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Introducción

La palabra eutanasia procede del griego eu= bueno y thanatos= muerte. La


utilización de este término, “buena muerte”, ha evolucionado y actualmente
hace referencia al acto de acabar con la vida de una persona enferma, a
petición suya o de un tercero, con el fin de minimizar el sufrimiento.

Algunos sectores que tratan de imponer en la sociedad contemporánea una


determinada idea del “progreso”, asociada únicamente al aumento del confort
en el ámbito material o a una sofisticación tecnológica, la empujan, casi
inconscientemente, a aceptar como “buenas” las actuaciones encaminadas a
terminar con la vida de individuos cuyas condiciones vitales no sean
consideradas suficientemente aceptables. Al igual que ocurrió con el aborto,
actualmente se pretende despenalizar la eutanasia justificándolo como forma
de evitar sufrimiento físico o moral a determinadas personas. Es fundamental
afrontar esta amenaza, mostrando las consecuencias negativas y destructivas
que la eutanasia y el suicidio asistido tienen para la sociedad, así como
potenciando el papel de los cuidados paliativos como prestación sanitaria, ya
que los ciudadanos deben tener claro que eutanasia y cuidados paliativos son
realidades opuestas.

1. Significado de la vida y de la muerte: perspectiva filosófica y criterios


científicos para determinarla

¿Es la eutanasia una “muerte digna”? Resulta paradójico que el término


dignidad se utilice tanto para defender la legitimidad de la eutanasia como para
negarla, por lo que es importante clarificar qué entendemos por dignidad.
Algunos reducen esta dignidad al disfrute de una calidad de vida, conciencia, o
capacidad de autodeterminación. Por el contrario, otros entendemos la
dignidad como el valor intrínseco que posee todo ser humano,
independientemente de sus circunstancias, edad, condición social, estado
físico o psíquico. La condición digna de la vida humana es invariable desde que
se comienza a existir hasta la muerte, e independiente de condiciones
cambiantes a lo largo de la existencia. Kant distinguió entre dignidad
ontológica, como valor intrínseco, inviolable, incondicional, que no varía con el
tiempo y no depende de circunstancias exteriores o de consideraciones
subjetivas, y dignidad moral, como aquella que el hombre tiene en mayor o
menor grado según las acciones que realice, si estas son acordes o no a la
dignidad ontológica del ser humano. En última instancia, afirmamos que la raíz
y el fundamento último de la dignidad del ser humano es el haber sido creado a
imagen y semejanza de Dios, somos “imago Dei”. Pero, también estamos
convencidos de que nuestra propuesta sobre el valor de la vida humana es
ampliamente compartida por muchas personas que defienden y proclaman los
derechos de todos los seres humanos.
Para tomar en consideración la eutanasia es preciso explicar lo que
entendemos por vida y muerte del hombre, desde las distintas facetas en las
que cabe situar el análisis. Cabe preguntarse qué es la muerte y el morir para
el hombre (plano filosófico) o analizar qué criterios clínicos son necesarios para
el diagnóstico de muerte (plano científico-médico). Igualmente, es preciso
valorar si es lícito adelantar por compasión la muerte de alguien (plano ético),
al tiempo que establecer las consecuencias que esa reflexión debe tener en el
Derecho positivo (plano jurídico).

A diferencia de los seres inertes, los que están dotados de vida, en estado
normal, tienen capacidad de auto-moverse y poseen una unidad orgánica
intrínseca. Es decir, fundamentalmente hay vida cuando hay movimiento
intrínseco y unidad somática en un organismo. Por movimiento no
necesariamente entendemos movimiento físico, de un lugar a otro, sino cambio
del ser algo en potencia al ser algo en acto, movimiento intrínseco. Tras esta
breve definición, correlativamente entendemos por muerte la pérdida total e
irreversible de la capacidad de movimiento y unidad intrínsecos de un
organismo. Estas definiciones de vida y muerte son aplicables a cualquier ser
vivo (vegetal, animal o humano). En el caso del ser humano, hay autores cuya
posición ha tenido mucho peso en la historia de la filosofía y en la bioética, que
consideran que hay vida específicamente humana sólo si hay conciencia o
capacidad de deliberación. Se trata de una corriente de pensamiento
funcionalista que plantea el que quien haya perdido la capacidad de demostrar
sus funciones (moverse, pensar, decidir), independientemente de que siga
teniendo unidad intrínseca somática, no es ya persona o carece de dignidad.
Esta consideración del hombre, basada en la conciencia y con menoscabo de
otras dimensiones de lo humano, está enraizada en algunas corrientes del
pensamiento moderno.

Llamamos muerte a la pérdida total e irreversible de la unidad somática integral


de un ser vivo. En el caso del ser humano esta pérdida se puede establecer de
tres maneras: por ruptura anatómica, por parada cardiorrespiratoria sin
posterior reanimación y por muerte encefálica. Por muerte encefálica
entendemos la pérdida total e irreversible de toda la actividad troncoencefálica
y cortical, diagnosticada por los medios más certeros y según los criterios
correspondientes establecidos por la ley. Mientras la Ciencia no diga lo
contrario, en cualquier caso distinto estamos ante un ser vivo de la especie
homo sapiens, aunque éste no tenga capacidad para hablar, comunicar, pensar
o decidir. Respetar su vida, evitarle daños (primum non nocere), consiste en
ayudarle, asistirle y cuidarle con la misma atención y respeto de los que
siempre fue merecedor, para que tenga una vida máximamente digna hasta el
último de sus días.
2. La eutanasia: precisiones terminológicas

En numerosas cuestiones bioéticas asistimos a un cambio de mentalidad


acelerado, inducido con frecuencia por engaños y verdades parciales
difundidas mediante la manipulación del lenguaje. Con estas confusiones se
pretende polarizar a la opinión pública hacia los intereses de la cultura de la
muerte (esto es: la defensa del aborto, la eutanasia, la instrumentalización de la
vida embrionaria, etc.). Se trata de actitudes que encierran un profundo
desprecio hacia la vida humana, ya que aceptan su sometimiento al servicio de
los intereses de terceros (como ocurre con la manipulación de embriones) o
incluso la aniquilación de algunos individuos (como sucede con el aborto o la
eutanasia).

En el tema que nos ocupa, la manipulación del lenguaje propicia la confusión


moral de sanitarios y ciudadanos en general, por la ausencia de criterios que
permitan discriminar con claridad conductas, actuaciones y valoraciones
jurídicas, lo que es especialmente notorio en situaciones límite que suelen
tener una notable difusión mediática. Se puede llegar, por ejemplo, a no
distinguir la conducta eutanásica, del suicidio asistido, incluso del acto,
legítimo, de limitación del esfuerzo terapéutico, etc.

Con el fin de evitar una mayor distorsión y manipulación de los términos más
usados en torno al tema de la eutanasia, consideramos oportuno aclarar la
significación conceptual de los términos y expresiones siguientes:

- Eutanasia: la acción u omisión, por parte del médico u otra persona, con la
intención de provocar la muerte del paciente terminal o altamente
dependiente, por compasión y para eliminarle todo dolor.

- Eutanasia voluntaria: la que se lleva a cabo con consentimiento del paciente.

- Eutanasia involuntaria (también llamada cacotanasia o coactiva): la practicada


contra la voluntad del paciente, que manifiesta su deseo de no morir.

- Eutanasia no voluntaria: la que se practica no constando el consentimiento del


paciente, que no puede manifestar ningún deseo, como sucede en casos de
niños y pacientes que no han expresado directamente su consentimiento
informado.

- Eutanasia activa: la que mediante una acción positiva provoca la muerte del
paciente.

- Eutanasia pasiva: el dejar morir intencionadamente al paciente por omisión de


cuidados o tratamientos que están indicados y son proporcionados.
La expresión eutanasia pasiva, se utiliza en ocasiones indebidamente, para
referirse a una práctica médica correcta, de omisión de tratamientos
desproporcionados o fútiles respecto al resultado que se va a obtener. En
este caso no estaríamos ante una eutanasia pasiva sino ante la correcta
limitación del esfuerzo terapéutico o limitación de terapias fútiles, que es
conforme con la bioética y la deontología médica, y respeta el derecho del
paciente a la autonomía para decidir y a la renuncia al tratamiento.

- Encarnizamiento terapéutico (también llamado distanasia u obstinación o


ensañamiento terapéutico): la práctica, contraria a la deontología médica, de
aplicar tratamientos inútiles o, si son útiles, desproporcionadamente molestos
para el resultado que se espera de ellos.

- Ortotanasia: el permitir que la muerte natural llegue en enfermedades


incurables y terminales, tratándolas con los máximos tratamientos paliativos
para evitar sufrimientos, recurriendo a medidas razonables.
Frente a la eutanasia, que busca su legitimación moral y legal desde la
reivindicación autonomista y la desacralización de la vida humana y contra el
llamado encarnizamiento terapéutico, también inaceptable éticamente, la
ortotanasia (del griego orthos, recto, justo, que observa el derecho conforme
a la razón) se plantea como una posición jurídica y moral aceptable. La
ortotanasia consiste en no adelantar la muerte con una acción médica
intencional; acompañar al enfermo terminal, considerando su vida, aunque
dependiente y sufriente, siempre digna; aliviar con todos los medios
disponibles el dolor en lo posible y favorecer su bienestar; ofrecerle asistencia
psicológica y espiritual para satisfacer su derecho de aceptar su proceso de
muerte; no abandonar nunca al paciente, pero saber dejarle morir, cuando no
podemos curarle.

- Enfermo terminal: el que padece una enfermedad de la que no cabe esperar


que se recupere, previsiblemente mortal a corto plazo que puede ser desde
algunas semanas a varios meses, a lo sumo.

- Cuidados paliativos: la atención a los aspectos físicos, psíquicos, sociales y


espirituales de las personas en situación terminal, siendo los objetivos
principales el bienestar y la promoción de la dignidad y autonomía de los
enfermos y de su familia. Estos cuidados requieren normalmente el concurso
de equipos multidisciplinares, que pueden incluir profesionales sanitarios
(médicos, enfermeras, asistentes sociales, terapeutas ocupacionales,
auxiliares de enfermería, psicólogos), expertos en ética, asesores
espirituales, abogados y voluntarios.

- Sedación terminal: la administración deliberada de fármacos para lograr el


alivio, inalcanzable con otras medidas, de un sufrimiento físico y/o
psicológico, mediante la disminución suficientemente profunda y
previsiblemente irreversible de la conciencia, en un paciente cuya muerte se
prevé muy próxima, con el consentimiento explícito, implícito o delegado del
mismo. Desde el punto de vista ético, no es relevante el que, como efecto
secundario no buscado de la administración de la sedación se adelante la
muerte de la persona, siempre y cuando esto no sea lo que se pretenda
directamente como fin de la acción.

- Suicidio: el acto de quitarse voluntariamente la propia vida.

- Suicidio asistido: el acto de ayudar a suicidarse en el caso en el que la


persona no sea capaz de hacerlo por sus propios medios.

- Testamento vital: la manifestación expresa de voluntad anticipada para el


caso de que la persona careciese de la facultad de decidir acerca de su
tratamiento médico.

3. La moralidad de la eutanasia, como acto deliberado de acabamiento de


la vida de una persona, sea a petición propia o por decisión de un
tercero
Hablamos del “valor de la vida humana” pero, como personas y como sujetos
sociales, nos importa cada vez más señalar en qué consiste y a qué nos obliga
si queremos poner en práctica esa valoración. El conocimiento actual de la vida
humana, desde el punto de vista biológico, alcanza un detalle y una
profundidad que nos permite formular con más y mejor precisión una idea
esencial: que cada ser humano es único e irrepetible, valioso por el hecho de
serlo y de vivir. La Ciencia positiva nos muestra cómo es el inicio de la vida del
hombre y cuándo llega su final natural. También propicia mejores
intervenciones para mantener y prolongar la salud a lo largo de nuestro ciclo
vital. Pero, el salto a ese ámbito de los valores sigue siendo fruto de una actitud
de compromiso. Como lo ha sido en tantas ocasiones que a lo largo de la
Historia nos llevaron a construir un sistema de valores basado en el ser
humano como fin, no como medio. Y sobre todo, cuando se asentó el mensaje
de que la trascendencia de la vida humana está precisamente en la aceptación
de nuestra pertenencia a una misma especie, con unos derechos que alcanzan
a todos.

La promoción de la eutanasia, tan intensa en algunos ámbitos, se suele basar


en la consideración de situaciones-límite muy concretas. Hay que deslindar lo
que puede ser el análisis de casos específicos, de lo que debe ser un principio
irrenunciable: nadie tiene derecho a provocar la muerte de un semejante
gravemente enfermo, ni por acción ni por omisión. Una sociedad que acepta la
terminación de la vida de algunas personas, en razón a la precariedad de su
salud y por la actuación de terceros, se inflige a sí misma la ofensa que supone
considerar indigna la vida de algunas personas enfermas o intensamente
disminuidas. Al echar por tierra algo tan humano como la lucha por la
supervivencia, la voluntad de superar las limitaciones, la posibilidad incluso de
recuperar la salud gracias al avance de la Medicina, se fuerza a aceptar una
derrota que casi siempre encubre el deseo de librar a los vivos del “problema”
que representa atender al disminuido.

