordar es un
concepto hebreo dinámico. Significa que Dios actuaba para reafirmar y llevar a cabo su propósito pactual.
Todo el poder del acto salvador original acompaña la recitación de ese acto. Esto queda ilustrado al
golpear Moisés la roca. Dios no quería que Moisés revalidara el golpe de la roca. Había de ser herida una
sola vez. Desde entonces, la recitación del acto bastaría para sacar agua de la roca <Núm. 20).
Cuando Josafat, en su angustia, recitó el éxodo, se reveló el poder del éxodo, librando a Judá de sus
enemigos (2 Cron. 20). Cuando Daniel recitó el pacto, la obra de Dios se movió adelante. ¡No es maravilla
que el príncipe del mal obrara para arrojar a Daniel al foso de los leones! El quería terminar con la
intercesión de Daniel (Dan. 6:9, 10). El poder y la presencia de Dios, como se revelaron en el éxodo,
estaban presentes siempre que se recitaba el pacto. La recitación pactual no es, por consiguiente, un mero
memorial. Es un acto de fe, en el que Dios está presente para reafirmar su acto pactual original.

Recitando la Muerte y Resurrección de Cristo.

Si aprendemos que la naturaleza esencial de la vida y adoración de Israel consistía en la recitación del
éxodo, luego, estamos listos para apreciar en la misma luz el Éxodo del Nuevo Testamento. El principio
de la existencia cristiana es también la recitación. No obstante, la recitación y celebración de la comunidad
cristiana debe ser mayor. Jamás bastarán las viejas canciones de liberación, porque los actos
antiguotestamentarios de liberación fueron sobrepujados por una liberación que tan sólo podían reflejar. El
acto de Dios en Cristo es absolutamente único e irrepetible. Dios mismo no puede repetir ni añadir cosa
alguna a lo que hizo. El Cristo Intercesor a la diestra de Dios no revalida su obra y muerte. El mismo la
recita. Como Abogado nuestro, presenta el argumento de su sangre y justicia a favor nuestro. La obra del
Espíritu consiste en explicar las glorias del Cristo crucificado y resucitado por nosotros (Juan 6:13, 14).
"El Espíritu Santo no añade cosa alguna. Sencillamente nos habilita para echar mano de ello y vivir por
ello".'

Dado que ni el Padre, ni el Hijo ni el Espíritu Santo pueden revalidar la muerte y resurrección de Cristo,
entonces queda claro que la comunidad cristiana sólo puede recitarlo y mantenerlo en mente. Hay cuatro
formas en las cuales recitamos la muerte y resurrección de Cristo:

Mediante la Predicación del Evangelio. Esto es primario. El Evangelio es la recitación de la muerte y


resurrección de Cristo. La gente es salva sólo si guarda en mente lo que sucedió y lo que les ha sido dado
(1 Cor. 15:1-4). Sin embargo, esta recitación es más que una memoria del Calvario. El Evangelio se
predica con el Espíritu Santo enviado del cielo (1 Ped. 1:12). Por este medio, el Cristo crucificado es
anunciado ante los ojos de los que escuchan, en tal forma que el evento del pasado está allí
misteriosamente presente (Gál. 3:1).

Debido a que el poder de un acto pactual está presente en la recitación del acto, el poder de la resurrección
está presente en el Evangelio (Rom. 1:16). La Roca de nuestra salvación sólo necesitó ser herida una vez.
Y concede su corriente vivificante cuando quiera se recita el acto.

La iglesia viene a la vida mediante la predicación del Evangelio. ¡Ay del predicador que trata de distraer o
entretener al rebaño con nuevas invenciones! Debería, más bien, mantener ante ellos las escenas del
Calvario, mediante la recitación continua de la muerte y resurrección de Cristo (Gál. 1:6-8).

Mediante los Sellos y Señales o Signos. El Nuevo Pacto tiene sellos y signos-prendas y muestras visibles
de las promesas de Dios-justamente igual como hubieron sellos y signos en el Antiguo Testamento. El
bautismo y la cena son dos signos y sellos del pacto. Los puritanos y sabatistas incluyen el cuarto
mandamiento de la ley moral como la tercera señal y sello del pacto.2 Estamos conscientes de que el
bautismo, la cena y el sábado han sido áreas de feroz contienda entre los cristianos. Algunos antinomianos
y dispensacionalistas afirman que no se necesita signo ni sello alguno. Otros dicen que alguno de ellos, o
todos, son absolutamente necesarios para salvación. Con todo, otros afirman que son – ―necesarios
ordinariamente‖-necesarios en circunstancias normales. Luego surge la pregunta de si Cristo está
realmente presente en el sello y signo del pacto, y de estarlo, en qué forma. Este no es el sitio para tratar
de contestar todas estas preguntas. Pero sugerimos que hay gran beneficio en pensar de los sellos y señales
en términos de medios señalados para recitar y celebrar la obra consumada de Jesucristo.

Por ejemplo, el bautismo no es una revalidación del Calvario. Es un medio de recitarlo. No es


primordialmente una señal de la dedicación del cristiano al Señor. Es la prenda de Dios, que indica que el
creyente puede pararse ante él con una buena conciencia, por causa de Jesucristo (1 Ped. 3:21)2

En cuanto al argumento sobre la presencia de Cristo en la cena, podemos decir que la cena es claramente
una recitación de la cruz "haced esto en memoria de mI"-1 Cor. 11:25). Pero, como dijimos anteriormente,
la realidad salvadora de ese acto irrepetible está presente en la recitación pactual. La cena no es un mero
servicio memorial. Cristo está allí presente para dar las prendas visibles de su promesa pactual.

En cuanto al argumento de guardar cualquier día santo, permítasenos señalar primero un hecho: que
cualquier día está vacío en sí mismo. Ninguna cosa creada tiene significado o valor en sí misma. La
naturaleza de un signo es señalar lejos de si a otra cosa. Por lo tanto, lo importante es no concentrarse en el
signo mismo, sino en aquello con lo que está relacionado.

Desde el Antiguo Testamento queda claro que el día de descanso fue instituido y santificado en la creación
(Gén. 2:1-3), nuevamente en el éxodo (Exo. 20:8-11; 34:21; Deut. 5:14, 15), y repetido en la renovación
del pacto, después del exilio en Babilonia (Isa. 56:1-6; 58:13, 14). Pero estos eventos
antiguotestamentarios fueron por causa de Jesucristo. Apuntaban a él y reflejaban el descanso que
santificó mediante su propia sangre (Heb. 4:1-10). ¿Quién puede dejar de ver la correspondencia entre la
declaración del Génesis de que "fueron acabados los cielos y la tierra" y el grito de triunfo de Cristo en la
cruz, "¡ Consumado es!" (Juan 19:30)? Y, ¿cómo podremos obviar el hecho de que el reposo sigue, como
sucedió en la creación y en el Calvario, a una obra terminada? Entramos en el reposo de Cristo, sólo a
medida que recitamos su muerte y resurrección. Sugerimos la aplicación de estos principios, tanto para la
forma como para el espíritu del reposo cristiano.

Mediante la Práctica de la Ética Cristiana. El creyente está llamado a vivir en cierta forma en vista de las
misericordias de Dios para con él (Rom. 12:1; 2 Cor. 7:1). Vimos que la ética de Israel estaba fundada en
la redención. Igualmente sucede con la ética del Nuevo Testamento. Se nos exhorta a perdonar, porque
Dios, a causa de Cristo, nos perdonó a nosotros (Col. 3:13). No hemos de hablar mal de ninguna persona,
porque nosotros también fuimos necios y desobedientes, hasta que la bondad y el amor de Dios nos
trajeron salvación (Tito 3:2-7). Hemos de ser misericordiosos debido a la anonadante misericordia de Dios
hacia nosotros. Debemos poner a muerte las obras de la naturaleza pecaminosa, porque Dios reconoce que
estamos muertos, toda vez que estamos incorporados en la muerte de Cristo (Col. 3:1-5). Si separamos los
imperativos del Nuevo Testamento del contexto de sus indicativos (El Evangelio), la ética degenera a
moralismo. Por lo tanto, toda ética cristiana verdadera conlleva actos hechos en recordación del Calvario.
Cuando Dios recuerda su pacto, él actúa. Cuando nosotros recordamos su pacto, nosotros actuamos. Esto
es lo que significa el dinámico concepto bíblico de recordar. Podríamos llamarlo fe. La fe no es una
opinión ociosa que se escurre por la mollera del cerebro. Es un principio que vive las implicaciones de la
muerte y resurrección de Cristo.

"Todo lo que no es de fe es pecado" (Romanos 14:23). Obras buenas son aquellas cosas, hechas en
recordatorio agradecido del Calvario. Cualquier actividad no relacionada con la muerte y resurrección de
Cristo es pecado. Pecado es la disposición de querer la criatura tener significado en sí misma. Pecado es
una existencia que no recita, ni tampoco puede, la muerte y resurrección de Jesús. Esto no sólo incluye
una flagrante violación de su ley moral. Incluye cualquier forma de piedad, religión o devoción que no
señale aparte de sí misma hacia la muerte y resurrección de Cristo. El mundo podría mirar al
comportamiento de la comunidad cristiana y ver allí una epístola viva del Evangelio de Cristo.

En el Orden de la Vida Natural. Vivir como cristiano no significa hacer cosas espectaculares. Significa
hacer cosas comunes en recordatorio de la muerte y resurrección de Cristo. Dios ordenó esta vida en la
forma de un ciclo continuo de comer y beber, trabajar y descansar, dormir y levantarse, sembrar y
cosechar, vivir y morir. En este orden básico de la existencia humana, todos vivimos muy similarmente.

La filosofía pregunta: "¿Cuál es el significado de la vida?" Cuando Salomón pensó tocante al ritmo
repetitivo del quehacer en la monótona existencia humana, concluyó que todo estaba vacío y que no
perseguía fin alguno (véase Eclesiastés). Los filósofos de nuestra era llegaron a la misma conclusión. El
hecho es que la vida humana no tiene significado en sí misma. Nada del orden creado tiene significado en
sí mismo.

El apóstol Pedro declara que Cristo murió para librarnos de esta existencia humana sin sentido (1 Ped.
1:18). Y Pablo confiesa: "Para mi el vivir es Cristo" (Fil. 1:21). La muerte y resurrección de Cristo dan
significado a toda la existencia humana. El mandato "Haced esto en memoria de mi" se convierte en un
principio que se aplica, no sólo a la cena, sino a todo aspecto de la vida humana. La vida se convierte en
un sacramento, en una recitación, en una celebración del acto salvador de Dios en Cristo Jesús.

Cuando el creyente come, debe comer en recordatorio de la muerte y resurrección de Cristo. Debería
reconocer que tiene comida en su mesa, porque Cristo murió y se levantó otra vez. Ningún santo ni
pecador come su pan de cada día sin constituirse en un recipiente del beneficio del Calvario. Si Cristo no
hubiera muerto, esta tierra hubiera perecido bajo la maldición de Dios. Pero por causa de Cristo, Dios
puede enviar lluvia y sol sobre justos e injustos. Así que, para el creyente, toda comida se convierte en un
sacramento donde reconoce el cuerpo del Señor. Cuando el creyente bebe, recuerda que Cristo es aquella
Roca herida de la cual fluye el agua de la vida eterna. Cuando entra en el refugio de su hogar, recuerda
que Cristo es,

... escondedero contra el viento, y como acogida contra el turbión.-Isa. 32:2.


Torre fuerte es el nombre de Jehová; a él correrá el justo y será levantado.-Prov. 18:10

En todas sus necesidades diarias-comida, bebida, refugio y vestido-el creyente recita porque, mediante su
muerte y resurrección, Cristo se convirtió en el Pan de vida del creyente, en su Agua de vida, y en su
Refugio contra la ira de Dios.

Cuando nos acostamos a dormir, nuestras vidas terminan, porque sólo vivimos un día a la vez. Es por
buenas razones que se compara la muerte con el sueño. Al final del día, debemos recitar la muerte de
nuestro Señor Jesucristo. Encomendemos a Dios nuestra vida como él lo hizo en la cruz, sabiendo que, tan
seguramente como él se levantó de los muertos, nosotros también volveremos a levantarnos. Sus
misericordias nos son renovadas de mañana en mañana, porque él se levantó de entre los muertos y ahora
intercede por nosotros a la diestra de Dios.

Cada vez que nace un niño en nuestra casa, tenemos ocasión para recitar el don de Dios:

Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado.-Isa. 9:6.

No tenemos razón alguna para regocijarnos en el nacimiento de nuestros niños aparte del niño Cristo. No
hay significado en la vida ni futuro para nuestros hijos aparte de su muerte y resurrección.

También el casamiento es un buen tiempo para celebrar esa unión que únicamente puede dar significado y
propósito a la institución matrimonial. La boda cristiana recita que "Cristo amó a la iglesia, y se entregó a
sí mismo por ella" (Efe. 5:25). La enfermedad y el sufrimiento son también ocasiones para recordar que
Cristo llevó nuestras enfermedades (Isa. 53:4), y sufrió por nosotros (1 Ped. 2:21). Aún cuando se lo llama
a entregar su vida, el cristiano tiene ocasión para recitar la muerte de Cristo. Debido a su muerte, la muerte
del creyente se torna en una bendición. Su vieja naturaleza corrupta, manchada y contaminada con el mal,
queda depositada en la tumba para resucitar en incorrupción, vestido a la semejanza gloriosa de su cuerpo
(1 Cor. 15:50-55; Fil. 3:21).

Así como la vida queda llena de significado en vista de la muerte y resurrección de Cristo, nada tiene
significado a menos que lleve relación con el que murió y volvió a levantarse. Cristo es el significado de
toda la vida. Comprender esto hace de la vida un sacramento, una recitación y celebración de la muerte y
resurrección de Cristo. Este espíritu de celebración es la vida celestial. Y Cristo mismo, mediante su
continua intercesión, recita su sacrificio. Los ángeles, los veinticuatro ancianos y las criaturas vivientes
jamás cesan de recitar su muerte y resurrección.

Y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro, y de abrir sus sellos; porque tú fuiste
inmolado, y nos has redimido para Dios con tu sangre, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; Y nos
has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra.

Y miré, y oí voz de muchos ángeles alrededor del trono, y de los animales, y de los ancianos; y la multitud
de ellos era millones de millones. Que decían en alta voz: El Cordero que fue inmolado es digno de tomar
el poder y riquezas y sabiduría, y fortaleza y honra y gloria y alabanza. Y oí a toda criatura que está en el
cielo, y sobre la tierra. y debajo de la tierra, y que está en el mar, y todas las cosas que en ellos están
diciendo: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la bendición y la honra, y la gloria, y el poder,
para siempre jamás.-Apoc. 5:9-13

Aquello que llamamos santificación es la glorificación o vida celestial iniciada en el aquí y ahora. Vivir en
el espíritu de recitación y celebración de la muerte y resurrección de Cristo, en todo cuanto emprendemos
y hacemos, tal es la esencia de la santificación cristiana.

1. Jacques de Senarclens Heird of Reformation pag 189


2 véase a Robert D. Brinsmead en su obra, Covenant, para una discusión más detallada.
3. La palabra que la New International version traduce como "promesa" viene de la palabra griega
eperotema. Evidencia reciente, obtendia de los papiros, muestra que es un término legal asociado con
pactos o contratos for- males.
La Cautividad de la Iglesia
Cristiana

La muerte y resurrección de Cristo no sólo dan significado a la historia antes de la cruz, sino a toda la
historia después de la cruz. El libro de Apocalipsis trata del futuro, pero de un futuro visto en la luz del
Cordero que fue inmolado y vivió otra vez. El Calvario queda recitado en la historia de los seguidores del
Cordero que fue arrastrado a los tribunales, condenado y quien también derramó su sangre ante el altar.
Los testigos del Apocalipsis profetizan durante tres años y medio. Son muertos en las plazas de la grande
ciudad, "donde también nuestro Señor fue crucificado" (Apoc, 11:8). Sus enemigos se alegran en su
muerte, y luego los testigos son resucitados y levantados hasta el cielo. Toda la profecía es un recuerdo del
ministerio de tres años y medio de Cristo, y de su muerte y resurrección.

El libro de Apocalipsis muestra que la iglesia recapitula también la historia del Antiguo Testamento.
Existe otra esclavitud en Egipto, o, cambiando la figura, otra cautividad en Babilonia (Apoc. 11:2, 3, 7;
17:1-5). Lutero podía ver la iglesia recapitulando la historia antiguotestamentaria. Uno de sus más
famosos tratados fue "La cautividad babilónica de la iglesia".

Ahora, nuestra labor consiste en marcar los pasos que condujeron a este nuevo cautiverio egipcio o
babilónico. Pablo advirtió a la iglesia que vendría una "apostasía" (2 Tes. 2:1-8>. Obviamente esta caída
recapitularía la caída del Edén, cuando Eva fue tentada a exaltarse por encima de Dios (compárese con
Gén. 3:5 y con 2 Tes. 2:1-8). En su carta a los corintios, Pablo asemejó la iglesia a Eva y expresó su temor
de que nuevamente Satanás tendría éxito en su seducción.

Pues que os celo con celo de Dios; porque os he desposado a un marido, para presentaros como una virgen
pura a Cristo. Mas temo que como la serpiente engañó a Eva con su astucia, sean corrompidos así vuestros
sentidos en alguna manera, de la simplicidad que es en Cristo. Porque si el que viene, predicare otro Jesús
que el que hemos predicado, o recibiereis otro espíritu del que habéis recibido, u otro Evangelio del que
habéis aceptado, lo sufrierais bien.-2 Cor. 11:2-4.

Este pasaje nos recuerda la advertencia de Pablo a los gálatas:

Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis traspasado del que os llamó a la gracia de Cristo, a otro
evangelio; no que hay otro, sino que hay algunos que os inquietan, y quieren pervertir el Evangelio de
Cristo. Mas aún si nosotros o un ángel del cielo os anunciare otro evangelio del que os hemos anunciado,
sea anatema. -Gál. 1:6-8.

Las observaciones del apóstol tocantes al "hombre de E pecado" que se opone y exalta a sí mismo,
sentándose en el templo de Dios como Dios, haciéndose parecer a Dios" (2 Tes. 2:3, 4), fueron tomadas
obviamente del libro de Daniel (Dan. 7:8, 11), especialmente de Daniel 8:11-13. Este anticristo, que
contamina el templo y se hace objeto de adoración, es llamado "el que causa desolación" o "la
abominación espantosa" (Dan. 9:27; 11:31). No podemos confinar esta profecía de Daniel a Antíoco
Epífanes y su profanación del templo de Jerusalén en el año 165 A. C. Jesús aplicó esta profecía de la
"abominación del asolamiento" a algo futuro a sus días (Mat. 24:14, 15). Las figuras antiguotestamentarias
como Faraón, Senaquerib, Nabucodonosor y Antíoco son precursores históricos del anticristo. Tampoco
podemos confinar "la abominación del asolamiento" a los emblemas idolátricos de Roma profanando y
destruyendo finalmente a Jerusalén y su templo en el año 70 D. C. Debemos captar el principio bíblico de
una historia de eventos recapitulados y sostener esta historia luego en la luz de la muerte y resurrección de
Cristo.

Echemos ahora una mirada a este desolador religioso, este suplantador y destructor del Evangelio, a través
de los ojos de Juan el Revelador.' Juan describe una trinidad entre el dragón, la bestia y el falso profeta
(Apoc. 13; compárese con 16:13). (La unidad que presenta este pasaje con Daniel 7, 8, 11; Mateo 24:15 y
2 Tesalonicenses 2 es obvia.) Aquí se nos muestra que Satán trata de imitar al Padre, al Hijo y al Espíritu
Santo. El dragón da "su poder, y su trono, y grande potestad" a la bestia (Apoc. 13:2). Esto sigue paralelo
al Padre, dando al Hijo "toda potestad en el cielo y en la tierra" (Mat. 28:18; compárese con Daniel 7:13,
14). La bestia de Apocalipsis 13 es el anticristo porque trata de revalidar la muerte y resurrección de
Cristo. También son extraordinarias las analogías entre el falso profeta y el Espíritu Santo. Al falso profeta
se lo llama "otra bestia" (Apoc. 13:11), así como Jesús llamó al Espíritu Santo "otro Consolador" (Juan
14:16). Esta bestia hace descender lo que a la vista de los hombres parece ser fuego del cielo. Engaña a los
hombres para que hagan una imagen del anticristo y lo adoren. En todo esto, falsifica la obra del Espíritu
Santo. En conjunto, Juan está advirtiendo a la iglesia respecto del engaño, de la falsa adoración y de un
falso evangelio que conduciría al pueblo de Dios de vuelta a la esclavitud de Egipto o el cautiverio
babilónico.

Debemos investigar ahora las características principales de este falso evangelio que conduce a la gran
cautividad de la iglesia. Mientras contemplamos las advertencias de las Santas Escrituras, vemos que el
falso evangelio contiene dos características. Es un evangelio de revalidación y una teología de "gloria".

El "Evangelio" de la Revalidación.

La característica más sorprendente del anticristo es su intento por revalidar el evento mesiánico. Así como
Cristo fue crucificado al cabo de tres años y medio de ministerio, la bestia recibe también una herida de
muerte después de tres años y medio (Apoc. 13:5).2 Después de la muerte de la bestia, otra bestia toma su
lugar para conformar los hombres a su imagen. Lo más sorprendente de todo es que la primera bestia se
recupera de su herida de muerte y recibe la adoración de los hombres (Apoc. 13:3, 4). Lutero observó
cierta vez que el diablo es el mono de Dios. Esta imitación queda ilustrada al comparar las siguientes
escrituras apocalípticas:

Cristo Anticristo

paz del que es y que La bestia que has visto


era y que ha de venir, fue y no es; y ha de subir
-Apoc. 1:4. del abismo.. .-Apoc.17:8.

Yo soy el primero y. . . la bestia que tiene la


el último; y el que vivo, y herida de cuchillo (que fue
he sido muerto; y he aquí degollada) y vivió.-Apoc.13:14.
que vivo..~-Apoc. 1:18.
He aquí que viene .-Apoc. 1:7.

Hay algunos que buscan un anticristo futuro, pero fracasan, no viendo sus desarrollos pasados y presentes
dentro de la iglesia cristiana. Juan vio al anticristo, obrando en sus días (1 Juan 2:18; 4:1, 3). Los
reformadores identificaron al anticristo con aquella institución que se opuso al Evangelio de Cristo en sus
días. Necesitamos ver al anticristo en sus tres dimensiones: pasada, presente y futura.

Hemos visto que el acto salvador de Dios en Cristo fue un evento hecho de una vez y para siempre. La
iglesia debía vivir recitando ese gran evento histórico. Pero en vez de proclamar el "evangelio" de
revalidación. La iglesia empezó a verse a si misma como la extensión de la encarnación. En vez de ser una
recitación del sacrificio de Jesucristo, hecho de una vez y para siempre, la cena fue interpretada como una
revalidación del Calvario.

La teología de la revalidación queda perfectamente ejemplificada en la misa romana. Aquí se dice que el
sangriento sacrificio de Cristo es revalidado (en el altar romano) una y otra vez. Sin embargo, lo que
necesitamos ver es que la misa es sólo una expresión visible de la visión romana del Evangelio. El erudito
jesuita Navone, en un artículo titulado "La verdad evangélica como revalidación", esboza el corazón del
romanismo. El tema de su artículo es que el evangelio presenta meramente una letra que debe revalidarse
en nuestra experiencia. En vez de enseñar que somos salvos, sólo por fe, en el irrepetible acto de Dios en
la historia, el artículo dice que somos salvos revalidando a Jesucristo.

Jesús nos manda que re-validemos la perfección de vida que pertenece a él y a su Padre. En este aspecto,
la Escritura es una letra, y también la prescripción a revalidarse para obtener esa curación e iluminación
que constituyen nuestra salvación.3

Debemos notar que no describe la salvación como ese acto de Dios, afuera de nosotros, en Cristo, sino
como un logro alcanzado mediante su revalidación en nosotros. Mediante esta revalidación (que, por
supuesto, se dice ser ¡totalmente por gracia!) el hombre "llega a ser aceptable ante Dios".4

Si los sacramentos son celebraciones del acto salvador de Dios, no debe sorprendernos que ahora se
constituyan en una celebración de la renovación que la gracia efectúa en el adorador. El erudito jesuita
Fransen dice:

De hecho, celebramos lo que somos. Gozosa y confiadamente, testificamos de la vida que está en
nosotros. Celebramos que el "reino de Dios está dentro de
vosotros'

Esta teología transfiere la gloria de nuestra salvación desde la obra terminada de Cristo a nuestra
renovación. Chemnitz llamó tal cosa blasfemia.6 (véase además Apoc. 13:1, 5).

Al celebrar lo que somos no hay diferencia si decimos que la renovación interior del corazón es por gracia.
Sigue siendo blasfemia, porque compromete la singular obra de Dios en Cristo. Dado que esta obra está
fuera del creyente, debe enfocar lejos del creyente. La obra de Dios en Cristo fue tan infinita que no puede
reducirse a una experiencia intra-humana. Además es irrepetible. Dios mismo no puede revalidaría. La
Roca de nuestra salvación fue herida una vez. No puede ser herida de nuevo. Si Dios, Cristo y el Espíritu
Santo no pueden revalidar sino recitar únicamente delante de nosotros lo que la Deidad ya hizo, ¡qué
blasfemia es que el hombre presuma revalidar la obra salvadora de Dios! He aquí el espíritu del primer
pecado (Gén. 3:5), que pretende poner al hombre por encima de Dios, en el templo de Dios (Dan. 11:36; 2
Tes. 2:4). En toda época, la iglesia estuvo en peligro de confundir el 'evangelio" de la revalidación con el
Evangelio de la recitación. Es muy fácil señalar con un dedo incriminador a cosas tales como la misa
romana, mientras no vemos nuestra propia culpa.

El falso evangelio de la revalidación se desprende del fracaso de no entender el Evangelio de Nuevo


Testamento de una salvación por medio de la fe en lo que Dios hizo en su gran acto en Cristo. El
Evangelio proclama que la salvación es por ese evento más ninguna otra cosa. Pero desde muy temprano,
los maestros de la iglesia comenzaron a confundir el artículo de la justificación por la fe con la renovación
y la vida de nueva obediencia que el Espíritu Santo lleva a cabo en el creyente. La influencia del
gnosticismo griego condujo a muchos a buscar un conocimiento de Dios en la experiencia mística más
bien que en la realidad histórica del Cristo crucificado. La mente griega occidental siempre ha tenido la
tendencia de tolerar una espiritualización falsa de la encarnación. Hubo la tendencia de hablar del
nacimiento de Cristo en el corazón humano. La iglesia fue vista como la extensión de la encarnación, con
el creyente como siendo crucificado en un acto de auto-renunciación mística. La obra de Cristo en la
historia quedó subordinada a la obra de Cristo en la experiencia mística del creyente. El resultado fue la
enseñanza de que los hombres son aceptados ante Dios por la revalidación del nacimiento, vida, muerte y
resurrección de Cristo en la experiencia mística más bien que por su obra objetiva terminada. La
localización del acto salvador quedó removida del Cristo de la historia al corazón humano mismo. Si el
acto salvador de Dios ocurre en el corazón del creyente, es sumamente lógico que la iglesia utilice los
sacramentos para anunciar su santidad y para testificar de la vida hallada en sí misma.

