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SEMINARIO LAS ALUCINACIONES EN LA PSICOSIS.

ESTRUCTURA Y
OPERACIÓN

DICTADO POR ANDREA PERDONI


PRIMERA CLASE: LA ALUCINACIÓN EN EL CAMPO DE LA PSIQUIATRÍA

RESEÑA HISTÓRICA.

INTRODUCCIÓN:

Es necesario situar como primer punto de esta reseña, los


ejes sobre los que se constituye la práctica que funda a la
alucinación como fenómeno perteneciente al campo de la
psicopatología.

En primer lugar, el fenómeno se recorta a partir de la


observación morfológica que enmarcará, desde la
descripción formal, las perturbaciones mentales. En este
sentido, abordaremos una clínica sostenida en la mirada.

En segundo lugar, la mirada no es sin una doctrina que le da


sus coordenadas. Con relación a este segundo punto, será
nuestro interés en este breve recorrido sobre la
alucinación, señalar las concepciones que en la sincronía
han dirigido esta mirada, las distintas escuelas que, por otra
parte, han dado lugar en la diacronía, al movimiento en la
historia de las ideas sobre la alucinación. Se tratará
entonces de recorrer los hitos, los puntos de quiebre en la
dirección de las formulaciones que, como veremos, giran en
relación a dos ejes: la definición del fenómeno y el estatuto
de la causa.

Nuestro primer punto entonces:

I.- EL PROBLEMA DE LA DEFINICIÓN DEL CONCEPTO.

La clínica psiquiátrica en su punto de partida con Pinel,


circunscribe a la alucinación junto a las ilusiones en función
de su origen: una lesión de los sentidos.

Sin embargo, el fenómeno será definido más tarde, en 1817


-hasta nuestros días- por Esquirol como “una percepción
sin objeto”, en estos términos: “Un hombre que tiene la
convicción íntima de una sensación actualmente percibida
cuando ningún objeto exterior apropiado para excitar esta
sensación está al alcance de los sentidos, está en un estado
de alucinación. Es un visionario” (1).

En este primer paso dado por Esquirol hay también un


desplazamiento en relación a la causa: el compromiso de
los sentidos está presente en esta definición que parte de la
relación entre la percepción y la referencia externa -el
objeto a percibir-; pero la hipótesis sobre el origen gira de
los órganos de los sentidos al “centro de la sensibilidad”, el
cerebro. “En la alucinación todo ocurre en el cerebro, los
visionarios, los estáticos, son alucinados, son soñadores
totalmente despiertos. La actividad del cerebro es tan
enérgica que el visionario, el alucinado, da cuerpo y
actualidad a las imágenes, a las ideas que la memoria
reproduce sin intervención de los sentidos” (2).
Ahora, si bien la sede de las alucinaciones está en el
cerebro, “no se puede concebir la existencia de ese síntoma,
más que suponiendo al cerebro puesto en acción por una
causa cualquiera” (3). Esto implica una “x” en el estatuto de
la causa última.

Por otra parte, si enmarcamos a la alucinación en la


concepción causal de las enfermedades mentales, vemos
que el cerebro no implica una patología exclusivamente
orgánica, sino y esencialmente, moral; ya que las pasiones
son ubicadas en el centro de la sensibilidad: “Tanto las
extremidades del Sistema Nervioso y los centros de la
Sensibilidad, como el aparato digestivo, el hígado y sus
dependencias son el asiento principal del mal” (4).

Por lo tanto, tenemos con Esquirol, el punto de partida de la


alucinación definida por un doble carácter: sensorialidad y
objetividad, que tiene su origen en la “enérgica actividad
del cerebro” en la que se conjugan causas físicas y morales.

En la concepción de la alucinación iniciada por Esquirol


será Baillarger quien introducirá en 1842 un profundo giro
al trasponer el acento acerca de lo que define a las
alucinaciones. Lo hará a partir de la diferenciación de un
nuevo grupo de alucinaciones.

Baillarger diferencia de las alucinaciones psicosensoriales


(en correlación con los sentidos) -de carácter estésico y
objetividad espacial- otro tipo de fenómenos: las
alucinaciones psíquicas: fenómenos incohercibles,
impuestos, pero sin objetividad en el espacio.
Así, tres condiciones son esenciales a la alucinación:

1-) El ejercicio involuntario de la memoria y la imaginación.


2-) La supresión de las impresiones externas.
3-) La excitación interna de los aparatos.

Si bien es para Baillarger la excitación interna lo que


confiere a la representación un carácter sensorial, el
carácter involuntario subrayado muta lo esencial de la
alucinación, su estesia y objetividad, a lo que se presenta
como “un hecho extraño a la personalidad”.

Esta nueva línea de pensamiento tiene su antecedente en


Leuret, quien remarcando el carácter estésico del hecho
alucinatorio, encuentra en “los hechos de la inspiración” un
modelo, e insistirá en la “Disociación Mental” e introducirá
la desapropiación de los pensamientos engendrados por
ella, “pensamientos que le parecen tan ajenos al sujeto que
su contenido lo sorprende a menudo”.

Leuret inicia las teorías Psicosensoriales o mixtas, de las


que Baillarger da una pequeña torsión introduciendo la
diferenciación que constituye una nueva definición de la
alucinación.

Seglás, en 1888, extenderá el concepto sobre una gama de


fenómenos excluidos hasta entonces: diferenciará
alucinaciones motrices, de alucinaciones verbales. Las
primeras, incluidas dentro de las alucinaciones
Psicosensoriales, se deben al despertar de imágenes
quinestésicas, como la alucinación sensorial se debe a la
activación de las imágenes de la percepción. Refiere estas
alucinaciones a la sensación de movimiento de los
miembros, movimientos de todo el cuerpo, impulsiones,
inhibiciones, etc..

Las alucinaciones verbales -en las que el enfermo objetiva


en la boca, la laringe, etc.- van de simples sensaciones -
alucinaciones verbo motrices- hasta la exteriorización en
movimientos de los labios y el aparato fonador, incluso una
verdadera emisión verbal en voz alta.

Ambos grupos sólo son concebibles entendiendo el


fenómeno alucinatorio como xenopatía. Es evidente la
extensión producida sobre las nociones introducidas por
Baillarger. Además, estos fenómenos desembocan para el
autor en un estado de “Disgregación Psíquica”, de
“Desdoblamiento de la Personalidad” que lleva la marca de
Leuret.

Los pasos dados por estos desarrollos, desde la ruptura que


Baillarger inicia, son los que conducen a H. Ey en “La
evolución de las ideas psiquiátricas acerca de la
alucinación” a hablar de una mutación del concepto de
alucinación de “percepción sin objeto” a “fenómeno
xenopático”. “Se ha pasado de la definición por la
objetividad sin fundamento sensorial a la objetividad
psíquica” (5) es decir, de la objetividad espacial a la
objetividad en relación al Yo.

“No es sólo una percepción sin objeto, la alucinación


termina por no ser ya del todo una percepción, se
aprehende la diferencia y hasta la contradicción que separa
estas dos nociones, si se quiere convenir que el fenómeno
xenopático no representa ya una alucinación sin sensación
provocadora, sino que puede ser una simple sensación real
pero no integrada al Yo” (6).

Esto conducirá a H. Ey a agrupar como Pseudoalucinaciones


a este grupo diferenciado.

Ahora bien, no hay sólo aquí una subversión del concepto,


hay también una problematización de las hipótesis
causales, en la medida en que la objetividad psíquica
introduce un orden de referencia distinto del compromiso
de los sentidos: el Yo. El concepto de fenómeno xenopático
exige nuevas formulaciones, los centros sensoriales y
motores no responden sobre el origen de la extrañeza de
las propias palabras.

Se introduce entonces también con Baillarger, como


corolario de las interpretaciones por el “principio de
automatismo”, en la medida en que el hecho
psicopatológico aparece como esencialmente distinto del
funcionamiento psicológico normal, una causalidad
somática como patológica, ya no fundada en una diferencia
de grado como se sostenía hasta aquí. En este punto será el
mecanisismo la doctrina que responderá a esta nueva
fundamentación necesaria; aunque como veremos, no será
sin las discusiones que hasta hoy se sostienen.

II.- EL PROBLEMA DE LA CAUSA A PARTIR DE LAS “ALUCINACIONES


PSÍQUICAS”.

Desde Esquirol la alucinación constituía una


“representación fuerte”. Separadas ya de las ilusiones, eran
explicadas por “una lesión de la atención voluntaria” que
deja al sujeto fascinado por las producciones de la memoria
y de la imaginación a las que les atribuye por hábito
carácter perceptivo. La alucinación en tanto
“representación muy viva”, no posee más que una
diferencia de grado con las representaciones normales.
Desde Baillarger se pone en juego una diferencia de
naturaleza entre representación y alucinación. Esta
discusión que se inicia, implica algo más: la oposición entre,
la alucinación como fenómeno patológico por una parte, y
la posibilidad de la misma en un “cerebro sano” por otra.

Las teorías neurológicas -como señala Mourgue-


“constituyen una simple paráfrasis” de las ideas de
Esquirol, porque su punto de partida es la alucinación como
fenómeno independiente de toda perturbación intelectual.
H. Ey hablará del esquema conceptual en el que se han
sostenido estas doctrinas que llegaron a poseer prestigio y
consenso en los siguientes términos: “Representarse la
imagen como residuo de la percepción dormitando en los
pliegues del cerebro, imaginar un proceso de excitación
cerebral que la libera y le restituye su carácter de
objetividad, tal es la doctrina que se ha vuelto clásica” (7).

Esta línea de pensamiento será ampliada por diferentes


autores que, en función de los avances de la medicina,
intentarán completarla otorgándole sus fundamentos.

Pacharppé -1856-, entendiendo que la representación debe


tener un carácter particular para culminar en la objetividad
espacial, sostiene que las modificaciones de la corteza
cerebral explican la transformación de la imagen en
alucinación.

Kahlbaum –1866-, sirviéndose de la “Fisiología nerviosa de


las sensaciones” de Neumann entiende que “hay una
concentración patológica de los influjos nerviosos sobre
ciertos territorios perceptivos cerebrales”.

Los avances de la Neurología posibilitarán nuevos


paralelismos a partir de la localización positiva de los
centros corticales de los sentidos.

Tamburini, en “La teoría de la alucinaciones” –1881-, será


quien formule la transposición de los parámetros de la
Neurología al problema de la alucinación en términos de
una nueva esperanza abierta en su explicación: “Todos
estos hechos que establecen de manera positiva la
existencia de centros sensoriales en la corteza cerebral van
a explicarnos la génesis de la alucinación. Así como un
centro motor produce movimientos desordenados e
intensos (convulsiones) lo mismo la excitación de un centro
sensorial debe producir sensaciones patológicas”. Soury lo
llamó “la epilepsia de los centros sensoriales”.

Sin embargo, estas teorías de la alucinación que admiten


como causa fundamental un estado de excitación de los
centros sensoriales corticales, no alcanzan para explicar
más que aquellas alucinaciones que se pueden
correlacionar con perturbaciones de los sentidos, dicho de
otro modo, las alucinaciones psicosensoriales; pero
nuevamente las alucinaciones llamadas psíquicas, que sólo
poseen el carácter de fenómenos en tanto que considerados
cuerpos extraños por el Yo, no encontraran un porqué.

Hasta la teoría Mecanicista el lugar de la causa parecerá no


contemplado en relación al grupo de fenómenos
xenopáticos. Paralelamente, al ocupar su lugar como
paradigma de las alucinaciones con esta escuela, la
alucinación se transformará en una “percepción de origen
mecánico”.

A-) LA TEORÍA MECANICISTA: GAËTAN GATIAN DE CLÉRAMBAULT

Pueden ser enumerados múltiples trabajos -siendo el


principal antecedente G. G. Petit, quien reduce los dos
grupos a un mismo plano en función del automatismo y la
extrañeza-; pero es G. G. De Clérambault el punto
culminante, quien da la versión más acabada de la corriente
que nos ocupa en su dogma, en 1920.

En tanto se trata de la Doctrina Mecanicista queda excluido


de la etiología de los fenómenos todo factor psíquico.
“Fenómeno Elemental” será el nombre dado a los llamados
hasta aquí fenómenos xenopáticos, englobando junto a las
alucinaciones psíquicas un conjunto de fenómenos sutiles
que hasta entonces pasaban desapercibidos. En su
descripción del “Síndrome de Automatismo Mental” De
Clérambault aísla un cuadro reducido a un único síntoma
basal: las alucinaciones, concebidas en función del
“automatismo” como el signo que las define. La respuesta
formulada sobre la causa se circunscribe a una patogenia
mecánica de las localizaciones cerebrales, en una irritación
histológica cerebral secuela de una lesión tóxica, infecciosa,
vascular o traumática. El elemento alucinatorio es
expresión de una patología de origen lesional. Por esta vía
la alucinación es concebida como un fenómeno que parasita
la conciencia del enfermo. “Una irrupción parásita que se
impone a la voluntad como a la conciencia” en términos de
una neoformación. No es la conciencia lo afectado, es el
orden somático lo que sufre una profunda perturbación que
en muchos casos para De Clérambault no llega a afectar la
conciencia. Es aún más claro al situar el lugar que
corresponde a las ideas delirantes generadas por el
elemento alucinatorio, como la “reacción de un intelecto y
una actividad conservados sanos a los fenómenos del
automatismo”, que responden a trastornos de orden
inferior (8).

Conservando el postulado neurológico, según el cual la


alucinación es un fenómeno independiente de toda
perturbación del intelecto, el mecanicismo opera una
soldadura entre la causa y los fenómenos xenopáticos
elevándolos al estatuto de verdaderas alucinaciones. Con
los fenómenos elementales, De Clérambault, transforma la
alucinación, cuyo paradigma es la xenopatía, en un
fenómeno íntegramente orgánico, de naturaleza mecánica,
en el que los procesos psicológicos como la personalidad no
tiene incidencia alguna en el origen.

El concepto mismo de alucinación es puesto en cuestión.

Señalamos ya que De Clérambault desarrolla su teoría


alrededor de los años 1920; momento al que P. Bercherie
en su tesis “Los fundamentos de la clínica” denomina: “La
Psiquiatría moderna: la era psicodinámica”, nombre que
expresa claramente la dirección que ha tomado la clínica
desde 1900.

Esto nos conduce en primer lugar a situar la respuesta dada


por De Clérambault como fuera de su tiempo; y, en segundo
lugar, nos permite desprender la razón por la que se
oponen reacciones violentas, tanto en Francia como en
Alemania, a su concepción.

Las reacciones contra el mecanicismo se desarrollarán


siguiendo dos líneas: la primera, en función de la definición
misma del fenómeno; la segunda, gira en torno de las
condiciones de su aparición y la etiología. En cuanto a la
primera corriente, serán establecidos como
“pseudoalucinatorios” los fenómenos xenopáticos, por
faltarles el carácter esencial de realidad objetiva.
Regresando a la definición inicial: “percepción sin objeto”,
se subrayará nuevamente la objetividad espacial y el
carácter estésico como esenciales al fenómeno alucinatorio.
La segunda corriente, cuestiona no sólo al mecanicismo,
sino a la explicación neurológica en general “por su
limitación al apuntar una hipótesis gratuita” (Specht)
negando sin más sus fundamentos.

La alucinación se enmarcará en este nuevo tiempo de la


psiquiatría, en un “conjunto psíquico” que la condiciona.

B-) LA MODERNIDAD: LA PSIQUIATRÍA PSICODINÁMICA

La idea de un “conjunto psíquico” condicionante y previo de


la alucinación, quedaba ya abierta con Esquirol, en tanto
entendía que, en función de una “lesión de la atención
voluntaria”, existía una perturbación de la creencia, en el
fenómeno alucinatorio, en este sentido: “la conciencia
debilitada del enfermo se deja engañar por los fantasmas
de la imaginación y la memoria” (9).

El compromiso de la conciencia es retomado por Moreau de


Tours como un “estado primordial” que precede y explica la
alucinación. Dicho estado primordial es concebido sobre el
modelo del sueño, e implica una disminución de la
vigilancia, una dominación por las facultades inferiores
exaltadas del poder de síntesis del Yo y de su control
voluntario. Existiría entonces un estado alucinatorio y no
alucinaciones aisladas.

Éstos son los antecedentes de esta nueva concepción que


subrayará como condición necesaria de la alucinación una
perturbación global del psiquismo.

Estas concepciones adquieren importancia en la medida en


que la modernidad toma distancia de la psicología
neurologizante de finales del siglo precedente. Se tenderá a
situar en el análisis de las perturbaciones de la
personalidad a los fenómenos de la patología mental,
asistiendo así a una inversión de los términos causa-efecto
propuesto por el mecanicismo.

Seglás es un claro exponente de este giro. En sus


concepciones sobre la alucinación habíamos señalado que
para este autor, basado en sus trabajos anteriores sobre las
localizaciones cerebrales, “un estado de disgregación
psíquica” era consecuencia de la alucinación. En 1903, en
un trabajo sobre la evolución de las obsesiones (“La
Evolución de las obsesiones y su pasaje al delirio”), los
“estados alucinatorios” se originan en una “disgregación
psíquica”. Hay una inversión en su doctrina: la disgregación
aparece como causa y no como efecto de la alucinación.

Esta mutación marca la orientación psicodinámica en la


captación del fenómeno alucinatorio, así como la influencia
de Janet quien a sustituido a Charcot - anterior maestro de
Seglás- en la elaboración de los modelos teóricos de la
Salpêtrière.

Janet concebirá el conjunto de los fenómenos alucinatorios


vinculados con una causa afectiva más o menos deformada,
o bien sobre un fondo psicasténico de reducción de la
síntesis personal o de liberación de automatismos
inferiores. Las pseudoalucinaciones derivarían de
perturbaciones del mismo orden, transformadas en ajenas
por la creencia delirante y la actitud objetivante del
enfermo (“La alucinación en el Delirio de Persecución”
1932).

La afectividad y la personalidad sustituyen en el lugar de la


causa a la patología somática generadora de mecanismos
extraconcientes. El fenómeno alucinatorio abandona por
una momento el campo de la medicina para ser concebido
“bajo la acción de complejos afectivos” como dirá Claude,
oponiendo a la teoría del “Automatismo Mental” su
doctrina del “Síndrome de Acción Exterior”. El fenómeno
alucinatorio, en una inversión de los términos del
mecanicismo, se inscribe en el interior de un sentimiento
delirante surgido ya sea de estados de disolución de la
conciencia, ya sea de una disolución de la personalidad.
-Esta tesis deja a la alucinosis -”alucinación conciente
criticada”- como el fenómeno que es consecuencia de una
patología irritativa mecánica, pero “las percepciones
elementales así producidas demuestran su insuficiencia
para generar el delirio” (10). La alucinación de este modo,
se acompaña necesariamente de una disolución de las
funciones psíquicas: obnubilación de la conciencia,
confusión mental, etc.; que condicionan su aparición. Así
juegan una importancia posible los estados oniroides en la
génesis de las alucinaciones. Las hipótesis causales que
tienen lugar a partir de Janet atraviesan esta concepción.

-Guiraud les opondrá la incuestionable estesia de las


alucinaciones vividas en plena lucidez.

Este “estado psíquico global”, también ha sido abordado


relacionándolo a una “profunda perturbación biológica”. La
causa última, somática, incidiendo sobre el psiquismo en su
conjunto como condición del estado alucinatorio devuelve
entonces a las alucinaciones al campo de la psiquiatría. En
esta línea Bleuler (1922), Mourgue (1931) y otros,
entenderán que es la perturbación de la conciencia la razón
de las gruesas alteraciones de la realidad, pero esta
perturbación no es sino a partir de una perturbación
orgánica.

C-) KARL JASPERS

Con su ordenamiento, merece un capítulo aparte:


El gran epistemólogo de la psiquiatría, dará en esta línea
sus fundamentos en el “Tratado de Psicopatología General”.

Jaspers tomará la tesis de Dilthey : en lo que se comprende


hay un punto, una génesis posible en el paso de una estado
al otro. Su tesis consistirá en oponer lo que es
comprensible, a lo que no lo es. La comprensibilidad
implica el hecho de aprehender las motivaciones de otro.
Pero la causalidad, en estas coordenadas, es extraña al
sentido: a partir de las relaciones de compresión Jaspers
puede situar todo lo que no se comprende del lado de una
esencia patológica, “el proceso”. De este modo opondrá la
“Psicología comprensiva” a la “Psicología explicativa” que
da cuenta de las causas. El proceso, opuesto a lo que se
comprende, está presente cuando hay una discontinuidad
en el sentido, aquí ya no se apela a la psicogénesis sino a la
explicación fisiológica. El proceso sitúa un intervalo en la
noción de “desarrollo de la personalidad” que no alcanzará
para dar cuenta de la patología.

Jaspers ordena la clínica oponiendo: causalidad a sentido,


explicación a compresión. Naturalismo causal versus
relaciones de comprensión y sentido, es la oposición a
partir de la que podrá deslindar el lugar de las
alucinaciones.