Desde la perspectiva de la autonomía personal, no es equiparable el derecho a


vivir, que alienta en todos casi siempre, con el supuesto derecho a terminar la
propia vida. Sin embargo, la eutanasia supone un acto social, una actividad que
requiere la actuación de otros, dirigida deliberadamente a dar fin a la vida de
una persona. Los interrogantes que se abren con su regulación, y sus alcances
y límites, son abismales. Por muy estricta que sea la regulación, será inevitable
el temor a una aplicación no deseada.

Alabamos la pasión por la vida que lleva a tantas personas privadas de salud,
incapaces de valerse del todo por sí mismas, a luchar para seguir adelante.
Nos esforzamos por un avance de la Ciencia que propicie más y mejores
tratamientos, muchos podrían alcanzar a personas que a día de hoy están
enfermas y sin posible curación. Seguimos anhelando el ofrecer pronto
resultados prácticos, resultantes del avance inmenso en el conocimiento
biológico. Todo ello se inserta en las mejores actitudes que el hombre puede
tener, las que nos diferencian como especie. Aunque tenemos la certeza de
que llegará la muerte de todos nosotros, estamos pertrechados para luchar por
una vida, más larga y mejor, que nos capacite para ejercer todo lo que nos
hace humanos, hasta el final.

Habremos de seguir investigando; sin duda podremos establecer, cada vez


mejor, desde cuál es la situación de los enfermos terminales y sus expectativas
de supervivencia, hasta el perfeccionamiento de los criterios de muerte clínica.
Pero, una sociedad que acepta la eutanasia abre un camino en el que para
muchos ya no hay retorno posible. La inversión del valor del curar o aliviar –al
enfermo terminal también, por supuesto- como principio esencial de la
Medicina, sustituyéndolo por el de provocar la muerte, puede abrir vías cuyos
límites son impredecibles. La Ciencia y la Práctica Médica tienen cada vez más
y mejores instrumentos para actuar y para discernir; reclamar que se empleen
a favor de la vida humana es un derecho de todos.

4. El derecho ante la eutanasia: derecho a la muerte digna,


despenalización y suicidio asistido
Pese al constante debate y los casos que han aparecido en los
medios, la jurisprudencia no ha podido perfilar los elementos del nuevo delito
ya que la fiscalía no ha llevado adelante acusaciones por delito de eutanasia.
En este sentido, es necesario señalar dos elementos de la realidad jurídica muy
relevantes en lo que se refiere a la eutanasia en su actual tratamiento. Por un
lado, la pena prevista supone una protección menor del bien vida humana, lo
que contradice la previsión constitucional del artículo 15 de la CE de 1978. En
efecto, aún cuando el fin de la pena no es sólo valorar el bien protegido, es
indudable que si la protección es nimia el resultado es injusto.

Por otra parte, no puede ignorarse que en el derecho comparado, en los


escasos ordenamientos jurídicos en los que se ha despenalizado el homicidio
eutanásico, el camino comenzó con la aplicación del principio de oportunidad
por parte de la fiscalía, generando una despenalización de facto, que luego
llevó a la legalización, en los casos de Bélgica y Holanda, con el argumento
predeterminado de que la legalización era necesaria para garantizar la
seguridad jurídica.
Derecho a la muerte

Desde los años sesenta, con la fundación de la asociación para la muerte digna
en Estados Unidos, la cuestión de la eutanasia cambió en cuanto a su
consideración. Desde la clásica defensa de la muerte humanitaria, de las
personas que sufrían condiciones de vida supuestamente indignas, se pasó a
la exaltación de un supuesto derecho a que se mate a quien lo solicite, si se
encuentra en condiciones subjetivas y objetivas de indignidad. Se defiende así
un supuesto control sobre la propia vida mediante el homicidio eutanásico en
nombre de la autonomía, precisamente de las personas que se encuentran en
condiciones menos autónomas.

La jurisprudencia constitucional española ha insistido reiteradamente en que el


derecho a la vida, y el derecho a no sufrir tratos inhumanos o degradantes, no
conllevan un derecho a ser matado a petición propia. Tanto en el debate de la
Comisión del Senado sobre la eutanasia, como en las ocasiones en las que se
han rechazado proposiciones de ley sobre su legalización, el argumento
mayoritario ha sido que en la eutanasia se produce una transitividad, una
persona mata a otra, lo que justifica la intervención del estado en protección de
la vida humana en su momento más vulnerable. Igualmente es preciso recordar
que en la jurisprudencia comparada, especialmente en la norteamericana, uno
de los elementos considerados para superar la autonomía de quien se niega a
un determinado tratamiento médico es, precisamente, la intención suicida, que
nunca es amparada, aunque no se sancione, por el ordenamiento.

El supuesto derecho a la muerte digna enmascara, en nombre de una posición


parcial sobre la autonomía del paciente, la realidad jurídica de la eutanasia.
Bioéticamente hablando no es lo mismo morirse, o dejar morir, que matar o
ayudar a otro a matarse. Mientras que morirse es un hecho, dejar morir implica
una conducta éticamente relevante, ya que unas veces procederá abstenerse
de intervenir, o suspender el tratamiento iniciado, en los casos de
enfermedades incurables; y otras veces, dejar morir, pidiéndolo o no el
paciente, puede ser un acto inmoral y hasta criminal de dejación de los deberes
de asistencia hacia el enfermo. Podría haber una omisión de la conducta
éticamente debida hacia la persona enferma, cuando existiendo una mínima
expectativa terapéutica, el facultativo dejase de aplicar el tratamiento o
suspendiese las medidas de soporte vital indicadas por la lex artis, apelando al
respeto a la libertad o a la autonomía del paciente.

El causar la muerte de alguien, ya sea de forma activa o pasiva, implica una


acción transitiva que busca matar, lo que siempre es inmoral por ser contrario a
la ley natural y a los más elementales principios de la ética. De modo que, sin
perjuicio de que en la eutanasia y el suicidio asistido la finalidad pueda ser
compasiva, esta intención buena no hace bueno el medio empleado, y sólo
puede modular o rebajar la responsabilidad, moral y jurídica, derivada de una
acción que significa “matar”, es decir, terminar con la vida de una persona.
Otorgar un poder Desde un punto de vista estrictamente jurídico, la eutanasia
legalizada otorga el poder, generalmente al personal sanitario, de poner fin
directamente a la vida de personas en condiciones especialmente dependientes.
En este sentido, es una clara manipulación ideológica el que este poder se amplíe,
precisamente en nombre de los derechos subjetivos de aquel de quien se
considera, con parámetros de calidad, que está en una condición indigna. No en
vano autores como Herranz, Kass y Hendin han señalado que la eutanasia suele
reclamarse por unos sujetos, que se consideran autónomos en sentido filosófico,
para otros que se encuentran en condiciones objetivas de vulnerabilidad.

Desde el punto de vista deontológico, la eutanasia, lejos de limitar el poder del


médico en su condición de superioridad respecto al paciente, lo amplía de
forma arbitraria. Es más, la protección jurídica de la vida más dependiente se
limita a una especie de control burocrático de formularios, que, en los casos
como el belga, incluso impiden en primera instancia el control por el órgano
administrativo, el conocimiento del nombre de la víctima y el del ejecutor. En
las dos legislaciones vigentes que legalizan la eutanasia, la protección de la
vida se reduce, en consecuencia, a un mero control administrativo, lo que
insistimos no cumple las exigencias del artículo 15 de la CE.

Imposición moral

La desprotección de la vida humana más dependiente, en sus fases terminales,


supone la imposición de una moral radical que contradice la tradición de
protección jurídica de nuestros ordenamientos. Además, otorga el poder a la
administración sanitaria, y al médico concreto, para infringir esta tradicional
protección jurídica de la vida, precisamente en su fase más dependiente y
vulnerable. Finalmente, modifica el principio rector del ordenamiento de
dignidad de la vida humana. El principio fue descrito precisamente para evitar
la menor protección jurídica de quien se encontraba en situaciones de
dependencia. Con la legalización de la eutanasia se procede a atribuir dignidad
o privar de la misma a vidas concretas, para luego retirar la misma igualdad
jurídica.

Situación social

El derecho, lejos de someterse a exigencias ideales en nombre de una u otra


perspectiva moral, debe atender a la situación real de las relaciones
intersubjetivas en una sociedad dada. En este sentido, con un esfuerzo
continuado, es muy dudoso que en la sociedad española actual se incrementen
los casos de obstinación terapéutica, por una posición vitalista de prolongar la
vida a cualquier precio. Por el contrario, las circunstancias actuales muestran
un riesgo cierto de abandono terapéutico, por razones económicas respecto a
vidas que se consideran indignas. De ahí que sea aún más arriesgado
aumentar el poder del médico y del sistema sanitario para poner fin a una vida
humana dependiente, aumentando las presiones sobre los pacientes o
generando protocolos de actuación que objetivamente favorecen la eutanasia.
Desde el punto de vista de la vida social, la inmoralidad intrínseca de la
eutanasia compromete la vida común, ya que el hecho mismo de quitarle la
vida a alguien, aunque sea a petición suya, es inaceptable y tendría
consecuencias terribles. Entre estas consecuencias, el profesor N. Blázquez ha
señalado las siguientes:

- Presión moral sobre los ancianos y enfermos, que sentirían una enorme
inseguridad y podrían verse inducidos a pedir su desaparición para no ser
molestos; una especie de ensañamiento psicológico, precisamente sobre
los más débiles e indefensos;
- Muertes impuestas por otros, que se producirían cuando la voluntariedad no
se diera, pero otros, incluso familiares, tuvieran intereses alrededor de esa
muerte; por ejemplo, en casos de neonatos defectivos, incapaces, etc.;
- Desconfianza en las familias y en las instituciones sanitarias, que, con la
legalización de la eutanasia, podría llevar a una situación de auténtico temor
en ancianos, enfermos y discapacitados;
- Depreciación institucionalizada de la vida humana, que sería valorada más
por su capacidad de hacer o producir que por su mismo ser;
- Interceptación del proceso de aceptación de la propia muerte, proceso
psicológico natural del individuo que podría quedar privado en alguna de
sus fases por el acto eutanásico.

Eutanasia y objeción de conciencia

Actualmente la eutanasia es un delito, cualificado con una pena poco grave si


se compara con otras formas de homicidio. Como es sabido, esto se debe a
que se vinculó con el suicidio en una decisión muy discutible tomada en el año
1995. No parece que la escasa gravedad de la pena pueda producir una acción
objetora, en todo caso parece más bien que debería dar paso a una acción
cívica a favor de una más correcta proporción de la pena al delito. Cabe pensar
entonces que la relación entre objeción de conciencia y eutanasia se remite a
un futuro de posible legalización de esta última. Entendemos que la
colaboración directa en un acto tan grave, desde la perspectiva moral, debería
producir la resistencia de todos los llamados a participar en él.
Se argumenta con razón que, incluso en un sistema legalizado, los médicos
deberían oponerse a la práctica objetando en razón del telos de su profesión.
La eutanasia es una práctica anti-médica pues no es el fin de la profesión
médica causar la muerte sino todo lo contrario. Es más, algunos creen, con
optimismo, que el sistema español ampararía siempre a quienes objetasen su
participación en la eutanasia. Sin embargo, aparte de que algunos
profesionales se han manifestado dispuestos a aceptar estas prácticas, las
primeras propuestas legislativas parecen admitir alguna coacción sobre los
médicos que puedan ser rigurosos en su empeño por preservar la vida y no
causar la muerte de algunos pacientes en situaciones terminales. Además, hay
sectores, autodenominados progresistas, que niegan el que la objeción de
conciencia se pueda considerar como un derecho fundamental.
5. Los cuidados paliativos: la única opción moralmente aceptable para la
atención de la persona al final de la vida. Ayuda médica. Apoyo
humano, afectivo y social

Según la Guía de Cuidados Paliativos, editada por la Sociedad Española de


Cuidados Paliativos, en la situación de enfermedad terminal concurren una
serie de características que son importantes no sólo para definirla, sino también
para establecer adecuadamente la actitud terapéutica.
Los elementos fundamentales que determinan la necesidad de cuidados
paliativos son los siguientes:
1. Padecimiento de una enfermedad avanzada, progresiva, incurable.
2. Falta de posibilidades razonables de respuesta al tratamiento específico.
3. Presencia de numerosos problemas o síntomas intensos, múltiples,
multifactoriales y cambiantes.
4. Gran impacto emocional en paciente, familia y equipo terapéutico, muy
relacionado con la consideración, explícita o no, de la muerte.
5. Pronóstico de vida inferior a 6 meses.

Esta situación compleja produce una gran demanda de atención y de soporte, a


los que los profesionales sanitarios han de responder adecuadamente.
Procesos patológicos tales como el cáncer, SIDA, enfermedades de la
motoneurona, insuficiencia específica orgánica (renal, cardiaca,….) cumplen
estas características, en mayor o menor medida, en las etapas finales de la
enfermedad. Clásicamente la atención del enfermo de cáncer en fase terminal
ha constituido la razón de ser de los Cuidados Paliativos.