La acentuación en la predicación apostólica recayó sobre el acto salvador de Dios en Cristo. Sin embargo,
bajo la influencia del pietismo y reavivalismo cristianos, la acentuación en el protestantismo se ha movido
cada vez más a la apropiación que el creyente hace de la salvación y a su vida renovada. Esta rotación del
énfasis, desde lo objetivo hasta lo subjetivo, ha tomado lugar tanto en el ala liberal como en el ala
conservadora del movimiento protestante. El liberalismo siempre tendió a eliminar la naturaleza histórica
del Evangelio. La iluminación del siglo dieciocho y el racionalismo crítico del siglo diecinueve
cuestionaron la naturaleza histórica de la Biblia. Schleiermacher puso a descansar toda verdad cristiana
sobre el dominio de la experiencia. La "demitologización" de Bultmann, en el siglo veinte, quita la
naturaleza histórica del Evangelio:

El corazón de la teología de Bultmann se encuentra en el significado que adscribe a la proclamación de la


kerygma, porque en el momento de la proclamación, Jesús se convierte en el Cristo para el creyente y la
encarnación queda revalidada. . El evento mesiánico no puede ser hecho presente mediante el recuerdo; no
es realmente "detallable" porque ocurre siempre de nuevo en la existencia propia.

Aún la más conservadora y nueva ortodoxia de Barth y de Brunner enseña que la revalidación toma lugar
en el "encuentro religioso" más bien que en el evento histórico. Dice Malcolm Muggeridge:

La encarnación no fue un evento histórico. . . sucede todo el tiempo. . . Hay ejemplos por todos lados. .
Solzhenitsyn.... Madre Teresa. ~

El énfasis popular evangélico en el nuevo nacimiento ("Deje que Jesús venga a su corazón") podría estar
del todo bien si fuera presentado en el contexto del acto redentor de Dios en Cristo. Pero
desafortunadamente y con frecuencia, el nuevo nacimiento mismo se constituye en el mismo acto
redentor. La gente queda colgando de su experiencia, como si esta fuera el acto que la reconciliara con
Dios. La gente piensa que el testimonio cristiano es testificar de su recién hallado amor, gozo y paz en vez
de testificar de los actos de Dios en el Cristo de la historia.

Mucho pietismo y entusiasmo subordinan hoy la obra de Cristo por nosotros a la obra de Cristo en
nosotros. El énfasis no recae más sobre la inclusión de todos los creyentes en la muerte y resurrección de
Cristo, hechas de una vez y para siempre, y en su vida de fe en ese estado. Antes bien, el "morir con
Cristo" y "resucitar con Cristo" se convierten en una comunión mística con el Cristo pneumático. Esto es
más que fe sencilla en su obrar y morir.

Existe, por supuesto, un "misticismo cristiano" verdadero, un verdadero Cristo de la experiencia. Pero el
Espíritu de Cristo siempre guía nuestra fe lejos de nuestra propia experiencia hacia el Cristo de la historia.
La obra del Espíritu es la de explicar la gloria del Cristo crucificado y resucitado. No le añade nada a la
obra de Cristo, sino que nos incorpora en ella. La evidencia de la presencia del Espíritu se verá en una
preocupación por el acto redentor de Dios efectuado objetivamente. Esta preocupación se hace evidente en
la predicación, escritura y testimonio.

Gran parte del "evangelicalismo" de hoy lleva sólo un ''evangelio'' de revalidación más bien que un
Evangelio de recitación. Esto también es un anticristo. Transfiere la localización del evento de salvación
desde lo que sucedió en Cristo a lo que sucede en el corazón humano. Deja la gente mirándose a sí misma
y testificando de sus propios dones carismáticos. Es una exaltación sutil del hombre religioso por encima
de Dios. Una de las mayores pruebas de que esto es malo es la repuesta acalorada que dan a los que
aceptan la realidad y necesidad de la experiencia del nuevo nacimiento, pero que rehúsan poner esta cosa
buena en lugar de la cosa mejor-a saber, la justicia de Cristo Jesús. Cuando la renovación que el Espíritu
lleva a cabo en el creyente es colocada en lugar de la justicia imputada de Cristo, o queda confundida con
la justicia de la fe, el protestantismo muere y el romanismo revive.

La Teología de Gloria

El "evangelio" de la revalidación no conduce los hombres a inclinarse ante la cruz ni a confesar ninguna
otra justicia delante de Dios que la que Jesús ya obró. En vez de esto, proclama la gloria de ser salvado por
la maravillosa experiencia de revalidar la historia de la salvación. En esto se usan los dones de Dios para
la auto-valorización. Se usan los sacramentos para celebrar lo que los hombres llegaron a ser-¡por
supuesto, que por gracia! (Porque aún el Fariseo podía dar gracias a Dios, que él no era como el
publicano).

¿No prometió Cristo poder a su pueblo? (El anticristo va asistido de un desfile de poder-como fuego del
cielo, milagros y señales [Apoc. 13:13, 14]). Jesús nos advierte: "Muchos me dirán en aquel día [el día
final]; Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre lanzamos demonios, y en tu nombre
hicimos muchos milagros? [¡Ciertamente que éste es un ministerio altamente poderoso!] Y entonces les
protestaré: Nunca os conocí; apartaos de mí, obradores de maldad" (Mat. 7:22, 23). Sí, en verdad, muchos
montarán el tren de la "gloria" hasta la perdición. Debemos precavernos de este espíritu de triunfalismo
religioso.

El Evangelio de la recitación es la teología de la cruz. Cristo llegó a la gloria mediante el sufrimiento: al


honor mediante la vergüenza, a la victoria mediante la aparente derrota. El poder de Dios fue velado en la
debilidad. Mirad esa Víctima herida y sangrante, tropezando a lo largo de la Vía Dolorosa. Su cabello está
enmarañado con sangre y sudor, su rostro ungido con los esputos de los que le rechazan. Está tan débil que
se tambalea y cae ante espectadores burlones. ¿Quién pensaría que escondido en este espectáculo de total
debilidad estaba el poder infinito de Dios, o que velada en esta vergüenza estaba la más infinita gloria?

Al menos, el Calvario debería enseñarnos la falacia de juzgar según la carne. Aquello que la carne rechaza
es glorioso a los ojos de Dios. Y "lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación"
(Luc. 16:15).

La cruz no es una medalla de honor sino un símbolo de vergüenza (Luc. 14:26, 27). Los grandes de la fe
también, "experimentaron vituperios y azotes; y a más de esto prisiones y cárceles. . anduvieron de acá
para allá, cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; de los cuales el
mundo no era digno; perdidos por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la
tierra" (Heb. 11:36-38). Difícilmente parece tal cosa una procesión triunfalista.
De acuerdo al libro de Apocalipsis los que llevan el "testimonio de Jesús" son arrastrados a las cortes, sus
nombres son tenidos como malos y su sangre derramada ante el altar. Los seguidores del Cordero no son
presentados como quienes van a la gloria en el majestuoso carruaje del honor. Van en la rechinante carreta
del estiércol de la vergüenza; hasta el panteón o a la hoguera. Sus vidas son una serie de victorias
ininterrumpidas-que no parecen tal cosa aquí, pero que se revelarán como tales en el gran más allá.

Este contraste entre la teología de la cruz y la teología de la gloria queda muy claramente demostrado en la
correspondencia de Pablo a los corintios. El espíritu que está detrás del falso evangelio fue el mismo
espíritu de auto-exaltación que engañó a Eva (2 Cor. 11:3, 4>. Los falsos maestros, a quienes la iglesia
coqueteaba, eran "sumos apóstoles" (2 Cor. 11:5; 12:11). Aquellos anunciaban su superioridad en sus
dones espirituales, milagros y otros signos de poder. Evidentemente, algunos habían aleteado hasta llegar
tan cerca del cielo que trascendían la debilidad y pecaminosidad humanas. En lo que a ellos concernía, el
estado de la resurrección era cosa del pasado (1 Cor. 15). No eran cristianos comunes, identificados aún
con esta vieja era de debilidad humana. Eran super-cristianos. A medida que se comparaban entre si,
creyeron que Pablo era débil, falto de espiritualidad e inferior. Estaban conduciendo a muchos de la
comunidad cristiana a dudar de su apostolado, especialmente porque a Pablo parecían faltarle los adornos
de poder tan evidentes en la experiencia de los superapóstoles.

En su carta a los corintios, Pablo les recuerda primeramente que la cruz es la "flaqueza" y "locura" de
Dios. Luego enfatiza su propia flaqueza y se gloria en sus debilidades:

Porque, hermanos, no queremos que ignoréis de nuestra tribulación que nos fue hecha en Asia; que
sobremanera fuimos cargados sobre nuestras fuerzas de tal manera que estuviésemos en duda de la vida.
Mas nosotros tuvimos en nosotros mismos respuesta de muerte, para que no confiemos en nosotros
mismos, sino en Dios que levanta los muertos; El cual nos libró, y libra de tanta muerte; en el cual
esperamos que aún nos librará.-2 Cor. 1:8-10.

Antes, habiéndonos en todas las cosas como ministros de Dios, en mucha paciencia, en tribulaciones, en
necesidades, en angustias; en azotes, en cárceles, en alborotos, en trabajos, en vigilias, en ayunos; en
castidad, en ciencia, en longanimidad, en bondad, en Espíritu Santo, en amor no fingido; en palabra de
verdad, en potencia de Dios, en armas de justicia a diestra y a siniestra; por honra y por deshonra, por
infamia y por buena fama; como engañadores, mas hombres de verdad; como ignorados, mas conocidos;
como muriendo, mas he aquí vivimos; como castigados, mas no muertos; como doloridos, mas siempre
gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo.-2
Cor. 6:4-10.

Porque aún cuando vinimos a Macedonia, ningún reposo tuvo nuestra carne; antes, en todo fuimos
atribulados: de fuera, cuestiones; de dentro, temores. Más Dios, que consuela a los humildes, nos consoló
con la venida de Tito. .. .-2 Cor. 7:5, 6.

Otra vez digo: Que nadie me estime ser loco; de otra manera, recibidme como a loco, para que aún me
gloríe yo un poquito. Lo que hablo, no lo hablo según el Señor, sino como en locura, con esta confianza de
gloria. Pues que muchos se glorían según la carne, también yo me gloriaré. Porque de buena gana toleráis
si alguno os pone en servidumbre, si alguno os devora, si alguno toma lo vuestro, si alguno se ensalza, si
alguno os hiere en la cara. Dígolo cuanto a la afrenta, como si nosotros hubiésemos sido flacos. Empero en
lo que otro tuviere osadía (hablo con locura), también yo tengo osadía.

¿Son hebreos? yo también. ¿Son israelitas? yo también. ¿Son simiente de Abraham? también yo. ¿Son
ministros de Cristo? (como poco sabio hablo) yo más: en trabajos más abundante; en azotes sin medida; en
cárceles más; en muertes, muchas veces. De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno.
Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y
un día he estado en lo profundo de la mar; en caminos muchas veces, peligros de ríos, peligros de
ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el
desierto, peligros en la mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchas vigilias, en
hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez; sin otras cosas además, lo que sobre mí se agolpa
cada día, la solicitud de todas las iglesias. ¿Quién enferma y yo no enfermo? ¿Quién se escandaliza y yo
no me quemo? si es menester gloriarse, me gloriaré yo de lo que es de mi flaqueza.-2 Cor. 11:16-30.
. . de mí mismo nada me gloriaré, sino en mis flaquezas.-2 Cor. 12:5.

Pablo agasaja sus lectores con un recuento de su debilidad, vergüenza y sufrimiento. Termina su
"gloriarse" con un relato de su pobre escapatoria de Damasco (2 Cor. 11:32, 33). Contemplemos este
pequeño erudito calvo y de piernas corvas siendo bajado sobre la muralla en una canasta.9 ¡Qué dignidad
tan gloriosa para presentar ante los super-apóstoles!

Desde el evento mesiánico, la nueva era del reino de Dios y la vieja era del pecado y la muerte se
traslapan. Las cosas del fin fueron inauguradas, pero no consumadas. Debemos vivir en la tensión de estar
en el reino de Dios y de poseer perfecta justicia por la fe y, con todo, estar al mismo tiempo identificados
con la vieja era de carne humana pecaminosa y muerte. No podemos trascender totalmente la
pecaminosidad humana hasta la consumación. Sólo podemos seguir adelante en la faz de mucha
tribulación (Hech. 14:22). Cuando estamos en la agonía consciente de nuestra pecaminosidad humana,
confesamos que somos justos. Y cuando estamos muriendo, creemos que tenemos vida eterna. La paz de
la fe no es una calurosa refulgencia interna, cierta clase de euforia espiritual; ni es libertad de la tensión de
nuestras propias auto-contradicciones interiores. Nuestra paz, así como nuestra justicia, es objetiva para
nosotros. Es "paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo" (Rom. 5:1). "El es nuestra paz",
porque con él está la perfecta paz entre Dios y el hombre. Por consiguiente, nuestra paz no es una paz que
provenga de ser levantados de la lucha agonizante de la situación humana. Es paz en medio del conflicto.

La falsa teología de la gloria rechaza este camino de fe. Quiere trascender la lucha agonizante de Romanos
7:14-25. Quiere confesar, en vez de la confesión no restringida de la debilidad y pecaminosidad humanas,
nada sino paz interior, victoria y poder. Muchos piensan que tal cosa es consistente con la fe en un Dios
Todopoderoso. Pero cuando la iglesia intenta alcanzar la gloria que ha de ser, prematuramente, se torna en
una iglesia orgullosa, arrogante y triunfalista que mata y quita la paz de la tierra (Apoc. 6:1-11).

Gran parte de la carismanía que vemos hoy ejemplifica la teología de la gloria. Si fuera una manifestación
del Espíritu de Cristo, no conduciría a una confesión que suena sospechosamente como la de los
orgullosos superapóstoles de la iglesia de Corinto. Si pudiéramos tomar prestadas algunas palabras de
Barth diríamos: "¡Cuán amplio abismo separa [esta] actitud hacia la religión, de héroe conquistador, de
ese disgusto humano con uno mismo, marca característica de la verdadera religión!"Io

Un triunfalismo petulante acompaña con frecuencia la afirmación de ser salvo y renacido. Carece del
punzante sentido de la pecaminosidad humana que los hombres de Dios sienten cuandoquiera son tocados
por un sentido de la gloria divina. (Isa. 6:1-8). Si la espectacularidad descarada del evangelismo televisado
es representativa del evangelicalismo; si el espíritu de la construcción de un imperio evangélico es
representativa de ello, debemos decir luego que la teología de la gloria es la pasión de gran parte del
protestantismo.

Los asuntos ante la iglesia hoy día no son meros asuntos de cómo interpretar unos pocos textos. Siempre
existirán diferencias interpretativas. No debemos caer en un perfeccionismo teológico, como tampoco en
un perfeccionismo ético. Sin embargo, estamos hablando de dos acercamientos diferentes a la Biblia y al
cristianismo. De hecho, hablamos de dos religiones diferentes para las cuales no hay esperanza de
reconciliación. El asunto trasciende las fronteras denominacionales y sectarias.

O montamos hasta la perdición el carruaje espléndido de la gloria, o montamos hasta la gloria la carreta
del estiércol de la humildad. No puede predicarse la cruz sin ofensa, aún dentro de la iglesia cristiana. El
evangelio y el triunfalismo religioso son absolutamente incompatibles.

1. La abominación desoladora, o el hombre sin ley, es obviamente una identidad religiosa. Aplicada a la
era cristiana, es aquello que suplanta al Evangelio (Dan. 8:11-13; Mat. 24:14, 15).
2. Este pasaje apocalíptico es simbólico. Algunos expositores no toman los cuarenta y dos meses como
meses literales, sino como meses 'proféticos". Aquí no discutiremos tal punto. Solamente llamaremos la
atención al principio de que el periodo de tiempo corresponde al periodo del ministerio de Cristo.
3. John Navone, The Gospel Truth as Re-enactment", Scottish Jaurnal of Theologv, 29, no 4. (1979): 333
4. Ibid., pág. 323.
5. Piet. F. Fransen, Sacraments as Celebrations", Irish Theological Quarter¿y, 43, no. 3 (t976): 167.
6. Martin Chemnitz, Examination of the Counc~l of Trent. parte 1, pág. 491.
7. Daniel L. Deegan. Reseña del libro Christ Without Myth, de Schubert. M. Ogden, Scottish Journal of
Theology, 17, no. 1 (marzo 1964): 86-7.
8. Malcolm Muggeridge, "What Is the Christian Alternative?" These Times, Feb. 1978, pág. 15.
9. Así es como lo presenta la tradición. Probablemente su apariencia física no era muy impresionante (2
Cor. 10:10).
10. Karl Barth, The Epistie to the Romans, pág. 263.

La Restauración del Evangelio

Toda la historia lleva las señas de Cristo. Los eventos del Antiguo Testamento, con su patrón repetitivo de
cautividad y restauración, apuntan hacia el acto final de juicio y liberación en la muerte y resurrección de
Cristo. La historia de la salvación alcanza su fin (telos) en el evento mesiánico, y se concentra en
Jesucristo. Toda la corriente de los eventos antiguotestamentarios-la creación, el diluvio, el éxodo, el
exilio babilónico y la liberación subsiguiente-se resume y recapitula en Aquel que es el Señor de la
historia. La historia no sólo alcanza su fin en Jesucristo, sino que alcanza también en él un nuevo
comienzo. El Cordero que murió y vive de nuevo toma en sus manos el libro del destino humano (Apoc.
5:1-6). Toda la historia entre la resurrección y la consumación está en las manos de Cristo y lleva las señas
de Cristo. Ese es el testimonio del libro de Apocalipsis. A pesar de sí mismo, aún el an11 ticristo da
testimonio de Cristo. Imitando a Cristo (Apoc. 13:1-10) da testimonio de Cristo. No podría haber ni
siquiera un anticristo si no hubiera un Cristo.'

Los que son bautizados en la historia sagrada de Cristo por el Espíritu, llevan las señas de Cristo. En su
historia finita, comparten sus sufrimientos. El libro de Apocalipsis los presenta como siendo condenados y
tratados a la semejanza de su Maestro. Se los conduce a la victoria mediante el extraño camino de la
aparente derrota.
El Evangelio también lleva las señas de Aquel que fue la Palabra hecha carne. Los dos testigos de
Apocalipsis 11 son muertos "en las plazas de la grande ciudad... donde también nuestro Señor fue
crucificado" (Apoc. 11:8). Todo este capítulo lleva una sorprendente analogía a la muerte y resurrección
de Cristo. El Evangelio, al igual que los que lo llevan, es pisoteado, echado fuera y puesto a muerte. Pero
eso no puede ser el final del drama. Dado que Cristo se levantó, el poder de su resurrección obra en la
historia. Por lo tanto, el Evangelio es resucitado. El triunfo de la verdad es como la aparición del sol al
mediodía, y toda la tierra queda iluminada con la gloria de Dios (Apoc. 18:1).

Vimos en nuestro capitulo anterior cómo la iglesia primitiva recapituló la caída de Eva (2 Cor. 11:2-4) y la
caída del antiguo Israel. La era apostólica fue seguida por una nueva cautividad babilónica (Apoc. 11:2,
3). Pero la era cristiana no sólo recapitula los grandes cautiverios del Antiguo Testamento. Recapitula
también la salida israelita de Egipto y de Babilonia. Por ejemplo, Apocalipsis 7 refleja el éxodo. Así como
la sangre pascual protegió a las tribus de Israel, también "el sello del Dios vivo" protegerá de la ira
venidera al nuevo Israel. Apocalipsis 18:1-4 con su clamor: "¡Caída es, caída es la grande Babilonia! . . .
Salid de ella (éxodo) pueblo mío", alude tanto al éxodo como a la restauración post-exílica. El libro de
Apocalipsis nos muestra que la historia cristiana no sólo lleva las señas de la cruz, sino las señas de la
resurrección. Justamente como los eventos de la historia antiguotestamentaria señalan al futuro, a la
muerte y resurrección de Jesús, los eventos de la era cristiana apuntan al pasado hacia lo mismo.

Si el Evangelio apostólico ha de resucitar, esta dispensación no concluirá con menor manifestación del
pode del Evangelio que la que señaló su apertura. Acompañado de la efusión del Espíritu de Dios, que se
asemeja a las abundantes lluvias vernales, el Evangelio eterno iluminará la tierra con la gloria de Dios y
preparará la iglesia para la venida del Hijo del Hombre (Apoc. 14:6; 18:1; Isa. 60:1-3; Joel 2:23-28).

La Profecía de la Restauración del Santuario en Daniel.

Creemos que el gran cautiverio y restauración del cristianismo están presentados en la profecía de Daniel
respecto de la contaminación y restauración del santuario.

Aún contra el príncipe de la fortaleza se engrandeció compárese con 2 Tesalonicenses 2:4], y por él fue
quitado el continuo sacrificio, y el lugar de su santuario fue echado por tierra. Y el ejército fuéle entregado
a causa de la prevaricación sobre el continuo sacrificio: y echó por tierra la verdad, e hizo cuanto quiso, y
sucedióle prósperamente. Y oí un santo que hablaba; y otro de los santos dijo a aquél que hablaba: ¿Hasta
cuándo durará la visión del continuo sacrificio, y la prevaricación asoladora [compárese con Mat. 24:15]
que pone el santuario y el ejército para ser hollados? Y él me dijo: Hasta dos mil y trescientos días de
tarde y mañana; y el santuario será purificado. -Dan. 8:11-1

La iglesia cristiana perdería mucho si abandonara esta gran profecía al manejo de los que se entregan a
interpretaciones proféticas esotéricas. Sabios eruditos han demostrado que este pasaje representa el punto
culminante del simbolismo en el libro de Daniel. Aún Cristo se refiere a este pasaje en su discurso del
Monte de los Olivos y nos exhorta a estudiarlo (Mat. 24:15).

La profecía de Daniel, de la contaminación del santuario y de su consagración es el corazón de la historia


del pacto. Consideremos primeramente su contexto histórico. Los babilonios habían invadido a Judea y
llevado el pueblo escogido al exilio. Daniel fue uno de esos cautivos. En su tierra nativa, el santuario,
centro mismo del culto religioso, yacía en ruinas. Sin embargo, Daniel creía que este juicio de Dios no era
el fin total. Se aferró a la promesa dada por medio de Jeremías de que Dios restauraría los lugares asolados
(Jer. 33:10-12). La profecía del santuario restaurado de Daniel va paralela a la profecía de Isaías respecto
del nuevo éxodo (Isa. 40-45); a la de Ezequiel respecto del nuevo templo (Ezeq. 40-48) y a la de Jeremías
respecto del nuevo pacto (Jer. 31).
Pero este drama del exilio babilónico y de la restauración es sólo un pedazo de la tela de la historia de la
salvación. La cautividad babilónica repite la primera cautividad del Edén. Daniel 8:11-14 expresa la
verdad de todo el drama de la historia de la salvación, desde el Edén perdido hasta el Edén restaurado.
Cuando estudiamos la caída de Adán, estamos viendo el primer cautiverio del pueblo del pacto bajo el
verdadero rey de Babilonia. Esto fue, de hecho, la destrucción y contaminación del santuario. Génesis
3:15 representa la primera promesa de que los cautivos serían librados, la santidad quedaría vindicada y la
verdadera adoración a Dios restaurada.

Vemos el mismo patrón de desolación y liberación en la epopeya del diluvio. Lo vemos nuevamente en la
esclavitud a Faraón y en el éxodo de Egipto. Y vemos otra vez este patrón de muerte y resurrección en la
historia del exilio babilónico. Los ejércitos desoladores de Nabucodonosor fueron instrumentos del juicio
de Dios. Sión fue desposeída de sus hijos. Con todo, Dios prometió a través del profeta: "volverán de la
tierra del enemigo" (Jer. 31:16). (¿Quién no puede ver en tal lenguaje una figura de la resurrección?).
Jerusalén yacía en ruinas; pero Isaías declaró: "Serás edificada" (Isa. 44:28). El pueblo de Dios fue echado
a un lado como una esposa abandonada; pero Dios prometió traerla de vuelta (Oseas 2:14-23).

Muchos comentaristas han visto en la profecía de la profanación y vindicación del santuario de Daniel una
figura del tiempo de los Macabeos para el año 170 AC. El rey siríaco, Antíoco Epífanes, sujetó el pueblo
judío a un período de persecución cruel. El fanático monarca siríaco trató de destruir el judaísmo. Profanó
el templo, degollando un puerco en el altar y suspendió los servicios diarios. Después de una resistencia
judía heroica, este desolador fue echado y llegó a un fin instantáneo. En medio del gran regocijo, los
judíos rededicaron el santuario en lo que llegó a conocerse como la Fiesta de la Dedicación-festividad
observada aún en el tiempo de Cristo. Los comentaristas se hallan en lo correcto al observar una
correspondencia entre Daniel 8 y estos eventos. Pero están equivocados cuando sugieren que Antíoco
agota el simbolismo de "la abominación desoladora".

Seguramente que debe quedar claro que Daniel, como libro apocalíptico, se enfoca sobre un evento
escatológico. Cierto es que los eventos locales en la Palestina pueden estar dentro del alcance de su visión.
Pero igual que los profetas del Antiguo Testamento, provee una interpretación simbólica y escatológica de
la historia. Difícilmente podríamos equivocarnos, no viendo que Daniel escribe acerca del fin del mundo y
de la venida del reino eterno de Dios.

La corriente de la historia, con su patrón repetitivo de asolamiento y liberación, alcanza su fin o meta en
Jesucristo. En él se reúne y concentra toda la historia de la salvación. El fue Adán, Israel y el Templo. En
su muerte, el juicio de ira cayó sobre Adán, las maldiciones del pacto fueron llevadas por Israel y vino la
destrucción sobre el Templo (Juan 2:19). Pero en la resurrección de Cristo, el juicio divino del perdón
restauró el dominio perdido de Adán, sacó a Israel de la tierra de servidumbre, libró a su Siervo Elegido de
Babilonia y restauró el Templo a su justo estado. Que Cristo cumple aún la profecía del santuario
restaurado, queda claro de una comparación entre Daniel 8 y 9. El ángel Gabriel dice explícitamente a
Daniel que el capítulo 9 es una explicación de Daniel 8 (compárese Daniel 8:14-16, 26, 27 con 9:20-23).
Y la sustancia de Daniel 9 es la Persona y obra del Mesías.

Setenta semanas [sietes] están determinadas (Heb Jathak:‖cortar‖, ―dividir‖, los rabinos de la antigüedad
le daban el significado de ―amputar‖) sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para acabar la
prevaricación, y concluir el pecado, y expiar la iniquidad; y para traer la justicia de los siglos, y sellar la
visión y la profecía y ungir al Santo de los santos.-Daniel 9:24.

Hay más en la verdad de la visión que la manipulación de números misteriosos y que la computación de
tiempo. La obra del Mesías es la sustancia de la profecía. Daniel 8:14 puede traducirse así: "Luego
quedará vindicada la santidad". Esto se llevó acabo en la obra terminada de Cristo y su resurrección de
entre los muertos. E escribiendo sobre el significado de la resurrección, A. M. Hunter
dice:

Podemos comenzar diciendo, que la resurrección significa la vindicación de la justicia. Porque considérese
que si la historia de Jesús hubiera terminado en la cruz habría sido una severa y perfecta tragedia y, lo que
es más, prueba de que no hay rima ni razón en el universo. Aquí (poniéndolo en los términos más
sencillos) teníamos un Hombre con una visión no oscurecida de la verdad moral, un hombre que no sólo
confió totalmente en Dios, sino que arriesgó todo por la fe en él, e hizo el experimento final, el
experimentum crucis. Si esa vida quedó en las tinieblas totales, no hay "amigo más allá del fenómeno",
como creía él, sino sólo, como dice la frase de Hardy "la vasta imbecilidad". El Nuevo Testamento habla
muy diferente. Declara que cuando Jesús descansó su vida en Dios, la naturaleza repercutió y sonó ante su
aventura de fe. Dios lo levantó de los muertos, Dios vindicó a su Hijo, y al vindicarlo, vindicó su justifica.