Las denominará en principio “percepciones engañosas”, y a


las hasta aquí llamadas pseudoalucinaciones,
“representaciones engañosas”. Señala sobre ambas su
carácter involuntario diciendo: “el sujeto esta frente a ellas
receptivamente, pasivamente. No pueden ser creadas”,
añadiendo, “las alteraciones del campo de la conciencia
hacen que adquiera la unidad de la conciencia corporal con
el espacio formas grotescas”, pero no supone la causa en
estas alteraciones. La “vivencia de la realidad” como
fenómeno originario “puede ser perturbada
patológicamente” y conlleva en su pérdida -en tanto en ella
está implicada la conciencia del ser como tal-, “la extrañeza
del mundo de la percepción y de la propia existencia”. La
existencia está ligada para Jaspers a la experiencia de los
objetos como reales, “la experiencia de las cosas fuera de
mí”. La extrañeza del mundo de los objetos y la extrañeza
del yo son, en esta concepción, perturbados a partir del
proceso patológico que afecta a la vivencia de la realidad:
“la conciencia del ser y del existir ausente es tratada como
enajenación y extrañeza del mundo de la percepción”.

Jaspers situará en términos de incomprensibilidad, tanto a


las percepciones engañosas como la experiencia delirante
en su conjunto, incluyendo en ésta última a las primeras:
“en toda auténtica percepción engañosa es sentida la
imposición de tener el objeto por real, esa vivencia de la
imposición queda en pié incluso después de la corrección
del falso juicio sobre la realidad, cuando éste se ha formado
en la relación total de la percepción y del saber. Si tal
corrección fuese comprensible por la situación entera y
queda sin embargo el que experimenta en el falso juicio
sobre la realidad a pesar de los contramotivos y de la plena
lucidez sin abrigar la menor duda, se trata de una auténtica
idea delirante pues ella no nos es comprensible ya desde la
percepción” (11).

La certeza en relación a la alucinación conservada como


falso juicio sobre la realidad y en estos términos calificada
como idea delirante, conduce a Jaspers a hablar de una
“modificación típica de las pulsiones psíquicas”. “La
incorregibilidad” implica “una alteración de la personalidad
que tenemos que suponer”. Y le es necesario suponer una
alteración de la personalidad, en la medida en que el
desarrollo de la personalidad no es sin la continuidad en los
sentidos. Se introduce con las relaciones de comprensión el
problema de la significación. Es el corte en la significación
como comprensible, lo que pone a la alucinación -base de
las verdaderas ideas delirante- del lado del proceso,
dejando a la causa del lado de la explicación fisiológica. “La
conciencia de la significación experimenta una
transformación radical. El saber inmediato que se impone
de las significaciones es la vivencia primaria del delirio. Si
clasifico el material sensual en que experimento estas
significaciones, puedo hablar de percepciones delirantes,
representaciones delirantes, recuerdos delirantes,
cogniciones delirantes. No hay ninguna vivencia ante la cual
no se pueda poner la palabra delirio cuando la doble
estructura del saber objetivo y la conciencia de
significación se ha convertido en vivencia delirante”. Y
agregará la certeza que diferencia lo normal de lo
patológico diciendo: “El enfermo da un segundo paso; el de
aferrar esas ideas como verdaderas, el de mantenerlas
contra todas las otras experiencias y contra todos los
motivos en una convicción que supera la certidumbre
normal. (...) el extravío de los sanos es el extravío común, la
convicción tiene sus raíces en eso en lo que todos creen (...)
el extravío delirante de individuos es el apartamiento de lo
que todos creen (12).
Lo incomprensible tanto en la aprehensión de la realidad
como en el juicio acerca de ella, “ni por la personalidad, ni
por la situación, son los síntomas de una fase de la
enfermedad o de un proceso reconocible por otros
síntomas”.

La causa es devuelta a la ciencia a partir de la extrañeza del


fenómeno para aquél que lo mira. No lo “comprende”,
entonces es necesario explicarlo por la fisiología.

Para concluir nuestro primer encuentro:

Este ordenamiento operado por Jaspers en el campo de la


Psicopatología no es otra cosa que la formalización de
aquello en lo que se sostiene la clínica desde sus inicios sin
saberlo. ¿De qué otro modo una percepción es “sin objeto”,
sino desde la mirada de aquél que supone objetiva la
realidad que ve?. Y más aún ¿cómo fundar fenómenos
extraños a la conciencia, si quién los funda no se cree dueño
de sus pensamientos y de sus actos?

CITAS:

1. Las citas 1, 2 3,4 se refieren al “Traité des maladies


mentales” (1838). Esquirol.
2. 5,6,7 pertenece a la “Evolución de las ideas sobre la
alucinación. -Posición actual del problema”. (1932) H.
Claude, H. Ey.
3. 8, pertenecen a “Automatismo Mental y escisión del
yo”. Presentación de enfermos (1920). G.G.
Clerambault.
4. 9, se refiere a “Traité des maladies mentales” (1838).
Esquirol.
5. 10, tomado del articulo “Alucinosis y alucinación”
publicado por H. Claude, H. Ey. (1932).
6. 11, 12 se encuentran en “Psicopatología general” K.
Jaspers. Cuarta edición. (1946). Primera parte, capitulo
primero, primera sección: “Fenómenos individuales de
la vida psíquica normal”.

Hasta nuestro próximo encuentro y muchas gracias.


Andrea. D. Perdoni
SEMINARIO LAS ALUCINACIONES EN LA PSICOSIS. ESTRUCTURA Y
OPERACIÓN

DICTADO POR ANDREA PERDONI


CLASE 2: INTRODUCCIÓN AL PROBLEMA DE LA ALUCINACIÓN

RAZONES DE UN CALLEJÓN SIN SALIDA.

La idea del recorrido propuesto en este encuentro, es


revisar juntos los cimientos filosóficos sobre los que se han
edificado las hipótesis desplegadas en el marco de la
ciencia, para encontrar lo subversivo de las ideas
introducidas por Lacan, en tanto transforman ni más ni
menos que aquellos cimientos del pensamiento elaborado
en torno de nuestro problema.

INTRODUCCIÓN

El problema de la alucinación nos propone con actualidad


siempre renovada enigmas que han conmocionado primero
a la filosofía y luego al campo de la salud mental,
interrogando hasta nuestros días la confianza misma que
tenemos en la realidad como en la propiedad de nuestros
actos, ideas y palabras.

Este fenómeno ha tenido distintas respuestas en la


evolución del concepto acuñado con el nacimiento de la
psiquiatría, y, si bien el fenómeno no nace con ella, la
psiquiatría lo funda cirniéndolo en las coordenadas del
campo de las patologías mentales (1).
Tales respuestas pueden dividirse en tres grandes períodos
ordenadores de nuestras hipótesis:

Un primer período se abre con la definición dada por


Esquirol en 1817. La Sociedad Médico Psicológica de París
le consagra memorables discusiones en su orden del día
entre los años 1855-56, discusiones que cuentan entre sus
participantes a Leuret, Baillarger y Moreau entre otros, que
quedan sin conclusión precisa.

El primer giro sobre las ideas inicialmente propuestas se


introduce con el descubrimiento de las localizaciones
cerebrales de la sensibilidad alrededor de 1875. Esta
adquisición de orden anatómico sugiere nuevas teorías de
la alucinación encabezadas por Tambourini y seguidas por
Tanzi, Seglás, Ballet, Blondel y Masselon.

Finalmente, podemos situar un tercer período, en el que se


oponen desde principios del siglo pasado el organicismo
con De Clerambault y la psiquiatría dinámica con Mourgue,
Claude, Ey y sobre todo Janet, quienes introducen las
hipótesis psicológicas con nueva fuerza.

De estos trabajos y de esta historia es imposible hacer un


recorrido exhaustivo sin tomarlo como sujeto específico de
una investigación en particular. No es este nuestro objeto
aquí, sino tan sólo señalar los ejes en que se ordenan las
respuestas dadas que, como veremos, hacen serie en un
dualismo propiamente cartesiano que busca salvar las
paradojas que engendra volviendo a Aristóteles,
encontrando al término de su rodeo el mismo fracaso: la
incapacidad para dar cuenta del problema de la alucinación.

Todas las preguntas que se han planteado sobre la


alucinación pueden reducirse a una, ella ha tenido a lo largo
del tiempo distintas formulaciones y según como sea
respondida divide las aguas en relación al problema; sin
ornamentos tal pregunta puede formularse así:

¿En tanto el alucinado afirma ver y escuchar en ausencia de


un objeto capaz de estimular sus sentidos, en tanto él se
comporta como si viera o escuchara, ve y escucha
realmente como lo haría en el caso de una sensación
verdadera, o al contrario cree ver y escuchar?.

Paul Giraud plantea la pregunta en estos términos: “¿La


alucinación es sobre todo un problema de la percepción, un
hecho de estesia, o bien por el contrario un problema del
juicio un hecho de creencia?” (2).

Esta es la bisagra que articula históricamente las


respuestas formuladas al problema. Jean Paulus bosqueja
claramente la división que se suscita (3):

Si admitimos que el alucinado experimenta la misma


impresión concreta que tiene en el caso de una sensación
fundada, como la sensación supone una modificación
precisa de los órganos, las vías y los centros sensoriales,
será necesario asignar por fundamento de la alucinación
una modificación análoga: la explicación será entonces
neurológica y mecánica; la alucinación será “anideica”, ya
que no conlleva ninguna relación con las ideas del enfermo,
no forma parte de ningún delirio y, siendo inicial, lo
engendra. La alucinación es en sí misma patológica, un
fenómeno aislado, orgánico, pudiendo presentarse
entonces en un psiquismo sano.

Todas estas proposiciones cambian de signo si


respondemos a ellas en términos de creencia. Paul Giraud,
situado claramente en la corriente teórica anterior, define
con precisión a sus adversarios: “En el fondo estos autores -
los teóricos de la creencia- a pesar de todas las
afirmaciones de los enfermos, no creen en la realidad de la
estesia alucinatoria en los delirios crónicos. Para ellos, los
enfermos son víctimas de ideas falsas, de creencias, pero no
experimentan realmente los fenómenos que describen” (4).
Es claro que en el juicio, el aparato sensorial no tiene, en
principio, participación alguna, y en consecuencia el
fenómeno alucinatorio debe buscar su explicación entre las
actividades intelectuales. La interpretación neurológica
deja lugar entonces a la psicológica y dinámica. Es
subrayado así el contenido intelectual de la alucinación en
íntima relación con las ideas dominantes del enfermo. No
precede al delirio ni explica su eclosión, sino que es parte
de él. Tampoco se trata de una fenómeno patológico
aislado, sino de un elemento de conjunto que ha de ser
estudiado como tal inserto en el “estado mental global” que
lo contiene y lo produce.

Tenemos así planteada una dualidad:

La alucinación = La alucinación =
problema de las problema del juicio,
funciones fenómeno del orden
sensoriales, de la creencia,
fenómeno estésico, intelectual o
orgánico psicológico.

En todo el curso de la discusión sobre el problema de la


alucinación encontramos planteadas estas dos vías, con los
matices que los hallazgos neurológicos introdujeron,
desviando el problema del aparato sensorial al centro
cortical que constituye su base; o más atrás aún,
encontramos ambas posiciones aunadas en la teoría mixta
o psicosensorial propuesta por Baillarger. Él escribe: “La
naturaleza de la alucinación es muy diversamente
comprendida por los distintos autores. Unos la consideran
como síntoma físico, del que el zumbido en los oídos es el
grado más simple, otros como una especie particular de
delirio que no difiere de las concepciones delirantes en
general más que por su forma. Para unos los alucinados son
realmente afectados como si ellos vieran, escucharan, etc.,
para los otros estos enfermos se engañan y no
experimentan nada de lo que dicen. Los partidarios de esta
primera opinión preconizan sobre los medios físicos, los de
la segunda sobre el tratamiento moral”. Baillarger divide en
función de la naturaleza del fenómeno -estésico o
xenopático- la naturaleza de las causas y del tratamiento, a
partir de diferenciar fenómenos no sensoriales en términos
de estesia y objetividad espacial, sino objetivos para el yo,
es decir, experimentados como impuestos. Así la naturaleza
física es atribuida a las alucinaciones estésicas y, la
naturaleza psíquica y la “escisión de la conciencia”
(preconizada previamente por Lelut) a las xenopatías o
alucinaciones psíquicas.
Ahora bien, esta dualidad Jean Paulus en su estudio sobre
“El problema de la alucinación y la evolución de la
psicología”, la propone como heredera de una “ambigüedad
secreta” que guarda el cartesianismo en su seno. Paulus
toma partido para salvar el problema por una “filosofía
realista”, heredera de Aristóteles, versus aquella “filosofía
idealista”.

La base de esta posición es la idea que se tenga de la


relación que guardan sensación e imagen, situando a partir
de ella el lugar de la alucinación. La tesis de J. Paulus es que
a partir de Descartes, imagen- representación mental y
sensación no conllevan más que una diferencia de grado.
Paulus sostiene que: “Lo propio de esta filosofía es
ponernos en presencia de dos realidades fundamentales
mutuamente incompatibles: la materia y el espíritu. Ya que
estas realidades aparecen como incompatibles forzoso ha
sido a los lejanos sucesores de Descartes sacrificar una en
beneficio de la otra. Así el cartesianismo ha engendrado por
absorción de la materia en el espíritu o a la inversa, sea el
idealismo, sea el materialismo”.

Esta doble dirección posible imprime su sello a los teóricos


de la identidad entre sensación e imagen: -o bien, se eleva
la sensación al nivel de la imagen, dejando de lado la estesia
y la objetividad que se supone ella comporta; o bien, por el
contrario, se resigna la imagen en favor de la sensación,
dotándola de sus características “debilitadas”.

La primera dirección es la del intelectualismo, que


interpreta sensación he imagen en términos intelectuales e
insiste en consecuencia en el carácter mental de la
alucinación. Sensación e imagen así identificadas pueden
ser discernidas normalmente en función de criterios
variables, estos criterios desaparecen en el caso de la
alucinación, y, teniendo entonces la imagen una vivacidad
inhabitual el espíritu fracasa en la discriminación, habiendo
“un ejercicio involuntario de la memoria y la imaginación” -
al decir de Esquirol-, al que han sido atribuidas causas
variadas como insuficiencia del control racional, pero
siempre y en todo caso de naturaleza psicológica o
intelectual.

Si por el contrario, concebimos esta identidad desde el


punto de vista materialista, en lugar de despojar a la
alucinación de su estesia (de lo que constituye la
materialidad de la alucinación, por ejemplo, en el caso de la
alucinación auditiva-verbal que tenga sonido), se le
confiere esta estesia a la imagen (en nuestro ejemplo,
acústica). Dejamos el plan mental por el sensorial y a la
interpretación psicológica nuevamente por la mecánica. De
los procesos neurológicos pertenecientes a la percepción
condicionaremos sensación e imagen. La amplificación de
los mismos en ausencia de estimulación externa -el objeto a
percibir- implicará pasar de la imagen a la alucinación que
tiene todos los atributos de la sensación.

La teoría cartesiana de la imagen avala en este sentido a las


dos teorías contrarias que explican la alucinación: como
trastorno de las funciones sensoriales o como trastorno del
juicio. El materialismo como el idealismo nacen de la
meditación cartesiana, por lo que ambos responden a la
filosofía idealista en relación a los supuestos en los que se
cimientan.
La crítica de J. Paulus al idealismo, es el reduccionismos de
la relación del individuo a los objetos, en el yo -cognoscente
de los sentidos-, aislado de toda relación verdadera al
mundo. De este modo entiende que el sujeto cartesiano del
conocimiento inaugura el borramiento del objeto, de los
hechos del conocimiento, al sustituirlos por
representaciones mentales, es decir, bajo el carácter común
de “hechos de conciencia”, y no ya hechos independientes
del sujeto que los concibe. Es por esta razón que la
percepción objetiva, en otros términos, la sensación y la
imagen ya no se oponen más que por su vivacidad,
intensidad y riqueza en detalles, ya que ambas se
identifican desde el punto de vista de la conciencia. El
cuestionamiento para este autor, de la identidad entre
sensación e imagen se funda en que, colmando la distancia
que las separa, ya no hay ninguna razón para tener que
responder sobre la naturaleza de la alucinación sensorial o
mental y aún más puede parecer que la alucinación no
plantea ningún problema entendiendo que viene a
intercalarse entre dos fenómenos normales.

Acordamos con él, que llevada en su lógica al extremo, esta


filosofía engendra paradojas insalvables, como lo
demuestra el trabajo de Taine “De L´Intelligence” en el que
concluye proponiendo a la percepción como una
“alucinación verdadera”, lo que no deja de ser coherente
con la filosofía clásica entendiendo lo verdadero como
garantizado por la existencia de una Dios que no engaña.

J. Paulus considera tal paradoja ya instalada en las


premisas, por lo que su respuesta es diferenciar estas dos
realidades confundidas escindiendo lo que constituye “un
concepto bífido yuxtapuesto”. Propone entonces una
dualidad más antigua, la del individuo y el objeto, de corte
aristotélico. Realidad no cuestionada en tanto “objetiva”,
por un lado; y un sujeto “activo” por el otro, que con la
“psicología del acto” y el “funcionalismo” pasa a ser objeto
de actividades observables y funciones mensurables.
Buscando volver por este camino a la tan mentada
“objetividad” necesaria a la ciencia, para lo que toma su
apoyo en Meyerson, Watson y sus seguidores, Paulus nos
propone el encuentro de un sujeto con un objeto con
“acciones” y “reacciones” respectivas, encontrándonos con
una nuevo problema y es que se trata en la alucinación
justamente de la ausencia del objeto. La solución es más
que sencilla en este nuevo planteo: no siendo la imagen la
reproducción mecánica y debilitada de la sensación que
recuerda sino “el espíritu activo que imagina”, en el caso de
la alucinación se tratará del “espíritu activo que alucina”. El
planteo de Paulus concluye con el siguiente interrogante:
“¿Debemos decir que el espíritu está alucinado, preso de
falsas sensaciones, o que alucina activamente como cuando
imagina?”.

En esta última oposición hacen serie, nuevamente, de una


lado De Clérambault, a la cabeza del organicismo, dando
cuenta de la pasividad; y las teorías psicogenéticas de
Claude y Janet, con Ballet como antecedente, en la
respuesta contraria, quedando la creencia sustituida por la
actividad.

EL CORTE EPISTEMOLÓGICO OPERADO DESDE EL PSICOANÁLISIS.


LA INVERSIÓN DE LA PREGUNTA.
Hasta aquí hemos hecho el recorrido que nos introduce al
problema de la alucinación y las razones de los callejones
sin salida que la estructura del planteo conlleva.
Quisiéramos señalar en qué sentido el planteo del
psicoanálisis invierte las coordenadas de la pregunta
formulada reduciendo a uno el salto epistemológico que
constituye su error.

Podemos plantear dos respuestas bifurcadas a su vez:

1.- Partiendo de Descartes, “el idealismo” y la primera


bifurcación: a) la corriente “materialista” y b) la
“intelectualista”.

En oposición al idealismo:

2.- “el realismo” que pone toda su pregunta en: a) la


“actividad” o b) la “función” alterada con la alucinación,
reproduciendo la dicotomía anterior.

La pregunta respecto de esta “percepción sin objeto”


siempre cae del lado del sujeto que percibe o cree percibir,
eso que nadie percibe o en lo que nadie cree. Más aún con la
vuelta final de las llamadas “teorías psicológicas” en que el
planteo concluye en la actividad alucinatoria.

Sea una lesión neuronal, sea un problema del juicio; o bien


que alucina activamente o que está alucinado: todas estas
teorías dan cuenta del fenómeno sin interrogar el
perceptum en juego, todas las respuestas son buscadas del
lado del sujeto.
El punto de partida inédito desde el psicoanálisis,
propuesto por Lacan a partir de Freud, es invertir los
términos. En lugar de pedir razón al percipiens -el sujeto
que percibe- de ese perceptum -lo percibido- sin objeto,
Lacan plantea que se ha saltado un tiempo: el de interrogar
la estructura del perceptum en juego y como ella afecta al
sujeto (7).

Podemos decir que esta es la tesis positiva, en el momento


en que Lacan se ocupa de la teoría de la alucinación
específicamente. Esta tesis tiene como antecedente una
oposición previa que no vamos sino a puntuar:

En 1936 “Más allá del principio de realidad”, texto en que


discute con Taine, unificando empiristas e idealistas; en
1945 “Acerca de la causalidad psíquica” y la crítica a la
teoría de Henri Ey, donde se inscribe ya contra el
mecanicismo situando, más cerca de la fenomenología, a la
locura en el registro del sentido. La causalidad psíquica lo
opone tanto a H. Ey como K. Jaspers, y aunque
compartiendo el terreno de la significación, Lacan ya ubica
al fenómeno alucinatorio como fenómeno de lenguaje,
criticando a Ey el fisicalismo ligado a la división cartesiana
(8).

En estos textos Lacan prosigue una polémica con las tesis


anteriores referidas al problema de la percepción y la
realidad. Pero vamos a detenernos en su tesis ya no crítica,
sino positiva respecto de la alucinación en particular,
expuesta en el apartado “Hacia Freud” de “De una cuestión
preliminar...” Lacan hace allí un barrido, dice: “Nos
atrevemos a meter en el mismo saco todas las posiciones,
sean mecanicistas o dinamistas en la materia, sea en ellas la
génesis del organismo o del psiquismo, y la estructura de la
desintegración o del conflicto, sí todas, por ingeniosas que
se muestren, por cuanto en nombre del hecho manifiesto,
de que una alucinación es un perceptum sin objeto esas
posiciones se atienen a pedir razón al percipiens de ese
perceptum, sin que a nadie se le ocurra que en esa pesquisa
se salta una tiempo, el de interrogarse sobre si el
perceptum mismo deja un sentido unívoco al percipiens
aquí conminado a explicarlo” (9).