Como es obvio, en la administración de los cuidados paliativos resulta


fundamental no calificar como enfermo terminal a un paciente potencialmente
curable. Por ello es fundamental distinguir entre eutanasia y cuidados paliativos
desde una perspectiva jurídica.

Sin entrar a discutir las diferentes posturas existentes, ni cuestionar los


posicionamientos morales y/o personales que en éste y en otros problemas
pueden adoptarse, queremos realizar una pequeña aproximación doctrinal al
concepto de cuidados paliativos. Por lo tanto, lo primero es señalar que lo que
conocemos como cuidados paliativos sólo es aplicable en aquellos supuestos
en que una persona presenta un cuadro clínico irreversible, debido a
enfermedades incurables o a situaciones que traen consigo sufrimientos físicos
o psíquicos insoportables para el paciente.
En lo que respecta a la ayuda médica, el apoyo humano, afectivo y social en
los cuidados paliativos se constatan normalmente las dificultades, que tienen
los profesionales sanitarios en su práctica diaria, para establecer una
comunicación abierta con el enfermo en situación terminal. La muerte y el
proceso de morir evocan en los cuidadores reacciones psicológicas que
conducen, directa o indirectamente, a evitar la comunicación con el paciente y
su familia. Para conseguir una comunicación adecuada es necesario vencer la
ansiedad que en los cuidadores genera el dar malas noticias, así como el
miedo a provocar en el interlocutor reacciones emocionales no controlables, y
la posible sobre-identificación y el desconocimiento de algunas cuestiones que
el paciente puede suscitar.

La comunicación es una herramienta terapéutica esencial para hacer efectivo el


principio de autonomía, el consentimiento informado, la confianza mutua, la
seguridad y la información que el enfermo necesita para ser ayudado y
ayudarse a sí mismo. También permite la imprescindible coordinación entre el
equipo cuidador, la familia y el paciente. Una buena comunicación en el equipo
sanitario reduce ostensiblemente el estrés generado en la actividad diaria. Una
familia que recibe información clara y fiable, sobre lo que acontece, es más
eficaz en el desempeño de su papel de ayuda y apoyo al enfermo.
Por ello, el enfermo y su familia, conjuntamente, constituyen la unidad a
considerar en el tratamiento. La situación de la familia del enfermo terminal
suele estar sometida a un gran impacto emocional, "temores" o "miedos"
múltiples, que los profesionales sanitarios deben saber reconocer y abordar en la
medida de lo posible. La idea de la muerte, presente de forma más o menos
explícita, el miedo al sufrimiento de un ser querido, la inseguridad de si se
tendrá fácil acceso al soporte sanitario, las dudas sobre la capacidad y las
fuerzas propias para cuidar al enfermo, los problemas que pueden aparecer en
el momento final y la propia aceptación de la muerte, son circunstancias que
suelen afectar a la familia. No hay que olvidar que, a menudo, es la primera
experiencia de este tipo para el enfermo y su familia, y que la tranquilidad de la
familia repercute directamente sobre el bienestar del enfermo.
Este impacto de la enfermedad terminal sobre el ambiente familiar puede
determinar distintas situaciones, en función de factores relacionados con la
enfermedad misma (control de síntomas, información, no adecuación de
objetivos enfermo-familia), así como entorno social y circunstancias de vida del
enfermo. Entre ellos están:

La personalidad y circunstancias personales del enfermo.


La naturaleza y calidad de las relaciones familiares.
Las reacciones y estilos de convivencia del enfermo y familia, en
fallecimientos anteriores.
La estructura de la familia y su momento evolutivo.
El nivel de soporte de la sociedad.
La primera intervención del profesional sanitario, o del equipo médico, será la
de valorar si la familia puede, emocional y prácticamente, atender de forma
adecuada al enfermo en función de las condiciones descritas. Además, desde
el comienzo debe identificarse a la persona que llevará el peso de la atención,
para reforzar sus actuaciones y revisar las vivencias y el impacto que se vayan
produciendo.
El siguiente paso será planificar la integración plena de los familiares mediante:
La educación de la familia.
El soporte práctico y emocional de la familia.
La ayuda en la rehabilitación y recomposición de la familia (prevención y
tratamiento del duelo).

Este trabajo de valoración de la situación familiar debe ir haciéndose


periódicamente ya que puede modificarse bruscamente en función de la aparición
de crisis.

Por último, debe de prestarse la adecuada atención al proceso de duelo, el cual


puede ser definido como el estado de pensamiento, sentimiento y actividad que
se produce como consecuencia de la pérdida de una persona amada,
asociándose a síntomas físicos y emocionales. La pérdida es psicológicamente
traumática en la misma medida que una herida o quemadura, por lo cual siempre
es dolorosa. Necesita un tiempo y un proceso para volver al equilibrio normal, que
es lo que constituye el duelo.

Antecedentes:

El Tribunal de Derechos Humanos de Europa (Estrasburgo) abre las puertas


al suicidio asistido

En el caso Pretty v. Reino Unido, en abril de 2002, ha declarado que el derecho a


la vida no entraña como reverso el derecho a morir; y en Haas v. Suiza, en enero
de 2011, ha afirmado que los Estados tienen libertad para anteponer la protección
de la vida a la autonomía del enfermo que desea morir. Sin embargo, en la
sentencia Gross v. Suiza ha abierto la puerta al suicidio asistido al censurar que la
Confederación Helvética no defina con claridad en qué casos una persona en
plena posesión de sus facultades pueda exigir la prescripción de una sustancia
que le ayude a morir, con independencia de que padezca o no una enfermedad
grave o terminal.

 La reclamante

La Sección Segunda del tribunal ha estudiado el caso de Alda Gross, una mujer
que hoy tiene 82 años y que desde hace años ha expresado reiteradamente su
deseo de poner fin a su vida. Gross no padece enfermedad reseñable alguna:
alega exclusivamente que "no desea seguir sufriendo el declive de sus facultades
físicas y mentales" que, de acuerdo con una evaluación médica realizada en 2008,
se traduce en dolores de espalda, eczema, temor a los cambios en el entorno y
cierta merma en la memoria y capacidad de concentración.
Este mismo dictamen apreció que Gross estaba en plena posesión de sus
facultades y manifestaba un deseo de morir mantenido en el tiempo y no atribuible
a patología psiquiátrica.

La decisión del Tribunal Europeo de Derechos Humanos da un giro a la


jurisprudencia que venía manteniendo en relación a las peticiones de eutanasia

Alda Gross solicitó a tres médicos una receta de pentobarbital sódico con el fin de
acabar en su vida.Sólo uno se mostró dispuesto siempre que Gross le ofreciera
garantías de que no sufriría sanción alguna por este motivo, extremo que estaba
fuera de su alcance. En consecuencia, la mujer remitió su petición de pentobarbital
sódico al Consejo de Salud del Cantón de Zúrich, que lo negó alegando que ni la
Constitución Suiza ni el Convenio Europeo de Derechos Humanos obligan al
Estado a facilitar los medios a quien desea suicidarse.

El caso llegó al Supremo Suizo, que recordó que el Código Penal Suizo exime de
responsabilidad al médico que auxilia el suicidio de un paciente que padezca una
enfermedad terminal con el fin de aliviar el sufrimiento, pero, en este caso, a falta
de enfermedad, negó su petición.

Al analizar el caso, el Tribunal de Derechos Humanos razona que,"sin negar el


principio de santidad de la vida protegido por el Convenio Europeo de Derechos
Humanos, el tribunal ha considerado que en una era de continuos avances
médicos y mayor expectativa de vida, muchas personas consideran que no se les
debe forzar a prolongar la vejez o a vivir en estados de decrepitud física o mental
avanzada que entran en conflicto con las nociones dominantes de la autonomía y
la identidad personal".

Recuerda que en el caso Haas v. Suiza -donde el reclamante era un enfermo


psiquiátrico- ya reconoció el derecho de las personas a decidir cuándo y cómo
poner fin a su vida, si bien antepuso la potestad del Estado para limitarlo. En el
supuesto planteado ahora estima que "el deseo de la demandante de que se le
proporcione una dosis de pentobarbital sódico que le permita poner fin a su vida
encaja en el ámbito del respeto a la vida privada que proclama el artículo 8 del
Convenio".

Respecto a la jurisprudencia del Supremo Suizo, el Tribunal de Estrasburgo, que


preside Dean Spielmann, hace notar que está estrechamente vinculada a las
guías de actuación de la Academia Suiza de Ciencias Médicas, organismo que no
tiene carácter público y que el Gobierno no ha aclarado si es posible, y en qué
condiciones, que una persona no enferma solicite una receta para poner fin a su
vida, lo que "probablemente tenga un efecto amedrentador entre los médicos que,
de otro modo, estarían dispuestos a prescribir la sustancia en casos de este tipo.
 Prudencia razonada

Pese a estos razonamientos y al respaldo sin ambages y literal a la petición de


Alda Gross, el Tribunal de Estrasburgo concluye que, por respeto "al principio de
subsidiariedad", su sentencia se limita a establecer que "es labor de las
autoridades domésticas emitir guías claras y completas sobre si es posible, y bajo
qué circunstancias, que un individuo que no sufra una enfermedad terminal puede
obtener una dosis letal de un medicamento. El Tribunal decide, pues, limitarse a
concluir que la falta de normas legales y completas violan el derecho de la
demandante a la vida privada, sin adoptar en modo alguno un posicionamiento
sobre el contenido de esas guías legales".

EL ALCANCE DE UNA SENTENCIA

Los tratados internacionales ratificados por España -como el Convenio Europeo de


Derechos Humanos- forman, de acuerdo con la Constitución Española, parte del
Derecho interno. De modo análogo, la jurisprudencia del Tribunal Europeo de
Derechos Humanos debe inspirar la interpretación legal y jurisprudencial y son
vinculantes para los Estados.

Si, hasta ahora, el Tribunal de Estrasburgo había inclinado nítidamente la balanza


hacia el derecho de los Estados a vetar o poner límites al suicidio asistido, la
nueva sentencia pone el acento en el derecho a la autonomía, hasta el punto de
que no considera que sea preciso una enfermedad para reclamar el suicidio
asistido. El fallo se cierra con una matización que parece evitar in extremis una
proclamación del derecho a morir, pero es patente que abre una puerta que
difícilmente volverá a cerrar.

Aprobado Suicidio Asistido por médico en el Estado de Vermont, USA.

Vermont se convierte en el tercer Estado de USA en aprobar suicidio asistido por


médico (End of Life Choice Bill), habilitando a pacientes terminales a solicitar
medicación letal. La decisión fue tomada el lunes 13 de mayo de 2013. Ya Oregon
y Washington permitían el suicidio asistido.

Se habilita a pacientes terminales, a los que no les han dado un lapso mayor de
seis meses de sobrevida, pedir a sus médicos que le administren dosis letales de
drogas para acelerar su muerte.

En esta oportunidad se logró la aprobación por votos en proceso legislativo muy


cerrado en la Cámara de Representantes en Montpelier, la capital del estado, por
75 contra 65 votos, y no por referendum; La aprobación de la ley debería impulsar
a las legislaturas de Massachusetts, Nueva Jersey y otros estados, que
consideran proyectos de suicidio asistido, a aprobarlos", agregó en un
comunicado.

Publicado 14 de mayo de 2013

Eutanasia y pendiente resbaladiza

Uno de los grandes mitos utilizado por los detractores de la eutanasia se


encuentra en la denominada “pendiente resbaladiza” (slippery slope) según la
cual, una vez aprobada una legislación positiva autorizando la eutanasia en algún
país, traería, como inevitable consecuencia, un exagerado incremento en las cifras
de eutanasia, así como la práctica de eutanasia en pacientes que no pueden
manifestar su voluntad (pacientes en coma, en niños con graves malformaciones,
ancianos dementes), añadidos a los casos de eutanasia en pacientes con
enfermedad incurable pero que no se encuentran en fase terminal o situación
irreversible, y aquellos casos de simple depresión, o de sentirse carga económica
para sus familiares, etc. Todo ello aunado a una pérdida de control sobre las
solicitudes y aprobaciones de eutanasia en ese determinado país. Los defensores
de esta tesis alegan que no debe aprobarse la eutanasia porque ello conllevaría al
incremento de tal procedimiento y en consecuencia, una pérdida del control
regulador que tal procedimiento necesitaría.

Ya conversábamos nosotros en el año 2003 (Eutanasia: mitos y realidades. Rafael


Aguiar Guevara. Thamer. 2003) sobre este mismo tema y demostrábamos, con el
análisis del III Remmenlink Report o informe de la Comisión Van Der Wals,
también publicado en la Revista Lancet (Van Der Wals Report. Lance ton Line. 17
de junio de 2003), que en Países Bajos (Holanda) las cifras de eutanasia se
conservaban dentro del mismo rango aún después de legalizada la eutanasia; es
decir, alrededor del 2,6% del total de muertes en dicho país.

Con ese estudio se demostraba, entonces, que la hipótesis de la pendiente


resbaladiza no funcionó como anunciaban los detractores de la eutanasia, como
tampoco sucedió en países como Bélgica que, posteriormente, también
legalizaron el procedimiento.

