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1998
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Celia se pudre
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N Qvela
Ministerio de Cultura
REPÚBUCA DE COLOMBIA
Presidente de la República
Ernesto Samper Pizano
MINISTERIO DE CULTURA
Ministro de Cultura
Ramiro Osorio Fonseca
Viceministro de Cultura
Miguel Durán Guzmán
Coordinador editorial
Homenajes Nacionales de Literatura
6scar Torres Duque
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'" Héctor Rojas HerÍ1~b;!
Diseño de cubierta:
Mateo Castillo
Fotografía del autor:
Ernesto Monsalve Pino
Edición, diseño y armada electrónica:
De Narváez ~{ Jursich
!m~resión y encuadernación: I
Panamericana Formas e Impresos S. A.
Impreso y hecho en Colombia
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I
Prólogo
Celia se pudre, el fin de la saga
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La sagade Cedrón
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ción muy sabia y muy poética,penetra hastamás allá, o seahasta el centro
de la piedra. Aquel burócrata,perseguido por su nómina, nos conmuevepor-
que refleja enla vida urbana un triste destinopara el hombre,eseque quizá so-
mos nosotros mismos,pero estavez por lo menosno podemosreconocemos».
Prólogo
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rencia Opor un privilegio inexplicable del mito sino también por una
larga, morosa 'f amorosa relación con seres,atmósferas y objetos.
Respirandoel verano,pensada durante más de veinte años, pero
escrita en algo más de tres meses,es el inicio de la saganovelística,
aunque a lo largo de los dos períodos más notables de su obra pe-
riodística, Roj~s Herazo haya ensayado relatos sobre personajes y
paisajes que, después,penetrarán en la ficción novelística.Orientada
por una estructura fragmentaria, en la que ya Rojas Herazo, atraído
gozosamente por el monólogo moderno y las audacias liberadoras
del cine, propone su necesidad de un lector más activo y expone su
noción del tiempo como duración arbitraria y subjetiva,la novela en-
señala interioridad turbulenta de una familia, cuyo centro es Celia,
en quien reposan el orden, la autoridad y la resistencia de la aven-
tura familiar. Cada destino es la asunción de un desconcierto: la
ambigüedad del afecto, la incertidumbre del sexo, la soledad irre-
basable, crean un conjunto humano de aplazados y desunidos que
encuentran en el rencor y el silencio, más que en la rebelión ex-
plícita, las formas del desacuerdo y tal vez la única posibilidad de
relación. Una certera y apesadumbrada metáfora de la nación, des-
de el microcosmos familiar y los espectros pueblerinos.
La novela describe las patéticas incomprensiones humanas, que
indican la limitación de todo vínculo, la imposibilidad o el desgaste
de todo amor, el precio existencial de las desobedienciasa las nor-
mas del origen. El verano se erige como un símbolo de lo seco, in-
contenible e incierto, y agrega más indefensión en la atmósfera a lo
ya indefenso en el espíritu.Y Cedrón, el pequeño pueblo signado ya
no por el pecado sino por la incomunicación original, se erige en el
espacio del abandono orgulloso, del tiempo detenido, en el lugar de
las quimeras y en un lugar del Caribe colombiano donde el realismo
mágico no encuentra una realización lineal, pues en la novelística
JORGE GARCtA USTA
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Villalba,
Muñoz, Rómulo
Mario Rivero,
Bustos, Alvaro
Alfonso Marín,
Cárdenas,
Darío Azalea
Jaramillo García,
Agudelo,Marino HenryTroncoso,
Luque ¡
ES
Luz Mery Giraldo, José Stevenson, Antonio Cruz Cárdenas, José Martínez, Z
Francisco Gil Tovar y María Eugenia Trujillo, junto con los españoles Luis Ro- -1
deo Lozano, seccional del Caribe, la del Valle y la de Antioquia, junto al Ban- ~
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A la niña Rochi
Porquela vida estáescrita
exclusivamenteconpolvo.
StephenSpender
Dejemosascendertodoslos venenos
que nosacechanen elfango.
