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Nº3: La democracia mas alla del mito liberal

Un movimiento contra el olvido.


Aportes para pensar el proceso
de desmanicomialización en el
Uruguay de 1985 en adelante
July 4, 2016
|
Cecilia Baroni*

Imagen: "Extracción de la piedra de la locura", Jan Havicksz Steen, 1663.

En este 2016 se cumplen 30 años del primer movimiento social que impulsó, por
primera vez en el Uruguay, un Plan Nacional de Salud Mental (PNSM). Fruto del
momento y del clima político que se estaba viviendo ante la apertura democrática. Pero
también de la indignación y sensibilización de familiares, profesionales, trabajadores y
autoridades ante la situación de encierro y abandono de las personas que, por
encontrarse en el entrecruce de la locura y la pobreza, tenían como destino el Hospital
Vilardebó, el Hospital Musto o las Colonias psiquiátricas (Ginés, 2005).

El PNSM se diseñó con la participación de diversos actores y organizaciones, quienes,


tomando los desarrollos a nivel internacional, propusieron impulsar una concepción de
salud mental basada en lo comunitario. Con estrategias de intervención que priorizaran
el nivel de atención primaria en salud, desarrollando la promoción de salud y la
prevención de afecciones y padecimientos, para pensar, de este modo, en términos de
salud y ya no solamente de enfermedad.

Sin embargo, en 30 años de democracia, se ha avanzado en materia de prevención y


estrategias de promoción con base en lo comunitario para determinadas poblaciones,
pero aún sigue sin poder tener solución uno de los problemas más graves que seguimos
enfrentando hoy: la existencia de colonias y hospitales monovalentes (asilos y
manicomios), donde el encierro y aislamiento de personas en situación de pobreza
extrema nos sigue recordando vestigios de un modelo que es rechazado y combatido en
muchos lugares del mundo, incluso desde la Organización Mundial de la Salud (OMS)
que se ha propuesto, para el 2020, el cierre los manicomios a nivel mundial.

El proceso uruguayo

“Al sur del sur hay un sitio que está olvidado” J. Drexler

En Notas para una genealogía del manicomio en Uruguay Cano (2011) propone pensar
en “al menos dos períodos históricos claramente distinguibles en cuanto al tratamiento
que la sociedad uruguaya ha dado a su locura y a sus locos durante el siglo XX”. A un
primer período lo denominó “de encierro del loco” el cual iría desde 1879 a 1959 y
“estaría caracterizado por la construcción de lugares alejados y con capacidad para
albergar a una cantidad grande de gente al mismo tiempo así como el desarrollo de la
laborterapia”. Un segundo período nombrado como “de abandono del loco”, que “se
inicia a partir de la crisis del Estado de Bienestar y llega, a grandes rasgos, hasta la
actualidad”.

Propongo ubicar un tercer período, “de olvido del loco”, que iría de 1984 hasta la
actualidad y dentro del cual podemos vislumbrar tres etapas: de 1984 a 1996, 1997 a
2005 y de 2005 a 2015.

La primer etapa (1984 a 1996), está marcada por la apertura democrática y, en el campo
de la salud mental específicamente, por el anuncio de cierre del Hospital Vilardebó ante
la apertura de un nuevo hospital modelo: el Hospital Musto. Estos anuncios y la
situación en general de las personas que se encontraban internadas hizo que diversas
organizaciones se movilizaran. Esto generó que el Ministerio de Salud Pública (MSP)
convocara a la creación de una Comisión (1) que discutiera y diseñara los acuerdos y
lineamientos necesarios para el PNSM, el cual fue presentado en setiembre de 1986,
logrando ponerse en marcha inmediatamente. Esto permitió realizar algunas
modificaciones tanto en concepciones en torno a la salud mental así como en el tipo de
abordajes. Modificaciones que se vieron plasmadas en la creación de una red de
atención en policlínicas, centros diurnos, casas asistidas, talleres protegidos, etc. En este
marco es que van a surgir las primeras asociaciones de familiares como el Grupo de La
Esperanza (Asociación de familiares y amigos de personas con trastornos mentales
severos del tipo Esquizofrenia en Uruguay) o propuestas de carácter integral en
rehabilitación como las llevadas adelante, hasta la actualidad, por el Centro Psicosocial
Sur-Palermo o el Laboratorio Uruguayo de Rehabilitación: CIPRÉS. Esta etapa además,
va a estar signada por la pérdida del plebiscito contra la Ley de Caducidad y la asunción
de un presidente de corte claramente neoliberal, Luis Alberto Lacalle.