¿Qué las homogeiniza?. El que percibe es el agente, y más


aún el perceptum recibe algo de la realidad, es decir hay un
objeto y se supone que lo percibido se engendra a partir de
las impresiones que parten del objeto, a condición de que el
percipiens introduzca la unidad en las impresiones
recibidas. Lacan por esto habla de percipiens unificador
para oponerle el sujeto equívoco y dividido.

Ya se trate de que el enfermo cree ver o escuchar realmente


una “representación mental”, o imagen que la memoria
reproduce sin intervención de los sentidos; o que
realmente vea o escuche por una excitación de una centro
sensorial; como “representación muy viva” o como
“sensación patológica”; que activamente alucine o que esté
alucinado, todas suponen:

Objeto Impresión Imágenes Sujeto que lo


sensorial registra.
En el caso de la alucinación, faltando el objeto el “registro
falso” es un problema del sujeto.

Sensación patológica
Percepción sin
Juicio falso
objeto.
Actividad alucinatoria.
Sujeto alucinado

El sujeto es activo, constituyente de la realidad que capta a


través de los sentidos, M. Ponty lo dice en estos términos:
“pensamos ver las cosas mismas y que el mundo es lo que
nosotros vemos”. (“Lo visible y lo invisible”).

La primera subversión operada es que la percepción se


encuentra bajo la dependencia del orden simbólico ya
estructurado, y no del sujeto. No es un sujeto constituyente,
sino constituido, no es activo sino pasivo1. El campo de la
percepción es un campo ordenado en función de las
relaciones del sujeto con el lenguaje. El lenguaje ya no es
instrumento de expresión, sino operador que produce al
sujeto mismo. En “De una cuestión preliminar...” Lacan va a
considerar el campo de la percepción del lenguaje y la
palabra, acotando el problema de la alucinación a la
alucinación verbal, a la cadena significante en tanto
perceptum (cierto es que hay una tesis más radical en
1 No respecto de la alucinación, sino respecto del lenguaje, no
patológicamente, sino por la razón de constituirse como “parletre”, ser
hablante.
Lacan, que concierne a todo el campo de la percepción, por
la que es posible postular que incluso lo que veo, lo veo en
tanto humano, en tanto sujeto del significante). Nos vamos
a ocupar de este perceptum singular: la cadena significante.
En oposición a las teorías clásicas donde el perceptum es
una actividad del percipiens, la tesis de Lacan consiste en
mostrar que el perceptum ya está estructurado (12), que la
estructura no viene del percipiens, y que es esta estructura
la que determina no al percipiens sino al sujeto.

El sujeto es afectado por la cadena significante y Lacan lo


demuestra en términos de los efectos que ella tiene sobre
él. Puntualiza un número de fenómenos solidarios del
hecho de que la palabra y la cadena tengan una
organización previa y determinante. Cuando es el otro
quien habla, el sujeto es afectado por un efecto de
sugestión; cuando es él quien habla, también se escucha, y
esto conlleva un efecto de división sobre sí. La alucinación
verbal no se reduce, ni a un problema del sensorium en
tanto es indiferente para producir una cadena significante
(además de mostrarlo de modo patente el hecho de que los
sordomudos padezcan alucinaciones “auditivas”, lo que en
sí mismo es una paradoja en la concepción clásica); ni a un
problema de quien percibe, dándole la supuesta unidad;
sino a tres condiciones impuestas por la estructura, siendo
este el “punto crucial” no articulado -según Lacan- cuando
los clínicos, Seglás precisamente, descubrieron la
alucinación motriz verbal por detección de los movimientos
fonatorios esbozados (esto es que los pacientes decían
escuchar las palabras que ellos mismos articulaban).
Cito aquí las tres condiciones impuestas por la estructura
del lenguaje y el circuito de la palabra, a toda cadena
significante:

1-) Que se impone por sí misma al sujeto en su dimensión


de voz,
2-) Toma como tal una realidad proporcional al tiempo,
perfectamente observable en la experiencia, que implica su
atribución subjetiva,
3-) Su estructura propia en cuanto significante es
determinante en esa atribución que, por regla es
distributiva, es decir, a muchas voces, y pone pues, como
tal, al percipiens pretendidamente unificador, como
equívoco. (13).

Del primer punto no podemos mas que hacer una


corroboración clínica, sólo voy a comentar los otros dos, ya
que en ellos se sustenta a mi entender el punto original: el
percipiens como equívoco.

Problema: El ejemplo de la cita quizás nos sirva para echar


la luz a la cuestión. Puedo decir _”Yo vengo del fiambrero”,
balbuceaba la paciente de la presentación de Lacan; y
aunque hable en la primera persona del singular, puede no
ser yo quien dijo “vengo del fiambrero” (14), la frase queda
atribuida al sujeto de ese enunciado, diferenciado del sujeto
de la enunciación.

El “acto de oír” como percepción, implica siempre un acto


de atribución, incluso si fuera mi voz la que anunciara la
frase “Vengo de la fiambrería”. Se trata para “el sujeto de la
percepción” de atribuir una frase que es enunciada a la voz
que la enuncia, concibiendo la voz aquí como puro punto de
enunciación. Basta aún, que la palabra sea percibida, para
que la pregunta se le plantee a nivel de la percepción en
éstos términos: ¿Es el sujeto o es el otro quien habla?. Que
una secuencia se articule no es suficiente para que la
respuesta sea inmediatamente aportada; no sólo porque la
cadena sea polifónica, sino porque me escucho del mismo
modo que escucho a los otros. El enlace entonces entre el
sujeto de la enunciación y el del enunciado, entre quien
profiere la frase y el sujeto de la frase proferida, no está
dado por la percepción, ya que el sujeto es así equívoco y
doble. La cadena nada dice de quién es yo, no está en su
estructura que sea yo quien hablo, por eso alguien puede
decir yo y no saber a quién se refiere, alguien puede decir
yo y no ser él el sujeto que habla, incluso ¿cómo saber que
soy yo quien hablo si ni siquiera digo lo que quiero?.

Este es todo el problema que nos plantea S. Beckett


descarnadamente en la relación del que habla y la voz (15).
La pregunta de sus escritos es radical: ¿es su voz o es una
voz?. Él dice: “ella sale de mí, ella me colma, ella clama
contra mis muros, ella no es la mía, yo no puedo detenerla,
yo no puedo impedirle que me atormente, que me sacuda,
que me asedie”, y termina diciendo “ella entra en mí”.
Beckett continúa, “ella no es mía, yo no tengo voz y yo debo
hablar, es todo lo que sé, es en torno de esto que debo dar
vueltas, es a propósito de ello que es necesario hablar, con
esta voz que no es la mía, pero que no puede sino ser la mía
porque no hay nadie más que yo”. La voz que habla y que
dice yo en “El innombrable”, quien escribe no la tiene por
propia y busca el modo de concluir a quién pertenece. El se
pregunta: “¿hay una sola palabra de mí en lo que yo digo?”.
La única certeza es que él escucha, que está sujetado a su
voz en la que es pasivo.

Beckett concluye dando una respuesta: “yo soy ella, yo lo he


dicho, ella lo dice...”. No deja de ser vacilante, mostrando
crudamente que el sujeto de la enunciación es la voz, y que
este ser, desde el momento en que dice yo, es innombrable.

Citas bibliográficas:

(1) Nos remitimos aquí al trabajo previamente publicado:


“La alucinación en el campo de la psiquiatría. Reseña
histórica”. Andrea D. Perdoni. Cuadernos de extensión.
Cátedra de Psicopatología 1. Edit. de la U.N.L.P.
(2) Discusión de 1855-1856. Société-Médico-Psychologique
et l`état actuel du problème de l`activité hallucinatoire.
Annales Médico-Psychologique 1935 páginas 478-482.
(3) Jean Paulus “le problème de l`hallucination et
l`évolution de lo Psychologie” páginas 11 y 12.
(4) Ob. Cit 2 página 619.
(5)
(6) Ob. Cit 3 páginas 16 y 17.
(7) Ob. Cit 3 página 22.
(8) J. Lacan “De una cuestión preliminar a todo tratamiento
posible de la psicosis”. Apartado “hacia Freud”.
(9) Nos remitimos con relación al recorrido por los
antecedentes a los siguientes trabajos publicados: “El
problema de la percepción en el “Más allá del principio de
realidad”: L. Rizzo y D. Gorostiaga.”De la verwerfung a la
forclusión”. A. Bertolotto. “La psicosis en los complejos
familiares” A. D. Perdoni. Todos publicados en Extensión
número seis boletín de la Cátedra de Psicopatología 1
Editorial de La Campana.
(10) Ob. Cit 8 página 514.
(11) Esquirol. “Traité des maladies mentales” 1938.
(12) Tesis que está de acuerdo con Jakobson quien deslinda
leyes del lenguaje que determinan sus patologías mas allá
de toda lesión cerebral. “Los fundamentos del lenguaje”. R.
Jakobson.
(13) Ob.cit 8 página 515.
(14) S. Beckett “Compagnie”. Editions de minuit. París.
1895. Y “L´innomable”. Editions de minuit. París. 1953.
(15) Si esto fuera dicho oralmente sería aún mas claro. La
escritura pone de manifiesto el equívoco posible
sirviéndose de las comillas como marca que diferencia los
dos sujetos en juego.
SEMINARIO LAS ALUCINACIONES EN LA PSICOSIS. ESTRUCTURA Y
OPERACIÓN

DICTADO POR ANDREA PERDONI


CLASE 3

INTRODUCCIÓN

En este nuevo encuentro, el tercero en nuestra serie, vamos


a abordar los primeros anudamientos operados por Lacan
entre las tesis freudianas y su posición aún médica. Hemos
recorrido ya los avatares del concepto “alucinación” y cómo
llevó impresa en cada una de las corrientes que intentaron
responderlo la marca de la posición “filosófica” que
sostenía sus tesis.

Lacan parte de una tesis original, el estadio del espejo, y es


desde estas coordenadas que responde con el sujeto que en
él se constituye a las preguntas que la psicosis y sus
fenómenos plantea. Veremos cómo se conjugan los
conceptos y la clínica en los albores previos a la enseñanza
del psicoanálisis y quizás nos sorprenderemos al rastrear
las huellas de estas primeras ideas en axiomáticas
posteriores. Entiendo que, aunque sumamente oscuro y
bastante poco trabajado, este texto sobre los complejos
familiares, nos dará las claves con las que leer los conceptos
que son parte de nuestra “doxa”, de los que si no contamos
con su texto, articulando su origen en las tesis que los
forjaron, sólo podremos decir: “así es”, y rezar en lacaniano
a un nuevo Padre, luego de la muerte de Dios declarada por
Nietszche.

(Espero no haberles dado una mala noticia, trabajando en


psicoanálisis, supongo que estaban informados de
acontecimientos filosóficos de tal trascendencia en nuestra
cultura...)

Los invito entonces, no ha rezar, sino a trabajar con


paciencia nuestro texto.

LAS PSICOSIS EN LOS “COMPLEJOS FAMILIARES”.

1.- LAS PSICOSIS, EL ORDEN DE LA CAUSA

En este escrito inicial de 1936, será situado en primer lugar


este orden, el orden causal, para poder desprender desde
allí los ejes en los que la concepción de la psicosis es
abordada por Lacan desde sus antecedentes. “La Familia...”
no es un escrito concebido desde la clínica analítica, sino
que es producto del pasaje por los textos freudianos de un
Lacan que ensambla el pensamiento de Freud a su posición
de fenomenólogo y médico psiquiatra. Lacan iniciará la
practica del psicoanálisis más tarde, en 1938.

En los complejos familiares, tres órdenes se conjugan en la


delimitación de la causa de la psicosis:

1-) El determinismo orgánico: una deficiencia biológica de


la libido, causa del estancamiento de la sublimación.
2-) La función formal del complejo: a partir de la detención
de la libido en una etapa del desarrollo del yo, se definen:
temática del delirio y reacción del sujeto.

La morfología del complejo “se expresa” en la forma del


delirio. Las formas del objeto en cada etapa del desarrollo
dan cuenta en una serie regresiva de la forma del objeto en
la psicosis.

1-) El factor familiar: aparece en función de la correlación


clínica entre la psicosis y una “anomalía” de la situación
familiar. Familias “descompletadas” en “el delirio de a dos”
y la Paranoia.2

De estos tres órdenes podemos despejar dos ejes esenciales


y generales sobre los que la concepción de Lacan, en este
momento inicial, se asienta. En la articulación de ambos se
inscribe la causa:

1-) La libido, orgánica, que en tanto noción biológica


implica el concepto de maduración de la sexualidad. Esta
maduración condiciona el Complejo de Edipo
constituyendo sus tendencias fundamentales.
2-) El desarrollo, entendido como proceso dialéctico, “que
hace surgir toda nueva forma de conflictos de la precedente
con lo real”.

En el primer eje conceptual se inscribe el orden causal en la


psicosis; el segundo, tiene una a función causal en la
2 Factor que será rastreado, aunque declarándose más allá de todo
“ambientalismo”, hasta el Seminario 5 (57-58), entreverándose sin dar con
su lugar, aún en la formulación de la metáfora paterna.
neurosis. De este modo se revela la evolución biológica a la
base del desarrollo, en la medida en que la detención del
desarrollo (causa formal en la psicosis) está determinada
por una deficiencia biológica de la libido, donde el proceso
dialéctico se detiene en función del estancamiento de la
maduración.

El esquema que Lacan propone de la psicosis articula estos


dos ejes:

En el desencadenamiento también se conjugan lo formal y


lo causal. Por un lado, el momento fecundo del delirio es
correlativo de “la erección del objeto en el aura de la
realización edípica”; el objeto tercero, distinto del yo, que
emerge “bajo la luz de la sorpresa”, se reproduce en la fase
fecunda “en que los objetos transformados por una
extrañeza inefable se revelan como enigmas, encuentros
repentinos, significaciones” (1).

Sin embargo, por otra parte el momento fecundo, en la


medida en que implica un estado hipnótico, confusional o
crepuscular, señala “la necesidad de algún resorte orgánico
de la subducción mental a través de la cual el sujeto se
inicia en el delirio” (2).3

Si bien podemos ver ya aquí el antecedente de lo que será el


encuentro con un “Un Padre”, de “la cuestión preliminar”,
como coyuntura dramática de la psicosis; la articulación del
fenómeno no es en este momento a la estructura sino a un
“resorte orgánico”.

Tenemos entonces:

El punto al que vuelve la “sublimación”, aunque, por una


parte “debe buscarse en algún deterioro biológico de la
libido” que constituye el “determinismo endógeno de la
psicosis” (3), se revela por otra, partiendo de “las formas
mentales que constituyen a la psicosis”, como “la
reconstitución de estadios del yo anteriores a la
personalidad”. Es decir, el punto de detención, aunque
madurativo, reconstituye una etapa del desarrollo del yo y
del objeto que se expresa en la forma de la psicosis.

3 Lo que ubica a Lacan como psiquiatra en sus comienzos dentro de la


escuela psicodinámica, en serie con Janet, H.Ey y H. Claude. Referirse en
este punto a “La alucinación en el campo de la psiquiatría”, primera clase.
De este modo Lacan afirma que si se caracteriza cada uno
de estos estadios por el objeto que le es correlativo, se
observa toda la génesis normal del objeto en la serie de
formas de detención en los objetos del delirio.

Esta articulación entre lo formal y el complejo le permite


construir una clasificación de los delirios en relación a “la
forma del objeto”. Construye una nosología en la que el
fenómeno se articula al complejo:

2.- ORGANIZACIÓN DE LAS PSICOSIS EN UNA SERIE REGRESIVA

Las etapas del desarrollo, génesis de objeto

EL COMPLEJO DEL DESTETE


El punto de partida del desarrollo normal es una deficiencia
biológica positiva: la prematuración del nacimiento -
interoceptividad caótica-, en conjunción con una
satisfacción propioceptiva -la fusión oral- y las sensaciones
exteroceptivas -elementos del objeto-.

El complejo “reemplaza una insuficiencia vital a través de la


regulación de una función social”. Será el Complejo del
Destete el que fijará en el psiquismo del hombre la relación
de la cría bajo la forma parasitaria en el punto en que la
misma se pierde. Para Lacan, el Complejo del Destete
constituye una “crisis del psiquismo”, en la medida en que
apoyándose en los datos de la fisiología y en el hecho
anatómico de la no mielinización de los centros nerviosos
superiores en el recién nacido, determina que sea imposible
considerar el nacimiento como un trauma biológico (4). La
forma postural tónica de la vida intrauterina, junto a otras
reacciones que perduran con posterioridad a ella, le dan
por otra parte, el apoyo fenomenológico que lo confirma.

Por esta vía el Complejo del Destete se constituye en un


“trauma psíquico” en el que por primera vez una “tensión
vital se resuelve en intención mental”: rechazo o
aceptación. Ambos constituyen dos polos coexistentes, que
sin embargo no tienen el mismo estatuto: es el rechazo el
que como negatividad funda la positividad. Es el rechazo
del Destete lo que instaura lo positivo del Complejo: la
imago de la relación nutricia que tiende a restablecer. De
este modo, la imago del seno materno tiene como fondo
último la imago prenatal. El Complejo del Destete, una
función social, otorga “expresión psíquica” a la imago más
oscura de un Destete anterior, la separación del niño de la
matriz. En el Destete, el predominio del malestar psíquico
traduce lo prematuro del nacimiento, y es en este sentido
que reemplaza una insuficiencia vital.4

Ahora bien, la instauración de la imago como positividad a


partir de una negatividad, el rechazo; sobre la base de la
deficiencia primera que hace a la prematuración, no deja de
tener consecuencias. Esta falla inicial operativa funda
paralelamente la muerte como “objeto de apetito”: “la
tendencia a la muerte que especifica al psiquismo del
hombre se explica en forma satisfactoria por la concepción
que desarrollamos aquí, es decir, el complejo, unidad
funcional del psiquismo, no corresponde a funciones vitales
sino a la insuficiencia congénita de esas funciones” (5). En
estos términos Lacan sitúa la articulación entre la falla
biológica y el masoquismo primordial, “en su abandono
hacia la muerte el sujeto intenta reencontrar la imago de la
madre”, imago del seno materno definida en este momento
como “una asimilación perfecta de la totalidad al ser”. Aquí,
lo positivo del Complejo, la imago como huella psíquica, en
la medida en que tiende a restablecer la relación nutricia
perdida, funda junto a la positividad, el apetito de la
muerte, marca de la negatividad.5

4 Claro está que la tensión vital que se reactualiza es lo que se resuelve en


“intención mental” mediante la “imago”, o bien representación del seno
materno. Casi a letra freudiana con la “satisfacción alucinatoria de deseo”
vía el principio del placer, frente a la presión de la necesidad.
5 En la “Cuestión preliminar... ”, 20 años más tarde, se conserva la

prematuración como causa en lo imaginario, de la capacidad del ser


humano de imaginarse mortal, siendo ya en esos años, ubicada la hiancia
en lo imaginario abierta por lo real de la prematuración como productora
de la simbiosis con lo simbólico que constituye al sujeto, como “sujeto a la
muerte”. Biológico será entonces real y el lugar que tenía el complejo será
Este momento inicial del desarrollo “se reproduce” en las
estructuras mentales que moldean las experiencias
psíquicas posteriores, pero siendo anterior al advenimiento
de la forma del objeto, “no es probable que estos
contenidos lleguen a representarse en la conciencia”. Tanto
la intención mental como la huella psíquica que funda,
quedan situadas en un momento anterior a la constitución
del yo. Cabe subrayar, que es por las “condiciones
libidinales” inherentes a esta deficiencia biológica positiva
–la prematuración- que es “fundamento biológico del
complejo”, que se constituirán el objeto y el yo.

EL COMPLEJO DE INTRUSIÓN Y EL ESTADIO DEL ESPEJO

El estadio del espejo corresponde a la declinación del


destete. El complejo del destete implica “la ruptura de la
connaturalidad” y “la ruptura de unidad de pensamiento de
lo viviente”, como consecuencia de la discordancia interna
de los aparatos. Ambas “condiciones libidinales”,
determinan la constitución de un estadio sobre la
propioceptividad que entrega al cuerpo como despedazado
correlativa de la realidad sometida a un despedazamiento
perceptivo. “El interés psíquico se desplaza a tendencias
que buscan una recomposición del propio cuerpo” (6), la
asunción de la imagen especular -momento cronológico
observado en la experiencia a partir del sexto mes (7)-
tiene en este marco un sentido secundario: otorga unidad al
yo, vía la identificación por la que la incorpora; pero
también organiza la realidad en tanto la imagen especular
tomado por lo simbólico en una lógica que difiere en sus términos. Escritos
2, pag. 534 de la edición en español.
otorga un símbolo de ella: “la realidad se organiza
reflejando las formas del cuerpo que constituyen el modelo
de todos los objetos” -estructura arcaica del mundo
humano correlativa del estatuto órgano mórfico y
antropomórfico del objeto-.

El sujeto restaura la unidad perdida de sí mismo, al precio


de una alienación primordial que añadirá la marca de la
intrusión de una tendencia externa en la discordancia
característica de esta fase: “antes de que el yo afirme su
identidad se confunde con esta imagen que lo aliena y que
lo forma de modo primordial” (8).

