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Editorial Gustavo Gilí, SL

JOHN BERG ER Via Laietana 47, 2º, 08003 Barcelona, España. Tel. (+34) 93
322 81 61
SOBRE LOS ARTISTAS Valle de Bravo 21, 53050 Naucalpan, México. Tel. (+52) 55 55

VOL.1 60 60 11
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JOHN BERGER
SOBRE LOS ARTISTAS
VOL.1

Edición a cargo de Tom Overton GG•


Traducción de Pilar Vázquez
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Para Beverly y para Gareth Evans ©de la introducción: Tom Overton, 2015
© de la traducción: Pilar Vázquez
Título original: Portraits: John Berger on Artists, publicado origi-
y para esta edición:
nalmente por Verso, Londres, 2015.
© Editorial Gustavo Gilí, SL, Barcelona, 2017
la editorial ha dividido este libro en dos volúmenes, siendo
este el primero de ellos. ISBN: 978-84-252-3060-8 (epub)
www.ggili.com
Diseño de la cubierta: Toní Cabré/Editorial Gustavo Gilí, Sl
Producción del ebook: booglab.com
Ilustración de la cubierta: Retrato de joven, El Fayum, siglos
1-111.

Staatlíche Antikensammlungen und Glyptothek, Múních


Ilustraciones págs. 46 y 219: © John Berger y herederos de
)oh n Berger;
pág. 97: © Sebastiao Salgado/Amazonas lmages/Contacto

Cualquier forma de reproducción, distribución, comuni-


cación pública o transformación de esta obra solo puede se r
rea lizada con la autorización de sus titu lares, salvo excepción
prevista po r la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de
Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita foto-
copiar o escanear algún fragmento de esta obra.

la Editorial no se pronuncia ni expresa ni implícitamente res-


pecto a la exactitud de la información contenida en este libro,
razón por la cual no puede asumir ningún tipo de responsa-
bilidad en caso de error u omisión.

© John Berger, 2015, y herederos de John Berger


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Índice Honoré Daumier (1808-1879)
lean -Fran~ois Millet (1814-1875)
Prólogo John Berger
Gustave Courbet {1819-1877)
Introducción Tom Overto n
Edgar Degas {1834-1917)

Los pintores de la cueva de Chauvet (hacia 30000 a. C.) Ferdinand "Le Facteur" Cheval (1836-1924)

Los retratistas de El Fayum (siglos Paul Cézanne (1839-1906)


1-111)

Piero della Francesca (hacia 1415-1492)


Origen de los textos
Antonello da Mesina (hacia 1430-1479)
Andrea Mantegna (1430/1431-1506)
Giovanni Bellini (hacia 1433-1516)
El Sosco (hacia 1450-1516)
Matthias Grünewald (hacia 1470-1528)
Alberto Durero (1471-1528)
Miguel Ángel (1415-1564)
Tiziano (1485/1490-1576)
Hans Holbein ~!oven (1497/1498-1543)
Pieter Brueghel el Viejo (hacia 1525-1569)
Caravaggio (1571-1610)
Frans Hals (1582/1583-1666)
Diego Velázguez (1599-1660)
Rembrandt (1606-1669)
Willem Drost (1633-1659)
Jean -Antoine Watteau (1684-1721)
Francisco de Goya (1746-1828)
l. M. W. Turner (1115-1851)
lean-Louis-André -Théodore Géricault (1791 -1824)
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Prólogo Desp ués de habe r cont emp lado una obra de arte, me voy
del mus eo o de la galería de arte en la que estab a expu esta Y
Siem pre he dete stad o que diga n que soy crítico de arte. Es
entro, vacilante, en el estud io en el que fue cread a. Allí aguar-
cierto que d uran te d iez años , más o men os, escri bí en pren sa
do con la es pera nza de ap re nder algo de la histo ria de su
regu larm ente sobr e tema s relac iona dos con artis tas, exposi-
creación. De las espe ranz as, de las decis ione s, de los errores,
cion es priva das o públicas y mus eos, así que el térm ino está
de los desc u brim iento s implícitos en esa historia. Hablo para
justificado. mí recu erdo el mun do exterior al estud io y me dirijo al artis ta
Pero en el amb iente en el que me form é a partir de la ado- '
a quie n, tal vez, cono zco, o quie n pued e llevar varios siglo s
lescencia, llam ar a alguien crític o de arte era un insulto. Un
mue rto. A veces, algo de lo que hizo me resp onde . Nunca hay
crítico de arte era alguien que juzg aba y pontificaba sobr e
una conc lusió n. A veces surg e un nuev o espa cio que nos
cosa s sobr e las que sabía un poco o direc tame nte nada. Los
desc onci erta a los dos. Y, tamb ién, a veces, se da una visión
críticos de arte no eran tan malo s com o los marc hant es, pero
que nos deja boqu iabie rtos ... , boqu iabie rtos com o ante una
eran unos pesa dos.
revelación.
Aquel era un amb iente de pinto res, escu ltore s y artis tas
Son los lecto res de mis textos quie nes tienen que valorar
gráficos de toda s las edad es que luch aban por sobrevivir y
el resu ltado de este plan team iento , de esta práctica. Yo no sa-
por crear sus obra s con un míni mo de publicidad, y sin
bría decirlo. Siem pre dudo . De una cosa , sin emb argo , estoy
apla uso algu no o justo reconocimiento. Eran astu tos, se po-
segu ro, y es m1 agra deci mien to a todo s los artis tas por su
nían unos listo nes muy altos, eran humildes; los mae stros
hospitalidad.
antig uos eran sus com pañe ros y se mos traba n frate rnalm ente
Las ilust racio nes de este libro son toda s en blan co Y
críticos unos con otros , pero les importa ban un com ino el
negro. Se ha hech o así po rque en el mun do cons umis ta de
merc ado del arte y sus prom otore s. Muc hos eran refugiados
hoy día las brillantes repro ducc ione s en color tiend en a con-
políticos y, por natu raleza, eran pros crito s. Así eran los hom - verti r lo que mue st ran en artículos de un catálogo de lujo
bres y las muje res que me ense ñaro n y me inspiraron.
para millonarios, mien tras que las repro ducc ione s en blan co

Su inspiración me llevó a escribir inter mite ntem ente sobr e y negro son sencillos reco rdato rios.
arte en el curs o de mi larga vida de escritor. Pero ¿qué suce de
John Berg er
cuan do escri bo - o inten to escr ibir- sobr e arte?
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24 de marzo de 2015 Nota a la edición castellana
Si bien la edición inglesa origina l de este libro se publicó en
un ún ico vo lumen, en castellano aparece en dos separados,
siendo este el primero de los dos. Este volumen abarca desde
las p inturas prehistóricas de la cueva de Chauvet hasta el ad-
ven im iento de la modern idad con Paul Cezánne, m ientras
que el segundo incl uye ensayos de artistas que van desde
Claude Monet hasta Randa Mdah, una artista palestina nac ida
en 1983- Por e llo, en la introducción se especifican aque llas
referenc ias a ensayos que se recogen en el segundo volumen.
En aquellos capítu los compuestos por d iversos frag-
mentos de ensayos sobre e l mismo artista, se marca con ***
el cambio en el texto.
Se conservan las notas a pie de página de la edición o ri -
ginal, a las que se añaden las notas del editor castellano [N .
del Ed.].
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INTR ODU CCI ON carta s a los suyo s a los sold ados que no sabía n escribir. Mu-
LA CO MPA ÑÍA D EL PAS ADO chas vece s le pedí an que añad iera algu nas flori turas a lo que
TOM OVE RTO N le dicta ban, y, a camb io, ellos le brind aban su prote cción . No
se trata ba, pues , del magn ífico ais lami ento de l nove lista o del
"Mu chas vece s pien so que inclu so cuan do escri bo sobr e arte
crític o ester eotíp ico; más bien, Berger se veía com o uno más
lo que hago es escri bir relat os: los narra dore s, quie nes cuen -
en aque l ento rno socia l, inclu so se podr ía decir que estab a a
tan histo rias, pierd en su iden tidad y están abier tos a las vida s
su servicio.
de otras pers onas ", decía John Berg er en 1984.
En 1962 Berg er aban donó Gran Breta ña y pasó los ai'los
A algu nos amig os de Berger, Geof f Dyer y Susa n Sont ag
inme diata men te post erior es vivie ndo en difer entes parte s de
entre ellos , no les conv enció esta expli cació n. ¿No era una
Euro pa. Solo cuan do se estab leció en el pueb lo alpin o de
histo ria que cont aba Berg er sob re sí mism o? ¿No es lo de
Quincy, a med iado s de la déca da de 1970, pudo su espo sa,
cont ar histo rias una form a oral, y no se dedi can los escri tores
Beverly, emp ezar a mon tar un arch ivo litera rio estab le de los
com o Berg er al mun do del libro ? No obst ante , Berg er nunc a
docu men tos que habí an sobre vivid o.1 Cuan do el arch ivo
se desd ijo, en parte porq ue esa form a, ese "esc ribir relat os",
llegó a la British Library en 2009 , vení a liger amen te edita do
abar ca toda su obra , emp ezan do por los cuen tos y las obra s
conform e a esa lógic a narra tiva, de relat o oral: lo que más le
dram ática s, sigui endo por los poem as, las nove las, las piez as
inter esab a a Berger, segú n dijo, no eran las nota s y los borra -
radio fónic as, las pelíc ulas, las insta lacio nes y los ensa yos, y
dore s que habí an salid o de su man o, sino las carta s o los
term inan do por toda suer te de repre senta cion es inclasi-
men sajes que le habí an envi ado a él.
ficab les reali zada s en colab orac ión con otro s. Com o ha seña -
Berg er nació en Lond res y su decis ión de dona r el archi vo
lado Marina Wa rner, la fo rma en la que Berger se dirigía al
a la British Library en lugar de vend erlo al mejo r post or ya fue
espe ctad or que lo veía en la telev isión en la serie de la BBC
un hech o significativo en sí mism o. Ya habí a estab lecid o un
Ways of Seing [Modos de ver], en 1972, se pare cía a las alocu - prec eden te con un gest o simi lar en 1972, cuan do desc ubrió
cion es direc tas, habl adas , de unas form as muc ho más anti-
que la fund ación que otorg a el Prem io Booker McConnell,
guas de com unic ació n.
prem io que le habí a sido conc edid o por su nove la G.,2 habí a
Berger sugie re que emp ezó a cons idera rse narra dor du-
tenid o cone xion es con el tráfico de escla vos. Su resp uest a
rante su servi cio militar, en 1944, cuan do les escri bía las
cons istió en repa rtir el prem io a parte s igua les entre los
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Panteras Negras y su siguiente proyecto, una colaboración a lgo que puedas hacer esporád icamente. Para m í, enton-
con el fotógrafo Jean Mohr en la que investigaron y estu- ces, hab ía demas iadas urgenc ias políticas para pasarme
d iaron e l mal trato de que eran objeto los trabajadores inm i- la vida pintando. Lo más u rgente era la amenaza de la
grantes en Europa, estud io que se plasmaría en el libro Un guerra nuclear: el peligro, por supuesto, venía de Was-
séptimo hombre.3 En 2009, al igual que en 1972, Berger consi- hington, no de Moscú.
deraba que no se trataba de una cuestión fi lantrópica o cari-
Escribió charlas sob re temas de arte para la BBC, más tarde
tativa, sino de lo que él defin ió como "m i desarrollo continuo
como escritor: de lo que se trata es de mi re lación con la cul- columnas para las revistas Tribune y New Statesman, y hac ia
1952, sus compañeros de promoción lo consideraban escritor
tura que me formó".
más que otra cosa. Su primer li bro fue un ensayo sobre el
El archivo conservado hoy en la Brit ish Library contiene
más textos q ue imágenes, y los dibujos, cuando los hay, son pintor ital iano Renato Guttuso,4 publicado en 1957. El ar-
chivo tamb ién lo muest ra componiendo Permanent Red: Ess-
puramente margina les. Pero cuando, entre 2010 y 2013, me
ded iqué a lee rl o y cataloga rlo, al tiempo que escribía una tesis ays in Seeing,5 su primera recop ilac ión de art ículos, y escri-
biendo una novela, Un pintor de hoy,6 en la que ofrece en
doctoral, me fu i dando cuenta de las muchas veces que Ber-
forma de ficción algunos de los mismos temas y argumentos
ger estaba también escribiendo sobre arte cuando contaba
t ratados en los artículos.
una historia.
Entonces, al igua l que hoy, Berger se conside raba, entre
Los primeros fragmentos del arch ivo proceden de la
otras cosas, marx ista, aunque nunca llegó a se r m iemb ro del
época en la que Berger empezó su carrera de pintor, de sus
Partido Comunista. Lo q ue le exigía fundamentalmente al
estudios en la Chelsea School of Art y en la Central School of
arte, una exigencia que proven ía de sus lectu ras de Frederick
Art, de sus exposiciones en Londres, de cuando un cuadro
Anta!, de Max Ra phael, y de sus conversaciones con los artis-
suyo entró en la Colección de l Arts Council. En 2010, Berger
tas emigrados en tre los que vivía, era: ¿ayuda o an ima esta
expresaba lo s igu iente:
obra a los seres humanos a co noce r y reclamar sus de rechos
Fue una dec isión consciente la de dejar de pintar -pero sociales? Pa ra él, el realismo socialista que rep resenta ba a los
no de d ibujar- y ded icarme a escribir. Un p intor es obreros soviéticos estajanovistas era obviamente p ropa-
como un vio lin ista: tienes q ue toca r todos los d ías, no es ganda, pe ro también lo era el expresionismo abstracto
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estadounidense: liberado de cualquier otra función, no repre- una especie de guía práctica, más que insp iración . Fiel a una
sentaba más que al capital.z Durante toda esa década de- declarac ión real izada en 1956, en la que dec ía que "si es cierto
fen d ió un tipo de p intura y escu ltura mayormente figurativo, que soy un propagand ista político, me enorgu llezco de serlo.
pero basado en los descubrimientos de la abstracción mo- Pero m i corazón y mis ojos siguen s iendo los de un pintor",
derna. se dispone a aprender de la experiencia de m irar no solo
En 1959, Berger escribió un artícu lo titulado "Staying como art ista, sino también como narrador. En un artículo
Socialist" ["Segu ir s iendo socialista"], en e l que reconocía que publi cado en New Society en 1978 aprobaba la mane ra en la
se hab ía "equ ivocado en gran medida con respecto a los jóve- que dos académicos, Linda Nochlin y Timothy J. Clark, expl i-
nes pintores de este país. No han evolucionado conforme a caban en sus obras respectivas "la teoría y el programa de l
las líneas que yo había previsto''. En otras parcelas, s in em- Rea lismo de Gustave Courbet", desde el punto de vista social
bargo, tenía más esperanza, y añad ía: "Lo que profetizaba en e h istórico.9 Pero, según Berger, la cuestión seguía abierta:
el campo de la escultura y la pintura ha resultado ser cierto "¿Cómo lo practicaba con los ojos y las manos? ¿Cuál es el
en e l de la lite ratura y el teatro". significado de esa forma suya, ún ica, de representar las apa-
En este momento, empezó a abandonar la actividad de riencias? Cuando decía que el arte 'es la expresión más com-
crítico de arte, dedicado a tiempo completo a las reseñas de pleta de lo existente', ¿qué entendía por 'expresión'?''. Y conti-
exposiciones, pero las artes visuales no dejaron de tene r una nuaba examinando cómo en Entierro en Ornans (1849-1850)
presencia vital en su escritura. Los dos personajes princi-
Courbet había pintado un grupo de hombres y mujeres
pales de Un pintor de hoy se conocen contemplando el Re-
ta l como podrían aparecer cuando as isten a un funeral en
trato de Isabel de Porcel de Francisco de Goya en la National
el pueblo, y se había negado a organiza r (armonizar) las
Gallery, y en La libertad de Corker,8 el turbador descubri-
apariencias dándoles un s ign ificado más elevado, inde-
miento de una reproducción de La Maja desnuda en la tapa de
pend ientemente de que este fuera falso o auténtico.
una caja de bombones es un indicador del carácter típ ica-
Courbet rechazó la func ión del arte como moderador de
mente inglés de l protagonista; de su rep resión y de su insa-
las apariencias, como algo que ennoblece lo visible. En
t isfacción .
su lugar, pintó, en un lienzo de veintiún metros cua-
Inevitablemente, ta l vez, para alguien con su t ipo de
drados, un grupo de figuras en tamaño natura l en torno a
formac ión, Berger s iempre ha buscado en las artes visuales
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una sepultura; unas figuras que no anunciaban nada, su rea lismo socialista de la década de 1950 en una suerte de
salvo "así es como somos". rea lismo mágico, en el que coexisten vivos y muertos. De
modo que cuando en 2009 donó e l arch ivo, ofreció una
Por esa época, Berger estaba trabajando en la trilogía De sus
entrevista en la que suge ría que los arch ivos eran
fatigas (1979-1991), una colección de relatos, muy relac io-
nados entre sí e inspirados en Quincy y las montañas de l en- otra manera de estar presentes de las pe rsonas que vivie-
torno, sobre la vida rura l como una forma de d ign idad hu- ron en el pasado, estén todavía vivas o hayan desapa-
mana en vías de desaparición. En los borradores del primer recido. Esto me parece una de las cosas esenciales de la
libro, Puerca tierra (1979), 10 guardados en el archivo, Entierro condición humana. Es lo que dife rencia al ser humano de
en Ornans aparece en una lista de "ilustraciones posibles". El cualqu ier otro an imal: vivir con aque llos que han vivido y
funeral representado en el cuadro t iene lugar en el Jura, una la compañ ía de qu ienes ya no están vivos. Y no se t rata
región s ituada a unas tres horas al norte de Qu incy. Courbet necesariamente de pe rsonas que uno haya conocido
lo pintó entre 1849 y 1850, lo que s ign ifica que el abuelo que pe rsonalmente, me refie ro a pe rsonas a las que solo
pierde la vista en el relato t itulado "También aú lla el viento", conocemos por lo que hicieron o por lo que han dejado
uno de los relatos que forman parte de Puerca tierra, habría t ras ell as; esta cuestión de la compañ ía del pasado es lo
tenido más o menos la edad del monagu illo que aparece en que me interesa, y los arch ivos son una especie de yaci-
prime ra fi la. Parece que pod ría haber servido a Berger para miento o de em plazam iento, en e l mismo sentido en e l
imaginarse el lugar de su vec ino en la historia. que nos referimos a los yac im ientos arqueológicos.
Este sentido de las relac iones vivas es fundamental en la
La expe riencia de mi ra r a las a rtes visuales no ha dejado de
idea que tiene Berge r de su vocac ión de na rrador. Procede de
jugar un papel importante en la evolución de la narrativa
Max Raphael, quien, según cre ía Berger, hab ía mostrado
bergeriana. La correspondencia en Tiziano: ninfa y paston2
"como no lo había hecho n ingún otro esc ritor, el significado
empieza con el fantasma de Tiziano apa reciéndosele a la hija
revolucionario de las obras he redadas del pasado [...) y de las
de Berger en una exposición en Venecia. El pe rsonaje de
obras que se crearán en el futuro". La idea, expresada en
"John" que discurre a lo largo de las páginas de Aquí nos
Modos de 11er,11 de que el capitalismo func iona po r el proced i-
miento de se pa ra rnos de la histo ri a le condujo a t ransformar 11emos13 nos recue rda al protagon ista de Un pintor de hoy. En
los borradores guardados en los archivos hay reproducciones
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de los retratos de El Fayum, así como las guardas para la pri- cada pieza, es un retrato en el sentido de que responde con
mera edición de De A para X. g El cuaderno de Bento!S ima- suma atención y empatía a la complejidad de la vida, la obra y
gina el descubrim iento de los dibujos de l fi lósofo favorito de la época en la que ha vivido un artista determinado, o, como
Karl Marx, Baruch Spinoza. Pero si hay tanto en la escritura en e l caso de los dos primeros capítulos, un grupo de artistas
de Berger que tiene que ver con el arte, ¿en qué puede ser útil unidos por el anon imato.18 Una pareja -Lee Krasner y Jack-
reunir una colección como esta? son Pollock, por ejemplo (vol. 2)- constituye, conforme a la
En su introducción a Selected Essays of john Berger,J.Q lógica que Berger sigue en ese artículo, un dob le retrato in-
Geoff Dyer invitaba a los lectores a utilizar el ejemplo de Ber- separable.
ger para "volver a trazar los mapas" de las grandes nociones El ensayo de 1967 titulado "No More Portraits" ("No más
de la literatura contemporánea, en particular la idea de que retratos") era una especie de autopsia de una trad ición que
escribir novelas es más importante o tiene más prestigio que había quedado plenamente ejemplificada en la National Por-
escribir ensayos. Como lo expresaba Pablo Picas so en 1923: trait Gallery. En el artículo se identificaban los tres factores
"Siempre que he tenido algo que decir, lo he dicho de la ma- que contribuían a este final. El primero y más obvio era la
nera en la que sentía q ue debía decirse. Cada motivo requiere aparición de la fotografía. El segundo la incapacidad creciente
inevitab lemente un método de expresión d iferente".11 de creer en los roles sociales de los retratados, unos roles
Este libro intenta mostrar una amplia gama de las res- que se creían confirmados por este t ipo de arte, el retrato.
puestas al arte ofrecidas por Berger a diferentes temas artís- Pensemos, por ejemplo, en los retratos que hizo Hals de los
ticos, incluyendo, pero no limitándose, al ensayo. Las más ciudadanos acomodados de su entorno; incluso en estos,
convencionales son las reseñas de exposiciones; la menos Berger se imagina el desagrado que le causaría al pintor esta
convencional es probablemente la elegía que le dedica a Juan tarea, su resentim iento primordial hac ia los regentes de l
Muñoz (vol. 2), escrita en forma de una serie de cartas d iri- as ilo .
gidas al poeta turco Nazim Hi kmet (vo l. 2), desaparecido El tercer factor es que gracias a los cambios tecnológicos,
hace ya bastantes años. Entre medias hay poemas, frag- políticos y artísticos asociados a la modernidad, ya "no pode-
mentos de novelas y dramas, al igual que piezas escritas en mos aceptar que se pueda establecer adecuadamente la iden-
forma de diálogo, las cuales muestran la faceta colaborativa tidad de una persona fijando y preservando su aspecto desde
de Berger desde el principio de su carrera. Cada capítu lo, un solo punto de vista, en un solo lugar". Aquí vemos la
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semilla de la famosa línea de C.: "Nunca más se volverá a Lo que hace d ife rente la vida de un pueblo es que esta es
contar una sola historia como s i fuera la ún ica". tamb ién un autorretrato vivo: un retrato comunal, en
Este libro no intenta rehab ilita r esa tradición, sino más cuanto que todos son retratados y retratistas. Al igual que
bien poner de rel ieve la frecuenc ia con la que en sus escritos en las tal las de los capiteles román icos, existe una iden-
Berger alcanza la intens idad del enfoque y la empatía imagi- t idad de espíritu entre lo que se muestra y el modo de
nativa de las excepciones: los retratos de El Fayum o Rem- mostrarlo: como s i los esculpidos y los escultores fue ran
brandt; la comparación es irresistible dada la variedad, la fre- las m ismas personas. Pero el auto rret rato de cada pueblo
cuencia y la insp iración con las que Berger ha escrito sobre no está const ruido con pied ras, sino con palab ras, habla-
é l. En el inte rcambio epistolar con Leon Kossof (vol. 2), Ber- das y recordadas: con opiniones, historias, re latos de tes-
ger expone su vis ión de lo que sucede en lo que para él es un t igos p resenciales, leyendas, comentarios y rumores. Y
buen retrato: es un ret rato con tinuo; nunca se deja de trabajar en é l.19

La noción romántica del art ista creador eclipsó -como Como los artícu los de este li bro no fue ron escritos pa ra ser
lo sigue eclipsando hoy la noción del art ista estre lla- el leídos tal co mo apa recen aquí p resentados, e l efecto logrado
papel de la receptividad, de la apertura, en el artista. Y t iene algo que ver con la fa mosa prime ra escena de la serie
esta es la condición para cualqu ier tipo de colaboración. Ways of Seeing, en la que Berger apa rece cortando el lienzo de
lo que parece se r la cabeza de la Venus del Venus y Marte, de
Este es el único sentido en el que pa rece justo considerar
Sandro Botticel li, y anuncia una es pecie de détournement
esta reco pilación -y p roba blemente es im posible no ha-
si tuacion ista: "La re producción aísla un detal le de un cuad ro
ce rlo- como algo que se añade a un au torretrato (Dyer dec ía
del resto. El deta lle se transforma en tonces. Una figura alegó-
que su Selected Essays ofjohn Berger era "una especie de auto- rica se convie rte en e l retrato de una chica".
biografía indi recta"). Berger se encuent ra a cie rta d istancia de
Una vez que establecí los p ri nc ipios que guia rían la selec-
la asoc iación que estableció Michel de Montaigne entre e l en-
ción, me quedaba la cuestión de la organización . David Syl-
sayo y el autorretrato: "pinto para mí mismo". Pe ro un pasaje
vester es un ejem plo más o menos contemporáneo; cuando
de un ensayo de Berge r de i978, "El narrador", nos confi rm a
editó su About Modern Art,20 optó por una est ructu ra temá-
que la analogía entre el retrato y la narración no es de masiado
t ica, comparándola con una exposición retrospectiva. En el
1m precisa:
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prólogo, Sylvester recuerda q ue é l y Berger se habían formado su cumbre. La ob ra de arte que ha sobrevivido hasta
como críticos en la prensa lond inense de la década de 1950 y nuestros días parece as í confirmar nuestra posición
atacaba a Berger por no haber reconocido y promocionado a supe ri or. El objetivo de su supervivencia é ramos noso-
los m ismos artistas, fundamenta lmente a Francis Bacon y a t ros.
Alberto Giacometti, con la misma energía que él.n Esto no es más que una ilusión. La historia no concede
Ya en 1959, Berge r admitía: "Llevo el tiempo suficiente ha- privilegios. La prime ra vez que vi el retablo de Grünewald
ciendo crítica de arte para que se pueda demostrar que me he estaba deseando situar/o históricamente. En té rminos de
equivocado". Una de las características más claras de la larga la re ligión med ieval, la peste, la med icina, el lazareto.
vida de Berger como escritor es su costumbre -tal vez, la Hoy soy yo quien se ve obligado a situarse
necesidad- de recons iderar, y el texto clave para entenderlo históricamente.22
es el ensayo "Entre los dos Colmar", en el cual describe la
Esta es una visión de la h isto ri a que trata de forjarse en torno
expe ri encia de visitar el retablo de Grünewald antes y después
a la percepción de una pi ntura. Muchos de los otros ensayos
del desencanto revo lucionario de 1968:
publicados junto a "Entre los dos Colmar" trazan el retorno
Las dos veces que fu i a Colmar era invierno, y en ambas repetido a la obra de un artista u otro, unos retornos en los
ocasiones la ciudad estaba atenazada po r el frío, ese frío que s iem pre encuen tra algo distinto. Los artículos sobre la
que viene de la llanura y trae con él un recuerdo del ham- obra de Henry Moore (vol. 2) y su enma rañamiento en la
bre. En la m isma ciudad, bajo unas condiciones físicas política cultu ral de la Guerra Fría son un ejemplo; otro ejem-
similares, vi de forma diferente. Es un lugar común que plo lo consti tuyen las respuestas esc ritas que ha ido dando a
la s ign ificac ión de una obra de arte cambia con el t iem- lo la rgo de toda su vida a las imágenes del envejecimien to
po. Por lo general, s in embargo, este conocimien to se humano que ofrece Rembrandt. Los art ículos que examinan
ut iliza para d istinguir en tre "ellos" (en el pasado) y la fo rma en que Claude Monet (vol. 2) se sometió a la d isci-
"nosotros" (en el presen te). Tendemos a rep resenta r a plina de p inta r una y otra vez la misma catedral, "captando en
ellos y sus reacciones ante el arte como parte de la h is- cada lienzo una t ransfo rmac ión nueva y d iferente confo rm e
toria, al tiempo que nosotros nos atribu imos una vis ión de cambiaba la luz", ofrecen una mane ra de considerar lo que el
conjun to que lo dom ina todo desde lo que consideramos pro pio Berger hace en su escritu ra.
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Los anterio res colaboradores de Berge r a la ho ra de dis- moldea rá nuestra ma nera de entende r esa imagen .
poner las imágenes -entre e llos Jea n Moh r, Richa rd Ho llis y La estru ctu ra ampl ia de este libro se de riva de la crono-
John Ch ri stie- han puesto el listón muy al to al imp regna r logía de la in mensa ga ma histórica de artistas sob re los que
sus libros con la noción de que las reproducciones fotográ- ha escrito Berge r. En este sen tido represe nta su historia del
ficas pueden ser un lenguaje revolucionario por derecho pro- arte. Pero al dejar espacio pa ra que emerjan en cada capítulo
pio. Ha ha bido varios in tentos de actual izar la serie televisiva esos repetidos reto rnos en el orden en e l q ue fueron escritos,
Ways of Seing pa ra adapta rl a a la e ra de la rep roducción digi- se transform a en una se rie de retratos, esc ritos co n la aper-
ta l, lo que pa rece sugerir que au nque su sopo rte haya enve- tu ra propia de l narrado r para con la vida de los otros. Esta es-
jecido, las tesis esenciales todavía se mantienen; la se ri e de t ru ctu ra no carece de peligros; el propio Berger razonaba en
televisión no se puede sacar en DVD precisa mente deb ido a 1978 que "trata r la histo ri a del arte como s i fuera una carrera
las cuestiones so bre arte y propiedad q ue se t ratan en ella. en la que unos genios toman el relevo de otros es una ilus ión
Pero estas mismas cuestiones s ignifican ta m bién que el lec- individua lista, cuyos orígenes renacen tistas se corresponden
tor puede ve r la serie gratis onl ine, y segui r el inme nso vo- co n la fase primitiva de acu mul ación de capital privado".
ca bula ri o a rtístico de Berger haciendo búsquedas en inte rn et. Adm itía q ue esta actit ud, inco mpatible co n los valo res y el
Las ilustracio nes em pleadas en este libro tratan de impe- espíritu del na rrado r, no ha bía sido tenida en cuenta en
d ir lo que Berger descri be como una tau tología de palab ra e Modos de ver. Pe ro tamb ién reflexionaba en otro luga r que "el
imagen y as imismo ese ambiente p ropio de los libros de gran desc ui do en las fechas puede se r desastroso; co mpa ra r fe-
formato y pa pel cuché. Siemp re como referencias en blanco y chas es un estímulo infa lible para el pensa m iento", y esta es-
negro, o "recordatori os", como explica el pro pio Berge r en s u t ru ctu ra da al instan te una idea de la vastedad histó ri ca de la
prefac io, estas imágenes tiene n un plan teamiento d istin to en obra, y la hace fác il de co nsul tar. Hojeando el libro se o btie-
cada texto. A veces, ponen de rel ieve una ca racteríst ica rele- nen rápidas instantáneas de lo esc rito sobre un artista u otro
va nte de una ob ra; a veces, subraya n el talen to de Berger para en particular. Lee rlo de p rin cipio a fin po ne de re lieve el
las comparacio nes inespe radas. Más ge ne ralmente, inte nta n deseo instint ivo de da r una visión histórica po r parte de Ber-
ilustra r las re laciones esencialme nte d ialécticas entre el texto ge r, cua ndo, po r ejemplo, se recue rda a sí mis mo que un a r-
y la imagen en la obra de Berge r: e l patrón según el cual una t ista es co ntemporá neo de otro, quien, en este caso, aparece
imagen da forma a un text o, el cual, poste ri ormen te, en e l s igui ente ca pítulo.
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Se lea como se lea, desde las pinturas de las cuevas de l Berger llamaba a los doc umentos oficiales el Nuthatch
Chauvet hasta la obra de Randa Mdah (vol. 2) sobre la Pales- Archive, por el apodo con el que llamaba a Beverly. El nutha-
t ina contemporánea, este libro construye una historia del arte tch [el trepado r azul] es un pájaro común en Europa que se
que no trata de establecer distinciones, sino de establecer pasa la mayor parte del tiempo colgado de las ramas de los
conexiones, no solo entre los artistas, sino también entre los árboles, en ocasiones cabeza abajo.
artistas y nosotros. Finalmente, esto nos lleva hasta la ún ica 2 Berger, John, G.: A Novel, Weidenfeld and Nicolson, Lon-
defi nición de genio que cabe, tal vez, en la obra de Berger, d res, 1972 (versión castellana: c., Alfaguara, Madrid, 1994)
una cita de Simone Weil de 1942 que él mismo utiliza en su [N. del Ed .].
artículo sobre los retratos de Géricault: 3 Berger, John, A Seventh Man, Penguin, Harmondsworth,
1975 (versión castellana: Un séptimo hombre, Capitán Swing,
El amor por nuestro prójimo, cuando es resu ltado de una
Madrid, 2014) [N . del Ed.].
atención creativa, es aná logo al talento.
4 Berger, John, Renato Guttuso, Verlag der Kunst, Dresde,
1957 [N. del Ed .].
5 Berger, John, Permanent Red: Essays in Seeing, Methuen,
Londres, 1960 [N . del Ed.].
6 Berger, John, A Painter of Our Time, Secker & Warburg,
Londres, 1958 (vers ión castellana: Un pintor de hoy, Alfaguara,
Madrid, 2002) [N . del Ed.).
z Aunq ue esto les sonara paranoico a muchos de sus con-
tem poráneos, ensayistas posteriores han investigado las ac-
t ividades culturales financiadas por la CIA en esa época, par-
t icularme nte a través del Congress for Cultural Freedom.
§. Berger, John, Corker's Freedom, Methuen, Londres, 1964
(versión castellana: La libertad de Corker; lnterzona, Buenos
Aires, 2016) [N. del Ed .).
9. Véase: Nochl in, Linda, Realism, Penguin Books,
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Harmondsworth, 1971 {versió n castellana: El Realismo, Alian- !.§. Dyer, Geoff {ed.), Selected Essays ofjohn Berger, Vintage,
za Ed itorial, Madrid, 1991) ; y Clark, Timothy J., lmage of the Nueva York, 2001 [N. del Ed.].
People: Gustave Coubert and the 1848 Revolution, Tha mes & 11 El propio Berger e mpleó esta cita en The Success and
H udson, Lond res, 1973 {versión castellana: Imagen del pue- Failure of Picasso, Penguin, Ha rmondsworth, 1965 (versión
blo: Gustave Courbet y la Revolución de 1848, Ed itorial Gustavo castellana: Fama y soledad de Picasso, Alfaguara, Mad rid,
Gi lí, Barcelona, 1981); y The Absolute Bourgeois: Artists and 2013) .
Politics in France 1848-1851, Thames & H udson, Lond res, 1973- 1ª Fuera de estos parámetros, Berger ha prod ucido toda
10 Berger, John, Pig Earth, Writers and Readers Pub. una serie de textos más teóricos que se acercan a l ámbito,
Cooperative, Londres, 1979 {versión castellana: Puerca tierra, más amplio, de los períodos históricos: por ejemplo, "The
Alfaguara, Madrid, 2016) [N . del Ed.J . Mo ment of Cubism" o "The Clarity of the Renaissance", y tex-
11 Berger, John , Ways of Seeing, BBC/Penguin Books, Lon- tos que demuestran su pa pel, aún poco reconocido, en la
dres, 1972 (versión castellana: Modos de ver, Ed itorial Gustavo presentación y la defe nsa de escritores como Bertolt Brecht,
Gi lí, Barcelona, 2016) [N . del Ed.J. Walter Benjamín y Ro land Barthes al públ ico de habla inglesa.
12 Andreadakis Berger, Katya y Berger, John, Titian: Nymph Estos serán recogidos en otro libro: Landscapes. john Berger
and Shepherd [1996], Bloomsbury, Londres, 2003 (versión on Art, (Verso, Londres/Nueva York, 2016), editado por To m
castellana: Tiziano: ninfa y pastor, Ed iciones Árdora, Madrid, Overton.
1999) [N . del Ed .]. 19 Berger, John, "The Storyteller", en The Sense of Sight,
13 Berger, John, Here Is Where We Meet, Pantheon, Nueva Pantheon, Londres, 1985 (versión castellana: " El narrador", en
York, 2005 {versión castellana: Aquí nos vemos, Alfaguara, Ma- El sentido de la vista, Alianza Ed itoria l, Madrid, 1990, pág. 44)
drid, 2005) [N . del Ed.J. [N. del Ed .].
g Berger, John, From A to X: A Story in Letters, Verso, Lon- 20 Sylvester, David, About Modern Art: Critica/ Essays,
dres, 2008 (versión castellana: De A para X: una historia en 1948-1996, Henry Holt & Co., Nueva York, 1997 [N . del Ed .].
cartas, Alfaguara, Madrid, 2009) [N. del Ed.]. 21 Hyman, James, The Battle far Realism: Figurative Art in
15 Berger, John, Bento's Sketchbook, Pantheon Books, Britain During the Cold War, 1945-1960, Yale Un iversity Press,
Nueva York, 2011 (versión castellana: El cuaderno de Bento, New Haven, 2001. Hyman sigue siendo la autoridad en la
Alfaguara, Madrid, 2012) [N . del Ed.] . relación entre Sylvester y Berger durante la pri mera etapa de
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sus carreras respectivas. En sus escritos posteriores, Berger Sobre los artistas
se mostró un defensor respetuoso de las ideas de Sylvester.
22 Berger, John, "Between Two Colmars" (1976), en About
Looking, Readers and Writers Publishing Cooperative, Lon-
dres, i980 (versión castellana en las págs. 78-85 de este volu-
men) [N. del Ed.].
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Los pintores de la cueva de Chauvet es algo que debe de sentir todo el que haya visto pinturas
HACIA 30000 A. C. rupestres, pero que nunca (o casi nunca) se ha dicho clara-
mente. Es posible que la dificultad sea de vocabulario; es
Tú, Marisa, que has pintado tantas criaturas y has volcado
posible que tengamos que encontrar una nueva referencia.
muchas piedras y has pasado horas agazapada mirando, qui-
Cada vez se alejan más en el tiempo los orígenes del arte.
zás tú comprendas lo que digo.
Puede que las rocas esculpidas descubiertas recientemente
Hoy estuve en el mercado que ponen en la calle en uno
en Kununurra, Australia, tengan 75.000 años. Dicen que las
de los barrios de la periferia del sur de París. Allí se puede
pinturas de caballos, rinocerontes, íbices, mamuts, leones,
comprar de todo, desde un par de botas a erizos de mar. Hay
osos, bisontes, panteras, renos, uros y búhos encontrados en
una mujer que vende el mejor pimentón que haya probado
1994 en la cueva de Chauvet, en el departamento francés de
nunca. Hay un pescadero que me llama a voces siempre que
Ardeche, son 15.000 ai'los más antiguas que las de Lascaux.
tienen algún pescado raro y, según él, hermoso, porque cree
El tiempo que nos separa de estos artistas es por lo menos
que se lo compraré para dibujarlo. Hay un hombre flaco con
doce veces mayor del que nos separa de los filósofos preso-
barba que vende miel y vino. Últimamente le ha dado por
cráticos.
escribir poesía, y reparte fotocopias de sus poemas entre sus
Lo que sorprende es la sensibilidad perceptiva que reve-
clientes habituales, aunque parece él más sorprendido de
lan, pese a su antigüedad. El porte del cuello de un an ima l, la
darlas que ellos de recibirlas.
forma de su boca, el vigor de sus ancas eran observados y re-
Uno de los poemas que me dio esta mañana decía así:
creados con una fuerza y un control comparables a los que se
pueden encontrar en las obras de un Fra Filippo Lippi, un
Pero ¿quién me ha puesto este triángulo en la cabeza?
Este triángulo nacido del claro de luna Velázquez o un Brancusi. Aparentemente, el arte no tuvo
unos principios torpes. Los ojos y las manos de los primeros
me atravesó sin tocarme
pintores, de los primeros grabadores, eran tan diestros como
haciendo ruidos de libélula
en plena noche en la roca. los de los que vinieron después. Se diría que es una gracia
que acompañó a la pintura desde sus orígenes. Y este es el
Después de leerlo me entraron ganas de hablar contigo sobre misterio, ¿no?
los primeros animales pintados. Lo que quiero decir es obvio, La diferencia entre entonces y ahora no es de grado de
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refinam iento, s ino de espacio: el espacio en el que sus imá- Una tarde de este julio, s ubí a los pastos más altos, mucho
genes existían y eran imaginadas. Esta es la cuestión para la más arriba de la granja, a buscar las vacas de Lou is. Es algo
que tenemos que encontrar una nueva forma de ha blar, pues que suelo hacer d urante la siega del he no . Pa ra cua ndo
la d iferencia es inm ensa. hemos terminado de descargar la últ ima ca rretada del tracto r,
Afortunadame nte existen unas fotog rafías soberbias de ya es casi la ho ra en que Lou is tiene que ir a llevar la leche de
las pi nturas de Chauvet. La cueva ha s ido cerrada al público, la ta rde a la cen tral , y, ade más, ya estamos ca nsados, así que
una dec isión correcta, pues así pueden p reserva rse las pin- mien tras él prepara la o rdeñado ra, yo voy a po r las vacas.
tu ras. Los an imales p intados e n las rocas han vuelto a la Subo po r un sende ro que sigue el curso de un to rren te que
oscuridad de la que venían y e n la que vivieron dura nte tan to nun ca se seca. El cam ino estaba ya e n so mbra y el aire era
t iempo. todavía caliente, pero no pesado. No ha bía tábanos como la
tarde anterio r. El cam ino pasa, como un túnel, bajo las ramas
de los á rboles y e n algu nos trechos estaba em barrado. En el
barro quedaba n mis huellas entre las incon tables pisadas de
las vacas.
A la derecha, e l terreno cae casi a pico hasta el torrente.
Las hayas y los se rbales hacen que la escarpada pend ie nte no
sea del todo pelig rosa; los árboles detendrían la caída de
cualqu ie r animal. A la izquierda, crece n mato rrales y algún
Pin turas de la cueva de Chauvet, hac ia 30000 a. C. que otro sa úco. Caminaba despacio y vi un mechón de crin
de vaca roj iza prendido en las ram itas de uno de los mato-
No tenemos una palabra para esta oscuridad . No es ni la de
rrales.
la noche ni la de la igno rancia. De vez e n cuando todos la
Em pecé a llama rl as antes de verlas, as í ya estarían todas
cruzamos, viéndolo todo: de tanto que lo ve mos todo, no
agrupadas en una esq uin a del prado cuando yo apa recie ra.
vemos nada. Tú lo sabes, Ma ri sa, mejo r q ue yo. Es e l interio r
Cada cual t ie ne su propia ma nera de hablar con las vacas.
del que procede todo.
Lo ui s les hab la como si fue ran los hijos que nu nca tuvo: con
d ulzu ra y con furia, susu rrándoles o imprecá ndoles. Yo no sé
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cómo les hablo; pero a estas alturas, ellas sí que lo saben. del torrente, por ejemplo .
Reconocen m i voz sin verme. El rumor del torrente formaba parte de nuestro cotid iano
Cuando llegué, estaban esperándome. Qu ité la alambrada descenso vespertino, y cuando se acallaba, las vacas oían e l
elect rificada y les grité: Venez, mes be/les, venez. Las vacas son desdentado escupir de l agua en el abrevadero pegado al esta-
dóc iles, pe ro no les gusta que las apremien . Las vacas viven blo, donde pod rían saciar su sed. Una vaca se bebe treinta li-
lentamente; un d ía suyo equ iva le a cinco de los nuestros. tros en dos m inutos.
Siempre es la impaciencia la que nos hace golpearlas. Nues- As í íbamos bajando aquella tarde, lentamente como las
t ra impaciencia. Castigadas, alzan la vista con esa resignación otras. Pasábamos ante los mismos árboles. Cada árbol
que es una forma de impert inencia (¡qué s í, que ya lo saben!), empujaba al sendero, gu iándo lo, a su manera. Charlotte se
po rque sugiere que más que cinco d ías son cinco eones. paró junto a un trozo de h ierba fresca . Le d i un empujoncito y
Fue ron saliendo con calma de l prado y empezaron a bajar continuó su camino. Sucedía todas las tardes. Veía los pra-
la cuesta. Todas las ta rdes Delphine se pone la p ri me ra y dos segados al otro lado de l valle.
todas las tardes Hirondelle se pone la última. La mayoría de Hirondelle hund ía la cabeza al andar, como hacen los
las otras se unen sigu iendo siem pre el m ismo o rden. Esta re- patos. Le pasé el brazo por el cuello y de pronto vi la tarde
gularidad acompaña en cierto modo a su paciencia. como si estuviera a m il años de d istancia.
Em pujé a la coja po r las ancas para q ue se moviera y, De pronto, todo era indivis ible, todo era una sola cosa:
co mo cada tarde, sentí bajo la cam iseta su inmensa cal idez las vacas de Lou is bajando parsimon iosas por el sendero, el
alcanzándome los hombros. A/fez Tulipe, a/fez, le dije, s in rumor del to rrente a nuestro lado, e l calo r rem it iendo, los
apartar la mano de su cadera, que sobresal ía como la esquina á rboles empujándonos suavemente, gu iándonos; las moscas
de una mesa. revoloteando en to rno a los ojos de las vacas, el va lle y los
Apenas se o ían sus p isadas en el barro. Las vacas tiene pinos de las crestas más alejadas, el olor de la orina de Del-
una forma de andar muy de licada: posan las pezuñas como phine, el gavilán sobrevolando e l prado que llaman La Plaine
esas man iquíes que al llegar al ext remo de la pasa rela levan- Fin, el agua cayendo en el abrevadero, yo, el barro en el túnel
tan ligera mente los finos tacones antes de girar. Alguna vez de árboles, la edad inconme nsurable de la mon taña. Poste-
incl uso se me ha pasado por la cabeza la idea de amaestrar riormente cada parte se fragmen taría a su pro pio ri tmo, pe ro
una vaca y hacerla cam inar por una soga, de un lado al otro en ese momento forma ban un todo compacto, tan compacto
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como un acróbata en el trapecio. nuestras) están allí troqueladas en ocre, para tocar y marcar
"Escuchando al lagos, no a m í, parece prudente admitir todo lo presente y la frontera última del espacio que hab ita
que todas las cosas son una", d ijo Heráclito 29.000 años esta presencia.
después de que se hicieran las pinturas de la cueva de Chau- Las p inturas fueron aparec iendo, una tras otra, a veces en
vet. Solo si recordamos esta unidad y la oscuridad de la que el mismo s itio, con años o, ta l vez, siglos de diferencia, y
hablábamos antes, podremos orientarnos en el espacio de cada vez, los dedos de la mano pintora pertenecían a un ar-
esas primeras pinturas. t ista d iferente. Todo e l drama que en e l arte posterior se
Nada está enmarcado en ellas; y lo que es aún más transforma en una escena pintada sobre una superficie con
importante, nada confluye con nada. Como los an imales co- bordes se comprime aquí en la aparición que ha atravesado la
rren y son vistos de perfi l (que es esencialmente la visión que roca para ser vista. La roca caliza se abre al efecto, prestando
puede tener un cazador mal armado buscando una presa), a aquí un abu ltam iento, allí una oquedad, una profunda grieta,
veces da la impres ión de q ue van a conflu ir. Pero s i se mira un labio sobresaliente, un lomo hundido.
con más atención, se cruzan sin llegar a encontrarse. La aparic ión llegaba casi imperceptiblemente al artista,
Su espacio no t iene absolutamente nada en común con e l arrastrando un sonido inmenso, distante, irreconocible, y el
de un escenario . Los expertos que pretenden ver en estas pin- artista daba con ella y localizaba dónde empujaba o presio-
turas el "origen de la perspectiva" caen en una trampa pro- naba la superficie, la superficie delantera, en la que perma-
funda, anacrón ica. Los s istemas pictóricos de perspectiva necería visib le incluso después de haberse retirado y vuelto al
son arqu itectón icos y urbanos: dependen de la ventana y de uno.
la puerta. La "perspectiva" nómada es una perspectiva de la Sucedían cosas d ifíciles de comprender para los siglos
coexistencia, nunca de la distancia. posteriores. U na cabeza aparecía sin cuerpo. Dos cabezas lle-
En lo más profundo de la cueva, que s ign ifica en lo más gaban una detrás de la otra. Una sola pata trasera escogía un
profundo de la t ierra, estaba todo: el viento, el agua, el fuego, cuerpo que ya tenía cuatro patas. Seis cuernos se asentaban
lugares lejanos, los muertos, el rayo, el do lor, los cam inos, en un solo cráneo.
los an ima les, la luz, los no nacidos ... Estaban all í en la roca No importa el tamaño que tengamos cuando empujamos la
para ser invocados. Las famosas hue llas de tamaño natura l, supeificie, podemos ser inmensos o pequeños, lo único que im-
esas manos (cuando las m iramos dec imos que son las porta es lo lejos que hayamos llegado atravesando la roca.
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El drama de estas primeras criatu ras pintadas no se halla
ni a un lado ni en el frente, sino que está siemp re detrás de la
roca. De donde salieron. Como lo hicimos nosotros ...
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Los retra tista s de El Fayum retrat istas de El Fayum proce diero n de la oscur idad a la luz.
siglos 1- 111 Lo que no pued e most rar ningu na repro ducci ón es lo
apete cible que sigue parec iendo el antig uo pigm ento. Ade-
Son los retrat os más antig uos que se cono cen; se pinta ron al
más del dorad o, los pinto res utilizaron cuatr o color es: negro,
mism o tiemp o que se escrib ían los Evangelios. ¿Por qué nos
rojo, y dos tonos de ocre. la carne que pintaron con estos
sorpr ende hoy enton ces tanto su inme diate z? ¿Por qué sen-
pigm entos le hace pensa r a uno en el pan de cada día. Los
timos su individualidad tan próxima a la nuest ra? ¿Por qué
pinto res eran egipcios. Los griegos se había n asent ado en
parec en más conte mpor áneo s que el resto del arte europ eo
Egipto desp ués de la conq uista de Alejandro Magno, cuatr o
tradicional desar rollad o en los dos mil años sigui entes ? los
siglos antes .
retrat os de El Fayum nos conm ueve n como si hubieran s ido
Se llama n los retrat os de El Fayum porqu e fueron en-
pinta dos el mes pasad o. ¿Por qué? Este es el enigm a.
contr ados a finales del siglo x1x en la provincia egipcia del
La respu esta más simp le sería decir que son una form a
mism o nomb re, una zona de tierras fértiles alred edor de un
artística híbrida, basta rda, y que en su heter ogen eidad hay
lago deno mina da el jardín de Egipto, a unos oche nta kiló-
algo similar a la situac ión actual del arte. Sin emba rgo, para
metro s al oeste del Nilo, al sur de Menfis y El Cairo. Por
que esta respu esta sea plena ment e comp rensi ble hemo s de
enton ces, un marc hante afirmó que había n sido descu bierto s
proce der lenta ment e. los retrat os de los ptolo meos y de Cleopatra. Luego se dijo
Están pinta dos sobre made ra -de tilo, gran parte de
que las pintu ras eran falsificaciones, y se olvidaron. En rea-
ello s- y algun os sobre lino. l a escal a de las caras es un
lidad son retrat os verda deros de una clase medi a urban a,
poco más pequ eña del natur al. Algu nos están pinta dos con '
profesional: profe sores , solda dos, atleta s, sacer dotes de
témp era; y el medi o utilizado en la mayoría es encaústico; es
Serap is, merc adere s, Aoristas. A veces se nos dicen sus nom-
decir los color es han sido mezc lados con cera de abeja y
' bres: Aline, Flavius, lsaro us, Claud ine...
aplic ados en calien te si la cera es pura, y en frío si ha sido
Fueron descu bierto s en una necró polis , pues se pinta ban
emulsiona da. para pega rse sobre la mom ia de la perso na retrat ada cuan do
Todavía hoy se perciben las pince ladas o las marc as de la
fuera enter rada. Proba blem ente eran retrat os del natur al (la
espát ula utilizada para aplic ar el pigm ento. La superficie preli-
miste riosa vitalid ad de algun os de ellos no deja lugar a
mina r sobre la que se pinta ron los retrat os era oscur a. los
duda s); otros pued en habe r sido pinta dos póstu mam ente,
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después de una muerte súbita.
Su función era doble: eran retratos identificativos de los
muertos -como las fotos de los pasaportes- en su viaje
con Anubis, el dios con cabeza de chacal, hasta el Reino de
Osiris; en segundo lugar, y más brevemente, servían de re-
cuerdo de los difuntos para la desconsolada familia. El
embalsamamiento del cuerpo llevaba setenta días, y a veces,
la momia se quedaba en la casa durante algún tiempo, apo-
yada contra una pared, como un miembro más del círculo
familiar, antes de ser llevada a la necrópolis.
Desde un punto de vista estilístico, los retratos de El
Fayum, como ya he dicho, son híbridos. Egipto por entonces
era una provincia romana gobernada por prefectos romanos.
De modo que los ropajes, los peinados y las joyas de los
retratados responden a la moda romana del momento. Por su Retrato de un joven.
lado, los ret ratistas griegos emplearon una técnica naturalista
derivada de la tradición iniciada por Apeles, el gran maestro Y algo de la precariedad de aquel momento se deja ver en

griego del s iglo IV a. C. Y, fina lmente, los retratos eran obje- la manera en la que están pintadas las caras, como algo sepa-
tos sagrados en un ritual funerario que era exclusivamente rado de la expresión de las m ismas. En la pintura egipcia
egipcio. Hoy representan para nosotros un período de tran- tradicional, nunca se ve a nadie de frente, porque la visión
sición histórica. frontal abre la posibilidad de su opuesto: la visión de espal-
das de alguien que se vuelve para irse. Todas las figuras egip-
cias eran pintadas en un perfil eterno, en consonancia con la
preocupación egipcia de la continuidad perfecta de la vida
después de la muerte.
Sin embargo, los retratos de El Fayum, pintados
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conforme a una antigua tradic ión gnega, muestran la cara pintor y el retratado. El retratado todavía no se había trans-
completa, o casi completa, de hombres, mujeres y n iños. formado en modelo, y el pintor todavía no se había convertido
Este formato varía muy poco y todos son tan frontales como en un agente de la gloria futura. En lugar de esto, ambos co-
las fotos de fotomatón . Al m irarlos de frente, todavía nos laboraban en una preparación para la muerte, una prepa-
choca en cierto modo esa fronta lidad. Es como s i hubieran ración que garantizara la supervivencia. Pintar era nombrar, y
avanzado tentat ivamente hacia nosotros. ser nombrado era una garantía de esa continu idad .1
La d iferencia de calidad de los varios cientos de retratos En otras palabras, el pintor de El Fayum no era convo-
conocidos es considerable. Entre los autores debía de haber cado para hacer un retrato, ta l como se ha llegado a entender
grandes maestros del retrato y desconocidos copistas de pro- este térm ino, sino para registrar a su cliente, el hombre o la
vinc ias. Había aquel los que se limitaban a realizar un trabajo mujer que lo m iraban. Era el pintor, más que el "modelo",
rutinario y hab ía otros (un número sorprendentemente ele- qu ien se sometía a ser mirado. Todos los retratos que hic iera
vado, de hecho) que ofrecían hosp italidad al alma de su el pintor empezaban con este acto de sum isión por su parte.
cliente. Pero, en cualquier caso, las opciones pictóricas eran Por eso hemos de considerar que estas obras no son retra-
muy lim itadas para todos el los; la forma prescrita, muy pre- tos, s ino pinturas sobre la experiencia de ser m irado por
cisa. Por eso, paradójicamente, ante los mejores de ellos, uno Aline, Flavian, lsarous, Claud ine ...
percibe enseguida su enorme energía pictórica. Las apuestas El planteam iento y el tratam iento son totalmente distintos
eran muy altas, el margen muy reduc ido. Y en arte, estas de todos los que encontraremos más tarde en la historia del
cond iciones generan energía. retrato. Los retratos posteriores eran pintados para la poste-
Voy a considerar solo dos actos. En primer lugar, e l acto ridad, ofrecían a las generaciones futuras una prueba de la
de pintar uno de esos retratos, y, en segundo lugar, el acto de existencia de quienes vivieron en un momento determ inado.
mirarlo hoy. Cuando todavía estaban siendo pintados ya eran imaginados
Ni qu ienes encargaban los retratos n1 qu ienes los pin- en un tiempo pasado, y el pintor, al pinta rl os, se refería a su
taban se imag inaron nunca que estos serían vistos por la mode lo en tercera persona, ya fuera s ingu lar o plura l. Él, ella,
posteridad . Eran imágenes destinadas a ser enterradas, imá- ellos tal como yo los contemplé . Por eso hay tantos que pare-
genes s in un futuro vis ible. cen antiguos aunque no lo sean .
Esto s ign ificaba que existía una relación especial entre el En el caso de los retratos de El Fayum, la situación era
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muy d istinta. El p intor se sometía a la mirada de l retratado, amb iciones o, de vez en cuando, una co mpasión combinada
para el cual é l era el p intor de la Muerte, o, ta l vez, para expre- co n una sensación de im potencia. Ade más, las imáge nes de
sarlo con mayor precis ión, el p into r de la Ete rnidad. Y la mi- todas estas caras se procesan y selecciona n a fin de que su
rada del retratado, a la que se sometía e l pintor, se d irigía a él pero rata sea lo más ru idosa posible, de tal forma que los
en la segunda persona del s ingu lar. De modo que su res- llama mien tos, las súpl icas, se eliminan unas a otras. ¡Y la
puesta -que era el acto de pintar- utilizaba el m ismo pro- ge nte llega a de pender de este ruido impe rsonal co mo prueba
nombre personal: Toi, Tu, Esy, Ty... que estás aquí. Esto ex- de que está viva!
plica, en pa rte, su inmediatez. Imaginé monos, pues, lo que sucede cuando alguien se
Al mirar estos "retratos", que no estaban destinados a topa con el s ilencio de las ca ras de El Fayum y se pa ra en
nosotros, nos encontramos de pronto atrapados en el he- seco. Unas imágenes de hombres y mujeres que no hacen
chizo de una intimidad contractua l muy especial. Puede que llama mien to alguno, que no piden nada, y que, s in emba rgo,
hoy no nos resu lte fáci l entende r ese con trato, pero la mi rada decla ran que están vivas, como lo está qu ie n las esté m i-
nos hab la, sobre todo hoy. rando. Pese a toda su fragilidad, enca rna n un respeto por uno
Si los retratos de El Fayum hub ie ran s ido descub iertos mismo hoy olvidado. Confirman, pese a todo, que la vida fue
an tes, d igamos en el siglo xv1 11, creo que se hab rían consi- y es un don.
derado una simple curiosidad. Probablemente, para una cul- Pero hay ot ra razón po r la que los retratos de El Fayu m
tu ra confiada, en expansión, estas pequeñas pinturas sob re nos hablan hoy. Este siglo XX, como se ha señalado en infi-
lino o madera no se rían sino unas muest ras torpes, vac i- ni dad de ocasiones, es el siglo de la emigración, obl igada o
lantes, precipitadas, repet it ivas, ca ren tes de insp iración. vo lunta ri a; es decir, un siglo de infini tas separacio nes y un
La si tuación e n este fin de siglo xx es bien d istinta. El fu- siglo obsesionado po r los recuerdos de esas separaciones.
tu ro ha sido mermado, al menos po r el momento, y el pa- La angust ia que sobreviene cuando se echa de menos lo
sado pa rece se r redundante. Mient ras tan to, los med ios de que ya no está es semejante a encon trarse de pronto con una
co mun icación inundan a la gen te con un número de imá- vasija caída y hecha añ icos en el suelo. Uno recoge en sole-
ge nes sin precedentes, muchas de las cuales so n ca ras dad los trozos, encue ntra la manera de encajarlos y los pega
humanas. Estas caras están continuamente pe ro rando a todo cuidadosa mente, uno a uno. Finalmente, la vas ija vuelve a su
el mundo, provocando la envidia, nuevos apetitos, nuevas fo rma original, pe ro ya no se rá nunca como era antes. Por un
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lado, es defectuosa y, por el otro, se ha hecho más preciada.
Algo parecido sucede con la imagen de un lugar o de una per- 1 Véase: Bailly, Jean-Christoph, L'Apostrophe muette: essai
sona querida ta l como las preservamos en nuestro recuerdo sur les portrais du Fayoum, Hazan, París, 1999 (versión caste-
después de la separación. llana: La llamada muda: ensayo sobre los retratos de El Fayum,
Los retratos de El Fayum tocan de una forma parecida Aka l, Madrid, 2001) .

una herida semejante. Las caras pintadas también están res-


quebrajadas y tamb ién son más preciadas de lo que lo era la
cara viva que posó en el estudio de l p intor, donde olía a cera
derretida. Son defectuosas por su carácter evidentemente
artesana l. Y más preciadas porque la mirada pintada está
tota lmente concentrada en la vida que sabe que perderá algún
d ía.
Y as í, los retratos de El Fayum nos miran, como nos
miran los desapa recidos en nuestro propio s iglo .
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Piero della Francesca d istinta. El científico puede elegir entre revelar u ocultar los
HACIA 1415-1492 datos que sostienen su nueva hipótesis y le ace rca n a la ver-
dad. En el caso de que tenga que luchar, t iene pruebas para
cu bri rse las es paldas. Pero para e l artista, la verdad es varia-
ble . Se las tiene que arregla r co n la vers ión concreta, la ma-
ne ra de m irar co ncreta que haya elegido. El artista no t ie ne
co n qué cub rirse las es paldas ... solo cuenta con sus pro pias
dec isiones.
Es este eleme nto arb itrario y personal del a rte lo que hace
que nos resu lte tan d ifíci l estar seguros de que seguimos con
prec is ió n los cálcul os del artista o de que compre ndemos
co m pleta mente la secuencia de su razona m iento. Fren te a la
mayoría de las ob ras de arte, al igual que nos sucede con los
á rboles, solo podemos ve r y evaluar una sección de l todo: las
ra íces son invis ibles. Hoy se explota y se ab usa de ese ele-
mento m isterioso. La mayoría de las obras co ntemporá neas
so n casi completa mente subterráneas. Po r eso res ulta refres-
ca nte y estim ulan te co ntempl ar la obra del hombre que
pro bab lemente ocultó menos de lo que cualqu ier otro artista
haya ocultado nunca: Piero de lla Francesca.
Bernard Berenson hab la, elogiándo lo, del arte "no elo-
Piero della Francesca, cuen te" de Piero:
La resurrección, 1467-1468.
A la larga, las creacio nes más satisfactorias son aquell as
Des pués de lee r el Galileo de Bertolt Brecht estuve pe nsa ndo que, como las de Pie ro y Céza nn e, no son elocuen tes,
so bre la incierta posición que oc upa el cien tífico en la socie- que son m udas, no tienen nada urgente que comunica r
dad. Y se me ocurrió entonces que la de l art ista era muy
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ni inten ción de susc itar en noso tros una mira da o un para pintar, publicó dos trata dos de mate máti cas. También
gesto . pode mos com para r sus obra s con las de sus ayud antes : las
obra s de esto s últim os tamb ién son poco eloc uent es, pero
Esta falta de elocu enci a es cierta en lo que se refiere a los pro-
esto, en lugar de hace rlas porte ntos as, las hace inertes, sin
tago nista s de Piero. Pero en una relación inve rsam ente pro-
vida. La vida en el arte de Piero surg e de su excepcional capa -
porcional a lo poco que dicen sus cuad ros en térm inos
cidad de cálcu lo.
dram ático s, podr ían llenarse varios volú men es con lo que
Pued e que de prim eras esto suen e frío y cerebral. Pero
dicen sobr e el func iona mien to de su men te. No quie ro decir
vaya mos más lejos y cont emp lemo s La resurrección que pintó
con esto que revelen la psicología de su autor, s ino el pro-
en Sans epol cro, su villa natal. Cuan do se abre la puer ta del
ceso de su pens amie nto cons cien te. Cons tituy en una lección
Ayuntamiento, un edificio pequ eño y desa liñad o y, entre dos
tras otras de la lógic a que encie rra la creación de orde n. Y
colu mna s ficticias, apar ece este fresco, de algún mod o uno
posi blem ente la prop orció n inversa existe porq ue, al igual
insti ntiva men te se qued a callado. Ese silen cio no tiene nada
que la finalidad de la máq uina es la econ omía de esfu erzo s, la
que ver con hace r oste ntac ión de vene ració n por el arte o po r
finalidad del pens amie nto siste máti co es la econ omía de
Jesu crist o. Se debe a que, al cont emp lar lo que hay entre esas
pens amie nto. En cualq uier caso , no deja de ser cierto que
dos colu mna s pinta das, uno toma conc ienci a de que el tiem-
uno pued e estar bast ante segu ro de que toda s las corre spon -
po y el espa cio apar ecen traba dos en un equilibrio perfecto.
denc ias o coin ciden cias que desc ubra en un Piero della Fran-
Te qued as inmóvil, guar das silencio, por la mism a razón que
cesc a son delib erad as. Todo ha sido calculado. Las interpre-
no osas mov erte cuan do está s vien do a un funá mbu lo avan-
tacio nes han cam biad o y volverán a cambiar, pero los ele-
zar por la cuer da floja. Así de afina do es el equilibrio. Pero
men tos de la pintu ra qued aron fijados para siem pre y con
¿cóm o? ¿Por qué? ¿Nos afectaría de l mism o mod o el dia-
una previsión total. gram a de la estru ctura de un cristal? No. Aquí hay algo más
Si estu diam os toda s las gran des obra s de Piero, las prue- que una armo nía abstr act a. Las imág enes son repre sen-
bas inter nas nos llevarán a esta conc lusió n. Pero tamb ién hay
tacio nes conv ince ntes de seres hum anos , árbo les, cerros,
unas prue bas exter nas. Sabe mos que Piero traba jaba excep-
casc os o pied ras. Y sabe mos que toda s esas cosa s crecen, se
cion alme nte lento. Sabe mos que adem ás de pinto r era mate-
desa rroll an y tiene n una vida propia, de la mism a man era que
máti co y que al final de su vida, cuan do se qued ó sin vista
sabe mos que el acró bata se pued e caer. Así pues , cuan do sus
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fo rmas cobran aquí existencia en pe rfecta correspondencia, soldado de la izqu ie rda resulta ser un eco de los ce rrill os que
no pode mos sino sentir que todo lo que les ha ocurrido pre- están detrás de él, de que esa fo rma de escudo irregular apa-
via men te les ha ocurri do e n pre pa rac ión para este mo mento rece unas d iez veces (cuénten las) o de que el báculo de Cri s-
que se nos ofrece. Una pintura así convierte el presen te en el to ma rca a nivel del suelo el pu nto del ángulo que fo rma n las
cén it de todo el pasado. Del m ismo modo que el tema más dos líneas de árboles. Pe ro esta no es la única razó n. Los cál-
bás ico de la poesía es el del paso del t iem po, el te ma bás ico culos silenciosos y pacien tes de Pie ro van mucho más lejos
de la pintu ra es el de la permanencia de un momento. que la pura a rm onía del d iseño.
Observemos, por ejem plo, la com posición ge neral de la
obra. Su ce nt ro, aunque no sea, claro está, el cen tro verda-
dero, es la mano de Cri sto que aga rra la tún ica al alzarse. La
fue rza de la m ano que frunce la tela parece especialme nte
acentuada. No es un gesto casual. Se diría q ue es esencial al
movim ie nto general de l Cri sto al alza rse fu era del sepulcro .
La ma no, que reposa en la rod illa, también descansa so bre la
prime ra línea de ce rrillos que se alzan detrás de é l, y los plie-
gues de la tú nica caen co mo torrentes, ladera abajo . Obser-
vemos ahora a los soldados, cuyo s ueño resulta tan convin-
cen te, tan prosaico. Solo el de la derecha, en primer plano,
pa rece esta r en una postura incómoda, casi imposible . Sus
piernas, e l brazo entre ellas, s u espalda un poco curvada son
co mprens ibles. Sin emba rgo, ¿có mo puede sostenerse así
Piero della Francesca,
solo sobre un brazo? Esta apare nte torpeza nos da un a pista.
La resurrección, 1467-1468. Detalle.
Pa rece que está t um bado e n una ha maca invisible . ¿Dónde
Por esto no e ran tan fríos los cálculos de Piero, por esto estaría colgada esa hamaca ? Si ahora volvemos de pronto a la
no nos queda mos sencillamente fascinados, sino profu n- mano, ve re mos que los cuatro soldados está n metidos en
dame nte conmovidos al darnos cue nta de que el casco del un a red de pesca invis ible, una red arrastrada po r esa mano.
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El gesto enfático de la mano agarrando la túnica adquiere un nunca de ser una técnica pictórica.
sentido perfecto. los cuatro soldados profundamente dor- Su "falta de elocuencia", como ya se ha sugerido, está
midos constituyen la presa que el Cristo resucitado se ha traí- también conectada con esa misma meta. Pinta todas las
do del más allá, de la Muerte. Como decía, Piero va mucho cosas del mismo modo a fin de que se puedan ver más fácil-
más allá de las meras armonías de diseño. mente las leyes comunes que las gobiernan. las correspon-
En toda su obra, detrás de los cálculos, se perfila una dencias en la obra de Piero son infinitas. No tenía que inven-
meta. Esta meta se puede resumir de la misma manera que társelas, le bastaba con buscarlas. la tela con la carne, los
describía Henri Poincaré la meta de las matemáticas: cabellos con el follaje, un dedo con una pierna, una tienda
con un útero, los hombres con las mujeres, la vestimenta con
las matemáticas constituyen el arte de darle el mismo
la arquitectura, los pliegues de la túnica con el agua, pero, en
nombre a cosas diferentes [...). Cuando el lenguaje ha
realidad, la lista deja mucho fuera. Piero no trata con metá-
sido bien elegido, asombra descubrir que todas las
foras -aunque el poeta en este aspecto no está tan lejos del
demostraciones hechas para un objeto conocido pueden
científico-, sino con causas comunes. Explica el mundo.
aplicarse inmediatamente a muchos objetos nuevos.
Todo el pasado ha llevado hasta este momento. Y las leyes de

El lenguaje de Piero es visual, no matemático. Está bien ele- esta convergencia constituyen el verdadero contenido de su
arte.
gido porque se basa en la selección de unos dibujos sober-
bios. No obstante, cuando, por medio de la composición, co- O eso parece. Pero, en rea lidad, ¿cómo sucede? Un cua-

necta un pie con la base de un árbol, un rostro en escorzo dro no es un tratado. la lógica de sus medidas es diferente.

con el escorzo de un cerro, o el sueño con la muerte, lo hace la ciencia en la segunda parte del siglo xv carecía de muchos
a fin de poner de rel ieve sus denominadores comunes, o, conceptos y de mucha información que hoy nos resulta nece-
saria. ¿Cómo puede ser entonces que Piero siga siendo con-
todavía con mayor precisión, para acentuar hasta qué punto
vincente mientras que los astrónomos contemporáneos
están sujetos a las mismas leyes físicas. Su interés especial
por el espacio y la perspectiva se deriva de esta meta. la suyos han dejado de parecérnoslo?
Volvamos a mirar los rostros de Piero, esos rostros que
necesidad de existir en el espacio es el primer denominador
nos observan. Sus ojos no establecen ninguna corres-
común. Y por eso la perspectiva tenía un contenido tan pro-
fundo en Piero. Para casi todos sus contemporáneos no dejó pondencia. Son únicos, están aparte. Se diría que todo lo que
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.' •
los rodea -el paisaje, sus propias caras, la nariz que los se-
pa ra, el cabello por encima de ellos- perteneciera a lo expl i-
cable, en verdad, al mundo ya explicado; se diría que estos
ojos estuvieran contemplando desde fuera, a través de dos
ranuras, este mundo. Y ahí encontramos la última pista, en
los ojos especulativos, profundos, de las figuras de Piero que
miran al espectador. Lo que en realidad pinta Piero es un es-
tado mental. Pinta cómo sería el mundo si lo pudiéramos
explicar completamente, si pudiéramos estar en paz con él.
Es el pintor supremo del conocimiento. Del conocimiento que
se adquiere mediante los métodos científicos o mediante la
felicidad (esto último, aunque no parezca muy probable,
tiene sentido). Du rante los siglos en los que la ciencia se
consideró la antítesis del arte, y el arte la antítesis del bien-
estar, Piero fue un pintor o lvidado. Hoy volvemos a necesi-
tarlo.
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•,
Antonello da Messina parece desva lido y que reposa su propia cabeza en la de Cris-
HACIA 1430-1479 to. El ángel más lastimero de toda la historia de la pintura.
Sicilia, una isla que admite la pasión y rechaza las ilu-
El día de Viernes Santo de 2008 me encontraba en Londres, y
s1ones.
por la mai'iana temprano decidí acercarme a la National Ga-
Tomé un autobús a Trafalgar Square. No sé cuántos cien-
llery a contemplar la Crucifixión de Antonello da Messina. De
tos de veces he subido la escalinata que conduce desde la
todas las pinturas que conozco de esa escena, esta es la más
plaza al interior del museo y a la vista desde arriba, antes de
solitaria. La menos alegórica.
entrar, de sus fuentes. La plaza, a diferencia de muchos ot ros
La obra de Antonello - y son menos de cuarenta los cua-
puntos de reun ión fa mosos de otras ciudades, como la Place
d ros que son indiscutiblemente suyos- ofrece un sen tido
de la Bastille en París, es, pese a su nombre, completamente
puramente siciliano de la presencia, un sentido que carece de
indiferente a la historia. Ni recuerdos ni esperanzas dejan
mesura, que rechaza toda moderación o autoprotección. En
aquí sus huellas.
las siguientes palabras, pronunciadas por un pescador de la
En 1942, subí estas mismas escaleras para asistir a los
costa cercana a Palermo y recogidas hace algunas décadas
recitales de piano que daba en el museo Myra Hess. La mayo-
por Danielo Dolci, se oye esto mismo:
ría de los cuadros habían sido evacuados a causa de los
bombardeos aéreos. Tocaba obras de Bach. Los conciertos
Hay veces que, cuando veo las estrellas, por la noche,
sobre todo cuando hem os salido a pescar angu ilas, me eran a mediodía. Los escuchábamos tan silenciosos como

pongo a da rl e a la cabeza: "¿De verdad es real el los pocos cuad ros que quedaban colgados en las paredes.
Las notas y los acordes del piano nos parecían un ramo de
mundo?". Yo no me creo eso. Cuando estoy tranqui lo,
creo en Jesús. Como hables mal de jesús, te mato. Pero flores sujeto por un alambre de muerte. Nos quedábamos
con el vívido ramo e ignorábamos el alambre.
hay veces que no creo, ni siquiera en Dios. "Si Dios exis-
te de verdad, ¿por qué no me da un respiro y un buen tra-
bajo?"