Pero aún, en forma más específica, la justicia divina fue vindicada por la resurrección. En la Biblia
(salmos, 2 Isaías, San Pablo, etc.) la justicia de Dios es otro nombre para la salvación, de la cual Dios es el
Autor-expresa el propósito salvador de Aquel cuya característica es 'enderezar las cosas" para su pueblo.
Ahora bien, el hombre que hizo el experimentum crucis fue uno que incorporaba en sí mismo, en forma
única, aquel propósito de Dios. Era el Hijo del Hombre, venido en el nombre de Dios, para "buscar y
salvar lo perdido". El creyó que si los "muchos" habrían de ser "rescatados", debía poner su vida como
Siervo Mesías. Así que, incorporando en sí mismo ese propósito y haciéndose a sí mismo uno con los
pecadores, Jesús fue a la muerte, ¿Estaba él engañado? La tradición, en su forma más antigua (1 Cor.
15:4), dice que Dios lo levantó-con todo lo que eso representa-de la tumba al tercer día. La resurrección es
el acto de hacer manifiesta mediante la victoria del propósito salvador divino, que llevo a Jesús hasta la
cruz.2

Echando por Tierra el Evangelio

Jesús, Pablo y Juan no consideraron que Antíoco Epífanes agotaba el simbolismo de la abominación que
causa desolación. Vieron a este desolador como una fuerza reconocible dentro de la dispensación cristiana
(Mat. 24:15; 2 Tes. 2:3-11; Apoc. 13:5-7). Faraón, Senaquerib, Nabucodonosor, y Antíoco Epífanes son
meramente sus precursores históricos. Después de haber sido derrotado por la resurrección de Cristo, el
enemigo enfiló sus armas de guerra contra la iglesia cristiana y contra el santo Evangelio (Apoc. 12:10-
17). Vino una apostasía, y la luz del Evangelio apostólico quedó eclipsada. Como dice Daniel:

Por el fue quitado el continuo sacrificio y el lugar de su santuario fue echado por tierra. Y contaminarán el
santuario de la fortaleza, y quitarán el continuo sacrificio, y pondrán la abominación espantosa.-Daniel
11:31.

Las palabras traducidas "continuo sacrificio" vienen del hebreo tamid, que significa "continuo". Se refiere
a los servicios diarios o continuos del templo, los cuales, según el escritor de Hebreos, eran una parábola
del Evangelio de Cristo. El verdadero continuo era el "Evangelio eterno". Esto queda insinuado también
en Mateo 24:14, 15, donde el Evangelio y la abominación del asolamiento son colocados en el contexto de
dos entidades echando por tierra el Evangelio. Manifiesta, mediante un milagro, la victoria del propósito
salvador divino, que llevó a Jesús hasta la cruz.2 opuestas. El desolador suplanta al Evangelio con un falso
evangelio.

La pregunta de Daniel 8:13, "¿Hasta cuándo [continuará esta obra de asolamiento]?" es una súplica
repetida frecuentemente en las Escrituras. Es un ruego por juicio e intervención divina. Podemos entender
el significado de la pregunta como, ¿Durante cuánto tiempo más será el Evangelio hollado bajo los
profanos pies del anticristo? La respuesta, "el santuario será purificado [traído a su justo lugar]" significa
que verdaderamente el Evangelio apostólico sería restaurado otra vez.

La restauración al final del exilio babilónico se llevó a cabo en varias etapas diferentes-etapas que podrían
identificarse con los decretos sucesivos de Ciro, Darío y Artajerjes. Sugerimos que esto nos suministra una
analogía de la restauración del Evangelio, dado que en la iglesia cristiana también ha existido una
cautividad babilónica. En la Reforma se efectuó una gran resurrección del Evangelio. Pero al confesarse la
iglesia de la Reforma como la ecclesia reformata semper reformanda, confesó por ende, que la
restauración del Evangelio no estaba completada aún y que debía llevarse adelante hasta la consumación.

Los apóstoles predicaron a Cristo desde el trasfondo del Antiguo Testamento, el cual provee el marco
histórico, legal y escatológico del Evangelio. Si el Evangelio ha de ser restaurado a su estado legitimo, ese
marco debe ser restaurado. Por lo tanto, en los próximos tres capítulos discutiremos las implicaciones de
este triple marco.

Finalmente, la profecía del Santuario restaurado alcanzará su cumplimiento en aquella consumación de la


historia de la salvación, descrita en Apocalipsis 21 y 22.

Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y morará con
ellos; y ellos serán su pueblo y el mismo Dios será su Dios con ellos.-Apoc. 21:3.

Y verán su cara; y su nombre estará en sus frentes. -Apoc. 22:4.

1. El marxismo tomó prestadas las formas de pensamiento del cristianismo, y hasta su escatología, y las
anexó a su propia filosofía. Marx tuvo un pasado relacionado con el judaísmo y el protestantismo. El error
no puede vivir a menos que esté pegado al carro de la verdad; y extrae su vida de la verdad. Para leer más
respecto a este punto véase a Hendrikus Berkhof en Christ the Meaning of History.
2. Archibald M. Hunter, Introducing New Testament Theology, págs. 58-9.

El Marco Histórico del Evangelio

El cristianismo es una religión histórica. Su Evangelio es la proclamación de un evento que sucedió en la


Palestina durante el reinado de Augusto y Tiberio César. Justamente como la confesión de la fe israelita
consistía primordialmente en una recitación de los grandes actos de Dios en su historia, así la fe cristiana
consiste primordialmente en la recitación de la gran obra de Dios en Jesucristo (1 Cor. 15:3, 4). Dice
George Eldon Ladd:

La peculiaridad y escándalo de la religión cristiana descansa sobre la mediación de la revelación a través


de los eventos históricos. La fe hebreo-cristiana se sostiene aparte de las religiones de su ambiente, porque
es una fe histórica, mientras que las otras eran religiones arraigadas en la mitología o en los ciclos de la
naturaleza. El Dios de Israel fue el Dios de la historia, o el Geschichtsgott, como lo ponen tan vívidamente
los teólogos alemanes. La fe hebreo-cristiana no creció desde las altivas especulaciones filosóficas o desde
experiencia místicas profundas. Se levantó de las experiencias históricas del viejo y del nuevo Israel. Este
hecho imparte a la fe cristiana un contenido especifico y una objetividad que la separan de todas las
demás.

La Biblia no es primordialmente una colección de las ideas religiosas de una serie de grandes pensadores.
No es primeramente un sistema de conceptos teológicos y mucho menos de especulaciones filosóficas.

La recitación de los actos históricos de Dios es la sustancia de la proclamación cristiana. 1

Si la esencia del mensaje cristiano consistiese en ideas filosóficas, verdades eternas, ideales éticos o
profundas perspectivas religiosas acerca de Dios, luego podría descartarse el marco histórico sin efectuar
ningún cambio esencial en el cristianismo. Pero el cristianismo se sostiene o cae sobre la veracidad del
relato de que Jesús de Nazareth vivió, murió y resucitó.

A lo largo de la historia de la iglesia ha habido la tendencia de desprender, de una u otra forma, el Nuevo
Testamento del Antiguo Testamento y quitar, de esta forma, la naturaleza histórica del Evangelio. Pero
cuando se empuja a un lado el elemento histórico, el mensaje del Nuevo Testamento queda seriamente
distorsionado. Se torna tan individualista, internalista, espiritualista y racionalista que pierde su contacto
con la tierra.

El Liberalismo

El racionalismo y la así llamada Iluminación, tanto como gran parte de la crítica moderna, socavan la fe en
el carácter histórico de la Biblia. El liberalismo y la nueva ortodoxia concluyeron que colocar la fe en el
carácter histórico de la Biblia era una aventura demasiado arriesgada. Eventos tales como la caída del
hombre, el diluvio, el éxodo, el nacimiento virginal y la resurrección corporal de Jesús fueron
considerados como mitos que incorporaban verdades eternas espirituales.

El elemento supremamente importante no fue la historia de la natividad, sino el nacimiento de la buena


voluntad en el corazón; ni la resurrección actual de Cristo, sino el despertar de los hombres a la fe
mediante un encuentro personal con Dios. Es verdad que la santa historia de la Biblia puede usarse como
medio para despertar la conciencia religiosa del hombre. Pero desafortunadamente el elemento importante
de este acercamiento no fue la santa historia de Jesucristo, sino su revalidación en la experiencia
individual presente.

Pietismo, Reavivalismo y Pentecostalismo

Es muy fácil para los cristianos de una persuasión más conservadora infamar a los liberales. Pero la
verdad es que los movimientos conservadores tales como el pietismo, el reavivalismo y el pentecostalismo
han tendido también a subordinar el elemento histórico del cristianismo a una experiencia personal. El
pietismo con su énfasis sobre la piedad interna, el reavivalismo, con su preocupación por la dramática
experiencia de conversión, y el pentecostalismo, con su énfasis sobre la obra interna del Espíritu Santo,
han tendido a internalizar el contenido esencial del mensaje cristiano.

Sería erróneo no tomar en cuenta los beneficios de estos movimientos, que han ministrado a Cristo a la
experiencia de miles. En muchos aspectos han sido una reacción benéfica contra una ortodoxia seca y un
árido intelectualismo en la iglesia. Pero debemos cuestionar su tendencia de hacer que el Evangelio suene
sospechosamente como la proclamación del gran acto de Dios "en mi experiencia".
Es fácil pensar que eventos que ocurrieron siglos ha son demasiado impersonales por estar tan distantes.
Algo que nos toque directamente como una experiencia de "Cristo en el corazón" o ser "llenos del
Espíritu" puede parecer más real que la recitación de una historia aparentemente muy lejana de nuestra
situación presente. Después de todo, ¿no dijo el apóstol Santiago que una mera creencia histórica es inútil?
("Aún los demonios creen y tiemblan"-Santiago 2:19; compárese con 2:14-16).

No cuestionamos la importancia del Espíritu Santo. Su obra es justamente tan necesaria para nuestra
salvación como la muerte de Cristo en la cruz. El asunto es la naturaleza de la obra del Espíritu. El no fue
enviado para añadirle a la obra de Jesucristo y crear así una tensión entre la obra de Dios por nosotros y su
obra en nosotros; tensión entre el acto histórico de redención y la experiencia de Cristo en el corazón.
Existe un verdadero "misticismo" cristiano o unión con Cristo. Hay un nuevo nacimiento y bautismo en el
Espíritu Santo, sin el cual nadie puede ser salvo. Pero esta experiencia no es independiente y ni siquiera
suplementaria, a la santa historia de Jesucristo. El Espíritu es dado para bautizar o incorporarnos en la
santa historia de Jesucristo. Por la fe vienen a ser nuestras su vida, muerte, resurrección y ascensión.

Tomar el nuevo nacimiento o la vida llena del Espíritu y darle significado aparte de la santa historia de
Jesucristo es un enredo positivo. De hecho, no es cristiano. Somos renacidos cuando el Espíritu nos
incluye en la santa historia de Jesús en tal forma que participamos en la nueva creación que tomó lugar en
él. Estamos llenos del Espíritu cuando nos sumergimos de tal forma en la santa historia de Jesús que esto
llega a ser el único jeto en que nos gloriamos. No podemos escribir una nueva historia que nos haga
importantes a los ojos de Dios. Sólo hay una historia que cuenta delante de Dios, y es obra del Espíritu
incluirnos gratuitamente en ella-así como todo verdadero israelita estaba incluido en el éxodo, aunque
hubiera nacido miles de años después.

Esta relación entre la historia sagrada de Jesús y el Espíritu es un aspecto singular de la religión cristiana.
Lleva consecuencias profundas y prácticas.

1. Elimina un individualismo no bíblico. Todo creyente es bautizado por el Espíritu en la única historia
santa (1 Cor. 12:13). Cada persona llega a formar parte de la comunidad redimida, donde todos comparten
la dignidad de una santa historia. Justamente como ningún judío podía gloriarse en su éxodo privado, sino
que sólo podía vivir agradecido de que estaba incluido en aquel éxodo compartido por la comunidad
completa, así también, cada creyente participa en aquella vida, aquella muerte y aquella resurrección que
cuentan delante de Dios. No hay superioridad ni inferioridad en esta comunidad. Todos tienen una justicia
delante de Dios. La idea de estar un cristiano refiriendo a otros su excitante historia santa, mientras estos
se embelezan con envidia de su experiencia, es una ofensa al Evangelio de Cristo. La iglesia es una
asamblea. Es una comunidad que se reúne en derredor de la santa historia de Jesús como les es
representada en el Evangelio y los sacramentos. Todos tienen una comida y una bebida espiritual.

2. El Espíritu no da a ninguno un conocimiento de Dios en una experiencia privada, reemplazando el


conocimiento de Dios dado en Cristo y éste crucificado. Dios ha dado la revelación completa y final de sí
mismo en la santa historia de su Hijo. Los que reclaman acceso a algún conocimiento adicional de Dios
mediante una experiencia mística están negando el Evangelio. En el Evangelio, los creyentes tienen igual
acceso al único conocimiento de Dios.

3. En estos días, cuando "Cristo en el corazón" puede significar toda clase de cosas, debemos estar seguros
de que el Jesús que está en nuestros corazones es el Jesús de la historia sagrada.

La única forma en que él puede estar en nuestros corazones es que nosotros atesoremos en nuestros
corazones su vida, muerte y resurrección. Cuando Pablo dijo que Cristo vivía en él, explicó cómo: "lo que
ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó, y se entregó a sí mismo por mí"
(Gál. 2:20).

Cuando se divorcia al Cristo en el corazón del Cristo de la historia, el creyente se preocupa por su propia
historia en vez de la historia divina de salvación. El subjetivismo religioso se puede constituir en la forma
más aplastante de legalismo. Dice G. W. Bromiley:

A la vez que debemos cuidarnos de exagerar, el estudio de una gran parte del evangelicalismo, de la
piedad e himnología modernas, revela cuán seria es la influencia que han tenido sobre el evangelicalismo
las fuerzas combinadas del pietismo, Schleiermacher y Kant, p. ej. en el énfasis sobre la centralidad de la
decisión, sobre el creyente y su estado emocional, y aún sobre procedimientos sicológicos. Se usa el
material bíblico, pero con un énfasis y en una proporción muy diferentes de aquellas de la Biblia, de modo
que el resultado queda muy distante de ser bíblico. Porque una teología no puede ser genuinamente
bíblica, sea como sea de sana su doctrina acerca de las Escrituras, o como sea de estricto su uso del
material escritural, si alcanza un énfasis subjetivo, y por lo tanto antropológico, más bien que objetivo y,
por ende, cristológico y teológico.2

4. El Evangelio del Nuevo Testamento puede llamarse "Evangelio objetivo", porque anuncia una
salvación basada en algo que ya tomó lugar en la historia. El creyente no tiene defensa en contra del
legalismo subjetivo a menos que el Espíritu le enseñe que su posición ante Dios, tanto ahora como en el
juicio final, está basada en ese evento histórico concreto, completamente fuera de su propia experiencia.
Esta no es la negación de la experiencia cristiana sino el reconocimiento de que es el resultado de algo
más fundamental. El que hace de su propia experiencia la cosa principal es como el hombre que busca la
alegría. El Espíritu que viene a nosotros, vestido en el Evangelio nos enseña a encontrar nuestra
satisfacción en la vida y obra de Otro. Esto nos capacita para abandonarnos a nosotros mismos al reino de
Dios. Esa es la esencia de una genuina experiencia.

Ortodoxia

Indudablemente que Ladd está en lo correcto cuando dice:

Tradicionalmente, la teología ortodoxa subestimó, o al menos enfatizó pobremente, el rol de los actos
redentores de Dios en la revelación. El ensayo clásico religioso de B. B. Warfield reconoce el hecho de la
revelación a través de la instrumentalidad de obras históricas, pero subordina completamente la revelación
mediante actos a la revelación en palabras.3

Todas las grandes doctrinas de la Biblia deben colocarse en el marco histórico de la Biblia. Las grandes
palabras y conceptos del Nuevo Testamento tienen su raíz en la historia del Antiguo Testamento. Ignorar
estas raíces históricas y desarrollar una teología novotestamentaria aislada de su trasfondo histórico,
distorsiona el mensaje cristiano. Esta es la razón por la cual las teologías clásicas sistemáticas no son
adecuadas. Subordinan la revelación dada en los actos divinos a la revelación en proposición ("revelación
proposicional"). Tienden a abstraer la teología de su lugar histórico y a colocarla en un marco racionalista.

El período que siguió a la Reforma fue el período del escolasticismo protestante. La fe quedó ubicada en
un marco racionalista, que en muchos aspectos fue un retorno al escolasticismo medieval. La ortodoxia
estuvo tan interesada en la metafísica y en la sistematización como en el Evangelio bíblico
verdaderamente histórico. Su característica distintiva fue el pensamiento abstracto especulativo. Fue
griega más bien que hebraica. Brian G. Armstrong señala que en el siglo diecisiete, la justificación por la
fe fue "ciertamente una segunda consideración en la ortodoxia reformada".
Y en el continuo debate con el catolicismo romano, se debatió sin fin toda clase de tópicos-la
transubstanciación, la confesión auricular, los signos de la iglesia, la autoridad de la iglesia, las Escrituras,
etc.-pero casi nunca la justificación. Uno encuentra literalmente cientos de relatos de conferencias entre
prominentes eclesiásticos protestantes y católicos, pero aún no hemos hallado en el siglo diecisiete uno
que llevara por tema la justificación.4

En la ortodoxia reformada que siguió a Calvino, la teología fue desarrollada en un marco racionalista y
especulativo mas bien que histórico. Un concepto filosófico y lógico de la predestinación fue movido al
centro y punto de partida de un sistema dogmático. Luego, este concepto se infiltró a sí mismo a través de
las doctrinas acerca de Dios, del hombre, de Cristo, de la salvación, etc.

Lentamente retrocedió el calvinismo a una expresión religiosa que se parecía mucho a la forma de
pensamiento escolástico medieval más que al pensamiento de los primeros reformadores

Como quiera, debemos decir que, en general, el escolasticismo, y no la teología de Calvino, prevaleció en
el protestantismo reformado. .

La razón y la lógica aristotélica fueron elevadas en Beza hasta una posición igual a la de la fe en la
epistemología teológica....

Todo el programa teológico de Beza muestra una seria desviación del de Calvino;

El protestantismo quedó ensillado con una doctrina de elección que no tiene raíces en la santa historia del
Antiguo Testamento. No se permite a Dios expresar su libertad soberana mediante sus actos en la historia
santa, sino que se lo aprisiona dentro de los cánones de la lógica humana. ¡Todo por el interés de proteger
su soberanía! Un Dios que puede contenerse en los cánones de la lógica humana, aunque sea buena lógica
reformada, queda privado de su soberanía y de la libertad de su personalidad infinita. Los decretos
supralapsarianos de la teología calvinista no fueron hechos en el cielo sino en Holanda.

La otra corriente mayor del protestantismo movió la cena al centro de su sistema teológico. Luego
procedió a defenderla con un fervor escolástico que se igualaba al calor de la defensa calvinista del
"decreto terrible". Los intereses más queridos de las dos ramas mayores de la Reforma opacaron el
Evangelio de la justificación por la fe para vida eterna por la obra de Jesucristo. Igual que la doctrina
reformada de la elección, la doctrina escolástica de la cena no fue ubicada en el marco
antiguotestamentario de los sellos y signos. Toda verdad mayor evangélica tiene sus raíces en el Antiguo
Testamento. Toda expresión mayor del Nuevo Testamento tiene un trasfondo antiguotestamentario.
Cuando se divorcia el Evangelio del Nuevo Testamento de su trasfondo antiguotestamentario y se le da un
trasfondo escolástico, debe esperarse que sufra una distorsión.

La ortodoxia protestante exaltó el elemento racional del cristianismo al nivel de la fe. Luego comenzó a
opacar la fe. El escolasticismo protestante engendró al racionalismo y el racionalismo engendró al
liberalismo. El liberalismo niega el carácter histórico de la religión bíblica y reduce el cristianismo a las
así llamadas "verdades eternas", desmembradas de los actos concretos de Dios en la historia.

Conclusión

Para concluir este capitulo, volveremos a exponer nuestra tesis: Si el Evangelio apostólico ha de ser
restaurado, debe restaurarse su marco histórico. Hay signos alentadores de que algunos eruditos cristianos
en diferentes sectores de la iglesia, se están moviendo en esta dirección. Podríamos mencionar las obras de
Oscar Culíman (Christ and Time), de George Eldon Ladd (A Theology of the New Testament), de G.
Ernest Wright (God Who Acts), y de Leonhard Goppelt (Apostolic and Post-Apostolic Times). Dentro del
calvinismo hay un movimiento que examina críticamente su propia tendencia de colocar la teología en un
marco racionalista. Se está apreciando mejor a la Biblia por lo que es-un libro escrito por hombres
empapados en la historia del Antiguo Testamento, los cuales interpretaron el acto de Dios en Cristo, en el
marco de esa historia.

1. George Eldon Ladd, "The Knowledge of God: The Saving Acts of God", cap. 2 en la edición de Carl. F.
H. Henry, Basic Christian Doctrines, págs. 7-8, lo.
2. G. W. Bromiley, Sacramental Teaching and Prac tice in the Reformation Cha rches, pág. 55.
3. Ladd, "Knowledge of God, pág. 9.
4. Brian G. Armstrong, c'alvinism and the Amyraut Heresy: Protestant Scholasticism and Humanism in
Seventeenth-Century France, págs. 223-24.
5. IbId., págs. 15, 37, 39.

El Marco Legal del Evangelio

Hablar mucho de "marco legal" y "Evangelio" puede sonar como contradicción en terminología. Algunos
han tratado de despojar, en el nombre de la gracia, al mensaje del Nuevo Testamento de todas las
categorías de pensamiento legal. Debido a que igualan las cosas legales al legalismo, desvisten al
Evangelio de su verdadero marco bíblico.

Con todo, el legalismo es la perversión de la ley. El legalismo realmente no es legal, sino ilegal. El
hombre que piensa satisfacer las demandas de la ley mediante su obediencia imperfecta no está haciendo
lo que es legal, sino lo que es ilegal. La ley lo condena, no porque la guarde, sino porque no la guarda. El
fracaso de discernir la diferencia entre lo que es verdaderamente legal legítimo, justo, recto-y el legalismo
ha hecho mucho daño en la comunidad cristiana. Ha creado mucha falta de respeto hacia la ley en general.

La revelación general hace auto-evidente que vivimos en un universo estructurado bajo el gobierno de
leyes. Todos deben vivir dentro de los parámetros de la ley o perecer. La revelación especial nos confronta
con un Dios que tuvo tanto respeto por el gobierno de la ley moral que derramó su propia sangre en la
persona de Cristo, para que los pecadores pudieran ser perdonados justicieramente.

En la Biblia se presenta constantemente la relación entre Dios y su pueblo en un contexto jurídico. Esa
relación está fundada en un pacto, y un pacto es una concepción legal. Dios lleva a cabo los términos del
pacto con fidelidad indesviable. Con toda seguridad, el Calvario es una prueba de ello.

El Nuevo Testamento no descarta las categorías de pensamiento legal. Pablo explica el significado de la
expiación, utilizando numerosas metáforas legales. Su pensamiento se mueve dentro del marco de la ley
antiguotestamentaria. El Evangelio de Juan está presentado en el escenario de una corte legal hebrea. La
terminología jurídica permea su mensaje. Aun la obra del Espíritu está dada en un contexto legal (a él se
lo llama el Parakleto-uno que actúa como consejero en una corte para la defensa). A la vez que las
metáforas legales no son las únicas usadas en el Nuevo Testamento, predominan abundantemente. En vez
de unirnos a la estampida que huye de las categorías forenses del relato novo testamentario, debemos
llegar a un acuerdo con ellas. Justamente como Lutero descubrió que Dios esconde su misericordia en la
ira, su poder en la debilidad y su bondad en la severidad, nosotros también podemos encontrar que Dios
esconde las maravillas de su gracia en obras que satisfacen las más estrictas demandas de la jurisprudencia
divina.

Nos gustaría sugerir varias formas, por las cuales la gracia de Dios obtiene prominencia mediante el marco
legal del Evangelio.

1. La Biblia hace uso efectivo de la ley y del juicio para enfatizar el predicamento humano. Por doquiera
el pecador se enfrenta a un Dios que lo llama a juicio y que lo tiene por responsable de sus acciones. Que
Dios habrá de juzgar al mundo y que el pecador no puede escapar del juicio divino, son axiomas
fundamentales. ". - - está establecido para los hombres que mueran una sola vez y después de esto el
juicio" (Heb. 9:27). Las certezas de la muerte y del juicio final son tan abrumadoramente grandes que su
sombra cae a todo lo ancho del paisaje de la vida. El hombre vive obsesionado con el pensamiento de la
muerte. (¿De qué otra forma puede uno explicar el amor del hombre hacia el drama donde se presenta tan
prominentemente a la muerte?). El temor a la muerte satura toda su vida e influye en todas sus acciones
(Heb. 2:15). La conciencia humana es evidencia de la convicción indestructible del hombre, de que es
responsable ante Dios y que será juzgado. Aunque el temor a la muerte y el miedo al juicio pueden
omitirse o reprimirse mediante varios mecanismos sicológicos, arden ocultamente, deshumanizando toda
la personalidad.

Mientras el pecador trata de esconder su enfermedad, la Palabra de Dios la expone penosamente a la luz.
Hasta entonces el temor al juicio puede haber quedado enterrado como una oscura convicción latente que
el pecador no podía ni aun explicarse a sí mismo. Pero cuando la Palabra le habla, el juicio de Dios lo
confronta como un gran estallido, despertándolo a un verdadero sentido de su culpabilidad ante la ley
moral. Toda necesidad humana palidece ante la necesidad de ser justificado en el tribunal de Dios. Decir
que la justificación es la mayor necesidad del hombre no es empequeñecer la necesidad de santificación o
curación interna. Pero seguramente está claro que a menos que el pecador sea justificado, debe
permanecer inválido en el mismo centro de su existencia por miedo al rechazo (delante de Dios y de su
propia conciencia).

2. La justificación, según Pablo, es un juicio de perdón, el veredicto exonerante del Juez sobre un pecador
condenado y sin esperanza. Su significado es completamente jurídico. La doctrina paulina de la
justificación está definida en un esquema legal y jurídico (Rom. 2). Si se quita ese esquema, resulta
imposible entender lo que Pablo quiere decir por justificación. El contexto determina el significado.'
Podemos sospechar razonablemente que muchos de los esfuerzos por eliminar el contenido forense y el
intento de reproducir la doctrina de la justificación a lo largo de líneas más convenientes, están motivados
por una hostilidad profunda a la inescapable ley y juicio de Dios. Sólo aquel que predica juicio puede
predicar justificación por la fe (Apoc. 14:6, 7).

Muchos creen que los reformadores exageraron la importancia de la justificación por la fe. Pero sugerimos
que los reformadores captaron el asunto más claramente
que nosotros, dado el hecho de que en la justificación Pablo trata de las realidades fundamentales del
universo. Martin Chemnitz, que aprendió el Evangelio a los pies de Melanchton, dijo:

Pero debe considerarse diligentemente por qué el Espíritu Santo quiso exponer la doctrina de la
justificación mediante términos legales. Los hombres mundanos, seguros y de filosofía epicúrea piensan
que la justificación del pecador es algo fácil y superficial. Por esto no se preocupan por el pecado y no
buscan sinceramente la reconciliación con Dios, ni tratan de retenerla diligentemente. Sin embargo, la
naturaleza peculiar de la palabra "justificar" muestra cuánto peso y severidad conlleva la acción de
justificar a un pecador ante el estrado del juicio divino. De igual forma, la mente humana, inflada con
persuasión farisaica cuando incurre en sus propios pensamientos privados respecto de la justicia, puede
concebir un alto grado de confianza y de fe en su justicia propia. Pero cuando se presenta la doctrina de la
justificación bajo la figura de un examen, del tribunal de juicio divino, mediante un juicio en corte; tales
persuasiones farisaicas, por así decirlo, se derrumban, desaparecen y quedan desechas. Así es como la
naturaleza verdaderamente peculiar de la Palabra "justificar" preserva y defiende la pureza de la doctrina
de la justificación de la levadura farisaica y de las opiniones epicúreas. Y no se puede entender toda la
doctrina de la justificación más sencilla, correcta y propiamente, ni aplicarse a un uso serio en el ejercicio
de la fe y la penitencia que mediante una consideración veraz del significado de la palabra "justificar",
como lo demuestra el ejemplo de muchos de los padres

3. Algunas veces las Escrituras usan la justificación y el perdón más o menos en forma sinónima
(Compare Hechos 13:38, 39). Luego, ¿por qué no descartamos las categorías legales y decimos
sencillamente que Dios perdona el pecado desde la bondad de su corazón? Todo el mundo sabe lo que es
el perdón. ¿Por qué, entonces, recurrir a un concepto de justificación que, según se dice, no tiene sentido
para el hombre moderno? ¿Acaso un frío lenguaje legal no quita el calor personal del perdón divino?
Muchos están inclinados a pensar de esta forma.