Esta intrusión primordial le permite entender a Lacan por


una lado, “toda proyección del yo constituido”, entendiendo
los fenómenos de la paranoia, en una primera aproximación
como transitivistas, habiendo regresado el yo a este estadio
arcaico. Por otro, puede encontrar el punto en que se
detuvo la formación, en la psicosis alucinatoria y en la
parafrenia. En las psicosis alucinatorias los fenómenos que
las caracterizan: la impresión de ser espiado, adivinado,
develado, ponen de manifiesto la desintegración del yo en
la que “el doble en el que se identifica se contrapone al
sujeto como eco del pensamiento o de los actos en las
formas auditivas verbales de la alucinación” (9). Ausente la
identificación, “el ideal del doble” constitutivo del yo, se
revela primordialmente intrusivo, íntimo pero extraño. En
la parafrenia, aquello que se revela es la estructura del
mundo arcaico en la estructura antropomórfica y órgano
mórfica del objeto constituido a partir de la imagen,
estructura solidaria en las coordenadas del narcisismo, de
la “participación” en la que el sujeto incorpora el mundo al
yo.

La superación de esta realidad narcisista en la que se


detuvo el desarrollo en la psicosis, está posibilitada para
Lacan por el Complejo de Edipo. Sin embargo entre el
Complejo de Intrusión y el Complejo de Edipo, Lacan ubica
el Complejo Fraterno, que situará a la base de la paranoia.
Por el Complejo fraterno se introduce una situación
triangular pero de estructura narcisista; un objeto tercero
“reemplaza la confusión efectiva y la ambigüedad
especular”, objeto que paralelamente es semejante. El papel
del hermano - tercero y semejante - va a estar determinado
por el momento de su aparición en relación al desarrollo
psíquico del sujeto:

“Sorprendido por el intruso en el desamparo del Destete, lo


reactiva constantemente al verlo”, realiza entonces una
regresión o la destrucción imaginaria del hermano.

Si aparece después del Edipo se lo adopta en el plano de las


identificaciones paternas (10).

Ambas pueden corresponderse con distintas patologías.

La paranoia manifiesta su conexión con el Complejo


Fraterno por la frecuencia de los temas de filiación,
usurpación o de expoliación (en los que el yo se diferencia
del otro en oposición a la psicosis alucinatoria), pero su
estructura narcisista se revela en los temas paranoides de
intrusión, influencia, desdoblamiento, y en todas las
trasmutaciones delirantes del cuerpo.
En la paranoia, el objeto tercero diferenciado del yo es sin
embargo intrusivo. Como dijimos, es el Complejo de Edipo,
la crisis que instituye al objeto en su nueva realidad, no-
narcisista.

EL COMPLEJO DE EDIPO

En el Complejo de Edipo se conjugan nuevamente


maduración y desarrollo. La crisis del Edipo está
condicionada por la maduración progresiva que conforma
la organización genital. Es esta maduración, la que
reactualiza como objeto del deseo el objeto constituido por
la fijación de las pulsiones.

El movimiento del Edipo operará a través de un conflicto


triangular en el sujeto:

El objeto del deseo: la Madre.

El objeto tercero: el Padre -agente de la frustración, se erige


como obstáculo para la satisfacción del deseo, y es además
- ejemplo de su trasgresión.

EL SUJETO

La tensión es resuelta en dos niveles: la imago paterna, en


tanto agente de la prohibición, está en el origen de la
represión de la tendencia, dejando lugar a intereses
neutros; pero en tanto ejemplo de su trasgresión, la
sublimación de la imagen perpetúa en la conciencia un
ideal.
Doble proceso: represión y sublimación, que queda
inscripto en el psiquismo en dos instancias, superyo e ideal.

Ahora bien será por el rodeo en torno a la fantasía de la


castración, que Lacan pondrá en el centro del movimiento
operado por el Edipo, la respuesta del sujeto. Toma esta
fantasía del psicoanálisis, pero va a ponerla en serie con las
fantasías de despedazamiento del cuerpo, para situarla
como defensa en relación al objeto que la determina: La
Madre. Dirá “representa la defensa que el yo narcisista
contrapone al resurgimiento de la angustia que en el
momento inicial del Edipo tiende a quebrantarlo. La crisis
no es causada tanto por la irrupción del deseo sexual en el
sujeto, sino por el objeto que él reactualiza: la Madre.

El sujeto responde a la angustia despertada por este objeto


reproduciendo el rechazo masoquista que le permitió
superar su pérdida original, pero lo hace de acuerdo a la
estructura que ha adquirido, es decir, en una localización
imaginaria de la tendencia” (11).

Rechazo que en el Complejo de Destete funda la imago en la


búsqueda del reencuentro con el objeto a partir de la
pérdida. Pérdida resituada aquí por la represión.

Lacan va a detenerse en el origen de la represión como


represión materna, concibiéndola como “la forma más
radical de las contra pulsiones que constituyen el núcleo
más arcaico del superyo y representan la represión más
masiva”.
A partir de la represión materna- disciplina del Destete y de
los esfínteres - “el superyo recibe las huellas de la realidad
pero sólo supera su forma narcisista en el Edipo” (12).

En el Edipo se reinicia la fuerza de la represión con la


diferenciación del superyo, progreso por el que el sujeto
realiza la instancia represiva en la autoridad del adulto.
Podemos construir en relación a la represión la serie
siguiente:

-Pérdida primera: separación del niño de la matriz.


Prematuración, que adquiere expresión psíquica mediante
el Complejo del Destete, donde el complejo como función
social reemplaza una insuficiencia vital. Aquí ya la pérdida
es relevada por la represión cuyo agente es la madre -
disciplina del destete y control de los esfínteres -; pero no
se diferencia el objeto que constituye la fijación de las
pulsiones y el objeto de la identificación también agente de
la prohibición. Esta diferencia es posibilitada por la
aparición del Padre en el Edipo, objeto tercero no
correlacionado con el yo.

He aquí la particularidad de la identificación edípica que


posibilita aquel progreso: el objeto tercero, el Padre, el
objeto de la identificación, se opone al objeto del deseo.
Esta es la originalidad de la identificación edípica que
constituye el paso hacia la realidad no-narcisista: el objeto
del deseo ha sido escamoteado.

Finalmente, la articulación entre la respuesta del sujeto y


“el juego formal del complejo” en un análisis estructural de
la identificación, es lo que da acceso a la realidad no-
narcisista. “En el Complejo de Edipo lo que erige al objeto
en su nueva realidad no es el momento del deseo, sino el de
la defensa narcisista del sujeto al hacer surgir el objeto que
su posición sitúa como obstáculo al deseo” (13). Pero, “ese
momento lo presenta con la aureola de la trasgresión a la
que se siente como peligrosa, le aparece al yo al mismo
tiempo como el sostén de su defensa y el ejemplo de su
triunfo”.

Podemos agregar que esa función de sostén y ejemplo sólo


es posible por la identificación en la medida que, en el
delirio de reivindicación como en el delirio sensitivo de
relaciones, Lacan, como vimos, sitúa el punto de detención
en el aura del Edipo, en el acmé de la crisis. El objeto revela
entonces otro estatuto: en el primero, se reduce en una
estructura de narcisismo secundario conservando “su
virtud de prejuicio”; en el segundo no subjetivizada la
imago por identificación, se pone de manifiesto la
proyección del ideal en objeto de ejemplo, y siendo su
acción externa, “son más bien reproches vivientes cuya
censura es omnipresente”. Conjuntamente el síndrome de
persecución interpretativa es entendido en el marco del
narcisismo en función del origen del superyo, ya que allí el
superyo, “no sometido a la represión no sólo se traduce en
el sujeto con intención represiva sino también surge en él
como objeto aprehendido por el yo” (14). Claramente se
pone en juego la ausencia de subjetivización de las
instancias psíquicas que perpetúa la imago paterna por dos
operaciones: represión y sublimación.

Llegamos aquí a un punto problemático en la medida que,


como planteamos en el inicio, la respuesta a las razones de
la detención y la vuelta atrás de la sublimación, no son
buscadas en 1936 en el “complejo como unidad funcional
del psiquismo”, ni en la repuesta del sujeto -aquí planteada
como rechazo y como defensa-, sino en la biología, en un
trastorno orgánico último. Lacan da algunos rodeos
tomando los “factores culturales”: la familia descompletada
por la que el ideal constituido sobre el objeto del hermano,
desviaría la libido destinada al Edipo, dando lugar a un
ideal “excesivamente narcisista” para no viciar la
sublimación. Pero este orden de factores está supeditado al
orden biológico, al igual que aquel otro orden llamado
proceso dialéctico. Será necesario también para Lacan
abandonar categorías a priori de la causa determinadas por
hipótesis externas a la experiencia clínica, para que en lo
formal se devele un orden de causalidad inherente al
registro en que se despliegan los fenómenos. Dado ese paso
se inicia su enseñanza.

Citas bibliográficas:

J. Lacan. “La Familia”. Ed. Argonauta. Biblioteca de


Psicoanálisis. Pág. 100.
Ob. Cit, pág. 107.
Ob. Cit, pág. 107.
Ob. Cit, pág. 37.
Ob. Cit, pág. 41.
Ob. Cit, pág. 54.
Ob. Cit, pág. 53-54.
Ob. Cit, pág. 56.
Ob. Cit, pág. 101-102.
Ob. Cit, pág. 59.
Ob. Cit, pág. 77.
Ob. Cit, pág. 78.
Ob. Cit, pág. 81.
Ob. Cit, pág. 101.
SEMINARIO LAS ALUCINACIONES EN LA PSICOSIS. ESTRUCTURA Y
OPERACIÓN

DICTADO POR ANDREA PERDONI


CLASE 4: EL SEMINARIO, LIBRO III: LAS PSICOSIS, J. LACAN

PUNTUACIONES.

INTRODUCCIÓN

Luego de un árido atravesamiento de los conceptos que se


encuentran a la base de los complejos familiares, hoy
entraremos de lleno en el seminario dedicado por Lacan a
las psicosis ya en el marco de la enseñanza del
psicoanálisis. La causa habrá cambiado de estatuto, ya no
será buscada en los avatares de la maduración de la libido
_en el desarrollo orgánico-, sino en la estructura del
lenguaje, entendiendo al significante como constitutivo de
la subjetividad humana y su realidad.

En el recorrido de este encuentro, los puntos que intentaré


despejar en el marco de las coordenadas de este
seminario6, son cuatro:

6 Esto implica que no refutaré argumentos sostenidos en el seminario3 con


lógicas posteriores, sino que por el contrario, dentro de la lógica como de
la axiomática presente en él, intentaré despejar los giros que tuvieron
lugar, las razones de ello y los conceptos que positivamente se van
forjando; ya que, como he expuesto, es mi modalidad de trabajo pasar
primero por los significantes y su combinatoria, para luego pensar los
atolladeros por los que una axiomática fue reemplazada por otra.
1-) La articulación inicial entre los fenómenos de las
psicosis y la estructura del lenguaje.
2-) La relación establecida entre el concepto de Otro y la
estructura de la psicosis, en función de dos paradigmas
diferentes y yuxtapuestos por momentos en este seminario:
la dialéctica intersubjetiva y la estructura del Lenguaje.
3-) El lugar del Otro en la “alusión imaginaria” y la torsión
operada sobre el mismo a partir del análisis de la llamada
“interlocución divina” en el caso Schreber.
4-) La conceptualización del delirio como fenómeno.

Nuestro primer punto entonces.

1.- LOS FENÓMENOS DE LAS PSICOSIS Y LA ESTRUCTURA DEL


LENGUAJE.

Este Seminario, Las Psicosis 7es dictado por Lacan en los


años 1955-56, de su enseñanza.

El nuevo e inédito punto de partida en él, es abordar los


fenómenos de las psicosis en función del campo del
psicoanálisis: el registro del lenguaje.

Sabemos, que el recurso a la lingüística -a Saussure


particularmente en este seminario- será necesario para
situar las particularidades del fenómeno alucinatorio en el
campo del lenguaje.

Luego de abordar el neologismo - un fenómeno de lenguaje


- Lacan se detiene para introducir las categorías de la
♦7
En plural siempre, quizás esta particular marca de la lengua, hable de la
singularidad de cada caso siempre.
lingüística, considerándolas necesarias para dar cuenta de
él: la duplicidad del significante y del significado, el
significante, como el material de que está hecho el lenguaje
y el significado, entendido en términos de la remisión de
una significación a otra.

El lenguaje, aquí como “sistema” significante, si bien carece


de un índice que se dirija a un punto de la realidad, la
recubre toda. Ausente la relación bi-unívoca entre la
palabra y la cosa, el “sistema del lenguaje” recubre la
realidad en tanto totalidad.

Valiéndose decíamos, del recurso a la estructura, Lacan


situará la particularidad del neologismo, extendiéndola al
conjunto de los fenómenos elementales cerniendo su marca
en la detención de la significación. : “A nivel de la
significación se diferencia porque la significación de esas
palabras no se agota en la remisión a una significación. Es
una significación que fundamentalmente remite a sí
misma”. A partir de esta marca estructural deslindará dos
polos opuestos:

-la intuición: en su carácter de significación plena,


reveladora; y
-la fórmula: como la forma que adquiere la significación
cuando ya no remite a nada.

En este primer análisis del fenómeno desde la perspectiva


de la estructura del lenguaje, es la detención de la
significación, el carácter a-dialéctico del significante, como
“característica estructural” lo que dará en el abordaje
clínico diferencial, la señal, el rasgo distintivo del fenómeno
y del delirio.

Luego de señalar esto que llama “la rúbrica8 del delirio”,


haciendo un rodeo por las discusiones psiquiátricas
sostenidas hasta el momento, se apartará de ellas
denotando que, ninguna ha escapado a la noción de un
punto privilegiado, aquél en el que se supone un sujeto que
conoce. Pero, el sujeto del conocimiento supuesto, esta
“entidad unificante”, ¿basta para explicar los fenómenos de
la psicosis?. Circunscribiendo de este modo el sujeto del
que se trata tanto en la fenomenología, en la psicogénesis y
hasta en la organogénesis, nuevamente Lacan vuelve sobre
la especificidad del psicoanálisis por otra vía: “cómo
abordar lo nuevo que aportó el psicoanálisis sin recaer en
el camino trillado por un atajo diferente. El único modo de
abordaje conforme al descubrimiento freudiano es
formular la pregunta en el registro mismo en que el
fenómeno aparece: en el registro de la palabra”.

Segundo camino entonces, la estructura de la palabra, por


la que formalizará a través del fenómeno como juegan las
diferentes alteridades (el Otro, y el otro), el sujeto y el yo
(moi), en la Psicosis.

2.- EL OTRO Y EL OTRO EN LA PSICOSIS.

8 Rúbrica; Señal roja/ Rasgo o conjunto de rasgos que como parte de la


firma pone cada cual después de su nombre o título.
Rubricar: Suscribir, sellar y firmar un documento con el sello de aquel en
cuyo nombre se escribe.
La estructura de la palabra será definida partiendo de la
célula elemental de la comunicación, ya que, “hablar, es
hablar a otros”.

Como sabemos, la estructura elemental del grafo es que el


sujeto recibe su mensaje del Otro en forma invertida. El
Otro que es aún otro sujeto.

Dentro de la noción de comunicación, la palabra en tanto


hablar al Otro, es hacer hablar al Otro en cuanto tal, al Otro
que es absoluto, “reconocido pero no conocido”.

Esto implica que la dialéctica del reconocimiento en


relación al Otro juega aún en primer plano.

Lacan diferencia dos formas de la palabra:

*La palabra plena –comprometida- : fundante de la posición


de ambos sujetos, donde el Otro es aquello ante lo cual el
sujeto se hace reconocer, pero sólo en la medida en que él
está de antemano reconocido. La reciprocidad funciona, en
tanto, es porque el Otro está instituido por el
reconocimiento como absoluto irreductible, que el sujeto
puede hacerse reconocer en la palabra de la que depende
su exigencia como sujeto.

*La segunda forma, el polo opuesto fundado en la


estructura de la palabra, es la palabra mentirosa, el
fingimiento en tanto “lo que el sujeto me dice está siempre
en una relación fundamental con un engaño posible, donde
me envía o recibo su mensaje en forma invertida”.

Añadiendo que, la presencia de un sujeto está señalada en


la posibilidad de engañar: “están en presencia de un sujeto
en la medida en lo que dice y hace, puede suponerse haber
sido dicho y hecho para engañarlos. Incluyendo en esta
dialéctica el que diga la verdad para engañarlos”.

Si tomamos otros desarrollos, diremos que el sujeto aquí se


presentifica en lo que es esencial al significante: poder
hacer de lo verdadero, falso: es decir, algo falsamente
falso.9

Aquí Lacan dice: “Saben que es un sujeto por el hecho de


que trata de engatusarlos”. “El sujeto existe como tal en la
medida en que la paciente le habla al Otro, de que es capaz
de burlarse de él”. Podemos decir que el engaño es una
primera aproximación, un comportamiento significante, y
que es en este comportamiento significante que Lacan
reconoce la marca del sujeto.

Pero lo que funda la posición del sujeto es la palabra plena


en términos de reconocimiento.
9 Esta idea es particularmente desarrollada en el Seminario 10 “La
Angustia”, inédito.
Y en ambas formas, el valor de la palabra está precisamente
en que es el Otro el que está allí como Otro absoluto.

El lugar del Otro en la psicosis, desprendido en principio de


esta dialéctica, no es el mismo a lo largo de todo el
Seminario, y, si leemos entre líneas, el estatuto del Otro no
es sólo uno. Esto trae algunos problemas.

Por un lado, Lacan, tomando la alucinación verbal como un


fenómeno problemático de la palabra, la situará en la
prolongación de la relación dual.10

Por otro lado, dirá: “A partir de que el sujeto habla, hay


Otro con mayúscula”.

3.- EL LUGAR DEL OTRO EN LA ALUSIÓN IMAGINARIA Y LA TORSIÓN


OPERADA SOBRE EL MISMO A PARTIR DEL ANÁLISIS DE LA
“INTERLOCUCIÓN DIVINA” EN EL CASO SCHREBER.

En un primer momento, entonces, plantea que ese ser que


le habla al psicótico es el S, el sujeto, que sabemos, está
desplegado en las tres esquinas del esquema L.(pag.26)

¿Cuál es esa parte que habla en el sujeto?. Decir que es el


inconsciente, no basta, la pregunta de Lacan es: ¿cómo
aparece en lo real, a cielo abierto? y cuál es entonces la
estructura del “discurso” paranoico.

10Pag. 26 del seminario, que prosigue los desarrollos presentes en los


complejos familiares desprendidos de la tesis del estadio del espejo.
Retomando la dialéctica que Freud nos proporciona en el
caso Schreber como una “gramática del inconsciente”,
Lacan analizará la estructura del discurso paranoico en
términos de mensaje.

Así, los tres modos de negar el enunciado de una tendencia


fundamental: “Yo (Je), lo amo”, implicarán una
identificación al otro, donde el yo (Je) habla por intermedio
del otro yo. Vale decir: la alienación está en juego en lo que
es para Freud el mecanismo de defensa del sujeto.

La proyección en la psicosis es así entendida como el


mecanismo (diferente de la Neurosis) por el que, “la
persona” a la que se identifica es la mensajera del propio
mensaje del sujeto.

Se trata de una perturbación propiamente imaginaria


donde el doble del sujeto emite su propio mensaje. La
función del Otro estará en estas coordenadas de este modo,
ausente.

El caso instrumentado para dar cuenta de este mecanismo -


aquel que con el tiempo tomó el nombre de la injuria que lo
rubrica- el llamado caso “Marrana”, como sabemos, se trata
de un delirio a dos, en el que participan madre e hija.
Entrevistada la hija en una presentación de enfermos, ésta
concede a Lacan el término escuchado en el pasillo de boca
de un hombre, él le dijo: “Marrana”, habiendo dicho ella
misma “ Yo vengo del fiambrero”. Ella dice: “Yo vengo del
fiambrero” (hay allí una referencia al puerco- dice Lacan);
pero escucha, es el otro el que le dice: “Marrana”. Lacan
señala que precisamente aquí, no se trata del sujeto
recibiendo su mensaje en forma invertida. El mensaje en
juego no es idéntico a la palabra como mediación, por la
que el sujeto recibe su mensaje del Otro. Se trata del propio
mensaje del sujeto.

Enmarquemos la situación: El hombre que profiere la


injuria es un hombre casado, amante de la vecina,
personaje por supuesto fundamental. En la pareja de estas
dos mujeres aisladas -madre e hija- esta vecina de vida fácil,
es el personaje intrusivo, el tercero, siempre
importunándolas con su vecindad. Poco tiempo atrás, estas
dos mujeres habían huido de una situación de peligro
inminente precipitada por los esponsales de la más joven
con un campesino, que no llegaron a buen término dado
que irrumpieron las amenazas que ya formaban parte de la
historia clínica de ambas: “quería cortarla en rodajas”.

Lacan dice: “Marrana es un mensaje”. ¿No es su propio


mensaje?, sí; pero lo importante es que haya sido
escuchado en lo real.

Formalizará el caso ubicando sus términos en el esquema L:

a: es el señor que encuentra en el pasillo (moi)

A: no existe

a´: es quien dice vengo del fiambrero (otro)

De quién se dice “vengo del fiambrero”, de S, a, le dijo


“Marrana”.
Recibe del otro -especular- su propia palabra, su propia
palabra está en el otro que ella misma es (moi), su reflejo
en el espejo, su doble.

