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Editorial Gustavo Gilí, SL
JOHN BERG ER Via Laietana 47, 2º, 08003 Barcelona, España. Tel. (+34) 93
322 81 61
SOBRE LOS ARTISTAS Valle de Bravo 21, 53050 Naucalpan, México. Tel. (+52) 55 55
VOL.1 60 60 11
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JOHN BERGER
SOBRE LOS ARTISTAS
VOL.1
Los pintores de la cueva de Chauvet (hacia 30000 a. C.) Ferdinand "Le Facteur" Cheval (1836-1924)
Su inspiración me llevó a escribir inter mite ntem ente sobr e y negro son sencillos reco rdato rios.
arte en el curs o de mi larga vida de escritor. Pero ¿qué suce de
John Berg er
cuan do escri bo - o inten to escr ibir- sobr e arte?
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24 de marzo de 2015 Nota a la edición castellana
Si bien la edición inglesa origina l de este libro se publicó en
un ún ico vo lumen, en castellano aparece en dos separados,
siendo este el primero de los dos. Este volumen abarca desde
las p inturas prehistóricas de la cueva de Chauvet hasta el ad-
ven im iento de la modern idad con Paul Cezánne, m ientras
que el segundo incl uye ensayos de artistas que van desde
Claude Monet hasta Randa Mdah, una artista palestina nac ida
en 1983- Por e llo, en la introducción se especifican aque llas
referenc ias a ensayos que se recogen en el segundo volumen.
En aquellos capítu los compuestos por d iversos frag-
mentos de ensayos sobre e l mismo artista, se marca con ***
el cambio en el texto.
Se conservan las notas a pie de página de la edición o ri -
ginal, a las que se añaden las notas del editor castellano [N .
del Ed.].
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INTR ODU CCI ON carta s a los suyo s a los sold ados que no sabía n escribir. Mu-
LA CO MPA ÑÍA D EL PAS ADO chas vece s le pedí an que añad iera algu nas flori turas a lo que
TOM OVE RTO N le dicta ban, y, a camb io, ellos le brind aban su prote cción . No
se trata ba, pues , del magn ífico ais lami ento de l nove lista o del
"Mu chas vece s pien so que inclu so cuan do escri bo sobr e arte
crític o ester eotíp ico; más bien, Berger se veía com o uno más
lo que hago es escri bir relat os: los narra dore s, quie nes cuen -
en aque l ento rno socia l, inclu so se podr ía decir que estab a a
tan histo rias, pierd en su iden tidad y están abier tos a las vida s
su servicio.
de otras pers onas ", decía John Berg er en 1984.
En 1962 Berg er aban donó Gran Breta ña y pasó los ai'los
A algu nos amig os de Berger, Geof f Dyer y Susa n Sont ag
inme diata men te post erior es vivie ndo en difer entes parte s de
entre ellos , no les conv enció esta expli cació n. ¿No era una
Euro pa. Solo cuan do se estab leció en el pueb lo alpin o de
histo ria que cont aba Berg er sob re sí mism o? ¿No es lo de
Quincy, a med iado s de la déca da de 1970, pudo su espo sa,
cont ar histo rias una form a oral, y no se dedi can los escri tores
Beverly, emp ezar a mon tar un arch ivo litera rio estab le de los
com o Berg er al mun do del libro ? No obst ante , Berg er nunc a
docu men tos que habí an sobre vivid o.1 Cuan do el arch ivo
se desd ijo, en parte porq ue esa form a, ese "esc ribir relat os",
llegó a la British Library en 2009 , vení a liger amen te edita do
abar ca toda su obra , emp ezan do por los cuen tos y las obra s
conform e a esa lógic a narra tiva, de relat o oral: lo que más le
dram ática s, sigui endo por los poem as, las nove las, las piez as
inter esab a a Berger, segú n dijo, no eran las nota s y los borra -
radio fónic as, las pelíc ulas, las insta lacio nes y los ensa yos, y
dore s que habí an salid o de su man o, sino las carta s o los
term inan do por toda suer te de repre senta cion es inclasi-
men sajes que le habí an envi ado a él.
ficab les reali zada s en colab orac ión con otro s. Com o ha seña -
Berg er nació en Lond res y su decis ión de dona r el archi vo
lado Marina Wa rner, la fo rma en la que Berger se dirigía al
a la British Library en lugar de vend erlo al mejo r post or ya fue
espe ctad or que lo veía en la telev isión en la serie de la BBC
un hech o significativo en sí mism o. Ya habí a estab lecid o un
Ways of Seing [Modos de ver], en 1972, se pare cía a las alocu - prec eden te con un gest o simi lar en 1972, cuan do desc ubrió
cion es direc tas, habl adas , de unas form as muc ho más anti-
que la fund ación que otorg a el Prem io Booker McConnell,
guas de com unic ació n.
prem io que le habí a sido conc edid o por su nove la G.,2 habí a
Berger sugie re que emp ezó a cons idera rse narra dor du-
tenid o cone xion es con el tráfico de escla vos. Su resp uest a
rante su servi cio militar, en 1944, cuan do les escri bía las
cons istió en repa rtir el prem io a parte s igua les entre los
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Panteras Negras y su siguiente proyecto, una colaboración a lgo que puedas hacer esporád icamente. Para m í, enton-
con el fotógrafo Jean Mohr en la que investigaron y estu- ces, hab ía demas iadas urgenc ias políticas para pasarme
d iaron e l mal trato de que eran objeto los trabajadores inm i- la vida pintando. Lo más u rgente era la amenaza de la
grantes en Europa, estud io que se plasmaría en el libro Un guerra nuclear: el peligro, por supuesto, venía de Was-
séptimo hombre.3 En 2009, al igual que en 1972, Berger consi- hington, no de Moscú.
deraba que no se trataba de una cuestión fi lantrópica o cari-
Escribió charlas sob re temas de arte para la BBC, más tarde
tativa, sino de lo que él defin ió como "m i desarrollo continuo
como escritor: de lo que se trata es de mi re lación con la cul- columnas para las revistas Tribune y New Statesman, y hac ia
1952, sus compañeros de promoción lo consideraban escritor
tura que me formó".
más que otra cosa. Su primer li bro fue un ensayo sobre el
El archivo conservado hoy en la Brit ish Library contiene
más textos q ue imágenes, y los dibujos, cuando los hay, son pintor ital iano Renato Guttuso,4 publicado en 1957. El ar-
chivo tamb ién lo muest ra componiendo Permanent Red: Ess-
puramente margina les. Pero cuando, entre 2010 y 2013, me
ded iqué a lee rl o y cataloga rlo, al tiempo que escribía una tesis ays in Seeing,5 su primera recop ilac ión de art ículos, y escri-
biendo una novela, Un pintor de hoy,6 en la que ofrece en
doctoral, me fu i dando cuenta de las muchas veces que Ber-
forma de ficción algunos de los mismos temas y argumentos
ger estaba también escribiendo sobre arte cuando contaba
t ratados en los artículos.
una historia.
Entonces, al igua l que hoy, Berger se conside raba, entre
Los primeros fragmentos del arch ivo proceden de la
otras cosas, marx ista, aunque nunca llegó a se r m iemb ro del
época en la que Berger empezó su carrera de pintor, de sus
Partido Comunista. Lo q ue le exigía fundamentalmente al
estudios en la Chelsea School of Art y en la Central School of
arte, una exigencia que proven ía de sus lectu ras de Frederick
Art, de sus exposiciones en Londres, de cuando un cuadro
Anta!, de Max Ra phael, y de sus conversaciones con los artis-
suyo entró en la Colección de l Arts Council. En 2010, Berger
tas emigrados en tre los que vivía, era: ¿ayuda o an ima esta
expresaba lo s igu iente:
obra a los seres humanos a co noce r y reclamar sus de rechos
Fue una dec isión consciente la de dejar de pintar -pero sociales? Pa ra él, el realismo socialista que rep resenta ba a los
no de d ibujar- y ded icarme a escribir. Un p intor es obreros soviéticos estajanovistas era obviamente p ropa-
como un vio lin ista: tienes q ue toca r todos los d ías, no es ganda, pe ro también lo era el expresionismo abstracto
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estadounidense: liberado de cualquier otra función, no repre- una especie de guía práctica, más que insp iración . Fiel a una
sentaba más que al capital.z Durante toda esa década de- declarac ión real izada en 1956, en la que dec ía que "si es cierto
fen d ió un tipo de p intura y escu ltura mayormente figurativo, que soy un propagand ista político, me enorgu llezco de serlo.
pero basado en los descubrimientos de la abstracción mo- Pero m i corazón y mis ojos siguen s iendo los de un pintor",
derna. se dispone a aprender de la experiencia de m irar no solo
En 1959, Berger escribió un artícu lo titulado "Staying como art ista, sino también como narrador. En un artículo
Socialist" ["Segu ir s iendo socialista"], en e l que reconocía que publi cado en New Society en 1978 aprobaba la mane ra en la
se hab ía "equ ivocado en gran medida con respecto a los jóve- que dos académicos, Linda Nochlin y Timothy J. Clark, expl i-
nes pintores de este país. No han evolucionado conforme a caban en sus obras respectivas "la teoría y el programa de l
las líneas que yo había previsto''. En otras parcelas, s in em- Rea lismo de Gustave Courbet", desde el punto de vista social
bargo, tenía más esperanza, y añad ía: "Lo que profetizaba en e h istórico.9 Pero, según Berger, la cuestión seguía abierta:
el campo de la escultura y la pintura ha resultado ser cierto "¿Cómo lo practicaba con los ojos y las manos? ¿Cuál es el
en e l de la lite ratura y el teatro". significado de esa forma suya, ún ica, de representar las apa-
En este momento, empezó a abandonar la actividad de riencias? Cuando decía que el arte 'es la expresión más com-
crítico de arte, dedicado a tiempo completo a las reseñas de pleta de lo existente', ¿qué entendía por 'expresión'?''. Y conti-
exposiciones, pero las artes visuales no dejaron de tene r una nuaba examinando cómo en Entierro en Ornans (1849-1850)
presencia vital en su escritura. Los dos personajes princi-
Courbet había pintado un grupo de hombres y mujeres
pales de Un pintor de hoy se conocen contemplando el Re-
ta l como podrían aparecer cuando as isten a un funeral en
trato de Isabel de Porcel de Francisco de Goya en la National
el pueblo, y se había negado a organiza r (armonizar) las
Gallery, y en La libertad de Corker,8 el turbador descubri-
apariencias dándoles un s ign ificado más elevado, inde-
miento de una reproducción de La Maja desnuda en la tapa de
pend ientemente de que este fuera falso o auténtico.
una caja de bombones es un indicador del carácter típ ica-
Courbet rechazó la func ión del arte como moderador de
mente inglés de l protagonista; de su rep resión y de su insa-
las apariencias, como algo que ennoblece lo visible. En
t isfacción .
su lugar, pintó, en un lienzo de veintiún metros cua-
Inevitablemente, ta l vez, para alguien con su t ipo de
drados, un grupo de figuras en tamaño natura l en torno a
formac ión, Berger s iempre ha buscado en las artes visuales
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una sepultura; unas figuras que no anunciaban nada, su rea lismo socialista de la década de 1950 en una suerte de
salvo "así es como somos". rea lismo mágico, en el que coexisten vivos y muertos. De
modo que cuando en 2009 donó e l arch ivo, ofreció una
Por esa época, Berger estaba trabajando en la trilogía De sus
entrevista en la que suge ría que los arch ivos eran
fatigas (1979-1991), una colección de relatos, muy relac io-
nados entre sí e inspirados en Quincy y las montañas de l en- otra manera de estar presentes de las pe rsonas que vivie-
torno, sobre la vida rura l como una forma de d ign idad hu- ron en el pasado, estén todavía vivas o hayan desapa-
mana en vías de desaparición. En los borradores del primer recido. Esto me parece una de las cosas esenciales de la
libro, Puerca tierra (1979), 10 guardados en el archivo, Entierro condición humana. Es lo que dife rencia al ser humano de
en Ornans aparece en una lista de "ilustraciones posibles". El cualqu ier otro an imal: vivir con aque llos que han vivido y
funeral representado en el cuadro t iene lugar en el Jura, una la compañ ía de qu ienes ya no están vivos. Y no se t rata
región s ituada a unas tres horas al norte de Qu incy. Courbet necesariamente de pe rsonas que uno haya conocido
lo pintó entre 1849 y 1850, lo que s ign ifica que el abuelo que pe rsonalmente, me refie ro a pe rsonas a las que solo
pierde la vista en el relato t itulado "También aú lla el viento", conocemos por lo que hicieron o por lo que han dejado
uno de los relatos que forman parte de Puerca tierra, habría t ras ell as; esta cuestión de la compañ ía del pasado es lo
tenido más o menos la edad del monagu illo que aparece en que me interesa, y los arch ivos son una especie de yaci-
prime ra fi la. Parece que pod ría haber servido a Berger para miento o de em plazam iento, en e l mismo sentido en e l
imaginarse el lugar de su vec ino en la historia. que nos referimos a los yac im ientos arqueológicos.
Este sentido de las relac iones vivas es fundamental en la
La expe riencia de mi ra r a las a rtes visuales no ha dejado de
idea que tiene Berge r de su vocac ión de na rrador. Procede de
jugar un papel importante en la evolución de la narrativa
Max Raphael, quien, según cre ía Berger, hab ía mostrado
bergeriana. La correspondencia en Tiziano: ninfa y paston2
"como no lo había hecho n ingún otro esc ritor, el significado
empieza con el fantasma de Tiziano apa reciéndosele a la hija
revolucionario de las obras he redadas del pasado [...) y de las
de Berger en una exposición en Venecia. El pe rsonaje de
obras que se crearán en el futuro". La idea, expresada en
"John" que discurre a lo largo de las páginas de Aquí nos
Modos de 11er,11 de que el capitalismo func iona po r el proced i-
miento de se pa ra rnos de la histo ri a le condujo a t ransformar 11emos13 nos recue rda al protagon ista de Un pintor de hoy. En
los borradores guardados en los archivos hay reproducciones
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de los retratos de El Fayum, así como las guardas para la pri- cada pieza, es un retrato en el sentido de que responde con
mera edición de De A para X. g El cuaderno de Bento!S ima- suma atención y empatía a la complejidad de la vida, la obra y
gina el descubrim iento de los dibujos de l fi lósofo favorito de la época en la que ha vivido un artista determinado, o, como
Karl Marx, Baruch Spinoza. Pero si hay tanto en la escritura en e l caso de los dos primeros capítulos, un grupo de artistas
de Berger que tiene que ver con el arte, ¿en qué puede ser útil unidos por el anon imato.18 Una pareja -Lee Krasner y Jack-
reunir una colección como esta? son Pollock, por ejemplo (vol. 2)- constituye, conforme a la
En su introducción a Selected Essays of john Berger,J.Q lógica que Berger sigue en ese artículo, un dob le retrato in-
Geoff Dyer invitaba a los lectores a utilizar el ejemplo de Ber- separable.
ger para "volver a trazar los mapas" de las grandes nociones El ensayo de 1967 titulado "No More Portraits" ("No más
de la literatura contemporánea, en particular la idea de que retratos") era una especie de autopsia de una trad ición que
escribir novelas es más importante o tiene más prestigio que había quedado plenamente ejemplificada en la National Por-
escribir ensayos. Como lo expresaba Pablo Picas so en 1923: trait Gallery. En el artículo se identificaban los tres factores
"Siempre que he tenido algo que decir, lo he dicho de la ma- que contribuían a este final. El primero y más obvio era la
nera en la que sentía q ue debía decirse. Cada motivo requiere aparición de la fotografía. El segundo la incapacidad creciente
inevitab lemente un método de expresión d iferente".11 de creer en los roles sociales de los retratados, unos roles
Este libro intenta mostrar una amplia gama de las res- que se creían confirmados por este t ipo de arte, el retrato.
puestas al arte ofrecidas por Berger a diferentes temas artís- Pensemos, por ejemplo, en los retratos que hizo Hals de los
ticos, incluyendo, pero no limitándose, al ensayo. Las más ciudadanos acomodados de su entorno; incluso en estos,
convencionales son las reseñas de exposiciones; la menos Berger se imagina el desagrado que le causaría al pintor esta
convencional es probablemente la elegía que le dedica a Juan tarea, su resentim iento primordial hac ia los regentes de l
Muñoz (vol. 2), escrita en forma de una serie de cartas d iri- as ilo .
gidas al poeta turco Nazim Hi kmet (vo l. 2), desaparecido El tercer factor es que gracias a los cambios tecnológicos,
hace ya bastantes años. Entre medias hay poemas, frag- políticos y artísticos asociados a la modernidad, ya "no pode-
mentos de novelas y dramas, al igual que piezas escritas en mos aceptar que se pueda establecer adecuadamente la iden-
forma de diálogo, las cuales muestran la faceta colaborativa tidad de una persona fijando y preservando su aspecto desde
de Berger desde el principio de su carrera. Cada capítu lo, un solo punto de vista, en un solo lugar". Aquí vemos la
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semilla de la famosa línea de C.: "Nunca más se volverá a Lo que hace d ife rente la vida de un pueblo es que esta es
contar una sola historia como s i fuera la ún ica". tamb ién un autorretrato vivo: un retrato comunal, en
Este libro no intenta rehab ilita r esa tradición, sino más cuanto que todos son retratados y retratistas. Al igual que
bien poner de rel ieve la frecuenc ia con la que en sus escritos en las tal las de los capiteles román icos, existe una iden-
Berger alcanza la intens idad del enfoque y la empatía imagi- t idad de espíritu entre lo que se muestra y el modo de
nativa de las excepciones: los retratos de El Fayum o Rem- mostrarlo: como s i los esculpidos y los escultores fue ran
brandt; la comparación es irresistible dada la variedad, la fre- las m ismas personas. Pero el auto rret rato de cada pueblo
cuencia y la insp iración con las que Berger ha escrito sobre no está const ruido con pied ras, sino con palab ras, habla-
é l. En el inte rcambio epistolar con Leon Kossof (vol. 2), Ber- das y recordadas: con opiniones, historias, re latos de tes-
ger expone su vis ión de lo que sucede en lo que para él es un t igos p resenciales, leyendas, comentarios y rumores. Y
buen retrato: es un ret rato con tinuo; nunca se deja de trabajar en é l.19
La noción romántica del art ista creador eclipsó -como Como los artícu los de este li bro no fue ron escritos pa ra ser
lo sigue eclipsando hoy la noción del art ista estre lla- el leídos tal co mo apa recen aquí p resentados, e l efecto logrado
papel de la receptividad, de la apertura, en el artista. Y t iene algo que ver con la fa mosa prime ra escena de la serie
esta es la condición para cualqu ier tipo de colaboración. Ways of Seeing, en la que Berger apa rece cortando el lienzo de
lo que parece se r la cabeza de la Venus del Venus y Marte, de
Este es el único sentido en el que pa rece justo considerar
Sandro Botticel li, y anuncia una es pecie de détournement
esta reco pilación -y p roba blemente es im posible no ha-
si tuacion ista: "La re producción aísla un detal le de un cuad ro
ce rlo- como algo que se añade a un au torretrato (Dyer dec ía
del resto. El deta lle se transforma en tonces. Una figura alegó-
que su Selected Essays ofjohn Berger era "una especie de auto- rica se convie rte en e l retrato de una chica".
biografía indi recta"). Berger se encuent ra a cie rta d istancia de
Una vez que establecí los p ri nc ipios que guia rían la selec-
la asoc iación que estableció Michel de Montaigne entre e l en-
ción, me quedaba la cuestión de la organización . David Syl-
sayo y el autorretrato: "pinto para mí mismo". Pe ro un pasaje
vester es un ejem plo más o menos contemporáneo; cuando
de un ensayo de Berge r de i978, "El narrador", nos confi rm a
editó su About Modern Art,20 optó por una est ructu ra temá-
que la analogía entre el retrato y la narración no es de masiado
t ica, comparándola con una exposición retrospectiva. En el
1m precisa:
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prólogo, Sylvester recuerda q ue é l y Berger se habían formado su cumbre. La ob ra de arte que ha sobrevivido hasta
como críticos en la prensa lond inense de la década de 1950 y nuestros días parece as í confirmar nuestra posición
atacaba a Berger por no haber reconocido y promocionado a supe ri or. El objetivo de su supervivencia é ramos noso-
los m ismos artistas, fundamenta lmente a Francis Bacon y a t ros.
Alberto Giacometti, con la misma energía que él.n Esto no es más que una ilusión. La historia no concede
Ya en 1959, Berge r admitía: "Llevo el tiempo suficiente ha- privilegios. La prime ra vez que vi el retablo de Grünewald
ciendo crítica de arte para que se pueda demostrar que me he estaba deseando situar/o históricamente. En té rminos de
equivocado". Una de las características más claras de la larga la re ligión med ieval, la peste, la med icina, el lazareto.
vida de Berger como escritor es su costumbre -tal vez, la Hoy soy yo quien se ve obligado a situarse
necesidad- de recons iderar, y el texto clave para entenderlo históricamente.22
es el ensayo "Entre los dos Colmar", en el cual describe la
Esta es una visión de la h isto ri a que trata de forjarse en torno
expe ri encia de visitar el retablo de Grünewald antes y después
a la percepción de una pi ntura. Muchos de los otros ensayos
del desencanto revo lucionario de 1968:
publicados junto a "Entre los dos Colmar" trazan el retorno
Las dos veces que fu i a Colmar era invierno, y en ambas repetido a la obra de un artista u otro, unos retornos en los
ocasiones la ciudad estaba atenazada po r el frío, ese frío que s iem pre encuen tra algo distinto. Los artículos sobre la
que viene de la llanura y trae con él un recuerdo del ham- obra de Henry Moore (vol. 2) y su enma rañamiento en la
bre. En la m isma ciudad, bajo unas condiciones físicas política cultu ral de la Guerra Fría son un ejemplo; otro ejem-
similares, vi de forma diferente. Es un lugar común que plo lo consti tuyen las respuestas esc ritas que ha ido dando a
la s ign ificac ión de una obra de arte cambia con el t iem- lo la rgo de toda su vida a las imágenes del envejecimien to
po. Por lo general, s in embargo, este conocimien to se humano que ofrece Rembrandt. Los art ículos que examinan
ut iliza para d istinguir en tre "ellos" (en el pasado) y la fo rma en que Claude Monet (vol. 2) se sometió a la d isci-
"nosotros" (en el presen te). Tendemos a rep resenta r a plina de p inta r una y otra vez la misma catedral, "captando en
ellos y sus reacciones ante el arte como parte de la h is- cada lienzo una t ransfo rmac ión nueva y d iferente confo rm e
toria, al tiempo que nosotros nos atribu imos una vis ión de cambiaba la luz", ofrecen una mane ra de considerar lo que el
conjun to que lo dom ina todo desde lo que consideramos pro pio Berger hace en su escritu ra.
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Los anterio res colaboradores de Berge r a la ho ra de dis- moldea rá nuestra ma nera de entende r esa imagen .
poner las imágenes -entre e llos Jea n Moh r, Richa rd Ho llis y La estru ctu ra ampl ia de este libro se de riva de la crono-
John Ch ri stie- han puesto el listón muy al to al imp regna r logía de la in mensa ga ma histórica de artistas sob re los que
sus libros con la noción de que las reproducciones fotográ- ha escrito Berge r. En este sen tido represe nta su historia del
ficas pueden ser un lenguaje revolucionario por derecho pro- arte. Pero al dejar espacio pa ra que emerjan en cada capítulo
pio. Ha ha bido varios in tentos de actual izar la serie televisiva esos repetidos reto rnos en el orden en e l q ue fueron escritos,
Ways of Seing pa ra adapta rl a a la e ra de la rep roducción digi- se transform a en una se rie de retratos, esc ritos co n la aper-
ta l, lo que pa rece sugerir que au nque su sopo rte haya enve- tu ra propia de l narrado r para con la vida de los otros. Esta es-
jecido, las tesis esenciales todavía se mantienen; la se ri e de t ru ctu ra no carece de peligros; el propio Berger razonaba en
televisión no se puede sacar en DVD precisa mente deb ido a 1978 que "trata r la histo ri a del arte como s i fuera una carrera
las cuestiones so bre arte y propiedad q ue se t ratan en ella. en la que unos genios toman el relevo de otros es una ilus ión
Pero estas mismas cuestiones s ignifican ta m bién que el lec- individua lista, cuyos orígenes renacen tistas se corresponden
tor puede ve r la serie gratis onl ine, y segui r el inme nso vo- co n la fase primitiva de acu mul ación de capital privado".
ca bula ri o a rtístico de Berger haciendo búsquedas en inte rn et. Adm itía q ue esta actit ud, inco mpatible co n los valo res y el
Las ilustracio nes em pleadas en este libro tratan de impe- espíritu del na rrado r, no ha bía sido tenida en cuenta en
d ir lo que Berger descri be como una tau tología de palab ra e Modos de ver. Pe ro tamb ién reflexionaba en otro luga r que "el
imagen y as imismo ese ambiente p ropio de los libros de gran desc ui do en las fechas puede se r desastroso; co mpa ra r fe-
formato y pa pel cuché. Siemp re como referencias en blanco y chas es un estímulo infa lible para el pensa m iento", y esta es-
negro, o "recordatori os", como explica el pro pio Berge r en s u t ru ctu ra da al instan te una idea de la vastedad histó ri ca de la
prefac io, estas imágenes tiene n un plan teamiento d istin to en obra, y la hace fác il de co nsul tar. Hojeando el libro se o btie-
cada texto. A veces, ponen de rel ieve una ca racteríst ica rele- nen rápidas instantáneas de lo esc rito sobre un artista u otro
va nte de una ob ra; a veces, subraya n el talen to de Berger para en particular. Lee rlo de p rin cipio a fin po ne de re lieve el
las comparacio nes inespe radas. Más ge ne ralmente, inte nta n deseo instint ivo de da r una visión histórica po r parte de Ber-
ilustra r las re laciones esencialme nte d ialécticas entre el texto ge r, cua ndo, po r ejemplo, se recue rda a sí mis mo que un a r-
y la imagen en la obra de Berge r: e l patrón según el cual una t ista es co ntemporá neo de otro, quien, en este caso, aparece
imagen da forma a un text o, el cual, poste ri ormen te, en e l s igui ente ca pítulo.
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Se lea como se lea, desde las pinturas de las cuevas de l Berger llamaba a los doc umentos oficiales el Nuthatch
Chauvet hasta la obra de Randa Mdah (vol. 2) sobre la Pales- Archive, por el apodo con el que llamaba a Beverly. El nutha-
t ina contemporánea, este libro construye una historia del arte tch [el trepado r azul] es un pájaro común en Europa que se
que no trata de establecer distinciones, sino de establecer pasa la mayor parte del tiempo colgado de las ramas de los
conexiones, no solo entre los artistas, sino también entre los árboles, en ocasiones cabeza abajo.
artistas y nosotros. Finalmente, esto nos lleva hasta la ún ica 2 Berger, John, G.: A Novel, Weidenfeld and Nicolson, Lon-
defi nición de genio que cabe, tal vez, en la obra de Berger, d res, 1972 (versión castellana: c., Alfaguara, Madrid, 1994)
una cita de Simone Weil de 1942 que él mismo utiliza en su [N. del Ed .].
artículo sobre los retratos de Géricault: 3 Berger, John, A Seventh Man, Penguin, Harmondsworth,
1975 (versión castellana: Un séptimo hombre, Capitán Swing,
El amor por nuestro prójimo, cuando es resu ltado de una
Madrid, 2014) [N . del Ed.].
atención creativa, es aná logo al talento.
4 Berger, John, Renato Guttuso, Verlag der Kunst, Dresde,
1957 [N. del Ed .].
5 Berger, John, Permanent Red: Essays in Seeing, Methuen,
Londres, 1960 [N . del Ed.].
6 Berger, John, A Painter of Our Time, Secker & Warburg,
Londres, 1958 (vers ión castellana: Un pintor de hoy, Alfaguara,
Madrid, 2002) [N . del Ed.).
z Aunq ue esto les sonara paranoico a muchos de sus con-
tem poráneos, ensayistas posteriores han investigado las ac-
t ividades culturales financiadas por la CIA en esa época, par-
t icularme nte a través del Congress for Cultural Freedom.
§. Berger, John, Corker's Freedom, Methuen, Londres, 1964
(versión castellana: La libertad de Corker; lnterzona, Buenos
Aires, 2016) [N. del Ed .).
9. Véase: Nochl in, Linda, Realism, Penguin Books,
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Harmondsworth, 1971 {versió n castellana: El Realismo, Alian- !.§. Dyer, Geoff {ed.), Selected Essays ofjohn Berger, Vintage,
za Ed itorial, Madrid, 1991) ; y Clark, Timothy J., lmage of the Nueva York, 2001 [N. del Ed.].
People: Gustave Coubert and the 1848 Revolution, Tha mes & 11 El propio Berger e mpleó esta cita en The Success and
H udson, Lond res, 1973 {versión castellana: Imagen del pue- Failure of Picasso, Penguin, Ha rmondsworth, 1965 (versión
blo: Gustave Courbet y la Revolución de 1848, Ed itorial Gustavo castellana: Fama y soledad de Picasso, Alfaguara, Mad rid,
Gi lí, Barcelona, 1981); y The Absolute Bourgeois: Artists and 2013) .
Politics in France 1848-1851, Thames & H udson, Lond res, 1973- 1ª Fuera de estos parámetros, Berger ha prod ucido toda
10 Berger, John, Pig Earth, Writers and Readers Pub. una serie de textos más teóricos que se acercan a l ámbito,
Cooperative, Londres, 1979 {versión castellana: Puerca tierra, más amplio, de los períodos históricos: por ejemplo, "The
Alfaguara, Madrid, 2016) [N . del Ed.J . Mo ment of Cubism" o "The Clarity of the Renaissance", y tex-
11 Berger, John , Ways of Seeing, BBC/Penguin Books, Lon- tos que demuestran su pa pel, aún poco reconocido, en la
dres, 1972 (versión castellana: Modos de ver, Ed itorial Gustavo presentación y la defe nsa de escritores como Bertolt Brecht,
Gi lí, Barcelona, 2016) [N . del Ed.J. Walter Benjamín y Ro land Barthes al públ ico de habla inglesa.
12 Andreadakis Berger, Katya y Berger, John, Titian: Nymph Estos serán recogidos en otro libro: Landscapes. john Berger
and Shepherd [1996], Bloomsbury, Londres, 2003 (versión on Art, (Verso, Londres/Nueva York, 2016), editado por To m
castellana: Tiziano: ninfa y pastor, Ed iciones Árdora, Madrid, Overton.
1999) [N . del Ed .]. 19 Berger, John, "The Storyteller", en The Sense of Sight,
13 Berger, John, Here Is Where We Meet, Pantheon, Nueva Pantheon, Londres, 1985 (versión castellana: " El narrador", en
York, 2005 {versión castellana: Aquí nos vemos, Alfaguara, Ma- El sentido de la vista, Alianza Ed itoria l, Madrid, 1990, pág. 44)
drid, 2005) [N . del Ed.J. [N. del Ed .].
g Berger, John, From A to X: A Story in Letters, Verso, Lon- 20 Sylvester, David, About Modern Art: Critica/ Essays,
dres, 2008 (versión castellana: De A para X: una historia en 1948-1996, Henry Holt & Co., Nueva York, 1997 [N . del Ed .].
cartas, Alfaguara, Madrid, 2009) [N. del Ed.]. 21 Hyman, James, The Battle far Realism: Figurative Art in
15 Berger, John, Bento's Sketchbook, Pantheon Books, Britain During the Cold War, 1945-1960, Yale Un iversity Press,
Nueva York, 2011 (versión castellana: El cuaderno de Bento, New Haven, 2001. Hyman sigue siendo la autoridad en la
Alfaguara, Madrid, 2012) [N . del Ed.] . relación entre Sylvester y Berger durante la pri mera etapa de
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sus carreras respectivas. En sus escritos posteriores, Berger Sobre los artistas
se mostró un defensor respetuoso de las ideas de Sylvester.
22 Berger, John, "Between Two Colmars" (1976), en About
Looking, Readers and Writers Publishing Cooperative, Lon-
dres, i980 (versión castellana en las págs. 78-85 de este volu-
men) [N. del Ed.].
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Los pintores de la cueva de Chauvet es algo que debe de sentir todo el que haya visto pinturas
HACIA 30000 A. C. rupestres, pero que nunca (o casi nunca) se ha dicho clara-
mente. Es posible que la dificultad sea de vocabulario; es
Tú, Marisa, que has pintado tantas criaturas y has volcado
posible que tengamos que encontrar una nueva referencia.
muchas piedras y has pasado horas agazapada mirando, qui-
Cada vez se alejan más en el tiempo los orígenes del arte.
zás tú comprendas lo que digo.
Puede que las rocas esculpidas descubiertas recientemente
Hoy estuve en el mercado que ponen en la calle en uno
en Kununurra, Australia, tengan 75.000 años. Dicen que las
de los barrios de la periferia del sur de París. Allí se puede
pinturas de caballos, rinocerontes, íbices, mamuts, leones,
comprar de todo, desde un par de botas a erizos de mar. Hay
osos, bisontes, panteras, renos, uros y búhos encontrados en
una mujer que vende el mejor pimentón que haya probado
1994 en la cueva de Chauvet, en el departamento francés de
nunca. Hay un pescadero que me llama a voces siempre que
Ardeche, son 15.000 ai'los más antiguas que las de Lascaux.
tienen algún pescado raro y, según él, hermoso, porque cree
El tiempo que nos separa de estos artistas es por lo menos
que se lo compraré para dibujarlo. Hay un hombre flaco con
doce veces mayor del que nos separa de los filósofos preso-
barba que vende miel y vino. Últimamente le ha dado por
cráticos.
escribir poesía, y reparte fotocopias de sus poemas entre sus
Lo que sorprende es la sensibilidad perceptiva que reve-
clientes habituales, aunque parece él más sorprendido de
lan, pese a su antigüedad. El porte del cuello de un an ima l, la
darlas que ellos de recibirlas.
forma de su boca, el vigor de sus ancas eran observados y re-
Uno de los poemas que me dio esta mañana decía así:
creados con una fuerza y un control comparables a los que se
pueden encontrar en las obras de un Fra Filippo Lippi, un
Pero ¿quién me ha puesto este triángulo en la cabeza?
Este triángulo nacido del claro de luna Velázquez o un Brancusi. Aparentemente, el arte no tuvo
unos principios torpes. Los ojos y las manos de los primeros
me atravesó sin tocarme
pintores, de los primeros grabadores, eran tan diestros como
haciendo ruidos de libélula
en plena noche en la roca. los de los que vinieron después. Se diría que es una gracia
que acompañó a la pintura desde sus orígenes. Y este es el
Después de leerlo me entraron ganas de hablar contigo sobre misterio, ¿no?
los primeros animales pintados. Lo que quiero decir es obvio, La diferencia entre entonces y ahora no es de grado de
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refinam iento, s ino de espacio: el espacio en el que sus imá- Una tarde de este julio, s ubí a los pastos más altos, mucho
genes existían y eran imaginadas. Esta es la cuestión para la más arriba de la granja, a buscar las vacas de Lou is. Es algo
que tenemos que encontrar una nueva forma de ha blar, pues que suelo hacer d urante la siega del he no . Pa ra cua ndo
la d iferencia es inm ensa. hemos terminado de descargar la últ ima ca rretada del tracto r,
Afortunadame nte existen unas fotog rafías soberbias de ya es casi la ho ra en que Lou is tiene que ir a llevar la leche de
las pi nturas de Chauvet. La cueva ha s ido cerrada al público, la ta rde a la cen tral , y, ade más, ya estamos ca nsados, así que
una dec isión correcta, pues así pueden p reserva rse las pin- mien tras él prepara la o rdeñado ra, yo voy a po r las vacas.
tu ras. Los an imales p intados e n las rocas han vuelto a la Subo po r un sende ro que sigue el curso de un to rren te que
oscuridad de la que venían y e n la que vivieron dura nte tan to nun ca se seca. El cam ino estaba ya e n so mbra y el aire era
t iempo. todavía caliente, pero no pesado. No ha bía tábanos como la
tarde anterio r. El cam ino pasa, como un túnel, bajo las ramas
de los á rboles y e n algu nos trechos estaba em barrado. En el
barro quedaba n mis huellas entre las incon tables pisadas de
las vacas.
A la derecha, e l terreno cae casi a pico hasta el torrente.
Las hayas y los se rbales hacen que la escarpada pend ie nte no
sea del todo pelig rosa; los árboles detendrían la caída de
cualqu ie r animal. A la izquierda, crece n mato rrales y algún
Pin turas de la cueva de Chauvet, hac ia 30000 a. C. que otro sa úco. Caminaba despacio y vi un mechón de crin
de vaca roj iza prendido en las ram itas de uno de los mato-
No tenemos una palabra para esta oscuridad . No es ni la de
rrales.
la noche ni la de la igno rancia. De vez e n cuando todos la
Em pecé a llama rl as antes de verlas, as í ya estarían todas
cruzamos, viéndolo todo: de tanto que lo ve mos todo, no
agrupadas en una esq uin a del prado cuando yo apa recie ra.
vemos nada. Tú lo sabes, Ma ri sa, mejo r q ue yo. Es e l interio r
Cada cual t ie ne su propia ma nera de hablar con las vacas.
del que procede todo.
Lo ui s les hab la como si fue ran los hijos que nu nca tuvo: con
d ulzu ra y con furia, susu rrándoles o imprecá ndoles. Yo no sé
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cómo les hablo; pero a estas alturas, ellas sí que lo saben. del torrente, por ejemplo .
Reconocen m i voz sin verme. El rumor del torrente formaba parte de nuestro cotid iano
Cuando llegué, estaban esperándome. Qu ité la alambrada descenso vespertino, y cuando se acallaba, las vacas oían e l
elect rificada y les grité: Venez, mes be/les, venez. Las vacas son desdentado escupir de l agua en el abrevadero pegado al esta-
dóc iles, pe ro no les gusta que las apremien . Las vacas viven blo, donde pod rían saciar su sed. Una vaca se bebe treinta li-
lentamente; un d ía suyo equ iva le a cinco de los nuestros. tros en dos m inutos.
Siempre es la impaciencia la que nos hace golpearlas. Nues- As í íbamos bajando aquella tarde, lentamente como las
t ra impaciencia. Castigadas, alzan la vista con esa resignación otras. Pasábamos ante los mismos árboles. Cada árbol
que es una forma de impert inencia (¡qué s í, que ya lo saben!), empujaba al sendero, gu iándo lo, a su manera. Charlotte se
po rque sugiere que más que cinco d ías son cinco eones. paró junto a un trozo de h ierba fresca . Le d i un empujoncito y
Fue ron saliendo con calma de l prado y empezaron a bajar continuó su camino. Sucedía todas las tardes. Veía los pra-
la cuesta. Todas las ta rdes Delphine se pone la p ri me ra y dos segados al otro lado de l valle.
todas las tardes Hirondelle se pone la última. La mayoría de Hirondelle hund ía la cabeza al andar, como hacen los
las otras se unen sigu iendo siem pre el m ismo o rden. Esta re- patos. Le pasé el brazo por el cuello y de pronto vi la tarde
gularidad acompaña en cierto modo a su paciencia. como si estuviera a m il años de d istancia.