Sin embargo, veremos que el Espíritu Santo tenía buenas razones para utilizar el concepto forense de la
justificación, al describir nuestra aceptación ante Dios. El perdón divino no es una mera amnistía. Dios no
se propone perdonar al pecador, señalando meramente las demandas de la ley, sino satisfaciéndolas-a un
costo infinito para sí mismo. La gracia es gratuita pero también costosa. "No se tolera ni se guiña al
pecado, la ley no queda abolida, ni la justicia de Dios violada"? Esto es lo que significa la justificación.

4. Una salvación que no esté basada en la satisfacción de la justicia divina tampoco puede satisfacer la
conciencia humana. La doctrina de la justificación por la fe nos enseña que cuando Dios salva, lo hace
justamente. Provee, por lo tanto, una base estable para la seguridad del creyente. La justificación significa
que Dios ha satisfecho la ley mediante su acto de gracia en Cristo. Esto no es legalismo. Es la única cosa
que puede destruir el legalismo. Si Dios no ha satisfecho la ley, el hombre debe tratar de satisfacerla.
Muchos intentan ganar la seguridad de salvación mediante demostraciones carismáticas, porque no han
sido enseñados que la justificación mediante la obra de Cristo es la base de su relación pactual con Dios.

5. Justificación forense significa que nuestra salvación descansa sobre una base objetiva. Como dice
Berkower:

La justificación forense tiene que ver con lo que es extra nos [fuera de nosotros], con la imputación de lo
que Cristo hizo a favor nuestro. De hecho, esta fue la disposición original de la Reforma. - - - Por esto, el
sola fide y el sola gratia encuentran en la idea de la justificación forense su más pura encarnación.4
La justificación forense de la Fórmula de Concordia no es un desliz hacia la red del orden de salvación
escolástico e intelectual; es el resultado final del deseo de mantener el sola fide, y de guardarlo puro.5

¿Es la Justificación Forense Algo Tan Frío Como el Hielo?

Osiander, uno que se apartó de la doctrina de los reformadores, satirizó el mensaje de la justificación
mediante una justicia imputada como algo "frío como el hielo". Hoy día también muchos caricaturan la
doctrina de la Reforma como un esquema frío de salvación externa.

La ironía es que aquellos que prescinden de las categorías de pensamiento legal, por necesidad de algo
más personal y cálido, destruyen el verdadero manantial de gozo. En el momento que se permite al
elemento subjetivo de la transformación del creyente introducirse en el proceso legal de la justificación, el
hombre queda despojado de un terreno objetivo de aceptación, por confundir la aceptación espiritual con
los logros espirituales. Luego, puede decirse del tal lo que se dijo de Pusey: "La ausencia de gozo en su
vida religiosa fue tan sólo el efecto inevitable de su concepto del método divino de salvar ahombre; al
apartarse de la verdad de la justificación según Lutero, se apartó del manantial de gozo".6

¿Por qué ha de pensarse que el perdón legal es hostil al gozo personal y aún a la experiencia elevada?
Imagínese un hombre en corte, esperando el veredicto del juez. Si s declarado inocente, queda libre de la
perspectiva de risión y es puesto en libertad. Más que esto, queda declarado dueño legítimo de una grande
herencia. Sus hijos, su mujer y amigos están con él y aguardan juntos el veredicto, apenas respirando. El
juez habla: "Esta corte anuncia su veredicto totalmente a favor de este hombre". Los que piensan que las
cosas legales son tan frías como el hielo, deberían contemplar esta escena de juicio. Hay allí sollozos, risa
y lágrimas de exaltado gozo. Lo que es más, este hombre puede comenzar a vivir, actuar y dormir en la
seguridad de ese veredicto judicial. La transacción legal no es hostil a una experiencia genuina. Es la base
de ella.

Juan Bunyan se encontraba bajo el peso del desaliento mientras trataba de entendérselas con los altibajos
de su experiencia religiosa. Mientras ligó su posición ante Dios con sus buenas y malas experiencias no
tuvo descanso ni de día ni de noche. Cuando meditó en la verdad de la justicia imputada, una voz pareció
decirle: "Tu justicia está en el cielo". Esta era una bendita verdad libertadora, no una doctrina "fría como
el hielo". Esta misma verdad puso a Bunyan tan excesivamente alegre que saltó de puro gozo por el poder
libertador de ella. Vió que su justicia estaba segura en el cielo. Su buen marco mental no podía hacer que
esta justicia fuera mejor, ni su mal marco mental podía dañarla. Era como el oro y piedras preciosas de un
hombre; depositados seguramente en una caja fuerte en su casa. No más confundió Bunyan su aceptación
espiritual con sus logros espirituales. La justificación forense le dio un fundamento de esperanza y se
constituyó en su gran manantial de gozo.7

La Justicia Imputada Como Amor Divino en Acción

Lejos de ser frío como el hielo, el concepto de la justicia imputada es tan cálido como el amor de Dios. Es
amor divino en acción. A fin de ilustrar esto, C. Stephen Evans se refiere a la historia de Don Quijote:

Un sencillo y gentil campesino, envejeciente y mal en su suerte financiera se imaginó ser Don Quijote
(que por supuesto no es su nombre verdadero), caballero glorioso igual a los que se suponían haber
cabalgado siglos antes en Europa. El pobre hombre ha leído tantos cuentos de la caballería andante, llenos
de caballeros de la mesa redonda, de hermosas doncellas y de otras cosas semejantes, que finalmente
abandona sus sentidos y se imagina a sí mismo ser uno de aquellos caracteres de los cuales ha leído.

Tomando consigo un tonto granjero local como su "escudero", sale Don Quijote a cumplir su llamado de
caballero andante, lo cual consiste, por supuesto, en enderezar el mal y las injusticias, ser enemigo de los
malhechores y defensor de bellas doncellas, del honor y del código caballeresco en general. Después de
una desafortunada justa con algunos molinos de viento, que el caballero toma como gigantes, Don Quijote
espía un castillo, que en realidad es un mesón, donde piensa obtener el reposo nocturno. Entre otras cosas,
Don Quijote considera en el mesón la palangana de un barbero como "el yelmo de oro de Membrino", el
cual, como caballero glorioso, debe poseer. Una conducta tal convence rápidamente a todos de que Don
Quijote está bien loco.

Viviendo en el "castillo" hay una mujerzuela ordinaria de las tabernas, Aldonza, quien se refiere de sí
misma como ramera. A los ojos de Don Quijote ella es Dulcinea, su dama, la más bella de las bellas y la
más pura de las puras. Aldonza queda francamente confusa por el trato que recibe de Don Quijote. El
caballero es respetuoso, bondadoso y aún parece adorarla. Ella parece perturbada y a la vez tocada por la
nobleza del caballero.

Mientras tanto, allá en el pórtico de la casa, las cosas no van bien. Los amigos y familiares de Don Quijote
están preocupados por su condición. El Dr. Carrasco, yerno en perspectiva de Don Quijote, está
preocupado de que los retozos de Don Quijote den a la familia un mal nombre. Carrasco epitomiza a esa
clase de persona "mundana", sagaz, que ha venido a la realidad. No siendo realmente malo, aunque
posiblemente no por encima de algunos deslices morales, no guarda otra cosa sino disgusto hacia los
imprácticos idealistas que tienen sus ojos en las estrellas, y siente la obligación de curar a Don Quijote de
su engaño.

Por terapia, escoge confrontar a Don Quijote bajo el disfraz de otro caballero, el "Caballero de los
Espejos". Desafía a Don Quijote a un combate, al cual viene armado con espejos. El espejo no miente.
Cuando el anciano se vea a sí mismo como realmente es, la verdad lo forzará a venir a la realidad. Así es
como sucede. El Caballero de los Espejos (por supuesto, Carrasco) gana la justa, y Don Quijote vuelve a
su casa como un anciano enfermo.

Pero la realidad no lleva la última palabra. Aldonza quedó tocada por la "locura" de Don Quijote. Que
alguno pudiera verla como pura y noble, como alguien que poseía valor, cambia todo su modo de verse a
sí misma. Ella siente que realmente es Dulcinea, y debe volver a ver a Don Quijote. Aún al enfrentarse él a
la muerte, se atreven a "soñar el sueño imposible". Don Quijote, el idealista invencible muere, viendo el
mundo como desea verlo, aceptándolo sólo en sus propios términos.

Esta historia ilustra la naturaleza de la justicia imputada y su poder transformador. El punto de impacto es
éste: "Que alguno pudiera verla como pura y noble, como alguien que poseía valor, cambia todo su modo
de verse a si misma".
No usamos esta ilustración para sugerir que Dios es un Don Quijote celestial. Usamos la historia en la
misma forma que Jesús usó la parábola del juez injusto. Si un juez injusto podía vengar la causa de una
pobre viuda, porque continuamente gimoteaba delante de él procurando justicia, ¡cuánto más vengará Dios
a sus escogidos que claman a él! Y si la imputación de pureza y bondad de un viejo loco podía tener un
efecto transformador sobre una desafortunada mujer, ¿qué sucederá cuando Dios mismo es el que imputa
justicia?

Hagamos un contraste ahora de cómo el Señor y Don Quijote imputan justicia al sujeto desafortunado.
Don Quijote imputó virtud a Aldonza porque estaba engañado respecto de su condición verdadera. De no
haber estado engañado por su propia imaginación, hubiera sido moralmente indiferente. Esta es la razón
por la cual la aceptación ante un ser humano produce sólo un efecto psicológico limitado. La persona
puede pensar: "Me imputa virtud y me acepta, porque no conoce realmente cuán mala soy. Si conociera
realmente la miseria de mi corazón, posiblemente no pensaría tan bien de mi"; o, "él me acepta porque es
moralmente indiferente, tanto al bien como al mal. Así que no puedo respetarlo ni a él ni a su juicio de
mi". Así es como la aceptación a través del engaño o de la indiferencia moral no pueden apaciguar la
conciencia del pecador.

El pecador debe hallar a Alguien (o ser hallado de Alguien) que no esté engañado respecto de su
condición real-Alguien que verdaderamente conozca toda la historia. Y al mismo tiempo debe ser Alguien
que no sea moralmente indiferente al mal.

Esto nos trae a una pregunta crucial: ¿Cómo puede Aquel que conoce totalmente al pecador y que es tan
ofendido por el mal, no ver en el pecador sino sólo perfecta justicia? Si Dios imputara justicia sin un
fundamento adecuado, seria un Don Quijote celestial y peor-estaría engañado o sería moralmente
indiferente. Pero él imputa justicia a todo el que cree sobre el fundamento de la obra de Cristo. Por la
expiación, Dios muestra que no es moralmente indiferente hacia el pecado, aunque ama al pecador. Al
requerir fe, muestra también su amor, no imputando justicia en contra de la voluntad misma del pecador.
El amor de Dios respeta el orden moral del universo y los derechos invariables de la personalidad.

El Evangelio es la proclamación de que Dios no quiere pensar mal de nadie y desea pensar lo mejor de
todos. Es la naturaleza del amor no pensar mal; ni guardar cuenta de los males, y pensar bien de todos (1
Cor. 13:5). La justicia imputada es amor divino en acción. Aunque es un amor justo-un amor que es
perfectamente legítimo -es a la vez la verdad que más hondamente toca el corazón en todo el universo. Es
las buenas nuevas de que pobres y miserables pecadores pueden estar delante del Todopoderoso,
reconocidos y perdonados totalmente. Nada da mayor inspiración al creyente para vivir una vida santa que
el pensamiento de que Dios lo ve como santo. Empleará todo nervio y fibra de su ser para llegar a ser lo
que es en el veredicto de Dios.

En resumen, la restauración del Evangelio demanda la restauración de su marco legal. El Evangelio puede
ser verdaderamente proclamado sólo en el contexto de la ley y del juicio.

1. Es la tendencia de la mente griega analítica (occidental) tratar de entender las cosas como son en si
mismas. Pero los escritores de la Biblia se mueven de uno a otro plano. Nada tiene significado en si
mismo-ya sea el hombre, la fe o cualquier otra criatura. Una cosa siempre está definida y puede entenderse
por sus relaciones.
2. Martin Chemnitz, Exomination of Me Cauncil of Trent, parte 1, págs. 476-47 7.
3. G. C. Berkower, Faith and Justification, pág. 93.
4. Ibid., pág. 91.
5.Ibid pág 93
6. W.H. Griffith Tbomas, The Principies of Theologv: An Introduction to the irty-Nine Articles, pág. 193.
7. véase a Juan Bunyan en Grace Abounding to the ChiefofSinners.
8. C. Stephen Evans, Despuir: A Momment or a Way of Life? págs. 82-4.

El Marco Escatológico del


Evangelio

La historia pactual del Antiguo Testamento estaba ligada a la escatología-(la doctrina de los eventos del
fin). Israel vivía en la esperanza de que el Dios que actuó en la creación del mundo, llegado el
cumplimiento del tiempo, actuaría para crear nuevas todas las cosas. Era esta esperanza del reino venidero
de Dios lo que inspiraba todo el concepto religioso de Israel.

El Nuevo Testamento anuncia la llegada de lo que el Antiguo Testamento había esperado. Por lo tanto, el
mensaje del Nuevo Testamento es totalmente escatológico. Jesús comenzó su ministerio con el
conmovedor anuncio de que, "El tiempo es cumplido, y el reino de Dios está cerca [que literalmente
significa, ―ya arribó‖ (Mar. 1:15). A. M. Hunter dice:
Era nada menos que la noticia de que "el lejano evento divino", por el cual ellos oraban, se había
proyectado en la historia. Lo que antes era puramente escatológico, ahora estaba ante los ojos de los
hombres, lo sobrenatural, hecho visible. Desde que C. H. Dodd afirmó que el verbo griego de Marcos 1:15
<engiken) lleva la fuerza de "arribó", se levantó una batalla lingüística, contendiendo los críticos de Dodd
que "está cercano" y no "arribó" es la traducción verdadera. Nosotros creemos que Dodd está en lo
correcto y que, en este lugar, (engiken) tiene la misma fuerza que el ephtasen de Lucas 11:20. Aun
aquellos que vacilan ante esta traducción aceptan usualmente el punto principal, que Jesús creía que el
Reino era una realidad presente en sí mismo y en su ministerio. De hecho, la evidencia de los Evangelios
no nos deja otra opción.

Para comenzar, ¿qué sentido tiene decir "el tiempo señalado ha arribado totalmente" si de hecho todavía el
Reino está a la vuelta de la esquina? Pero hay mucho más aún por añadir.

En pasaje tras pasaje, Jesús declara que el Reino de Dios ha llegado:

"Mas si por el dedo de Dios echo yo fuera los demonios, cierto el Reino de Dios ha llegado a vosotros"
(Luc. 11:20).

"Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, al Reino de los cielos se hace fuerza" (Mat. 11:12;
compárese con Luc. 16:16).

"El Reino de Dios entre vosotros está" (Luc. 17:21).

"Los publicanos y las rameras os van delante al Reino de Dios" (Mat. 21:31).'

En el mensaje de Jesús existe la transparente urgencia del tiempo del fin. Si generalmente hemos pasado
por alto esta urgencia es porque la demora de la Parusía nos indujo a leer las palabras de Jesús en una
forma que compromete su valor nominal

Los apóstoles también creyeron que el fin de los siglos había arribado (1 Cor. 10:11). Estamos de acuerdo
con Calvin J. Roetzel, cuando dice: "Pablo no sólo utiliza una terminología apocalíptica para la
comunicación de su Evangelio. Apropia, además, su marco escatológico".2 También dice:

El lenguaje escatológico de Pablo es penetrante. Uno queda compelido a aceptar... junto con Schoeps que
"si fallamos en reconocer que Pablo sólo vive, escribe y predica bajo la convicción inconmovible de que
su generación representa la última generación humana, no entenderemos las cartas paulinas en lo general
ni la conciencia imperante de la cual se desprenden".~

Esta es la razón por la cual muchas de las palabras y expresiones claves del Nuevo Testamento son
escatológicas-"reino de Dios", "vida eterna", "salvación", "gloria", "justificación, juicio , ira", y "justicia
de Dios". Frecuentemente, hemos fallado en comprender su significado original por haberlas desligado de
su contexto escatológico.

El Fin del Mundo en Tres Dimensiones

Existe una diferencia muy importante entre el punto de vista antiguotestamentario y el punto de vista
novotestamentario del fin. Desde la perspectiva del Antiguo Testamento, los profetas vieron el fin como
un solo evento. La venida del Mesías, la efusión del Espíritu de Dios al fin del tiempo y la gran
consumación fueron vistas como un solo evento. Sin embargo, en el Nuevo Testamento, el tiempo del fin
se despliega en tres etapas. La escatología del Nuevo Testamento es tridimensional.

La cruz, el Pentecostés y la Parusía representan el desenvolvimiento del tiempo del fin en tres etapas.
Según Dios las contempla, constituyen un gran acto de redención. Pero para nosotros, que vivimos en el
tiempo y el espacio, son etapas pasadas, presentes y futuras de las cosas del fin.

El Nuevo Testamento declara repetidamente que la cruz es un evento perteneciente al fin del mundo:

"Mas venido el cumplimiento del tiempo, Dios envió su Hijo... "-Gál. 4:4.

"[Dios] en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo... -Heb. 1:2.

... mas ahora una vez en la consumación de los siglos, para deshacimiento del pecado se presentó [Cristo]
por el sacrificio de sí mismo"-Heb. 9:26.

pero manifestado [Cristo] en los postrimeros tiempos por amor de vosotros"-1 Ped. 1:20.

También se declara al Pentecostés como un evento que pertenece al fin del tiempo. Explicando el
significado del derramamiento del Espíritu, Pedro refirió sus oyentes a la profecía de Joel, diciendo:

Y será que en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne. Y vuestros hijos y
vuestras hijas profetizarán; y vuestros mancebos verán visiones, y vuestros viejos soñarán sueños, y de
cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán. Y
daré prodigios arriba en el cielo, y señales abajo en la tierra, sangre y fuego y vapor de humo; el sol se
volverá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día del Señor, grande y manifiesto; y será que
todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo.-Hech. 2:17-21.

Los profetas del Antiguo Testamento habían descrito el fin del mundo como un tiempo cuando habría una
gran efusión del Espíritu de Dios. Esto no solo transformaría al pueblo de Dios sino también su ambiente a
la gloria de la perfección edénica. Pero Pablo declara que el don presente del Espíritu Santo es sólo las
primicias y comienzo de esa gloria venidera (Rom. 8:23; Efe. 1:13, 14). El Pentecostés es la glorificación
o la vida de la era venidera, interrumpiendo el presente. Es verdad que sólo es un anticipo, pero es tanto la
garantía del pago completo como la señal de su inminencia. ¡No es de extrañar que la comunidad
novotestamentaria estuviera esperando la Parusía en la punta de sus pies!

El Pentecostés se encuentra en la más cercana relación con la predicación del Evangelio. El Espíritu del
Nuevo Testamento es un Espíritu vestido en el Evangelio de Cristo; y cuando toma posesión de los
hombres (no que los hombres tomen posesión de él> los utiliza para la proclamación del Evangelio. De
acuerdo con el Nuevo Testamento, los hombres llenos del Espíritu no describen neciamente lo que se
siente al ser bautizados por el Espíritu Santo. Mucho menos tocan trompeta a sus dotes carismáticos. Están
tan revestidos del Evangelio que predican "por el Espíritu Santo enviado del cielo" (1 Ped. 1:12).

Por lo tanto, la venida del Espíritu y la proclamación del Evangelio son inseparables. Esto significa que la
predicación del Evangelio es también un evento escatológico. Por esto, Pablo podía declarar que la
profecía de Isaías respecto del día de la salvación estaba cumpliéndose en la predicación del Evangelio
(compárese Amós 9:11-15 con Hechos 15:14-18>.

Por supuesto, resulta innecesario probar que la Parusía es un evento del fin. Así que el fin del mundo toma
lugar en tres dimensiones:
1. En la muerte y resurrección de Cristo.

2. En el Pentecostés y la predicación del Evangelio.

3. En el retorno de Cristo y la gran consumación.

Estas tres etapas del fin están relacionadas. La primera trae la segunda, y la segunda la tercera. Fue la
muerte y resurrección de Cristo lo que trajo a la iglesia el Pentecostés y el Evangelio al mundo (Juan 7:38,
39; Hech. 2:33).~ Y justamente como el evento mesiánico trajo el Pentecostés y la predicación del
Evangelio, la predicación del Evangelio trae consigo la consumación, como lo declaró Jesús mismo: "Y
será predicado este Evangelio del reino en todo el mundo, por testimonio a todos los gentiles; y entonces
vendrá el fin" (Mat. 24:14).

La visión tridimensional escatológica del Nuevo Testamento es un marco que nos ayuda a entender
correctamente muchos conceptos bíblicos. Nos capacita para ver que todo el Antiguo Testamento está
cumplido en Cristo-en la encarnación de Cristo, en el Evangelio de Cristo y en la Parusía de Cristo. (Esto
no deja lugar para la especulación con eventos actuales en la Palestina.) Dentro de este marco, podemos
entender más claramente muchas de las grandes palabras y conceptos del Nuevo Testamento. Como
palabra escatológica, la salvación toma lugar en tres dimensiones-en el pasado, en el presente y en el
futuro. En la cruz, la salvación fue consumada; en el Evangelio, queda proclamada, y en la Parusía,
develada (1 Ped. 1:3-14). Impresos en el mismo marco escatológico, tenemos conceptos
novotestamentarios, tales como el reino de Dios, la justicia de Dios y el juicio de Dios.

El Juicio en Tres Dimensiones

En el centro de la escatología bíblica se levanta el juicio divino sobre el mundo. Si estamos en lo correcto
en lo que toca al marco escatológico del Nuevo Testamento, entonces el juicio divino sobre el mundo se
lleva a cabo en tres dimensiones. Primeramente, el juicio del mundo queda efectuado en la cruz, luego en
la predicación del Evangelio, y finalmente en la aparición de Cristo.

En todo lugar, el Antiguo Testamento apunta hacia el gran día cuando Dios habría de juzgar al mundo.
Aun eventos como los ejércitos invasores de Asiria (descritos en Isaías>, o la gran plaga de langostas
(descrita en Joel), son empleados como figuras para describir el juicio final. "Cercano está el día grande de
Jehová, cercano y muy presuroso", dama el profeta Sofonías (Sof. 1:14). El Nuevo Testamento comparte
esta convicción de que habrá un juicio final. Declara repetidamente que este juicio se efectuará para todos
los hombres, justos e injustos, muertos y vivos, en la aparición de nuestro Señor Jesucristo.

Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo. Y si alguno
edificare sobre este fundamento oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca; la obra de cada uno
será manifestada; porque el día la declarará; porque por el fuego será manifestada; y la obra de cada uno
cuál sea, el fuego hará la prueba.-1 Cor. 3:11-13.

mas el que me juzga, el Señor es. Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor.-1
Cor. 4:4, 5

Porque es menester que todos nosotros parezcamos ante el tribunal de Cristo. . .-2 Cor. 5:10.... del Señor
Jesucristo, que ha de juzgar a los vivos y los muertos en su manifestación y en su reino.-2 Tim. 4:1.

mas exhortándonos; y tanto más cuanto veis que aquel día se acerca El Señor juzgará su pueblo" ... "Y el
que ha de venir vendrá, y no tardará".-Heb. 10:25, 30, 37; (Compárense Mat. 10:15; 12:36, 37; Luc.
19:11-27).

Los cuales darán cuenta al que está aparejado para juzgar los vivos y los muertos.-1 Ped. 4:5.

Pero si el Nuevo Testamento proclamara meramente que el día del juicio está cercano, no proclamaría
nada más que lo que anunció Sofonías y los demás profetas. En su discurso de Juan 5, Jesús se declaró a si
mismo Hijo del Hombre. Los eruditos están de acuerdo en que Jesús se identifica aquí con el Hijo del
Hombre de la visión judicial de Daniel (Dan. 7). Después del escalofriante anuncio de que el Padre ha
dejado todo el juicio en manos del Hijo, Jesús hace la sorprendente declaración de que "vendrá la hora, y
ahora es" cuando ejercitará sus prerrogativas divinas (Juan 5:25). El Nuevo Testamento proclama por
doquiera que los eventos asociados con el fin del mundo-el juicio, el reino de Dios, la salvación, la vida
eterna-no sólo vendrán sino que ya llegaron. Existe cierto sentido en que el futuro ya arribó y las cosas de
los últimos días ya vinieron a ser una realidad presente.

La Cruz Como Juicio

Hablando de su muerte cercana, Jesús declaró: "Ahora es el juicio de este mundo" (Juan 12:31). El escritor
de Hebreos, dice: "Y de la manera que está establecido a los hombres que mueran una vez, y después el
juicio; así también Cristo. . ." (Heb. 9:27, 28). El Calvario es el día del juicio. En los capítulos anteriores
vimos que aquellos actos de Dios, en la historia antiguotestamentaria, que señalaban al evento mesiánico,
eran actos de juicio. El Dios del Antiguo Testamento es un Dios de juicio. Todos sus caminos son de
juicio, ya sea que castigue o que salve. La justicia de Dios son sus actos de juicio. Cuando Pablo anuncia
que la "justicia de Dios" ahora se ha manifestado (Rom. 1:17; 3:21), está describiendo algo totalmente
escatológico. El quiere decir que en el evento mesiánico el día del juicio ya amaneció y Dios tomó acción
para habérselas con el pecado.

En el viernes pascual, Dios trajo el mundo a juicio en la Persona de su Representante. El era Adán-que
significa humanidad-y todos nosotros estábamos en él. En él, la raza humana fue juzgada y hallada
culpable delante de Dios. Dios se levantó en terrible justicia y tomó acción contra el pecado (Rom. 3:25).
Los signos cósmicos del día del juicio estuvieron presentes en el gran terremoto y en el oscurecimiento del
sol. ¿No le notificó Jesús a sus discípulos que su generación no pasaría sin que se cumplieran todos los
eventos del fin? Y así sucedió-en él (Mat. 24:34, compárese con Luc. 9:27-35).

A través del Antiguo Testamento, podemos ver que Los actos de juicio divino son no solamente punitivos
sino también salvadores. Para los que lo invocan, el juicio significa liberación (Exo. 6:6; Sal. 35:1-5; 43:1;
72:2-4). Con fuerte clamor y lágrimas, Cristo, el Gran Creyente, invocó al Dios del pacto. Dios escuchó a
su Siervo Fiel y lo levantó de los muertos. En la muerte y resurrección de Cristo se manifestó la justicia de
Dios-su acto de juicio. En Cristo, el viejo mundo fue destruido y creado el nuevo mundo; la vieja historia
quedó enterrada y la nueva vino a la luz; Israel fue enviado cautivo y volvió a salir de la tierra del
enemigo. Por lo tanto, el Calvario fue el juicio del mundo.