A mediados de la década del 90 el clima era muy distinto al de la alegría y la esperanza


generalizada, los recortes económicos y los intentos de privatización de las empresas
públicas, como expresiones de las políticas neoliberales, imprimían un tono de
desesperanza. En el campo de la salud mental, y en un contexto de motines, se produce
el cierre del Hospital Musto en 1996. Podemos decir que con este hecho comienza una
segunda etapa (1997 a 2005), en donde luego de consolidarse algunas acciones
plasmadas en el PNSM, las políticas económicas implementadas durante el período
anterior llevaron a que éste dejara de existir y se detuviera el proceso de cambios que se
había iniciado (Rudolf, 1996).

A su vez, se comienzan a visualizar algunos impactos del cierre del Hospital Musto,
donde, entre otras cosas, quedó claro que no pensar en políticas y procesos de
desinstitucionalización de las personas con padecimientos psíquicos con años de
institucionalización, generó un proceso que Juan Fernández y Nelson De León (1996)
denominaron como “desmanicomialización forzada”. Con esto pretendían aludir a que
sin pensar e implementar medidas alternativas para culminar con el régimen de asilo o
encierro prolongado, se condena a las personas en dicha situación a quedar sin atención
y en muchos casos en situación de calle, quedando la persona, en tanto se la comienza a
considerar un “paciente social”, atrapado en una suerte de puerta giratoria entre la
atención y la calle.

Es en esta etapa que se consolidan, por parte del MSP, las propuestas descentralizadas
de Centros Diurnos y Casas de medio camino, hay un rediseño del Hospital Vilardebó el
cual pasa a ser concebido como un Hospital de “agudos”. Esto comenzó a imprimirle
otra dinámica al Hospital, muestra de ello es el surgimiento del Programa Puertas
Abiertas, en 1994, en donde a iniciativa de un psicólogo se permite el ingreso de gente
de afuera que quisiera ir al Vilardebó a “estar” y “acompañar” a las personas internadas.

También, como parte de esos procesos de apertura, es que en 1997 surge el Proyecto
Comunicacional y Participativo Radio Vilardevoz, que persiste hasta el día de hoy como
el primer proyecto de salud mental autogestionado por personas con padecimiento de lo
psiquiátrico, psicólogos y estudiantes de psicología. Es además, el primer colectivo que
utiliza, como parte del proceso de habilitación, herramientas comunicacionales como
forma de aportar a la transformación del imaginario en torno a las personas con
padecimientos psíquicos. Colectivo que tendrá mucha influencia en impulsar la
importancia de la participación de las personas con padecimiento psíquico en el
entendido que esta “constituye la dimensión política del proyecto. ya que en este pilar
estamos considerando todo lo concerniente a la producción de autonomía, la
construcción de ciudadanía y responsabilidad social, el desarrollo de la solidaridad y la
capacidad de transformación del entorno por parte de los participantes. Pero sobretodo,
la propuesta del modelo democrático como forma de organización de un proyecto de
intervención social-comunitaria” (Vilardevoz, 2009).

Por su parte, y ante lo que el Dr. Ginés (1998) se apresuró a plantear como “el ocaso del
asilo”, la crisis económica del 2002 y la situación generada por el entrecruce locura y
pobreza, varias estructuras estatales, además del Ministerio de Salud Pública, como la
Intendencia Municipal de Montevideo, el Banco de Previsión Social, los comedores del
Instituto Nacional de Alimentación, etc., generaron respuestas para una realidad tan
compleja como la que implicó los efectos de la desinstitucionalización y el problema de
la personas en situación de calle.

Del año 2005 en adelante, se identifica una tercera etapa signada por la asunción del
primer gobierno del Frente Amplio en Uruguay, la creación del Ministerio de Desarrollo
Social (2005) y del Instituto Nacional de Derechos Humanos (MEC, 2012) y la puesta
en marcha del Sistema Nacional Integrado de Salud (2006). El clima vuelve a cambiar,
tornándose esperanzador, sobre todo para los procesos participativos. Se visualiza en el
surgimiento de numerosas propuestas llevadas adelante por grupos o equipos de trabajo
(muchos de ellos con apoyo de la Universidad de la República, sobre todo en
actividades de extensión), algunos con más permanencia que otros, que comenzaron a
organizarse para resistirse a las lógicas persistentes de abandono y olvido en unos casos
y en otros, para comenzar a dar respuesta a una de las necesidades más urgentes: la
inserción social y laboral de las personas con padecimiento psíquico. Es así que en esta
etapa surgen experiencias como las llevadas adelante por el Colectivo La Grieta, el
Espacio Cultural Bibliobarrio, la Cooperativa Riquísimo Artesanal, entre otros.