Em pujé a la coja po r las ancas para q ue se moviera y, De pronto, todo era indivis ible, todo era una sola cosa:
co mo cada tarde, sentí bajo la cam iseta su inmensa cal idez las vacas de Lou is bajando parsimon iosas por el sendero, el
alcanzándome los hombros. A/fez Tulipe, a/fez, le dije, s in rumor del to rrente a nuestro lado, e l calo r rem it iendo, los
apartar la mano de su cadera, que sobresal ía como la esquina á rboles empujándonos suavemente, gu iándonos; las moscas
de una mesa. revoloteando en to rno a los ojos de las vacas, el va lle y los
Apenas se o ían sus p isadas en el barro. Las vacas tiene pinos de las crestas más alejadas, el olor de la orina de Del-
una forma de andar muy de licada: posan las pezuñas como phine, el gavilán sobrevolando e l prado que llaman La Plaine
esas man iquíes que al llegar al ext remo de la pasa rela levan- Fin, el agua cayendo en el abrevadero, yo, el barro en el túnel
tan ligera mente los finos tacones antes de girar. Alguna vez de árboles, la edad inconme nsurable de la mon taña. Poste-
incl uso se me ha pasado por la cabeza la idea de amaestrar riormente cada parte se fragmen taría a su pro pio ri tmo, pe ro
una vaca y hacerla cam inar por una soga, de un lado al otro en ese momento forma ban un todo compacto, tan compacto
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como un acróbata en el trapecio. nuestras) están allí troqueladas en ocre, para tocar y marcar
"Escuchando al lagos, no a m í, parece prudente admitir todo lo presente y la frontera última del espacio que hab ita
que todas las cosas son una", d ijo Heráclito 29.000 años esta presencia.
después de que se hicieran las pinturas de la cueva de Chau- Las p inturas fueron aparec iendo, una tras otra, a veces en
vet. Solo si recordamos esta unidad y la oscuridad de la que el mismo s itio, con años o, ta l vez, siglos de diferencia, y
hablábamos antes, podremos orientarnos en el espacio de cada vez, los dedos de la mano pintora pertenecían a un ar-
esas primeras pinturas. t ista d iferente. Todo e l drama que en e l arte posterior se
Nada está enmarcado en ellas; y lo que es aún más transforma en una escena pintada sobre una superficie con
importante, nada confluye con nada. Como los an imales co- bordes se comprime aquí en la aparición que ha atravesado la
rren y son vistos de perfi l (que es esencialmente la visión que roca para ser vista. La roca caliza se abre al efecto, prestando
puede tener un cazador mal armado buscando una presa), a aquí un abu ltam iento, allí una oquedad, una profunda grieta,
veces da la impres ión de q ue van a conflu ir. Pero s i se mira un labio sobresaliente, un lomo hundido.
con más atención, se cruzan sin llegar a encontrarse. La aparic ión llegaba casi imperceptiblemente al artista,
Su espacio no t iene absolutamente nada en común con e l arrastrando un sonido inmenso, distante, irreconocible, y el
de un escenario . Los expertos que pretenden ver en estas pin- artista daba con ella y localizaba dónde empujaba o presio-
turas el "origen de la perspectiva" caen en una trampa pro- naba la superficie, la superficie delantera, en la que perma-
funda, anacrón ica. Los s istemas pictóricos de perspectiva necería visib le incluso después de haberse retirado y vuelto al
son arqu itectón icos y urbanos: dependen de la ventana y de uno.
la puerta. La "perspectiva" nómada es una perspectiva de la Sucedían cosas d ifíciles de comprender para los siglos
coexistencia, nunca de la distancia. posteriores. U na cabeza aparecía sin cuerpo. Dos cabezas lle-
En lo más profundo de la cueva, que s ign ifica en lo más gaban una detrás de la otra. Una sola pata trasera escogía un
profundo de la t ierra, estaba todo: el viento, el agua, el fuego, cuerpo que ya tenía cuatro patas. Seis cuernos se asentaban
lugares lejanos, los muertos, el rayo, el do lor, los cam inos, en un solo cráneo.
los an ima les, la luz, los no nacidos ... Estaban all í en la roca No importa el tamaño que tengamos cuando empujamos la
para ser invocados. Las famosas hue llas de tamaño natura l, supeificie, podemos ser inmensos o pequeños, lo único que im-
esas manos (cuando las m iramos dec imos que son las porta es lo lejos que hayamos llegado atravesando la roca.
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El drama de estas primeras criatu ras pintadas no se halla
ni a un lado ni en el frente, sino que está siemp re detrás de la
roca. De donde salieron. Como lo hicimos nosotros ...
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Los retra tista s de El Fayum retrat istas de El Fayum proce diero n de la oscur idad a la luz.
siglos 1- 111 Lo que no pued e most rar ningu na repro ducci ón es lo
apete cible que sigue parec iendo el antig uo pigm ento. Ade-
Son los retrat os más antig uos que se cono cen; se pinta ron al
más del dorad o, los pinto res utilizaron cuatr o color es: negro,
mism o tiemp o que se escrib ían los Evangelios. ¿Por qué nos
rojo, y dos tonos de ocre. la carne que pintaron con estos
sorpr ende hoy enton ces tanto su inme diate z? ¿Por qué sen-
pigm entos le hace pensa r a uno en el pan de cada día. Los
timos su individualidad tan próxima a la nuest ra? ¿Por qué
pinto res eran egipcios. Los griegos se había n asent ado en
parec en más conte mpor áneo s que el resto del arte europ eo
Egipto desp ués de la conq uista de Alejandro Magno, cuatr o
tradicional desar rollad o en los dos mil años sigui entes ? los
siglos antes .
retrat os de El Fayum nos conm ueve n como si hubieran s ido
Se llama n los retrat os de El Fayum porqu e fueron en-
pinta dos el mes pasad o. ¿Por qué? Este es el enigm a.
contr ados a finales del siglo x1x en la provincia egipcia del
La respu esta más simp le sería decir que son una form a
mism o nomb re, una zona de tierras fértiles alred edor de un
artística híbrida, basta rda, y que en su heter ogen eidad hay
lago deno mina da el jardín de Egipto, a unos oche nta kiló-
algo similar a la situac ión actual del arte. Sin emba rgo, para
metro s al oeste del Nilo, al sur de Menfis y El Cairo. Por
que esta respu esta sea plena ment e comp rensi ble hemo s de
enton ces, un marc hante afirmó que había n sido descu bierto s
proce der lenta ment e. los retrat os de los ptolo meos y de Cleopatra. Luego se dijo
Están pinta dos sobre made ra -de tilo, gran parte de
que las pintu ras eran falsificaciones, y se olvidaron. En rea-
ello s- y algun os sobre lino. l a escal a de las caras es un
lidad son retrat os verda deros de una clase medi a urban a,
poco más pequ eña del natur al. Algu nos están pinta dos con '
profesional: profe sores , solda dos, atleta s, sacer dotes de
témp era; y el medi o utilizado en la mayoría es encaústico; es
Serap is, merc adere s, Aoristas. A veces se nos dicen sus nom-
decir los color es han sido mezc lados con cera de abeja y
' bres: Aline, Flavius, lsaro us, Claud ine...
aplic ados en calien te si la cera es pura, y en frío si ha sido
Fueron descu bierto s en una necró polis , pues se pinta ban
emulsiona da. para pega rse sobre la mom ia de la perso na retrat ada cuan do
Todavía hoy se perciben las pince ladas o las marc as de la
fuera enter rada. Proba blem ente eran retrat os del natur al (la
espát ula utilizada para aplic ar el pigm ento. La superficie preli-
miste riosa vitalid ad de algun os de ellos no deja lugar a
mina r sobre la que se pinta ron los retrat os era oscur a. los
duda s); otros pued en habe r sido pinta dos póstu mam ente,
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después de una muerte súbita.
Su función era doble: eran retratos identificativos de los
muertos -como las fotos de los pasaportes- en su viaje
con Anubis, el dios con cabeza de chacal, hasta el Reino de
Osiris; en segundo lugar, y más brevemente, servían de re-
cuerdo de los difuntos para la desconsolada familia. El
embalsamamiento del cuerpo llevaba setenta días, y a veces,
la momia se quedaba en la casa durante algún tiempo, apo-
yada contra una pared, como un miembro más del círculo
familiar, antes de ser llevada a la necrópolis.
Desde un punto de vista estilístico, los retratos de El
Fayum, como ya he dicho, son híbridos. Egipto por entonces
era una provincia romana gobernada por prefectos romanos.
De modo que los ropajes, los peinados y las joyas de los
retratados responden a la moda romana del momento. Por su Retrato de un joven.
lado, los ret ratistas griegos emplearon una técnica naturalista
derivada de la tradición iniciada por Apeles, el gran maestro Y algo de la precariedad de aquel momento se deja ver en
griego del s iglo IV a. C. Y, fina lmente, los retratos eran obje- la manera en la que están pintadas las caras, como algo sepa-
tos sagrados en un ritual funerario que era exclusivamente rado de la expresión de las m ismas. En la pintura egipcia
egipcio. Hoy representan para nosotros un período de tran- tradicional, nunca se ve a nadie de frente, porque la visión
sición histórica. frontal abre la posibilidad de su opuesto: la visión de espal-
das de alguien que se vuelve para irse. Todas las figuras egip-
cias eran pintadas en un perfil eterno, en consonancia con la
preocupación egipcia de la continuidad perfecta de la vida
después de la muerte.
Sin embargo, los retratos de El Fayum, pintados
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conforme a una antigua tradic ión gnega, muestran la cara pintor y el retratado. El retratado todavía no se había trans-
completa, o casi completa, de hombres, mujeres y n iños. formado en modelo, y el pintor todavía no se había convertido
Este formato varía muy poco y todos son tan frontales como en un agente de la gloria futura. En lugar de esto, ambos co-
las fotos de fotomatón . Al m irarlos de frente, todavía nos laboraban en una preparación para la muerte, una prepa-
choca en cierto modo esa fronta lidad. Es como s i hubieran ración que garantizara la supervivencia. Pintar era nombrar, y
avanzado tentat ivamente hacia nosotros. ser nombrado era una garantía de esa continu idad .1
La d iferencia de calidad de los varios cientos de retratos En otras palabras, el pintor de El Fayum no era convo-
conocidos es considerable. Entre los autores debía de haber cado para hacer un retrato, ta l como se ha llegado a entender
grandes maestros del retrato y desconocidos copistas de pro- este térm ino, sino para registrar a su cliente, el hombre o la
vinc ias. Había aquel los que se limitaban a realizar un trabajo mujer que lo m iraban. Era el pintor, más que el "modelo",
rutinario y hab ía otros (un número sorprendentemente ele- qu ien se sometía a ser mirado. Todos los retratos que hic iera
vado, de hecho) que ofrecían hosp italidad al alma de su el pintor empezaban con este acto de sum isión por su parte.
cliente. Pero, en cualquier caso, las opciones pictóricas eran Por eso hemos de considerar que estas obras no son retra-
muy lim itadas para todos el los; la forma prescrita, muy pre- tos, s ino pinturas sobre la experiencia de ser m irado por
cisa. Por eso, paradójicamente, ante los mejores de ellos, uno Aline, Flavian, lsarous, Claud ine ...
percibe enseguida su enorme energía pictórica. Las apuestas El planteam iento y el tratam iento son totalmente distintos
eran muy altas, el margen muy reduc ido. Y en arte, estas de todos los que encontraremos más tarde en la historia del
cond iciones generan energía. retrato. Los retratos posteriores eran pintados para la poste-
Voy a considerar solo dos actos. En primer lugar, e l acto ridad, ofrecían a las generaciones futuras una prueba de la
de pintar uno de esos retratos, y, en segundo lugar, el acto de existencia de quienes vivieron en un momento determ inado.
mirarlo hoy. Cuando todavía estaban siendo pintados ya eran imaginados
Ni qu ienes encargaban los retratos n1 qu ienes los pin- en un tiempo pasado, y el pintor, al pinta rl os, se refería a su
taban se imag inaron nunca que estos serían vistos por la mode lo en tercera persona, ya fuera s ingu lar o plura l. Él, ella,
posteridad . Eran imágenes destinadas a ser enterradas, imá- ellos tal como yo los contemplé . Por eso hay tantos que pare-
genes s in un futuro vis ible. cen antiguos aunque no lo sean .
Esto s ign ificaba que existía una relación especial entre el En el caso de los retratos de El Fayum, la situación era
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muy d istinta. El p intor se sometía a la mirada de l retratado, amb iciones o, de vez en cuando, una co mpasión combinada
para el cual é l era el p intor de la Muerte, o, ta l vez, para expre- co n una sensación de im potencia. Ade más, las imáge nes de
sarlo con mayor precis ión, el p into r de la Ete rnidad. Y la mi- todas estas caras se procesan y selecciona n a fin de que su
rada del retratado, a la que se sometía e l pintor, se d irigía a él pero rata sea lo más ru idosa posible, de tal forma que los
en la segunda persona del s ingu lar. De modo que su res- llama mien tos, las súpl icas, se eliminan unas a otras. ¡Y la
puesta -que era el acto de pintar- utilizaba el m ismo pro- ge nte llega a de pender de este ruido impe rsonal co mo prueba
nombre personal: Toi, Tu, Esy, Ty... que estás aquí. Esto ex- de que está viva!
plica, en pa rte, su inmediatez. Imaginé monos, pues, lo que sucede cuando alguien se
Al mirar estos "retratos", que no estaban destinados a topa con el s ilencio de las ca ras de El Fayum y se pa ra en
nosotros, nos encontramos de pronto atrapados en el he- seco. Unas imágenes de hombres y mujeres que no hacen
chizo de una intimidad contractua l muy especial. Puede que llama mien to alguno, que no piden nada, y que, s in emba rgo,
hoy no nos resu lte fáci l entende r ese con trato, pero la mi rada decla ran que están vivas, como lo está qu ie n las esté m i-
nos hab la, sobre todo hoy. rando. Pese a toda su fragilidad, enca rna n un respeto por uno
Si los retratos de El Fayum hub ie ran s ido descub iertos mismo hoy olvidado. Confirman, pese a todo, que la vida fue
an tes, d igamos en el siglo xv1 11, creo que se hab rían consi- y es un don.
derado una simple curiosidad. Probablemente, para una cul- Pero hay ot ra razón po r la que los retratos de El Fayu m
tu ra confiada, en expansión, estas pequeñas pinturas sob re nos hablan hoy. Este siglo XX, como se ha señalado en infi-
lino o madera no se rían sino unas muest ras torpes, vac i- ni dad de ocasiones, es el siglo de la emigración, obl igada o
lantes, precipitadas, repet it ivas, ca ren tes de insp iración. vo lunta ri a; es decir, un siglo de infini tas separacio nes y un
La si tuación e n este fin de siglo xx es bien d istinta. El fu- siglo obsesionado po r los recuerdos de esas separaciones.
tu ro ha sido mermado, al menos po r el momento, y el pa- La angust ia que sobreviene cuando se echa de menos lo
sado pa rece se r redundante. Mient ras tan to, los med ios de que ya no está es semejante a encon trarse de pronto con una
co mun icación inundan a la gen te con un número de imá- vasija caída y hecha añ icos en el suelo. Uno recoge en sole-
ge nes sin precedentes, muchas de las cuales so n ca ras dad los trozos, encue ntra la manera de encajarlos y los pega
humanas. Estas caras están continuamente pe ro rando a todo cuidadosa mente, uno a uno. Finalmente, la vas ija vuelve a su
el mundo, provocando la envidia, nuevos apetitos, nuevas fo rma original, pe ro ya no se rá nunca como era antes. Por un
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lado, es defectuosa y, por el otro, se ha hecho más preciada.
Algo parecido sucede con la imagen de un lugar o de una per- 1 Véase: Bailly, Jean-Christoph, L'Apostrophe muette: essai
sona querida ta l como las preservamos en nuestro recuerdo sur les portrais du Fayoum, Hazan, París, 1999 (versión caste-
después de la separación. llana: La llamada muda: ensayo sobre los retratos de El Fayum,
Los retratos de El Fayum tocan de una forma parecida Aka l, Madrid, 2001) .
El lenguaje de Piero es visual, no matemático. Está bien ele- esta convergencia constituyen el verdadero contenido de su
arte.
gido porque se basa en la selección de unos dibujos sober-
bios. No obstante, cuando, por medio de la composición, co- O eso parece. Pero, en rea lidad, ¿cómo sucede? Un cua-
necta un pie con la base de un árbol, un rostro en escorzo dro no es un tratado. la lógica de sus medidas es diferente.
con el escorzo de un cerro, o el sueño con la muerte, lo hace la ciencia en la segunda parte del siglo xv carecía de muchos
a fin de poner de rel ieve sus denominadores comunes, o, conceptos y de mucha información que hoy nos resulta nece-
saria. ¿Cómo puede ser entonces que Piero siga siendo con-
todavía con mayor precisión, para acentuar hasta qué punto
vincente mientras que los astrónomos contemporáneos
están sujetos a las mismas leyes físicas. Su interés especial
por el espacio y la perspectiva se deriva de esta meta. la suyos han dejado de parecérnoslo?
Volvamos a mirar los rostros de Piero, esos rostros que
necesidad de existir en el espacio es el primer denominador
nos observan. Sus ojos no establecen ninguna corres-
común. Y por eso la perspectiva tenía un contenido tan pro-
fundo en Piero. Para casi todos sus contemporáneos no dejó pondencia. Son únicos, están aparte. Se diría que todo lo que
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los rodea -el paisaje, sus propias caras, la nariz que los se-
pa ra, el cabello por encima de ellos- perteneciera a lo expl i-
cable, en verdad, al mundo ya explicado; se diría que estos
ojos estuvieran contemplando desde fuera, a través de dos
ranuras, este mundo. Y ahí encontramos la última pista, en
los ojos especulativos, profundos, de las figuras de Piero que
miran al espectador. Lo que en realidad pinta Piero es un es-
tado mental. Pinta cómo sería el mundo si lo pudiéramos
explicar completamente, si pudiéramos estar en paz con él.
Es el pintor supremo del conocimiento. Del conocimiento que
se adquiere mediante los métodos científicos o mediante la
felicidad (esto último, aunque no parezca muy probable,
tiene sentido). Du rante los siglos en los que la ciencia se
consideró la antítesis del arte, y el arte la antítesis del bien-
estar, Piero fue un pintor o lvidado. Hoy volvemos a necesi-
tarlo.
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Antonello da Messina parece desva lido y que reposa su propia cabeza en la de Cris-
HACIA 1430-1479 to. El ángel más lastimero de toda la historia de la pintura.
Sicilia, una isla que admite la pasión y rechaza las ilu-
El día de Viernes Santo de 2008 me encontraba en Londres, y
s1ones.
por la mai'iana temprano decidí acercarme a la National Ga-
Tomé un autobús a Trafalgar Square. No sé cuántos cien-
llery a contemplar la Crucifixión de Antonello da Messina. De
tos de veces he subido la escalinata que conduce desde la
todas las pinturas que conozco de esa escena, esta es la más
plaza al interior del museo y a la vista desde arriba, antes de
solitaria. La menos alegórica.
entrar, de sus fuentes. La plaza, a diferencia de muchos ot ros
La obra de Antonello - y son menos de cuarenta los cua-
puntos de reun ión fa mosos de otras ciudades, como la Place
d ros que son indiscutiblemente suyos- ofrece un sen tido
de la Bastille en París, es, pese a su nombre, completamente
puramente siciliano de la presencia, un sentido que carece de
indiferente a la historia. Ni recuerdos ni esperanzas dejan
mesura, que rechaza toda moderación o autoprotección. En
aquí sus huellas.
las siguientes palabras, pronunciadas por un pescador de la
En 1942, subí estas mismas escaleras para asistir a los
costa cercana a Palermo y recogidas hace algunas décadas
recitales de piano que daba en el museo Myra Hess. La mayo-
por Danielo Dolci, se oye esto mismo:
ría de los cuadros habían sido evacuados a causa de los
bombardeos aéreos. Tocaba obras de Bach. Los conciertos
Hay veces que, cuando veo las estrellas, por la noche,
sobre todo cuando hem os salido a pescar angu ilas, me eran a mediodía. Los escuchábamos tan silenciosos como
pongo a da rl e a la cabeza: "¿De verdad es real el los pocos cuad ros que quedaban colgados en las paredes.
Las notas y los acordes del piano nos parecían un ramo de
mundo?". Yo no me creo eso. Cuando estoy tranqui lo,
creo en Jesús. Como hables mal de jesús, te mato. Pero flores sujeto por un alambre de muerte. Nos quedábamos
con el vívido ramo e ignorábamos el alambre.
hay veces que no creo, ni siquiera en Dios. "Si Dios exis-
te de verdad, ¿por qué no me da un respiro y un buen tra-
bajo?"
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-¡Dos!
-Si insiste en hacer lo mismo -me advierte e l guarda
jurado-, tend ré que llamar al supervisor.
Paso e l dedo húmedo por el papel, de modo que la t inta se
corra y marq ue el oscuro hueco de la mano.
Alzo el d ibujo para que lo vea.
Es un hombre de unos cuarenta años. Corpulento y de -¡Tres!
ojos pequeñ itos. O, tal vez, ojos que é l ach ica al avanzar la
cabeza. Ahora la otra mano.
-Con diez m inutos me basta para te rm inar -le d igo. -¡Cuatro! -dice ace rcándose a m í en dos zancadas.
-Pero yo voy a buscar al supervisor ya -responde él. ¡Cinco!, cuélguese la bolsa en el hombro.
-Mire, si hay que llamar a algu ien, llamemos a alguien
Le explico que dado el tamaño del cuaderno de dibujo, si me
del museo y, con un poco de suerte, le explicará que no pasa
la cuelgo, no puedo dibujar.
nada.
-El personal de l museo no pinta nada aqu í. Nuestro t ra- -¡Que se la cuelgue le digo!
bajo es independ iente del de ellos. Nosotros nos encargamos
de la seguridad -me d ice, gruñendo. La coge y la sostiene a la altura de mi cara.
Cierro la pluma, cojo la bolsa y digo ¡joder! en voz alta.
¡Tus cojones, seguridad!, pienso, pero no se lo d igo.
Empieza a ir y ven ir despac io, como un centinela. Yo s igo -¡ jode r!
d ibujando. Ahora estoy en los pies.
Ab re los ojos de par en pa r y menea la cabeza, sonriendo.
-Voy a contar hasta seis y llamo al supe rvisor -me d ice.
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-Así que palabrotas en un lugar público - me anun -
cia- . Ya viene el supervisor.
Katya And reada kis Berger: Hablemos de l o lvido. tras palabras, como las que estamos diciendo aquí ahora-
es lo que q ueda de todo lo q ue se ha d ispersado. O lvida r es
J: ¿Es el olvido la nada? viajar a la esencia que pe rmanece. La p ied ra.
K: No. La nada no tiene fo rma, y el o lvido es circu lar. J: El olvido es un va le para e l futuro. Cada cual es cada cual
sin reconocerlo. Por eso estamos condenados, hasta que no
J: ¿Y de qué color es? ¿Azul?
somos lo bastante hum ildes pa ra llegar a com prender que
K: El o lvido no neces ita pintura; el olvido esculpe, deja hue- eso es el olvido. Cada cual es cada cual.
K: El olvido es supervivencia.
J: ¿Se parecen las nubes de l ócu lo al olvido? J: En el techo, sobre la cama, hay una cúpula pintada que se
abre a un cielo pintado. Se llama el Óculo, "el ojo".
K: Sí.
K: Toda la habitación está pintada. Estamos dent ro de una
J: Una estancia pintada cuyas pinturas se dirigen a alguien que pi ntura. Las otras dos paredes están pintadas con mot ivos
se acaba de despertar o que está a punto de dormi rse.
flora les. También están pintadas las cortinas que enmarcan y
La estancia se encuentra en el palacio Ducal de Mantua.
separan esas escenas, y los pilares y las molduras de las
El palacio es un centro de poder. Imponente, brutal incluso.
pa redes. Todo está p intado.
La estancia, por el contrario, es íntima. Se pensó como una
estancia privada en donde el prínc ipe pudiera recibir a sus J: Todo es representación. Sabemos que las cortinas están
vis itantes y en la que hab ía tamb ién una cama matrimonia l. El pi ntadas. Sabemos que las figuras están pintadas, al igual
duque Ludovico Gonzaga enca rgó a And rea Mantegna sus que el cielo y las colinas. Todo es superficie.
pi nturas, qu ien tardó d iez años en completarla (entre 1465 y
K: Pod ríamos correr las cortinas pintadas y oculta r el paisaje
1474) .
pi ntado.
K: Cuando estuvo term inada, se d ijo que e ra " la estancia más
J: Y a la mañana siguiente, podríamos abrir las cortinas pin-
bel la de l mundo".
tadas y ve r el paisaje p intado.
J: La cama estaba s ituada en la esquina suroeste de la estan-
K: Mantegna fi rmó la habitación como obra suya y dejó su
cia. En la pared de enfrente hay pintada una escena de exte-
au torretrato entre los pe rgam inos p intados que decoran una
rior con muchas figuras . Se titu la El encuentro, porque mues-
de sus esquinas.
tra al duque recibiendo a su hijo, el ca rdena l Francesco, y
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J: En esta habitac ión, la p intu ra lo m uestra todo al m ismo J: ¿Recuerdas có m o lo vimos juntos?
t iempo que lo ocul ta.
¿Cuál es la est ra tegia de esta esta ncia pintada ? ¿Có m o quiere K: Nos te nd imos en el suelo de la Pin acoteca di Brera, pri-
so rpre nde rnos? m ero uno y luego el otro, dela nte del Cri s to, pa ra descubri r el
posible punto de vis ta del pi nto r y, po r co nsiguiente, el pun to
[Katya g ira el panel del óculo al lado que está e n bla nco.] de vista idea l de l espectador. Uno de los dos hacía de cue rpo
yace nte, y el otro de pinto r. Quería m os ave rigua r s i en la fi-
K: Ma ntegna fue (es) famoso po r sus inn ovaciones e n la
gura de Mantegna la cabeza no e ra demas iado g ra nde y los
pers pect iva y e l esco rzo. Puede que el eje m plo q ue más llama
pies demas iado pequeños.
la atención sea su Cristo muerto. [Pro yección en el panel blan-
co de Cristo muerto.) J: Hecha la co m probació n, vim os que las pro po rciones no
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estaban equivocadas, y q ue el p intor hab ía mirado todo de que parecieran tan vivas o, mejor dicho, tan vividas? En nin-
arriba abajo, siendo su punto de vista el m ismo que el del hu - guna otra parte había visto una observación tan precisa del
milde tercer deudo, un poco por encima de las dos Ma rías, a paso del t iempo en una frente, en unos párpados, en unos
la izqu ierda. Se podría traza r un triángu lo entre la cabeza de pómulos o en una barbilla.
Cristo, sus pies lancinados y, en el vértice del triángulo, los
): Muy pocas veces se ven otros retratos que muestren la
ojos del espectador, a la misma altura que los de l terce r
vehemencia con la que Mantegna traza, en cualqu iera de los
deudo. [M ientras John habla, Katya va señalando los puntos
suyos, el paso del tiempo en los rostros de las personas. En
ind icados.) [Fin de la proyección de Cristo muerto. John vue lve
el caso de los otros pintores, esto solo sucede cuando el
a dejar el panel por el lado del óculo.J
tema de la imagen es "la vejez". Pero en las caras q ue pinta
K: ¿Existe una equiva lencia de algún t ipo entre la preocu- Mantegna se ve la labor del tiempo sea cual sea la edad del
pación de Mantegna, su obsesión, con la perspectiva espa- retratado. (Se d ice que entre sus contemporáneos hab ía a
cial, sobre todo en relación con el cue rpo humano, y la sen- qu ienes les desasosegaba la idea de que Mantegna los retra-
sación del tiempo que pasa, la perspectiva tempora l? Y los tara.)
putti del ócu lo, con sus pl iegues de la barriguita que tocan la
K: Pensemos en los edificios que se ven en el paisaje al otro
barbi lla, el pezón que roza el labio inferior, las nalgas que
lado del arco del fresco llamado El encuentro. Están bajo el
parecen escaparse de las paletillas bajo una cabeza cubierta
cielo, uno tras otro: una torre en ruinas, una torre en cons-
de rizos, ¿tienen, por alguna misteriosa razón, algo que ve r
trucción con obreros d im inutos subidos a un andam io . Por
con cierta visión de la Historia?
todas partes se ven restos del pasado y planes para el futuro.
): Sí. Su curiosidad por la perspectiva espacial, la fascinac ión ¿No es eso tamb ién una forma de perspectiva? No hay otra
que le produce, es inseparable de su insistencia en una palabra para ello. De no haber s ido pintor, Mantegna habría
perspectiva temporal. sido arqu itecto o historiador o ge riatra... ¡o comadrona!
[Mientras Katya habla, John va señalando los puntos ind i-
K: Mira cualquiera de las caras pintadas en estas paredes.
cados.)
¿Habías visto alguna vez unas arrugas, unas líneas faciales
mejor representadas? ¿Habías visto unas arrugas pintadas ): La idea de la Antigüedad obsesionaba a Mantegna tal vez
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más que a cualqu ier otro pintor de l Renac im iento, y se en- Ya desde el pnnc1p10, desde que se le empezó a consi-
tregó a ell a. Pero para comprender lo que significaba, tene- derar un maestro de la pintura, la gente decía que ponía la
mos que dar un salto imaginativo y dejar atrás la modern idad misma alma en las rocas que en el cuerpo humano, que pa ra
y todas sus promesas de progreso continuado. é l lo existente era primero y esencialmente mineral.
K: El gusto renacentista por la Antigüedad no era nostá lg ico. J: Sí, en efecto, hay algo muy m ineral en las pin turas de Man-
Los mode los de la Antigüedad clásica ofrecían una guía de l tegna, pe ro sus figuras no me pa recen vac iadas, fund idas,
comportamiento plenamente humano. Era ejem piar, en el sino que lo que veo es una piedra o una superficie metá li ca,
sentido est ri cto del térm ino, en cuanto ofrecía en su h istoria, desgastada, mellada, arañada, resistente, una su perficie que
su pensamien to y su arte ejem plos de sabiduría, justicia y refleja los diferen tes aspectos de la expe riencia humana
d ign idad humanas. Ejemplos que deberían seguirse, pe ro que sometida al paso del tiem po . Como s i pa ra él los cuatro ele-
e ra fáci l olvidar. mentos no fue ran el ai re, la tierra, el agua y el fuego, s ino
solo uno, la pied ra ... o, para se r exact os, el metal: hierro,
J: El pasado ofrecía bastantes más promesas al presente que co bre, estaño, oro.
al fu turo. O, pa ra dec irlo con otras palab ras, cuanto más se
alejaba el m undo del acto de su creación, más confuso se K: La imp ri mac ión natu ral que mejor conocía Mantegna era la
vo lvía, y la mane ra de im pedirlo e ra apre nde r de sus p roto- herrumbre. Desde el siglo xv, el t ie m po no ha dejado de
t ipos, que e ntonces habían de conside ra rse arquetipos. obrar a su favor. Ah í, bajo sus colo res, estaba el color de los
Mantegna ten ía una colección de estatuas antiguas. Las metales oxidados; ah í estaba en el año 1500, y aún más pe r-
d ibujaba. Y es muy posible que desempeña ran un papel sistente e n el 2000.
J: Resulta revelador comparar a Mantegna con su cuñado, Santa Eufemia vivió en el siglo 111 y fue una de las mártires
de Asia Menor. Intercedió ante el gobe rnador romano en
Giovanni Bellini. [Proyección en el pa nel blanco de la Virgen
favor de los cristianos que eran torturados y arrojados a los
con niño, de Giovanni Bellini.]
Giovanni Bellini y Andrea Mantegna tenían casi la misma leones. ¡Préndame a mí primero!, le pidió. Y su compostura
era ta l que las otras víctimas se t ranqui liza ron y recuperaron
edad. Mantegna se casó con la hermana de Giovanni y Gen-
el valor. Cuenta la leyenda que cuando arroja ron a Eufemia a
tile. Se influyeron mutuamente y ambos hicieron versiones de
las obras del otro. Sin embargo, eran muy distintos. Giovanni los leones, las bestias no la devoraron, sino que formaron un
lecho con sus colas para que ella se tendiera.
vivió hasta los ochenta y seis años, y todas sus pinturas pare-
cen las de un joven; no se trata de que sean inmaduras, tenta- La expresión de la cabeza esculpida de esta santa de quin-
t ivas o faltas de originalidad, sino de que muestran un apetito ce anos tiene algo en común con la mirada de viejo que atri-
o unos apetitos ama bles. buyo a nuestro pintor. La m isma distancia y la misma aten-
Y Andrea, el joven prodigio, ya pintaba a los diecisiete ción. La misma preocupación por los deta lles y la misma cla-
años como un viejo. Lo que pinta está premeditado, pacien- rividencia con respecto al final de todas las historias. Una
temente sopesado, medido. No conozco otro pintor en la his- compostura parecida. [Proyección de la escultura de Santa
toria del arte europeo más viejo que él. [Fin de la proyección Eufemia proyectada en la parte blanca del panel.]
de la Virgen con niño.)
K: Vimos la pieza original en la exposición de la obra de Ma n-
Hace unos veinte años se descubrió una escultura de
tegna que tuvo lugar en el Louvre: esa Santa Eufemia decidida
Mantegna. Una representación de santa Eufemia en tamaño
y un poco anonadada, su mano, tranqui la y a salvo entre las
natural, tallada en el mármol de las canteras cerca nas a
fauces del león, unas fauces casi ocultas por la mano a la que
Padua.
no lastiman. Sus dedos y, tal vez, también la caída de su
La figura está de pie y tiene una mano entre las fauces de
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vest ido captan toda nuestra atenc ión. No, no toda. Mi m irada Me vin ie ron a la memo ria otros cuad ros que no estaban
se det iene en el lugar en donde las dos criatu ras -virgen y en la exposición. Sobre todo, claro, Cristo muerto, cuyos pies
an imal- se funden rea lmente: los pies. Los largos dedos de están en primer plano y tienen la misma importanc ia que la
sus cuatro pies son similares. Son s im ilares en su ser, en su ca beza. [John gira el panel al lado del óculo .J
ext rañamente cont rolada bravura. [Fin de la proyección de Pensé en los pies y las piernas de sus putti, tan rotundos;
Santa Eufemia .] pensé en los d iscípulos do rmidos en La oración en el huerto.
Y as í recorrí e l resto de la ex posición del Louvre gu iada Con sus pers pect ivas y sus esco rzos, Mantegna no pe rd ía la
por la sospecha de q ue Mantegna tenía una fi jación con los ocasión de ladea r nuestra verticalidad y, así, de pone r en
pies. ¡En Viena, cuatro s iglos después, lo hab rían t ildado de duda nuest ras prioridades.
fetichista! ¿Po r qué los pies? Porque los pies d icen mucho de
J: Su pasión por la Antigüedad le llevó muchas veces a dar
la posición erecta y de la condición humana. Los pies art i-
prioridad al pasado sob re el p resente y el futu ro : el futuro
culan, llevan y transportan.
simbolizado por las tareas de const rucción que siem pre t ie-
J: Son las firmas humanas al final del cue rpo. nen luga r al fondo de muchos de sus cuadros. Le gustaba
inverti r el orden no rmal de las cosas. ¡Todo patas arriba!
K: Al fina l de la página.
Fui a ve r Judith con su criada Abra. Las dos mu¡e res aca- K: El p ie. Conexión en tre el hom bre y e l suelo, bisagra entre el
ban de sal ir de la t ienda de Holofernes. Judi th está metiendo cielo y el infie rno, an cla, plin to, punto de equi librio, el signo
la cabeza del general decap itado en el saco que sostiene su an imal más d istin tivo de todos.
vieja criada, de modo q ue a la izquierda del cuadro vemos la Si no me equivoqué al con tar, a lo largo de l borde inferior
ca beza del homb re, una ca beza con una espesa ca belle ra y de los dos frescos de la Cámara de los esposos hay 25 pies
todavía sang rante. Pe ro ¿qué vemos a la derecha? U na cama, humanos y an imales. Y detrás hay más. Los pies constituyen
en la que suponemos que do rm ía Holofernes antes de que lo la frontera ent re las escenas pintadas y la estancia vivida,
ataca ran. Pe ro lo ún ico que se ve en ella es un pie. Del cuerpo habi tada. Es más, la mayoría de los pies humanos están des-
del hom bre solo vemos la cabeza y un p ie, y están separados: calzos; una exce pción es la de los pies del mensaje ro que
el pedacito es pi ritual y e l pedacito te rrest re. Uno celestial y el viene a entregar la carta al duque. Pies descalzos, pies cubier-
otro mi ne ral. tos con calcetines, pezuñas de perro y los cascos de un
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cabal lo . reconc iliado con todas las capas y estratos interm ina-
blemente complicados de lo rea l.
J: Esta hab itación, pensada para la cama en la que nos ten-
demos, en la que ponemos los pies en alto para que estén al K: Y al quedarse dormido, tendrá a su alrededor el ejemplo, la
mismo n ivel que la cabeza. [John y Katya se ponen en pie demostrac ión, de un art ista que tuvo el va lor, sí, el va lor, de
mientras d icen estas palabras; después se tumban sobre la tener en cuenta y aceptar e inclu ir todos esos estratos s imu l-
sábana y m iran al techo.] táneos.
Ya no hay peso. La gravidez del metal ha quedado atrás. Mantegna, cual botánico que recoge un espécimen de
Ya no hay fuerza de la gravedad. O, si la hay {nuestras espal- todas las plantas que salen a su paso. Pintados en las cuatro
das todavía presionan el colchón), ha sido transcend ida por paredes: albaricoqueros, naranjos, limoneros, perales, me-
la fuerza de la atracción, por la invitac ión a ascender. locotoneros, manzanos y granados; cedros, plátanos, acan-
tos, pinos. Mantegna, qu ien se propuso abarcar la totalidad
K: ¿No intenta hacer algo extraordinario e l sueño que la hab i-
de lo que ofrece nuestro mundo en un momento dado.
tación ofrece a qu ien duerme en ella? ¿Mostrar la tota lidad de
Solo el ser humano separa y jerarquiza todos estos estra-
un momento?
tos y procesos y cursos temporales. Y el aparato que tiene
para hacerlo, que le fuerza a hacerlo, es su ego. Este aparato,
J: Un momento.
el ego, previsto por la natura leza para la supervivencia del ser
K: Reun irlo todo: las rel iqu ias del pasado, los edificios en humano, no tiene, s in embargo, un equiva lente en la natu-
construcción, las diferentes act ividades, la yuxtapos ición de ra leza. Es su parte más mortal. Cuando muere un ser hu-
luz diurna y nocturna, las plantas, los animales atrapados en mano, solo esta parte, solo este aparato de separación, des-
medio de un movimiento, los diferentes rangos sociales de aparece. Todo lo demás se recicla. [john y Katya juntos:] Cada
todos los presentes, los deta lles de su vestimenta, las expre- cual es cada cual.
siones de sus caras, sus arrugas, sus susurros en un aparte,
sus m iradas errantes; y todo ello, la tota lidad, bajo un cielo J: Anoche tuve un sueño. Llevaba una cartera muy grande col-
gada al hombro, como la que solían llevar los carteros. No sé
de putti y una nube.
si era de cuero o de lona. Probablemente de plástico. Con-
J: Quien duerma en esta habitac ión puede cerrar los o¡os, tenía todos los cuadros de Mantegna (112) . Los frescos no
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estaban. los sacaba de la cartera, uno tras otro, para mirar-
los, y los sacaba sin esfuerzo alguno (ni los cuadros ni la car-
tera pesaban nada). lo hacía con gusto, como si fuera a tomar
una decisión o llegar a una conclusión. ¿Sobre qué? No lo sé.