El Evangelio Como Juicio

Llegamos ahora a lo que seguramente es el corazón de todo nuestro argumento respecto de la naturaleza
del Evangelio apostólico. Si el Evangelio ha de quedar restaurado a su estado legítimo (Dan. 8:14), debe
quedar restaurado a su contexto escatológico, o de la hora del juicio. El Evangelio es no sólo algo que
prepara a los hombres para el escatón; es, en sí mismo, parte consustancial del escatón. Debemos usar aquí
gran claridad en el lenguaje. El Evangelio es no sólo algo que prepara a los hombres para pasar el juicio;
es, de suyo, una etapa decisiva de ese juicio. Por tal razón, el ángel apocalíptico que lleva el "evangelio
eterno", declara que "la hora de su juicio es venida" (Apoc. 14:6, 7)•5
Con la ascensión de Cristo, el juicio que comenzó en el Calvario entra en su segunda fase. El Cordero que
fue inmolado y resucitó toma de la diestra de Dios el Padre el libro (Apoc. 5:1-7). "Porque el Padre a
nadie juzga, mas todo el juicio dió al Hijo" (Juan 5:22). Dios le ha dado "la potestad sobre toda carne"
(Juan 17:2). Después de su resurrección, Jesús dijo a sus discípulos: "Toda potestad me es dada en el cielo
y en la tierra" (Mat. 28:18). Estas escrituras del Nuevo Testamento nos recuerdan la visión judicial de
Daniel donde "fuéle dado señorío, y gloria, y reino" al Hijo del hombre (Dan. 7:14). Existe una
correspondencia inconfundible entre Daniel 7 y la visión de Apocalipsis 4 y 5.

Daniel 7

... fueron puestas sillas


... un Anciano de grande edad se sentó.. .-7:9.
... su silla llama de fuego... -7:9.
millares de millares le servían, y millones de millones asistían delante de él.. .-7:10.
... como un Hijo de hombre . . . y llegó hasta el Anciano de grande edad.. .-7:13.
Y fuéle dado señorío, y gloria, y reino.-7:14. Apocalipsis 4 y 5
he aquí . . . un trono puesto.. .-4:2.
... sobre el trono estaba uno sentado. . . -4:2.
era al parecer semejante a una piedra de jaspe y de sardio. . .-4:3.
... muchos ángeles alrededor del trono. . . y la multitud de ellos era
millones de millones. . .-5:11.
... vino... [al] que estaba sentado en el trono.. .-5:7.
Y él vino, y tomó el libro de la mano derecha de aquel que estaba sentado en el trono.-5:7.

El Nuevo Testamento resuena con el mensaje de que Cristo es Señor. El dominio perdido de Adán fue
restaurado en Aquel que tomó el libro y ahora está sentado a la diestra de Dios. Todo el juicio fue puesto
en sus manos. Puede que, aquí en la tierra, los testigos de Cristo en medio de la lucha y el trabajo sean
tentados a pensar algunas veces que han quedado abandonados a la suerte de la historia y al triunfo de los
poderes del mal-al menos hasta que Cristo vuelva como Rey para juzgar. Pero el Apocalipsis de Juan
demuestra que Cristo, aún ahora, es el Rey y el Juez, y como tal, el Señor de la historia. La historia no sólo
lleva las señas de Cristo. Es una expresión de sus rectos juicios, tanto en las iglesias como en las naciones.
El camina en medio de los candeleros de las siete iglesias y quita el candelero de los que no se arrepienten.
Sostiene en su diestra las siete estrellas, que son los ministros de las siete iglesias. Los llena de luz. Pero si
son infieles, los visita con juicios y se convierten en estrellas caídas. Cuando los que son condenados a
muerte por causa de Su nombre claman a él por juicio (Apoc. 6:10) él responde con actos de juicio sobre
los opresores. Las trompetas del juicio traen plagas sobre los que se apartan del Evangelio para adorar
ídolos de "oro, y de plata, y de metal, y de piedra, y de madera" y practican sus homicidios, hechicerías,
inmoralidad sexual y hurtos (Apoc. 9:20, 21).

Sea que los eventos de la historia fueran las terribles invasiones del Imperio Romano Occidental o la
destrucción mahometana del Imperio Romano Oriental; sea que los eventos fueran la Revolución Francesa
o la Revolución Comunista actual, todo debe ser visto como un resultado de los justos juicios de Cristo y
como precursores del juicio final. Existe una ira venidera; pero la ira de Dios se manifiesta actualmente
(Rom. 1:18) a medida que las así llamadas sociedades cristianas se entregan a grandes epidemias de
crimen, inmoralidad, corrupción y violencia. En todo esto los juicios de Dios aparecen sobre la tierra. A
medida que la gente contempla con desconcertado aturdimiento el desarrollo de los eventos, el pueblo de
Dios debería ser como profetas modernos y declarar que "la hora de su juicio es venida". Mientras el
Revelador veía guerras, calamidades, pestilencias y plagas caer sobre la tierra, escuchó voces que
declaraban:
Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso . . . porque tus juicios son manifestados. -
Apoc. 15:3, 4. Justo eres tú . . . porque has juzgado estas cosas. Ciertamente, Señor Dios Todopoderoso,
tus juicios son verdaderos y justos.-Apoc. 16:5. 7. Porque sus juicios son verdaderos y justos.-Apoc. 19:2.

Todo el libro de Apocalipsis lleva este sello jurídico. "Juicio" es una de las palabras y conceptos claves del
libro. No solamente presenta un juicio venidero, sino un juicio que ya está en progreso y que conduce al
juicio final. Puede que los juicios del presente parezcan horrorosos, pero para el pueblo de Dios son
presagios de su liberación final. Cuando los prisioneros de guerra escuchan el estallido de las balas y
cañones de sus aliados, no desesperan, sino que gritan de gozo en perspectiva de su liberación venidera.
Este es el espíritu que se comunica en el mensaje de Apocalipsis.

Pero el aspecto más vital del proceso de juicio presente salió a relucir cuando el gran Intercesor del templo
celestial tomó "el incensario y lo llenó del fuego del altar y echólo en la tierra" (Apoc. 8:5). Esto nos
recuerda las palabras de Jesús: "Fuego vine a meter en la tierra" (Luc. 12:49). Juan el Bautista dijo de
Jesús: "él os bautizará en Espíritu Santo y fuego; cuyo bieldo está en su mano, y limpiará su era, y juntará
el trigo en su alfolí, y la paja quemará en fuego que nunca se apagará" (Luc. 3:16, 17). Fue en el
Pentecostés que el fuego del Espíritu fue derramado en la tierra. "Y les aparecieron lenguas repartidas,
como de fuego", asentadas sobre cada uno de los discípulos (Hech. 2:3). Todo esto fue un cumplimiento
de lo que Isaías profetizó que sucedería en los días del fin, "Cuando el Señor... limpiare las sangres de
Jerusalén de en medio de ella con espíritu de juicio y con espíritu de ardimiento" (Isa. 4:4).

Llamamos la atención al contexto jurídico de las escrituras anteriores. La obra del Espíritu es representada
como una obra de juicio y separación. Más aún, al Espíritu se lo llama el Parakleto (Juan. 14:26; 15:26;
16:7-11). Esta palabra significa abogado (1 Juan 2:1), y probablemente se refiere al ―go 'el‖ del Antiguo
Testamento, el cual defendía en una corte hebrea el caso de otro. El Espíritu Santo es llamado también el
Testigo de Jesucristo (Hech. 5:32), y esto es también un título jurídico. Desde esta evidencia, debe quedar
claro que el Espíritu Santo está vitalmente asociado con una obra de juicio. En otras palabras, la segunda
etapa del juicio queda inaugurada cuando Jesús toma del Padre el libro y arroja luego, desde su santuario
hasta la tierra, el fuego del Pentecostés.

¿Cómo efectúa el Espíritu Santo esta obra de juicio y de separación? Como el Abogado y Testigo de
Jesucristo, no habla de sí mismo (Juan 16:13, 14). Viene vestido en el Evangelio de Cristo. Es por el
Evangelio que se hace esta obra de juicio y de separación.

En el Evangelio, el Espíritu Santo recita delante de los hombres el gran acto de juicio divino en la muerte
y resurrección de Cristo. Aparte del Espíritu no existiría el Evangelio. Sólo podríamos hablar de la cruz
como de un evento histórico lejano. Pero una mera narración de la historia no es predicar el Evangelio. En
un capitulo anterior mostramos que la recitación bíblica es más que un mero memorial. Es una re-
presentación en la que todo el poder y presencia del acto pactual divino se hacen presentes.6 De modo
que, cuando se recita la cruz delante de los hombres, en el poder del Espíritu, es justamente igual que si
Cristo estuviera siendo crucificado ante sus ojos (Gál. 3:1; Apoc. 5:6). El Calvario siempre está presente
delante de Dios, y su Espíritu lo hace presente delante de nosotros. Es mediante el Pentecostés que el
pasado se hace presente. Así es como la historia de la cruz se constituye en el Evangelio; el "poder de
Dios para salvación a todo aquel que cree" (Rom. 1:16).

Si el Calvario fue el juicio del mundo (el Yom Kipur o día de la expiación), la predicación del Evangelio
apostólico en el poder del Espíritu significa que este juicio se hace presente para nosotros. A medida que
el pueblo de Dios contempla al que traspasaron, afligen sus almas como lo hacia Israel al congregarse en
derredor del santuario en su día de expiación (Lev. 23:27; Joel 2:15-17; Zac. 12:9-14).
Por el hecho de que todo el mundo quedó representado en el juicio del Calvario, es necesario traer los
hombres individualmente a la cruz, ya sea para que queden incluidos gratuitamente en la santa historia de
Jesucristo o para que la rechacen. Son juzgados mediante su respuesta a la cruz. Los que creen son
justificados. Para Pablo, la justificación es el veredicto exonerante del juicio final (Rom. 2:13), recibido en
el presente por la fe sobre el fundamento de que el juicio ya se llevó a cabo en Jesucristo ("si uno murió
por todos, luego, todos son muertos"-2 Cor. 5:14). Los que creen, no son condenados. Esto también es un
veredicto del juicio final, traído al presente del proceso histórico. El lenguaje jurídico-escatológico de
Juan es inconfundible:

El que cree en él, no es juzgado; el que no cree, ya está juzgado, porque no creyó en el nombre del
unigénito Hijo de Dios. Y el juicio [del griego krisis, que significa la decisión del juicio] consiste en que
vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.-
Juan 3:18, 19; Versión Nácar y Colunga.

En verdad, en verdad os digo que el que escucha mi palabra y cree en el que me envió, tiene la vida eterna
y no es juzgado, porque pasó de la muerte a la vida.-Juan 5:24; Versión Nácar y Colunga.

No sólo se hace presente el juicio pasado del Calvario en el Evangelio, sino que también en él se
encuentra misteriosamente presente el juicio futuro. Todas las bendiciones del juicio futuro-la herencia, la
vida eterna, la gloria, la justificación-son hechas presentes en el Evangelio para ser aceptadas por fe. Así
también, todos los terrores del juicio futuro-la condenación, la ira de Dios, la muerte-se hacen presentes
para los que no creen. Ser confrontados con el Evangelio es un asunto tan solemne como estar delante de
Dios en el día del juicio final. De hecho, el juicio final sólo confirmará el veredicto pasado sobre nosotros
en este tiempo probatorio. El día final será una revelación abierta de lo que el veredicto divino y nuestra
conciencia ya decidieron -porque la conciencia humana coincide con el veredicto de Dios.

Otra cosa más señala la naturaleza jurídica del Evangelio. La iniciativa de los actos de juicio divino
permanece siempre en Dios. Dios señaló un tiempo para Cristo morir y resucitar (Hech. 2:23, 24). El "ha
establecido un día, en el cual ha de juzgar al mundo" (Hech. 17:31). También señala la hora cuando los
hombres son traídos a juicio en el poder del Evangelio. Nadie puede venir a Cristo a menos que le sea
dado de Dios (Juan 6:65). Nosotros no venimos al Espíritu ni a la fe. El Espíritu y la fe deben venir a
nosotros. Es un engaño pensar que el pecador tiene libre albedrío para llegar a ser cristiano en cualquier
momento que escoja. Un prisionero tiene libertad para salir de la cárcel sólo cuando el carcelero abre la
puerta y lo invita a salir. Escrito está: "Tu pueblo será de buena voluntad en el día de tu poder" (Sal.
110:3). Pero a menos que el Espíritu venga a nosotros gratuitamente en el Evangelio, no tendremos deseo
ni habilidad para quebrantar nuestro cautiverio. Nadie arregla el momento propicio para pasarse de muerte
a vida. Nadie puede decir: "Escucharé ahora el Evangelio y me haré un creyente". El pecador está
totalmente sordo y no puede escuchar el Evangelio, a menos que el Señor esté presente para abrir sus
oídos. Permanecerá ciego, no viendo el tesoro celestial, a menos que el Espíritu abra sus ojos. El que
escucha el Evangelio a través de la obra gratuita del Espíritu no tiene seguridad de que lo habrá de
escuchar de nuevo, si lo rechaza. Dios no es un sirviente del hombre, con el cual se puede chancear. El es
un Dios de juicio. En la salvación, la iniciativa siempre está en él.

Así es como el Evangelio apostólico está ubicado en el marco del juicio escatológico. Por esto es que el
centro del Evangelio de Pablo es la justificación por la fe en la sangre de Cristo. Pablo presenta el juicio
ante nosotros en forma tal que podamos ver nuestra justificación como nuestra mayor y más urgente
necesidad. Su mensaje de justificación trata con las realidades más fundamentales del universo. Pero si se
remueve el Evangelio de este marco escatológico o jurídico, entonces dejará de ser el Evangelio
apostólico. Nadie puede conocer el Evangelio apostólico, a menos que haya estado frente a Dios en juicio
y sepa que Dios ciertamente requiere de él una justicia que soporte el escrutinio del Todopoderoso. Es
ante el tribunal del juicio divino que un pecador queda justificado, cuando echa mano, por la fe, de aquella
justicia que no está contaminada por el hombre, una justicia con la cual puede pararse confiadamente ante
el rostro de Dios en juicio.

Si hemos de proclamar efectivamente el Evangelio, debemos utilizar todo recurso bíblico a nuestro
alcance para presentar ante los hombres la realidad del juicio divino. Debemos usar la profecía y las
señales bíblicas para iluminar el significado del tiempo en que vivimos. Debemos mostrar que el estado de
las naciones, de nuestra sociedad, de la iglesia y de los eventos actuales son evidencia de que esta es una
hora de juicio. Mas sobre todo, debemos predicar el Evangelio como el juicio de Dios, que es y que
precede al juicio final. El Evangelio, restaurado a su lugar histórico, jurídico y escatológico es la esencia
del juicio pre-advenimiento. La comunidad que está escuchando ese Evangelio está siendo traída a juicio
"porque es tiempo de que el juicio comience de la casa de Dios (1 Ped. 4:17).

1. Archibaid M. Hunter, Introducing New Testament Theology, págs. 27-8.


2. Calvin J. Roetzel, Judgment in the Community: A Study of the Relationship between Escathology and
Ecclesiology in Paul, pág. 90.
3. Ibid., pág. 107.
4. No se gana el Espíritu por cosa alguna que haga el hombre, sino por las obras poderosas de Jesucristo
(Gál. 3:10-14).
5. Compárese Apocalipsis 14:6, 7 con Marcos 1:15 y Juan 5:25. El reino de Dios y el juicio son
virtualmente lo mismo por el hecho de que la función principal del Rey es la de juzgar (véase Sal. 72,
etc.>. El mensaje del Evangelio no sólo anuncia que el reino y el juicio vendrán, sino que ya llegaron. En
cierto sentido, la era venidera, con todas sus bendiciones y maldiciones, ya irrumpió en el presente. Perder
de vista este punto es perder de vista la estructura fundamental del pensamiento novotestamentario.
6. Lutero intentó capturar este pensamiento en su doctrina de la cena.

El Evangelio Como Juicio

El Evangelio no sólo juzga a los hombres, sino también las enseñanzas de los hombres. Abrazar el
Evangelio significa que debemos permitirle que llame a un examen serio y radical todo cuanto hacemos y
enseñamos. Es mucho mejor que el fuego santo del Evangelio pruebe si hemos puesto madera, heno u oro
en el fundamento de Dios antes que todo sea consumido en el día del juicio final. Por lo tanto, revisaremos
algunos aspectos de la enseñanza cristiana en la luz del Evangelio, según se nos presenta en su marco
histórico, legal y escatológico.

La Biblia

Nuestra doctrina de la inspiración debe ponerse bajo el juicio del Evangelio. Como evangélicos, nos
confiamos generalmente de que toda otra teoría de la inspiración y autoridad de la Biblia, salvo la nuestra,
está condenada. Reaccionando contra el liberalismo, hemos contendido en favor de la "revelación
proposicional". Pero esto ha colocado un yugo sobre nosotros con un concepto desafortunado de la
inspiración y de la revelación. Lleva la impresión de que la verdad nos es intermediada en proposiciones
abstractas más bien que mediante los actos concretos de Dios en la historia. La tendencia de la revelación
proposicional es la de colocar la verdad bíblica en un marco abstracto, filosófico, racionalista y griego.
Pero la historia sagrada-Cristo y éste crucificado y resucitado -es el marco y contenido de la revelación.
La fe de los profetas y apóstoles es fe en Jesús, fe en la actividad redentora de Dios.

En la buena intención de los evangélicos, la de hacer de la creencia en una Biblia libre de errores piedra de
toque de la ortodoxia evangélica, existe el grave peligro de poner la fe racionalista en una Biblia infalible,
en el lugar que le corresponde a la fe en Jesucristo.' Tal fe racionalista es un mero asentimiento a la verdad
de las Escrituras. Es la fe que poseían los fariseos (Juan 5:39), y que aún los demonios pueden poseer
(Santgo. 2:19). Esta es la clase de fe, de la cual hablaba la iglesia medieval cuando decía que la fe no era
suficiente para salvación. En un aspecto, la iglesia medieval estaba en lo correcto. Una fe tal está
desprovista de salvación. Jamás puede justificar al pecador ni hacer un cristiano. Por lo tanto, debemos
protestar en el nombre del Evangelio contra la afirmación de que la creencia en una Biblia infalible es la
vertiente del evangelicalismo y la piedra de toque del verdadero cristianismo. Nadie creerá realmente que
la Biblia es una regla infalible de fe a menos que tenga sellado en su corazón el Evangelio de la salvación
por el testimonio del Espíritu. El Evangelio es el mejor defensor de la verdad de las Escrituras.

Dios

Ubicado en el trasfondo del Antiguo Testamento, el Evangelio debe llamar también a cuestionamiento
distintos aspectos de nuestra doctrina de Dios. Ha habido una tendencia a ser más "espiritual" que la
Biblia. Se ha disipado la fuerza de muchos pasajes antiguotestamentarios que hablan de Dios en términos
realistas y concretos, clasificándolos de figuras lingüísticas antropomórficas. Toda la idea de decir que
Dios es un espíritu, sin forma objetiva, necesita ser llamada a cuestión. Es aún peor cuando se combina
este concepto de la pura "espiritualidad" de Dios con una perspectiva filosófica, abstracta y especulativa
de decretos pretemporales que determinan todo cuanto ha de suceder. (¡Inclusive la puntuación del juego
de baloncesto de mañana, y el precio actual de la lechuga en el mercado!) Cuestionamos la idea de que
éste sea el Dios personal y viviente, al cual el Espíritu nos enseña a dirigirnos con el cariñoso y reverente
titulo íntimo de "Abba, [Palabra aramea para papá, padrecito; el término de familiaridad amorosa con el
cual un niñito se dirige a su padre], Padre" (Rom. 8:15; Gál. 4:6). No dudamos que haya santos que
sostengan esta doctrina de Dios y aún lo amen verdaderamente. Pero sugerimos que lo aman a pesar de
esta doctrina, no por causa de ella. Podemos alegrarnos de que el corazón de los santos sea frecuentemente
mejor que sus cabezas.

G. Ernest Wright dice algunas cosas interesantes respecto a la doctrina de Dios en el Antiguo Testamento:

Es apenas sorpresivo hallar que los cristianos hayan procurado evitar, por una variedad de medios, este
concepto y erradicar la tensión ocasionada por el dinámico y energético Señor, que aun destruye a fin de
edificar, siendo la tendencia humana hacia la "normalidad" pagana, y su deseo por esta, lo que son.
Muchos israelitas trataron de evitarlo, diciendo: "El no es, y no vendrá mal sobre nosotros, ni veremos
cuchillo ni hambre" (Jer. 5:12). Los hombres siempre han tratado de escapar de este Dios a una idolatría
deísta, de una u otra clase, diciendo que Dios no los ve y que no actúa directamente en los asuntos de la
tierra. La filosofía griega y el misticismo oriental podrían ciertamente no considerar una deidad semejante,
mientras que en los politeísmos antiguos, los grandes dioses eran los aristócratas del universo, en su
mayoría inaccesibles para el hombre común y sin intereses algunos en él, a no ser el interés de los
aristócratas por los esclavos domésticos que suplen sus necesidades.
El idealista cristiano de hoy ha sido muy sutil en el rechazo de la percepción básica bíblica de la verdadera
naturaleza de Dios. Poniendo a un lado el Antiguo Testamento, no queda tan directamente confrontado
con él y puede proceder a interpretar el Nuevo Testamento a lo largo de líneas más convenientes. Entre
otras cosas, exhibe una tendencia definida de interpretar a Dios en términos "espirituales", y las entidades
"espirituales" se disciernen "espiritualmente". El término "espíritu", derivado del concepto aliento y
viento, es de valor cuando se aplica a Dios únicamente para prevenimos de asumir que el lenguaje
antropomórfico puede agotar el misterio y la gloria de su ser. La dificultad con el término, y con su
adjetivo derivado "espiritual", es que la percepción humana de Dios se torna difusa inmediatamente y sin
foco objetivo. Se reduce el conocimiento a una "experiencia". Y cuando se unen los dos en una
"experiencia espiritual", obtenemos el concepto popular de la suma total de la religión, especialmente
cuando se añade a esto la Regla de Oro.

Esto representa la paganización del Evangelio en una forma agradable para el sofisticado y el que tiene
cultura. Presenta también el Evangelio en una forma más aceptable para el idealista pagano y el erudito
oriental que tiene tendencias místicas. Este evangelio no es un escándalo ni piedra de tropiezo. Su calidad
de difusión tolerante elimina la tensión ocasionada por la auto-revelación del Dios bíblico. La realidad del
ser divino se torna en una experiencia inmanente, interna, que en la práctica, si no en la teoría, pone a un
lado toda la doctrina bíblica del celo divino, el concepto bíblico del ser definido, dinámico y energético
cuya santidad trascendental y objetividad son demasiado grandes como para contenerlas en la
"experiencia", tanto como el concepto bíblico de los actos externos objetivos e históricos de Dios. ¿No es
posible suponer que Dios escoja no revelarse a si mismo y su naturaleza primordialmente, y si del todo, en
una experiencia "espiritual"? No hay duda de que existe una conciencia inmediata de la presencia de Dios
en la adoración, en la oración, en la comunión y la confesión; pero el énfasis mayor de la fe bíblica recae
ciertamente sobre esta revelación de si mismo en los actos históricos y en "palabras" definidas, no en la
experiencia difusa. Existe una objetividad en la fe bíblica que no puede expresarse en el lenguaje de la
experiencia interna. Por tal razón, la religión bíblica no puede clasificarse entre los grandes misticismos
del mundo. Por lo tanto, escasamente es un accidente el hecho de que la Biblia no contenga una doctrina
de la espiritualidad de Dios. Tiene mucho que decir del Espíritu de Dios, o el Espíritu Santo, pero no
emplea las metáforas derivadas del aliento o del viento como descriptivas de su esencia o ser.2 Desde el
principio hasta el final, usa las metáforas concretas y definidas que se derivan de la sociedad humana,
siendo la encarnación de Jesucristo, la más espectacular de todas estas antropomórficas.

En otras palabras, el desuso cristiano del Antiguo Testamento ha dejado a la iglesia como presa fácil de las
tendencias obicuas hacia la "normalidad" pagana, en la cual el ser o la esencia de Dios se concibe en
alguna forma como inmanente en los procesos de la vida; o como se hace en las formas intelectuales más
desarrolladas del paganismo, como un ideal, un principio, un evento creativo, una urgencia vital, ya sea
dentro o fuera del proceso evolutivo. En todo caso, la tensión creada por el señorío de Dios, el concepto
radical del pecado y la realidad de los actos objetivos históricos de salvación divina quedan removidos de
la posición de focos primarios de la atención cristiana. En tal situación se hace difícil mantener la
distinción entre la iglesia y el mundo del idealismo pagano, y la cruz deja de llevar el significado que una
vez tuvo, como símbolo central de la fe de la iglesia.3

La auto-revelación divina llegó a su culminación en los actos históricos de Dios en Jesucristo. En lo que
toca al Nuevo Testamento, nada puede exceder el conocimiento de Dios dado en la faz del Cristo
histórico. Los apóstoles nunca señalaron a los misterios de la experiencia subjetiva cuando querían alentar
a la iglesia con el conocimiento de amor de Dios. Señalaron al amor divino, revelado definitivamente en
un acto histórico, hecho de una-vez-y-para-siempre (Rom. 5:6-10; 1 Juan 4:8-10). Sin embargo, la iglesia
se enfrentó rápidamente con los elementos gnósticos que pretendían el acceso a un conocimiento de Dios
más allá del conocimiento divino, revelado en la realidad en carne y sangre de Jesucristo. Este
conocimiento de Dios, "avanzado" y "superior", se obtenía en alguna experiencia mística o visión extática.
La herejía gnóstica se ha perpetuado en el movimiento carismático moderno. No niega los hechos del
Evangelio histórico. Pero tiende a postular un conocimiento de Dios a través de una experiencia directa en
el Espíritu Santo -un conocimiento de Dios, añadido al Cristo crucificado y resucitado. Algunos
carismáticos parecen pensar que el Cristo crucificado y resucitado no agota el conocimiento de Dios.
Cristo crucificado y resucitado puede ser un maravilloso lugar para comenzar. Pero se urge a los creyentes
para que pasen a algo "más"-al bautismo del Espíritu Santo. Si los entusiastas del Espíritu creyeran
realmente que Dios dio la última y determinante revelación de si mismo en el Jesús histórico (Col. 2:9;
Heb. 1:1-3), ¿cómo podrían hablar de la obra del Espíritu Santo como si él le estuviera añadiendo algo a
ese conocimiento, más bien que revelándonos el significado del evento mesiánico? El Espíritu es el
"Espíritu de Cristo" (Rom. 8:9). La única forma en que él viene a nosotros es vestido en el Evangelio de
Cristo. No tiene otro conocimiento de Dios que impartirnos que el conocimiento de Dios dado en el Cristo
crucificado y resucitado. Debemos cerrar tenazmente nuestros oídos a cualquier "conocimiento" aparte o
por encima de éste. En cuanto a aquellos que llevan el "evangelio" de sus excitantes experiencias en el
Espíritu, queremos recordarles lo que Lutero dijo a Munzer: que no lo escucharía, aunque se hubiera
"tragado el 'Espíritu Santo' con plumas y todo".4

El Hombre

Ubicado en el marco histórico y legal del Antiguo Testamento, el Evangelio llama a cuestionamiento gran
parte de la antropología de la iglesia. La "grecianización" de la teología cristiana se ha hecho bien aparente
en la doctrina del hombre. La noción de un alma inmortal innata es totalmente griega, extraña a la Biblia y
contraria al Evangelio. El Evangelio trae a nosotros la vida y la inmortalidad de la misma forma en que
nos trae la justicia-mediante la imputación a nuestro favor de lo que se encuentra únicamente en
Jesucristo. La existencia de todo lo creado continúa sólo por la voluntad y poder de Dios. Si retuviera su
mano un instante, nosotros dejaríamos de existir. Un alma desvestida de su cuerpo, es una idea tan griega
como el intento racionalista de desvestir al Evangelio de los hechos concretos de la historia. Si el Nuevo
Testamento no registra hechos históricos concretos y verdaderos, entonces no hay Evangelio. Porque no
hay buenas noticias aparte de esta historia de sangre y carne.