RobertGraves
P orque no era tanto lo pesado de ese levantarse y, bostezan-
do, estirarse lo más posible y después abrir la ventana y respi-
rar -primero fuerte y luego dulce extasiadamente- aquel color de
escamagelatinosa del cielo contra la línea de los montes. Ese color.
y todavía los diferentes rumores, entre los cuales se destacaesa es-
pecie de sosegadaasf1xia(se siente tan inútil y estúpidamente solo e
indefenso cuando los oye) que tienen los hijos durmiendo, la mujer
durmiendo. Los sigue oyendo, pero ahora solamente a ella, lejana-
mente. Braceando inmóvil entre sus sábanas,sus olas, tratando de
llegar y salvarseen alguna orilla. Porque después,más que sentirla, la
ha adivinado, en tareas distintas y en diferentes sitios de la casa, un
poco ubicua, apenas canturreando, mientras él vuelve a silbar des-
pués de afeitarse y aún no ha decidido abrir el periódico y sentarse
en el inodoro. Y ahora ella le estáponiendo el pan y la cacerola con
los huevos batidos sobre el mantel. Todavía con los ojos rojizos de
sueño, un poco abotagados, moviéndose entre las cosas con el im-
perceptible balanceo de quien camina por un piso no suficiente-
mente fIrme, en el mar.Y hastala vída, sí señor, puede ser muy bue-
na teniendo que llamar al plomero para que termine de una vez con
el goteo de esa canilla y las calificaciones del viernes, tú sabes,no
siempre pueden venir excelentescuando, la noche anterior, el mu-
chacho le ha presentado el parte. Lo del uno en conducta no im-
porta, hasta puede indicar cierto saludable avispamiento, pero ya
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Celiasepudre
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voroso, las m~nc~~s de su pa~talón, están,cercadospor el fragor de
la nada. Algo illVlslble, henchido de lento lInplacable furor, los des-
hace sin ser oído, aquí, ante mis propios ojos -jDios mio, estóma- I
go mío, alma mía!- y yo no puedo auxiliarlos porque también yo 1
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N o era a ninguna hora determinada. En cualquier momento
podía llegar aquello.Inclusive en los momentos de mayor aje-
treo. Cuando se estaba a la búsqueda de un dato importante, im-
portantísimo, recalcaba, sin tomarse el trabajo de hacerlo con pala-
bras, alguno de los funcionarios.Y aquelloseinstalaba allí, en el vasto
salón lleno de escritorios. Algunas veces casi podía tocarse, verlo
brillar sobre las cabezasinclinadas o en los ojos soñadores (dejaban
de oír, se ensimismaban, descifraban algo en los lejanos árboles del
parque, en las nubes que erraban, sucias y leves,al fondo de las ven-
tanas) de los estadígrafos o los contabilistas que fumaban. O en las
secretarias que, súbitamente, aflojaban la guardia de sus facciones
bajo la pintura quedando, envejecidasy tristes, con su carga de pe-
sar desnuda en cada rostro.
Aquello llegaba y se instalaba sin ningún anuncio. Entonces el
rayito de sol que entraba por la ventana del doctor Iduarte -el vi-
gesimosegundo funcionario en importancia, dentro de la compleja
comisión que investigaba el origen de los esputos morados en las
aves de corral- se iba convirtiendo en un largo vibrante venablo,
que terminaba hundiéndose en algún posible costado de la oficina.
La oficina en cruz, así era. Destilando sangre, sangre invisible. Se
oían sus gotas.Y el cuchicheo que salía de gavetas,vitrinas y rinco-
nes. Era aquello.Él quedaba postrado. Tenía que dejar a un lado los
papeles, con sus respectivas e imponentes sandecespara ser con-
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fmal de sus brazos; un dulce viento rizaba sus muslos con pequeñas
olas de mármol. Detrás, en la colina que la persistencia de una gote-
ra había convertido en una gran oruga, se insinuaban sombras arbó-
reas y quiméricos senderos. Delante y a los costados de la estatua,
toda la fauna burocrática: caras de batracio s y pájaros, de lobos, re-
nacuajos e inclasificables insectos, se apagaban y encendían sor-
presivamente sobre cuellos entiezados, corbatas listadas, chalinas,
corbatines de punto y enaguasespumosas.Llamaba su atención un
rostro defmitivamente castrense,de violentos bigotes, sobre un cha-
leco cruzado por una leontina. Era el de un espléndido perro de caza,
enteramente satisfechode las presasque le habían tocado en suerte.