Me desperté contento.
El óculo al que estamos mirando no nos propone un es-
cape, una evasión. Con su esmerada aplicación y su valor
constante, Mantegna insistía en enfrentarse a lo real, en no
volver la vista de lo que sucede. lo que propone es fundirse
con ello.
sentan al mismo hombre en dos estados de ánimo de l todo Muest ra al a rtista vestido con un sombrío gabán ante un
d iferentes. El segundo retrato, hoy en el Museo del Prado de fondo oscu ro. La pose, la mano que cierra e l abrigo a la altura
Mad ri d, muestra al pi ntor, a los ve intisiete años, vestido a la del pecho, la disposición del cabello, la ex pres ión del rost ro,
moda de los cortesanos venecianos. Parece segu ro de sí o más bien la sacra carencia de el la, sugieren, conforme a las
mismo, orgulloso, casi principesco. Tal vez quiera hacerse un convenciones p ictóricas de la época, una representac ión de la
leve hincapié en el hecho de que está disfrazado, lo q ue nos ca beza de Cri sto. Y, aunque no se pueda proba r, pa rece que
viene suge ri do, por ejemplo, po r su mano enguan tada. La la comparación era intencionada, o cuando menos Durero
expres ión de sus ojos no concuerda con la grac ia con la que quería que pasa ra por la men te del espectador.
lleva e l tocado. Se diría que Durero está confesando a med ias Su intenc ión no deb ía de se r en abso luto blasfema. Era
que se ha d isfrazado pa ra desem peñar un papel, el nuevo un homb re profunda mente relig ioso y, aunque en cierto
papel al que asp ira. Pin tó este auto rret rato cuatro años des- modo compa rt ía la actitud renacentista con respecto a la
pués de su p ri me ra visita a Italia. Du ran te esta vis ita no solo ciencia y la razón, su rel igiosidad respond ía a un t ipo t rad i-
conoció a Giovann i Bellini y descub ri ó la pi ntura veneciana, cional. En una época ya ta rd ía de su vida adm iró mora l e
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intelectualmente a Lutero, pero fue incapaz de romper con la desplegándose como un pergamino.
religión católica. Esta pintura no puede estar diciendo: "Me Du rero, a qu ien durante toda su vida hab ía obsesionado
veo como Cristo". Sino más bien diría: "Por el sufrimiento la idea de la proximidad de la muerte, participaba del terror
que conozco aspiro a imitar a Cristo". general. Fue en esta época cuando rea lizó para un público re-
Y, sin embargo, como en el otro retrato, hay también en lativamente ext enso, popula r, su prime ra serie im portante de
este un e lemento teatra l. Al parecer, en ninguno de sus auto- xilografías. Y el tema de la se ri e era el Apocal ipsis.
rretratos llegó a aceptarse tal como era. La amb ición de ser El estilo de estos grabados, po r no ha bla r de la urgenc ia
otra cosa, de se r algo más, interviene s iempre. El ún ico dato de su mensaje, constituye una p rueba más de lo lejos que
de s í mismo que aceptó de forma consistente fue el mono- estamos hoy de la expe ri encia de Durero . Según nuestras
grama con el que, a diferencia de cualqu ier otro art ista ante- categorías, parece una mezcla simultánea e incongrue nte de
rior a él, firmó toda su producción. La gama de posibles per- gótico, renacentista y ba rroco. Histórica mente, lo vemos
sonalidades que vería reflejadas cuando se m iraba al espejo co mo el recorrido de todo un s iglo . Para Durero, que ve ía
debía de fascinarle; a veces, la vis ión, como sucede en e l re- acerca rse el fin de la h isto ria y alejarse el sueño de la bel leza
trato de Madrid, era extravagante; a veces, como en e l de Mú- renacentista, ta l co mo é l la hab ía imaginado en Venecia, el es-
nich, llena de presentimientos. t ilo de estos g rabados debía de se r tan inmed iato a ese mo-
¿Cómo puede explica rse la asombrosa d iferencia entre mento y tan natural como el sonido de su propia voz.
estos dos auto rretratos? En 1500, miles de personas en el sur No creo, sin em bargo, que ningú n acontecimiento espe-
de Aleman ia cre ían firmemente que se ace rcaban al fin del cífico sea la causa de la d ifere ncia e nt re los dos auto rretratos.
mundo. A las hambrunas y las pestes se sumaba el nuevo Pod rían haber sido p intados en el m ismo mes del m is mo
azote de la sífi lis. Los conflictos sociales, que pronto condu- año; se com plementan; juntos forman una especie de arco
ci rían a la Guerra de los campesinos alemanes, se intensi- que se alza an te toda la obra poste rior de Du rero. Sugie ren el
ficaban . Masas de trabajadores y campesinos dejaban sus d ilema, el marco de autocrítica en el q ue trabajaba como a r-
hogares pa ra convertirse en nómadas a la búsqueda de ali- t ista.
mentos y ve nganza, y tamb ién de salvación el día en que la El pad re de Du re ro fue un ¡oye re húngaro que se había
cólera de Dios caye ra en forma de lluvia de fuego sobre la t ie- estab lecido en Nú remberg, a la sazón un impo rtan te cen tro
rra, el sol desapareciera y los cielos se ab ri eran, de comercio. Tal como lo exigían entonces las no rmas de l
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oficio, era un dibujante y grabador competente. Pero en sus cosas probablemente, dependiendo del momento. El retrato
actitudes y alcance nunca pasó de ser un artesano medieval. de Madrid incluye ese sutil elemento de duda.
Lo único que tenía que preguntarse a sí mismo con respecto Su independencia, combinada con el estilo de su arte,
a su trabajo era el "cómo". No se planteaba otras cuestiones. debió de dar a Durero un sentimiento de poder inusual. Su
A los veintit rés años, su hijo era ya el pi ntor europeo más arte se aproximó más a la recreación de la natu raleza que el
alejado de la mental idad del artesano med ieval. Creía que el de cualquier otro artista anterior a él. Su capacidad para
artista había de descu brir los secretos del un iverso si q uería representar un objeto debió de parecer entonces, como toda-
conseguir la Belleza. La prime ra cuestión en térm inos artís- vía lo parece hoy, mi lagrosa (no tenemos más que pe nsar en
t icos era el "adónde" (y ta mbién de una fo rma concreta en sus acuarelas de flores y an ima les). Solía decir que sus retra-
térm inos de viaje; viajaba siempre que podía). Durero nunca tos eran konteifei, un término que pone de relieve el proceso
hubiera logrado este sentido de la indepe ndencia y la inicia- de prod ucir algo exactamente igual.
t iva si no hubiera ido a Italia. Pero, paradójicamente, llegó a ¿No era acaso su forma de describir o de recrear lo que
ser mucho más indepe nd iente que cualquier pintor ital iano, tenía ante sí o veía en sueños similar, en cierto modo, al pro-
precisamente porque era un fo rastero sin una tradición mo- ceso por el que se dec ía que Dios había creado el mundo y
derna; la t radición alemana, hasta que él la cambiara, perte- todo lo que lo puebla? Tal vez se pla nteó esta cuestión . De
necía al pasado. Él por sí solo constituyó la primera van- ser así, no era un sentido de su propia virtu d lo que le llevaba
guardia. a compararse con la divin idad , sino su conciencia de lo que
Es esta la independencia expresada en el retrato del parecía ser su propia creatividad. Y, sin embargo, pese a esta
Museo del Prado. El que no la abrace por completo, el que creatividad, se veía condenado a vivir en un mun do lleno de
parezca un atavío que uno puede proba rse, puede explicarse sufrimien to, un mundo contra el que en defin itiva su poder
por el hecho de que, a fin de cuentas, Du rero era hijo de su creativo no servía para nada. Su autorretrato caracterizado de
pad re. La muerte de este, en i502, afectó al pinto r en gran Cristo es el retrato de un creador en el lado equivocado de la
med ida; estaba muy unido a él. ¿Creía que la diferencia entre creación, un creador que no ha tenido parte en su propia
él y su pad re era algo inevitable y ordenado, o la veía más creación.
bien como una cuestión que dependía de su libre elección, La indepe ndencia de Durero como artista era a veces
una elección de la que no se sentía del todo seguro? Ambas incom patible con su fe religiosa, tod avía medieval en gran
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medida. Estos dos autorretratos expresan los términos de
dicha incompatibilidad. Pero esto no deja de ser una afir-
mación abstracta. Seguimos sin poder acceder a la expe-
riencia de Durero. En una ocasión viajó durante seis días en
una pequeña barca para examinar, como lo haría el científico,
el esqueleto de una ballena. Al mismo tiempo, creía en los
Jinetes del Apocalipsis. Consideraba que Lutero era un "ins-
trumento de Dios". Cuando se miraba al espejo, ¿cómo
formulaba exactamente esa pregunta que se nos insinúa al
contemplar su autorretrato y que planteada en su forma más
sencilla sería "de qué soy yo el instrumento"? ¿Y cuál era su
verdadera respuesta?
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Miguel Ángel excesivas riquezas eran en realidad complementarios . Sin el
i475-1564 infierno, esas riquezas habrían parecido un robo. En cual-
quier caso, los visitantes llegados hoy desde todos los rin-
Estiro el cuello para contemplar el techo de la capilla Sixtina y
cones del mundo están tan llenos de temerosa admiración
La creaci6n de Adán: ¿crees tú también, como lo creo yo, que se olvidan de las "cositas" que tienen entre las piernas.
haber soi'lado alguna vez con el toque de esa mano y el ex-
traordinario momento de su retirada? Y ¡paf1 Te imagino en tu
lejana Ga licia, restaurando en la cocina de tu casa la Virgen
de la iglesia parroquial de una pequei'la aldea. Sí, la restau-
ración de aquí, en Roma, está bien hecha. Quienes protes-
taron no tenía razón. Y te diré por qué.
Ahora se ven con mayor claridad los cuatro ti pos de espa-
cio con los que jugó Miguel Ángel en este techo -el espacio
del bajorrelieve, el espacio del altorrelieve, el espacio corporal
de los veinte desnudos con los que soi'laba como una bien-
aventuranza mientras pintaba tumbado boca arriba, y el espa-
cio infinito de los cielos- y se percibe mejor que antes su ex-
traord inaria articulación. Están articulados, Marisa, con la
precisión de un maestro del billar. Y si el techo no estuviera
bien restaurado, esto habría sido lo primero que se habría
perdido.
También he descubierto algo más: salta a la vista, pero
casi todo el mundo pasa de largo. Tal vez, porque el Vaticano
impone mucho a la gente. Entre sus riquezas mundanas y su
lista de castigos eternos, el visitante se siente empeque-
ñecido. Los castigos excesivos que prescribía la Iglesia y sus Miguel Ángel, Pieta Rondanini, 1564.
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Pero no Miguel Ángel. Él las pintó, y las pintó con tanto creación, y para él, en el último recodo de su deseo, la crea-
amor que se transformaron en puntos focales, de modo que ción significaba que todo lo imaginable naciera, empujara y
durante s iglos, después de su muerte, las autoridades vati- volara de entre las piernas de los hombres.
canas ordenaron borrar subrepticiamente o pintar encima de ¿Recuerdas las tumbas de los Med ici, las que tienen las
casi todos los sexos mascu linos de la capilla Sixtina. Por figuras alegóricas de l Día y la Noche, el Ocaso y la Aurora?
suerte, quedaron unos cuantos. Dos hombres reclinados y dos mujeres reclinadas. Las muje-
En vida se le llamó "el gen io sublime". Asumió, en mayor res juntan modestamente las piernas. Los hombres las tienen
medida aún que Tiziano y en el último momento histórico en abiertas y elevan las pelvis, empujando, como si esperaran un
que todavía era posible, el papel renacentista del artista como nac im iento. No un nacimiento de carne y sangre, ni, por su-
supremo creador. Su único tema fue e l cuerpo humano, y puesto, de símbolos. El nac imiento que esperan es el de l
para él, lo sublime de ese cuerpo se reve laba en e l órgano se- misterio indescriptible y eterno que encarnan sus cuerpos. Y
xua l masculino. que emergerá de ah í, de entre sus piernas abiertas.
En el David de Donatello, el sexo de l joven ocupa d iscre- Y así está representado en e l techo. Los visitantes que se
tamente su lugar -como el pulgar de una mano o un dedo mueven por el suelo de la capilla parecen figuras que aca-
del pie-. En el David de Miguel Ángel, el sexo es el centro baran de caer de entre los pies y de debajo de las faldas de
del cuerpo, y el resto de las partes se someten a este con una los profetas y las sibilas. Va le. Las sibilas son mujeres, pero
especie de deferencia, como ante un milagro. Así de simple y no lo son aquí, no. Cuando te acercas son hombres ataviados
as í de hermoso. De una forma menos espectacular, pero no con ropajes femeninos.
por ell o menos evidente, lo m ismo sucede con el sexo del Más allá se encuentran las nueve escenas de la Creación y
Niño Jesús en su Virgen de Brujas. No se trataba de lujuria, allí, sentados en las cuatro esquinas de cada una de ellas, se
sino de una forma de culto. hallan esos desnudos mascu linos sorprendentes, inmensos,
Dada esta pred ilección y dado el gran orgullo de l genio contorsionados y anhelantes (los ignudi), cuya presencia pa-
renacentista, ¿cómo dirías tú q ue se imaginaba el paraíso? rece tan difíci l de explicar a los historiadores. Unos afirman
¿No podría ser su paraíso la fantasía de que los hombres die- que representan la Belleza Ideal. Pero entonces ¿por qué
ran a luz? tanto esfuerzo, tanto anhelo y tanto trabajo? No; los veinte
Todo el techo es rea lmente una representación de la jóvenes desnudos representados allí arriba han concebido y
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acaban de alumbrar todo lo vis ible y todo lo imaginable y Sebastiao Salgado: sus fotos de las minas de oro en Brasil y
todo lo que vemos en el techo. El amado cue rpo del hombre de los mineros de carbón de Bihar, en la Ind ia. Los dos artis-
es allí arriba la medida de todas las cosas, incluso de l amor tas parecen espantados por lo que t ienen que describir, y los
platónico, incluso de Eva, incluso de ti. dos muestran unos cuerpos tensados al máximo, a punto de
En una ocasión, hablando de l escultor del torso del Belve- romperse, pero que de alguna manera parecen soportar la
dere (50 a. C.), Miguel Ángel dijo lo sigu iente: "Esta es la tens ión.
obra de un hombre que sabía más que la natura leza".
Y ahí reside el sueño, el deseo enmarañado, el patetismo
y la fantasía.
A partir de ese momento decidió quedarse conmigo. Me Delante de La piedad, se sentó. Creo que estuvo un buen rato
sentado. Al principio no sabía si esperar, si saludarlo o
s iguió de un lado al otro. Continuaba con su monólogo, sin
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co ntarle m is impresiones. Me h izo una seña pa ra que me Kut:
acerca ra. No cabía d uda de q ue sabía que sus obse rvaciones Todo lo que dices sob re el pelo me ha hecho pensar en sus
so bre el pelo anima l me habían impres ionado, pues en lugar perros. ¿Po r casualidad, llevaba un pe rro tu anc iano?
de hab larme de esa famosa mano misteriosa que se alza Creo que le gustaban los pe rros. Tal vez lo calmaban o lo
suplicante hacia la imagen del santo - la mano en la que él an imaban. ¿Eran test igos? Testigos de los que se pod ía fia r.
tenía la vista fi ja-continuó con lo mismo y repitió : Testigos mudos, mudos. Tal vez, a veces, sucedía que m ien-
tras pintaba con la mano derecha, con la izqu ie rda acariciaba
-El pelo es al cuerpo lo que la pintura es para el mundo.
ferozmente a uno de sus pe rros: el pelo anima l cual com-
Luego, con una ri sa que parecía salirle del fondo de l alma, pañ ía pa ra sus dedos, y el pe rro incl inándose a un lado y otro
al ritmo de su mano.
añad ió algo q ue me recordó a ti :
En su época, incl ui r perros en los cuadros era una moda.
-Puedes hund irte en é l, puedes mirar bajo é l, puedes
levantarlo, puedes tirar de él, pero no intentes afeitarlo . ¡Vol- Se los puede ve r en Rubens, en Velázquez, en Ve ronese, en
Cranach, en Van Dyc k... Entre otras cosas, eran una es pecie
verá a salir!
de mensajeros entre los homb res y las mujeres. Embajadores
Antes de alejarme de él para s iempre, tuve una clara imagen del deseo. Representaban (depend iendo de su tamaño y de
de m i propio cuerpo tendido desnudo en un lienzo de la su raza) tanto la fem in idad como la vi ri lidad . Eran casi huma-
exposición; del musgo debajo de m í, del pe rro que tenía al nos -o participaban de la intimidad de los humanos-, y,
lado, de m is contornos, apenas separables de l paisaje que sin embargo, eran inocentes. También eran cachondos, pero
me rodeaba. Un paisaje por el que mucho después podría nad ie podía m ira rlos con desap robación porque, al fin y al
habe r andado Courbet. Con la hierba, las nubes y el barro, mi cabo, solo eran perros.
carne habría pasado a formar parte de la piel de la t ierra.
Los vemos en muchos de sus cuadros. En los retratos de
Besos, homb res y mujeres, y en las obras de temas mitológicos.
Katya Pero en ninguno de una forma tan extraña como en el Niño
con perros, una de sus pinturas tard ías. No hay en toda la obra
Octubre de i 991
de Tiziano un cuadro semejante, y yo me incl ino po r la
Alta Saboya
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opinión de aquellos expe rtos que desechan la idea de que se comprensión; buscaba tu interés. Porque s i te interesaba,
trata de un detalle tomado de un lienzo mayor. Lo que vemos posarías para é l, y él quería pintarte. Pintando a las mujeres
es más o menos lo que tu viejo quería que viéramos. Un olvidaba su duda. Pero con cada o lvido aumentaba su inqu ie-
chico -¿cuántos años crees que tiene? ¿Tres? ¿Cuatro como tud. Todas las mujeres que p intó -desde Ariadna a la
máx imo?-, solo en un oscuro entorno junto a dos perros y Magda lena- rep resentaban esa inqu ietud, una inqu ietud que
dos cachorrillos (¿de unas cuatro semanas?) . El n iño agarra nada ten ía que ver con las mujeres. Cada una de el las le
al perro blanco -que, creo yo, es macho-, como refu- co nsolaba y, al m ismo tiempo, aumentaba su inqu ietud.
giándose en él. La perra es la ún ica que mira al espectador, y
El cuadro del niño con los perros func iona como un con-
los cachorros hunden la nariz en el pelo de la madre en
suelo . Es una pintura dulce. Es una pintura q ue hab la de un
busca de los pezones.
t ipo de d icha. Los cachorros han descubierto la dicha que
Pese a la penumbra, la escena es sosegada, calma,
encierra el tacto de l pelo de su madre, una dicha que Júpiter
comblé, como dicen los franceses. Nadie neces ita nada más.
nunca encontrará con Dánae n i Dánae con Júp iter. Mientras
Los pe rros son la fam ilia de l chico. Yo incluso d iría que
tanto, los otros tres (el n iño y los perros adu ltos) esperan ... Y
son sus padres. Las p iernas del chico y las dos patas visibles
los dos perros que miran, esperando, son los cómpli ces del
del perro blanco parecen las cuatro patas de una misma
viejo p intor. Son lo más parecido q ue ha pod ido encontrar a
mesa: son prácticamente intercambiables. Todos esperan, lo
lo que ha soñado pintar y a aque ll o con lo que pinta.
que equ iva le a decir que están vivos.
¿No es la espera la princ ipal ocupación de los perros?
Besos,
Una ocupación aprend ida, tal vez, dada su proxim idad con
John
los humanos. Esperar al s igu iente acontec im iento, la s i-
guiente llegada. En este caso, se diría que e l último aconte- Noviembre de 1991
cimiento importante ha s ido el parto. Unos cachorros y un Atenas
niño nacidos a esta perra vida. Nacidos para esperar a la John:
muerte. Pero mientras tanto hay calor, leche, el pelo an imal Intento buscar una respuesta a la pregunta: ¿por qué pintaba
lleno de misterio y ojos s in palabras. Tiziano? Y solo oigo una palabra que emerge del caos com-
El viejo buscaba, sin duda, tu comprensión. No, no tu pleto de la materia, como de l fondo de un pozo.
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Deseo. Su deseo (como corresponde a un p intor eminen- del pellejo de l mundo, podría uti lizar los pelos y las cerdas de
temente viril) consistía, si no en ocupar las apariencias, al sus pinceles para retorcerle los miembros. Incapaz de repro-
menos, en penetrar y perderse en la piel de las cosas. Pero duc ir, podía transformar y transfigurar. En lugar de ser el es-
siendo humano y pintor, se topó con la impos ibilidad de ha- clavo de las apariencias, obligado a lame rl es los pies, pod ría
cerlo: el corazón de la naturaleza, e l an imal dentro del hu- imponerles su vo luntad. Producir brazos o manos que no po-
mano, el pellejo del mundo, nunca se dejan atrapar y, sobre drían haber existido nunca. Doblar los miembros contra su
todo, son irrepetibles, impos ibles de reproducir. Y por eso, propia natura. Emborronar los objetos hasta hacerlos irreco-
durante algún tiempo, como muchos de sus contem- noc ibles. Hacer temb lar los contornos de modo que llegaran
poráneos, uti lizó su destreza pa ra mostrar que todo era van i- a representar la materia sin contenerla. Negar la dife rencia
dad, vanitas vanitatis: la belleza, la riqueza, el arte. entre los cuerpos y los cadáveres. (Pienso aquí en su última
En sus cuadros, las mujeres -o más bien esas mu¡eres pietii.)
sencillas e inocentes- constituyen un recordatorio impla- Amontono en un m ismo hi lo de pensam iento, un tanto
cable de su impotencia artística, de su de rrota. ¡Él, que era un abstracto, por otro lado, cuestiones relativas al pode r, al pres-
maestro! ¿Podría ser, tal vez, que las mujeres encarnaran esa t igio, incluso a los perros. La verdad es que el arte de Tiziano
duda de la que tú hablas? Desnudas, los colores de su carne es en sí mismo intocable, invio lable. Te llama a gritos y luego
parecen d ispuestos para hundirte en ellos. No hay otros cuer- te imp ide que te ap roximes. Nos deja s iempre con la boca
pos femen inos pintados que pidan como lo hacen los suyos abierta.
ser tocados, abrazados, como María Magdalena presionando
Besos,
su mano contra el cabello sobre su pecho. Pero, como el
Katya
resto de los cuerpos pintados por todo el mundo, los de Ti-
z1ano tampoco pueden tocarse n i te puedes sumergir en
Diciembre de 1991
ellos. París
Poco a poco, Tiziano llegó a comprender que en la impo-
Kut:
tencia misma de su arte (ese arte que subrayaba conti-
Van itas vanitatis. En 1575, la peste hizo estragos en Venecia,
nuamente la virilidad de los hombres que representaba) po- matando casi a un terc io de su población. El viejo Tiziano
dría esconderse un m ilagro. En lugar de representar la textura
murió a consecuencia de la peste en 1576, próximo ya a
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cumplir cien años. También murió su hijo. Tras la muerte de
ambos, su casa en el Biri Grande, llena de cuadros y objetos
preciosos, fue saqueada. Y al año siguiente, un incendio en el
Palacio Ducal destruyó obras suyas, junto con otras de Be-
llini, Veronese y Tintoretto.
Febrero de 1993 Tiziano fue un pintor de la carne que ordena, más que de
Atenas la que invita. "Tómame". "Bébeme", ordena esa carne. Puede
Tiziano, el pintor de la carne y las entrai'las, de sus ruidos y bién se disfrazó de mujer en muchas ocasiones. ¡Tiziano
como María Magdalena o Afrodita!
humores. El pintor del pelo y de la bestia domada que habita
Y aquí nos aproximamos a algo en lo que se basa su fuer-
dentro del hombre. El pintor de la piel como una entrada o
una salida, como la brillante superficie del agua para el buzo, za: se ponía el disfraz de todo lo que pintaba. Intentaba estar
en todas partes. Competir con Dios. Quería crear con su pa-
la superficie a la que vuelve después de haberse sumergido
en los abismos del cuerpo y sus órganos ocultos, la super- leta de pintor ni más ni menos que la vida, y gobernar el uni-
verso. Y su desesperación (la duda sobre la que tú te pregun-
ficie a la que vuelve tras hacerse con el secreto de la perso-
nalidad. (Fíjate en que en sus retratos de caballeros se nos tabas) es que no podía, como Pan, serlo todo. Solo podía
transm ite mucho de su vi da interior.) crear pinturas y disfrazarse. Temía ser solo hombre, no ser
¡Pues claro que no! ¡La carne no es solo femenina! El que un dios además, y también mujer, y un bosque, y la bruma, y
un montón de tierra. ¡Temor a ser solo hombre!
a lo largo de los siglos las mujeres nunca hayan dejado de ser
deseadas, el que los hombres las deseen siempre, se debe,
El pecho de Dánae - tan maravilloso, tan sugerente y tan
en parte, a una pequeña mentira, tan vieja como el mundo,
intangible- revela, de una vez y al mismo tiempo, todos los
según la cual toda la carne es femenina. No es más que una
límites y todos los triunfos de su creación pictórica cuando
convención en virtud de la cual los hombres usan los cuer-
se la compara con la de Dios.
pos de las mujeres para expresar sus propios deseos pasivos,
su deseo a abandonarse, a tenderse, anhelantes, en una Besos,
cama. Los hombres han delegado en las mujeres este aspecto Katya
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Hans Holbein el Joven La mutilación es un tema recur rente en la iconografía cris-
1497 /149 8-1 543 tiana . Las vidas de los márti res, santa Catalina, san Seba stián,
san Juan Bautista, la Crucifixión, el Juicio Final. El asesi nato Y
"Cua ndo alguien está muer to, lo sabes a una dista ncia de
la violación son tema s comu nes en las repre senta cione s de la
dosc iento s metro s", d ice Francisco de Goya en una obra qu e
mitol ogía clásica.
escri bimo s hace algún tiemp o, y conti núa: "La silueta se
Frente al San Sebastián de Anto nio Pollaiuolo, en lugar de
qued a fría".! horro rizars e (o conve ncers e) vien do las herid as, los miem -
Quer ía ver el cuad ro del Crist o muer to de Holbein. Lo
bros desnu dos de los ejecu tores y del ejecu tado seduc en al
pintó en 1552, a la edad de veinticinco años. Es largo y estre-
espec tador . Frente al Rapto de las hijas de Leucipo de Rubens,
cho, como la losa de una morg ue, o como una prede la, aun -
uno piens a en noch es de amor comp artido. Esta suert e de
que parec e que la pintu ra nunc a form ó parte de ningú n altar o
prest idigit ación por la cual una serie de apari encia s sustit uye
retablo. Cuen ta la leyenda que el mode lo en el que se basó
a otra (el marti rio se trans form a en una escen a del Olim po; la
Holb ein fue el cadáv er de un judío ahog ado en el Rin.
violación, en un acto de seduc ción) recon oce, sin emba rgo,
Me había n habla do much o del cuadr o, había leído sobre
un dilem a original: ¿cóm o se pued e hacer visib leme nte acep-
él, y no poco de las palab ras de l prínc ipe Michkin, el perso -
tab le la bruta lidad ?
naje de El idiota , de Fiódo r Dostoyevski. "¡Ese cuadr o! -re- La cuest ión se inicia en el Renacimiento. En el arte medi e-
puso el prínc ipe-- . ¡Ese cuad ro! Yo creo que exam inánd olo
val, el sufrim iento del cuerp o estab a suped itado a la vida del
pued e llega rse a perde r la fe". alma . Y esto era un artícu lo de fe que el espec tador aport aba
A Oostoyevski debió de impre siona rle tanto como al prín-
a la imag en; la imag en en sí no tenía que demo strar la vida
cipe Michkin, pues hace decir a Hipólito, otro perso naje de El del alma. Gran parte del arte medi eval es grote sco; es decir,
idiota: "Sup onga mos que el Seño r hubie ra visto este cuad ro nos recue rda que lo físico no tiene valor. El Rena cimie nto
un día antes de su agon ía, ¿habr ía sido capaz de dirigirse, de
idealiza el cuerp o y reduc e la bruta lidad al gesto . (En las pe-
la mane ra en la que se dirigió, a su crucifixión y muerte?".
lículas del Oest e se da una reduc ción parec ida: pens emos en
Holb ein pintó una imag en de la muer te, sin signo algun o
John Wayne o Gary Cooper.) Las imág enes de la bruta lidad
de reden ción. Pero ¿qué efect o produ ce exact amen te en el
resul tante (Piete r Brueghel el Viejo, Matth ias Grün ewald, etc.)
espec tador ? eran marg inale s a la tradic ión renac entis ta de prese ntar
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armónicamente los dragones, las ejecuciones, la crueldad y catarsis alguna. Ofrecen otra cosa, parecida, pero distinta.
las masacres. ¿Qué?
Goya es el primer artista moderno por su inquebrantable No lo sé. Por eso quiero ver el Holbein.
manera de tratar, a principios del siglo x1x, el horror y la
Creíamos que el Holbein estaba en Berna. Llegamos entrada
brutalidad. Sin embargo, quienes optan por contemplar sus
la tarde y descubrimos que estaba en Basilea. Como acabá-
grabados no optarían nunca por contemplar los cuerpos
bamos de atravesar los Alpes en moto, los cien kilómetros
mutilados representados en ellos con tanta fidelidad. Así que
suplementarios hasta esa ciudad nos parecieron demas iados.
nos vemos obligados a volver a la misma cuestión, que po-
A la mañana siguiente visitamos, en su lugar, el museo de
dría formu larse de este otro modo: ¿cómo funciona la catar-
Berna.
sis en las artes visuales, si es que funciona?
Es un museo diáfano, bien iluminado, que recuerda a una
La pintura es distinta de las demás artes. La música, por
de esas naves espaciales que aparecen en las películas de
naturaleza, transciende lo particular y lo material. En el teatro,
Stanley Kubrick o de Andréi Tarkovski. Los visitantes tienen
las palabras redimen a los actos. La poesía habla a las heri-
que pegarse la entrada en la solapa. Fuimos de sala en sala.
das, pero no a los torturadores. Con lo que trata calladamente
Un Courbet con tres truchas, de 187J. Un Monet con un río
la pintura, sin embargo, es con las apariencias, y es raro que
helado, de 1882. Un Braque cubista temprano con unas casas
los muertos, los heridos, los vencidos o los torturados parez-
de L.'. Estaque, de 1908. Una canción de amor con luna nueva
can hermosos o ilustres. '
de Paul Klee, de 1939· Un Rothko, de 1963-
¿Puede dar pena un cuadro?
¿Cómo se hace visible la pena? ¡Cuánto valor y cuánta energía hicieron falta para luchar por
¿Nace, tal vez, al contemplar el cuadro? el derecho a pintar de maneras distintas! Y hoy, esos cuadros,
¿Por qué unas obras causan pena y otras no? No creo que
todos ellos resultado de esa lucha, cuelgan pacíficamente al
sea una cuestión de pena. Una chuleta de cordero pintada
lado de las obras más conservadoras: reunidas y envueltas
por Goya se acerca más a la compasión que una masacre de todas en el agradable aroma de café que llega desde la cafe-
Eugene Delacroix.
tería, contigua a la librería.
¿Cómo funciona entonces la catarsis? ¿Qué se dirimía en esas batallas? La respuesta más sim-
No funciona de ninguna manera. Las pinturas no ofrecen ple: el lenguaje pictórico. Ninguna pintura es posible sin un
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lenguaje pictórico. No obstante, con el nacimiento de la Me encontré frente a un paisaje pintado a pri nc1p1os de
modernidad, tras la Revoluc ión francesa, e l uso de cualqu ier siglo XX por una artista llamada Caroline Mü ller: Chalés alpi-
lenguaje fue s iempre algo muy controvertido. Las batallas se nos en Sulward, cerca de lsenflushul. El problema de pintar
libraban entre los custod ios de la tradic ión y los innovadores. montañas es s iempre e l mismo. La técn ica (igual que noso-
Los custodios pertenecían a las instituciones respa ldadas po r tros) resu lta empequeñecida por la propia montaña, de modo
una clase dirigente o una élite que neces itaba que las aparien- que esta no vive; se lim ita a estar ahí, como la tumba de un
cias se representaran de ta l mane ra que sustentaran la base antepasado lejano, gris o blanca. Las ún icas excepciones
ideo lógica de su pode r. europeas que conozco son J. M. W. Turner, David Bomberg y
Los innovadores eran rebe ldes. Dos axiomas hemos de e l pintor berl inés contemporáneo Werner Schm idt.
tener aqu í presentes: la sedición es por natura leza gramati- En el lienzo, por otro lado bastante soso, de Caroline Mü-
calmente incorrecta; e l artista es e l prime ro que se da cuenta ller, tres pequeños manzanos me dejaron sin aliento. Esos
de que un lenguaje determ inado m iente. Iba por la segunda árboles hab ían sido vistos. Era a lgo que todavía se sentía
taza de café y seguía haciéndome preguntas sobre el cuadro ochenta años después de haber sido pin tados. En aquel tro-
de Holbein, que estaba a cien kilómetros de este museo. cito del cuadro, el lenguaje pictó ri co utilizado no era un len-
H ipólito, en El idiota, continúa diciendo: "Cuando miras guaje pictórico sencillamente logrado o consumado, se había
este cuad ro, te imaginas que la natu raleza es un monstruo, hecho urgente.
mudo e imp lacable. O, más bien - por inesperada que pueda Todo lenguaje aprend ido t iende a ce rra rse, a perder su
se r, esta comparación se acerca más a la verdad- te ima- poder de s ign ificación o ri ginal. Cuando sucede esto, se d iri-
ginas la naturaleza como una inmensa máqu ina moderna, gen a la mente cultivada, pero dejan a un lado la existencia de
inexorab le, muda, que arrebataba, ap lastaba y se tragaba a un las cosas y de los acontecimientos.
gran Ser, un Ser s in precio, que por sí solo vale lo que toda la "Palabras, palab ras, palabras s in más, a l margen del cora-
natura leza ... ". zón".
¿Impresionó tanto e l cuadro a Dostoyevski porque era lo Sin un lenguaje pictórico, nadie puede representar lo que
opuesto a los iconos? El icono redime med iante la oración, ve. Con un lenguaje pictó ri co, puede que dejen de ver. Así es
con los ojos ce rrados, a la que invita. ¿Es posible que el valor la extraña dia léctica de la práctica de pintar o d ibujar las apa-
de no cerrar los ojos ofrezca ot ro t ipo de redención? riencias desde el com ienzo del arte.
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Llegamos a una sala enorme con cincuenta cuadros de cubismo adopte unas formas afectadas), s ino que están saca-
Ferd inand Hod ler. Una obra gigantesca. Pero solo en uno de das, t ra ídas desde detrás, rescatadas de donde las aparien-
los cuadros había olvidado su dom inio y podíamos nosotros cias hab ían empezado a hacerse rea lidad, pe ro todavía no ha-
o lvidar que estábamos contemplando unos pigmentos virtuo- bían alcanzado toda su particularidad.
samente apl icados. Era un cuadro re lat ivamente pequeño y En el Rothko, e l m ismo movim iento es todavía más claro.
representaba a una am iga del pintor, Augustine Dupin, agoni- La amb ición de su vida fue reducir la sustancia de lo apa rente
zante en su cama. Augustine hab ía sido vista. El lenguaje se a una fina película, rad iante po r lo que t iene detrás. Detrás de l
había ab ierto al se r uti lizado. rectángu lo g ri s se encuentra la madreperla, detrás de l ma-
¿Había visto en este sentido el joven Holbein al judío rrón, más estrecho, e l yodo del mar. Ambos marít imos.
ahogado en e l Rin? ¿Y qué podría s ign ifica r ese ser visto? Rothko fue un pintor conscientemente re ligioso. No así
Volv í a contemplar los cuadros que había examinado un Cou rbet. Si consideramos que las apariencias son como una
rato antes. En e l Courbet, una ext raña luz impregna la redon- frontera, podríamos decir que los pintores buscan los men-
dez y la piel húmeda de los tres peces, colgados de un gan- sajes que la cruzan: mensajes que proceden de la parte de
cho en una rama. No tiene nada que ver con una forma de atrás de lo visible. Y esto no se debe a que los pintores sean
brillar. No está en la superficie, sino que la atraviesa. Una luz todos platón icos, s ino a la intensidad con la que m iran.
pa recida, pero no idéntica (es más granulosa) la transm iten En la creación de imágenes se empieza por interrogar a
tamb ién los gu ijarros de la ori ll a de l río. La energía lum ínica las apariencias y por hacer marcas. Todos los art istas descu-
es el verdadero tema de este cuadro. bren que el dibujo, cuando es una actividad urgente, entraña
En el río de l Monet está empezando el desh ielo. Entre las un dob le proceso. Dibujar no consiste solo en med ir y trazar
irregulares masas de hie lo opaco se ve el agua. En esta agua en un papel, s ino que también consiste en recibir. Cuando la
(pero, claro, no en e l hielo), Monet ve ía el inmóvil reflejo de intensidad con la que se m ira alcanza cierto grado, uno se
los álamos de la otra o rill a. Y estos reflejos, ent revistos detrás hace consciente de que le llega una energía igua lmente in-
del hielo, constituyen el corazón de l cuadro. tensa a través de la apariencia de lo que sea que esté exami-
En e l Braque de L'Estaque, los cubos y los triángulos de nando. Toda la obra de Alberto Giacomett i lo demuestra.
las casas y las formas en V de los árboles no se imponen a lo
El encuentro de estas dos energías, su diá logo, no tiene la
que veían sus ojos (como sucederá más tarde cuando e l
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forma de pregunta y respuesta. Es un diálogo feroz e inarti- un hombre en la cruz. Esta, y solo esta, es la reden ción que
culado. Hace falta fe para mantenerlo. Es semejante a hora- ofrece la pintura. Este misterio es lo más parecido a la catar-
dar en la oscuridad, a horadar bajo lo aparente. Las grandes sis que puede ofrecer la pintura.
imágenes surgen cuando los dos túneles se encuentran y se
unen perfectamente. A veces, cuando el diálogo es rápido,
casi instantáneo, se parece a algo que se tira y se coge.
No tengo una explicación para esta experiencia. Senci-
Hans Holbein el Joven, El cuerpo de Cristo muerto en la
llamente creo que muy pocos artistas la negarán. Es un se-
tumba, 1520-1522.
creto profesional.
El acto de pintar -cuando su lenguaje se abre- es una
respuesta a una energía que se experimenta como si vinera
desde detrás de una serie dada de apariencias. ¿Qué es esta
energía? ¿Podríamos decir que es la voluntad de lo visible de
que exista la visión? Meister Eckardt se refería a la misma
reciprocidad cuando escribía: " El ojo con el que veo a Dios es
el mismo ojo con el que él me ve a mí''. No es la teología la
que nos ofrece aquí una clave, sino la simetría de las ener-
gías.
Todo acto verdadero de pintar es el resu ltado de some-
terse a esa voluntad, de modo que en la versión pintada no
solo se interpreta lo visible, sino que se le permite ocupar ac-
tivamente su lugar en la comunidad de lo pintado. Todo su-
ceso que ha sido pintado de verdad -de tal modo que el len-
guaje pictórico se abre- se une a la comunidad de todo lo
que ha sido pintado. Unas patatas en un plato se unen a la
comunidad formada por una mujer amada, una montaña o
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Pobre perro
que quiere atención,
que ha laga al homicida y se frota contra su piern a.