Que la palabra se expresa en lo real, quiere decir que se


expresa en la marioneta, en tanto ella es otro, en función de
la inexistencia del Otro absoluto.

En la estructura de la alusión, el sujeto se indica así mismo


en un más allá de lo que dice. La exclusión del Otro, es
correlativa de la alusión. Lacan dirá lo siguiente: “la
persona que habla recibe su propio mensaje del otro” y “lo
que ella misma dice concierne al más allá que ella misma es
en tanto sujeto y del cual por definición puede hablar sólo
por alusión”.

En la estructura de la palabra el sujeto dirigiéndose al Otro


recibe de él el mensaje que le concierne, “haciéndose
reconocer”.

En el análisis del caso, la existencia del sujeto es indicada


bajo la forma de la alusión. “El circuito se cierra sobre los
pequeños otros que son la marioneta que está frente a ella
quien en tanto que yo, es siempre otro y habla por alusión”.

Estando excluido el Otro lo que concierne al sujeto es dicho


por el pequeño otro, por sombras del otro que presentan
un carácter irreal: el de la marioneta.

Solidariamente, al formular el problema de la alucinación


verbal, tomando como paradigma a los fenómenos
elementales (verbo-auditivos), dirá que la psicosis nos
muestra al sujeto identificado a su Yo con el que habla en
tanto instrumento. Habla de él -el S- en los dos sentidos:
sujeto y ello. El sujeto se habla (dice) con su yo “y es como
si un tercero su doble hablase y comentase su actividad”.

En el caso, el yo -en tanto otro- no habla, sino que el sujeto


se dice con él11. Encontramos al respecto un señalamiento:
Lacan sitúa a la injuria “Marrana” como “el modo de
defensa que vuelve por reflexión en su relación con el otro”.

Ahora bien: Marrana es el propio mensaje del sujeto en lo


real, y aquí lo real implica que retorna desde la marioneta,
¿porqué se trata de un modo de defensa?. Esta pregunta
esperamos poder responderla más adelante, ya que algunos
conceptos deben modificarse para poder pensar a la
alusión imaginaria como el modo en que el sujeto se
constituye en la psicosis.

La idea de la injuria como defensa del sujeto es una primera


pista, la huella, es el índice del sujeto leído en ella desde el
inicio; pero, a esta altura del Seminario, la injuria es
conjunta y prioritariamente entendida como una ruptura
del sistema del lenguaje a nivel de la significación. Será
necesario el caso Schreber para añadirle un sentido nuevo.
Aquí, “Marrana”, término cargado de un sentido oscuro,
implica, en primer término, la indicación de una
disociación. Lo que caracteriza a la alusión, es que diciendo
“vengo del fiambrero” la paciente nos indica que esto
remite a otra significación -de la que ella no está muy
segura, dice Lacan-; pero, no se trata de un sistema de

11 “como el hombre antiguo pensaba con su alma”


significación continuo, sino que, “vengo del fiambrero”
remite a “la significación” en tanto inefable: la significación
intrínseca de su fragmentación corporal; “Marrana” vale
decir un cochino cortado en pedazos12.

Encontramos entonces la ausencia de dialéctica también a


nivel de la injuria alucinatoria.

Pero hay aquí una aparente contradicción: Lacan aplica a la


autonomía del lenguaje una repartición de registros: en el
significante está lo simbólico, luego, la significación que
remite siempre a otra significación, el sentido, que está en
el orden de lo imaginario.

Podríamos entonces decir que la injuria es una alteración


del registro imaginario del lenguaje, en la medida en que es
la significación lo que ahí se detiene.

Sin embargo, Lacan situará esta detención a nivel de la


estructura sincrónica del significante, donde lo que
caracteriza el discurso delirante es el aislamiento de
algunos elementos. “Hay una erotización del significante”,
dirá.

La lectura de lo que ocurre a nivel de la diacronía, es decir,


la sucesión lineal de los significantes, es entendida en
función de lo que sucede a nivel de lo simbólico, es decir, de
la sincronía, como el aislamiento de ciertos elementos.

12Cabe señalar, que él mismo se refutará más tarde en este punto en la


“cuestión preliminar...”, pag. 516-17, de la edición castellana.
En este punto, es necesario concluir que si bien el Otro
absoluto de la dialéctica intersubjetiva como función de la
comunicación está excluido en la psicosis, el orden
simbólico no, al menos en su lectura.

Aquella contradicción que se bosqueja en la lectura de la


injuria, vuelve de modo patente, cuando Lacan al abordar
los fenómenos de la psicosis dice que: “la alienación en la
psicosis no se trata de identificación sencillamente o de
inclinación hacia el otro con minúscula. A partir de que el
sujeto habla hay Otro con mayúscula”, y sabemos, el sujeto
en la psicosis habla.

La pregunta es la siguiente: ¿hay dos estatutos del Otro no


diferenciados?.

La contradicción se resuelve en la respuesta a esta


pregunta: si, el Otro de la Ley y el Otro del Lenguaje, se
yuxtaponen a lo largo del seminario.

Lacan deniega al Otro la función metafórica que el


reconocimiento en el circuito de la intersubjetividad tiene
en tanto fundante de la posición del sujeto, es en el
abrochamiento de la significación donde retroactivamente
el sujeto se reconoce en la respuesta que recibe del Otro en
forma invertida a su mensaje.

Sin embargo, en la medida en que el psicótico habla no está


excluido del orden simbólico y en este sentido el Otro en
términos del Otro previo, del Lenguaje, no estaría excluido.
Veremos de que modo está presente.
Con Schreber:

Al abordar la disolución imaginaria, Lacan comenzará por


señalar que en la fórmula schreberiana de la paranoia: “yo
no lo amo -lo odio- esto implica, él me odia”, todo el
problema es ese él: “ese él, detenido, neutralizado, vaciado
de su subjetividad”.

Circunscribirá el estatuto de este “él” a partir del


narcisismo freudiano en términos del estadio del espejo
articulándolo al complejo de Edipo.

Situará de este modo:

-Por un lado: la necesariedad de la imagen como


complemento ortopédico a la falla nativa del ser hablante:
la prematuración del nacimiento.
-Y por otro: la exigencia de la intervención de un tercero en
la hiancia de la relación imaginaria, que mantenga relación,
función y distancia: la Ley, el orden simbólico, el orden de la
palabra, el Nombre-del-Padre.13

Este será “el sentido mismo del complejo de Edipo”, aquello


que impide la colisión - el choque de los cuerpos - y el
estallido de la relación imaginaria.
13La fuente de esta conceptualización está en “La Familia”, texto del que he
incluido el análisis, por la riqueza que entiendo puede encontrarse al
seguir la transformación de un pensamiento que nunca es ex-nihilo. El
lugar de la causa ha cambiado, la biología ya no cuenta para explicar la tan
humana “psicosis”, sin embargo, es notorio encontrar cómo el lugar del
Otro, que tantos frutos ha dado al psicoanálisis, tiene su semilla en aquella
construcción que, a Freud gracias, da por resultado el edificio que
comienza a alzarse con el Nombre-del-Padre.
Así la ausencia de esta segunda intervención necesaria
enmarcará el análisis de la disolución imaginaria del caso
Schreber.

Sin embargo, a pesar de esta ausencia, el orden simbólico


“debe ser concebido como algo supuesto sin el cual no hay
vida posible para el hombre” y agregará: “para captar en su
fenomenología estructural lo que presenta el presidente
Schreber deben primero tener este esquema en la cabeza:
que entraña que el orden simbólico, subsiste en cuanto tal
fuera del sujeto, diferente de su existencia y
determinándolo”.

“Teniendo en mente la función de esa articulación


simbólica es posible pensar esa verdadera invasión
imaginaria de la subjetividad a la que Schreber nos hace
asistir”.

Esto implica, en primer lugar, que ya aquí el desorden


imaginario es en relación a la función de lo simbólico. En
segundo lugar, la disolución imaginaria pone en juego la
necesidad de la articulación simbólica en el estadio del
espejo mismo.

En el estadio del espejo, el yo, sabemos, se constituye como


tal a partir del otro, es desde el inicio otro, instaurándose
en estos términos una dualidad constituyente interna al
sujeto. Ahora bien: el estadio del espejo implica que el niño
en ese momento de júbilo se asume como totalidad,
totalidad que funciona como tal en la imagen especular; es
tomando la imagen –otro que el que es- como propia, que el
yo (moi) adquiere su unidad; lo que está en juego en la
disolución imaginaria tiene la misma lógica, precisamente
que el yo deja de ser otro, de tomarse por otro, vale decir,
es literalmente otro, disuelta la identificación.

En este sentido podemos entender que Lacan diga que hay


una dominancia impactante de la relación en espejo “una
disolución del otro en tanto que identidad”.

Schreber nos dirá que él mismo es un ejemplar segundo de


su propia identidad, donde él es otro, hay literalmente
fragmentación de la identidad; la que es correlativa de
fenómenos de fragmentación corporal a nivel de la
experiencia del sujeto.

La fragmentación en Schreber, va a marcar la relación del


sujeto no sólo con su cuerpo sino también con sus
semejantes en el plano imaginario, la fragmentación del
otro en espejo, traducida en términos de la elaboración
delirante como “multiplicación de las almas”;
reflexivamente los personajes se multiplican, las almas,
entidades enigmáticas, penetran además el cuerpo de
Schreber y lo habitan, con la marca de intrusión que la
disolución conlleva.

Lacan, se abocará a leer con lupa el caso Schreber,


buscando allí las respuestas. Encontrará una operación
realizada por Schreber llamada “el apego a la tierra” a
través de la cual estas entidades enigmáticas dejan de
molestarlo. Esta operación es situada en el registro
simbólico. Por esta vía, ubicará lo necesario del orden
simbólico en la regulación de lo imaginario. “Es sugerente
ver que, para que todo no se reduzca de golpe a nada, para
que toda la tela de la relación imaginaria no se vuelva a
enrollar de golpe y no desaparezca en una oquedad
sombría de la que Schreber al comienzo no estaba muy
lejos, es necesaria esa red de naturaleza simbólica que
conserva cierta estabilidad de la imagen en las relaciones
humana” (página 143).

Más adelante, precisará en la injuria, dicha por Dios a


Schreber, “la palabra significativa que pone las cosas en su
lugar: Lúder. Carroña”. “La injuria es la contrapartida del
mundo imaginario, el punto culminante (...) una de las
cumbres del acto de la palabra y alrededor de esa cumbre
todas las cadenas montañosas de ese campo verbal serán
desarrolladas por Schreber” (página 144).

La injuria es el punto de partida, luego de la caída del


mundo y la muerte del sujeto, de esa red de naturaleza
simbólica que permitirá que todo no se reduzca a nada, o
bien, que pondrá orden a la colisión y el estallido de lo
imaginario.14

Pero aquí nos encontramos nuevamente con un punto


problemático: es Dios quien le dice a Schreber la palabra
que pone las cosas en su lugar, es gracias a ese Dios que
subsiste alguien que puede decir una palabra verdadera,
plena, aunque enigmática.

14 ¿por qué?, esta pregunta fue el punto de partida de una investigación,


que tomó como sujeto a la injuria y que más adelante esbozamos en
algunos trabajos, probando que no por inicial la enseñanza careció de
sentido e incluso de efectos.
Hasta aquí, en tanto Dios es el lugar donde es posible una
palabra verdadera no se trataría de un otro de estatuto
imaginario. Sin embargo Lacan lo resolverá de un modo
particular: enmarcará la relación del sujeto con el otro
divino en lo que llama la dimensión esencial: el otro en
tanto que él. El, que no es del orden especular. Él, de cuya
existencia es correlativa a la noción de sujeto, él -dice- “el
que responde de mi ser, sin ese él mi ser ni siquiera podría
ser un yo”. Lo que caracterizará el mundo de Schreber será
que ese él está perdido y solo subsiste el Tú. ¿ Pero de qué
orden es este Tú?. Al mismo tiempo, ese Dios -agrega-
parece ser él también la sombra de Schreber. Lacan
concluirá aquí que, padece de una degradación imaginaria
de la alteridad. Podemos concluir en principio, que el lugar
del Otro absoluto es formulado en términos de degradación
de la alteridad al orden imaginario en la psicosis, y que tal
sería la diferencia entre aquel él que responde por la
palabra verdadera del ser del sujeto y el Tú que subiste en
el mundo de Schreber.15

Más adelante, en lo que podemos llamar un segundo


momento en el Seminario, la relación del sujeto y el Otro en
la psicosis es formulada en otros términos.

15 Conclusión ésta insuficiente, solidaria de la amalgama de aquello que se


presenta en la clínica con las premisas teóricas sostenidas. Ya veremos los
giros operados en función justamente de aquello que queda puesto en
cuestión gracias a la clínica, será entonces diferenciado el Nombre-del-
Padre del Otro primordial (materno en la historia de cada quien), será
Jakobson la referencia lingüística y el edipo la articulación de ambos
lugares (seminario 5 y “De una cuestión preliminar a todo tratamiento
posible de la psicosis” Escritos 2).
Será abordado este interlocutor divino, uno y en el fondo el
único, en la vía del delirio (capítulos 9 y 10). Dios es
esencialmente lenguaje, en tanto la naturaleza de los rayos
divinos “es que tienen que hablar”. La experiencia de Dios
es por entero discurso, un discurso permanente ante el cual
el sujeto se siente alienado. Lo padece. Es presencia y su
modo de presencia es el modo hablante, pero no dice nada,
además no entiende nada de lo propiamente humano. Dios
es, dijimos, esencialmente lenguaje y es ajeno: “un discurso
que emergió en el yo y se rebela irreductible” Otro, ahora
con mayúscula, radicalmente ajeno y errante (página 201).

Este análisis llevará finalmente a Lacan a situar al sujeto en


la psicosis como mártir del inconsciente, en función de la
relación del sujeto con el lenguaje como pura exterioridad,
donde el Otro -del Lenguaje- precede al sujeto y lo
determina siéndole radicalmente ajeno.

Es este modo de presencia del Otro en la psicosis lo que


conduce a situar dos estatutos del Otro no diferenciados a
lo largo del Seminario:

-En función de la formulación primera en relación a la


estructura de la palabra: el Otro está excluido.
-En esta segunda formulación, donde se despeja la relación
del sujeto y el Otro en la psicosis: el sujeto está excluido del
Otro.

Por otra parte, estos dos estatutos del Otro que conviven en
el Seminario, responden a dos concepciones que también
conviven en este momento: la dialéctica intersubjetiva y la
estructura del lenguaje.
4.- LA CONCEPTUALIZACIÓN DEL DELIRIO COMO FENÓMENO

Intentaremos abordar ahora nuestra última cuestión: el


delirio.

Como ya fue señalado, el delirio, en el comienzo del


Seminario es entendido como a- dialéctico, en la medida en
que “el delirio es también un fenómeno elemental”.

Pero en función de aquello a lo que se aplica la operación


analítica, el deliro es abordado en este segundo momento,
como dependiente del inconsciente, entendiendo al
inconsciente “como estructura, tramado, entretejido de
lenguaje”.

Lacan parte de la identidad del campo analítico y aquello


que aborda. Dice: “lo que constituye el campo analítico es
idéntico a lo que constituye el síntoma: el campo del
lenguaje, el sistema significante”. Las formaciones del
inconsciente como fenómeno analítico son fenómenos de
lenguaje. “El inconsciente no tiene que ser un lenguaje en el
sentido de un discurso, sino que tiene que estar
estructurado como un lenguaje”. Así, “lo que participa del
fenómeno analítico tiene que estar estructurado como un
lenguaje”. (página 171)

En función de esta solidaridad necesaria, el delirio es


puesto en paralelo con el síntoma. El síntoma aquí, está
fundado en la existencia del significante en cuanto tal. En
este sentido la lengua, como sistema significante,
condiciona lo que sucede en el inconsciente. La definición
en juego de inconsciente es solidaria de la descripción
freudiana del inconsciente como un retruécano, de este
modo “un retruécano puede ser la clavija que sostiene un
síntoma”. Pero, la relación entre el significante y el síntoma,
es en este momento “una relación de totalidad a totalidad,
de sistema entero a sistema entero, de universo significante
a universo significante” (página 173). Lacan en este punto
hablará de determinismo psicoanalítico, donde “sin la
duplicidad del significante y el significado no hay
determinismo psicoanalítico concebible” (página 173). Esto
implica que el psicoanálisis es posible en la medida en que,
para que haya síntoma, es necesario al menos dos conflictos
en causa: “el primero conservando en el inconsciente a
título de conflicto en potencia, de significante virtual; para
poder quedar capturado en el sentido del conflicto actual y
servirle de lenguaje, es decir de síntoma”. El síntoma
entonces, como articulación significante, será puesto en
paralelo con el delirio como tramado significante, y estando
allí el juego el sistema significante, lo está el inconsciente.
Lacan dirá: “cuando abordamos en delirio en el orden del
descubrimiento freudiano y según el modo de pensamiento
concerniente al síntoma, no hay razón alguna para
rechazar, como producto de un compromiso puramente
verbal, como una fabricación secundaria del estado
terminal, la explicación que Schreber da de su sistema del
mundo” (página 173). Es necesario suponer en el delirio un
compromiso verbal para incluirlo en el campo de la labor
analítica.

Sin embargo, por la vía del delirio y abordando la relación


del sujeto con el lenguaje como el registro en que se
despliegan las manifestaciones del inconsciente, Lacan
concluirá una primera diferencia entre neurosis y psicosis:
en la psicosis, como puntuamos, en la relación subjetiva con
el orden simbólico, se trata del padecimiento. El sujeto es
un mártir del inconsciente: testigo. En la psicosis se trata de
un testimonio abierto, en oposición a la neurosis donde hay
un testimonio encubierto que hay que descifrar.

Nuevamente caemos en la contradicción: hay una clara


oposición entre el delirio sin dialéctica, reproduciendo la
fuerza estructurante del fenómeno elemental; y el delirio
entendido como articulación significante, análogo al
síntoma. Curiosamente, la salida de esta encrucijada es
hecha con Schreber, resolviendo la oposición con otra
herramienta de este tiempo: la referencia a Hegel.

El sin-sentido, el carácter de unsinn es dominante, en este


discurso que está ahí todo el tiempo, sin discontinuidad, el
parloteo del delirio schreberiano16. El sin-sentido no es
aquí privación de sentido. Se trata de un “sin-sentido
positivo”, donde encontramos el valor positivo de la
negatividad para Hegel. Este sin-sentido “es organizado,
son contradicciones que se articulan”.

La pregunta que cabe formular es si, el valor del sin-sentido


en este discurso continuo, es reenviar la dialéctica, en tanto
la negación es introducida posibilitando la articulación;

16 Llamativamente en este punto no es la detención en la significación, sino


la ausencia de discontinuidad la marca estructural. Esto será trabajado
más adelante ya que se trata de dos caras de la misma moneda, pero que
para poder leerlo de tal modo, será necesaria otra lógica que incluye al
intervalo de la cadena como constitutivo de la retroacción significante
ausente en ambos fenómenos. Lo retomaremos en las clases posteriores.
puede pensarse así en términos de un no-sentido que pone
límite al sentido. Lacan parte de subrayar en el delirio
schreberiano la frase “todo sin-sentido se anula”, fórmula
que leemos define el delirio de interpretación. ¿Porqué allí
la negación sería operativa si no es por la introducción de
un intervalo?. De lo contrario, ¿cómo se produciría la
articulación sin discontinuidad?. Pensar el unsinn, la
negación del sentido, como positiva en términos de
intervalo, posibilita articular la ausencia de dialéctica en el
delirio, planteada en el comienzo del Seminario, con el
delirio planteado en términos de articulación significante.
Entre ambas formulaciones se encuentra el sin-sentido que
en Schreber hace a la articulación.

Pero si en el delirio hay encadenamiento significante,


aparentemente perdemos la marca del delirio, la detención
de la significación, que, sin embargo no es dejada de lado.
Así, paradójicamente, dialéctica y detención de la
significación no se excluyen.17

En este punto es necesario subrayar, que si Lacan con


Freud, introduce al delirio en el campo analítico no lo hace
sin diferenciar los elementos del campo. En todo el
Seminario Lacan se encarga de situar la diferencia entre
17Ver para aclarar este punto, las frases interrumpidas de Schreber, en las
que es justamente la detención de la significación la que llama al
complemento significativo, ya que por estructura el significante funciona
articulado y si digo “Voy a...” necesariamente le falta una parte: el
complemento significativo. De este modo, la detención de la significación
puede resultar un llamado a la articulación. No es así en todos los casos.
(Vereremos en el trabajo sobre el caso “Marrrana” en el Seminario 3,
como se diferencia la estructura de la alusión de los fenómenos puramente
elementales).
neurosis y psicosis no solo en función de aquello de lo que
están hechos los síntomas, sino principalmente en función
del mecanismo formador de síntomas. Situando la
diferencia entre el modo de retorno de lo reprimido en la
neurosis y el retorno de lo real en la psicosis.

En el inicio del Seminario la pregunta de Lacan es: ¿ por qué


el inconsciente está ahí a cielo abierto, por qué aparece en
lo real?.