Un nuevo estudio sobre eutanasia, suicidio asistido y temas relacionados ha sido


publicado en la revista Lancet el 11 de julio de 2012 (www.thelancet.com
Published online July 11, 2012 (http://dx.doi.org/10.1016/S0140-6736(12)61034-4),
y que puede ser revisado en completa versión en trabajo realizado por la
Federación de Asociaciones Derecho a Morir con Dignidad
(http://www.worldrtd.net/sites/default/files/newsfiles/la).

Los primeros datos analizados, y con relevancia para este artículo, son los
siguientes:

De acuerdo con este cuadro podemos observar que, si bien es cierto existe un
incremento leve al 2.8% (2010) si comparado con las cifras de 2005 que eran de
1.7%, podemos afirmar que dicha cifra de 2.8% se mantiene estable con aquellas
de los años anteriores (1995 y 2001) que se mantenían en 2,4 % y 2,6%
respectivamente.

Ya ha sido explicado, en otras oportunidades y Congresos, que el descenso a


1,7% del año 2005, posterior a la legalización de la eutanasia, se puede
determinar fundamentalmente por los mayores requisitos exigidos para tal
procedimiento, entre ellos, el deber de los médicos de notificar a las autoridades
fiscales sobre los procedimientos realizados, lo cual conllevó a un temor
exagerado de los médicos de practicar el procedimiento para no ser enjuiciados, y
por otra parte al menor número de procedimientos aprobados, de acuerdo a los
requisitos de ley, antes de que el paciente falleciera; razón suficiente para
modificar las cifras en los años inmediatos siguientes a la legalización de la
eutanasia.

Consultando en el portal de la Federación Mundial de Asociaciones Derecho a


Morir con Dignidad podremos apreciar los comentarios que Rob Jonquiere, ex-
Presidente de la Asociación de Eutanasia Voluntaria (Netherlands, Holanda)
presenta con relación a estas cifras y cuya argumentación nos explica la variación
de las últimas cifras presentadas.

Explica él que:

1. Entre las razones para justificar el discreto aumento entre 2005 y 2010 (no
así con las cifras anteriores que se mantienen estables) es que 8 años después de
la legalización de la eutanasia los pacientes conocen mejor que el requerimiento
del procedimiento que es tomado seriamente y como posible de realizar, mientras
que los médicos confían más en el procedimiento legal sin temor de ser
enjuiciados indiscriminadamente, por una parte; y por la otra, que ambos,
médicos y pacientes en general conversan más sobre el tema de la eutanasia,
especialmente en períodos más iniciales de su enfermedad, proyectando a futuro
su determinación por el procedimiento.

2. El incremento en el número de procedimientos también se debe al aumento


en el número de requerimiento expreso del procedimiento del 4,8% del total de
muertes en 2005 al 6,7% en el año 2010; en combinación con un mayor de
aprobaciones de procedimientos solicitados: 37% en 2005 contra 45% en 2010..

3. Las características en las cuales tanto la eutanasia como el suicidio asistido


no cambiaron: como siempre, la mayoría eran pacientes jóvenes con cáncer
atendidos por su Médico General

4. Se acepta que la razón para la significante razón de reducción del 50% de


casos de terminación de vida sin requerimiento previo (de 0,8% en 1990 a 0,1%
en 2010) se debe principalmente a que existe una mayor y mejor cultura sobre el
tema lo que lleva a las personas a conversar, anticipadamente, sobre este
procedimiento con sus médicos tratantes; por lo que, decisiones de último
momento, son realmente escasas.

The World Federation of Right to Die Societies concluye, y así titula su artículo:
Estudios de práctica de finalización-de-vida en Netherlands publicadas en Lancet
no evidencian la pendiente resbaladiza.
Si analizamos las cifras que se han conocido desde 1999, años antes de la
legalización de la eutanasia y hasta esta publicación en Lancet no podemos sino
concluir, tal como lo hizo la federación Mundial que el argumento de la pendiente
resbaladiza es un total mito y que dicha legalización no ha llevado al temido
incontrolable término de cualquier tipo de vida.

El procedimiento de eutanasia en estos países ha llevado un estricto control


determinado por la ley, y ha impedido, precisamente que esta pendiente
resbaladiza se cumpla. Una vez más, tal falacia, ha sido evidenciada.

Día Internacional: Morir con dignidad, 2010

El día 02 de noviembre de 2010 se celebra a nivel mundial el día Morir con


Dignidad, más bien conocido como el día por el Derecho a Morir con Dignidad.

Obedecemos al anuncio por parte de la Junta Directiva de la Federación Mundial


de Sociedades Derecho a Morir con Dignidad y nos honra con unirnos, desde
Venezuela, con la dignificación de tal día.

Se inició, esta celebración por vez primera, el 02 de noviembre de 2008; día en el


cual se realizaron actos significativos en la ciudad de Paris. La Federación
Mundial de Asociaciones Derecho a Morir con Dignidad (World Federation of Right
To Die Societies), de la cual la Asociación Venezolana Derecho a Morir con
Dignidad es miembro, declaró el día 02 de noviembre como el día Mundial del
Derecho a Morir con Dignidad. El primer acto conmemorativo se realizó en Paris,
Francia el domingo 02 de noviembre de 2008; en las cercanías de Le Mur pour la
Paix (Muro de la Paz) que es un monumento bastante reciente que está situado
en el parque Champ de Mars en Paris desde el año 2000. En el acto se reunieron
miembros de las diversas asociaciones mundiales, incluyendo la venezolana, bajo
la dirección y coordinación de los directivos de la World Federation of Right to Die
Societies, y en el marco de la realización del 17 Congreso Mundial de la
Federación. Quedó así declarado el 02 de noviembre como el Día Mundial del
Derecho a Morir con Dignidad.

Todos nosotros, en este mundo globalizado, estamos unidos por nuestra creencia
en la autonomía de voluntad y autodeterminación y en la posibilidad de poder
determinar el momento digno de finalización de nuestro proceso de vida, cuando
el momento crítico ha llegado. Muchas son las vías y procedimientos que forman
parte de nuestra creencia, desde las directrices de voluntad por una medicina
paliativa, el rehusar tratamiento médico, hasta la determinación de pasar por un
procedimiento de eutanasia, cuando ya la vida, por sufrimiento innecesario, se
hace oprobiosa para nosotros.

La Asociación Venezolana Derecho a Morir con Dignidad, se complace y honra al


unirse a esta conmemoración internacional, con el deseo sincero por la aprobación
de una alternativa legislativa que nos permita, a cabalidad, desarrollar y ejercer
nuestro derecho de morir con dignidad y en este sentido anunciamos nuestra
mejor disposición por luchar por la aprobación de la despenalización de la
eutanasia, contemplada en el último Proyecto de la reforma de nuestro Código
Penal.

Rafael Aguiar Guevara

Presidente-Fundador de la Asociación Venezolana Derecho a Morir con Dignidad

¿Por qué defiende la Eutanasia?

Simplemente, porque es una acción volitiva de la persona humana que se


interpreta como la libre expresión del más sagrado y bello regalo (derecho) que el
ser humano tiene desde que llega a esta vida: la autonomía de voluntad y la
autodeterminación. Soy libre en decidir, según mi libre albedrío, de acuerdo a mis
convicciones, hasta tanto y en cuanto el ejercicio de mi derecho no limite, agreda,
obstaculice el ejercicio del derecho de las otras personas. Soy libre de decidir si
deseo sufrir o no; si deseo morir con dignidad o si por el contario, debo, por
interposición de argumentos ajenos a mi realidad y calidad de vida, sufrir
injustamente en el sublime momento de enfrentar el proceso final de la vida; y
considerando al mismo tiempo que, la existencia de una alternativa legislativa que
me permita a mí ejercer mi derecho de voluntad en una muerte digna no significa
obligación para ningún tercero, ni aún del médico, de aceptarla o practicarla.
Vivimos dentro del principio universal de la libertad.

La sencillez de la respuesta conlleva a profundas consideraciones que, por límite


de espacio y tiempo, no puedo ofrecer; pero, mi libre decisión de voluntad se
manifiesta fundada en otros derechos humanos y principios constitucionales como
son: el libre desarrollo de la personalidad; el derecho a la objeción de conciencia;
la libertad de culto y religión, el principio de integridad física mediante el cual nadie
puede ser sometido a procedimientos diagnósticos o terapéuticos sin su
consentimiento; el derecho a rehusar y tratamiento médico, la defensa de los
derechos humanos, especialmente su progresividad, de acuerdo al principio
constitucional que defiende aquellos derechos enunciados en la Constitución sin
que por ello sea obstáculo de no defender aquellos que, aún, no aparecen
expresamente señalados en ella; y finalmente, no por ello menos importante, por
el sagrado derecho a la vida que, a la luz de nuestra constitución, ya no puede
hablarse de derecho a la vida en abstracto; sino por el contrario, el derecho a una
calidad de vida si consideramos que el derecho a la salud, como derecho social
fundamental, es inmanente al derecho a la vida. Por ello, mi vida, debe ser plena
desde el punto de interpretación holística de mi proyecto vida y salud; es decir, no
meramente el mayor estado de bienestar físico y mental de un individuo sino más
bien la integralidad de factores que tienen que ver con mi proyecto vida: bienestar
e integridad física, mental, social, biodiversidad, familia, trabajo, etc., bajo la
convicción que el desarrollo de mi vida se realice dentro de los valores de mi
dignidad. Parafraseando al penalista Günther Jackobs, el valor principal no es la
vida misma como fenómeno biológico sino su calidad; es decir, ya no importa
hablar de un derecho a la vida, en términos abstractos; debemos considerar el
derecho a una calidad de vida, que cuando se ve comprometida, y nos conduce a
vivir una vida oprobiosa, indigna, sin calidad, con sufrimiento no solamente física
pero también mental, espiritual, social, íntimo personal, no queda otro camino que,
según el principio de la libertad Kantiana, tengo un arbitrio, facultad, libertad,
autonomía de decisión, que puedo ejercer a plenitud, en tanto y en cuanto, no
afecte el arbitrio de los demás: es el principio de la libertad universal; y de acuerdo
a ello puedo concluir que tengo el derecho, el arbitrio, a morir con dignidad toda
vez que mi arbitrio, mi decisión, mi autonomía puede, cabalmente, coexistir con el
arbitrio de los demás.

La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela expresa en su artículo


43 que el derecho a la vida es inviolable, y no se podrá imponer pena de muerte,
ni autoridad alguna aplicarla. Cómo ya explicamos anteriormente, este derecho a
la vida se consagra estrechamente vinculado e inseparable al derecho a la salud,
contenido en el artículo 83 (ejusdem), y que debe entenderse como calidad de
vida inmanente al derecho a la vida.

Debemos analizar que un derecho, de acuerdo al pensamiento jurídico de Kant, es


el conjunto de condiciones por las cuales el arbitrio de cada uno puede coexistir
con el arbitrio de los demás, según la «ley universal de libertad». Según esto, yo
como ser humano, tengo el arbitrio, facultad, libertad, autonomía de decisión, de
aceptar una resolución con preferencia a otra. Es mi derecho, entonces, a la vida.
No se trata, en la norma constitucional, del derecho de otro, de un tercero, sino
del mío, mi derecho a la vida; por supuesto, en el entendido que igualmente debo
respetar el derecho de los demás a su decisión de vivir o no; ese es su derecho.
Lo que sí, ciertamente, impone la norma constitucional es una conducta de
abstención por parte del Estado y de los particulares, a la restricción a que
ninguna autoridad me imponga una pena, entendido como sanción o castigo por
una conducta antijurídica, a la muerte; debe el estado garantizarme, como
ciudadano, que nadie podrá violentar mi derecho a la vida, y si acaso me he
apartado de la norma de conducta esperada por el legislador, e incurra en delito,
se me impondrá cualquier pena, privativa de la libertad o accesorias, cualquiera
otra, excepto la de muerte. Ese es el derecho garantista impuesto por la norma
constitucional.

El Estado debe garantizarme ese derecho a la vida; a motus proprio, a través del
cuido institucional y de la prohibición de imposición de pena de muerte alguna; y la
abstención de los particulares a cercenarme mi derecho a la vida mediante el ius
puniendi y por los principios garantistas de lex certa y previa que deben llevar a la
imposición de sanciones penales al violentarse, sin justa causa, mi derecho a la
vida.

Entiendo así que el consagrado derecho constitucional, derivado de la misma


forma de preceptos contenidos en las declaraciones universales de los derechos
del hombre y convenios internacionales, no es más que un principio de garantía
para que mi vida sea respetada aún cuando incurra en delito; tanto así que, en la
generalidad de las declaraciones el derecho a la vida no viene aisladamente
declarado sino que, por el contrario, siempre se acompaña del precepto de la no
condena a pena de muerte.