Pobres olmos cuya sombra verde
gua rece al hombre que a la salida
Pieter Bru eghel el Viejo, El triunfo de la Muerte, 1562-1563- del pueblo vio ló a la niña.
Y el amistoso polvo ciego nos exhorta
Sin embargo, las mismas con t rad icciones que acosaban a
a que ahora mismo nos olvidemos
Brueghel lo forzaro n a un modo de ver extraordina ri amen te
de las huellas de los asesinos.
o ri gina l y profético. No introd ujo chivos exp iatorios. No tra zó
una línea d ivisoria definida entre los inoce ntes y los cu lpa- Pese a los cuatro siglos que los se paran, Brueghel y Brecht
bles. Se abstuvo de moral izar. No resaltó ninguna figu ra a quie ren que se entienda lo mismo: Brueghe l de una forma
modo de bue n o mal ejemplo. Su pasión moral solo se revela instint iva, Brecht porque veía con mayo r clari dad cómo la
e n la determinación inquebrantable con la que presenta los gente se refugia en su impotencia, en su indefens ión. Am bos
hechos pa ra el juicio. Era incapaz de condenar una sola ac- querían que se entendiera que no resistir es ser indiferente,
ción, a una sola persona, porque no veía cómo podrían com- que olvidar o no saber también significa indiferencia, y que
portarse de otro modo la mayoría de las personas. Y por eso, mostrarse indiferente es aprobar.
sin llegar a convertirse en un misántropo, tenía que acusar a Esto -y no las coincidencias temáticas- es lo qu e hace
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que los cuadros de Brueghel parezcan totalmente re levantes
a l hab lar de las guerras modernas y de los campos de con-
centración, más relevantes que casi cualquier otro cuadro de
todos los que se hayan pintado desde entonces.
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Car ava ggio pare ce un poco a la experiencia de vivir con el recu erdo de
1571 -1610 los mue rtos. lo que no sabía cuan do era joven es que nada
pued e borr ar el pasa do: el pasa do va creci endo poco a poco
Cada uno se dirig e a su prop io desc anso . Pero todo s ellos
al rede dor de uno, com o una place nta para mo rir.
están regre sand o al mun do, y el prim er don que este les otor-
En el país que eres tú, cono zco tus gest os, la ento naci ón
ga es el espa cio; más tarde , el segu ndo don será una mes a y
de tu voz, la form a de cada parte de tu cuer po. Físic amen te,
una cama . Para los más afort unad os, la cam a es com parti da.
no eres men os real aquí, pero sí men os libre.
Inclu so tras la gran sepa ració n, volv erem os a voso tras al
lo que cam bia cuan do te tengo ante mis ojos es que te
caer la noch e, salid os del inme nso cielo, y nos reco noce ré is
vuelves impr edec ible. Desc onoz co lo que vas a hace r en cada
por nues tro cans anci o y por la pesa dez de nues tras cabe zas
mom ento . Yo te sigo. Tú actú as. Y con cada cosa que hace s
en vues tros cuer pos, que tanto nece sitáb amo s.
me vuelvo a enam orar.
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Las historias se te vienen a la mente a fin de ser contadas. A
veces ocurre lo mismo con las pinturas. Describiré esta con
toda la precisión de que soy capaz. Pero antes la situaré his-
tóricamente, como suelen hacerlo siempre los entendidos. La
pintura es de Franz Hals. En mi opinión, fue rea li zada entre
1645 y 1650.
El año 1645 supuso un momento decisivo en la carrera de
Hals como retratista. Tendría por entonces unos sesenta
años. Hasta ese momento había sido un pintor muy soli-
citado, siempre con mú ltip les encargos. A partir de esa fecha,
su fama empezó a declinar gradualmente y ya no dejó de ha-
cerlo hasta su muerte, veinte años después y en la más abso- Hasta ahora, la identidad de la modelo es, claro está, un
luta miseria. Este cambio en su suerte coincidió con el surgi- misterio. Reposa desnuda sobre la cama mirando al pintor.
miento de un nuevo tipo de vanidad. Existe entre ellos una complicidad obvia. Por rápido que Hals
Ahora in tentaré describir la pintura en cuestión. Se trata trabajara, e lla tuvo que haber posado para él durante varias
de un gran lienzo horizontal de 1,83 por 1,JO metros. La figura horas. Pero su mirada es valorativa y escéptica.
reclinada es un poco más pequeña del natural. Pa ra ser un ¿Era la amante del pintor? ¿Era la mujer del burgués de
Hals está en buen estado de conservación (los descuidados Haarlem que le había encargado la pintura? Y de ser así, ¿en
métodos de trabajo del pintor han dado lugar a que a dónde se proponía colgarla ese cliente imaginario? ¿Sería
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acaso una prostituta qu ien le rogara a Hals que le hiciera un Su piel es muy blanca, rosada en algunos puntos. El hombro
retrato, ta l vez para colgarlo en su dorm itorio? ¿Era una de las y el pie izqu ie rdos rompen la línea de la cama y están perfi-
hijas del pintor? (Queda aquí una puerta abierta a una prome- lados en la pared cremosa. Tiene el pelo negro, como las plu-
tedora carrera para el más detect ivesco de nuest ros histo- mas de un cuervo. Y estamos tan condicionados por las con-
riadores del arte eu ropeo.) venciones de la histo ri a del arte, que a uno le so rprende tanto
¿Qué es lo que está suced iendo en esta habitac ión? La e l hecho de ver representado el vello púbico de la mode lo en
pintura me dio la imp resión de que ni el pintor ni la modelo una pintura de l siglo xv 11 como le sorprendería su ausenc ia
t ienen la vista puesta en algo más allá de sus actos inme- en la vida rea l.
d iatos, y, por consigu iente, son estos, rea lizados por sí m is- ¿Hasta qué punto puede uno imaginar un cuerpo des-
mos, los que constituyen un misterio . Por parte de ella, el nudo pintado por Ha ls? Es preciso desechar todas esas
acto de estar tumbada en la cama deshecha, frente al pintor, y ropas negras que en marcan rostros sufridos y manos ner-
por parte de l pintor, el acto de escrutarla, de pinta rl a de tal viosas, y luego imagina r todo un cuerpo pintado con el
manera que su apariencia pud iera sobrevivi dos a ambos. mismo grado de observación, intensa y lacón ica. No se trata
Aparte de la mode lo, los dos tercios infe ri ores del lienzo de una observación estricta de las fo rmas como ta les -Hals
están ocupados por la cama, o, más bien, por el blanco revo l- fue el más ant iplatón ico de los pintores-, s ino de todas las
t ijo de sábanas arrugadas. El terc io supe ri or lo ocupa la pared huellas que la experiencia ha dejado en esas formas .
situada detrás de la cama. En esta pared, que tiene ese color Ha ls pintó sus pechos como si fueran rostros completos:
crema como de lino o cartón que Ha ls utilizó a menudo en e l más alejado, de perfil; e l que aparece en primer térm ino, en
sus fondos, no hay nada. La mujer, con la cabeza girada hac ia una vis ión de tres cuartos; sus costados, como si fue ran
la izqu ierda, está tend ida cuan larga es, ligeramente atra- manos con las puntas de los dedos ocu ltas entre e l vello
vesada en la cama. No hay almohadones. La cabeza, vuelta a negro de su vient re. Una de las rodi ll as está pintada como si
fin de poder m irar al pintor, está apoyada sobre las manos, pudiera reve lar, al igua l que lo hace la barbilla, muchas de las
que hacen las veces de almohada. reacc iones de la mujer. El resultado es desconcertante po r-
Tiene el to rso torcido, pues, aunque el busto está ligera- que no estamos acostumbrados a ver representada así la
mente vue lto hac ia el artista, las caderas m iran al techo, y las expe ri encia de un cuerpo; la mayo ría de los desnudos están
piernas se alargan hacia el lado de la cama pegado a la pared. tan desp rovistos de experiencia como los objetivos que no
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llegan a cumpli rse. Y, po r otra razón que todavía está po r un nivel puramente óptico, pues m ient ras O lymp ia, s in duda
defini r, resu lta asimismo desconcertante la concent rac ión una mujer ociosa y sensual, está recl inada en el lecho as istida
total del artista a la hora de pinta rla: es ella y solo ella, y no po r una criada negra, uno está seguro de que la mujer que
una fantas ía. aparece aho ra tendida en la cama pintada por Hals poste-
Tal vez sean las sábanas las que sugieren de una forma riormente lava ría y plancharía las sábanas para volve r a ha-
más inmed iata que el auto r es Hals. Nad ie sino él pod ía ce rl a. Y el patetismo reside precisamente en la repetición de
haber pintado unas ropas con semejante vio lencia y extrava- este ciclo: la mujer como representación de l abandono tota l,
gancia, como s i la inocencia que sugieren unas sábanas blan- la muje r en su papel de limpiadora, o rdenadora, plegadora. Si
cas perfectamente planchadas fuera algo que su vis ión de la su rost ro muestra bu rl a, es po rque en su fuero interno se está
expe ri encia no pudiera to lerar. Todos y cada uno de los riendo, entre otras cosas, de la so rpresa que provoca en los
puños de las cam isas que pintó en sus retratos ilustran los hombres este cont raste, en los hombres que vanamente se
mov im ientos habitua les de la muñeca que ocultan . Pe ro aquí enorgullecen de su homogeneidad.
no hay nada oculto. El ovillo de sábanas -en el que los plie- Su rostro es inesperado. De acuerdo con las conven-
gues parecen ram illas gri ses entretejidas para fo rmar un nido, ciones de l desnudo, al esta r s in ropas, su mi rada debería
y los bri llos, agua- es una muestra elocuente de lo que ha limitarse a suge ri r o debe ría quedar directamente oculta. Bajo
sucedido en la cama. ningún concepto puede ser la m irada tan s incera como e l
Más matizada es la re lación en tre las sábanas, la cama y cue rpo desnudo. Pero esta pintura va todavía más lejos, pues
la figura que reposa inmóvil sobre el la. Hay un patetismo en e l cuerpo tamb ién ha sido pintado como un rostro ab ierto a
esta relación que no tiene nada que ver con e l egoísmo de l su propia experiencia.
pi ntor. (De hecho, puede que Ha ls no llega ra s iqu iera a to- Y, s in emba rgo, Ha ls no era consciente de haber logrado
ca rl a, y que la elocuencia de las sábanas no sea sino la de una semejante s inceridad; le era ind iferente. La pintura encierra
memoria sexagenaria.) La relac ión tona l ent re las dos es muy una desesperación que no comp rendí al principio . La energía
sutil; en algunos lugares, e l cuerpo de la muje r es apenas un de las pinceladas es sexual y, a l mismo t iempo, constituyen el
poco más oscuro que la sábana. Esto me recordó vagamente pa roxismo de una impaciencia at roz. ¿Impaciencia con qué?
a la Olympia de Édouard Manet (qu ien sentía una adm iración En m i imaginac ión comparo esta pintura con la Betsabé de
tan profunda por Ha ls). Pero todo el pa recido acaba aquí, a Rembrandt, que, s i no me equ ivoco con las fechas, fue
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pintada casi por la misma época, en 1654. Las dos pinturas d ialéctica lo que permitió o impulsó al Rembrandt v1e¡o a
t ienen una cosa en común. Ninguno de los dos art istas de- ap licar, de una forma más rad ical que cualquier otro pintor de
seaba idea li zar a la mode lo, y esto s ign ificaba que ninguno de la escuela ho landesa, la práctica real ista a un tema basado en
los dos quería marcar una d istinción, en lo que se refiere a la la experi encia ind ividua l. Lo que importa no es su e lección de
forma de mirarlos, entre el rostro y el cuerpo. Aparte de esto, temas bíb li cos, sino el hecho de que su visión religiosa le
las dos pintu ras no solo son diferentes, sino que son opues- ofrecía un principio de redención, y esto le perm it ía observar
tas. Mediante esta oposición, e l Rembrandt me ayudó a com- impávido, con una m ínima, tenue, esperanza, los estragos de
prender e l Ha ls. la experiencia.
La imagen que Rembrandt nos ofrece de Betsabé es la de
Todas las figuras trágicas pintadas por Rembrandt durante la
la mujer amada por e l creador de la imagen. Su desnudez es,
segunda m itad de su vida - Hannan, Saúl, Jacob, Homero,
por decirlo de algún modo, origina l. Aparece como es antes
Jul ius Civilis, los autorretratos- están a la espe ra. No se ha
de ponerse la ropa y reuni rse con el resto del mundo, antes
de ser juzgada por los demás. Su desnudez es una func ión evitado ninguna de sus tragedias, pero el hecho de ser pin-
los ena nos, hay ironía en su m irada, un a ironía que atraviesa pos de los poderosos, cuando envejecen, se vuelven insen-
s ibles y mud os, se empiezan a pa recer a las estatuas que,
toda retórica convencional. Pero ahí acaba el pa recido, pues
los enanos eran disca pacitados de nacim iento. Cada uno de creen ellos, se m erecerán que les erijan después de su m uer-
te.
ellos tiene una expresión qu e le es propia, pero todos ellos
presentan una forma de resignación que declara: esta vez yo
Esopo no es una estatua. Su físico encarna su experiencia. Su
e staba destinado a ser excl uido de la vida normal. Esopo no
presencia solo se refi ere a lo que ha sentido y visto. No hace
e stá excluido. Es norma l.
referencia a posesión a lguna, a una institución, a un cargo o a
Su túnica lo cub re y, a l mismo tiempo, nos recuerda el
una protección. Si uno llora ra en s u hombro, lloraría en el
cuerpo des nudo que está debajo. Su mano izq ui erda rea lza
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hom bro de su vida. Si le acariciara el cuer po, este recordaría muc ho con el ingenio, la astuc ia, cierto sarc asmo y la nega-
la ternu ra que cono ció en la infancia. tiva a acep ta r com prom iso algu no. Este rech azo no es una
José Orte ga y Gass et desc ribe algo de lo que sient o yo en cues tión de terqu edad , sino de habe r visto lo suficiente para
prese ncia de este hom bre: sabe r que uno no t iene nada que perd er. Las muje res suele n
enam orar se de la ener gía y el dese ngañ o, y no les falta sabi-
Ya un día vere mos cóm o mien tras la astro nom ía, por
duría en esto, pues así están dob leme nte prote gidas . Este
ejem plo, no form a pa rte del astro que investiga y cono ce,
hom bre, ya entra do en años , hara pien to, que no lleva nada
ese extrai'io sabe r vital que llam amo s "experiencia de la
excepto una vida com pues ta de jiron es, me pare ce a mí que
vida" form a parte esen cial de la vida mism a, cons tituye
ha debi do de ser reco rdad o por muc has muje res. Cono zco
uno de sus principales com pone ntes o factores. Es ese
muc has viejas cam pesin as con rostr os muy similares.
sabe r caus ante de que un segu ndo amo r sea, por fuerza,
A estas altur as de su vida ha perd ido la vani dad masc u-
disti nto del prim ero porq ue sabe ya lo que fue este pri- lina. Él no es el héro e de las histo rias que narra. Es un testigo
mero y lo lleva, por tanto , com o enro llado dent ro de sí.
conv ertid o en historiador, y en el mun do rural este es un
De mod o que si usam os la imag en, com o vere mos , anti-
papel que las anci anas cum plen muc ho mejo r que los hom -
quís ima y universal, que nos pres enta la vida com o un
bres. Su repu tació n ya no cuen ta, ha qued ado atrás. Adquie-
cam ino que hay que corre r y recorrer - de ahí exp re-
ren casi la mism a esca la de la natu ralez a. (En la historia del
sion es com o "cur so de la vida", currí culu m vitae, toma r
arte hay una teorí a segú n la cual Veláz quez pintó este retrato
una carre ra, etc.-
d irem os que, conform e cam inam os, influido por un grab ado de Giovanni Battista Porta, quien
el cam ino que es nues tra vida, ese cam ino lo cons er-
hizo una com para ción fisionómica entre los rasg os de un
vam os y lo sa bem os, esto es, que el cam ino de la vida ya
hom bre y los de un buey. ¿Qui én sabe ? Yo prefiero mis re-
recorrido se va enro scan do, envolviendo o enro lland o
cuer dos de las anci anas cam pesinas.)
sobr e sí mism o com o un fi lm, y al llega r al té rmin o de la Sus ojos son raros, pues están pinta dos con men os énfa-
vida, el hom bre se encu entra llevando sobr e su espa lda,
sis que el resto del cuad ro. Casi tiene uno la impr esión de
diría mos pega do a ella, todo el rollo de su vida vivida. 2
que los ojos qued aron sin pintar, qu e son lo único que qued a
Lleva cons igo el rollo de la película de su vida. Su virilidad de la base del lienz o.
tiene muy poco que ver con el dom inio o el hero ísmo , y Sin emb argo , todo en el cuad ro apun ta hacia ellos,
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excepción hecha de las hojas de pa pe l y de la mano que las todas las histo ri as, antes de ser narradas, empiezan por e l
sujeta. La expresión de sus ojos nos es dada por la forma de final. Esto dec ía Walter Benjamín: "La muerte es la sanción de
mantener la cabeza y po r las otras facc iones: la boca, la nariz, todo lo que e l na rrado r puede referir y es ella qu ien le presta
la frente. Los ojos actúan; es dec ir, miran, observan y apenas autoridad''.3 Sin embargo, m i frase era demas iado romántica,
se les escapa nada, pe ro no reaccionan e mit iendo un ju icio . no suficientemente contrad ictoria. No hay hombre que tenga
Este homb re no es ni un protagon ista, ni un juez ni un satíri- menos que ve r con la muerte que este. Observa la vida como
co. Es inte resante compararlo con su pintura gemela (del la vida podría observarse a sí misma.
mismo tamaño y con la m isma fórmu la pictórica), e l retrato Una historia para Esopo. Era un seis de enero, día de
de Men ipo. Men ipo, uno de los pri me ros cínicos, además de Reyes. Me habían inv itado a la cocina de una casa en la que
gran satírico, m ira al mundo como a algo que se ha dejado no hab ía estado nunca. Dentro de la casa hab ía algunos
atrás, y su marcha le produce cierta d ivers ión . En su postu ra niños y una pe rra bobtail grande y con un áspero pelo gris
y en su expresión no hay rastro de la compasión de Esopo. que le caía enmarañado sobre los ojos. Mi llegada la asustó, y
De forma indirecta, los ojos de Esopo d icen mucho sobre empezó a ladrar. No de una fo rm a brutal, pe ro sí pe rsistente.
e l arte de la narración . Su expresión es reflexiva. Todo lo que Intenté hablarle. Luego me agaché para pone rme a su a ltu ra.
ha visto contribuye a su idea de l enigma de la vida: para este No sirvió de nada. Sigu ió ladrando, inqu ieta. Nos sentamos
en igma t iene respuestas parciales - cada historia que cuenta a lrededor de la mesa; éramos ocho o nueve, tomamos café y
es una- , pero, a su vez, cada respuesta, cada historia, cada gal letas. Le ofrecí una, gua rdando una distancia prudencia l.
fábu la saca a la luz otra pregun ta, de tal modo que fracasa Po r fin, la to mó. Cuando le ofrecí ot ra, poniéndosela cerca de
continuamente, y es este fracaso lo que mantiene su curio- mi rod illa, no qu iso acercarse. No muerde, me d ijo e l dueño.
sidad. Sin misterio, s in curiosidad y s in la forma impuesta Y este comentario me llevó a contar una historia.
po r esa res puesta parcia l no puede habe r historias: solo hay Hace ve inticinco años, yo vivía en el extrarrad io de una
confesiones, comunicados, recue rdos y fragmentos de fan- ciudad europea. Ce rca de nuestro piso hab ía prados y bos-
tas ía autob iográfica que, por el mo mento, se hacen pasar por ques por los que me daba un paseo todas las mañanas antes
nove las. de desayuna r. En un punto de mi recorrido, ce rca de un
En cierta ocasión me referí a los narrado res denom i- cobertizo im provisado donde vivían unos inm igrantes espa-
nándolos "secretarios de la muerte". Los llamaba as í porque ño les, s iemp re me encontraba con la m isma pe rra. Era una
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perra gris, ya vieja y tuerta; tenía el tamaño de un bóxer pero As í que salté dentro de la zanja. La calmé. Me senté a su
era un chucho s in más. Todas las mañanas, lloviera o luc iera lado hasta que decid í que había ll egado el momento de levan-
e l sol, me paraba, le hablaba, le acariciaba la cabeza y seguía tarla hasta la altura de m is hombros y posarla en la t ierra,
m i camino. Ten íamos ese ritua l. Pero un día de invierno no fuera de la zanja. Debía de pesar sus buenos treinta kilos.
estaba donde solía. A decir verdad, no le ded iqué un segundo Como cabía esperar, en cuanto la levanté, me mord ió . Un
en m is pensamientos. Al terce r día, sin embargo, cuando me mord isco profundo en el pulpejo del pulgar y en la muñeca.
acercaba al sitio donde estaba la chabola, oí ladrar a un perro Salí de la zanja como pude y me fu i rápidamente a que me
y luego como un gemido. Me detuve, m iré alrededo r. Ni ras- viera un méd ico. Más tarde, encontré al dueño de la perra; era
tro del an ima l. Igua l me lo había imaginado. Pero en cuanto un ital iano, que me d io una tarjeta de vis ita en la que escribió
d i unos pasos, vo lvió el gem ido, que empezó a transformarse por detrás el nombre y la d irecc ión de su compañ ía asegu-
en un au ll ido. Había nevado, y no se veían huellas de perro rado ra. Cuando le conté al agente de la compañ ía lo que me
por ningún lado. Me paré de nuevo y me di ri gí entonces hac ia había sucedido, alzó las cejas.
la chabola. Y a ll í, a m is pies, vi una estrecha zanja por la que Es la historia más improbable que he oído en m i vida, me
corría el alcantari ll ado, cavada, pos iblemente, antes de que se d ijo.
helara e l suelo . Tenía como un metro y medio de profund idad Le señalé m i mano vendada, en cabestrillo .
y los latera les muy verticales. La perra se hab ía caído en la Entonces ¡usted está ma l de la cabeza!, dijo
zanja y no podía salir. Vac ilé. ¿Debía ir e intentar encontrar a El dueño de la perra me d ijo que vinie ra a dar parte del
su dueño? ¿Debía saltar y sacarla de a llí? accidente.
Al alejarme del lugar, la voz de la conciencia me susurró: Pues claro. Están compinchados. ¿Cuánto gana usted?
¡cobarde! Tuve un momento de insp iración . Diez m il a l mes, le
Oye, le contesté, está ciega, lleva ah í uno o dos días. mentí.
Y tú qué sabes, volv ió a susurra rme la voz de la con- Por favor, tome as iento.
c1enc1a. Todos los que estaban sentados al rededor de la mesa se
Por lo menos toda la noche, d ije. No me conoce. Ni si- echaron a reír. Algu ien más contó ot ra historia, y luego nos
qu ie ra sé cómo se llama. levantamos, pues era hora de irse. Me dirigí a la puerta, abro-
¡Cobarde! chándome el abrigo. La perra vino de recha hacia mí, desde e l
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otro extremo de la hab itac ión. Me agarró la mano con los Creían que sus oponentes en el campo de la fi losofía eran
d ientes, suavemente, y retroced ió, t irando de m í. unos privilegiados protegidos por la academia. Ellos defen-
Quiere enseñarte el establo, donde duerme, dijo uno de d ían la experiencia común contra el elitismo. Creían que s1
los niños. Dios existía, era invis ible, irrefutable y ciertamente no se co-
Pero no, no era al establo adonde me llevaba la perra, era rrespondía con aquellos que ten ían las na ri ces más largas.
a la silla donde yo hab ía estado sentado. Me volví a sentar, y Hoy, el térm ino "escepticismo" ha pasado a s ign ificar
la perra se echó en el suelo, a mis pies, imperturbab le ante tamb ién una especie de actitud d istante con el mundo, la
las risas de todos los presentes y vigilando el meno r signo negativa a comprometerse con nada y, con frecuencia, como
que indica ra que me propon ía irme. en e l caso del posit ivismo lógico, esa pedante ría que suele
Una pequeña historia para Esopo. Hagan con ella lo que acompañar a l privi legio. Hubo cierta continu idad histórica
qu ie ran. ¿Cuánto entiende un perro? La historia se convierte desde los primeros escépticos hasta los revo lucionarios de l
en historia porque no estamos muy seguros; porque en cual- mundo moderno, pasando por los he réticos de la Edad
qu ie r caso mantenemos nuestro escepticismo. La experiencia Med ia. Por el contrario, el escepticismo moderno no desafía
que tiene la vida de s í misma {¿y qué otra cosa son las histo- a nad ie y lo ún ico que le interesa desmontar son las teorías
rias si no eso?) s iemp re es escéptica. del cambio . Dicho esto, e l hombre que tenemos frente a
Cuenta la leyenda que Pirrón, el fundado r de l escep- nosotros es un escé pt ico en el sentido origina l.
t icismo, fue prime ro pintor. Luego acompañó a Alejand ro Si no supiera que el cuadro era de Ve lázquez, creo que
Magno en su viaje por As ia, abandonó la pintura y se hizo d iría igualmente que se trata de pintura española. Su intran-
fi lósofo; suya es la afi rmación de que las apariencias y todas sigencia, su austeridad y su escepticismo son muy espa-
las percepciones son ilusorias. {Un d ía algu ien debería escri- ño les. Históricamente, siem pre se ha pensado que España es
bir un d rama sobre e l viaje de Pirrón.) Desde el siglo 1v a. C., un país donde reina el fervor rel igioso, el fanatismo incluso.
y más precisamente du rante los dos últimos siglos, el sen- Pero ¿cómo reconcilia rlo con el escepticismo a l que me estoy
t ido de l término "escepticismo" ha cambiado rad icalmente. refiriendo con tanta ins istencia? Empecemos por la geografía.
Los escépticos origina les rechazaban toda explicación total Las ciudades siempre han depend ido del campo para e l
{o solución) relativa a la vida, porque daban prioridad a su a limento; ¿pod ría ser posible que fueran igua lmente depen -
expe ri encia de que una vida rea lmente vivida es un enigma. d ientes de l campo para gran parte de su ontología, para
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a lgunos de los térm inos con los que explican el lugar de l ser siempre hay algo más que el agua y el cie lo; está el barco,
humano en el un iverso? que define la d iferencia de uno con respecto a los otros
Es fuera de las ciudades donde la natura leza, la geografía dos, dándo le un lugar humano donde ponerse. En el de-
y e l clima obran su máximo impacto. Determ inan los hori- sierto, sin embargo, la sensación de infin itud es incond i-
zontes. En una ciudad, no hay horizontes a no ser que uno se cional y, por consigu iente, la más auténtica. En e l de-
suba a una torre. sierto uno se queda completamente abandonado a su
suerte. Y en esa uniform idad in interrumpida del cielo y
La ve locidad con la que se han producido los cambios tecno-
de la a rena, uno no es nada, absolutamente nada.
lógicos y polít icos durante nuestro siglo ha hecho que todo el
mundo se hiciera consciente de la histo ri a a escala mund ia l. La hoja (el cuch illo, la espada, la daga, la hoz) ocupa un lugar
Nos sentimos criaturas no solo de la h istoria, s ino de la his- especial en la poesía árabe. Esto guarda no poca re lación con
toria universa l. Y lo somos. S in embargo, la sup remacía dada su utilidad como arma y como herram ienta. Pe ro el filo de l
a lo histó ri co nos ha llevado a no dar la importanc ia que tiene cuchill o tiene también otro significado. ¿Por qué se adecúa
a lo geográfico. tan bien e l cuchillo a esta tierra? Mucho antes de los comen-
En el Sahara, uno entra en el Corán . El is lam nac ió, y re- tarios den igrantes y de las med ias verdades del O ri entalismo
nace continuamente, de una vida nómada en e l des ierto, una europeo (" la crueldad de la cimitarra"), e l fi lo de l cuchillo, la
vida cuyas neces idades viene a satisfacer y cuya angustia hoja, recordaban cuán leve es la vida. Y esta levedad procede,
viene a al iviar. Escribo de una fo rma demas iado abst racta, y de una forma muy materia l, de la cercanía entre el cie lo y la
as í uno olvida el peso del cielo sobre la a rena o sobre la roca t ie rra que se da en el des ierto. Entre los dos solo hay la a ltura
que todav ía no se ha convertido en arena. Es bajo este peso hasta la que puede crecer una palmera o cabalgar un jinete.
donde se hace esencial una re ligión profética. Como escribió La existencia se reduce a la más ceñida un ión, y si uno hab ita
Edmond Jabes: esa unión, toma conciencia de que la vida es una opción
asombrosamente exterior, de la que uno es simultáneamente
En la montaña, las a ltu ras y los ab ismos y la pura den-
testigo y víctima.
sidad de aque ll o a lo que se enfrenta uno modera la sen-
Esta conciencia encierra fatalismo y una emoción intensa.
sación de infin itud; as í, uno m ismo se ve lim itado, defi-
Nunca fata lismo e ind iferencia.
nido como un objeto entre otros objetos. En el mar,
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"El islam es, en un sentido, una protesta apas ionada rieras secas, obstácu los; durante dos meses, son unos to-
contra la posibilidad de llamar sagrada a cualquier cosa que rrentes salvajes y destructivos.
no sea Dios", escribía Hasam Saab. Las promesas rotas, al igual que las piedras amontonadas
En el fino estrato de la vida extendida sobre la arena como y la grav illa salífera, parecen asegurar que todo se quemará
la a lfombra de un nómada, no es posible transacción alguna hasta convertirse en polvo, primero negro y luego blanco. ¿Y
porque no hay escondites; la confrontación d irecta produce la historia? Aqu í uno aprende que la historia no es más que el
emoción; la impotenc ia, fatalismo. polvo levantado por un rebaño de ovejas. Toda la arqu itectura
La meseta de la España interior es, en cierto sentido, más de la meseta es defens iva, todos los monumentos pa recen
negativa que el desierto. El des ierto no promete nada, y en fortificaciones. Explica rl o solo en func ión de la h istoria mili-
esta negación se pueden dar m ilagros. La Voluntad de Dios, tar nac ional - la ocupación árabe, la Reconqu ista- es, creo
e l oasis, e l a lfa, la ruppe vulgaire, por ejemplo. La estepa espa- yo, demas iado simple. Los árabes, de hecho, introdujeron la
ño la es un paisaje de promesas rotas. Hasta los lomos de sus luz en la arquitectura española. El edificio español esencial,
montes parecen rotos. La forma típica de la meseta es la de con sus pesados portones, sus muros defens ivos, sus cuatro
un hombre truncado, un hombre que ha perdido la cabeza y fachadas y su soledad, es una respuesta al paisaje como
los hombros, cercenado por un terrible tajo horizontal. Y la rep resentación, una respuesta a lo que sus s ignos han reve-
repetic ión geográfica de estos cortes horizonta les subraya lado de los orígenes de la vida.
cómo se alza la meseta hac ia el cielo para achicharrarse en el Quienes hab itan aquí y trabajan esta t ierra viven en un
ve rano y congelarse en invierno, cubierta de hie lo . mundo carente de promesas vis ibles. Lo que promete este
En algunas zonas de España, la meseta produce trigo, mundo es invis ible y se encuentra más allá de lo aparente. La
maíz, gi raso l y viñas. Pero estos cult ivos, menos duros que natura leza, en lugar de acomodat icia, es indiferente. Hace
los brezos, los cardos y la jara, siempre corren el ri esgo de o ídos sordos a la pregunta "¿por qué está aquí el hombre?", y
quemarse o helarse. Muy poco ayuda a su supervivencia. Tie- ni s iquiera su si lencio cuenta como respuesta. La natura leza
nen que trabajarse su supervivencia, como hacen los hom- es finalmente polvo (la exp resión española "echar un polvo"
bres que los plantan, enfrentándose a una hostilidad inhe- pa rece ven ir al caso), frente al cual nada permanece, a excep-
rente. En esta t ierra, hasta los ríos son mayormente ene- ción de la fe furibunda o el orgu ll o individuales.
migos, más que a liados. Durante nueve meses a l año, son No se debe confundir esto que d igo aquí con el carácter
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de los españoles y las españolas. Los españoles son en mu- pintab le como morada de los espíritus, pero no como selva
chas ocasiones más hospitalarios, más fieles a sus pro- t ropical. Por ejemplo, todos los intentos de pintar el des ierto
mesas, más generosos y más t iernos que muchos otros pue- term inan con simples imágenes de arena. El des ierto está en
blos. No hablo de sus vidas, s ino del escena ri o en el que otra parte: en los d ibujos hechos con arena de los aborígenes
viven. aust ralianos, por ejemplo.
En su poema "Por tierras de España", Anton io Machado Los paisajes pintab les son aquel los en los que lo visible
dec ía: rea lza al homb re, en los que las aparienc ias natu ra les t ienen
sentido. Vemos esos paisajes alrededor de todas las ciudades
Veréis llanu ras bélicas y pá ramos de asceta
en la pintura ita liana de l Renacimiento. En esos contextos no
¿no fue por estos cam pos el bíblico jardín?:
se ma rca una distinción entre la apariencia y la esencia: ese
son tie rras para el águ ila, un t rozo de planeta
es el mode lo clásico.
por donde cruza errante la sombra de Caín.4 Aque ll os que se han criado en esa meseta española impo-
sible de pintar están convencidos de que la esencia nunca
Ot ra fo rma de defin ir el paisaje de la España interior se ría
puede ser visible. La esencia está en la oscu ridad, det rás de
dec ir que no se puede pintar. Y prácticamente no hay cuadros
de él. Sin duda, en el mundo hay muchos más paisajes que los ojos ce rrados. En otro poema, " El Dios ibe ro", Machado
se pregunta:
no se prestan a ser pintados que paisajes pintables. El que
tendamos a olvidarlo (con nuestros caballetes portátiles y
¿Qu ién ha visto la faz al Dios hispano?
nuestras d iapositivas) se debe a una especie de eurocen-
t ri smo. Aquel los lugares donde la natura leza a gran escala se Mi corazón aguarda
presta a ser pi ntada constituyen la excepción de la regla. (Tal al homb re ibero de la recia mano,
vez debe ría añad ir que yo sería el último en olvidar la coyun- que tal la rá en el rob le castellano
tu ra sociohistórica específica necesaria para la producción de e l Dios adusto de la tie rra parda.5
un paisaj ismo puro, pero esa es otra histo ri a.) Un paisaje no
Que un paisaje no sea pi ntable no es una cuestión de ta lante.
se presta a ser pintado puramente por razones desc ri ptivas;
El talante cambia con la hora del día y con la estación. El pá-
se debe siem pre a que su sentido, su sign ificado, no es
ramo castellano a med iodía en verano - reseco como la
visible, o está en ot ra parte. Por ejemplo, una j ungla es
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mo¡ama- tiene un ta lante d istinto de la m isma estepa al de s ign ificado que un paisaje sugiere a quienes lo conocen
anochecer, cuando las montañas rotas en e l horizonte toman bien . Com ienza con lo que ven los ojos cada amanecer, con
un tono violeta tan vívido como e l de las anémonas de mar. e l grado en e l que los ciega a med iodía, con hasta qué punto
En e l Aragón de Francisco de Goya, el polvo del verano que se s ienten a li viados al caer e l sol. Todo esto tiene una base
se extiende hasta e l infin ito se convierte en el invierno, cuan- geográfica o topográfica. Tenemos que entender por geo-
do sopla el cierzo, en una escarcha que ciega. El talante cam- grafía, sin embargo, algo más ampl io que lo que se suele pen-
bia. Lo que no cambia es la escala, y lo que yo quiero deno- sar. Tenemos que retornar a una experiencia geográfica ante-
minar la llamada del paisaje. rior, antes de que se defin iera la geografía puramente como
La escala de l interior de España es de un tipo que no ofre- una ciencia natural. La experiencia geográfica de los campe-
ce la posibi lidad de establecer un centro focal. Eso significa sinos, de los nómadas, de los cazadores, y, ta l vez tamb ién,
que no se presta a ser contemplado. O, para decirlo con otras de los cosmonautas.
palabras, no hay un lugar desde e l que m irarlo. Le rodea a Tenemos que ve r la geografía como rep resentación de un
uno, pero nunca está frente a uno. Un punto central se ase- origen invisible: una representac ión constante, pero siempre
meja a un comentario . Un paisaje que carece de centro es amb igua y poco clara, porque lo que representa es más o
como un si lencio. Un paisaje sin centro constituye una sole- menos e l pri nc ipio y el fin de todas las cosas. Lo que vemos
dad que le da la espalda a uno. Ni siqu iera Dios es ah í tes- rea lmente (montañas, costas, cerros, nubes, vegetación) son
t igo, pues Dios no se mo lesta en m irar ah í, lo visible no es consecuencias tempora les de un evento indesc ri ptible, inima-
nada. Esta soledad circundante de l paisaje que nos da la es- ginable. Todavía vivimos ese evento, y la geografía, en el sen-
palda se refleja en la mús ica española. Es la música de una t ido en el que la estoy utili zando, nos ofrece s ignos para que
voz rodeada de vacío. Es lo opuesto a la mús ica coral. Pro- lo leamos, unos signos re lativos a su natura leza.
fundamente humana, se transm ite con el grito de un an ima l. Mu chas cosas diferentes puede llenar de significado el
No porque los españoles tengan nada de an ima les, sino por- primer plano: los recuerdos personales, las preocupaciones
que el territorio t iene e l carácter de una inmens idad inexp lo- prácticas de la supervivencia - la suerte de una cosecha, el
rab le. estado del abastec im iento de agua- , las esperanzas, los
Con e l térm ino "llamada" me refiero a lo que un paisaje miedos, los orgullos y los od ios engendrados po r los dere-
dado "habla" a la imaginac ión de los autóctonos: e l trasfondo chos de propiedad; los rastros de sucesos y crímenes (por
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todo el mun do, los crímenes son uno de los temas de con- invisible, y lo que puede habe r detrás de las apariencias. El
versación favoritos en el med io rura l) . Todos estos se dan, se r y lo esencial confl uyen en la oscu rid ad o en la lu z cega-
no obstante, contra un trasfondo que yo denom ino la lla- dora.
mada del paisaje, que consiste en la fo rma en la que el El lenguaje de la pintu ra es paño la vino del otro lado de
"caráct er" de un paisaje determ ina la imag inación de qu ienes los Pirineos. Esto qu iere decir que era un lenguaje nacido de
han nacido en é l. la curiosidad visual científica de l Renacim iento ital iano y del
La llamada de muchas jun gl as es fértil, politeísta, mo rtal. rea lismo mercantilista de los Países Bajos. Luego este len-
La llamada de los des iertos es un ilineal y severa. La llamada guaje se hace barroco, más ta rde, neoclás ico y, fina lmen te,
del oeste de 1rl an da o de Escocia depende de las mareas, es romántico. Pero a lo largo de su evolución nunca dejó de se r
recurren te y está llena de espectros. {Por eso t iene sentido - ni s iqu iera d urante la fase de fantasía man ierista- un len-
ha blar de un paisaje celta.) La llamada de la Es paña interior guaje visual constru ido en torno a la cred ibilidad de las apa-
es atempora l, ind iferente y ga láctica. riencias natura les y en torno a un material ismo t ridimen-
La escala y la llamada no cambian con el talan te. Todas s ional. Basta con pensar en e l arte icón ico ch ino, persa o
las vidas permanecen ab iertas a sus propios accidentes y a su ruso para apreciar con mayor claridad la sustancialidad de la
propia meta. Lo que sugiero, s in embargo, es que la geo- t radición europea princ ipal. En la histo ria de l arte un iversa l, la
grafía, aparte de sus efectos obvios en la bio logía, pude ejer- pintu ra europea, desde e l Renacimiento hasta el final del
ce r una influencia cultura l en la manera en la que la gen te s iglo x1x, es la más co rpó rea; esto no s ign ifica que sea la más
concibe la nat ura leza. Esta infl uencia es visual, y, dado que sensual, s ino la más tangiblemente d irigida a qu ienes viven
hasta t iempos muy recientes la natura leza constitu ía la mayor en sus cuerpos, más que al alma, a Dios o a los muertos.
parte de lo que ve ían, uno pod ría ir aún más lejos y proponer Podemos denom ina rl o corporeidad human ista s1 despo-
que ciertas geografías fomen tan cierto tipo de relación con lo jamos la palabra de sus connotaciones mo ra les e ideoló-
vis ible. gicas. Human ista en tanto en cuanto coloca el cuerpo hu-
La geografía es paño la fomen ta e l escepticismo con res- mano vivo en el cen tro. Este human ismo solo se puede dar,
pecto a lo vis ible. No se le encuent ra sentido. La esencia está creo yo, en climas tem plados, en paisajes que, cuando se d is-
en ot ra parte. Lo vis ible es una forma de desolac ión, las apa- pone de med ios tecno lógicos y las relac iones socia les lo per-
riencias proceden de los detritos. Lo esencial es el se r miten, se prestan a buenas cosechas. El human ismo del
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lenguaje visual de la pintu ra europea presupone una nat u- respuesta:
ral eza amable, benigna. Quizá debería hacer aquí hincapié en
que hablo del lenguaje como tal y no de lo que se puede decir íOh tierras de Alvargonzález,
en el corazón de España,
con él. N icolas Poussin, en su Arcadia, y )acques Callot, en
tierras pobres, tierras tristes,
sus Grandes miserias de la guerra, utilizaron el mismo len-
guaje, como también utilizaron el mismo lenguaje Giovanni tan tristes que tienen alma!6
Bel lini en sus Vírgenes y Matthias Grünewald en sus víctimas Hay un cuadro de El Greco que representa a san Lucas, el pa-
de la peste. trón de los pintores. En una mano tiene un pincel y, en la
A principios de l siglo xv1, España era el país más rico y otra, reclinado contra su torso, un libro abierto hacia el
más poderoso de Europa: la primera potencia eu ropea de la
espectador. Vemos la página de l libro, en la cual hay una ima-
Contrarreforma. Durante los siglos siguientes, siglos de un
gen de la Virgen con el Niño.
rápido declive y una pobreza en ascenso, continuó, no obs- Francisco de Zu rba rán pintó al menos cuatro versiones
tante, jugando un papel importante como nación, sob re todo
de la cara de Cristo impresa milagrosamente en el paño de la
en defensa de la fe católica. No sorprende, pues, que su arte Verónica. Se trataba de uno de los temas favo ritos de la
fuera europeo, que en su práctica los pintores utilizaran un Contrarreforma. El nombre de Verónica, dado a la mujer que,
lenguaje eu ropeo (a menudo trabajaban en Italia). Sin em-
según los textos sagrados, enjugó con su pañuelo el rostro
bargo, del mismo modo que el catolicismo español era dife- de Cristo cuando se d irigía al Calvario, se deriva, sin d uda, de
rente del de cualq uier otro país europeo, así tam bién lo era su
las palabras vera icona, imagen verdadera.
arte. Los grandes pintores españoles tomaron la pintura eu ro-
En estas obras de El Greco y de Zurbarán se nos recuerda
pea y la volvieron contra s í misma. No se lo propusieron así. cuán leves y cuán finas so n incluso las imágenes verdaderas.