En una Piedad de Antonello, que hoy está en el Museo del


Prado, la cabeza de Cri sto está sostenida por un ánge l que
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Dibujo de John Berger extraíd o de El cuaderno de Bento


(2011) .

An tone llo da Messina, Crucifixión, 1475.


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Fue ese m ismo año, 1942, cua ndo los lo ndinenses escu- me pregun taba cómo se con trataba a los vigilantes de los
cha ron po r prime ra vez en la rad io -era ve rano, creo- la museos. ¿Podría yo presenta rm e a la plaza? No. Casi todos
Séptima sinfonía de Dim it ri Shostakóvich, ded icada a la ciu- e ran pe rsonas de edad. Había algun as mujeres, pero la mayo-
dad si tiada de Leningrado. Ha bía empezado a compone rl a ría eran hombres. ¿Era un trabajo que se ofrecía a ciertos fun-
allí, en 1941, d urante el ased io . Para algunos de nosotros, la cionarios m uni cipales antes de que se jub ila ran? ¿O iba n
sinfon ía era una profecía. Al esc ucha rl a nos decíamos que la vo lunta ri os? En cualqu ie r caso, llegaban a co noce rse al ded i-
resistencia de Leningrado, a la q ue ento nces había seguido la llo algun os de los cuad ros. Algu na vez oí conve rsaciones de
de Stal ing rado, termina ría co nd uciendo a la de rrota de la este tipo :
Wehrmach t a manos del Ejérci to Rojo. Y eso fue lo que su-
-¿Nos podría dec ir dó nde están las obras de Velázquez?
ced ió .
-Sí, s í. La Escuela es pañola . Sala 22. Siga de frente, gire
Es ext raño, pero en tiem po de gue rra la mús ica es una de
a la derecha al llegar al fina l. La segunda sala a la izq ui erda,
las pocas cosas q ue pa recen indestructibles.
allí los tiene.
Ensegu ida encuentro la Crucifixión de Antonello, colgada a
-Estamos buscado su retrato del venado.
la alt ura de los ojos, a la izqu ierda según se entra en la sala .
-¿El venado? Que rrán decir el ciervo.
Lo que sorprende de las cabezas y los cue rpos que p intó
-Sí, solo de la cabeza.
Antonello no es s imp le mente s u solidez, s ino la fo rm a en la
-Pues te nemos dos ret ratos de Felipe IV, y en uno de
que los presiona el espacio pintado que los rodea y la forma
ellos los bigotes de l monarca se curvan como una corna-
en la que ellos res isten esa presión. Es esta resistencia lo que
menta. Pero de ve nado, nada. Lo siento.
los hace ta n incon testablemente prese ntes, una p resencia fí-
-¡Qué ra ro!
sica. Después de pasa r un buen rato m irá ndolo, dec ido dibu-
-A lo mejo r su ve nado está en Madrid . Pero el que no
jar solo la figura de Cristo.
Un poco a la derecha de l cuadro, casi pegada a la entrada deben perderse es e l de Cristo en casa de Marta y María.
Marta está machaca ndo unos ajos en el mortero, pa ra ade-
de la sala, hay una s illa . Hay una en todas las salas; es para el
reza r unos pescados.
celado r que da info rm ación a los visitantes que se la piden y
-Estuvimos e n el Prado, pero al lí tam poco esta ba el ve-
vigila que no se acerque n de mas iado a los cuadros.
nado. ¡Qué pena!
Cua ndo e ra estudiante y andaba siem pre falto de d inero
.' •
.' •
-Y tampoco se vayan sin ver nuestra Venus del espejo. Es cosas, sin sentimentalismos ni lisonjas.
digna de ver esa corva.
-¿Es suya esta bolsa?
Los vigilantes suelen tener dos o tres salas a su cargo, de
Miro de soslayo. Un guarda jurado armado señala hacia la
modo que están, por lo general, yendo y viniendo de una a
silla con cara de pocos amigos.
otra. La silla contigua a la Crucifixión está de momento vacía.
Saco mi bloc de dibujo , una pluma y un pañuelo, y dejo mi - S1,' es m1a.
'
pequeña bolsa en la silla.
-¡Pero la silla no es suya!
Empiezo a dibujar. Corrijo un error tras otro. Algunos tri - -Ya, ya lo sé. Dejé ahí la bolsa porque no había nadie
viales; otros más importantes. La cuestión fundamental es la
sentado en ella. Ahora mismo la quito.
escala de la cruz en la página. Si no es la adecuada, el espacio
circundante no ejercerá presión alguna y, por consiguiente, Cojo la bolsa, doy un paso a la izquierda, hacia el cuadro, la
no habrá resistencia. Dibujo con tinta y humedezco con sa- dejo en el suelo, entre los pies, y vuelvo a mirar mi dibujo.
liva el dedo, para difuminar. Mal comienzo. Paso la página y
-No puede dejar la bolsa en el suelo.
empiezo de nuevo.
-Revísela si quiere, mire, solo llevo mi carte ra y algún
No comete ré los mismos errores. Haré otros, claro. Di-
materia l de d ibujo, nada más.
bujo, co rrijo, dibujo.
Anto nello pintó en total cuatro crucifixiones. Pero la es- Mantengo la bolsa abierta delante de él. Se vuelve de espal-
cena a la que s iempre volvía es la del Ecce Hommo, e n la das.
cual Cristo, puesto en libertad por Poncio Pilatos, queda ex- Dejo la bolsa en suelo de nuevo y retomo el d ibujo. Con
puesto a las burlas y oye al sanedrín pidiendo que lo cruci- toda su reciedumbre, el cuerpo crucificado no deja de ser
fiquen. muy delgado. Más delgado de lo que se puede uno imaginar
Pintó seis versiones. Todas ellas primeros planos de la antes de dibujarlo.
cabeza de Cristo, todas ellas parejas en su sufrimiento. Tanto
la cara como la pintura de la m isma son decididas, resueltas. -Se lo estoy diciendo. No puede dejar la bolsa en el
De nuevo, la misma lúcida tradición siciliana de calibrar las suelo.
.'
.•.
'
-He ven ido a dibujar esta crucifixión porque hoy es Vier- Se lleva el te léfono móvil a la boca.
nes Santo.
-¡Uno!
-Está prohibido.

Yo me humedezco e l dedo con saliva para busca r los grises.


Sigo d ibujando como s i nada.

-¡Dos!
-Si insiste en hacer lo mismo -me advierte e l guarda
jurado-, tend ré que llamar al supervisor.
Paso e l dedo húmedo por el papel, de modo que la t inta se
corra y marq ue el oscuro hueco de la mano.
Alzo el d ibujo para que lo vea.
Es un hombre de unos cuarenta años. Corpulento y de -¡Tres!
ojos pequeñ itos. O, tal vez, ojos que é l ach ica al avanzar la
cabeza. Ahora la otra mano.

-Con diez m inutos me basta para te rm inar -le d igo. -¡Cuatro! -dice ace rcándose a m í en dos zancadas.
-Pero yo voy a buscar al supervisor ya -responde él. ¡Cinco!, cuélguese la bolsa en el hombro.
-Mire, si hay que llamar a algu ien, llamemos a alguien
Le explico que dado el tamaño del cuaderno de dibujo, si me
del museo y, con un poco de suerte, le explicará que no pasa
la cuelgo, no puedo dibujar.
nada.
-El personal de l museo no pinta nada aqu í. Nuestro t ra- -¡Que se la cuelgue le digo!
bajo es independ iente del de ellos. Nosotros nos encargamos
de la seguridad -me d ice, gruñendo. La coge y la sostiene a la altura de mi cara.
Cierro la pluma, cojo la bolsa y digo ¡joder! en voz alta.
¡Tus cojones, seguridad!, pienso, pero no se lo d igo.
Empieza a ir y ven ir despac io, como un centinela. Yo s igo -¡ jode r!
d ibujando. Ahora estoy en los pies.
Ab re los ojos de par en pa r y menea la cabeza, sonriendo.
-Voy a contar hasta seis y llamo al supe rvisor -me d ice.
.' •
.' •
-Así que palabrotas en un lugar público - me anun -
cia- . Ya viene el supervisor.

Se relaja entonces y se pone a dar vueltas lentamente alre-


dedor de la sala.
Dejo la bolsa en el suelo, saco la pluma y echo un vistazo
al dibujo. Tiene que haber un horizonte que limite el cielo.
Con dos o tres trazos indico el suelo.
En una Anunciación, Antonello pintó a la Virgen de pie, de-
lante de un estante con una Biblia abierta encima. No hay
ángel alguno. Es un retrato de medio cuerpo de María; tiene
las manos cruzadas delante del pecho, con los dedos exten-
didos, semejantes a las páginas del libro profético. La pro-
fecía pasa entre sus dedos.
Cuando llega, el supervisor se para con los brazos en ja-
rras más o menos detrás de mí, y me anuncia:

- Va a salir escoltado del museo. Ha insultado a uno de


mis hombres mientras estaba de servicio y ha causado un
desorden público en este establecimiento. Camine delante de
nosotros hacia la salida. Supongo que conoce el camino.

Me conducen escaleras abajo hasta la plaza, donde se vuel-


ven y suben los escalones de dos en dos, con gran energía.
Misión cumplida.
.'
.•.
'
Andrea Mantegna J: Puede que el o lvido no borre la posibilidad de elección,
1430/1431-1506 sino la causalidad . Y po r lo general nos equivocamos más a
la hora de ve r las causas que a la de elegir.
Con Katya Andreadakis Berger
K: Somos los precipitados de aquell o q ue nuestros padres no
John Berger: ¿Por dónde empezar.. .?
pud ieron olvidar. Somos lo q ue queda. El mundo -y nues-

Katya And reada kis Berger: Hablemos de l o lvido. tras palabras, como las que estamos diciendo aquí ahora-
es lo que q ueda de todo lo q ue se ha d ispersado. O lvida r es
J: ¿Es el olvido la nada? viajar a la esencia que pe rmanece. La p ied ra.

K: No. La nada no tiene fo rma, y el o lvido es circu lar. J: El olvido es un va le para e l futuro. Cada cual es cada cual
sin reconocerlo. Por eso estamos condenados, hasta que no
J: ¿Y de qué color es? ¿Azul?
somos lo bastante hum ildes pa ra llegar a com prender que

K: El o lvido no neces ita pintura; el olvido esculpe, deja hue- eso es el olvido. Cada cual es cada cual.

llas, como pequeños guijarros blancos. La nada es anterior y


posterio r a los gu ijarros, a los recue rdos.

J: Solo olvidando se pueden captar las cosas en su conjunto.


Po r eso, el olvido, a d iferencia de la mala memo ri a, t iene una
precis ión p ropia.

K: El olvido es supervivencia.

J: ¿Es el olvido una facu ltad que le presta e l sueño a la vigilia?

K: No, el olvido no es un préstamo de l sueño. El sueño es


creativo, y el olvido carcome, penetra, co nserva, reduce a
polvo.
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Andrea Mantegna, techo de la Cámara de los esposos, 1465- tomando la carta que este le entrega.
1474.
K: En la pared frente a los p ies de la ca m a hay una escena
K: El recuerdo y el olvido no son opuestos; son comple- cortesana de inte ri or en la q ue el duque le muestra a su es-
mentarios. posa la carta que ha recibido y leído.

J: ¿Se parecen las nubes de l ócu lo al olvido? J: En el techo, sobre la cama, hay una cúpula pintada que se
abre a un cielo pintado. Se llama el Óculo, "el ojo".
K: Sí.
K: Toda la habitación está pintada. Estamos dent ro de una
J: Una estancia pintada cuyas pinturas se dirigen a alguien que pi ntura. Las otras dos paredes están pintadas con mot ivos
se acaba de despertar o que está a punto de dormi rse.
flora les. También están pintadas las cortinas que enmarcan y
La estancia se encuentra en el palacio Ducal de Mantua.
separan esas escenas, y los pilares y las molduras de las
El palacio es un centro de poder. Imponente, brutal incluso.
pa redes. Todo está p intado.
La estancia, por el contrario, es íntima. Se pensó como una
estancia privada en donde el prínc ipe pudiera recibir a sus J: Todo es representación. Sabemos que las cortinas están
vis itantes y en la que hab ía tamb ién una cama matrimonia l. El pi ntadas. Sabemos que las figuras están pintadas, al igual
duque Ludovico Gonzaga enca rgó a And rea Mantegna sus que el cielo y las colinas. Todo es superficie.
pi nturas, qu ien tardó d iez años en completarla (entre 1465 y
K: Pod ríamos correr las cortinas pintadas y oculta r el paisaje
1474) .
pi ntado.
K: Cuando estuvo term inada, se d ijo que e ra " la estancia más
J: Y a la mañana siguiente, podríamos abrir las cortinas pin-
bel la de l mundo".
tadas y ve r el paisaje p intado.
J: La cama estaba s ituada en la esquina suroeste de la estan-
K: Mantegna fi rmó la habitación como obra suya y dejó su
cia. En la pared de enfrente hay pintada una escena de exte-
au torretrato entre los pe rgam inos p intados que decoran una
rior con muchas figuras . Se titu la El encuentro, porque mues-
de sus esquinas.
tra al duque recibiendo a su hijo, el ca rdena l Francesco, y
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J: En esta habitac ión, la p intu ra lo m uestra todo al m ismo J: ¿Recuerdas có m o lo vimos juntos?
t iempo que lo ocul ta.

K: Y así nada es tan patente como el cuerpo que t ienes a tu


lado e n la cama.

J: Como escribiría W. H. Auden cinco s iglos después:

Acuesta tu cabeza do rm ida, a m or m ío,


h um ano en m i hom bro incrédu lo;
el tiempo y las fiebres consumen
la be lleza particu la r de
los niños pe nsativos, y la tumba
los demuest ra efíme ros:
pe ro que en tre mis brazos hasta rom pe r el d ía
re pose la c riatura viva,
m o rtal, cu lpa ble, m as pa ra m í
en te ra m ente bell a. And rea Ma ntegna, Cristo muerto, 1470-1474.

¿Cuál es la est ra tegia de esta esta ncia pintada ? ¿Có m o quiere K: Nos te nd imos en el suelo de la Pin acoteca di Brera, pri-

so rpre nde rnos? m ero uno y luego el otro, dela nte del Cri s to, pa ra descubri r el
posible punto de vis ta del pi nto r y, po r co nsiguiente, el pun to
[Katya g ira el panel del óculo al lado que está e n bla nco.] de vista idea l de l espectador. Uno de los dos hacía de cue rpo
yace nte, y el otro de pinto r. Quería m os ave rigua r s i en la fi-
K: Ma ntegna fue (es) famoso po r sus inn ovaciones e n la
gura de Mantegna la cabeza no e ra demas iado g ra nde y los
pers pect iva y e l esco rzo. Puede que el eje m plo q ue más llama
pies demas iado pequeños.
la atención sea su Cristo muerto. [Pro yección en el panel blan-
co de Cristo muerto.) J: Hecha la co m probació n, vim os que las pro po rciones no
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estaban equivocadas, y q ue el p intor hab ía mirado todo de que parecieran tan vivas o, mejor dicho, tan vividas? En nin-
arriba abajo, siendo su punto de vista el m ismo que el del hu - guna otra parte había visto una observación tan precisa del
milde tercer deudo, un poco por encima de las dos Ma rías, a paso del t iempo en una frente, en unos párpados, en unos
la izqu ierda. Se podría traza r un triángu lo entre la cabeza de pómulos o en una barbilla.
Cristo, sus pies lancinados y, en el vértice del triángulo, los
): Muy pocas veces se ven otros retratos que muestren la
ojos del espectador, a la misma altura que los de l terce r
vehemencia con la que Mantegna traza, en cualqu iera de los
deudo. [M ientras John habla, Katya va señalando los puntos
suyos, el paso del tiempo en los rostros de las personas. En
ind icados.) [Fin de la proyección de Cristo muerto. John vue lve
el caso de los otros pintores, esto solo sucede cuando el
a dejar el panel por el lado del óculo.J
tema de la imagen es "la vejez". Pero en las caras q ue pinta
K: ¿Existe una equiva lencia de algún t ipo entre la preocu- Mantegna se ve la labor del tiempo sea cual sea la edad del
pación de Mantegna, su obsesión, con la perspectiva espa- retratado. (Se d ice que entre sus contemporáneos hab ía a
cial, sobre todo en relación con el cue rpo humano, y la sen- qu ienes les desasosegaba la idea de que Mantegna los retra-
sación del tiempo que pasa, la perspectiva tempora l? Y los tara.)
putti del ócu lo, con sus pl iegues de la barriguita que tocan la
K: Pensemos en los edificios que se ven en el paisaje al otro
barbi lla, el pezón que roza el labio inferior, las nalgas que
lado del arco del fresco llamado El encuentro. Están bajo el
parecen escaparse de las paletillas bajo una cabeza cubierta
cielo, uno tras otro: una torre en ruinas, una torre en cons-
de rizos, ¿tienen, por alguna misteriosa razón, algo que ve r
trucción con obreros d im inutos subidos a un andam io . Por
con cierta visión de la Historia?
todas partes se ven restos del pasado y planes para el futuro.
): Sí. Su curiosidad por la perspectiva espacial, la fascinac ión ¿No es eso tamb ién una forma de perspectiva? No hay otra
que le produce, es inseparable de su insistencia en una palabra para ello. De no haber s ido pintor, Mantegna habría
perspectiva temporal. sido arqu itecto o historiador o ge riatra... ¡o comadrona!
[Mientras Katya habla, John va señalando los puntos ind i-
K: Mira cualquiera de las caras pintadas en estas paredes.
cados.)
¿Habías visto alguna vez unas arrugas, unas líneas faciales
mejor representadas? ¿Habías visto unas arrugas pintadas ): La idea de la Antigüedad obsesionaba a Mantegna tal vez
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más que a cualqu ier otro pintor de l Renac im iento, y se en- Ya desde el pnnc1p10, desde que se le empezó a consi-
tregó a ell a. Pero para comprender lo que significaba, tene- derar un maestro de la pintura, la gente decía que ponía la
mos que dar un salto imaginativo y dejar atrás la modern idad misma alma en las rocas que en el cuerpo humano, que pa ra
y todas sus promesas de progreso continuado. é l lo existente era primero y esencialmente mineral.

K: El gusto renacentista por la Antigüedad no era nostá lg ico. J: Sí, en efecto, hay algo muy m ineral en las pin turas de Man-
Los mode los de la Antigüedad clásica ofrecían una guía de l tegna, pe ro sus figuras no me pa recen vac iadas, fund idas,
comportamiento plenamente humano. Era ejem piar, en el sino que lo que veo es una piedra o una superficie metá li ca,
sentido est ri cto del térm ino, en cuanto ofrecía en su h istoria, desgastada, mellada, arañada, resistente, una su perficie que
su pensamien to y su arte ejem plos de sabiduría, justicia y refleja los diferen tes aspectos de la expe riencia humana
d ign idad humanas. Ejemplos que deberían seguirse, pe ro que sometida al paso del tiem po . Como s i pa ra él los cuatro ele-
e ra fáci l olvidar. mentos no fue ran el ai re, la tierra, el agua y el fuego, s ino
solo uno, la pied ra ... o, para se r exact os, el metal: hierro,
J: El pasado ofrecía bastantes más promesas al presente que co bre, estaño, oro.
al fu turo. O, pa ra dec irlo con otras palab ras, cuanto más se
alejaba el m undo del acto de su creación, más confuso se K: La imp ri mac ión natu ral que mejor conocía Mantegna era la
vo lvía, y la mane ra de im pedirlo e ra apre nde r de sus p roto- herrumbre. Desde el siglo xv, el t ie m po no ha dejado de
t ipos, que e ntonces habían de conside ra rse arquetipos. obrar a su favor. Ah í, bajo sus colo res, estaba el color de los
Mantegna ten ía una colección de estatuas antiguas. Las metales oxidados; ah í estaba en el año 1500, y aún más pe r-
d ibujaba. Y es muy posible que desempeña ran un papel sistente e n el 2000.

importante en su fascinac ión po r el escorzo. Las estatuas se


puede n mover de un lado a otro, se pueden tumbar, se pue-
J: No, no siempre. En sus cuad ros de escenas hu manas, s í.
Pero e nt re los ángeles, en e l cielo de l ócu lo, no hay lugar para
den d ibujar desde cualqu ier punto de vista.
la herrumb re. Los humanos soporta n ta nto el peso del metal
K: Pe ro a pesar de toda esta expe ri encia, de toda esta obser- co mo su envejeci mien to, su deterio ro, un deterio ro que pro-
vación, las figuras de ta maño natu ral que está n al rededo r del duce cie rta belleza. Ma ntegna pin taba las arrugas, las líneas
lecho son inherentemente in móviles. faciales y su oxidación, que se man ifiesta en esa pátina
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especial, entre verde y naranja, que los metales adquieren con un león, pero este, en lugar de morderla, se la lame. Tiene
el tiempo. quince anos, y es una joven elegantemente vestida. Su cara es
tersa, sin una sola arruga. Su expresión es la de alguien que
K: Está el color de la herrumbre y está el peso. Los metales
está esperando a que acabe aquello que le están contando o
pesan. (John gira el panel al lado blanco.)
que está presenciando.

J: Resulta revelador comparar a Mantegna con su cuñado, Santa Eufemia vivió en el siglo 111 y fue una de las mártires
de Asia Menor. Intercedió ante el gobe rnador romano en
Giovanni Bellini. [Proyección en el pa nel blanco de la Virgen
favor de los cristianos que eran torturados y arrojados a los
con niño, de Giovanni Bellini.]
Giovanni Bellini y Andrea Mantegna tenían casi la misma leones. ¡Préndame a mí primero!, le pidió. Y su compostura
era ta l que las otras víctimas se t ranqui liza ron y recuperaron
edad. Mantegna se casó con la hermana de Giovanni y Gen-
el valor. Cuenta la leyenda que cuando arroja ron a Eufemia a
tile. Se influyeron mutuamente y ambos hicieron versiones de
las obras del otro. Sin embargo, eran muy distintos. Giovanni los leones, las bestias no la devoraron, sino que formaron un
lecho con sus colas para que ella se tendiera.
vivió hasta los ochenta y seis años, y todas sus pinturas pare-
cen las de un joven; no se trata de que sean inmaduras, tenta- La expresión de la cabeza esculpida de esta santa de quin-

t ivas o faltas de originalidad, sino de que muestran un apetito ce anos tiene algo en común con la mirada de viejo que atri-

o unos apetitos ama bles. buyo a nuestro pintor. La m isma distancia y la misma aten-

Y Andrea, el joven prodigio, ya pintaba a los diecisiete ción. La misma preocupación por los deta lles y la misma cla-

años como un viejo. Lo que pinta está premeditado, pacien- rividencia con respecto al final de todas las historias. Una

temente sopesado, medido. No conozco otro pintor en la his- compostura parecida. [Proyección de la escultura de Santa

toria del arte europeo más viejo que él. [Fin de la proyección Eufemia proyectada en la parte blanca del panel.]
de la Virgen con niño.)
K: Vimos la pieza original en la exposición de la obra de Ma n-
Hace unos veinte años se descubrió una escultura de
tegna que tuvo lugar en el Louvre: esa Santa Eufemia decidida
Mantegna. Una representación de santa Eufemia en tamaño
y un poco anonadada, su mano, tranqui la y a salvo entre las
natural, tallada en el mármol de las canteras cerca nas a
fauces del león, unas fauces casi ocultas por la mano a la que
Padua.
no lastiman. Sus dedos y, tal vez, también la caída de su
La figura está de pie y tiene una mano entre las fauces de
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vest ido captan toda nuestra atenc ión. No, no toda. Mi m irada Me vin ie ron a la memo ria otros cuad ros que no estaban
se det iene en el lugar en donde las dos criatu ras -virgen y en la exposición. Sobre todo, claro, Cristo muerto, cuyos pies
an imal- se funden rea lmente: los pies. Los largos dedos de están en primer plano y tienen la misma importanc ia que la
sus cuatro pies son similares. Son s im ilares en su ser, en su ca beza. [John gira el panel al lado del óculo .J
ext rañamente cont rolada bravura. [Fin de la proyección de Pensé en los pies y las piernas de sus putti, tan rotundos;
Santa Eufemia .] pensé en los d iscípulos do rmidos en La oración en el huerto.
Y as í recorrí e l resto de la ex posición del Louvre gu iada Con sus pers pect ivas y sus esco rzos, Mantegna no pe rd ía la
por la sospecha de q ue Mantegna tenía una fi jación con los ocasión de ladea r nuestra verticalidad y, así, de pone r en
pies. ¡En Viena, cuatro s iglos después, lo hab rían t ildado de duda nuest ras prioridades.
fetichista! ¿Po r qué los pies? Porque los pies d icen mucho de
J: Su pasión por la Antigüedad le llevó muchas veces a dar
la posición erecta y de la condición humana. Los pies art i-
prioridad al pasado sob re el p resente y el futu ro : el futuro
culan, llevan y transportan.
simbolizado por las tareas de const rucción que siem pre t ie-
J: Son las firmas humanas al final del cue rpo. nen luga r al fondo de muchos de sus cuadros. Le gustaba
inverti r el orden no rmal de las cosas. ¡Todo patas arriba!
K: Al fina l de la página.
Fui a ve r Judith con su criada Abra. Las dos mu¡e res aca- K: El p ie. Conexión en tre el hom bre y e l suelo, bisagra entre el
ban de sal ir de la t ienda de Holofernes. Judi th está metiendo cielo y el infie rno, an cla, plin to, punto de equi librio, el signo
la cabeza del general decap itado en el saco que sostiene su an imal más d istin tivo de todos.
vieja criada, de modo q ue a la izquierda del cuadro vemos la Si no me equivoqué al con tar, a lo largo de l borde inferior
ca beza del homb re, una ca beza con una espesa ca belle ra y de los dos frescos de la Cámara de los esposos hay 25 pies
todavía sang rante. Pe ro ¿qué vemos a la derecha? U na cama, humanos y an imales. Y detrás hay más. Los pies constituyen
en la que suponemos que do rm ía Holofernes antes de que lo la frontera ent re las escenas pintadas y la estancia vivida,
ataca ran. Pe ro lo ún ico que se ve en ella es un pie. Del cuerpo habi tada. Es más, la mayoría de los pies humanos están des-
del hom bre solo vemos la cabeza y un p ie, y están separados: calzos; una exce pción es la de los pies del mensaje ro que
el pedacito es pi ritual y e l pedacito te rrest re. Uno celestial y el viene a entregar la carta al duque. Pies descalzos, pies cubier-
otro mi ne ral. tos con calcetines, pezuñas de perro y los cascos de un
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cabal lo . reconc iliado con todas las capas y estratos interm ina-
blemente complicados de lo rea l.
J: Esta hab itación, pensada para la cama en la que nos ten-
demos, en la que ponemos los pies en alto para que estén al K: Y al quedarse dormido, tendrá a su alrededor el ejemplo, la
mismo n ivel que la cabeza. [John y Katya se ponen en pie demostrac ión, de un art ista que tuvo el va lor, sí, el va lor, de
mientras d icen estas palabras; después se tumban sobre la tener en cuenta y aceptar e inclu ir todos esos estratos s imu l-
sábana y m iran al techo.] táneos.
Ya no hay peso. La gravidez del metal ha quedado atrás. Mantegna, cual botánico que recoge un espécimen de
Ya no hay fuerza de la gravedad. O, si la hay {nuestras espal- todas las plantas que salen a su paso. Pintados en las cuatro
das todavía presionan el colchón), ha sido transcend ida por paredes: albaricoqueros, naranjos, limoneros, perales, me-
la fuerza de la atracción, por la invitac ión a ascender. locotoneros, manzanos y granados; cedros, plátanos, acan-
tos, pinos. Mantegna, qu ien se propuso abarcar la totalidad
K: ¿No intenta hacer algo extraordinario e l sueño que la hab i-
de lo que ofrece nuestro mundo en un momento dado.
tación ofrece a qu ien duerme en ella? ¿Mostrar la tota lidad de
Solo el ser humano separa y jerarquiza todos estos estra-
un momento?
tos y procesos y cursos temporales. Y el aparato que tiene
para hacerlo, que le fuerza a hacerlo, es su ego. Este aparato,
J: Un momento.
el ego, previsto por la natura leza para la supervivencia del ser
K: Reun irlo todo: las rel iqu ias del pasado, los edificios en humano, no tiene, s in embargo, un equiva lente en la natu-
construcción, las diferentes act ividades, la yuxtapos ición de ra leza. Es su parte más mortal. Cuando muere un ser hu-
luz diurna y nocturna, las plantas, los animales atrapados en mano, solo esta parte, solo este aparato de separación, des-
medio de un movimiento, los diferentes rangos sociales de aparece. Todo lo demás se recicla. [john y Katya juntos:] Cada
todos los presentes, los deta lles de su vestimenta, las expre- cual es cada cual.
siones de sus caras, sus arrugas, sus susurros en un aparte,
sus m iradas errantes; y todo ello, la tota lidad, bajo un cielo J: Anoche tuve un sueño. Llevaba una cartera muy grande col-
gada al hombro, como la que solían llevar los carteros. No sé
de putti y una nube.
si era de cuero o de lona. Probablemente de plástico. Con-
J: Quien duerma en esta habitac ión puede cerrar los o¡os, tenía todos los cuadros de Mantegna (112) . Los frescos no
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estaban. los sacaba de la cartera, uno tras otro, para mirar-
los, y los sacaba sin esfuerzo alguno (ni los cuadros ni la car-
tera pesaban nada). lo hacía con gusto, como si fuera a tomar
una decisión o llegar a una conclusión. ¿Sobre qué? No lo sé.
Me desperté contento.
El óculo al que estamos mirando no nos propone un es-
cape, una evasión. Con su esmerada aplicación y su valor
constante, Mantegna insistía en enfrentarse a lo real, en no
volver la vista de lo que sucede. lo que propone es fundirse
con ello.

K: En esta habitación decorada para dormir en ella, hay algo


de la muerte. Y este algo no es ni rígido ni morboso. Tiene
que ver con el ejemplo de un pintor que supo cómo quedarse
fuera, valerosamente, sí, para poder observar el número infi-
nito de acontecimientos y momentos que constituyen el
mundo.
Mantegna los cuenta, los suma obstinadamente, los
reúne, hace de e llos un todo. Una suma total. Sabe cómo
desaparecer. Se funde y nos funde a nosotros con la natu-
ra leza. Y aquí sueño con cerrar los ojos para siempre, acos-
tada entre estas cuatro paredes que se atreven a recopilar
todo lo que está en la tierra, más allá de la percepción hu-
mana.
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Giovanni Bellini que atraía a Bellini no era la luz, que, al destr uir la oscur idad,
HAC IA 1433-1516 nos perm ite distin guir los objet os; lo que le atraía era la ma-
nera en la que la luz, cuan do es difus a, crea una unida d de
Giovanni Bellini fue el prime r gran pinto r venec iano. Quie ro
todos los objet os sobre los que se derra ma. Esta es la razón ,
ha blar aquí de cuatr o Vírge nes pinta das por él a lo largo de
por ejem plo, por la que una estan cia o un paisa je son tan dis-
un perío do de treint a y cinco años.
tinto s visto s a las tres de la tarde y a las once de la maña na.
La prime ra data de la décad a de 1470, cuan do estab a en la
Quiz á para ser más precisos hab ría que decir que el interé s
cuare ntena . La segun da la pintó unos diez años despu és, en-
real de Bellini era la luz del día. En este senti do, la luz implica
trado en los cincu enta. La terce ra, de nuevo , diez años más
espac io. No es solo una chisp a o una llama; es un día enter o.
tarde. Y la últim a, hacia 1505, cuan do ya era un ancia no de se-
Y así, luchó toda su vida por crear en sus cuad ros el espac io
tenta . que pudie ra mant ener y conte ner todo aquel lo que encie rra
Pued e que hoy parez ca que no hay much a diferencia entre
para noso tros la luz natu ral.
las cuatr o pintu ras. Toda s repre senta n el mism o tema ; todas
En la prime ra pintu ra hay muy poco espac io. Las dos figu-
tiene n la mism a funci ón religiosa. En todas ellas, la Virgen
ras son casi un bajorrelieve contr a el muro liso que deja fuera
lleva casi los mism os ropaj es. Y, sin emba rgo, en realid ad,
todo lo demá s. En esta pintu ra, el día tiene , como si dijé-
detrá s de la evolu ción que entra ñan estas pintu ras resid e una
ramo s, no más de un palm o de profu ndida d.
de las innov acion es más atrev idas de toda la histo ria del arte.
En la segu nda pintu ra, empi eza a atrev erse a coloc ar las
El tema es s iemp re el mism o, pero la act itud del art ista hacia
figuras en un espac io abier to. Ha echad o abajo el muro . Deja
él, su modo de verlo, sufre un camb io revol ucion ario.
pasar el d ía por cada lado, pero solo tenta tivam ente. Todavía
Entre la prime ra pintu ra y la últim a hay una gran dife-
hay una cortin a lisa detrá s de las figuras que cuelg a miste rio-
rencia, la mism a que pued e obser varse entre dos obras de
same nte del cielo. Me da la impre sión de que en esta pintu ra
cualq uier artist a en la histo ria de la pintu ra.
el espac io tan solo empi eza a filtrarse por cada lado.
La luz fue la pasió n de Bellini a lo la rgo de toda su exis-
En la terce ra pintu ra, la cortin a está más retira da, y las
tenci a. No es de sorpr ende r cuan do se piens a que traba jó en
figuras no miran de frente al espec tador . Están girad as, for-
Venecia y sobre Venecia. Claro está que sin luz no ten-
mand o un ángu lo, y este ángul o, este giro, cond uce nuest ra
dríam os pintu ra algun a; sin luz no vemo s. Sin emba rgo, lo
mirad a hacia el paisa je que hay detrá s, hacia el día. Pero aquí
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todavía están protegidas las figuras, todavía atrincheradas.
No solo se trata de la cortina, sino también del antepecho
sobre el que está tendido el niño. Este funciona realmente
como el borde de un escenario que nos separa de los actores
y limita el espacio en el que pueden actuar.
Pero en la última pintura lo logra de verdad, treinta años
después de la primera. Las figuras están completamente al
aire libre y a plena luz del día. Podemos andar alrededor de
ellas. Toda la pintura, todo el paisaje es tan espacioso como
largo es el día.

Giovanni Bellini, Virgen con niño, 1480-1490.

Giovanni Bellini, Virgen griega, 1470.


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pues en eso consiste el logro de Bell in i. ¿No se conocían las
leyes de la perspectiva antes de la época de Bel li ni? Sí, se
conocían, pero a Bell ini no solo le interesaba crear una ilu-
sión de distancia. Lo que q uería era llenar de luz todo el espa-
cio que introducía en estas p inturas, como qu ien llena un tan -
que de agua. No se conten taba con solo pintar los objetos
ce rcanos grandes y los lejanos pequeños. Quería mostrar que
la luz cae un ifo rm e sobre ellos, y crear, en cada p intu ra, el
equivalen te de ese orden y de esa unidad que la luz puede
imponer en la natura leza. Había, pues, una segunda lucha, a
fin de crear un nuevo t ipo de orden y de un idad en sus cua-
d ros.
Giova nn i Bellini, Virgen con niño, 1480-1500 . En el pri me ro, se percibe la línea recta que forma el cos-
tado de recho del niño, se la ve su bi r y coincid ir tan limpia-
mente con el velo de la Virgen. La pi ntura rebosa cálculos y
guías de este t ipo, lo que le da orden y un idad. Pero como la
pi ntura es plana, s in espacio, esta organización no deja de
se r una cuestión de líneas. O bservemos, por ejem plo, las
manos de la Vi rge n. Cada dedo está separado y perfilado, de
modo que, en co nj unto, parecen casi las teclas de un piano.
Y, en ve rdad, el esquema de l que depende todo el cuadro se
basa en el cont raste de luces planas contra zonas oscuras
planas, algo semejante al teclado de un piano.
En el segundo, se t rata todavía de organ izar su uni dad
Giova nn i Bellini, Virgen en el prado, hacia 1500. según líneas, de mane ra pla na. Es cie rto que aq uí el n iño pa-
rece patalea r un poq uito en el espacio, pe ro observemos las
Cabe pregunta rse: ¿fue ta n d ifícil esta conquista de l espacio?,
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dos t iras de cielo y pa isaje a cada lado. Fu ncionan en bue na nun ca antes de é l. Y lo que esto impl ica va mucho más allá
medida co mo una especie de motivo plano. Se pa recen más del arte.
bie n al veteado de l má rm ol que hay al pie del cuad ro . Pe ro en El p ri me r cuadro, que es casi biza ntino, es una pin tura
el tercero, las cosas empieza n a cambia r. Ya no se trata de que todavía pertenece a la tradición medieva l, al mismo
o rga nizar las líneas, s ino de m asas en el espacio . Los dedos mundo que esas imágenes de los muros de las iglesias, que
de la Vi rgen ya no se pe rcibe n sepa rados, sino que toda la excl uyen todo movim iento y todo el tráfico terrenal. Solo pue-
mano se ahueca y encierra la del ni ño y la manza na, igual que des acerca rte a ellas de frente, para adorarlas. Pe ro en la
pod ría -si la escala fue ra dife rente- ence rrar la colina que últ ima pintu ra, se trata de una mad re en un cam po . No solo
hay detrás, una colina que pa rece hecha con la fo rm a exacta no tiene ha lo, sino que ade más ahora un o se p uede apro-
pa ra adaptarse a su mano. Observe mos tamb ién el man to y ximar a ella desde cualquier dirección, incl uso desde atrás, y
có mo le rodea la cabeza, de la m isma ma ne ra que los osc u- eso significa que forma pa rte de la naturaleza, que se puede
ros árboles rodea n y cubre n la colina . Y por fin , en el últ imo co ntem plar desde todos lados, y se puede cuestionar e inves-
cuad ro, Bellini logra una un idad co mpleta e nt re las figu ras y t igar. Ya no hay un punto de vista fi jo, un ce nt ro fi jo . El hom-
el d ía es pac ioso y lleno de luz. Las manos de la Virgen, cuyos bre, co mo en el mundo clásico que el Renacimien to descu-
dedos apenas se toca n, encierran el mis mo tipo de espacio bría por e nto nces, se ha transformado en su propio ce nt ro, y,
que debe de encerrar la torre en lo al to de la col ina. El ni ño as í, es libre de ir a donde se le ocurra.
llena s u regazo de la misma ma nera que la luz de l sol podría Entre el primero de los cuadros y el último, Cri stóbal
llenar una hondonada en un pa isaje . Y la pro pia naturaleza Coló n descubrió Amé ri ca, Vasco de Ga ma había dado la vuel-
está orga nizada en una un idad . Los árboles de la izq ui erda ya ta al cabo de Buena Espe ranza y llegado a la Ind ia, y en
no son solo líneas e n una pintu ra, sino que existen en un pai- Padua, donde Bellini hab ía estud iado, Co pé rn ico t rabajaba en
saje y en e l espacio . Pe ro e l pájaro guía nu estra mirada hasta su primera teo ría para demostrar que la Tierra giraba alre-
las copas y luego la g ira ligeramente hac ia la derecha, en per- dedor del Sol. El espacio que Bellini introdujo en sus cua-
fecta consonancia co n la posición girada de la Virgen. d ros, por lo tan to, ofrecía la med ida exacta de la nueva libe r-
As í es como el inte rés de Bell ini po r la lu z del d ía lo llevó tad que po r en tonces estaba n alcanza ndo los se res hu m anos.
a conqui star e l es pac io en sus pintu ras, a relacionar el se r hu - Po r eso puede dec irse que la d iferenc ia entre estas cuat ro
mano co n la natura leza de un modo que no se hab ía dado pinturas sobre un m ismo tema es un a d ifere ncia
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revolucionaria.
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El Bosco simb olism o emp lead o en la pintu ra. Los símb olos de El
HACIA 1450-1516 Sosc o proc eden del leng uaje secre to, heré tico y proverbial de
ciert as secta s mile naris tas del siglo xv, que creía n que si se
En la histo ria de la pintu ra enco ntram os a vece s extra ñas
vencía al mal, se podí a cons truir el cielo en la tierra. Se han
profecías, profecías que no fueron pens adas com o tales por
escri to muc hos ensa yos sobr e las alego rías que enci erran sus
los pinto res. Se diría que lo visible pued e tene r sus prop ias
obra s,1 pero la profecía que entra ña la visión del infierno de
pesa dilla s. Por ejem plo, El triunfo de la Muerte de Pieter Sreu- El Sosc o no se encu entra tanto en los detal les -po r gro-
ghel el Viejo, que fue pinta do hacia 1580 y que hoy se con-
tesco s y obse sivo s que sean - com o en el conj unto . O, para
serva en el Mu seo del Prado, ya con tiene una terrible profecía
decirlo de otro mod o, en lo que cons tituy e el espacio del in-
de los cam pos de exter mini o nazis .
fierno.
La mayor parte de las profe cías, cuan do son espe cífic as,
Es un espa cio sin horiz onte . Tam poco hay cont inuid ad
anun cian algo malo, pues a lo largo de la histo ria siem pre
entre las accio nes, ni paus as, ni send eros , ni paut as, ni pa-
han surg ido nuev os terro res, y aunq u e algu nos desa pare zcan ,
sado ni futuro. Solo vem os el clam or de un pres ente desigual
nunc a surg e una felicidad nueva; la felicidad es siem pre la de
y fragm entar io. Está lleno de sorp resa s y sens acio nes, pero
ante s. Lo que cam bia son los mod os de luch ar en pos de esa
no apar ecen por nin gún lado las cons ecue ncia s o los resul-
felicidad. tado s de las mism as. Nad a fluye libre ment e; solo hay inte-
Med io siglo ante s de Breughel, El Sosc o pintó el trípti co
rrupcione s. Lo que vem os es una espe cie de delirio espa cial.
de El jardín de las delicias, que tamb ién está en el Mus eo del Com pare mos este espa cio con lo que se ve, por lo gene -
Prado. ral, en los anun cios de publ icida d, en el típic o teled ia ri o de la
El pane l izq uierd o mue stra a Adán y Eva en el Paraíso; el
CNN o en muc hos de los repo rtaje s reali zado s en los dife-
centr al, que es más gran de, desc ribe el jardín de las delicias;
rente s med ios de com unic ació n. Nos enco ntram os ante una
y el dere cho repre senta el infierno. Y este infie rno se ha con-
incoh eren cia simi lar, una infinidad simi lar de emo cion es
verti do en una extra ña profecía del clima men tal que la glo-
inco nexa s, un frene sí similar.
baliz ación y el nuev o orde n econ ómic o han impu esto en el
Lo que profetizó El Sosc o es la imag en del m undo que
mun do. hoy nos trans mite n los med ios de com unic ació n, bajo el im-
Explicaré por qué. No tiene nada que ver con el
pact o de la globalización y su ma lvada nece sidad de vend er
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incesantemente. La profecía de El Sosco y esta imagen del
mundo parecen un rompecabezas cuyas piezas no encajarán
nunca.
Y este es precisamente el término que utilizaba el subco-
mandante Marcos para hablar del nuevo orden mundial en
una carta enviada a los medios de comunicación el año
pasado.2 Escribía desde Chiapas, al sureste de México. Para
él, el planeta es hoy el campo de batalla de una IV Guerra
Mundial. (La 111 fue la llamada Guerra Fría.) El objetivo de los
beligerantes es la conquista de todos los mercados del
El Sosco, E/jardín de las delicias, 1490-1500.
mundo. Los arsenales son financieros, pero a cada momento
millones de personas mueren o quedan mutiladas a conse- La fragmentación, el quebranto en el panel del infierno de
cuencia de esta guerra. El objetivo de quienes la libran es El Sosco es tan parecida que casi tengo la im presión de ver
gobernar el mundo desde unos centro s de poder nuevos, allí las siete piezas que enumeraba Marcos.
abstractos: enormes polos mercantiles que no estarán suje- La primera pieza t iene la forma de un símbolo de dólar y
tos a control alguno, salvo el de la lógica de la inversión. es verde. Esta pieza la componen la nueva concentración de
Mientras tanto, nueve de cada diez habitantes de l planeta toda la riqueza en cada vez menos manos y la extensión s in
viven con esas piezas melladas de un rompecabezas que no precedentes de una pobreza cada vez más desesperada.
enca¡a. La segunda pieza es triangular y consiste en una falacia .
El nuevo orden afirma que racionaliza y moderniza la produc-
ción y el esfuerzo humano. En real idad, se trata de una vuelta
a la barbarie de los inicios de la Revolución industria l, con la
importante diferencia de que esta vez nada, ni consideración
ni principio moral, se opone y contiene el avance de esa bar-
barie. El nuevo orden es fanático y totalitario. (No hay apela-
ción posible. Su totalitarismo no atañe a la política, la cual,
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según reconoce el propio orden, ha quedado desbancada, La sexta pieza tiene la forma de un garabato y está com-
sino al control monetario del globo.) Pensemos en los niños. puesta de fragmentos . Por un lado, e l nuevo orden hace des-
Cien m illones de n iños viven en la calle. Doscientos m illones aparece r las fronte ras y las d istancias med iante la telecomu-
forman parte de la mano de obra mund ial. nicación instantánea de intercambios y transacciones, la im-
La tercera pieza es redonda como un círculo vicioso. Con- plantac ión de zonas de libre comercio (como el NAFTA), y la
siste esta pieza en la em igración forzosa a la que se ven abo- imposic ión de una ún ica ley incuestionable, la de l mercado. Y
cados mi llones de pe rsonas. Los más emprendedores de por el otro lado, a base de socavar la independenc ia de los
qu ienes no tienen nada intentan sob revivir em igrando. Pero estados nac ionales, provoca la fragmentación y la proliferación
el nuevo orden mundia l t rabaja d ía y noche confo rme al prin- de fronte ras, como ha suced ido, por ejemplo, en la antigua
cipio de que quien no produce, quien no consume y qu ien no Un ión Soviética, en Yugoslavia, etc. "Un mundo de espejos
t iene d inero que mete r en e l banco sobra. As í que los em i- rotos reflejando la inútil un idad mund ial del rompecabezas
grantes, los que no t ienen tierra n i techo, son tratados cual neoli beral", decía Marcos en la carta.
desechos del s istema, como algo q ue hay que eliminar. La séptima p ieza t iene forma de bolsa y la componen
La cuarta pieza es rectangu lar como un espejo y consiste todas las bolsas de res istencia contra el nuevo orden que
en el intercamb io que está ten iendo lugar en nuestros d ías están aparec iendo de un lado al otro del planeta. Los zapa-
entre los bancos y los estafadores y crim inales de todo el t istas constituyen una de esas bolsas. Otros, con circuns-
mundo, pues el de lito tamb ién se ha global izado. tanc ias distintas, no han escogido necesariamente la resis-
La q uinta p ieza es más o menos un pentágono. Esta pieza tencia armada. Estas muchas bolsas no t ienen un programa
es la repres ión fís ica. Bajo el nuevo orden mund ial, los Esta- político común. ¿Cómo iban a tenerlo s i están dentro de un
dos nacionales han perdido su independencia, su in iciativa rompecabezas roto? Pero su heterogeneidad puede ser una
política y su soberanía. (La nueva retórica de la mayoría de promesa. Lo que t ienen en común es su defensa de los que
los polít icos es un intento de ocultar su impotencia política, sobran, de los que están a punto de se r e liminados, y su con-
aunque tengan poder civil y repres ivo.) La nueva tarea de los vencimiento de que la IV Guerra Mundial es un crimen contra
Estados es adm inistrar lo que les toca, proteger los intereses la human idad.
de las grandes empresas y, sobre todo, controlar y vigi lar a Las siete piezas no encajarán nunca; nunca ofrecerán una
los que sobran. imagen con sentido. Esta carencia de sentido, este absurdo,
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es endé mico en el nuevo o rden . Co mo predecía El Bosco e n La es peranza, sin embargo, es un acto de fe y la fe para
su vis ión de l infie rno, no hay horizonte. El mundo está en lla- sostenerse p recisa de acc iones concretas. Po r ejemplo, la ac-
mas. Todas las figuras inten tan sobrevivir concentrándose en ción de aproximarse, de calcular la d istancia y caminar hacia el
sus neces idades más inmed iatas, en su supervivencia. En su otro. Esto conduciría a una colaboración que se opone a la
grado más ext remo, la claustrofobia no está causada por el d iscon tinu idad. Resistir no significa solo negarse a ace ptar la
exceso de gente, s ino por la discontinu idad entre una acc ión absu rda imagen del mundo q ue se nos ofrece, s ino tamb ién
y la siguiente, la cual, sin embargo, está casi al alcance de la denunc iarla. Y cuando el infie rno es denunc iado desde den -
mano. Eso es el infierno. t ro, deja de ser infie rno.
La cu ltura en la que vivimos es ta l vez la más claustro- En las bolsas de res istencia que hoy constituyen esa espe-
fóbica que ha existido; en la cultura de la globalización, como ranza, los otros dos paneles del tríptico de El Bosco -Adán y
en el infierno de El Bosco, no se llega siquiera a entrever un Eva en el Pa raíso y el jard ín de las de licias- se pueden estu-
lugar diferente o un modo distinto. Lo que se nos da es una d iar a la luz de una linterna, en la oscuridad ... Los neces i-
prisión. Y enfrentada a este reduccionismo, la inteligencia hu- tamos.
mana se transforma en pura avaricia. Para terminar, que rría citar al poeta argentino Juan Gel-
Marcos term inaba su carta d iciendo: " Es necesario hacer man:
un mundo nuevo, un mundo donde quepan muchos mun-
llegó la muerte con su recordación
dos, donde quepan todos los mundos". Lo que nos recuerda
nosot ros vamos a empezar otra vez
la pintura de El Bosco - si se puede decir que las profecías
la lucha
recuerdan- es que el primer paso en la co nstrucción de un
otra vez va mos a empeza r
mundo alternativo ha de ser rechaza r la imagen del mundo
otra vez va mos a empeza r nosotros
que nos han impuesto y todas las falsas promesas empleadas
po r doquier para justificar e ideal izar la neces idad, criminal e
contra la gran derrota del mundo
insac iable, de vender. Es vita l que encontremos otro espacio . compañeritos que no te rm inan
En primer lugar, tenemos que encontrar un horizonte. Y
o
pa ra eso hemos de volver a tener espe ranza, en contra de lo arden en la memo ri a co mo fuegos
que el nuevo orden p retende y pe rpetra. otra vez
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otra vez
otra vez3 1 Uno de los más originales, aunque ha s ido ampliamente
rebatido, es e l estudio: Fraenger, Willhelm, Hieronymus Bosch:
das tausendjiihrige Reich, Winkler-Verlag, Coburgo, 1947.
2 Esta carta fue publicada en agosto de 1997 en muchos
periódicos del mundo, entre los que cabe destacar Le Monde
Diplomatique (la vers ión castellana aparec ió en Le Monde
Diplomatique, ed ición española, julio-agosto 1997 y sep-
t iembre 1997) .
3 Gelman, Juan, "Esperan", en Si dulcemente, Lumen,
Barcelona, 1980.
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Matthias Grünewald todas aquel las esperanzas se verían categóricamente frus-
HAC IA 1470-1528 tradas. Pero esto lo comprendimos después. En aquel mo-
mento, muchos de nosotros intentamos protegernos contra
la dureza de la verdad. Por ejemplo, a principios de 1969, se-
guíamos pensando que posiblemente volvería a producirse
un segundo 1968.
No es este e l lugar para hacer un anális is de los cambios
que se produjeron a escala mundia l en el alineamiento de las
fuerzas políticas. Baste con decir que había quedado abierto
el camino para lo que más tarde se llamaría normalización.
Muchos mi les de vidas también se vieron modificadas. Pe ro
esto no aparecerá nunca en los libros de historia. (En 1848 se
dio un momento comparable, aunque d iferente de este, y sus
efectos en la vida de toda una generación no están recogidos
en la historia, sino en La educación sentimental de Gustave
Matthias Grünewald, Retablo de lsenheim, 1512-1516. Flaubert.) Cuando miro a mi alrededor, a mis amigos, y par-
t icularmente a aquellos que eran (o siguen siendo) políti-
La primera vez que fui a Colmar a ver el retablo de Grünewald
camente conscien tes, comprendo cuánto cambió o desvió
fue en el invierno de 196J. Diez años después vo lví por se-
aquel momento la dirección que tomarían sus vidas a largo
gunda vez. No lo había planeado así. Durante esos años ha-
término, tanto como podría haberla modificado un suceso
bían cambiado muchas cosas. No en Colmar, sino, en gene-
estrictamente personal: el descubrimiento de una enfer-
ral, en el mundo, y también e n mi vida. El momento cumbre
medad, una recupe ración inesperada, la bancarrota. Me ima-
del cambio tuvo lugar exactamente a mitad de esa década. En
gino que cuando ellos me miran, ven en mí algo parecido.
1968, en diversos luga res de l globo, salieron a la luz y reci-
La normalización sign ifica que los diferentes s istemas
bie ron un nombre unas esperanzas alimentadas, más o
políticos que comparten el control de casi todo el mundo
menos clandestinamente , durante años. Y en ese m ismo año
pueden in terca mbiarse todo, con la única condición de que
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nada sea radic alme nte cam biad o en ning una parte . Se su- de la ciud ad de lsenh eim. El hosp icio aloja ba a las vícti mas
pone que el pres ente es cont inuo ; la cont inuid ad que perm ite de la pest e y la sífilis. El retablo tenía la función de ayud ar a
el desa rroll o tecno lógic o. las vícti mas a acep tar el sufri mien to.
En mi prim era visita a Colmar, vi la Crucifixión com o la
Una époc a de espe ranz as (com o las que se diero n ante s de
clave de todo el retab lo y la enfe rmed ad com o la clave de la
1968) le anim a a uno a pens ar en sí mism o com o un ser in-
Cruc ifixión. "Cua nto más lo m iro, más me conv enzo de que
t répido. Uno debe hace r frent e a todo . Pare ce que el únic o
para Grün ewal d la enfe rmed ad repre senta el estad o real del
peligro fuera la evas ión o el senti men talis mo. La dura verd ad
ser hum ano. Para él, la enfe rmed ad no es el prelu dio de la
ayud ará a la liberación. Este principio se integra de ta l form a
mue rte com o el hom bre mod erno tiend e a teme r; es la
en nues tro pens amie nto que llega mos a acep tarlo sin más. '
cond ición de la vida". Esto es lo que escri bí en 1963- Enton-
Uno es cons cien te de que las cosa s podr ían ser d istin tas. La
ces igno ré el hech o de que se podí a abrir y cerrar. No nece-
espe ranz a es una lente maravillosa. Nue stros ojos se acop lan
sitab a la espe ranz a repre senta da en las tabla s, pues yo ya
a ella. Y con ella pode mos exam inar cualq uier cosa .
ten ía mi pro pia lente de espe ranz a. Veía a Cristo en la Resu-
El retablo, al igual que una trage dia grieg a o una novela
rrección "tan blan co con la palid ez de la mue rte"; veía a la
del siglo x1x, inten taba abar car la total idad de la vida y dar
Vi rgen en la Anun ciaci ón resp ondi endo al ánge l com o si este
una explicación del mun do, y con este fin fue origi naria men te
le "hub iera anun ciad o una enfe rmed ad incurable"; ante la Vir-
conc ebid o. Cons ta de varias tabla s de mad era artic ulad as.
gen con el niño me emp eñé en ver en los paña les que envu el-
Cuan do esta s perm anec ían cerra das, quie nes se enco ntrab an
ven al pequ eño el infecto hara po que más tarde serviría de
ante el altar veían la Crucifixión en el cent ro y a cada lado de
tapa rrabo s en la Crucifixión.
esta a san Anton io y a san Seba stián . Cuan do se abrían, podía
Esta visió n de la obra no era del todo arbitraria. El inicio
vers e un conc ierto de ánge les y una Virgen con el niño, así
del siglo xv1 se sinti ó y se expe rime ntó en muc has parte s de
com o una Anun ciaci ón en un lateral y una Resurrección en el
Euro pa com o un tiem po de mald ición . Y sin duda algu na esta
otro. Cuan do se abría n una vez más, se veía a los após toles y
expe rienc ia está pres ente en el retablo, aunq ue no sea la
a algu nos dign atari os de la Iglesia flanq uead os por unas pin-
única. Pero en 1963 yo solo vi eso, solo vi deso lació n. No
t uras que repre senta ban la vida de san Anto nio. Este retablo
nece sitab a ver nada más.
fue enca rgad o por la orde n de san Antonio para un hosp icio
Diez años desp ués, el giga ntesc o cuer po crucificado
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seguí a empe queñ ecien do a los plañi deros en la pintu ra y al recon oce a una perso na antes de que actúe y a la misma per-
obser vado r fuera de ella. Esta vez pensé : la tradición europ ea sona despu és. Otorg a a esta perso na un valor que no es
está llena de imág enes de tortu ra y dolor, sádic as en su tradu cible en virtud.
mayoría. ¿Cómo es que esta, que es una de las más despi a-
El amor de una madr e po r su hijo podría resum ir este tipo de
dada s y atorm entad as de todas , const ituye una excepción?
¿Cóm o está pinta da? amor. La pasió n es solo una moda lidad más del mism o. Sin
emba rgo, existen cierta s diferencias. Un niño está en un pro-
Está pinta da centí metro a centí metro . Ni un conto rno, ni
ceso de conti nuo deven ir. Un niño es incom pleto . En lo que
un hueco , ni una elevación en los conto rnos revela una vaci-
es, en un mom ento dado , pued e ser notab leme nte comp leto.
lación mom entán ea en la inten sidad de la descripción. Esta
Pero en el paso entre un mom ento y otro se hace depe n-
se ajusta al dolor sufrido. Puest o que ningu na parte del cuer-
dient e, y su estad o incom pleto , evide nte. El amor de la madr e
po escap a al dolor, la fuerza de la descr ipció n no pued e de-
se confa bula con el niño. Lo imag ina más comp leto. Los de-
caer en ningu na zona de la pintu ra. La causa del dolor es irre-
seos de ambo s se entre mezc lan o altern an. Com o las piern as
levante; lo único que impo rta es la fidelidad de la descr ipció n.
al caminar.
Esta fidelidad tiene su origen en la empa tía del amor.
El descu brimi ento de una perso na amad a, ya form ada y
El amor confiere inocencia. No tiene nada que perdo nar.
comp leta, es el inicio de una pasió n.
La perso na amad a no es la mism a que la perso na que vemo s
Uno recon oce a quien es no ama por sus logros o cuali-
cruza ndo la calle o laván dose la cara. Ni tamp oco exacta-
dade s perso nales . Las cuali dades que uno consi dera impor-
ment e la mism a que la perso na que está viviendo su propi a
tante s pued en ser difere ntes de las que la socie dad en gener al
vida, su propi a experiencia, porqu e él (o ella) no pued e ser
inoce nte. procl ama como tales. No obsta nte, tenem os en cuen ta a
aquellos que no amam os depe ndien do de su mane ra de lle-
¿Qui én es enton ces la perso na amad a? Un miste rio cuya
ident idad nadie pued e confirmar, salvo el aman te. Fiódor nar un conto rno, y para descr ibir dicho conto rno utiliz amos
adjetivos comp arativos. Su "form a" global es la suma de sus
Dostoyevski lo comp rendi ó muy bien. El amor, aunq ue una,
es solitario. logros o cuali dades , tal como las descr iben los adjetivos.
A la perso na amad a la vemo s de una forma totalm ente
La perso na amad a es el ser que perm anece cuan do sus
opue sta. Su conto rno o forma no es una superficie
propi os actos y su egoc entri smo han sido disue ltos. El amor
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encontrada por casualidad, s ino un horizonte que lo bordea manos, cubiertas ya con guantes de lana, en una estufa por-
todo. Uno no reconoce a la persona amada por sus cuali- táti l de ace ite. Cuando levanté la vista tuve una clara con-
dades o logros, sino por los verbos que puedan satisfacerla. ciencia de que algo se hab ía movido o cambiado. Sin em-
Sus necesidades pueden ser muy d ife rentes de las del aman- bargo, no había oído nada, y la sala estaba en completo s ilen-
te, pero crean un valo r: e l va lor de ese amor. cio. Entonces vi lo que hab ía cambiado. Había salido el sol.
Para Grünewald el verbo era pintar. Pintar la vida de Cris- Muy bajo en el cielo inve rna l, entraba d irectamente por las
to. ventanas góticas, de forma que las líneas de sus apuntados
La empatía, llevada hasta el grado en que la llevó Grü- arcos se imprimían nítidamente en la blanca pared opuesta a
newald, puede revelar un área de verdad entre lo objetivo y lo ellas. Pasé la mirada desde la pared iluminada por las ven-
subjetivo. Los méd icos y los científicos que t rabajan actua l- tanas a la luz pintada en las tablas: la ventana pintada al
mente en la fenomenología del dolo r podrían estudiar esta fondo de la capilla en donde tiene lugar la Anunciación, la luz
obra. Las d istorsiones de la forma y de las proporciones - la que se derrama por la montaña p intada detrás de la Virgen, el
d ilatación de los pies, el torso arqueado a la altura del pecho, gran círcu lo de luz que cual auro ra boreal envuelve a Cristo
el alargamiento de los brazos, la colocación de los dedos- resucitado. En todos los casos, la luz pintada se mantenía
describen exactamente la anatomía sentida del do lor. como tal. Seguía s iendo luz, no se des integraba en pintura de
colores. El sol se ocultó, y la pared blanca perdió las figuras
No qu iero sugerir con todo esto que en 1973 vi más cosas
que la animaban. El retablo mantuvo su resp landor.
que en 1963- Vi las mismas, pero de otra manera. Eso es
Me di cuenta entonces de que todo el retab lo trataba de la
todo. Los d iez años tra nscurridos no implican neces-
oscuridad y la luz. El inmenso espacio de cielo y de llanura
ariamente progreso; en muchos sentidos representan una de-
que se extiende detrás de la Crucifixión, la llanura alsac iana
rrota.
cruzada por los mi les de refug iados que huían de la guerra y
El retablo está alojado en una sala alta con ventanas góti-
la hambruna, está desierta y envuelta en una oscuridad que
cas, cerca de un río y de algunos almacenes. Durante mi se-
parece defin it iva. En 1963, la luz de las otras tab las me pa-
gunda visita, yo estaba tomando algunas notas y de vez en
rec ió débi l y artificial. O, más exactamente, déb il y misteriosa.
cuando mi raba al concierto de ángeles. La sala estaba de-
(Una luz soñada en la oscuridad.) En 1973, creí ver que la luz
sierta, a no ser por el vigi lante, un viejo que se calentaba las
de aquellas tab las era coherente con la experiencia esencial
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de la luz. como s i el ojo que m ira viera ecos de s í m ismo all í donde
La luz solo es un iforme y constante en muy contadas cir- qu ie ra que se concentre la luz. Esta mu ltiplicidad p ropo rciona
cunstancias. (A veces, en el mar; a veces, en la alta montaña.) un t ipo de gozo.
No rma lmente, la luz es variada y cambiante. Las somb ras la La atracción del ojo po r la luz, la atracc ión de l o rgan ismo
cruzan. Unas superficies la reflejan mejor que otras. La luz no po r la luz como fuente de ene rgía son algo básico. La atrac-
es, como los mora listas qu ieren hace rnos creer, el polo co ns- ción de la imaginación po r la luz es algo más com plejo, pues
tantemente opuesto a la oscuridad. La luz resp landece en la imp lica toda la mente y, por lo tanto, una expe riencia compa-
oscuridad. rat iva. Los humanos res pondemos a las d iversas mod ifi-
Observemos las tablas de la Virgen y el concierto de ánge- caciones fís icas de la luz con cambios de humo r infin ite-
les. Cuando no es absolutamente regu la r, la luz d isloca las s ima les, pe ro bien defin idos: aleg re o t ri ste, es pe ranzado o
d imens iones regu lares de l espacio . La luz vuelve a dar forma temeroso. Ante la mayoría de las escenas, la expe ri encia de
al espacio ta l como nosotros lo pe rcibimos. Al princip io, lo cada uno con respecto a la luz se d ivide en zonas espaciales
que está ilum inado t iende a pa recer más próximo que lo que de seguridad y de duda. La vis ión avanza de una a ot ra luz,
está en la sombra. Se d iría que por la noche las luces apro- como una figura que atraviesa el río de p ied ra en p ied ra.
ximan el pueblo hac ia nosotros. Si exam inamos este fenó- Unamos las dos o bservaciones que acabamos de hace r:
meno más deten idamente, se vuelve más sutil. Toda concen- la espe ranza atrae, brilla como un punto al que uno qu isie ra
trac ión de luz actúa como cent ro de atracc ión imaginativa, de acerca rse, desde el que uno qu is iera med ir todo lo demás. La
forma que uno, en su imaginación, lo mide todo desde esta, a duda no t iene centro y es ub icua.
través de las zonas de somb ra y oscuridad. Y as í hay tantos De ahí la fuerza y la fragilidad de la luz de Grünewald.
espacios articu lados como concentrac iones de luz. El lugar Las dos veces que fu i a Colmar era invierno, y en am bas
en el que uno está situado en cada momento establece el ocasiones la ciudad estaba atenazada po r el frío, ese frío que
espacio p ri ma ri o de una planta arqu itectón ica. Pero lejos de viene de la llanura y t rae con é l un recuerdo del hamb re. En la
allí se inicia un diá logo con todos los lugares ilum inados, por misma ciudad, bajo unas cond iciones fís icas similares, vi de
muy lejos que estén, y cada uno propone otro espacio y una forma d iferente. Es un lugar co mún que la s ign ificac ión de
art iculación espacial d iferente. Todos los luga res brill ante- una o bra de arte ca mbia con el t ie mpo. Por lo general, s in
mente ilum inados le incitan a uno a imaginarse en ellos. Es emba rgo, este conocim iento se utili za para d istingu ir en tre
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"ellos" (en el pasado) y "nosotros" (en el presente). Ten-
demos a representar a ellos y sus reacciones ante el arte como
parte de la historia, al tiempo que nosotros nos atribuimos una
visión de conjunto que lo domina todo desde lo que consi-
deramos su cumbre. La obra de arte que ha sobrevivido hasta
nuestros días parece así confirmar nuestra posición superior.
El objetivo de su supervivencia éramos nosotros.
Esto no es más que una ilusión. La historia no concede
privilegios. La primera vez que vi el retablo de Grünewald es-
taba deseando situar/o históricamente. En términos de la reli-
gión medieval, la peste, la medicina, el lazareto. Hoy soy yo
quien se ve obligado a situarse históricamente.
En un período de esperanza revolucionaria, vi una obra de
arte que había sobrevivido y era una prueba de la desespe-
ración del pasado; en una época que ha de ser sob rellevada
como se pueda, veo que, mi lagrosamente, la misma obra nos
ofrece un angosto paso a través de la desespe ración.
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Alberto Durero
1471-1528

Hace más de quinientos años del nacimiento de Durero.