Pero de allí, a pensar o admitir, por errónea o manipulada interpretación, que otra
persona, tercero ajeno a mí, puede ejercer en mi nombre, en contra de mi
voluntad, sin facultad, mandato o poder alguno, un derecho que no es suyo y
obligarme a vivir, en cualesquiera fueran las condiciones del momento, es jurídica
y humanamente inaceptable

Respeto profundamente el pensamiento de quienes, desde el punto de vista


religioso, se oponen porque, según ellos, solamente Dios nos da vida y sólo Él
puede quitárnosla (principio de sacralidad); o porque no debo dejar al hombre
trascender la obra del Creador (principio de transcendentalidad), o porque debo
sufrir dolor, no importando su cantidad o cualidad, porque con ello revivo la pasión
y muerte de Jesús El Cristo (principio de redención). Pero, me pregunto, ¿Qué
sucede entonces con el derecho a la libertad de culto y religión? Si yo no
pertenezco a la misma religión que otros, ¿Quién es nadie para imponerme un
criterio restrictivo con base a un dogma de fe que no, necesariamente, comparto?
Pudiese yo decir, ¿Es que acaso Dios no nos ha regalado la oportunidad de
avanzar científica y técnicamente como para evitar el sufrimiento y la indignidad de
una vida ya en sus postrimerías?

Pero entonces, vienen los bioeticistas y nos alegan: la pendiente resbaladiza: al


permitir la primera vez la eutanasia se presentarán millares de casos y se hará
imposible detener tanta matanza. Falso! Ya los estudios y reportes en países que
la han legalizado han demostrado que el porcentaje de muertes por eutanasia se
ha mantenido igual con respecto a la tasa de mortalidad general previa a su
legalización y aun después de haberla aprobado, apenas un 1,8% - 2.3 %
del total de la mortalidad general.

Entonces alguien gritó: es que la imagen del galeno no está en defender la


muerte. Cierto! Está para defender la dignidad de la vida y de allí su juramento
deontológico: el respeto a la vida y a la dignidad humana constituyen el deber
primordial del médico. ¿Puede acaso existir algo más bello y humano que un
médico ayudándome a aliviar mi sufrimiento y ayudarme a encontrar mi Paz
profunda cuando ya, por dolor y enfermedad terminal irreversible mi vida sea
indigna de continuarla, oprobiosa de sufrirla y me haya convertido en la
irremediable sufrida y vejatoria carga de mis familiares y/o amigos?

Nada tan cruel como obligar a una persona a subsistir en medio de padecimientos
oprobiosos, en nombre de creencias ajenas. El derecho a la vida no puede
reducirse a la mera subsistencia, sino que implica el vivir adecuadamente en
condiciones de dignidad (Corte Constitucional. Sentencia 239. 1997. Colombia)

Parafraseo las palabras de Ramón Sampedro a la hora de tomar su decisión:


¿Qué es para Uds. la dignidad?

(para mayor extensión buscar: Tratado de Derecho Médico, Legis. 2008. Capítulo
XV)

Eutanasia: Tendencia venezolana. Segundo reporte

Prof. Rafael, AGUIAR-GUEVARA

(presentado en el Congreso Mundial de Derecho Médico. Toulouse, Francia, 2006)


En el 15 º Congreso Mundial de Derecho Médico (Sidney-Australia, 2004) que
presenté el primer informe de tendencia venezolana sobre la eutanasia. Primer
informe que contenía los principales doctrinarios y los principios de la bioética que
creíamos imperaba en Venezuela, ya sea a favor o en contrario a la idea de la
eutanasia en nuestro país.

La libre determinación, la voluntad y el principio de autonomía individual es el


aspecto más importante de ellos. Nos obliga a la atención sobre el derecho a la
vida de una manera muy distinta.

Según la Constitución venezolana, cada individuo tiene el derecho a la salud. Dos


aspectos importantes son la base de este derecho. En primer lugar, el derecho de
la salud se establece como un derecho social fundamental. En segundo lugar, el
derecho de la salud es inmanente a la derecha de la vida. Allí están tan
estrechamente relacionados entre sí, que es imposible, el derecho a la vida sin
tener en cuenta en el derecho a un estándar mínimo de calidad de vida. Esto, a su
vez, está relacionada con un óptimo estado de salud-no sólo entendido como un
desarrollo físico, social y el bienestar mental, pero un óptimo estado de salud
sobre la base de esos otros hechos importantes como la familia, el trabajo, la
espiritualidad, la ecología y biológicos medio ambiente, la paz, entre otros.

En Venezuela, como en la mayoría de los países, el tema de la eutanasia ha sido


secuestrado durante mucho tiempo. Tradicionales y ortodoxos doctrinaires,
juristas, políticos y profesionales de la salud, en virtud de la autoridad,
evidentemente, la influencia de la doctrina católica, han hecho todo lo posible para
obstaculizar el acceso de la comunidad para cumplir con su derecho a la libertad
de expresión y la discusión de este tema. Incluso los medios de comunicación,
especialmente la prensa, se negó a escribir sobre el tema y, según la información
que he tenido de varios periodistas, las órdenes vinieron de gestión editorial y
propietarios de medios de comunicación, de modo que ha sido el propio sector
privado, y no el gobierno, que incurra en una violación del derecho a la libertad de
expresión e información. (Analizar la diapositiva)

Otra importante prueba fue una encuesta realizada en Internet por la mayor
compañía de comunicación en Venezuela que, por aquel entonces, era privada.
Esta encuesta en Internet fue hasta los resultados preliminares mostraron que
aproximadamente el 80% de la población estaba en favor de la eutanasia. La
encuesta de repente desapareció de Internet sin el cumplimiento de la caducidad
del tiempo que se anunció a Internet estará disponible para los visitantes.
Comenzando con el Congreso de la Asociación Mundial de Derecho Médico en
Maastricht, en 2002, me decidí a abrir un debate sobre el tema en Venezuela. Eso
es lo que me impulsó a visitar, en mi viaje de regreso, los Países Bajos Sociedad
de la eutanasia voluntaria (NVVE), con sede en Ámsterdam, donde tuve la
oportunidad de conocer a su Presidente, el Dr. Rob Jonquiere. Él muy
amablemente a una entrevista en la que explica con gran detalle los problemas
que los Países Bajos en la legalización de la eutanasia. Desde que se han incluido
el tema de la eutanasia en mis programas de conferencias, además de añadir un
estudio a nivel nacional en cada uno de los escenarios en los que he trabajado. En
agosto de 2003, había publicado mi libro: EUTANASIA: MITOS Y REALIDADES,
donde proyecta mis conclusiones. Podría considerarse como el primer paso
importante en las publicaciones relativas a esta materia en Venezuela.

Uno de los hechos más importantes, dentro de esta cuestión, es que por primera
vez el Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela presentó un proyecto a la
Asamblea Nacional (Parlamento) constitutivos de modificación especial del
Derecho Penal. Dentro de los artículos que se añadirán los números hay un 217,
que considera, por primera vez en Venezuela, la despenalización de la eutanasia
en Venezuela.

"No comete delito quien para aliviar el inaguantable dolor o sufrimiento como
resultado de una enfermedad terminal o incurable, haga cesar el tratamiento
médico a sabiendas de que podría sobrevenir la muerte o aun la producirá.
Tampoco comete delito quien administre a un enfermo tal calmante en dosis
masivas que puedan mitigar el dolor pero también provocar la muerte. Ni comete
delito quien por piedad y de modo directo cause muerte para mitigar su dolor o
sufrimiento.

En todos los casos se requerirá indefectiblemente el consentimiento del paciente


y dado de un modo consciente, expreso , de carácter voluntario, e inequívoco. Si
no estuviese en condiciones de dar el consentimiento, éste podrá ser sustituido
por un testamento vital o documento auténtico en el cual haya manifestado su
deseo acerca de tratamientos médicos que desea recibir o no recibir en caso de
que sufriera una enfermedad terminal o irreversible, cuando ésta le impidiese
expresarse de viva voz o directamente en tal, eventualidad. (omissis...)
Tiene una larga declaración en la que no estoy discutiendo en este breve
comentario, pero es bueno que informe el hecho de que el más alto Tribunal fue el
avanzar en la promoción de esta enmienda.

He asistido dos veces a la Asamblea Nacional para cumplir con la Comisión, el


encargado de la enmienda del Código Penal. En esas oportunidades, lo que les
podría explicar mi punto de vista acerca de la eutanasia y que les sean
presentados a mi propuesta de enmienda. Mi propuesta fue la de simplificar el
artículo y todas las estatales sólo a la despenalización del acto de la eutanasia en
el derecho penal, pero dejando algunos reglamentos para una ley especial. Como
lo es en otros países como Holanda y Bélgica.

Mi propuesta fue la de simplificar el artículo dejando sólo la despenalización del


acto de la eutanasia en el Derecho Penal, pero dejando algunos reglamentos para
una ley especial. Como lo es en otros países como Holanda y Bélgica.

La propuesta sería:

No será considerada una ofensa criminal, ni será castigado el médico que,


habiendo cumplido con los requisitos y condiciones pautados en la Ley Especial
sobre Terminación de la Vida a Petición Propia, intencionalmente pone fin a la
vida de quien, por su propia voluntad así lo haya solicitado.

A pesar de que todavía no tenemos una aprobación legal para la eutanasia quiero
llamar la atención sobre un hecho real. La Federación Médica Venezolana ha
promulgado un nuevo Código Deontológico Médico en 2004. Este Código es
obligatorio para cualquier médico a practicar la Medicina legalmente en
Venezuela. Su artículo 83 (nuevo incluido) ha aprobado: .... el aumento gradual de
la dosis de analgésicos potentes, aunque puede acortar el proceso de la vida por
la depresión de los centros nerviosos que regulan la respiración

Este hecho constituye un avance dentro de los ortodoxos, conservadores y


tradicionales de atención médica y, aunque todavía no aprueba la eutanasia
directa y activa, se ha aprobado, por el presente código deontológico, la llamada
eutanasia indirecta.

Otro hecho que debemos incluir en este segundo informe de la tendencia de


Venezuela en la eutanasia es la fundación de la Asociación Venezolana Derecho a
Morir con Dignidad en marzo, 06-2006. He sido honrado como Fundador de la
Asociación y actual Presidente. La Asociación civil, constituye una organización
sin fines de lucro con el objetivo principal de educar, orientar, informar, con
respecto a la eutanasia de personas. Sin embargo, ninguno de sus miembros,
oficialmente, como organización, podrá llevar a cabo ningún procedimiento de
eutanasia. Tenemos un sitio web que ofrece, la medida de lo posible, información
sobre sus actividades y se publican artículos y noticias relativas a la eutanasia.
Nuestra Asociación es miembro oficial afiliado de la Federación Mundial de
Sociedades Derecho a Morir con Dignidad y organiza talleres, conferencias,
charlas, no sólo para los profesionales sino también para la población en general.
Nuestro objetivo principal es luchar por la aprobación de una ley especial que,
como en los Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo, permitir a una persona a decidir
libremente el momento de morir con dignidad.

Con el fin de educar a los abogados, jueces, fiscal de distrito de los diputados,
forenses, médicos, enfermeras, y de cualquier otro profesional que participan en la
atención médica que han incluido un nuevo capítulo en mi último libro que ha sido
publicado el pasado mes de abril -2008. Esta publicación incluye los principales
aspectos de la antigua libro y muchos de los nuevos hechos y tendencias en esta
cuestión. Por lo tanto, esperamos que para ayudar a los profesionales a
comprender mejor los principales temas de la eutanasia y cómo este concepto se
desarrolla en todo el mundo.

Conclusiones:

Hay que recordar que la eutanasia no es un acto de procedimiento médico, que no


debe depender de la decisión médica, técnica jurídica, ni en las sentencias.
Tenemos que entender que se trata de un ejercicio activo de una persona (no
paciente) a su derecho de autodeterminación. Que constituye un acto voluntario
de la persona libre que se expresa en su autonomía de voluntad, y que sólo
depende de la decisión de la persona afectada.

Por último, celebramos el hecho inédito que la Federación Mundial de Sociedades


Derecho a Morir con Dignidad ha declarado el día 2 de noviembre, como el Día
Mundial del Derecho a Morir con Dignidad.. Tal Declaración se realizó durante la
celebración de su Congreso Mundial en París el mes de noviembre de 2008, en
las cercanías de el Mur de la Paix (Muro de la Paz en la Cham de Mars, París,
Francia), y a la cual asistieron representantes de todas las organizaciones
mundiales de derecho a morir con dignidad, incluyendo la venezolana.
Otro gran paso en la evolución de la eutanasia.

PROF. RAFAEL, AGUIAR-GUEVARA (publicado 30-ago-2006)

Médico-Abogado

Presidente de la Asociación Venezolana Derecho a Morir con Dignidad

www.ragaso.com; ragaso@cantv.net

Derecho Médico y Reforma del Código Penal:

Aproximación a la eutanasia.

(Extracto tomado de artículo publicado en

Anteproyecto Código Penal -Comentarios-

publicado por el Tribunal Supremo de Justicia.

Colección Serie Normativa No 5. Caracas. 2004)

Se ha producido un retraso en la autoconciencia de la sociedad...

...se trata de un miedo difuso de no poder asumir tal comportamiento

a través de una argumentación racional.

