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Materia: Semántica.
Grupo: L-61.
Tuvieron que pasar muchos siglos y cambios en el mundo hasta que la antigua
creencia del origen del lenguaje cambiara (aunque no cambió mucho): En el 146 a.C. el
imperio griego cayó a manos del romano. Esto no generó ningún cambio en la concepción
del lenguaje. Durante los siglos posteriores donde los latinos dominaban, siguió sin haber
nuevas ideas sobre el lenguaje. Fue hasta el año 476 d.C., cuando cae el imperio romano y se
abre paso la Edad Media, que hubo cambios con respecto a todos los conocimientos.
Eso se debió al cambio de religión; se dejó atrás el politeísmo, así como a los dioses paganos
y se instauró el catolicismo. Con la llegada de una nueva religión, la cosmogonía cambio por
completo. Ahora todos los fenómenos del mundo se explicaban a partir de su Dios, Jesucristo
(Boulnois, 2016, p. 340). Es a partir de él que se formó el universo y todo lo que hay en él,
incluyendo al lenguaje. El lenguaje, según la iglesia católica, es un don divino de Dios, pero,
ya que Dios nos creó a su imagen y semejanza, nos brindó el lenguaje y la capacidad de
comunicarnos (Génesis 1:26 Versión de Reina Valera).
Después de diez largos siglos de la Edad Media, vino un nuevo periodo de la historia:
el Renacimiento. El Renacimiento consiste precisamente en el “renacer” de las ideas clásicas.
Aunque volvieron las ideas de los griegos, ya no se creía que el lenguaje fuera el regalo de
una divinidad. Ya no se creía que, como afirmaba Platón en el Cratilo, las lenguas se “hacen”
pues se descubrió que las lenguas se podían comparar entre sí, que guardan una relación, lo
que demostraba que las lenguas evolucionan. Establecido eso, la pregunta que todos se hacían
era: ¿Cuál es la lengua original? Tras años de búsqueda, se encontró la respuesta a dicha
cuestión: el sánscrito. Con esto sobre la mesa, nació la filología comparativa o gramática
comparada, ciencia que tiene por estudio la relación que guardan las diversas lenguas del
mundo (de Saussure, 1945, p. 29).
La última etapa del estudio del lenguaje es a finales del siglo XIX con los
neogramáticos, lingüistas que introdujeron los principios científicos del positivismo en el
estudio del lenguaje para renovar la gramática comparada. Su principal postulado era que los
cambios fonéticos son regulares y trataron de establecer leyes fonéticas para resumir los
patrones regulares observados. Al mismo tiempo se ocupaban de la fonología, rescataban
datos importantes acerca de las variaciones lingüísticas y la dialectología (Robins, 2000, p.
254). El aporte de los neogramáticos a la lingüística sin lugar a dudas fue valioso, pero, a mi
parecer, estuvo enfocado específicamente al nivel fonético y no a la lingüística en general.
El gran aporte de la lingüística vendría de otro lugar.
Es así que, también a finales del siglo XIX, surgieron en Suiza las ideas fundadoras
de la lingüística, ciencia del lenguaje, de boca del lingüista Ferdinand de Saussure.
El principal problema de la lingüística, afirmaba de Saussure, es que no tiene un objeto de
estudio determinado, por lo que él propuso uno: la lengua (1945, p. 36). Con la postulación
de esa teoría comenzó su curso y durante el transcurso de los cursos siguientes se encargaría
de demostrar su veracidad a través de una serie de postulados que Benveniste denominó
“dualidades opositivas1” (1997, p. 41):
1
Entendida como dos términos que son opuestos y que no valen por sí mismos, sino que cada uno extrae su
valor del hecho de oponerse al otro.
es enunciada la lengua: los hechos históricos que desembocaron que se originara la lengua,
la historia política, sus antecedentes geográficos, las conexiones de la lengua con las
instituciones de toda especie, la Iglesia, la escuela, etc. De entre estas dos, de Saussure se
inclinaba por la primera pues buscaba la objetividad del estudio de la lengua (de Saussure,
1945, p. 48-50)
Por último, tenemos al gran aporte que posicionó a de Saussure como el padre de la
lingüística: el signo lingüístico. El signo lingüístico es definido como “una entidad psíquica
de dos caras, que puede ser representada por la figura” (de Saussure, 1945, p. 102). Estas dos
cosas unidas no son un nombre y una cosa, sino un concepto o imagen mental y una imagen
acústica. Al primero de Saussure le llama significado y al segundo significante. El significado
es la imagen mental, convencional, que le damos al signo, mientras que el significante es la
representación sensorial que le damos al signo (1945, p. 102). De Saussure explica el signo
lingüístico con el ajedrez por su familiaridad con el juego, pero, personalmente, prefiero
ejemplificarlo con cosas más simples. Por ejemplo, un perro: el significante es la palabra
“perro” y su respectivo significado es la idea convencional que tenemos de éste; un animal
doméstico de cuatro patas, con dos orejas, etcétera.
Boulnois, O. (2016). ¿Qué hay de nuevo? La Edad Media. Universitas Philosophica, 33 (67),
pp. 321-350.