(Nació el 21 de mayo de 1471, en Núremberg.) Estos qui-
nientos años pueden parecer mucho o poco tiempo, depen-
diendo del punto de vista o el humor de cada cual. Cuando
parecen poco tiempo, sientes que es posible entender a Du-
rero y mantener con él una conversación imaginaria. Cuando
parecen mucho tiempo, el mundo en el que vivió y la con-
ciencia que de él tenía el artista se sienten como algo tan re-
moto que no es posible diálogo alguno. Alberto Durero, Autorretrato con abrigo de piel, 1500.
Durero fue el primer pintor obsesionado con su imagen. Alberto Durero, Autorretrato, 1498.
Nadie antes de él había pintado tantos autorretratos. Entre
sus primeras obras se encuentra un autorretrato a grafito ¿Por qué se pinta un hombre a sí mismo? Uno de los moti-
dibujado a los trece años. El dibujo no solo demuestra que vos, entre otros muchos, es el mismo que el que lleva a cual-
era un prodigio, sino también que estaba convencido de que quier persona a querer que la retraten. Para producir pruebas,
su aspecto era asombroso e inolvidable. Y, ta l vez, una de las unas pruebas que seguramente le sobrevivan, de que ha exis-
cosas que lo hacía asombroso era que parecía consciente de tido. Su mirada permanece; y el doble sentido de la palabra
su propia genialidad. Todos sus autorretratos revelan un inglesa look, que significa tanto 'aspecto' como 'mirada', su-
sentimiento de orgullo. Se diría que la mirada del genio que él giere el misterio o el enigma contenido en esa idea. Su mi-
mismo percibe en sus ojos es un elemento más de la obra rada interroga a quienes contemplamos el retrato intentando
maestra que se ha propuesto crear en cada caso. En esto sus imaginar la vida del artista.
autorretratos son la antítesis de los de Rembrandt. Al recordar estos dos autorretratos de Durero, uno con-
servado en Madrid y otro en Múnich, soy consciente de ser,
junto con otros miles de personas, el espectador imaginario
cuyo interés presupuso el pintor hace unos 485 años. Al
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mismo tiempo, s in embargo, me pregunto cuántas de las sino que ta mbién llegó a da rse cuenta de cuán indepen -
palabras que escribo ahora habrían transm it ido a Durero el d ientes de es píritu y cuán respetados socialmente podían ser
significado que t ienen hoy. Podemos ap roxima rnos tanto a su los pin tores. Sus ropas venec ianas y el paisaje de los Alpes
rostro, a su expresión, que resu lta difícil creer que en realidad que se ve por la ven tana ind ican seguramente que la pi ntura
una gran parte de su experiencia no puede s ino escapár- hace referencia a sus experiencias juven iles en Venecia. Inte r-
senos. Situar a Durero históricamente no es lo mismo que pretado en unos términos absurda mente toscos, pa rece que
reconocer su pro pia experiencia. Me parece importante seña- la p intu ra estuviera d iciendo: " En Venecia tomé la medida de
lar esto en vista de la autocom placencia con la que se suele mi propia val ía, y es pe ro que se me reconozca aquí en Ale-
da r por supuesta una continu idad entre su t iempo y el nues- man ia". Desde su regreso había empezado a reci bir im po r-
tro. Autocom placencia porque cuanto más se ins iste en esa tantes encargos po r parte de Federico el Sabio, príncipe elec-
llamada con tinu idad, más tendemos, de un modo extraño, a tor de Sajon ia. Posteriormente t rabaja ría pa ra el e mpe rado r
felicitarnos por la gen ialidad de Du rero. Maximiliano l.
Dos años separan las dos pin turas que obviamente repre- El retrato conservado en Múnich fue pintado en 1500.

sentan al mismo hombre en dos estados de ánimo de l todo Muest ra al a rtista vestido con un sombrío gabán ante un
d iferentes. El segundo retrato, hoy en el Museo del Prado de fondo oscu ro. La pose, la mano que cierra e l abrigo a la altura
Mad ri d, muestra al pi ntor, a los ve intisiete años, vestido a la del pecho, la disposición del cabello, la ex pres ión del rost ro,
moda de los cortesanos venecianos. Parece segu ro de sí o más bien la sacra carencia de el la, sugieren, conforme a las
mismo, orgulloso, casi principesco. Tal vez quiera hacerse un convenciones p ictóricas de la época, una representac ión de la
leve hincapié en el hecho de que está disfrazado, lo q ue nos ca beza de Cri sto. Y, aunque no se pueda proba r, pa rece que
viene suge ri do, por ejemplo, po r su mano enguan tada. La la comparación era intencionada, o cuando menos Durero
expres ión de sus ojos no concuerda con la grac ia con la que quería que pasa ra por la men te del espectador.
lleva e l tocado. Se diría que Durero está confesando a med ias Su intenc ión no deb ía de se r en abso luto blasfema. Era
que se ha d isfrazado pa ra desem peñar un papel, el nuevo un homb re profunda mente relig ioso y, aunque en cierto
papel al que asp ira. Pin tó este auto rret rato cuatro años des- modo compa rt ía la actitud renacentista con respecto a la
pués de su p ri me ra visita a Italia. Du ran te esta vis ita no solo ciencia y la razón, su rel igiosidad respond ía a un t ipo t rad i-
conoció a Giovann i Bellini y descub ri ó la pi ntura veneciana, cional. En una época ya ta rd ía de su vida adm iró mora l e
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intelectualmente a Lutero, pero fue incapaz de romper con la desplegándose como un pergamino.
religión católica. Esta pintura no puede estar diciendo: "Me Du rero, a qu ien durante toda su vida hab ía obsesionado
veo como Cristo". Sino más bien diría: "Por el sufrimiento la idea de la proximidad de la muerte, participaba del terror
que conozco aspiro a imitar a Cristo". general. Fue en esta época cuando rea lizó para un público re-
Y, sin embargo, como en el otro retrato, hay también en lativamente ext enso, popula r, su prime ra serie im portante de
este un e lemento teatra l. Al parecer, en ninguno de sus auto- xilografías. Y el tema de la se ri e era el Apocal ipsis.
rretratos llegó a aceptarse tal como era. La amb ición de ser El estilo de estos grabados, po r no ha bla r de la urgenc ia
otra cosa, de se r algo más, interviene s iempre. El ún ico dato de su mensaje, constituye una p rueba más de lo lejos que
de s í mismo que aceptó de forma consistente fue el mono- estamos hoy de la expe ri encia de Durero . Según nuestras
grama con el que, a diferencia de cualqu ier otro art ista ante- categorías, parece una mezcla simultánea e incongrue nte de
rior a él, firmó toda su producción. La gama de posibles per- gótico, renacentista y ba rroco. Histórica mente, lo vemos
sonalidades que vería reflejadas cuando se m iraba al espejo co mo el recorrido de todo un s iglo . Para Durero, que ve ía
debía de fascinarle; a veces, la vis ión, como sucede en e l re- acerca rse el fin de la h isto ria y alejarse el sueño de la bel leza
trato de Madrid, era extravagante; a veces, como en e l de Mú- renacentista, ta l co mo é l la hab ía imaginado en Venecia, el es-
nich, llena de presentimientos. t ilo de estos g rabados debía de se r tan inmed iato a ese mo-
¿Cómo puede explica rse la asombrosa d iferencia entre mento y tan natural como el sonido de su propia voz.
estos dos auto rretratos? En 1500, miles de personas en el sur No creo, sin em bargo, que ningú n acontecimiento espe-
de Aleman ia cre ían firmemente que se ace rcaban al fin del cífico sea la causa de la d ifere ncia e nt re los dos auto rretratos.
mundo. A las hambrunas y las pestes se sumaba el nuevo Pod rían haber sido p intados en el m ismo mes del m is mo
azote de la sífi lis. Los conflictos sociales, que pronto condu- año; se com plementan; juntos forman una especie de arco
ci rían a la Guerra de los campesinos alemanes, se intensi- que se alza an te toda la obra poste rior de Du rero. Sugie ren el
ficaban . Masas de trabajadores y campesinos dejaban sus d ilema, el marco de autocrítica en el q ue trabajaba como a r-
hogares pa ra convertirse en nómadas a la búsqueda de ali- t ista.
mentos y ve nganza, y tamb ién de salvación el día en que la El pad re de Du re ro fue un ¡oye re húngaro que se había
cólera de Dios caye ra en forma de lluvia de fuego sobre la t ie- estab lecido en Nú remberg, a la sazón un impo rtan te cen tro
rra, el sol desapareciera y los cielos se ab ri eran, de comercio. Tal como lo exigían entonces las no rmas de l
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oficio, era un dibujante y grabador competente. Pero en sus cosas probablemente, dependiendo del momento. El retrato
actitudes y alcance nunca pasó de ser un artesano medieval. de Madrid incluye ese sutil elemento de duda.
Lo único que tenía que preguntarse a sí mismo con respecto Su independencia, combinada con el estilo de su arte,
a su trabajo era el "cómo". No se planteaba otras cuestiones. debió de dar a Durero un sentimiento de poder inusual. Su
A los veintit rés años, su hijo era ya el pi ntor europeo más arte se aproximó más a la recreación de la natu raleza que el
alejado de la mental idad del artesano med ieval. Creía que el de cualquier otro artista anterior a él. Su capacidad para
artista había de descu brir los secretos del un iverso si q uería representar un objeto debió de parecer entonces, como toda-
conseguir la Belleza. La prime ra cuestión en térm inos artís- vía lo parece hoy, mi lagrosa (no tenemos más que pe nsar en
t icos era el "adónde" (y ta mbién de una fo rma concreta en sus acuarelas de flores y an ima les). Solía decir que sus retra-
térm inos de viaje; viajaba siempre que podía). Durero nunca tos eran konteifei, un término que pone de relieve el proceso
hubiera logrado este sentido de la indepe ndencia y la inicia- de prod ucir algo exactamente igual.
t iva si no hubiera ido a Italia. Pero, paradójicamente, llegó a ¿No era acaso su forma de describir o de recrear lo que
ser mucho más indepe nd iente que cualquier pintor ital iano, tenía ante sí o veía en sueños similar, en cierto modo, al pro-
precisamente porque era un fo rastero sin una tradición mo- ceso por el que se dec ía que Dios había creado el mundo y
derna; la t radición alemana, hasta que él la cambiara, perte- todo lo que lo puebla? Tal vez se pla nteó esta cuestión . De
necía al pasado. Él por sí solo constituyó la primera van- ser así, no era un sentido de su propia virtu d lo que le llevaba
guardia. a compararse con la divin idad , sino su conciencia de lo que
Es esta la independencia expresada en el retrato del parecía ser su propia creatividad. Y, sin embargo, pese a esta
Museo del Prado. El que no la abrace por completo, el que creatividad, se veía condenado a vivir en un mun do lleno de
parezca un atavío que uno puede proba rse, puede explicarse sufrimien to, un mundo contra el que en defin itiva su poder
por el hecho de que, a fin de cuentas, Du rero era hijo de su creativo no servía para nada. Su autorretrato caracterizado de
pad re. La muerte de este, en i502, afectó al pinto r en gran Cristo es el retrato de un creador en el lado equivocado de la
med ida; estaba muy unido a él. ¿Creía que la diferencia entre creación, un creador que no ha tenido parte en su propia
él y su pad re era algo inevitable y ordenado, o la veía más creación.
bien como una cuestión que dependía de su libre elección, La indepe ndencia de Durero como artista era a veces
una elección de la que no se sentía del todo seguro? Ambas incom patible con su fe religiosa, tod avía medieval en gran
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medida. Estos dos autorretratos expresan los términos de
dicha incompatibilidad. Pero esto no deja de ser una afir-
mación abstracta. Seguimos sin poder acceder a la expe-
riencia de Durero. En una ocasión viajó durante seis días en
una pequeña barca para examinar, como lo haría el científico,
el esqueleto de una ballena. Al mismo tiempo, creía en los
Jinetes del Apocalipsis. Consideraba que Lutero era un "ins-
trumento de Dios". Cuando se miraba al espejo, ¿cómo
formulaba exactamente esa pregunta que se nos insinúa al
contemplar su autorretrato y que planteada en su forma más
sencilla sería "de qué soy yo el instrumento"? ¿Y cuál era su
verdadera respuesta?
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Miguel Ángel excesivas riquezas eran en realidad complementarios . Sin el
i475-1564 infierno, esas riquezas habrían parecido un robo. En cual-
quier caso, los visitantes llegados hoy desde todos los rin-
Estiro el cuello para contemplar el techo de la capilla Sixtina y
cones del mundo están tan llenos de temerosa admiración
La creaci6n de Adán: ¿crees tú también, como lo creo yo, que se olvidan de las "cositas" que tienen entre las piernas.
haber soi'lado alguna vez con el toque de esa mano y el ex-
traordinario momento de su retirada? Y ¡paf1 Te imagino en tu
lejana Ga licia, restaurando en la cocina de tu casa la Virgen
de la iglesia parroquial de una pequei'la aldea. Sí, la restau-
ración de aquí, en Roma, está bien hecha. Quienes protes-
taron no tenía razón. Y te diré por qué.
Ahora se ven con mayor claridad los cuatro ti pos de espa-
cio con los que jugó Miguel Ángel en este techo -el espacio
del bajorrelieve, el espacio del altorrelieve, el espacio corporal
de los veinte desnudos con los que soi'laba como una bien-
aventuranza mientras pintaba tumbado boca arriba, y el espa-
cio infinito de los cielos- y se percibe mejor que antes su ex-
traord inaria articulación. Están articulados, Marisa, con la
precisión de un maestro del billar. Y si el techo no estuviera
bien restaurado, esto habría sido lo primero que se habría
perdido.
También he descubierto algo más: salta a la vista, pero
casi todo el mundo pasa de largo. Tal vez, porque el Vaticano
impone mucho a la gente. Entre sus riquezas mundanas y su
lista de castigos eternos, el visitante se siente empeque-
ñecido. Los castigos excesivos que prescribía la Iglesia y sus Miguel Ángel, Pieta Rondanini, 1564.
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Pero no Miguel Ángel. Él las pintó, y las pintó con tanto creación, y para él, en el último recodo de su deseo, la crea-
amor que se transformaron en puntos focales, de modo que ción significaba que todo lo imaginable naciera, empujara y
durante s iglos, después de su muerte, las autoridades vati- volara de entre las piernas de los hombres.
canas ordenaron borrar subrepticiamente o pintar encima de ¿Recuerdas las tumbas de los Med ici, las que tienen las
casi todos los sexos mascu linos de la capilla Sixtina. Por figuras alegóricas de l Día y la Noche, el Ocaso y la Aurora?
suerte, quedaron unos cuantos. Dos hombres reclinados y dos mujeres reclinadas. Las muje-
En vida se le llamó "el gen io sublime". Asumió, en mayor res juntan modestamente las piernas. Los hombres las tienen
medida aún que Tiziano y en el último momento histórico en abiertas y elevan las pelvis, empujando, como si esperaran un
que todavía era posible, el papel renacentista del artista como nac im iento. No un nacimiento de carne y sangre, ni, por su-
supremo creador. Su único tema fue e l cuerpo humano, y puesto, de símbolos. El nac imiento que esperan es el de l
para él, lo sublime de ese cuerpo se reve laba en e l órgano se- misterio indescriptible y eterno que encarnan sus cuerpos. Y
xua l masculino. que emergerá de ah í, de entre sus piernas abiertas.
En el David de Donatello, el sexo de l joven ocupa d iscre- Y así está representado en e l techo. Los visitantes que se
tamente su lugar -como el pulgar de una mano o un dedo mueven por el suelo de la capilla parecen figuras que aca-
del pie-. En el David de Miguel Ángel, el sexo es el centro baran de caer de entre los pies y de debajo de las faldas de
del cuerpo, y el resto de las partes se someten a este con una los profetas y las sibilas. Va le. Las sibilas son mujeres, pero
especie de deferencia, como ante un milagro. Así de simple y no lo son aquí, no. Cuando te acercas son hombres ataviados
as í de hermoso. De una forma menos espectacular, pero no con ropajes femeninos.
por ell o menos evidente, lo m ismo sucede con el sexo del Más allá se encuentran las nueve escenas de la Creación y
Niño Jesús en su Virgen de Brujas. No se trataba de lujuria, allí, sentados en las cuatro esquinas de cada una de ellas, se
sino de una forma de culto. hallan esos desnudos mascu linos sorprendentes, inmensos,
Dada esta pred ilección y dado el gran orgullo de l genio contorsionados y anhelantes (los ignudi), cuya presencia pa-
renacentista, ¿cómo dirías tú q ue se imaginaba el paraíso? rece tan difíci l de explicar a los historiadores. Unos afirman
¿No podría ser su paraíso la fantasía de que los hombres die- que representan la Belleza Ideal. Pero entonces ¿por qué
ran a luz? tanto esfuerzo, tanto anhelo y tanto trabajo? No; los veinte
Todo el techo es rea lmente una representación de la jóvenes desnudos representados allí arriba han concebido y
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acaban de alumbrar todo lo vis ible y todo lo imaginable y Sebastiao Salgado: sus fotos de las minas de oro en Brasil y
todo lo que vemos en el techo. El amado cue rpo del hombre de los mineros de carbón de Bihar, en la Ind ia. Los dos artis-
es allí arriba la medida de todas las cosas, incluso de l amor tas parecen espantados por lo que t ienen que describir, y los
platónico, incluso de Eva, incluso de ti. dos muestran unos cuerpos tensados al máximo, a punto de
En una ocasión, hablando de l escultor del torso del Belve- romperse, pero que de alguna manera parecen soportar la
dere (50 a. C.), Miguel Ángel dijo lo sigu iente: "Esta es la tens ión.
obra de un hombre que sabía más que la natura leza".
Y ahí reside el sueño, el deseo enmarañado, el patetismo
y la fantasía.

En 1536, dos décadas después de haber term inado el techo de


la capilla Sixtina, empezó el juicio final en el gigantesco muro
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que se eleva detrás del altar, posiblemente la pintura al fresco


más grande de Europa. Este fresco contiene innumerables
figuras, todas desnudas y en su mayoría hombres. Otros
escritores lo han comparado con las obras tardías de Rem -
brandt o de Beethoven, pero yo no estoy de acuerdo. Lo que
yo veo es terror en estado puro, y el terror está íntimamente
relacionado con lo que hay en el techo. El hombre sigue des-
Sebastiao Salgado, Mariscadoras, 1988.
nudo, pero ahora ya no es la medida de nada.
Todo ha cambiado. El Renacimiento y su espíritu están Ahí acaba todo el parecido, pues las figuras de Salgado están
acabados. Se ha producido e l Saqueo de Roma. Está a punto trabajando, y las de Miguel Ángel están monstruosamente de-
de aparecer la Inquisición. Allí donde se mire el miedo ha socupadas. Su energía, sus cuerpos, sus grandes manos, sus
sustituido a la esperanza, y él se está haciendo viejo. Tal vez, sentidos han dejado de valer para nada. La human idad se ha
la s ituación no era muy distinta a la de nuestro mundo hoy. hecho estéril y apenas hay d iferencia entre los salvados y los
De pronto se me vienen a la cabeza las fotografías de condenados. Ningún cuerpo sueña ya, por hermoso que
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fuera en su día. Solo hay ira y penitencia, como si Dios hu-
biera abandonado al ser humano a la naturaleza y la natu-
raleza se hubiera quedado ciega. ¿Ciega? Finalmente, no es
verdad.
Después de pintar el juicio final vivió todavía dos décadas
más sin dejar de trabajar. Y cuando murió, a los ochenta y
nueve años, estaba esculpiendo una pietil en mármol, la
inacabada Pietil Rondanini.
La madre que sostiene el desmadejado cuerpo del hijo
está toscamente tallada en piedra sin pulimentar. Las dos
piernas del hijo y uno de sus brazos están acabados y puli-
dos. (Tal vez son restos de otra escultura parcialmente des-
truida. Igual da: tal como es constituye un monumento a su
energía y su soledad.) La línea divisoria, la frontera entre el
mármol pulido y la tosca piedra, entre la carne y el bloque de
piedra, se encuentra al nivel del sexo de Cristo.
Y el inmenso dramatismo de esta obra reside en el hecho
de que el cuerpo está retornando y es amorosamente acogido
en el bloque de piedra, en su madre. Es, al fin, lo contrario de
un nacimiento.
Te envío la foto de Salgado con las mariscadoras de la ría
de Vigo trabajando con la marea baja en un mes de octubre.
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Tiziano Pienso en los auto rret ratos que p intó a los sesenta y se-
1485/1490-1576 tenta años. O en su fo rma de representa rse a los ochen ta y
ta ntos co mo el penitente san Jerónimo. (Tal vez este no es un
Conversació n por correo con s u hija Katya Andreada kis Ber-
au torretrato: es solo una suposición m ía, pero tengo la sen-
ger
sación de q ue debía de esta r pensando intensamen te en sí
mismo m ientras lo estaba p intando.)
Se ptiemb re de 1991
Plaza de San Ma rcos, Venecia ¿Y q ué veo? Veo a un hom bre cuyo aspecto físico im pone,
un homb re co n au toridad. Uno no puede toma rse libertades
john:
¿Qué me parece Tiz iano? En una sola palabra en una postal: co n él. Con el dec répito Rembra ndt de los úl timos años ha-
bría sido fác il. Este otro, sin em ba rgo, sabe có mo fu ncio na el
ca rne .
poder y ha eje rcido el suyo. Ha conve rtido e n una profesión
Un beso, -como las de general o embajador o banquero- el oficio de
Katya. pinto r. Fue el prime ro que lo h izo. Y posee esa confia nza que
suele acompañar al p rofesional.
Se ptiemb re de 1991
Y ta mbién tiene una confianza p ictó ri ca. En sus úl timas
Ámsterdam
obras fue el primer europeo que exhibió -en luga r de ocul -
Kut:
ta rlos o d is imu larlos- los gestos de la mano al extender el
De acue rdo, carne. Lo primero que se me viene a la ca beza es
pigme nto en el lienzo. De este modo dio a la pin tura una
la suya de viejo . ¿Por qué pienso inmediata mente en Tizia no
nu eva co nfianza fís ica: el movimiento de la mano y del brazo
viejo? ¿Por soli daridad, dada mi propia edad? No, no lo creo.
que pi ntan adquiere una ex pres ividad pro pia. O tros artistas,
Tiene que ve r con el s iglo que vivimos y la ama rgura de su
co mo Rem brand t o Va n Gogh o Wi llem de Kooning, segui rá n
expe ri encia, un siglo que s iempre ha buscado la rabia y la
su ejemplo . Al m is mo tiempo, s u originalidad y su audacia
sa bidu ría más que la a rm onía. Los Rembrand t tardíos, los
nun ca fue ron irreflex ivas. Su actitud hac ia todo lo que le ro-
últ imos Goya, las últimas sonatas y cuartetos de Beethoven,
deaba e n Venec ia era real ista.
los Ti ziano de los úl timos años ... ¡1magín ate e l im pulso de un
Y s in embargo, s in em ba rgo .. ., cua nto más obse rvo su
siglo cuyo maest ro fuera el joven Rafael!
fo rma de pintarse, más veo en ella a un homb re asustado. No
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un cobarde, no es eso lo que qu iero dec ir. No corre riesgos, mascu llando para s í.
pero tiene valor. No suele mostrar su miedo, pero no puede La primera vez que reparé en é l, volvía de una de las últi-
remed iar rozarlo con los pinceles. Se percibe sobre todo en mas salas y se dirigía con paso dec idido hac ia el cuadro de
sus manos. Son unas manos nerviosas como las de un pres- Cristo con la cruz a cuestas. Y allí se detuvo a mi lado.
tam ista. Pero su m iedo, creo yo, no tenía nada que ver con el
-Uno usa la pintura para cubrirse, para ab rigarse ...
d ine ro .
-dijo de pronto.
¿M iedo a la mue rte? La peste hacía estragos en Venecia.
¿Miedo a ser juzgado? ¿Un m iedo que le llevaba al arrepen-
Al princip io me molestó y lo miré con enfado, pe ro él s igu ió
t im iento y la penitenc ia? Podría ser cualqu iera de el los, pero como si nada.
son todos demas iado generales pa ra ayudarnos a compren-
derlo o a aprox imarnos a él. Llegó a ser muy viejo. El m iedo -Jesús lleva la cruz, y yo, yo llevo el arte de la pintura, lo
le acompañó durante muchos años. Y un m iedo que dura llevo como una prenda de lana.
tanto se transforma en duda.
Me hab ía ganado para su causa. Ahora se d irig ía hac ia el Des-
¿Qué fue lo que le hizo dudar? Sospecho que estaba
canso en la huida a Egipto. Debí de molestarlo s in da rme
íntimamente relac ionado con Venecia, con la forma caracte-
cuenta, porque parecía enfadado y escupía palabras inco-
ríst ica de riqueza, de come rcio y de poder de la ciudad. Todas
nexas.
las cuales, como tú bien d ices, tenían que ver con la carne.
-¡El pelo, bah! El pelo en mi pintura ... tonterías ... tonte-
Un beso, rías ....
John
Junto al Caballero inglés, hab ló d irectamente con el retratado,
21 de septiembre de i991 metiendo la nariz en el cuadro.
Giudecca, Venecia
- Primero te pinté completamente vestido y luego h ice
John:
una pintura de la piel de un an ima l.
Mientras visitaba la exposición, me crucé varias veces con un
viejo, que a ratos segu ía m is pasos y a ratos desaparec ía de No neces itó volverse para sabe r que lo seguía, y cuando
mi vista hasta que vo lvía a encontrarlo a mi lado. Iba solo,
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pasamos un grupo de visitantes que escuchaban al guía, me embargo, y en ningún momento pretendió entablar ninguna
dijo torciendo la boca, como si fuera un chiste. conversación.
Cuando estaba contemplando la Dánae, me arrastró brus-
-Perros, conejos, ovejas, todos tienen un pelo que los
camente hacia el Autorretrato de Berlín.
abriga, y yo quiero imitarlos con mis pinceles.
- Es una pena que no los hayan puesto en la misma sala
Cuando volvió a hablar, no sin cierto orgullo, no sé si se refe-
- dijo. El vello corporal, el cabello, las plumas, nadie puede
ría al retrato de un cardenal o al Retrato de un caballero (Tom- desnudarse más ... Lavo y lavo mis colores hasta que parecen
maso Mosti).
el pelo de un animal. Trabajando y trabajando los ropajes se
puede hacer que parezcan usados, sedosos, ceñidos, casi
-¡Nadie ha pintado mejor la barba masculina! -dijo. Pa-
como la carne.
rece tan suave como el pelo de los monos.

Tras este esfuerzo de palabras, pareció un poco descora-


Lo perdí de vista. Poco después empezó a sonar la alarma del
museo. Dado que mi amigo (para entonces ya nos hab íamos zonado. En media hora no volvió a decir nada. Frente a Venus
sonreído varias veces) sabía poco sobre las costumbres y las y Adonis, se limitó a verificar que yo estaba estudiando correc-
tamente la pintura. Por mi parte, yo mostraba mi admiración
normas de las exposiciones de arte modernas, pensé en él
inmediatamente. Y no bien lo hice, vi a uno de los vigilantes abriendo unos ojos como platos, quedándome con la boca
abierta.
jurados hablando con el anciano y mostrándole la d istancia
Parecía que había terminado.
reglamentaria que se ha de respetar delante de los cuadros.
Mi viejo decía: Ante El castigo de Marsias volvieron a chisporrotear sus
palabras:
-Seguramente se da cuenta de que el terciopelo, seguro
que se da cuenta, de que el terciopelo es mi tejido favorito y - Cuando se desuella un animal se toca la verdad de la
carne.
que no puedo resistirme a tocarlo.

A partir de ese momento decidió quedarse conmigo. Me Delante de La piedad, se sentó. Creo que estuvo un buen rato
sentado. Al principio no sabía si esperar, si saludarlo o
s iguió de un lado al otro. Continuaba con su monólogo, sin
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co ntarle m is impresiones. Me h izo una seña pa ra que me Kut:
acerca ra. No cabía d uda de q ue sabía que sus obse rvaciones Todo lo que dices sob re el pelo me ha hecho pensar en sus
so bre el pelo anima l me habían impres ionado, pues en lugar perros. ¿Po r casualidad, llevaba un pe rro tu anc iano?
de hab larme de esa famosa mano misteriosa que se alza Creo que le gustaban los pe rros. Tal vez lo calmaban o lo
suplicante hacia la imagen del santo - la mano en la que él an imaban. ¿Eran test igos? Testigos de los que se pod ía fia r.
tenía la vista fi ja-continuó con lo mismo y repitió : Testigos mudos, mudos. Tal vez, a veces, sucedía que m ien-
tras pintaba con la mano derecha, con la izqu ie rda acariciaba
-El pelo es al cuerpo lo que la pintura es para el mundo.
ferozmente a uno de sus pe rros: el pelo anima l cual com-

Luego, con una ri sa que parecía salirle del fondo de l alma, pañ ía pa ra sus dedos, y el pe rro incl inándose a un lado y otro
al ritmo de su mano.
añad ió algo q ue me recordó a ti :
En su época, incl ui r perros en los cuadros era una moda.
-Puedes hund irte en é l, puedes mirar bajo é l, puedes
levantarlo, puedes tirar de él, pero no intentes afeitarlo . ¡Vol- Se los puede ve r en Rubens, en Velázquez, en Ve ronese, en
Cranach, en Van Dyc k... Entre otras cosas, eran una es pecie
verá a salir!
de mensajeros entre los homb res y las mujeres. Embajadores
Antes de alejarme de él para s iempre, tuve una clara imagen del deseo. Representaban (depend iendo de su tamaño y de
de m i propio cuerpo tendido desnudo en un lienzo de la su raza) tanto la fem in idad como la vi ri lidad . Eran casi huma-
exposición; del musgo debajo de m í, del pe rro que tenía al nos -o participaban de la intimidad de los humanos-, y,
lado, de m is contornos, apenas separables de l paisaje que sin embargo, eran inocentes. También eran cachondos, pero
me rodeaba. Un paisaje por el que mucho después podría nad ie podía m ira rlos con desap robación porque, al fin y al
habe r andado Courbet. Con la hierba, las nubes y el barro, mi cabo, solo eran perros.
carne habría pasado a formar parte de la piel de la t ierra.
Los vemos en muchos de sus cuadros. En los retratos de
Besos, homb res y mujeres, y en las obras de temas mitológicos.
Katya Pero en ninguno de una forma tan extraña como en el Niño
con perros, una de sus pinturas tard ías. No hay en toda la obra
Octubre de i 991
de Tiziano un cuadro semejante, y yo me incl ino po r la
Alta Saboya
.'
.•.
'
opinión de aquellos expe rtos que desechan la idea de que se comprensión; buscaba tu interés. Porque s i te interesaba,
trata de un detalle tomado de un lienzo mayor. Lo que vemos posarías para é l, y él quería pintarte. Pintando a las mujeres
es más o menos lo que tu viejo quería que viéramos. Un olvidaba su duda. Pero con cada o lvido aumentaba su inqu ie-
chico -¿cuántos años crees que tiene? ¿Tres? ¿Cuatro como tud. Todas las mujeres que p intó -desde Ariadna a la
máx imo?-, solo en un oscuro entorno junto a dos perros y Magda lena- rep resentaban esa inqu ietud, una inqu ietud que
dos cachorrillos (¿de unas cuatro semanas?) . El n iño agarra nada ten ía que ver con las mujeres. Cada una de el las le
al perro blanco -que, creo yo, es macho-, como refu- co nsolaba y, al m ismo tiempo, aumentaba su inqu ietud.
giándose en él. La perra es la ún ica que mira al espectador, y
El cuadro del niño con los perros func iona como un con-
los cachorros hunden la nariz en el pelo de la madre en
suelo . Es una pintura dulce. Es una pintura q ue hab la de un
busca de los pezones.
t ipo de d icha. Los cachorros han descubierto la dicha que
Pese a la penumbra, la escena es sosegada, calma,
encierra el tacto de l pelo de su madre, una dicha que Júpiter
comblé, como dicen los franceses. Nadie neces ita nada más.
nunca encontrará con Dánae n i Dánae con Júp iter. Mientras
Los pe rros son la fam ilia de l chico. Yo incluso d iría que
tanto, los otros tres (el n iño y los perros adu ltos) esperan ... Y
son sus padres. Las p iernas del chico y las dos patas visibles
los dos perros que miran, esperando, son los cómpli ces del
del perro blanco parecen las cuatro patas de una misma
viejo p intor. Son lo más parecido q ue ha pod ido encontrar a
mesa: son prácticamente intercambiables. Todos esperan, lo
lo que ha soñado pintar y a aque ll o con lo que pinta.
que equ iva le a decir que están vivos.
¿No es la espera la princ ipal ocupación de los perros?
Besos,
Una ocupación aprend ida, tal vez, dada su proxim idad con
John
los humanos. Esperar al s igu iente acontec im iento, la s i-
guiente llegada. En este caso, se diría que e l último aconte- Noviembre de 1991
cimiento importante ha s ido el parto. Unos cachorros y un Atenas
niño nacidos a esta perra vida. Nacidos para esperar a la John:
muerte. Pero mientras tanto hay calor, leche, el pelo an imal Intento buscar una respuesta a la pregunta: ¿por qué pintaba
lleno de misterio y ojos s in palabras. Tiziano? Y solo oigo una palabra que emerge del caos com-
El viejo buscaba, sin duda, tu comprensión. No, no tu pleto de la materia, como de l fondo de un pozo.
.'
.•.
'
Deseo. Su deseo (como corresponde a un p intor eminen- del pellejo de l mundo, podría uti lizar los pelos y las cerdas de
temente viril) consistía, si no en ocupar las apariencias, al sus pinceles para retorcerle los miembros. Incapaz de repro-
menos, en penetrar y perderse en la piel de las cosas. Pero duc ir, podía transformar y transfigurar. En lugar de ser el es-
siendo humano y pintor, se topó con la impos ibilidad de ha- clavo de las apariencias, obligado a lame rl es los pies, pod ría
cerlo: el corazón de la naturaleza, e l an imal dentro del hu- imponerles su vo luntad. Producir brazos o manos que no po-
mano, el pellejo del mundo, nunca se dejan atrapar y, sobre drían haber existido nunca. Doblar los miembros contra su
todo, son irrepetibles, impos ibles de reproducir. Y por eso, propia natura. Emborronar los objetos hasta hacerlos irreco-
durante algún tiempo, como muchos de sus contem- noc ibles. Hacer temb lar los contornos de modo que llegaran
poráneos, uti lizó su destreza pa ra mostrar que todo era van i- a representar la materia sin contenerla. Negar la dife rencia
dad, vanitas vanitatis: la belleza, la riqueza, el arte. entre los cuerpos y los cadáveres. (Pienso aquí en su última
En sus cuadros, las mujeres -o más bien esas mu¡eres pietii.)
sencillas e inocentes- constituyen un recordatorio impla- Amontono en un m ismo hi lo de pensam iento, un tanto
cable de su impotencia artística, de su de rrota. ¡Él, que era un abstracto, por otro lado, cuestiones relativas al pode r, al pres-
maestro! ¿Podría ser, tal vez, que las mujeres encarnaran esa t igio, incluso a los perros. La verdad es que el arte de Tiziano
duda de la que tú hablas? Desnudas, los colores de su carne es en sí mismo intocable, invio lable. Te llama a gritos y luego
parecen d ispuestos para hundirte en ellos. No hay otros cuer- te imp ide que te ap roximes. Nos deja s iempre con la boca
pos femen inos pintados que pidan como lo hacen los suyos abierta.
ser tocados, abrazados, como María Magdalena presionando
Besos,
su mano contra el cabello sobre su pecho. Pero, como el
Katya
resto de los cuerpos pintados por todo el mundo, los de Ti-
z1ano tampoco pueden tocarse n i te puedes sumergir en
Diciembre de 1991
ellos. París
Poco a poco, Tiziano llegó a comprender que en la impo-
Kut:
tencia misma de su arte (ese arte que subrayaba conti-
Van itas vanitatis. En 1575, la peste hizo estragos en Venecia,
nuamente la virilidad de los hombres que representaba) po- matando casi a un terc io de su población. El viejo Tiziano
dría esconderse un m ilagro. En lugar de representar la textura
murió a consecuencia de la peste en 1576, próximo ya a
'
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cumplir cien años. También murió su hijo. Tras la muerte de
ambos, su casa en el Biri Grande, llena de cuadros y objetos
preciosos, fue saqueada. Y al año siguiente, un incendio en el
Palacio Ducal destruyó obras suyas, junto con otras de Be-
llini, Veronese y Tintoretto.

Tiziano, El desollamiento de Marsias, 1570-1576.

Te veo hoy, no en la plaza de San Marcos, sino en la te-


rraza de tu piso en Atenas. En Gyzi, donde todas las ventanas
se miran y hay ropa tendida entre los cables del teléfono y los
Tiziano, Niño con perros, 1570-1575.
hibiscos florecidos. Tal vez Atenas sea las antípodas de Vene-
cia. Seca, improvisada, ingobernable. Una ciudad de comer-
ciantes, de héroes nacionales y de viudas de héroes, en la que
nadie se disfraza.
Y yo te escribo desde un barrio del extrarradio parisino.
He estado en el mercadillo dominical. Había parejas de
.'
.•.
'
jóvenes, pálidos, m al vestidos pa ra la lluvia, en vaqueros, con gestos), son los precurso res de Lucio Fontana y de Antonio
el pelo tieso de laca, llenos de acné urbano, dá ndose la Saura, quienes, ya en nuestro siglo, rasgaban los lien zos que
mano, empujando cochecitos de niño, bromeando en argot, pintaban en busca de lo q ue había detrás de la piel de estos,
todos ellos con su receta personal para la felicidad , una re- al fondo de la herida.
ceta escueta, con el colmillo reto rc ido. Y mirándolos, me pre- Pero incluso después de haber aceptado e interpretado el
gunté: ¿qué pensarían ellos de El desollamiento de Marsias? tema, uno se encuentra con algo aún más sorprendente. La
Quién sabe. Todo el mundo vive sus propias leyendas. escena (que en la vida real podría ser una espantosa escena
En El desollamiento de Marsias, un perrito faldero lame las de tortura) está bañada con una lu z du lzona y una atmósfera
gotas de sangre que caen al suelo debajo del cuerpo suspen- de elegíaca complacencia.
d ido. A la derecha se ve otro perro, sujeto por un niño que se Exactamente esa misma atmósfera se aprecia en el lien zo
parece mucho al del cuadro de los cachorros. de Ninfa con pastor; pintado por la misma época. Pero este
La leyenda cuenta que Marsias, el artista sátiro, participó último es una escena de amor, y en ella el pastor toca la flau -
en un concurso mus ical con el dios Apolo. La condición ta que le costó la vida a Marsias.
acordada era que el ganador pod ía hacer lo que qu isiera con Búscalo en Atenas y pregúntale qué quería decir.
el pe rdedor, y Apolo escogió desollar vivo al sátiro. Hay algu- Debe de ser ahora el tiempo de las granadas.
nas interpretaciones alegóricas convincentes, pero lo q ue me
Besos,
interesa es por qué escogió este tema nuestro anciano. La
john
razón de su e lección tiene mucho que ver con lo que te dijo
en la exposición. Por definic ión, los sátiros eran unas cria-
Enero de 1993
tu ras que demostraban hasta qué punto la piel se parecía al
Atenas
pelo animal, y cómo ambos eran la cobertura externa de un
john:
misterio. Un tipo de vestimenta que no se podía desab rochar,
Has adivinado bien, es el tiempo de las granadas. Ahora
salvo con un cuchi llo asesino. mismo tengo una frente a mí. Reventada y abierta por la fue r-
Los dos hombres represen tados en e l lien zo de Marsias,
za centrífuga de su propia madurez. Él habría podido pintar
con sus afilados cuchillos y su precisión (he visto muchos su vívida sangre y su carne granulosa, salvo que es algo
campesinos desollando cabras con exactamente los mismos demas iado exótico, demas iado oriental para él. Le pega más
.'
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'
el hueso de un me locotón. Muy ampliado y aplanado, en rea- Dánae. Durante las horas interminables, podía mirar por la
lidad veo ese hueso como fondo de sus cuadros, como una ventana, que daba a otra ventana tras la cual se estaba vi-
especie de revestimiento del lienzo. viendo otra vida, o podía ver la televisión (tras la cual se fin-
Me preguntas si paseando por Atenas me he encontrado gía que se vivían otras vidas), o podía contemplar esa pin-
con el anciano. Lo busqué. Examiné los muros más ásperos, tura: una mujer, desnuda, siempre la misma, recostada sobre
esperando encontrar su sombra en esa aspereza. Miré a tra- unos almohadones, con una sábana bajo su cuerpo.
vés de las ventanas más opacas, por si se escondía detrás. Una mujer pintada como desde dentro y solo luego ves-
Toqué todos los tipos de tela que salieron a mi encuentro, ta l tida con su propia piel. Lo contrario de lo que hizo Goya
vez se cubría el cuerpo con ellas. Todo en vano. cuando desnudó a la Maja. El viejo Tiziano se introdujo pri-
Creo que nunca volveré a verlo con la forma de un an - mero en el lienzo -o se situó tras él- , y desde allí fue
ciano. En Venecia sencillamente se había puesto uno de sus abriéndose camino hasta la superficie visible del cuerpo. En
muchos disfraces. Al igual que Zeus se transformó en lluvia el caso de ambos pintores, esto se hace patente en la forma
dorada para tomar a Dánae, mi viejo se transforma conti- de los pechos. En el cuadro de Tiziano, uno tiene que imagi-
nuamente, conforme a las circunstancias, el lugar y el deseo. narse que está dentro del cuerpo para sentir la plenitud del
Si se me aparece aquí, será en las toscas tapias y muros pecho derecho de la figura : su sombra es sugerida de manera
oscurecidos por el sucio aire de Atenas, o en la tierra -seca, tan sutil que resulta imperceptible a menos que uno la sienta
ligeramente humedecida por la lluvia-, o en una nube en el desde dentro. Pero ello hace al conjunto más rea l, más vi-
cielo, algodonosa, apelotonada, gris; o en el estruendo de brante, más deseable.
una moto que pasa, pedorreando, tos iendo, escupiendo.
Mientras que en Goya, la protuberancia, la turgencia, es
A cada ocasión sé que es él, pues siempre me dice lo
demas iado clara, está demasiado realzada por un corsé que
mismo y con la misma voz. "Rasca, rasca -dice-, rasca
ha desaparecido, es demas iado vis ible, y, por consiguiente,
todo lo que puedas rascar". Y la palabra bulle en las profun-
aunque parezca extraño, demasiado poco carnal. ¿No?
didades de su garganta.
Mi viejo Tiziano estaba ávido. Ávido de dinero, de muje-
Oí su voz casi todos los días durante los seis meses que
res, de poder, de años que vivir. Envidiaba a Dios. Estaba fu-
tuve que guardar cama en Gyzi. En la pared, al lado de la
rioso. Así que empezó a imitarlo. Y no se limitó a reproducir,
cama, había un gran póster (todavía está allí) de su cuadro de
.'
.•.
'
como tantos otros p intores, la apariencia de las cosas crea- como una forma de forn icación, se convierte en un cuerpo.
das por Dios, sino q ue empezó a darles a estas cosas, como No como en el caso de Pigmalión, cuyo cuerpo es mármol
lo hab ía hecho Dios, una p iel, un pelo, grasa, una epiderm is, puro. Aquí se convierte en un cuerpo junto con todo lo que
unos pliegues, arrugas. (O todo lo contrario . Quitó lo que cu- puede ser obsceno a veces. Eva nac ida de Adán como el un i-
bría la carne, como en El desol/amiento de Marsias; lo raja para verso nac ió de Dios, o la pintura nacida de Tiz iano; como la
demostrar la depurac ión de su arte de la carne.) vida puede nacer del arte, como yo nac í de ti, y Ch loe de mí.
Ningún otro artista se aproxima tanto a hacernos creer en Así que he de decirte que a m i viejo lo veo por todas par-
la vida palpitante de lo que pinta. Y lo consigue no solo co- tes, incluso en tu propia nieta, q ue es más bon ita que la luz,
piando de la natura leza, sino igualmente con su conoci- más dulce que el fuego, más suave que el agua. Ell a ya ha
miento de cómo man ipular el cerebro del espectador. Sabe vencido a nuestra muerte ...
dónde localizamos nosotros la vida, el calor, la ternura de los
Un beso,
cuerpos que pinta. Tiz iano trabajaba como Shakespeare. Ante
Katya
cualqu iera de las obras de ambos tienes la impres ión de que
un brazo o una palabra pueden decirlo todo porque, como
19 de enero de 1993
los magos, sabían exactamente dónde le gusta ahogarse al Tren de Ginebra a París
espíritu humano. En cierto modo, son más grandes que Dios,
Kut:
pues lo saben todo de sus semejantes, hombres y mujeres. ¿Podría ser que toda la carne fuera femen ina, incl uso la carne
De ah í su venganza.
de los hombres?
Me imagino un cuadro q ue podría haber p intado é l, de la
Tal vez lo que es específicamente mascu lino son las
misma forma que tú te inventaste una vez un Frans Ha ls . fantasías, las ambic iones, las ideas, las obsesiones. ¿Podría
Representaría la creación de Eva a partir de una costilla de
ser femenina su carne? ¿Esperan los hombres ver esto en el
Adán . La carne saliendo de la carne. Dios pon iendo sus
Marsias?
manos en la materia y dando vida a otra vida. El escenario
En el Entierro de Cristo, el cuerpo de Cristo palpita desde
sería un bosque con muchos troncos y mucho musgo. Dos
el interior de la m isma manera que el de Dánae, pero lo que
formas inertes, desnudas en el barro, cuya sustancia parece evoca es compasión, en lugar de deseo. La compasión y el
viva. Finalmente, el acto de pintar, continuamente repetido deseo, los dos son carnales. Los dos inq uietan a lo que ha
' ..
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nacido de la manera más inmediata que uno se pueda ima- del deseo. El cuerpo de la mujer se ha convertido no solo en
ginar. Los dos conducen a un tipo de caricia similar. el objeto, sino también en el embajador, del deseo mascu-
lino. O, más bien, del deseo sin más, al margen del género.
Besos,
La piel del hombre - ¿te has fijado alguna vez?- cuando es
John
suave lo es mucho más que la de las mujeres.

Febrero de 1993 Tiziano fue un pintor de la carne que ordena, más que de
Atenas la que invita. "Tómame". "Bébeme", ordena esa carne. Puede

John: que se disfrazara para mí de anciano o de perro, pero tam-

Tiziano, el pintor de la carne y las entrai'las, de sus ruidos y bién se disfrazó de mujer en muchas ocasiones. ¡Tiziano
como María Magdalena o Afrodita!
humores. El pintor del pelo y de la bestia domada que habita
Y aquí nos aproximamos a algo en lo que se basa su fuer-
dentro del hombre. El pintor de la piel como una entrada o
una salida, como la brillante superficie del agua para el buzo, za: se ponía el disfraz de todo lo que pintaba. Intentaba estar
en todas partes. Competir con Dios. Quería crear con su pa-
la superficie a la que vuelve después de haberse sumergido
en los abismos del cuerpo y sus órganos ocultos, la super- leta de pintor ni más ni menos que la vida, y gobernar el uni-
verso. Y su desesperación (la duda sobre la que tú te pregun-
ficie a la que vuelve tras hacerse con el secreto de la perso-
nalidad. (Fíjate en que en sus retratos de caballeros se nos tabas) es que no podía, como Pan, serlo todo. Solo podía
transm ite mucho de su vi da interior.) crear pinturas y disfrazarse. Temía ser solo hombre, no ser

¡Pues claro que no! ¡La carne no es solo femenina! El que un dios además, y también mujer, y un bosque, y la bruma, y
un montón de tierra. ¡Temor a ser solo hombre!
a lo largo de los siglos las mujeres nunca hayan dejado de ser
deseadas, el que los hombres las deseen siempre, se debe,
El pecho de Dánae - tan maravilloso, tan sugerente y tan
en parte, a una pequeña mentira, tan vieja como el mundo,
intangible- revela, de una vez y al mismo tiempo, todos los
según la cual toda la carne es femenina. No es más que una
límites y todos los triunfos de su creación pictórica cuando
convención en virtud de la cual los hombres usan los cuer-
se la compara con la de Dios.
pos de las mujeres para expresar sus propios deseos pasivos,
su deseo a abandonarse, a tenderse, anhelantes, en una Besos,
cama. Los hombres han delegado en las mujeres este aspecto Katya
.'
.••
Hans Holbein el Joven La mutilación es un tema recur rente en la iconografía cris-
1497 /149 8-1 543 tiana . Las vidas de los márti res, santa Catalina, san Seba stián,
san Juan Bautista, la Crucifixión, el Juicio Final. El asesi nato Y
"Cua ndo alguien está muer to, lo sabes a una dista ncia de
la violación son tema s comu nes en las repre senta cione s de la
dosc iento s metro s", d ice Francisco de Goya en una obra qu e
mitol ogía clásica.
escri bimo s hace algún tiemp o, y conti núa: "La silueta se
Frente al San Sebastián de Anto nio Pollaiuolo, en lugar de
qued a fría".! horro rizars e (o conve ncers e) vien do las herid as, los miem -
Quer ía ver el cuad ro del Crist o muer to de Holbein. Lo
bros desnu dos de los ejecu tores y del ejecu tado seduc en al
pintó en 1552, a la edad de veinticinco años. Es largo y estre-
espec tador . Frente al Rapto de las hijas de Leucipo de Rubens,
cho, como la losa de una morg ue, o como una prede la, aun -
uno piens a en noch es de amor comp artido. Esta suert e de
que parec e que la pintu ra nunc a form ó parte de ningú n altar o
prest idigit ación por la cual una serie de apari encia s sustit uye
retablo. Cuen ta la leyenda que el mode lo en el que se basó
a otra (el marti rio se trans form a en una escen a del Olim po; la
Holb ein fue el cadáv er de un judío ahog ado en el Rin.
violación, en un acto de seduc ción) recon oce, sin emba rgo,
Me había n habla do much o del cuadr o, había leído sobre
un dilem a original: ¿cóm o se pued e hacer visib leme nte acep-
él, y no poco de las palab ras de l prínc ipe Michkin, el perso -
tab le la bruta lidad ?
naje de El idiota , de Fiódo r Dostoyevski. "¡Ese cuadr o! -re- La cuest ión se inicia en el Renacimiento. En el arte medi e-
puso el prínc ipe-- . ¡Ese cuad ro! Yo creo que exam inánd olo
val, el sufrim iento del cuerp o estab a suped itado a la vida del
pued e llega rse a perde r la fe". alma . Y esto era un artícu lo de fe que el espec tador aport aba
A Oostoyevski debió de impre siona rle tanto como al prín-
a la imag en; la imag en en sí no tenía que demo strar la vida
cipe Michkin, pues hace decir a Hipólito, otro perso naje de El del alma. Gran parte del arte medi eval es grote sco; es decir,
idiota: "Sup onga mos que el Seño r hubie ra visto este cuad ro nos recue rda que lo físico no tiene valor. El Rena cimie nto
un día antes de su agon ía, ¿habr ía sido capaz de dirigirse, de
idealiza el cuerp o y reduc e la bruta lidad al gesto . (En las pe-
la mane ra en la que se dirigió, a su crucifixión y muerte?".
lículas del Oest e se da una reduc ción parec ida: pens emos en
Holb ein pintó una imag en de la muer te, sin signo algun o
John Wayne o Gary Cooper.) Las imág enes de la bruta lidad
de reden ción. Pero ¿qué efect o produ ce exact amen te en el
resul tante (Piete r Brueghel el Viejo, Matth ias Grün ewald, etc.)
espec tador ? eran marg inale s a la tradic ión renac entis ta de prese ntar
.••
.•
••
armónicamente los dragones, las ejecuciones, la crueldad y catarsis alguna. Ofrecen otra cosa, parecida, pero distinta.
las masacres. ¿Qué?
Goya es el primer artista moderno por su inquebrantable No lo sé. Por eso quiero ver el Holbein.
manera de tratar, a principios del siglo x1x, el horror y la
Creíamos que el Holbein estaba en Berna. Llegamos entrada
brutalidad. Sin embargo, quienes optan por contemplar sus
la tarde y descubrimos que estaba en Basilea. Como acabá-
grabados no optarían nunca por contemplar los cuerpos
bamos de atravesar los Alpes en moto, los cien kilómetros
mutilados representados en ellos con tanta fidelidad. Así que
suplementarios hasta esa ciudad nos parecieron demas iados.
nos vemos obligados a volver a la misma cuestión, que po-
A la mañana siguiente visitamos, en su lugar, el museo de
dría formu larse de este otro modo: ¿cómo funciona la catar-
Berna.
sis en las artes visuales, si es que funciona?
Es un museo diáfano, bien iluminado, que recuerda a una
La pintura es distinta de las demás artes. La música, por
de esas naves espaciales que aparecen en las películas de
naturaleza, transciende lo particular y lo material. En el teatro,
Stanley Kubrick o de Andréi Tarkovski. Los visitantes tienen
las palabras redimen a los actos. La poesía habla a las heri-
que pegarse la entrada en la solapa. Fuimos de sala en sala.
das, pero no a los torturadores. Con lo que trata calladamente
Un Courbet con tres truchas, de 187J. Un Monet con un río
la pintura, sin embargo, es con las apariencias, y es raro que
helado, de 1882. Un Braque cubista temprano con unas casas
los muertos, los heridos, los vencidos o los torturados parez-
de L.'. Estaque, de 1908. Una canción de amor con luna nueva
can hermosos o ilustres. '
de Paul Klee, de 1939· Un Rothko, de 1963-
¿Puede dar pena un cuadro?
¿Cómo se hace visible la pena? ¡Cuánto valor y cuánta energía hicieron falta para luchar por
¿Nace, tal vez, al contemplar el cuadro? el derecho a pintar de maneras distintas! Y hoy, esos cuadros,
¿Por qué unas obras causan pena y otras no? No creo que
todos ellos resultado de esa lucha, cuelgan pacíficamente al
sea una cuestión de pena. Una chuleta de cordero pintada
lado de las obras más conservadoras: reunidas y envueltas
por Goya se acerca más a la compasión que una masacre de todas en el agradable aroma de café que llega desde la cafe-
Eugene Delacroix.
tería, contigua a la librería.
¿Cómo funciona entonces la catarsis? ¿Qué se dirimía en esas batallas? La respuesta más sim-
No funciona de ninguna manera. Las pinturas no ofrecen ple: el lenguaje pictórico. Ninguna pintura es posible sin un
.'
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lenguaje pictórico. No obstante, con el nacimiento de la Me encontré frente a un paisaje pintado a pri nc1p1os de
modernidad, tras la Revoluc ión francesa, e l uso de cualqu ier siglo XX por una artista llamada Caroline Mü ller: Chalés alpi-
lenguaje fue s iempre algo muy controvertido. Las batallas se nos en Sulward, cerca de lsenflushul. El problema de pintar
libraban entre los custod ios de la tradic ión y los innovadores. montañas es s iempre e l mismo. La técn ica (igual que noso-
Los custodios pertenecían a las instituciones respa ldadas po r tros) resu lta empequeñecida por la propia montaña, de modo
una clase dirigente o una élite que neces itaba que las aparien- que esta no vive; se lim ita a estar ahí, como la tumba de un
cias se representaran de ta l mane ra que sustentaran la base antepasado lejano, gris o blanca. Las ún icas excepciones
ideo lógica de su pode r. europeas que conozco son J. M. W. Turner, David Bomberg y
Los innovadores eran rebe ldes. Dos axiomas hemos de e l pintor berl inés contemporáneo Werner Schm idt.
tener aqu í presentes: la sedición es por natura leza gramati- En el lienzo, por otro lado bastante soso, de Caroline Mü-
calmente incorrecta; e l artista es e l prime ro que se da cuenta ller, tres pequeños manzanos me dejaron sin aliento. Esos
de que un lenguaje determ inado m iente. Iba por la segunda árboles hab ían sido vistos. Era a lgo que todavía se sentía
taza de café y seguía haciéndome preguntas sobre el cuadro ochenta años después de haber sido pin tados. En aquel tro-
de Holbein, que estaba a cien kilómetros de este museo. cito del cuadro, el lenguaje pictó ri co utilizado no era un len-
H ipólito, en El idiota, continúa diciendo: "Cuando miras guaje pictórico sencillamente logrado o consumado, se había
este cuad ro, te imaginas que la natu raleza es un monstruo, hecho urgente.
mudo e imp lacable. O, más bien - por inesperada que pueda Todo lenguaje aprend ido t iende a ce rra rse, a perder su
se r, esta comparación se acerca más a la verdad- te ima- poder de s ign ificación o ri ginal. Cuando sucede esto, se d iri-
ginas la naturaleza como una inmensa máqu ina moderna, gen a la mente cultivada, pero dejan a un lado la existencia de
inexorab le, muda, que arrebataba, ap lastaba y se tragaba a un las cosas y de los acontecimientos.
gran Ser, un Ser s in precio, que por sí solo vale lo que toda la "Palabras, palab ras, palabras s in más, a l margen del cora-
natura leza ... ". zón".
¿Impresionó tanto e l cuadro a Dostoyevski porque era lo Sin un lenguaje pictórico, nadie puede representar lo que
opuesto a los iconos? El icono redime med iante la oración, ve. Con un lenguaje pictó ri co, puede que dejen de ver. Así es
con los ojos ce rrados, a la que invita. ¿Es posible que el valor la extraña dia léctica de la práctica de pintar o d ibujar las apa-
de no cerrar los ojos ofrezca ot ro t ipo de redención? riencias desde el com ienzo del arte.
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Llegamos a una sala enorme con cincuenta cuadros de cubismo adopte unas formas afectadas), s ino que están saca-
Ferd inand Hod ler. Una obra gigantesca. Pero solo en uno de das, t ra ídas desde detrás, rescatadas de donde las aparien-
los cuadros había olvidado su dom inio y podíamos nosotros cias hab ían empezado a hacerse rea lidad, pe ro todavía no ha-
o lvidar que estábamos contemplando unos pigmentos virtuo- bían alcanzado toda su particularidad.
samente apl icados. Era un cuadro re lat ivamente pequeño y En el Rothko, e l m ismo movim iento es todavía más claro.
representaba a una am iga del pintor, Augustine Dupin, agoni- La amb ición de su vida fue reducir la sustancia de lo apa rente
zante en su cama. Augustine hab ía sido vista. El lenguaje se a una fina película, rad iante po r lo que t iene detrás. Detrás de l
había ab ierto al se r uti lizado. rectángu lo g ri s se encuentra la madreperla, detrás de l ma-
¿Había visto en este sentido el joven Holbein al judío rrón, más estrecho, e l yodo del mar. Ambos marít imos.
ahogado en e l Rin? ¿Y qué podría s ign ifica r ese ser visto? Rothko fue un pintor conscientemente re ligioso. No así
Volv í a contemplar los cuadros que había examinado un Cou rbet. Si consideramos que las apariencias son como una
rato antes. En e l Courbet, una ext raña luz impregna la redon- frontera, podríamos decir que los pintores buscan los men-
dez y la piel húmeda de los tres peces, colgados de un gan- sajes que la cruzan: mensajes que proceden de la parte de
cho en una rama. No tiene nada que ver con una forma de atrás de lo visible. Y esto no se debe a que los pintores sean
brillar. No está en la superficie, sino que la atraviesa. Una luz todos platón icos, s ino a la intensidad con la que m iran.
pa recida, pero no idéntica (es más granulosa) la transm iten En la creación de imágenes se empieza por interrogar a
tamb ién los gu ijarros de la ori ll a de l río. La energía lum ínica las apariencias y por hacer marcas. Todos los art istas descu-
es el verdadero tema de este cuadro. bren que el dibujo, cuando es una actividad urgente, entraña
En el río de l Monet está empezando el desh ielo. Entre las un dob le proceso. Dibujar no consiste solo en med ir y trazar
irregulares masas de hie lo opaco se ve el agua. En esta agua en un papel, s ino que también consiste en recibir. Cuando la
(pero, claro, no en e l hielo), Monet ve ía el inmóvil reflejo de intensidad con la que se m ira alcanza cierto grado, uno se
los álamos de la otra o rill a. Y estos reflejos, ent revistos detrás hace consciente de que le llega una energía igua lmente in-
del hielo, constituyen el corazón de l cuadro. tensa a través de la apariencia de lo que sea que esté exami-
En e l Braque de L'Estaque, los cubos y los triángulos de nando. Toda la obra de Alberto Giacomett i lo demuestra.
las casas y las formas en V de los árboles no se imponen a lo
El encuentro de estas dos energías, su diá logo, no tiene la
que veían sus ojos (como sucederá más tarde cuando e l
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forma de pregunta y respuesta. Es un diálogo feroz e inarti- un hombre en la cruz. Esta, y solo esta, es la reden ción que
culado. Hace falta fe para mantenerlo. Es semejante a hora- ofrece la pintura. Este misterio es lo más parecido a la catar-
dar en la oscuridad, a horadar bajo lo aparente. Las grandes sis que puede ofrecer la pintura.
imágenes surgen cuando los dos túneles se encuentran y se
unen perfectamente. A veces, cuando el diálogo es rápido,
casi instantáneo, se parece a algo que se tira y se coge.
No tengo una explicación para esta experiencia. Senci-
Hans Holbein el Joven, El cuerpo de Cristo muerto en la
llamente creo que muy pocos artistas la negarán. Es un se-
tumba, 1520-1522.
creto profesional.
El acto de pintar -cuando su lenguaje se abre- es una
respuesta a una energía que se experimenta como si vinera
desde detrás de una serie dada de apariencias. ¿Qué es esta
energía? ¿Podríamos decir que es la voluntad de lo visible de
que exista la visión? Meister Eckardt se refería a la misma
reciprocidad cuando escribía: " El ojo con el que veo a Dios es
el mismo ojo con el que él me ve a mí''. No es la teología la
que nos ofrece aquí una clave, sino la simetría de las ener-
gías.
Todo acto verdadero de pintar es el resu ltado de some-
terse a esa voluntad, de modo que en la versión pintada no
solo se interpreta lo visible, sino que se le permite ocupar ac-
tivamente su lugar en la comunidad de lo pintado. Todo su-
ceso que ha sido pintado de verdad -de tal modo que el len-
guaje pictórico se abre- se une a la comunidad de todo lo
que ha sido pintado. Unas patatas en un plato se unen a la
comunidad formada por una mujer amada, una montaña o
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.' •

1 Se refiere a: Berger, John y Bielski, Nella, Goya's Last


Portrait, Faber, Londres, 1989 (versión castellana: El último
retrato de Goya, Alfaguara, 1996, pág. 86) (N. del Ed.).
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Piet er Bru eghel el Viejo Los carg os que quer ía pres enta r eran de indiferencia. La in-
HAC IA 1525-1569 diferencia del cam pesi no aran do por la caída de fcaro, la in-
diferencia de la mult itud apre surá ndos e haci a el Calvario para
Todo s nos sent imos mejo r cuan do pens amo s en Leon ardo
cont emp lar impa sible s la Crucifixión, la indiferen cia de los
da Vinci. Leonardo repre senta el culm en de las aspir acio nes
sold ados espa ñole s (solo obed ecían órde nes) a las súpl icas
hum anas velad as por una nube de mist erio (u otras palab ras
de los Aamencos, a quie nes saqu earo n y masa craro n; la in-
que obre n el mism o efect o). Rem bran dt nos sirve a la in-
diferencia de los cieg os frent e a la noticia de que están siend o
versa . Rem bran dt repre senta al geni o oscu ro, sufri ente. Cuan -
guia dos por otro ciego, la indiferencia de los borr acho s hacia
do pens amo s en Rem bran dt, todo s tend emo s a ser indu l-
la vida, la indiferencia de los juga dore s por el tiem po que
gent es con quie nes nos han mali nterp retad o. Así oblig amo s
pasa , la indiferencia de Dios por la mue rte.
al arte a cons olarn os y le com pens amo s dicie ndo que es her-
La dificultad de Brueghel para creer que el juicio llegaría a
moso . tene r luga r era el resu ltado de no sabe r a quié n acus ar. El
De todo s los gran des artis tas, el más reacio a esto s efec-
cam pesino incli nado sobr e el arad o no podía ser com ple-
tos fue Brueghel. Cierto es que se lo suele pres enta r com o el
tame nte resp onsa ble de no repa rar en la caída de Ícaro. Y
pinto r de los cam pesi nos joviales baila ndo y las senc illas
esto, a su vez, es el resu ltado de que Brueghel no era capa z
Navi dade s blan cas. Pero nunc a pode mos utilizar com o ejem -
de imag inar los med ios que podr ían modificar su estad o
plo su talen to o citar su pasió n. De hech o, no se suele men -
men tal. Tenía una conc ienci a nacid a histó ricam ente dem a-
cion ar ning una d e las dos cosa s, y en nu estro fuero inter no
siado pron to para cont ar con el cono cimi ento que podr ía
se qued a para siem pre el fanta sma de una idea, una idea que
justificarlo. Lo únic o que podí a hace r era cues tiona r algu nas
nunc a tend remo s el des parp ajo de men ciona r: Brue ghe l fue,
cosa s, sin cono cer las resp uesta s. Pero cues tiona r de una
quiz á, un poqu ito simp le. form a dem asiad o obvia no solo era inme diata y polít icam ente
La incó mod a verd ad es que fue el artis ta men os indul- peligroso, sino que tamb ién cond ucía al peca do mo rtal de la
gent e que haya existido. En un cuad ro tras otro, Brueghel
Sobe rbia, el peca do que le obse sion aba (La Torre de Babel, El
reco piló prue bas para un juicio, un juicio que no creía, por-
suicidio de Saúl, La caída de los ángeles rebeldes), porq ue, con-
que no tenía ning una razó n para ello, que llegaría a cele-
form e a los cáno nes de su Dios medieval, temí a cons tante -
brars e. men te habe r caíd o en ella, por más discr eto y mesu rado que
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se propusiera se r. todos de no ser d iferentes o de no ob rar de forma d iferente.
De este modo, los hechos o las accio nes comunes se
convierten en delitos en los cuadros de Brueghel. El delito del
mendigo es ser mend igo, el delito del ciego es ser ciego, e l
delito del soldado es estar en el ejército, el delito de la nieve
es cubrir las pisadas. Brueghel fue el pintor favorito de Bertolt
Brecht. En su poema "La complacencia de la Natura leza"
decía así:

Pobre perro
que quiere atención,
que ha laga al homicida y se frota contra su piern a.
Pobres olmos cuya sombra verde
gua rece al hombre que a la salida
Pieter Bru eghel el Viejo, El triunfo de la Muerte, 1562-1563- del pueblo vio ló a la niña.
Y el amistoso polvo ciego nos exhorta
Sin embargo, las mismas con t rad icciones que acosaban a
a que ahora mismo nos olvidemos
Brueghel lo forzaro n a un modo de ver extraordina ri amen te
de las huellas de los asesinos.
o ri gina l y profético. No introd ujo chivos exp iatorios. No tra zó
una línea d ivisoria definida entre los inoce ntes y los cu lpa- Pese a los cuatro siglos que los se paran, Brueghel y Brecht
bles. Se abstuvo de moral izar. No resaltó ninguna figu ra a quie ren que se entienda lo mismo: Brueghe l de una forma
modo de bue n o mal ejemplo. Su pasión moral solo se revela instint iva, Brecht porque veía con mayo r clari dad cómo la
e n la determinación inquebrantable con la que presenta los gente se refugia en su impotencia, en su indefens ión. Am bos
hechos pa ra el juicio. Era incapaz de condenar una sola ac- querían que se entendiera que no resistir es ser indiferente,
ción, a una sola persona, porque no veía cómo podrían com- que olvidar o no saber también significa indiferencia, y que
portarse de otro modo la mayoría de las personas. Y por eso, mostrarse indiferente es aprobar.
sin llegar a convertirse en un misántropo, tenía que acusar a Esto -y no las coincidencias temáticas- es lo qu e hace
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que los cuadros de Brueghel parezcan totalmente re levantes
a l hab lar de las guerras modernas y de los campos de con-
centración, más relevantes que casi cualquier otro cuadro de
todos los que se hayan pintado desde entonces.
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Car ava ggio pare ce un poco a la experiencia de vivir con el recu erdo de
1571 -1610 los mue rtos. lo que no sabía cuan do era joven es que nada
pued e borr ar el pasa do: el pasa do va creci endo poco a poco
Cada uno se dirig e a su prop io desc anso . Pero todo s ellos
al rede dor de uno, com o una place nta para mo rir.
están regre sand o al mun do, y el prim er don que este les otor-
En el país que eres tú, cono zco tus gest os, la ento naci ón
ga es el espa cio; más tarde , el segu ndo don será una mes a y
de tu voz, la form a de cada parte de tu cuer po. Físic amen te,
una cama . Para los más afort unad os, la cam a es com parti da.
no eres men os real aquí, pero sí men os libre.
Inclu so tras la gran sepa ració n, volv erem os a voso tras al
lo que cam bia cuan do te tengo ante mis ojos es que te
caer la noch e, salid os del inme nso cielo, y nos reco noce ré is
vuelves impr edec ible. Desc onoz co lo que vas a hace r en cada
por nues tro cans anci o y por la pesa dez de nues tras cabe zas
mom ento . Yo te sigo. Tú actú as. Y con cada cosa que hace s
en vues tros cuer pos, que tanto nece sitáb amo s.
me vuelvo a enam orar.

Depe ndie ndo de que estem os en el mism o luga r o sepa -


Una noch e en la cam a me preg unta ste quié n era mi pinto r
rado s, te cono zco dos vece s. Eres dos pers onas . favorito. Dudé, inten tand o enco ntrar la resp uesta men os deli-
Cuan do está s lejos, para mí estás igua lmen te pres ente .
bera da, más sincera. Caravaggio. Mi prop ia resp uest a me sor-
Esta pres encia es multifo rme: cons iste en un sinfín de imá-
pren dió. Hay pinto res más nobl es y pinto res con una mayo r
gene s, pasa jes; signi ficad os, cosa s cono cida s, hitos , y, sin
amp litud de mira s. Hay pinto res a los que adm iro más y que
emb argo , todo el conj unto no deja de estar marc ado por tu
son más ad mirables. Pero, al pare ce r, pues la resp uesta no
ause ncia ; en eso es difuso. Es com o s i tu pers ona se convir-
era prem edita da, no hay ning uno de quie n me sient a más
tiera en un país, tus cont orno s en horiz onte s. Vivo ento nces
cerca.
en ti com o si viviera en un país. Está s en toda s parte s. Pero
las esca sas telas de mi prop ia e inco mpa rable men te mo-
en ese país nunc a pued o enco ntrar te cara a cara. dest a vida com o pinto r que me gust aría volver a ver son
Partir est mour ir un peu. Era muy joven cuan do oí esta aque llas que pinté a finales de la déca da de 1940 de las calles
frase por prim era vez; expr esab a una verd ad que yo ya cono -
de Livorno. Esta ciud ad se recu pera ba ento nces de las heri-
cía. Lo recue rdo ahor a porq ue la expe riencia de vivi r en ti
das sufri das en la guer ra y era muy pobr e. Fue allí dond e
com o si fuera s un país, el únic o país del mun do en el que
emp ecé a apre nder algo sobr e el inge nio de los desp oseíd os.
nunc a pued o conc ebir enco ntrarme cara a cara cont igo, se
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Fue allí también donde descubrí que no quería tener nada que europeo. Desde esta perspectiva, era casi inevitab le que sur-
ver en este mundo con los que ejercen e l poder. Esto último giera un Caravaggio, a modo de en lace entre e l elevado arte
ha llegado a convertirse en una avers ión para toda la vida. de la Contrarreforma y el arte doméstico de la naciente bur-
Creo que la complicidad que siento con Caravaggio guesía holandesa; este enlace adoptaría la fo rma de un nuevo
empezó durante aque lla temporada en Livorno. Él fue el pri- t ipo de espacio, definido por la oscu ri dad tanto como por la
mer pintor de la vida ta l como la s iente el popolaccio, la gente luz. Para Roma y Ámsterdam, la condenación se había con-
de las callejuelas, los sans-culottes, el Lumpenproletariat, las vert ido en a lgo tota lmente cotidiano.
clases bajas, los bajos fondos . No hay lengua europea que Para el Caravaggio que existió realmente, para el mucha-
pa ra llamar a l pobre urbano no utilice una palabra ya sea cho de nomb re Michelangelo nacido en un pueblo cercano a
den igrante, ya sea paternalista. Bérgamo, no lejos de donde son m is am igos, los leñadores
Siguiendo a Caravaggio desde su t iempo hasta hoy, otros ita lianos, la luz y la sombra, ta l como él las imaginaba y las
pintores -Adriaen Brouwer, Ad ri aen van Ostade, Willi am ve ía ten ían un profundo s ign ificado personal, intrinca-
Hogarth, Francisco de Goya, Jean-Lu is-André-Théodore Géri- damente entrelazado con sus deseos y su instinto de supervi-
cault, Renato Guttuso- han pintado imágenes del m ismo vencia. Y es por esto, y no en razón de una lógica h istórico
medio social. Pero todas ellas -con ser maravillosas- no art ística, por lo que su arte está ligado al submundo.
son s ino obras de género, pintadas a fin de mostrar a otros El claroscu ro le perm it ía deste rrar la luz del día. Las som-
cómo viven los menos afortunados o los más peligrosos. En bras le ofrecían el m ismo cobijo que cuatro paredes y un
Caravaggio, s in embargo, no se trataba de presentar escenas, techo. Independ ientemente de qué y dónde pintara, lo que
sino de comprender los bajos fondos . No los desc ri be para pintaba rea lmente eran interiores. Algunas veces, como en el
otros: su vis ión es la de a lgu ien que pertenece a ellos. Descanso en la huida a Egipto y en uno de sus queridos bau-
En los libros de historia de l arte, Caravaggio aparece t istas, se vio obli gado a inclu ir un paisaje a l fondo. Pero estos
como uno de los grandes maestros innovadores de l claros- paisajes son como alfombras o tap ices colgados en un patio
curo y el pionero de la luz y la somb ra poste ri ormente utili- interior. Solamente se sentía en casa -no, en casa no se sen-
zadas por Rembrandt y otros. No hay duda de que desde e l tía en parte alguna-, solo se sentía relativamente cómodo
punto de vista de la histo ri a del arte su visión puede consi- dentro.
derarse como un paso adelante en la evoluc ión del arte La oscuridad de sus cuad ros hue le a velas, a melones
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maduros, a la colada húmeda que es pera para ser tend ida al delgado que lleva la voz cantante? Y Mateo, el recaudador de
día s igu iente: es la oscuridad de las escaleras, de los juga- impuestos, cuya cambiante conciencia lo hac ía menos razo-
dores que apuestan en un rineón, de las viviendas baratas, de nable que la mayoría de sus colegas, se señala a s í m ismo y
los encuentros fortuitos. Y la promesa no res ide en lo que ha pregunta: ¿de verdad soy yo qu ien debe ir? ¿De verdad soy yo
de resp landecer en contraposición a esto, s ino en la propia qu ien ha de segu irte?
oscuridad. El ampa ro que ofrece es solo relativo, pues e l cla- ¡Cuántos m iles de dec is iones de partir se han parecido a
roscuro reve la violencia, sufrim iento, anhelo, morta lidad, la mano de Cristo en este cuadro! La mano está tend ida hac ia
pero al menos los revela íntimamente. Lo que ha quedado e l que tiene que decidir, y, s in embargo, de tan evanescente
desterrado, junto con la luz del d ía, son la distancia y la sole- es inalcanzable. Marca el cam ino, pe ro no ofrece una ayuda
dad: dos cosas tem idas en los bajos fondos. d irecta. Mateo se levantará y seguirá a l delgado extranjero
Quienes viven precariamente y, por lo general, ap iñados fuera de la hab itac ión, po r las est rechas callejue las hasta sali r
desarro llan una fob ia hac ia los espacios ab iertos que t rans- del d istrito. Más tarde escribirá su evangelio, viajará a Etiopía
forma su frustrante fa lta de espacio e intimidad en a lgo que y a l sur del Caspio, a Persia. Probablemente será ases inado
les da seguridad. Caravaggio compartía estos temores. Y tras el drama de este momento de decisión en el cuarto
La vocación de san Mateo representa a cinco hombres sen- encima de la escalera, hay una ventana que da al mundo exte-
tados en torno a su mesa de costumbre contando historias, rior. Tradicionalmente, en la pintura, las ventanas, de no ser
chismes, presum iendo de lo que harán algún día, repar- fuentes de luz, constitu ían un marco para la naturaleza o para
t iéndose dinero. La habitación está en penumbra. De repente, cualqu ier tipo de suceso ejemplar exterior a l tema. No así con
la puerta se abre de par en par. Las dos figuras que entran esta ventana. Ninguna luz entra por ella; es una ventana
forman parte todavía de la vio lenta invas ión de ru ido y luz. opaca. No vemos nada. Y menos ma l que no vemos nada
(Bernard Berenson dec ía que Cristo, que es una de las figu - porque lo que sucede fue ra no puede ser más que amena-
ras, ent ra como un inspector de po li cía a hacer un arresto.) zante. Es una ventana por la cual solo pueden llegar las peo-
Dos de los am igos de Mateo se niegan a levantar la vista; res notic ias.
los dos más jóvenes se quedan mirando a los intrusos con Caravaggio fue un pintor herético: sus obras fueron
una mezcla de curiosidad y condescendencia. ¿Por qué estará recha zadas o criticadas por la Iglesia a causa de su temática,
propon iendo algo tan loco? ¿Quién estará protegiendo al aunque a lgunos altos cargos lo defend ieron. Su herejía
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consistió en t rasplantar los temas rel igiosos a las traged ias
popu lares. Se dice que para La muerte de la Virgen tomó
como mode lo a una prostituta ahogada, pero este hecho es
solo la m itad de la historia; la otra m itad, mucho más impor-
tante, es que la mujer muerta está tend ida como los pobres
t ienden a sus muertos, y los acompañantes la están llorando
como los pobres lloran a sus muertos. Como los siguen llo-
rando.

No hay cementerio en Marinel la ni en Seli nunte, así que


cuando muere a lgu ien lo llevamos a la estación y lo
enviamos a Castelvetrano. Luego, nosotros, los pesca-
dores, permanecemos juntos. Damos el pésame a la
fam ilia del muerto. "Era un buen hombre. Es una verda-
dera pérdida, le quedaban muchos años por de lante".
Luego nos marchamos a l puerto a ocuparnos de nues-
tros asuntos, pero no dejamos de hablar del difunto y
durante tres días completos no sali mos a pescar. Y los
fam iliares más cercanos o los am igos dan de comer du-
rante una semana por lo menos a las fam ilias en due lo .1

Caravaggio, La muerte de la Virgen, 1604-1606.