Günther Jakobs

I. Introducción
El Proyecto de Reforma del Código Penal, presentado recientemente por el
Magistrado Dr. Angulo Fontiveros y colaboradores, significa un exhaustivo trabajo
que, si bien pudiese tener algunos aspectos contradictorios entre diversos,
honestos y serios, doctrinarios del Derecho, contiene aspectos relevantes de
avanzada que muy bien valen la pena considerar a los efectos de la perfectibilidad
que el mismo proyecto significa. Es por ello que me propongo, en las breves líneas
que se me han permitido, intentar presentar un enfoque sobre los apuntamientos
más importantes que considero deben ser discutidos, entendidos, quizás
mejorados, de los artículos que, por su contenido, tienen una relación directa con
el Derecho Médico y Sanitario, como rama especial del Derecho (Tulio, A.
Diccionario Médico Legal, Buenos Aires, Argentina. Abeledo Perrot. 1999), en el
entendido de un conjunto de normas jurídicas y preceptos ético-morales, de
carácter Público y Privado, que regulan la actividad del médico con motivo de su
ejercicio profesional, la relación médico paciente y las consecuencias que de ella
se derivan, estableciendo así los principios fundamentales de la responsabilidad
legal médica. (Aguiar-Guevara, Rafael. Derecho Médico en Venezuela. Livrosca.
Caracas, Venezuela. 1996).

Es preciso aclarar que, para el cabal entendimiento de la discusión planteada,


debemos formular algunas premisas fundamentales sobre las cuales se desarrolla
el nuevo paradigma de la relación médico-paciente; siendo, la primera de ellas, la
aceptación universal, pacífica, solidaria, en la doctrina internacional, del «modelo
horizontal» de la relación médico-paciente, expresión máxima de la manifestación
del principio de autonomía de voluntad y autodeterminación, como exteriorización
del animus de una persona en contratar los servicios de otra que queda obligada,
entre otras cosas, a informar todo lo relativo al padecimiento nosológico,
procedimientos diagnósticos, y alternativas terapéuticas, beneficios y riesgos, de
forma cabal, oportuna y veraz, para que, con esta información pueda la persona,
en ejercicio pleno de sus derechos, tomar las decisiones concernientes a su
proyecto vida y de salud; derogándose así el aborrecido y descartado «modelo
vertical» de la relación médico-paciente, paternalista, proteccionista, mediante la
cual el médico (fuerte de la relación jurídica), tomaba las decisiones que en «su»
opinión, creía más provechosa para «su» paciente, según «su» propio modo de
pensamiento, «sus» convicciones ético-religiosas, y de acuerdo con «su» criterio
científico, sin que el paciente pudiese entrar activamente en la toma de decisiones
(débil de la relación jurídica) comportándose como un objeto, y no como un sujeto,
de esa relación entre el profesional de la Medicina y el paciente.
Este derecho de las personas a la autonomía de voluntad y autodeterminación,
dentro del nuevo modelo de relación horizontal médico-paciente, deviene
informado, sustentado, y correlacionado con algunos principios constitucionales;
entre ellos: de la integridad física, psíquica, moral, no pudiendo nadie ser sometido
a exámenes médicos ni de laboratorio, ergo, nadie podrá ser sometido a
tratamiento, sin su consentimiento informado previo (CRBV 46, num. 3); libre
desenvolvimiento de la personalidad (CRBV 20); a la información oportuna y
veraz (CRBV 58); a la salud, como parte y derecho inmanente del derecho a la
vida del cual forma parte (CRBV 83) y en el entendido de un derecho a la salud
desde un punto de vista integral, holístico, que abarca, no solamente un mero
estado de bienestar físico, mental y social, sino que depende del óptimo grado de
confluencia de factores que interviene en la salud: medio ambiente y ecológico,
biodiversidad, familia, trabajo, recreación, paz social, etc. y que concluye,
inexorablemente, en un proyecto vida que significa, aún más que simplemente
vivir, se traduce en una calidad de vida necesaria para que ese derecho a la vida
quede finalmente consagrado; de la libertad de culto y religión (CRBV 59);
libertad de conciencia (CRBV 61); de no discriminación (CRBV 21).

La segunda premisa a presentar es aquélla que tiene que ver con el derecho a la
vida. Estoy profundamente convencido que el principio del derecho a la vida,
consagrado en nuestra Constitución (como en algunas otras, que no todas), y
siendo que siempre viene acompañado con el epíteto “... por tanto nadie podrá
imponer la pena de muerte...” está referido al principio garantista que el Estado
me debe para que, aún cuando me aparte del patrón de comportamiento esperado
por una sociedad determinada, de acuerdo con las normas de conducta
preestablecidas y aceptadas, pueda yo ser sancionado con cualquier tipo de pena
pero nunca a costa de mi vida. Es por ello que he mantenido que el principio
constitucional del derecho a vivir no puede nunca, ad libitum, ser traducido en una
obligación de vivir. Principio constitucional que, al igual que todos los demás, tiene
un carácter relativo, porque siempre se desarrolla dentro de aquellas limitantes
que la propia Constitución y las leyes imponen.

Se ha llegado a comentar que el principio del derecho a la vida de absolutista, y


respetados doctrinarios del Derecho Penal han opinado que: “...Venezuela es un
país vitalista...el derecho a la vida es absoluto...la vida se consolida como un bien
jurídico indisponible...Venezuela ha ratificado todos los tratados de DDHH en los
que se protege la vida de forma integral...” (Dr. Fernando Fernández. Derecho a la
vida. Artículo de Opinión. El Universal. 18 de febrero de 2004). Me permito disentir
del concepto absolutista así diseñado por cuanto si nuestra Constitución, en
conjunción con nuestras normas positivas de Derecho (especialmente Penal), así
lo considerase no existiese la posibilidad de impunidad cuando se dispone de la
vida de otro en legítima defensa o por estado de necesidad; o la posibilidad de
disponer de la vida de un feto por salvar la vida de la madre; o aún lograr una
rebaja considerable de la pena cuando dispongo de la vida del feto por motivos tan
abstractos como salvaguarda del “honor”; o por otra parte, quedar impune frente a
la ley cuando se dispone de la vida de otro a quien no se le permite acceder a un
centro de salud por bloquear una calle en un supuesto ejercicio constitucional del
derecho a la manifestación.

Por otra parte, se proyecta el derecho absolutista de la vida desde las


organizaciones internacionales de los Derechos Humanos; y me pregunto, ¿Son
esos mismos organismos internacionales de Derechos Humanos que se sientan
en la mesa a discutir del derecho a la vida con países que aún mantienen la pena
capital (incluso en menores de edad)?; o ¿Serán aquellos mismos organismos
internacionales defensores de los DDHH que desaplican la Convención de
Ginebra cuando, quid divinum, califican de “combatientes irregulares” a presos
de una invasión, y luego trasladan a estos “irregulares”, encadenados, enjaulados,
y dormidos (con anestésicos) contra voluntad, y sin vigilancia médica, para ser
trasladados a sitios de reclusión donde se mantienen incomunicados, sin debido
proceso, sin derecho a la defensa, y con muchas otras violaciones básicas a los
Derechos Humanos por parte de aquellos que, aún, se mantienen renuentes, por
sus propias conveniencias e intereses, sin suscribir el Estatuto de Roma, para
referirme a la materia estrictamente penal o que se niegan a suscribir el Convenio
de Kioto, para mencionar alguno que de alguna forma tiene que ver, finalmente,
con la salud?

El derecho a la vida y el derecho a la salud, se mantienen estrechamente


relacionados, y se traducen, exponencialmente, en el proyecto de una calidad de
vida, a la cual, lejos de constituirse en un mero bien jurídico protegido o tutelado
por el Estado, especialmente por el Derecho Penal, es un derecho inmanente del
ser humano que nadie puede subrogarse para describir, otorgar, reconocer. Es
de él, del ser humano, inherente de la persona, que involucra, en su concepto de
progresividad, la defensa de aquellos derechos que, aún no descritos en nuestra
Constitución, no por ello debe entenderse como una negación de los mismos por
no figurar expresamente en su articulado (CRBV 22).

Es por ello que, a la luz de los artículo 43 y 83 de la CRBV no podemos seguir


hablando, aisladamente de un derecho a la vida sin considerar el derecho a la
salud, que forma parte inherente del primero, y nunca más podremos referirnos
aisladamente a tales principios sin mencionar que ambos concretan en un derecho
a una calidad de vida traducida por los factores antes mencionados. De allí que
estos nuevos conceptos han llevado a la Sala Constitucional del Tribunal Supremo
de Justicia, en reiteradas oportunidades a considerar la conceptualización de la
calidad de vida y al respecto ha sido diáfana al señalar en concreto:

Estas ideas llevan, a su vez a la Sala a delimitar qué debe entenderse por calidad
de vida. Desde un punto de vista estricto, que es el que interesa a esta Sala, la
calidad de vida es el producto de la satisfacción progresiva y concreta de los
derechos y garantías constitucionales que protegen a la sociedad como ente
colectivo, como cuerpo que trata de convivir en paz y armonía, sin estar sometida
a manipulaciones o acciones que generen violencia o malestar colectivo, por lo
que ella, en sentido estricto, no es el producto de derechos individuales como los
contenidos puntualmente en el Capítulo de los Derechos Humanos, sino del
desenvolvimiento de disposiciones constitucionales referidas a la sociedad en
general, como lo son –sólo a título enunciativo- los artículos 83 y 84 que
garantizan el derecho a la salud; el 89, que garantiza el trabajo como hecho social;
los derechos culturales y educativos contenidos en los artículos 99, 101, 102, 108,
111, 112 y 113 de la Carta Fundamental; los derechos ambientales (artículos 127
y 128 eiusdem); la protección del consumidor y el usuario (artículos 112 y 114), el
derecho a la información adecuada y no engañosa (artículo 117) y, los derechos
políticos, en general. (TSJ-SC. Decisión 656, 30-jun-2000; entre otras)

Concepto holístico integral del proyecto y calidad de vida que tomado


individualmente debe ser defendido impidiendo que, por criterios meramente
restrictivos, oprobiosos, fundamentados en creencias ajenas, pueda la sociedad,
de forma colectiva o difusa, intentar limitar estos individuales y personalísimos
derechos y abrogar los mismos imponiendo de forma punitiva una limitante que
impida al individuo ejercer a cabalidad sus derechos individuales.

Comenta Jakobs en este sentido (Günter Jakobs. Estudios de Derecho Penal.


Editorial Civitas. España. 1997) que en esta época ya el Estado no es aquella
institución que administra objetividad, verdad y moralidad, sino que, en el mejor de
los casos, el Estado es garante de las condiciones externas para ello: protección,
la previsión y las prestaciones del Estado que no solamente garantizan la
supervivencia, sino también la calidad de vida.

Es entonces esta calidad de vida, informada por la conjunción de nuestros


principios constitucionales contenidos en los artículos 83 y 43, lo que ha llevado a
adelantar, en el Proyecto de Reforma del Código Penal, una alternativa, viable,
siempre opcional no obligatoria, para que aquellos que no consigan objeción
alguna de conciencia, puedan tener la posibilidad de adaptarlas dentro de su
vínculo normal de desempeño en esta sociedad, llámese el paciente en fase
terminal, llámese el profesional de la salud quien debe velar por su paciente, como
persona, como sujeto de una relación jurídica, desde su inicio y hasta su
finalización.

En la debida ponderación de los bienes jurídicos enfrentados, hemos de examinar


la realización de las concretas acciones que se exigen a una persona quien, ante
una enfermedad cualquiera (enfermedad terminal irreversible y muerte inminente;
o por rehusar tratamiento médico como una transfusión de sangre en el caso de
aquellos grupos religiosos que no la aceptan) es necesaria para la satisfacción del
bien al que se ha reconocido un valor preponderante. Es indiscutible que el juicio
ponderativo efectuado, en lo que ahora estrictamente interesa, confronta no
meramente el derecho a la vida de la personas en tanto sí importa como el
derecho a una calidad de vida expresada en los términos que nuestra Sala
Constitucional ha señalado en diversas oportunidades. La vida no puede seguir
siendo entendida exclusivamente, de forma abstracta, como un valor superior del
ordenamiento jurídico constitucional sino que además, es oportuno señalar que, la
decisión de enfrentar la propia muerte, por negación de tratamiento médico, no es
un derecho fundamental sino únicamente una manifestación del principio general
de libertad que informa nuestro texto constitucional; integrando a sí mismo en la
noción que los conceptos de orden y salud públicas, como limitantes exclusivas
del daño (principio limitante del daño como vía de excepción al ejercicio de la
autonomía de voluntad y autodeterminación), no devienen aplicables en estos
casos de rechazo a tratamiento médico, cuando por prevalecer un derecho a una
calidad de vida aceptable y digna, la persona opta, libremente, por rechazar
tratamiento médico, sin que pueda entenderse que exista afectación del orden o
salud públicas, por cuanto no existen riesgos para la seguridad o salud del
colectivo en general. La decisión, por reiterada jurisprudencia constitucional,
incluso internacional, es personalísima, y no afecta intereses ni del Estado ni del
colectivo y mucho menos de sus particulares.
Las premisas introductorias, así consideradas, nos inducen, dentro del marco del
Proyecto de Reforma del Código Penal, in comento, a la discusión de si las
personas, en expresión de su derecho a la autonomía de voluntad y
autodeterminación, pueden, por ejemplo, rechazar tratamientos médicos; no
solamente en el caso de rehusarse a aceptar medidas extraordinarias de sostén
de vida (Unidades de Terapia Intensiva, ventiladores mecánicos, resucitación
cardiopulmonar, etc.) sino también a ciertos tratamientos que, desde la óptica del
derecho a libertad de culto y religión, podría rehusar una persona a una
transfusión de sangre, como en el caso de los Testigos de Jehová, quienes, dentro
de sus profundas convicciones religiosas, prefieren enfrentar una muerte digna
antes de violentar sus principios de fe y convicción religiosa que, aún diferentes a
las del médico, éste se debe a su respeto, por mandato constitucional.