Lo que hemos llamado continuamente el marco del Evangelio es la forma o cuerpo visible que Dios ha
dado a su Evangelio. Pero la mente "griega" demuestra desprecio hacia ese cuerpo tanto como desprecio
por el cuerpo humano. Nosotros también decimos que cualquiera que se adhiere a la Biblia confesará que
el alma no tiene existencia independientemente del cuerpo. Dios hizo la vida humana como un todo. En el
Inglés, la palabra comleto sirve de raíz para las palabras salud, robusto, santo (Whole = health = hale =
holy). Hablando bíblicamente, la santidad de vida es entereza de vida. Un alma desnuda sería incompleta
y, por consiguiente, en extremo insana. Estaría ciertamente inepta para andar con Dios.

El Evangelio no sólo glorifica a Dios, sino que humaniza al hombre. Necesitamos someter al juicio del
Evangelio todas las perspectivas que deshumanizan al hombre. Cuando esto hagamos, ¡cuán completa será
la "purificación del santuario" que el Evangelio restaurado hará en la doctrina de la iglesia tocante al
hombre!

La Salvación

El cristianismo se levanta solo entre las demás religiones, porque proclama una salvación obrada y
terminada en un acto histórico, "allá fuera". La salvación fue lo que Dios obtuvo para nosotros en un acto
independiente de nuestra transformación moral. El aspecto histórico del Evangelio significa que no
podemos salvarnos por nuestra experiencia religiosa, ni necesitamos mirar en esa dirección. El aspecto
legal o jurídico del Evangelio significa que no podemos salvarnos por nuestra transformación moral;
aunque si somos salvados, para una transformación moral.

Al ubicar la salvación totalmente fuera de nosotros, aparte de toda experiencia religiosa y transformación
moral, el Evangelio nos lleva fuera de nosotros mismos a buscar la salvación totalmente en lo que Otro ha
hecho y sufrido. Esta es una verdad libertadora. Destruye el egoísmo y la auto-preocupación.

Cuandoquiera que el marco histórico y legal del Evangelio queda ignorado o puesto a un lado, resulta
imposible evitar hacer del corazón humano el lugar del evento salvador. Esto es lo que sucede
inevitablemente en el liberalismo-en la "teología del encuentro", en la "demitologización" de Bultmann y
en la teoría de la influencia moral de la expiación. Sin embargo, lo mismo ha ocurrido en el
evangelicalismo conservador. Esta gran rama de la iglesia está ahogada en su preocupación por la vida
interna del cristiano. Se dice que la salvación se logra naciendo el hombre de nuevo o "permitiéndole a
Cristo entrar en el corazón". La conexión que supuestamente tienen estas experiencias internas con los
eventos históricos de la encarnación histórica es oscura. La forma como frecuentemente se predica este
"evangelio" de la experiencia podría dar fácilmente la impresión de que la salvación podía efectuarse bien
independientemente de los grandes actos divinos de la historia de la salvación. En cualquier caso, se pone
la historia de la salvación lejos en el trasfondo. El foco de atención no está en los actos de Dios en Cristo,
sino sobre su acto en el corazón humano, aquí y ahora. Tal cosa es un grito a la distancia del Evangelio del
Nuevo Testamento. Este evangelio de la experiencia está en profunda armonía con la soteriología del
romanismo clásico. Tiene poco en común con el Evangelio de la Reforma Protestante. Por consiguiente, el
Evangelio restaurado del Nuevo Testamento debe llamar a un cuestionamiento serio y radical al mensaje
evangélico popular de la salvación.

Ética

Los oponentes de los reformadores caricaturizaban a estos como quienes se oponían a las buenas obras.
Pero ellos sólo se oponían a que las colocaran en el articulo de la justicia por la fe. Excluyeron las buenas
obras de la justificación a fin de poder darles, habiéndolas puesto en su lugar correcto, su énfasis
adecuado. Nosotros nos enfrentamos a la misma caricaturización, porque excluimos la experiencia
cristiana de la gloriosa justicia de la fe. Nuestros críticos pueden decir "Oh, ellos se oponen a toda
experiencia". Pero estamos en contra de confundir la experiencia cristiana con la justicia salvadora o la
gracia salvadora, no sea que la gente mire a su experiencia subjetiva para su aceptación para con Dios más
bien que a la experiencia sustitutiva de Cristo Jesús. ¡Poner nuestra experiencia en el lugar de su
experiencia por nosotros es seguramente la doctrina del mismo anti cristo!

Jesús dijo que debíamos buscar el reino de Dios y su justicia, y entonces todo lo demás seria añadido -
incluyendo, por supuesto, una buena y adecuada experiencia. ¿Es que no podemos ver que la experiencia
es un producto de algo mayor-a saber, del Evangelio de su justicia? Pero cuando buscamos el producto en
vez de la causa del producto, la búsqueda es tan infructuosa como la búsqueda de la felicidad. La verdad
es que el Evangelio trae consigo una experiencia gloriosa. Es la experiencia de olvidarnos de nosotros
mismos. Mientras que no somos salvados ni en total ni en parte por nuestra experiencia cristiana, somos
salvados si para una experiencia cristiana. La Biblia llama esto santificación o santidad. La santidad
significa un interés supremo en la santidad de Dios. Es una concentración intensa en el punto de vista
divino acerca de todo. Como dice G. Ernest Wright:

Por un lado, él ligó consigo mismo a sus escogidos mediante sus actos de amor y de gracia, y, por el otro,
mediante un pacto en el cual su voluntad está expresada. Mediante estos dos elementos de proclamación
bíblica las buenas noticias de la salvación y los requerimientos de la obediencia, Dios desea ligar consigo
un pueblo con lazos de amor, fe y confianza. El pecado no es más una aberración, es la violación de una
comunión, una traición al amor divino, una rebelión contra el señorío de Dios.5
Necesitamos precavernos de sustituir un aleteo religioso emocional, o una habladuría suelta de ser salvos
mediante una "experiencia de nacer de nuevo", en lugar de un compromiso de por vida a hacer la voluntad
de nuestro Padre que está en el cielo. La experiencia religiosa espumosa es barata. Nunca es mayor el
orgullo que cuando se tiene una experiencia sorprendente que contar. Pero una vida no espectacular, de
agradecida obediencia a los mandamientos de Dios (1 Cor. 7:19), vale más que todo el ruido del
movimiento carismático. Necesitamos reflexionar sobriamente, dado que en el día final Jesús dirá:
"Apartaos de mi" a todos excepto a los que han hecho la voluntad de su Padre (Mat. 7:20-23). Parece que
en esta conexión, el mensaje de Mateo recobrará su importancia, con su énfasis en una fe y discipulado no
espectaculares. Hay evidencia de que Mateo escribió su versión del Evangelio para contrarrestar la
tendencia primitiva de mirar demasiado a las señales, milagros y dotes carismáticos, como esencia de la
existencia cristiana. Cosa clara en Mateo (y en el resto del Nuevo Testamento, en lo que a esto concierne)
es que la ética del Nuevo Testamento no es diferente a la del Antiguo. Cierto, que los requisitos cúlticos
del judaísmo fueron quitados. Pero la ética del Nuevo Testamento no es ni otra religión ni otra ética. El
hecho de que en el Nuevo Testamento no haya argumento sobre el contenido de la ética, muestra que la
iglesia apostólica se movía dentro del marco de la ética antiguotestamentana. Las normas de
comportamiento correcto que encontramos en el Antiguo Testamento no son puestas a un lado en el
Nuevo. Más bien, se dan por sentadas. De hecho, quedan radicalizadas por la gloriosa luz de Jesús y su
Evangelio. Sin embargo, tampoco se espiritualizan los mandamientos de Dios hasta el punto de que
pierdan su sentido concreto y objetivo.

En el Nuevo Testamento existe un sentido en que la ley fue desechada. Y también hay un sentido en que la
ley no está desechada. Esto es una paradoja. Pero no es menos verdad que el hecho de que el creyente es
puro y al mismo tiempo se lo exhorta a purificarse a sí mismo. Sin embargo, ahora como nunca antes, la
iglesia parece estar insegura de si misma en lo que concierne a la relación del creyente con la ley de Dios.
Debido a que los liberales quitaron el carácter histórico del Evangelio y lo desnudaron de su vestido
jurídico, tienen un sistema ético tan desnudo como su evangelio. Se lo llama "ética situacional", que
invariablemente termina en el más triste legalismo. Debido a que el dispensacionalismo separó vastamente
al Antiguo Testamento del Nuevo, también deja con frecuencia la impresión de que, estando libre de la ley
de Dios, en todo sentido, el creyente vive bajo la dirección del Espíritu Santo y el amor de Jesús en el
corazón. No se nos dice cómo distinguir entre el Espíritu y las voces inseguras de la naturaleza
pecaminosa humana. Pero, si podemos salvarnos mediante una poderosa transformación interna, ¿por qué
no podemos guiamos por este "Cristo en nosotros"? Necesitamos la doctrina de Lutero-la de la
pecaminosidad del regenerado-para impedir que el lenguaje de la experiencia del renacimiento adquiera
demasiado volumen y confianza.

Si el acto de salvación divino en Cristo fue una transacción jurídica, si fue designado para salvarnos,
honrando las demandas de la ley divina, entonces ¿no existe una profunda armonía entre la ley y la gracia?
Si la cruz fue el hilasterion (asiento de la misericordia, lugar de la expiación) luego, ¿no nos muestra el
Evangelio cómo se unen la justicia y la misericordia en la cruz? Si se predica el Evangelio en el marco de
la jurisprudencia antiguotestamentaria, como lo predicaron los apóstoles, luego no queda lugar para el
malentendimiento antinomiano que ha seguido como sombra oscura a Pablo y a Lutero.

La cruz revela tan profunda y dramáticamente el amor de Dios que hace la fe posible. Revela la
importancia de la ley y la seriedad del pecado como una rebelión contra el orden y estructura establecidos
por Dios. La cruz proclama y preserva la santidad de la ley de Dios, a la vez que simultáneamente revela
su amor incontenible y abrumador. Esto significa que es imposible para los que toman la fe protestante
seriamente tomar con liviandad la pecaminosa rebelión de los seres humanos contra Dios. La cruz hace
aparente que Dios no puede perdonar el pecado como un padre indulgente perdona una ofensa. El perdón
que es meramente indulgencia arruinarla el orden y estructura del universo....
No es ni misericordia ni amor, sino absoluta irresponsabilidad ignorar las estructuras que mantienen la
vida y hacen funcionar a la sociedad. Es sobre este trasfondo que deben entenderse las afirmaciones
protestantes respecto a la cruz. A través de la cruz se preserva la santidad de la ley de Dios. Esta ley
protege a todas las gentes y hace posible la vida social. Además, la cruz revela al mismo tiempo el amor
ilimitado de Dios.6

Un Evangelio desmochado de su trasfondo antiguotestamentario sólo puede conducir a una fe desmochada


de su contenido ético concreto. Semejante al alma griega desnuda, no tiene entereza, ni salud, ni santidad.
La única prueba de discipulado genuino a Jesucristo es la obediencia al orden pactual de vida, la norma de
justicia. De otra manera, ¿qué evitará que una persona-como cierto prelado afeminado, entrevistado en
The Wittemburg Door-justifique su abominable estilo de vida, apelando a su "hermosa relación" con el
Señor?7

El mensaje bíblico de un juicio final conforme a las obras significa que la objetiva ley de Dios se levanta
por encima de toda experiencia humana. Mediante su norma infalible de justicia juzgará si esa experiencia
es buena o mala (Rom. 2:6-16; Sant. 2:10-12). El propósito de la justificación por gracia es poner al
creyente pecador en armonía con la ley. Tal cosa está implícita en el significado de la justificación. Es
imposible reconciliarse con Dios y a la vez permanecer irreconciliado con su ley, por cuanto su ley es la
santa voluntad y carácter de Dios. Es la mente carnal la que rehúsa sujetarse a la ley de Dios (Rom. 8:7).
Existe un "evangelio" popular que arroja desprecio contra esa santa ley que juzgará a los hombres. Pero no
hay lugar para una gracia barata antinomiana, cuando se ubica el Evangelio en el marco histórico y legal
del Antiguo Testamento. El acto salvador divino tributó el más profundo respeto a la ley. De otra forma,
Cristo no necesitaba morir. El mensaje bíblico de un juicio final ante la ley de Dios y conforme a las obras
es completamente consistente con tal Evangelio. De hecho, el juicio final está misteriosamente presente en
la predicación del Evangelio. Los hombres revelan mediante su actitud hacia la ley de Dios su actitud
hacia este Evangelio, pasando así juicio sobre si mismos.

Las Cosas del Fin

El Evangelio del Nuevo Testamento proclama que la historia del Antiguo Testamento se sumó y completó
en Cristo. En él se realizó, llegado el cumplimiento escatológico del tiempo, la salvación prometida por
Dios. Por esto, el Nuevo Testamento declara que el evento mesiánico es el fin del mundo (Heb. 1:1, 2;
9:26). En Cristo pasó el viejo orden. En él arribó ya la nueva era y la nueva creación.

El Nuevo Testamento muestra que la escatología está concentrada en Jesucristo. Cristo es tan
abrumadoramente el tema de la escatología que deberíamos hablar del fin en términos del Ultimo más
bien que en términos de las últimas cosas. Cristo es el Fin (Apoc. 1:8; 2:8). Todas las cosas subsisten por
su causa (Col. 1:16). Toda la historia apunta hacia él y halla su significado en él. Nada tiene significado a
menos que esté relacionado con Jesucristo. La única predicación legítima del fin del mundo es la
predicación de Jesucristo, Aquel quien es el Fin. ¿Prometió Dios a Israel descanso, riquezas y gloria? El
Evangelio proclama que esto fue cumplido en Cristo. ¿Prometió Dios un remanente fiel? Cristo es ese
Remanente (en otro sentido, incluye a todos los que por fe se encuentran en él). ¿Prometió Dios a Israel
descanso en su propia tierra? Cristo es el Israel de Dios. La obra del Siervo Fiel de Yahvé está consumada;
él entró en su reposo. No hay tierra santa excepto donde él está. El es la realidad de lo que tanto los judíos
como la Palestina, eran sólo sombras. Dado que Cristo está en el cielo, no hay herencia sino la que está en
el cielo (1 Ped. 1:3-5); no hay tierra prometida sino la que está en el cielo (Heb. 11:13-16); ninguna
Jerusalén sino la que está en el cielo (Gál. 4:26); ningún Monte de Sión excepto el que está en el cielo
(Heb. 12:22) y ningún templo excepto el templo de Dios "en el cielo" (Apoc. 11:19).
El Evangelio de una escatología concentrada en Jesucristo debe levantarse en juicio contra la escatología
popular que se concentra en una Palestina que ahora no es ninguna tierra prometida y en un Israel que no
tiene más derecho a ser el Israel de Dios que cualquier otra nación. Todas las demarcaciones geográficas y
nacionales que una vez sirvieron como sombra de Jesucristo, quedaron eliminadas. Ahora que la realidad
aparece revelada en Jesucristo, no hay necesidad de jugar con sombras infantiles. El hecho de que tantos
evangélicos queden atrapados en esta escatología palestiniana infantil es muestra de que, para ellos, Cristo
y éste crucificado no ha llegado a ser el todo en todo. ¡Qué poderosa "restauración del santuario" demanda
la restauración del evangelio apostólico! ¡Qué juicio debe comenzar en la casa de Dios!

1. Brian G. Armstrong muestra que también en la ortodoxia reformada se llevó a cabo una racionalización
de la fe: "De nuevo, quizá uno de los cambios más disimulados en la teología reformada reciente, a
diferencia de la de Calvino, es el cambio radical relacionado con la doctrina de la fe. Para Calvino. la fe
fue la llave de todo conocimiento teológico; de hecho, el lugar bajo el cual se debía discutir y entender
toda teología. El acercamiento de Calvino fue básicamente en términos de la experiencia del creyente,
dirigida por la Palabra de Dios. Pero cuando se introdujo la metodología sintética, la fe perdió
automáticamente su posición protectora en la formulación teológica y quedó relegada a la posición de uno
de muchos tópicos, o puntos, siendo frecuentemente uno de los últimos. No sólo perdió la fe su posición
como céntrica e introductoria a las formulaciones teológicas, sino que, siendo tratada sencillamente como
uno de muchos puntos, perdió rápidamente su cualidad existencial presente en las formulaciones de
Calvino. Grundíer detalló cuidadosamente la significante reorientación misma de esta doctrina de la fe en
Zanchi. Ha demostrado que, para Zanchi, el objetivo de la fe es sencillamente asentir a la verdad de las
Escrituras. 'En Términos inequívocos, la fe, o el acto de fe, se describe como un asentimiento a las
proposiciones de todo el cuerpo de las Escrituras como la verdadera Palabra de Dios'. Esta posición de
grandes alcances había de constituirse en la idea común en el calvinismo ortodoxo, pero es un grito en la
lejanía de la definición de Calvino, que funda la fe, no sobre la verdad de las Escrituras, sino 'sobre la
verdad de la promesa dada gratuitamente en Cristo, tanto revelada en nuestras mentes como sellada en
nuestros corazones mediante el Espíritu Santo' "-Brian G. Armstrong, Calvinism and the Amyraut Heresy:
Frotes tant Scholasticism and Humanism ¡o Seventeenth-Century France, págs. 138-39.
2. "Los lectores querrán hacer de la literatura de Juan una excepción, basando su conclusión sobre Juan
4:24 ('Dios es espíritu'). Sin embargo, esta declaración debe interpretarse en la luz de todo el vocabulario
de Juan y en relación con otras oraciones de Juan: 'Dios es luz' y 'Dios es amor'. Cuando se hace esto,
resulta dudoso de que (tal declaración> pueda usarse para sostener una doctrina de la espiritualidad de
Dios. Estas frases están dedicadas primordialmente a la naturaleza de la actividad y revelación divinas,
más bien que a la ontología de Dios en el sentido helenista".-G. Ernest Wright, God Who Acts: Biblical
Theology as Recital, pág. 24, nota de pié de página.
3. IbId., págs. 22-4.
4. Martin Lutero, D. Martin Luthers Werkes, 17, 1, págs. 361-62.
5. Wright, God Who Acts, págs. 21-2.
6. George W. Forrell, The Protestant Faith, págs. 181-83.
7. The Wittenburg Door, no. 39, (Oct.-Nov., 1977).
Bibliografía selecta

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El perdón de pecados

El mensaje del evangelio

Antes de que Jesús ascendiera al cielo, le dio este cometido a sus discípulos:

"Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura" (Marcos 16:15 [Todas las citas bíblicas
son de la versión Reina-Valera de 1960, a menos que se especifique de otra manera]). Lucas registra el
mismo cometido en estas palabras: "Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y
resucitase de los muertos al tercer día;
y que se predicase en su nombre el
arrepentimiento y el perdón de
pecados en todas las naciones,
comenzando desde Jerusalén" (Lucas
24:46,47). A partir de una
comparación de estas dos escrituras
queda en claro que el mensaje central
del evangelio es el perdón de pecados.
Este es el mensaje que Jesús ordenó
que diera su iglesia. El día de
Pentecostés Pedro proclamó,
"Arrepentíos, y bautícese cada uno de
vosotros en el nombre de Jesucristo
para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo" (Hechos 2.38). Y nuevamente,
cuando el evangelio fue dado por primera vez a los gentiles, Pedro se refirió al cometido de Cristo: "Y
nos mandó que predicásemos al pueblo, y testificásemos que él es el que Dios ha puesto por Juez de
vivos y muertos. De éste dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán
perdón de pecados por su nombre" (Hechos 10:42,43).

Pablo dio el mismo mensaje. Después de mostrar en la Escritura que Jesús es el Cristo, el apóstol
concluyó, "Sabed, pues, esto, varones hermanos: que por medio de él se os anuncia perdón de pecados"
(Hechos 13:38).

Cada vez que se celebra la Cena del Señor, se celebra el perdón de pecados. Cristo tomó la copa y dijo,
"Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para
remisión de los pecados" (Mat. 26:27,28).

El perdón de pecados es la enseñanza central de los Evangelios. Al hombre que bajaron por el hueco de
un techo Cristo le dijo, "Hijo, tus pecados te son perdonados" (Marcos 2:5). Y de María, quien había
entrado a hurtadillas a la fiesta en la casa de Simón y quebrado una botella de costoso perfume la
derramó sobre los pies de Jesús, él dijo: "Sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho;
mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama." Y a ella le dijo, "Tus pecados te son perdonados." "Y
los que estaban juntamente sentados a la mesa, comenzaron a decir entre sí: ¿Quién es éste, que
también perdona pecados? Pero él dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado, vé en paz" (Lucas 7:47-50).

Aquí las palabras 'salvado' y 'perdonado' se usan como sinónimas. Pero 'salvación' no es la única
palabra vinculada con el perdón. En Efesios Pablo hace equivalentes a la redención con el perdón: "En
quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia" (Efesios
1:7).

El Credo de los Apóstoles, el credo más antiguo y conocido de la iglesia cristiana, precisa en lo
correcto cuando indica que el rasgo esencial de la religión cristiana es el perdón de pecados. En todo el
Credo de los Apóstoles, lo único que se dice de la salvación es el perdón de pecados:

Creo en Dios Padre Todopoderoso; Creador del cielo y de la tierra. Y en Jesucristo, su único Hijo,
Señor nuestro; quien fue concebido por el Espíritu Santo, nacido de la Virgen María; sufrió bajo
Poncio Pilato, fue crucificado, muerto, y sepultado; descendió al infierno; al tercer día resucitó de los
muertos; ascendió al cielo; y está sentado a la diestra de Dios el Padre Todopoderoso; y de allí vendrá a
juzgar a los vivos y los muertos.

Creo en el Espíritu Santo; la santa iglesia católica; la comunión de los santos; el perdón de pecados; la
resurrección del cuerpo; y la vida eterna.

"Creo en... el perdón de pecados." Los pecados se perdonan mediante la fe solamente, en el nombre de
Jesús, por amor a él, por lo que él ha hecho y sufrido. Y todos los que creen y son salvos y tienen la
vida eterna. Por lo tanto, el que es perdonado es salvo y tiene la vida eterna. Nadie puede leer con
sinceridad las palabras de Jesús o los apóstoles y negar que esta gran verdad es el punto central de toda
enseñanza evangélica. Esto es lo que revivió a la iglesia con inmenso poder en le sigo dieciséis.

El Espíritu del evangelio

El perdón de pecados no es solamente el mensaje central de la iglesia cristiana. Es la característica


cardinal de la iglesia. Esencialmente la comunidad cristiana vive mediante el perdón de pecados.

El salmo 32 es uno de los grandes salmos citados por Pablo en el libro de Romanos (Rom. 4:6-8). Este
salmo expresa con magnificencia la esencia de la cristiandad.

Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada,


y cubierto su pecado.

Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad,


y en cuyo espíritu no hay engaño.

Mientras callé, se envejecieron mis huesos


en mi gemir todo el día.

Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano;


se volvió mi verdor en sequedades de verano.

Mi pecado te declaré,
y no encubrí mi iniquidad.
Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová;
Y tú perdonaste la maldad de mi pecado.

Por esto orará a ti todo santo...


Salmo 32:1-6.

Lutero traduce la última oración: "Así es como oran los justos." En otras palabras, este es el espíritu del
hombre piadoso. El hombre felíz (porque tal es el hombre bienaventurado) es aquel cuya transgresión
es perdonada y en cuyo espíritu no hay engaño (vss. 1,2). La versión King James (de la Biblia en
inglés) traduce "engaño" como "mentira." La expresión "no fue hallada mentira" se usa para describir a
los que salen a recibir a Cristo a su venida (Apoc. 14:5). Son aquellos que viven sin pretensiones, sin
hipocresía, quienes francamente reconocen su necesidad de la misericordia divina. Ellos viven
mediante el perdón de pecados. Juan advierte:

"Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en
nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y
limpiarnos de toda maldad." 1 Juan 1:8,9.

Hemos presentado dos puntos. El primero, el perdón de pecados es la esencia misma del mensaje
evangélico. El segundo, la característica básica de la comunidad cristiana es que ellos constantemente
confiesan su creencia en y su necesidad de el perdón de pecados. Ellos tienen vida eterna y son salvos.

El espíritu de Laodicea

Ahora veremos a la característica principal de la iglesia en los últimos días - "la iglesia en Laodicea"
(Apoc. 3.14). Note la descripción que da Cristo:

Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres
tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y
de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y
desnudo. Apoc. 3.15-17.

Esta iglesia es religiosa y profesa saber la verdad de la fe cristiana. Piensa que es rica, próspera y
necesitando nada. Su problema básico es que trata de quitarse de encima la verdad central del mensaje
evangélico. El espíritu de Laodicea es de excluir, esconder o achicar la doctrina del perdón de pecados.
En su libro, La naturaleza y destino del hombre, Reihold Niebuhr rastrea la gran apostasía de la iglesia
desde la época apostólica hasta el desarrollo del romanismo. Él le pone el dedo al corazón del
romanismo - el problema del laodiceanismo- cuando dice: "[La] subordinación de la justificación a la
santificación llega a ser lo que define todo el concepto católico de lo que es la vida y la historia... El
perdón llega a ser asunto de una sola remisión de los pecados del pasado." En la preocupación de la
iglesia con la santificación, la enseñanza del perdón de pecados por lo tanto pierde su lugar debido.

La misma forma de pensar ha surgido en el protestantismo. Un artículo reciente, que presume presentar
una perspectiva equilibrada de la justificación y la santificación, tenía una columna con el título
"Justificación" y otra con el título "Santificación." Debajo de "Justificación" el artículo decía, "La
justificación nos saca de la deuda." En otras palabras, la justificación es el perdón; los pecados del
pasado quedan saldados y cubiertos. No protestaremos por eso. Pero debajo del título "Santificación" el
artículo decía, "La santificación nos mantiene solventes." Este concepto necesita ser desafiado porque
no es una expresión del evangelio de Cristo.

Si la justificación — el perdón de pecados — nos saca de la deuda al limpiarnos la planilla de los


pecados del pasado, y la santificación -nuestra vivencia en la santidad- nos mantiene solventes o fuera
de la deuda, entonces el creyente, en el proceso de la santificación, vive sin el perdón de pecados. Esto
es como el razonamiento que dice, "La justificación es por el pasado. La santificación es por el
presente y el futuro." Si esto fuera así, tendríamos que presentarnos hoy a Dios en base a nuestra
santificación.

Pero, ¿cuál es el testimonio de la Escritura? Juan ciertamente no alegaba estar "solvente" cuando
escribió, "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está
en nosotros" (1 Juan 1:8). Y el apóstol Pablo escribió, "Todos pecaron y están destituidos de la gloria
de Dios" (Rom. 3:23). El significado de este texto con frecuencia escapa de nuestra comprensión. Es
obvio que todos pecaron. Pero el siguiente verbo está en el tiempo presente continuo en su forma
original en el griego. El texto no dice que todos hemos pecado y estamos destituidos de la gloria de
Dios, sino que todos han pecado y se destituyen (literalmente, "siguen destituidos") de la gloria de
Dios. Si todos siguen destituyéndose de la gloria de Dios, entonces, no están "solventes."