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Otros pintores man ieristas de la época produjeron turbu - gente se rep resenta a sí m isma, empujada hasta e l lím ite. Si
lentas escenas de mu ltitudes, pe ro con un espíritu dife rente. no tuvieran lugar estas "representaciones", el código moral y
Las mu lt itudes eran consideradas un s igno de calam idad, e l sentido de l honor propios del submundo correrían el pel i-
como el fuego o las inundac iones, y, por tanto, sus cuadros gro de caer en el olvido, o para ser más exactos, avanzaría a
reflejan un án imo de condenación terrestre. El espectador toda prisa el juic io negativo, el oprobio, de la sociedad cir-
observaba, desde una posición privi legiada, un teat ro cós- cundante.
mico. A d iferencia de e llos, los atestados cuad ros de Cara- La supervivenc ia y e l orgu llo en los bajos fondos depen-
vagg io están compuestos sencillamente por individuos que den de l teatro, un teatro en e l que cada cual se afirma repre-
viven codo con codo, que coexisten en un espacio lim itado. sentándose llamativamente a s í m ismo, pero en el que, a l
En los bajos fondos, todo es teatro, pero un teatro que no mismo tiempo, la supervivencia de cada uno puede de pender
t iene nada que ver con los efectos cósm icos o con e l d iver- de su d iscreción, de su no dejarse ver. La tensión resu ltante
t imento de las clases dirigen tes. En el teatro cotid iano del su- produce un t ipo especial de urgencia expres iva en la cual los
bmundo todo está en primer plano, todo se enfatiza. Lo que gestos ocupan todo e l espacio dispon ible, en la cual el deseo
está "representado" puede convertirse en cualqu ier momento de toda una vida podría muy bien expresarse con una s imp le
en la "realidad". No hay un espacio protector ni un orden de mirada. Esto viene a constituir otro tipo de abarrotam iento,
inte rés jerárqu ico. Caravaggio recibía continuas críticas preci- otro t ipo de intens idad.
samente por esto: por la falta de d isc ri m inación de sus cua-
Caravaggio es el pin tor de los bajos fondos, pero también es
dros, su in tensidad, la ausencia en ellos de un conveniente
e l excepcional y profundo pintor de l deseo sexual. A su lado,
d istanciamiento.
la mayoría de los pintores heterosexuales pa recen alcahuetas
Los bajos fondos se exh iben en su pro pio ocu ltamiento.
que desnudaran sus "ideales" para e l espectador. Él, s in em-
Esta es la paradoja de su atmósfera social y la expresión de
bargo, solo tiene ojos para su objeto de deseo.
sus neces idades más profundas. Tienen sus propios héroes y
El deseo cambia el carácter del objeto deseado en 180
vi llanos, su propia honra y deshon ra, celebradas en leyendas,
grados. Muchas veces, cuando su rge por primera vez, se
historias y modos de actuar cotid ianos. Estos últ imos suelen
siente como e l deseo de poseer. El deseo de acariciar es, en
ser algo así como ensayos de sus verdaderas hazañas. Son
parte, un deseo de hacer nuestro lo deseado, de toma rlo .
escenas, creadas en el fervo r del momento, en las cuales la
.'
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Posteriormente, transformado, el m ismo deseo se convierte d igne inmutarse, forma parte de l de liberado carácter evasivo
en un deseo de ser tomado, de perderse uno m ismo en e l ob- de Caravaggio, de su manera de medio burla rse med io reco-
jeto deseado. De estos dos momentos cont rapuestos se de- noce r sus prácticas de seductor. Pienso en Constantino Cava-
riva una de las d ialécticas del deseo; ambos momentos pue- fis, e l maravi lloso poeta gri ego:
den ap licarse a los dos sexos, y, además, oscilan. Eviden-
Nos amamos durante un mes.
temente, e l segundo momento, e l deseo de pe rderse en el ob-
Después él se marchó, creo que a Sm irna
jeto deseado, es el más desesperado, el que expresa más
a trabajar a llí, y no volvimos a vernos.
abandono, y es este el que decid ió reve lar, o se vio obligado a
reve la r, Caravaggio en sus cuad ros. Los ojos grises -si aún vive- se habrán afeado;
Los gestos de sus figuras son a veces, dada la temática
march ito estará aque l bello rostro.
simbólica, amb iguamente sexuales. Un niño de seis años
roza con el dedo el corpiño de la Virgen; la mano de la Virgen Consérvalos, oh memoria, como e ran.
aca ri cia invis iblemente e l mus lo del niño por debajo de su Y alguna vez aquel amor,
camisita. Un ánge l toma a san Mateo por e l dorso de su y aque lla noche devué lveme.2
evangélica mano del mismo modo que podría hacerlo una
Hay una expresión fac ial peculiar que, pintada, solo se da en
prostituta con un cliente ya viejo. Un joven san Juan Bautista
las obras de Caravaggio . Es la exp resión del rostro de la Ju-
sostiene la pata delante ra de una oveja entre sus piernas,
d ith de judith y Holofernes, de la ca ra de l muchacho en el
como si fuera un pene.
Casi todos los actos de tocar o rozar presen tes en la pin-
Muchacho mordido por un lagarto, de la de Narciso cuando se
mira en e l agua, de la de David mientras sostiene en alto, aga-
tura de Caravaggio t ienen una carga sexual. Incluso cuando
rrada por la cabellera, la cabeza de l gigante Goliat. Es una
las materi as que entran en contacto son diferentes (pelaje y
expres ión de cerrada concentración y apertu ra, de fuerza y
piel, harapos y cabel los, meta l y sangre}, este contacto pasa a
vulnerab ilidad, de severidad y compasión. Sin embargo, estas
ser un rozam iento de liberado. En su Cupido [E/ amor
pa labras son demas iado éticas. He visto una expresión bas-
victorioso), una pluma de una de las alas roza la parte superior
tante parecida en algunos animales, antes de aparearse y
del mus lo del muchacho con la precisión de un amante. El
antes de matar.
que e l muchacho pueda controlar su reacc ión, el que no se
.'
.•.
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Sería absurdo pensar en ello en térm inos sadomaso- sobreentendido, en e l sentido más desusado y carnal de esa
qu istas. Es algo mucho más profundo que cualqu ier pred i- palabra. Ca ravaggio, a l pintarlos, soñaba con sus profun-
lección personal. El hecho de que esta expresión vacile se d idades.
debe a que esa d icotom ía es inherente a la propia experiencia Como cabría esperar, en el arte de Ca ravaggio no aparece
sexual. La sexualidad es el resu ltado de la dest rucción de una la propiedad. Unas cuantas herram ientas y recipientes, s illas,
un idad origina l, es el resu ltado de una separación . Y en este una mesa. Y así, todo lo que rodea a las figu ras ca rece de
mundo, ta l y como están las cosas, la sexual idad asegura, interés. La luz de un cuerpo que brilla en la oscuridad de un
como ninguna otra cosa puede hacerl o, una un ión momen- interior. Al igual que el mundo exte ri or a la ventana, el am-
tánea. Toca el amor y se opone a la crueldad o ri ginal. biente impersona l queda o lvidado. El cuerpo deseado reve-
Las caras de Ca ravaggio están ilum inadas por ese conoci- lándose en la oscuridad, una oscuridad que no t iene nada
miento, profundo como una herida. Son las caras de los caí- que ver con la hora de l día o de la noche, s ino con la vida, tal
dos: se ofrecen al deseo con una s inceridad cuya existencia como es en este planeta; el cuerpo deseado, resplandeciente
solo los caídos conocen. como una aparición, apunta más allá, no con un gesto provo-
Perderse en el objeto de deseo. ¿Cómo lo expresaba Cara- cativo, s ino con el hecho s incero de su propia sensibilidad,
vagg10 en los cuerpos que pintaba? Dos muchachos medio prometiendo e l universo que se extiende a l ot ro lado de su
desnudos o desnudos. Aunque todav ía son jóvenes, sus piel, invitándote a partir. En e l rostro deseado, una expresión
cue rpos llevan la marca de l uso y la experiencia. Unas manos que va más a llá, mucho más al lá, que una invitación, porque
sucias. Un muslo demas iado grueso. Unos pies estropeados. es el reconocim iento de uno m ismo, de la crueldad del
Un torso (en él e l pezón como un ojo) que nac ió y creció, mundo y de su ún ico cobijo, su ún ico don: dormir juntos.
que suda y jadea, que da vue ltas en la noche sin sueño: Aquí. Aho ra.
nunca un to rso esculpido a parti r de un idea l. Al no ser ino-
centes, sus cuerpos contienen experiencia.
Y esto s ign ifica que su sensibilidad puede hacerse pal-
pable; hay todo un unive rso a l otro lado de su piel. La carne
del cuerpo deseado no es un destino soñado, s ino un punto
de partida inmediato. Su misma aparición apunta hac ia lo
.' •
.' •

1 Dolci, Danilo, Racconti siciliani, Giul io Einaudi, Turín,


1963 [N. del Ed.].
2 Cavafis, Constantino, "Gris" (1917), en Poesías completas,
Hiperión, Madrid, 1981 (N. del Ed.].
.'
.••
Frans Hals mom ento dado en la mayoría de las mesa s de cualq uier club
1582/1583-16 66 noctu rno. Pero Hals fue el prime ro que la captó . El espec-
tador obser va al capit án De Wael del mism o modo que la per-
En mi imag inaci ón veo la historia de Frans Hals en térmi nos
sona sobri a obser va, con frialdad y plena ment e consciente de
teat rales. ser un intrus o, cómo se va achis pand o alguien que tiene a su
El prim er acto se abre con un banq uete que ha empe zado
lado. Es igual que conte mpla r cómo parte de viaje un grupo
hace ya varias horas . (En rea lidad, mu ch os de estos ban-
al que no hemo s podid o suma rnos por fa lta de med ios. Doce
quete s solían durar varios días.) Es un banq uete de los ofi-
ai'los más tarde, Hals pintó al mism o homb re, vesti do con el
ciales de una de las comp añías de guard ias cívicos de Haa r-
mism o jubón de gamu za, en otro banq uete. En este, tiene la
lem; por ejem plo, el cele brado en 1627 por la Comp añía de
mirad a fija y los ojos empa ñado s. Ahor a, siem pre que pued e
San Jorge. Escojo esta porqu e Hals dejó testim onio pinta do
pasa la tarde bebie ndo en las tasca s. Y cuan do habla y cuen ta
de la ocasi ón en el mejo r retrat o de gru po de todos los reali-
histo rias, su voz gutur al tien e una suerte de urgen cia que da a
zado s por el pinto r a las comp añías de guard ias cívicos.
enten der que antañ o, hace much o tiemp o, cuand o era joven,
Los oficiales parec en alegr es, bulliciosos y enérg icos. Su
vivió como nunc a lo hemo s hecho noso tros.
aspec to soldad esco t iene más qu e ver con la ausen cia de
Hals está en el banq uete, aunq ue no apare ce en el cuadr o.
muje res y con los unifo rmes que con sus rostro s y gesto s,
Es un homb re de cerca de cincu enta años y tamb ién muy
que son dema siado afables para unos solda dos de camp aña.
bebe dor. En ese mom ento se encu entra en la cumb re del
Pensá ndolo mejor, inclu so sus unifo rmes parec en cu rio-
éxito. Tiene fama de terco y de pasar súbitam ente del aletar-
same nte nuev os o poco usado s. Brindan y beben por la amis-
gami ento a la violencia. (Veinte años antes había sido motivo
tad y la confi anza etern as. ¡Por que sigam os prosp erand o jun-
de escán dalo porqu e se decía que, estan do borra cho, había
tos! mata do a su muje r de una paliza. Más tarde se volvió a casar
Uno de los más anim ados es el capit án Michiel de Wael
y tuvo ocho hijos.) Es un homb re de una inteligencia notab le.
(hacia la pa rte de lanter a de la escen a, con un jubón amar illo).
Estoy segur o de que en la conv ersac ión, aunq ue no tenga mos
Su mirad a es la de un homb re que está seguro de que es tan
prueb as de ello, era rápido, crítico, epigr amát ico. Parte de su
joven como la noch e y de que todos sus com pañer os lo
atrac tivo debía de residir en el hecho de que se comp ortab a
saben . Es una mirad a que uno pued e enco ntrar en un
como si estuviera disfru tando realm ente de esa libertad en la
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que, en princip io, c reían sus compañeros. Pero más atractiva
resultaba todavía su capacidad como pintor. Solo é l podía
pi ntar a sus compañeros como e ll os deseaban. Solo él podía
salvar la contradicción que encerraba ese deseo. Cada uno de
e ll os tenía que ser pintado como un ind ividuo cla ramente
d iferenciado y, al m ismo tiempo, como un miemb ro espon-
táneo y natura l del g rupo.
¿Quiénes son esos homb res? Como bien hemos podido
da rnos cuenta, no son soldados. Las compañ ías de guardias
cívicos, aunque originariamente fo rmadas para el servicio ac-
t ivo, ya hace mucho tiem po que se han convertido en clubs
puramente ceremoniales. Estos homb res pertenecen a las
fam ilias de come rciantes más ricas y más poderosas de
Haa rl em, un centro de manufactu ra textil.

Frans Ha ls, Retrato de W illem van Heythuysen sentado soste-


niendo una fusta, 1625.

Haarlem, una ciudad que hacía tan solo veinte años se


había conve rtido, de fo rma repentina y es pectacular, en la
capital económica de todo el mundo, se encuentra a unos
d ieciocho kilómetros de Ámste rdam . En Ámsterdam se nego-
cia con el grano, los meta les preciosos, las d ivisas, los
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esclavos, las especias y otros productos de todo t ipo, a una inestabilidad. Nada está a salvo en su luga r. Uno t iene la
escala y con unos resultados que no solo asombran al resto impresión de esta r viendo a un hombre en el interior de un
de Eu ropa, s ino que tamb ién lo hacen depender económi- camarote durante una ga le rna. La mesa parece des lizarse po r
camente de la capita l holandesa. e l suelo de la habitación, dejando caer el libro depos itado en-
Parece que se ha li berado un nuevo t ipo de energía, al cima de ella. Las cortinas pueden ven irse abajo en cualqu ier
t iempo que está surgiendo cierta metafís ica del d inero. Este momento.
adquiere su propia virtud y, en sus propios térm inos, de- Para rea lzar aún más esta preca ri edad, convirtiéndola en
muestra una forma de tole rancia. (Ho landa es e l ún ico Es- una virtud , el hombre se recl ina hacia at rás en su as iento
tado de Europa sin persecuciones reli giosas.) Todos los va lo- hasta donde lo permiten las leyes del equi librio y tensa la
res t rad icionales están s iendo sustituidos o lim itados a un fusta que t iene en la mano hasta el punto de que casi parece
contexto, lo que qu iere decir que su abso lut ismo está s iendo que se va a partir. Y lo mismo sucede con su rost ro y su
e li minado. Los Estados Ho landeses han decla rado oficia l- expres ión. Su m irada es esquiva, y en torno a los ojos se
mente que la Iglesia no debe inmiscuirse en las cuestiones de puede ver el cansancio propio de la persona que tiene que
usura re lacionadas con el mundo de la banca. Los comer- estar continuamente hac iendo cálcu los y más cálcu los.
ciantes de armas ho landeses no solo las venden a todos los Al m ismo tiempo, este retrato no sugiere decadencia n1
pa íses europeos en guerra, sino tamb ién, du rante las con- des integración. Puede que haya una ga lerna, pero el barco na-
t iendas más sangrientas de su histo ri a, a sus propios ene- vega ráp ida y confiadamente. Hoy, Van Heythuysen sería sin
migos. duda descrito por sus socios como un hombre "eléctrico", y
Los oficiales de la Compañ ía de San Jo rge de Haarlem millones de homb res lo toma rían, aunque no s iempre de
pertenecen a la primera de toda la serie de generaciones que forma consciente, como modelo a seguir en sus vidas.
se caracterizarían por el espíritu moderno de la in iciativa pri - Tras lademos a Van Heythuysen a una s illa girato ri a, sin
vada. Un poco más tarde, Ha ls pintó un ret rato que describe modificar su postura pongámosle delante una mesa de des-
este espíritu más vívidamente que cualqu ier otro cuad ro o pacho, cambiemos la fusta que tiene en las manos por una
fotografía que yo haya visto. Es e l de Willem van Heythuysen . regla o una varilla de alum inio y veremos cómo se convierte
Lo que distingue a este de todos los demás retratos de en e l típico ejecutivo moderno que dedica unos m inutos de
hombres ricos o pode rosos pintados ante ri ormente es su su va lioso tiempo a escuchar nuestro caso.
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Pero vo lvamos ahora a l banquete. Los hombres ya están Sin embargo, e l paso de los años ha cambiado considera-
todos bastante borrachos. Las manos, que previamente ha- blemente la atmósfera de la escena. Esta ha adqu irido un
cían equ ilibrios con un cuchillo, manten ían una copa de vino pecu liar amb iente dec imonón ico. Hals viste una capa negra y
entre los dedos o exprimían un limón sobre las ost ras, lleva un sombre ro negro que recuerda en algo a esos som-
empiezan a estar un poco torpes. Y, al m ismo t iempo, los breros de copa típicos del s iglo x 1x. La botella que t iene de-
gestos se hacen más exagerados y se dirigen hacia nosot ros, lante es también negra. El holgado cuell o de su camisa blan-
e l público imaginario, de una forma más d irecta. No hay nada ca y la página, igualmente blanca, del libro ab ierto sob re la
como el alcohol pa ra hace rl e creer a uno que la personalidad mesa resu ltan e l ún ico a livio en esta oscuridad.
de que está haciendo gala en ese momento es su verdadera No se trata, sin embargo, de una oscuridad fúneb re. Tiene
personali dad, que hasta entonces siempre hab ía perma- a lgo de libertino y desafiante. Pienso en Charles Baudelaire.
nec ido ocu lta. Empiezo a comprender la razón por la que Gustave Courbet y
Se interrumpen unos a otros, produciéndose un s infín de Édouard Manet sentían una adm iración tan profunda por
malentend idos. Cuanto más d ifícil se les hace comun icar sus Hals.
ideas, más incl inados se sienten a enlazarse por los hom - El punto decis ivo ocurrió en 1645. Durante los años que
bros. De vez en cuando entonan alguna canción, contentos precedie ron a esta fecha, Hals había ido recibiendo cada vez
de haber sido por fin capaces de actuar al unísono, pues cada menos encargos. La espontaneidad de sus retratos, que tanto
uno de ellos, med io perdido en su propia fantasía de autopre- había gustado a sus contemporáneos, pasó de moda con la
sentación, solo desea demostrarse a sí mismo y a los demás sigu iente generación, la cual empezó a demandar unos retra-
una cosa: que, de todos e ll os, él es el am igo más fiel. tos que fue ran más tranqu ilizadores desde el punto de vista
Las más de las veces, Ha ls se mant iene a cierta d istancia moral; lo que ped ía, de hecho, eran los prototipos de ese re-
del grupo. Parece que mira a los hombres ta l cual los m ira- trato oficia l burgués e hipócrita que desde entonces no ha de-
mos nosotros. jado de practicarse.
El segundo acto se abre con el m ismo decorado, la En i 645, Hals pintó el retrato de un hombre vestido de
misma mesa, pero ahora Ha ls está sentado solo en un ex- negro m irándonos por encima del respaldo de una s illa.
tremo de el la. Acaba de cumpl ir setenta años o está a punto Probablemente, el modelo era un amigo suyo. También en
de hacerlo, pero gua rda todavía pleno uso de sus facultades. este caso, Hals registra por primera vez una expresión nunca
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pintada hasta entonces. Es la mirada del hombre que no cree pinceladas de los retratos de Hals van adquiriendo una vida
en la vida que se desarrolla a su a lrededor, pero tampoco le propia. Su energía no resulta en ningún caso absorb ida por la
ve una alternativa. Este hombre ha considerado, de una función descriptiva. No solo se nos presenta con toda preci-
forma bastante impersonal, la posibi lidad de que la vida sea sión el sujeto pintado, s ino tamb ién cómo está pintado. Junto
absu rda. No está desesperado por el lo . Está interesado. Pero con la noción de "parecido e locuente" con el modelo, nace
su intel igencia lo aleja de los objetivos reales del resto de los tamb ién la de ejecución virtuosa por parte de l pintor, s iendo
hombres y de los supuestos objetivos divinos. Unos años esta últ ima la protección empleada por e l artista para defen-
después, Hals pintó un autorret rato que muestra esta misma derse de la primera.
expresión en e l rost ro de otra persona. No obstante, se trata de una protección que ofrece muy
Por su manera de estar sentado es razonab le suponer q ue poco consuelo, pues e l que realiza una ejecución virtuosa
está pensando en su s ituac ión. Ahora, al escasearle los encar- solo se s iente satisfecho du rante el transcu rso de esta. Mien-
gos, se encuent ra con grandes d ificultades económicas. Pe ro tras está pintando es como s i la interpretac ión de cada mano,
esta crisis financ iera es para é l secundaria en re lación con de cada rostro, fuera una partida colosal cuyas apuestas se-
sus dudas acerca del significado de su obra. rían las rápidas y defin idas pinceladas. ¿Pero qué queda cuan-
Cuando pinta, lo hace aún con mayo r maestría que antes. do el cuadro está te rminado? El documento de una perso-
Pero esta se ha convertido en un problema. Nadie antes de na lidad efímera y e l testimon io de una ejecución que ha lle-
Hals había pintado unos ret ratos que exp resaran una mayor gado a su fin. No hay apuestas reales. Solo hay carreras. Y de
d ign idad y comprensión del modelo po r parte de l pintor y estas, hac iendo de la neces idad una virtud, no qu iere saber
que entraña ran una real ización técnica superio r. Pero tam - nada.
poco nad ie captó, como lo supo hacer Hals, la personal idad Mient ras está allí sentado van ent rando ot ras personas, y
momentánea de l mode lo. Con él nac ió la noc ión de "pare- a estas a lturas, sus ropajes, propios de l s iglo XV I 1 ho landés,
cido e locuente". Todo queda sacrificado a las exigencias de la nos sorprenden; llegan hasta e l extremo opuesto de la mesa y
presencia inmed iata del modelo. se detienen . Algunos son am igos. Otros son mecenas. Todos
O casi todo, pues el pintor necesita defenderse de la ame- desean que les haga un retrato. En la mayoría de los casos,
naza q ue puede ence rrar e l converti rse en un s imp le médium Hals decl ina la oferta. Su letá rgica actitud le ayuda. Quizá,
ut ilizado po r el mode lo para presentarse a sí mismo. Las tamb ién su edad. Pero en esta actitud hay tamb ién cierto
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desafío. El pintor quiere dejar claro que ya no es el que era en que ha cambiado tan radicalmente durante su vida.
su juventud, que ha dejado de compartir sus mismas ilu- Es con este espíritu como Hals pinta a René Descartes, al
s1ones. nuevo e ineficaz profesor de teología, al pastor Herman
Langelius, quien "luchó contra el ateísmo no solo con la
ayuda de la palabra de Dios, s ino también con la de la es-
pada", así como los retratos gemelos de Alderman Geraerdts
y su esposa.
En el suyo, la esposa está de pie, vuelta hacia la derecha,
ofreciendo una rosa con el brazo extendido. Sonríe con doci-
lidad. El marido aparece sentado con una mano ligeramente
levantada como para recibir la rosa. Su expresión es al
mismo tiempo lasciva y calculadora. No hace ningún es-
fuerzo por disimular. Es como si estuviera alargando la mano
para tomar el billete que se le debe.
Al final del segundo acto, un panadero demanda a Hals
Frans Hals, Las regentas del asilo de ancianos de Haarlem, por el impago de una deuda de 200 Aorines que había con-
1664. traído con él. Sus propiedades y sus cuadros son requisados
y Hals se declara en bancarrota.
Ocasionalmente accede a pintar un retrato. Su método de El tercer acto transcu rre en el asi lo de ancianos de Haar-
selección parece bastante arbitrario: unas veces se trata de
lem. Se trata del asilo cuyos gobernantes y gobernantas había
algún amigo suyo; otras le interesa el rostro del modelo.
pintado Hals por encargo en 1664. Los dos cuadros resul-
(Hemos de aclarar que este segundo acto abarca un período tantes de este encargo se encuentran entre los mejores del
de varios años.) Tal vez podríamos deducir de su conver- pintor.
sación que cuando un rostro le interesa, lo hace en tanto en Tras arruinarse, Hals se vio obligado a solicitar un sub-
cuanto el carácter del modelo guarda cierta relación con el
sidio municipal. Durante mucho tiempo se creyó que él era
problema que le preocupa; el problema de saber qué es lo
en realidad un residente más del asilo - hoy convertido en e l
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Frans Hals Museum- , pero, al parecer, no fue este e l caso. pintó Hals, perd idos en sus propias fantasías de moral idad,
No obstante, sí que es cierto que padeció una extrema po- agitando las manos cual a las rotas. Solamente el borracho
breza y vivió de la caridad oficial. del sombrero ladeado sigue recordando el pasado y propo-
En e l centro de la escena, los viejos residentes se s ientan niendo ocasionalmente un s imulacro de brindis. En una oca-
en torno a la m isma mesa del banquete del primer acto; cada sión intenta dar conversación a Hals.
uno tiene ante s í un cuenco de sopa. De nuevo vuelve a sor- (Debo aclara r aquí que se t rata de una imagen teatra l; de
prendernos e l carácter dec imonón ico, dickensiano, de la es- hecho, los gobernantes posaron cada cual por separado para
cena. Detrás de los viejos, ent re dos lienzos a med io pintar estos retratos de grupo.)
montados en sendos caballetes, Hals mira hacia el espec- Las mujeres hablan del carácter de los res identes y expli-
tador. Tendrá aho ra unos ochenta años. Durante este acto, can su fa lta de inic iativa o rectitud mora l. Cuando se da cuen-
Hals no deja de examinar y pintar estos dos lienzos, mante- ta de que las están m irando, la mujer situada en e l ext remo
niéndose tota lmente al margen de lo que está suced iendo a derecho del grupo baja la mano y la descansa sobre el muslo,
su alrededo r. Está muy de lgado, con esa de lgadez propia de y a esta señal, las otras devuelven la mirada a los viejos que
los viejos. comen delante de ellas.
A la izqu ierda, subidos en una tarima, están los gober- La hipocresía de estas mujeres no res ide en que den s in
nantes, a qu ienes Hals está ret ratando en uno de los lienzos; sentir nada, s ino más bien en e l hecho de que nunca reco-
a la derecha, sob re ot ra tarima semejante a la anterio r, se en- nocen el odio permanentemente alojado bajo sus ropas ne-
cuentran las gobernantas, que están s iendo ret ratadas en el gras. Este odio las obsesiona en secreto. Durante el la rgo in-
otro. vierno, todas ellas lo al imentan una mañana tras otra, pon ién-
Entre cucharada y cucharada de sopa, los residentes do le m igas de pan en el alféizar, hasta que acaba por estar lo
miran fijamente al espectador o a uno de los dos grupos. De suficientemente amaestrado para golpear e l vidrio de la ven-
vez en cuando estalla una d isputa entre el los. tana de su dormitorio y despertarlas al amanecer.
Oscuridad. Solo quedan los dos cuadros: dos de las acu-
Los gobernantes hablan de asuntos privados y de la ciudad.
saciones más severas que se hayan pintado nunca. Están pro-
Pero cuando se dan cuenta de que están s iendo observados,
yectados uno al lado del otro, formando una especie de pan-
dejan de hablar y vue lven a adoptar la postu ra en que los
ta lla que ocupa todo el escenario .
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Fuera del escenario se oye el ruido de un banquete. Una menudo el pigmento aparezca resquebrajado). De llegar
voz anuncia: tenía ochenta y cuatro años y había perdido el algún día a una sala de subastas, podría alcanzar, dado que el
tacto. Ya no era capaz de controlar el pulso. El resultado es tema es único en la obra de Hals, entre dos y seis mi llones
tosco y, considerando lo que el pintor había sido en su mo- de dólares. Desde este momento hemos de tener en cuenta la
mento, patético. posibilidad de las falsificaciones.

***
Las historias se te vienen a la mente a fin de ser contadas. A
veces ocurre lo mismo con las pinturas. Describiré esta con
toda la precisión de que soy capaz. Pero antes la situaré his-
tóricamente, como suelen hacerlo siempre los entendidos. La
pintura es de Franz Hals. En mi opinión, fue rea li zada entre
1645 y 1650.
El año 1645 supuso un momento decisivo en la carrera de
Hals como retratista. Tendría por entonces unos sesenta
años. Hasta ese momento había sido un pintor muy soli-
citado, siempre con mú ltip les encargos. A partir de esa fecha,
su fama empezó a declinar gradualmente y ya no dejó de ha-
cerlo hasta su muerte, veinte años después y en la más abso- Hasta ahora, la identidad de la modelo es, claro está, un

luta miseria. Este cambio en su suerte coincidió con el surgi- misterio. Reposa desnuda sobre la cama mirando al pintor.

miento de un nuevo tipo de vanidad. Existe entre ellos una complicidad obvia. Por rápido que Hals

Ahora in tentaré describir la pintura en cuestión. Se trata trabajara, e lla tuvo que haber posado para él durante varias

de un gran lienzo horizontal de 1,83 por 1,JO metros. La figura horas. Pero su mirada es valorativa y escéptica.

reclinada es un poco más pequeña del natural. Pa ra ser un ¿Era la amante del pintor? ¿Era la mujer del burgués de

Hals está en buen estado de conservación (los descuidados Haarlem que le había encargado la pintura? Y de ser así, ¿en
métodos de trabajo del pintor han dado lugar a que a dónde se proponía colgarla ese cliente imaginario? ¿Sería
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acaso una prostituta qu ien le rogara a Hals que le hiciera un Su piel es muy blanca, rosada en algunos puntos. El hombro
retrato, ta l vez para colgarlo en su dorm itorio? ¿Era una de las y el pie izqu ie rdos rompen la línea de la cama y están perfi-
hijas del pintor? (Queda aquí una puerta abierta a una prome- lados en la pared cremosa. Tiene el pelo negro, como las plu-
tedora carrera para el más detect ivesco de nuest ros histo- mas de un cuervo. Y estamos tan condicionados por las con-
riadores del arte eu ropeo.) venciones de la histo ri a del arte, que a uno le so rprende tanto
¿Qué es lo que está suced iendo en esta habitac ión? La e l hecho de ver representado el vello púbico de la mode lo en
pintura me dio la imp resión de que ni el pintor ni la modelo una pintura de l siglo xv 11 como le sorprendería su ausenc ia
t ienen la vista puesta en algo más allá de sus actos inme- en la vida rea l.
d iatos, y, por consigu iente, son estos, rea lizados por sí m is- ¿Hasta qué punto puede uno imaginar un cuerpo des-
mos, los que constituyen un misterio . Por parte de ella, el nudo pintado por Ha ls? Es preciso desechar todas esas
acto de estar tumbada en la cama deshecha, frente al pintor, y ropas negras que en marcan rostros sufridos y manos ner-
por parte de l pintor, el acto de escrutarla, de pinta rl a de tal viosas, y luego imagina r todo un cuerpo pintado con el
manera que su apariencia pud iera sobrevivi dos a ambos. mismo grado de observación, intensa y lacón ica. No se trata
Aparte de la mode lo, los dos tercios infe ri ores del lienzo de una observación estricta de las fo rmas como ta les -Hals
están ocupados por la cama, o, más bien, por el blanco revo l- fue el más ant iplatón ico de los pintores-, s ino de todas las
t ijo de sábanas arrugadas. El terc io supe ri or lo ocupa la pared huellas que la experiencia ha dejado en esas formas .
situada detrás de la cama. En esta pared, que tiene ese color Ha ls pintó sus pechos como si fueran rostros completos:
crema como de lino o cartón que Ha ls utilizó a menudo en e l más alejado, de perfil; e l que aparece en primer térm ino, en
sus fondos, no hay nada. La mujer, con la cabeza girada hac ia una vis ión de tres cuartos; sus costados, como si fue ran
la izqu ierda, está tend ida cuan larga es, ligeramente atra- manos con las puntas de los dedos ocu ltas entre e l vello
vesada en la cama. No hay almohadones. La cabeza, vuelta a negro de su vient re. Una de las rodi ll as está pintada como si
fin de poder m irar al pintor, está apoyada sobre las manos, pudiera reve lar, al igua l que lo hace la barbilla, muchas de las
que hacen las veces de almohada. reacc iones de la mujer. El resultado es desconcertante po r-
Tiene el to rso torcido, pues, aunque el busto está ligera- que no estamos acostumbrados a ver representada así la
mente vue lto hac ia el artista, las caderas m iran al techo, y las expe ri encia de un cuerpo; la mayo ría de los desnudos están
piernas se alargan hacia el lado de la cama pegado a la pared. tan desp rovistos de experiencia como los objetivos que no
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llegan a cumpli rse. Y, po r otra razón que todavía está po r un nivel puramente óptico, pues m ient ras O lymp ia, s in duda
defini r, resu lta asimismo desconcertante la concent rac ión una mujer ociosa y sensual, está recl inada en el lecho as istida
total del artista a la hora de pinta rla: es ella y solo ella, y no po r una criada negra, uno está seguro de que la mujer que
una fantas ía. aparece aho ra tendida en la cama pintada por Hals poste-
Tal vez sean las sábanas las que sugieren de una forma riormente lava ría y plancharía las sábanas para volve r a ha-
más inmed iata que el auto r es Hals. Nad ie sino él pod ía ce rl a. Y el patetismo reside precisamente en la repetición de
haber pintado unas ropas con semejante vio lencia y extrava- este ciclo: la mujer como representación de l abandono tota l,
gancia, como s i la inocencia que sugieren unas sábanas blan- la muje r en su papel de limpiadora, o rdenadora, plegadora. Si
cas perfectamente planchadas fuera algo que su vis ión de la su rost ro muestra bu rl a, es po rque en su fuero interno se está
expe ri encia no pudiera to lerar. Todos y cada uno de los riendo, entre otras cosas, de la so rpresa que provoca en los
puños de las cam isas que pintó en sus retratos ilustran los hombres este cont raste, en los hombres que vanamente se
mov im ientos habitua les de la muñeca que ocultan . Pe ro aquí enorgullecen de su homogeneidad.
no hay nada oculto. El ovillo de sábanas -en el que los plie- Su rostro es inesperado. De acuerdo con las conven-
gues parecen ram illas gri ses entretejidas para fo rmar un nido, ciones de l desnudo, al esta r s in ropas, su mi rada debería
y los bri llos, agua- es una muestra elocuente de lo que ha limitarse a suge ri r o debe ría quedar directamente oculta. Bajo
sucedido en la cama. ningún concepto puede ser la m irada tan s incera como e l
Más matizada es la re lación en tre las sábanas, la cama y cue rpo desnudo. Pero esta pintura va todavía más lejos, pues
la figura que reposa inmóvil sobre el la. Hay un patetismo en e l cuerpo tamb ién ha sido pintado como un rostro ab ierto a
esta relación que no tiene nada que ver con e l egoísmo de l su propia experiencia.
pi ntor. (De hecho, puede que Ha ls no llega ra s iqu iera a to- Y, s in emba rgo, Ha ls no era consciente de haber logrado
ca rl a, y que la elocuencia de las sábanas no sea sino la de una semejante s inceridad; le era ind iferente. La pintura encierra
memoria sexagenaria.) La relac ión tona l ent re las dos es muy una desesperación que no comp rendí al principio . La energía
sutil; en algunos lugares, e l cuerpo de la muje r es apenas un de las pinceladas es sexual y, a l mismo t iempo, constituyen el
poco más oscuro que la sábana. Esto me recordó vagamente pa roxismo de una impaciencia at roz. ¿Impaciencia con qué?
a la Olympia de Édouard Manet (qu ien sentía una adm iración En m i imaginac ión comparo esta pintura con la Betsabé de
tan profunda por Ha ls). Pero todo el pa recido acaba aquí, a Rembrandt, que, s i no me equ ivoco con las fechas, fue
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pintada casi por la misma época, en 1654. Las dos pinturas d ialéctica lo que permitió o impulsó al Rembrandt v1e¡o a
t ienen una cosa en común. Ninguno de los dos art istas de- ap licar, de una forma más rad ical que cualquier otro pintor de
seaba idea li zar a la mode lo, y esto s ign ificaba que ninguno de la escuela ho landesa, la práctica real ista a un tema basado en
los dos quería marcar una d istinción, en lo que se refiere a la la experi encia ind ividua l. Lo que importa no es su e lección de
forma de mirarlos, entre el rostro y el cuerpo. Aparte de esto, temas bíb li cos, sino el hecho de que su visión religiosa le
las dos pintu ras no solo son diferentes, sino que son opues- ofrecía un principio de redención, y esto le perm it ía observar
tas. Mediante esta oposición, e l Rembrandt me ayudó a com- impávido, con una m ínima, tenue, esperanza, los estragos de
prender e l Ha ls. la experiencia.
La imagen que Rembrandt nos ofrece de Betsabé es la de
Todas las figuras trágicas pintadas por Rembrandt durante la
la mujer amada por e l creador de la imagen. Su desnudez es,
segunda m itad de su vida - Hannan, Saúl, Jacob, Homero,
por decirlo de algún modo, origina l. Aparece como es antes
Jul ius Civilis, los autorretratos- están a la espe ra. No se ha
de ponerse la ropa y reuni rse con el resto del mundo, antes
de ser juzgada por los demás. Su desnudez es una func ión evitado ninguna de sus tragedias, pero el hecho de ser pin-

de su ser y resp landece con la luz de su existencia.


tadas les permite agua rdar; y a lo que aguardan es a que se
otorgue un s ign ificado, un sign ificado último, a toda su expe-
La modelo de la Betsabé fue Hend rickye, la amante de
nenc1a.
Rembrandt. Pero la pasión que e l pintor sentía po r ella no
La desnudez de la muje r que reposa en la cama pintada
basta para explicar el hecho de que se negara a idea li zarla.
por Hals es muy diferente de la desnudez de la Betsabé de
Hemos de tener en cuenta a l menos otros dos factores .
Rembrandt. La de Ha ls no está en un estado natural anterior
En primer lugar, tenemos la trad ición realista de la pintura
a l acto de ponerse la ropa. Más bien, acaba de qu itársela, y la
ho landesa del XVII. Dicha tradic ión era inseparable de aque lla
que yace en la cama, rec ién traída desde el mundo exterior
otra fo rma de " realismo" que supuso un arma ideológica
hasta esta hab itac ión de paredes color de li no, es su expe-
esencial en el establecim iento de un poder independ iente,
riencia pura. A diferencia de la Betsabé, esta mujer no res-
puramente la ico, por parte de la burguesía mercant ilista
plandece con la luz de su propia existencia. Lo que bri lla es
ho landesa. Y en segundo lugar, en contradicción con lo
sencillamente su piel ruborizada y perlada de sudor. Hals no
primero, Rembrandt tenía una vis ión del mundo profun-
creía en el princip io de la redenc ión. Pa ra él no había nada
damente influ ida por la rel igión . Fue esta combinación
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que pudiera contrarrestar la práctica real ista; solo contaba todos a dos denom inadores comunes y que de esta s imp li-
con su va lor y su temeridad para llevarla a la práctica. Es irre- ficac ión se de riva cierto tipo de al ivio.
levante preguntarse si la modelo era o no era su amante, si la Soy consciente de que no consigo describir aprop ia-
quería o no. La pintó de la ún ica manera que podía hacerlo. damente la desesperación que entraña esta pintura. Volveré a
Tal vez su famosa rap idez como pintor era en parte el resul- intentarlo empezando de una fo rma más abstracta. La era de l
tado de que, una vez que había reun ido e l valor necesario capitalismo plenamente desarrol lado, que se inició en Ho-
pa ra ello, quería term inar con ese modo de mirar lo antes landa en el siglo XV I 1, se abre s imu ltáneamente con una gran
posible. confianza y una gran desesperac ión. La primera - la con-
Es cierto que esta pintura también encierra placer. El pla- fianza en la individual idad, en la navegación, en la libre em-
cer en este caso no está impl ícito en el acto de pintar - como presa, en el comercio, en la bolsa- forma parte de la histo ri a
sucede en Veronese o Claude Monet- , s ino que se hace aceptada. La desesperación ha tend ido a quedar relegada o,
refe rencia a é l. No solo por la histo ri a que nos cuentan las como en el caso de Blaise Pascal, explicada en otros tér-
sábanas (o pretenden contarnos, como si fueran na rradoras), minos. Y, s in embargo, hay pruebas sorprendentes de e lla en
sino también por el placer que se puede encontrar en e l cuer- todos y cada uno de los ret ratos pintados por Hals a partir de
po que reposa sobre ellas. la década de i 630. En dichos retratos de homb res (no así en
Lejos de destru ir la pintura, las resquebrajaduras del pig- los de muje res) vemos una t ipología social totalmente nueva
mento, finas como cabellos, parecen acrecentar la lum ino- y, depend iendo de cada caso en concreto, unas formas nue-
sidad y la calidez de la piel de la mujer. En a lgunos lugares, vas de ans iedad y desespe rac ión . Si nos fiamos de Hals - y
es esta calidez lo que distingue el cuerpo de la sábana, la si Hals no es digno de confianza, no hay muchos pintores
cual, por contraste, adqu iere una tona lidad casi verdosa, gé- que puedan serlo- , el mundo de hoy no comenzó preci-
lida. La genialidad de Hals rad ica en su capacidad para rep re- samente con un g ran regocijo general.
sentar todas las cualidades fís icas de esta superficia lidad. Es Mirando a esta mujer tendida en la cama comprendí por
como s i a la hora de pinta r se fuera aprox imando poco a primera vez hasta qué punto y de qué forma pudo haber com-
poco a sus temas hasta estar codo con codo con ellos. Y esta partido Hals la desesperación que tan a menudo veía en sus
vez, la proximidad ya supon ía un placer en s í m isma. Añá- mode los. Había en é l una desesperac ión potencial que era in-
dase a esto e l hecho de que la desnudez puede reducirnos a trínseca a su práctica como pintor. Hals pintaba apariencias.
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Dado que todo lo vis ible aparece, uno podría suponer erró- a lguna.
neamente que toda la pintura trata de las apariencias. Hasta Cuando pintaba esos retratos de unos hombres cuya
e l siglo xv11, el objetivo de la mayor parte de la pintura era ident idad hoy desconocemos, esa equivalencia entre su prác-
inventar un mundo vis ible; este mundo inventado tomaba t ica artística y la experiencia que todos ellos tenían de la
muchas cosas de l mundo rea l, pero excluía la contingenc ia. sociedad de su t iempo puede habe rles proporcionado cierta
Sacaba conclusiones, y aqu í es inte resante la homon im ia que satisfacción tanto a l pintor como a aquel los de los modelos
existe en inglés entre los verbos "extraer" y "dibujar" (draw) . que contaran con alguna vis ión de futuro . Los artistas no
Después de l siglo xv11, el objetivo de la mayor parte de la pin- pueden cambiar o hace r la h istoria. Lo más que pueden hace r
tura era disfrazar las apariencias; la tarea de las nuevas acade- es despoja rla de sus pretensiones. Y hay d iferentes modos de
mias era enseñar los d iferentes modos de disfraza rl as. Ha ls hacerl o, entre los que se incluye el de mostrar la crueldad
empezaba y acababa con aparienc ias. Fue el ún ico pinto r existente.
cuya obra profetizó la fotografía, aunque ninguna de sus pin- Pero cuando a Hals se le ocurrió pintar a la mujer recos-
turas es "fotográfica". tada en la cama, era d iferente. Parte del poder de la desnudez
¿Qué significaba pa ra Ha ls el empeza r y acabar con apa- res ide en que parece que es ajena a la histo ri a. Gran parte del
riencias? Su práctica como pintor no consistía en reduc ir un siglo y de la década desaparecen junto con la ropa. Parece
ramo de flores, una perdiz muerta o unas figuras d istantes en que la desnudez nos hace vo lver a la natura leza. Parece, por-
la calle a sus apariencias respectivas; consistía en reduc ir a que ta l noción igno ra las relaciones sociales, las formas de
su apariencia la experiencia fielmente observada. La crueldad emoción y las inclinaciones de la conciencia. Pero tampoco
de este ejercicio corría pareja a la de reducir s istemá- es tota lmente ilusoria, pues el pode r de la sexualidad humana
t icamente todo el va lor existente al va lo r de l dinero. - su capacidad para convertirse en una pasión- depende de
Hoy, tres siglos después, y tras décadas de publicidad y la promesa de un nuevo comienzo. Y este nuevo se siente
consum ismo, podemos observa r hasta qué punto e l empuje como s i no solo se refiriera al destino individual, sino igua l-
del capital ismo ha te rminado po r vaciarlo todo de su conte- mente al cósmico, que, durante ese momento y de una forma
nido, no dejando más que la cáscara de las apa ri encias. Hoy extraña, llena y trasc iende la histo ri a. La prueba de que su-
podemos verlo porque existe una a lternativa política. Para cede así es la repetición de metáforas cósmicas en la poesía
Ha ls no hab ía ta l alternat iva, como tampoco existía redenc ión amorosa de todo el mundo, incluso en períodos
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revo lucionarios.
En esta pintura no podía habe r equivalencia e ntre la prác-
t ica de Hals como pintor y el tema representado, pues este
estaba cargado, aunque fuera de forma prematura, aunque
fuera nostálgicamente, con la promesa potencial de un nuevo
comienzo. Hals pintó el cuerpo recostado sobre la cama con
la consumada maestría que había adquirido con el paso de
los años. Pintó la experiencia de ese cuerpo como una apa-
riencia. Pero el acto de pintar a la mujer de pelo negro como
las plumas de un cuervo no podía responder a su vis ión de
ella. No podía inventar nada nuevo y se quedó allí, d eses-
perado, a l borde mismo de las apariencias.
¿Y qué pasó entonces? Yo imagino a Hals dejando sobre
la mesa los pi nceles y la paleta, y sentándose en un a silla.
Hacía rato q ue la muje r se había ido, y la cama esta ba vacía.
Sentado, Hals cerró los ojos. No los cerró para adormecerse.
Con los ojos cerrados, pod ría haber imaginado, como lo
haría un ciego, otras pi nturas pintadas en otro t iempo.
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Diego Velázquez la m isma expresión. El t raje ha reaccionado a la vida co m o
1599-1660 tela que es, de la mis m a manera que su cara ha reacc ionado
co m o piel y hueso. Vestimenta y ca ra parecen compartir la
La imagen me im presionó cuando la vi por primera vez. Me
m isma expenenc1a.
resu ltaba conocida, como s i, de niño, hub iera visto a aquel
hombre enmarcado en el umbra l de una puerta. Es la de un
cuad ro pintado por Ve lázquez en torno a 1640. Se trata de un
retrato imag inario de Esopo, de un tamaño la m itad que el
natura l.
Está parado, esperando a algu ien que lo ha convocado. ¿A
qu ién? ¿A un tribunal? ¿A una cuadrilla de band idos? ¿A una
muje r moribunda? ¿A unos viajeros que le solicitan otra his-
toria?
¿Dónde nos encontramos? Hay qu ienes d icen que el cubo
de madera y la gamuza apuntan a una tenería, y estos m is-
mos recuerdan la fábu la de Esopo que cuenta la historia del
hombre que poco a poco aprend ió a ignorar el hedor de las
pieles que están siendo curtidas. No me acaban de con-
vencer. Puede que nos encontremos en una posada, entre
otros viaje ros que están de cam ino. Las botas, de tan usadas, Diego Velázquez, Esopo, 1639-1640.
pa recen jamelgos famé li cos, con e l lomo hund ido. S in em-
Su m irada me hace dudar. Le intimida a uno; es arro-
bargo, en este momento está sorprendentemente limpio, s in
gante. No, no es arrogante, pero no aguanta a los tontos.
una mota de polvo. Se ha lavado y se ha mojado el cabello,
¿Quién fue el mode lo del pintor para este retrato h istórico
que está todavía un poco húmedo.
de un homb re que vivió dos mi l años antes que él? En m i opi-
Su indumenta ri a de peregrino hace t iempo que ha to-
nión, parece un tanto precipitado asum ir que e l modelo fuera
mado la forma de su cuerpo, y cara y traje t ienen exactamente
un escritor o un am igo de Velázquez. Se dice que Esopo fue
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un esclavo li berto, nacido posiblemente en Cerdeña. Uno este efecto, al tenerl a por debajo de la túnica, a la altura de la
pensaría lo mismo del hombre que tenemos delante. l a fuer- panza. Y su cara demuestra a lgo parecido en relación con s u
za de su presencia es de un tipo que solo se observa en qui e- conciencia. Observa, mira, reconoce, escucha lo que le rodea
nes no tienen poder. Un recluso de una cárcel de Sicilia le y está fuera de él, y, al mismo tiempo, reflexiona en s u inte-
dijo a Danilo Dolci: rior, ordenando incesantemente lo que ha percibido, inten-
tando encontrar un sentido que vaya más allá de los cinco
He adqui rido la experiencia de saber qué es el uni verso
sentidos co n los que ha nacido. El sentido que da a lo que ve,
leyendo el horóscopo por casi to da Ita lia. Toda la cris-
por más precario y amb iguo qu e pueda ser, es lo ún ico que
tiandad - pobres, ricos, príncipes, ba rones y condes-
posee. Para el alimento y e l techo se ve obligado a contar una
me ha revelado sus deseos y costum bres.1 de sus fábulas .
¿Qué edad tie ne? ¿Entre cincuenta y sesenta y cinco? Pa-
Cuenta la leyenda que al fin al de su vida Esopo también cum-
plió condena por robo. Puede que el modelo fuera un antiguo rece más joven que e l Homero de Rembrandt, mayor que el
Esopo de José de Ri bera. Algunos dicen que Esopo, el fab u-
recluso, un galeote, con el qu e, como Don Quijote, Velázquez
se hubiera encontrado en algún camino. En cualquier caso, lista verdadero, vivió hasta los setenta y cinco años. Velá-
alguien que conoce "sus deseos y costumbres". zquez mu rió a los sesenta y uno. los cuerpos de los jóvenes
son dones, tanto para ellos como para los demás. l as diosas
Al igual q ue los enanos cortesanos que pintó, Velázquez
observa el espectácu lo de l poder mund a no. Como en la de de la anti gua Grecia eran portadoras de este don. los cuer-

los ena nos, hay ironía en su m irada, un a ironía que atraviesa pos de los poderosos, cuando envejecen, se vuelven insen-
s ibles y mud os, se empiezan a pa recer a las estatuas que,
toda retórica convencional. Pero ahí acaba el pa recido, pues
los enanos eran disca pacitados de nacim iento. Cada uno de creen ellos, se m erecerán que les erijan después de su m uer-
te.
ellos tiene una expresión qu e le es propia, pero todos ellos
presentan una forma de resignación que declara: esta vez yo
Esopo no es una estatua. Su físico encarna su experiencia. Su
e staba destinado a ser excl uido de la vida normal. Esopo no
presencia solo se refi ere a lo que ha sentido y visto. No hace
e stá excluido. Es norma l.
referencia a posesión a lguna, a una institución, a un cargo o a
Su túnica lo cub re y, a l mismo tiempo, nos recuerda el
una protección. Si uno llora ra en s u hombro, lloraría en el
cuerpo des nudo que está debajo. Su mano izq ui erda rea lza
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hom bro de su vida. Si le acariciara el cuer po, este recordaría muc ho con el ingenio, la astuc ia, cierto sarc asmo y la nega-
la ternu ra que cono ció en la infancia. tiva a acep ta r com prom iso algu no. Este rech azo no es una
José Orte ga y Gass et desc ribe algo de lo que sient o yo en cues tión de terqu edad , sino de habe r visto lo suficiente para
prese ncia de este hom bre: sabe r que uno no t iene nada que perd er. Las muje res suele n
enam orar se de la ener gía y el dese ngañ o, y no les falta sabi-
Ya un día vere mos cóm o mien tras la astro nom ía, por
duría en esto, pues así están dob leme nte prote gidas . Este
ejem plo, no form a pa rte del astro que investiga y cono ce,
hom bre, ya entra do en años , hara pien to, que no lleva nada
ese extrai'io sabe r vital que llam amo s "experiencia de la
excepto una vida com pues ta de jiron es, me pare ce a mí que
vida" form a parte esen cial de la vida mism a, cons tituye
ha debi do de ser reco rdad o por muc has muje res. Cono zco
uno de sus principales com pone ntes o factores. Es ese
muc has viejas cam pesin as con rostr os muy similares.
sabe r caus ante de que un segu ndo amo r sea, por fuerza,
A estas altur as de su vida ha perd ido la vani dad masc u-
disti nto del prim ero porq ue sabe ya lo que fue este pri- lina. Él no es el héro e de las histo rias que narra. Es un testigo
mero y lo lleva, por tanto , com o enro llado dent ro de sí.
conv ertid o en historiador, y en el mun do rural este es un
De mod o que si usam os la imag en, com o vere mos , anti-
papel que las anci anas cum plen muc ho mejo r que los hom -
quís ima y universal, que nos pres enta la vida com o un
bres. Su repu tació n ya no cuen ta, ha qued ado atrás. Adquie-
cam ino que hay que corre r y recorrer - de ahí exp re-
ren casi la mism a esca la de la natu ralez a. (En la historia del
sion es com o "cur so de la vida", currí culu m vitae, toma r
arte hay una teorí a segú n la cual Veláz quez pintó este retrato
una carre ra, etc.-
d irem os que, conform e cam inam os, influido por un grab ado de Giovanni Battista Porta, quien
el cam ino que es nues tra vida, ese cam ino lo cons er-
hizo una com para ción fisionómica entre los rasg os de un
vam os y lo sa bem os, esto es, que el cam ino de la vida ya
hom bre y los de un buey. ¿Qui én sabe ? Yo prefiero mis re-
recorrido se va enro scan do, envolviendo o enro lland o
cuer dos de las anci anas cam pesinas.)
sobr e sí mism o com o un fi lm, y al llega r al té rmin o de la Sus ojos son raros, pues están pinta dos con men os énfa-
vida, el hom bre se encu entra llevando sobr e su espa lda,
sis que el resto del cuad ro. Casi tiene uno la impr esión de
diría mos pega do a ella, todo el rollo de su vida vivida. 2
que los ojos qued aron sin pintar, qu e son lo único que qued a

Lleva cons igo el rollo de la película de su vida. Su virilidad de la base del lienz o.
tiene muy poco que ver con el dom inio o el hero ísmo , y Sin emb argo , todo en el cuad ro apun ta hacia ellos,
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excepción hecha de las hojas de pa pe l y de la mano que las todas las histo ri as, antes de ser narradas, empiezan por e l
sujeta. La expresión de sus ojos nos es dada por la forma de final. Esto dec ía Walter Benjamín: "La muerte es la sanción de
mantener la cabeza y po r las otras facc iones: la boca, la nariz, todo lo que e l na rrado r puede referir y es ella qu ien le presta
la frente. Los ojos actúan; es dec ir, miran, observan y apenas autoridad''.3 Sin embargo, m i frase era demas iado romántica,
se les escapa nada, pe ro no reaccionan e mit iendo un ju icio . no suficientemente contrad ictoria. No hay hombre que tenga
Este homb re no es ni un protagon ista, ni un juez ni un satíri- menos que ve r con la muerte que este. Observa la vida como
co. Es inte resante compararlo con su pintura gemela (del la vida podría observarse a sí misma.
mismo tamaño y con la m isma fórmu la pictórica), e l retrato Una historia para Esopo. Era un seis de enero, día de
de Men ipo. Men ipo, uno de los pri me ros cínicos, además de Reyes. Me habían inv itado a la cocina de una casa en la que
gran satírico, m ira al mundo como a algo que se ha dejado no hab ía estado nunca. Dentro de la casa hab ía algunos
atrás, y su marcha le produce cierta d ivers ión . En su postu ra niños y una pe rra bobtail grande y con un áspero pelo gris
y en su expresión no hay rastro de la compasión de Esopo. que le caía enmarañado sobre los ojos. Mi llegada la asustó, y
De forma indirecta, los ojos de Esopo d icen mucho sobre empezó a ladrar. No de una fo rm a brutal, pe ro sí pe rsistente.
e l arte de la narración . Su expresión es reflexiva. Todo lo que Intenté hablarle. Luego me agaché para pone rme a su a ltu ra.
ha visto contribuye a su idea de l enigma de la vida: para este No sirvió de nada. Sigu ió ladrando, inqu ieta. Nos sentamos
en igma t iene respuestas parciales - cada historia que cuenta a lrededor de la mesa; éramos ocho o nueve, tomamos café y
es una- , pero, a su vez, cada respuesta, cada historia, cada gal letas. Le ofrecí una, gua rdando una distancia prudencia l.
fábu la saca a la luz otra pregun ta, de tal modo que fracasa Po r fin, la to mó. Cuando le ofrecí ot ra, poniéndosela cerca de
continuamente, y es este fracaso lo que mantiene su curio- mi rod illa, no qu iso acercarse. No muerde, me d ijo e l dueño.
sidad. Sin misterio, s in curiosidad y s in la forma impuesta Y este comentario me llevó a contar una historia.
po r esa res puesta parcia l no puede habe r historias: solo hay Hace ve inticinco años, yo vivía en el extrarrad io de una
confesiones, comunicados, recue rdos y fragmentos de fan- ciudad europea. Ce rca de nuestro piso hab ía prados y bos-
tas ía autob iográfica que, por el mo mento, se hacen pasar por ques por los que me daba un paseo todas las mañanas antes
nove las. de desayuna r. En un punto de mi recorrido, ce rca de un
En cierta ocasión me referí a los narrado res denom i- cobertizo im provisado donde vivían unos inm igrantes espa-
nándolos "secretarios de la muerte". Los llamaba as í porque ño les, s iemp re me encontraba con la m isma pe rra. Era una
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perra gris, ya vieja y tuerta; tenía el tamaño de un bóxer pero As í que salté dentro de la zanja. La calmé. Me senté a su
era un chucho s in más. Todas las mañanas, lloviera o luc iera lado hasta que decid í que había ll egado el momento de levan-
e l sol, me paraba, le hablaba, le acariciaba la cabeza y seguía tarla hasta la altura de m is hombros y posarla en la t ierra,
m i camino. Ten íamos ese ritua l. Pero un día de invierno no fuera de la zanja. Debía de pesar sus buenos treinta kilos.
estaba donde solía. A decir verdad, no le ded iqué un segundo Como cabía esperar, en cuanto la levanté, me mord ió . Un
en m is pensamientos. Al terce r día, sin embargo, cuando me mord isco profundo en el pulpejo del pulgar y en la muñeca.
acercaba al sitio donde estaba la chabola, oí ladrar a un perro Salí de la zanja como pude y me fu i rápidamente a que me
y luego como un gemido. Me detuve, m iré alrededo r. Ni ras- viera un méd ico. Más tarde, encontré al dueño de la perra; era
tro del an ima l. Igua l me lo había imaginado. Pero en cuanto un ital iano, que me d io una tarjeta de vis ita en la que escribió
d i unos pasos, vo lvió el gem ido, que empezó a transformarse por detrás el nombre y la d irecc ión de su compañ ía asegu-
en un au ll ido. Había nevado, y no se veían huellas de perro rado ra. Cuando le conté al agente de la compañ ía lo que me
por ningún lado. Me paré de nuevo y me di ri gí entonces hac ia había sucedido, alzó las cejas.
la chabola. Y a ll í, a m is pies, vi una estrecha zanja por la que Es la historia más improbable que he oído en m i vida, me
corría el alcantari ll ado, cavada, pos iblemente, antes de que se d ijo.
helara e l suelo . Tenía como un metro y medio de profund idad Le señalé m i mano vendada, en cabestrillo .
y los latera les muy verticales. La perra se hab ía caído en la Entonces ¡usted está ma l de la cabeza!, dijo
zanja y no podía salir. Vac ilé. ¿Debía ir e intentar encontrar a El dueño de la perra me d ijo que vinie ra a dar parte del
su dueño? ¿Debía saltar y sacarla de a llí? accidente.
Al alejarme del lugar, la voz de la conciencia me susurró: Pues claro. Están compinchados. ¿Cuánto gana usted?
¡cobarde! Tuve un momento de insp iración . Diez m il a l mes, le
Oye, le contesté, está ciega, lleva ah í uno o dos días. mentí.
Y tú qué sabes, volv ió a susurra rme la voz de la con- Por favor, tome as iento.
c1enc1a. Todos los que estaban sentados al rededor de la mesa se
Por lo menos toda la noche, d ije. No me conoce. Ni si- echaron a reír. Algu ien más contó ot ra historia, y luego nos
qu ie ra sé cómo se llama. levantamos, pues era hora de irse. Me dirigí a la puerta, abro-
¡Cobarde! chándome el abrigo. La perra vino de recha hacia mí, desde e l
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otro extremo de la hab itac ión. Me agarró la mano con los Creían que sus oponentes en el campo de la fi losofía eran
d ientes, suavemente, y retroced ió, t irando de m í. unos privilegiados protegidos por la academia. Ellos defen-
Quiere enseñarte el establo, donde duerme, dijo uno de d ían la experiencia común contra el elitismo. Creían que s1
los niños. Dios existía, era invis ible, irrefutable y ciertamente no se co-
Pero no, no era al establo adonde me llevaba la perra, era rrespondía con aquellos que ten ían las na ri ces más largas.
a la silla donde yo hab ía estado sentado. Me volví a sentar, y Hoy, el térm ino "escepticismo" ha pasado a s ign ificar
la perra se echó en el suelo, a mis pies, imperturbab le ante tamb ién una especie de actitud d istante con el mundo, la
las risas de todos los presentes y vigilando el meno r signo negativa a comprometerse con nada y, con frecuencia, como
que indica ra que me propon ía irme. en e l caso del posit ivismo lógico, esa pedante ría que suele
Una pequeña historia para Esopo. Hagan con ella lo que acompañar a l privi legio. Hubo cierta continu idad histórica
qu ie ran. ¿Cuánto entiende un perro? La historia se convierte desde los primeros escépticos hasta los revo lucionarios de l
en historia porque no estamos muy seguros; porque en cual- mundo moderno, pasando por los he réticos de la Edad
qu ie r caso mantenemos nuestro escepticismo. La experiencia Med ia. Por el contrario, el escepticismo moderno no desafía
que tiene la vida de s í misma {¿y qué otra cosa son las histo- a nad ie y lo ún ico que le interesa desmontar son las teorías
rias si no eso?) s iemp re es escéptica. del cambio . Dicho esto, e l hombre que tenemos frente a
Cuenta la leyenda que Pirrón, el fundado r de l escep- nosotros es un escé pt ico en el sentido origina l.
t icismo, fue prime ro pintor. Luego acompañó a Alejand ro Si no supiera que el cuadro era de Ve lázquez, creo que
Magno en su viaje por As ia, abandonó la pintura y se hizo d iría igualmente que se trata de pintura española. Su intran-
fi lósofo; suya es la afi rmación de que las apariencias y todas sigencia, su austeridad y su escepticismo son muy espa-
las percepciones son ilusorias. {Un d ía algu ien debería escri- ño les. Históricamente, siem pre se ha pensado que España es
bir un d rama sobre e l viaje de Pirrón.) Desde el siglo 1v a. C., un país donde reina el fervor rel igioso, el fanatismo incluso.
y más precisamente du rante los dos últimos siglos, el sen- Pero ¿cómo reconcilia rlo con el escepticismo a l que me estoy
t ido de l término "escepticismo" ha cambiado rad icalmente. refiriendo con tanta ins istencia? Empecemos por la geografía.
Los escépticos origina les rechazaban toda explicación total Las ciudades siempre han depend ido del campo para e l
{o solución) relativa a la vida, porque daban prioridad a su a limento; ¿pod ría ser posible que fueran igua lmente depen -
expe ri encia de que una vida rea lmente vivida es un enigma. d ientes de l campo para gran parte de su ontología, para
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a lgunos de los térm inos con los que explican el lugar de l ser siempre hay algo más que el agua y el cie lo; está el barco,
humano en el un iverso? que define la d iferencia de uno con respecto a los otros
Es fuera de las ciudades donde la natura leza, la geografía dos, dándo le un lugar humano donde ponerse. En el de-
y e l clima obran su máximo impacto. Determ inan los hori- sierto, sin embargo, la sensación de infin itud es incond i-
zontes. En una ciudad, no hay horizontes a no ser que uno se cional y, por consigu iente, la más auténtica. En e l de-
suba a una torre. sierto uno se queda completamente abandonado a su
suerte. Y en esa uniform idad in interrumpida del cielo y
La ve locidad con la que se han producido los cambios tecno-
de la a rena, uno no es nada, absolutamente nada.
lógicos y polít icos durante nuestro siglo ha hecho que todo el
mundo se hiciera consciente de la histo ri a a escala mund ia l. La hoja (el cuch illo, la espada, la daga, la hoz) ocupa un lugar
Nos sentimos criaturas no solo de la h istoria, s ino de la his- especial en la poesía árabe. Esto guarda no poca re lación con
toria universa l. Y lo somos. S in embargo, la sup remacía dada su utilidad como arma y como herram ienta. Pe ro el filo de l
a lo histó ri co nos ha llevado a no dar la importanc ia que tiene cuchill o tiene también otro significado. ¿Por qué se adecúa
a lo geográfico. tan bien e l cuchillo a esta tierra? Mucho antes de los comen-
En el Sahara, uno entra en el Corán . El is lam nac ió, y re- tarios den igrantes y de las med ias verdades del O ri entalismo
nace continuamente, de una vida nómada en e l des ierto, una europeo (" la crueldad de la cimitarra"), e l fi lo de l cuchillo, la
vida cuyas neces idades viene a satisfacer y cuya angustia hoja, recordaban cuán leve es la vida. Y esta levedad procede,
viene a al iviar. Escribo de una fo rma demas iado abst racta, y de una forma muy materia l, de la cercanía entre el cie lo y la
as í uno olvida el peso del cielo sobre la a rena o sobre la roca t ie rra que se da en el des ierto. Entre los dos solo hay la a ltura
que todav ía no se ha convertido en arena. Es bajo este peso hasta la que puede crecer una palmera o cabalgar un jinete.
donde se hace esencial una re ligión profética. Como escribió La existencia se reduce a la más ceñida un ión, y si uno hab ita
Edmond Jabes: esa unión, toma conciencia de que la vida es una opción
asombrosamente exterior, de la que uno es simultáneamente
En la montaña, las a ltu ras y los ab ismos y la pura den-
testigo y víctima.
sidad de aque ll o a lo que se enfrenta uno modera la sen-
Esta conciencia encierra fatalismo y una emoción intensa.
sación de infin itud; as í, uno m ismo se ve lim itado, defi-
Nunca fata lismo e ind iferencia.
nido como un objeto entre otros objetos. En el mar,
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"El islam es, en un sentido, una protesta apas ionada rieras secas, obstácu los; durante dos meses, son unos to-
contra la posibilidad de llamar sagrada a cualquier cosa que rrentes salvajes y destructivos.
no sea Dios", escribía Hasam Saab. Las promesas rotas, al igual que las piedras amontonadas
En el fino estrato de la vida extendida sobre la arena como y la grav illa salífera, parecen asegurar que todo se quemará
la a lfombra de un nómada, no es posible transacción alguna hasta convertirse en polvo, primero negro y luego blanco. ¿Y
porque no hay escondites; la confrontación d irecta produce la historia? Aqu í uno aprende que la historia no es más que el
emoción; la impotenc ia, fatalismo. polvo levantado por un rebaño de ovejas. Toda la arqu itectura
La meseta de la España interior es, en cierto sentido, más de la meseta es defens iva, todos los monumentos pa recen
negativa que el desierto. El des ierto no promete nada, y en fortificaciones. Explica rl o solo en func ión de la h istoria mili-
esta negación se pueden dar m ilagros. La Voluntad de Dios, tar nac ional - la ocupación árabe, la Reconqu ista- es, creo
e l oasis, e l a lfa, la ruppe vulgaire, por ejemplo. La estepa espa- yo, demas iado simple. Los árabes, de hecho, introdujeron la
ño la es un paisaje de promesas rotas. Hasta los lomos de sus luz en la arquitectura española. El edificio español esencial,
montes parecen rotos. La forma típica de la meseta es la de con sus pesados portones, sus muros defens ivos, sus cuatro
un hombre truncado, un hombre que ha perdido la cabeza y fachadas y su soledad, es una respuesta al paisaje como
los hombros, cercenado por un terrible tajo horizontal. Y la rep resentación, una respuesta a lo que sus s ignos han reve-
repetic ión geográfica de estos cortes horizonta les subraya lado de los orígenes de la vida.
cómo se alza la meseta hac ia el cielo para achicharrarse en el Quienes hab itan aquí y trabajan esta t ierra viven en un
ve rano y congelarse en invierno, cubierta de hie lo . mundo carente de promesas vis ibles. Lo que promete este
En algunas zonas de España, la meseta produce trigo, mundo es invis ible y se encuentra más allá de lo aparente. La
maíz, gi raso l y viñas. Pero estos cult ivos, menos duros que natura leza, en lugar de acomodat icia, es indiferente. Hace
los brezos, los cardos y la jara, siempre corren el ri esgo de o ídos sordos a la pregunta "¿por qué está aquí el hombre?", y
quemarse o helarse. Muy poco ayuda a su supervivencia. Tie- ni s iquiera su si lencio cuenta como respuesta. La natura leza
nen que trabajarse su supervivencia, como hacen los hom- es finalmente polvo (la exp resión española "echar un polvo"
bres que los plantan, enfrentándose a una hostilidad inhe- pa rece ven ir al caso), frente al cual nada permanece, a excep-
rente. En esta t ierra, hasta los ríos son mayormente ene- ción de la fe furibunda o el orgu ll o individuales.
migos, más que a liados. Durante nueve meses a l año, son No se debe confundir esto que d igo aquí con el carácter
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de los españoles y las españolas. Los españoles son en mu- pintab le como morada de los espíritus, pero no como selva
chas ocasiones más hospitalarios, más fieles a sus pro- t ropical. Por ejemplo, todos los intentos de pintar el des ierto
mesas, más generosos y más t iernos que muchos otros pue- term inan con simples imágenes de arena. El des ierto está en
blos. No hablo de sus vidas, s ino del escena ri o en el que otra parte: en los d ibujos hechos con arena de los aborígenes
viven. aust ralianos, por ejemplo.
En su poema "Por tierras de España", Anton io Machado Los paisajes pintab les son aquel los en los que lo visible
dec ía: rea lza al homb re, en los que las aparienc ias natu ra les t ienen
sentido. Vemos esos paisajes alrededor de todas las ciudades
Veréis llanu ras bélicas y pá ramos de asceta
en la pintura ita liana de l Renacimiento. En esos contextos no
¿no fue por estos cam pos el bíblico jardín?:
se ma rca una distinción entre la apariencia y la esencia: ese
son tie rras para el águ ila, un t rozo de planeta
es el mode lo clásico.
por donde cruza errante la sombra de Caín.4 Aque ll os que se han criado en esa meseta española impo-
sible de pintar están convencidos de que la esencia nunca
Ot ra fo rma de defin ir el paisaje de la España interior se ría
puede ser visible. La esencia está en la oscu ridad, det rás de
dec ir que no se puede pintar. Y prácticamente no hay cuadros
de él. Sin duda, en el mundo hay muchos más paisajes que los ojos ce rrados. En otro poema, " El Dios ibe ro", Machado
se pregunta:
no se prestan a ser pintados que paisajes pintables. El que
tendamos a olvidarlo (con nuestros caballetes portátiles y
¿Qu ién ha visto la faz al Dios hispano?
nuestras d iapositivas) se debe a una especie de eurocen-
t ri smo. Aquel los lugares donde la natura leza a gran escala se Mi corazón aguarda
presta a ser pi ntada constituyen la excepción de la regla. (Tal al homb re ibero de la recia mano,
vez debe ría añad ir que yo sería el último en olvidar la coyun- que tal la rá en el rob le castellano
tu ra sociohistórica específica necesaria para la producción de e l Dios adusto de la tie rra parda.5
un paisaj ismo puro, pero esa es otra histo ri a.) Un paisaje no
Que un paisaje no sea pi ntable no es una cuestión de ta lante.
se presta a ser pintado puramente por razones desc ri ptivas;
El talante cambia con la hora del día y con la estación. El pá-
se debe siem pre a que su sentido, su sign ificado, no es
ramo castellano a med iodía en verano - reseco como la
visible, o está en ot ra parte. Por ejemplo, una j ungla es
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mo¡ama- tiene un ta lante d istinto de la m isma estepa al de s ign ificado que un paisaje sugiere a quienes lo conocen
anochecer, cuando las montañas rotas en e l horizonte toman bien . Com ienza con lo que ven los ojos cada amanecer, con
un tono violeta tan vívido como e l de las anémonas de mar. e l grado en e l que los ciega a med iodía, con hasta qué punto
En e l Aragón de Francisco de Goya, el polvo del verano que se s ienten a li viados al caer e l sol. Todo esto tiene una base
se extiende hasta e l infin ito se convierte en el invierno, cuan- geográfica o topográfica. Tenemos que entender por geo-
do sopla el cierzo, en una escarcha que ciega. El talante cam- grafía, sin embargo, algo más ampl io que lo que se suele pen-
bia. Lo que no cambia es la escala, y lo que yo quiero deno- sar. Tenemos que retornar a una experiencia geográfica ante-
minar la llamada del paisaje. rior, antes de que se defin iera la geografía puramente como
La escala de l interior de España es de un tipo que no ofre- una ciencia natural. La experiencia geográfica de los campe-
ce la posibi lidad de establecer un centro focal. Eso significa sinos, de los nómadas, de los cazadores, y, ta l vez tamb ién,
que no se presta a ser contemplado. O, para decirlo con otras de los cosmonautas.
palabras, no hay un lugar desde e l que m irarlo. Le rodea a Tenemos que ve r la geografía como rep resentación de un
uno, pero nunca está frente a uno. Un punto central se ase- origen invisible: una representac ión constante, pero siempre
meja a un comentario . Un paisaje que carece de centro es amb igua y poco clara, porque lo que representa es más o
como un si lencio. Un paisaje sin centro constituye una sole- menos e l pri nc ipio y el fin de todas las cosas. Lo que vemos
dad que le da la espalda a uno. Ni siqu iera Dios es ah í tes- rea lmente (montañas, costas, cerros, nubes, vegetación) son
t igo, pues Dios no se mo lesta en m irar ah í, lo visible no es consecuencias tempora les de un evento indesc ri ptible, inima-
nada. Esta soledad circundante de l paisaje que nos da la es- ginable. Todavía vivimos ese evento, y la geografía, en el sen-
palda se refleja en la mús ica española. Es la música de una t ido en el que la estoy utili zando, nos ofrece s ignos para que
voz rodeada de vacío. Es lo opuesto a la mús ica coral. Pro- lo leamos, unos signos re lativos a su natura leza.
fundamente humana, se transm ite con el grito de un an ima l. Mu chas cosas diferentes puede llenar de significado el
No porque los españoles tengan nada de an ima les, sino por- primer plano: los recuerdos personales, las preocupaciones
que el territorio t iene e l carácter de una inmens idad inexp lo- prácticas de la supervivencia - la suerte de una cosecha, el
rab le. estado del abastec im iento de agua- , las esperanzas, los
Con e l térm ino "llamada" me refiero a lo que un paisaje miedos, los orgullos y los od ios engendrados po r los dere-
dado "habla" a la imaginac ión de los autóctonos: e l trasfondo chos de propiedad; los rastros de sucesos y crímenes (por
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todo el mun do, los crímenes son uno de los temas de con- invisible, y lo que puede habe r detrás de las apariencias. El
versación favoritos en el med io rura l) . Todos estos se dan, se r y lo esencial confl uyen en la oscu rid ad o en la lu z cega-
no obstante, contra un trasfondo que yo denom ino la lla- dora.
mada del paisaje, que consiste en la fo rma en la que el El lenguaje de la pintu ra es paño la vino del otro lado de
"caráct er" de un paisaje determ ina la imag inación de qu ienes los Pirineos. Esto qu iere decir que era un lenguaje nacido de
han nacido en é l. la curiosidad visual científica de l Renacim iento ital iano y del
La llamada de muchas jun gl as es fértil, politeísta, mo rtal. rea lismo mercantilista de los Países Bajos. Luego este len-
La llamada de los des iertos es un ilineal y severa. La llamada guaje se hace barroco, más ta rde, neoclás ico y, fina lmen te,
del oeste de 1rl an da o de Escocia depende de las mareas, es romántico. Pero a lo largo de su evolución nunca dejó de se r
recurren te y está llena de espectros. {Por eso t iene sentido - ni s iqu iera d urante la fase de fantasía man ierista- un len-
ha blar de un paisaje celta.) La llamada de la Es paña interior guaje visual constru ido en torno a la cred ibilidad de las apa-
es atempora l, ind iferente y ga láctica. riencias natura les y en torno a un material ismo t ridimen-
La escala y la llamada no cambian con el talan te. Todas s ional. Basta con pensar en e l arte icón ico ch ino, persa o
las vidas permanecen ab iertas a sus propios accidentes y a su ruso para apreciar con mayor claridad la sustancialidad de la
propia meta. Lo que sugiero, s in embargo, es que la geo- t radición europea princ ipal. En la histo ria de l arte un iversa l, la
grafía, aparte de sus efectos obvios en la bio logía, pude ejer- pintu ra europea, desde e l Renacimiento hasta el final del
ce r una influencia cultura l en la manera en la que la gen te s iglo x1x, es la más co rpó rea; esto no s ign ifica que sea la más
concibe la nat ura leza. Esta infl uencia es visual, y, dado que sensual, s ino la más tangiblemente d irigida a qu ienes viven
hasta t iempos muy recientes la natura leza constitu ía la mayor en sus cuerpos, más que al alma, a Dios o a los muertos.
parte de lo que ve ían, uno pod ría ir aún más lejos y proponer Podemos denom ina rl o corporeidad human ista s1 despo-
que ciertas geografías fomen tan cierto tipo de relación con lo jamos la palabra de sus connotaciones mo ra les e ideoló-
vis ible. gicas. Human ista en tanto en cuanto coloca el cuerpo hu-
La geografía es paño la fomen ta e l escepticismo con res- mano vivo en el cen tro. Este human ismo solo se puede dar,
pecto a lo vis ible. No se le encuent ra sentido. La esencia está creo yo, en climas tem plados, en paisajes que, cuando se d is-
en ot ra parte. Lo vis ible es una forma de desolac ión, las apa- pone de med ios tecno lógicos y las relac iones socia les lo per-
riencias proceden de los detritos. Lo esencial es el se r miten, se prestan a buenas cosechas. El human ismo del
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lenguaje visual de la pintu ra europea presupone una nat u- respuesta:
ral eza amable, benigna. Quizá debería hacer aquí hincapié en
que hablo del lenguaje como tal y no de lo que se puede decir íOh tierras de Alvargonzález,
en el corazón de España,
con él. N icolas Poussin, en su Arcadia, y )acques Callot, en
tierras pobres, tierras tristes,
sus Grandes miserias de la guerra, utilizaron el mismo len-
guaje, como también utilizaron el mismo lenguaje Giovanni tan tristes que tienen alma!6