Así las cosas, ya podemos, prima facie, adentrarnos en el campo del derecho de
las personas relativas al área de la salud, y de cómo este Proyecto de Reforma del
Código Penal, introduce conceptos de vanguardia, cabalmente respaldados por la
doctrina y jurisprudencia internacional, que, lejos de estériles y arcaicos dogmas y
mitos ego centristas, permitirán al profesional de la Medicina poder respetar la ser
humano como tal, y aceptar que, más allá de un culto a ultranza de la vida,
también debe el galeno estar preparado a servir y acompañar a su paciente, con
valor y profesionalismo, cuando éste decida rehusar algún tratamiento médico,
como en el caso comentado supra, o como en tan debatido tema de la eutanasia
al cual también dispondremos algunas consideraciones.

II. De la eutanasia

El artículo 217 del Proyecto de Reforma del Código Penal, en comento,


contempla, por vez primera en Venezuela, que no comete delito quien, en las
formas alternativas descritas en el artículo, cause la muerte a alguien, quien
padezca de enfermedad terminal o incurable.
La discusión doctrinaria sobre este tema siempre ha sido amplio y muy
contradictorio; sin embargo en la mayoría de las opiniones ofrecidas, encontramos
argumentos que, sancta sanctorum, intentan secuestrar el tema e impedir que,
dentro de los parámetros de racionabilidad científico-jurídica, pueda la eutanasia
ser analizada sin aquellos visos de pecado o materia impura que ni el médico ni el
abogado puedan siquiera considerar en sus pensamientos.

No es mi objetivo, en esta oportunidad, entrar en repetición de fundamentos que


he ya presentado en obra escrita desde el año pasado (Eutanasia: mitos y
realidades. Editorial Thamer. Caracas. Septiembre-2003) y a la cual me permito
referir al lector interesado en profundizar sobre el tema; pero, no deja de ser
importante plantear algunas ideas que nos ayuden en la comprensión de la norma
aquí analizada.

En la introducción presentamos dos premisas fundamentales sobre las cuales


todos estos temas se desarrollan: autonomía de voluntad y autodeterminación;
derecho a la vida, pero en la máxima expresión de calidad de vida; derecho a la
salud como derecho inmanente del derecho a la vida; y por qué no: un derecho a
morir con dignidad.

Dentro del derecho a vivir libremente, bajo el principio de la igualdad universal,


sobre el cual cada ser humano es libre en su acción dentro del respeto del
derecho de los demás, como limitante de excepción, debemos comprender que el
ser humano debe estar capacitado para tomar decisiones que solamente lo
afecten a él, y por cuyas decisiones no se afecten ni el orden ni la salud públicas.

En este contexto, y bajo el criterio jurisprudencial de diversas Cortes y Salas


Constitucionales, se acepta que, la decisión de un particular, tan individualizada
como el derecho a rehusar tratamiento por firme convicción religiosa, o rehusar a
medidas extraordinarias de sostén artificial de vida, son decisiones tan
personalísimas que en ninguna forma afectan, ni pueden ser consideradas como
de afectación del orden o la salud públicas. Reciente decisión polémica de una
enferma en Italia, de 62 años de edad, de Génova, quien presentaba una
gangrena húmeda en su pié izquierdo, que seguramente evolucionaría hacia una
gangrena séptica de no recibir tratamiento médico, y a quien se retiró, contra
opinión médica del Hospital, todo tipo de tratamiento médico. La paciente falleció
recientemente (Diario Il Corriere della Sera, reportado por Francisco León;
Cuadernos de Bioética, Marzo de 2004). Antes de dejarla marchar, los médicos de
Milán consultaron a un juzgado de la ciudad, que ha recordado la jurisprudencia
basada en una sentencia del Tribunal Supremo, que hace dos años estableció que
no se puede aplicar un tratamiento en contra de la voluntad del paciente. Única
posibilidad: la persuasión.

En mi opinión, no se puede, por razones, fundamentos, o criterios restrictivos


como lo son el derecho a culto o religión, impedir una solución legislativa que
ofrezca la alternativa, para aquel quien la desee, de poder optar por una decisión
de final de vida que solamente interesa a aquel quien sufre una enfermedad con
características terminales e irreversibles; y máxime aún cuando ni el Estado ni los
particulares pueden garantizarle el derecho a una idónea atención médico-
asistencial, ni tratamiento eficaz o efectivo para impedir los daños colaterales
insufribles que este tipo de pacientes deben soportar y considerando que ya ni
siquiera se pueden considerar que son de ningún tipo de utilidad y que por tanto
privarían al Estado y/o a la comunidad de algún servicio o desempeño especial.

Los argumentos que se han presentado en contra de la eutanasia, son variados,


pero resultan ser los mismos en todos los países; y presentan un factor común
denominador: son argumentos pertenecientes a grupos minoritarios por lo que
consideramos nula su aplicabilidad por cuanto no se pude, a partir de un criterio
minoritario, imponer una norma de conducta restrictiva, que por lo demás va en
detrimento de otros derechos de las personas.

Desde el punto de vista religioso, fundamentalmente católico, vale la pena


mencionar:

El principio de la sacralidad de la vida según el cual solamente Dios entrega la


vida, ergo, solamente Dios puede quitarla. En concordancia con el principio de la
trascendentalidad, mediante el cual no se puede aceptar, por concepto, que el
hombre, que ya viene produciendo la vida a su antojo (técnicas de reproducción
artificial o asistida, clonación, etc.), no debe, en consecuencia, poder también fijar
el momento de la muerte, porque de aceptarlo, se trasciende el objeto, misión,
esencia y la existencia misma de “El Creador”: De la misma forma el principio de
la redención, según el cual la enfermedad incurable y el dolor son un regalo de
Dios que le permite a quien la sufre de redimirse y revivir la resurrección del
Señor.

Todos estos criterios, ciertamente respetables, funcionarían en tanto y en cuanto


yo pertenezca a la misma religión (católica-apostólica) de aquel quien intenta
impedir la alternativa legislativa a la eutanasia. Pero bajo el criterio del derecho
constitucional del libre culto y religión, sin discriminación alguna, no se puede
limitar, restringir, a un buen grupo de la población, una alternativa viable para
aquellos quienes no comparten el criterio religioso del legislador.

Algún otro, así llamado doctrinario ortodoxo, ha opinado que la eutanasia no


puede practicarse simplemente porque lo prohíbe la ley penal. Debemos recordar
que la vinculación del Derecho Penal a la protección de bienes jurídicos debe ser
entendida de forma progresiva por cuanto la misma concepción del bien jurídico,
que aun siendo siempre de tipo normativo, no por ello es definitiva e
incoerciblemente estática, porque dentro del marco de las finalidades
constitucionales está abierta al cambio social y a los progresos del conocimiento
científico. (Claus Roxin. Derecho Penal. Parte General. Civitas. España. 2001).

Es por ello fácil entender que la protección de normas morales, religiosas,


ideológicas, cuya vulneración no tenga repercusiones sociales, no pertenece en
absoluto a los cometidos de Estado democrático de Derecho, que por el contrario
también debe proteger las posiciones discrepantes de las minorías, y su puesta
en práctica (ibidem).

En este sentido, si recordamos que una norma jurídica no es más que una regla
de conducta que la comunidad ha aceptado como conveniente, necesaria, para
que esa comunidad específica, sea regida al amparo de esa norma, dentro de un
espacio geográfico y tiempo determinado (opinio juris necesitatis) , podemos
entender que la misma comunidad, adecuada y contemporanizada a otros tiempos
más modernos, puede considerar innecesaria la norma previamente impuesta y
reformarla para adecuarla a su nueva realidad; la norma jurídica es y será siempre
reformable; por lo que el criterio simplista que la norma lo prohíbe es francamente
inaceptable.

Como expresión externa del principio de la autonomía de voluntad y


autodeterminación, internamente, debemos apreciar que, con base en su derecho
a la información oportuna y veraz, a la cual tiene derecho la persona quien sufre
de algún padecimiento mórbido, es la persona quien refleja su animus interno de
aceptación o no del tratamiento médico indicado mediante su consentimiento
informado, legítimamente declarado, (ver: Consentimiento Legítimamente
Declarado en Tratado de Derecho Médico. Rafael Aguiar-Guevara. Legis Lec
Editores. Caracas. Agosto, 2001). El consentimiento legítimamente declarado es
pieza fundamental en la relación médico-paciente y obedece, en su momento, al
principio de integridad física, y libre desarrollo de la personalidad. Por su parte,
son muchos los análisis realizados con respecto del consentimiento informado
(legítimamente declarado), y de cómo esa libertad plena de acción de quien de
forma consciente, libre, voluntaria, exterioriza su deseo o no a recibir tratamiento
médico, puede excluir, en un momento determinado, según el caso, manifestar la
exclusión del tipo penal o justificando la conducta. Sin embargo, algunos
tratadistas que aceptan la eficacia del consentimiento en operaciones mutilantes
como la esterilización, extracción de órganos, extracción de órganos en menores
de edad quienes no pueden aún manifestar su voluntad a los fines de servir de
donantes para un hermano, o aún, como el reciente caso de Inglaterra mediante el
cual se “crea” (no se procrea) por técnicas de reproducción artificial asistida un
embrión que será (no realmente un hermano) sino un repuesto donador de médula
ósea para el primogénito de la pareja que así lo había decidido; aún y cuando
estos tratadistas aceptan la eficacia del consentimiento para estos casos, que
verdaderamente tienen repercusión social, no aceptan la eficacia de la voluntad
interna, libre, soberana, autónoma, determinada, de aquella persona quien
libremente decide por una opción de muerte digna ante una enfermedad
ciertamente incurable, terminal, irreversible, y a quien la medicina paliativa no
ofrece ninguna alternativa viable para aliviar su dolor o las condiciones oprobiosas
bajo las cuales finaliza su propia vida; lo que resultaría, prima facie, una
insostenible contradicción conceptual.

Sin embargo, doctrinarios contemporáneos, coinciden en que la problemática


actual, especialmente referida a la eutanasia, y a temas similares, es un una
cuestión que obligadamente se discute desde los criterios de lege lata y que
inevitablemente induce a la discusión académica del tema. Estoy profundamente
convencido que no puede existir ningún injusto en los casos de la eutanasia, vista
como una lesión mediada desde afuera, desde un tercero, quien, respetando la
voluntad del paciente, en condiciones que la propia ley puede determinarle, actúa
como autor mediato, participando incluso desde el exterior en la organización de la
materialización del resultado final de muerte, y que debe ser siempre asimilable o
comparable a aquellos casos de exclusión de penalidad en los supuestos de
heterolesión por cuanto quien sufre la lesión elimina el injusto al consentir de
manera expresa la actuación del tercero (médico) quien participa, no por su deseo
o animus de matar simplemente, sino porque siendo quien tiene el conocimiento
profesional, tanto de la irreversibilidad de la muerte como de la metodología
científica para concluir el ciclo vital, es llamado a participar activamente en
«ayuda» para ese paciente terminal.
Así las cosas, puedo entender que debemos analizar estos temas desde la lege
ferenda que nos invita a participar, sin miedo, en un cambio de paradigmas,
especialmente referidos a momentos en los cuales debemos asumir que el
comportamiento humano sólo es socialmente relevante, y relevante para el
Derecho Penal en cuanto al comportamiento que lesiona, no pudiendo existir
exactamente una lesión en quien se espera su muerte en horas a máximo un par
de meses, y quien solicita, en la mejor expresión de su derecho a no sufrir dolor,
soportar condiciones indignas y oprobiosas de vida, no sufrir tratos degradantes,
solicita lo único que la ciencia Médica puede ofrecer para el momento: una muerte
con dignidad.

Es por ello que lejos de profundos análisis de si la conducta del médico pudiese
entrar en el campo de la punibilidad, del tipo (en sus elementos subjetivos u
objetivos), o de la exclusión del tipo en casos de la así denominada eutanasia
indirecta; o si por el contrario, debemos asimilar el dolo eventual en los casos de
uso de analgésicos potentes al considerar la representación del desenlace fatal
como concausa (daño colateral) del efecto de la analgesia en las situaciones de la
eutanasia indirecta, o si acaso el problema es más bien de culpabilidad, y de allí
de considerar las conductas de omisión (no iniciando o continuando tratamiento
médico) o de acción (desconexión activa de un sistema de ventilación automática),
todo ello, en mi opinión queda muy bien para los salones de nuestras Escuelas de
Derecho, y desde un punto de vista meramente académico.