Sencillamente, su visión, formada conforme a la experiencia
Tan finas como el papel o la seda.
española, no podía soportar el humanismo de esta pintura.
Cuando un torero ejecuta una verónica, alza el capote
Un lenguaje de la abundan cia para una tierra de la escasez. El frente al toro, que lo confunde con el torero. Cuando el toro
contraste era flagrante y ni siquiera la obscena riqueza de la
avanza con la cabeza gacha hacia él, el torero retira el capote
Iglesia española podía tender un puente. De nuevo, Ma- y lo agita lenta y ostentosamente en el ai re, de modo que se
chado, el gran poeta del paisaje español, nos apunta una convie rte en un trozo de tela. El to rero repite el pase va rias
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veces, y todas ellas el toro cree en la solidez y la corporeidad Los maestros españoles pintaron todas las apariencias como si
de lo que ponen frente a sus ojos, y vuelve a ser engañado. fueran una cobertura superficial.
Ribera pintó al menos cinco vers iones de un fi lósofo con ¿Una cobertura como un ve lo? Los ve los son demas iado
un espejo en la mano, mirando su propio reflejo y med itando livianos, demas iado femen inos, demas iado transparentes. La
sobre e l enigma de las apariencias. El filósofo nos da la es- cobertura que los pintores imaginaban era opaca. Y tenía que
palda, de modo que solo vemos su rostro en el espejo, el se rl o, pues de otro modo se filtraría la oscuridad que vestían,
cual nos ofrece, de nuevo, una imagen tan fina como su capa y la imagen se haría negra como la noche.
de azogue. ¿Como una cortina? Una cortina es demasiado pesada,
Otro cuadro de Ribera nos muestra a Isaac, ya ciego, demas iado gruesa, y borra todas las texturas excepto la suya
bendiciendo a su hijo pequeño, Jacob, al que toma por Esaú. propia. Según los maestros españoles, las apariencias eran
Con la connivenc ia de Rebeca, su madre, Jacob engaña a su una especie de piel. No dejan de obsesionarme los dos cua-
pad re cub ri éndose los brazos con una piel de cordero. El an- dros de Goya de La maja vestida y La maja desnuda . No deja
ciano, al tocar un brazo peludo, cree que está dando la bendi- de ser significativo que este juego pictórico de vest ida y des-
ción a Esaú, su hijo mayor, el pastor hirsuto. No recuerdo nuda se le haya ocurrido a un español, y sigue siendo algo
haber visto otro cuadro con este m ismo tema. Es una imagen ún ico en la historia de l arte: la piel blanca de la maja desnuda
destinada a la demostración gráfica de cómo las superficies, es tamb ién una cobertu ra, tanto como lo era e l vestido. Lo
a l igual que las apariencias, nos engañan. No solo porque la que es ella pe rmanece oculto, invis ible.
supe rfic ie sea superficia l, s ino porque es fa lsa. La verdad no La apariencia de todas las cosas -hasta la de una roca o
solo es más profunda, s ino que también está en ot ro lado. la de una armadura- es igualmente una piel, una membrana.
Los ejemplos iconográficos que acabo de dar constituyen Cáli da, fría, arrugada, fresca, seca, húmeda, suave, áspera,
una forma de preparar el camino para la generalización que irregular, abu ltada, la membrana de lo vis ible cubre todo lo
me propongo hacer con respecto a la manera de pintar de los que vemos con los ojos ab iertos, y nos engaña de la m isma
maestros españoles, independ ientemente de los temas o de manera que el capote engaña al toro.
la iconografía. Si conseguimos hacernos con esa manera de En la pintura española hay muy pocos ojos pintados que
pintar, estaremos más cerca de comprende r algo intrínseco a estén mirando ab iertamente. Los ojos sugieren e l espíritu
la experiencia española de lo transcendenta l y de lo cotid iano. interior e invis ible de la persona pintada.
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En e l caso de El Greco, se alzan al cielo. En Ve lázquez san Esteban que está alzando e l cadáver por los pies. En El
- volvamos a pensar en los retratos de los enanos corte- expolio, uti li za el mismo virtuos ismo. En la armadura de l
sanos- , los ojos están ocu ltos de la visión, como si tuv ieran cabal lero s ituado al lado de l Cristo se refleja, en forma de una
unas te rribles cataratas; los ojos de sus retratos rea les son llamarada s im ilar a un glad io lo, el rojo de la túnica del Sal-
unas esfe ras maravillosamente pintadas, ge latinas, pe ro no vado r. En e l mundo "transcendental" de El Greco, el sentido
escudriñan, como lo hacen aque llos pintados por Frans Ha ls, del tacto, y, por consigu iente, de la rea lidad tangible de las
que fue contempo ráneo suyo, mi l ki lómet ros más al norte. supe rfic ies, está en todas partes. Ten ía un guardarropa
En Ribera y en Zurbarán, los ojos m iran adentro, están en magn ífico para vesti r a sus santos. No hay ot ro pintor que
otro mundo. En Mu ri llo, las ventanas del alma están deco- pi nte como él los ropajes.
radas con gu irna ldas. Solo Goya podría parecer una excep- En la ob ra, más auste ra, de Ribera y de Zurba rán , la capa
ción, particu la rmente en los ret ratos de sus am igos. Pero cub re e l cue rpo, la carne cubre los huesos, y el cráneo cubre
cuando se ponen estos ret ratos juntos, uno al lado de l ot ro, la conciencia. ¿Y qué es la conciencia? Oscuridad y fe invi-
se hace evidente algo muy cu ri oso: sus ojos tienen la m isma sible. Detrás de la últ ima superficie está lo que no se puede
expres ión, una expresión de resignación lúc ida e inque- pi ntar. Det rás del pigmento sob re el lienzo está lo que cuen-
brantab le, como s i ya hubie ran visto lo indecible, como si lo ta, y eso se corresponde con lo que está det rás de los pár-
existente no pud ie ra sorp renderlos y no me recie ra ya la pena pados de unos ojos cerrados.
observa rlo . La herida en la pintu ra española es tan importante po rque
Se suele defin ir el arte español como rea lista. En un sen- penetra las apariencias, llega detrás de ell as. Del mismo
t ido, lo es. Las superficies de los objetos pintados se estu- modo, en el caso de los jirones y los harapos de la pob reza ...
d ian y se reproducen con g ran intensidad y franqueza. Lo claro está, reflejan tanto la rea lidad como e l culto de la po-
existente es ex puesto, y nunca s imp lemente evocado. No breza, pero visua lmente lo que hacen es rasga r, revelar la s i-
t iene sentido ver a t ravés de las apariencias, porque detrás no guiente su pe rfic ie, y llevarnos más cerca de la última, t ras la
hay nada que ver. Dejemos que lo visible sea visible s in cual empieza la ve rdad.
hacernos ilus iones. La verdad está en otra parte. Los pintores españoles pusieron toda su maestría en
En El entierro del conde de Orgaz, El G reco pinta la arma- demostra r que lo vis ible es una ilusión, solo út il como re-
du ra del conde muerto y, reflejada en e l meta l, la imagen de l cue rdo del terror y de la esperanza que hab ita en lo invis ible.
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Pensemos, en comparación, en un Piero de lla Francesca, en Sin embargo, la real idad de lo que Goya experimentó y ex-
un Rafae l, en un Johannes Vermeer, en cuyas obras todo es presó no se encontrará, a fin de cuentas, en ningún símbolo,
vis ibi lidad, y Dios, por encima de todos, es el que todo lo ve. sino sencillamente en su manera de dibuja r. Une las partes
Goya - pasados los cincuenta y ya sordo- rompió e l es- sin tomar en consideración el conjunto. La anatomía es para
pejo, qu itó las ropas y vio los cuerpos muti lados. Frente a la é l un ejercicio vano, racional ista, que no t iene nada que ver
primera guerra moderna, se encontró en la oscu ridad, a l otro con la brutalidad y el sufrim iento de los cuerpos. Frente a un
lado de lo visible, y, desde a ll í, vo lvió la vista a los despojos d ibujo de Goya, nuestra m irada se mueve de una parte a ot ra,
de las apariencias (si esto suena a metáfora, mírense los últ i- de una mano a un pie, de una rodi ll a a un hombro, como si
mos d ibujos rea lizados con pincel}, recogió los trozos y los estuviéramos m irando la acción de una pelícu la, como s i las
vo lvió a juntar. Humo r negro, pinturas negras, las llamaradas partes, los m iembros, no estuvieran separados por centí-
en la noche de Los desastres de la guerra y de Los disparates. metros, sino por segundos.
(D isparate s ign ifica a lgo fuera de la razón y la regla, pero su En 1819, a los setenta y tres años, Goya pintó La última
ra íz latina significa "divid ir", "separar".) Goya trabajó con los comunión de san José de Calasanz, e l fundador de una orden
fragmentos dispersos, desfigurados, hechos trizas, de lo vis i- religiosa, consagrada a la educación de los pobres, en uno de
ble. Y precisamente porque son fragmentos rotos, vemos lo cuyos colegios el pintor hab ía estudiado de niño en Zara-
que hay detrás: la m isma oscuridad que Francisco de Zur- goza. Ese mismo año, Goya pintó e l pequeño cuadro de Cris-
barán, Francisco Ribalta, Juan Bautista Ma íno, Bartolomé to en el monte de los Olivos.
Esteban Mu rillo y José de Ribera siempre dieron por su- En el primer cuadro, el anciano de rostro grisáceo está
puesta. a rrod illado con la boca ab ierta delante del sacerdote que
Puede que uno de Los disparates sea un comentario sobre depos ita la hostia en su boca. Detrás de estas dos figuras en
esta invers ión, por la cual la oscuridad supuesta detrás de las primer plano, en la oscura iglesia, está la congregación:
apariencias se transforma en la oscuridad evidente entre sus niños, varios hombres de edades diversas y, ta l vez, en el ex-
fragmentos mutilados. Muestra un caballo que vue lve la ca- tremo izqu ierdo, un retrato del pintor. Todo en esta pintura
beza para tomar entre sus dientes al jinete, una mujer vestida resulta mermado ante los cuat ro pares de manos orantes que
de blanco. Aque llo que en algún momento dom inaste te an i- nos ofrece: las de l santo, las de otro anc iano, las del pintor y
qu ila. las de un homb re más joven, entre e l santo y e l sacerdote.
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Están pintadas con una concentración frenética, por un pin- segundos, a ser fus ilado.
tor que, de joven, era famoso por la astucia con la que ev itaba Se d ice que aque l m ismo año de 1808, cuando Goya
las manos en los retratos, a fin de ahorrar tiempo. Las puntas empezó a dibujar Los desastres de la guerra, su s irviente le pre-
de los dedos de cada par de manos se unen levemente, y e l guntó po r qué representaba la barbarie de los franceses .
hueco que forman muestra una ternura que solo poseen las "Para dec irles a los hombres, para siempre, que no sean bár-
de las jóvenes madres y las de los muy ancianos; lo que a lo- baros", respondió e l pintor.
jan, como si protegieran la cosa más preciosa del mundo, es La figura solitaria de Cristo está pintada sobre un fondo
nada. negro con unas pálidas marcas blancas y grises rascadas con
San Lucas (22, 39-44) cuenta la historia de Cristo en e l e l pincel. No t iene sustancia alguna. Parece un trapo hecho
monte de los O livos con estas palab ras: jirones cuya s ilueta contra la oscuridad compone e l gesto
más humanamente expres ivo que uno se pueda imag inar. De-
Sali ó y, como era de costumbre, fue al monte de los O li-
trás del t rapo está lo invisible.
vos, y los d iscípulos le siguieron. Llegado al lugar les
Lo que hace española la pintura española es que en el la se
dijo:
descubre la m isma angustia que la que suelen provoca r entre
- Ped id que no caigáis en la tentación.
qu ienes viven y trabajan en ellos los paisajes de la g ran mes-
Y se apartó de ellos como un t iro de piedra, y puesto de
eta de l interior del país. En las salas de pintura española del
rod illas oraba d iciendo:
Museo del Prado, en e l centro de Mad ri d, está presente por
- Padre, s i quieres, aparta de mí este cál iz; pero no se
todas partes, ins istente e imp lícita, una tierra española, me-
haga m i voluntad, sino la tuya.
d ida no en metros, sino en un "tiro de piedra", sob re la que
Entonces se le apareció un ángel ven ido de l cielo que le
cae el sudor como gotas de sangre. El filósofo español Mi-
confortaba.
guel de Unamuno lo defin ió con gran exactitud:
Y sum ido en su angustia, ins istía más en su oración. Su
sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían Es el do lor, en efecto, la barrera que la inconciencia, o
en t ierra. sea la materia, pone a la conciencia, al espíritu; es la
resistencia a la vo luntad, el lím ite que el Un iverso vis ible
Cristo está de rodi ll as, con los brazos en cruz, como el pri-
pone a Dios.¡
sionero que, aquel 3 de mayo de 1808, esperaba, todavía unos
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Lo que tenía Goya de obsesivo lo tenía Ve lázquez de sose- Dios. Po r eso podía pintar con tanto escepticismo y con tanta
gado. Ni tampoco hay en su obra s ignos de fervor religioso o certeza.
de pasión. Su arte es lo más imparc ial que se pueda uno ima- Pensemos en el lienzo de Velázquez antaño titu lado Las
gina r, carece de prejuicios: todo lo que ve recibe su recono- hilanderas, y hoy La fábula de Aracne. Siempre se pensó que
cimiento; no hay jerarqu ía de va lores. Frente a sus lienzos no e ra una de las últ imas obras del pintor, pero recientemente
somos conscientes de la levedad de las superficies, pues su a lgunos h istoriadores del arte lo han datado unos d iez años
pincel es demasiado elegante para sepa rar la superficie de l antes {por razones que a m í no me parecen del todo convin-
espacio . Sus pinturas parecen llegar a nuestros ojos como la centes) . En cualqu ier caso, todos parecen estar de acuerdo en
natura leza misma, sin esfuerzo. Y, s in embargo, aun cuando que es lo más cercano a un testamento que nos haya dejado
las adm iremos, no dejan de perturbarnos. Las imágenes, tan Velázquez. En este cuadro reflexiona sobre la práctica de
mag istrales, confiadas, ponderadas, han s ido concebidas crear imágenes.
sobre la base de un escepticismo total. La historia de Aracne, tal como nos la re lata Ovidio, cuen-
Ponderadas, escépticas, flu idas; repito los adjetivos que ta cómo una muchacha lid ia {la vemos a la derecha, deva-
he empleado y producen un sentido: una imagen en un es- nando una madeja de lana) hac ía unos tap ices tan famosos y
pejo. El uso del iberado de espejos en su obra ha s ido el tema tan hermosos que desafió a Pallas Atenea, la d iosa de las
de varios tratados sobre Ve lázquez. Lo que quiero suge ri r artes y de los oficios. Cada una de ellas tenía que tejer seis
aquí, no obstante, es algo más rad ical. Velázquez trataba tapices. 1nevitab lemente, Pallas Atenea ganó el concurso y,
todas las apa ri encias como s i fueran el equ ivalente de reflejos como castigo, convirtió a Aracne en araña. (La historia ya está
en un espejo . Ese era e l espíritu con el que examinaba las contenida en su nomb re.) En e l cuadro de Velázquez, apa-
apariencias, y por eso descub ri ó, mucho antes que ningún recen las dos trabajando (la mujer a la izquierda, sentada a la
otro, una verosim ilitud m ilagrosa, puramente óptica (dife ren- rueca, es Pallas), y en la alcoba ilum inada al fondo hay un
ciada de la conceptual) . tapiz de Aracne que recuerda vagamente a l cuadro de El rapto
Pero s i todas las apariencias son semejantes a reflejos en de Europa, de Tiziano. Tiziano era el pintor que más admi raba
un espejo, ¿qué hay detrás del espejo? El escepticismo de Velázquez.
Velázquez estaba fundado en su fe, en un dual ismo que afir- El lienzo de Ve lázquez era originariamente un poco más
maba: dar a lo vis ible lo que es visto, y a Dios lo que es de pequeño. En el siglo xv111 se le añad ieron unas t iras en la
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parte superior y a derecha e izquierda. El s ign ificado global de mismo material dorado, comparte la misma vida; mientras
la escena, sin embargo, no se modificó. La acción que vemos que a un lado, colgado de la pared, vemos el materia l muerto,
está toda e lla re lacionada con lo que podemos llamar las apa- inerte, de la lana de oveja antes de que adqu iera vida o forma .
riencias del paño o de la ropa. Vemos cómo es creado lo vis i- Fina lmente, a la derecha del todo, una qu inta mujer trasporta
ble a partir de h ilo tej ido. El resto es oscuridad. un cesto del que se derraman unos paños dorados transpa-
Movámonos de izqu ierda a derecha del primer plano. Una rentes, como una especie de excedente.
muje r sostiene una pesada cortina roja, como para recorda rl e Para realzar aún más la equivalencia de la carne y la ropa,
a l espectador que lo que está viendo no es más que una reve- de la apariencia y la imagen, Ve lázquez ha hecho que no
lación tempora l. G ritemos "telón", y todo desaparece como podamos estar seguros de cuáles figu ras en la alcoba del
de un escenario. fondo están tejidas en el tap iz y cuáles son exentas y "reales".
Detrás de esta mu¡e r hay una montón de telas de color ¿Forma parte del tap iz la figura que representa a Pallas Atenea
sin utilizar (un almacén de apariencias todavía no expuestas) con casco o es algu ien que está de pie de lante de él? No
y, detrás, una escalera de mano que sube a la oscuridad . podemos estar segu ros.
Sentada a la rueca, Pall as Atenea hi la unos restos de lana La ambigüedad con la que Velázquez juega aquí es muy
esquilada. Esas hebras, una vez tejidas, se pueden trans- antigua, claro. En la teología islámica, griega e ind ia, el telar
formar en un pañuelo parecido al que ella lleva a la cabeza. rep resenta e l universo, y el hi lo, el h ilo de la vida. Pero lo que
Del mismo modo, los hilos dorados, cuando se tejen, se pue- es específico y original de este cuadro del Museo del Prado
den convertir en carne. Contemplemos la hebra que sostiene es que todo en él se revela contra un fondo de oscuridad, ha-
entre el índ ice y e l pulgar y consideremos su relac ión con su ciéndonos así plenamente conscientes de la levedad del tapiz
pierna estirada, desnuda. y, por consigu iente, de la levedad de lo vis ible. Volvemos,
A la derecha, sentada en el suelo, otra mujer carda la lana, pese a todos los s ignos de abundanc ia, al ha rapo.
preparándola para la vida que va a cobrar. En Aracne deva- Fren te a este cuadro de Velázquez se nos viene al pensa-
nando la madeja de espaldas a nosotros tenemos una a lusión miento la recu rrente comparación en Wi lliam Shakespeare de
todavía más clara a cómo el hilo puede transformarse ya sea la vida y el drama.
en paño, ya sea en ca rne. La madeja, su brazo estirado, la es-
Los actores,
palda de la blusa, sus homb ros, todo está hecho con el
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como ya os dije, eran espíritus y se desvanecieron atención en la expe ri encia y, así, en la neces idad de redim irla
en el a ire, en la levedad de l a ire. del olvido, de aferrarse a e lla en la oscuridad.
Y de igua l manera, la efímera obra de esta vis ión, Ha dejado de ser un desconoc ido. Perdiendo toda
las altas torres que las nubes tocan, los palacios esplén- modestia, empiezo a identificarme con é l. ¿Es lo que yo que-
d idos, ría ser? ¿Era el umbral en e l que aparecía durante mi infancia
los temp los solemnes, el inmenso globo, sencillamente e l futuro que deseaba? ¿Dónde está exacta-
y todo lo que en él hab ita, se diso lverá; mente?
y ta l como ocurre en esta vana ficción ¡Uno podría suponerlo en Ve lázquez! Creo que está de-
desaparecerán s in dejar humo ni estela.8 lante de un espejo. Creo que todo e l cuad ro es un reflejo.
Esopo se está m irando. Con ironía, pues su imaginación ya
Esta famosa cita (Shakespeare murió a la edad de cincuenta y
está en otra parte. Dentro de un instante, se volverá y se reu -
dos años, cuando Ve lázquez ten ía d iecis iete) nos devuelve al
nirá con su pú blico. Dentro de un m inuto, el espejo reflejará
escepticismo del que hemos venido hablando. La pintura
un cuarto vacío, y de vez en cuando se o irán risas al otro lado
española es ún ica tanto en su fidel idad como en su escep-
de la pared.
t icismo para con lo vis ible. Ese escepticismo se encarna en e l
na rrador que tenemos de lante. ***
Mirándolo, recuerdo que no soy e l primero que se plantea
El Mu seo de l Prado de Madrid es un lugar de encuentro
preguntas s in respuesta, y empiezo a compartir algo de su
ún ico. Las salas parecen calles abarrotadas por los vivos (los
calma, de su compostura: una compostura curiosa, pues co-
vis itantes) y los muertos (los retratados) .
existe con las heridas, con el do lor y con la compasión. Esta
Pero los muertos no se han ido; el "presente" en el que
últ ima, esencia l pa ra e l arte de la na rrac ión, es el comple-
fueron pintados, el presente inventado por qu ienes los pin-
mento del escepticismo origina l: la ternura por la experiencia,
taron, es tan vívido y hab itado como el presente vivo de l mo-
porque es humana. Los moral istas, los pol ít icos, los merca-
mento. A veces más vívido. Los hab itantes de esos momen-
deres ignoran la experiencia, y solo les interesan la acción y
tos pintados se mezclan con los visitantes vespertinos y jun -
los productos. La mayor parte de la literatura procede de los
tos, los muertos y los vivos, transforman las salas en algo
desposeídos o de los exi lados. Ambos estados concentran su
pa recido a Las Ramblas.
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Voy a última hora de la tarde al museo a ver los bufones e ll os e ran los cóm icos e rrores de la naturaleza.
de Ve lázquez. Encierran un secreto que me ha llevado años Los bufones eran completamente conscientes de esto.
comprender y que, tal vez, todavía se me escapa. Velázquez Eran una broma de la natura leza, y ellos eran los dueños de
pintó a estos hombres con la misma técn ica y la misma m i- las ri sas. Los chistes, las bromas, pueden reírse, a su vez, de
rada escéptica y carente de crít ica con las que pintó a las la risa que provocan, y entonces qu ienes se ríen pasan a ser
infantas, los reyes, los cortesanos, las doncel las, los coci- los grac iosos: los mejores payasos circenses aprovechan y
ne ros y los embajadores. Sin embargo, entre é l y los bufones juegan con este vaivén.
había algo diferente, algo cómplice. Y su discreta y tácita La broma privada de los bufones españoles era que el as-
complicidad tenía que ver, creo yo, con las apariencias; es pecto de cada cual es algo pasajero. No se trata de una ilu-
dec ir, en este contexto, con la pinta, la facha de la gente. Ni sión, s ino de algo temporal, tanto en el caso de los prodigios
e ll os ni el pintor eran unos inocentones o unos esclavos de como en el de los errores. (La fugacidad tamb ién es una
las apariencias, más bien jugaban con ellas: Ve lázquez como broma: basta con fija rse en cómo hacen mutis los grandes
un maestro il usion ista; e ll os como bufones. cómicos.)
De los s iete bufones de corte que retrató Velázquez, tres El bufón que más me gusta es Juan Calabazas, Calaba-
son enanos, uno es bizco y ot ros dos están ataviados con ci ll as. No es uno de los enanos, sino el bizco. Hay dos retra-
unos ropajes ridículos. Solo uno parece re lat ivamente no r- tos de él. En uno está de pie y sostiene burlonamente en una
mal: Pablo de Va llado lid. mano un meda llón con un retrato en m iniatura, mientras que
Su ocupación era d istraer de vez en cuando a los m iem- en la otra tiene un objeto m isterioso, que ningún crítico ha
bros de la corte y a qu ienes llevaban el peso del gob ierno. llegado a identificar con exactitud: se cree que es una pieza
Pa ra el lo, los bufones desarrollaban y empleaban sus dotes de una maqu ina ri a de moler y quizá (por aquello de "le fa lta
de payaso. Pero su aspecto anorma l tamb ién jugaba un papel un to rnillo") haga alus ión al hecho de que es un s imp lón . En
importante en la diversión que ofrecían . Eran una especie de este lienzo, Velázquez, el maestro ilusion ista y retratista,
bichos raros grotescos que demostraban por contraste la fi- actúa en conn ivencia con la broma de l Calabaci llas: ¿cuánto
nura y la nob leza de quienes los contemplaban. Sus defor- t iempo de ve rdad crees que dura una apariencia?
midades confirmaban la e legancia y la tal la de sus amos. Sus En e l segundo retrato, que es posterior, Juan Calabazas
amos y los hijos de sus amos e ran prodigios de la naturaleza; está sentado en el suelo, de modo que parece tener la
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estatura de un enano, y parece estar riéndose y hab lando; sus
manos son muy elocuentes. Lo miro a los ojos. l Dolci, Danilo, Racconti siciliani, Giulio Einaudi, Turín,
Están inesperadamente quietos. Toda su cara es un guiño 1963-
de risa, ya sea la suya o la que está provocando en otros, pero 2 Ortega y Gasset, José, La razón histórica, en Obras
sus ojos no guiñan; están impasibles, quietos. Sin embargo, completas, vol. 2, Alianza, Madrid, 1988, págs. 298-299.
esto no es una consecuencia de su bizquera, pues la mirada 3 Benjamín, Walter, "Der Erzahler", 8/iitter flir Theologie
de los otros bufones, me doy cuenta de pronto, es muy simi- und Soziologie, Neue Fo/ge, núm. 3, octubre de l 936 (versión
lar. Las diferentes expresiones de sus ojos con tienen todas castell ana: "El narrador", en Para una crítica de la violencia y
una qu ietud semejante, qu e es exterio r a la duración del resto. otros ensayos. Iluminaciones IV, Tau rus, Madrid, 1998 , pág.
Esta quietud podría sugerir una soledad profunda , pero 121) [N. del Ed.).
en el caso de los bufones no sucede así. Los dementes pue- ~ Machado, Antonio, " Por tierras de España", en Campos
den tener una mirada inerte porque están perdidos en el tiem- de Castilla (1912), Al ianza, Madrid, 2006 [N. del Ed.).
po y no son capaces de reconocer ningún punto de refe- 5 Machado, Antonio, " El Dios ibero", en ibíd. (N. del Ed.].
rencia. Jean-Louis-And ré-Théodore Géricault, en su compa- 6 Machado, Antonio, " La tierra de Alvargonzález", en ibíd.
sivo retrato de una perturbada del manicomio parisino de La [N. del Ed.).
Salpetriere (p intado en 1819 o 1820). mostraba esa m irada z Unamuno, Miguel de, Del sentimiento trágico de la vida
trasoj ada de la ausencia, la de alguien expulsado del tiempo. [1913), Planeta DeAgostini, Barcelona, 2010 (N. del Ed .).
Los bufones de Velázquez están tan lejos como la mujer 8 Shakespeare, Wi lliam, The Tempest (1610-1611) (vers ión
de La Salpetriere de los retratos clásicos que realzan el ra ngo castellana: La tempestad, acto 1v, escena 1, Cátedra, Madrid,
y la excelencia del retratado, pero son diferentes en cuanto a págs. 148-156) (N. del Ed.].
que no parecen ni perdidos ni desterrados. Sencillamente se
encuentran, tras la risa, má s allá de lo efímero.
Los ojos inertes de Juan Calabazas miran pasar la vida y
nos miran a nosotros a t ravés de un agujerito desde la eter-
nidad. Este es e l secreto que me sugirió un encuentro en Las
Rambl as.
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Rembrandt de Remb randt , los rabin os expul san de la sinag oga a Spi-
1606-1669 noza, por enton ces un estudian te, en castig o por sus opi-
nione s heter odox as. Años más tarde , el Cons ejo de la Iglesia
A las afuer as de Ámst erdam vive un pinto r holan dés, ya
Calvinista de La Haya emiti ó una cond ena contr a él. Once
mayor, muy cono cido y respe tado en su país. Ha traba jado
años antes , Hendrickje Stoffels, el gran amor de Rembrandt,
much o en su vida, pero solo ha produ cido, que se sepa, unos
con la que no se pudo casar debid o a una cláus ula en el
cuan tos dibuj os y un lienzo de gran form ato que está en el
testa ment o de su espos a, Saskia, había sido citada ante el
Mu seo Nacional. Fui a ver su segun da gran obra, un tríptico
Cons ejo de la Ciuda d de Ámst erdam a fin de que confe sara
de la guerra. Habl amos de la guerra, de la vejez, de la voca-
"que vivía con Remb randt en concu binat o".
ción de pintor. Abrió la puert a del estud io y me invitó a en-
La otra cosa que tenía n en comú n el filósofo y el pintor,
trar. Los grand es lienzo s estab an en blanc o. Tras años de tra-
por otro lado, tan difere ntes de temp eram ento, era su interé s
bajo, los había destr uido, tranq uilam ente, aquel mism o día.
por los probl emas ético s. Para Spinoza, este interé s era cons-
La segun da gran obra de su vida estab a inaca bada.
cient e y directo, inclu so dio título a su obra principal. En el
El objetivo de este relato es most rar hasta qué punto algo
caso de Rembrandt, solo era consc iente en parte - en su
muy parecido al calvin ismo sigue influyendo todavía hoy en
elección temá tica de las paráb olas de la Bibli a-; funda men-
el arte holan dés. La religión calvinista no ha fome ntado el
talme nte, y esto es más impo rtante , era intuitiva.
arte, y todos los artist as holan deses impo rtant es tuvieron que
En cuan to dejam os de lado la costu mbre de conte mpla r
enfre ntars e a ella. Sin emba rgo, eso no ha impe d ido que les
las pintu ras exclu sivam ente desde el punto de vista de la
influyera igual ment e. Los ha hecho mora listas y extre mista s.
forma, qued a claro que Remb randt fue el prime r pinto r mo-
Su lucha primordial, como en e l caso de mi amig o, ha sido
derno . Fue el prime r artist a que tomó como tema recur rente
con su propi a conciencia. en su obra el trágico aislam iento del sujet o, del mism o modo
que fue el prim er gran artist a que exper imen tó un dista n-
El ensay o sobre Remb randt y Baruch Spino za de W. R.
ciam iento comp arabl e de la socie dad en la que vivió. Fue este
Valentiner,1 un ensay o de lo más intere sante , descr ibe cómo
tema el que le plant eó su probl ema ético, un probl ema que él
estos dos homb res, quien es, según él, segur amen te se cono-
ciero n, tuvi eron que enfre ntars e a la Iglesia estata l, cada cual resolvió - para decir lo simp leme nte- con la ayu da de la
a su mane ra. El mism o mes en que se declara la banca rrota comp asión .
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En un artícu lo de estas dimens iones, no se puede demos-
tra r en detal le la conexión entre el calvin ismo, el pan teísmo
de Spinoza y la caridad de Rembrandt. Solo se puede señalar
que los tres surgen de la neces idad de exp li car la nuevas rela-
ciones comerciales y competitivas entre los hombres. El
calvinismo zanja e l problema con la declaración de que Dios
ya ha escogido las almas que se van a condena r. Spinoza se
afana po r crear una nueva un idad de pu ra lógica filosófica en
torno a la naturaleza. Rembrandt ape la: "A cualqu ie ra le po-
dría pasar".
d iametralmente opuestas a sus va lores; s in embargo, se ha cionales y obras medias (o típ icas)- son esenciales para
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nuestro argumento, pero no pueden ap licarse de manera
mecánica como criterios para la crítica. El crítico debe com-
prender los térm inos de este antagon ismo. Toda obra excep-
cional era el resultado de una lucha prolongada y victoriosa.
Innumerables obras no comportaban lucha alguna, y hubo
también luchas prolongadas que acabaron en derrota.
Para ser una excepción, un pintor cuya visión se había for-
mado en la tradición y que probablemente había empezado
su aprendizaje y sus estudios a los dieciséis años, necesitaba
reconocer la verdadera finalidad de su visión, y después sepa-
ra rla de los usos para los que se había desarrollado. Sin
ayuda, tenía que refutar las normas del arte que le habían for-
mado. Tenía que verse a sí mismo como un pintor, de modo
que se negara a verse como tal. Ello significaba verse a sí
mismo haciendo algo que nadie podía imaginar. Dos autorre-
t ratos de Rembrandt ilustran el tremendo esfuerzo que esto
,
requena.
Rembrandt, Rembrandt y Saskia en la escena del Hijo Pródigo
en la taberna, 1635-1636.
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año en que se casó por primera vez. Aparece junto a su novia
Saskia, qu ien moriría seis años más tarde. Se d ice que este
cuad ro resume el llamado "período feliz" de la vida de l ar-
t ista. Pero si nos acercamos a él sin sentimenta lismo, vemos
que esa felicidad es tan forma l como falsa. Rembrandt uti lizó
los métodos trad icionales pa ra unos fines trad icionales.
Qu izá su estilo ind ividua l esté empezando a se r reconocible,
pero no es más que el estilo de un nuevo art ista que repre-
senta un papel trad icional. El cuadro en conjunto sigue s ien-
do un anuncio de la buena fortuna, el prestigio y la riqueza de
su modelo (en este caso, el pro pio Rembrandt). Y como
todos los anunc ios de este tipo, es desa lmado.