Bel lini en sus Vírgenes y Matthias Grünewald en sus víctimas Hay un cuadro de El Greco que representa a san Lucas, el pa-
de la peste. trón de los pintores. En una mano tiene un pincel y, en la
A principios de l siglo xv1, España era el país más rico y otra, reclinado contra su torso, un libro abierto hacia el
más poderoso de Europa: la primera potencia eu ropea de la
espectador. Vemos la página de l libro, en la cual hay una ima-
Contrarreforma. Durante los siglos siguientes, siglos de un
gen de la Virgen con el Niño.
rápido declive y una pobreza en ascenso, continuó, no obs- Francisco de Zu rba rán pintó al menos cuatro versiones
tante, jugando un papel importante como nación, sob re todo
de la cara de Cristo impresa milagrosamente en el paño de la
en defensa de la fe católica. No sorprende, pues, que su arte Verónica. Se trataba de uno de los temas favo ritos de la
fuera europeo, que en su práctica los pintores utilizaran un Contrarreforma. El nombre de Verónica, dado a la mujer que,
lenguaje eu ropeo (a menudo trabajaban en Italia). Sin em-
según los textos sagrados, enjugó con su pañuelo el rostro
bargo, del mismo modo que el catolicismo español era dife- de Cristo cuando se d irigía al Calvario, se deriva, sin d uda, de
rente del de cualq uier otro país europeo, así tam bién lo era su
las palabras vera icona, imagen verdadera.
arte. Los grandes pintores españoles tomaron la pintura eu ro-
En estas obras de El Greco y de Zurbarán se nos recuerda
pea y la volvieron contra s í misma. No se lo propusieron así. cuán leves y cuán finas so n incluso las imágenes verdaderas.
Sencillamente, su visión, formada conforme a la experiencia
Tan finas como el papel o la seda.
española, no podía soportar el humanismo de esta pintura.
Cuando un torero ejecuta una verónica, alza el capote
Un lenguaje de la abundan cia para una tierra de la escasez. El frente al toro, que lo confunde con el torero. Cuando el toro
contraste era flagrante y ni siquiera la obscena riqueza de la
avanza con la cabeza gacha hacia él, el torero retira el capote
Iglesia española podía tender un puente. De nuevo, Ma- y lo agita lenta y ostentosamente en el ai re, de modo que se
chado, el gran poeta del paisaje español, nos apunta una convie rte en un trozo de tela. El to rero repite el pase va rias
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veces, y todas ellas el toro cree en la solidez y la corporeidad Los maestros españoles pintaron todas las apariencias como si
de lo que ponen frente a sus ojos, y vuelve a ser engañado. fueran una cobertura superficial.
Ribera pintó al menos cinco vers iones de un fi lósofo con ¿Una cobertura como un ve lo? Los ve los son demas iado
un espejo en la mano, mirando su propio reflejo y med itando livianos, demas iado femen inos, demas iado transparentes. La
sobre e l enigma de las apariencias. El filósofo nos da la es- cobertura que los pintores imaginaban era opaca. Y tenía que
palda, de modo que solo vemos su rostro en el espejo, el se rl o, pues de otro modo se filtraría la oscuridad que vestían,
cual nos ofrece, de nuevo, una imagen tan fina como su capa y la imagen se haría negra como la noche.
de azogue. ¿Como una cortina? Una cortina es demasiado pesada,
Otro cuadro de Ribera nos muestra a Isaac, ya ciego, demas iado gruesa, y borra todas las texturas excepto la suya
bendiciendo a su hijo pequeño, Jacob, al que toma por Esaú. propia. Según los maestros españoles, las apariencias eran
Con la connivenc ia de Rebeca, su madre, Jacob engaña a su una especie de piel. No dejan de obsesionarme los dos cua-
pad re cub ri éndose los brazos con una piel de cordero. El an- dros de Goya de La maja vestida y La maja desnuda . No deja
ciano, al tocar un brazo peludo, cree que está dando la bendi- de ser significativo que este juego pictórico de vest ida y des-
ción a Esaú, su hijo mayor, el pastor hirsuto. No recuerdo nuda se le haya ocurrido a un español, y sigue siendo algo
haber visto otro cuadro con este m ismo tema. Es una imagen ún ico en la historia de l arte: la piel blanca de la maja desnuda
destinada a la demostración gráfica de cómo las superficies, es tamb ién una cobertu ra, tanto como lo era e l vestido. Lo
a l igual que las apariencias, nos engañan. No solo porque la que es ella pe rmanece oculto, invis ible.
supe rfic ie sea superficia l, s ino porque es fa lsa. La verdad no La apariencia de todas las cosas -hasta la de una roca o
solo es más profunda, s ino que también está en ot ro lado. la de una armadura- es igualmente una piel, una membrana.
Los ejemplos iconográficos que acabo de dar constituyen Cáli da, fría, arrugada, fresca, seca, húmeda, suave, áspera,
una forma de preparar el camino para la generalización que irregular, abu ltada, la membrana de lo vis ible cubre todo lo
me propongo hacer con respecto a la manera de pintar de los que vemos con los ojos ab iertos, y nos engaña de la m isma
maestros españoles, independ ientemente de los temas o de manera que el capote engaña al toro.
la iconografía. Si conseguimos hacernos con esa manera de En la pintura española hay muy pocos ojos pintados que
pintar, estaremos más cerca de comprende r algo intrínseco a estén mirando ab iertamente. Los ojos sugieren e l espíritu
la experiencia española de lo transcendenta l y de lo cotid iano. interior e invis ible de la persona pintada.
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En e l caso de El Greco, se alzan al cielo. En Ve lázquez san Esteban que está alzando e l cadáver por los pies. En El
- volvamos a pensar en los retratos de los enanos corte- expolio, uti li za el mismo virtuos ismo. En la armadura de l
sanos- , los ojos están ocu ltos de la visión, como si tuv ieran cabal lero s ituado al lado de l Cristo se refleja, en forma de una
unas te rribles cataratas; los ojos de sus retratos rea les son llamarada s im ilar a un glad io lo, el rojo de la túnica del Sal-
unas esfe ras maravillosamente pintadas, ge latinas, pe ro no vado r. En e l mundo "transcendental" de El Greco, el sentido
escudriñan, como lo hacen aque llos pintados por Frans Ha ls, del tacto, y, por consigu iente, de la rea lidad tangible de las
que fue contempo ráneo suyo, mi l ki lómet ros más al norte. supe rfic ies, está en todas partes. Ten ía un guardarropa
En Ribera y en Zurbarán, los ojos m iran adentro, están en magn ífico para vesti r a sus santos. No hay ot ro pintor que
otro mundo. En Mu ri llo, las ventanas del alma están deco- pi nte como él los ropajes.
radas con gu irna ldas. Solo Goya podría parecer una excep- En la ob ra, más auste ra, de Ribera y de Zurba rán , la capa
ción, particu la rmente en los ret ratos de sus am igos. Pero cub re e l cue rpo, la carne cubre los huesos, y el cráneo cubre
cuando se ponen estos ret ratos juntos, uno al lado de l ot ro, la conciencia. ¿Y qué es la conciencia? Oscuridad y fe invi-
se hace evidente algo muy cu ri oso: sus ojos tienen la m isma sible. Detrás de la últ ima superficie está lo que no se puede
expres ión, una expresión de resignación lúc ida e inque- pi ntar. Det rás del pigmento sob re el lienzo está lo que cuen-
brantab le, como s i ya hubie ran visto lo indecible, como si lo ta, y eso se corresponde con lo que está det rás de los pár-
existente no pud ie ra sorp renderlos y no me recie ra ya la pena pados de unos ojos cerrados.
observa rlo . La herida en la pintu ra española es tan importante po rque
Se suele defin ir el arte español como rea lista. En un sen- penetra las apariencias, llega detrás de ell as. Del mismo
t ido, lo es. Las superficies de los objetos pintados se estu- modo, en el caso de los jirones y los harapos de la pob reza ...
d ian y se reproducen con g ran intensidad y franqueza. Lo claro está, reflejan tanto la rea lidad como e l culto de la po-
existente es ex puesto, y nunca s imp lemente evocado. No breza, pero visua lmente lo que hacen es rasga r, revelar la s i-
t iene sentido ver a t ravés de las apariencias, porque detrás no guiente su pe rfic ie, y llevarnos más cerca de la última, t ras la
hay nada que ver. Dejemos que lo visible sea visible s in cual empieza la ve rdad.
hacernos ilus iones. La verdad está en otra parte. Los pintores españoles pusieron toda su maestría en
En El entierro del conde de Orgaz, El G reco pinta la arma- demostra r que lo vis ible es una ilusión, solo út il como re-
du ra del conde muerto y, reflejada en e l meta l, la imagen de l cue rdo del terror y de la esperanza que hab ita en lo invis ible.
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Pensemos, en comparación, en un Piero de lla Francesca, en Sin embargo, la real idad de lo que Goya experimentó y ex-
un Rafae l, en un Johannes Vermeer, en cuyas obras todo es presó no se encontrará, a fin de cuentas, en ningún símbolo,
vis ibi lidad, y Dios, por encima de todos, es el que todo lo ve. sino sencillamente en su manera de dibuja r. Une las partes
Goya - pasados los cincuenta y ya sordo- rompió e l es- sin tomar en consideración el conjunto. La anatomía es para
pejo, qu itó las ropas y vio los cuerpos muti lados. Frente a la é l un ejercicio vano, racional ista, que no t iene nada que ver
primera guerra moderna, se encontró en la oscu ridad, a l otro con la brutalidad y el sufrim iento de los cuerpos. Frente a un
lado de lo visible, y, desde a ll í, vo lvió la vista a los despojos d ibujo de Goya, nuestra m irada se mueve de una parte a ot ra,
de las apariencias (si esto suena a metáfora, mírense los últ i- de una mano a un pie, de una rodi ll a a un hombro, como si
mos d ibujos rea lizados con pincel}, recogió los trozos y los estuviéramos m irando la acción de una pelícu la, como s i las
vo lvió a juntar. Humo r negro, pinturas negras, las llamaradas partes, los m iembros, no estuvieran separados por centí-
en la noche de Los desastres de la guerra y de Los disparates. metros, sino por segundos.
(D isparate s ign ifica a lgo fuera de la razón y la regla, pero su En 1819, a los setenta y tres años, Goya pintó La última
ra íz latina significa "divid ir", "separar".) Goya trabajó con los comunión de san José de Calasanz, e l fundador de una orden
fragmentos dispersos, desfigurados, hechos trizas, de lo vis i- religiosa, consagrada a la educación de los pobres, en uno de
ble. Y precisamente porque son fragmentos rotos, vemos lo cuyos colegios el pintor hab ía estudiado de niño en Zara-
que hay detrás: la m isma oscuridad que Francisco de Zur- goza. Ese mismo año, Goya pintó e l pequeño cuadro de Cris-
barán, Francisco Ribalta, Juan Bautista Ma íno, Bartolomé to en el monte de los Olivos.
Esteban Mu rillo y José de Ribera siempre dieron por su- En el primer cuadro, el anciano de rostro grisáceo está
puesta. a rrod illado con la boca ab ierta delante del sacerdote que
Puede que uno de Los disparates sea un comentario sobre depos ita la hostia en su boca. Detrás de estas dos figuras en
esta invers ión, por la cual la oscuridad supuesta detrás de las primer plano, en la oscura iglesia, está la congregación:
apariencias se transforma en la oscuridad evidente entre sus niños, varios hombres de edades diversas y, ta l vez, en el ex-
fragmentos mutilados. Muestra un caballo que vue lve la ca- tremo izqu ierdo, un retrato del pintor. Todo en esta pintura
beza para tomar entre sus dientes al jinete, una mujer vestida resulta mermado ante los cuat ro pares de manos orantes que
de blanco. Aque llo que en algún momento dom inaste te an i- nos ofrece: las de l santo, las de otro anc iano, las del pintor y
qu ila. las de un homb re más joven, entre e l santo y e l sacerdote.
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Están pintadas con una concentración frenética, por un pin- segundos, a ser fus ilado.
tor que, de joven, era famoso por la astucia con la que ev itaba Se d ice que aque l m ismo año de 1808, cuando Goya
las manos en los retratos, a fin de ahorrar tiempo. Las puntas empezó a dibujar Los desastres de la guerra, su s irviente le pre-
de los dedos de cada par de manos se unen levemente, y e l guntó po r qué representaba la barbarie de los franceses .
hueco que forman muestra una ternura que solo poseen las "Para dec irles a los hombres, para siempre, que no sean bár-
de las jóvenes madres y las de los muy ancianos; lo que a lo- baros", respondió e l pintor.
jan, como si protegieran la cosa más preciosa del mundo, es La figura solitaria de Cristo está pintada sobre un fondo
nada. negro con unas pálidas marcas blancas y grises rascadas con
San Lucas (22, 39-44) cuenta la historia de Cristo en e l e l pincel. No t iene sustancia alguna. Parece un trapo hecho
monte de los O livos con estas palab ras: jirones cuya s ilueta contra la oscuridad compone e l gesto
más humanamente expres ivo que uno se pueda imag inar. De-
Sali ó y, como era de costumbre, fue al monte de los O li-
trás del t rapo está lo invisible.
vos, y los d iscípulos le siguieron. Llegado al lugar les
Lo que hace española la pintura española es que en el la se
dijo:
descubre la m isma angustia que la que suelen provoca r entre
- Ped id que no caigáis en la tentación.
qu ienes viven y trabajan en ellos los paisajes de la g ran mes-
Y se apartó de ellos como un t iro de piedra, y puesto de
eta de l interior del país. En las salas de pintura española del
rod illas oraba d iciendo:
Museo del Prado, en e l centro de Mad ri d, está presente por
- Padre, s i quieres, aparta de mí este cál iz; pero no se
todas partes, ins istente e imp lícita, una tierra española, me-
haga m i voluntad, sino la tuya.
d ida no en metros, sino en un "tiro de piedra", sob re la que
Entonces se le apareció un ángel ven ido de l cielo que le
cae el sudor como gotas de sangre. El filósofo español Mi-
confortaba.
guel de Unamuno lo defin ió con gran exactitud:
Y sum ido en su angustia, ins istía más en su oración. Su
sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían Es el do lor, en efecto, la barrera que la inconciencia, o
en t ierra. sea la materia, pone a la conciencia, al espíritu; es la
resistencia a la vo luntad, el lím ite que el Un iverso vis ible
Cristo está de rodi ll as, con los brazos en cruz, como el pri-
pone a Dios.¡
sionero que, aquel 3 de mayo de 1808, esperaba, todavía unos
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Lo que tenía Goya de obsesivo lo tenía Ve lázquez de sose- Dios. Po r eso podía pintar con tanto escepticismo y con tanta
gado. Ni tampoco hay en su obra s ignos de fervor religioso o certeza.
de pasión. Su arte es lo más imparc ial que se pueda uno ima- Pensemos en el lienzo de Velázquez antaño titu lado Las
gina r, carece de prejuicios: todo lo que ve recibe su recono- hilanderas, y hoy La fábula de Aracne. Siempre se pensó que
cimiento; no hay jerarqu ía de va lores. Frente a sus lienzos no e ra una de las últ imas obras del pintor, pero recientemente
somos conscientes de la levedad de las superficies, pues su a lgunos h istoriadores del arte lo han datado unos d iez años
pincel es demasiado elegante para sepa rar la superficie de l antes {por razones que a m í no me parecen del todo convin-
espacio . Sus pinturas parecen llegar a nuestros ojos como la centes) . En cualqu ier caso, todos parecen estar de acuerdo en
natura leza misma, sin esfuerzo. Y, s in embargo, aun cuando que es lo más cercano a un testamento que nos haya dejado
las adm iremos, no dejan de perturbarnos. Las imágenes, tan Velázquez. En este cuadro reflexiona sobre la práctica de
mag istrales, confiadas, ponderadas, han s ido concebidas crear imágenes.
sobre la base de un escepticismo total. La historia de Aracne, tal como nos la re lata Ovidio, cuen-
Ponderadas, escépticas, flu idas; repito los adjetivos que ta cómo una muchacha lid ia {la vemos a la derecha, deva-
he empleado y producen un sentido: una imagen en un es- nando una madeja de lana) hac ía unos tap ices tan famosos y
pejo. El uso del iberado de espejos en su obra ha s ido el tema tan hermosos que desafió a Pallas Atenea, la d iosa de las
de varios tratados sobre Ve lázquez. Lo que quiero suge ri r artes y de los oficios. Cada una de ellas tenía que tejer seis
aquí, no obstante, es algo más rad ical. Velázquez trataba tapices. 1nevitab lemente, Pallas Atenea ganó el concurso y,
todas las apa ri encias como s i fueran el equ ivalente de reflejos como castigo, convirtió a Aracne en araña. (La historia ya está
en un espejo . Ese era e l espíritu con el que examinaba las contenida en su nomb re.) En e l cuadro de Velázquez, apa-
apariencias, y por eso descub ri ó, mucho antes que ningún recen las dos trabajando (la mujer a la izquierda, sentada a la
otro, una verosim ilitud m ilagrosa, puramente óptica (dife ren- rueca, es Pallas), y en la alcoba ilum inada al fondo hay un
ciada de la conceptual) . tapiz de Aracne que recuerda vagamente a l cuadro de El rapto
Pero s i todas las apariencias son semejantes a reflejos en de Europa, de Tiziano. Tiziano era el pintor que más admi raba
un espejo, ¿qué hay detrás del espejo? El escepticismo de Velázquez.
Velázquez estaba fundado en su fe, en un dual ismo que afir- El lienzo de Ve lázquez era originariamente un poco más
maba: dar a lo vis ible lo que es visto, y a Dios lo que es de pequeño. En el siglo xv111 se le añad ieron unas t iras en la
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parte superior y a derecha e izquierda. El s ign ificado global de mismo material dorado, comparte la misma vida; mientras
la escena, sin embargo, no se modificó. La acción que vemos que a un lado, colgado de la pared, vemos el materia l muerto,
está toda e lla re lacionada con lo que podemos llamar las apa- inerte, de la lana de oveja antes de que adqu iera vida o forma .
riencias del paño o de la ropa. Vemos cómo es creado lo vis i- Fina lmente, a la derecha del todo, una qu inta mujer trasporta
ble a partir de h ilo tej ido. El resto es oscuridad. un cesto del que se derraman unos paños dorados transpa-
Movámonos de izqu ierda a derecha del primer plano. Una rentes, como una especie de excedente.
muje r sostiene una pesada cortina roja, como para recorda rl e Para realzar aún más la equivalencia de la carne y la ropa,
a l espectador que lo que está viendo no es más que una reve- de la apariencia y la imagen, Ve lázquez ha hecho que no
lación tempora l. G ritemos "telón", y todo desaparece como podamos estar seguros de cuáles figu ras en la alcoba del
de un escenario. fondo están tejidas en el tap iz y cuáles son exentas y "reales".
Detrás de esta mu¡e r hay una montón de telas de color ¿Forma parte del tap iz la figura que representa a Pallas Atenea
sin utilizar (un almacén de apariencias todavía no expuestas) con casco o es algu ien que está de pie de lante de él? No
y, detrás, una escalera de mano que sube a la oscuridad . podemos estar segu ros.
Sentada a la rueca, Pall as Atenea hi la unos restos de lana La ambigüedad con la que Velázquez juega aquí es muy
esquilada. Esas hebras, una vez tejidas, se pueden trans- antigua, claro. En la teología islámica, griega e ind ia, el telar
formar en un pañuelo parecido al que ella lleva a la cabeza. rep resenta e l universo, y el hi lo, el h ilo de la vida. Pero lo que
Del mismo modo, los hilos dorados, cuando se tejen, se pue- es específico y original de este cuadro del Museo del Prado
den convertir en carne. Contemplemos la hebra que sostiene es que todo en él se revela contra un fondo de oscuridad, ha-
entre el índ ice y e l pulgar y consideremos su relac ión con su ciéndonos así plenamente conscientes de la levedad del tapiz
pierna estirada, desnuda. y, por consigu iente, de la levedad de lo vis ible. Volvemos,
A la derecha, sentada en el suelo, otra mujer carda la lana, pese a todos los s ignos de abundanc ia, al ha rapo.
preparándola para la vida que va a cobrar. En Aracne deva- Fren te a este cuadro de Velázquez se nos viene al pensa-
nando la madeja de espaldas a nosotros tenemos una a lusión miento la recu rrente comparación en Wi lliam Shakespeare de
todavía más clara a cómo el hilo puede transformarse ya sea la vida y el drama.
en paño, ya sea en ca rne. La madeja, su brazo estirado, la es-
Los actores,
palda de la blusa, sus homb ros, todo está hecho con el
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como ya os dije, eran espíritus y se desvanecieron atención en la expe ri encia y, así, en la neces idad de redim irla
en el a ire, en la levedad de l a ire. del olvido, de aferrarse a e lla en la oscuridad.
Y de igua l manera, la efímera obra de esta vis ión, Ha dejado de ser un desconoc ido. Perdiendo toda
las altas torres que las nubes tocan, los palacios esplén- modestia, empiezo a identificarme con é l. ¿Es lo que yo que-
d idos, ría ser? ¿Era el umbral en e l que aparecía durante mi infancia
los temp los solemnes, el inmenso globo, sencillamente e l futuro que deseaba? ¿Dónde está exacta-
y todo lo que en él hab ita, se diso lverá; mente?
y ta l como ocurre en esta vana ficción ¡Uno podría suponerlo en Ve lázquez! Creo que está de-
desaparecerán s in dejar humo ni estela.8 lante de un espejo. Creo que todo e l cuad ro es un reflejo.
Esopo se está m irando. Con ironía, pues su imaginación ya
Esta famosa cita (Shakespeare murió a la edad de cincuenta y
está en otra parte. Dentro de un instante, se volverá y se reu -
dos años, cuando Ve lázquez ten ía d iecis iete) nos devuelve al
nirá con su pú blico. Dentro de un m inuto, el espejo reflejará
escepticismo del que hemos venido hablando. La pintura
un cuarto vacío, y de vez en cuando se o irán risas al otro lado
española es ún ica tanto en su fidel idad como en su escep-
de la pared.
t icismo para con lo vis ible. Ese escepticismo se encarna en e l
na rrador que tenemos de lante. ***
Mirándolo, recuerdo que no soy e l primero que se plantea
El Mu seo de l Prado de Madrid es un lugar de encuentro
preguntas s in respuesta, y empiezo a compartir algo de su
ún ico. Las salas parecen calles abarrotadas por los vivos (los
calma, de su compostura: una compostura curiosa, pues co-
vis itantes) y los muertos (los retratados) .
existe con las heridas, con el do lor y con la compasión. Esta
Pero los muertos no se han ido; el "presente" en el que
últ ima, esencia l pa ra e l arte de la na rrac ión, es el comple-
fueron pintados, el presente inventado por qu ienes los pin-
mento del escepticismo origina l: la ternura por la experiencia,
taron, es tan vívido y hab itado como el presente vivo de l mo-
porque es humana. Los moral istas, los pol ít icos, los merca-
mento. A veces más vívido. Los hab itantes de esos momen-
deres ignoran la experiencia, y solo les interesan la acción y
tos pintados se mezclan con los visitantes vespertinos y jun -
los productos. La mayor parte de la literatura procede de los
tos, los muertos y los vivos, transforman las salas en algo
desposeídos o de los exi lados. Ambos estados concentran su
pa recido a Las Ramblas.
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Voy a última hora de la tarde al museo a ver los bufones e ll os e ran los cóm icos e rrores de la naturaleza.
de Ve lázquez. Encierran un secreto que me ha llevado años Los bufones eran completamente conscientes de esto.
comprender y que, tal vez, todavía se me escapa. Velázquez Eran una broma de la natura leza, y ellos eran los dueños de
pintó a estos hombres con la misma técn ica y la misma m i- las ri sas. Los chistes, las bromas, pueden reírse, a su vez, de
rada escéptica y carente de crít ica con las que pintó a las la risa que provocan, y entonces qu ienes se ríen pasan a ser
infantas, los reyes, los cortesanos, las doncel las, los coci- los grac iosos: los mejores payasos circenses aprovechan y
ne ros y los embajadores. Sin embargo, entre é l y los bufones juegan con este vaivén.
había algo diferente, algo cómplice. Y su discreta y tácita La broma privada de los bufones españoles era que el as-
complicidad tenía que ver, creo yo, con las apariencias; es pecto de cada cual es algo pasajero. No se trata de una ilu-
dec ir, en este contexto, con la pinta, la facha de la gente. Ni sión, s ino de algo temporal, tanto en el caso de los prodigios
e ll os ni el pintor eran unos inocentones o unos esclavos de como en el de los errores. (La fugacidad tamb ién es una
las apariencias, más bien jugaban con ellas: Ve lázquez como broma: basta con fija rse en cómo hacen mutis los grandes
un maestro il usion ista; e ll os como bufones. cómicos.)
De los s iete bufones de corte que retrató Velázquez, tres El bufón que más me gusta es Juan Calabazas, Calaba-
son enanos, uno es bizco y ot ros dos están ataviados con ci ll as. No es uno de los enanos, sino el bizco. Hay dos retra-
unos ropajes ridículos. Solo uno parece re lat ivamente no r- tos de él. En uno está de pie y sostiene burlonamente en una
mal: Pablo de Va llado lid. mano un meda llón con un retrato en m iniatura, mientras que
Su ocupación era d istraer de vez en cuando a los m iem- en la otra tiene un objeto m isterioso, que ningún crítico ha
bros de la corte y a qu ienes llevaban el peso del gob ierno. llegado a identificar con exactitud: se cree que es una pieza
Pa ra el lo, los bufones desarrollaban y empleaban sus dotes de una maqu ina ri a de moler y quizá (por aquello de "le fa lta
de payaso. Pero su aspecto anorma l tamb ién jugaba un papel un to rnillo") haga alus ión al hecho de que es un s imp lón . En
importante en la diversión que ofrecían . Eran una especie de este lienzo, Velázquez, el maestro ilusion ista y retratista,
bichos raros grotescos que demostraban por contraste la fi- actúa en conn ivencia con la broma de l Calabaci llas: ¿cuánto
nura y la nob leza de quienes los contemplaban. Sus defor- t iempo de ve rdad crees que dura una apariencia?
midades confirmaban la e legancia y la tal la de sus amos. Sus En e l segundo retrato, que es posterior, Juan Calabazas
amos y los hijos de sus amos e ran prodigios de la naturaleza; está sentado en el suelo, de modo que parece tener la
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estatura de un enano, y parece estar riéndose y hab lando; sus
manos son muy elocuentes. Lo miro a los ojos. l Dolci, Danilo, Racconti siciliani, Giulio Einaudi, Turín,
Están inesperadamente quietos. Toda su cara es un guiño 1963-
de risa, ya sea la suya o la que está provocando en otros, pero 2 Ortega y Gasset, José, La razón histórica, en Obras
sus ojos no guiñan; están impasibles, quietos. Sin embargo, completas, vol. 2, Alianza, Madrid, 1988, págs. 298-299.
esto no es una consecuencia de su bizquera, pues la mirada 3 Benjamín, Walter, "Der Erzahler", 8/iitter flir Theologie
de los otros bufones, me doy cuenta de pronto, es muy simi- und Soziologie, Neue Fo/ge, núm. 3, octubre de l 936 (versión
lar. Las diferentes expresiones de sus ojos con tienen todas castell ana: "El narrador", en Para una crítica de la violencia y
una qu ietud semejante, qu e es exterio r a la duración del resto. otros ensayos. Iluminaciones IV, Tau rus, Madrid, 1998 , pág.
Esta quietud podría sugerir una soledad profunda , pero 121) [N. del Ed.).
en el caso de los bufones no sucede así. Los dementes pue- ~ Machado, Antonio, " Por tierras de España", en Campos
den tener una mirada inerte porque están perdidos en el tiem- de Castilla (1912), Al ianza, Madrid, 2006 [N. del Ed.).
po y no son capaces de reconocer ningún punto de refe- 5 Machado, Antonio, " El Dios ibero", en ibíd. (N. del Ed.].
rencia. Jean-Louis-And ré-Théodore Géricault, en su compa- 6 Machado, Antonio, " La tierra de Alvargonzález", en ibíd.
sivo retrato de una perturbada del manicomio parisino de La [N. del Ed.).
Salpetriere (p intado en 1819 o 1820). mostraba esa m irada z Unamuno, Miguel de, Del sentimiento trágico de la vida
trasoj ada de la ausencia, la de alguien expulsado del tiempo. [1913), Planeta DeAgostini, Barcelona, 2010 (N. del Ed .).
Los bufones de Velázquez están tan lejos como la mujer 8 Shakespeare, Wi lliam, The Tempest (1610-1611) (vers ión
de La Salpetriere de los retratos clásicos que realzan el ra ngo castellana: La tempestad, acto 1v, escena 1, Cátedra, Madrid,
y la excelencia del retratado, pero son diferentes en cuanto a págs. 148-156) (N. del Ed.].
que no parecen ni perdidos ni desterrados. Sencillamente se
encuentran, tras la risa, má s allá de lo efímero.
Los ojos inertes de Juan Calabazas miran pasar la vida y
nos miran a nosotros a t ravés de un agujerito desde la eter-
nidad. Este es e l secreto que me sugirió un encuentro en Las
Rambl as.
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Rembrandt de Remb randt , los rabin os expul san de la sinag oga a Spi-
1606-1669 noza, por enton ces un estudian te, en castig o por sus opi-
nione s heter odox as. Años más tarde , el Cons ejo de la Iglesia
A las afuer as de Ámst erdam vive un pinto r holan dés, ya
Calvinista de La Haya emiti ó una cond ena contr a él. Once
mayor, muy cono cido y respe tado en su país. Ha traba jado
años antes , Hendrickje Stoffels, el gran amor de Rembrandt,
much o en su vida, pero solo ha produ cido, que se sepa, unos
con la que no se pudo casar debid o a una cláus ula en el
cuan tos dibuj os y un lienzo de gran form ato que está en el
testa ment o de su espos a, Saskia, había sido citada ante el
Mu seo Nacional. Fui a ver su segun da gran obra, un tríptico
Cons ejo de la Ciuda d de Ámst erdam a fin de que confe sara
de la guerra. Habl amos de la guerra, de la vejez, de la voca-
"que vivía con Remb randt en concu binat o".
ción de pintor. Abrió la puert a del estud io y me invitó a en-
La otra cosa que tenía n en comú n el filósofo y el pintor,
trar. Los grand es lienzo s estab an en blanc o. Tras años de tra-
por otro lado, tan difere ntes de temp eram ento, era su interé s
bajo, los había destr uido, tranq uilam ente, aquel mism o día.
por los probl emas ético s. Para Spinoza, este interé s era cons-
La segun da gran obra de su vida estab a inaca bada.
cient e y directo, inclu so dio título a su obra principal. En el
El objetivo de este relato es most rar hasta qué punto algo
caso de Rembrandt, solo era consc iente en parte - en su
muy parecido al calvin ismo sigue influyendo todavía hoy en
elección temá tica de las paráb olas de la Bibli a-; funda men-
el arte holan dés. La religión calvinista no ha fome ntado el
talme nte, y esto es más impo rtante , era intuitiva.
arte, y todos los artist as holan deses impo rtant es tuvieron que
En cuan to dejam os de lado la costu mbre de conte mpla r
enfre ntars e a ella. Sin emba rgo, eso no ha impe d ido que les
las pintu ras exclu sivam ente desde el punto de vista de la
influyera igual ment e. Los ha hecho mora listas y extre mista s.
forma, qued a claro que Remb randt fue el prime r pinto r mo-
Su lucha primordial, como en e l caso de mi amig o, ha sido
derno . Fue el prime r artist a que tomó como tema recur rente
con su propi a conciencia. en su obra el trágico aislam iento del sujet o, del mism o modo
que fue el prim er gran artist a que exper imen tó un dista n-
El ensay o sobre Remb randt y Baruch Spino za de W. R.
ciam iento comp arabl e de la socie dad en la que vivió. Fue este
Valentiner,1 un ensay o de lo más intere sante , descr ibe cómo
tema el que le plant eó su probl ema ético, un probl ema que él
estos dos homb res, quien es, según él, segur amen te se cono-
ciero n, tuvi eron que enfre ntars e a la Iglesia estata l, cada cual resolvió - para decir lo simp leme nte- con la ayu da de la

a su mane ra. El mism o mes en que se declara la banca rrota comp asión .
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En un artícu lo de estas dimens iones, no se puede demos-
tra r en detal le la conexión entre el calvin ismo, el pan teísmo
de Spinoza y la caridad de Rembrandt. Solo se puede señalar
que los tres surgen de la neces idad de exp li car la nuevas rela-
ciones comerciales y competitivas entre los hombres. El
calvinismo zanja e l problema con la declaración de que Dios
ya ha escogido las almas que se van a condena r. Spinoza se
afana po r crear una nueva un idad de pu ra lógica filosófica en
torno a la naturaleza. Rembrandt ape la: "A cualqu ie ra le po-
dría pasar".

Rembrandt, Buey degollado, i655.

En su ensayo sobre Piet Mondri an, ~ David Lewis exp li ca


lúcida y e logiosamente cómo y por qué este pintor llegó a la
doctrina oculta tras un arte rigurosamente abstracto. Pero no
relaciona este arte o las ideas del pintor con la tradic ión
ho landesa, lo cual, creo yo, es una pena. Mondrian fue un
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fervoroso mora lista. Creía que sus abstracciones geométricas aclamado a estos artistas como a los supremos represen-
anunciaban un nuevo orden socia l, en e l que "lo trágico", el tantes de la t rad ición, pretensión que s iempre ha ven ido faci-
resultado de l conflicto con la natura leza y de l ind ividua lismo litada po r el hecho de que, después de su muerte, la trad ición
excesivo, term inaría desapareciendo. La austeridad de sus se ha cerrado alrededo r de su obra, ha as imilado algunas in-
obras tardías (acentuada po r la ternura, una ternura muy pr- novac iones técnicas menores y ha continuado su camino
óxima al sentimenta lismo, de sus primeras pinturas figura- como si ninguno de sus principios hubiese sufrido pertur-
t ivas) deb ía algo, s in duda, a su origen calvinista, aunque é l bación alguna. Esto expl ica que Rembrandt, Johannes Ver-
lo negara. La amplitud y la un idad de su sistema de pensa- mee r, Nicolas Poussin, Pie rre Chardin, Francisco de Goya o
miento y su método de razonam iento están muy re lac ionados William Turner no tuv ieran segu idores, solo imitadores su-
con los de Spinoza. Mientras que su determ inación - por perficia les.
más que va loremos sus resultados art ísticos- recuerda a la De la trad ición ha surgido una especie de este reotipo de l
de Rembrandt o la de Vincent van Gogh. Y esto tampoco es "gran artista". Este gran artista es algu ien que se pasa la vida
hoy una cuestión meramente académ ica. En cuanto uno reco- luchando, en parte contra las circunstancias mate ri ales, y en
noce la discipli na, la lógica, la preocupación ética subyacente parte contra la incomprens ión y contra sí m ismo. Se le ima-
a la ob ra de Mondrian, se da cuenta de que su arte, aunque se gina como un Jacob que lucha contra un ángel. (Los ejem-
le llame abstracto, no tiene nada que ver con el nihilismo de plos van desde Miguel Ángel a Van Gogh.) En ninguna otra
la forma de pintura abstracta más de moda en la actual idad, cultura ha prevalecido semejante idea del artista. ¿Por qué s í
e l tach ismo. en esta? Ya hemos hablado de las exigencias del mercado
libre del arte. Pero la lucha no era solamente por vivir. Cada
*** vez que un pintor se percataba de su insatisfacción ante el
limitado papel de la pintura como med io para celebrar la pro-
El carácter esencial de la pintu ra al óleo ha s ido ocultado por
piedad material y e l rango que la acompañaba, se encontraba
una interp retación errónea, y casi un iversa l, de la re lación
existente entre su "tradición" y sus "maestros". En circuns- luchando con e l lenguaje de su propio arte, ta l como lo
entendía la trad ición.
tanc ias excepcionales, ciertos artistas excepcionales se li be-
raron de las normas de la trad ición y produjeron obras Las dos categorías que hemos empleado - obras excep-

d iametralmente opuestas a sus va lores; s in embargo, se ha cionales y obras medias (o típ icas)- son esenciales para
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nuestro argumento, pero no pueden ap licarse de manera
mecánica como criterios para la crítica. El crítico debe com-
prender los térm inos de este antagon ismo. Toda obra excep-
cional era el resultado de una lucha prolongada y victoriosa.
Innumerables obras no comportaban lucha alguna, y hubo
también luchas prolongadas que acabaron en derrota.
Para ser una excepción, un pintor cuya visión se había for-
mado en la tradición y que probablemente había empezado
su aprendizaje y sus estudios a los dieciséis años, necesitaba
reconocer la verdadera finalidad de su visión, y después sepa-
ra rla de los usos para los que se había desarrollado. Sin
ayuda, tenía que refutar las normas del arte que le habían for-
mado. Tenía que verse a sí mismo como un pintor, de modo
que se negara a verse como tal. Ello significaba verse a sí
mismo haciendo algo que nadie podía imaginar. Dos autorre-
t ratos de Rembrandt ilustran el tremendo esfuerzo que esto
,
requena.
Rembrandt, Rembrandt y Saskia en la escena del Hijo Pródigo
en la taberna, 1635-1636.
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año en que se casó por primera vez. Aparece junto a su novia
Saskia, qu ien moriría seis años más tarde. Se d ice que este
cuad ro resume el llamado "período feliz" de la vida de l ar-
t ista. Pero si nos acercamos a él sin sentimenta lismo, vemos
que esa felicidad es tan forma l como falsa. Rembrandt uti lizó
los métodos trad icionales pa ra unos fines trad icionales.
Qu izá su estilo ind ividua l esté empezando a se r reconocible,
pero no es más que el estilo de un nuevo art ista que repre-
senta un papel trad icional. El cuadro en conjunto sigue s ien-
do un anuncio de la buena fortuna, el prestigio y la riqueza de
su modelo (en este caso, el pro pio Rembrandt). Y como
todos los anunc ios de este tipo, es desa lmado.
En e l segundo cuad ro, Rembrandt vuelve la trad ición
cont ra sí misma. Le ha arrebatado su lenguaje. Él es un an-
ciano. Todo se ha pe rd ido salvo un sentido de la cuestión de
la existencia, de la existencia como cuestión. Y e l pintor
- que es algo más y a lgo menos que ese anciano- ha en-
Rembrandt, Autorretrato, i 658. cont rado la manera de expresarlo utilizando un med io tra-
d icionalmente desarro llado pa ra excl uir cualquier cuestión de
El pri me ro fue pintado en i634, cuando tenía veint iocho
esa índole.
años; el segundo, t re inta años más tarde. Pero la d iferencia
entre ambos no se refie re a algo más que a los cambios de
aspecto y carácter provocados en el pinto r por el paso del
t iempo. Cuando murió, a los sesenta y tres años, pa recía mucho más
El primer cuadro ocupa un lugar especia l, como s i dijé- viejo, incluso para su época. La bebida, las deudas, la muerte
ramos, en la "pelícu la" de la vida de Rembrandt. Lo pintó e l de muchos de sus seres queridos a causa de la peste podrían
explicar los estragos sufridos en su persona. Pero los
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autorretratos apuntan algo más. En su madu rez le tocó vivir historiador de l arte.
un clima de fanatismo económico y de ind iferencia, un cl ima, En una ob ra temp rana de un hombre (é l mismo) delante
por otro lado, no muy d istinto de l que se vive hoy. Ya no e ra de un caballete en un estudio de pinto r, el homb re en cues-
posible limitarse a copiar lo humano, como en el Renac i- t ión t iene un tamaño que apenas sobre pasa la mitad del que
miento; lo humano ya no era evidente: había que busca rl o en debería tener. En un maravilloso cuadro tard ío, Mujer junto a
la oscuridad. Rembrandt era un homb re obstinado, dogmá- una puerta abierta {Berl ín}, la mano y el brazo de rechos de
t ico, astuto, capaz de cierta crueldad. No hagamos de é l un Hend ri ckj e podrían se r los de un Hércu les. En El sacrificio de
santo. Pero buscaba una manera de salir de esa oscuridad. Abraham (San Petersburgo), Isaac tiene los rasgos físicos de
Dibujaba porque le gustaba. Era una fo rma de recordarse un joven, pero en re lación con su pad re, su tamaño es e l de
d iariamente lo que le rodeaba. La pintu ra - sobre todo en la un niño de ocho años.
segunda mitad de su vida- era para él algo d istinto: pin- El Barroco gustaba de los escorzos y de las yuxtapo-
tando intentaba encon trar una salida de la oscuridad. Tal vez siciones improbables, pe ro aunque Rembrandt aprovechara
la extraordinaria lucidez de los dibujos nos ha imped ido ver las libertades que acompañaban al esti lo, las distorsiones de
la mane ra en que pintaba realmente. sus cuadros no t ienen mucho que ver con ellas, pues no son
Rara vez hac ía d ibujos prel im inares; empezaba pi ntando expres ivas, sino, po r el contra ri o, casi furtivas.
d irectamente en el lienzo. En sus pi nturas apenas hay una ló- En el sublime San Mateo y el ángel (E l Louvre}, ese impo-
gica linea l o una continuidad espacia l. Si sus cuad ros con- sible espacio en e l que se acomoda la cabeza de l ánge l sobre
vencen, se debe a que los deta lles, las partes, emergen y e l homb ro de l evangelista está furt ivamente insinuado, susu-
salen a l encuentro de l ojo. No hay nada dispuesto, o rdenado, rrado como le susurra al o ído el ánge l a l santo. ¿Po r qué
ante nosot ros, como en las obras de sus contemporáneos o lvidó o igno ró en los cuadros lo que era capaz de hacer con
Jacob van Ruysdae l o Johannes Ve rmeer. tanta maestría en los dibujos? Debía de interesa rl e otra cosa,
Mient ras que en los dibujos dom inaba completamente el a lgo que era antitético con respecto al es pac io "real".
espacio y la propo rción, el mundo fís ico que presenta en sus
Salgamos del museo y vayamos a las urgencias de un hos-
lienzos está muy distors ionado. Esto nunca se ha recalcado
pita l, probablemente ub icadas en los sótanos de l ed ificio,
lo suficiente en los estud ios sobre su ob ra, posiblemente
pues es donde suelen estar las un idades de rayos X. Los
po rque para darse cuenta de e ll o hay que ser pi ntor, más que
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heridos y los enfermos son transportados en las camas o e l gran maestro que llevo este espacio a la pintu ra.
esperan horas, codo con codo, en s illas de ruedas, hasta que Pensemos en las cuatro manos de la pareja de La novia
pueda atenderles el primer especialista que quede libre. Con judía. Son sus manos, mucho más que sus caras, las que
frecuenc ia, los ri cos pasan antes que los que están más enfer- ind ican : matrimon io . Pero ¿cómo llegó él hasta a llí, hasta
mos. Pero, en cualqu ier caso, para los pacientes que esperan este espacio corporal?
en el sótano es demasiado tarde para cambiar nada. Betsabé con la carta de David {Museo de l Louvre) . La fi-
Cada cual vive en su propio espacio corporal, cuyos hitos gura, en tamaño natu ra l, está sentada, desnuda. Reflex iona
son e l do lor o la incapacidad, una sensación o un malesta r sobre su dest ino. El rey la ha visto y la desea. Su marido está
desconoc idos. Los cirujanos no pueden obedecer las leyes de lejos, en la guerra. {¿Cuántos millones de veces ha suced ido
este espacio cuando ope ran, no es algo que se aprenda en las a lgo similar?) Arrod illada delante de e lla, su criada le seca los
Lecciones de anatomía del doctor Tulip. U na buena enfermera, pies. No t iene otra opción que presentarse a l rey. Se quedará
sin embargo, lo reconoce al tacto, y sabe que en cada col- encinta. El rey David dispond rá que maten a su querido ma-
chón, en cada paciente, toma una forma d istinta. rido. El la lo llorará. Se casará con el rey David y le da rá un
Es el espacio en el que hab ita la conciencia de sí m ismo hijo que llegará a ser el rey Salomón. Ya ha empezado una
del cuerpo que siente. No es ilimitado como el espacio subje- fatal idad, y en el centro de esta fata li dad se hal la el que Be-
t ivo: fina lmente lo enmarcan s iemp re las leyes de l cuerpo. tsabé sea deseab le como esposa.
Pero sus h itos, sus énfasis, sus proporciones internas no Y así, todo e l cuadro está cent rado en su núb il vient re y
pa ran de cambiar. El do lor agud iza nuestra conciencia de este en su ombligo, que situó a la altura de los ojos de la sirvienta.
espacio . Es el espacio de nuestra vu lnerabi lidad fundamental Y los pintó con amor y compasión, como s i fueran un rostro.
y nuestra soledad. Y también el de la enfermedad. Pero, No hay otra barriga en e l arte europeo pintada con una mi lé-
potencialmente, es tamb ién el espacio del placer, del bien- sima parte de este cariño. Pasó a ser e l centro de su propia
estar y de la sensación de ser querido. Robert Kramer, el historia.
d irector de cine, lo define as í: "Detrás de los ojos y extendido Cuadro tras cuad ro fue confi ri endo a una parte del cuerpo
por todo el cuerpo. Un un iverso de circu itos y s inaps is. Los o a ciertas partes del cuerpo una fuerza narrativa especial. El
trillados caminos por donde suele flu ir la energía". Se percibe cuad ro habla entonces con voces distintas, como un cuento
mejor al tacto de lo que se ve con los ojos. Y Rembrandt fue contado por d iferentes personas desde puntos de vistas
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d istintos. Pero estos "puntos de vista" solo pueden existir en opuesto a los iconos. Son imágenes carnales. La carne del
un espacio corpóreo que es incompatible con el espacio terri- Buey desollado no es una excepción, sino algo característico
toria l o el arquitectón ico. El espacio corpóreo cambia sus en él. De reve lar una interioridad, se rá la de l cuerpo, aquel lo a
medidas y sus centros foca les continuamente, de acuerdo lo que tratan de llegar los amantes cuando se acarician y en el
con las circunstanc ias. Se mide en ondas, no en met ros. De momento de l coito. En este contexto, esta última palabra
ahí que sea necesario distors ionar el espacio "real". toma un s ign ificado más literal y más poético: de l latín coire,
La Sagrada Familia (Mún ich) . La Virgen está sentada en "ir juntos''.
e l ta ller de san José. Jesús duerme en su regazo. La re lación Aprox imadamente la mitad de sus grandes obras (los
entre la mano de la Virgen, su pecho descub ierto, la cabeza retratos aparte) describen el acto de abrazarse o e l instante
de Jesús y su bracito extendido es absu rda en los térm inos de prelimina r a l m ismo; el gesto de abrir y extender los brazos.
cualqu ier espacio pictó ri co convencional: nada encaja, nada El hijo pródigo, Jacob y el ángel, Danae, David y Absalón, La
permanece en el lugar que le corresponde, nada t iene el ta- novia judía ...
maño adecuado. Pero e l pecho y la gota de leche que mana No se puede encontrar nada parecido en la obra de nin-
de él hablan a la cara del pequeño. Y la mano del pequeño gún otro pintor. En Rubens, por ejemplo, hay muchas figuras
habla al amorfo continente que es su mad re, al t iempo que la que se tocan, se transportan, se conducen, pero muy pocas,
de esta escucha al niño que sostiene. si es que hay alguna, que se abracen. En la obra de ningún
Sus mejores cuadros apenas ofrecen nada coherente al otro pinto r ocupa e l abrazo esta posición suprema, central.
punto de vista de l espectador. Lo que hace este es interceptar Unas veces, el ab razo que pinta es sexual, otras no. En la fu-
(espia r) los d iálogos que se producen entre las partes d is- sión entre dos cuerpos no solo entra e l deseo, sino tamb ién
persas, y estos d iálogos son tan fie les a la expe ri encia cor- e l perdón o la fe. En sujacob y el ángel (Be rl ín) vemos las tres
pórea que le hab lan a algo que todos llevamos dentro. Frente cosas, y no es fácil separarlas.
a sus ob ras, el cuerpo del espectador recuerda su propia Los hosp ita les públicos, que como institución se ong1-
expe ri encia interior. na ron en la Edad Med ia, se llamaban en Francia hotels-dieu.
Eran lugares donde se daba techo y asistencia en nombre de
Los historiadores han señalado con frecuencia la "interio-
Dios a los enfermos o a los moribundos. Pero cuidado con
ridad" de las imágenes de Rembrandt. Sin embargo, son lo
idea lizar. Durante la peste, e l hotel-dieu de París estaba tan
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atestado que cada cama la "ocupaban tres personas: una en-
ferma, una agon izante y otra muerta".
Pero el térm ino héitel-dieu, interpretado de otra forma,
puede ayudarnos a explicar su pintura. La clave de esa vis ión
suya que distors ionaba por neces idad el espacio clásico era
e l Nuevo Testamento.
Y el que permanece en el amor, en Dios permanece, y
Dios en él [...). En esto conocemos que vivimos en él, y él en
nosotros, porque nos ha comunicado su espíritu.3

Rembrandt,Joven bañándose en un arroyo, 1654.

"Y él en nosotros". Lo que encontraban los cirujanos en las


disecc iones de los cuerpos era una cosa. Otra muy dist inta lo
que él buscaba. Héitel-dieu también puede s ign ificar en fran-
cés un cuerpo en el que reside Dios. En sus últimos autorre-
tratos, tan inefables y terribles, parece que m ientras contem-
plaba su propia cara estuviera esperando a Dios, pese a saber
perfectamente que Dios es invisible.
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Cuando pintaba libremente a aque llos que amaba o imagi- Independ ientemente de las conjetu ras documenta les, los
naba o a aquellos de qu ienes se sentía próximo, intentaba en- cuad ros dejan claro que el amor ent re Hendrickje y el pintor
tra r en su espacio corpóreo en ese preciso momento; inten- duró casi veinte años, hasta la muerte de ell a, seis años antes
taba entrar en su héitel-dieu, y encontrar así la salida de la que la de Rembrandt.
oscuridad. Ella e ra d iez o doce años más joven que él. Si nos fiamos
Frente a l pequeño cuadro de la joven bañándose en un arro- de los datos que nos brindan los propios cuadros, Hend ri-
yo (Londres) nos parece estar ah í, ent re los pliegues de la ca- ckje ten ía al morir unos cuarenta y cinco años, como m ínimo,
m isa que e lla se levanta. No como m irones. No con lujuria, y seguramente no pasaba de los veintisiete cuando él la pintó
como los viejos que espían a Susana. Sencillamente, el tierno por primera vez. La hija de ambos, Cornelia, fue bautizada en
amor con el que él la pintó nos conduce a habitar el espacio 1654. Esto s ign ifica que cuando Hend ri ckje d io a luz a su hija
de su cue rpo. tenía ya más de tre inta años.
La Mujer en la cama (Ed imbu rgo) fue pintado, según m is
Pa ra Rembrandt, el abrazo era s inónimo del acto de pintar, y
cuentas, un poco antes o un poco después del nac im iento de
las dos cosas rozaban casi la oración .
Co rnelia. Los historiadores sugieren que podría tratarse de un
fragmento tomado de una obra mayor que rep resentaba la
*** noche de bodas de Sara y Tobías. Para Rembrandt, el tema bí-
Sorprende que, a la hora de fechar ciertos cuadros, los histo- bli co no hab ía perd ido actual idad. De se r un fragmento, no
riadores del arte presten a veces tanta atención a l "estilo", las cabe duda de que Rembrandt lo acabó y finalmente lo legó al
facturas, las listas de subastas, y tan poca a la evidenc ia pi n- espectador como el retrato más íntimo de la muje r que
tada en relación con la edad del modelo o la mode lo . Parece amaba.
que no creyeran al pintor en este punto. Un ejemplo claro de Ex isten otros dos cuadros con Hendrickje como modelo.
e ll o lo tenemos cuando tratan de fecha r y o rdenar cronoló- Ante la Betsabé del Museo de l Louvre o la Mujer bañándose de
gicamente los cuad ros de Rembrandt con Hendrickje Stoffels la National Ga llery de Londres me quedo sin palab ras. No
como mode lo. No ha hab ido un pintor más experto en e l pro- porque su genia lidad me inh iba, s ino porque la experiencia
ceso del envejecimiento; tampoco ningún pi ntor nos ha de- de la que se de ri van y expresan - la experiencia del deseo,
jado unos detalles tan íntimos de l gran amor de su vida. tan antigua como el mundo, de la ternura que se siente como
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si fuera el fin del mundo, de los ojos que descubren incansa- el aroma de siempre.
blemente, siempre como si fuera la primera vez, el familiar Un aroma tan viejo como el sueño
cuerpo del ser querido- antecede y se escapa a las palabras. tan familiar para los vivos como para los muertos.
No hay otros cuadros que arrastren al silencio con mayor
Incorporándose sobre la almohada, ella alza la cortina co n el
fuerza y maestría que estos. No obstante, Hendrickje está en
dorso de la mano, pues con la palma, con la faz de esta, ya
los dos absorta en sus propias acciones. La visión que de ella
está recibiendo, ya está haciendo ese gesto preparatorio al
nos ofrece el pintor no puede ser más íntima, pero la inti-
acto de tocar la cabeza de su amado.
midad no es mutua. Estos dos cuadros expresan solamente
el amor del pintor por ella. Aún no se había quedado dormida. Lo sigue con la mi rada, ve
En la Mujer en la cama sí que hay complicidad entre la cómo se acerca. En el rostro de ella están reunidos los dos.
mujer y el pintor. Una complicidad que encierra ambas cosas,
Imposible separar ahora ambas imágenes: la imagen que él
reticencia y abandono: el día y la noche. La cortina que Hen- tiene de ella en la cama, tal como él la recuerda; la imagen
drickje levanta con la mano marca el umbral entre el día y la
que ella tiene de él aproximándose a la cama que comparten.
noche. Es de noche.
Dos años después, de día, Rembrandt se declararía en
bancarrota. Diez años antes, también de d ía, Hendrickje ***
había entrado a trabajar en la casa de Rembran dt como ni-
Los últimos auto rretratos de Rembrandt contienen o enca r-
ñera del hijo de este. A la luz del calvinismo holandés del
nan una paradoja: son una clara med itación sobre la vejez y,
siglo xv1 1, el ama de llaves y el pintor tienen obligaciones dis-
sin embargo, hab lan del futuro.
tintas, claramente definidas. De ahí la reticencia de ambos.
Hace veinte años escribí este poema frente a uno de ellos,
Por la noche abandonan su siglo. el de la Frick Collection de Nueva York:
Un collar ciñe levemente sus pechos
Desde la cara los ojos
y entre ellos persiste
dos noches que miran al día
- ¿por qué una persistencia
la compasión duplica
y no, tal vez, una incesante llegada?-
el universo de su mente
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que nada más neces ita. ¿Cómo y por qué son d iferentes de la mayoría de los autorre-
Ante un espejo tratos?
callado como un cam ino sin caballos El primer autorretrato del que se t iene noticia data del se-
nos imaginaba gundo m ilen io antes de Cristo. Se trata de un bajorrelieve
sordomudos egipcio que muest ra al artista de pe rfi l, bebiendo de la jarra
volv iendo por tie rra que le ofrece e l criado de su patrón en un festín con muchos
para m irarlo en la oscu ri dad . más invitados. Este t ipo de autorretrato -pues la trad ición
continuó hasta la Baja Edad Med ia- era como la firma del
Al mismo t iempo, hay en estas obras un descaro, una inso-
art ista en las abarrotadas escenas representadas. Era un
lencia, que me hace recordar un retrato verba l inclu ido en mi
comentari o marg ina l que decía: yo también estaba allí.
relato favo rito de And rea Dworkin, la polém ica pensado ra y
Posteriormente, cuando se popularizó el tema de san
escritora estadoun idense. Escuchen :
Lucas pintando a la Virgen María, los art istas empezaron a
pintarse a sí m ismos en una posición más cent ral. Pero su
No tengo paciencia con los invulnerab les, con aquellos
razón de estar allí era que estaban pintando a la Virgen; no
que no han quedado tocados por a lgún tempora l, aque-
llos que nunca se han derrumbado, que nunca se han estaban al lí para observarse ellos.
Uno de los primeros autorretratos que hace precisamente
hecho pedazos y se han vue lto a recomponer: grandes
puntadas, desgarrones mal cosidos, nada muy lindo. Es esto es e l de Antone llo da Messina (hacia 1430-1479), que
forma parte de la colección permanente de la Nationa l Ga-
entonces cuando a lgo sale y re luce. Pe ro a los lust rosos,
llery. Este art ista fue e l primer pintor merid ional que utilizó el
a los que se las dan de a lgo, a esos, sinceramente, no los
soporto. ó leo, y su claridad y su humanidad son extraordinarias, seme-
jantes a las que se encontrarán más tarde en otros art istas
Grandes puntadas, desgarrones mal cosidos. As í está exten- como Varga, Pirandel lo o Lampedusa. En su autorretrato,
d ida la pintura. Antonel lo da Mess ina se m ira como s i é l fuera su propio
Pero s i queremos llegar a saber algo más sobre qué es lo juez. No hay rast ro de discrepancia.
que hace tan excepcionales estos autorretratos tard íos, La rep resentación y la discrepancia fueron endémicas en
hemos de ponerl os en re lac ión con otras obras de l género. la mayoría de los autorretratos que le seguirían. Esto
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responde a una razón fenomenológica. El pintor puede pintar mismo, la mayo ría de los autorretratos nos dan la sensación
su mano izqu ierda como s i fuera la de otra persona. Con la de que nos encontramos ante algo opaco, la sensación de
ayuda de dos espejos puede d ibujar su perfi l como si estu- estar viendo la representac ión de un di lema que nos excluye.
viera observando a un extraño. Pero cuando se m ira de frente Cierto es que se dan excepciones; algunos autorretratos sí
a l espejo, se ve atrapado en un d ilema: su reacción frente a la que nos miran: un Cha rd in, un Tintoretto, una copia de un
cara que está viendo la transforma. O, pa ra deci rlo con otras autorretrato de Hals después de arru inarse, Turner de joven,
palabras, la cara se ofrece a s í m isma algo que le gusta o e l viejo Goya exilado en Burdeos. Son pocos, no obstante, y
qu ie re tener. La cara se compone a sí m isma. El Narciso de están muy espaciados. ¿Cómo pudo entonces Rembrandt
Caravaggio es una demostrac ión perfecta. pintar durante los diez últimos años de su vida casi ve inte
Nos sucede a todos. Todos rep resentamos cuando nos retratos que se d irigen d irectamente a nosotros?
miramos en e l espejo del cuarto de baño, todos adecuamos Cuando haces un retrato de otra persona, la miras atenta-
inmed iatamente nuestra exp resión y nuestra cara. Salvo por mente para intentar encontrar lo que hay en su cara, pa ra
la inversión especular de la derecha y la izqu ie rda, nad ie nos intentar averiguar qué le ha sucedido. El resu ltado (a veces)
ve nunca como nos vemos a nosot ros mismos sob re el la- es una especie de semejanza, pero una semejanza, por lo
vabo. Y esta d iscrepancia es espontánea y d irecta. Es tan vieja general, exánime, porque la presencia del retratado y la obser-
como la invención de l espejo. vación rigurosa de sus facciones inh iben tus respuestas. La
Una "m irada" s imi lar es recurrente en la historia de l auto- persona se va. Y entonces puede suceder que vuelvas a
rret rato. Si la cara no está escond ida en med io de un grupo, empezar e l retrato, pero la referenc ia ya no es una cara que
se reconoce a un kilómetro que es un autorretrato porque t ienes enfrente, sino una cara reconstru ida en tu interior. Ya
muestra un tipo ca racterístico de teatra lidad. Vemos a Durero no tienes que mirar intensamente; al contrario, cierras los
en el papel de Cristo, a Gaugu in en e l de marginado, a Dela- ojos. Empiezas entonces a hacer un retrato de lo que la persona
croix en e l de dand i, a l joven Rembrandt en el de próspero retratada ha dejado olvidado en tu cabeza. Entonces existe la
comerciante de Ámsterdam. Nos conmueve como una confe- posibilidad de que la semejanza sea viva.
sión o ída por casual idad, o nos d ivierte como una fanfa-
rronada. Sin embargo, debido a la complicidad excluyente
entre el ojo que observa y la m irada que este se devuelve a sí
.' •
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después de toda una vida. Esta imagen no era general, era
muy específica. Cada vez que pintaba un auto rretrato escogía
sus ropas. Cada vez era plenamente consciente de cómo
había cambiado su cara, su aspecto, su forma de estar. Estu-
diaba estoicamente los daños sufridos entre una vez y la si-
guiente. Pero llegado a cierto momento, tapaba el espejo a fin
de no tener que adecuar su mirada a su propia mirada, y
entonces continuaba pintando basándose en lo que había
quedado olvidado dentro de él. Libre del dilema, le animaba
una vaga esperanza, una intuición, de que posteriormente se-
rían otros quienes lo mirarían con una compasión que él no
podía permitirse.

***
Las carreteras son rectas, las distancias entre los pueblos, lar-
gas. El cielo propone algo nuevo a la tierra. Me imagino via-
jando solo entre Kalizs y Kielce hace unos ciento cincuenta
años. Entre esos dos nombres habría siempre un tercero, el
del caballo. El nombre de l caballo era una constante entre los
Rembrandt, Autorretrato, 1669.
nombres de las ciudades a las que se acercaba uno y los de

¿Podría ser que Rembrandt hiciera algo parecido con él aquellas que dejaba atrás.

mismo? Yo creo que Rembrandt solo utilizaba el espejo al Veo una señal que indica la dirección de Tarnów, hacia el

principio de cada autorretrato. Luego lo cubría con un paño y sur. A finales del siglo x1x, Abraham Bredius, el compilador
trabajaba y retocaba el lienzo hasta que la pintura empezaba a del primer catálogo moderno de las obras de Rembrandt,

corresponder a una imagen de sí mismo que había olvidado descubrió un lienzo de este en el castillo de Tarnów.
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Cuando vi pasar por de lante de m i hote l un magnífico ca-
rruaje tirado por cuatro caballos y supe po r e l portero
que e ra de l conde Tarnowski, qu ien se había prometido
hacía tan solo unos días con la condesa Potocka, la cual
aportaría al matrimon io una dote considerable, no pod ía
saber que aquel homb re era además el afortunado pro-
pieta ri o de una de las ob ras más sublimes de l g ran
maestro.

Bred ius dejó el hotel e hizo en tren el largo y difíc il cam ino
hasta e l castillo del conde; se quejaba de que el tren avanzaba
a paso humano durante una gran parte de l t rayecto. Allí des-
cubrió un lienzo de un cabal lo con jinete, que atribuyó a
Rembrandt sin dudarlo un instante, conside rándo lo una ob ra
maestra que había pasado un s iglo perdida en e l olvido. Se le
d io el títu lo de E/jinete polaco. Rembrandt, E/jinete polaco, i655.

Nad ie sabe hoy con exactitud qu ién está representado en e l


cuad ro o qué representaba este para el pintor. La levita del ji-
nete es típ icamente polaca, una kontusz, al igual que el to-
cado. Probablemente por eso le interesaría al nob le polaco
que lo adqu irió en Ámsterdam y lo t rajo a Polonia a fina les
del s ig lo XV I 11.

Cuando lo v1 por primera vez en la Frick Collection de


Nueva York, donde iría a para r el cuadro muchos años des-
pués, me pareció que pod ría ser un ret rato de Titus, e l amado
hijo de Rembrandt. Me pareció, y me sigue pareciendo, que
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era una pintura sobre el adiós al hogar, sobre la entrada en el como el de un gran di rector de orquesta. Adoraba su segu-
mundo. ridad.
Una teoría más erud ita sugiere que la pintura podría En vida, la llamaba Liz, y ella me llamaba Met. Le gustaba
haber sido inspirada por un polaco, Jonaz Szlichtyng, quien e l apodo porque hasta ese momento le habría parecido
fue algo parecido a un héroe rebe lde en los círcu los d is i- inconceb ible responder a un diminut ivo así de vulgar. En
dentes del Ámste rdam de la época de Rembrandt. Szli chtyng "Liz" se vio laba una ley, y le encantaba violar las leyes.
pertenecía a una secta de seguidores de l teólogo sienés Lebo Metes el nombre de un copiloto en una novela de Anto-
Sozznisi, que en el s iglo xv1 negó la d ivinidad de Cristo como ine de Saint-Exupéry. Vuelo nocturno, tal vez. Había le ído
hijo de Dios, pues si lo fuera, la re ligión dejaría de se r mono- mucho más que yo, pe ro yo era más astuto; puede que me
teísta. Si el cuadro está insp irado por Jonaz Szli chtyng, la pusiera el nombre de un copiloto por eso. Se le ocurrió lla-
imagen que ofrece es la figu ra de un Cristo que sería un hom- marme Met viajando po r Calab ri a. Siemp re que nos bajá-
bre, solo un hombre que, montado a caballo, se d ispone a bamos del coche se ponía un sombrero de ala ancha. Detes-
enfrentarse a su destino. taba broncearse. Tenía la piel tan blanca como la fam ilia rea l
¿Crees que yendo así de ráp ido me puedes dejar atrás?, española en la época de Velázquez.
me pregunta al ponerse a m i lado en el primer semáfo ro de ¿Qué nos un ió? Superficialmente, fue la curiosidad;
Kielce. é ramos manifiestamente dife rentes en todo, inclu ida la edad.
Adv ierto que conduce s in zapatos, los pies desca lzos en Tuv imos muchos princip ios. Sin embargo, en el fondo, lo
los pedales. que nos un ía era un reconocim iento tácito de la m isma t ri s-
Impos ible dejarte atrás, digo, enderezando la espalda y teza. No hab ía autocompasión en esa tristeza. Al menor
pon iendo los pies en el suelo. signo, e ll a me lo habría cauterizado. Y, como digo, yo amaba
¿Por qué corres tanto, entonces? su seguridad, que es incompatible con la autocom pas ión. Era
No respondo porque ella sabe la respuesta. una tristeza semejante al en loquecido au llido de un perro en
En la veloc idad hay una te rnura olvidada. Tenía una forma luna llena.
especial de levantar la mano del volante para poder ver los in- Por diferentes ra zones, los dos creíamos que e l estilo era
d icadores s in tener que mover la cabeza un mi límet ro. Y este indispensable para vivir con un poco de espe ranza; y la elec-
pequeño movimiento de la mano era tan preciso, tan claro, ción era vivir esperanzado o desesperado. No hab ía térm ino
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medio. presente es invariablemente demasiado corto pa ra el estilo.
¿Esti lo? Cierta levedad . Una sensación de vergüenza que La aristocrática Liz la tomaba de l pasado; y yo, de un futuro
excluye ciertas acciones y ciertas reacciones. Cierta manera revo lucionario .
de sugerir elegancia. La suposición de que, pese a todo, se Nuestros dos estilos eran extraordinariamente próximos.
puede buscar, e incluso encontrar, a veces, una melodía. El No estoy hablando de ma rcas comercia les o de ciertos acce-
estilo es algo muy tenue, sin embargo. Viene de dentro. No sorios. Recuerdo cómo é ramos cuando caminábamos por un
es posible encontrarlo fuera. Puede que e l estilo y la moda bosque empapados por la lluvia o cuando llegábamos de
compartan un m ismo sueño, pero se crean de forma d istinta. madrugada a la estación central de Milán. Muy próximos.
El estilo entraña una promesa invis ible. Por eso requ iere y fo- No obstante, cuando nos mirábamos a los ojos, desa-
menta cierta capacidad para la entereza y una manera espe- fiando el riesgo que corríamos al hacerlo, un riesgo del que
cial de acomodarse en el tiempo. El estilo está muy cercano a é ramos plenamente conscientes, los dos sabíamos que los
la mús ica. t iempos prestados eran una qu imera. De ah í la tristeza. Aque-
Pasábamos muchas noches escuchando en s ilencio d is- llo era lo que hac ía aul lar al perro.
cos de Bela Bartók, de Wi lliam Wa lton, de Benjam in Britten,
Se ab re el semáfo ro. La adelanto, y e lla me s igue. Cuando
de Shostakóvich, de Chopin, de Beethoven. Cientos de no-
dejamos atrás Kielce, hago una señal para indicarle que voy a
ches. Era la época de los d iscos de 33 revoluc iones, a los que
pa rar. Los dos nos echamos a la cuneta, a l borde de otro bos-
había que darles la vuelta manualmente. Y esos momentos de
que, más oscuro que el anterior. Ya ha bajado la ventanilla. El
da r la vue lta al disco y de bajar lentamente la aguja de l toca-
fino cabello, que le cubre la mej illa y se ondu la detrás de la
d iscos e ran momentos de una plen itud alucinatoria, agra-
oreja, está de licadamente enredado. Delicadamente po rque
dec ida y expectante, solo comparables con otros momentos,
desenreda rl o con mis dedos requeri ría mucha delicadeza. Ha
tamb ién silenciosos, cuando uno de los dos estaba sobre e l
puesto plumas de diferentes colores sobre la guantera.
otro, haciendo e l amo r.
Met, me dice, hab ía d ías y días, ¿recuerdas?, en los que
¿Por qué el au llido, entonces? El estilo sale de dentro,
conseguíamos librarnos de la vu lgaridad de la historia. Pero
pero su convicción es prestada; tiene que tomarla de otra
pasado un tiempo, tu volv ías a ella, abandonándome a m í;
época para depositarla en el presente, y a cambio de l prés-
una y otra vez. Eras adicto.
tamo dejarle a lgo en prenda a esa otra época. El apasionado
.'
.•.
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¿A qué? Hace un gesto que no sé describir. Senci llamente coloca
Eras ad icto - acaricia las plumas con e l dedo- , eras la cabeza de ta l forma que lo que veo es su cabello y la nuca.
ad icto a querer hacer la historia; elegías ignorar que qu ienes Supongamos que tuvie ras que elegir un epitafio, ¿cuál
creen que están haciendo la h istoria ya han metido la mano escogerías?, pregunta.
en e l poder, o imaginan que la han metido, y que este poder, Si tuviera que e legir un epitafio, elegiría El jinete polaco, le
tan cierto como que la noche es larga, Met, los termina rá d igo.
confundiendo. Pasado un año ya no sabrán qué están ha- ¡No puedes utilizar un cuadro de epitafio!
ciendo. Deja caer la mano en e l mus lo. ¿Ah, no?
La historia hay que sufrirla, continúa, sufrirla con orgul lo, Es maravi lloso tener a algu ien que te quite las botas. "Es
un orgullo absu rdo y - sabe Dios por qué- también inven - una mujer que sabe quitarle las botas a un hombre'', d ice un
cible. En Europa, los polacos han sido durante s iglos los conocido piropo ruso. Esta noche me las quito yo solo . Y
especialistas en esta forma de sufrir la historia. Por eso los siendo como son botas de motorista, una vez fuera, cobran
amo. Los amé desde que conocí a algunos pilotos del Escua- una apariencia propia. No son d iferentes porque lleven pro-
drón 303 du rante la guerra. Nunca les hice preguntas; me tectores de meta l, ni porque estén refo rzadas con una pieza
limitaba a escucharlos. Y cuando me lo pedían, bai laba con de cuero adicional en la punta para protegerlas del continuo
e ll os. desgaste del cambio de marcha, ni po rque tengan una banda
fosforescente alrededor para hace r más visible al conductor
Un carro cargado con made ra recién cortada emerge de l bos-
por la noche, s ino po rque al qu itármelas tengo la sensación
que. Los dos caballos están cubiertos de sudo r porque las
de apartarme, de salir, de los muchos m iles de kilómetros
ruedas se hunden en la t ierra reblandecida de l camino fores-
que hemos hecho juntos, ellas y yo. Pod rían se r las botas de
ta l.
siete leguas que tanto me fasc inaban de niño. Las botas que
El alma de este lugar t iene mucho que ver con los caba-
me quería lleva r a todas partes, pues ya entonces soñaba con
llos, dice, riéndose. Y tú, con tus famosas leyes de la historia,
la ca rretera, aunque me cagara de m iedo.
no sabes cepillar un caballo, como tampoco sabía Trotski.
Me gusta el cuadro de El jinete polaco como podría gus-
Tal vez algún d ía -¿qu ién sabe?- vue lvas a m is brazos s in
tarle a un niño: porque es el com ienzo de una historia con-
esas famosas leyes de la historia.
tada por un anciano que ha visto muchas cosas y nunca ve el
.' •
.' •
m omento de irse a do rm ir. años - los polacos llaman a esos jamelgos szkapa- , pero es
un an imal d e probada lealtad .
Me gusta el jinete como pod ría gustarle a un a mujer: por su
Finalmente, me gusta la invitación del paisaje, all í a
coraje, su insolencia, su vu lnerabilidad, sus fuertes mu slos.
donde lleve.
liz t iene razón. Muchos caballos atraviesan aquí nuestros
sueños.
En 1939, varias unidades de caballería del ejército polaco
armadas con sables cargaron contra los tanqu es de las divi-
siones Panzer del ejército invasor. En el siglo xv1 1, los lla-
mados "jinetes alados" eran temidos cual ángeles venga-
dores en las llanuras orientales. Sin em bargo, el caballo signi-
fica algo más que proeza militar. Durante siglos, los polacos
se han visto continuamente obligados a viajar o a emigrar.
Las carreteras, q ue cruzan un país sin fron teras naturales, no
tienen fin .
Los hábitos ecuestres perm anecen todavía visibles en los
cuerpos y en la forma de moverse de los polacos. El gesto ca-
racterístico de po ner el pie derecho en el estribo levantando
en un go lpe s imultáneo la otra piern a se me viene a la cabeza
en un a pizzería de Varsovia, al o bservar a unos hombres y
muje res qu e posiblemente nunca se han aproximado y
m uc ho menos subido a un caballo y que están bebiendo
Pepsi-Cola.
Me gusta el caballo de El jinete polaco como podría g us-
tarl e a un jinete que ha perdido su montu ra y le han dado
otra. El caballo ofrecido a cambio está un poco e ntrado en
'
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1 Va lentine r, W. R., Rembrandt and Spinoza: A Study of the


Spiritual Conflicts in Seventeenth Century Holland, Phaidon,
Londres, 1957.
2 Lewis, David, Mondrian, 1872-1944, Faber & Faber, Lon-
dres, 1957.
3 Primera epístola de san Juan, 4, 16 y 13.
.'
.••
Willem Dro st tal vez más comp licad o posee r un caballo robad o que come -
1633-1659 ter adulterio? Pregu ntas banales, cuyas respu estas , s in em-
bargo , jamá s sabre mos. Mien tras tanto , seguí mi reco rrido,
La casa ocu pa uno de los lados de una plaza, en la que hay
de sala en sala.
unos álam os muy altos. Cons truida poco antes de la Revo-
Una lámp ara de techo de porcelan a pinta da, cuyo cand e-
lución francesa, la casa es más antig ua que los á rboles. Aloja
lero seme ja una trom pa de elefa nte, un elefa nte verde. La
una colección comp uesta de mueb les, cuad ros, porce lanas Y
porce lana proce de de la rea l fáb rica de Sevre s, y mada me de
arma duras que lleva ab ierta al público, como muse o, más de
Pomp adou r fu e su primera dueñ a. La mona rquía absol uta
un s iglo. La entra da es gratu ita; cualquiera pued e pasar .
significaba que todas las criatu ras eran sirvie ntes poten ciales,
Las salas , que ocup an la plant a baja y el prime r piso, al
y uno de los servicios más dema ndad os era el de la deco-
qu e se acced e por una gran escal era, están igual que cuand o
ración.
el famo so colec cioni sta abrió su casa a la nación. Cuan do las
En el extremo op uesto de la mism a sala había una có-
atrav iesas , algo del siglo xv11 1 se te posa, suave ment e, como moda que perte neció a Luis XV. La tarac ea es de palisa nd ro y
el polvo, en la piel. Unos polvo s de talco del siglo xv111.
los adorn os rococó son de bronc e pulido.
Mu ch os de los cuad ros expue stos repre sen tan muje res
La mayoría de los visitan tes, al igual que yo, e ran extran -
jóven es y pieza s de caza abati das, dos tema s que brind an
jeros, perso nas de edad , más que jóven es, y todos se moví an
testim onio de una pasió n por un tipo u otro de perse cució n.
casi de puntillas, como si esper aran toparse con algo indis-
Todas las pared es están cu bierta s de óleos colga dos muy
creto. Es te tipo de muse o convi erte a los visita ntes en fis-
junto s. Los muro s exteriores son muy espes os, y no entra
gone s de larga s naric es. Si nos atrev iéram os, y pudié ramo s,
ningún sonido de la ciuda d.
abriríamos todos los cajon es.
En una pequ eña sala de la plant a baja, que en su día fue
En la parte holan desa de la colección, pasam os ante
caballeriza y hoy está llena de arma duras y mosq uetes , creí
cam pesin os borra chos, una m ujer leyendo una carta , una es-
oír a un cabal lo resop lando. Enton ces inten té imag inar cómo
cena festiv a, una escen a de burdel, un Rem brand t, y un lienzo
se escog e y se comp ra un caballo. Posee r un cabal lo debe de
de uno de sus d iscípulos. Este últim o me intrigó de inme -
ser distin to a posee r cualquier otra cosa. Mejo r que posee r
d iato. Segu í avanz an do, pero enseg uida volví a mirarlo. Y así
un cuadr o. Tam bién me imag iné roban do uno. ¿Hab ría sido
varia s veces .
.'
.•.
'
El d iscípulo de Rembrandt se llamaba Wi llem Drost.
Nac ió probablemen te en Leiden. En e l Mu seo del Louv re, hay
una Betsabé suya que recue rda a la de Rembrandt, pintada
ese m ismo año. Drost debió de se r contem po ráneo exacto de
Baruch Spinoza. No sabemos ni la fecha ni el lugar de su
muerte.
La mujer no mi ra a l espectador. Mira fi jamente a l hombre
que desea, imaginando que es su amante. Ese hombre solo
pudo ser Drost. Lo único que sabemos de é l es que fue de-
seado prec isamente por esta mujer.
Me hizo recorda r algo que por lo general no suelen recor-
da r los museos. Que te deseen - si e l deseo es además rec í-
proco- te hace audaz. Ninguna armadura de las salas de la
planta baja ofreció nunca a qu ien la llevara puesta una sen-
sación de protección comparable. Ser deseado es ta l vez lo
más parecido que se pueda alcanzar en esta vida a sentirse
inmorta l.