La justicia de Dios exige una justicia perfecta. Un Dios perfecto no rebaja su norma simplemente
debido a que ahora somos pecadores. Dios requiere hoy de nosotros justamente lo que requería de
Adán antes de la caída -perfecta obediencia a su santa ley. A fin de no caer en la deuda, necesitaríamos
alcanzar las demandas de esa ley cada momento de nuestra existencia. Pero acaso ¿hay alguien lleno
del Espíritu Santo que alcanza esa demanda en esta vida? Por supuesto que no. Santiago dice, "Todos
ofendemos muchas veces" (Santiago 3:2). Jesús nos dice que una vez que hemos hecho todo lo que
debíamos haber hecho, aún debemos declararnos "siervos inútiles" (Lucas 17:10). Todos siguen
destituyéndose de la gloria de Dios. Si alguien dice que alcanza esa demanda, si alguien en la
comunidad cristiana falta de confesar que es un siervo inútil, si alguien rehúsa declarar que ha pecado
en palabra y pensamiento y hechos cuando es juzgado por la gran norma de la ley de Dios, el tal es un
mentiroso y la verdad no está en él. La oración de David nos incluye a todos: "No entres en juicio con
tu siervo; porque no se justificará delante de ti ningún ser humano" (Salmo 143:2).

En el relato de Esperanzado, el Progreso del peregrino de Juan Bunyan demuestra la suma


imposibilidad de mantenerse "solvente" sobre la base de nuestra santificación. Cuando Esperanzado
llegó a ser cristiano, Tan sólo le inquietaba saldar su deuda del pasado. Pero entonces confesó:

"Otro asunto que me ha inquietado, aun desde mis últimas


enmiendas es que, si observo detenidamente las mejoras en
mi comportamiento, todavía veo el pecado, pecado nuevo,
mezclándose con lo mejor de lo que pueda hacer. De tal
modo que me veo obligado a concluir, que no obstante mis
previas acariciadas y presumidas opiniones de mí mismo y
mis deberes, he cometido suficiente pecado en un día como
para enviarme al infierno, aunque mi vida anterior hubiese
sido intachable."

Después de lavar los pies de los discípulos en la última


cena, el Señor enfatizó mediante esta ordenanza la
necesidad continua del lavamiento y del perdón (Juan
13:3-15). ¿Y no fue Cristo mismo quien nos enseñó a orar
-no solamente una vez, no Tan sólo de vez en cuando, sino
tan a menudo como pedimos por el pan cotidiano-
"Perdónanos nuestras deudas como también nosotros
perdonamos a nuestros deudores" (Mat. 6:12)?

"Toda la ley," dice la epístola a los Gálatas, "en esta sola


palabra se cumple: 'Amarás a tu prójimo como a ti mismo'"
(Gál. 5.14). Cristo declaró:
"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda
tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande
mandamiento. Y el segundo es semejante: amarás a tu
prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos
depende toda la ley y los profetas." Mat. 22.37-40.
La ley exige el amor — el amor a Dios y al hombre. Debemos hacer de Dios lo primero, lo último, y lo
mejor en todas las cosas. Debemos entregarle nuestra devoción a Él con todo el celo y fervor de
nuestro ser. La alabanza y la gratitud debe fluir constantemente hacia él. Y debemos estar tan afanosos
por el bienestar de nuestro prójimo como por el nuestro. Debemos amarle como a nosotros mismos.
Pablo dice: "No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros" (Rom. 13:8). Pero cuando nos
presentamos ante el escrutinio de la ley, ¿de veras pensamos que hemos pagado nuestra deuda? ¡Por
supuesto que no! Debemos ocultar nuestra falta de perfección en Cristo.

Pero el espíritu de Laodicea no quiere descansar enteramente sobre el perdón de pecados. A menudo se
piensa que si la gente responde demasiado sobre esa base, se sentirán seguros y ociosos y no
perseguirán la vida de victoria sobre el pecado.

Los reformadores se encontraron con esta misma mentalidad. El duque George luchó contra Lutero
durante toda su vida, pero cuando su hijo yacía moribundo, el duque dijo, "Llamen a un ministro
luterano." Su hija exclamó, "Pero padre, ¿un ministro luterano?"

"Sí," él dijo, "llamen a un ministro luterano." "Pero", ella insistió, "te has opuesto a Lutero toda tu
vida." El duque George respondió, "El mensaje de Lutero es bueno para el moribundo. Pero no sirve
para el vivo."

El cardenal Belarmino, el gran apologista católico quien a lo largo de toda su vida luchó contra el
mensaje de justificación mediante la imputación de la justicia, yacía en su lecho de muerte. Le trajeron
todos los crucifijos y los méritos de los santos y todos los pertrechos de la iglesia para consolarlo. Pero
Belarmino dijo, "Llévenselo todo. Creo que hay más seguridad en confiar en los méritos de Cristo."
Aun Belarmino pensó que valía la pena morir en la doctrina protestante del perdón de pecados.

Sin embargo queda la desconfianza que esta doctrina es no es buena para los vivos. Queremos una
religión con dignidad — una religión que nos saca de la deuda o al menos nos ayuda a no caer la
misma.

El Espíritu Santo llega con el perdón de pecados. Mientras Pedro predicaba el perdón de pecados a
Cornelio, "El Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso" (Hechos 10:44; cf. Hechos
2:38). Dondequiera estuviere presente el Espíritu Santo, allí también estarán presentes los frutos del
Espíritu. Ciertamente debe haber un interés por la piedad y la victoria sobre el pecado en la vida de los
cristianos. Pero el punto de recalcar es este: Los hijos de Dios no van a experimentar la victoria sobre
el pecado mientras condenan el mensaje del perdón con fervor disminuido.

El espíritu de los fariseos

Laodicea dice, "Soy rico, me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad" (Apo. 3:17). La
religión de Laodicea es la misma que la de los fariseos. A menudo caricaturizamos y distorcionamos a
los fariseos y los hacemos tal objetos de burla que no nos damos cuenta que somos nosotros mismos.
Las parábolas de Jesús fueron dadas para dejar al descubierto la religión de los fariseos, no porque él
los odiaba, sino porque los amaba. Estas parábolas reflejan el mensaje esencial de Cristo a los
laodicenses.

La parábola de los dos adoradores. Dos hombres subieron al templo a orar, el uno fariseo y el otro
publicano. No hay duda que el fariseo era muy piadoso. Era laodicense. Cuando oraba, le agradecía a
Dios por muchas cosas y le daba el crédito a Dios por su vida piadosa (Lucas 18:11). Pero, ¿qué faltaba
en la oración del fariseo? No pidió perdón. No sentía ninguna verdadera necesidad por él. Y debido a
que no sentía necesidad del perdón, no sentía necesidad alguna de extender el perdón al pobre
publicano sino que lo miraba con desprecio. El fariseo no pidió perdón, ni tampoco lo extendió.
Aunque era muy piadoso -como un sepulcro adornado, todo arreglado y blanco y limpio- había dentro
de sí un espíritu fétido e impuro. En sus apariencias era muy piadoso. Parecía que nada le faltaba. Pero
la religión va más allá de la conformidad a las apariencias. Mira principalmente al espíritu. La Escritura
dice, "Tú amas la verdad en lo íntimo" (Salmo 51:6). El fariseo no suplicó por misericordia, por lo
tanto no la sentía hacia su hermano. Y por lo tanto se hallaba frente al estrado del juicio de Dios sin
misericordia (Lucas 18:14).

La parábola de los dos deudores. En la parábola de los dos deudores nuevamente vemos a Laodicea - y
Laodicea somos nosotros mismos. Un hombre le debía al rey una inmensa deuda. Cuando el rey exigió
que lo vendieran junto con todo lo que tenía para solventar la deuda, el deudor suplicó, "Señor, ten
paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo" (Mat. 18:26). El rey tuvo de él misericordia y le perdonó.
Pero salió y encontró a su consiervo que le debía unos pocos dólares. Prendió a su consiervo por la
garganta demandando, "Págame lo que me debes" (v. 28). Éste le rogó con la misma súplica que el
primero había clamado ante el rey: "Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré" (v. 29). Pero el primer
deudor no le hizo caso. Dispuso que echaran a su consiervo a la prisión. Pero cuando los otros siervos
vieron lo que estaba sucediendo, le contaron al rey. El rey se enojó. "¡Siervo malvado!" le dijo. "Toda
aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo,
como yo tuve misericordia de ti?" (vv. 32,33).

¿Cuál fue el problema del primer deudor? "Ten paciencia conmigo," le imploró. "Yo te lo pagaré todo."
Él quería perdón solo temporariamente. Él quería pagar a su manera. Él quería relacionarse con su
señor en base a la "solvencia." Debido a que él sentía que podía relacionarse al rey pagándolo todo, era
de esperarse que él pensaba que su consiervo le debiera pagar todo. Él no aceptaba el espíritu del
perdón. Por lo tanto no lo extendía. Sólo el hombre perdonado puede ser un hombre perdonador.

La parábola de los dos hijos. En la parábola de los dos hijos, el menor se fue de vagabundo hacia un
país lejano y llegó a parar en una pocilga. El hijo mayor -el bueno- se quedó en casa y siempre hizo lo
que le pedían. Al fin de la historia el padre le dio la bienvenida al hijo menor con un festejo. Pero el
hijo mayor no perdonaba a su hermano errante. Al igual que el fariseo, hizo un recuento de sus años de
servicio fiel. Él podía hablar tan sólo de su santificación.

En estas tres parábolas hay un cuadro trágico de la situación humana y un mensaje de Cristo a la iglesia
del tiempo del fin. Todos han pecado. Todos siguen destituyéndose de la gloria de Dios. Todos son
condenados a menos que Dios intervenga mediante su gracia maravillosa, inigualable. Todos nos
presentamos ante el trono del juicio necesitando misericordia. Pero la gran tragedia es que el fariseo, el
deudor quien prendió a su hermano por el cuello, y el hijo mayor no tenían perdón. No extendían
misericordia hacia su hermano. Y no recibieron misericordia para sí mismos.
Debemos urgir este punto más. Por naturaleza el corazón pecaminoso no es un corazón perdonador. No
es un corazón misericordioso. Pero el hombre no es condenado porque no puede exprimir el perdón
para su hermano de su propio corazón. Entonces, ¿por qué fueron condenados el fariseo, el deudor sin
misericordia, y el hijo mayor? Ellos rechazaron el espíritu del perdón. Ellos no vieron su propia
necesidad y deficiencia. Sus propias almas no estaban saturadas en el perdón, por tanto no tenían nada
para su hermano. No suspiraban por la misericordia, por tanto no tenían misericordia. Y el que juzga
sin misericordia, dice Santiago, será juzgado sin misericordia (Santiago 2:13).

El laodicense es el fariseo que ha olvidado que el Dios de la Biblia no es el Dios que justifica al
piadoso. Él es Aquel que hace lo inesperado, aquello que jamás se ha escuchado. Él justifica al impío y
recibe a los pecadores (Rom. 4:5; Lucas 15:2, Mat. 9:13). Los necesitados, los pobres, los desechados -
aquellos quienes claman a Dios por la misericordia divina y están dispuestos a aferrarse de la
misericordia divina- siempre se encuentran en el reino de Dios, mientras que los buenos y respetables y
piadosos son echados fuera.

El fruto del evangelio

No debemos, por supuesto, despreciar las buenas obras. Las Escrituras claramente enseñan que en el
juicio final nuestras obras serán la prueba de nuestra fe. Pero a veces olvidamos la clase de obras que
serán aprobadas en el juicio. Las obras no serán valoradas por su apariencia. Muchos entrarán al juicio
con aparentemente obras maravillosas. Pero el Señor les dirá, "Nunca os conocí; apartaos de mí,
obradores de maldad" (Mat. 7:23). "Porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es
abominación" (Lucas 16:15). Entonces, ¿cómo juzga Dios las obras? ¿Cuáles obras serán aprobadas en
el juicio final?

"Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del
fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume; y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a
regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el
perfume." Lucas 7:37,38.

La obra de esta mujer no tenía ninguna apariencia de impresionante. De hecho, fue vergonzosa para
todos los reunidos. Pero Jesús era el Juez, y allí dio un ejemplo del juicio final. Él dijo, "Dejadla; ¿por
qué la molestáis? Buena obra me ha hecho" (Marcos 14:6). Tal fue el fallo del Juez. Él la declaró buena
obra. ¿Por qué? Porque fue movida por la gratitud por la misericordia divina. Ella había sido perdonada
mucho, por lo tanto amaba mucho (Lucas 7:47).

Ninguna obra de los hijos de Dios — ni aun la de dar un vaso de agua fría a un niñito en el nombre de
Jesucristo (Marcos 9:41) — será olvidada si es impulsada por el perdón de pecados. ¡Qué contraste son
tales obras a aquellas de los laodicenses santurrones, quienes ni aun sienten la necesidad del perdón!

Nada alcanza tan profundamente los motivos íntimos de la conducta como sentir el amoroso perdón de
Cristo. El motivo del amor jamás será mayor que cuando sintamos la grandeza con la cual hemos sido
perdonados. Aquello que produce una genuina vida victoriosa a la vista de Dios es el abrazar el punto
central del mensaje evangélico: "Por medio de él se os anuncia perdón de pecados" (Hechos 13:38).

El escritor a los Hebreos declara que la conciencia debe ser purificada de las obras muertas a servir al
Dios viviente. Es la sangre de Cristo, derramada por el perdón de los pecados, lo único que puede
purificar la conciencia (Heb. 9:14,22). Sólo el perdón de pecados mediante la sangre de Cristo podrá
capacitarnos para vivir ante Dios con una buena conciencia. Por lo tanto jamás podremos
verdaderamente servir a Dios a menos que de corazón abracemos el perdón de pecados.

El perdón de pecados es el más grande estímulo para dejar de pecar. La culpabilidad es la fábrica en
donde se produce todo tipo de pecados. El apóstol Pablo dice, "Porque el pecado no se enseñoreará de
vosotros" (Rom. 6:14). ¿Acaso él hace esta declaración porque hemos sido llenos del Espíritu Santo y
tenemos la morada interna de la vida que nos concede la fuerza para obtener la victoria sobre el
pecado? Pablo hubiera podido adelantar esta razón. Pero no la hace llegar al caso en Romanos 8. Pero
en Romanos 6 él dice, "El pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la
gracia" (Rom. 6:14). Simplemente, la gracia es el perdón de pecados.

El pecado no ejerce su dominio sobre nosotros porque no estamos bajo la ley sino bajo la gracia. Por
otro lado, el pecado sí ejercerá su dominio sobre nosotros si no estamos bajo la gracia sino bajo la ley.
Estamos bajo la ley sino queremos vivir mediante el perdón de pecados. Estamos bajo la ley cuando
suponemos que si el pasado ha quedado a saldo, entonces de allí en adelante podemos vivir mediante la
santificación. La religión del fariseo propone satisfacer los reclamos invariables de la ley mediante
nuestra santificación. Si tal es nuestra religión, no estamos viviendo mediante el perdón de pecados, y
el pecado ejercerá su dominio sobre nosotros.

Puesto que la culpa es la causa principal del pecado, la única manera de quebrantar el poder del pecado
es de quitar la culpa. Por tanto, cuando comprendemos claramente que la justicia de Cristo se acredita
gratuitamente a nuestro favor, se quebranta el poder de Satanás sobre nosotros. ¿Por qué es que la
justicia imputada de Cristo rompe el poder del diablo? Tal como Pablo diría, coloca al pueblo de Dios
"bajo la gracia." Dejaron de ser culpables. La obediencia de Cristo se interpone en lugar de su
desobediencia. Dios los considera como si jamás hubieran pecado. Debido a que su conciencia está
limpia, ahora pueden servir al Dios viviente.

La gran verdad del perdón de pecados restaura nuestra relación con Dios. Nos concede una buena
conciencia hacia con él. Todos los que viven mediante el perdón de pecados se darán cuenta que no
pueden estar ante Dios ni por un momento sin el perdón.

El perdón no es solamente necesario para el desliz ocasional. Lutero comprendía que aun nuestras
mejores obras necesitaban el perdón. Le pedía perdón a Dios porque sus oraciones no eran lo que
debían ser. El que vive mediante el perdón de pecados se siente conmovido porque siente la
misericordia de Dios. Momento tras momento su única súplica ante Dios es, "Sé propicio a mí,
pecador." Y si se da cuenta que se presenta ante Dios en base a esta súplica, vivirá en una nueva
relación hacia sus semejantes. Un cristiano perdonado es un cristiano perdonador.

De mayor interés para Dios en el juicio será el espíritu del corazón del ser humano que el cumplimiento
demostrado por las apariencias. Trágicamente, muchos que van a la iglesia semanalmente y que
diezman "la menta y el eneldo y el comino" (Mat. 23:23) perderán la vida eterna y serán condenados en
el juicio. Es posible ser meticuloso en los deberes religiosos y al mismo tiempo ser intolerante, duro,
desalmado y despiadado, e impuro de espíritu.

"A nadie difamen" es el mandato del Señor (Tito 3:2). Pero a menos que el evangelio sea nuestro
estímulo, jamás tendremos las manos, los pies, o el corazón para cumplir con el mandato de Dios.
"A nadie difamen... porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados,
esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y
aborreciéndonos unos a otros." Tito 3:2-4.

Recordando que Dios nos salva según su misericordia, nos tapamos la boca. Nuestra conducta con
nuestro semejante es modificada y dulcificada por el elemento de la misericordia divina que permea la
vida entera. Comenzamos a reaccionar hacia otros así como Dios ha procedido hacia con nosotros.

Pablo declara, "Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo" (2
Cor. 5:10). Tenemos una cita con el juicio. Pero necesitamos algo más con lo cual presentarnos ante
ese juicio final que la justicia farisaica. Porque "si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas
y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos" (Mat. 5:20). Necesitamos la justicia práctica del
espíritu la cual alcanza hasta lo íntimo del corazón y las intenciones. Pero cuando clamamos, "Señor,
¿cómo se podrá producir esta justicia?" Sólo al aferrarnos al mensaje evangélico del perdón de pecados
se podrá producir tal justicia.

Jamás se perderá todo aquel que apoye su alma sobre el perdón de pecados. Y todo aquel que lo haga
estará realizando buenas obras. Habrá fruto en su vida. Sus obras parecerán humildes. Tal vez nadie las
tomará en cuenta. Pero Dios las mirará debido a que éste vive mediante el perdón de pecados. Por lo
tanto, sus obras en el juicio tan sólo testifican de la gran verdad cristiana - "Creo en el perdón de
pecados."

Las sencillas enseñanzas de Jesús

Hay un parecer muy común en el cristianismo que reza así: "Creo en las sencillas enseñanzas de Jesús.
Mi religión es vivir por la regla de oro: Hagan con los demás como quieran que ellos hagan con
ustedes."

Cuando un evangelista de renombre visitó a Australia, la siguiente carta apareció en un periódico


principal de Melbourne:

Estoy cansado de escuchar que soy un malvado pecador que necesita arrepentirse y recibir la salvación
mediante un sacrificio sanguinario de propiciación. En esta época civilizada, eso es un insulto. ¿Por
qué no nos habla de la bondad y la dignidad del hombre? Jesús enseñó la tolerancia y el amor el uno
por el otro, y el respeto por la bondad humana. ¡Que nos den las sencillas enseñanzas de Jesús en vez
de toda esta altisonante teología!

Cuando George Whitefield estaba conmoviendo a la Inglaterra del siglo dieciocho con sus poderosos
reavivamientos, recibió la visita de personajes de alto rango de la corte inglesa. La duquesa de
Buckingham fue una de las invitadas a sus reuniones. A lo largo de la predicación evangelística de
Whitefield se sentó fingiendo muchos humos y luego le escribió a su amiga las siguientes palabras:

Sus doctrinas son de lo más repelentes con una fuerte tintura de impertinencia y falta de respeto hacia
los de mayor categoría; perpetuamente procuran deshacer todas las distinciones. Es una monstruosidad
que le digan que tienes un corazón tan malvado como cualquier desgraciado que se arrastra por la
tierra. Esto es altamente injuriante e insultante, y me quedo aterrada que su alteza pueda congraciarse
con tales sentimientos tan desparejos al alto rango y la sangre noble.

Hace pocos años eruditos liberales del movimiento cristiano proponían lo que llamaban las sencillas
enseñanzas de Jesús - la paternidad de Dios y la fraternidad humana. Adelantaban el reclamo que
Pablo, siendo abogado y teólogo, había complicado demasiado las enseñanzas de Jesús y había
provocado a la iglesia a discutir por casi 2,0 (M) años. Aunque tal forma de pensar ha sido desaprobada
entre los teólogos, todavía persiste entre la gente en general. Pareciera que se estuviera apelando a "las
sencillas enseñanzas de Jesús" -la paternidad de Dios, la fraternidad humana, y vivir por la regla de oro.
Así que, poniendo a un lado a la teología de Pablo y otros teólogos del Nuevo Testamento,
consideremos tan sólo las sencillas enseñanzas de Jesús.

Los dos grandes mandamientos

En cierta ocasión un fariseo erudito le planteó la pregunta a nuestro Señor: "Maestro, ¿cuál es el gran
mandamiento en la ley?" En otras palabras, ¿qué es lo más importante en todos los libros de Moisés?
Cristo sencillamente respondió, "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y
con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu
prójimo como a ti mismo" (Mat. 22:36-39).

Y nuevamente, "Un intérprete de la ley se levantó y dijo, para probarle [a Cristo]: Maestro, ¿haciendo
qué cosa heredaré la vida eterna?" (Lucas 10:25). Es difícil que alguien se complique comprendiendo
tal pregunta. Pero Cristo sabía que el abogado lo estaba tratando de enredar, así que le devolvió la
pregunta al abogado. "¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees? Aquél respondiendo, dijo: Amarás al
Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a
tu prójimo como a ti mismo. Y le dijo: Bien has respondido; haz esto, y vivirás" (Lucas 10:26-28).

En primer lugar debemos darnos cuenta que Jesús no estaba enseñando una nueva ética -una nueva
norma de conducta, una nueva regla para regir la vida. El estaba iluminando una ética antigua. Sus
declaraciones las había citado directamente de los escritos de Moisés. El Dios de nuestro Señor
Jesucristo era el Dios de la revelación del Antiguo Testamento, el Dios de los hebreos.

En una profecía referente a Cristo en el libro de Isaías, está escrito que él magnificaría la ley y la
engrandecería (Isa. 42:21). Cuando se magnifica a un objeto, éste no cambia sino que sus propiedades
son más sobresalientes. Todas las líneas, el contorno, y los detalles se manifiestan con asombrosa
claridad. Así que el Mesías no eliminaría la ética antigua. El esclarecería su significado y
engrandecería la naturaleza extrema de sus demandas.

Amarás al Señor

El primer gran mandamiento es, "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y
con toda tu mente." Jesús engrandeció este mandamiento cuando dijo: "El que ama a padre o madre
más que a mí, no es digno de mi; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí" (Mat.
10:37). "No podéis servir a Dios y a las riquezas" (Mat. 6:24). El corazón no puede estar dividido entre
Dios y las cosas. El no acepta servicio a medias. "Cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que
posee, no puede ser mi discípulo" (Lucas 14:33).

Jesús no sólo enseñaba este mandamiento. El lo vivía. "No busco mi voluntad sino la voluntad de aquel
que me envió" (Juan 5:30). "Mi comida es hacer la voluntad del que me envió" (Juan 4:34). "No busco
mi propia gloria" (Juan 8:50). Jesús amó a Dios con todo el ardor y fervor de su ser. El hacer la
voluntad de Dios, buscar su honra, le era más valioso que su pan cotidiano.

La prueba más certera del amor es la obediencia filial. De Cristo está escrito que se hizo obediente
hasta la muerte, y muerte de cruz (Fil. 2:8). Jesús no sólo enseñaba lo que era amar a Dios con todo el
corazón, el alma, la mente, y las fuerzas. El mismo en su carne como ser humano era la misma vivencia
de ese mandamiento.

Y nuevamente pudiéramos adelantar las palabras de Jesús, "Haz esto, y vivirás."

Amarás a tu prójimo

Los últimos seis de los Diez Mandamientos se resumen en las palabras, "Amarás a tu prójimo como a ti
mismo." Jesús no vino a eliminar la ética del Antiguo Testamento. De hecho con estas palabras él
estaba citando al libro de Levítico (Lev. 19:18). Jesús vino a amplificar la ley, para mostrar lo que
significa amar al prójimo como a nosotros mismos. Dijo el Maestro:

"No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para
cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará
de la ley, hasta que todo se haya cumplido. De manera que cualquiera que quebrante uno de estos
mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los
cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos."
Mat. 5:17-19.

Entonces el Señor prosiguió a los pormenores. Comenzó a resaltar ciertos mandamientos del Antiguo
Testamento a fin de ilustrar lo que él no había venido a destruir sino a engrandecer en su ética.

"Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero
yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que
diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará
expuesto al infierno de fuego." Mat. 5:21, 22.
El Señor enseñó que la ira malvada, el proferir palabras abusivas o aún la actitud de pasar juicio sobre
el prójimo (Mat. 7:1) no va al cumplimiento del mandato. Al contrario, caerá en el juicio de Dios. Si
hemos ofendido a nuestro prójimo, Cristo mostró que Dios no acepta nuestra adoración a menos que
primero vayamos y reparemos las diferencias. Dios no valora la adoración con tintura de hipocresía.

"Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí
tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu
ofrenda." Mat. 5:23, 24.

Jesús también acrecentó el séptimo mandamiento

"Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer
para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón." Mat. 5:27,28.

Cristo prosiguió hablando de la veracidad. El dijo que en donde hay un corazón veraz, no cabe la
confirmación por un juramento (Mat. 5:33-37). De hecho, él declaró:

"Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del
juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serán condenado." Mat. 12:36,37.

Jesús también enseñó que el cumplimiento del mandamiento de amar a nuestro prójimo significa
despojarnos del espíritu del desquite, no llevar rencores (Mat. 5:38.41). En cuanto a nuestros enemigos,
él dijo:

"Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a
vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los
que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace
salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos." Mat. 5:43-45.

Jesús no sólo enseñaba todo esto. Su palabra era con autoridad porque él mismo era lo que enseñaba. El
era la perfecta demostración de aquel quien amaba a sus enemigos y oraba por aquellos que lo
ultrajaban con desprecio. Jesús fue el cumplimiento de este mandamiento -el mandamiento mismo en
carne y hueso. Mientras sus enemigos lo crucificaban y lo injuriaban con las más extremas
indignidades, él oraba, "Padre, perdónalos; porque no saben lo que hacen" (Lucas 23:34). Tal cual
dijera Pablo:

"Cristo... murió por los impíos. Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser
que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún
pecadores, Cristo murió por nosotros... siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte
de su Hijo." Rom. 5:6-8,10.

Sed perfectos
En su Sermón del monte, Jesús desplegó la categoría de justicia necesaria para entrar al reino de Dios:

"Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en
el reino de los cielos" (Mat. 5:20). Algunos habrán sentido que su última cifra de esperanza quedó
despedazada cuando escucharon eso. En fin de cuentas, los escribas y los fariseos eran religiosos de
carrera. No eran novatos en ese asunto de ser religiosos. Eran especialistas. Le dedicaban su tiempo
completo. Aparentemente no dejaban piedra sin rodar en la observancia de la ley a fin de hacerse
justos. La gente común se acallaba con asombro ante los escribas y fariseos, quienes ayunaban hasta
tres veces por semana. Pero Jesús decía, a menos que tengan una justicia mejor que la justicia de los
escribas y fariseos, no pueden entrar en el reino de los cielos. Nos hace recordar de otra ocasión cuando
los discípulos exclamaron con asombro, "¿Quién, pues, podrá ser salvo?" (Mat. 19:25).

En la cumbre de su discurso, Jesucristo dejó por asentado este asombroso requisito, "Sed pues,
vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto" ( Mat. 5:48). Y nuevamente
escuchamos el eco del mandato de Cristo, "Haz esto, y vivirás."