En busca de una razón estructural y en función de los textos


freudianos: “Neurosis y Psicosis” y “La pérdida de la
realidad en la neurosis y psicosis” Lacan opondrá neurosis
y psicosis en el punto de partida. En la neurosis se trata de
una elisión, de una huida de una parte de la realidad
psíquica a partir de un conflicto. Esta escotomización de un
fragmento de la realidad, implica un mecanismo generador
de síntomas: la represión. Aunque sabemos que, es
necesario un segundo momento, el “retorno de lo
reprimido”, para que esta parte olvidada se haga oír de
manera simbólica a través del síntoma. Hay en juego dos
tiempos.

En la psicosis por el contrario, se trata en el punto de


partida de algo diferente: hay ruptura, desgarro, hiancia
con la realidad exterior, con el mundo exterior.

Desde el primer tiempo la realidad está provista de un


agujero que, en un segundo momento, el mundo
fantasmático vendrá a colmar, restituyendo este desgarro
primero por un “agregado”. En este desgarro inicial de la
realidad exterior, hay implicado un rehusamiento por parte
del sujeto: un rechazo, la Verwerfung como mecanismo
formador de síntomas, en términos de “lo que ha sido
dejado fuera de la simbolización general que estructura el
sujeto”, entendiendo a la Bejahung como una primera
admisión en lo simbólico. El modo de retorno es articulado
al concepto freudiano de proyección como el mecanismo
que hace retornar desde el exterior lo que no ha sido
admitido en lo simbólico. Dos tiempos: uno, un rechazo
inicial; Verwerfung; dos, el retorno en lo real por el
mecanismo de proyección.

En este sentido Lacan retoma la precisión freudiana


respecto del concepto de proyección; “es incorrecto decir
que la sensación reprimida es proyectada hacia el exterior.
Deberíamos decir que lo rechazado retorna desde el
exterior”.

La Verwerfung por otra parte, es definida en relación al


saber, retomando los términos freudianos “el enfermo no
quiere saber nada de ello, ni siquiera en el sentido de
Represión”. Esto implica que hay en la Represión un saber
en juego “actuar sobre lo reprimido mediante la Represión
es saber algo acerca de ello”.

FINALMENTE

Los fenómenos de lenguaje como mensaje oído en lo real,


son articulados en función de un proceso primordial de
exclusión -el rechazo- en el primer cuerpo de significantes
en el que se constituye el mundo de la realidad como ya
estructurado por el significante.
En este sentido se trata de un desarrollo inicial. Esto
rechazado en lo simbólico preso en la Verwerfung retorna
desde el exterior, operando la restitución de la realidad. Es
una solución, en oposición a la Neurosis donde el segundo
momento constituye la enfermedad, “la Neurosis en sí”,
como dirá Freud.

En los ejes de un clínica diferencial Lacan retoma la


relación del sujeto con la realidad en el marco del campo
freudiano. Parte de la especificidad del psicoanálisis
abordando a lo largo del Seminario la diferenciación de una
economía de los fenómenos de lenguaje en la psicosis. En
función de su estructura, Lacan despeja la estructura del
sujeto que les es correlativo, y tomando como referencia el
esquema de la comunicación analítica: arriba a un sujeto en
el que el Otro está excluido como lugar “donde el ser se
realiza en la palabra que confiesa”. Esta es la primera
diferencia entre Neurosis y Psicosis. En este momento de su
enseñanza, es por intermedio del Otro que se realiza ese “tú
eres” en que el sujeto se sitúa y se reconoce.

Este es el lugar del analista, fuera del apresamiento de la


relación imaginaria -en el eje a -a´ en la medida en que “la
cosa a revelar no puede encontrar su nombre a menos que
el circuito culmine de S hacia A”. Un ser que encontraría su
sentido en el abrochamiento que desde el lugar del Otro
funda la palabra plena, reveladora.

En este marco el analista no tiene lugar en la psicosis


excluido el lugar desde el que opera. No encontramos otra
conclusión que aquella a la que Freud arribó en términos
económicos, esto es, la imposibilidad del investimiento
libidinal del analista, la ausencia de transferencia en la
psicosis.

Sin embargo, no constituyéndose el sujeto en la Psicosis por


otra vía que no sea la “reconstitución” en la alusión
imaginaria: “el problema que debemos indagar es la
constitución del sujeto en la alusión imaginaria”. Vía abierta
entonces, en la que vemos cómo la estructura del sujeto
marca las coordenadas de la operación analítica. No sin
razón, el problema que aquí queda planteado será
retomado más tarde en “De una cuestión preliminar a todo
tratamiento posible de la psicosis” en los años ´55 - ´56.

En la próxima lo retomaremos.

Hasta entonces.-
SEMINARIO LAS ALUCINACIONES EN LA PSICOSIS. ESTRUCTURA Y
OPERACIÓN

DICTADO POR ANDREA PERDONI


CLASE 5

EL CASO MARRANA EN LAS AXIOMÁTICAS DEL SEMINARIO III

INTRODUCCIÓN

Retomamos en este encuentro el caso conocido por todos,


extraído de una presentación de enfermos realizada por
Lacan en el transcurso del Seminario III, “Las psicosis”.
Como lo anticipa el título de esta clase, el recorrido a
realizar consiste en situarlo en relación a las axiomáticas
que atraviesan el Seminario en el que tuvo lugar, camino
que no es sin avatares ya que se entrecruzan aquí la
dialéctica intersubjetiva y sus raíces hegelianas con la
estructura del lenguaje y las referencias lingüísticas que
producen un cambio de foco en la lectura misma de la
alucinación. Para ello, hemos de apoyarnos en los rodeos
hechos en nuestro encuentro anterior, ahora para entrar de
lleno con los avatares despejados, a la clínica del fenómeno
alucinatorio en particular.

Hay un doble movimiento como hemos visto en este


seminario, el primero de las referencias teóricas a la clínica,
transformándose desde las primeras el campo sobre el que
operamos; el segundo movimiento, tiene su punto de
partida en la clínica, ya que es finalmente del análisis de los
fenómenos y su operatoria, volviendo desde aquello que la
alucinación revela, que los conceptos se transforman
haciendo visible un campo oscuro hasta el momento.

LA PRIMERA AXIOMÁTICA: ABORDAJE INICIAL DE LA RELACIÓN ENTRE


EL FENÓMENO ALUCINATORIO Y LA ESTRUCTURA.

El caso de la presentación de enfermos fue llamado con el


tiempo por su nombre: “¡Marrana!”. Se trata, recordemos,
de un delirio de a dos en el que la paciente junto con su
madre sufrían de las constantes molestias de una vecina del
piso. Esta vecina de “vida fácil” era amante de un hombre
que, cruzándolo en el pasillo, le dirige a la paciente un
término grosero. No lo confiesa rápidamente, primero
concede la frase que ella misma había formulado entre
dientes en el instante anterior; ella había dicho “yo vengo
del fiambrero”, cuando este hombre le dirige un
“¡Marrana!”.

La primera pregunta a formular es por qué “¡Marrana!” es


una alucinación. ¿Por qué pensar que es un significante que
se independiza del sujeto retornando desde el exterior, y no
un insulto del vecino?.

A través de las coordenadas en que Lacan aborda el


fenómeno situaremos las primeras respuestas.

El fenómeno es leído en primer lugar, a partir de la


estructura de la palabra en la comunicación intersubjetiva.
Las respuestas son formuladas en este momento
sirviéndose del esquema Z y haciendo uso del estadio del
espejo.
Merleau Ponty también analizará el fenómeno alucinatorio
en las coordenadas de la intersubjetividad, pero, en función
del sujeto de la percepción, concluirá que la alucinación es
“inaccesible”: fuera del mundo pertenece a un mundo
facticio.

Lacan, que opera con otro sujeto, aquí, el sujeto del sentido
constituido en la palabra plena, llamará a este fenómeno
“Interlocución Delirante”.

¿Por qué supone en este caso la “interlocución” y no lo hace


por ejemplo en los fenómenos elementales?. Hay ya aquí
una diferencia señalada.

Decir interlocución implica hablar del circuito de la


comunicación. Esto no deja de ser paradójico en la medida
en que la dialéctica intersubjetiva se sitúa en la relación del
sujeto con el Otro.

El Otro es del reconocimiento, previamente reconocido


pero no conocido. El Otro es el lugar del oyente instaurado
en una disimetría fundamental, es de quien el sujeto recibe
su propio mensaje en forma invertida. Reformulación
operada sobre el circuito de la comunicación por el poder
discrecional del oyente. Lugar desde el que se decide el
sentido de lo dicho,18 situando la posición del sujeto a
partir de la alocución, de la palabra plena,
comprometedora: “Tú eres mi amo”, “Tú eres mi mujer”,
son los ejemplos que da Lacan, desde donde el Yo (Je) se
sitúa como “Yo (Je) soy tu discípulo”, o bien “Yo (Je) soy tu
hombre”, retornando al sujeto su mensaje en forma
invertida.

El significado es constituyente, “la palabra instituye el juego


comparable a todo lo que sucede en Alicia en el país de las
maravillas, cada personaje se transforma él mismo en el
lugar que el juego significante le asigna”. El sujeto es “eso”
donde queda posicionado por la palabra: “los personajes
disfrazándose de cartas se transforman ellos mismos en el
rey de corazón, la reina de pique, etc.”. Del Otro del
reconocimiento depende la existencia misma del sujeto en
el valor de la palabra en que se hace reconocer.19

18 Es muy ilustrativo un chiste en este punto. Un niño dice a su padre


-papá, me siento mal
a lo que éste responde
-hijo, sentate bien.
19 Claramente se trata en esta axiomática del sujeto del sentido alojado

bajo el significante al que se identifica.


En la palabra verdadera la alocución es la respuesta. La
consagración del Otro como “mi mujer” o “mi amo” es lo
que responde a la palabra. “Yo (Je) soy tu hombre”, o “Tú
discípulo”, es el lugar en que el sujeto se reconoce a partir
de la consagración del Otro.

Dos tiempos implicados:

1.- consagración del Otro,


2.- reconocimiento del sujeto en el lugar que le es asignado
por el retorno de su mensaje en forma invertida.

Lacan leerá el caso atendiendo a la semántica, oponiéndolo


a esta temporalidad en que, en el movimiento retroactivo
que la invocación supone, adviene la alocución en que el
sujeto se reconoce. En el caso, “Marrana” es la alocución
presupuesta en la frase “vengo del fiambrero”, ya que la
frase completa es “yo, la marrana, vengo del fiambrero”20.

Yo (Je) soy la marrana, en cortocircuito, ya que la frase lo


incluye. Se dislocan los tiempos en un juego en que el Otro
del reconocimiento no participa, aquí la alocución no es la
respuesta retroactiva, sino que está supuesta en la
respuesta (Yo vengo del fiambrero). Sin embargo se trata
para Lacan de una interlocución21.

Sin embargo, hay huellas en el seminario de lo que en este sentido no


cierra. Ya lo veremos.
20 Frase que prescinde de la invocación como de la consagración del Otro.
21 Interlocución paradójica ya que se trata del circuito de la comunicación

a pesar de la exclusión del Otro.


¿ Qué es lo que caracteriza a la alusión?. Planteada la
pregunta será abordada en dos ejes:

*En relación al sistema del lenguaje en el que aún es


priorizado el sentido, la continuidad en la significación -
señalamiento en el que encontramos retoños jasperianos-
es contrapuesta a la discontinuidad en el quiebre de la
frase;
*En relación al esquema Z y al estadio del espejo, será
situado el mecanismo, la proyección, en esta primera
formulación.

A-) Abordemos el primer punto: “diciendo vengo del


fiambrero la paciente nos indica que esto remite a otra
significación. “usted comprende bien” quiere decir que ella
misma no está muy segura de la significación y que ésta
remite no tanto a un sistema de significación continuo y
ajustable sino a la significación en tanto inefable: la
significación intrínseca de su realidad propia, de su
fragmentación corporal”. “Marrana”, un cochino cortado en
pedazos, es a lo que remite “vengo del fiambrero”. Tenemos
ya la indicación de una “disociación” en el hecho de que
“Marrana” “está cargado de un sentido oscuro”, inefable. La
significación en un sistema continuo y ajustable se detiene.
“La injuria22 es siempre una ruptura en el sistema del
lenguaje”. Podemos decir que la continuidad de la
significación es el antecedente del encadenamiento
significante, pero no estamos aún en la estructura del
lenguaje.

22Notemos en este punto que no está subrayado que se trate en particular


de la injuria alucinatoria.
Ahora bien, hay una indicación que quedará pendiente en
cuanto a su relación con la estructura. Estos elementos que
se aíslan, se disocian, conllevan una carga libidinal
particular. Lacan habla de “erotización del significante”. Y
este elemento que se aísla de la frase, cargado de un sentido
oscuro, concierne a su ser. “La injuria del caso en la medida
en que lo que está allí en juego eran las amenazas del
marido que quería ni más ni menos que cortarla en
pedazos, se ajusta al proceso de defensa vía la expulsión”.
Mecanismo de defensa en la expulsión de un término, con
una carga libidinal particular que atañe a su ser.

B-) Esta formulación será encuadrada en el eje imaginario


desde el esquema Z volviéndose la expulsión, proyección en
el circuito del yo y su doble. La expulsión, dice Lacan, hace
pensar en el propio mensaje del sujeto, y “este mensaje
concierne al más allá que ella misma es en tanto sujeto”.
Concierne a su ser pero no es su propio mensaje recibido
del Otro en forma invertida, sino su propia palabra, y en la
medida en que no es recibida del Otro, es en el ping-pong,
por reflexión, en espejo, recibida del pequeño otro, la
marioneta que está frente a ella, su doble.

Lacan, en el inicio del Seminario, antes de encontrarse con


el caso, sitúa a la alucinación en el esquema Z fuera de la
relación entre el sujeto y el otro. Da cuenta del fenómeno
elemental formulando al sujeto identificado al yo con el que
habla, “el yo asumido bajo el modo instrumental”, “él habla
de él”, “el sujeto habla con su yo y es como si un tercero, su
doble hablase y comentase su actividad”. Los fenómenos
como el comentario de los actos, el eco del pensamiento, ya
eran concebidos de este modo en “Los Complejos
Familiares” leídos con el estadio del espejo. “Marrana” es
“su propia palabra lo que está en el otro que ella misma es”.
En el esquema Z, de S, a23 le dijo “marrana”. El ciclo entraña
una exclusión del Otro. “El circuito se cierra sobre los
pequeños otros que son la marioneta que está frente a ella
que habla y en la que resuena su mensaje, y ella misma en
tanto que yo es siempre otro y habla por alusión”. La
alusión imaginaria es el modo de hablar del sujeto e indicar
su existencia, excluido el Otro. La palabra que desde a, yo
(moi) que está en el otro (el vecino), habla de S, y lo que
dice, la injuria, concierne a su ser. “Yo vengo del fiambrero”,
en a´ (ubicada la enunciación en primera persona en el
lugar del otro en el esquema)24 ¿quién? : La marrana, un
cochino cortado en pedazos, “la significación intrínseca de
su fragmentación corporal”.

Por esta vía retomaremos por qué se trata de


“interlocución” en esta alucinación en particular.

Por un lado podríamos decir que la interlocución es en el


circuito imaginario, entre el yo y su doble; pero el mensaje
habla de otro lugar, del sujeto. Por otro, podemos buscar las
razones en la función de la injuria, en la medida en que este
término aislado, implica una significación en relación a su
ser, que en las coordenadas de la axiomática de la palabra,
es constituyente.

UNA PRIMERA TORSIÓN: EL CONTRAPUNTO CON SCHREBER Y SUS


FRASES INTERRUMPIDAS
23 Es decir, Yo (moi), siendo a´(otro) quien dijo “Vengo del fiembrero”
24 De hecho la paciente no sabe quién dijo ese “Vengo del fiambrero” que

sale de su boca.
En la página 177 que retomaremos del Seminario, Lacan
hará un paralelo entre las frases interrumpidas de Schreber
y este caso Marrana en que la frase está cortada.

Atiende aquí a lo que podemos llamar un mecanismo


lingüístico e introduce un cambio de foco en cuanto a la
axiomática en juego. A la estructura de la frase en ambos
casos articulará una lógica de la suspensión inherente a la
estructura del lenguaje. Dice aquí: “hay allí - en la frase de
Schreber - un procedimiento particular de evocación de la
significación, que nos ofrece sin duda la posibilidad de
concebirla como una estructura: la que destaqué a
propósito de esa enferma que en el momento que
escuchaba que le decían “¡Marrana!” murmuraba entre
dientes la voz alusiva, la mención indirecta del sujeto. Ya
habíamos podido vislumbrar en este caso una estructura
muy cercana al esquema que damos de las relaciones entre
el sujeto que habla, el que sostiene el discurso, Yo (Je), y el
sujeto del inconsciente, que está ahí, literalmente en ese
discurso alucinatorio”.

La suspensión del sentido en la voz alusiva, es en esta


lógica: un procedimiento particular de evocación de la
significación, la que adviene en el complemento de frase,
escuchado, “marrana”, que sitúa, indicando, dando el índice,
al “sujeto del inconsciente” 25por la vía de la alucinación.

Podemos entonces añadir una segunda articulación en el


punto en que el caso se encuentra con la estructura.

25 Entendiendo sujeto del Icc. en función de su posición enunciativa.


Francamente priorizada, la significación es concebida en
este momento del Seminario, en términos de su producción.
La significación es lo que da vida a la frase, y la misma está
ligada a que el sujeto está a la escucha, se destina a esta
significación. Se trata de un fenómeno de lenguaje y no de
la sonoridad. “En un discurso lo que uno comprende es
distinto de lo que uno percibe acústicamente”, diferencia
que conduce a dar cuenta de cómo se engendra la
significación, ya que esta no se escucha, no está a nivel
sensorial. Podemos escuchar un discurso en una lengua
desconocida sin que este signifique algo para nosotros.
Pero no sólo no se comprende una lengua extranjera; la
lengua propia puede devenir extranjera. “Lo que diferencia
la frase comprendida de la frase que no lo es, cosa que no le
impide ser escuchada es precisamente lo que la
fenomenología del caso delirante destaca tan bien, a saber,
la anticipación de la significación” (página, 197). La
significación siempre remite a otra significación, tiende a
cada instante a cerrarse para quien la escucha. El
significante arrastra la significación. El sentido va hacia
algo que está adelante o que retorna sobre sí mismo.
“¿Quiere decir esto que no tenemos punto de parada?,
¿dónde se detiene?: siempre a nivel de este término
problemático que se llama el ser (página, 198).

Tenemos en el caso, una frase que siendo dicha, permanece


enigmática en el punto del corte (“yo vengo del fiambrero”
de cuya significación ella no está muy segura). La
significación aquí no remite a otra, la anticipación y la
retroacción en la que a cada instante se cierra la
significación no están en juego. Lo que está en juego es el
corte, la escansión que juega con las propiedades del
significante: la interrogación implícita que ella supone. Sin
embargo, la significación se detiene, pero no permanece
enigmática, ya que en el punto de corte, de la escansión en
la que el sentido se suspende, llega un “¡Marrana!”
alucinatorio, pleno de sentido. Hay un punto de parada a
nivel de este término problemático que es el ser.

Con esta última puntuación, nos detendremos en un rodeo


por los fenómenos que se oponen en tanto vacíos de
sentido, a la alucinación del caso; para volver sobre ella
desde la fórmula final “tú eres”, retomando la línea ya
planteada propuesta por Lacan en el segundo capítulo de
“La pregunta histérica”: “que el sujeto en la psicosis sólo
puede reconstituirse en la alusión imaginaria, se los mostré
in vivo en una presentación de enfermos. A este punto
preciso llegamos. El problema que debemos indagar es la
constitución del sujeto en la alusión imaginaria” (página,
231).

LOS FENÓMENOS ELEMENTALES VS. LA ALUSIÓN IMAGINARIA.


EL PROBLEMA DEL ESTATUTO DEL OTRO

Abordaremos la pregunta planteada en función de lo que


diferencia a nivel de la “reconstitución subjetiva”, al
fenómeno elemental de la alusión.

Por esta vía emprendemos el camino que lleva a Lacan a


resituar los términos en la estructura de la psicosis.