Willem Drost,Joven con un vestido de brocado, hacia 1654.

Fue entonces cuando o í una voz. No era una voz de


Ámsterdam, s ino una voz que llegaba desde la gran esca-
linata de la casa. Era una voz chillona, pero me lodiosa; pre-
cisa, pero susu rrante, como s i estuviera a punto de echarse a
reír. La risa bri ll aba en e lla como brilla en un tejido de satén
.'
.•.
'
la luz que entra por una ventana. Y lo más sorprendente de del que colgaba una tarjeta. En la tarjeta estaba impreso el fa-
todo es que aquella voz se d irigía sin duda a un grupo nume- moso nomb re de la colección y, en letras más pequeñas, su
roso; cuando hacía una pausa se producía un s ilencio . No propio nombre. Su nombre de pila era Amanda. Era tan me-
d istinguía las palabras, así que, sin vacilar un momento, volví nuda que la tarjeta parecía desmesuradamente grande, como
a la escalera, ta l era la curiosidad que me hab ía despertado. un cartel pinchado en un vestido expuesto en un escaparate
Unas ve inte personas, puede que a lgunas más, subían lenta- anunc iando una última rebaja.
mente desde la planta baja. Todavía no pude saber de quién "En aquella vitrina de all í pueden ver una caj ita de rapé
e ra la voz. Todos estaban esperando a que vo lviera a hablar. hecha de cornalina y oro. En aquellos tiempos, las mujeres
"En lo alto de la escalera, a la izqu ierda, verán un costu- tomaban rapé igual que los hombres. Despejaba la cabeza y
rero de tres pisos, donde se dejaban, al acabar de bordar, las aguzaba los sentidos; alzó la barbilla, echó la cabeza atrás y
t ijeras y la labor, y esta quedaba expuesta, lo que era, ¿no es fingió que inhalaba rapé. Esta caja en particular t iene un
ve rdad?, mucho mejor que meterla en un cajón. Lo que se cajoncito secreto donde el propieta ri o gua rdaba un retrato
guardaba en cajones, bajo ll ave, eran las cartas. Esta pieza minúscu lo de su amante; está pintado a l gouache y no es
perteneció a la emperat ri z Josefina. Los pequeños meda llones más grande que un sello de correos. Miren su sonrisa. Yo
ovalados en colo r azul, que pa rece que nos están gu iñando e l d iría que fue ella qu ien le rega ló la cajita de rapé. La co rna lina
ojo, son de porcelana de Wedgwood". es un t ipo de ágata de colo r rojo procedente de Sicilia. Puede
Por fin la vi. Subía sola las escaleras. 1ba completamente que e l color le recorda ra a él. Ya saben, la mayo ría de las
vest ida de negro. Zapatos planos neg ros, med ias negras, muje res ven a los hombres o rojos o azu les -encogió sus
fa lda negra, jersey negro y una cinta negra sujetándole e l delicados hombros-. Los rojos son más fác iles de llevar''.
cabel lo. Ten ía el tamaño de una ma ri oneta grande, no med iría Cuando se calló, no m iró a l púb li co, sino que se vo lvió de
más de 1,20 m . Al hablar gesticulaba con las manos, que re- espaldas y avanzó po r la sala. Pese a su corta estatura, cami-
vo loteaban o se quedaban suspendidas en el aire. Estaba en- naba mucho más deprisa que el grupo que la seguía. Llevaba
trada en años, y me d io la impres ión de que su delgadez tenía un an illo en el pu lgar izqu ierdo. Sospecho que e l pelo negro
a lgo que ver con una forma de escabullirse del tiempo. No e ra una peluca, pues tenía pinta de preferir llevar pelucas a la-
estaba esquelética, s in embargo. De parecerse a a lgún ser del varse la cabeza.
pasado, se ría a una ninfa. Llevaba al cuello un cordón negro Nuestro recorrido por las salas empezó a parecerse a un
.'
.•.
'
paseo por el bosque. Todo era cuestión de dónde nos ponía, entre unos a rbustos, donde e lla le dijo que se escondiera. Su
dónde se ponía ella y dónde aquel lo de lo que hab laba. Nos vest ido, de satén con vo lantes de encaje, es menos e labo-
imped ía agruparnos alrededor de lo que estuviera explicando. rado, más informal que e l de madame de Pompadour, y, para
Señalaba hacia un objeto u otro como s i se tratara de un cier- ser since ra, yo lo prefie ro. ¿Saben cómo llamaban al rojo de
vo que acabara de cruzarse en nuestro camino, entre dos su vestido? Lo llamaban rojo me locotón, aunque, perso-
á rboles d istantes. Y siempre que d irigía nuest ra atención na lmente, nunca he visto un me locotón de ese color, como
hac ia a lgo, se manten ía a un lado, como si ella m isma aca- tampoco he visto nunca ruborizarse a un me locotón. Las me-
bara de aparecer det rás de ot ro árbo l. Llegamos junto a una d ias son de a lgodón blanco, un poco toscas comparadas con
estatua cuyo mármo l estaba tomando un tono verduzco por la piel de las rodillas que cubren. Las ligas, rosas, a juego con
causa de la humedad y la poca luz. los zapatos, son demas iado pequeñas para subi rl as más arri-
" Esta estatua representa a la Am istad consolando a l Amor ba s in que aprieten. Fíjense en su amante escondido. En el
- musitó- , pues po r entonces la relación de madame de pie desca lzo de e lla, que mant iene subidas su fa lda y sus ena-
Pompadour con Luis XV ya solo era platón ica, lo que no im- guas: e l satén y los encajes susu rran suavemente a l rebufo
pide que ella lleve un traje precioso, ¿verdad?" del aire ... ¡Y nad ie, se lo puedo asegu rar, nad ie, en aquellos
Abajo un reloj dorado t ras otro dieron las cuatro. t iempos, llevaba ropa interior! A él se le salen los ojos de las
"Ahora nos dirigimos - d ijo irgu iendo la cabeza- hacia órbitas. Eso es lo que el la que ría, que é l se lo viera todo".
otra parte de l bosque. Aqu í todo es fresco, y todos están ves-
t idos más lige ros de ropa, inclu ida la joven sentada en el
colump io. Nada de estatuas de la Am istad por aqu í; aquí
todas las estatuas son de Cupido. El columpio lo colgaron en
primavera. Ya se ha qu itado, ¿se han fijado?, un zapato.
¿Adrede? ¿Sin darse cuenta? ¿Qu ién sabe? En cuanto una
joven se sienta, lige ra de ropa, en el colump io, esas pre-
guntas pasan a ser muy d ifíciles de contestar, no tiene los
pies en el suelo. El marido la empuja desde atrás. El colum -
pio sube, el columpio baja. El amante está oculto enfrente,
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••
y "satén" sin sus vocales. Tenía los o¡os cerrados. Cuando
los abrió, continuó: "El encaje es un tipo de escritura en blan-
co, que solo se puede leer cuando hay carne detrás".
Entonces se hizo a un lado y dejamos de verla. La visita
guiada había terminado.
Antes de que nadie pudiera hacerle alguna pregunta o
darle las gracias, desapareció en una oficina que se abría de-
trás del mostrador de la librería. Cuando salió, una media
hora más tarde, se había quitado la cinta que llevaba colgada
al cuello con la tarjeta de identificación y se había puesto un
abrigo negro. Si se hubiera colocado a mi lado, no me llegaría
más arriba del codo.
Bajó ligera los escalones de la entrada hasta la plaza de
los álamos. En la mano llevaba una endeble bolsa de plástico
de Marks & Spencer, que de tan usada parecía que se iba a
romper.

Este esfuerzo, cuando se refiere al alma sola, se llama


voluntad, pero cuando se refiere a la vez al alma y al
cuerpo, se llama apetito; por ende, este no es otra cosa
que la esencia misma del hombre, de cuya naturaleza se
siguen necesariamente aquellas cosas que sirven para su
Jean-Honoré Fragonard, El columpio, 1767. conservación, cosas que, por tanto, el hombre está deter-
minado a realizar. Además entre "apetito" y "deseo" no
Sus palabras se detuvieron de pronto, y ella hizo un ru1-
dito con la lengua detrás de los dientes, como si estuviera hay diferencia alguna, si no es la de que el "deseo" se re-
fiere generalmente a los hombres, en cuanto que son
pronunciando solo las consonantes de las palabras "encaje"
.'
.•.
'
conscientes de su apet ito, y por el lo puede defin irse as í: pa rece contener agua de mar, con arena y unas conchas
e l deseo es e l apetito acompañado de la conciencia del minúscu las en e l fondo . La mecha parece flotar en la super-
m ismo. As í pues, queda claro, en virtud de todo esto, fic ie . Una etiqueta impresa en e l cristal d ice: No deja r arder
que nosotros no intentamos, queremos, apetecemos ni sin vigilancia.
deseamos algo porque lo juzguemos bueno, s ino que, al El qu into regalo : una bolsa de gom ino las. Son de una
contrario, juzgamos que algo es bueno porque lo inten- marca que existe desde siempre. Puede que sean las go lo-
tamos, queremos, apetecemos y deseamos.1 sinas más baratas del mundo. Pese a sus variados y ác idos
colores, saben todas parecidas.
¿Qué llevaba en la bolsa de Mark & Spencer? Me imagino que
El sexto rega lo es un casete de un coro de monjas agus-
una col iflor, un pa r de zapatos a los que hab ía puestos me-
t inas que cantan O filii et fi/iae, una canción de canto grego-
d ias suelas y s iete regalitos empaquetados. Estos son todos
riano del s iglo x 111 escrita por Jean Tisserand.
pa ra la m isma persona y cada uno lleva un núme ro y está
El séptimo es una caja de láp ices. Blando. Med io. Duro.
atado con e l mismo cordoncillo dorado. En el primero hay
Los trazos del g rafito blando son negros como una espesa
una concha marina, una caracola del tamaño de la mano ce-
mata de pelo negro, y los de l duro se parecen al cabello que
rrada de un niño, o tal vez de la suya. La caracola t iene un
empieza a canear. El grafito, al igual que la piel, t iene sus pro-
color de fieltro plateado con irisaciones anaranjadas. Las
pios aceites. Es una sustancia muy distinta de las cenizas del
espirales que fo rman sus quebrad izas incrustaciones se pare-
carbón. Su brillo, cuando se aplica al papel, se parece al brillo
cen a los vo lantes del vestido de la joven del colump io, y su
de lab ios. Con uno de los láp ices ha esc rito una nota en un
pulido inte ri or es tan pálido como la piel que norma lmente
papel y la ha met ido dentro de la caja: "En la última hora de l
está a l resgua rdo de l sol.
último día, habrás de recordarlo".
El segundo rega lo: una pastilla de jabón de la marca Arca-
Luego volví a mi rar a la mujer enamorada del pinto r
d ia, comprada en un Boots. Hue le a una espalda que puedes
ho landés.
aca ri ciar, pero que no ves porque estás mirando al frente.
El terce r paquete contiene una vela. La etiqueta del precio
marca 8,5 €. En el cuarto, hay otra vela. Esta vez no es una
vela de cera sin más, sino una vela dentro de un vas ito que
.' •
.' •

l Spinoza, Baruch, Ética (1661-1675], Alianza, Madrid,


1987/2011, parte tercera, proposición IX, escolio.

John Berger, dibujo a partir de joven con un vestido de brocado


de Wil lem Drost.
.'
.••
Jean -Ant oine Wat teau (Algunos crític os sugie ren que los corte sanos están volviendo
1684-1721 de Citere a; pero en cualq uiera de los dos casos existe un
contr aste patét ico entre lo legen dario y lo real.) No quier o
La delic adeza en el arte no es neces ariam ente lo opue sto a la
decir con esto que Watte au previera realm ente la Revolución
fuerza. Una acuar e la sobre seda pued e ejerc er un efecto más
franc esa o que pinta ra profecías. De haber sido así, sus obras
poten te en el espec tador que una figura en bronc e de tres me-
sería n hoy meno s impo rtant es de lo que son, porqu e hoy
tros de altura . La mayo r parte de los dibuj os de Watte au son
esas profe cías estarían obso letas. El tema de su arte era sim-
tan delic ados, tan vacila ntes, que casi da la impre sión de que
plem ente el camb io, la fugac idad, la breve dad de cada mo-
los hizo en secre to; o como si estuv iera dibuj ando la mari-
ment o suspe ndido en el aire como una marip osa.
posa que se ha posad o en una hoja delan te de él y teme que
Este tema podrí a haber le llevado al senti ment alism o, a
el movi mien to o el ruido del carboncillo sobre el papel la
una tenue nosta lgia. Pero es en ese punto dond e su impla -
espan ten. Esto no quita que, al mism o tiemp o, revelen un
cable obser vació n de la realidad lo convi erte en un gran ar-
pode r enorm e de observación y sensi bilida d.
tista. Digo impla cable porqu e la obser vació n de un artist a no
Este contr aste nos da una pista sobre el temp eram ento de
consi ste solo en pone r sus ojos a trabajar; es el resul tado de
Watte au y sobre el tema subya cente de su arte. Aunq ue pintó
su honra dez, de su lucha perso nal por enten der lo que ve.
mayo rmen te payas os, arleq uines , Jetes y lo que hoy llama- Mire mos su autor retrat o. Tiene una cara ligera ment e feme n-
ríamo s bailes de disfra ces, su tema funda ment al era trágico:
ina: los ojos amab les, como los de una muje r pinta da po r Ru-
la morta lidad . Watte au enfe rmó joven de tuber cu losis y
bens, los labio s carno sos, sensu ales, la delic ada oreja afina da
proba blem ente intuy ó su temp rana muer te, a la edad de trein-
para oír canci ones romá ntica s o el romá ntico eco del mar en
ta y siete años. Posib leme nte presi ntió tamb ién que el mund o
la caracola, el tema de otro de sus dibuj os. Pero volva mos a
de elega ncia aristo crátic a que le pedía que pinta ra estab a tam-
mirarlo más a fondo , pues bajo el cutis delic ado y el aspec to
bién cond enad o a desap arece r. Los corte sanos se reúne n en coqu eto, está la calavera. Lo que implica está solo susur rado
el Embarque para Citerea (uno de sus cuad ros más famo sos), por el oscur o énfas is bajo la mejilla derec ha, las somb ras
pero lo conm oved or del acont ecim iento resid e en sus conse -
alred edor de los ojos, la mane ra de dibuj ar la oreja , que pone
cuenc ias, en que cuan do lleguen no será el lugar legen dario
de re lieve la sien que está delan te. Y, sin emba rgo, ese susu-
que esper aban: las guillo tinas estar án a punto de caer.
rro, como los apart es en el escen ario, es aún más
.'
.•.
'
sorprendente, precisamente, por no ser un grito. "Pero cual- símbolo de l flojo nudo que ata la vida humana; pero esta
qu ier d ibujo de una cabeza - puede objetarse- reve la un transformación no es tan improbab le y sin duda coincide con
cráneo, porque la forma de la cabeza depende de este''. Por e l espíritu de toda la página.
supuesto, pero entre el cráneo como estructura y el cráneo No qu iero sugeri r que la preocupación de Watteau por la
como presencia hay un mundo de diferencia. De la m isma mortal idad fuera constante y consciente, que tuviera un inte-
manera que los ojos pueden m irar a t ravés de una másca ra, rés morboso por la muerte. En absoluto. Probablemente sus
reduc iendo as í el efecto del disfraz, as í también en este d i- mecenas no percibían este aspecto de su obra. Watteau
bujo el hueso parece mirar a través de la carne, tan fina en nunca llegó a tener mucho éxito en vida, pero su técnica
a lgunos puntos como la seda. - impres ionante, por ejemplo, en su retrato de un diplo-
mático persa- fue muy apreciada, a l igual que su elegancia y
En un dibujo de una mujer que lleva la cabeza cubierta con
lo que en la época se habría considerado su langu idez
un manto, Watteau hace la m isma observación, pero s irvién-
romántica. Y hoy podemos considerar tamb ién otros aspec-
dose de unos med ios completamente d istintos, opuestos.
tos de su obra como, por ejemplo, su técn ica magistral para
Aquí, en lugar de comparar la carne con el hueso bajo e lla, la
e l dibujo .
pone en contraste con e l paño que la cubre. No cuesta tra-
Por lo general dibujaba con carboncillo o sangu ina. La
bajo imagina rse ese manto custodiado en un museo, y la per-
blandu ra de l medio le perm it ió alcanzar esa impres ión de
sona que lo lleva muerta. El contraste ent re la cara y el paño
mov im iento suave, ondulante, que es típ ica de sus d ibujos.
es semejante a l cont raste entre las nubes en el cie lo y e l acan-
Describió como no lo ha hecho ningún otro artista la caída
t ilado, y las casas bajo é l en un paisaje d ibujado. La línea de
de la seda y cómo la luz se desparrama po r ella. Sus barcos
la boca de la mujer es tan efímera como la si lueta de un pá-
surcan las olas, y la luz rebota en los cascos con el m ismo
jaro en vue lo .
ritmo ondulante. Sus estudios de an ima les tienen toda la flu i-
Hay una página de un cuaderno de dibujo de Watteau que
dez de l movim iento an ima l. Todo tiene un movim iento si-
t iene dos dibujos de la cabeza de un niño y un estudio ma-
nuoso, lento o pausado: observemos el pelo del gato, el
ravi lloso de un par de manos haciendo un lazo. Y aquí todo
cabel lo del niño, las circunvoluc iones de la caracola, la caída
aná lis is fracasa . Es impos ible explicar por qué esa cinta con
en cascada del manto, e l remolino de los tres rost ros gro-
un nudo flojo puede convertirse con tanta faci li dad en un
tescos, el suave meand ro del desnudo que se des liza hac ia el
.' •
.' •
suelo, los pliegues similares al delta de un río de la t única
persa. Todo fluye, pero es en ese fluir donde Watteau pone el
acento, donde deja la impronta de una certidumbre resistente
a toda corriente. Estas marcas hacen que una mejilla gire, que
un pulgar se articule con la muñeca, que un pecho se apriete
contra un brazo, que un ojo se amolde a su cuenca, que un
umbral tenga profundidad o que un manto rodee una cabeza.
Atraviesa los dibujos, como una raja en la seda, para revelar
la anatomía bajo el brillo.
El manto sobrevivirá a la mu¡er cuya cabeza cubre. La
línea de su boca es tan esquiva como un pájaro. Pero los ne-
gros a cada lado del cuello dan solidez y precisión a su ca-
beza, le posibilitan el giro y la hacen enérgica, y, por consi-
gu iente, viva. Son las líneas oscuras, resaltadas, las qu e dan
vida a la figura o a la forma, por e l proced imiento de frenar
momentáneamente el fluir del dibujo en su conj unto. En otro
nivel, la conciencia humana constituye un freno mo mentáneo
al rit mo nat ura l de la vida y de la mue rte. Y del mismo modo,
lejos de ser algo mórbido, esa conciencia de la morta lid ad
que tenía Watteau incrementa la nuestra con respecto a la
vida.
.'
.•.
'
Francisco de Goya anhelos artísticos). Estába mos los dos frente al Retrato de Is-
1746-1828 abel de Porcel de Goya, cuando una ch ica, probab lemente
estud ian te de a rte, se acercó también a mi ra rl o. Ten ía una
melena oscu ra, que se apartaba de la cara moviendo la ca-
beza, y llevaba una falda negra ceñida que se en rol laba en la
cintura como una toal la -era antes de que se pusie ran de
moda los vaque ros- que daba la impresión de que se le
pod ía cae r en cualqu ier momento, pe ro esto no parecía des-
concerta rla en lo más mín imo. Se pa ró frente al cuadro, con
una mano en la cadera y li geramente incl inada hacia atrás,
rep it iendo así inconsciente mente la pose de Isabel de Porcel.
Reparé en Janes, un homb re alto con un inmenso abrigo
negro, que miraba alternativamen te a la chica y al cuad ro,
obviamente divertido. Me observó, sin deja r de son reír. Sus
ojos, aunque rodeados de arrugas, eran muy bri llantes. Ten-
dría unos sesenta años y parecía lleno de ene rgía. Le devolví
la sonrisa. Cuando la chica continuó su camino hacia la s i-
guiente sala, ambos nos aproximamos al cuadro de Goya.
"Los vivos y los impe recede ros", dijo con una voz profunda y
un acento claramente extranjero. " ¡Menuda elección!"
Al aprox imarme, pude estudiar con más deta lle la exp re-
sión de su ca ra. Era una cara urbana, experi mentada, tensa,
Francisco de Goya, Retrato de Isabel de Porcel, 1805.
viajada, pero todavía capaz de reg istrar la sorpresa. Era lo
Conocí a Janes unos dos años antes de que empezara este opuesto a lo pulido. Dado el contexto, parecía obvio que era
d iario. Fue en la Nat ional Ga llery (es cu ri oso cuántas cosas pi ntor, y sus manos, además, estaban manchadas de tinta de
empiezan y acaban en la Nat ional Gal lery para qu ienes t ienen imprim ir; pe ro en cua lqu ie r otro contexto, uno hub ie ra
.'
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supuesto que era jard inero o vigilante de aparcamiento. Se acontecim ientos que los estados de án imo. Cada ob ra es
ve ía claramente que era una persona solitaria y que nunca ún ica, pero no por su estilo, s ino por e l inc idente que co-
había ten ido sec retaria. Tenía una nariz grande, de la que le menta. Al m ismo t iempo, estos incidentes llevan de uno a
asomaban unos pelill os; una boca tamb ién grande, pero bien otro, de modo que su efecto es un crescendo, casi como en un
d ibujada; unas buenas ent radas con un principio de calvicie plano de pel ícula.
en la coronilla, y una barbilla curvada y prom inente. Andaba En ve rdad, otra manera de desc ri bir la vis ión de Goya,
muy ergu ido. se ría decir que fue esencialmente teatral. No en el sentido
Cuando le pregunté cómo se llamaba, lo reconoc í. Reco r- despectivo que puede encerrar la palabra, sino porque lo que
daba vagamente haber visto un libro suyo de d ibujos de gue- le interesaba constantemente era la mane ra en la que se
rra antinazis, publ icado unos s iete u ocho años antes. Me ha- pod ía uti lizar la acción para encarnar una personalidad o
bían so rprend ido porque, a d iferencia de la mayoría de los resum ir una situac ión . Su manera de componer era teatral.
d ibujos de este t ipo, no eran exp resion istas; no obstante, en Sus obras s iempre entrañan un encuentro o una reunión. Sus
e l caso de haber pensado a lgo más sob re el artista, lo más figu ras no están reunidas en torno a un centro natura l, sino
seguro es que hub iera supuesto inmed iatamente que hab ía que más bien se agrupan desde los ext remos. Y e l efecto de
vuelto al continente. Después de conocerlo, cuando menc io- su obra es tamb ién dramático. Uno no ana li za el proceso vi-
naba su nombre a otras personas del mundo de l arte, no le sual que se oculta tras un grabado de Goya; uno se somete a
sonaba a nad ie. Era conocido por algunos grupos a islados: su clímax.
uno o dos inte lectuales de izqu ierdas, unos cuantos émigrés El método de d ibujo de Goya sigue s iendo un en igma. Re-
berl ineses, la Embajada de Hungría, cierto número de jóve- sulta casi impos ible dec ir cómo dibujaba: por dónde empe-
nes pintores que lo conocían personalmente y, es de supo- zaba, qué método de aná lisis de la forma seguía, cómo había
ne r, el M15. resue lto el uso del tono. Su obra no ofrece ninguna clave que
ayude a responder a estas preguntas porque lo ún ico que le
interesaba era lo que dibujaba. Sus dotes técn icas e imagi-
nativas eran prodigiosas. Su control del pincel, comparable
Como artista gráfico, Goya e ra una comentarista gen ial. No
qu ie ro dec ir con esto que su obra fuera un reportaje s in más, con el de Hokusa i. Su capacidad para visua li za r el tema era

lejos de ello, s ino que le interesaban más los tan precisa que muchas veces apenas hay una línea
.'
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'
modificada entre el boceto preparatorio y la plancha acabada. desnuda. Adm iramos en un d ibujo la de licadeza de las flores
Todos sus dibujos portan e l sel lo ind iscutible de su perso- bordadas en las med ias de una hermosa cortesana, y luego,
na lidad. Pero, a pesa r de todo esto, los d ibujos de Goya son, de pronto, inmed iatamente, vis lumbramos en el s igu iente el
en cierto sentido, tan impersona les, automáticos y fa ltos de monstruo con cabeza de pantom ima que ha engendrado,
carácter como las huellas, cuyo ún ico interés no reside en las como resultado de la pasión que ha levantado su delicadeza.
marcas mismas, sino en lo que reve lan del inc idente que las Un monje se desnuda en un bu rdel, y Goya lo d ibuja, od ián -
causaron . do lo, pero no por puritan ismo, él no es en absoluto un puri-
¿De qué naturaleza era el comentari o de Goya? Pues pese tano, sino porque s iente que los impulsos que están detrás
a la variedad de los inc identes rep resentados, hay un tema de este inc idente son los m ismos que llevan a los soldados a
subyacente constante. Su tema era el de las consecuencias castrar a un campesino y a violar a su mujer en Los desastres
del des interés de l ser humano - que a veces se convierte en de la guerra . Las cabezas inmensas, brutales, que pone en
od io histérico- por su facultad más val iosa, la razón. Pero la cue rpos jorobados, los an imales ataviados de funcionarios,
razón en el sentido materialista del s iglo xv111: la razón que la manera en la que daba a los finos trazos con los que som-
proporciona un placer que se deriva de los sentidos. En la brea el cuerpo humano la sugerencia de pelo an ima l sucio, la
obra de Goya, la carne es un campo de batalla en el que lu- rab ia con la que pintó las brujas, todo e llo era una forma de
chan, en un bando, la ignorancia, la pasión descontro lada y la protesta contra el ma l uso de las posibilidades humanas. Y lo
supe rstición y, en el otro, la d ign idad, la elegancia y e l placer. que hace la protesta de Goya tan desesperadamente relevante
Esa fuerza única de su obra se debe a l hecho de que parti- pa ra nosotros hoy, después de Buchenwald e Hiroshima, es
cipaba de una forma sumamente sensual del terror y de l ho- que sabemos que cuando la corrupción llega demas iado
rror que supon ía traic ionar a la razón. lejos, cuando se confiscan despiadadamente las posibi-
En todas las obras de Goya, a excepción, ta l vez, de las lidades humanas, tanto el destructor como la víctima de la
más tempranas, se percibe una fuerte amb ivalencia sensual y destrucc ión se transforman en bestias.
sexual. Es bien conocida la denunc ia que hace en los retratos Y luego tenemos la polém ica sobre si Goya era un artista
rea les de la corrupción física. Pe ro la sugerencia de co rrup- objetivo o subjetivo; si lo que le obsesionaba e ra producto de
ción aparece igua lmente en su retrato de Isabel de Porcel. Su su imaginac ión o, por el contrario, estaba obsesionado por la
Maja, tan hermosa, está, s in embargo, aterradoramente decadencia de la corte española, por la crue ldad de la
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Inqu is ición y e l horror de la Guerra de la Independencia espa- cierto (y Goya no solo estaba documentando la Gue rra de la
ño la. En realidad, la polémica no está bien planteada. Está Independencia s ino tamb ién profetizando sus conse-
claro que en ocasiones Goya utilizaba sus propios conflictos cuencias), entonces esa profecía no incrementa e l desast re;
personales, sus propios temores, como punto de partida de hasta cierto punto, lo atenúa, pues demuestra que los seres
su trabajo, pero lo hac ía porque era consciente de que él era humanos pueden prever las consecuencias, lo cual, después
una emanación característica de su época. La intención de su de todo, constituye un pri mer paso hac ia e l control de la cau-
obra era mayormente objetiva y social. Su tema era el de lo sas.
que son capaces de hacerse unos a otros los seres humanos. La desesperac ión de los artistas se suele ma linte rpretar.
La mayoría de sus temas entrañan acción entre las figuras . Nunca es absoluta. Nunca alcanza a su obra. En su ob ra, por
Pero incluso cuando solo hay una figura - una chica encar- pobre que sea la opin ión que t iene de ella, s iemp re hay una
celada, el disoluto de s iempre, un mend igo que alguna vez esperanza de alivio. Si no la hub iera, no podría reunír la ener-
fue "algu ien"- la imp li cación, muchas veces enunciada en el gía y la concentración necesarias para crea rl a. Y la obra del ar-
títu lo, es la de Miren lo que les han hecho. t ista constituye su forma de re lación con sus semejantes. As í
Sé que otros escrito res modernos tienen otro punto de que la desesperac ión expresada por una obra determ inada
vista. André Ma lraux, por ejemplo, dice que el de Goya es "el puede se r engañosa para a l espectador. El espectador siem-
tono re li gioso milenario del sufrim iento inútil, encontrado, pre debe perm itir que sus re laciones con sus semejantes
qu izá po r pri mera vez, por un ser humano que piensa que corrijan o ajusten su comprensión de esa desesperac ión, de
Dios le es indiferente". Y luego continúa dic iendo que Goya la misma manera que lo hace el art ista imp lícitamente en e l
pinta "el absurdo de se r humano" y que es "el mejor intér- propio acto de la creación . En m i opinión, Malraux - y en
prete de la angustia que se haya conocido en Occidente". El esto representa a un gran número de intelectuales desilu-
problema de esta visión, basada en la experiencia que da el sionados- no deja que se produzca ese ajuste, esa mati-
t iempo, es que produce un sentimiento de sometim iento zación; o, s i deja que suceda, su actitud hac ia sus semejantes
todavía más fuerte que e l que destilan las propias obras de es tan descorazonadora que no s irve en absoluto para aliviar
Goya: basta un escalofrío más para transformarlo en un senti- e l peso de la desesperación.
miento de absurda derrota. Si acontecimientos ulteri ores vie- Una de las confirmaciones más interesantes de que la
nen a demostra r que el profeta del desastre estaba en lo obra de Goya fue objetiva y extrovertida la encont ramos en su
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emp leo de la luz. En su obra , com o en el caso de esos ro- ***
mán ticos que disfr utan con el espa nto, no es la oscu ridad la
Primero repo sa sobr e el diván vesti da con el disfr az que le ha
que trans mite el horr or y el mied o. Es la luz la que los revela.
dado el nom bre por el que la cono cem os: la Maja. Luego, con
Goya vivió y obse rvó el mun do a través de algo muy próx imo
la mism a pose y reclinada en el mism o diván, está desn uda.
a la guer ra total y sabía que la noch e significa segu ridad y que
Desd e el mism o mom ento en que estas dos pintu ras fue-
es el alba lo que hay que temer. La luz en su obra es desp ia-
ron colg adas por vez prim era en el Mus eo del Prado, a prin-
dada por la sencilla razón de que mue stra la crue ldad . Algu-
cipios de siglo xx, el público no ha deja do de preg unta rse
nos de los dibu jos de la carnicería desc rita en Los desastres de
qu ién es esta muje r. ¿Será la duqu esa de Alba? Hace unos
la guerra pare cen fotog rama s cinem atog ráfic os de un objetivo
años se dese nterr aron los resto s de la duqu esa y se midi ó su
militar ilum inad o por las llam as desp ués de un bom bard eo;
la luz inun da los huec os de la mism a man era. esqu eleto con la es pera nza de pode r dem ostrar que no era
ella quie n había posa do para el pintor. Pero de no ser ella,
Finalmente, uno inten ta valo rar la obra de Goya tenie ndo
¿quién podría ser ento nces ?
todo lo dicho en men te. Hay artis tas, com o Leonardo da
Uno tiend e a quita r impo rtanc ia a esta cues tión redu-
Vinci o Eugene Delacroix, que, desd e un punt o de vista analí-
ciénd ola al cam po de los triviales cuch iche os corte sano s.
tico, son más inter esan tes que Goya. Rem bran dt mos tró en
Pero esto no quita para que las pintu ras encie rren rea lmen te
su man era de ente nder la pintu ra una mayo r com pasió n. Pero
un mist erio que fascina al que las cont emp la. El plantea-
ning ún artis ta ha cons egui do mayo r since ridad que Goya:
mien to de la cues tión, sin emb argo , es equivocado. No se
since ridad en todo el sent ido de la palabra, en el senti do de
enfre ntars e a los hech os y cons erva r los ideales. Con pacien- trata de quién. Eso nunc a lo sabr emo s, y aunq ue lo supié-
ramo s, segu iríam os sin ente nder el misterio. Lo que se trata
cia, con muc ho oficio, Goya grab ó al agua fuert e el aspe cto de
de desc ubrir es el porq ué. Si pudi éram os resp onde r a este
los mue rtos y de los tortu rado s, pero bajo el grab ado gara-
inter roga nte, sabr íamo s un poco más sobr e Goya.
bateó , impa cien te, dese sper ado, furioso: Por qué?, Amarga
presencia, Para eso habeis nacido, Qué hai que hacer mas? y
Esto es lo peor! La impo rtanc ia inest imab le de Goya para
noso tros es que su since ridad le forzó a enfre ntars e y a juzg ar
cues tione s con las que todavía segu imos lidiando.
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excepción de la piern a en segundo plano). Esto solo puede
haber sido el resultado de una idea: "Ahora me voy a ima-
ginar que está sin ropa". Si hubiera habido de verdad dos
poses, tomadas en diferentes momentos, las diferencias ten-
drían que haber s ido necesariamente mucho mayores.
Y lo que es más importante, existe el dibujo de la versión
desnuda, una prueba de la manera en que las formas del
cuerpo han sido visualizadas. Pensemos en los pechos, tan
redondeados, tan altos, apuntando ambos hacia fuera. Cuan-
Francisco de Coya, La Maja desnuda, antes de 1800.
do una figu ra está reclinada, no hay pechos que puedan tener
esta forma. En la versión vestida encontramos una expli-
cación. Envueltos, encorsetados, adoptan exactamente esa
disposición, y al estar sujetos, la retendrán incluso cuando la
figura esté tumbada. Coya ha levantado la seda para revelar la
piel, pero se ha olvidado de tener en cuenta el cambio de
forma.
Lo mismo puede decirse de la parte superior de los bra-
zos, especialmente el que está en primer plano. En e l des-
nudo, su gordura es grotesca, si no im posible; es tan grueso
Francisco de Coya, La Maja vestida, 1800-1808.
como el muslo, justo encima de la rodilla. De nuevo, la ver-
Mi propia explicación es que nadie posó para la versión sión vestida nos ofrece una explicación. Para encontrar el per-
desnuda de la Maja. Coya construyó la segunda pintura a par- fil del brazo desnudo, Coya tuvo que ad ivinarlo bajo los an-

tir de la primera. Con la versión de La Maja vestida ante él, la chos pliegues de las mangas y las hombreras de la chaqueta,
desnudó en su imaginación y traspasó al lienzo el fruto de su pero cometió un error de cálculo al limitarse a simplificar la
fantasía. Atengámonos a las pruebas. forma, en lugar de rehacerla.
Se da u na misteriosa identidad entre las dos poses {a Comparada con la versión vestida, la pierna en segundo
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plano ha sido ligeramente girada en dirección del espectador. (como a lgunos crít icos sugieren), sino po rque ha s ido visto,
De no haber hecho esto, habría quedado un espacio visible en lugar de imaginado. Cuanto más lo mi ras, más te con-
entre las piernas, y se hubiera perdido esa forma de barca que vences de lo extraordinariamente vago e insustanc ial que es
ofrece el conjunto del cuerpo. Y, paradójicamente, el des- e l cuerpo de la vers ión desnuda. Al principio, su lum inos idad
nudo hubiera sido menos parecido a la figura vestida. No te engaña hac iéndote pensar que es la pie l la que brilla. ¿Pero
obstante, s i giráramos de verdad la pierna en este sentido, no está más cercana rea lmente a la luz de una aparición? Su
cambiaría también la posición de las caderas. Y lo que hace rostro es tangible. Su cuerpo no.
que las caderas, el estómago y los mus los del desnudo parez- Goya era un d ibujante muy dotado y tenía una gran inven-
can flotar en el espacio (de modo que no podemos estar t iva. Dibujaba figu ras y an imales en movimiento con ta l rapi-
seguros del ángu lo que forman en re lac ión con el diván) es dez que está claro que tenía que hacerlo sin la refe rencia de
que, aunque la pierna en segundo plano haya s ido mov ida, la mode lo alguno. Al igual que Hokusa i, sabía cómo eran las
forma de la cade ra y del mus lo en primer térm ino ha s ido to- cosas casi instantáneamente. Su conocimiento de las apa-
mada directamente del cuerpo vestido, como s i la seda fuera riencias estaba conten ido mientras dibujaba en cada uno de
una neb li na que se hub iera disipado de repente. los mov im ientos de sus dedos y su muñeca. ¿Cómo es pues
En real idad, toda la línea del cue rpo en contacto con los posible que la fa lta de mode lo en este desnudo haya dado
a lmohadones y la sábana, desde la axila a los dedos del pie, lugar a una pintura tan artific ial e inverosím il?
es tan poco convincente en el desnudo como convincente en La respuesta, creo yo, hay que buscarla en sus motivos
la primera pintura. En esta, las almohadas y el d iván a veces pa ra pintar estos dos cuadros. Es posible que ambos le fue-
ceden a la forma del cue rpo, y a veces lo comprimen: la línea ran enca rgados como una nueva moda lidad de trampantojo,
de un ión es una costura en la que el h ilo desaparece y vuelve en el cual las ropas de una mujer desaparecen en un abrir y
a aparece r. En el desnudo, s in embargo, esta línea es como e l cerrar de ojos. Pero, a esas alturas de su vida, Goya ya no era
borde desh ilachado de un retal; no hay en e ll a nada de esa un hombre que acepta ra, sin más, enca rgos pa ra satisfacer
re lación que una figura y su ento rno establecen s iempre en la los frívolos gustos de otros. De modo que, de habe rle s ido
rea lidad. encargadas, Goya deb ía de tener sus propias razones subje-
El rost ro del desnudo sob resale con respecto a l cuerpo, t ivas pa ra acceder.
no porque haya s ido cambiado o pintado con posterioridad ¿Cuál fue entonces e l motivo? ¿Lo h izo acaso, como
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parecía obvio al princip io, con e l fin de confesar o celebrar un decenas de rostros, inclu ido e l suyo. Está ahí, en el acusado
asunto amoroso? Esto sería más creíble s i pudiéramos estar fastidio con que pinta a los hombres desnudos, equipa rando
seguros de que el desnudo fue verdaderamente pintado de l siempre su desnudez con la bestial idad, como en e l caso de
natura l. ¿Fue ta l vez para jactarse de a lgo que en real idad no los locos en el man icomio, los caníbales, los sacerdotes en el
había sucedido? Esto va en contra del carácter de Goya; su prostíbulo. Está presente en las llamadas "pinturas negras",
arte suele estar libre de toda presunción. Yo sugiero que que describen orgías de violencia. Pero, sobre todo, es evi-
Goya pintó la pri mera versión como un retrato informal de dente y constante en su manera de pintar la carne.
una am iga {o tal vez amante), pero al hace rl o, con ella allí Es difíc il describir esto con palab ras, y, s in emba rgo, es lo
d isfrazada m irándolo desde el diván, se fue obsesionando que hace inconfundibles casi todos los retratos de Goya. La
con la idea de que de repente ella pod ría estar s in ropas. carne t iene una expresión propia, como las facciones en los
¿Por qué "obsesionado"? Los hombres siempre están retratos real izados por otros pinto res. Esta ex pres ión va ría
desnudando a las muje res con los ojos como una forma in- según el retratado, pero siempre es una variación de la
trascendente de fingir. ¿Pod ría tratarse de que Goya se obse- misma demanda: la demanda de la carne, como si se t ratara
sionara po rque le asustaba su propia sexualidad? de un alimento que ha de sacia r el apetito. Tampoco se trata
En la obra de Goya hay una corriente ocu lta, pe ro cons- de una metáfora retórica. Es casi litera lmente cierto. A veces,
tante, que conecta el sexo con la violencia. Sus brujas son la carne es lozana, fresca, como una fruta. A veces está a rre-
producto de e lla. Y tamb ién, en parte, sus protestas contra bolada y con aspecto de tener hambre, presta a devorar. Por
los horrores de la guerra. Generalmente se supone que lo general -y esto constituye el punto de apoyo de su gran
condenaba lo que él m ismo había presenciado durante el in- sutileza psicológica-, sugiere ambas cosas a l mismo t iem-
fierno de la Guerra de la Independencia. Esto es cierto. En po: al devorador y a la víctima. Todos los temores mons-
conciencia, se identificaba con las víctimas. Pero pa ra su ho- truosos de Goya se resumen en este. Su visión más horrible
rror y desesperac ión, tamb ién se reconocía potencialmente es la de Satán devorando homb res.
en la personalidad de los torturadores. Uno puede reconocer esta m isma agonía en su pintura,
La misma tendencia ocu lta arde en forma de orgullo cruel aparentemente mundana, de la mesa del carnicero. No creo
en los ojos de las mujeres que él encuentra at ractivas. Palpita, que haya otra natura leza muerta en el mundo que haga mayor
provocativa y bu rlona, en las bocas sensuales y disolutas de hincapié en el hecho de que e l trozo de carne a ll í expuesto era
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hasta no hacía mucho carne viva, sensible, y que combine de y que ta l vez Goya se vio imaginat iva y emocionalmente enre-
ta l modo los sentidos literal y emotivo de la palabra "carn i- dado en la farsa, porque estaba intentando exorcizar sus pro-
cería". Lo aterrador de esta pintura, real izada por un hombre pios deseos.
que ha d isfrutado com iendo carne durante toda su vida, es ¿Por qué estas dos pinturas pa recen tan sorpren-
que no es una natura leza muerta. dentemente modernas? Cuando dábamos por supuesto que
Si estoy acertado en lo que d igo, s i Goya pintó La Maja la mode lo había acced ido a posa r para ambas, supon íamos
desnuda porque estaba obsesionado con el hecho de que que era la amante del pintor. Pero la fuerza de las pinturas, ta l
imaginaba a la mode lo s in ropas; es dec ir, imaginaba su como la vemos ahora, depende precisamente de la escasa
carne con coda su provocación, podemos empeza r a explicar evolución que existe entre ellas. La dife rencia res ide ún ica-
la razón de que esta pintura resu lte tan artific ial. Goya la pintó mente en que está desnuda. Esto debería cambiarlo todo,
pa ra exo rciza r a un fantasma. Al igua l que los murcié lagos, pero en rea li dad solo mod ifica nuestra manera de m irarla.
los perros y las brujas, esta mujer es ot ro de los monstruos Ella t iene la m isma expresión, la misma pose, guarda la
reve lados por e l "sueño de la razón", pero, a d iferencia de misma d istancia. Todos los grandes desnudos del pasado
aque llos, es hermosa porque es deseab le. Sin embargo, para ofrecen una inv itac ión a participar en lo mejor de su edad; las
exorcizar el fantasma, para poder llamarlo por su nombre, mode los están desnudas a fin de seducirnos y t ransfo r-
tenía que hacerla lo más idéntica posible a la pintura de e lla marnos. La Maja está desnuda, pero su expresión es ind ife-
misma vest ida. Goya no estaba pintando un desnudo. Estaba rente. Es como s i no fuera consciente de que la están viendo,
pintando la apa ri ción de un desnudo en una muje r vestida. como s i la estuviéramos observando a escondidas a t ravés
Por eso se empeñó en segu ir fie lmente la vers ión vestida, y del ojo de la cerradura. O, pa ra ser más exactos, como si no
por eso su inventiva hab itua l se vio tan inusua lmente inh i- supiera que sus ropas se han vue lto "invis ibles".
bida. En esto, como en tantas cosas más, Goya fue profético.
No estoy sugiriendo con esto que Goya se proponía que Fue e l primer artista que pintó un desnudo como s i se tratara
e l espectador interp retara así las dos pinturas. Esperaba que de un cue rpo desconocido; fue el primero en sepa rar el sexo
e l público se creyera a pies juntillas lo que veía: una mujer de la intim idad, en sustitu ir la energía de l sexo por una esté-
vest ida y una mujer desnuda. Lo que yo ins inúo es que la se- t ica del sexo. La energía, por su propia natura leza, rompe las
gunda vers ión, el desnudo, fue probablemente una invención, fronteras, y la función de la estética es constru irlas. Como he
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sugerido, puede que Goya tuviera sus propias razones para tan precipitadamente de casa de su hermana, o de por qué
temer esa energía. En la segunda mitad del siglo xx, el esteti- ella se está muriendo, o por qué dijo Corker lo de "pesa de
cismo del sexo ayuda a estimular, a hacer más competitiva y cojones", o por qué tiene una pistola en el cajón, o por qué
a mantener siempre insatisfecha a la sociedad consumista. dice que va a contratar a Bandy Brandy de asistenta, o por qué
está ahí arriba comportándose como si estuviera borracho,
*** pero está seguro de que el propio Corker tampoco podría

Hay telarañas en las cuatro esquinas. Dentro de una ho ra, darle una explicación. Le parece a Alee que algo está empu-
jando a Corker, como si le impulsara un viento muy fuerte.
Alee le devo lverá las violetas a Jackie, dentro de una hora se
habrá largado de allí. De verdad no se cree lo de los dos che- Un vendaval provocado por el hombre que lo ha metido en
un túnel y lo arrastra por las catacumbas. La hervidora em-
lines de aumento. Le parece que si alguna vez vuelve a empe-
pieza a pitar, anunciando que el agua hierve. Alee no ha visto
zar allí un día laborable, Corker y él tendrán que fingir que el
día que lo vio a cuatro patas nunca sucedió. Y si fingen que nunca una catacumba, pero mientras vierte el agua en la te-
tera, siente y oye las costras blanquecinas que a lo largo de
nunca sucedió, a Alee nunca le habrán ofrecido el aumento
de sueldo. Se acerca al escurridor desvencijado donde siem- los años se han ido formando dentro de la hervidora (hacen

pre dejan, boca abajo, la vieja tetera color marrón. Y ahí se le que pese más y producen un débil cascabeleo), y esto le su-
giere el mundo descarnado, contumaz, mineral y subterráneo
ocurre un segundo razonamiento para no creerse lo de los
dos chelines. Y empieza así: no puedo evitar que me dé pena que uti liza como metáfora para describirse a sí mismo la

el pobre tipo. Echa un poco de agua caliente dentro de la te- natura leza del sufrimiento de Corker, o lo que él imagina que
debe de ser ese sufrimiento. Se acerca a un aparador. En un
tera para calentarla. Le da pena Corker porque desde la hora
de comer parece un anciano incapaz. Se imagina a Corker de estante hay unas cuantas tazas y platillos y platos. En otro, un
paquete de sal, té, un paquete de galletas y un pequeño tarro
batín haciéndose el desayuno allí mismo mañana por la ma-
de pasta Marmite, casi vacío. En el estante inferior están las
ñana - en ese momento, él mismo está poniendo dos cucha-
radas de té en la tetera- , y no, el pobre tipo no es que vaya a sábanas y las fundas de almohada que mencionó Corker. Alee
deja las tazas en el estante, junto al tarro de Marmite, y se in-
desayunar mucho. Pero más que nada, le da pena Corker por
todo lo que sigue siendo imp redecible, lo desconocido, lo no clina para examinar las sábanas. Corker puede negarse a darle

dicho. Alee no está seguro de la razón por la que Corker salió una explicación, pero Alee lo descubrirá por él mismo. Las
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sábanas no parecen nuevas. Seguramente, Corker se las llevó planchadas. Pone las dos tazas en la mesa que está al lado de
de West Winds. ¿Tenía all í también una cama ancha? Det rás la estufa de gas. La leche se guarda en un arma ri o, debajo del
de las sábanas hay dos cajas. Una es blanca y no t iene nada fregade ro pa ra mantenerla fresca . En el alfé iza r de la ventana,
escrito. La abre. Dentro hay una botella del tamaño de las de encima de l fregadero, están las vio letas. La tube ría de plomo
ginebra. Está s in ab ri r. La etiqueta está en una lengua ext ran- del desagüe forma un codo dentro del armario. La diferencia
jera, pero Alee lee la palabra "Kummel" y reconoce el nomb re entre la leche que llena la botel la y el agua que corre por el
de la bebida vienesa de la que hablaba Corker. La segunda desagüe le sugiere la dife rencia entre la historia de su pene y
caja es dorada y t iene la palabra "atracción" esc rita en relieve la del de Corker. Suelta un sus pi ro y cie rra la puerta del arma-
con letras negras y sesgadas. Alee comprueba cu idado- rio con el pie. Se vue lve a fijar en las violetas y recorre su his-
samente si está abierta. Lo está. Levanta la ta pa. Contiene una tori a. Se pregunta po r qué Corker no puede ser como el resto
bandeja de bombones de fo rmas dist intas envueltos en papel de los hombres, como los otros, solo mayo r que algunos. Re-
de plata de dife rentes colores, todos oscuros. Faltan algunos, cue rda la imagen de Corker de bebé tend ido en un cojín azul.
y se ven los huecos de color oscuro que los contenían. En la Recuerda a Corker d iciendo que el Kumme l es bastante fuer-
parte interi or de la ta pa hay una estampa, como una postal gi- te. Se le pasa por la cabeza abrir la botel la y echar un poco en
gante. Representa a una mujer desnuda tumbada en una e l té de Co rker. Al da rl e su taza, le diría: con cariño, de parte
cama. Tiene el cabello oscu ro y los ojos grandes, pero no de la Maja. Puede que el viejo se quede dorm ido, comple-
t iene ve llo entre las piernas, as í que se lo deb ió de afeitar. Es tamente borracho, musitando: ¡Maja! ¡Maja! El cabrón, piensa
pequeña, de l tamaño de Jackie, más o menos. Tiene la piel Alee, el bo rracho cabrón que se puso a cuat ro patas y lam ió
muy blanca, hasta las plantas de los pies las t iene blancas. e l suelo. Alee pone leche en las dos tazas. Una está un poco
Pa rece una foto, pero está en colo res y podría ser un cuad ro. mel lada. Tiene unas fuentes gigantescas, pero ni una taza de-
Al pie dice: La Maja desnuda. Alee vue lve a mirar los bom- cente. Al echar e l té sobre la leche y ver apa recer e l conocido
bones y, s in sabe r por qué o pa ra qué, em pieza a contar los tono beis, recue rda a Jackie hac iendo e l té para e l desayuno
que faltan. Siete. Se imagina a Co rke r en la cama, comién- de aque lla mañana. Té, té, té, piensa, y cada té representa a al-
doselos. Luego se lo imagina mirando a la mujer desnuda guien deseando una taza de aquel líquido marrón claro, a él
mientras se los come. ¡Socorro!, piensa, y cie rra la caja y las mismo tomándoselo en la cocina de la casa de la madre de
vuelve a dejar las dos detrás de las sábanas dobladas y bien Jack ie, a su propia madre, a sus hermanos llevándose los
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termos con té al trabajo, al club ciclista, cuando llueve y se JARDINERO.- Si tuviera hijos ... Dicen que el duque no es buen
paran en un bar, a los chicos merodeando por el quiosco de semental.
bebidas de la estación a las dos de la madrugada. Es cierto DUQUESA.- Bebe, ángel, bebe; es de los limones de nuestro
que a Corker también le gusta el té, pero él es diferente. jardín.
Cuando Corker se toma el té, arrastra con él su caja de bom- COYA.- Debería estar prohibido que nadie tuviera esta voz.
bones y sus caballeros de la tabla redonda y sus sentimientos DUQUESA.- ¿Has soñado que el mundo era malo? No, no .. .,
estrambóticos, y Alee tiene que quedarse allí sentado, escu- solo el suyo, el nuestro no lo es. Esto te refrescará; te lo
chando. Alee no le echa la culpa de ser como es. Pero ahora pondré así, ves cómo te refresca, cómo refresca a mi ángel.
ve la conclusión del segundo razonam iento para no creerse COYA.- ¡Qué voz tan hermosa! Es como si te atravesara.
lo de los dos chelines de aumento: no puedo evitar que me DUQUESA. - Mira, ves, ya no duele ... Te voy a sanar. Verás qué
dé pena el pobre tipo, pero no me puedo quedar con él para bien ... lo arreglaremos todo, pluma a pluma. Ven conmigo,
siempre, ¿no? dolorcito, deja al niño y ven con Cayetana. Ven conmigo,
muertecita.
*** COYA.- Mi madre solía decir que la muerte era una pluma.

ACTO PRIMERO- ESCENA CUARTA JARDINERO.- Su madre, don Francisco, era una mujer que
medía sus palabras.
Día . Primavera (1794). Residencia de la DUQUESA. A la derecha DUQUESA.- No os acerquéis. Ha cerrado los ojos.
de la capilla, una cama con un dosel de muselina. La DUQUESA JARD I NERO.- ¿Garrotillo?
se inclina sobre la cama susurrando algo. El JARDt N ERO pinta DUQUESA. - Déjalo tranqui lo.
una de las ruedas del carruaje. COYA abre la portezuela y sale. El COYA.- ¿Escarlatina?
JARDINERO deja de pintar. Ambos observan a la DUQUESA, que JARDINERO.- ¿El mal de los pantanos?
sigue haciendo como si consolara a un niño enfermo. COYA.- ¿Fiebre tifoidea?
[El ENANO da un brinco, rasga las colgaduras del dosel y se echa
DUQUESA.- Ya pasó, ya pasó. Enseguida te pondrás bueno. Yo
fuera de la cama.)
te voy a sanar, ya verás. No te asustes, pequeñito, yo te voy a
ENANO.- ¡Trastornos del crecimiento!
sanar...
{COYA, encolerizado, increpa al ENANO.)
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DUQ U ESA.- ¿Por qué te enfadas? Ven y s iéntate a m1 lado. especial.
Digámonos buenos d ías. Buen día, Ho m bre Rana. GOYA.- ¿Más teatro con e l enano?
GOYA.- ¿Cómo soporta tu ma ri do a este bicho? D U Q U ESA.- ¿Sabes por qué lo llamo Amore?
D U Q U ESA.- Mi marido no tiene que soportar nada. Toca a GOYA.- Maté a un hombre en una ocasión.
Haydn. D U Q U ESA.- No he conocido hombre que no presuma de
GOYA.- Y yo lo so po rto todo. habe r matado a otro. In cl uso m i marido d ice que mató a un
¿No crees que todos tenemos de recho a gasta r
D U Q U ESA.- hombre ..., a un flautista, me pa rece. Ea, no te enfades más.
bromas? ¿O acaso todos los ca prichos tienen que llevar la Qu iero enseñarte algo.
fi rma del maestro im presa en una plancha? [El JARD I NERO baja la cortina de una de las ventanillas del ca-
JARD I NERO.- ¡Jesús, Ma ría! ¿Está oyendo lo que d ice? ¿A que rruaje. La DUQUESA entra en la capilla en ruinas seguida por
se los ha enseñado? Se los ha enseñado. ¿Cuántas veces le CO YA. Silencio. No vemos el cuadro que están mirando.]
he d icho que no se los enseñara a nad ie? Es pelig roso po r D U Q U ESA.- Lo com pré a los trece años, cuando me casé.
d iecinueve razones. GOYA.- Era impenetrab le. Jamás juzgaba. Mantenía s iemp re
D U Q U ESA.- ¡Bat urros! ¡Baturros! No sabéis vivir. Ninguno de esa d istancia eterna. Solo su mirada la acaricia.
los dos sabe distingu ir en tre un cochero y un señor. ¡M ira D U Q U ESA.- ¡Su mirada! ¿Qué importa su mirada? Lo que
cómo te hab la! cuenta es la mujer que está ahí tendida, desnuda sobre la
GOYA [al JARDINERO].- Solo ha visto uno o dos bu rros. cama. La miro todas las noches después de rezar m is o ra-
JARD I NERO.- ¿Y qu ién es el burro? Veinte razones. ¿Conoce a ciones. Ella, ella es la que im porta.
a lgu ien de aqu í que no se vaya de la lengua? ¡Siemp re rajando GOYA.- Poco, importa muy poco. Observa los te rciopelos que
y rajando! Palabras señaladas no qu ie ren testigos. enma rcan y reflejan su cuerpo. Él sabía exact amente lo que
D U Q U ESA.- ¿Y en Aragón, seño r mío? hac ía.
JARD I NERO.- En Aragón, seño ra D U Q U ESA, los homb res D U Q U ESA.- ¿Cómo puedes decir que e ll a no importa? ¡Qué
miden sus palabras, son lengüicortos y reservados. desfachatez! Nos observas, te lo pasas en grande claván-
[COYA hace un gesto amistoso al JARDINERO, que vuelve al ca- donos con t us pinceles a tus sábanas, a tus lienzos, y luego
rruaje, recoge el bote de pintura, entra y cierra la portezuela.] presumes de saber exactamente lo que hac ías. Pues no sabes
D U Q U ESA.- ¿Estás todavía enfadado? Te he prepa rado a lgo nada. Los hombres solo veis lo superficia l, las apa ri encias.
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¡Sois todos incorregiblemen te tensos, incorregiblemente D U Q U ESA.- Sus colores, caballero, son asunto suyo. Lo harás
engreídos! ¡Todos, no se salva ni uno! Monumentos mascu- de memo ri a. Me pintarás cuando te quedes solo. Reco rda rás
linos a la erección interminable. a todas las mujeres que has conocido, a todas las muje res
GOYA.- Yo podría hace rlo mejor. que has dejado en cueros - como tú m ismo dices tan gráfi-
D U Q U ESA.- ¡Ya! Eso es lo ún ico que importa. Ma ría Teresa camente-, cerra rás los ojos y las vo lve rás a ver, y entonces
Cayetana de Silva y Álva rez de To ledo le ha enseñado a su pond rás toda tu energía, toda tu virilidad, toda tu rap idez en
amante su Velázquez, el único cuadro de toda la larga h istoria reco rda r lo que d istingue cada centímetro cuadrado del cuer-
del arte español en que aparece una mujer desnuda en una po de la dec imotercera D UQ U ESA de Alba del cuerpo de cual-
cama, y a su amante solo se le ocurre deci r que é l podría ha- qu ie r otra mujer, aho ra o en el futuro. De memoria. Será una
cerl o mejor. prueba solitaria de tu amor... Luego te prometo un mes en e l
GOYA.- Y pod ría hace rlo mejor. campo juntos ... solo tú y yo.
D U Q U ESA.- ¿Cómo me pi ntarías? [El JARD I NERO sale del carruaje, empieza a pintar la rueda.
GOYA.- Tendida de espaldas con las piernas cruzadas. Claván- COYA cruza el escenario.]
dome los ojos. GOYA.- ¡Más y más y más y más ... descarada!
ACT RI Z.- ¿Vestida? [COYA entra en el carruaje. La DUQUESA agita un pañuelo.]
GOYA. - Para los que así qu is ie ran verte. D U Q U ESA.- Trabaja rápido, Hombre Rana.
ACT RI Z.- ¡Desnuda! ¡Cobarde! [Se apagan las luces.]
GOYA.- ¡Pri me ro vestida!
[...1
D U Q U ESA.- ¡Qué paciencia! ¡Qué moderación!
GOYA.- Y luego, en un abri r y cerrar de ojos, desnuda. ACTO SEGUNDO - ESCENA OCTAVA
D U Q U ESA.- Con m i consentim iento, cla ro.
GOYA.- Con tu consentim iento o s in él, Cayetana. Puedo qui - Noche (1811). El mismo decorado de la escena anterior, salvo que
tarte las ropas. Puedo dejarte en cue ros con la m isma fac i- la cuerda de tender donde están puestos a secar los grabados va
lidad con la que puedo pintarte. ¡Aquí! [Se señala la cabeza.) ahora de un extremo al otro de la habitación. COYA los toca,
Aquí es donde aventajo a Ve lázquez. No neces ito espejos. Me examinándolos, sin descolgarlos. El J ARDINERO corta leña para el
a rrastro. Mezclo m is colores con arrojo . fuego.
.'
.•.
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JARD I NERO.- Esta mañana he entrado las celindas. Nunca JARD I NERO.- En el izqu ierdo.
había hecho este frío tan pronto. Me dio miedo. [COYA le levanta la camisa al JARDINERO y busca el piojo, con
GOYA.- ¿M iedo de qué? las gafas puestas en la punta de la nariz.)
JARD I NERO.- De que se helaran las celindas. GOYA.- No veo nada. Neces ito una vela.
GOYA.- ¿Y cuáles son esas? JARO 1N ERO [empezando a reírse].- Me hace cosquillas.
JARD I NERO.- Las matas grandes con flores blancas. Las que [COYA da un paso atrás. El JARDINERO baja el hacha y corta el
t ienen las macetas del patio. tronco.]
GOYA.- ¿Blancas, has dicho? GOYA.- Quería darle un poco más tiempo al t ronco que t ienes
[El JARDINERO asiente con un gesto de cabeza.] a tus pies.
¡Ciegos! ¡Estáis todos ciegos! Las flores que tanto te preo- JARO 1N ERO.- En estas circunstancias es doblemente cruel.
cupan son rosas. No blancas. Blancas, si insistes, pero man- [COYA no ha oído nada. El JARDINERO coge un trozo de papel de
chadas de sangre. ¡Quédate así qu ieto! No muevas los bra- la mesa y escribe: DOBLEMENTE CRUEL.}

zos. Mantén ahí el hacha, Juan . GOYA.- Si los troncos vieran, si tuvieran ojos, si pudieran con-
[El JARDINERO se queda inmóvil con el hacha alzada por encima tar los minutos, sería mejor que el hacha cayera inmedia-
de la cabeza. COYA continúa examinando los grabados.] tamente. Pero los troncos no pueden contar.
JARD I NERO.- Si va a hacer un dibujo, don Francisco, no se de- JARD I NERO.- ¿No sabe cómo llaman a los homb res en Má-
more mucho. laga?
GOYA.- ¡No muevas el hacha! ¡Dibujos! ¡Los dibujos vienen GOYA.- ¿A los hombres?
solos! Basta con abrir el saco, levanta rlo e inclinarlo un poco JARD I NERO.- Les dicen troncos con nueve agujeros.
para que salgan todos los escombros. Los dibujos son [COYA cuenta los agujeros.]
escombros. No te muevas, Juan. GOYA.- ¿Has encontrado algo de arroz hoy?
JARD I NERO.- No tengo más remed io. JARD I NERO.- No. Los franceses arramblaron con todo antes
GOYA.- Creía que eras más fuerte. Creí que tenías unas espal- de irse, y lo que no se llevaron ellos lo han saqueado los
das de toro. británicos. O eso, o que la gente ya no quiera vendernos. No
JARD I NERO.- Tengo un piojo en el sobaco. me gusta la cara que ponen cuando les pregunto. En mi opi-
GOYA.- ¿En cuál? Te lo sacaré. nión, don Francisco, deberíamos pre pararnos para
.'
.•.
'
desaparecer por algún t iempo. Solo la enfermedad de doña nuestro t rono, lo pintaré con un sable en la mano y un som-
Josefa me ha disuad ido de decírselo antes. Sé de un luga r brero de tres picos bajo e l brazo. Y s i no quiere posar pa ra
donde podemos esconde rnos. mí, lo pintaré de memoria. [Se mira en el espejo.] Todos me
[GOYA parece no haber oído. El JARDINERO escribe en un papel: perdonarán.
¿ESCONDERNOS?) JARD I N ERO.- Las lavanderas d icen que no está usted tan
GOYA.- No tenemos motivo alguno pa ra alarmarnos. Ya he sordo que no o iga el t intineo de los rea les en las bolsas. Por
ofrecido mis servicios a los vencedores. Los conquistadores é l sabe cuándo tiene que cambiar de ca misa. Eso d icen.
neces itan pinto res y esculto res. Nunca lo o lvides. La victo ri a GOYA.- Todos me perdonarán.
es efímera ... tan efíme ra como la mús ica, cuando se toca. Los (Entra el M iD1co.)
retratos de la victoria son co mo los retratos de boda, salvo MÉD I CO .- Siento tener que decirle, don Franc isco, que ya es
que no hay novia. La nov ia es su triunfo. No sé por qué, pero demas iado tarde. Su esposa ha muerto.
siem pre ha sido as í a lo largo de la historia. Por eso qu ie ren [GOYA se postra de rodillas.]
esos jod idos retratos de sí mismos con la novia inv isible. Y GOYA.- Incluso m i m uje r me perdona rá.
yo puedo pi nta rl os mejor que nad ie. Tengo una deb ilidad po r (GOYA sigue de rodillas con la cabeza gacha. Son ido casi imper-
los vencedores, sob re todo por sus cuel los, sus botas, sus ceptible del mar. De pronto se pone en pie.]
un iformes . Creo que todos estamos dest inados a triunfar. ¡Y s i los hombres no pe rdona ran!
Antes de que tuviéramos ningún destino, fu imos los hijos de [Se agarra con ambas manos a la cuerda de tender y avanza
un triunfo. Nacimos de una eyaculación . agarrado a ella, como un hombre en una galerna.]
(Entra el M iD1co.) ¿Saben cuánto es im perdonable? ¿Saben que hay actos que
MÉD I CO .- Su m uje r quiere ve rlo . Dice que tiene que deci rl e nunca pueden ser pe rdonados? Nadie los ve. Ni s iqu ie ra
a lgo a su marido. Dios.
[Sale el MÉDICO a toda prisa.] [Se oye más fuerte el ruido del mar.]
GOYA.- Pron to pintaré al duque de Wellington. Él insiste en Qu ienes los pe rpetran entierran lo que han hecho con pala-
que lo retrate a caball o. bras, pa ra no verlo ellos ni que lo vean los otros. Pronuncian
JARD I N ERO.- Don Federico ya se ha escondido. e l nombre de sus víctimas, les ponen etiquetas, repi ten histo-
GOYA.- Cuando el Deseado de la Puta vue lva a sentarse en rias. Todo está preparado con mald iciones e insu ltos y
.'
.•.
'
susurros y discursos y cháchara hueca. El diablo actúa con (Los dos ancianos se quedan quietos. GOYA imita el canto del jil-
palabras. No neces ita nada más. Distribuye palabras y con el guero.]
inocente trabajo de la lengua y el paladar y las cuerdas voca- GOYA.- As í canta.
les, la gente se convence de hacer e l ma l, y luego con las m is- FEDER I CO.- ¿Cómo lo sabes?
mas palabras y los m ismos ma ld itos números ocultan lo que GOYA [sin oír lo que le dicen].- ¿Te gustaría oír al trepatroncos?
han hecho, hasta que queda olvidado, y lo que se o lvida se Pepa me está enseñando el can to de todos los pájaros.
perdona. FEDER I CO.- ¿Y tu nueva pintura?
(GOYA se acerca a un grabado.] GOYA.- Hace dos s ig los, un holandés pintó un jilgue ro.
Lo que queda grabado no se perdona. FEDER I CO [gritando].- ¿Que cómo va tu nueva pintura?
[Se postra de rodillas.] GOYA.- Tengo problemas con el cielo, detrás de la cabeza.
No nos perdones, Señor. Haz que veamos s iem pre lo im pe r- Antes nunca me hab ían dado problema los cie los.
donable, de modo que no pueda ser pe rdonado. FEDER I CO.- Los cielos franceses no son igua les. Míralo. Son
[Se pone en pie, avanza hacia la salida por la que entró el lechosos. Las panaderías tamb ién son diferentes . Tengo que
MÉDICO.) confesa r que con la edad me estoy vo lviendo go loso.
Perdóname, Josefa, pe rdóname ... {FEDERI CO se saca un brioche del bolsillo y le ofrece la mitad a
GOYA. Se sientan.)
ACTO TERCERO
GOYA.- ¿Ya has d icho lo de "tengo que confesa r que con la
edad me estoy volv iendo go loso"?
Mañana de primavera (1827-1828) . Brilla el sol. jardín de la resi-
dencia de Goya en Burdeos. [El decorado es prácticamente el {FEDERI COecha miguitas a los pájaros.]
Esta noche he do rm ido mejor. No he tenido sueños. Po r eso
mismo del cementerio.] El JARDINERO está subido a una escalera
estaba todav ía acostado cuando llegaste.
podando una enredadera que trepa por una pared. Entra GOYA
apoyado en un bastón (es ahora un hombre de más de ochenta FEDER I CO.- No me ha importado. Tenía muchas cosas en que
pensa r... hay espías del Santo O ficio aquí en Burdeos. Estoy
años), acompañado de FEDERICO, que tiene la misma edad.
seguro. Don Tiburcio se ha negado a darnos más d inero para
GOYA [señalando].- Hay un jilguero en el a lmendro.¿ Lo ves?
e l periód ico.
FEDER I CO.- Te lo digo todos los días, Francisco, m i vista no
es la que era. GOYA.- ¿Cuál?
.'
.•.
'
FEDER I CO.- El que hacemos en español, el que yo edito. FEDER I CO.- ¿Me has oído, pues?
GOYA.- Te haré una litografía. GOYA.- Claro que no.
FEDER I CO.- La ún ica exp li cación que ha dado es que han FEDER I CO.- En todas partes se alza la restau rac ión del pasado.
amenazado con mo lestar a su fami lia en Valencia. Mientras Todo el mundo se vanagloria de lo que antaño se consi-
tanto, ya debemos t rescientos francos al impresor. deraba una vergüenza. [Gritando:] Dime, d ime, ¿qué podemos
GOYA.- Pronto habrá en el mundo más periód icos de exilados esperar ya?
que estrellas en el cie lo . GOYA.- ¡Esto! [Imita el canto del jilguero.] Lo que le queda a
FEDER I CO.- Solo trescientos ... para pagar a la imprenta. nuestras esperanzas es una la rga desesperación que engen-
GOYA.- Mis litog rafías no se venden bien. La gente no quiere dra rá nuevas esperanzas. Muchas, muchas esperanzas ... Voy
saber nada. Quieren todo en color y estereofón ico ... ¿Tienes a vivir tanto como Tiziano.
nuevas noticias de a ll á? {Entra PEPA .)
FEDER I CO.- ¡Nuevas! Corren tiempos de plomo. La Consti- PEPA [a F EDERICO].- Ya está su chocolate.
tuc ión ha sido anulada, inva li dada. Las ideas, cautivas. La FEDER I CO.- Las cosas claras y el chocolate espeso.
gente desaparece en las cal les. Se tortura. El e lectrochoque GOYA.- ¿Lo ha vue lto a decir?
está a la orden del día. Aumentan los arsena les ocu ltos. Reina {PEPA asiente con un gesto y toma a COYA del brazo. Salen
la glotone ría de l terror. Lo mismo que te cuento todas las FEDER I CO y el JARDINERO, con la escalera a cuestas, y se dirigen
mañanas, am igo mío. ¿Llegarán alguna vez otra suerte de hacia la casa. Hablan muy bajo, casi en un susurro. COYA no
noticias? La nueva notic ia, Paco, es que ya estamos viviendo tiene dificultad para oír.]
en el futu ro. No en e l futuro por el que luchamos y morimos, ¿Te has leído las páginas de Quevedo que te marqué?
sino en e l futu ro que lo ha sustitu ido, el de los gigantes ... Esa PEPA.- Todas.
es la última notic ia. ¿Cambiarán las cosas algún d ía? GOYA.- ¿Y?
GOYA.- Si te callas un momento, te haré el canto de l ruiseñor. PEPA.- Trataban de l Juic io Fina l.
FEDER I CO.- Si no te conociera como te conozco, Hombre GOYA.- ¿Y la historia que t rata de mí?
Rana, diría que chocheas. PEPA.- A El Sosco, el pintor, lo estaban interrogando en el in-
GOYA.- Entonces no hagas preguntas tan estúpidas como esa fierno. ¿Po r qué pintabas tantos hombres deformes cuando
de si llegarán alguna vez otra suerte de noticias. e ras pinto r a ll á en la tierra?, le pregunta ron. Y é l contestó:
.'
.•.
'
porque no creo en el demon io. en el pecho. ¿ Estoy loco, Pe pa?
GOYA.- Correcto. PEPA.- Al menos no se cree Napo león .
{PEPA se sienta en un columpio. COYA permanece de pie, frente a [COYA se sienta en una banqueta y se agarra la cabeza entre las
ella.] manos.]
¿Sabes qu ién es el pe rsonaje más popula r del man icom io de GOYA.- Un hombre se dob la po r la mi tad entre un par de la-
ahí abajo? ¡Napoleón ! Conté qu ince hombres que llevaban bios. 1ntenta entrar en la boca. Cuando lo consigue, no puede
so m breros im itando al suyo y un letrerito que dec ía: soy salir. Uno debe llamar po r su no m bre a todo lo que ve.
Na poleón. ¿Sabes por qué les gusta tan to a los locos Napo- Nunca se deben ignorar las consecuencias. Esa es la única
león? posibi lidad de enfren tarse a la barbarie. Ver las conse-
PEPA.- No. cuenc1as.
GOYA.- Porque Napoleón estaba lo bastante loco para pre- PEPA.- No se torture, Francisco. Siempre es así al fina l de la
sum ir de que ten ía una renta anual de trescien tos m il hom - mañana, y luego pasa, se va. Jugue mos a algo. He puesto el
bres. retrato de un joven en nuestro álbu m fam iliar. (Abre un cua-
[PEPA coge unas flores y se las ofrece a COYA.j derno sobre sus rodillas.] Lleva un sombre ro negro muy grande
PEPA.- El viernes a las dos de la ta rde habrá una ejecución pú- y t iene unos penet ran tes ojos oscuros.
bli ca en la Place d'Aqu ita ine, a l esti lo francés, con gu illotina. GOYA.- Sin duda era amb icioso.
GOYA.- All í esta ré PEPA.- Y una boca g rande ... sensual. Era un homb re con fue r-
PEPA.- Un pobre desgraciado llamado Jean Bertain asesinó a tes apetitos.
su cuñado. GOYA.- Pues yo he puesto el ret rato de un hombre de pie de-
GOYA.- Tal vez el cu ñado estaba violando a su sob ri na. La lante de un caballete.
co m pasión no es algo hab itua l entre los hombres. PEPA.- Tiene unas vel itas encend idas en e l a la de l so m brero.
PEPA.- Usted cierra los ojos cuando s iente com pas ión .
GOYA.- Tengo un par de ojos den tro de la cabeza, y esos no
se cie rran nunca. ¿Me quieres, pequeña?
PEPA.- ¿Un poco, mucho o apas ionadamente?
GOYA.- Si pi nta ra una min iatu ra en marfil te la podrías colgar
.••
.•
••
GOYA.- Tal vez, lo es. Pero no soy yo.
PEPA.- Sí... es usted y es su arte, por algo los pintó usted.
[De pronto, pierde todo interés en la conversación. Se
COYA