En e l segundo cuad ro, Rembrandt vuelve la trad ición
cont ra sí misma. Le ha arrebatado su lenguaje. Él es un an-
ciano. Todo se ha pe rd ido salvo un sentido de la cuestión de
la existencia, de la existencia como cuestión. Y e l pintor
- que es algo más y a lgo menos que ese anciano- ha en-
Rembrandt, Autorretrato, i 658. cont rado la manera de expresarlo utilizando un med io tra-
d icionalmente desarro llado pa ra excl uir cualquier cuestión de
El pri me ro fue pintado en i634, cuando tenía veint iocho
esa índole.
años; el segundo, t re inta años más tarde. Pero la d iferencia
entre ambos no se refie re a algo más que a los cambios de
aspecto y carácter provocados en el pinto r por el paso del
t iempo. Cuando murió, a los sesenta y tres años, pa recía mucho más
El primer cuadro ocupa un lugar especia l, como s i dijé- viejo, incluso para su época. La bebida, las deudas, la muerte
ramos, en la "pelícu la" de la vida de Rembrandt. Lo pintó e l de muchos de sus seres queridos a causa de la peste podrían
explicar los estragos sufridos en su persona. Pero los
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autorretratos apuntan algo más. En su madu rez le tocó vivir historiador de l arte.
un clima de fanatismo económico y de ind iferencia, un cl ima, En una ob ra temp rana de un hombre (é l mismo) delante
por otro lado, no muy d istinto de l que se vive hoy. Ya no e ra de un caballete en un estudio de pinto r, el homb re en cues-
posible limitarse a copiar lo humano, como en el Renac i- t ión t iene un tamaño que apenas sobre pasa la mitad del que
miento; lo humano ya no era evidente: había que busca rl o en debería tener. En un maravilloso cuadro tard ío, Mujer junto a
la oscuridad. Rembrandt era un homb re obstinado, dogmá- una puerta abierta {Berl ín}, la mano y el brazo de rechos de
t ico, astuto, capaz de cierta crueldad. No hagamos de é l un Hend ri ckj e podrían se r los de un Hércu les. En El sacrificio de
santo. Pero buscaba una manera de salir de esa oscuridad. Abraham (San Petersburgo), Isaac tiene los rasgos físicos de
Dibujaba porque le gustaba. Era una fo rma de recordarse un joven, pero en re lación con su pad re, su tamaño es e l de
d iariamente lo que le rodeaba. La pintu ra - sobre todo en la un niño de ocho años.
segunda mitad de su vida- era para él algo d istinto: pin- El Barroco gustaba de los escorzos y de las yuxtapo-
tando intentaba encon trar una salida de la oscuridad. Tal vez siciones improbables, pe ro aunque Rembrandt aprovechara
la extraordinaria lucidez de los dibujos nos ha imped ido ver las libertades que acompañaban al esti lo, las distorsiones de
la mane ra en que pintaba realmente. sus cuadros no t ienen mucho que ver con ellas, pues no son
Rara vez hac ía d ibujos prel im inares; empezaba pi ntando expres ivas, sino, po r el contra ri o, casi furtivas.
d irectamente en el lienzo. En sus pi nturas apenas hay una ló- En el sublime San Mateo y el ángel (E l Louvre}, ese impo-
gica linea l o una continuidad espacia l. Si sus cuad ros con- sible espacio en e l que se acomoda la cabeza de l ánge l sobre
vencen, se debe a que los deta lles, las partes, emergen y e l homb ro de l evangelista está furt ivamente insinuado, susu-
salen a l encuentro de l ojo. No hay nada dispuesto, o rdenado, rrado como le susurra al o ído el ánge l a l santo. ¿Po r qué
ante nosot ros, como en las obras de sus contemporáneos o lvidó o igno ró en los cuadros lo que era capaz de hacer con
Jacob van Ruysdae l o Johannes Ve rmeer. tanta maestría en los dibujos? Debía de interesa rl e otra cosa,
Mient ras que en los dibujos dom inaba completamente el a lgo que era antitético con respecto al es pac io "real".
espacio y la propo rción, el mundo fís ico que presenta en sus
Salgamos del museo y vayamos a las urgencias de un hos-
lienzos está muy distors ionado. Esto nunca se ha recalcado
pita l, probablemente ub icadas en los sótanos de l ed ificio,
lo suficiente en los estud ios sobre su ob ra, posiblemente
pues es donde suelen estar las un idades de rayos X. Los
po rque para darse cuenta de e ll o hay que ser pi ntor, más que
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heridos y los enfermos son transportados en las camas o e l gran maestro que llevo este espacio a la pintu ra.
esperan horas, codo con codo, en s illas de ruedas, hasta que Pensemos en las cuatro manos de la pareja de La novia
pueda atenderles el primer especialista que quede libre. Con judía. Son sus manos, mucho más que sus caras, las que
frecuenc ia, los ri cos pasan antes que los que están más enfer- ind ican : matrimon io . Pero ¿cómo llegó él hasta a llí, hasta
mos. Pero, en cualqu ier caso, para los pacientes que esperan este espacio corporal?
en el sótano es demasiado tarde para cambiar nada. Betsabé con la carta de David {Museo de l Louvre) . La fi-
Cada cual vive en su propio espacio corporal, cuyos hitos gura, en tamaño natu ra l, está sentada, desnuda. Reflex iona
son e l do lor o la incapacidad, una sensación o un malesta r sobre su dest ino. El rey la ha visto y la desea. Su marido está
desconoc idos. Los cirujanos no pueden obedecer las leyes de lejos, en la guerra. {¿Cuántos millones de veces ha suced ido
este espacio cuando ope ran, no es algo que se aprenda en las a lgo similar?) Arrod illada delante de e lla, su criada le seca los
Lecciones de anatomía del doctor Tulip. U na buena enfermera, pies. No t iene otra opción que presentarse a l rey. Se quedará
sin embargo, lo reconoce al tacto, y sabe que en cada col- encinta. El rey David dispond rá que maten a su querido ma-
chón, en cada paciente, toma una forma d istinta. rido. El la lo llorará. Se casará con el rey David y le da rá un
Es el espacio en el que hab ita la conciencia de sí m ismo hijo que llegará a ser el rey Salomón. Ya ha empezado una
del cuerpo que siente. No es ilimitado como el espacio subje- fatal idad, y en el centro de esta fata li dad se hal la el que Be-
t ivo: fina lmente lo enmarcan s iemp re las leyes de l cuerpo. tsabé sea deseab le como esposa.
Pero sus h itos, sus énfasis, sus proporciones internas no Y así, todo e l cuadro está cent rado en su núb il vient re y
pa ran de cambiar. El do lor agud iza nuestra conciencia de este en su ombligo, que situó a la altura de los ojos de la sirvienta.
espacio . Es el espacio de nuestra vu lnerabi lidad fundamental Y los pintó con amor y compasión, como s i fueran un rostro.
y nuestra soledad. Y también el de la enfermedad. Pero, No hay otra barriga en e l arte europeo pintada con una mi lé-
potencialmente, es tamb ién el espacio del placer, del bien- sima parte de este cariño. Pasó a ser e l centro de su propia
estar y de la sensación de ser querido. Robert Kramer, el historia.
d irector de cine, lo define as í: "Detrás de los ojos y extendido Cuadro tras cuad ro fue confi ri endo a una parte del cuerpo
por todo el cuerpo. Un un iverso de circu itos y s inaps is. Los o a ciertas partes del cuerpo una fuerza narrativa especial. El
trillados caminos por donde suele flu ir la energía". Se percibe cuad ro habla entonces con voces distintas, como un cuento
mejor al tacto de lo que se ve con los ojos. Y Rembrandt fue contado por d iferentes personas desde puntos de vistas
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d istintos. Pero estos "puntos de vista" solo pueden existir en opuesto a los iconos. Son imágenes carnales. La carne del
un espacio corpóreo que es incompatible con el espacio terri- Buey desollado no es una excepción, sino algo característico
toria l o el arquitectón ico. El espacio corpóreo cambia sus en él. De reve lar una interioridad, se rá la de l cuerpo, aquel lo a
medidas y sus centros foca les continuamente, de acuerdo lo que tratan de llegar los amantes cuando se acarician y en el
con las circunstanc ias. Se mide en ondas, no en met ros. De momento de l coito. En este contexto, esta última palabra
ahí que sea necesario distors ionar el espacio "real". toma un s ign ificado más literal y más poético: de l latín coire,
La Sagrada Familia (Mún ich) . La Virgen está sentada en "ir juntos''.
e l ta ller de san José. Jesús duerme en su regazo. La re lación Aprox imadamente la mitad de sus grandes obras (los
entre la mano de la Virgen, su pecho descub ierto, la cabeza retratos aparte) describen el acto de abrazarse o e l instante
de Jesús y su bracito extendido es absu rda en los térm inos de prelimina r a l m ismo; el gesto de abrir y extender los brazos.
cualqu ier espacio pictó ri co convencional: nada encaja, nada El hijo pródigo, Jacob y el ángel, Danae, David y Absalón, La
permanece en el lugar que le corresponde, nada t iene el ta- novia judía ...
maño adecuado. Pero e l pecho y la gota de leche que mana No se puede encontrar nada parecido en la obra de nin-
de él hablan a la cara del pequeño. Y la mano del pequeño gún otro pintor. En Rubens, por ejemplo, hay muchas figuras
habla al amorfo continente que es su mad re, al t iempo que la que se tocan, se transportan, se conducen, pero muy pocas,
de esta escucha al niño que sostiene. si es que hay alguna, que se abracen. En la obra de ningún
Sus mejores cuadros apenas ofrecen nada coherente al otro pinto r ocupa e l abrazo esta posición suprema, central.
punto de vista de l espectador. Lo que hace este es interceptar Unas veces, el ab razo que pinta es sexual, otras no. En la fu-
(espia r) los d iálogos que se producen entre las partes d is- sión entre dos cuerpos no solo entra e l deseo, sino tamb ién
persas, y estos d iálogos son tan fie les a la expe ri encia cor- e l perdón o la fe. En sujacob y el ángel (Be rl ín) vemos las tres
pórea que le hab lan a algo que todos llevamos dentro. Frente cosas, y no es fácil separarlas.
a sus ob ras, el cuerpo del espectador recuerda su propia Los hosp ita les públicos, que como institución se ong1-
expe ri encia interior. na ron en la Edad Med ia, se llamaban en Francia hotels-dieu.
Eran lugares donde se daba techo y asistencia en nombre de
Los historiadores han señalado con frecuencia la "interio-
Dios a los enfermos o a los moribundos. Pero cuidado con
ridad" de las imágenes de Rembrandt. Sin embargo, son lo
idea lizar. Durante la peste, e l hotel-dieu de París estaba tan
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atestado que cada cama la "ocupaban tres personas: una en-
ferma, una agon izante y otra muerta".
Pero el térm ino héitel-dieu, interpretado de otra forma,
puede ayudarnos a explicar su pintura. La clave de esa vis ión
suya que distors ionaba por neces idad el espacio clásico era
e l Nuevo Testamento.
Y el que permanece en el amor, en Dios permanece, y
Dios en él [...). En esto conocemos que vivimos en él, y él en
nosotros, porque nos ha comunicado su espíritu.3
***
Las carreteras son rectas, las distancias entre los pueblos, lar-
gas. El cielo propone algo nuevo a la tierra. Me imagino via-
jando solo entre Kalizs y Kielce hace unos ciento cincuenta
años. Entre esos dos nombres habría siempre un tercero, el
del caballo. El nombre de l caballo era una constante entre los
Rembrandt, Autorretrato, 1669.
nombres de las ciudades a las que se acercaba uno y los de
¿Podría ser que Rembrandt hiciera algo parecido con él aquellas que dejaba atrás.
mismo? Yo creo que Rembrandt solo utilizaba el espejo al Veo una señal que indica la dirección de Tarnów, hacia el
principio de cada autorretrato. Luego lo cubría con un paño y sur. A finales del siglo x1x, Abraham Bredius, el compilador
trabajaba y retocaba el lienzo hasta que la pintura empezaba a del primer catálogo moderno de las obras de Rembrandt,
corresponder a una imagen de sí mismo que había olvidado descubrió un lienzo de este en el castillo de Tarnów.
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Cuando vi pasar por de lante de m i hote l un magnífico ca-
rruaje tirado por cuatro caballos y supe po r e l portero
que e ra de l conde Tarnowski, qu ien se había prometido
hacía tan solo unos días con la condesa Potocka, la cual
aportaría al matrimon io una dote considerable, no pod ía
saber que aquel homb re era además el afortunado pro-
pieta ri o de una de las ob ras más sublimes de l g ran
maestro.
Bred ius dejó el hotel e hizo en tren el largo y difíc il cam ino
hasta e l castillo del conde; se quejaba de que el tren avanzaba
a paso humano durante una gran parte de l t rayecto. Allí des-
cubrió un lienzo de un cabal lo con jinete, que atribuyó a
Rembrandt sin dudarlo un instante, conside rándo lo una ob ra
maestra que había pasado un s iglo perdida en e l olvido. Se le
d io el títu lo de E/jinete polaco. Rembrandt, E/jinete polaco, i655.
lejos de ello, s ino que le interesaban más los tan precisa que muchas veces apenas hay una línea
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modificada entre el boceto preparatorio y la plancha acabada. desnuda. Adm iramos en un d ibujo la de licadeza de las flores
Todos sus dibujos portan e l sel lo ind iscutible de su perso- bordadas en las med ias de una hermosa cortesana, y luego,
na lidad. Pero, a pesa r de todo esto, los d ibujos de Goya son, de pronto, inmed iatamente, vis lumbramos en el s igu iente el
en cierto sentido, tan impersona les, automáticos y fa ltos de monstruo con cabeza de pantom ima que ha engendrado,
carácter como las huellas, cuyo ún ico interés no reside en las como resultado de la pasión que ha levantado su delicadeza.
marcas mismas, sino en lo que reve lan del inc idente que las Un monje se desnuda en un bu rdel, y Goya lo d ibuja, od ián -
causaron . do lo, pero no por puritan ismo, él no es en absoluto un puri-
¿De qué naturaleza era el comentari o de Goya? Pues pese tano, sino porque s iente que los impulsos que están detrás
a la variedad de los inc identes rep resentados, hay un tema de este inc idente son los m ismos que llevan a los soldados a
subyacente constante. Su tema era el de las consecuencias castrar a un campesino y a violar a su mujer en Los desastres
del des interés de l ser humano - que a veces se convierte en de la guerra . Las cabezas inmensas, brutales, que pone en
od io histérico- por su facultad más val iosa, la razón. Pero la cue rpos jorobados, los an imales ataviados de funcionarios,
razón en el sentido materialista del s iglo xv111: la razón que la manera en la que daba a los finos trazos con los que som-
proporciona un placer que se deriva de los sentidos. En la brea el cuerpo humano la sugerencia de pelo an ima l sucio, la
obra de Goya, la carne es un campo de batalla en el que lu- rab ia con la que pintó las brujas, todo e llo era una forma de
chan, en un bando, la ignorancia, la pasión descontro lada y la protesta contra el ma l uso de las posibilidades humanas. Y lo
supe rstición y, en el otro, la d ign idad, la elegancia y e l placer. que hace la protesta de Goya tan desesperadamente relevante
Esa fuerza única de su obra se debe a l hecho de que parti- pa ra nosotros hoy, después de Buchenwald e Hiroshima, es
cipaba de una forma sumamente sensual del terror y de l ho- que sabemos que cuando la corrupción llega demas iado
rror que supon ía traic ionar a la razón. lejos, cuando se confiscan despiadadamente las posibi-
En todas las obras de Goya, a excepción, ta l vez, de las lidades humanas, tanto el destructor como la víctima de la
más tempranas, se percibe una fuerte amb ivalencia sensual y destrucc ión se transforman en bestias.
sexual. Es bien conocida la denunc ia que hace en los retratos Y luego tenemos la polém ica sobre si Goya era un artista
rea les de la corrupción física. Pe ro la sugerencia de co rrup- objetivo o subjetivo; si lo que le obsesionaba e ra producto de
ción aparece igua lmente en su retrato de Isabel de Porcel. Su su imaginac ión o, por el contrario, estaba obsesionado por la
Maja, tan hermosa, está, s in embargo, aterradoramente decadencia de la corte española, por la crue ldad de la
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Inqu is ición y e l horror de la Guerra de la Independencia espa- cierto (y Goya no solo estaba documentando la Gue rra de la
ño la. En realidad, la polémica no está bien planteada. Está Independencia s ino tamb ién profetizando sus conse-
claro que en ocasiones Goya utilizaba sus propios conflictos cuencias), entonces esa profecía no incrementa e l desast re;
personales, sus propios temores, como punto de partida de hasta cierto punto, lo atenúa, pues demuestra que los seres
su trabajo, pero lo hac ía porque era consciente de que él era humanos pueden prever las consecuencias, lo cual, después
una emanación característica de su época. La intención de su de todo, constituye un pri mer paso hac ia e l control de la cau-
obra era mayormente objetiva y social. Su tema era el de lo sas.
que son capaces de hacerse unos a otros los seres humanos. La desesperac ión de los artistas se suele ma linte rpretar.
La mayoría de sus temas entrañan acción entre las figuras . Nunca es absoluta. Nunca alcanza a su obra. En su ob ra, por
Pero incluso cuando solo hay una figura - una chica encar- pobre que sea la opin ión que t iene de ella, s iemp re hay una
celada, el disoluto de s iempre, un mend igo que alguna vez esperanza de alivio. Si no la hub iera, no podría reunír la ener-
fue "algu ien"- la imp li cación, muchas veces enunciada en el gía y la concentración necesarias para crea rl a. Y la obra del ar-
títu lo, es la de Miren lo que les han hecho. t ista constituye su forma de re lación con sus semejantes. As í
Sé que otros escrito res modernos tienen otro punto de que la desesperac ión expresada por una obra determ inada
vista. André Ma lraux, por ejemplo, dice que el de Goya es "el puede se r engañosa para a l espectador. El espectador siem-
tono re li gioso milenario del sufrim iento inútil, encontrado, pre debe perm itir que sus re laciones con sus semejantes
qu izá po r pri mera vez, por un ser humano que piensa que corrijan o ajusten su comprensión de esa desesperac ión, de
Dios le es indiferente". Y luego continúa dic iendo que Goya la misma manera que lo hace el art ista imp lícitamente en e l
pinta "el absurdo de se r humano" y que es "el mejor intér- propio acto de la creación . En m i opinión, Malraux - y en
prete de la angustia que se haya conocido en Occidente". El esto representa a un gran número de intelectuales desilu-
problema de esta visión, basada en la experiencia que da el sionados- no deja que se produzca ese ajuste, esa mati-
t iempo, es que produce un sentimiento de sometim iento zación; o, s i deja que suceda, su actitud hac ia sus semejantes
todavía más fuerte que e l que destilan las propias obras de es tan descorazonadora que no s irve en absoluto para aliviar
Goya: basta un escalofrío más para transformarlo en un senti- e l peso de la desesperación.
miento de absurda derrota. Si acontecimientos ulteri ores vie- Una de las confirmaciones más interesantes de que la
nen a demostra r que el profeta del desastre estaba en lo obra de Goya fue objetiva y extrovertida la encont ramos en su
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emp leo de la luz. En su obra , com o en el caso de esos ro- ***
mán ticos que disfr utan con el espa nto, no es la oscu ridad la
Primero repo sa sobr e el diván vesti da con el disfr az que le ha
que trans mite el horr or y el mied o. Es la luz la que los revela.
dado el nom bre por el que la cono cem os: la Maja. Luego, con
Goya vivió y obse rvó el mun do a través de algo muy próx imo
la mism a pose y reclinada en el mism o diván, está desn uda.
a la guer ra total y sabía que la noch e significa segu ridad y que
Desd e el mism o mom ento en que estas dos pintu ras fue-
es el alba lo que hay que temer. La luz en su obra es desp ia-
ron colg adas por vez prim era en el Mus eo del Prado, a prin-
dada por la sencilla razón de que mue stra la crue ldad . Algu-
cipios de siglo xx, el público no ha deja do de preg unta rse
nos de los dibu jos de la carnicería desc rita en Los desastres de
qu ién es esta muje r. ¿Será la duqu esa de Alba? Hace unos
la guerra pare cen fotog rama s cinem atog ráfic os de un objetivo
años se dese nterr aron los resto s de la duqu esa y se midi ó su
militar ilum inad o por las llam as desp ués de un bom bard eo;
la luz inun da los huec os de la mism a man era. esqu eleto con la es pera nza de pode r dem ostrar que no era
ella quie n había posa do para el pintor. Pero de no ser ella,
Finalmente, uno inten ta valo rar la obra de Goya tenie ndo
¿quién podría ser ento nces ?
todo lo dicho en men te. Hay artis tas, com o Leonardo da
Uno tiend e a quita r impo rtanc ia a esta cues tión redu-
Vinci o Eugene Delacroix, que, desd e un punt o de vista analí-
ciénd ola al cam po de los triviales cuch iche os corte sano s.
tico, son más inter esan tes que Goya. Rem bran dt mos tró en
Pero esto no quita para que las pintu ras encie rren rea lmen te
su man era de ente nder la pintu ra una mayo r com pasió n. Pero
un mist erio que fascina al que las cont emp la. El plantea-
ning ún artis ta ha cons egui do mayo r since ridad que Goya:
mien to de la cues tión, sin emb argo , es equivocado. No se
since ridad en todo el sent ido de la palabra, en el senti do de
enfre ntars e a los hech os y cons erva r los ideales. Con pacien- trata de quién. Eso nunc a lo sabr emo s, y aunq ue lo supié-
ramo s, segu iríam os sin ente nder el misterio. Lo que se trata
cia, con muc ho oficio, Goya grab ó al agua fuert e el aspe cto de
de desc ubrir es el porq ué. Si pudi éram os resp onde r a este
los mue rtos y de los tortu rado s, pero bajo el grab ado gara-
inter roga nte, sabr íamo s un poco más sobr e Goya.
bateó , impa cien te, dese sper ado, furioso: Por qué?, Amarga
presencia, Para eso habeis nacido, Qué hai que hacer mas? y
Esto es lo peor! La impo rtanc ia inest imab le de Goya para
noso tros es que su since ridad le forzó a enfre ntars e y a juzg ar
cues tione s con las que todavía segu imos lidiando.
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excepción de la piern a en segundo plano). Esto solo puede
haber sido el resultado de una idea: "Ahora me voy a ima-
ginar que está sin ropa". Si hubiera habido de verdad dos
poses, tomadas en diferentes momentos, las diferencias ten-
drían que haber s ido necesariamente mucho mayores.
Y lo que es más importante, existe el dibujo de la versión
desnuda, una prueba de la manera en que las formas del
cuerpo han sido visualizadas. Pensemos en los pechos, tan
redondeados, tan altos, apuntando ambos hacia fuera. Cuan-
Francisco de Coya, La Maja desnuda, antes de 1800.
do una figu ra está reclinada, no hay pechos que puedan tener
esta forma. En la versión vestida encontramos una expli-
cación. Envueltos, encorsetados, adoptan exactamente esa
disposición, y al estar sujetos, la retendrán incluso cuando la
figura esté tumbada. Coya ha levantado la seda para revelar la
piel, pero se ha olvidado de tener en cuenta el cambio de
forma.
Lo mismo puede decirse de la parte superior de los bra-
zos, especialmente el que está en primer plano. En e l des-
nudo, su gordura es grotesca, si no im posible; es tan grueso
Francisco de Coya, La Maja vestida, 1800-1808.
como el muslo, justo encima de la rodilla. De nuevo, la ver-
Mi propia explicación es que nadie posó para la versión sión vestida nos ofrece una explicación. Para encontrar el per-
desnuda de la Maja. Coya construyó la segunda pintura a par- fil del brazo desnudo, Coya tuvo que ad ivinarlo bajo los an-
tir de la primera. Con la versión de La Maja vestida ante él, la chos pliegues de las mangas y las hombreras de la chaqueta,
desnudó en su imaginación y traspasó al lienzo el fruto de su pero cometió un error de cálculo al limitarse a simplificar la
fantasía. Atengámonos a las pruebas. forma, en lugar de rehacerla.
Se da u na misteriosa identidad entre las dos poses {a Comparada con la versión vestida, la pierna en segundo
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plano ha sido ligeramente girada en dirección del espectador. (como a lgunos crít icos sugieren), sino po rque ha s ido visto,
De no haber hecho esto, habría quedado un espacio visible en lugar de imaginado. Cuanto más lo mi ras, más te con-
entre las piernas, y se hubiera perdido esa forma de barca que vences de lo extraordinariamente vago e insustanc ial que es
ofrece el conjunto del cuerpo. Y, paradójicamente, el des- e l cuerpo de la vers ión desnuda. Al principio, su lum inos idad
nudo hubiera sido menos parecido a la figura vestida. No te engaña hac iéndote pensar que es la pie l la que brilla. ¿Pero
obstante, s i giráramos de verdad la pierna en este sentido, no está más cercana rea lmente a la luz de una aparición? Su
cambiaría también la posición de las caderas. Y lo que hace rostro es tangible. Su cuerpo no.
que las caderas, el estómago y los mus los del desnudo parez- Goya era un d ibujante muy dotado y tenía una gran inven-
can flotar en el espacio (de modo que no podemos estar t iva. Dibujaba figu ras y an imales en movimiento con ta l rapi-
seguros del ángu lo que forman en re lac ión con el diván) es dez que está claro que tenía que hacerlo sin la refe rencia de
que, aunque la pierna en segundo plano haya s ido mov ida, la mode lo alguno. Al igual que Hokusa i, sabía cómo eran las
forma de la cade ra y del mus lo en primer térm ino ha s ido to- cosas casi instantáneamente. Su conocimiento de las apa-
mada directamente del cuerpo vestido, como s i la seda fuera riencias estaba conten ido mientras dibujaba en cada uno de
una neb li na que se hub iera disipado de repente. los mov im ientos de sus dedos y su muñeca. ¿Cómo es pues
En real idad, toda la línea del cue rpo en contacto con los posible que la fa lta de mode lo en este desnudo haya dado
a lmohadones y la sábana, desde la axila a los dedos del pie, lugar a una pintura tan artific ial e inverosím il?
es tan poco convincente en el desnudo como convincente en La respuesta, creo yo, hay que buscarla en sus motivos
la primera pintura. En esta, las almohadas y el d iván a veces pa ra pintar estos dos cuadros. Es posible que ambos le fue-
ceden a la forma del cue rpo, y a veces lo comprimen: la línea ran enca rgados como una nueva moda lidad de trampantojo,
de un ión es una costura en la que el h ilo desaparece y vuelve en el cual las ropas de una mujer desaparecen en un abrir y
a aparece r. En el desnudo, s in embargo, esta línea es como e l cerrar de ojos. Pero, a esas alturas de su vida, Goya ya no era
borde desh ilachado de un retal; no hay en e ll a nada de esa un hombre que acepta ra, sin más, enca rgos pa ra satisfacer
re lación que una figura y su ento rno establecen s iempre en la los frívolos gustos de otros. De modo que, de habe rle s ido
rea lidad. encargadas, Goya deb ía de tener sus propias razones subje-
El rost ro del desnudo sob resale con respecto a l cuerpo, t ivas pa ra acceder.
no porque haya s ido cambiado o pintado con posterioridad ¿Cuál fue entonces e l motivo? ¿Lo h izo acaso, como
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parecía obvio al princip io, con e l fin de confesar o celebrar un decenas de rostros, inclu ido e l suyo. Está ahí, en el acusado
asunto amoroso? Esto sería más creíble s i pudiéramos estar fastidio con que pinta a los hombres desnudos, equipa rando
seguros de que el desnudo fue verdaderamente pintado de l siempre su desnudez con la bestial idad, como en e l caso de
natura l. ¿Fue ta l vez para jactarse de a lgo que en real idad no los locos en el man icomio, los caníbales, los sacerdotes en el
había sucedido? Esto va en contra del carácter de Goya; su prostíbulo. Está presente en las llamadas "pinturas negras",
arte suele estar libre de toda presunción. Yo sugiero que que describen orgías de violencia. Pero, sobre todo, es evi-
Goya pintó la pri mera versión como un retrato informal de dente y constante en su manera de pintar la carne.
una am iga {o tal vez amante), pero al hace rl o, con ella allí Es difíc il describir esto con palab ras, y, s in emba rgo, es lo
d isfrazada m irándolo desde el diván, se fue obsesionando que hace inconfundibles casi todos los retratos de Goya. La
con la idea de que de repente ella pod ría estar s in ropas. carne t iene una expresión propia, como las facciones en los
¿Por qué "obsesionado"? Los hombres siempre están retratos real izados por otros pinto res. Esta ex pres ión va ría
desnudando a las muje res con los ojos como una forma in- según el retratado, pero siempre es una variación de la
trascendente de fingir. ¿Pod ría tratarse de que Goya se obse- misma demanda: la demanda de la carne, como si se t ratara
sionara po rque le asustaba su propia sexualidad? de un alimento que ha de sacia r el apetito. Tampoco se trata
En la obra de Goya hay una corriente ocu lta, pe ro cons- de una metáfora retórica. Es casi litera lmente cierto. A veces,
tante, que conecta el sexo con la violencia. Sus brujas son la carne es lozana, fresca, como una fruta. A veces está a rre-
producto de e lla. Y tamb ién, en parte, sus protestas contra bolada y con aspecto de tener hambre, presta a devorar. Por
los horrores de la guerra. Generalmente se supone que lo general -y esto constituye el punto de apoyo de su gran
condenaba lo que él m ismo había presenciado durante el in- sutileza psicológica-, sugiere ambas cosas a l mismo t iem-
fierno de la Guerra de la Independencia. Esto es cierto. En po: al devorador y a la víctima. Todos los temores mons-
conciencia, se identificaba con las víctimas. Pero pa ra su ho- truosos de Goya se resumen en este. Su visión más horrible
rror y desesperac ión, tamb ién se reconocía potencialmente es la de Satán devorando homb res.
en la personalidad de los torturadores. Uno puede reconocer esta m isma agonía en su pintura,
La misma tendencia ocu lta arde en forma de orgullo cruel aparentemente mundana, de la mesa del carnicero. No creo
en los ojos de las mujeres que él encuentra at ractivas. Palpita, que haya otra natura leza muerta en el mundo que haga mayor
provocativa y bu rlona, en las bocas sensuales y disolutas de hincapié en el hecho de que e l trozo de carne a ll í expuesto era
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hasta no hacía mucho carne viva, sensible, y que combine de y que ta l vez Goya se vio imaginat iva y emocionalmente enre-
ta l modo los sentidos literal y emotivo de la palabra "carn i- dado en la farsa, porque estaba intentando exorcizar sus pro-
cería". Lo aterrador de esta pintura, real izada por un hombre pios deseos.
que ha d isfrutado com iendo carne durante toda su vida, es ¿Por qué estas dos pinturas pa recen tan sorpren-
que no es una natura leza muerta. dentemente modernas? Cuando dábamos por supuesto que
Si estoy acertado en lo que d igo, s i Goya pintó La Maja la mode lo había acced ido a posa r para ambas, supon íamos
desnuda porque estaba obsesionado con el hecho de que que era la amante del pintor. Pero la fuerza de las pinturas, ta l
imaginaba a la mode lo s in ropas; es dec ir, imaginaba su como la vemos ahora, depende precisamente de la escasa
carne con coda su provocación, podemos empeza r a explicar evolución que existe entre ellas. La dife rencia res ide ún ica-
la razón de que esta pintura resu lte tan artific ial. Goya la pintó mente en que está desnuda. Esto debería cambiarlo todo,
pa ra exo rciza r a un fantasma. Al igua l que los murcié lagos, pero en rea li dad solo mod ifica nuestra manera de m irarla.
los perros y las brujas, esta mujer es ot ro de los monstruos Ella t iene la m isma expresión, la misma pose, guarda la
reve lados por e l "sueño de la razón", pero, a d iferencia de misma d istancia. Todos los grandes desnudos del pasado
aque llos, es hermosa porque es deseab le. Sin embargo, para ofrecen una inv itac ión a participar en lo mejor de su edad; las
exorcizar el fantasma, para poder llamarlo por su nombre, mode los están desnudas a fin de seducirnos y t ransfo r-
tenía que hacerla lo más idéntica posible a la pintura de e lla marnos. La Maja está desnuda, pero su expresión es ind ife-
misma vest ida. Goya no estaba pintando un desnudo. Estaba rente. Es como s i no fuera consciente de que la están viendo,
pintando la apa ri ción de un desnudo en una muje r vestida. como s i la estuviéramos observando a escondidas a t ravés
Por eso se empeñó en segu ir fie lmente la vers ión vestida, y del ojo de la cerradura. O, pa ra ser más exactos, como si no
por eso su inventiva hab itua l se vio tan inusua lmente inh i- supiera que sus ropas se han vue lto "invis ibles".
bida. En esto, como en tantas cosas más, Goya fue profético.
No estoy sugiriendo con esto que Goya se proponía que Fue e l primer artista que pintó un desnudo como s i se tratara
e l espectador interp retara así las dos pinturas. Esperaba que de un cue rpo desconocido; fue el primero en sepa rar el sexo
e l público se creyera a pies juntillas lo que veía: una mujer de la intim idad, en sustitu ir la energía de l sexo por una esté-
vest ida y una mujer desnuda. Lo que yo ins inúo es que la se- t ica del sexo. La energía, por su propia natura leza, rompe las
gunda vers ión, el desnudo, fue probablemente una invención, fronteras, y la función de la estética es constru irlas. Como he
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sugerido, puede que Goya tuviera sus propias razones para tan precipitadamente de casa de su hermana, o de por qué
temer esa energía. En la segunda mitad del siglo xx, el esteti- ella se está muriendo, o por qué dijo Corker lo de "pesa de
cismo del sexo ayuda a estimular, a hacer más competitiva y cojones", o por qué tiene una pistola en el cajón, o por qué
a mantener siempre insatisfecha a la sociedad consumista. dice que va a contratar a Bandy Brandy de asistenta, o por qué
está ahí arriba comportándose como si estuviera borracho,
*** pero está seguro de que el propio Corker tampoco podría
Hay telarañas en las cuatro esquinas. Dentro de una ho ra, darle una explicación. Le parece a Alee que algo está empu-
jando a Corker, como si le impulsara un viento muy fuerte.
Alee le devo lverá las violetas a Jackie, dentro de una hora se
habrá largado de allí. De verdad no se cree lo de los dos che- Un vendaval provocado por el hombre que lo ha metido en
un túnel y lo arrastra por las catacumbas. La hervidora em-
lines de aumento. Le parece que si alguna vez vuelve a empe-
pieza a pitar, anunciando que el agua hierve. Alee no ha visto
zar allí un día laborable, Corker y él tendrán que fingir que el
día que lo vio a cuatro patas nunca sucedió. Y si fingen que nunca una catacumba, pero mientras vierte el agua en la te-
tera, siente y oye las costras blanquecinas que a lo largo de
nunca sucedió, a Alee nunca le habrán ofrecido el aumento
de sueldo. Se acerca al escurridor desvencijado donde siem- los años se han ido formando dentro de la hervidora (hacen
pre dejan, boca abajo, la vieja tetera color marrón. Y ahí se le que pese más y producen un débil cascabeleo), y esto le su-
giere el mundo descarnado, contumaz, mineral y subterráneo
ocurre un segundo razonamiento para no creerse lo de los
dos chelines. Y empieza así: no puedo evitar que me dé pena que uti liza como metáfora para describirse a sí mismo la
el pobre tipo. Echa un poco de agua caliente dentro de la te- natura leza del sufrimiento de Corker, o lo que él imagina que
debe de ser ese sufrimiento. Se acerca a un aparador. En un
tera para calentarla. Le da pena Corker porque desde la hora
de comer parece un anciano incapaz. Se imagina a Corker de estante hay unas cuantas tazas y platillos y platos. En otro, un
paquete de sal, té, un paquete de galletas y un pequeño tarro
batín haciéndose el desayuno allí mismo mañana por la ma-
de pasta Marmite, casi vacío. En el estante inferior están las
ñana - en ese momento, él mismo está poniendo dos cucha-
radas de té en la tetera- , y no, el pobre tipo no es que vaya a sábanas y las fundas de almohada que mencionó Corker. Alee
deja las tazas en el estante, junto al tarro de Marmite, y se in-
desayunar mucho. Pero más que nada, le da pena Corker por
todo lo que sigue siendo imp redecible, lo desconocido, lo no clina para examinar las sábanas. Corker puede negarse a darle
dicho. Alee no está seguro de la razón por la que Corker salió una explicación, pero Alee lo descubrirá por él mismo. Las
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sábanas no parecen nuevas. Seguramente, Corker se las llevó planchadas. Pone las dos tazas en la mesa que está al lado de
de West Winds. ¿Tenía all í también una cama ancha? Det rás la estufa de gas. La leche se guarda en un arma ri o, debajo del
de las sábanas hay dos cajas. Una es blanca y no t iene nada fregade ro pa ra mantenerla fresca . En el alfé iza r de la ventana,
escrito. La abre. Dentro hay una botella del tamaño de las de encima de l fregadero, están las vio letas. La tube ría de plomo
ginebra. Está s in ab ri r. La etiqueta está en una lengua ext ran- del desagüe forma un codo dentro del armario. La diferencia
jera, pero Alee lee la palabra "Kummel" y reconoce el nomb re entre la leche que llena la botel la y el agua que corre por el
de la bebida vienesa de la que hablaba Corker. La segunda desagüe le sugiere la dife rencia entre la historia de su pene y
caja es dorada y t iene la palabra "atracción" esc rita en relieve la del de Corker. Suelta un sus pi ro y cie rra la puerta del arma-
con letras negras y sesgadas. Alee comprueba cu idado- rio con el pie. Se vue lve a fijar en las violetas y recorre su his-
samente si está abierta. Lo está. Levanta la ta pa. Contiene una tori a. Se pregunta po r qué Corker no puede ser como el resto
bandeja de bombones de fo rmas dist intas envueltos en papel de los hombres, como los otros, solo mayo r que algunos. Re-
de plata de dife rentes colores, todos oscuros. Faltan algunos, cue rda la imagen de Corker de bebé tend ido en un cojín azul.
y se ven los huecos de color oscuro que los contenían. En la Recuerda a Corker d iciendo que el Kumme l es bastante fuer-
parte interi or de la ta pa hay una estampa, como una postal gi- te. Se le pasa por la cabeza abrir la botel la y echar un poco en
gante. Representa a una mujer desnuda tumbada en una e l té de Co rker. Al da rl e su taza, le diría: con cariño, de parte
cama. Tiene el cabello oscu ro y los ojos grandes, pero no de la Maja. Puede que el viejo se quede dorm ido, comple-
t iene ve llo entre las piernas, as í que se lo deb ió de afeitar. Es tamente borracho, musitando: ¡Maja! ¡Maja! El cabrón, piensa
pequeña, de l tamaño de Jackie, más o menos. Tiene la piel Alee, el bo rracho cabrón que se puso a cuat ro patas y lam ió
muy blanca, hasta las plantas de los pies las t iene blancas. e l suelo. Alee pone leche en las dos tazas. Una está un poco
Pa rece una foto, pero está en colo res y podría ser un cuad ro. mel lada. Tiene unas fuentes gigantescas, pero ni una taza de-
Al pie dice: La Maja desnuda. Alee vue lve a mirar los bom- cente. Al echar e l té sobre la leche y ver apa recer e l conocido
bones y, s in sabe r por qué o pa ra qué, em pieza a contar los tono beis, recue rda a Jackie hac iendo e l té para e l desayuno
que faltan. Siete. Se imagina a Co rke r en la cama, comién- de aque lla mañana. Té, té, té, piensa, y cada té representa a al-
doselos. Luego se lo imagina mirando a la mujer desnuda guien deseando una taza de aquel líquido marrón claro, a él
mientras se los come. ¡Socorro!, piensa, y cie rra la caja y las mismo tomándoselo en la cocina de la casa de la madre de
vuelve a dejar las dos detrás de las sábanas dobladas y bien Jack ie, a su propia madre, a sus hermanos llevándose los
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termos con té al trabajo, al club ciclista, cuando llueve y se JARDINERO.- Si tuviera hijos ... Dicen que el duque no es buen
paran en un bar, a los chicos merodeando por el quiosco de semental.
bebidas de la estación a las dos de la madrugada. Es cierto DUQUESA.- Bebe, ángel, bebe; es de los limones de nuestro
que a Corker también le gusta el té, pero él es diferente. jardín.
Cuando Corker se toma el té, arrastra con él su caja de bom- COYA.- Debería estar prohibido que nadie tuviera esta voz.
bones y sus caballeros de la tabla redonda y sus sentimientos DUQUESA.- ¿Has soñado que el mundo era malo? No, no .. .,
estrambóticos, y Alee tiene que quedarse allí sentado, escu- solo el suyo, el nuestro no lo es. Esto te refrescará; te lo
chando. Alee no le echa la culpa de ser como es. Pero ahora pondré así, ves cómo te refresca, cómo refresca a mi ángel.
ve la conclusión del segundo razonam iento para no creerse COYA.- ¡Qué voz tan hermosa! Es como si te atravesara.
lo de los dos chelines de aumento: no puedo evitar que me DUQUESA. - Mira, ves, ya no duele ... Te voy a sanar. Verás qué
dé pena el pobre tipo, pero no me puedo quedar con él para bien ... lo arreglaremos todo, pluma a pluma. Ven conmigo,
siempre, ¿no? dolorcito, deja al niño y ven con Cayetana. Ven conmigo,
muertecita.
*** COYA.- Mi madre solía decir que la muerte era una pluma.
ACTO PRIMERO- ESCENA CUARTA JARDINERO.- Su madre, don Francisco, era una mujer que
medía sus palabras.
Día . Primavera (1794). Residencia de la DUQUESA. A la derecha DUQUESA.- No os acerquéis. Ha cerrado los ojos.
de la capilla, una cama con un dosel de muselina. La DUQUESA JARD I NERO.- ¿Garrotillo?
se inclina sobre la cama susurrando algo. El JARDt N ERO pinta DUQUESA. - Déjalo tranqui lo.
una de las ruedas del carruaje. COYA abre la portezuela y sale. El COYA.- ¿Escarlatina?