Mantengo que: eliminado el tipo se acabó la discusión. El mismo Roxin en sus


consideraciones sobre eutanasia puntualiza con exactitud: “se trata de problemas
existenciales que tratan acerca de la decisión de la vida o de la muerte, que hace
que por lo general apenas puedan ser susceptibles de regulación a través de
normas abstractas; pues el Derecho vive de situaciones cotidianas tipificables y no
siempre puede acertar con la singularidad del proceso mortal a través de su
conceptuación generalizadora; especialmente porque se dificulta un acuerdo
sobre lo permitido y lo prohibido en la medida en que la eutanasia no es dominio
exclusivo de los penalistas”. (Klaus Roxin. Tratamiento jurídico-penal de la
eutanasia. Revista de Derecho Penal. RECPC, Julio-1999)

Es por ello que he planteado que el tema de la eutanasia se encuentra


secuestrado; es una cuestión que, ab initio, no pertenece a los juristas, ni a los
médicos, ni a los biólogos, ni a los religiosos. Es un problema de discusión social,
le pertenece por derecho a la comunidad, a la sociedad. La ponderación debe ser
absolutamente inclusiva de la posición de lege ferenda que se propugne en esta
materia; dejemos que la comunidad de manifieste, y luego, sí, entonces cuando la
comunidad adopte su decisión podremos llamar al concurso de los médicos,
juristas, bioeticistas, para que nos indiquen el camino de regulación, y poder
concluir, proeter legem, hacia una alternativa legislativa viable, que respeta la
voluntad incluso de minorías, y sea consecuentes con otros principios como el del
derecho a religión, libre culto, libre desenvolvimiento de la personalidad, integridad
física, psíquica y moral, salud integral, etc.

Considero finalmente que el argumento de la pendiente resbaladiza (slippery


slope), mediante el cual se sostiene que de aprobarse la eutanasia entraríamos,
inevitablemente, en una situación de descontrol, y que los casos de eutanasia se
incrementarían injustificadamente, y especialmente a expensas de los llamados
grupos minoritarios o vulnerables (SIDA; privados de libertad, pacientes
geriátricos; discapacitados, etc.) se ha erigido en una de las grandes falacias y
mitos de este siglo que ya están, suficientemente debatidos, incluso
científicamente, cuando conocemos, por el Tercer Remmenlink Report (del autor
Gerrit Van Der Wals, correspondiente a mayo de 2003 e incluso publicado en una
revista médica indexada internacionalmente: Lancet; y cuyas cifras mantengo
actualizadas por comunicaciones personales que mantengo con el Presidente de
la Sociedad Holandesa de Eutanasia (NVVA) Dr. Rob Jonquiere) conocemos que
el índice de procedimientos de eutanasia con respecto a la tasa de mortalidad
general se ha mantenido estable en 2.4% a pesar de la legalización de la misma
desde su promulgación en 2001, efectiva en 2002. Cifras similares se han logrado
en Bélgica, país donde también se ha aprobado legislativamente; por lo que el
misterio de la pendiente resbaladiza es una argumento estéril, sin sostén, sin
fundamento. Según el Reporte, tampoco se ha evidenciado que disminuya la
diligencia médica en los casos de pacientes en fase terminal; no ha habido
incremento en los procesos de eutanasia a expensas de los grupos minoritarios o
vulnerables; por lo que el criterio que con la eutanasia se llevarían a un exterminio
de viejitas e incapacitados, es totalmente falso.

Vale la pena comentar, porque los detractores ab irato del tema también lo han
alegado, que el mejor ejemplo de los peligros de la eutanasia lo constituye el caso
alemán. Recordemos que jamás podríamos asimilar tal comparación por cuanto lo
sucedido en Alemania, durante la época nazi Hitleriana, fue un exterminio,
injustificado, selectivo de población, con bases religiosas (exterminio de población
judía), racista, sin enfermos y en contra de la voluntad de los fallecidos; es por ello
que advertimos una manipulación sin causa por cuanto no es, ni será nunca lo
mismo lo que se constituyó en uno de los más inaceptable genocidios, como
crimen de lesa humanidad, contra lo que significa el concepto de eutanasia.
Algo parecido sucede con el argumento de que en Los Países Bajos (Holanda)
habrían aumentado los casos de eutanasia porque la gente migra a ese país para
obtener el procedimiento; lo que evidencia una gran ignorancia en el tema porque
cualquiera que hubiese leído la ley y estudiado a fondo la problemática daría
cuenta de la realidad: aplica solamente para ciudadanos de esos países.

Planteada como ha sido la cuestión de interpretación del derecho a la vida, y


abarcando sus fases iniciales y finales, podemos preguntarnos: a) si el derecho a
la vida es absoluto; b) si su reconocimiento como derecho constitucional comporta
el correlativo deber del Estado de protegerla más allá de la voluntad de su titular.

Son muchos los casos y situaciones jurídicas, incluso aquellas contenidas en la


legislación nacional y comparada de Derecho Penal que me llevan a concluir que
definitivamente no es un derecho absoluto; prueba de ello mencioné en los inicios
de este ensayo los casos de legítima defensa, estado de necesidad, los países
que aún mantienen penal capital y dirigen organismos internacionales de derechos
humanos, y la conducta omisiva de estos organismos ante casos de muerte
indiscriminada de civiles por personal militar bajo la impunidad de alegato del error
técnico o del necesario daño colateral (casos Afganistán, Irak, Haití, etc.) y que no
resultan ni punibles ni sancionables.

Con respecto a la segunda situación planteada, de si tal derecho constitucional a


la vida significa, némine discrepante, una obligación de vivir, y que comporta el
correlativo deber del Estado de protegerla más allá de la voluntad de su titular;
pues ya he sentado mi criterio negativo al respecto, y siempre respetando la
pluralidad de convencimientos porque entiendo y acepto que las discusiones
doctrinarias al respecto son múltiples y variadas. Sin embargo, solamente como
apoyo, quizás innecesario pero siempre académico, la posición de autores como
Cobo del Rosal y Carbonell según la cual la libertad se encuentra en la cúspide de
los valores y el ordenamiento jurídico, y hay que interpretar todos los derechos
fundamentales de la persona como emanaciones del derecho al libre desarrollo y
desenvolvimiento de la personalidad, o si se prefiere, de la dignidad de la persona
humana. (Manuel Cobo del Rosal-Juan Carbonell. Derecho Penal, Parte Especial.
Ediciones Tirant LO Blanc. Valencia. España. 1988).
En mayor abundancia, y referido entre muchísimos otros autores, al tratar el tema
de la eutanasia, valga la opinión de mi amigo Romeo Casabona: “En mi opinión, la
Constitución Española no lo prejuzga así en su artículo 15 , al igual que los
Convenios Internacionales mencionados. De allí solamente se deduce que nadie
puede ser desprovisto de la vida sin su voluntad. A ello se limita el deber del
Estado derivado del reconocimiento de ese derecho fundamental: el deber de
respeto de este derecho y de protección frente terceros”. (Carlos María Romeo
Casabona. El Derecho y la Bioética frente a los límites de la vida humana. Editorial
Centro de Estudios Ramón Areces. Madrid. 1996).

El ejercicio de mis derechos constitucionales implica la limitación que los mismos


tienen al acercarme al límite del inicio de ejercicio del derecho de los demás.
Vivimos en una sociedad moderna, plural, dinámica, capaz, en la cual podemos
fácilmente aceptar la posibilidad de una alternativa legislativa que le permita, a
quien no presente ninguna objeción de conciencia, hacer uso de esa posibilidad
(eutanasia) sin que por ello se pueda inferir que existe, de aprobarse, ninguna
obligación ni para el paciente, ni para los médicos. Frente a los dilemas
terapéuticos se presentan diversas modalidades de tratamiento. Frente a un
cuadro de angioesclerosis, cardiopatía isquémica, infarto del miocardio, habrán los
médicos conservadores que sugerirían tratamientos no invasivos a base de
sustancias trombolíticas; como también existen aquellos que piensan que es mejor
ser invasivos, y de allí modalidades: desde la angioplastia primaria con colocación
de tallos, e incluso tallos (stem) con rapamicina que son sustancias que previenen
la re-estenosis y cuyos costos se elevan hasta US$ 3500 (solamente el tallo). Un
médico de uno de estos criterios (no invasivo) no está obligado a seguir el criterio
de los otros (invasivos) pero la alternativa existe; y al momento de desearla allí la
tiene. Unos pediatras piensan que la fimosectomía (circuncisión) es mas
saludable, para él y para su pareja (menor incidencia de enfermedades
urogenitales; y menor incidencia de cuello uterino en la mujer); pero otros
médicos, piensan lo contrario. Sin que se pueda decir, con certeza ni criterio
absolutista, que ninguno de los dos tiene plenamente la verdad. Pero el paciente,
al momento de ser informado, oportuna y cabalmente, podrá tener la oportunidad
de decidir cuál de las dos opciones le parece más viable en su proyecto vida, en
su proyecto salud.

Luchamos por una alternativa legislativa viable que no obliga a nadie. Tengo el
derecho constitucional de circular por todo el territorio nacional; pero este
domingo, quizás decida no ejercer mi derecho, y decida quedarme en casa
descansando. Pero si se me ocurriese a media tarde del domingo salir a pasear,
estoy seguro (salvo las abominables costumbres inconstitucionales de los
llamados trancazos impunes) de poder ejercer mi derecho a la libre circulación,
por poseer esa alternativa legislativa y constitucional.

Es así que me manifiesto plenamente a favor de luchar por la alternativa legislativa


propuesta, independientemente de la posición que se adopte frente a la eutanasia,
al momento de tener que decidirla, como médico o como paciente; pero existe una
gran cantidad de personas que definitivamente están a favor y prueba de ellos
están las encuestas nacionales que he tenido oportunidad de realizar, y otras de
conocer y que evidencian una inclinación de 87% a favor de la alternativa
legislativa

Conclusiones

Todo ser humano posee una dignidad intrínseca e inviolable, que no es


susceptible de gradaciones, y que es universal e independiente de la situación
de edad, salud o autonomía que se posea.

Esa dignidad es inherente a toda vida humana, le confiere el derecho


irrenunciable a la vida y es un deber inexcusable del Estado protegerla, incluso
cuando la persona, su titular, pueda no valorarla.

Para quienes propugnamos una Medicina a favor de la vida, así como la


dignificación de la profesión sanitaria, tan imperativo es el rechazo de la
eutanasia (activa y pasiva) como el del encarnizamiento terapéutico. Partiendo
de la convicción de que matar o ayudar a matarse no es lo mismo éticamente
que dejar morir cuando no hay terapia y la situación es irreversible, insistimos
en que el principio básico debe ser el del respeto máximo de la vida humana.
En el contexto del individualismo hedonista que algunos defienden, el derecho
a una “muerte digna“ es un eufemismo para fomentar un supuesto derecho a
matarse, o a matar por compasión, en sintonía con una inaceptable concepción
de la autonomía, la libertad y la vida humanas.

La limitación del esfuerzo terapéutico, suspendiendo un tratamiento calificado


por el equipo médico como fútil o desproporcionado, o la retirada de un soporte
vital, en situaciones de enfermedad terminal, irreversible, que no tienen
expectativa terapéutica, no supone eutanasia, ni activa ni pasiva, sino que se
trata de una acción correcta bioética y jurídicamente, siempre que se cuente
con un consentimiento informado válido del paciente, o de sus representantes
legales, si éste no pudiera expresarlo. La hidratación adecuada del enfermo,
incluso por vía artificial, es, en principio, un medio ordinario y proporcionado
que evita el sufrimiento y la muerte derivados de la deshidratación.

Recomendamos a científicos, médicos y demás profesionales de la salud que


se esfuercen por consensuar la terminología y los protocolos de actuación, como
forma de garantizar la seguridad ética y jurídica de sus actuaciones en
este tipo de situaciones clínicas.

El auxilio al suicidio y la eutanasia representan atentados contra la vida


humana reprobables ética y jurídicamente. También es rechazable la
obstinación terapéutica, o el privar a cualquier persona del derecho a asumir lo
más serenamente posible su proceso de muerte. Por ello, ante un enfermo
terminal, con dolor físico y/o sufrimiento moral, lo más justo y humano es
acompañarle, administrarle tratamientos proporcionados y paliar sus dolores,
respetando siempre tanto la vida como la muerte.

El testamento vital, como forma de asegurar el respeto a la autonomía de la


persona, está regulado jurídicamente, y debe de conciliar la atención a las
previsiones y preferencias del otorgante, con la garantía de la legalidad, así
como con las exigencias de la lex artis y los derechos y deberes de los
profesionales de la salud.

Los cuidados paliativos, con una atención integral al enfermo terminal, que
incluya los aspectos físicos, morales y espirituales de éste y respete su
derecho a asumir su proceso de muerte, representan la actuación éticamente
correcta, compatible con una ordenada concepción de la dignidad del morir.
Una consideración ética de la muerte, a la medida de la dignidad de la persona,
reconocerá el valor indisponible de cualquier vida humana y rechazará el
argumento ideológico que lleva a considerar unas vidas como dignas y otras
no. Sobre esta base, se promueve la inviolable dignidad de la persona humana,
la defensa de los derechos que le son inherentes, desde la objetiva y prudente
consideración de la realidad y sentido de la vida y de la muerte.

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