queda mirando fijamente a la sepultura de la DUQUESA de Alba,


al otro lado del columpio. Aparece la DUQUESA. PEPA no la ve.]
covA.- Déjame ahora solo, Pepa.
PEPA. - Su arte, don Francisco.
GOYA.- ¡Al infierno con m i arte!
PEPA.- Fue usted un profeta. Predijo el futuro.
Francisco de Goya, Murió la Verdad (Los desastres de la [La DUQUESA avanza hacia COYA.]
guerra) , 1810-1815. GOYA.- Ven, ven, acércate.
PEPA.- Y con qué compasión, además.
GOYA.- Trabajaba toda la noche.
GOYA.- ¡Lárgate, te digo, largo ... !
PEPA. -¡Que/ panache! Era muy elegante ... con calzas estrechas [COYA expulsa a fuera del jardín empujándola con el bas-
PEPA
y todo. Y ahora el mismo homb re, más viejo. Lleva gafas.
tón. Se vuelve al público.]
GOYA.- Ha visto demasiado.
¡Voyeurs! ¡Largo!
PEPA.- Tiene pocas arrugas y lleva una bufanda de seda blan-
[Dando la espalda al público, observa a la DUQUESA, que se está
ca alrededor del cuello.
desnudando para él, como en un espectáculo de striptease.J
covA.- Era ya el año de la Revolución francesa. Mi vida, mi vida querida ...
PEPA.- Luego he puesto en el álbum el retrato de un hombre
[La DUQUESA abre los brazos, recibiéndole.]
de pie contra un fondo negro. Parece sorprendido, sorpren-
ouQu ESA.- Todas para ti, todas y cada una de las plumas.
dido de estar vivo. Ven, amor mío, ven, ven, Hombre Rana.
GOYA.- Sencillamente ya es viejo ... tiene casi setenta años. La
[La DUQUESA desaparece. COYA cae al suelo. El escenario está en
peste asola Madrid y se ha llevado a Amere. completo silencio. Como si fuera a bajar el telón, pero no funcio-
PEPA.- La expresión cambia, pero es siempre el mismo hom-
nara el mecanismo. Entra PEPA, se sienta en el suelo y pone la
bre.
cabeza de COYA en su regazo.]
.' •
.' •
PEPA.- Siempre hace igual. Siempre se le escapa. Nunca es lo
bastante rápido.
GOYA.- Camino con bastón ...
[Van entrando desde diferentes direcciones todos los demás acto-
res, vestidos como en el pr61ogo. El JARDINERO, con la careta, se
dirige a la colmena. PEPA se separa suavemente de COYA, se
pone en pie y toca la campana. Los actores empiezan a salir del
cementerio exactamente igual que lo hacían en el prólogo. PEPA

vuelve al lado de COYA.j


VIUDA(para si].- Dios m ío, haz que reine la justicia en el
mundo. Francisco de Goya, Si resucitará? (Los desastres de la guerra),
MÉo1co [a la actriz].- Te hiciste actriz porque querías seducir 1810-1815.
a tu padre.
GOYA [a PEPA].- ¿Han terminado? ¿Está terminado mi retrato?
PEPA.- Sí, está terminado.
GOYA.- Pues que lo firmen.
PEPA.- Ya está.
GOYA.- ¿Estoy muerto, Pepa?
PEPA.- No se preocupe. Por esta noche está verdaderamente
muerto.
{LEAN DRO es el último en salir.}
LEANDRO [a PEPA, gritando].- ¡Esta noche ponte e l vestido
blanco nuevo!
GOYA.- Eso está bien ...
[coYA cierra los ojos y duerme. El JARDINERO fumiga la col-
mena. Cae un tel6n blanco sin imágenes ni firmas.}
.' •
.•
''
J.M. W. Tu rner Twickenham, dos zona s de Lond res tamb ién próx imas al río.
1775-1851 Turn er fue un niño prod igio y ya a los nuev e años gana ba
algú n dine ro colo rean do grab ados ; a los cator ce, entró en las
No ha habi do otro pinto r com o Turner. Y esto se debe a la
escu elas de la Roya l Academy. A los diec ioch o años ya tenía
cant idad de elem ento s difer entes que se com bina n en su
su prop io estu dio, y poco desp ués su padr e dejó la barb ería
obra . Hay muc hos moti vos para pens ar que es Turner, y no
para conv ertirse en el ayud an te y factó tum de su hijo. La re la-
Char les Dickens, William Wordsworth, Walter Scott, John
ción entre padr e e hijo era obvi amen te muy estre cha. (La
Cons table o Edwin Landseer, quie n mejo r repre senta , con su
mad re del pinto r muri ó loca.)
geni alida d, el ca rácte r del siglo x1x británico. Y, ta l vez, esto
Es impo sible sabe r con exactitud cuál es fuero n las pri-
explica el hech o de que prec isam ente fuera Turn er el únic o
me ras experiencias visua les que influyeron en la imag inaci ón
artis ta im porta nte qu e gozó , tan to an tes com o desp ués de su
de Turner. Pero debe mos obse rvar de pasa da, aunq ue no la
mue rte en 1851, de ciert o reno mbre popu lar en el Reino
utilic emos com o explicación global, la prof unda corre s-
Unido. Hast a muy recie ntem ente , una gran parte del público
pond encia exist ente en tre algu nos de los elem ento s visua les
sentí a que de algu na man era mist erios a y callada (en el sen-
prop ios de una barb ería y ciert os elem ento s del estil o ma-
tido de que su visión de las cosa s aleja o excluye las pala-
duro del pintor. Pens emo s en algu nos de sus últim os cua-
bras) Turne r expr esab a algo del varia do fond o de expe-
dros e imag iném onos en la pequ eña barb ería lond inen se:
rienc ias de todo s ellos. agua , espu ma, vapor, meta l reluc iente, espe jos em paña dos,
Turne r nació en 1775; su padre tenía una ba rbería en una
blan cas pala ngan as o jofai nas en las que el barb ero agita con
callejuela del cent ro de Londres. Su tío era carn icero. La fami-
la broc ha un agua jabo nosa , los detri tus depo sitad os en ella.
lia vivía a un tiro de pied ra del Tám esis. Tu rner viajó muc ho a
Cons idere mos la equivalencia entre la navaja de su padr e y la
lo largo de su vida, pero en la mayoría de los tema s que esco -
espá tula que, pese a la crítica y la mod a del mom ento , Turn er
gía recurría cont inua men te al agua , las costa s y las ri bera s de
insis tía en utili zar ta n exten same n te. Y algo toda vía más pro-
los ríos. Dura nte sus últim os años vivió, bajo el seud ónim o
fund o, en el nivel de la fanta smag oría infantil, figur émo nos
de Capt ain Booth, un capit án de la mari na retira do, un poco
esa com bina ción , siem pre posible en una barb ería, de sang re
más abajo sigu iend o el curs o del Tám esis, en Chel sea. Sus
y agua , agua y sang re. A los vein te años , Turner plan eó pinta r
años de vida adul ta los pasó en Ham mers mith y
un tema del Apocalipsis titula do El agua se convirtió en sangre.
.'
.•.
'
Nunca llegó a pintarlo. Pero visualmente, med iante las pues- La violencia en los cuadros de Turner parece e lemental:
tas de sol y los incend ios, este llegaría a ser el tema de cien- está expresada por el agua, e l viento, el fuego . En algunas
tos de sus obras y estudios posteriores. ocasiones se diría que es una cuali dad que pertenece tan solo
Muchos de los primeros paisajes de Tu rner eran más o a la luz. Escribiendo a propósito de una obra tard ía llamada
menos clásicos, con referenc ias a Claude Lorrain e influen- El ángel de pie en el sol, Turne r hablaba de la luz como de algo
cias as im ismo de los primeros paisajistas ho landeses. El es- que devora todo el mundo visible. Sin embargo, yo creo que
píritu de estas obras es bastante curioso. A pri mera vista, son la violencia que e l pintor encontraba en la naturaleza no hizo
tranqui las, "sublimes", o incl uso suavemente nostá lgicas. No más que confirmar a lgo ya intrínseco a su propia vis ión
obstante, uno acaba por darse cuenta de que estos paisajes imaginativa. Ya he sugerido que tal vez esta visión se deb ie ra
t ienen mucho más que ver con el arte que con la natura leza, y en parte a ciertas experiencias de infancia. Experiencias que
de que, en cuanto que arte, son una forma de pastiche. Y en posteriormente se verían confi rmadas no solo por la natu-
e l pastiche hay siempre un tipo u otro de impac iencia o des- ra leza, sino tamb ién por la in iciativa humana. Turner vivió
esperación . durante la pri mera fase apocalípt ica de la Revoluc ión indus-
La natura leza ent ró en la obra de Turner, o más bien en su trial en el Reino Un ido. El vapor era algo más que lo que
imaginac ión, como sinón imo de violencia. Ya en 1802 pintó inundaba la barbería pate rna. El bermellón tenía que ver con
una tempestad cern iéndose en torno al muelle de Calais. los a ltos hornos tanto como con la sangre. El viento soplaba
Poco después pintó otra tempestad en los Alpes. Luego un a través de las vá lvulas tanto como sobre los Alpes. La luz,
a lud . Hasta la década de 1830, estos dos aspectos de su obra, que a él le parece devora r todo e l mundo visible, era muy
e l de calma aparente y e l turbulento, coexistieron uno al lado pa recida a la nueva energía productiva que estaba desafiando
del otro, pe ro poco a poco fue dom inando la turbulencia. y destruyendo todas las ideas previas sobre la ri queza, la dis-
Fina lmente, la vio lencia llegó a estar imp líc ita en la propia vi- tanc ia, e l trabajo humano, la ciudad, la naturaleza, la voluntad
sión de Turner; ya no dependía del tema tratado. Por ejemplo, d ivina, los n iños, e l t iempo. Es un error pensar en Turner
un cuadro t itu lado Paz: entierro en el mar es, a su mane ra, tan como en e l virtuoso pintor de los efectos natura les, que e ra
violento como el de la Tormenta de nieve. El pri mero de estos más o menos como se le va loraba oficia lmente hasta que
es semejante a la imagen de una herida que está s iendo john Ruskin ofreció una interp retación de su obra mucho
cauterizada. más profunda.
.'
.•.
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Durante la primera mitad de l siglo XIX, e l Reino Un ido fue competit ividad iba acompañada por una marcada tendencia a
profundamente ateo. Puede que esto forzara a Turner a uti- la misantropía y la mezqu indad. Era reservado en exceso en
lizar s imbólicamente la natura leza. No había otro s istema lo que se refe ría a sus métodos de trabajo. Era un sol itario en
simbólico convincente o accesible que eje rciera un atract ivo e l sentido de que había optado por vivir a lejado de la socie-
moral profundo, pero ten ía e l inconveniente de que su sen- dad. Su a islamiento no era una consecuencia de l abandono o
t ido mora l no se podía expresar de forma d irecta. El Entierro de la falta de reconocimiento. El éxito lo acompañó siempre
en el mar muestra e l sepelio de los restos morta les de uno de desde los primeros años. A med ida que su obra se iba ha-
los pocos am igos de Turne r, e l tamb ién pintor David Wilkie. ciendo más original, empezó a ser criticado, pero nunca re-
Sus referenc ias son cósm icas. Pero s i lo consideramos una cibió un trato por debajo del que se le da a un gran art ista.
declarac ión, ¿qué es esencia lmente? ¿Una protesta o una
Turner escribió poesía y ensayo sobre los temas de sus cua-
ap robación? ¿Qué hemos de tener más en cuenta? ¿Las ve las
dros e incluso llegó a dar a lguna conferencia sobre el arte en
imposiblemente negras o la ciudad impos iblemente rad iante
general; en ambos casos utilizó un lenguaje grand ilocuente y,
que se ve al fondo? Las cuestiones que plantea este cuadro
a l m ismo t iempo, ins ípido. En la conversación era taciturno y
son mora les (de ahí que, como en tantas otras obras tardías
seco. Cuando dec imos que fue un vis ionario, hemos de mati-
de Turner, su cali dad sea en cierto modo claustrofóbica},
zarlo recalcando su práctico empirismo. Prefirió vivir solo,
pero las soluc iones ofrecidas son todas amb iva lentes. No es
pero puso buen cuidado en t ri unfar en una sociedad a lta-
de extrañar que lo que más adm irara Turner en la pintura
mente competitiva. Tuvo visiones grand iosas, que alcanzaron
fuera la capacidad para suscitar la duda, para sumergir en el
toda su nob leza cuando las pintó, o fueron sencillamente
miste ri o. Rembrandt, dec ía Turner con adm iración, "supo
ampulosas en sus escritos, pero su actitud más seria y cons-
a rrojar una duda m isteriosa sobre la vu lgaridad más ínfima".
ciente como artista fue pragmática y casi artesanal. Lo que le
Desde el inicio de su carrera, Turne r fue extremadamente
conducía a un tema o a un determ inado modo de pintar era
amb icioso y ab iertamente competitivo. No solo quería que su
lo que él denom inaba la practicalidad de estos: su capacidad
país lo reconociera como e l mejor pintor de su t iempo, sino
pa ra producir un cuad ro .
tamb ién entre los mejores de todos los tiempos. Él mismo se
El gen io de Turne r pertenecía a la nueva modal idad a que
consideraba comparable a Rembrandt y Jean-Antoine Wa-
tteau. Y creía que hab ía superado a Claude Lo rra in. Esta había dado luga r el siglo XIX britán ico, aunque normalmente
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esta se diera más en los campos de la ciencia, la ingeniería o a rd ió e l ed ific io de l Parlamento britán ico. Turner corri ó al
e l comercio . (Un poco más tarde, este mismo tipo aparecería lugar de l suceso, se puso a d ibujar bocetos frenéticamente y
bajo la forma de héroe en Estados Un idos.) Supo llegar a ser a l año siguiente produciría la vers ión defin it iva para la Royal
famoso, pero la fama no le satisfizo. (A l mo ri r dejó una for- Academy. Unos años después, a los sesenta y ocho años,
tuna de 140.000 li bras esterlinas.) Se sentía solo en la his- encontrándose a bordo de un buque fue testigo de una to r-
toria. Tenía unas vis iones globa les para cuya expresión las menta de nieve, una experiencia que poco después quedaría
palabras resu ltaban totalmente inadecuadas, y solo podían reflejada en un cuadro. Cuando uno de sus cuadros estaba
se r presentadas bajo el pretexto de una producción práctica. basado en un suceso rea l, Tu rner ponía de re lieve e l hecho,
Turner visua lizaba al ser humano como un ser empeque- ya fuera en el títu lo o en las notas de l catálogo, de que la obra
ñec ido por unas fuerzas inmensas que él mismo había e ra e l resu ltado de una experiencia de primera mano. Es
descubierto, sobre las cuales, empero, no tenía control al- como s i quis iera demostrar que la vida confirmaba su vis ión,
guno. Siempre estuvo cerca de la desesperac ión, pero lo aunque fue ra desp iadadamente. El títu lo completo de la Tor-
manten ía vivo una extraordinaria energía productiva. (Des- menta de nieve era: Tormenta de nieve: buque a la altura de la
pués de su muerte se encont raron en su estudio 19.000 d ibu- embocadura de un puerto haciendo señales en aguas poco pro-
jos y acua re las y va ri os cientos de ó leos.) fundas y siguiendo las instrucciones. El autor estuvo presente en
Rusk in decía que el tema subyacente a toda la obra de esta tormenta acaecida la noche en que el Ariel zarpó del puerto
Turner era la muerte. Yo más bien creo que e ra la soledad, la de Harwich.
violencia y la impos ibilidad de encontra r la redención. La Cuando un am igo le dijo que a su madre le había gustado
mayoría de sus cuadros parecen tratar de las consecuencias mucho el cuadro de la tormenta de nieve, Turne r observó lo
de un crimen . Y lo que realmente resu lta pe rtu rbador en e llos, sigu iente:
lo que de hecho nos permite considera rl os he rmosos, no es
- No lo pinté para que nadie lo comprendiera, sino que
la culpa, sino la ind iferencia general que dejan ver.
quería mostrar cómo era aquella escena. Hice que los
En unas cuantas ocasiones excepcionales a lo largo de su marine ros me ataran al mást il pa ra observa rl a; al lí estuve
vida, Turner pudo expresar sus visiones a través de sucesos durante cuatro horas, creyendo que de aquella no esca-
rea les que él mismo hab ía presenciado. En octub re de 1834 paría a la muerte, y me prometí pinta rla si sal ía con vida.
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Pero no tiene por qué gustarle a nadie. pertenecer. Dejó de pintar totalidades. La Tormenta de nieve
-Pero mi madre también estuvo presente en aque lla es- es el total de todo lo que puede ver e intuir un homb re atado
cena, y el cuadro se la recordó vívidamente. al mástil de aquella embarcación. No hay nada fuera de ello.
-¿Es pintora su madre? Esto hace que sea absurda la idea de que le pueda gustar a
-No. nadie.
-Entonces estaría pensando en cualquier otra cosa. Quizá Turner no pensaba exactamente en estos términos.
Pero siguió intuitivamente la lógica de la situación. Era un
Al margen de que puedan o no ser amables, la cuestión que
hombre solo, rodeado por unas fuerzas implacables e indife-
nos plantean estas palabras es saber qué es lo que las con-
rentes. Ya no era posible creer que alguien pudiera llega r a ver
vertía en algo tan nuevo, tan diferente. Turner transcendió el
desde el exterior lo mismo que él había visto, aun cuando tal
principio del paisajismo tradicional, según el cual el paisaje
cosa le hubiera servido de consuelo. Ya no se podía seguir
es algo que se despliega ante uno. En el Incendio del
tratando a las partes como si fueran todos. Lo que había era o
Parlamento, la escena empieza a extenderse allende sus lími- todo o nada.
tes formales. Empieza a abrirse camino en torno al espec-
En un sentido más práctico, era consciente de la impor-
tador en un intento por desbordarlo y rodearlo. En la Tor-
tancia que tenía la totalidad en su obra. Empezó a mostrarse
menta de nieve, esta tendencia se convierte en un hecho. reacio a vender sus cuadros. Quería que se mantuvieran jun-
Cuando de verdad uno permite que las formas y colores del
tas el mayo r número posible de obras y se obsesionó con la
lienzo absorban su mirada, cae en la cuenta de que está en
idea de legarlas a la nación, de forma que pudieran ser ex-
medio de un remo lino: ha dejado de haber cerca y lejos. Por
puestas como un conjunto. "Mantenedlas juntas - decía-.
ejemplo, el empuje no le lleva, como cabría esperar, hacia
¿Qué sentido tienen separadas?" ¿Por qué? Porque solo así
dentro del cuadro, sino que es centrífugo hacia la derecha. Es
podrían constituir un testimonio de su experiencia, la cual,
un cuadro que excluye al espectador intruso.
para él, no tenía precedentes ni tampoco esperanzas de ser
El valor físico de Turner debió de ser considerable, pero
comprendida en el futuro.
tal vez mayor aún fue su valor ante su propia experiencia
como artista. Su fidelidad con esta experiencia fue tal que
llegó a destruir la tradición a la que se sentía tan orgulloso de
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Jean-Louis-André-Théodore Géricault encontrar sign ificaba dar la espalda a la mayo r parte de la pie-
1791-1824 dad oficial.
Tenía mucho en común con Pier Paolo Pasolini:
Durante aquel 1nv1e rno, paseando po r el centro de Pa rís no
pod ía dejar de pensar en un retrato. Era el retrato de un Me esfuerzo por entenderlo todo, ignorante
desconoc ido y hab ía s ido pintado hac ia los años veinte de l como soy de otra vida que no sea
siglo XIX. Era la imagen que habían elegido para los carteles la mía, hasta perdidamente hacer
que anunciaban una gran exposición anto lógica de Gé ri cault
de ot ra vida, en la nosta lgia,
que por entonces tenía luga r en el Grand Palais.
expe ri encia plena: soy todo piedad,
El cuadro en cuestión había s ido encontrado en un des-
pe ro qu iero que dist into sea el cam ino
ván, en Alemania, junto a otros cuatro lienzos similares, cua-
renta años después de la temprana muerte de Géricau lt. Poco de m i amor po r esta real idad,
después fue ofrecido al Museo de l Louvre, que lo rechazó.
que también yo amaré caso por caso, criatura
Imaginado en el contexto de la denuncia y de la tragedia de
po r criatura.1
La balsa de la Medusa, que ya llevaba cuarenta años colgado
en el museo, el retrato ofrecido hab ría de presentar en la Al retrato reproducido en el cartel de la exposición se le dio
época un aspecto indescriptible. Sin embargo, ha sido el cua- prime ro el títu lo de El asesino loco; más tarde se pasó a llama r
dro elegido hoy para rep resentar toda la obra del m ismo pin- El cleptómano. Hoy está catalogado bajo el títu lo de El obseso
tor. ¿Qué ha cambiado desde entonces? ¿Por qué se ha del robo. Ya nad ie sabe el nombre de l hombre.
hecho hoy tan e locuente o, para se r precisos, tan obsesio- El hombre retratado era un interno del man icom io de La
nante, este frágil ret rato? Salpetrie re, situado en e l cent ro de París. Géricault hizo allí
Detrás de todo lo que imaginó y pintó Gé ri cault -desde d iez retratos de d iez inte rnos dist intos. Cinco de los lienzos
sus caballos salvajes a los mend igos que retrató en Lon- han sobrevivido. Entre ellos se encuen tra uno ino lvidable de
dres-, uno percibe un mismo voto: me enfrentaré a la afl ic- una muje r. En e l M usée des Beaux Arts de Lyon le dieron ori-
ción, descub ri ré un respeto po r ella y, s i es posible, encon- gina ri amente e l títu lo de La hiena de La Salpetriere. Hoy se lo
t ra ré su belleza. Natura lmente, la belleza que esperaba conoce con el título de La obsesa de la envidia.
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Solo podemos suponer qué se propon ía exactamente pintor, ni médico, ni los parientes y am igos- había mirado
Géricault cuando pintó a estos pacientes. Pero la forma en durante tanto tiempo, tan fijamente, a la cara de a lguien cata-
que los pintó deja claro que lo últ imo que le preocupaba era logado de loco y como ta l condenado a su locura.
su catalogación clín ica. Las mismas pinceladas indican que En i 942, S imone Wei l escribía: "El amor por nuestro pró-
los conocía y pensaba en e ll os por su nombre de pi la. Los jimo, cuando es resu ltado de una atención creativa, es aná-
nombres de sus a lmas. Esos nombres hoy olvidados. logo al ta lento". Ciertamente no estaba pensando en tér-
minos artísticos cuando lo escribió .

El amor por nuest ro prój imo en toda su extensión senci-


llamente s ign ifica ser capaz de decirle: "¿Qué te pasa?".
Es un reconoc im iento de que el que sufre existe, no solo
como una unidad en una serie o como un espécimen de
una catego ría social etiquetada bajo e l rótulo de "desafor-
tunados", sino como un se r humano, exactamente igual
que nosotros, que un día quedó especialmente marcado
con el sello de la afl icción. Por eso basta, pe ro tamb ién
es ind ispensable, sabe r mira rlo de una forma especial.

Pa ra mí, el retrato de l hombre desgreñado, con e l cuello de la


camisa torcido y unos ojos que no parecen protegidos por
ningún ángel guardián, demuestra esa "atención creativa" y
Jean -Lou is-André-Théodore Géricault, El obseso del robo, 1822. contiene ese "talento" al que hace referenc ia S imone Weil.
Pero ¿por qué abrumaba tanto ver este ret rato po r las ca-
Una o dos décadas antes, Francisco de Goya había pin-
lles de París? Creo que nos pellizcaba con dos dedos. Voy a
tado escenas de locos ence rrados, encadenados, desnudos. explicar cuál era el primer dedo.
A Goya, sin embargo, lo que le interesaban eran sus actos, no Hay muchas formas de locura que empiezan como una
su interi or. Posiblemente, nadie antes de Géricault - ni especie de teatro (como tan bien sabían William
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Shakespeare, Luigi Pirandel lo y Anton in Artaud) . La locu ra se En los cinco ret ratos que Gé ri cault pintó en La Salpetriere, los
pone a prueba en los ensayos. Cualqu iera que haya estado al ojos de los ret ratados mi ran a otro lado, de soslayo. No por-
lado de un amigo que empieza a enloquecer reconocerá esa que estén viendo algo distante o imaginado, s ino porque ya
sensación de ve rse obli gado a convertirse en públ ico. Lo que se han acostumbrado a evitar todo lo ce rcano. Lo cercano
prime ro ve uno en el escena ri o es un hombre o una muje r, provoca vértigo po rque las explicaciones ofrecidas no lo
solos, y a su lado -como un fantasma- lo inadecuado de explican .
todas sus expl icaciones para explica r e l do lor cotid iano. Con cuánta frecuenc ia nos encontramos hoy - en los tre-
Entonces, é l o ella se acercan al fantasma y se enfrentan a l nes, en los aparcam ientos, en las colas del au tobús, en los
terrible es pac io existente entre las palabras dichas y lo que se centros comerciales- con una mi rada semejante, una mi-
supone que deberían dec ir. En real idad, este espacio, este rada que se niega a enfocar lo ce rcano.
vacío, es e l do lor propiamente dicho. Y fina lmen te, la locura, Hay pe ríodos histó ri cos en los que la locura parece se r lo
que, como la natu ra leza, aborrece el vac ío, se aba lanza a lle- que es: un padecimien to ext raño, anormal. Y hay otros
na rl o; entonces deja de habe r distinción entre el escenario y - como este en el que acabamos de entra r- que preci-
e l mundo, la rep resentación y e l sufrimiento. samente pa recen caracterizados po r ella.
El espacio vac ío, el hueco existente entre la experiencia de Todo esto describe e l primero de los dos dedos con los
vivir una vida norma l en este momento en el planeta y los que nos pellizca la imagen de l ho m bre desg reñado. El se-
d iscu rsos públicos que se ofrecen para da r sentido a esa vida gundo dedo lo constituye la compasión de la imagen .
es enorme. Ahí reside la desolac ión, no en los hechos. Por La posmode rnidad no suele tene r en cuenta la compa-
eso, un tercio de la poblac ión francesa está d ispuesta a escu- sión. Pero no solo pod ría se r útil tenerla en cuenta, sino que
cha r a Le Pen . Las historias que cuenta - s iendo como son tamb ié n nos ha ría un poco más hum ildes.
maléficas- pa recen estar más cerca de lo que sucede en la La mayo ría de las revueltas sociales que han ten ido lugar
calle. Y en otro orden de cosas, esta es también la razón por en la historia se llevaron a cabo con e l fin de restablecer una
la que la gente sueña con la rea lidad virtual. Cualqu ier cosa justicia que llevaba tiem po olvidada o ma ltratada. La Revo-
- desde la demagogia a los sueños onanísticos manufac- lución francesa, s in embargo, proclamó el pri ncipio de un fu-
tu rados- , cualqu ie r cosa, cualquier cosa, con ta l de cerrar el tu ro mejo r para la humanidad. A partir de ento nces, todos los
vacío. La gente se pie rde y se vuelve loca en esos vac íos. part idos pol ít icos, de izqu ierdas o de derechas, se vieron
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obligados a prometer de continuo que la cantidad de sufri- cincuenta años. Cada d ía en Brasil mue ren m iles de niños de
miento existente en e l mundo estaba en vías de ser reducida malnutrición o de unas enfermedades que en Eu ropa son
o iba a estarlo en breve. De modo que, hasta cierto punto, curables. Están a miles de kilómetros de distancia. No se
todo padecimiento pasó a recordar que había una esperanza. puede hacer nada.
El sufrim iento - presenciado, compartido o sufrido- se- La imagen nos pellizcaba a qu ienes la veíamos al pasar.
guía, claro está, s iendo sufrim iento, pero podía ser trans- Hay en ella una compasión que se niega a la ind iferencia y es
cend ido en parte al sentirlo como un estímulo que ayudaba a irreconciliab le con toda esperanza fácil.
esforzarse aún más por un futuro en el que dejaría de existir. ¡A qué momento tan extraordina ri o en la historia de la
Así, e l sufrimiento tenía una vá lvula de escape histórica. Y du- rep resentación y de la conciencia humana pertenece esta pin-
rante estos dos últimos trágicos s iglos, incluso se ha llegado tura! Antes de el la, ningún desconocido hub iera m irado tan
a creer que la traged ia encerraba una promesa. fijamente y con tanta compasión a un loco. Y poco tiempo
después, ningún pintor habría hecho un retrato igual s in aña-
Hoy las promesas se han quedado estériles. Sería m iope rela-
d irle un resp landor de esperanza moderna o románt ica. Al
cionar esta esterilidad ún icamente con e l fracaso de l comu-
igual que Antígona, la lúcida compasión de este retrato co-
nismo. Más transcendenta l en e llo han sido los procesos
existe con su impotenc ia. Y estas dos cualidades, lejos de ser
actuales confo rme a los cuales los artículos de consumo han
contradicto ri as, se afirman mutuamente de ta l forma que las
ven ido a sustitu ir al futuro como vehículo de esperanza. Una
víct imas pueden agradecerlo, pero solo el corazón se da
esperanza que ha demost rado ser inevitab lemente estéril para
cuenta, lo reconoce.
sus cl ientes, y que, por una lógica económ ica inexorable, ex-
Esto, sin embargo, no debe imped irnos ser cla ros. La
cluye a la mayoría del planeta. Comprar un billete para e l rally
compasión no t iene lugar en e l orden natural del mundo, que
Pa rís-Dakar de este año para dárse lo a l hombre desgreñado
opera sobre la base de la neces idad. Las leyes de la necesidad
nos hace más locos que él. son tan inexorables como las de la gravedad. La facu ltad hu -
De modo que hoy lo vemos sin esperanza, ni histórica ni
mana de la compasión se opone a este orden y, por consi-
moderna. Lo vemos como una consecuencia. Y esto, en e l
guiente, es mejor considera r que hasta cierto punto es sobre-
orden natural de las cosas, significa que lo vemos con ind ife-
natura l. O lvidarse de uno m ismo, por brevemente que sea,
renc ia. No lo conocemos. Está loco. Mu rió hace ciento
ident ificarse con un desconocido hasta el punto de
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reconocerlo, supone desafiar la necesidad, y en este desafío,
aunque sea mínimo y callado, y aunque solo mida 60 x 50 l Pasolini, Pier Paolo, La religione del mio tempo, Aldo Gar-
cm, hay un poder que no se puede medir según los límites zanti, Mi lán, 1961 (versión castellana: La religión de mi
del orden natural. No es un medio y no tiene fin. Los Anti- tiempo, Nórdica, Madrid, 2015) [N. del Ed.).
guos lo sabían. ~ Sófocles, Antígona, Labor, Barcelona, 1975 [N. del Ed.).

Ni tampoco creía yo - decía Antígona- que tuvieran ta l


fuerza tus pregones como para poder transgredir, siendo
morta l, las leyes no escritas y fi rmes de los d ioses. Pues
su vigencia no viene d e ayer ni de hoy, sino de siempre y
nad ie sabe desde cuándo aparecieron.~

El cartel de la exposición observaba las calles de París como


lo haría un fantasma. No era el fantasma del hombre desgre-
ñado, ni tampoco el de Géricault, sino el fantasma de una
forma de atención especial que llevaba dos siglos marginada,
pero que hoy cada día es menos obsoleta. Este es el segundo
dedo.
¿Y qué hacemos al sentir el pellizco? Despertarnos, ta l
vez.
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Hon oré Dau mie r func ione s podría habe r sido muy diferente y muc ho más
180 8-1879 feliz. Pero algú n tipo de equili brio entre las dos era intrín seco
a su genialidad.
Hon oré Daum ier muri ó en 1879, a los seten ta años. Hast a el
El tema de su pintu ra ya lo había desa rrol lado el carica-
últim o año de su vida solo se habí an exhibido públ icam ente
turista: los leguleyos que se reún en com o cuer vos allí dond e
men os de una doce na de sus cuad ros. Charles Baudelaire y
hay angu stia y penu ria, el hom bre flaco (Don Quijote) frent e
otro s poco s am igos suyo s lo cons idera ban pinto r, pero la
al gord o (San cho Panza}, los connoisseurs que se asem ejan a
mayoría de la gent e insistía en pone rle la etiqu eta de gran ca-
las raras edici ones limit adas que buscan, el burg ués que odia
ricaturista. Al fina l de su vida se qued ó ciego, ciego a caus a
pagar, el obre ro agot ado, las corp ulen tas hero ínas que sugie-
de la gran cant idad de litografías (4.00 0} que prod ujo para la
ren que una socie dad razo nabl e podr ía muy bien ser tan
pren sa. Siem pre espe ró - en vano- pode r deja r ese peno so
gene rosa com o una mad re con sus hijos.
traba jo y dedi carse a la pintu ra. Creo que hay otra cone xión entre el caric aturista y el pin-
Esta fue, en poca s palab ras, la tragedia de la vida privada
tor que es muc ho más profunda que la relat ivam ente supe r-
de Daumier. La cues tión para noso tros, hoy, es si respal-
ficial de la temá tica. Daum ier no fue un gran pinto r por los
dam os o no esa trage dia. ¿Pod emo s sepa rar a Daumier, el
tema s que trata en su pintura, s ino por la man era de pin-
gran caricaturista, de Daumier, el pintor, y luego lame ntar las
tarlos. ¿Cuál es el elem ento esen cial en la pintu ra de Dau-
opor tunid ades perd idas del segu ndo? ¿Deb eríam os tras-
mier? Sin duda , la luz.
porta r resp etuo same nte sus lienz os hast a el Mu seo de Bella s
Su uso de la luz es único. La luz se hace tan activa en sus
Artes y deja r los mon tone s de perió dico s fuera? lienz os que uno casi tiene que cons idera rla prota goni sta de
Creo que no. Daum ier nun ca hubiera sido el pinto r atem -
los mism os. Muc has veces, las figuras la sufren. las coge
pora l que es de no habe r sido tamb ién caric aturi sta y habe r
desp reve nida s cuan do están desc ansa ndo en la oscu ridad
publicado una viñet a sema nal. Ni tamp oco sere mos noso tros -co mo Sanc ho o el pinto r en su estu dio- , y las mod ela de
capa ces de apre ciar la asom bros a originalidad de su pintu ra
forma que las poda mos capt ar en unos térm inos elem enta les
hast a que no haya mos ente ndid o este punt o. No apru ebo con
y, por cons iguiente, poco hala gado res. O, si no, las mue stra
esto, claro está, la seve ra nece sidad econ ómic a que le oblig ó
mov iénd ose o actu ando frente a ella. Las vem os, silue tead as,
a traba jar por enca rgo año tras año. El equilibrio entre las dos
y la luz a su alred edor subr aya el significado de sus
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mov im ientos: e l niño que a lza la mirada a la luz de su madre, que desea informarnos urgentemente.
Don Qu ijote cabalgando hacia las nubes, los refugiados Las pintu ras que más se acercan a las de Daum ier son los
arrastrándose hacia el horizonte, la lavandera encorvada. La cuad ros del Goya tardío, las horribles escenas de mu ltitudes
luz los go lpea de la misma manera que sabemos que los gol- que pintó en Madrid . Desde e l punto de vista fotográfico,
peará la vida. sugie ren el mismo efecto: parecen sobreexpuestas. La s im i-
Tampoco es esto una simp le metáfora. Si uno observa de- litud se debe, creo yo, al hecho de que Goya, a l igual que
tenidamente los lienzos, verá cómo Daum ier dibujaba las Daumier, era plenamente consciente de ser un testigo, de su
figu ras con e l pince l con el que pintaba el cielo o la pared debe r de exponer, esta vez en el sentido social del térm ino.
contra las que estas se recortan. El pincel de luz pulveriza sus La diferenc ia entre los dos es que Goya trabajaba de noche y
si luetas. Daumier de día. Goya tem ía lo que la luz pudiera reve lar.
Daumier detestaba la inercia de la oscuridad.
La luz en Daumier es, pues, una fuerza activa. Pero ¿con qué
Creo que para entender el arte de Daumier, la compa-
objetivo actúa? Es en este punto cuando empezamos a ver
ración que más nos puede ayudar es con otro medio comple-
que Daum ier fue y, ta l vez, todavía es, ún ico. Otros pintores
tamente d istinto. Sus contempo ráneos comparaban sus ob-
crearon la luz activa: Rembrandt, Jean-Frani;o is Mi ll et, los
servaciones sociales con las de Hono ré de Balzac. A m í me
impresion istas. Pero cada uno con un objetivo d istinto. En
gustaría comparar la naturaleza de sus imágenes con las de
Rembrandt, las figuras generan su propia luz: son e ll as las
Serguéi Eisenstein. Contemplemos el hombre colgado de una
que ilum inan la oscuridad que las rodea. En Daum ier, la luz
soga contra un muro. Tengamos en cuenta las d iferentes d is-
ilum ina las figu ras para que las veamos, pero no permite que
tors iones de cada med io, y entonces veremos que la imagen
ellas vean con mayor cla ri dad. Millet también deja que la luz
podría corresponder a una pelícu la de la década de 1920. La
recorte la si lueta de las figuras, pero su luz es la luz de los
luz es ahora la pantall a plateada frente a la cual vemos las
cielos, t iene una perspectiva menguante infin ita, m ientras que
sombras de la acción . Nos da la sensación de que el aspecto
la de Daum ier es s imp lemente la luz de un telón de fondo
dramático de l incidente se ha descubierto m irando hacia arri-
blanco. Los impresion istas inventaron la luz prima ri a, pero
ba o hac ia los lados, en una d irección poco común, en cual-
su luz es imparc ial, lo trasforma todo de la m isma manera, y
qu ie r caso. Somos conscientes de que ninguna posición de
la de Daumier toma partido; ilum ina solo a aque llos sobre los
las piernas podría ser la adecuada. Lo vemos moverse. Lo
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reconocemos al pasar y ya no podemos o lvidarlo. no solo le interesaba registrar sus gestos; sabía que su tra-
Sin embargo, la semejanza no se acaba en una imagen bajo sosten ía a toda la sociedad y, por consiguiente, quería
que encierra una azarosa profecía técn ica. Una vez que mostrar que tenían un papel histórico.
hemos establecido la comparación, se hace obvio. Imagi- Exactamente en el momento en el que la pintura "histó-
nemos que hacemos una pelícu la empleando unas carica- rica" académ ica, con sus grandes escenas de batalla y sus
turas de Daum ier como gu ion visual o storyboard: func ionaría victorias románticas, empezaba a cansar, Daumie r introdujo
perfectamente. Y func iona ría porque, a l igua l que un d irector en las artes visuales un nuevo sentido de la histo ri a: un sen-
de cine, Daum ier veía cada incidente que pintaba como parte t ido de la fuerza continua de l cambio histórico obrando en la
de un proceso en evolución, como una imagen cuyo s ign i- vida cotidiana del mundo que le rodeaba. Se daba cuenta de
ficado no podía ni debía se r nunca completo en sí m ismo. que su propia obra formaba parte de esta fuerza, la repre-
Por eso le costaba tanto "acabar" sus cuadros. Si los hub iera sentaba. La rep resentaba, en sus caricatu ras, en la pasión de
acabado, haciéndolos defin itivos, habría tra icionado por su comentario d irecto. En sus cuadros, la representaba me-
completo la natu ra leza de su visión personal. d iante e l uso de la luz - la luz cont ra la que actúan los seres
Y esto nos vuelve a llevar a la conexión orgán ica que exis- humanos- como agente activo en sí mismo. Pa ra resumir,
tía entre el pintor y e l caricaturista. Como comentarista polí- Daumier pintaba a la luz de la h istoria.
t ico y también como autor de sátiras socia les, Daumier sabía
que registraba procesos y costumbres que pod ían mod ifi-
carse. En rea lidad, esperaba que, por el hecho de registra rl as,
haría que la gente las cambiara. No paraba de usar la imagi-
nac ión para predeci r las consecuencias de lo que revelaba.
Cuando mostraba a un hombre hambriento viendo comer a
otro homb re, sabía que la historia no pod ía acabar ahí. El
hambriento term inaría por reivind icar su pan. Cuando mos-
traba el ted io de la burguesía, sabía que al fina l ese hastío
acabaría destrozando la base materia l de l confort burgués.
Cuando mostraba a los hombres y a las mujeres t rabajando,
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"realistas" parecen rostros. Observemos esta obra de una
madre con un niño. Constituyen un solo rostro. Esto se debe
a l hecho de que Daumier no d ibujó ni compuso partiendo de
lo que insta laba en un estudio cerrado, s ino partiendo de lo
que recordaba y evocaba una y otra vez de las figuras y las
escenas que hab ía observado en las calles. Su modelo era el
gentío de las calles.

Honoré Daum ie r, Nadar eleva la fotografía a la categoría de


arte, 1863-

***
Lo que d istingue la obra de Daum ier de la de sus contem-
poráneos es su materialidad, su corporalidad . Sus protago-
nistas se acercan a nosotros de una manera distinta, y noso-
tros los abordamos también de una manera d istinta. Tienen
Honoré Daum ier, La carga, 1865.
su propia anatomía, su propia re lación con el esfuerzo. Sus
rostros caricatu ri zados parecen cuerpos; sus cuerpos Daum ier tenía una afin idad natura l, d iría yo, con los
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saltimbanqu is, a qui enes retrató sin roma nticismo alguno,
pero con mu cho afecto. Actuaban en la calle, engatusaban a
la gente pa ra que se detuviera, hacían música, levantaban
pesas, convencían a todos, entre risotadas, de que podía n
quererse unos a otros, y con su habilidad y las manos vacías
lan zaban al aire momentáneamente una suerte de gracia.
En otros momentos, otros días, los saltimbanquis podían
hacer que la lavandera, con su monstruosa carga, y su hija
sonrie ran con una sonrisa que ningún ministro del gobierno
de la época hubiera sido capaz de mostrar.
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Jea n-Franf ois Mil/et conv ence r al público "afic iona do al arte", indu cido a error por
1814-1875 los libros de texto, de qu e Mille t no fue solo un a especie de
san Juan Bautista, un prec urso r de los pre rrafaelitas o de
Los sant os y hum ildes cam pesin os de Mille t se han utiliz ado
Geor ge Frederick Watts. Pero cuan do se ha dicho todo esto,
para ilustrar muc has pará bola s y han cons olad o mu chas con-
qued a la cuestión moral, que es la cues tión que Millet plan-
cienc ias intra nqui las: las conc ienci as de aque llos que lo han
tea.
sopo rtado todo "con fortaleza", pero que sosp echa n que, tal
Millet fu e un mora lista , un mora lista de un tipo del que
vez , han acep tado dem asiad o con dem as iada pasividad; y
solo los gran des artis tas pued en serlo: por el pode r de la
tamb ién las conciencias de qu ienes viven del trab ajo de
identificación con sus tema s. Optó por pinta r cam pesin os,
otro s, pero siem pre han pens ado que de un mod o que no es
porq ue él mism o lo era y porq ue - bajo una influencia en
fácil desc ribir (y Dios asist a a quienes lo desc riben dem a-
cierto mod o parecida a la de los rea listas apolíticos de hoy -
siado explícitamente}, el traba jado r tiene una nobl eza de la
dete stab a insti ntiva men te la falsa elega ncia del gran mun do.
que ellos care cen. Y, sobre todo , las pintu ras de Millet se han
Su ta lento era el resu ltado del hech o de que eligió pinta r el
citad o para conv ence r a quie nes están pres os de que den las
traba jo físico, pero él ya pose ía de ante man o ese temp e-
grac ias porq ue podr ían esta r peor; se han utilizado a mod o
ram ento apas iona do, sens ual y sex ual que pued e cond ucir a
de etiqu eta pictó rica en el giga ntesc o frasc o ecles iásti co de
una inten sa identificación física. Kenneth Clark le otorg a
brom uro presc rito para calm ar todo tipo de fiebre o irritación
m uch a impo rtanc ia al hech o de que a los trein ta y cinco años
social. Y esto es una pa rte más impo rtante de la historia del
dejó de pinta r desn udos , unos desn udos que eran , aunq ue
arte de Millet que el hech o de que las mod as culta s lo hayan
solo en la mitología que emp lean , un poco pare cido s al "arte
igno rado dura nte los últim os tre inta o cuaren ta años . Aparte
de boudoir" carac terís tico del siglo xv111. No había, sin em-
de esto, lo impo rtant e es que artis tas com o Edgar Degas,
ba rgo, un purit anism o inhibido detrá s de esta decisión. La
Clau de Monet , Vincent van Gogh y Walter Richard Sickert principal obje ció n que le ponía Mille t a Franc;ois Boucher era
daba n por supu esto qu e Millet e ra un gran dibu jante . De
que "no pinta ba muje res desn udas , sino solo criat uras sin
hech o, al com enta r su obra se pued e citar a Migu el Ángel, a
ropa ".
Nico las Pous sin, a )ean -Hon oré Frag ona rd, a Hon oré Dau-
En cuan to a la natu ralez a del pode r de identificación de
mier y a Dega s, aunq ue solo sea nece sario hace rlo a fin de
Millet, pare ce que qu eda claro en uno de sus com entarios
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sobre un d ibujo de Miguel Ángel: moral que posteriormente se le endosaron a este cuadro
resultarán se r pasajeras, o tal vez ya lo han sido. En la his-
Cuando vi ese dibujo suyo en el que representa a un
toria de l arte de los siglos XIX y xx se rep ite siempre lo
hombre que cae desmayado, me sentí como la figu ra de l
m ismo. El artista, aislado, sabe que su máx ima responsa-
dibujo, como si me atormentara un dolor atroz. Sufrí con
bilidad moral es luchar por decir la verdad; su pugna se s itúa
e l cuerpo y con los m iembros que veía sufrir.
a este lado de la línea a partir de la cual se extraen conclu-
siones morales, no a l otro lado de la m isma. El público, o
Del mismo modo, avanzaba a zancadas con El sembrador,
a lgunos segmentos del m ismo, sacan entonces conclusiones
sentía e l peso de la mano en un regazo incluso cuando está
morales que disfrazan la verdad: se califica de inmoral la obra
en sombra (véase el aguafuerte t itulado La papilla), abrazaba
del art ista -Honoré de Balzac o Ém ile Zola-, se requ isa
con los segadores los haces de heno, enderezaba la es pa lda
pa ra un t ipo de sermón falso - M illet, Fiódor Dostoevski-
con los labradores, hincaba la pierna contra e l tronco con los
leñadores, se reclinaba en el árbo l con e l pastor, se tendía en o, s i no funciona n inguno de estos subterfugios, se la dese-
cha por ingenua: Percy Bysshe Shelley y Bertolt Brecht.
e l campo a med io día con los labriegos agotados. Este era el
grado de su enseñanza mora l. Cuando le acusaron de ser
socialista, lo negó - aunque continuó t rabajando de l m ismo
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modo y sufriendo la m isma acusación- porque le parecía Jean -Fran<;ois Millet mu ri ó en 1875. Tras su muerte y hasta
que el social ismo no tenía nada que ve r con la verdad que él muy recien temente, algunas de sus obras, en particular El
había experimentado y expresado: la verdad de l campesino a Ángelus, El sembrador y Las espigadoras, se encont raban ent re
merced de las estaciones; una verdad tan dominante que se las imágenes pintadas más conocidas en todo el mundo. In-
le hacía totalmente impos ible pensa r en cualquier ot ra vida cluso hoy no creo que exista una fam ilia campesina francesa
pa ra el campesinado. Es fata l para el sentido mora l de l artista que no conozca estos tres cuadros por haberlos visto en gra-
adelantarse a su expe ri encia de la real idad. (El de William Ho- bados, postales, adornos o platos. El sembrador sirvió tanto
garth no se adelantó; el de Jean-Baptiste Greuze sí.) S in sen- de logotipo para un banco ame ricano como de s ímbolo re-
t imenta lismo alguno, Millet contó la verdad ta l como él la vo luciona ri o en Pe kín y en Cuba.
sabía: la ace ptac ión pas iva de la pa reja de El Ángelus era una
pequeña parte de la ve rdad. Y e l sentimentalismo y la fa lsa
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des ierta de t ierra inerte en la que han quedado abandonados
un arado de madera y una grada. Los cuervos inspeccionan la
t ierra mientras esperan; una espera que durará todo el in-
vierno. Una pintura de la s imp lic idad más abso luta. Apenas
es un paisaje, s ino más bien el retrato de una llanura en no-
viembre. La horizonta li dad de esta lo dice todo. Cultivar esta
t ierra es una lucha continua para estimular lo vertical. Y e l
cuadro nos muestra cuán agotadora fís icamente es la lucha.
Las imágenes de Mi llet fueron tan reproducidas porque
eran ún icas: ningún otro pintor europeo había tratado la vida
rura l, el trabajo del campesinado, como tema central de su
arte. Millet consagró su vida como pintor a la tarea de intro-
duc ir un tema nuevo en una tradic ión antigua, la tarea de for-
zar a un determ inado lenguaje a hablar de algo que hasta
Jean -Fran<;ois Millet, El Ángelus, 1857-1859. entonces hab ía ignorado. El lenguaje era el de la pintura al
ó leo; el tema era e l de l campesino en tanto que sujeto indi-
A med ida que sus obras se popularizaban, la fama de Mi-
vidua l, independ iente.
llet empezó a declinar entre los críticos. Al princ ipio, no obs-
Habrá qu ienes no estén de acue rdo con esto y citen la
tante, esas m ismas obras hab ían s ido adm iradas por otros
obra de Pieter Breughel el Viejo y Gustave Courbet. Pero en
art istas como Geo rges Seurat, Cam ille Pisarro, Pau l Cézanne
Breughel los campesinos fo rman parte de la gran masa que
y Vincent van Gogh. Para los críticos de hoy, Millet fue una
constituye la human idad; el tema de Breughel es una colec-
víct ima póstuma de su propia popularidad. Pero las cues-
t ividad de la que el campesinado en su conjunto es solo una
t iones que plantea e l arte de Millet son mucho más trascen-
parte; ningún ser humano ha s ido todavía condenado en
dentales y perturbadoras. Con él se pone en te la de juic io
perpetu idad al aislam iento del individual ismo, y antes del jui-
toda una trad ición de la cultura.
cio fina l todos los se res humanos son igua les; la pos ición so-
En 1862, Millet pintó Invierno y cuervos, que no es más que
cial es a lgo secundario .
un cielo, un bosqueci ll o distante y una inmensa llanura
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Puede que Courbet pintara Los picapedreros, en 1850, bajo
la influenc ia de Millet (este últ imo obtuvo su primer éxito con
El aventador, expuesto en el Salón de 1848). Pero la imagi-
nac ión de Courbet e ra esencialmente sensual; a él le preocu-
paban las fuentes de las expe ri encias sensitivas y no e l sujeto
de ellas. Como artista de origen campesino, el gran logro de
Cou rbet fue introducir en la pintura un nuevo t ipo de sustan-
cialidad, percibida confo rme a unos sentidos desarrol lados
gracias a unos hábitos diferentes de los del burgués urbano.
El pez visto con los ojos del pescador, e l perro que escogería
e l cazador, los árboles y la nieve como aquello a través de lo Detalle de El Ángelus en una mantequ illera.
cual nos conduce un camino conocido, un funera l visto
Entre los cuadros de Millet podemos encontrar las s i-
como se ve en el pueblo, como un momento de reun ión de
guientes experiencias: la siega, el esqu ilado de las ovejas, la
sus moradores. El punto flaco de Courbet en la pintura era e l
ta la, la recogida de la patata, el pastoreo, e l arado y abonado
ojo humano. En sus muchos retratos, los ojos, como algo
de los campos, la poda. La mayoría de ellas son tareas de
separado de los párpados y las cuencas, son casi inte rcam-
estación, y, por consigu iente, su experiencia incluye la de un
biab les. Rechazó todo tipo de interiorización . Esta es la razón
t iempo en particular. El cielo detrás de la pareja representada
por la que el campesino, como sujeto, no pod ía ser el tema
en El Ángelus {1859) es e l típ ico de la calma de los primeros
central de su obra.
d ías de l otoño. Si un pasto r pasa la noche a la intemperie con
sus ovejas, tan probable como la luna es que su lana se cubra
de escarcha. Puesto que inevitablemente Millet se dirigía a un
púb li co urbano privilegiado, decidió describir aque llos
momentos que ponen de relieve la dureza de la experiencia
campesina; muchas veces un momento de agotam iento. El
trabajo y, una vez más, la estación determ inan la exp resión de
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este agotam iento. Un hombre con las manos sobre la azada y pena vo lver a tocar.)
la m irada perdida en e l cie lo se recl ina hacia atrás intentando ¿Qué incitó a Millet a escoger esta nueva temática? No
enderezar su espa lda. Otro hombre está sentado en la tierra basta con dec ir que pintaba campesinos porque é l m ismo
ard iente, encogido entre las verdes hojas de la viña. proced ía de una fam ilia campesina normanda y, de joven,
había trabajado en e l campo. Ni tampoco es correcto supo-
Tan grande era la amb ición de Millet por introduci r una expe-
ne r que la so lemn idad "bíblica" de su t rabajo era e l resultado
riencia nunca pintada anteriormente que muchas veces se
de su fe rel ig iosa. En real idad e ra agnóstico.
propone una tarea impos ible. Una mujer sembrando patatas
En 1847, a los treinta y tres años, Millet pintó un pequeño
en la zanja cavada po r su marido (l as patatas suspendidas en
cuad ro titu lado Regreso de los campos que muest ra a tres nin-
e l aire antes de caer) puede que sea fi lmab le, pe ro no es fácil
fas, vistas, en cierto modo, a la manera de Fragona rd, ju-
de representar pictóricamente. En otros momentos, su origi-
gando sobre un ca rro de heno. Una alegre escena rústica
na lidad es impres ionante. Por ejemplo, en un d ibujo en e l
ap rop iada pa ra un do rm ito ri o o una biblioteca p rivada. Fue
que un pastor y su rebaño se d isuelven en la oscuridad se
un año después cuando pintó, bastante to rpemente, la tensa
d iría que la escena absorbe e l crepúsculo como el pan que
figu ra de El aventador en la penumbra de un granero, en e l
uno moja en e l tazón de café. O en aque lla ot ra pintura en la
que e l polvo que sale de la cesta, cual po lvo de latón, es un
que, a la luz de las estrellas, la tie rra y los a rbustos solo se
signo de la ene rgía con la que todo su cue rpo está o reando e l
d istinguen como montones informes.
grano. Y dos años después, El sembrador, co rriendo colina

Duerme e l un iverso abajo m ientras siembra a los cuatro vientos, una figura que
simboliza e l pan nuestro de cada día y cuya s ilueta e inexora-
colocando sobre su zarpa
la enorme oreja bilidad recue rdan la figu ra de la muerte. Lo que inspiró este
cambio, patente en la obra de Millet a partir de 1847, fue la
llena de garrapatas de estrellas.1
Revoluc ión de 1848.
Estas experienc ias nunca hab ían sido pintadas antes, n 1 si- Su visión de la histo ri a era demas iado pasiva y pes im ista
qu ie ra por Aert van der Neer, cuyas escenas noctu rnas esta- pa ra poder tener ninguna convicc ión política fuerte. Sin em-
ban todavía de lineadas como si fueran d iurnas. (E l gusto de bargo, los años comprendidos entre 1848 y 1851, las espe-
Mi ll et por la noche y las medias luces es a lgo que merece la ranzas que suscita ron y reprim ieron, arra igaron en é l, como
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en muchos otros, la reivind icación de la democ rac ia, no tan to so m bras tan sustancialmente oscuras co mo sustancialmente
en el sentido pa rl amenta ri o, como en e l de que los derechos lum inosas las luces, este paisaje es comparable a una prenda
humanos fue ran unive rsalmente respetados. El estilo art ístico de vestir que e l pintor hubiera llevado du ran te un pe ríodo de
que acom pañó a esta nueva re ivindicac ión fue e l real ismo. El su vida (El caserío Cousin). Y hay un d ibujo al pastel, en el que
rea lismo, porque revelaba unas cond iciones socia les ocultas; aparece un pozo de lante de una casa y una mujer dando de
e l rea lismo, porque todos podían reconoce r lo que reve laba co mer a los patos y las ocas, que me impres ionó en gran ma-
(o, al menos, eso se creía). ne ra cuando lo vi por primera vez. El d ibujo es rea lista, pero
Después de 1847, Millet co nsagró los ve intis iete años que yo lo vi como e l escenario de uno de aque llos cuentos de
aún ten ía po r delante a reve lar las condiciones de vida de l hadas que com ienzan en la granja de una anciana. Lo vi
campesinado francés. Dos terc ios de la población e ran co mo s i lo hubiera visto cientos de veces, aunque sabía que
campesinos. La Revoluc ión de 1789 los había li be rado de las no lo había visto antes; inexplicablemente, la "memori a" es-
servidumbres feuda les, pe ro hac ia mediados de l s iglo XIX se taba en e l propio dibujo. Poste riormente descubrí, en el catá-
habían convertido en las víctimas de l "libre cambio" de la logo rea lizado por Robert L. He rbert para la exposición de
capital. El interés anual que e l campesinado francés tenía que 1976, que esta escena era lo que se veía de lante de la casa
paga r en conce pto de préstamos e h ipotecas era igual al del donde nació Millet, y que, consciente o inconsc ientemente, el
préstamo nacional anua l del Reino Un ido, el país más ri co art ista hab ía aumentado en dos tercios las proporciones de l
del mundo. La mayo r parte del público que iba a contem plar pozo, a fin de que coincidie ran con su pe rcepción infanti l de
los cuadros expuestos en el Salón ignoraba la penu ri a que este.
existía en el campo, y uno de los objetivos conscientes de Mi- La nostalgia de M illet, sin embargo, no se limitaba a lo
llet era "perturba r su placer y su ocio''. personal. Impregnaba también su visión de la h isto ria. Se
Su elección del te ma ent rañaba también añoranza. En un mostraba escéptico en cuanto a ese progreso que no dejaban
doble sentido. Como tantos otros que lo abandonan, Mi llet de proclamar en torno suyo, viéndolo más bien como una
tenía nostalgia de l pueblo de su infancia. Pasó ve inte años de posible amenaza para la dign idad humana. No obstante, a
su vida trabajando en un lienzo que muestra la ca rretera que d iferencia de William Morri s y otros medieval istas románt i-
conduce a la aldea donde nac ió; no lo term ina ría hasta dos cos, no describió con sentimen tal ismo e l mundo ru ral. Casi
años antes de su muerte. Intensamente verde, com pacto, las lo ún ico que sabía sobre los campesinos era que estaban
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reduc idos a una existencia cruel, especialmente los hombres. e l que una clase se ve a sí misma por primera vez repre-
Y, por muy conservadora o negativa que pueda haber s ido su sentada de modo reconocible en un arte pe rmanente es un
perspectiva general, yo creo que Mi llet percibió a lgo que muy orgul lo completamente placentero, aun cuando el arte tenga
pocos supieron ver en aquel la época: que la pobreza de la fallos y la ve rdad sea dura. La representac ión da a sus vidas
ciudad y sus suburbios y e l mercado creado por la industria- una resonanc ia histórica. El orgullo, que hasta entonces
lización, a la que estaba s iendo sac rificado el campesinado, había consistido en una negac ión obstinada de su vergüenza,
un d ía pod rían supone r la pérd ida de todo sentido de la his- se convierte en una afi rmación.
toria. Por eso, para Millet, el campesino llegó a representa r al Mient ras tanto, los origina les de Millet eran comprados
hombre; po r eso, tamb ién, consideraba que sus cuad ros por los viejos m illona ri os estadounidenses que querían vol-
cumplían una func ión histórica. ver a creer que lo mejor de la vida e ran las cosas sencillas y li-
Las reacc iones ante su pintura fueron tan complejas bres.
como los propios sentimientos de Millet. Ensegu ida se le eti- ¿Cómo juzgar, pues, esta imp lantac ión de un tema nuevo
quetó de socia lista revo lucionario . Con entusiasmo por parte en un arte antiguo? Es necesa ri o recalcar hasta qué punto Mi-
de la izquierda, con horro r ind ignado por parte de l centro y la llet era consciente de la trad ición que había heredado. Traba-
derecha. Estos últimos pudieron deci r sobre los campesinos jaba lentamente a partir de dibujos, retornando a menudo al
pintados por Millet lo que temían, pero no se atrevían a dec ir, mismo motivo. Hab iendo escogido al campesino como tema
sobre los campesinos reales, aque llos que segu ían traba- central de su obra, trabajó toda su vida para hacerle justicia,
jando la tie rra o los cinco m illones de desarra igados que ha- confiriéndole d ign idad y permanencia. Y esto significaba
bían s ido empujados hacia las ciudades: parecen asesinos, son incorpora rlo a la trad ición de Gio rgone, Migue l Ánge l, los
cretinos, son animales, no son hombres, están degenerados. Y ho landeses de l siglo xv11, Nico las Poussin, Jean Simeón
tras deci r estas cosas, acusaron a Mi llet de haberse inventado Chardin.
aque llas figuras .
Si consideramos su arte desde un punto de vista crono-
Hacia el final de l siglo, cuando la estabilidad económ ica y
lógico, veremos cómo el campesino va surgiendo, casi literal-
social del capita lismo se hizo más fi rme, las pinturas de Mi-
mente, de entre las sombras. Las sombras constituyen el rin-
llet empezaron a ofrece r otros sign ificados. Reproducidas por
cón que la tradic ión reserva a la pintura de género: la escena
la Iglesia y el comercio, llegaron al med io rura l. El orgullo con
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de la vida hum ilde (la taberna, las viviendas de los criados) que las rodea. Por ejemplo, el grabado de Saliendo al trabajo,
entrevista al pasar, con indulgenc ia, casi con envidia, por el rea lizado d iez años después de la pintura, es una obra es-
viajero que camina por una carretera en donde hay espacio y pléndida, comparable con los mejores grabados de Rem-
luz. El aventador está todavía en el rincón de la pintura de gé- brandt.
nero, aunque es un rincón ampl iado. El sembrador es una fi- ¿Qué le impid ió a Mi llet lograr sus objetivos como pin-
gura il usoria, ext rañamente incomp leta como pintura, que se tor? Hay dos respuestas convencionales. Una es que todos
lanza a exigi r un lugar. Hasta 1856, más o menos, M illet pro- los bocetos del siglo x 1x eran mejores que las obras aca-
dujo otras pinturas de géne ro: pastoras a la sombra de los badas. Una dudosa generalizac ión desde e l punto de vista de
á rboles, una mujer haciendo mantequ illa, un tonelero en su la historia del arte. La otra, que Millet no era un pintor nato.
ta ller. Pero ya en 1853, en Saliendo al trabajo, la pareja, mode-
Yo creo que Millet no alcanzó los objetivos que se proponía
lada a la manera del Adan y Eva de Masaccio, que abandona
porque el lenguaje de la pintura trad icional al óleo no se
la casa para encam inarse a la labo r en la llanura, ha avanzado
adaptaba al tema que é l quería representar. Podríamos exp li-
a un primer plano, convirtiéndose as í en e l centro de l mundo
ca rl o ideológicamente. El interés de l campesino en la tierra,
adoptado po r la pintura. De aho ra en ade lante, esto se repe-
expresado mediante su actividad, es desp roporcionado en
t irá en todas las grandes obras de Millet que contengan figu-
relación con e l paisaje escénico. Si no toda, a l menos la
ras humanas. Lejos de presentarlas como algo ma rgina l,
mayoría de la pintura paisajística europea estaba dirigida al
visto al pasar, hace todo lo posible por darles un carácter
vis itante que venía de la ciudad, el que más tarde sería lla-
central y monumenta l. Y, en mayor o menor grado, todas
esas obras son un fracaso . mado turista; el paisaje es su vis ión, el esplendo r de l mismo,

Son un fracaso porque no se establece un idad alguna


su recompensa. El parad igma de l paisaje es uno de esos
paneles orientativos en los que aparecen ind icados los nom-
entre las figuras y su entorno. La pintura rechaza la monu-
menta li dad de las figuras, y a la inversa. Como resu ltado de bres de los lugares que se ven desde un punto dete rminado.
Imaginemos que de repente aparece un campesino traba-
e ll o, las figu ras recortadas son rígidas y teat ra les. El mo-
jando entre el panel y la vista: la contradicción socia l/humana
mento dura demasiado. Por el cont ra ri o, en los bocetos y los
ensegu ida se hace evidente.
grabados, esas mismas figuras están vivas y pertenecen a l
La historia de las formas reve la la m isma
momento en que fueron dibujadas, el cual incl uye todo lo
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incompatibilidad . Hab ía vanas fórmu las iconográficas de e l camino para el expresion ismo y, poste ri ormente, para e l
integración de las figuras en el paisaje. Las figuras distantes, expresionismo abstracto y la destrucción fina l de la pintura
como notas de color. Los retratos, en los que e l paisaje cons- entendida como un lenguaje con referencias supuestamente
t ituye el te lón de fondo . Las figuras mitológicas, las d iosas, objetivas. As í pues, podemos considerar que e l fracaso y los
con las cuales se entrelaza la natura leza para "danzar al son reveses de Millet constituye ron un momento decis ivo en tér-
de la mús ica del tiempo". Las figuras dramáticas, cuyas minos de la historia del arte. La pintura a l óleo no adm itía su
pasiones refleja e ilustra la natura leza. El vis itante o espec- empleo para re ivind icar una democrac ia un ive rsal. Y la consi-
tador solitario que contempla la escena, un alter ego de l guiente crisis de significado forzó a una gran parte de la pin-
espectador propiamente dicho. Pero no había una fórmu la tura a hacerse autobiográfica.
pa ra rep resentar la fis icalidad, profunda, vio lenta, paciente, ¿Por qué lo adm itían, s in embargo, e l dibujo y la obra grá-
del trabajo campesino en la tie rra, y no delante de el la. E fica? El dibujo registra una expe ri encia visua l. La pintura al
inventar una hubiera s ign ificado la dest rucción del lenguaje ó leo, deb ido a su peculiar y amp lia gama de tonos, texturas y
trad icionalmente utilizado para describi r el paisaje escénico. colores, pretende reproducir lo visible . La d iferencia es in-
De hecho, esto es lo que intentó hacer Van Gogh tan solo mensa. La ejecución virtuosa de una pintura a l ó leo reúne
unos años después de la muerte de Millet, a l que consideraba todos los aspectos de lo visible a fin de conducirlos a un solo
su maest ro tanto espiritua l como artísticamente. Van Gogh punto: el punto de vista de l espectador empírico. Y luego in-
pintó decenas de cuadros copiados casi directamente de los siste en que tal visión constituye la vis ibilidad m isma. El tra-
grabados de Millet. Med iante los gestos y la energía que bajo gráfico, deb ido a lo lim itado de sus med ios, es más mo-
caracterizan sus pinceladas, Van Gogh logra en ellos que la fi- desto; solo pretende rep roducir un ún ico aspecto de la expe-
gura que trabaja la tierra se fus ione con su entorno. Era su in- riencia visual, y, por lo tanto, se puede adaptar a va ri os usos
tensa empatía con la temática tratada la que liberaba esa ener- d iferentes.
gía. El creciente uso del pastel que empieza a hacer Millet
hac ia e l fina l de su vida, su amo r por las med ias luces, en las
Pero a consecuencia de esto, la pintura iba a convertirse en
que la misma visibilidad se hace problemática, su fasc inación
una vis ión pe rsonal caracterizada po r su "caligrafía". El tes-
por las escenas nocturnas, todo ello sugiere que ta l vez estu-
t igo era más importante que su testimon io. Quedaba abierto
viera intentando resistirse a la exigencia, por parte del
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espectador privilegiado, de un mundo ordenado conforme a
su visión. Esto estaría en consonancia con las tendencias de l Mayakovs ki, Vladímir, "La nube en pantalones" [1 914-
Mil let, pues ¿acaso el hecho de que el campesino como tema 1915), en Triolet, Eisa, Recuerdos sobre Mayakovski y una selec-
central fuera inadmisible en la tradición de la pintura europea ción de poemas, Kairós, Barcelona, 1970, pág. 103 [N . del Ed.].
no prefiguraba ya exactamente el conflicto tota l de intereses
que existe hoy entre el mundo industrializado y el tercer
mundo? De ser así, el trabajo al que Millet consagró su vida
nos muestra que, si no modificamos radicalmente nuestros
valores sociales y culturales, nada podrá hacerse para resol-
ver ese conflicto.
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Gus tave Cou rbet y la invitación del sol, en el patio, es la únic a referencia a su
1819 -1877 enca rcela mien to. O cons idere mos su copi a del auto rretr ato
de Rem bran dt. Tuvo la hum ildad de impo ners e esa disciplina
Com o siem pre se lo calificó de socia lista perti naz (fue cond e-
a los cinc uent a años . Se le acus ó de tosq ued ad. Cont em-
nado a prisión, por supu esto, por el pape l que jugó en la Co-
plem os una mari na norm anda , en la que el aire, que pare ce
mun a y, al final de su vida, tuvo que exiliarse en Suiz a), la crí-
alej ars e en tre el ma r desn udo y las nube s bajas , sost iene co n
t ica más reacc iona ria ha prete ndid o que su posi cion amie nto
firmeza, pero con una finura extra ordin aria, todo el mist erio
político no tiene nada que ver con su arte: no podí an igno rar
ence rrado en el hech o apar ente y la ilusión real de un hori-
su arte, aunq ue solo fuera por su im port ante influencia en
zont e. Se le acus ó de senti men talis mo. Con temp lemo s el
artis tas post erior es, com o Édou ard Man et y Paul Céza nne; y
cuad ro de la gran truch a enga ncha da al anzu elo: la fidelidad
la crítica progresis ta, por otro lado, ha tend id o a pens ar que
con la está n repro d ucid os los hech os esen ciale s le fue rza a
la gran deza de su arte es un resu ltado de su lealtad política.
uno a senti r el peso del pez, la fuerza con la que la cola lucha,
Así que pare ce perti nent e preg unta rs e hasta qué punto exac-
golp eand o las pied ras, la ast ucia nece saria para moverla, la
tame nte estab a su socia lism o implícito en sus pintu ras,
delib eraci ón nece saria para arpo near la, dem as iado gran de
cóm o se reflejaba su actit ud vital en las inno vaci ones de su
para mete rla en una red. De vez en cuan do, esas crític as son,
arte. claro está, justa s, pero ning ún artis ta pinta solo obra s mae s-
Prim ero, sin emb argo , es nece sario limpiar algo del barro
tras, y las obra s de, po ngam os, po r ejem plo, John Cons table
que se le ha qued ado pega do. Porq ue nunc a cla udicó en sus
(a quie n, en ciert o mod o, en su contribución inde pend iente al
conv iccio nes, porq ue su obra y su mod o de vida "vulgar"
paisa jism o, se pare ce Cour bet), de Camille Coro t o de Eu-
dem ostra ban que e l arte era tan re levan te en las trastien das,
gene Delacroix son igual men te desig uales , pe ro se las elige
los talle res y las celd as com o en los salon es, porq ue sus pin-
con men os frecu encia com o blan co de ataq ues tend enci osos .
turas nunc a ofrecieron la men or posibilidad de esca par del
Pero volv iend o al problema fund amen tal: Co urbe t creía
mun do tal com o era, fue ofici alme nte rech azad o du rante su
en la inde pend enci a del artis ta, y fu e el prim er pinto r que ex-
vida y luego adm itido solo a rega ñadi ente s. Se le acus ó de
puso en solitario. Sin emb a rgo, para él, esto significaba inde -
po mpo so. Cons idere mos su auto rretr ato en la cárcel. Está
pend enci a del arte por el arte, inde pend enci a de la visión
sent ado junto a la vent ana, fuma ndo en pipa, tranq uilam ente ,
romá ntica dom inan te de que el artis ta o su obra eran más
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importantes que la existencia del tema pintado y de la vis ión ro pa, sujeta a las m ismas leyes que la t rucha; pero al m ismo
clásica opuesta de que la inspirac ión de todo el arte e ra abso- t iempo, la pi ntura evoca la impresión que causa la inesperada
luta y atempora l. Courbet se dio cuenta de que la inde pen- soledad de la desnudez, la impresión pe rsonal que ins pi ra a
denc ia de l artista solo podía ser productiva s i s ign ificaba los amantes, expresada de otra mane ra en La tempestad de
libertad para ident ifica rse con los temas vivos, pa ra sentir que Giorgione. Sus retratos (las obras maestras de Jules Val les,
formaba parte de e llos, nunca lo contra ri o. Pa ra los pinto res Van Wisse lingh o del cazador) son personas concretas. Uno
como ta les pintores, esto es lo que s ign ifica "materi al ismo". se puede imaginar cómo ca mbiarán, uno se puede imaginar
Cou rbet lo exp resó con palabras, expresó la re lac ión indes- sus ro pas en ot ras pe rsonas, a las que no les quedan bien; y,
t ruct ible entre la asp iración humana y el hecho rea l, cuando sin embargo, compa rten la m isma dignidad po rque todas son
escribió: "Saber para poder, ese fue m i pensamiento". Pero e l vistas con el conocimiento del afecto del m is mo hombre. La
reconoc im iento de Courbet, con toda la fue rza de su imagi- luz les favo rece porque toda luz que reve le la forma de los
nac ión, de la rea lidad de los objetos que pintaba, nunca se amigos de uno es bienvenida.
dete ri oró hasta converti rse en un mero natura lismo, en una
mirada superficial e irreflexiva, con ojos como platos, a las
apariencias, como, po r ejemplo, la visión que puede tener un
excursion ista de un lugar pintoresco. Uno no solo siente que
esa era la apa ri encia de todas y cada una de las escenas que
pintaba, s ino también que le eran conocidas. Sus paisajes
e ran revolucionarios en tanto en cuanto presentaban lugares
rea les s in suge rir una antítesis romántica de la ciudad, pe ro
en ellos - y no como algo impuesto- uno también puede
descubrir un sen tido de Arcad ia potencial: un reconocim iento
local de que, pa ra los niños en sus juegos y pa ra las parejas
de novios, estas escenas comunes pod rían reun ir una magia
fa milia r. Un desnudo magnífico de lante de una ven tana y un
pa isaje es una interpretación categórica de una mujer sin
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desconocidos, como parte del hombre completo que uno co-
noce.
Para resumir en una sola frase, uno podría decir que el
socialismo de Courbet se expresaba en la desinhibida frater-
nidad que caracteriza su obra.