JARDINERO deja de pintar. Ambos observan a la DUQUESA, que JARDINERO.- ¿El mal de los pantanos?
sigue haciendo como si consolara a un niño enfermo. COYA.- ¿Fiebre tifoidea?
[El ENANO da un brinco, rasga las colgaduras del dosel y se echa
DUQUESA.- Ya pasó, ya pasó. Enseguida te pondrás bueno. Yo
fuera de la cama.)
te voy a sanar, ya verás. No te asustes, pequeñito, yo te voy a
ENANO.- ¡Trastornos del crecimiento!
sanar...
{COYA, encolerizado, increpa al ENANO.)
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DUQ U ESA.- ¿Por qué te enfadas? Ven y s iéntate a m1 lado. especial.
Digámonos buenos d ías. Buen día, Ho m bre Rana. GOYA.- ¿Más teatro con e l enano?
GOYA.- ¿Cómo soporta tu ma ri do a este bicho? D U Q U ESA.- ¿Sabes por qué lo llamo Amore?
D U Q U ESA.- Mi marido no tiene que soportar nada. Toca a GOYA.- Maté a un hombre en una ocasión.
Haydn. D U Q U ESA.- No he conocido hombre que no presuma de
GOYA.- Y yo lo so po rto todo. habe r matado a otro. In cl uso m i marido d ice que mató a un
¿No crees que todos tenemos de recho a gasta r
D U Q U ESA.- hombre ..., a un flautista, me pa rece. Ea, no te enfades más.
bromas? ¿O acaso todos los ca prichos tienen que llevar la Qu iero enseñarte algo.
fi rma del maestro im presa en una plancha? [El JARD I NERO baja la cortina de una de las ventanillas del ca-
JARD I NERO.- ¡Jesús, Ma ría! ¿Está oyendo lo que d ice? ¿A que rruaje. La DUQUESA entra en la capilla en ruinas seguida por
se los ha enseñado? Se los ha enseñado. ¿Cuántas veces le CO YA. Silencio. No vemos el cuadro que están mirando.]
he d icho que no se los enseñara a nad ie? Es pelig roso po r D U Q U ESA.- Lo com pré a los trece años, cuando me casé.
d iecinueve razones. GOYA.- Era impenetrab le. Jamás juzgaba. Mantenía s iemp re
D U Q U ESA.- ¡Bat urros! ¡Baturros! No sabéis vivir. Ninguno de esa d istancia eterna. Solo su mirada la acaricia.
los dos sabe distingu ir en tre un cochero y un señor. ¡M ira D U Q U ESA.- ¡Su mirada! ¿Qué importa su mirada? Lo que
cómo te hab la! cuenta es la mujer que está ahí tendida, desnuda sobre la
GOYA [al JARDINERO].- Solo ha visto uno o dos bu rros. cama. La miro todas las noches después de rezar m is o ra-
JARD I NERO.- ¿Y qu ién es el burro? Veinte razones. ¿Conoce a ciones. Ella, ella es la que im porta.
a lgu ien de aqu í que no se vaya de la lengua? ¡Siemp re rajando GOYA.- Poco, importa muy poco. Observa los te rciopelos que
y rajando! Palabras señaladas no qu ie ren testigos. enma rcan y reflejan su cuerpo. Él sabía exact amente lo que
D U Q U ESA.- ¿Y en Aragón, seño r mío? hac ía.
JARD I NERO.- En Aragón, seño ra D U Q U ESA, los homb res D U Q U ESA.- ¿Cómo puedes decir que e ll a no importa? ¡Qué
miden sus palabras, son lengüicortos y reservados. desfachatez! Nos observas, te lo pasas en grande claván-
[COYA hace un gesto amistoso al JARDINERO, que vuelve al ca- donos con t us pinceles a tus sábanas, a tus lienzos, y luego
rruaje, recoge el bote de pintura, entra y cierra la portezuela.] presumes de saber exactamente lo que hac ías. Pues no sabes
D U Q U ESA.- ¿Estás todavía enfadado? Te he prepa rado a lgo nada. Los hombres solo veis lo superficia l, las apa ri encias.
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¡Sois todos incorregiblemen te tensos, incorregiblemente D U Q U ESA.- Sus colores, caballero, son asunto suyo. Lo harás
engreídos! ¡Todos, no se salva ni uno! Monumentos mascu- de memo ri a. Me pintarás cuando te quedes solo. Reco rda rás
linos a la erección interminable. a todas las mujeres que has conocido, a todas las muje res
GOYA.- Yo podría hace rlo mejor. que has dejado en cueros - como tú m ismo dices tan gráfi-
D U Q U ESA.- ¡Ya! Eso es lo ún ico que importa. Ma ría Teresa camente-, cerra rás los ojos y las vo lve rás a ver, y entonces
Cayetana de Silva y Álva rez de To ledo le ha enseñado a su pond rás toda tu energía, toda tu virilidad, toda tu rap idez en
amante su Velázquez, el único cuadro de toda la larga h istoria reco rda r lo que d istingue cada centímetro cuadrado del cuer-
del arte español en que aparece una mujer desnuda en una po de la dec imotercera D UQ U ESA de Alba del cuerpo de cual-
cama, y a su amante solo se le ocurre deci r que é l podría ha- qu ie r otra mujer, aho ra o en el futuro. De memoria. Será una
cerl o mejor. prueba solitaria de tu amor... Luego te prometo un mes en e l
GOYA.- Y pod ría hace rlo mejor. campo juntos ... solo tú y yo.
D U Q U ESA.- ¿Cómo me pi ntarías? [El JARD I NERO sale del carruaje, empieza a pintar la rueda.
GOYA.- Tendida de espaldas con las piernas cruzadas. Claván- COYA cruza el escenario.]
dome los ojos. GOYA.- ¡Más y más y más y más ... descarada!
ACT RI Z.- ¿Vestida? [COYA entra en el carruaje. La DUQUESA agita un pañuelo.]
GOYA. - Para los que así qu is ie ran verte. D U Q U ESA.- Trabaja rápido, Hombre Rana.
ACT RI Z.- ¡Desnuda! ¡Cobarde! [Se apagan las luces.]
GOYA.- ¡Pri me ro vestida!
[...1
D U Q U ESA.- ¡Qué paciencia! ¡Qué moderación!
GOYA.- Y luego, en un abri r y cerrar de ojos, desnuda. ACTO SEGUNDO - ESCENA OCTAVA
D U Q U ESA.- Con m i consentim iento, cla ro.
GOYA.- Con tu consentim iento o s in él, Cayetana. Puedo qui - Noche (1811). El mismo decorado de la escena anterior, salvo que
tarte las ropas. Puedo dejarte en cue ros con la m isma fac i- la cuerda de tender donde están puestos a secar los grabados va
lidad con la que puedo pintarte. ¡Aquí! [Se señala la cabeza.) ahora de un extremo al otro de la habitación. COYA los toca,
Aquí es donde aventajo a Ve lázquez. No neces ito espejos. Me examinándolos, sin descolgarlos. El J ARDINERO corta leña para el
a rrastro. Mezclo m is colores con arrojo . fuego.
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JARD I NERO.- Esta mañana he entrado las celindas. Nunca JARD I NERO.- En el izqu ierdo.
había hecho este frío tan pronto. Me dio miedo. [COYA le levanta la camisa al JARDINERO y busca el piojo, con
GOYA.- ¿M iedo de qué? las gafas puestas en la punta de la nariz.)
JARD I NERO.- De que se helaran las celindas. GOYA.- No veo nada. Neces ito una vela.
GOYA.- ¿Y cuáles son esas? JARO 1N ERO [empezando a reírse].- Me hace cosquillas.
JARD I NERO.- Las matas grandes con flores blancas. Las que [COYA da un paso atrás. El JARDINERO baja el hacha y corta el
t ienen las macetas del patio. tronco.]
GOYA.- ¿Blancas, has dicho? GOYA.- Quería darle un poco más tiempo al t ronco que t ienes
[El JARDINERO asiente con un gesto de cabeza.] a tus pies.
¡Ciegos! ¡Estáis todos ciegos! Las flores que tanto te preo- JARO 1N ERO.- En estas circunstancias es doblemente cruel.
cupan son rosas. No blancas. Blancas, si insistes, pero man- [COYA no ha oído nada. El JARDINERO coge un trozo de papel de
chadas de sangre. ¡Quédate así qu ieto! No muevas los bra- la mesa y escribe: DOBLEMENTE CRUEL.}
zos. Mantén ahí el hacha, Juan . GOYA.- Si los troncos vieran, si tuvieran ojos, si pudieran con-
[El JARDINERO se queda inmóvil con el hacha alzada por encima tar los minutos, sería mejor que el hacha cayera inmedia-
de la cabeza. COYA continúa examinando los grabados.] tamente. Pero los troncos no pueden contar.
JARD I NERO.- Si va a hacer un dibujo, don Francisco, no se de- JARD I NERO.- ¿No sabe cómo llaman a los homb res en Má-
more mucho. laga?
GOYA.- ¡No muevas el hacha! ¡Dibujos! ¡Los dibujos vienen GOYA.- ¿A los hombres?
solos! Basta con abrir el saco, levanta rlo e inclinarlo un poco JARD I NERO.- Les dicen troncos con nueve agujeros.
para que salgan todos los escombros. Los dibujos son [COYA cuenta los agujeros.]
escombros. No te muevas, Juan. GOYA.- ¿Has encontrado algo de arroz hoy?
JARD I NERO.- No tengo más remed io. JARD I NERO.- No. Los franceses arramblaron con todo antes
GOYA.- Creía que eras más fuerte. Creí que tenías unas espal- de irse, y lo que no se llevaron ellos lo han saqueado los
das de toro. británicos. O eso, o que la gente ya no quiera vendernos. No
JARD I NERO.- Tengo un piojo en el sobaco. me gusta la cara que ponen cuando les pregunto. En mi opi-
GOYA.- ¿En cuál? Te lo sacaré. nión, don Francisco, deberíamos pre pararnos para
.'
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desaparecer por algún t iempo. Solo la enfermedad de doña nuestro t rono, lo pintaré con un sable en la mano y un som-
Josefa me ha disuad ido de decírselo antes. Sé de un luga r brero de tres picos bajo e l brazo. Y s i no quiere posar pa ra
donde podemos esconde rnos. mí, lo pintaré de memoria. [Se mira en el espejo.] Todos me
[GOYA parece no haber oído. El JARDINERO escribe en un papel: perdonarán.
¿ESCONDERNOS?) JARD I N ERO.- Las lavanderas d icen que no está usted tan
GOYA.- No tenemos motivo alguno pa ra alarmarnos. Ya he sordo que no o iga el t intineo de los rea les en las bolsas. Por
ofrecido mis servicios a los vencedores. Los conquistadores é l sabe cuándo tiene que cambiar de ca misa. Eso d icen.
neces itan pinto res y esculto res. Nunca lo o lvides. La victo ri a GOYA.- Todos me perdonarán.
es efímera ... tan efíme ra como la mús ica, cuando se toca. Los (Entra el M iD1co.)
retratos de la victoria son co mo los retratos de boda, salvo MÉD I CO .- Siento tener que decirle, don Franc isco, que ya es
que no hay novia. La nov ia es su triunfo. No sé por qué, pero demas iado tarde. Su esposa ha muerto.
siem pre ha sido as í a lo largo de la historia. Por eso qu ie ren [GOYA se postra de rodillas.]
esos jod idos retratos de sí mismos con la novia inv isible. Y GOYA.- Incluso m i m uje r me perdona rá.
yo puedo pi nta rl os mejor que nad ie. Tengo una deb ilidad po r (GOYA sigue de rodillas con la cabeza gacha. Son ido casi imper-
los vencedores, sob re todo por sus cuel los, sus botas, sus ceptible del mar. De pronto se pone en pie.]
un iformes . Creo que todos estamos dest inados a triunfar. ¡Y s i los hombres no pe rdona ran!
Antes de que tuviéramos ningún destino, fu imos los hijos de [Se agarra con ambas manos a la cuerda de tender y avanza
un triunfo. Nacimos de una eyaculación . agarrado a ella, como un hombre en una galerna.]
(Entra el M iD1co.) ¿Saben cuánto es im perdonable? ¿Saben que hay actos que
MÉD I CO .- Su m uje r quiere ve rlo . Dice que tiene que deci rl e nunca pueden ser pe rdonados? Nadie los ve. Ni s iqu ie ra
a lgo a su marido. Dios.
[Sale el MÉDICO a toda prisa.] [Se oye más fuerte el ruido del mar.]
GOYA.- Pron to pintaré al duque de Wellington. Él insiste en Qu ienes los pe rpetran entierran lo que han hecho con pala-
que lo retrate a caball o. bras, pa ra no verlo ellos ni que lo vean los otros. Pronuncian
JARD I N ERO.- Don Federico ya se ha escondido. e l nombre de sus víctimas, les ponen etiquetas, repi ten histo-
GOYA.- Cuando el Deseado de la Puta vue lva a sentarse en rias. Todo está preparado con mald iciones e insu ltos y
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susurros y discursos y cháchara hueca. El diablo actúa con (Los dos ancianos se quedan quietos. GOYA imita el canto del jil-
palabras. No neces ita nada más. Distribuye palabras y con el guero.]
inocente trabajo de la lengua y el paladar y las cuerdas voca- GOYA.- As í canta.
les, la gente se convence de hacer e l ma l, y luego con las m is- FEDER I CO.- ¿Cómo lo sabes?
mas palabras y los m ismos ma ld itos números ocultan lo que GOYA [sin oír lo que le dicen].- ¿Te gustaría oír al trepatroncos?
han hecho, hasta que queda olvidado, y lo que se o lvida se Pepa me está enseñando el can to de todos los pájaros.
perdona. FEDER I CO.- ¿Y tu nueva pintura?
(GOYA se acerca a un grabado.] GOYA.- Hace dos s ig los, un holandés pintó un jilgue ro.
Lo que queda grabado no se perdona. FEDER I CO [gritando].- ¿Que cómo va tu nueva pintura?
[Se postra de rodillas.] GOYA.- Tengo problemas con el cielo, detrás de la cabeza.
No nos perdones, Señor. Haz que veamos s iem pre lo im pe r- Antes nunca me hab ían dado problema los cie los.
donable, de modo que no pueda ser pe rdonado. FEDER I CO.- Los cielos franceses no son igua les. Míralo. Son
[Se pone en pie, avanza hacia la salida por la que entró el lechosos. Las panaderías tamb ién son diferentes . Tengo que
MÉDICO.) confesa r que con la edad me estoy vo lviendo go loso.
Perdóname, Josefa, pe rdóname ... {FEDERI CO se saca un brioche del bolsillo y le ofrece la mitad a
GOYA. Se sientan.)
ACTO TERCERO
GOYA.- ¿Ya has d icho lo de "tengo que confesa r que con la
edad me estoy volv iendo go loso"?
Mañana de primavera (1827-1828) . Brilla el sol. jardín de la resi-
dencia de Goya en Burdeos. [El decorado es prácticamente el {FEDERI COecha miguitas a los pájaros.]
Esta noche he do rm ido mejor. No he tenido sueños. Po r eso
mismo del cementerio.] El JARDINERO está subido a una escalera
estaba todav ía acostado cuando llegaste.
podando una enredadera que trepa por una pared. Entra GOYA
apoyado en un bastón (es ahora un hombre de más de ochenta FEDER I CO.- No me ha importado. Tenía muchas cosas en que
pensa r... hay espías del Santo O ficio aquí en Burdeos. Estoy
años), acompañado de FEDERICO, que tiene la misma edad.
seguro. Don Tiburcio se ha negado a darnos más d inero para
GOYA [señalando].- Hay un jilguero en el a lmendro.¿ Lo ves?
e l periód ico.
FEDER I CO.- Te lo digo todos los días, Francisco, m i vista no
es la que era. GOYA.- ¿Cuál?
.'
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FEDER I CO.- El que hacemos en español, el que yo edito. FEDER I CO.- ¿Me has oído, pues?
GOYA.- Te haré una litografía. GOYA.- Claro que no.
FEDER I CO.- La ún ica exp li cación que ha dado es que han FEDER I CO.- En todas partes se alza la restau rac ión del pasado.
amenazado con mo lestar a su fami lia en Valencia. Mientras Todo el mundo se vanagloria de lo que antaño se consi-
tanto, ya debemos t rescientos francos al impresor. deraba una vergüenza. [Gritando:] Dime, d ime, ¿qué podemos
GOYA.- Pronto habrá en el mundo más periód icos de exilados esperar ya?
que estrellas en el cie lo . GOYA.- ¡Esto! [Imita el canto del jilguero.] Lo que le queda a
FEDER I CO.- Solo trescientos ... para pagar a la imprenta. nuestras esperanzas es una la rga desesperación que engen-
GOYA.- Mis litog rafías no se venden bien. La gente no quiere dra rá nuevas esperanzas. Muchas, muchas esperanzas ... Voy
saber nada. Quieren todo en color y estereofón ico ... ¿Tienes a vivir tanto como Tiziano.
nuevas noticias de a ll á? {Entra PEPA .)
FEDER I CO.- ¡Nuevas! Corren tiempos de plomo. La Consti- PEPA [a F EDERICO].- Ya está su chocolate.
tuc ión ha sido anulada, inva li dada. Las ideas, cautivas. La FEDER I CO.- Las cosas claras y el chocolate espeso.
gente desaparece en las cal les. Se tortura. El e lectrochoque GOYA.- ¿Lo ha vue lto a decir?
está a la orden del día. Aumentan los arsena les ocu ltos. Reina {PEPA asiente con un gesto y toma a COYA del brazo. Salen
la glotone ría de l terror. Lo mismo que te cuento todas las FEDER I CO y el JARDINERO, con la escalera a cuestas, y se dirigen
mañanas, am igo mío. ¿Llegarán alguna vez otra suerte de hacia la casa. Hablan muy bajo, casi en un susurro. COYA no
noticias? La nueva notic ia, Paco, es que ya estamos viviendo tiene dificultad para oír.]
en el futu ro. No en e l futuro por el que luchamos y morimos, ¿Te has leído las páginas de Quevedo que te marqué?
sino en e l futu ro que lo ha sustitu ido, el de los gigantes ... Esa PEPA.- Todas.
es la última notic ia. ¿Cambiarán las cosas algún d ía? GOYA.- ¿Y?
GOYA.- Si te callas un momento, te haré el canto de l ruiseñor. PEPA.- Trataban de l Juic io Fina l.
FEDER I CO.- Si no te conociera como te conozco, Hombre GOYA.- ¿Y la historia que t rata de mí?
Rana, diría que chocheas. PEPA.- A El Sosco, el pintor, lo estaban interrogando en el in-
GOYA.- Entonces no hagas preguntas tan estúpidas como esa fierno. ¿Po r qué pintabas tantos hombres deformes cuando
de si llegarán alguna vez otra suerte de noticias. e ras pinto r a ll á en la tierra?, le pregunta ron. Y é l contestó:
.'
.•.
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porque no creo en el demon io. en el pecho. ¿ Estoy loco, Pe pa?
GOYA.- Correcto. PEPA.- Al menos no se cree Napo león .
{PEPA se sienta en un columpio. COYA permanece de pie, frente a [COYA se sienta en una banqueta y se agarra la cabeza entre las
ella.] manos.]
¿Sabes qu ién es el pe rsonaje más popula r del man icom io de GOYA.- Un hombre se dob la po r la mi tad entre un par de la-
ahí abajo? ¡Napoleón ! Conté qu ince hombres que llevaban bios. 1ntenta entrar en la boca. Cuando lo consigue, no puede
so m breros im itando al suyo y un letrerito que dec ía: soy salir. Uno debe llamar po r su no m bre a todo lo que ve.
Na poleón. ¿Sabes por qué les gusta tan to a los locos Napo- Nunca se deben ignorar las consecuencias. Esa es la única
león? posibi lidad de enfren tarse a la barbarie. Ver las conse-
PEPA.- No. cuenc1as.
GOYA.- Porque Napoleón estaba lo bastante loco para pre- PEPA.- No se torture, Francisco. Siempre es así al fina l de la
sum ir de que ten ía una renta anual de trescien tos m il hom - mañana, y luego pasa, se va. Jugue mos a algo. He puesto el
bres. retrato de un joven en nuestro álbu m fam iliar. (Abre un cua-
[PEPA coge unas flores y se las ofrece a COYA.j derno sobre sus rodillas.] Lleva un sombre ro negro muy grande
PEPA.- El viernes a las dos de la ta rde habrá una ejecución pú- y t iene unos penet ran tes ojos oscuros.
bli ca en la Place d'Aqu ita ine, a l esti lo francés, con gu illotina. GOYA.- Sin duda era amb icioso.
GOYA.- All í esta ré PEPA.- Y una boca g rande ... sensual. Era un homb re con fue r-
PEPA.- Un pobre desgraciado llamado Jean Bertain asesinó a tes apetitos.
su cuñado. GOYA.- Pues yo he puesto el ret rato de un hombre de pie de-
GOYA.- Tal vez el cu ñado estaba violando a su sob ri na. La lante de un caballete.
co m pasión no es algo hab itua l entre los hombres. PEPA.- Tiene unas vel itas encend idas en e l a la de l so m brero.
PEPA.- Usted cierra los ojos cuando s iente com pas ión .
GOYA.- Tengo un par de ojos den tro de la cabeza, y esos no
se cie rran nunca. ¿Me quieres, pequeña?
PEPA.- ¿Un poco, mucho o apas ionadamente?
GOYA.- Si pi nta ra una min iatu ra en marfil te la podrías colgar
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GOYA.- Tal vez, lo es. Pero no soy yo.
PEPA.- Sí... es usted y es su arte, por algo los pintó usted.
[De pronto, pierde todo interés en la conversación. Se
COYA
***
Lo que d istingue la obra de Daum ier de la de sus contem-
poráneos es su materialidad, su corporalidad . Sus protago-
nistas se acercan a nosotros de una manera distinta, y noso-
tros los abordamos también de una manera d istinta. Tienen
Honoré Daum ier, La carga, 1865.
su propia anatomía, su propia re lación con el esfuerzo. Sus
rostros caricatu ri zados parecen cuerpos; sus cuerpos Daum ier tenía una afin idad natura l, d iría yo, con los
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saltimbanqu is, a qui enes retrató sin roma nticismo alguno,
pero con mu cho afecto. Actuaban en la calle, engatusaban a
la gente pa ra que se detuviera, hacían música, levantaban
pesas, convencían a todos, entre risotadas, de que podía n
quererse unos a otros, y con su habilidad y las manos vacías
lan zaban al aire momentáneamente una suerte de gracia.
En otros momentos, otros días, los saltimbanquis podían
hacer que la lavandera, con su monstruosa carga, y su hija
sonrie ran con una sonrisa que ningún ministro del gobierno
de la época hubiera sido capaz de mostrar.
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Jea n-Franf ois Mil/et conv ence r al público "afic iona do al arte", indu cido a error por
1814-1875 los libros de texto, de qu e Mille t no fue solo un a especie de
san Juan Bautista, un prec urso r de los pre rrafaelitas o de
Los sant os y hum ildes cam pesin os de Mille t se han utiliz ado
Geor ge Frederick Watts. Pero cuan do se ha dicho todo esto,
para ilustrar muc has pará bola s y han cons olad o mu chas con-
qued a la cuestión moral, que es la cues tión que Millet plan-
cienc ias intra nqui las: las conc ienci as de aque llos que lo han
tea.
sopo rtado todo "con fortaleza", pero que sosp echa n que, tal
Millet fu e un mora lista , un mora lista de un tipo del que
vez , han acep tado dem asiad o con dem as iada pasividad; y
solo los gran des artis tas pued en serlo: por el pode r de la
tamb ién las conciencias de qu ienes viven del trab ajo de
identificación con sus tema s. Optó por pinta r cam pesin os,
otro s, pero siem pre han pens ado que de un mod o que no es
porq ue él mism o lo era y porq ue - bajo una influencia en
fácil desc ribir (y Dios asist a a quienes lo desc riben dem a-
cierto mod o parecida a la de los rea listas apolíticos de hoy -
siado explícitamente}, el traba jado r tiene una nobl eza de la
dete stab a insti ntiva men te la falsa elega ncia del gran mun do.
que ellos care cen. Y, sobre todo , las pintu ras de Millet se han
Su ta lento era el resu ltado del hech o de que eligió pinta r el
citad o para conv ence r a quie nes están pres os de que den las
traba jo físico, pero él ya pose ía de ante man o ese temp e-
grac ias porq ue podr ían esta r peor; se han utilizado a mod o
ram ento apas iona do, sens ual y sex ual que pued e cond ucir a
de etiqu eta pictó rica en el giga ntesc o frasc o ecles iásti co de
una inten sa identificación física. Kenneth Clark le otorg a
brom uro presc rito para calm ar todo tipo de fiebre o irritación
m uch a impo rtanc ia al hech o de que a los trein ta y cinco años
social. Y esto es una pa rte más impo rtante de la historia del
dejó de pinta r desn udos , unos desn udos que eran , aunq ue
arte de Millet que el hech o de que las mod as culta s lo hayan
solo en la mitología que emp lean , un poco pare cido s al "arte
igno rado dura nte los últim os tre inta o cuaren ta años . Aparte
de boudoir" carac terís tico del siglo xv111. No había, sin em-
de esto, lo impo rtant e es que artis tas com o Edgar Degas,
ba rgo, un purit anism o inhibido detrá s de esta decisión. La
Clau de Monet , Vincent van Gogh y Walter Richard Sickert principal obje ció n que le ponía Mille t a Franc;ois Boucher era
daba n por supu esto qu e Millet e ra un gran dibu jante . De
que "no pinta ba muje res desn udas , sino solo criat uras sin
hech o, al com enta r su obra se pued e citar a Migu el Ángel, a
ropa ".
Nico las Pous sin, a )ean -Hon oré Frag ona rd, a Hon oré Dau-
En cuan to a la natu ralez a del pode r de identificación de
mier y a Dega s, aunq ue solo sea nece sario hace rlo a fin de
Millet, pare ce que qu eda claro en uno de sus com entarios
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sobre un d ibujo de Miguel Ángel: moral que posteriormente se le endosaron a este cuadro
resultarán se r pasajeras, o tal vez ya lo han sido. En la his-
Cuando vi ese dibujo suyo en el que representa a un
toria de l arte de los siglos XIX y xx se rep ite siempre lo
hombre que cae desmayado, me sentí como la figu ra de l
m ismo. El artista, aislado, sabe que su máx ima responsa-
dibujo, como si me atormentara un dolor atroz. Sufrí con
bilidad moral es luchar por decir la verdad; su pugna se s itúa
e l cuerpo y con los m iembros que veía sufrir.
a este lado de la línea a partir de la cual se extraen conclu-
siones morales, no a l otro lado de la m isma. El público, o
Del mismo modo, avanzaba a zancadas con El sembrador,
a lgunos segmentos del m ismo, sacan entonces conclusiones
sentía e l peso de la mano en un regazo incluso cuando está
morales que disfrazan la verdad: se califica de inmoral la obra
en sombra (véase el aguafuerte t itulado La papilla), abrazaba
del art ista -Honoré de Balzac o Ém ile Zola-, se requ isa
con los segadores los haces de heno, enderezaba la es pa lda
pa ra un t ipo de sermón falso - M illet, Fiódor Dostoevski-
con los labradores, hincaba la pierna contra e l tronco con los
leñadores, se reclinaba en el árbo l con e l pastor, se tendía en o, s i no funciona n inguno de estos subterfugios, se la dese-
cha por ingenua: Percy Bysshe Shelley y Bertolt Brecht.
e l campo a med io día con los labriegos agotados. Este era el
grado de su enseñanza mora l. Cuando le acusaron de ser
socialista, lo negó - aunque continuó t rabajando de l m ismo
***
modo y sufriendo la m isma acusación- porque le parecía Jean -Fran<;ois Millet mu ri ó en 1875. Tras su muerte y hasta
que el social ismo no tenía nada que ve r con la verdad que él muy recien temente, algunas de sus obras, en particular El
había experimentado y expresado: la verdad de l campesino a Ángelus, El sembrador y Las espigadoras, se encont raban ent re
merced de las estaciones; una verdad tan dominante que se las imágenes pintadas más conocidas en todo el mundo. In-
le hacía totalmente impos ible pensa r en cualquier ot ra vida cluso hoy no creo que exista una fam ilia campesina francesa
pa ra el campesinado. Es fata l para el sentido mora l de l artista que no conozca estos tres cuadros por haberlos visto en gra-
adelantarse a su expe ri encia de la real idad. (El de William Ho- bados, postales, adornos o platos. El sembrador sirvió tanto
garth no se adelantó; el de Jean-Baptiste Greuze sí.) S in sen- de logotipo para un banco ame ricano como de s ímbolo re-
t imenta lismo alguno, Millet contó la verdad ta l como él la vo luciona ri o en Pe kín y en Cuba.
sabía: la ace ptac ión pas iva de la pa reja de El Ángelus era una
pequeña parte de la ve rdad. Y e l sentimentalismo y la fa lsa
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des ierta de t ierra inerte en la que han quedado abandonados
un arado de madera y una grada. Los cuervos inspeccionan la
t ierra mientras esperan; una espera que durará todo el in-
vierno. Una pintura de la s imp lic idad más abso luta. Apenas
es un paisaje, s ino más bien el retrato de una llanura en no-
viembre. La horizonta li dad de esta lo dice todo. Cultivar esta
t ierra es una lucha continua para estimular lo vertical. Y e l
cuadro nos muestra cuán agotadora fís icamente es la lucha.
Las imágenes de Mi llet fueron tan reproducidas porque
eran ún icas: ningún otro pintor europeo había tratado la vida
rura l, el trabajo del campesinado, como tema central de su
arte. Millet consagró su vida como pintor a la tarea de intro-
duc ir un tema nuevo en una tradic ión antigua, la tarea de for-
zar a un determ inado lenguaje a hablar de algo que hasta
Jean -Fran<;ois Millet, El Ángelus, 1857-1859. entonces hab ía ignorado. El lenguaje era el de la pintura al
ó leo; el tema era e l de l campesino en tanto que sujeto indi-
A med ida que sus obras se popularizaban, la fama de Mi-
vidua l, independ iente.
llet empezó a declinar entre los críticos. Al princ ipio, no obs-
Habrá qu ienes no estén de acue rdo con esto y citen la
tante, esas m ismas obras hab ían s ido adm iradas por otros
obra de Pieter Breughel el Viejo y Gustave Courbet. Pero en
art istas como Geo rges Seurat, Cam ille Pisarro, Pau l Cézanne
Breughel los campesinos fo rman parte de la gran masa que
y Vincent van Gogh. Para los críticos de hoy, Millet fue una
constituye la human idad; el tema de Breughel es una colec-
víct ima póstuma de su propia popularidad. Pero las cues-
t ividad de la que el campesinado en su conjunto es solo una
t iones que plantea e l arte de Millet son mucho más trascen-
parte; ningún ser humano ha s ido todavía condenado en
dentales y perturbadoras. Con él se pone en te la de juic io
perpetu idad al aislam iento del individual ismo, y antes del jui-
toda una trad ición de la cultura.
cio fina l todos los se res humanos son igua les; la pos ición so-
En 1862, Millet pintó Invierno y cuervos, que no es más que
cial es a lgo secundario .
un cielo, un bosqueci ll o distante y una inmensa llanura
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Puede que Courbet pintara Los picapedreros, en 1850, bajo
la influenc ia de Millet (este últ imo obtuvo su primer éxito con
El aventador, expuesto en el Salón de 1848). Pero la imagi-
nac ión de Courbet e ra esencialmente sensual; a él le preocu-
paban las fuentes de las expe ri encias sensitivas y no e l sujeto
de ellas. Como artista de origen campesino, el gran logro de
Cou rbet fue introducir en la pintura un nuevo t ipo de sustan-
cialidad, percibida confo rme a unos sentidos desarrol lados
gracias a unos hábitos diferentes de los del burgués urbano.
El pez visto con los ojos del pescador, e l perro que escogería
e l cazador, los árboles y la nieve como aquello a través de lo Detalle de El Ángelus en una mantequ illera.
cual nos conduce un camino conocido, un funera l visto
Entre los cuadros de Millet podemos encontrar las s i-
como se ve en el pueblo, como un momento de reun ión de
guientes experiencias: la siega, el esqu ilado de las ovejas, la
sus moradores. El punto flaco de Courbet en la pintura era e l
ta la, la recogida de la patata, el pastoreo, e l arado y abonado
ojo humano. En sus muchos retratos, los ojos, como algo
de los campos, la poda. La mayoría de ellas son tareas de
separado de los párpados y las cuencas, son casi inte rcam-
estación, y, por consigu iente, su experiencia incluye la de un
biab les. Rechazó todo tipo de interiorización . Esta es la razón
t iempo en particular. El cielo detrás de la pareja representada
por la que el campesino, como sujeto, no pod ía ser el tema
en El Ángelus {1859) es e l típ ico de la calma de los primeros
central de su obra.
d ías de l otoño. Si un pasto r pasa la noche a la intemperie con
sus ovejas, tan probable como la luna es que su lana se cubra
de escarcha. Puesto que inevitablemente Millet se dirigía a un
púb li co urbano privilegiado, decidió describir aque llos
momentos que ponen de relieve la dureza de la experiencia
campesina; muchas veces un momento de agotam iento. El
trabajo y, una vez más, la estación determ inan la exp resión de
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este agotam iento. Un hombre con las manos sobre la azada y pena vo lver a tocar.)
la m irada perdida en e l cie lo se recl ina hacia atrás intentando ¿Qué incitó a Millet a escoger esta nueva temática? No
enderezar su espa lda. Otro hombre está sentado en la tierra basta con dec ir que pintaba campesinos porque é l m ismo
ard iente, encogido entre las verdes hojas de la viña. proced ía de una fam ilia campesina normanda y, de joven,
había trabajado en e l campo. Ni tampoco es correcto supo-
Tan grande era la amb ición de Millet por introduci r una expe-
ne r que la so lemn idad "bíblica" de su t rabajo era e l resultado
riencia nunca pintada anteriormente que muchas veces se
de su fe rel ig iosa. En real idad e ra agnóstico.
propone una tarea impos ible. Una mujer sembrando patatas
En 1847, a los treinta y tres años, Millet pintó un pequeño
en la zanja cavada po r su marido (l as patatas suspendidas en
cuad ro titu lado Regreso de los campos que muest ra a tres nin-
e l aire antes de caer) puede que sea fi lmab le, pe ro no es fácil
fas, vistas, en cierto modo, a la manera de Fragona rd, ju-
de representar pictóricamente. En otros momentos, su origi-
gando sobre un ca rro de heno. Una alegre escena rústica
na lidad es impres ionante. Por ejemplo, en un d ibujo en e l
ap rop iada pa ra un do rm ito ri o o una biblioteca p rivada. Fue
que un pastor y su rebaño se d isuelven en la oscuridad se
un año después cuando pintó, bastante to rpemente, la tensa
d iría que la escena absorbe e l crepúsculo como el pan que
figu ra de El aventador en la penumbra de un granero, en e l
uno moja en e l tazón de café. O en aque lla ot ra pintura en la
que e l polvo que sale de la cesta, cual po lvo de latón, es un
que, a la luz de las estrellas, la tie rra y los a rbustos solo se
signo de la ene rgía con la que todo su cue rpo está o reando e l
d istinguen como montones informes.
grano. Y dos años después, El sembrador, co rriendo colina
Duerme e l un iverso abajo m ientras siembra a los cuatro vientos, una figura que
simboliza e l pan nuestro de cada día y cuya s ilueta e inexora-
colocando sobre su zarpa
la enorme oreja bilidad recue rdan la figu ra de la muerte. Lo que inspiró este
cambio, patente en la obra de Millet a partir de 1847, fue la
llena de garrapatas de estrellas.1
Revoluc ión de 1848.
Estas experienc ias nunca hab ían sido pintadas antes, n 1 si- Su visión de la histo ri a era demas iado pasiva y pes im ista
qu ie ra por Aert van der Neer, cuyas escenas noctu rnas esta- pa ra poder tener ninguna convicc ión política fuerte. Sin em-
ban todavía de lineadas como si fueran d iurnas. (E l gusto de bargo, los años comprendidos entre 1848 y 1851, las espe-
Mi ll et por la noche y las medias luces es a lgo que merece la ranzas que suscita ron y reprim ieron, arra igaron en é l, como
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en muchos otros, la reivind icación de la democ rac ia, no tan to so m bras tan sustancialmente oscuras co mo sustancialmente
en el sentido pa rl amenta ri o, como en e l de que los derechos lum inosas las luces, este paisaje es comparable a una prenda
humanos fue ran unive rsalmente respetados. El estilo art ístico de vestir que e l pintor hubiera llevado du ran te un pe ríodo de
que acom pañó a esta nueva re ivindicac ión fue e l real ismo. El su vida (El caserío Cousin). Y hay un d ibujo al pastel, en el que
rea lismo, porque revelaba unas cond iciones socia les ocultas; aparece un pozo de lante de una casa y una mujer dando de
e l rea lismo, porque todos podían reconoce r lo que reve laba co mer a los patos y las ocas, que me impres ionó en gran ma-
(o, al menos, eso se creía). ne ra cuando lo vi por primera vez. El d ibujo es rea lista, pero
Después de 1847, Millet co nsagró los ve intis iete años que yo lo vi como e l escenario de uno de aque llos cuentos de
aún ten ía po r delante a reve lar las condiciones de vida de l hadas que com ienzan en la granja de una anciana. Lo vi
campesinado francés. Dos terc ios de la población e ran co mo s i lo hubiera visto cientos de veces, aunque sabía que
campesinos. La Revoluc ión de 1789 los había li be rado de las no lo había visto antes; inexplicablemente, la "memori a" es-
servidumbres feuda les, pe ro hac ia mediados de l s iglo XIX se taba en e l propio dibujo. Poste riormente descubrí, en el catá-
habían convertido en las víctimas de l "libre cambio" de la logo rea lizado por Robert L. He rbert para la exposición de
capital. El interés anual que e l campesinado francés tenía que 1976, que esta escena era lo que se veía de lante de la casa
paga r en conce pto de préstamos e h ipotecas era igual al del donde nació Millet, y que, consciente o inconsc ientemente, el
préstamo nacional anua l del Reino Un ido, el país más ri co art ista hab ía aumentado en dos tercios las proporciones de l
del mundo. La mayo r parte del público que iba a contem plar pozo, a fin de que coincidie ran con su pe rcepción infanti l de
los cuadros expuestos en el Salón ignoraba la penu ri a que este.
existía en el campo, y uno de los objetivos conscientes de Mi- La nostalgia de M illet, sin embargo, no se limitaba a lo
llet era "perturba r su placer y su ocio''. personal. Impregnaba también su visión de la h isto ria. Se
Su elección del te ma ent rañaba también añoranza. En un mostraba escéptico en cuanto a ese progreso que no dejaban
doble sentido. Como tantos otros que lo abandonan, Mi llet de proclamar en torno suyo, viéndolo más bien como una
tenía nostalgia de l pueblo de su infancia. Pasó ve inte años de posible amenaza para la dign idad humana. No obstante, a
su vida trabajando en un lienzo que muestra la ca rretera que d iferencia de William Morri s y otros medieval istas románt i-
conduce a la aldea donde nac ió; no lo term ina ría hasta dos cos, no describió con sentimen tal ismo e l mundo ru ral. Casi
años antes de su muerte. Intensamente verde, com pacto, las lo ún ico que sabía sobre los campesinos era que estaban
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reduc idos a una existencia cruel, especialmente los hombres. e l que una clase se ve a sí misma por primera vez repre-
Y, por muy conservadora o negativa que pueda haber s ido su sentada de modo reconocible en un arte pe rmanente es un
perspectiva general, yo creo que Mi llet percibió a lgo que muy orgul lo completamente placentero, aun cuando el arte tenga
pocos supieron ver en aquel la época: que la pobreza de la fallos y la ve rdad sea dura. La representac ión da a sus vidas
ciudad y sus suburbios y e l mercado creado por la industria- una resonanc ia histórica. El orgullo, que hasta entonces
lización, a la que estaba s iendo sac rificado el campesinado, había consistido en una negac ión obstinada de su vergüenza,
un d ía pod rían supone r la pérd ida de todo sentido de la his- se convierte en una afi rmación.
toria. Por eso, para Millet, el campesino llegó a representa r al Mient ras tanto, los origina les de Millet eran comprados
hombre; po r eso, tamb ién, consideraba que sus cuad ros por los viejos m illona ri os estadounidenses que querían vol-
cumplían una func ión histórica. ver a creer que lo mejor de la vida e ran las cosas sencillas y li-
Las reacc iones ante su pintura fueron tan complejas bres.
como los propios sentimientos de Millet. Ensegu ida se le eti- ¿Cómo juzgar, pues, esta imp lantac ión de un tema nuevo
quetó de socia lista revo lucionario . Con entusiasmo por parte en un arte antiguo? Es necesa ri o recalcar hasta qué punto Mi-
de la izquierda, con horro r ind ignado por parte de l centro y la llet era consciente de la trad ición que había heredado. Traba-
derecha. Estos últimos pudieron deci r sobre los campesinos jaba lentamente a partir de dibujos, retornando a menudo al
pintados por Millet lo que temían, pero no se atrevían a dec ir, mismo motivo. Hab iendo escogido al campesino como tema
sobre los campesinos reales, aque llos que segu ían traba- central de su obra, trabajó toda su vida para hacerle justicia,
jando la tie rra o los cinco m illones de desarra igados que ha- confiriéndole d ign idad y permanencia. Y esto significaba
bían s ido empujados hacia las ciudades: parecen asesinos, son incorpora rlo a la trad ición de Gio rgone, Migue l Ánge l, los
cretinos, son animales, no son hombres, están degenerados. Y ho landeses de l siglo xv11, Nico las Poussin, Jean Simeón
tras deci r estas cosas, acusaron a Mi llet de haberse inventado Chardin.
aque llas figuras .