El eje del sentido desde el inicio del Seminario diferencia


estos dos fenómenos: la formula y la intuición, el vacío a
nivel de la significación versus el sentido pleno. Es una
descripción que opone los términos por la vía de la
significación, pero que, sin embargo, no se correlaciona en
un principio con una diferencia estructural.26

26 Nota: Luego de trabajar años después el tratamiento que Lacan hace de


los fenómenos de lenguaje en la psicosis durante este Seminario, al
correlacionarlos con la estructura de la cadena significante propuesta por
F. De Saussure llegamos a establecer la diferencia estructural ausente pero
deducible, entre los dos tipos de fenómenos aquí trabajados.
Dos estructuras, la intuición y la fórmula aquí postuladas, ambas rompen
con las leyes establecidas para el funcionamiento de la cadena significante:
relaciones diferenciales discretas que implican al menos dos significantes
para significar. Ambos fenómenos se encuentran fuera de la dialéctica que
habilita el intervalo entre los significantes definidos por su valor
diferencial en relación a los otros términos. Teniendo esto en común,
estos dos fenómenos se diferencian en lo siguiente:
La intuición: implica un sentido pleno pero inefable. En ella la estructura
es la de la cadena rota, en la que el sentido, partiendo del significante
aislado, no puede significar, pero conlleva una significación implícita a
advenir.
S: sólo, desencadenado, en lugar de la retroacción S1→S2, que necesita al
menos dos para significar.
Frases interrumpidas, injuria, neologismo, la alusión, la intuición.
El significante en tanto elemento suelto, desencadenado, conlleva la
certeza más el enigma, y por la estructura retroactiva de la cadena llama al
complemento significativo, S2 (que transforma al primero en S1), pues, en
tanto el significante funciona por relaciones diferenciales y discretas no es
aislable por estructura. Este llamado a la significación faltante constituye
lo inefable de la certeza. La estructura funciona anómalamente, pero no
deja de tratarse de la estructura del lenguaje. Así, eso significa, el sujeto lo
sabe, pero ¿qué? le es imposible decirlo. Los fenómenos de corte de la
cadena implican en esta lectura, una interrogación implícita, que en tanto
juega con la escansión, que es propiedad del significante, favorece,
motoriza la construcción, la producción de un complemento significativo.
La fórmula: en el extremo opuesto, fenómenos vacíos de sentido:
jergofasia, cuchicheos, estribillos; en los que la ausencia de dialéctica
también tiene su origen en la ausencia de intervalo entre dos significantes;
pero bajo la estructura de la yuxtaposición: S, S, S... donde el juego es con
Lacan vuelve a formularse la misma pregunta a lo largo de
todo el Seminario: ¿quién habla en la alucinación? Cuando
parece haberla respondido al principio: de S, el otro en
tanto Yo(moi). Vuele a ello “ese doble, que hace que el yo
nunca sea más que la mitad del sujeto, ¿ cómo es que se
vuelve hablante? ¿ quién habla ? ¿ es ese otro, reflejo
imaginario, es él quien habla?. Esta pregunta se la resuelve
implícitamente cada vez que se habla de mecanismos de
proyección vía el transitivismo infantil” (página, 210). La
fórmula en juego en el caso. Lacan se refutará, “los
mecanismos en juego en la psicosis no se limitan al registro
imaginario (...) la alienación es constituyente en el orden
imaginario (...). Pero nada puede esperarse de un abordaje
de la psicosis en el plano imaginario, porque el mecanismo
imaginario da la forma, pero no la dinámica de la alienación
psicótica” (página, 211). “Encontramos la noción de que
más allá del pequeño otro, debemos admitir la existencia de
otro Otro. No nos satisface tan solo porque le otorgamos
una mayúscula, sino porque lo situamos como correlato
necesario de la palabra” (página, 212).
las propiedades formales del significante, homofonías, asonancias; no
llamando por su estructura misma a complemento significativo alguno.
No hay aquí corte, que pueda devenir intervalo; sino yuxtaposición con el
solidario efecto de vacío, cáscara, envoltura... “parloteo” como decía
Schreber, consistente en una aterradora repetición monótona de las
mismas frases: Santiago, Cartago.. . “Les da lo mismo” a los pájaros
parlantes... Schreber (pag. 171.173 de las “Memorias de un enfermo
nervioso”, ed. Lohlé.)
Un paciente respondía a la pregunta por su nombre: Pedro, Pedrito,
pedropa, figueroa alcorta y tagle. (se llamaba Pedro. Figueroa).
Es necesario aclarar que para leer en este sentido los fenómenos, no es
posible hacerlo poniendo el acento en la significación, ni aún en el
significante estructurándola; sino en el intervalo como estructurante.
Lacan comienza a preguntarse cuál es la relación del sujeto
con el significante que diferencia los fenómenos mismos de
la psicosis. La descripción fenoménica está basada en la
diferencia entre significante y significado.

-Se ordenan por un lado los fenómenos del automatismo,


aquellos en que el sujeto está en una relación de eco
interior respecto de su propio discurso. En el “automatismo
del discurso” la invasión y la parasitación “dejan al sujeto
suspendido de su presencia”. “En la relación a - a´ en que el
sujeto está capturado por el doble -correlativa del discurso
permanente- este otro lo niega, lo mata literalmente “. El
pensamiento repetido, robado, el discurso redoblado -los
fenómenos específicamente delimitados por De
Clérambault- se correlacionan con la muerte del sujeto, el
sujeto suspendido de su presencia en la invasión de un
discurso que emerge en el yo, irreductible, involuntario, en
el que el sujeto está “fijado” e “incapacitado” de restaurar
su sentido (página, 190). Lacan formulará: el psicótico está
habitado por el lenguaje.

Pero es por esta misma vía, tratándose del Otro del


lenguaje, que Lacan formalizará el estatuto del Otro en la
psicosis: Otro ajeno, errante “Otro que el sujeto rechaza en
la medida en que se afirma como Yo (Je)” (página, 195);
“heterogéneo” en tanto “es captado sólo en la cáscara, la
envoltura, la sombra del significante” (página, 365). Se
trata del significante vaciado de su significación. “El
significado está vacío, el significante es retenido por sus
cualidades formales que sirven por ejemplo para hacer
series. Es el discurso de los pájaros parlantes, al que
Schreber otorga el privilegio de carecer de significación”.
“Los fenómenos neutralizados que significan cada vez
menos un verdadero Otro: palabras aprendidas de
memoria, machacadas por quienes la repiten, los pájaros
del cielo que no saben lo que dicen” (página, 370). Esta
relación a un Otro, cada vez menos un verdadero Otro,
ajeno como el lenguaje que parasita al sujeto, “lo suprime
como sujeto en tanto admite una heterogeneidad radical
del Otro” (página, 363).

Ahora bien, está el otro polo de la fenomenología de la


psicosis, en oposición a la envoltura, la cáscara del
significante, la palabra reveladora que da el sentimiento de
una comprensión inefable: la alusión “los fenómenos
alucinatorios hablados que tiene para el sujeto un sentido
en el registro de la interpretación, de la ironía, del desafío,
aluden al Otro, como término siempre presente, nunca visto
nunca nombrado más que de modo indirecto” (página 367).
Las alucinaciones en este polo opuesto llegan aún más lejos,
dan la palabra clave. Campo en el que será formulada la
iniciativa del Otro, Otro sujeto, que tiene la iniciativa en el
delirio, ese que dice “Lúder” a Schreber, Otro “que quiere
esto”, su transformación en mujer, “que quiere significarlo”.
Otro divino hecho de lenguaje que lleva a Lacan a formular
el delirio “en el dominio de la intersubjetividad” (página,
275).

Encontramos aquí otra razón para denominar a la alusión


imaginaria “interlocución delirante”. “En la psicosis
siempre hay Otro, esto es decisivo estructurativo” (página,
389). El Otro verdadero es el lugar donde se constituye la
palabra clave, fundamental en cuanto a sus efectos de
sentido. Sentido fijo en la psicosis. Otro verdadero en
cuanto a sus efectos; pero ausente la dialéctica, el mensaje
en la “afirmación primordial de la iniciativa” del Otro se
impone.

Admitida la existencia del Otro en la psicosis, la exclusión


del Otro inicial es reformulada: en términos de una
exclusión en el interior de un primer cuerpo significante. Es
a nivel de la Bejahung primordial como primera admisión
del sujeto en lo simbólico donde un paso no ha sido dado
jamás: Verwerfung, mecanismo a la base de la paranoia que
implica una exclusión en este primer cuerpo constitutivo;
punto que antecede al concepto de agujero en lo simbólico.
“La alucinación tiene su origen en la historia del sujeto en lo
simbólico”.

El mecanismo freudiano de la Verwerfung dará cuenta del


retorno desde el exterior de lo que fue excluido en lo
simbólico. Eso mismo que fue excluido, es lo que retorna
preso en la Verwerfung, en nuestro caso, curiosamente, la
palabra que nombra su ser.

El estatuto del Otro y el mecanismo a la base de la psicosis


son problematizados en el pasaje por el caso Schreber, en el
que los fenómenos mismos cuestionan la axiomática
primera. Sin embargo, la dialéctica intersubjetiva hace
obstáculo. Lacan no deja de oscilar entre el Otro y el otro.
Trata al Otro del psicótico en términos de una “degradación
imaginaria de la alteridad”. Busca respuestas que
culminarán en la diferencia entre el Otro del lenguaje,
primordial, y el Otro de la ley, el Nombre-del-Padre, en la
formulación de la metáfora paterna como operación
constitutiva.

“Tú eres”

“Tú eres” es la formulación final del Seminario por la que


Lacan intenta dar cuenta de la correlación del sujeto al
Otro. Correlación de orden significante en la que el Yo (Je)
es fundado por el Tú en el llamado, mandato, recibido del
Otro en la intersubjetividad.27

En el Otro “se sitúa la palabra, solución del enigma, por


cuyo intermedio toda palabra plena se realiza: ese Tú eres
en que el sujeto se sitúa y se reconoce”. El sujeto se toma
por el Yo (Je) identificado al “eso” a nivel del Yo (Moi)
(página, 389). La constitución del sujeto por la palabra es a
partir del “Tú eres... eso”, función de punto de
almohadillado que implica una designación y
particularmente una predicación implícita, en la medida en
que conlleva la indeterminación inherente a la estructura
del significante en dos sentidos:

Por una parte, Yo (Je) nunca está ahí donde aparece en


forma de un significante particular. “El Yo (Je) está ahí a
título de presencia que sostiene el conjunto del discurso”.
“El Yo (Je) es el Yo (Je) del que pronuncia el discurso”
(páginas, 390 y 391). Yo (Je) designa al sujeto que habla en
el discurso pero no lo significa.

27Ver en relación a este punto, la personización, Èmile Benveniste: punto


V “El hombre en la lengua”, “Problemas de lingüística general” I, SIGLO
VEINTIUNO EDITORES.
Por otra parte, ese “Tú eres...mi mujer, mi amo, mil otras
cosas (...) cuando lo recibo me hace en la palabra otro que
lo que soy”. Al tú eres mi amo, responde un cierto ¿qué
soy?¿qué soy para serlo si es lo que soy?. “Ese lo, no es el
amo, es la enunciación total de la frase que dice soy tu
amo”. La consagración como “Tú eres” lo es en tanto la
respuesta del lado del sujeto implica un “soy” “soy el que
acabas de decir”, “Yo lo soy”. “¿Qué quiere decir?: Yo soy
precisamente lo que ignoro porque lo que tú acabas de
decir es indeterminado...” (página, 433), en la medida en
que todo enunciado está sujeto a las leyes del significante.
Lacan formula este lo del “yo lo soy” como lo que está
implícito en el discurso.

El sentido es un orden enajenado, pero además ignorado. El


sujeto en la dialéctica intersubjetiva depende del sentido
abrochado por el Otro, pero es eso que no puede
determinar. A La palabra verdadera le corresponde una
única repuesta certera: “Yo lo soy”.

Volviendo desde las coordenadas del “Tú eres” como la


axiomática en la que es concebida la constitución subjetiva
en este Seminario, ¿cuál es la particularidad de la alusión a
la que responde “¡Marrana!”?. Hay allí designación y
predicación, la significación está enganchada por
“¡Marrana!”: “Yo (Je) soy la Marrana”. Allí donde en la
palabra plena el sujeto no puede decirse, en el lugar que se
plantea la pregunta ¿qué soy?, el sentido de eso que soy
queda implícito: en el caso escucha la injuria. La tesis es la
siguiente. “¡Marrana!” funciona como un “Tú eres” que
designa al sujeto y predica sobre él.
“Pero ese Tú esta en al psicosis muerto”. El Tú esta ahí
como cuerpo extraño. “Si el sujeto no duda de lo que
escucha es en función de ese carácter de cuerpo extraño
que presenta siempre la intimación del Tú delirante”
(página, 395). La pregunta que Yo (Je) me hago sobre lo
que Yo (je) soy, la encontramos expresada en el sujeto
fuera de si mismo.

Paralelamente, este Tú es lo que Lacan llama la “carretera


principal”. “El Tú es en el significante un modo de hacer
picar el anzuelo al otro, de hacerle picar el anzuelo del
discurso, de engancharle la significación”. El Tú es una
puntuación en la cual el sujeto es fijado en un punto de la
significación (eso que soy desconocido e implícito en el
discurso, término en que la significación se clausura).
Cuando falta la carretera principal “se siguen los
indicadores colocados a orillas del camino; cuando el
significante no funciona eso se pone a hablar a orillas de la
carretera, aparecen los carteles con palabras escritas: es la
función de las alucinaciones auditivas verbales, son los
carteles a orillas del camino” (página, 419).

Hasta la próxima

Nota: Inquietudes, cuestiones, preguntas, cuentan con mi


dirección de correo para hacérmelas llegar.

Andrea. D. Perdoni.
SEMINARIO LAS ALUCINACIONES EN LA PSICOSIS. ESTRUCTURA Y
OPERACIÓN

DICTADO POR ANDREA PERDONI


CLASE 6: EL PROBLEMA DE LA ENUNCIACIÓN EN LA ALUCINACIÓN
VERBAL*.

En este encuentro trabajaremos brevemente el caso


“Marrana” en la axiomática del escrito “De una cuestión
preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, para
cerrar algunas ideas que se desprenden de estas
coordenadas teóricas y concluir nuestros encuentros en la
próxima clase.

El punto de partida de Lacan en este texto es el


cuestionamiento de la teoría clásica de la alucinación. Para
poder arribar a su cuestionamiento definiremos las teorías
trabajadas hasta aquí situando sus términos y las
relaciones constantes entre los mismos, siempre que se
abordó la alucinación a partir del sujeto cartesiano28. El
esquema que podría hacerse de la teoría que define a la
alucinación como “percepción sin objeto”, es el siguiente:

28 Tomando como referencia la clase en que se trabajaron “los callejones


sin salida del problema de la alucinación”.
Pidiendo razón al percipiens29 de ese perceptum sin objeto,
se salta un tiempo: “el de interrogarse si el perceptum deja
un sentido unívoco al percipiens aquí conminado a
explicarlo”.

Lacan entonces interrogará al perceptum, que en la


alucinación que nos ocupa es la voz, si es que puede
llamarse objeto de la alucinación. Dando este paso
diferenciará: oír el sonido, de oír el sentido, que conlleva la
estructura de la cadena significante en sus dos ejes: la
sobredeterminación y la suspensión en juego a cada
instante en el acto de oír.

Desprende entonces la estructura en la que el percipiens


tiene lugar: el perceptum tiene estructura de lenguaje. En
este sentido en la medida en que “el sensorium es
indiferente en la producción de una cadena significante”:

-no se trata de alucinación auditiva, sino de alucinación


verbal, y respecto de toda cadena significante:
-ella se impone al sujeto en su dimensión de voz,
-toma como tal una realidad proporcional al tiempo que
implica su atribución subjetiva,

29 Percipiens y perceptum, son términos tomados de la escolástica -


filosofía que procede del vocablo “scholasticus”, el que enseña en la
escuela. Suele situarse como continuación de la patrística no sólo desde el
punto de vista religioso sino aún por la tradición filosófica heredada de los
griegos, razón a la que se une la verdad religiosa, particularmente la
católica. Escolástica, connota así particularmente nuestra herencia
cultural. En este marco percipiens equivale a quien percibe, y perceptum
al objeto a percibir.
-su estructura propia en tanto significante es determinante
en esta atribución, que por regla, es distributiva, es decir a
muchas voces; lo que plantea como tal al percipiens,
pretendidamente unificante como equívoco.

Lacan dirá que estos tres enunciados son ilustrados por el


ejemplo de su presentación de enfermos del año 1955-56,
“Marrana”30.

Retomemos el caso entonces en estas nuevas coordenadas


que dejan de lado, la proyección - Marrana como la
retorsión de un cochino - y el sentido relativo a su
fragmentación corporal, que trabajamos en la lectura del
Seminario 3.

Como hemos dicho la paciente escucha “Marrana”, que es


palabra y voz, habiendo dicho instantes antes “yo vengo de
la fiambrería”.

Interrogaremos el caso en función del problema que


plantea la atribución, en los ejes de un segundo problema:
el de la relación del sujeto del enunciado con la
enunciación.

Lacan ordena el caso en tiempos lógicos:

1º Tiempo: “yo vengo del fiambrero” frase en la que está


ausente el sujeto de la enunciación (no así el del
enunciado), lo que implica la vacilación del Yo (Je), es decir,
la perplejidad en cuanto a quién habla, quién es el Yo que

30 cosa tan curiosa como decir que la psicosis es la normalidad.


enuncia la frase, que lleva esa marca discursiva en su
enunciado.

Una pausa,

2º Tiempo: “Marrana”. Rechazado de la cadena que lo


precede, “se hace oír en el lugar del objeto indecible”: la
injuria dice lo indecible, estabilizando el Yo (Je) de la frase,
es decir, localizando al sujeto de la enunciación ausente.

“Yo vengo del fiambrero”, la paciente no sabe a quién


atribuírselo, “Marrana”, es en nombre de quien ella habló.

La distribución se opera, pero en una frase interrumpida


subjetivamente (no gramaticalmente como en el caso del
Presidente Schreber).

1º Pregunta: ¿por qué “Marrana” es el término rechazado, y


no vengo del fiambrero? como sería en las frases de
Schreber.

2º Pregunta: ¿cómo se enlaza el Yo (Je) al sujeto que habla?


ya que, en un primer tiempo el embrague está suspendido.

Desde estas dos preguntas podemos establecer algunas


conclusiones:

El shifter no la posiciona en la cadena. Diciendo “yo vengo


del fiambrero”, no puede decir a quién de los copresentes o
del ausente apuntaba la frase.
Entonces, desde el significante no se puede decidir la
atribución, por regla distributiva, a muchas voces. Siendo
toda cadena polifónica, lo que quiere decir que implica
distintas subjetividades en juego, queda el percipiens como
equívoco y no como unívoco.

La polifonía es clara en el ejemplo de la cita: -digo, Juana


decía “yo voy al cine”.

Hay dos subjetividades en juego en primera persona en el


enunciado, y sin embargo no hay vacilación respecto de la
distribución; aunque haya dos shifters como marcas de la
primera persona del singular, no hay dudas respecto de
quien enuncia la cita y quien dijo la frase enunciada - cuál
es el sujeto del enunciado y cuál el de la enunciación -.
Llamativamente el shifter es el término inequívoco por
excelencia en lingüística. Pero aquí, en el caso sí hay
vacilación y respecto del propio enunciado del sujeto.31

¿Qué enlaza al Yo (Je) con el sujeto hablante?

¿Por qué Marrana, el término que aquí opera el enlace, es el


término rechazado?.

El sujeto carga con el enunciado como Yo (Je) desde


Marrana: ¿Quién dice “Yo vengo del fiambrero”? : “Yo, la
Marrana”, es el punto de enunciación, desde donde es dicha
la cadena. Marrana, escuchado, voz, cargado de invectiva;
nombra lo que no tiene nombre y opera una fijación. Puede
31 Cabe señalar que este “prejuicio” lingüístico será claramente puesto en
tela de juicio y refutado por Ducrot, a quien debemos en lingüística la
teoría de la polifonía de toda cadena discursiva. “El decir y lo dicho”.
atribuirse la frase a partir del punto de enunciación y este
punto de enunciación es el término “rechazado” de la frase
que restituye la cadena al sujeto. Es un significante que,
aislado, desde afuera, captura en tanto nombre en el lugar
del objeto indecible. La posición en la enunciación está
ligada a lo indecible y al significante. Lacan dice: “no puede
seguir la intención del sujeto sin desprenderse de ella”.
Marrana es la referencia de la cadena “Yo vengo del
fiambrero”. Nombra lo indecible; pero es escuchado, voz en
el Otro. Lo indecible es lo que hace este término
inintegrable: el ser de goce - lo que hay de objeto en el
sujeto -.

En la psicosis, en el lugar del vacío, se escucha, habla, y


apunta al sujeto una enunciación inasumible como tal, pero
sin la cual lo dicho no puede ser asumido.

Lic. Andrea.D.Perdoni

Clase dada en el Post-grado “El problema de la Enunciación


en Psicoanálisis”. 1994.
SEMINARIO LAS ALUCINACIONES EN LA PSICOSIS. ESTRUCTURA Y
OPERACIÓN

DICTADO POR ANDREA PERDONI


CLASE 7 LA DIRECCIÓN DE LA CURA EN LA NEUROSIS Y EN LA
PSICOSIS32

En nuestro último encuentro he decidido compartir con


uds. esta charla que tuvo lugar hace unos años, por tratarse
en ella de la precipitación del trabajo que juntos hemos
retomado en torno de la alucinación. En aquella
oportunidad, no contaba con el trabajo previo que hoy
contamos, sin embargo, fue un cierre en torno de la
cuestión de la alucinación y de la injuria en particular, que
aprovechó esa instancia para realizarse, por ello, este
material es el de nuestro último encuentro. Luego se
abrieron otras cuestiones que constituyen las vueltas de la
actualidad.

El tema propuesto en aquella oportunidad, me convocó en


lo personal. Creo que toda la obra de Lacan, -como la de
Freud aunque no utilizó estos términos-, se dedicó a
responder esta cuestión, que bien puede plantearse como
pregunta, y que, en términos de tal, nos recorre día a día en
nuestra práctica cotidiana siendo, casi diría, el motor de la
misma.

32 Conferencia dictada en el Colegio de Psicólogos Distrito XI, en


noviembre de 2000.
Que como pregunta nos atraviese y se actualice con cada
paciente que nos viene a ver, también nos hace
responsables de poder responder.