¿Dices que vivirás por las sencillas enseñanzas de Jesús? Entonces "Haz esto, y vivirás." Mas si no lo
haces, morirás. De hecho, serás condenado si te encuentran tan sólo una palabrita ociosa. ¿En alguna
ocasión te has enojado con tu hermano, culpable del espíritu de la venganza? ¿Has llevado rencores?
¿Jamás? ¿Has amado y rogado por tus enemigos tal como Jesús? ¿Y te imaginas que el Dios alto y
sublime aceptará menos que la perfección? Si fuera así, sería contrario a la enseñanza de su propio Hijo
que debes ser perfecto como tu Padre que está en los cielos es perfecto.

¿Qué esperanza tendrás en el juicio si esta noche llegaras a tu fin y tu vida fuera juzgada (como
ciertamente lo será) por la norma de la santa
ley demostrada en el ejemplo de Jesucristo?
Si te juzgaran sólo en base a cómo te mides
con las enseñanzas de Jesús, ¿cuál sería tu
posibilidad de ser absuelto? Las sencillas
enseñanzas de Jesús sencillamente te serían
¡más aterrorizantes que los truenos del
Sinaí!

Cuando Dios llamó a los hijos de Israel a


salir de Egipto, los trajo al monte Sinaí para
darles los Diez Mandamientos. Les dijo que
se prepararan para el acontecimiento
lavando sus ropas y santificándose. Así que
la gente se lavó y se santificó (Ex.
19:10,14). Junto con Moisés se presentaron dispuestos alrededor del monte. Ciertamente, aquí había
una congregación de gente ejemplar, santa.

Luego, con retumbe de truenos, el Señor comenzó a declarar desde el monte Sinaí:

Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses
ajenos delante de mí. Éxodo 20:2,3.
El monte ardía y la tierra se sacudía. La voz de Dios -la Palabra de Dios- la cual es "viva y eficaz, y
más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu" (Heb. 4:12)-
penetró a los corazones de aquella multitud. Un gran terror se apoderó de ellos. Aún Moisés dijo,
"Estoy temblando" (Heb. 12:21). Y el pueblo exclamó, "No hable Dios con nosotros, para que no
muramos" (Ex. 20:19).

Esto es lo que ocurre con el hombre mortal nacido en pecado, pobre, débil, "que bebe la iniquidad
como agua" (Job 15:16), cuyo corazón "es malo desde su juventud" (Gén. 8:21), "engañoso más que
todas las cosas, y perverso" (Jer. 17:9). Piensa que hace el bien hasta que se encuentra con la pureza del
Altísimo. Tal cual dijera Calvino, "Pues si las estrellas, las cuales parecieran tan relucientes en la
noche, pierden su fulgor a la luz del sol, ¿qué pensaremos sucederá cuando hasta la más estelar
inocencia del hombre se compara con la pureza de Dios?"

Pero si los estruendos del Sinaí aterrorizan, ¿qué de las enseñanzas de Jesús? Si hemos de ser juzgados
por esa norma -pues "Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres" (Rom. 2:16)- bien que
podemos exclamar, "y ¿quién podrá sostenerse en pie?" (Apo. 6:17). ¡Estas sencillísimas enseñanzas de
Jesús son sencillamente aterradoras!

El evangelio de Jesús

Hay una progresión interesante en las enseñanzas de Jesús. Cuando el Señor desplegaba sus
enseñanzas, primeramente manifestaba la perfección que Dios exige del ser humano. Declaró que la
justicia de los escribas y los fariseos no era suficientemente buena. Dios requiere una justicia semejante
a la de Dios mismo. Los discípulos se asombraron tanto ante esta norma tan alta que preguntaron
"¿Quién pues, podrá ser salvo?" Entonces Cristo mediante sus obras les dio prueba contundente que él
era el Mesías verdadero, el Hijo de Dios.

Le preguntó a sus discípulos, "¿Quién dicen los hombres es el Hijo del Hombre? Ellos dijeron: Unos,
Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas. El les dijo: Y vosotros, ¿quién
decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente" (Mat.
16:13-16).

Jesús primeramente le enseñó a sus discípulos que el único género de justicia aprobado ante Dios es el
de una vida perfecta. En vista de este requisito, los discípulos se dieron cuenta de su condición
pecaminosa y se cuestionaban en torno a cómo pudieran ser salvos. Fue entonces cuando Jesús los
condujo a confesar que él era el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Desde entonces, "comenzó Jesús a
declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los
principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día" (Mat. 16:21). Al fin
Cristo comenzó a descorrer el velo al misterio de su misión. Su misión era más que la de ser un gran
maestro. El era un Salvador. El "comenzó a declarar a sus discípulos que le era necesario... ser muerto,
y resucitar al tercer día."

La frase "le era necesario" apunta a un menester divino. El Hijo del Hombre debe ser muerto. Es
menester que se cumpla la ley -en cada tilde y jota. Y la ley no sólo decreta la justicia; profiere una
maldición sobre todo aquel que fracasa en el cumplimiento de todos sus mandatos. "Pues escrito está,
Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas"
(Gál. 3:10). Dice el salmista, "Dichosos los que guardan juicio, los que hacen justicia en todo tiempo"
(Sal. 106:3). Porque cualquiera que guardare toda la ley "pero ofendiere en un punto," el tal "se hace
culpable de todos" y sigue bajo maldición (Santiago 2:10). Así es la ley - la justicia de Dios.
Puesto que es menester que la ley se cumpla, puesto que el fallo contra el pecado debe ser consumado,
puesto que la maldición debe recaer sobre el imperfecto y el desobediente -tal cual lo somos todos-
Cristo declaró que el Hijo del Hombre debía subir a Jerusalén. "Yo soy el buen pastor; el buen pastor
su vida da por las ovejas" (Juan 10:11). "Porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar" (Juan 10:17).

Jesús se refirió a una profecía de Isaías cuando dijo, "Porque os digo que es necesario que se cumpla
todavía en mí aquello que está escrito: Y fue contado con los inicuos" (Lucas 22:37). Cristo insistió en
que esto tenía que suceder. El tenía que ser contado como pecador en nuestro lugar. En esta alusión él
estaba citando de Isaías 53, una escritura que ha conmovido poderosamente los corazones de hombres
y mujeres a lo largo de las edades.

Despreciado y desechado entre los hombres,


varón de dolores, experimentado en quebranto;

y como que escondimos de él el rostro,


fue menospreciado, y no lo estimamos.

Ciertamente llevó él nuestras enfermedades,


y sufrió nuestros dolores;
y nosotros le tuvimos por azotado,
por herido de Dios y abatido.
Mas él herido fue por nuestras rebeliones,
molido por nuestros pecados;
el castigo de nuestra paz fue sobre él,
y por su llaga fuimos nosotros curados.
Todos nosotros nos descarriamos como ovejas,
cada cual se apartó por su camino;
mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.

Angustiado él, y afligido, no abrió su boca;


como cordero fue llevado al matadero;
y como oveja delante de sus trasquiladores,
enmudeció, y no abrió su boca.
Por cárcel y por juicio fue quitado;
y su generación, ¿quién la contará?
Porque fue cortado de la tierra de los vivientes,
y por la rebelión de mi pueblo fue herido.
Y se dispuso con los impíos su sepultura,
mas con los ricos fue en su muerte;
aunque nunca hizo maldad,
ni hubo engaño en su boca.
Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo,
sujetándole a padecimiento.
Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado,
verá linaje, vivirá por largos días,
y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada.
Verá el fruto de la aflicción de su alma,
y quedará satisfecho;
por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos,
y llevará las iniquidades de ellos.
Por tanto, yo le daré parte con los grandes,
y con los fuertes repartirá despojos;
por cuanto derramó su vida hasta la muerte,
y fue contado con los pecadores,
habiendo él llevado el pecado de muchos,
y orado por los transgresores.
Isa. 53:3-12.

La profecía tocante a "orado por los transgresores" fue cumplida en el Gólgota cuando nuestro gran
Sumo Sacerdote oraba, "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lucas 23:34). "Porque el
Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos"
(Marcos 10:45). "Por" significa "en lugar de." Cristo vino a dar su vida a favor de, en lugar de otros. El
mismo llevó nuestras transgresiones. "Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los
injustos, para llevarnos a Dios" (1 Pedro 3:18). Puesto que todo el costo de la transgresión ha sido
pagado por entero, podemos tener el perdón de pecados mediante la fe en su sangre. Cuando él tomó el
vino, un sacramento de su muerte, Jesús dijo, "Porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por
muchos es derramada para remisión de los pecados" (Mat. 26:28).

"Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito:
Maldito todo el que es colgado en un madero)" (Gál. 3:13). Cristo llevó nuestros pecados. El llevó la
maldición que la ley pronuncia contra los pecadores. El lo hizo a fin de que nosotros, por medio de
creer en lo que él ha hecho, podamos ser perdonados y podamos heredar las bendiciones prometidas a
los que obedecen la ley. "Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el
Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna"
(Juan 3:14, 15).

Jesús murió la muerte de cada pecador. Mas debido a su naturaleza divina sin pecado, fue imposible
que la tumba lo pudiera retener. Y cuando él se levantó de los muertos y le dio a sus discípulos sus
órdenes de partida, éste fue su cometido:

Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras; y les dijo: Así está escrito,
y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase
en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde
Jerusalén. Lucas 24:45-47.

Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio [el perdón de pecados mediante la sangre de
Cristo; véase 1 Cor. 15:1-41] a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que
no creyere, será condenado. Marcos 16:15,16.

Entonces, el ingrediente esencial de la religión cristiana no es sólo la ética de Cristo, la regla de amor
que él prescribía. Si tan sólo pudiéramos darnos cuenta de nuestra propia insuficiencia moral,
ciertamente debiéramos darnos cuenta que estas "sencillas enseñanzas de Jesús" son causa de condena
para todos nosotros.

Jesús fue más allá de esta enseñanza. El mismo, el único ejemplar sin pecado de toda la humanidad
desde el principio hasta el fin del tiempo, entregó esa vida perfecta como sacrificio sin mancha ante
Dios. El fue "el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Juan 1:29). El dio su vida como
rescate por muchos -en nuestro lugar, a nuestro favor. Mediante su muerte, la justicia de Dios se
satisfizo en todo lo que tiene que ver con nosotros. Por lo tanto, la misericordia de Dios puede
extenderse mediante el perdón de pecados en el nombre de Cristo. En sus viajes por Asia Menor, Pablo
predicaba, "Sabed, puesto, esto, varones hermanos: que por medio de él se os anuncia perdón de
pecados, y que de todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es
justificado todo aquel que cree" (Hechos 13:38,39).

La enseñanza de Cristo no tiene que ver solamente con su ética. Más allá de su ética está el mensaje de
su sacrificio divino por los pecados del mundo y el colocar su ofrenda para el perdón de pecados para
todo aquel que cree.

Todas las ramas de la iglesia cristiana aceptan el Credo de los Apóstoles. Es notorio por su breve
sencillez. En el corazón de ese credo tan reconocido está esta breve declaración: "Creo en el perdón de
pecados." Ese es un mensaje gozoso para las almas que se sienten agobiadas con la culpa y torturadas
por sus propias conciencias.

"Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio" (Hebreos
9:27). Para todo el que reconozca que tiene que presentarse ante el tribunal de Dios, le es ciertamente
buenas nuevas que mediante la fe en Jesucristo, en su nombre, mediante el derramamiento de su
sangre, tenemos gratuitamente el perdón de todo pecado. Jesús fue contado entre los pecadores en
nuestro lugar. De tal modo que mediante la fe nosotros somos contados entre los justos por causa de él.
Nos presentamos ante su tribunal totalmente aprobados por Dios. Nuestra conciencia jamás estará en
paz, jamás dejará de acusarnos, hasta que por la fe nos demos cuenta que Dios nos absuelve por el
favor de Jesucristo.

En una declaración muy preciosa nuestro Señor dijo, "El que recibe a un justo por cuanto es justo,
recompensa de justo recibirá" (Mat. 10:41). Pudiéramos dejar a un lado todos los escritos de Pablo sin
perder su teología la cual se encuentra en estas palabras de Cristo tan abarcantes. Aquí se encuentra el
principio de la sustitución. El que recibe a un justo a nombre de un justo recibirá la recompensa de un
justo.

A todos nosotros nos dice la escritura, "No hay justo, ni aun uno" (Rom. 3:10). "Ninguno hay bueno,
sino sólo Dios" (Lucas 18:19). El es "Jesucristo el justo" (1 Juan 2:1). El es el "Santo de Israel" (Isa.
41:14; 43:14; 49:7). El es el único justo. Y el que recibe a este hombre justo porque es justo, recibirá la
recompensa del hombre justo.

"Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo" (2 Cor. 5:10).

Todos podemos presentarnos ante el tribunal a nombre propio y en base a nuestro propio rendimiento.
Podemos traer todas nuestras buenas obras. Las podemos tender frente al tribunal diciendo, "¡Heme
aquí, Señor!" Si tenemos una justicia que se mide por igual a la justicia que se despliega en las sencillas
enseñanzas de Jesús, entonces triunfaremos. Pero si a nuestra justicia le hiciera falta tan sólo el punto
de una jota, seremos condenados y echados fuera. A tales, la escritura les dice, "Echadle en las tinieblas
de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes" (Mat. 25:30).

Pero podemos allegarnos al juicio en el nombre de un hombre justo. En vez de acercarnos allí bajo
nuestro propio nombre y apoyados en el poder de nuestro propio rendimiento, mas bien debemos
allegarnos en el nombre de aquel hombre justo. Porque él es el único ser justo cuya justicia será
acogida ante el tribunal de Dios.
El gran erudito católico, Hans Kung, dirigió la palabra durante el servicio fúnebre del reconocido
teólogo protestante Karl Barth. Narró la conversación que una vez sostuvo con Barth. Mientras argüían
tocante a las escrituras, plantearon ciertas diferencias, y Kung le dijo a Barth, "Te concedo que eres
hombre de buena fe." Barth replicó, "Ni yo mismo me concedo que soy de buena fe. En aquel gran día
cuando comparezca ante el juicio, no voy a llegar allí con mi gran bolso de teología [pues él escribió
más de lo que nosotros pudiéramos leer en toda una vida]. No voy a entrar tambaleándome ofreciendo
ese bolso, pues los ángeles se pondrían a reír. Ni tampoco entraría planteando mis buenas intenciones.
Al contrario, mi súplica será, Dios, sé propicio a mí, pecador.

La fe del cristiano que tiene la fe de Jesús siempre se presentará con la súplica: "No te fijes en mí, un
pecador, sino en mi Abogado. Nada digno del amor que él me ha manifestado hay en mí, pero él dio su
vida por mí. Fíjate en mí a través de Jesús. El se hizo pecado por mí para que yo pueda ser hecho la
justicia de Dios en él."

Este es el corazón de la enseñanza, y no sólo de la enseñanza sino del evangelio de Jesucristo. Es la


verdadera fe en común a todos los hijos de Dios. Y "el justo por la fe vivirá" (Rom. 1:17).

Cómo vivir una vida victoriosa

Introducción

En la iglesia no son escasos los libros, tratados y sermones acerca de cómo vivir una vida
cristiana victoriosa. Si Ud. va a cualquier librería religiosa, encontraría cientos de libros
acerca de este tema. En la actualidad son muy comunes los seminarios donde se enseña a la
gente acerca de la vida cristiana victoriosa.

Gran parte de este abundante material no lleva a la gente a obtener una vida cristiana
victoriosa, sino todo lo contrario, lleva al lector al pecado del orgullo y del egoísmo, y la peor
forma de orgullo es el orgullo espiritual. Esta literatura lleva a la gente a vivir pendiente de
su nivel espiritual, y los hunde en su propia pretendida piedad.

Hace quinientos años, el cristianismo fue liberado de esta mentalidad centrada en el hombre,
gracias a la poderosa verdad de la justificación por la fe. Creemos firmemente que la iglesia
cristiana está lista para una revolución religiosa.

Mucha gente puede alegar fidelidad a esta poderosa verdad de la justificación por la fe, pero
sin reconocer la relevancia de esta verdad en la experiencia cristiana de cada día. En general,
la iglesia está sumida en una suerte de santificacionismo ajeno al evangelio y a la
justificación por la fe.

Este artículo muestra que únicamente una clara comprensión del principio protestante de la
justificación por la fe puede llevarnos a una verdadera reforma en la vida y a una experiencia
cristiana victoriosa. La Justificación por la fe no está divorciada del privilegio y
responsabilidad de una vida cristiana victoriosa, sino que es el único camino para llegar a
ella. Preocuparse con algo que está afuera del hombre es el único medio de corregir el
egoísmo que mora dentro del hombre.

Los Editores

La justificación por la fe es la fuente de donde brota la vida cristiana, y es el latente corazón


de la revelación bíblica y de toda verdadera religión.

La santificación es lo que Dios hace dentro del


creyente, y por importante que esto sea, no es la base
de la salvación ni el fundamento de la esperanza del
cristiano. Por su puesto que la santificación es una
obra de la gracia, pero se nutre y es el producto de
una obra de gracia anterior a ésta. A menos que la
santificación permanezca enraizada en la
justificación y constantemente retorne a ésta, no
podrá escapar del venenoso miasma del
subjetivismo, el moralismo, o el fariseísmo.

La razón humana podría argüir que lo más


importante que Dios podría hacer por el pecador es
transformar su corazón, pero este razonamiento
constituye el corazón de la soteriología medieval, y
debe admitirse que la primordial preocupación del
mundo evangélico actual es el mensaje de salvarse
"permitiendo que Cristo entre en el corazón," y así
poder nacer otra vez. Este era el evangelio de la edad
media.

La gran verdad de la justificación por la fe, sin embargo, no trata sobre la obra de Dios dentro
del creyente, sino con los actos de salvación de Dios realizados afuera del creyente.

En primer lugar, la base de la aceptación de Dios es la pura gracia: "Siendo justificados


gratuitamente por su gracia" (Rom. 3:24). La palabra griega que aquí se traduce
"gratuitamente," significa "sin causa alguna." La gracia no está condicionada a ninguna
cualidad del corazón humano. La gracia de Dios es tan independiente de cualquier cualidad
humana, que el apóstol declara que esta gracia "nos fue dada en Cristo Jesús antes de los
tiempos de los siglos..." (2 Tim. 1:9). La gracia es una cualidad del corazón de Dios, es su
disposición a ser bondadoso y misericordioso hacia aquellos que están perdidos y no merecen
nada. La gracia es el atributo divino de aceptar a los que no son aceptables, incluyendo a los
que Dios ha santificado.

Sin embargo, la gracia de Dios no anula su justicia; su ley debe ser mantenida. Dios requiere
que haya una base sólida sobre la cual se ofrezca el perdón y los pecadores puedan ser
aceptados como justos, y esta base sólida se encuentra completamente fuera de nosotros.

Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo


Jesús [mediante el acto redentor de Dios en la persona de Cristo] (Rom. 3:24).
Las obras y la muerte de Cristo constituyen la única base sobre la que Dios puede juzgarnos
y declararnos justos. Esto significa "ser justificados en Cristo..." (Gál. 2:17). El evangelio
proclama que los pecadores son salvados por los actos concretos de Dios en la historia. Tan
afuera del creyente está la razón de su aceptación, que ésta ocurrió hace dos mil años, y
precisamente en esto consiste el cristianismo. De hecho, el cristianismo es la única religión
histórica puesto que todas las religiones del mundo enseñan que la salvación se logra a través
de un proceso que ocurre dentro del adorador, por lo que la mayor preocupación del religioso
es su experiencia interior. Solo el cristianismo proclama una salvación ocurrida afuera del
adorador.

De hecho, esta verdad ofende al orgullo humano. ¿Podríamos al menos simpatizar con los
hijos de Israel en el desierto? Muchos de ellos fueron mordidos por serpientes, y enfrentaban
una muerte segura. Moisés colocó una réplica de una serpiente mortal en un madero, e invitó
a los moribundos a mirar y vivir. ¿Quién había oído anteriormente de semejante invitación?
El veneno aún se encontraba dentro del cuerpo del moribundo, y ¿cómo podría ser de ayuda
algo completamente externo? Sin duda, muchos moribundos estaban inclinados a razonar en
lugar de mirar. A nosotros, quienes hemos sido mordidos por el diablo, la serpiente antigua,
Jesús nos dice: "Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el
Hijo del Hombre sea levantado..." (Juan 3:16).

La base de la salvación humana no es un proceso subjetivo. Si el camino de la salvación


fuera simplemente un asunto de invitar a Cristo a entrar en el corazón, y nacer otra vez por el
Espíritu, entonces no hubieran sido necesarios los sufrimientos y la muerte de Cristo.
Ninguna medida de santificación o justicia interior podía salvar el abismo que el pecado
había hecho, y colocarnos así en una correcta relación con Dios. El compañerismo con Dios
no puede descansar sobre la base de un proceso interior de santificación. Además, la
perfección no es algo que Dios requiere sólo al final del camino cristiano, sino que Dios
demanda perfección y santidad absolutas antes que pueda iniciarse cualquier relación con
Dios.

Lo repetimos, la salvación y la correcta relación con Dios tienen un sólo fundamento, el cual
es lo que Dios ha hecho fuera de nosotros en la persona de Jesucristo (Rom.3:24). Hace dos
mil años hubo un evento histórico, concreto y objetivo: Dios mismo irrumpió en la historia
humana en la persona de su Hijo y llegó a ser nuestro representante. Cristo llevó nuestra
naturaleza y se identificó de tal manera con nosotros, que todo lo que hizo fue realizado en
nuestro beneficio, y en nuestro lugar. Cristo enfrentó, venció, y destruyó el poder del pecado,
del diablo, y de la muerte, y es exactamente como si nosotros hubiésemos vencido. Su
victoria fue realmente nuestra victoria. Cuando El obedeció perfectamente la ley de Dios, lo
hizo por nosotros, y es como si nosotros hemos vivido esa vida santa (Rom.5:19). Cuando
Cristo llevó nuestro castigo, la justicia nos consideró castigados en El, "Si uno murió por
todos, luego todos murieron" (2 Cor.5:14). Cuando El resucitó y fue aceptado con gozo en la
diestra de Dios, lo hizo en nuestro lugar y en nuestro favor. Dios abrazó a toda la humanidad
en la persona de su propio Hijo. Tan ciertamente como Dios vino a la tierra en la persona de
Jesús, nosotros hemos sido entronizados en el cielo, en la persona de Cristo. El evangelio no
proclama las buenas nuevas que Dios hará, sino que proclama las buenas nuevas de lo que
Dios ha hecho en Cristo. Por medio de sus gloriosos actos de salvación realizados fuera de
nosotros, Dios logró nuestra liberación. Dios nos ha perdonado, justificado y restaurado a un
sitial de honor y gloria en la persona de Jesucristo (Efe.1:3-7; 2:4-6; Rom. 4:25; 5;8-10,18;
Col.2:10).
La justificación bíblica es realizada por la gracia de Dios, por los méritos de Cristo, y
recibida por medio de la fe. Lo que Dios hizo fuera de nosotros, en la persona de su Hijo,
debe ser creído y recibido por nosotros. La fe proviene del oir el mensaje del evangelio
(Rom.10:17). La fe no produce justicia, la acepta; la fe no crea la salvación, la toma. La fe
toma conciencia de una salvación ya lograda en Cristo.

La fe es completamente objetiva, y no está relacionada con nada que sucede o existe en esta
tierra. La fe no descansa en lo que el Espíritu Santo ha realizado dentro de nosotros, ni en
nuestra santificación, ni en alguna experiencia pasada como el nuevo nacimiento. La fe se
adhiere a lo que está en el cielo, a nuestra gloriosa herencia que se encuentra a la diestra de
Dios, en Cristo. La santificación, siendo realizada en esta tierra, y dentro del creyente, no
forma parte de la justificación por la fe sola. La justificación por la fe es la presentación de la
perfecta santidad y el perfecto sacrificio de Cristo en nuestro favor. La única justicia que
tenemos ante el Padre es justamente la justicia que está a la diestra del Padre. Cristo mismo
es nuestra justicia (Jer.23:6), quien se sentó a la diestra del trono de Dios. Como Juan
Bunyan escribió, el sublime misterio de la Biblia es "que una justicia que reside en una
persona en el cielo puede justificar a un pecador como yo, en la tierra." Esta es la justicia de
la fe. Es una justicia que los reformadores llamaron "justicia ajena," una justicia
completamente fuera del hombre, y tan ajena a la razón humana, que sólo el evangelio la
puede revelar.

Hemos visto que Dios justifica por gracia, sobre la base de la obra de Cristo, y para beneficio
del pecador que cree. La gracia que justifica es una gracia que se encuentra afuera del
hombre. La justicia que justifica se encuentra afuera del hombre, y la fe que acepta la
bendición se aferra a lo que está completamente afuera del creyente. El acto divino de
justificar al pecador que cree en Cristo, es un acto que ocurre también afuera del creyente, y
esta gran verdad la vamos a considerar desde dos diferentes perspectivas:

1. El significado de la justificación.

Justificar es un término legal relacionado con un juicio. Justificar


no significa transformar al acusado en una persona justa, así como
condenar no significa transformar al acusado en una persona
malvada. Justificar es simplemente dar un veredicto judicial
mediante el cual el acusado es declarado o pronunciado justo. En
el caso del juicio de Dios, el pecador que cree es declarado justo
porque el representante del pecador es justo. En otras palabras,
cuando el pecador reclama la justicia de Cristo como si fuera suya
y la presenta ante el juez, Dios da testimonio que la deuda ha sido
pagada, y el pecador se encuentra en paz ante la ley.

Por lo tanto, la justificación no es un acto que Dios realiza dentro del pecador, sino afuera del
pecador que cree, es un veredicto, un acto forénsico que declara justo al pecador. La
justificación no está basada en la santidad del creyente, sino en la santidad de aquel en quien
el pecador ha depositado toda su confianza, y este punto es crucial. No debemos
preocuparnos acerca de lo que Dios piensa de nosotros, sino acerca de lo que Dios piensa de
su Hijo, nuestro sustituto. Si confundimos justificación con un proceso interior de
santificación, encontraremos imposible alcanzar la paz de conciencia. La justificación tiene
que ver con lo que Dios realiza por nosotros y no con lo que Dios realiza en nosotros.

2. El método de la justificación.

En el capítulo cuarto de Romanos, el apóstol enseña no solamente que Dios justifica al impío
(v.5), sino también que Dios imputa justicia al que cree (vs. 3,5-7). En el capítulo cinco,
Pablo muestra que la justicia que Dios imputa es "la justicia de uno" (vs. 18,19). Ahora bien,
la palabra imputar no significa impartir. Imputar significa atribuir al pecador lo que éste no
tiene. Por ejemplo, cuando Elí declaró que Ana estaba ebria, esta declaración de Elí no
transformó a Ana en una mujer ebria (1 Sam.1:13). La imputación no cambia el objeto, sino
la manera cómo el objeto es considerado. El Calvario es la suprema ilustración de lo que
significa la imputación. Nuestros pecados fueron imputados a Cristo (2 Cor. 5:19-21) y
Cristo fue tratado como si fuera un pecador, sin embargo Cristo fue "santo, inocente, sin
mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos" (Heb. 7:26).

3. El acto divino de justificación es un acto justo, pues descansa en la intercesión de


Jesucristo, el justo. Somos declarados justos porque Dios nos atribuye la justicia de su Hijo,
la que aceptamos por la fe. Por lo tanto, analizado desde cualquier punto de vista, la
justificación es un acto de la gracia de Dios que ocurre completamente afuera de la
experiencia del creyente. Sí, somos concientes de las objeciones levantadas contra una
"ficticia legalidad," o una extraña "contabilidad divina," etc., pero estas objeciones se
explican cuando comprendemos la inseparable relación entre la justificación y la
santificación. En realidad, sólo en la medida en que aceptemos el énfasis bíblico en la
justificación, podremos ser llevados a experimentar la obra de Dios dentro de nosotros, para
santificación. La justificación bíblica es la fuente dinámica donde se origina y fluye la
verdadera santificación. La doctrina de la justificación por la fe es la base de toda ética, de
toda reforma, y de toda acción.

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