Si consideramos su arte desde un punto de vista crono-
Hacia el final de l siglo, cuando la estabilidad económ ica y
lógico, veremos cómo el campesino va surgiendo, casi literal-
social del capita lismo se hizo más fi rme, las pinturas de Mi-
mente, de entre las sombras. Las sombras constituyen el rin-
llet empezaron a ofrece r otros sign ificados. Reproducidas por
cón que la tradic ión reserva a la pintura de género: la escena
la Iglesia y el comercio, llegaron al med io rura l. El orgullo con
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de la vida hum ilde (la taberna, las viviendas de los criados) que las rodea. Por ejemplo, el grabado de Saliendo al trabajo,
entrevista al pasar, con indulgenc ia, casi con envidia, por el rea lizado d iez años después de la pintura, es una obra es-
viajero que camina por una carretera en donde hay espacio y pléndida, comparable con los mejores grabados de Rem-
luz. El aventador está todavía en el rincón de la pintura de gé- brandt.
nero, aunque es un rincón ampl iado. El sembrador es una fi- ¿Qué le impid ió a Mi llet lograr sus objetivos como pin-
gura il usoria, ext rañamente incomp leta como pintura, que se tor? Hay dos respuestas convencionales. Una es que todos
lanza a exigi r un lugar. Hasta 1856, más o menos, M illet pro- los bocetos del siglo x 1x eran mejores que las obras aca-
dujo otras pinturas de géne ro: pastoras a la sombra de los badas. Una dudosa generalizac ión desde e l punto de vista de
á rboles, una mujer haciendo mantequ illa, un tonelero en su la historia del arte. La otra, que Millet no era un pintor nato.
ta ller. Pero ya en 1853, en Saliendo al trabajo, la pareja, mode-
Yo creo que Millet no alcanzó los objetivos que se proponía
lada a la manera del Adan y Eva de Masaccio, que abandona
porque el lenguaje de la pintura trad icional al óleo no se
la casa para encam inarse a la labo r en la llanura, ha avanzado
adaptaba al tema que é l quería representar. Podríamos exp li-
a un primer plano, convirtiéndose as í en e l centro de l mundo
ca rl o ideológicamente. El interés de l campesino en la tierra,
adoptado po r la pintura. De aho ra en ade lante, esto se repe-
expresado mediante su actividad, es desp roporcionado en
t irá en todas las grandes obras de Millet que contengan figu-
relación con e l paisaje escénico. Si no toda, a l menos la
ras humanas. Lejos de presentarlas como algo ma rgina l,
mayoría de la pintura paisajística europea estaba dirigida al
visto al pasar, hace todo lo posible por darles un carácter
vis itante que venía de la ciudad, el que más tarde sería lla-
central y monumenta l. Y, en mayor o menor grado, todas
esas obras son un fracaso . mado turista; el paisaje es su vis ión, el esplendo r de l mismo,
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No se puede decir que la obra de un artista determinado sea
reducible a la verdad independiente. Al igual que su vida, o la
tuya o la mía, su obra constituye una verdad, su propia ver-
dad válida o inútil. Las explicaciones, los análisis, las inter-
pretaciones no son sino encuadres o lentes que ayudan al
espectador a enfocar su atención más nítidamente sobre la
obra. La única justificación de la crítica es que permite ver
con mayor claridad.
Hace unos arios escribí que había dos pun tos en la ob ra
de Courbet que nunca habían sido abordados y requ erían una
explicación. En primer lugar, la verdadera natura leza de la
Gustave Courbet, Autorretrato en Sainte Pélagie, 1872-1873- materialidad, la densidad y el peso de sus imágenes. En se-
gundo lugar, las razones profundas por las que dicha obra
Un principio paralelo se puede aplicar al dibujo de Cour- atentó de tal modo contra el mundo del arte burgués. Este se-
bet y a su percepción de la estructura. Siempre se establece la gundo punto ha sido desde entonces brillantemente tratado
forma básica en primer lugar, todas las modulaciones y aflo- no por un estudioso francés, como cabría haber esperado,
ramientos de la textura son considerados variaciones orgá- sino por un británico y una estadounidense: Timothy J. Clark
nicas, de la misma manera que las excentricidades del carác- en sus dos libros, Imagen del pueblo: Gustave Courbet y la
ter son vistas por los amigos, a diferencia de los Revolución de 1848 y The Absolute Bourgeois, y Linda Noch lin
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en el suyo, El Realismo.1 La primera cuestión, sin embargo, profundos, cuevas y pliegues geo lógicos. En e l estrato hori-
sigue sin ser abordada. La teoría y el programa de l real ismo zontal de caliza suele haber depósitos de ma rga, lo que per-
de Courbet han sido socia l e históricamente explicados, pero mite que crezcan árboles y hierba encima de las rocas. Se
nunca se ha hablado de su manera de pone rl os en práctica puede ver este t ipo de formac ión, un paisaje muy verde d ivi-
con los ojos y las manos. ¿Cuál es el sign ificado de esa ma- d ido cerca de l cielo por una línea horizontal de roca gris, en
nera ún ica que t iene Courbet de representar las apariencias? muchos de los cuadros de Courbet, como en Entierro en Or-
Cuando decía que e l arte es " la expresión más completa de la nans. Sin embargo, en mi opinión, la influencia de este pai-
existencia de una cosa", ¿qué entendía por expresión? sa¡e y su geo logía en la obra de Courbet es a lgo más que
La región en la que un pintor pasó su infancia suele tener escén ica.
un papel importante en la formación de su visión . El Támesis En primer lugar, intentemos visua lizar cómo aparecen las
desarro lló la de J. M. W. Turner. Los acant ilados de la región cosas en este t ipo de paisaje, a fin de descubrir los háb itos
de Le Havre fueron formativos en el caso de Claude Monet. perceptuales a que puede dar luga r. Debido a sus pliegues
Courbet creció en el val le del Loue, en la vertiente oeste de la geo lógicos, este paisaje es alto: el cielo está muy a lejado. El
cordillera del Ju ra, lugar que pintaría y al que volvería a me- color predominante es e l verde, y contra este destacan princi-
nudo a lo largo de su vida. El tomar en consideración el palmente las rocas. El telón de fondo de lo que aparece en el
carácter de l paisaje de los alrededores de Ornans, pueblo va lle es oscuro, como si algo de la oscuridad de las cuevas y
natal del pintor, es, creo yo, una buena manera de constru ir aguas subterráneas se hubiera fi ltrado en lo que es vis ible.
un encuadre desde el que enfocar su obra. Desde esta oscuridad, todo lo que rec ibe luz {un lateral
Esa es una región excepcionalmente lluviosa: aproxima- de una roca, e l agua que fluye, la rama de un árbol) emerge
damente se recogen 125 mm anuales, m ientras que la med ia con una claridad vívida, gratu ita, pero solo parcial {ya que
en las llanuras francesas varía entre 80 en e l oeste y 40 mm mucho permanece en la somb ra). Es un lugar en donde lo
en e l centro . La mayor parte de esta lluvia se fi ltra a través de vis ible es discontinuo. O, para dec irlo de otro modo, en
la roca cal iza de l suelo y forma canales subterráneos. El Loue, donde lo vis ible no siempre se puede dar por supuesto y se
en su nacimiento, mana de entre las rocas con la fuerza de un ha de captar cuando rea lmen te hace su aparición. No solo la
río ya sustancialmente caudaloso. Es una región típ icamente abundante caza, s ino también la apariencia del luga r, creada
kárstica, caracterizada po r afloram ientos de caliza, val les por sus espesos bosques, sus empinadas lade ras, sus
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cascadas y su tortuoso río, fomentan el que uno llegue a en la Hilandera dormida). La lacada viveza de los objetos
desarro llar ojos de cazador. ilum inados en sus cuadros recuerda con frecuenc ia al brillo
Courbet trasp lantó muchas de estas características a su de los guijarros y los peces vistos a través de l agua. Hay pai-
arte, incluso cuando los temas tratados ya no t ienen nada que sajes enteros de Courbet que podrían ser paisajes reflejados
ver con su tierra nata l. Un g ran número de sus cuadros de sobre un lago, como si sus colores bri llaran en la superficie
exteriores apenas t ienen cielo, o carecen de é l por completo desafiando toda perspectiva atmosférica (por ejemplo, Las
(Los picapedreros, Proudhon y su familia, Señoritas a la orilla del rocas en Mouthier).
Sena, La hamaca, la mayoría de los cuadros de bañistas) . La Courbet solía pintar sobre un fondo oscuro ut ilizando
luz es la luz latera l de los bosques, no muy diferente de esa unos colores más oscuros todavía. La profund idad de sus
luz subacuática cuya perspectiva resulta engañosa. Lo que cuad ros se debe s iemp re a la oscu ri dad, aun cuando al lá arri-
desconc ierta en el inmenso cuadro Estudio es que la luz del ba, muy lejos, haya un cie lo intensamente azu l; en esto, los
bosque pintado en el li enzo montado en el caballete es la luz cuad ros de Courbet tienen algo de pozos. Cuando las formas
que baña la atestada habitación paris ina. Una excepción a la eme rgen de la oscuridad a la luz, Courbet las define apl icán-
regla es una pintura t itu lada Buenos días, señor Courbet, en que do les un color más lum inoso, por lo genera l con una espá-
aparecen representados é l m ismo y su patrón con el cielo al tu la. Dejando a un lado po r el momento la cuestión de su téc-
fondo. No obstante, se trataba de un cuadro conscien- nica como pintor, este movim iento de la espátula reproducía,
temente s ituado en la lejana ll anura de Montpel ier. como no pod ía hacerlo ninguna otra cosa, la acc ión de un
Yo di ría que e l agua es un motivo que se da, bajo una u haz de luz pasando sobre la quebrada superficie de las hojas,
otra forma, aproximadamente en un terc io de los cuadros de de la h ierba, un haz de luz que confiere vida y convicción,
Cou rbet, y con mucha frecuencia en primer plano. (La casa pero que no s iempre revela la estructura.
rura l burguesa en la que nació e l pintor se asoma sobre un
Co rrespondencias de esta suerte sugieren una re lación ínt ima
río. El discurrir de l agua deb ió de ser una de las primeras
entre la práctica de Courbet como pintor y el paisaje en
vis iones y son idos que experimentó el pintor.) En los cuadros
donde creció. Pero en s í m ismas no responden a la cuestión
en los que no aparece el agua, las figuras rep resentadas en
de cuál es e l significado que e l pintor daba a las apariencias.
primer plano suelen recordar las corri entes y remo linos del
Hemos de seguir interrogando al pa1sa¡e. Este está
agua que fluye (por ejemplo, en e l Retrato de dama con loro y
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configurado básicamente por las rocas, las cuales le dan una Cou rbet era capaz de pinta r convincentemente un objeto, por
ident idad, perm iten fija rlo . Son los aflo ramientos de la roca ejemplo una lejana pila de leña, sin saber de qué se trataba.
los que crean la presencia del paisaje . Uno pod ría hablar de Esto es a lgo bastante inusua l entre los pintores y, a m i modo
"caras de roca". Las rocas constituyen e l carácter, e l espíritu de ver, muy s ign ificativo.
de la reg ión . Pierre-Joseph Proudhon, que procedía de la En el Autorretrato con perro, una obra romántica temprana,
m isma zona, escribía: "Yo soy pura roca ca li za de l Jura". Cou rbet se pintó a s í mismo, rodeado por la oscuridad de su
Cou rbet, siempre jactanc ioso, decía refiriéndose a sus cua- capa y su sombrero, ante una gran roca. Y en este cuad ro su
dros: "Incluso consigo que las piedras piensen". cara y su mano están pintadas exactamente en el m ismo es-
Siempre hay una pared rocosa. (Pensemos en uno de los píritu que la piedra que aparece en segundo plano. Eran fenó-
paisajes expuestos en el Museo del Louvre, el que lleva por tí- menos visuales comparables, que poseían la misma rea lidad
tu lo La carretera de las diez.) Esta pared dom ina y ex ige ser visua l. Si la visibilidad es anárqu ica, no ex iste una jerarqu ía
vista, y, sin embargo, su apariencia, tanto en la forma como de las apariencias. Cou rbet lo pintó todo, la nieve, la carne, el
en el color, cambia conforme a la luz y las condiciones climá- cabel lo, las pie les, las rocas, la corteza de los árbo les, como
t icas. Ofrece s in cesa r a la visibilidad diferentes facetas de s í los habría pintado si hubieran s ido pa redes rocosas. Nada de
m isma. Comparada a un árbol, a un an ima l o a una persona, lo que pintó tiene interioridad - sorprendentemente, ni s i-
su apa ri encia apenas es normat iva. Una roca puede parecer qu ie ra su copia de un autorretrato de Rembrandt- , pero
casi cualqu ie r cosa. Es innegablemente ella m isma, pero su todo está inte rpretado con asombro: asombro porque ver,
sustancia no propone una forma particular. Ex iste categóri- que es a lgo que carece de reglas, consiste en sorprenderse
camente, pero su apariencia es arb itraria (todo lo que se lo continuamente.
permiten las amp lias limitaciones geológicas). Po r esta vez, Puede parecer que estoy t ratando a Cou rbet como s i fuera
es solo como es. Su aparienc ia es, de hecho, el lím ite de su "atemporal", tan ahistórico como las montañas del Jura que
significado. tanto le influyeron. No es esa m i intención. El paisaje de l Ju ra
El crecer rodeado de tales rocas significa crecer en una re- influyó en su obra de la forma en la que lo hizo dada la situa-
gión en donde lo vis ible es a l m ismo tiempo anárqu ico e irre- ción histórica en la que estaba trabajando como pintor y dado
duct iblemente rea l. Existe el hecho visual, pero e l orden vi- su temperamento concreto. Ni s iqu iera en los térm inos del
sual está reducido al mín imo. Según su am igo Francis Wey, t iempo jurásico "producirá" e l Jura más de un Courbet. La
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"interpretación geográfica" no hace sino dar una base y una cuyas obras estaba plenamente fam iliarizado. Como profe-
sustancia material, visua l, a la histórica y social. s ional fue un trad icionalista. Sin embargo, adqu irió la técn ica
Es difíci l resumir en unas cuantas frases el sutil estudio s in adoptar los va lo res trad icionales a los que esta servía. Se
de Timothy J. Clark sobre Courbet.6 Este estudio nos permite podría decir que su profesionalidad era robada.
ver el período político en toda su complej idad . Pone además Por ejemplo : la práctica de l desnudo estaba estre-
en su lugar todas las leyendas que rodeaban al pintor: la le- chamente asociada a los va lores del tacto, el lujo y la riqueza.
yenda de l bufón rural dotado para la pintura, la del revo lu- El desnudo era un ornamento erótico. Cou rbet robó la prác-
cionario pelig roso, la de l provocador grosero, borracho y t ica del desnudo y la utilizó para describir la desnudez "vul-
pendenciero. (Probablemente, el retrato de Courbet más rea l gar" de una campesina que ha amontonado sus ropas a la
y comprensivo es el que nos brinda jules Va lles en un texto orilla de l río. (Posteriormente, cuando empeza ra a des ilu-
pub li cado en su periódico Cri du Peup/e.) s ionarse, también él produciría ornamentos eróticos, como el
Luego Clark nos muestra cómo, de hecho, en sus grandes Retrato de dama con loro.)
obras de los primeros años de la década de 1850, con su ex- Por ejemplo: la práctica del real ismo español del s iglo
traord inaria ambición, su genu ino odio a la burguesía, su XVI I estaba estrechamente relac ionada con el principio re li-
expe ri encia rural, su amor por lo teatral y su maravillosa intu i- gioso del va lor mora l de la sencillez y la austeridad, y la no-
ción, Courbet se propon ía nada menos que una doble trans- bleza de la caridad. Courbet robó esta práctica y la utilizó en
formac ión del arte de la pintura: la transformación de la temá- los Picapedreros para presentar la irredenta y desesperada po-
t ica, por un lado, y la del público, por el otro. Durante a lgu- breza rural. Por ejemplo: la práctica del retrato de grupo, ca-
nos años trabajó inspirado por el idea l de que ambos, temá- racterística de la pintura holandesa del s iglo xv11, e ra una ma-
t ica y público, iban a ser por pri mera vez verdaderamente ne ra de celebrar cierto esprit de corps. Cou rbet robó esta prác-
popu lares. t ica para el Entierro en Ornans a fin de poner de man ifiesto la
La t ransformac ión impl icaba "capturar" la pintura ta l soledad genera l ante la muerte.
como era y mod ificar su dirección. Creo que se podría decir El cazador de l Jura, e l demócrata rura l y el pintor band ido
que Courbet es el últ imo maest ro. Aprend ió su prodigiosa se un ieron en e l m ismo art ista durante unos cuantos años,
técn ica de los venecianos, de Rem brandt, de Diego Ve lá- entre 1848 y 1856, para producir unas imágenes ún icas y sor-
zquez, de Francisco de Zurbarán y de otros pintores con prendentes. Para estas tres personalidades, las apariencias
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eran una experiencia directa, relativamente independ iente de largo de sus casi seis metros y med io) hay una zona de oscu-
la convención y, por esa m isma razón, asombrosa e impre- ridad, una zona neg ra. Esta oscuridad se podría explicar
dec ible. La vis ión de las tres era al mismo tiempo rea lista nom ina lmente por las ropas de luto de l grupo de figuras .
(vulgar para sus oponentes) e inocente (estúpida para sus Pero es algo demasiado intenso y profundo, aun ten iendo en
oponentes). Después de 1856, durante la disolución de l Se- consideración e l hecho de que el cuadro se haya oscurecido
gundo Imperio, e ra ya solo el cazador el que producía, a con el paso de los años, para que esa sea toda su s ign ifi -
veces, unos paisajes que seguían s iendo dife rentes de los de cación. Es la oscuridad del paisaje, de la noche que se acerca
cualqu ier otro pintor, unos paisajes en los que podría cuajar y de la tierra en la que va a ser sepu ltado el ataúd. Pero, a m i
la nieve. modo de ve r, esta oscuridad tiene también una s ign ificac ión
social y personal.
Com o carte ro rural, al igual que mis 2.7.0 00 com pañe ros, kilóm etros que hacía todo s los días de carte ro, cubr ía
doce nas con la cesta a la espa lda, llena de pied ras. Cada
cami naba todo s los d ías desd e Hauterives a Ters anne
-en una región dond e qued an toda vía vestigios de la com una tiene su prop io tipo de pied ras dura s. En mis
époc a en la que estuv o cubie rta por el mar -, a veces por reco rrido s cam po a través, solía amo nton arlas , y al caer
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la tarde volvía con la carretil la a recogerlas. Las más cer- yo trabajaba en m i palacio.
canas estaban a cuatro o cinco kilómetros, a veces a Nad ie sabrá nunca las penas que he pasado.
diez. A veces emprendía el camino a las dos o las tres de En los minutos de esparcimiento
la madrugada. que me permitía e l servicio
construí este palacio de las m il y una noches
El escritor es Ferdinand Cheval, que nació en 1836 y murió en
en el que he dejado esculpido m i recuerdo.
1924, y que pasó treinta y tres años construyendo ese palacio
suyo "que supera a toda imaginac ión". Todavía se puede visi- Hoy e l palac io se está derrumbando, las esculturas se desin-
tar en Hauterives, su pueblo nata l, en el Departamento de tegran y los textos grabados o tal lados en los muros se van
Drome, en el sureste de Francia. borrando lentamente. No t iene más de ochenta años. La
mayoría de los edific ios y de las escu lturas aguantan más,
porque pertenecen a una trad ición establecida que d icta los
principios de para qu ién se deben construir y, más tarde, para
qu ién se deben preservar. Esta obra está desnuda y carece de
trad ición porque es la obra de un ún ico campesino "loco".
Hab ría que multiplicar esta lista varios m iles de veces a fin de
Pese a su nombre, su mode lo no es un palacio, sino un bos-
llegar a aproximarnos a un primer censo. Y en cuanto uno se
que. Dentro están conten idos muchos palacios más
da cuenta de esto, percibe al instante cuán ajeno al espíritu
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de la ob ra sería semejante e¡erc1c10. Su func ión no es pre- le rodea a uno, como un úte ro.
sentar, sino rodear.
Decía que la un idad básica de este tej ido sugería un t ipo de
Ya se suba a sus torres, se atraviese las criptas o se alce la
hoja o de pliegue. Tal vez lo más cerca que puedo llegar a la
vista por una de las fachadas, uno es consciente de haber en-
hora de defin irla, o de imagina rl a plenamente -dentro del
trado en algo; se encuentra en un sistema que incluye el espa-
palacio o lejos de l mismo- es pensa r en la hoja idea l de la
cio que é l m ismo ocupa. El s istema puede cambiar su propia
imagen, sugiriendo diferentes metáforas en cada momento. que escribe Johan Wolfgang von Goethe en su ensayo La
Ya lo he comparado con un bosque. En algunas partes se pa- metamorfosis de las plantas. Todas las formas de la plantas se
derivan de esta hoja arquetíp ica.
rece a un estómago. En ot ras, se parece a un cerebro, el
En el palacio, la un idad básica entraña un proceso de
órgano fís ico que hab ita en el interior de l cráneo, no la mente
rep roducción; no se trata de la reproducción de las aparien-
abstracta.
cias, sino de una reproducción de s í m ismo mientras crece.
Lo que le rodea a uno tiene una real idad física. Está cons- Cheval salió de su región nata l, el Drome, una sola vez en
tru ido de pied ra arenisca, de toba, de cal, de arena, de con- su vida: de joven, para ir a trabajar durante unos meses en
chas, de fós iles. Al m ismo t iempo, todo este material d iverso Arge lia. Todo su conocim iento de l mundo lo obtuvo a través
se un ifica y se hace miste ri osamente figurativo. No estoy ha- de las nuevas revistas enciclopédicas que salieron al mercado
blando ahora de su poblac ión de imágenes. Hablo de l mate- durante el segundo cuarto del siglo XIX y no tardaron en ha-
ria l m ine ra l como un se r completo dispuesto de ta l forma ce rse muy populares. Este conocimiento le facu ltó para aspi-
que representa un sistema orgánico vivo. rar a una "visión de mundo", d iferente de una visión local o
Una especie de tejido lo conecta todo. Uno puede ima- pa rcial. {Hoy, los med ios de comun icación t ienen, en d is-
gina r que consta de hojas, de pliegues, de fol ículos o de célu- t intas partes del mundo, un efecto político comparable. Los
las. Toda la energía imparab le de Cheval, toda su fe, se ap licó campesinos term inarán visua lizándose desde una perspec-
en la creación de este tej ido. Es en él donde uno s iente el t iva globa l.)
ritmo real de sus movim ientos cuando moldeaba el cemento
Sin una aspi rac ión global, Cheval nunca habría pod ido man-
o colocaba las piedras. Ver crecer este tejido bajo sus manos
tener la confianza necesaria para t rabaja r en soledad durante
le confirmaba en lo que estaba hac iendo. Es este tej ido lo que
treinta y t res años. En la Edad Med ia, la Iglesia había ofrecido
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una vis ión un iversa l, pero sus artesanos trabajaban en su noc ión de visceral. Se hace, sin embargo, necesaria una adver-
mayoría dentro de las restricciones de una iconografía pres- tencia. Pensar que las act itudes de los campesinos son más
crita, en la que la vis ión del campesino tenía un lugar, pero va lientes, al tiempo que más des inhibidas o descaradas, que
no era susceptible de desarrollo . Cheval surgió, en soli tario, y las urbanas supone no entender nada y recurri r a un igno-
enfrentó e l mundo moderno a una visión campesina intacta, rante cliché.
la suya. Y construyó su palac io confo rme a esa visión. La puerta de un establo. Colgado de un clavo, un cabrito
Fue un acontecimiento incre íblemente improbab le, un que está siendo desollado y vaciado de sus vísceras por un
acontecim iento que dependía de infin idad de contingencias. abue lo que hace uso de la punta de su navaja del icadamente,
Temperamentales. Geográficas. Sociales. Del hecho, por como si fuera una aguja. A su lado, una abue la sostiene las
ejemplo, de que fuera cartero y, por tanto, tuviera un pequeño tripas en sus brazos, a fin de fac ilita rl e al marido la tarea de
salario. De haber s ido un campesino que trabajara su t ierra, separar el estómago s in perforarlo. A unos metros, sentado
nunca podría habe rl e dedicado al palacio las 9J.OOO horas en e l suelo y ajeno por unos instantes a lo que hacen sus
que inv irtió en su construcción . Sin embargo, nunca dejó de abue los, el nieto de cuatro años juega con un gato y se frota
pertenecer, orgán ica y conscientemente, a la clase en la que la nariz contra la del anima l. Para los campesinos, lo visceral
nac ió. "H ijo de campesinos, como campesino quiero vivir y es una categoría cotid iana, conocida, desde una edad muy
morir a fin de demostrar que en mi clase hay hombres con temprana.
energía y talento". Por e l contrario, el desconoc im iento estimula el horror ur-
El carácter del palac io está determinado por dos cuali- bano a lo visceral, un horro r re lacionado, a su vez, con las
dades esencia les: su materialidad física (no contiene ningún actitudes urbanas con respecto a la muerte y el nacim iento.
atractivo sentimenta l, abstracto, y todas las declaraciones de Ambos momentos se han transfo rmado en momentos secre-
Cheval ponen de relieve el enorme esfuerzo fís ico que su- tos, remotos. En los dos es imposible negar la primacía de
puso su const rucción) y su interioridad (e l énfasis tota l en lo unos procesos internos, invis ibles.
que está dentro y en el hecho de estar dentro). Esta combi- La superficie urbana idea l es brillante (por ejemplo, los
nac ión no existe en la experiencia urbana moderna, pe ro es cromados), una superficie que refleja lo que t iene delante y
profundamente típica de la experi encia campesina. pa rece negar que haya nada visible detrás. Su antítes is es el
Tal vez podemos uti lizar aqu í a modo de ejemplo la costado de un cuerpo que asciende y desciende al ritmo de la
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resp irac ión . La experiencia urbana se concen t ra en confund ir equiva lente es la t radición oral que pasa de generación en
lo que está fue ra con lo que es la cosa, mid iéndo la, probán- generación; no obstante, la ve rdadera d ife rencia entre ellos es
do la, procesándo la. Cuando se ha de explica r lo que está den - esta: el ordenador proporciona, con gran celeridad, la res-
t ro (no hab lo aho ra desde el punto de vista de la bio logía puesta exacta a una cuestión compleja; la t radición oral pro-
mo lecular, sino en relac ión con la vida cot id iana}, se exp li ca porciona una respuesta amb igua - a veces, incl uso en fo rma
como un mecan ismo, pero las med idas de l mecan ismo utili- de acertijo- a una cuestión práctica común. La verdad como
zado siem pre pertenecen a l exterior. Una reproducc ión visual certeza. La verdad como incert idumbre.
constante celeb ra el exte ri or, lo de fuera, que se justifica por Se suele pensa r que los campesinos son conservado res,
e l empirismo. t radicionalistas, cuando se los s itúa en e l tiem po histórico,
Lo em pírico es ingenuo para el cam pesino. El campesino pero en el t iempo cíclico están mucho más acostumb rados a
opera con lo que nunca se puede predecir de l todo, con lo vivir con los cambios.
eme rgen te. Lo vis ible suele ser para él un s igno del estado de La cercanía a lo imp redecible, lo invis ible, lo incontrolab le
lo inv isible. Toca las su perficies para crea rse una mejor ima- y lo cícl ico predispone a la mente a hacer una inte rpretación
gen menta l de lo que se encuentra detrás. Sobre todo, es religiosa del mundo. El campesino no cree que el progreso
consciente de seguir y mod ifica r unos procesos que están esté derri bando las fronteras de lo desconocido po rque no
fuera de su alcance, o del de cualqu iera, iniciar o detener: acepta el d iagrama estratégico que encierra esa afi rmación.
s iempre es consciente de esta r él m ismo en un proceso. En su experiencia, lo desconocido es constante y central: e l
En una fáb ri ca, los art ículos que salen de la cadena de conocim iento lo rodea, pero nunca lo e limina rá. No es posi-
prod ucción son idén ticos. Pe ro no hay dos prados igua les, ni ble generalizar sobre el papel de la re ligión entre los cam pe-
dos ovejas, ni dos árboles. (Las catástrofes de la revoluc ión s inos, pe ro se puede dec ir que articula otra experiencia pro-
verde, cuando la producción agrícola la plan ifican desde arri- funda: su experiencia de prod ucción med iante el trabajo .
ba unos expertos de la ciudad, son por lo gene ral el resultado
He mencionado que unas cuantas superficies de l palacio no
de ignora r unas condiciones locales específicas o de desafia r
hacen referencia a l interior pa ra most ra r su rea lidad . Entre
las leyes de la heterogene idad natural.) El o rdenador se ha
estas se incl uyen las supe rficies de algunos de los edific ios
convertido en el almacén, en la " memoria" de la información
que Cheval reproduce, como la Casa Blanca, de Wash ington,
urbana moderna: en las cu lturas campesinas, e l almacén
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o la Maison Carrée de Argel. Las otras son las superficies de
los rostros humanos. Todos ellos son enigmáticos. Los ros-
tros humanos ocultan sus secretos, y es posible, como no lo
es en ningún otro elemento del palacio, que sus secretos
sean antinaturales. Las ha esculpido con respeto y susp1-
cac1a.
El propio Cheval dijo que su palacio era un templo a la
naturaleza. Pero no a la naturaleza de los viajeros, de los
paisajistas, ni siquiera a la de jean-jacques Rousseau, sino un
templo a la naturaleza soi'lada por un genio que expresa la vi-
sión de una clase de supervivientes endurecidos y astutos.
En el centro del palacio hay una cripta, rodeada de ani-
males esculpidos: solo para con sus animales mostró Cheval
su capacidad para la ternura. Entre los anima les hay conchas,
piedras con ojos escondidos en ellas, y, uniéndolo todo, el
tej ido de la primera hoja. En el techo de esta cripta, en fo rma
de círcu lo, Cheval escribió esto: "Es aquí donde quería do r-
mir''.
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Paul Ciza nne diferencia de que este negro es much o más tangible. Es
1839-1906 como el negro de una caja que contiene todo lo que existe en
el mund o material.
Todo europ eo que haya vivido en el siglo xx y se haya apasi o-
Si avan zamo s unos diez años en su carre ra artística,
nado con Ja pintu ra hab rá te nido que acept ar el miste rio, el
vemo s que Céza nne empi eza a sacar colores de la caja negra;
logro, el fraca so o el triunfo de la obra de Paul Céza nne.
no se trata de color es prima rios, sino color es comp lejos ,
Mu rió seis años despu és de come nzad o el s iglo, a los ses-
colo res susta ncial es, y busca un lugar para ellos en aquello a
enta y siete. Fue un profeta, aunq ue, co mo much os otros pro-
lo que mira con la mayo r atenc ión: un tejad o o una manz ana
fetas, no fuera esto lo que se propo nía. para un rojo, un cuerp o para un color piel, una zona en parti-
Se exhiben aho ra en el Musée du Luxembourg, en París,
cular entre las nube s de un cielo para un azul. Saca estos
seten ta y cinco mara villos os cuad ros perte necie ntes a todos
color es como si fueran una tela, salvo que, en lugar de estar
los perío dos de su carrera. Esto nos ofrec e la oport unida d de
hecho s de hi lo o de algod ón, están hecho s de las marc as que
mi rarl o de nuev o, de conte m plar toda su originalidad. Des-
un pincel o una espát ula dejan en el óleo.
pués de toda una vida de senti r a mi lado su comp añía, la
Y luego , duran te los últim os veint e años de su vida, Cé-
expos ición supu so para mí una revelació n. Me olvid é del
za nne empi eza a ap lica r esos his opos o escobillas carga dos
impre sioni smo, del cubis mo, de la histo ria del arte del siglo
con color al lienzo, pe ro no los aplica dond e se corres-
xx, de Ja mode rnida d, de la posm odern idad, y vi solo su his-
ponderían con el color local de un objet o, sino don de indi-
toria de amor, su re lación amor osa con lo visi ble. Y lo vi
quen un cami no a travé s del espacio que pued an segui r nues-
como un diagr ama, uno de esos diagr amas que apare cen en
tros ojos, un cami no que se aleja o se acerca. Y deja cada vez
los follet os de instruccion es de los electr odom éstico s o de
más trozo s de lienzo en blanco, sin tocar. Estos trozo s no
las herra mien tas. son mudo s, sin emba rgo: repre senta n el vacío, el huec o
Empe cemo s con los fondo s negro s de much as de sus
abierto por el que emerge lo material.
obras tem prana s, pinta das a los veint itanto s años. Es un
Las últim as, pro fética s, obras de Céza nne tratan de la
negro como no hay otro en la histo ria de la pintu ra. Su ma-
creac ión, la creac ión del mund o o, si se quiere, del universo.
nera de domi nar el cuad ro es en cierto mod o seme jante a la
Estoy tenta do de deno m inar "agujero negro " a esa caja negra
oscur idad que encon tram os en el Remb randt ta rd ío, con la
que veo como su punto de partida, pero no pasar ía de ser un
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truco verbal y, por lo tanto, demas iado fácil. Mientras que lo probablemente- está echado en la h ie rba, a orillas de un río,
que hizo Cézanne fue obstinado, pe rsistente, d ifíci l. en algún lugar cerca de Pa rís, y e l aire a su a lrededor le aca-
Du rante su viaje como pintor, creo que su estado menta l ric ia de una forma vis ible, de la m isma manera que el sol y e l
cambió escatológicamente, se hizo más apocalípt ico. El en ig- viento de un día con una climatología concreta acaricia su
ma de lo material, lo co rpó reo, le obsesionó desde el prin- montaña Sainte-V ictoire. Cézanne estaba descubriendo una
cipio . ¿Por qué tienen las cosas consistencia, solidez? ¿Por complementariedad ent re el equilibrio de un cuerpo y la ine-
qué todo, incluidos los seres humanos, está hecho de mate- vitab ilidad de un paisaje. Las oquedades de a lgunas rocas del
ria? En sus obras muy tempranas, tend ió a reducir lo material bosque de Fontainebleau tienen la intim idad de unas axi las
a lo co rpó reo: el cuerpo humano en el que estamos conde- humanas. Sus últ imas bañ istas forman cadenas sim ilares a
nados a vivir. Y era ext remadamente consciente de lo que una cordi llera. La cantera des ierta de Bibémus parece un re-
significaba ser carne: nuestros deseos, nuestros anhelos cie- trato.
gos y nuestra capacidad para la vio lencia g ratuita. De ah í la ¿Cuál es e l secreto que hay detrás de todo esto? La con-
e lección de temas tales como e l ases inato y la tentación. Tal vicción de Cézanne de que lo que percibimos como vis ible
vez era mejo r mantener cerrada la caja negra. no es algo dado, s ino una inte rpretación, algo construido,
Poco a poco, sin embargo, Cézanne empezó a amp lia r la ensamblado por la natura leza y po r nosotros mismos. "El
noc ión o la sensación de corporeidad, a fin de que incl uyera pa isaje se piensa en m í, y yo soy su conciencia", decía. Y tam-
cosas que normalmente no se considera que tengan cuerpo. bién : "El color es el lugar en el que se reúnen nuestro cerebro
Esto se hace sobre todo evidente en sus natu ra lezas muertas. y e l un iverso".
Sus manzanas tienen la autonom ía de los cuerpos. Todas y De este modo abría su caja negra.
cada una son dueñas de sí mismas; las ha ten ido todas en su
mano y las ha reconocido como ún icas. Sus cuencos de
po rcelana vac íos espe ran a ser llenados. Su vacío es expec-
tante. Su jarra de leche es incontestable.
En la tercera y última fase de su vida profesional, con-
forme a m i d iagrama imaginario, Cézanne llevó todavía más
lejos la noción de corporeidad. Un ado lescente - su hijo,
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Willem Dros t Publicado bajo el títu lo "Turner and the Barbe r's Shop "
[1972], en About Looking, op. cit. (versi ón caste llana : "Turn er y
Extracto de Bento's Sketchbook, op. cit. (vers ión caste llana : El
la ba rbe ría", en Mirar, op. cit.).
cuaderno de Bento, op. cit.) .
Gustave Courbet
Publicado bajo el títu lo "The Politics of Cou rbet" [1953], en
Permanent Red, op. cit.; y "Courbet and the Ju ra" [1978], en
About Looking, op. cit. (vers ión castell ana: "Courb ert y el
Jura", en Mirar, op. cit.) .
Edgard Degas
Publicado bajo e l t ítu lo "On a Degas Bronze of a Dancer"
[1969], en Permanent Red, op. cit. (vers ión castellana: "Sobre
la bailarina de bronce de Degas", en El sentido de la vista, op.
cit.); bajo el títu lo "Degas", Die Weltwoche, Z úrich, 18 de a bril
1997; y en The Shape of a Pocket, op. cit. (vers ión castellana:
"Degas", en El tamaño de una bolsa, op. cit.); y como "The