Tomando el compromiso entonces, voy a intentar


responder acerca de un punto en particular, que desde hace
algunos años me ha rondado en la cabeza. Espero con ello,
llegar a dar cuenta de algo que permite a su vez, responder
a algunas de las preguntas que se plantean en vuestra
práctica, o bien, de no ser así, quizás abra su formulación.

La voz y la injuria:

Lo que voy a retomar entonces es ese algo muy sencillo, que


por lo trillado quizás no tenga con el tiempo la fuerza que
tiene en nuestra experiencia la primera vez que nos
topamos con ello: la alucinación verbal, fenómeno, claro
está, propio de la clínica de la psicosis, elemental en varios
sentidos y del que podemos extraer algunas
consideraciones en relación a la dirección de la cura si nos
orientamos en la estructura de la que se trata.

Tema elemental y que a mí particularmente no deja de


alucinarme.

Lo que voy a plantear es el a, b, c del problema: ¿cómo


alguien puede escuchar una voz?.

¿Nunca se lo preguntaron?, seguro que sí, y por ello voy a


ser breve en cuanto a las coordenadas estructurales, para
pasar a una pequeña respuesta que creo puede ser lo
interesante de la cuestión.
Primero, la estructura. Las referencias externas para que se
ubiquen son: De Saussure, “Curso de lingüística general”,
Jakobson, “Los conmutadores, las categorías verbales y el
verbo ruso”, de Ensayos de lingüística general; y Ducrot, “Le
dire et le dit”, Polifonía; todas ellas de la lingüística, que
seguramente todos conocen; en relación a la estructura de
la palabra, el problema del enunciado y la enunciación y la
función de los shifters y el nombre propio.

La estructura de la palabra tal como la plantea De Saussure:


El circuito de la palabra supone al menos dos individuos.
Los podemos llamar A y B, el punto de partida es por
ejemplo: el cerebro de A, donde los conceptos se hallan
asociados a las imágenes acústicas que sirven a su
expresión. Concepto e imagen acústica son ambos de
naturaleza psíquica, fenómeno psíquico que se apoya en
otro fisiológico, que va del cerebro de A a los órganos de
fonación, transmitiendo A a B, esto es de la boca de A al
oído de B, las ondas sonoras correspondientes; y si B habla
a su vez el acto de palabra se reanuda.

Esto es sucintamente el esquema que F. de Saussure


propone para todo acto de palabra, al que Lacan añade algo
muy interesante y es que cada uno está respecto de su
propia palabra como otro, porque nada diferencia las
palabras que escucho de otra boca de las que salen de la
mía, ya que ambas ingresan del mismo modo en mi oído: el
circuito entonces, es además reflexivo, porque el sujeto que
habla se escucha así mismo del mismo modo que escucha a
otros: el sujeto es emisor y receptor a la vez. 33

Las alucinaciones motrices verbales de Seglás lo pusieron


claramente en evidencia. (Saben de qué se trataban: los
enfermos decían escuchar, llamándolas “voces”, las mismas
palabras que articulaban).

33 En el esquema la flecha que va de la boca de A al oído de A, agregado.


Una vez en una guardia cuando le pregunté su nombre al
paciente que traían, me contestó: “no hable por mi boca”,
con lo que no seguí preguntando...

Otra paciente en una presentación dijo respecto de las


voces que oía, aún algo más: “son voces mías. No me
acuerdo que decían. Voces del interior, no sé si del oído o
de la boca”.

Samuel Beckett, en “El innombrable” lo dice


maravillosamente: “captado por el oído eso me sale
enseguida por la boca, o por el otro oído, que también es
una posibilidad. Es inútil multiplicar las ocasiones de error.
Dos agujeros y yo en medio, ligeramente taponado. O uno
sólo de entrada y de salida, donde se atropellan las palabras
como hormigas, apresuradas, indiferentes, no trayendo
nada, no llevándose nada, demasiado débiles para socavar”
(página 162).

La pregunta de Beckett en toda su trilogía es siempre la


misma: ¿es una voz o es mi voz?, lo que lleva a una segunda
cuestión: ¿quién es yo?, el que habla; donde lo que está en
juego es el punto de enunciación, el sujeto de la enunciación
es aquí todo el problema, la atribución de los enunciados
que pudiendo decir yo pueden ser dichos por otro o,
incluso, referirse a otro. “Yo soy el que soy”, ¿lo digo yo?,
¿no lo van a creer?, o en el diálogo quien para mí es tú o vos,
dice yo, y es él y no yo, y como dice Beckett eso entra por el
mismo agujero.

Una paciente nos enseñó: “ella me dijo que me internara,...


tengo anemia, ella tiene fatiga..., algo la está molestando, le
quieren meter ese cuento, hacen laburos para que no cuide
a sus hijos, dicen que los quiere matar... Ando mal de las
rodillas, las manos se mueven, creo que los médicos deben
probar sus reflejos, hace diez años que la estamos
cuidando”. Cuando se le pregunta quién es “ella”, la
paciente responde: “hay una señora dentro mío,... ella es
frágil. Me pongo muy nerviosa porque la que está dentro
mío conversa. Mi hijo dice que hablo sola... no sé porque,
conmigo conversa por la boca como yo”, ¿cabe agregar que
por su propia boca es que la otra conversa con ella?.

Beckett dice respecto siempre de la voz: “ella sale de mí,


ella me colma, clama contra mis muros, ella no es la mía, yo
no puedo detenerla, yo no puedo impedirle que me
atormente...” y termina diciendo “ella entra en mí”. Se
pregunta: “¿hay una sola palabra mía en lo que yo digo?”.

La relación del sujeto que habla con su propia palabra nos


lleva entonces a la cuestión del shifter, término inequívoco
tradicionalmente para los lingüistas, que puede ser
equívoco para el sujeto de la enunciación refiriéndonos con
él al que enuncia la frase.

Jakobson: símbolos - índices, he aquí todo el problema,


(recubrimiento del código sobre el mensaje: C/M), incluye
a los pronombres personales, terminaciones verbales, todo
lo que en una lengua designa al sujeto que habla, el sujeto
del hecho discursivo, que además hay que distinguir del
sujeto del hecho relatado, bien en el enunciado ambos
pueden llevar las marcas de la primera persona del
singular, y ambos aún pueden coincidir; con lo que
entramos también en el problema de la polifonía de toda
cadena significante34.

El shifter entonces: de una parte es un símbolo: significa la


persona que habla, que dice yo ( yo, je, ich, etc, según la
lengua); por otra parte, no puede representar a su objeto
sin estar en una relación existencial con el mismo (como
cuando señalo algo): la palabra yo designando al locutor
está existencialmente relacionada con su elocución,
funcionando como índice. Ejemplo: portero eléctrico,
diálogo:

¿Quién es?.

Yo.

Y ¿Quién es yo?...

(¿nunca les pasó?).

Entonces, por un lado: multiplicidad de significados


contextuales; por otro: yo significa siempre al locutor que
¿quién es? si me escucho como escucho a otros, y si, además
puede ser el sujeto de un enunciado perteneciente al relato,
o bien otro, como muestra Ducrot en el “discurso

34Jakobson distingue cuatro categorías: hecho relatado, hecho discursivo,


sujeto del hecho relatado, sujeto del hecho discursivo. Así, si yo relato una
anécdota en la que la protagonista dice: “realmente quedé muy
impresionada”, será el sujeto del hecho relatado distinto en ese caso del
sujeto del hecho discursivo. Todas las combinatorias entre las cuatro
categorías son posibles.
testimonial en estilo directo” (traducción sólo aproximada),
la ironía, la negación etc.35

Beckett concluye: “no volveré a decir yo, nunca más lo diré,


es demasiado estúpido. Lo sustituiré cada vez que lo oiga,
por la tercera persona, si pienso en ello...” (...) “No hay
pronombre para mí, no hay pronombre para mí” (página
249). Y es verdad que no hay pronombre que pueda

35 Ducrot en “Le dire et le dit”, capítulo Polyphonie, da los siguientes


ejemplos, en función de rebatir un prejuicio que atraviesa la lingüística
moderna que es el siguiente: “un enunciado, un sujeto”, en otros téminos
“la unicidad del sujeto de la enunciación”. Él postula los diferentes
desdoblamientos del locutor en numerosos ejemplos del diálogo cotidiano
de los que sólo citaré los más representativos:
• “ discours rapporté en style direct”: En un diálogo complejo, por ejemplo:
-L, a quien se le ha reprochado haber cometido un error, diciéndole: -“eres
un imbécil”, se revela diciendo: -“Ah!!!, Yo soy un imbécil, muy bien, ya
verás...”. Incluso cuándo él mismo se denomina imbécil, la fuente de tal
enunciado no es él, sino el locutor del reproche.
• el eco imitativo:
_A: “Me siento mal”
_B: “Me siento mal, me siento mal, no pienses en conmoverme de ese
modo”
• la ironía: tomando como Ej. un chiste. En un restaurante de lujo, un
cliente se sienta en su mesa con la única compañía de su perro, un
pequeño teckel. El dueño va a darle conversación jactándose de las
cualidades del restaurante: -“Ud. sabe Sr. Que nuestro chef es el antiguo
cocinero del rey Farouk” –“Ah, que bien... ” dice solamente el cliente. El
patrón, sin acobardarse continúa –“y nuestro encargado de vinos es el
antiguo encargado de la corte de Inglaterra... en cuanto a nuestro
repostero hemos recibido aquél del emperador Bao DÏA”, frente al
mutismo del cliente, el patrón cambia de conversación: -“Ud., señor, tiene
un hermoso teckel” A lo que el cliente responde: –“Mi teckel, señor, es un
antiguo San Bernardo”.
Respecto de todos y cada uno de estos ej. cotidianos: ¿quién habla?¿lo
designa el shifter?
apropiarme, que pueda nombrarme solo a mí, he aquí la
cuestión.

Se habrán dado cuenta de que he desarrollado hasta aquí


los tres puntos que Lacan plantea en “De una cuestión
preliminar...”, luego de decir que el sujeto no sabría hablar
sin escucharse, respecto de toda cadena significante:

1-) Ésta se impone por sí misma la sujeto en su dimensión


de voz,
2-) Ella toma como tal una realidad proporcional al tiempo,
perfectamente observable en la experiencia, que comporta
su atribución subjetiva;
3-) Su estructura propia en tanto que significante es
determinante en esta atribución que por regla, es
distributiva, es decir a muchas voces, que plantea pues
como tal al percipiens pretendidamente unificante, como
equívoco (páginas 513- 515, Escritos 2).

Hasta aquí, ¿es claro porqué es posible escuchar voces?,


cuestión que intenté demostrar está habilitada por la
estructura misma de la palabra.36

Ahora bien: si bien es cierto que no hay pronombre que no


sea equívoco por la estructura polifónica de la cadena y el
acto de la palabra, sí podemos decir que hay elementos en
el lenguaje que no son equívocos:

1-) el nombre propio, que se define sólo por su referencia al


código, (C/C), es una categoría circular que no entra en el
36 En el momento en que esto se clarifica, lo que se oscurece es ¿cómo no
las escuchamos normalmente?
encadenamiento significante, ya que no se define por su
relación con otros significantes (diferencial, de oposición)
para definir Juan no puedo apelar a otros significantes, no
se opone a los otros elementos del sistema. Bien, todo un
tema en particular de investigación por su particularidad
lingüística y más aún, clínica.

2-) Propongo pensar en un segundo término: la injuria y


porqué la voz puede tomar atribución subjetiva con la
injuria.

No es una tesis desarrollada en Lacan y no he encontrado


más que algunos señalamientos para pensarla, que he
remarcado en clases previas, hoy voy a compartir mis
hipótesis con ustedes y un caso al final que recibí por e-
mail, de una niña psicótica que lo único que hacía era
injuriar o, en argentino, putear a todo el que se cruzaba. El
caso es de Sandrine Salmón se llama “Les injures
d´Angeline” y si les interesa pueden pedirlo a la Biblioteca
de la E.O.L que se los envían enseguida sin problema.

Bueno, los señalamientos de los que les hablaba. Ustedes


saben que Lacan toma el famoso caso “Marrana” para dar
cuenta tanto de lo equívoco del percipiens (aquella
paciente no sabía a quien se dirigía la frase que ella misma
había dicho), como de la función de estabilización del
yo(je) con la injuria alucinatoria. Uno puede pensar que en
ese caso operó de ese modo, o bien, pensar que la injuria
misma tiene esa función. Ya hemos trabajado el caso. Sólo
voy a recordar aquél párrafo del Seminario 3, que me hizo
pensar la segunda hipótesis, en la página 231 de la edición
Castellana: “que el sujeto en la psicosis sólo puede
reconstruirse en lo que denominaré la alusión imaginaria,
se los mostré in vivo en una presentación de enfermos. A
este punto preciso llegamos. El problema que debemos
indagar es la constitución del sujeto en la alucinación
imaginaria”; haciendo la salvedad de las cuestiones en
juego respecto de la conceptualización “imaginaria” de la
alusión y del estatuto de la alucinación en el Seminario 3, la
misma no deja de operar como constituyente.

Lo indagué y busqué otros casos conocidos por todos para


que ustedes tengan la posibilidad de ir a leerlos y
verificarlo, me refiero a Aimée y a Schreber. En Aimée la
injuria luego de la cual el delirio paranoico tiene lugar es
“vache” y en Schreber, deben conocerla, el famoso “lúder”
que Dios profiere cuando ya del mundo no quedaba nada.
Es más, la psiquiatría clásica, que de cuestiones de
fenomenología no se le escapaba nada, describe que en la
paranoia, siendo los fenómenos elementales prácticamente
inusuales, se encuentra en el inicio del delirio
frecuentemente una alucinación de este orden, una injuria.
Les propongo que si tienen clínica con psicóticos lo
investiguen. Respecto de Schreber, también en el Seminario
3 Lacan toma a la injuria en esta operación, lo cito, en la
página 144 “la injuria aniquilante, es un punto culminante,
es una de las cumbres del acto de la palabra. Alrededor de
esa cumbre, todas las cadenas montañosas de ese campo
verbal son desarrolladas por Schreber desde una
perspectiva magistral”. Hasta allí Schreber estaba muerto y
el mundo había caído, desde allí la restitución delirante que
concluye con “ser la mujer de Dios”.

Bueno, pasemos al caso del que les hablé:


Es una nena de 11 años que se llama Angeline. Esta nena
cuando ingresa al servicio del hospital, como al ingresar al
consultorio, injuria: puta, imbécil, conchuda, puto... único
texto en el encuentro con el Otro. La cosa se hace difícil.
Sandrine escribe con ella. Ella escribe a repetición siempre
lo mismo, todo el tiempo y a todo el mundo, en garabatos
ilegibles, “descompuestos”, surcados por otros garabatos
encima: “te amo, papa, mama”, y firma: A. A. Luego pide que
Sandrine sostenga el papel y lo traspasa con el lápiz hasta
romperlo. Así comienza el tratamiento. Voy a saltear
detalles porque todo no viene al caso, y voy a situar tres
momentos que me parecen de una enseñanza excelente.

1-) Angeline le pregunta a su analista, luego de injuriarla


como de costumbre, si va decir a la radio (casa-radio) todas
esas injurias. Sandrine le responde que no, escribiendo que
de ese modo la priva de ser quien la que va a divulgar,
reflejar sus injurias, corriéndose del lugar de otro especular
que Angeline le propone. En este primer tiempo, la analista
se pregunta porqué la injuria masiva, muy fuerte, es la
dirección única de la palabra, dice: “Así la injuria viene a
colmar el espacio del encuentro. Como si Angeline no
pudiera sostenerse de otro modo que produciendo la
injuria”.

2-) Angeline empieza a escribir P.D, P.D (homófono de puto


en francés), todo garabateado por encima, le pide su
cuaderno, repasa con lápiz las letras de su nombre y
apellido y escribe debajo P. D. muy grande. “Estas dos letras
parecen venir a representarla”, dice Sandrine. Cada
entrevista, Angeline verifica lo que hay adentro del
cuaderno. Esto inaugura un juego: Angeline sale del
consultorio, putea a toda la sala y luego se encierra de
nuevo pidiéndole las llaves a Sandrine para cerrar la
puerta. Una intervención desatinada de la analista como
amo, tira este movimiento, con el que la nena se había
hecho un lugar, por la borda. En lo que sigue, Angeline
buscará en lo real una marca de la falta en el Otro,
interroga: “¿Yo te hago llorar a vos?”, luego de destruir
dentro del consultorio todo lo que encontraba, como hacía
en la sala. Sin respuesta a su pregunta y con una
interrupción de dos semanas como sanción que ponga
límite a su desborde, Angeline vuelve y escribe y agujerea
todo. : escritorio, silla paredes, el cuerpo de la analista, su
cara, etc., con letras que no se entienden si es PAPA o PADA;
termina agarrándola de los pelos a Sandrine que lo describe
entre la agresión y el estar colgada, pendiendo de ella
propiamente. La cosa sigue y en otra entrevista que le tira
con bolas de plastilina, la analista le dice que le hace mal y
le da miedo, las palabras no alcanzan, nuevamente le tira de
los pelos con violencia hasta hacerla llorar, la ve y la suelta.
Más allá de algunas cosas que interpreta esta analista, estoy
de acuerdo particularmente con una: fue necesario que vea
las lágrimas en sus ojos para recuperar el lugar de A
barrado y poder alojar a Angeline sin intrusión ni rivalidad.
(Ni el A, lugar en que la dejó una intervención como amo, ni
a, lugar difícil en la falta de ubicación que Angeline tenía,
pues no sólo hubiese sido un compañero imaginario, inocuo
en todo caso, dado que el par a-a´ parecía más bien disuelto
en sus dichos).

3-) Esta maniobra, con la que inscribe un orden real de


falta, (con las lágrimas en los ojos que muestran a la
analista dividida), la aloja en el Otro; desde ese momento
toma de la mano a la analista para dirigirse a distintos
lugares y personas, le pide que hable de ella, que le hable a
ella, etc. “Consiente a ser localizada en alguna parte”... Y
volvemos a su curiosa localización, cito a la analista: “Ella es
P.D que escribe de forma lacerante, obsesiva. Es lo que
queda de la injuria proferida”. La analista cuenta entonces
que nuevamente PAPA deja leer un PADA, que ella lee
como la injuria en intersección con su nombre. Angeline
escribe finalmente dentro de un circulo con virome roja
P.D. en la puerta del consultorio de ambos lados, intima a
Sandrine a escribir P.D y ella escribe A. A.: sus iniciales. La
injuria como localización del sujeto, real-escrita, en este
caso “parece abrir la escritura de otros significantes”, dice
finalmente la analista.

Y creo que sí, ya que no es posible hablar sin palabras


propias y para ello es necesario un lugar desde donde
poder hacerlo, un amarre enunciativo que localice al sujeto.

Traje este caso por dos razones:

*El lugar del analista en la psicosis, por sus aciertos y por la


enseñanza de sus errores aquí me pareció que podía ser
recortado con claridad.
*Es un caso de alguien que ni conozco, que se ha
encontrado en el trabajo con la psicosis con lo mismo que
yo, la particular operación que realiza la injuria localizando
al sujeto de la enunciación, ésta tomada en términos del
lugar desde el que se habla.
¿Por qué la injuria y no cualquier otro término de la
lengua?, ¿por qué no “linda”, “buena” como calificativos y sí
“puta”, “puto”, “cerda” o “mierda”?.

Primero un cuestión banal: Si alguien les dice “Sos una


mierda”, ustedes ¿se preguntarán qué me habrá querido
decir?, apuesto a que no. La injuria tiene esa particularidad,
no remite a otra significación para tener sentido, por eso
Lacan la llama “palabra clave”, “elemento aislado”,
“erotización del significante”, “la significación en tanto
inefable” (todo ello en la clase del Seminario 3 “Vengo del
fiambrero”); y ustedes saben que el problema del sujeto
hablante es la imposibilidad de hallar un significante que lo
represente, por la estructura misma del significante que
exige al menos dos para representar (lo que implica el
fading del sujeto). Vimos al comienzo lo equívoco del yo
para “embragar” por sí mismo al sujeto que enuncia la
frase, en razón de la polifonía de toda cadena. Dos
cuestiones que plantea la estructura, y que la psicosis hace
patentes.

La injuria puede pensarse, en este sentido como oferta de la


estructura, porque, es claro que es en las coordenadas de la
estructura misma que podemos encontrar respuestas, en
tanto el sujeto es efecto de ella.

Para terminar quiero citar una frase de Lacan en L


´etourdit, donde aún se ocupa de la injuria, en el año 72,
dieciséis años después del Seminario 3, la cita es de la
página 60, en la publicación de Escansión I. Está hablando
del fin de análisis y del duelo por el objeto al que el analista
se ve reducido, dice:
“... y, luego, que el insulto, si resulta por el ser del diálogo
tanto la primera como la última palabra, así como el juicio,
hasta el final sigue siendo fantasma, y para decirlo todo no
llega a lo real sino perdiendo toda su significación”.

Muchas gracias por haber compartido en estos encuentros


los rodeos hechos en estos años, y espero con gusto
vuestras preguntas, cuestiones, ideas en mi dirección de
correo: perdonia@ciudad.com.ar. Este recorrido habilitó
una respuesta a aquella pregunta acerca de cómo es posible
escuchar una voz... la respuesta abrió su inversión: ¿cómo
es posible no escucharla?

Lic. Andrea.D.Perdoni

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