y un hombrecillo idéntico a JoséMartí: con susmismos ojos melan-
cólicos bajo la nobleza frontal y hasta con sus mismos pantalones,
estrechos y arrugados, de papá que se acaba de levantar de un me-
cedor, sobre sus zapatos de cómico.
Le gustaba aquel retrato comunal. Cuando amenguaba el peso
de aquello sobre la oficina, se iba de asueto,largo rato, por entre sus
arcadas y rostros y sus senderos en la montaña, a oír fenecidos cu-
chicheos y roce de esqueletosenfundados en telas removiéndose en
los pretéritos asientos. Había descubierto, además, un minucioso
placer, consistente en reducirse imaginativamente a tal extremo
que podía, en contemplativo embeleso,girar en torno a "su" musa.
Entonces sabía que los brazos, el óvalo impasible y las trenzas de la
vetusta doncella eran, de veras, recorridos por un aire, entre fúne-
bre y dichoso, que aumentaba su misterio. Alguna vez oyó al doc-
tor Estroncio a su espalda, con un tono amable y correccional al
mismo tiempo, refiriéndose a sus ojos arrugados por la minuciosa
curiosidad: (i¿Sele ha perdido alguna pulga en eseretrato?). No pu-
do emitir nada parecido a una respuesta, sólo ese carraspear dos o
tres vecesque lo mismo remedaba una excusa o un balbuceo. ¿Qué
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ser con piedras. Era como la consigna del arranque, como quien
dice con solidez y fuerza de eternidad. y puso a sus ochocientos
hombres a arrear piedra a lo bravo. De descansoni hablar, más bien
réstelo de la cuenta. De día o de noche, lloviendo o con sol, se es-
cuchaba la pujadera entre los matojos. Los dívidió de cuarenta en
cuarenta. Cada grupo comandado no por un oficial sino por un
capataz. Pues aquí, para que sepan, la cuestión no fue de grado si-
no de eficiencia. Si un soldado raso probaba ser mejor que un cabo,
pues el que mandaba era el soldado.y caso se vio, en muchas cua-
drillas, en que sargentos y hasta algún teniente se aculillaban o ma-
maban ante el brío de sus capataces.Y el Bestierra, infatigable en el
caballo. Mire qué burros estos indios, se deslenguaba (a los negros,
a los blancos y a los indios arreadores los llamaba lo mismo), car-
gando de un solo lado, a pique de buscarse una joroba o que se les
desatornillen los cojones. Miren, les gritaba parado en los estribos,
se les va a resbalar esa vaina y después se me vienen, lloricones y
rengueando por cualquier tropezón; jsepan cargar carajo! y la cosa
no se quedaba en bravata, era que daba el ejemplo. De un envión
alzaba una piedrota hasta la cintura; movía no más el esqueleto, la
dejaba en buen acomodo sobre el lomo, se la llevaba, con un tro-
tecito columpiero, entre la yerba. Se encaramaba después sobre la
montura y a puras maldiciones y rebencazoslos obligaba. En prin-
cipio, como siempre ocurre en estoscasos,la tropa amagó solivían-
te. Pero venirle con retrecheces al general. A uno, que se las tiró de
cabecilla, se le fue de frente, apechándolo con el caballo. El hom-
bre, todo cuajaroso de sudor con tierra y enredado en tantos cin-
tarajos y pertrechos que llevaba encima, se vio de pronto pateando
y manoteando en el suelo, buscando equilibrio. Todavía a breve ga-
lope, sin apuntar antes del frenazo, el herido se le fue encima. Lo
remató con un tiro en el oído. El otro, el aliado del subleve, gritaba
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