***
No se puede decir que la obra de un artista determinado sea
reducible a la verdad independiente. Al igual que su vida, o la
tuya o la mía, su obra constituye una verdad, su propia ver-
dad válida o inútil. Las explicaciones, los análisis, las inter-
pretaciones no son sino encuadres o lentes que ayudan al
espectador a enfocar su atención más nítidamente sobre la
obra. La única justificación de la crítica es que permite ver
con mayor claridad.
Hace unos arios escribí que había dos pun tos en la ob ra
de Courbet que nunca habían sido abordados y requ erían una
explicación. En primer lugar, la verdadera natura leza de la

Gustave Courbet, Autorretrato en Sainte Pélagie, 1872-1873- materialidad, la densidad y el peso de sus imágenes. En se-
gundo lugar, las razones profundas por las que dicha obra
Un principio paralelo se puede aplicar al dibujo de Cour- atentó de tal modo contra el mundo del arte burgués. Este se-
bet y a su percepción de la estructura. Siempre se establece la gundo punto ha sido desde entonces brillantemente tratado
forma básica en primer lugar, todas las modulaciones y aflo- no por un estudioso francés, como cabría haber esperado,
ramientos de la textura son considerados variaciones orgá- sino por un británico y una estadounidense: Timothy J. Clark
nicas, de la misma manera que las excentricidades del carác- en sus dos libros, Imagen del pueblo: Gustave Courbet y la
ter son vistas por los amigos, a diferencia de los Revolución de 1848 y The Absolute Bourgeois, y Linda Noch lin
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en el suyo, El Realismo.1 La primera cuestión, sin embargo, profundos, cuevas y pliegues geo lógicos. En e l estrato hori-
sigue sin ser abordada. La teoría y el programa de l real ismo zontal de caliza suele haber depósitos de ma rga, lo que per-
de Courbet han sido socia l e históricamente explicados, pero mite que crezcan árboles y hierba encima de las rocas. Se
nunca se ha hablado de su manera de pone rl os en práctica puede ver este t ipo de formac ión, un paisaje muy verde d ivi-
con los ojos y las manos. ¿Cuál es el sign ificado de esa ma- d ido cerca de l cielo por una línea horizontal de roca gris, en
nera ún ica que t iene Courbet de representar las apariencias? muchos de los cuadros de Courbet, como en Entierro en Or-
Cuando decía que e l arte es " la expresión más completa de la nans. Sin embargo, en mi opinión, la influencia de este pai-
existencia de una cosa", ¿qué entendía por expresión? sa¡e y su geo logía en la obra de Courbet es a lgo más que
La región en la que un pintor pasó su infancia suele tener escén ica.
un papel importante en la formación de su visión . El Támesis En primer lugar, intentemos visua lizar cómo aparecen las
desarro lló la de J. M. W. Turner. Los acant ilados de la región cosas en este t ipo de paisaje, a fin de descubrir los háb itos
de Le Havre fueron formativos en el caso de Claude Monet. perceptuales a que puede dar luga r. Debido a sus pliegues
Courbet creció en el val le del Loue, en la vertiente oeste de la geo lógicos, este paisaje es alto: el cielo está muy a lejado. El
cordillera del Ju ra, lugar que pintaría y al que volvería a me- color predominante es e l verde, y contra este destacan princi-
nudo a lo largo de su vida. El tomar en consideración el palmente las rocas. El telón de fondo de lo que aparece en el
carácter de l paisaje de los alrededores de Ornans, pueblo va lle es oscuro, como si algo de la oscuridad de las cuevas y
natal del pintor, es, creo yo, una buena manera de constru ir aguas subterráneas se hubiera fi ltrado en lo que es vis ible.
un encuadre desde el que enfocar su obra. Desde esta oscuridad, todo lo que rec ibe luz {un lateral
Esa es una región excepcionalmente lluviosa: aproxima- de una roca, e l agua que fluye, la rama de un árbol) emerge
damente se recogen 125 mm anuales, m ientras que la med ia con una claridad vívida, gratu ita, pero solo parcial {ya que
en las llanuras francesas varía entre 80 en e l oeste y 40 mm mucho permanece en la somb ra). Es un lugar en donde lo
en e l centro . La mayor parte de esta lluvia se fi ltra a través de vis ible es discontinuo. O, para dec irlo de otro modo, en
la roca cal iza de l suelo y forma canales subterráneos. El Loue, donde lo vis ible no siempre se puede dar por supuesto y se
en su nacimiento, mana de entre las rocas con la fuerza de un ha de captar cuando rea lmen te hace su aparición. No solo la
río ya sustancialmente caudaloso. Es una región típ icamente abundante caza, s ino también la apariencia del luga r, creada
kárstica, caracterizada po r afloram ientos de caliza, val les por sus espesos bosques, sus empinadas lade ras, sus
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cascadas y su tortuoso río, fomentan el que uno llegue a en la Hilandera dormida). La lacada viveza de los objetos
desarro llar ojos de cazador. ilum inados en sus cuadros recuerda con frecuenc ia al brillo
Courbet trasp lantó muchas de estas características a su de los guijarros y los peces vistos a través de l agua. Hay pai-
arte, incluso cuando los temas tratados ya no t ienen nada que sajes enteros de Courbet que podrían ser paisajes reflejados
ver con su tierra nata l. Un g ran número de sus cuadros de sobre un lago, como si sus colores bri llaran en la superficie
exteriores apenas t ienen cielo, o carecen de é l por completo desafiando toda perspectiva atmosférica (por ejemplo, Las
(Los picapedreros, Proudhon y su familia, Señoritas a la orilla del rocas en Mouthier).
Sena, La hamaca, la mayoría de los cuadros de bañistas) . La Courbet solía pintar sobre un fondo oscuro ut ilizando
luz es la luz latera l de los bosques, no muy diferente de esa unos colores más oscuros todavía. La profund idad de sus
luz subacuática cuya perspectiva resulta engañosa. Lo que cuad ros se debe s iemp re a la oscu ri dad, aun cuando al lá arri-
desconc ierta en el inmenso cuadro Estudio es que la luz del ba, muy lejos, haya un cie lo intensamente azu l; en esto, los
bosque pintado en el li enzo montado en el caballete es la luz cuad ros de Courbet tienen algo de pozos. Cuando las formas
que baña la atestada habitación paris ina. Una excepción a la eme rgen de la oscuridad a la luz, Courbet las define apl icán-
regla es una pintura t itu lada Buenos días, señor Courbet, en que do les un color más lum inoso, por lo genera l con una espá-
aparecen representados é l m ismo y su patrón con el cielo al tu la. Dejando a un lado po r el momento la cuestión de su téc-
fondo. No obstante, se trataba de un cuadro conscien- nica como pintor, este movim iento de la espátula reproducía,
temente s ituado en la lejana ll anura de Montpel ier. como no pod ía hacerlo ninguna otra cosa, la acc ión de un
Yo di ría que e l agua es un motivo que se da, bajo una u haz de luz pasando sobre la quebrada superficie de las hojas,
otra forma, aproximadamente en un terc io de los cuadros de de la h ierba, un haz de luz que confiere vida y convicción,
Cou rbet, y con mucha frecuencia en primer plano. (La casa pero que no s iempre revela la estructura.
rura l burguesa en la que nació e l pintor se asoma sobre un
Co rrespondencias de esta suerte sugieren una re lación ínt ima
río. El discurrir de l agua deb ió de ser una de las primeras
entre la práctica de Courbet como pintor y el paisaje en
vis iones y son idos que experimentó el pintor.) En los cuadros
donde creció. Pero en s í m ismas no responden a la cuestión
en los que no aparece el agua, las figuras rep resentadas en
de cuál es e l significado que e l pintor daba a las apariencias.
primer plano suelen recordar las corri entes y remo linos del
Hemos de seguir interrogando al pa1sa¡e. Este está
agua que fluye (por ejemplo, en e l Retrato de dama con loro y
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configurado básicamente por las rocas, las cuales le dan una Cou rbet era capaz de pinta r convincentemente un objeto, por
ident idad, perm iten fija rlo . Son los aflo ramientos de la roca ejemplo una lejana pila de leña, sin saber de qué se trataba.
los que crean la presencia del paisaje . Uno pod ría hablar de Esto es a lgo bastante inusua l entre los pintores y, a m i modo
"caras de roca". Las rocas constituyen e l carácter, e l espíritu de ver, muy s ign ificativo.
de la reg ión . Pierre-Joseph Proudhon, que procedía de la En el Autorretrato con perro, una obra romántica temprana,
m isma zona, escribía: "Yo soy pura roca ca li za de l Jura". Cou rbet se pintó a s í mismo, rodeado por la oscuridad de su
Cou rbet, siempre jactanc ioso, decía refiriéndose a sus cua- capa y su sombrero, ante una gran roca. Y en este cuad ro su
dros: "Incluso consigo que las piedras piensen". cara y su mano están pintadas exactamente en el m ismo es-
Siempre hay una pared rocosa. (Pensemos en uno de los píritu que la piedra que aparece en segundo plano. Eran fenó-
paisajes expuestos en el Museo del Louvre, el que lleva por tí- menos visuales comparables, que poseían la misma rea lidad
tu lo La carretera de las diez.) Esta pared dom ina y ex ige ser visua l. Si la visibilidad es anárqu ica, no ex iste una jerarqu ía
vista, y, sin embargo, su apariencia, tanto en la forma como de las apariencias. Cou rbet lo pintó todo, la nieve, la carne, el
en el color, cambia conforme a la luz y las condiciones climá- cabel lo, las pie les, las rocas, la corteza de los árbo les, como
t icas. Ofrece s in cesa r a la visibilidad diferentes facetas de s í los habría pintado si hubieran s ido pa redes rocosas. Nada de
m isma. Comparada a un árbol, a un an ima l o a una persona, lo que pintó tiene interioridad - sorprendentemente, ni s i-
su apa ri encia apenas es normat iva. Una roca puede parecer qu ie ra su copia de un autorretrato de Rembrandt- , pero
casi cualqu ie r cosa. Es innegablemente ella m isma, pero su todo está inte rpretado con asombro: asombro porque ver,
sustancia no propone una forma particular. Ex iste categóri- que es a lgo que carece de reglas, consiste en sorprenderse
camente, pero su apariencia es arb itraria (todo lo que se lo continuamente.
permiten las amp lias limitaciones geológicas). Po r esta vez, Puede parecer que estoy t ratando a Cou rbet como s i fuera
es solo como es. Su aparienc ia es, de hecho, el lím ite de su "atemporal", tan ahistórico como las montañas del Jura que
significado. tanto le influyeron. No es esa m i intención. El paisaje de l Ju ra
El crecer rodeado de tales rocas significa crecer en una re- influyó en su obra de la forma en la que lo hizo dada la situa-
gión en donde lo vis ible es a l m ismo tiempo anárqu ico e irre- ción histórica en la que estaba trabajando como pintor y dado
duct iblemente rea l. Existe el hecho visual, pero e l orden vi- su temperamento concreto. Ni s iqu iera en los térm inos del
sual está reducido al mín imo. Según su am igo Francis Wey, t iempo jurásico "producirá" e l Jura más de un Courbet. La
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"interpretación geográfica" no hace sino dar una base y una cuyas obras estaba plenamente fam iliarizado. Como profe-
sustancia material, visua l, a la histórica y social. s ional fue un trad icionalista. Sin embargo, adqu irió la técn ica
Es difíci l resumir en unas cuantas frases el sutil estudio s in adoptar los va lo res trad icionales a los que esta servía. Se
de Timothy J. Clark sobre Courbet.6 Este estudio nos permite podría decir que su profesionalidad era robada.
ver el período político en toda su complej idad . Pone además Por ejemplo : la práctica de l desnudo estaba estre-
en su lugar todas las leyendas que rodeaban al pintor: la le- chamente asociada a los va lores del tacto, el lujo y la riqueza.
yenda de l bufón rural dotado para la pintura, la del revo lu- El desnudo era un ornamento erótico. Cou rbet robó la prác-
cionario pelig roso, la de l provocador grosero, borracho y t ica del desnudo y la utilizó para describir la desnudez "vul-
pendenciero. (Probablemente, el retrato de Courbet más rea l gar" de una campesina que ha amontonado sus ropas a la
y comprensivo es el que nos brinda jules Va lles en un texto orilla de l río. (Posteriormente, cuando empeza ra a des ilu-
pub li cado en su periódico Cri du Peup/e.) s ionarse, también él produciría ornamentos eróticos, como el
Luego Clark nos muestra cómo, de hecho, en sus grandes Retrato de dama con loro.)
obras de los primeros años de la década de 1850, con su ex- Por ejemplo: la práctica del real ismo español del s iglo
traord inaria ambición, su genu ino odio a la burguesía, su XVI I estaba estrechamente relac ionada con el principio re li-
expe ri encia rural, su amor por lo teatral y su maravillosa intu i- gioso del va lor mora l de la sencillez y la austeridad, y la no-
ción, Courbet se propon ía nada menos que una doble trans- bleza de la caridad. Courbet robó esta práctica y la utilizó en
formac ión del arte de la pintura: la transformación de la temá- los Picapedreros para presentar la irredenta y desesperada po-
t ica, por un lado, y la del público, por el otro. Durante a lgu- breza rural. Por ejemplo: la práctica del retrato de grupo, ca-
nos años trabajó inspirado por el idea l de que ambos, temá- racterística de la pintura holandesa del s iglo xv11, e ra una ma-
t ica y público, iban a ser por pri mera vez verdaderamente ne ra de celebrar cierto esprit de corps. Cou rbet robó esta prác-
popu lares. t ica para el Entierro en Ornans a fin de poner de man ifiesto la
La t ransformac ión impl icaba "capturar" la pintura ta l soledad genera l ante la muerte.
como era y mod ificar su dirección. Creo que se podría decir El cazador de l Jura, e l demócrata rura l y el pintor band ido
que Courbet es el últ imo maest ro. Aprend ió su prodigiosa se un ieron en e l m ismo art ista durante unos cuantos años,
técn ica de los venecianos, de Rem brandt, de Diego Ve lá- entre 1848 y 1856, para producir unas imágenes ún icas y sor-
zquez, de Francisco de Zurbarán y de otros pintores con prendentes. Para estas tres personalidades, las apariencias
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eran una experiencia directa, relativamente independ iente de largo de sus casi seis metros y med io) hay una zona de oscu-
la convención y, por esa m isma razón, asombrosa e impre- ridad, una zona neg ra. Esta oscuridad se podría explicar
dec ible. La vis ión de las tres era al mismo tiempo rea lista nom ina lmente por las ropas de luto de l grupo de figuras .
(vulgar para sus oponentes) e inocente (estúpida para sus Pero es algo demasiado intenso y profundo, aun ten iendo en
oponentes). Después de 1856, durante la disolución de l Se- consideración e l hecho de que el cuadro se haya oscurecido
gundo Imperio, e ra ya solo el cazador el que producía, a con el paso de los años, para que esa sea toda su s ign ifi -
veces, unos paisajes que seguían s iendo dife rentes de los de cación. Es la oscuridad del paisaje, de la noche que se acerca
cualqu ier otro pintor, unos paisajes en los que podría cuajar y de la tierra en la que va a ser sepu ltado el ataúd. Pero, a m i
la nieve. modo de ve r, esta oscuridad tiene también una s ign ificac ión
social y personal.

Emergiendo de la zona de oscuridad se ven los rostros de los


fam iliares, amigos y conocidos de Courbet en Ornans, pin-
tados sin idea li zac ión y s in rencor, pintados s in recurrir a una
norma preestablecida. Se dijo que el cuadro era cínico, sacrí-
lego y brutal. Se lo trató como s i fuera una suerte de conspi-
ración. Pero ¿qué se pretend ía con e ll a? ¿Un culto a la feal-
dad? ¿La subversión social? ¿Un ataque contra la Iglesia? Los
Gustave Coubert, Entierro en Ornans, 1849-1850. críticos invest igaron el cuadro intentando encontra r alguna
pista. Pero fue en vano. Nadie pudo dar con la causa rea l de
En el Entierro de Ornans podemos intuir a lgo de l alma de
su carácter subve rs ivo.
Cou rbet, de esa ún ica alma que pertenecía, según e l mo-
Courbet había pintado un grupo de hombres y muje res tal
mento, a un cazador, a un demócrata y a un pintor bandido.
como podrían aparecer cuando asisten a un funera l en e l pue-
Pese a sus ganas de vivir, su jactancia y su risa proverbial, lo
blo, y se hab ía negado a organizar (armon izar) las aparien-
más probable es que Courbet viera la vida con cierto pesi-
cias dándo les un significado más elevado, indepen-
mismo, cuando no de una manera d irectamente trágica.
d ientemente de que este fuera falso o autént ico. Courbet
En e l medio de l lienzo, atravesándolo de a rri ba abajo {a lo
.••
.•
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rechazó la función de l arte como moderador de las aparien -
cias, como algo que ennoblece lo visible. En su lugar, pintó, l Clark, Timothy J., lmage of the People: Gusta ve Coubert
en un lienzo de veintiún metros cuadrados, un grupo de figu - and the 1848 Revolution, Thames & Hudson, Londres, 1973
ras en tamai'lo natural en torno a una sepultura; unas figuras (versión castellana: Imagen del pueblo: GusUlve Courbet y la
que no anunciaban nada, salvo "así es como somos". Y preci- Revolución de 1848, Editorial Gustavo Gilí, Barcelona, 1981); y
samente fue la verdad de esta declaración la que negó, en la The Absolute Bourgeois: Artists and Politics in France 1848-1851,
medida en que supo comprenderla, el público artístico pari- Thames & Hudson, Londres, i973; y Noch lin, linda, Realism,
s ino d iciendo que se t rataba de una exageración ma lsana. Penguin Books, Harmondsworth, i971 (versión castellana: El
Puede que en el fon do de su alma Courbet lo hub iera pre- Realismo, Alianza Ed itorial, Madrid, i991) [N. del Ed.].
visto; tal vez, sus grandes esperanzas eran una estratagema ~ Clark, Timothy J., Imagen del pueblo: Gustave Courbet y la
para animarse a continuar. la tenacidad con la que pintó, en Revolución de 1848, op. cit.
e l Entierro de Ornans, en los Picapedreros, en los Campesinos
de Flagey, todo lo que emergía a la luz, insistiendo en que
todas las partes que aparecían eran valiosas por igual, me
lleva a pensar que el fondo de oscuridad representaba la
obcecación en la ignorancia. Cuando decía que el arte "es la
expresión más completa de la existencia de una cosa", lo es-
taba contraponiendo a todo s istema jerárquico o a toda cul-
tura cuya función sea minimizar o negar la expresión de una
gran parte de lo que existe. Fue el único gran pintor que
plantó cara a la ignoranc ia vo luntaria de las clases cultas.
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' ',

Edgar Degas del espacio y el tiempo )


1834-1917 contem plemos esta figura
para verifica r
Dices que la piern a sostien e el cuerpo
yo mi diosa
pero ¿nunca has visto
tú el esfuerz o.
la semilla en el tobillo
de dond e el cuerpo crece? 1magín ate un puente.
Mira: la carrete ra de la pierna y la espalda
Dices (si eres el constru ctor de puente s
articula da a la cadera y al hombro
qu e creo que eres) que cada pose
se sostien e firme de la palma al talón
debe guarda r su equilibrio natural
como pilar una sola pierna
pero ¿nunca has visto
el muslo sobre la rodilla
los tercos múscul os de las bailarinas
un miemb ro en voladizo.
manten er el suyo tan poco natu ral?
Imagín ate un puente
Dices (si eres tan racional sobre lo que antaño los hombr es llamaro n el Leteo.
como espero que seas) que la evolución del bípedo
Mira: el cuerpo normal que atraves amos
hace ya tiempo que concluyó
vulnerable, ha bitado, cálido
pero ¿nunca has visto
tambié n aguant a la tensión .
ligeram ente metido en la cadera
Peso muerto , peso vivo
el signo milagro so aún
y resisten cia aerodin ámica lateral.
que predice la bifurcación de los cuerpo s
un palmo más abajo? Que el puente que esta bailarina nos t iende
soporte el peso de todos nuestro s viejos prejuicios
Contem plemos pues juntos
verifiqu emos pues de nuevo,
(sabem os los dos
Tú mi d iosa
que la luz es mensaj era
y yo el esfuerz o.
.' •
.•
''
merc ado de su obra qued ó fijad o-, sino com o una ayud a en
***
nues tras vidas . Prag máti cam ente. Entre 1866 y 1890, Dega s
Está el amor, dijo en una ocas ión, y está el traba jo al que se
realizó una serie de pequ eños caba llos en bron ce. Todos
entre ga la vida, y uno solo tiene un cora zón. Así que se vio
ellos revelan una o bservación inten sa y lúcida. Nadie ante s
oblig ado a escoger. Puso su cora zón en el trabajo. Espero
que él -ni siqui era Géric a ult- habí a repre senta do los caba -
pode r most rar con qué efecto. llos con un natu ralis mo y una exp resividad tan mag istra les.
Su mad re, una estad ouni dens e de Nueva Orle ans de o ri-
Pero hacia 1888 tiene luga r un cam bio cualitativo. El estilo
gen francés, muri ó cuan do él, el mayo r de sus hijos, tenía
sigu e siend o exac tame nte el mism o, pero la ener gía es dis-
t rece años . Al pa recer, ning una ot ra muje r entraría nunc a en
tinta. Y la diferencia es flagrante. Un niño sería capa z de dis-
su vida emo cion al. Se convirtió en un solte rón al cuid ado de
tinguirla rápid amen te. Solo ciert os mora lista s del arte po-
ama s de llaves. Nun ca tuvo prob lema s econ ómicos, ya que
drían no verl a. Los prim eros bron ces son de caba llos visto s,
perte necía a una acom odad a familia de banq uero s. Era colec-
mara villo same nte visto s, ahí fuera, en el mun do que pasa a
cion ista de pintu ra. Era arisc o y malh umo rado . Se decía de él
nues tro lado, el mun do obse rvable. En los últ imos , los caba -
que era un "hom bre terrible". Vivía en Mon tmar tre. En el caso
llos no solo son obse rvad os, sino tamb ién temb loro same nte
Dreysus adop tó el antis emit ismo conv encio nal del burg ués
perc ibido s desd e dent ro. El artis ta no solo ha perc ibido su
medi o. Las últim as fotos mue stran a un anci ano de aspe cto
ener gía, sino que se ha som etido a ella, la ha sufrido, sopo r-
frágil, curti do en la soled ad. Edgar Degas. tado com o si las man os del escu ltor hubi eran sent ido la
Lo que hace rara esta histo ria es que el arte de Dega s •
terrib le energía nerviosa del caballo en la arcil la que estab a
mue stra un inter és supr emo por las muje res y sus cuer pos.
man ipula ndo.
Este interés ha sido male nten dido . Por lo gene ral, la crítica se
La fecha de este cam bio coincide con su desc ub ri mien to
ha apro piad o sus dibu jos y sus escu ltura s para subs cribir
de las fotografías de Eadweard Muybridge, que mos traba n
sus prop ios prejuicios, ya fueran misó gino s o femi nista s. por prim era vez en la historia cóm o se mueven rea lmen te las
Hoy, oche nta años desp ués de que Dega s dejara de trabajar,
pata s de un caballo al trote o al galope. Y su uso de esta s
podr ía habe r llegado el mom ento de volver a valo rar lo que
fotos conc uerd a perfe ctam ente con el espíritu posit ivista de
dejó atrás el artis ta. No en cuan to que obra s mae stras aseg u-
la époc a. Lo que prov oca ese cam bio intrínseco, sin emb argo ,
rada s en millones de dóla res -ha ce tiem po que el valor de
desa fía todo positivismo. La natu ralez a pasa de obje to a
.'
.•.
'
sujeto de la investigación . Las obras tardías parecen acatar abandonadas.
todas ellas los requis itos del modelo más que la voluntad de l El punto culminante llegaba cuando lo d ibujado entraba
art ista. en e l d ibujo, cuando lo esculpido entraba en la escultura.
Pero, tal vez, podríamos equivocarnos con respecto a la Este era e l ún ico momento de encuentro, la única transfe-
voluntad del artista. Por ejemplo, nunca esperó que sus renc ia que le interesaba.
esculturas se exhibieran: no estaban hechas para ser aca- No sé expl icar cómo entra lo dibujado en e l dibujo. Solo
badas y presentadas al público. No era eso lo que le inte- sé que sucede. Uno lo entiende mejo r cuando d ibuja, en el
resaba. acto m ismo de dibujar. Las únicas palabras esc ritas en la lá-
Cuando Ambrose Vol la rd, e l marchante de los impres io- pida de Degas, en el cementerio de Montmartre, son: /1 ai-
nistas, le preguntó que por qué no fundía en bronce algunas mait beaucoup le dessin (Le gustaba mucho d ibujar) .
de sus pequeñas escu lturas, él contestó que se sabía que esa Pensemos ahora en los dibujos al carbón, al pastel, los
a leación de cob re y estaño conocida como bronce era eterna monotipos y los bronces de mujeres. Muchas veces son
y que nada odiaba más que lo que quedaba fi jado para s iem- bailarinas de ballet; otras, mujeres en baño; y a veces también
pre. (sobre todo en los monotipos) prostitutas. La forma de
De las setenta y cuatro esculturas de Degas que existen rep resentarlas carece de importancia: e l ballet, la bañera o el
hoy en bronce, todas menos una fueron fund idas después de burdel solo e ran pretextos para Degas. Por eso, todos los
su muerte. En muchos casos, las figuras originales, mode- debates críticos sobre e l escenario pictórico suelen pasa r por
ladas en arc illa o ce ra, estaban deterioradas o medio deshe- a lto lo más importante. ¿Por qué le fascinaban tanto a Degas
chas. Otras setenta estaban demasiado estropeadas para las muje res en el baño? ¿Era acaso un voyeur que pegaba el
poder salvarlas. ojo a las cerraduras? (En un excelente ensayo incl uido en su
¿Qué podemos deduc ir de todo esto? Las estatuillas ya libro His Other Half,1 Wendy Lesser echa por t ierra este tipo
habían cumplido su func ión . (Hacia el fina l de su vida, Degas de cuestiones.)
dejó de exponer po r completo.) No eran bocetos o estudios La verdad es que Degas sencillamente utilizaba cualqu ier
preparatorios de ot ra cosa. Habían s ido modeladas por e llas ocasión, o se la inventaba, pa ra proseguir sus estud ios del
mismas, pero habían cumplido su función: hab ían alcanzado cue rpo humano. Po r lo general, eran cuerpos femen inos, por-
su punto culm inante y, por consigu iente, podían ser que era heterosexual y, por consigu iente, las mujeres le
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asombraban más que los hombres, y el asombro es lo que le
inc itaba a d ibujar de la manera que lo hacía.
Hubo qu ien le reprochó d irectamente que los cuerpos
que representaba e ran deformes, feos, bestiales, o estaban
contorsionados. Incluso llegaron a decir que odiaba a qu ie-
nes dibujaba.
El o ri gen de l ma lentend ido es que Degas rechazó las con-
venciones de la belleza física ta l como las venían transmi-
t iendo t rad icionalmente el arte o la literatura. Y, para muchos
de sus espectadores, cuanto más desnudo está un cue rpo,
más ha de cubri rl o la convención, más debe ajustarse a una
no rma, ya sea una no rma perversa o ideal izada. ¡Los des-
nudos han de llevar puesto el un iforme de un regim iento! Edgar Degas, Después del baño, 1886.
Mientras que Degas, partiendo de su asombro, quería que
cada perfil de l cuerpo que estaba recordando o contem- Las ob ras más hermosas de Degas son en verdad cho-
plando so rprend ie ra, fuera improbable, pues solo entonces cantes, pues empiezan y acaban en el lugar común - en lo
se haría palpable su particularidad . que Wendy Lesse r denom ina "la cotid ianeidad" de la vida- ,
y siempre encuentran ahí algo imp redecible y deso lado. Y en
esta desolac ión hay un recuerdo de l do lor o de la neces idad.
Hay una estatui lla de una masaj ista dando un masaje en
la pierna a una muje r tumbada que yo leo, en parte, como
una confesión. No una confesión de que le empezaba a fal la r
la vista, ni de una neces idad reprim ida de acariciar e l cue rpo
de una muje r, s ino una confesión de su fantas ía, como a r-
t ista, de aliviar tocando, aunque el tocar fuera solo e l roce de l
carboncillo sobre el pa pe l. ¿Aliviar qué? Esa fatiga de la que
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toda la carne es heredera ... aparecieran el primer burdel o el primer balneario, antes de la
Muchas veces pegaba hojas adicionales a los dibujos, soledad del narcisismo. Sí, eso es lo que sentimos al obser-
porque, pese a su maestría, perdía el control sobre ellos. La varla guardar el equilibrio.
imagen le llevaba más lejos de lo que había calculado, le lle-
¿Qué dejo entonces tras de sí el artista, s1 no eran obras
vaba al borde, donde al instante cedía el paso al otro. Todas
maestras acabadas?
sus obras tardías de mujeres parecen inacabadas, abando-
nadas. Y, al igual que con los bronces de los caballos, se ¿Acaso no soñamos todos con que se nos conozca, se nos
puede ver la razón: en un momento determinado, el artista
conozca por nuestras espaldas, nuestras piernas, nuestros
desaparecía y entraba el modelo. Entonces ya no deseaba hombros, nuestros codos, nuestro cabello? No conocidos
nada más, y paraba de d ibujar. psicológicamente , ni ta mpoco socialmente aclamados ni
Cuando "entraba" el modelo, lo oculto se hacía tan pre-
celebrados, sino simplemente conocidos en nuestra des-
sente en el papel como lo visible. Una mujer, vista desde nudez. Conocidos como una madre conoce a su hijo.
atrás, se seca un pie posado al borde de la bañera. Pero el
Se podría expresar así. Degas dejó tras él algo muy ex-
frente invisible de su cuerpo está también ahí, conocido, trai'lo: su nombre. Su nombre, que, gracias al ejemplo de sus
reconocido, en el dibujo.
dibujos, se podría utilizar hoy como verbo: "¡Degásame!
Una característica de las obras tardías de Degas es la ma-
¡Conóceme así! ¡Reconóceme, por Dios! ¡Conóceme como
nera en la que se repiten y se trabajan los contornos de los
Degas conocía los cuerpos!".
cuerpos y de los miembros. Y la razón de esto no puede ser
más simple: en el borde (justo a punto), todo lo que hay en el
otro lado, el lado invisible, clama por ser reconocido, y la
¿Qué hay entre los pliegues? Esto es, los pliegues de los tra-
línea busca y busca... hasta que entra lo invisible.
jes y de los cuerpos de las bailarinas de ballet clásico tal
Al contemplar a la mujer de pie sobre una pierna, secán-
como las dibujó y las pintó Degas. Esta es la cuestión que
dose la otra, lo que nos alegra es lo que ha sido reconocido y
plantea Degas and the Ballet: Picturing Movement, la expo-
admitido. Sentimos que lo existente recuerda su propia crea-
sición celebrada en la Royal Academy de Londres. El sun-
ción, ese momento en que se dio nombre a las conste-
tuoso catálogo contiene una cita de Charles Baudelai re: "La
laciones, antes de que hub iera fatiga alguna, antes de que
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danza es poesía con brazos y pie rnas; la materia elegante y Acerquémonos. En un dibujo tras otro, un pastel t ras
atroz, an imada y embellecida por el movim iento". otro, un ó leo t ras ot ro, los contornos de las baila ri nas de
En las composiciones de Degas con va ri as bailarinas, sus Degas, llegados a cierto pun to, se ensombrecen, se enma-
pasos, posturas y gestos se parecen a veces a las letras casi rañan , toman una oscura ins istencia. Puede ser alrededo r de
geomét ri cas, forma les, de un alfabeto, mientras que sus cuer- un codo, de un ta lón, de una ax ila, de l múscu lo de la panto-
pos y sus cabezas son s inuosos, contumaces y personales. rrilla, de l cogote. La imagen se oscu rece, y esta oscuridad no
"La danza es poesía con brazos y piernas ..." t iene nada que ve r con una somb ra lógica.
A Degas le obsesionaba el ballet clás ico porque para é l En primer lugar, es el resultado de que el art ista corrige,
e ra un arte que reve laba algo de la cond ición humana. No era cambia y vuelve a corregir la posición precisa del miemb ro, la
un maníaco del ballet en busca de un mundo alternativo al mano o la oreja en cuestión. Su láp iz o su pastel anota, rea-
que escapar. La danza le ofrecía una especie de escaparate en justa y vue lve a anotar con mayo r énfasis el bo rde que avanza
e l cual pod ía encontrar, después de mucho buscar, ciertos o retrocede de un cue rpo en movimiento con t inuo. La ve lo-
secretos humanos. Esta muestra exp resa de una fo rma muy cidad es cruc ial. Sin emba rgo, estos "oscurecim ientos" tam-
convincente los paralelismos existentes ent re la ob ra de bién sugieren la oscuridad de los pliegues o de las fisu ras:
Degas, altamente original, y e l desa rro llo de la fotografía y la adqu ieren una función expresiva propia. ¿Cuál?
invención de la cámara de cine. Estos avances tecno lógicos Acerquémonos aún más. Una bailarina de ballet clásico
llevaron a ciertos descubrimientos re lativos a la forma de mo- con t ro la y mueve todo su cuerpo, que es ind ivis ible, pe ro los
ve rse y de operar de los cuerpos humano y an ima l: un caballo mov im ien tos más dramáticos son los que hace con las pie r-
a l ga lope, un pájaro en vuelo, etc. nas y los brazos, que podemos considerar pares: dos parejas
A Degas, s in duda, le intrigaban estas innovaciones e hizo que comparten e l m ismo to rso. En la vida cotid iana, las dos
uso de ellas, pero creo que lo que le obsesionaba estaba más pa rejas y e l torso viven y funcionan juntos, dóc iles, conti-
cerca de lo que obsesionaba a Miguel Ángel y a Andrea Man- guos, un idos por una ene rgía centrípeta, d irig ida hacia aden -
tegna. A los tres les fascinaba la capacidad humana para t ro. En el ballet clásico, en cambio, los pares se separan, la
soportar el martirio . Los tres se preguntaban s i no sería esta energía del cuerpo es muchas veces centrífuga, se echa hacia
capacidad lo que definía a la human idad. La calidad humana fue ra, y cada centímetro cuad rado de ca rne se tensa con una
que Degas más adm iraba era la res istencia, la entereza. especie de soledad.
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Los oscuros pliegues o fisuras que muestran están imá-
genes expresan la soledad que s iente una de las partes de un
miembro o del torso, que están acostumbradas a la com-
pañ ía, a que las otras partes las toquen, pe ro que al bailar tie-
nen que ir en solitario. Los oscurecimientos ex presan el dolor
de este descoyuntamiento y la entereza necesaria para sal-
varla de una fo rma imaginativa. De ah í la e legancia y la seve-
ridad a la que Baudelaire hacía refe rencia cuando decía "ele-
gante y atroz".
Consideremos aho ra los estudios de bai la ri nas descan-
sando, en particu lar los que hizo hac ia el final de su vida.
Estos estud ios se encuentran entre las imágenes más pa rad i-
siacas que conozco, y, sin embargo, están muy lejos del pa-
ra íso terrenal. Mientras las bailarinas descansan, sus m iem-
bros vuelven a un irse. Un brazo reposa a lo largo de una pier-
na. Una mano busca un pie y lo toca, emparejando los dedos
de la mano con los del pie. Por unos momentos, parece que
han puesto fin a sus mú lt iples soledades. Una barbi lla des- Edgar Degas, Dos bailarinas descansando, i898.
cansa en una rod illa. Se restab lece fe lizmente la contigü idad .
La trascendencia que recuerdan es el objetivo del arte de
Muchas veces tienen los ojos med io cerrados, y sus rostros
la danza: el objetivo de l cuerpo enteramente do lorido de la
pa recen inmateria les, como si recordaran una trascendencia .
bailarina de hacerse uno con la mús ica. Lo sorprendente es
que las imágenes de Degas captu ran esta expe ri encia si len-
ciosamente. Con pliegues, pero s in sonido.
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1 lesser, Wendy, His Other Half: Men Looking at Women


through Art, Harvard University Press, Cambridge (Mass.),
1991 [N. del Ed.].
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Ferdinand "Le Fac teur" Che val la nieve y el hielo, a veces entre las flores. ¿Qu é pued e
1836-192 4 hacer un hom bre, sino soñar, cuan do cam ina peren-
nem ente por los mism os parajes? Yo cons truí en mis en-
Muy poco s cam pesin os se hacen artis tas, solo ocas io-
sona cion es un palac io que supe ra toda imag inaci ón,
nalm ente , tal vez, ha llegado a serlo un hijo o una hija de
todo lo que el ingenio de un hom bre sencillo pued e con-
camp esino s. No tiene esto nada que ver con el talen to, sino
cebir, con jardi nes, grottos, torres, castillos, mus eos y
con las opor tunid ades y el tiem po libre. Hay algu nas can-
estat uas: todo s tan herm osos y tan vívidos en sus deta-
cion es y, recie ntem ente , unas cuan tas auto biog rafía s sobr e la
lles que su imag en iba a perd urar en mis pens amie ntos
expe rienc ia camp esina . Y está, claro, la ma ravil losa obra fi lo-
dura nte los diez anos sigu iente s.
sófica de Gast on Bachelard. Pero salvo esta s exce pcio nes se
Cuan do ya casi había olvidado mi sueñ o, y era casi en lo
ha escri to muy poco al res pecto. Esta care ncia sign ifica que el
último que pens aba, me lo volvió a traer a las mien tes
alma cam pesi na es tan desc onoc ida para los habi tante s de
uno de mis pies, al trope zar con algo que por poco me
las ciud ades com o lo son su resis tenci a física y las cond i-
hace cae r. Quis e sabe r lo que era: era una piedr a con una
cion es mate riale s de su trabajo. form a tan rara que me la metí en el bolsillo para cont em-
Es cierto que, a vece s, en la Europa medieval, los cam pe-
plarla a mis anch as. Al día sigui ente, pasé por el mism o
sino s se trans form aban en artes anos , cant eros o inclu so
sitio. Me enco ntré otras aún más boni tas, las junté allí
escu ltore s. Pero no se les emp leab a para que expr esara n su
mism o, y me qued é maravillado... Busq ué por los barran-
prop ia visión del mun do, s ino la ideología de la Iglesia. Exis-
cos, por las lader as, por los lugar es más deso lado s y yer-
te, no obst ante , una obra colosal, que no se pare ce a ning una
mos ... Enco ntré toba , que el agua habí a petrificado y que
otra y qu e es una expresión direct a de la experiencia cam pe-
es tamb ién maravillosa.
sina. Es sobr e esta obra , que incluye poes ía, escu ltura y arqui-
Ah í emp ezar on mis tribulaciones y mis sufri mien tos.
tectu ra, sobr e la que me prop ongo hablar. Pues ento nces e mpe cé a llevar cesto s. Adem ás de los 30

Com o carte ro rural, al igual que mis 2.7.0 00 com pañe ros, kilóm etros que hacía todo s los días de carte ro, cubr ía
doce nas con la cesta a la espa lda, llena de pied ras. Cada
cami naba todo s los d ías desd e Hauterives a Ters anne
-en una región dond e qued an toda vía vestigios de la com una tiene su prop io tipo de pied ras dura s. En mis

époc a en la que estuv o cubie rta por el mar -, a veces por reco rrido s cam po a través, solía amo nton arlas , y al caer
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la tarde volvía con la carretil la a recogerlas. Las más cer- yo trabajaba en m i palacio.
canas estaban a cuatro o cinco kilómetros, a veces a Nad ie sabrá nunca las penas que he pasado.
diez. A veces emprendía el camino a las dos o las tres de En los minutos de esparcimiento
la madrugada. que me permitía e l servicio
construí este palacio de las m il y una noches
El escritor es Ferdinand Cheval, que nació en 1836 y murió en
en el que he dejado esculpido m i recuerdo.
1924, y que pasó treinta y tres años construyendo ese palacio
suyo "que supera a toda imaginac ión". Todavía se puede visi- Hoy e l palac io se está derrumbando, las esculturas se desin-
tar en Hauterives, su pueblo nata l, en el Departamento de tegran y los textos grabados o tal lados en los muros se van
Drome, en el sureste de Francia. borrando lentamente. No t iene más de ochenta años. La
mayoría de los edific ios y de las escu lturas aguantan más,
porque pertenecen a una trad ición establecida que d icta los
principios de para qu ién se deben construir y, más tarde, para
qu ién se deben preservar. Esta obra está desnuda y carece de
trad ición porque es la obra de un ún ico campesino "loco".

Hay bastantes libros de fotos del palacio, pero e l problema


de las fotos -incluso en las películas- es que el espectador
no se levanta de la s illa. Y el palac io ideal consiste en la expe-
riencia de estar dentro de él. Uno no lo contempla más de lo
que se contempla un bosque. O entras en él o pasas deján-
do lo atrás.
Como lo explica e l propio Cheval, el origen de su imagi-
El palac io idea l {1879-1912) de Ferdinand Cheval. ne ría se encuentra en las pied ras, unas piedras que, mol-
deadas du rante eras geo lógicas, le parecían caricatu ras.
Por la tarde, al caer la noche,
cuando descansa el género humano La piedra forma unas escu ltu ras tan raras que a l homb re
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le resulta imposible imitarlas; representa an ima les de pequeños, chéiteaux, temp los, casas, guaridas, madrigueras,
todas las especies, todo tipo de caricaturas. Y me d ije: nidos, agujeros, etc. Es imposible establecer e l conten ido
pues s i la naturaleza qu iere hacer la escultura, yo haré la total o la población del palacio . Cada vez que uno entra en é l,
albañ ilería y la arqu itectura. ve algo más o algo dist into. Cheval term inó haciendo mucho
más que la a lbañ ilería y la arqu itectu ra para las escu ltu ras de
Cuando uno las m ira, estas piedras se convierten en cri a-
la natura leza. Empezó a hacer las suyas propias. Pero la natu -
turas, sobre todo pájaros u otros animales. Algunos te de-
raleza s igu ió siendo su mode lo: no como depós ito de apa-
vue lven la mirada. Algunos solo se entrevén mientras desapa-
riencias fijas, no como la fuente de todas las taxonom ías,
recen de vue lta a las piedras de las que emergie ron breve-
sino como un ejemplo de metamorfos is continua. S i miro a
mente como meros contornos. El palac io está ll eno de una
lo que tengo inmediatamente enfrente, veo:
vida que nunca es enteramente vis ible.
Salvo por algunas excepciones de las que hablaré más un pino
adelante, no hay superficies que sean te rminantemente exte- un terne ro, lo bastante grande para que e l pino sea uno
riores. Todas las superficies, para su real idad, se refieren a l de sus cuernos
interior. Los an ima les vuelven al interior de las piedras; y una serpiente
cuando uno no está mirando, vue lven a salir. Todas las apa- una vas1¡a romana
riencias cambian . Y, s in embargo, sería erróneo conside rar el dos lavanderas de l tamaño de dos topos
palacio un lugar onírico. Ese fue el error que cometieron los una nutria
surrealistas, que fueron los primeros que lo "descubrieron" un faro
en la década de i930. Converti rlo en una cuestión psico- un ca racol
lógica, cuestionar e l inconsc iente de Cheval, es adoptar un t res am igos recostados unos en ot ros
punto de vista que nunca explicará su s ingu laridad. un leopardo, más grande que el faro
un cuervo

Hab ría que multiplicar esta lista varios m iles de veces a fin de
Pese a su nombre, su mode lo no es un palacio, sino un bos-
llegar a aproximarnos a un primer censo. Y en cuanto uno se
que. Dentro están conten idos muchos palacios más
da cuenta de esto, percibe al instante cuán ajeno al espíritu
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de la ob ra sería semejante e¡erc1c10. Su func ión no es pre- le rodea a uno, como un úte ro.
sentar, sino rodear.
Decía que la un idad básica de este tej ido sugería un t ipo de
Ya se suba a sus torres, se atraviese las criptas o se alce la
hoja o de pliegue. Tal vez lo más cerca que puedo llegar a la
vista por una de las fachadas, uno es consciente de haber en-
hora de defin irla, o de imagina rl a plenamente -dentro del
trado en algo; se encuentra en un sistema que incluye el espa-
palacio o lejos de l mismo- es pensa r en la hoja idea l de la
cio que é l m ismo ocupa. El s istema puede cambiar su propia
imagen, sugiriendo diferentes metáforas en cada momento. que escribe Johan Wolfgang von Goethe en su ensayo La

Ya lo he comparado con un bosque. En algunas partes se pa- metamorfosis de las plantas. Todas las formas de la plantas se
derivan de esta hoja arquetíp ica.
rece a un estómago. En ot ras, se parece a un cerebro, el
En el palacio, la un idad básica entraña un proceso de
órgano fís ico que hab ita en el interior de l cráneo, no la mente
rep roducción; no se trata de la reproducción de las aparien-
abstracta.
cias, sino de una reproducción de s í m ismo mientras crece.
Lo que le rodea a uno tiene una real idad física. Está cons- Cheval salió de su región nata l, el Drome, una sola vez en
tru ido de pied ra arenisca, de toba, de cal, de arena, de con- su vida: de joven, para ir a trabajar durante unos meses en
chas, de fós iles. Al m ismo t iempo, todo este material d iverso Arge lia. Todo su conocim iento de l mundo lo obtuvo a través
se un ifica y se hace miste ri osamente figurativo. No estoy ha- de las nuevas revistas enciclopédicas que salieron al mercado
blando ahora de su poblac ión de imágenes. Hablo de l mate- durante el segundo cuarto del siglo XIX y no tardaron en ha-
ria l m ine ra l como un se r completo dispuesto de ta l forma ce rse muy populares. Este conocimiento le facu ltó para aspi-
que representa un sistema orgánico vivo. rar a una "visión de mundo", d iferente de una visión local o
Una especie de tejido lo conecta todo. Uno puede ima- pa rcial. {Hoy, los med ios de comun icación t ienen, en d is-
gina r que consta de hojas, de pliegues, de fol ículos o de célu- t intas partes del mundo, un efecto político comparable. Los
las. Toda la energía imparab le de Cheval, toda su fe, se ap licó campesinos term inarán visua lizándose desde una perspec-
en la creación de este tej ido. Es en él donde uno s iente el t iva globa l.)
ritmo real de sus movim ientos cuando moldeaba el cemento
Sin una aspi rac ión global, Cheval nunca habría pod ido man-
o colocaba las piedras. Ver crecer este tejido bajo sus manos
tener la confianza necesaria para t rabaja r en soledad durante
le confirmaba en lo que estaba hac iendo. Es este tej ido lo que
treinta y t res años. En la Edad Med ia, la Iglesia había ofrecido
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una vis ión un iversa l, pero sus artesanos trabajaban en su noc ión de visceral. Se hace, sin embargo, necesaria una adver-
mayoría dentro de las restricciones de una iconografía pres- tencia. Pensar que las act itudes de los campesinos son más
crita, en la que la vis ión del campesino tenía un lugar, pero va lientes, al tiempo que más des inhibidas o descaradas, que
no era susceptible de desarrollo . Cheval surgió, en soli tario, y las urbanas supone no entender nada y recurri r a un igno-
enfrentó e l mundo moderno a una visión campesina intacta, rante cliché.
la suya. Y construyó su palac io confo rme a esa visión. La puerta de un establo. Colgado de un clavo, un cabrito
Fue un acontecimiento incre íblemente improbab le, un que está siendo desollado y vaciado de sus vísceras por un
acontecim iento que dependía de infin idad de contingencias. abue lo que hace uso de la punta de su navaja del icadamente,
Temperamentales. Geográficas. Sociales. Del hecho, por como si fuera una aguja. A su lado, una abue la sostiene las
ejemplo, de que fuera cartero y, por tanto, tuviera un pequeño tripas en sus brazos, a fin de fac ilita rl e al marido la tarea de
salario. De haber s ido un campesino que trabajara su t ierra, separar el estómago s in perforarlo. A unos metros, sentado
nunca podría habe rl e dedicado al palacio las 9J.OOO horas en e l suelo y ajeno por unos instantes a lo que hacen sus
que inv irtió en su construcción . Sin embargo, nunca dejó de abue los, el nieto de cuatro años juega con un gato y se frota
pertenecer, orgán ica y conscientemente, a la clase en la que la nariz contra la del anima l. Para los campesinos, lo visceral
nac ió. "H ijo de campesinos, como campesino quiero vivir y es una categoría cotid iana, conocida, desde una edad muy
morir a fin de demostrar que en mi clase hay hombres con temprana.
energía y talento". Por e l contrario, el desconoc im iento estimula el horror ur-
El carácter del palac io está determinado por dos cuali- bano a lo visceral, un horro r re lacionado, a su vez, con las
dades esencia les: su materialidad física (no contiene ningún actitudes urbanas con respecto a la muerte y el nacim iento.
atractivo sentimenta l, abstracto, y todas las declaraciones de Ambos momentos se han transfo rmado en momentos secre-
Cheval ponen de relieve el enorme esfuerzo fís ico que su- tos, remotos. En los dos es imposible negar la primacía de
puso su const rucción) y su interioridad (e l énfasis tota l en lo unos procesos internos, invis ibles.
que está dentro y en el hecho de estar dentro). Esta combi- La superficie urbana idea l es brillante (por ejemplo, los
nac ión no existe en la experiencia urbana moderna, pe ro es cromados), una superficie que refleja lo que t iene delante y
profundamente típica de la experi encia campesina. pa rece negar que haya nada visible detrás. Su antítes is es el
Tal vez podemos uti lizar aqu í a modo de ejemplo la costado de un cuerpo que asciende y desciende al ritmo de la
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resp irac ión . La experiencia urbana se concen t ra en confund ir equiva lente es la t radición oral que pasa de generación en
lo que está fue ra con lo que es la cosa, mid iéndo la, probán- generación; no obstante, la ve rdadera d ife rencia entre ellos es
do la, procesándo la. Cuando se ha de explica r lo que está den - esta: el ordenador proporciona, con gran celeridad, la res-
t ro (no hab lo aho ra desde el punto de vista de la bio logía puesta exacta a una cuestión compleja; la t radición oral pro-
mo lecular, sino en relac ión con la vida cot id iana}, se exp li ca porciona una respuesta amb igua - a veces, incl uso en fo rma
como un mecan ismo, pero las med idas de l mecan ismo utili- de acertijo- a una cuestión práctica común. La verdad como
zado siem pre pertenecen a l exterior. Una reproducc ión visual certeza. La verdad como incert idumbre.
constante celeb ra el exte ri or, lo de fuera, que se justifica por Se suele pensa r que los campesinos son conservado res,
e l empirismo. t radicionalistas, cuando se los s itúa en e l tiem po histórico,
Lo em pírico es ingenuo para el cam pesino. El campesino pero en el t iempo cíclico están mucho más acostumb rados a
opera con lo que nunca se puede predecir de l todo, con lo vivir con los cambios.
eme rgen te. Lo vis ible suele ser para él un s igno del estado de La cercanía a lo imp redecible, lo invis ible, lo incontrolab le
lo inv isible. Toca las su perficies para crea rse una mejor ima- y lo cícl ico predispone a la mente a hacer una inte rpretación
gen menta l de lo que se encuentra detrás. Sobre todo, es religiosa del mundo. El campesino no cree que el progreso
consciente de seguir y mod ifica r unos procesos que están esté derri bando las fronteras de lo desconocido po rque no
fuera de su alcance, o del de cualqu iera, iniciar o detener: acepta el d iagrama estratégico que encierra esa afi rmación.
s iempre es consciente de esta r él m ismo en un proceso. En su experiencia, lo desconocido es constante y central: e l
En una fáb ri ca, los art ículos que salen de la cadena de conocim iento lo rodea, pero nunca lo e limina rá. No es posi-
prod ucción son idén ticos. Pe ro no hay dos prados igua les, ni ble generalizar sobre el papel de la re ligión entre los cam pe-
dos ovejas, ni dos árboles. (Las catástrofes de la revoluc ión s inos, pe ro se puede dec ir que articula otra experiencia pro-
verde, cuando la producción agrícola la plan ifican desde arri- funda: su experiencia de prod ucción med iante el trabajo .
ba unos expertos de la ciudad, son por lo gene ral el resultado
He mencionado que unas cuantas superficies de l palacio no
de ignora r unas condiciones locales específicas o de desafia r
hacen referencia a l interior pa ra most ra r su rea lidad . Entre
las leyes de la heterogene idad natural.) El o rdenador se ha
estas se incl uyen las supe rficies de algunos de los edific ios
convertido en el almacén, en la " memoria" de la información
que Cheval reproduce, como la Casa Blanca, de Wash ington,
urbana moderna: en las cu lturas campesinas, e l almacén
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o la Maison Carrée de Argel. Las otras son las superficies de
los rostros humanos. Todos ellos son enigmáticos. Los ros-
tros humanos ocultan sus secretos, y es posible, como no lo
es en ningún otro elemento del palacio, que sus secretos
sean antinaturales. Las ha esculpido con respeto y susp1-
cac1a.
El propio Cheval dijo que su palacio era un templo a la
naturaleza. Pero no a la naturaleza de los viajeros, de los
paisajistas, ni siquiera a la de jean-jacques Rousseau, sino un
templo a la naturaleza soi'lada por un genio que expresa la vi-
sión de una clase de supervivientes endurecidos y astutos.
En el centro del palacio hay una cripta, rodeada de ani-
males esculpidos: solo para con sus animales mostró Cheval
su capacidad para la ternura. Entre los anima les hay conchas,
piedras con ojos escondidos en ellas, y, uniéndolo todo, el
tej ido de la primera hoja. En el techo de esta cripta, en fo rma
de círcu lo, Cheval escribió esto: "Es aquí donde quería do r-
mir''.
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Paul Ciza nne diferencia de que este negro es much o más tangible. Es
1839-1906 como el negro de una caja que contiene todo lo que existe en
el mund o material.
Todo europ eo que haya vivido en el siglo xx y se haya apasi o-
Si avan zamo s unos diez años en su carre ra artística,
nado con Ja pintu ra hab rá te nido que acept ar el miste rio, el
vemo s que Céza nne empi eza a sacar colores de la caja negra;
logro, el fraca so o el triunfo de la obra de Paul Céza nne.
no se trata de color es prima rios, sino color es comp lejos ,
Mu rió seis años despu és de come nzad o el s iglo, a los ses-
colo res susta ncial es, y busca un lugar para ellos en aquello a
enta y siete. Fue un profeta, aunq ue, co mo much os otros pro-
lo que mira con la mayo r atenc ión: un tejad o o una manz ana
fetas, no fuera esto lo que se propo nía. para un rojo, un cuerp o para un color piel, una zona en parti-
Se exhiben aho ra en el Musée du Luxembourg, en París,
cular entre las nube s de un cielo para un azul. Saca estos
seten ta y cinco mara villos os cuad ros perte necie ntes a todos
color es como si fueran una tela, salvo que, en lugar de estar
los perío dos de su carrera. Esto nos ofrec e la oport unida d de
hecho s de hi lo o de algod ón, están hecho s de las marc as que
mi rarl o de nuev o, de conte m plar toda su originalidad. Des-
un pincel o una espát ula dejan en el óleo.
pués de toda una vida de senti r a mi lado su comp añía, la
Y luego , duran te los últim os veint e años de su vida, Cé-
expos ición supu so para mí una revelació n. Me olvid é del
za nne empi eza a ap lica r esos his opos o escobillas carga dos
impre sioni smo, del cubis mo, de la histo ria del arte del siglo
con color al lienzo, pe ro no los aplica dond e se corres-
xx, de Ja mode rnida d, de la posm odern idad, y vi solo su his-
ponderían con el color local de un objet o, sino don de indi-
toria de amor, su re lación amor osa con lo visi ble. Y lo vi
quen un cami no a travé s del espacio que pued an segui r nues-
como un diagr ama, uno de esos diagr amas que apare cen en
tros ojos, un cami no que se aleja o se acerca. Y deja cada vez
los follet os de instruccion es de los electr odom éstico s o de
más trozo s de lienzo en blanco, sin tocar. Estos trozo s no
las herra mien tas. son mudo s, sin emba rgo: repre senta n el vacío, el huec o
Empe cemo s con los fondo s negro s de much as de sus
abierto por el que emerge lo material.
obras tem prana s, pinta das a los veint itanto s años. Es un
Las últim as, pro fética s, obras de Céza nne tratan de la
negro como no hay otro en la histo ria de la pintu ra. Su ma-
creac ión, la creac ión del mund o o, si se quiere, del universo.
nera de domi nar el cuad ro es en cierto mod o seme jante a la
Estoy tenta do de deno m inar "agujero negro " a esa caja negra
oscur idad que encon tram os en el Remb randt ta rd ío, con la
que veo como su punto de partida, pero no pasar ía de ser un
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truco verbal y, por lo tanto, demas iado fácil. Mientras que lo probablemente- está echado en la h ie rba, a orillas de un río,
que hizo Cézanne fue obstinado, pe rsistente, d ifíci l. en algún lugar cerca de Pa rís, y e l aire a su a lrededor le aca-
Du rante su viaje como pintor, creo que su estado menta l ric ia de una forma vis ible, de la m isma manera que el sol y e l
cambió escatológicamente, se hizo más apocalípt ico. El en ig- viento de un día con una climatología concreta acaricia su
ma de lo material, lo co rpó reo, le obsesionó desde el prin- montaña Sainte-V ictoire. Cézanne estaba descubriendo una
cipio . ¿Por qué tienen las cosas consistencia, solidez? ¿Por complementariedad ent re el equilibrio de un cuerpo y la ine-
qué todo, incluidos los seres humanos, está hecho de mate- vitab ilidad de un paisaje. Las oquedades de a lgunas rocas del
ria? En sus obras muy tempranas, tend ió a reducir lo material bosque de Fontainebleau tienen la intim idad de unas axi las
a lo co rpó reo: el cuerpo humano en el que estamos conde- humanas. Sus últ imas bañ istas forman cadenas sim ilares a
nados a vivir. Y era ext remadamente consciente de lo que una cordi llera. La cantera des ierta de Bibémus parece un re-
significaba ser carne: nuestros deseos, nuestros anhelos cie- trato.
gos y nuestra capacidad para la vio lencia g ratuita. De ah í la ¿Cuál es e l secreto que hay detrás de todo esto? La con-
e lección de temas tales como e l ases inato y la tentación. Tal vicción de Cézanne de que lo que percibimos como vis ible
vez era mejo r mantener cerrada la caja negra. no es algo dado, s ino una inte rpretación, algo construido,
Poco a poco, sin embargo, Cézanne empezó a amp lia r la ensamblado por la natura leza y po r nosotros mismos. "El
noc ión o la sensación de corporeidad, a fin de que incl uyera pa isaje se piensa en m í, y yo soy su conciencia", decía. Y tam-
cosas que normalmente no se considera que tengan cuerpo. bién : "El color es el lugar en el que se reúnen nuestro cerebro
Esto se hace sobre todo evidente en sus natu ra lezas muertas. y e l un iverso".
Sus manzanas tienen la autonom ía de los cuerpos. Todas y De este modo abría su caja negra.
cada una son dueñas de sí mismas; las ha ten ido todas en su
mano y las ha reconocido como ún icas. Sus cuencos de
po rcelana vac íos espe ran a ser llenados. Su vacío es expec-
tante. Su jarra de leche es incontestable.
En la tercera y última fase de su vida profesional, con-
forme a m i d iagrama imaginario, Cézanne llevó todavía más
lejos la noción de corporeidad. Un ado lescente - su hijo,
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Paul Cézanne, El reloj de péndulo negro, 1869-1871.


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Origen de los textos Yo rk, 20 11 {vers ión castellana: El cuaderno de Bento, Alfa-
guara, Madrid, 2012).
Todos los escritos comprendidos en este li bro ya han sido
pub li cados en d ife ren tes medios. En ocasiones, los artícu los Andrea Mantegna
están compuestos de varios art ículos o fragmentos sobre el Extra ído de And readak is Berger, Katya y Berger, John, Lying
m ismo tema. Aunque todos los textos de este libro sean t ra- Down to Sleep, Corrain i, Mantua, 2010 {versión castellana:
d ucción de Pilar Vázquez, se ind ican aquí también, cuando "Echarse a dorm ir", en Tiziano y el legado veneciano, Funda-
las hay, otras vers iones castellanas {mientras no se es peci- ción Am igos del Museo del Prado/ Ga lax ia Gutenberg-Círcu lo
fique lo contrario, las t raducciones son de Pilar Vázquez). de Lect ores, Mad ri d, 2005) .

Los pintores de la cueva de Chauvet Giovanni Bellini


Publicado bajo el t ítu lo "The Chauvet Caves" [1996], en The Publicado bajo el títu lo "John Be rger on Four Bell ini Madon-
Shape of a Pocket, Bloomsbu ry, Lond res, 2001 {versión caste- nas", en Whe ldon, Huw (ed .), Monitor: An Anthology, Macdo-
llana: "La cueva de Chauvet", en El tamaño de una bolsa, Tau- na ld, Lond res, 1962.
rus, Madrid, 2004).
El Sosco
Los retrat istas de El Fayu m Publicado bajo el título "Against the G reat Defeat of the
Publicado bajo e l tít ulo "The Fayum Portraits" [1988], en ibíd. World", en The Shape of a Pocket, op. cit. (vers ión castellana:
(vers ión castell ana: "Los retratos de Fayum", en ibíd.). "Contra la g ran de rro ta del mun do", en El tamaño de una
bolsa, op. cit.).
Piero della Francesca
Publicado bajo el t ítu lo "The Calculations of Piero" [1959], en Matthias Grünewald
Permanent Red: Essays in Seeing, Methuen, Lond res, 1960. Publicado bajo e l t ítu lo " Between Two Colma rs" [1976], en
About Looking, Reade rs and Writers Publish ing Coope rat ive,
Antonello da Messina
Lon d res, 1980 (ve rs ión castellana: " Entre los dos Colmar", en
Publicado bajo el títu lo "Resistance Is Fertile", New
Mirar, Ed itorial Gustavo G ilí, Barcelona, 2001).
Statesman, Lond res, 9 de abril de 2009. Parte de este ensayo
fue incluido en Bento's Sketchbook, Pantheon Boo ks, Nueva Alberto Durero
'
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Publicado bajo e l títu lo " Dürer: A Portrait of the Art ist" [1971], Pieter Brueghel el Viejo
en Spencer, Lloyd (ed.), The White Bird: Writings, Chatto & Publicado bajo e l tít ulo "The Case Aga inst Us", The Observer,
Windus, Londres, 1985 {vers ión castellana: " Durero: retrato Lon d res, 7 de octu bre de 1962.
del art ista", en El sentido de la vista, Alian za Ed ito ri a l, Mad ri d,
Caravaggio
1990) .
Extra ído de And Our Faces, My Heart, Brief as Photos [1984],
Miguel Ángel Bloomsbu ry, Lond res, 2005 (vers ión castellana: Y nuestros
"M ichelangelo" [1995], en The Shape of a Pocket, op. cit. (ve r- rostros, mi vida, breves como fotos, He rmann Blume, Mad rid,
s ión castellana: "M igue l Ángel", en El tamaño de una bolsa, 1986) .
op. cit.).
Frans Hals
Tiziano "Frans Ha ls" [1966], en The Moment of Cubism and Other
Publicado bajo el títu lo "Ti tian as Dog", The Threepenny Essays, Pan theon, Nueva Yo rk, 1969 {versión castellana: " Ha ls
Review, núm . 54 , 1 de julio de 1993, y en An d readakis Be rger, y la banca rro ta", en Mirar, op. cit.); y bajo el títu lo de "The
Katya y Berger, John , Titian: Nymph and Shepherd [1996], Ha ls Mystery" [1979], en The Wh ite Bird, op. cit. (vers ión
Bloomsbu ry, Lond res, 2003 {versión castellana: Tiziano: ninfa castell ana: "El m iste rio de Ha ls", en El sentido de la vista, op.
y pastor, Ed iciones Árdo ra, Mad rid, 1999) . cit.) .

Hans Holbein el Joven Diego Velázquez


Publicado bajo e l títu lo "A Profess ional Secret" [1979], en Kee- Publicado bajo el t ítu lo "A Story for Aeso p" [1992], en Keeping
ping a Rendezvous, Gran ta Books, Lond res, 1992 (existen dos a Rendezvous, op. cit. (ve rs ión castellana: " Una fábu la pa ra
ve rs iones castellanas de este título: "Un secreto profes ional", Eso po", en Cada vez que decimos adiós, op. cit.; y "Una his-
en Cada vez que decimos adiós, Ediciones de la Flo r, Buenos to ri a para Eso po", en Siempre bienvenidos, op. cit.); y "Th-
Aires, 1997, t rad ucc ión de Gracie la Speranza; y "Un secreto rough the Pee pho le of Ete rnity", en The Drawbridge, núm. 17,
profes ional", en Siempre bienvenidos, Huelga y Fierro ed i- Lon d res, ve rano de 2010; también en Bento's Sketchbook, Pan -
tores, Mad rid, 2004, t raducción de José Lu is Mo reno-R uiz). theon Books, Nueva York, 20 11 (vers ión castellana: El cua-
derno de Bento, Alfagua ra, Mad rid, 20 12).
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Remb randt caste llana : "los dibuj os de Watte au", en Sobre el dibujo,
Publi cado bajo el títu lo "Three Dutch men" (rese ña sobre Editorial Gusta vo Gil í, Barce lona, 2011; y en La apariencia de
Wilhelm Reinhold Valentiner, Remb randt , Spino za, David las cosas, Editorial Gusta vo Gilí, Barcelona, 2014).
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Francisco de Goya
Way of Seeing, BBC, Lond res, 1972 (versión caste llana : Modos
Extracto de A Painter of Our Time, Secker & Warburg, Lon-
de ver, Editorial Gusta vo Gilí, Barcelona, 2016 , págs. 122-124,
dres, 1958 (vers ión caste llana: Un pintor de hoy, Alfaguara,
tradu cción de Justo G. Beram endi) ; poem a "Rem brand t Self-
Madrid, 2002 ); publi cado bajo el t ítulo de "The Hone sty of
Portrait" (1975), en The White Bird, op. cit. (versión caste llana :
Goya", en Perrnanent Red, op. cit.; publi cado bajo el título
"Autorretra to de Remb randt ", en El sentido de fa vista, op. cit.);
"The Maja Dress ed an d the Maja Undr essed " [1964], en The
"Onc e in Amst erdam " (1984], en And Our Faces, My Heart,
Mornent of Cubisrn, op. cit. (versión caste llana : "Goya: La
Brief as Photos, op. cit. (versión caste llana : "Una vez en
Maja, vestid a y desnu da", en El sentido de la vista, op. cit.); ex-
Ámst erdam ", en Y nuestros rostros, mi vida, breve s corno fotos,
tracto de Corker's Freedorn, Meth uen, Lond res, 1964 (vers ión
op. cit.); "Rem brand t and the Body" (1992], en The Shape of a
caste llana : La libertad de Corker, lnterz ona, Buen os Aires,
Pocket, op. cit. (versión caste llana : "Rem brand t y el cuerp o",
2016, tradu cción de Marcos Mayer); y extrac tos de Berger,
en El tamaño de una bolsa, op. cit.); "A Cloth Over the Mirro r"
)ohn y Bielski, Nella, Goya's Last Portrait, Faber, Lond res,
(2000), en ibíd. (versión caste llana : "Un paño sobre el es-
1989 (versión caste llana : El último retrato de Goya, Alfaguara,
pejo", en ibíd.); y extra cto de Here Is Where We Meet, Bloom s-
1996).
bury, Lond res, 2006 (versión caste llana : Aquí nos vernos, Alfa-
guara , Madrid, 2005 ). J. M. W. Turne r

Willem Dros t Publicado bajo el títu lo "Turner and the Barbe r's Shop "
[1972], en About Looking, op. cit. (versi ón caste llana : "Turn er y
Extracto de Bento's Sketchbook, op. cit. (vers ión caste llana : El
la ba rbe ría", en Mirar, op. cit.).
cuaderno de Bento, op. cit.) .

Jean- louis -Andr é-Thé odore Géric ault


Jean-Antoine Watte au
Publicado bajo el t ítulo "A Man with Tousl ed Hair", en The
Publicado bajo el título "Drawings by Watte au'', en The Look
Shape of a Pocket, op. cit. (versión caste llana : "Un homb re
of Things, Peng uin, Hard mond swor th, 1972 (versión
.'
.•.
'
desgreñado'', en El tamaño de una bolsa, op. cit.). Dark Side of Degas's Ballet Dancers", The Guardian, Lon d res,
15 de noviembre de 2011.
Honoré Daumier
Publicado bajo el título "The Painter lns ide the Cartoonist: Ferdinand "Le Fadeur" Cheval
Daumier's Silver Screen", The Observer, Lond res, 11 de junio Publicado bajo el títu lo "The Id eal Palace" [hacia 1977], en
de 1961; y párrafo ext raído de Daumier: Visions of París {catá- Keeping a Rendezvous, op. cit. (vers ión castellana: " El palacio
logo de expos ición), Roya l Aca demy, Lond res, 2 013- idea l", en Cada vez que decimos adiós, op. cit.; y en Siempre
bienvenidos, op. cit.).
jean-Fran~ois Millet
Publicado bajo e l tít ulo "M illet an d Labour" [1956], en Perma- Paul Cézanne
nent Red, op. cit.; y "M illet and the Peasant' [1976], en About Publicado bajo el título "Cézanne: Paint lt Black", The
Looking, op. cit. (vers ión castellana: "M illet y el campesino", Guardian, Lond res, 12 de diciembre de 2011 .

en Mirar, op. cit.) .

Gustave Courbet
Publicado bajo el títu lo "The Politics of Cou rbet" [1953], en
Permanent Red, op. cit.; y "Courbet and the Ju ra" [1978], en
About Looking, op. cit. (vers ión castell ana: "Courb ert y el
Jura", en Mirar, op. cit.) .

Edgard Degas
Publicado bajo e l t ítu lo "On a Degas Bronze of a Dancer"
[1969], en Permanent Red, op. cit. (vers ión castellana: "Sobre
la bailarina de bronce de Degas", en El sentido de la vista, op.
cit.); bajo el títu lo "Degas", Die Weltwoche, Z úrich, 18 de a bril
1997; y en The Shape of a Pocket, op. cit. (vers ión castellana:
"Degas", en El tamaño de una bolsa, op. cit.); y como "The

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