Todos estos procesos son parte de lo que Ariadna Islas y Ana Frega (2007)
identificaron, en el Uruguay de principios de siglo, como dentro del pasaje “del mito de
la sociedad homogénea al reconocimiento de la pluralidad”, donde la conformación de
colectivos con reivindicaciones específicas, así como la posibilidad de ir organizándose
con otros, ha dado lugar, entre otras cosas, a organizaciones que han generado
reconocimiento así como un cambio de sensibilidad y respeto por distintas
singularidades y sus reinvindicaciones. Por lo que hemos visto, las organizaciones del
campo de la salud mental no han sido ajenas a esto.

Sin embargo, cuando pensamos en los logros obtenidos por varios colectivos nucleados
en torno a defender derechos de identidad, llama la atención que dentro del mismo
período histórico no se haya logrado aprobar una Ley de Salud Mental. Un ejemplo de
ello es el trabajo del colectivo LGBT que logró que en el 2013 fuese aprobada la “Ley
19.076 que reconoce el derecho de las parejas del mismo sexo a contraer matrimonio en
igualdad de condiciones que las parejas heterosexuales” (MIDES, 2014:17). Uruguay
fue el primer país de Latinoamérica en comenzar a reconocer estos y otros derechos, lo
que nos habla de cambios importantes a nivel social y cultural. Seguramente revela,
además, algunos intereses y tensiones en un campo complejo como el de la Salud
Mental que requiere revisar prácticas, abordajes, procesos y perfiles de formación para
un verdadero cambio de paradigma. Esto, sin lugar a dudas, nos hace vivir un Uruguay
en permanente tensión, donde algunos cambios son posibles y, a su vez, otros procesos
de cambio se topan con aspectos más molares, más “duros”, haciendo creer muchas
veces que se lucha contra un gigante.

Aún así, este año, el movimiento social que se ha ido generando en torno al impulso de
una Ley de Salud Mental en perspectiva de Derechos Humanos, creó la Comisión
Nacional por una Ley de Salud Mental. La misma se define como “un espacio político
no partidario conformado por diversas y heterogéneas organizaciones sociales,
sindicales, estudiantiles, instituciones universitarias y personas que luchan por los
derechos de las personas con padecimiento psíquico en nuestro país” (comunicado,
2016). A su vez, es el resultado de continuidades y discontinuidades que a lo largo de
estos 30 años de democracia se han ido dando, y que desde 2005 han tomado un nuevo
impulso, lo que se ve reflejado en la cantidad de colectivos y experiencias que se han
generado y sostenido en todo este período. Un mojón importante en toda esta historia
fue la creación, en el 2012, de la Asamblea Instituyente por Salud Mental,
Desmanicomialización y Vida Digna, como forma de nuclear a varias organizaciones
relacionadas con la temática.

Algunos logros… Pensar sin manicomios

Generar un movimiento, varios, todos los que sean posibles para que no se arrase con
los derechos de las personas que por su tipo de padecimiento están en situación de
encierro prolongado, insertos en un sistema de refugios y centros psicosociales o
culturales, o directamente excluidos del sistema por su doble condición de “loco y
pobre” suena a veces como una utopía.

También sonaba como utopía que “hablaran” en primera persona aquellos que han
tenido alguna “experiencia con lo psiquiátrico”, los que la sociedad tilda de “locos”, de
“enfermos mentales”, aquellos que “hacen cosas raras”, que generan miedo o
incomprensión. Aquellos que han desafiado a la medicina con padecimientos que no son
de orden físico o biológico. Lograr que circule una palabra que ha sido históricamente
silenciada por ser considerada delirante o falta de valor (Jiménez, 2000), ha implicado
apoderarse del derecho a participar y a expresarse libremente, y por otra parte obligó a
revisar, en este caso, las relaciones técnico-paciente y la exclusión como terapéutica.

Movimientos que nos hacen pensar en la producción de los procesos democráticos y de


construcción de ciudadanía. Poder preguntarse en estos tiempos, “¿quién está loco?”,
implica haber generado las condiciones para que podamos liberar la locura de la
enfermedad mental. Proceso casi contrario al que se ha generado durante siglos para
entender, explicar y actuar sobre lo que se ha considerado “anormal” e incomprensible,
generando formas de relacionamiento basadas en la verticalidad, patologización y la
estigmatización del diferente en pro de su “normalidad”. Si no podemos ver en el otro a
un semejante y como un sujeto de derechos, no podremos pararnos en una concepción
de salud mental desde una perspectiva de derechos humanos.

Lograr el cierre de instituciones de carácter asilar y monovalentes en tanto símbolo de


una época, es terminar con una forma de comprender y abordar por parte del Estado y
algunas disciplinas (fundamentalmente la medicina y el derecho) las diferentes formas
de “exilio social” que existen en la actualidad. La pregunta de si podremos hacerlo nos
enfrenta a sociedades que tienen internalizado el encierro como parte de la solución a
los problemas.

La insistencia de organizarse y juntarse ante la visualización de que el mundo es un


manicomio, conlleva la necesidad de romper con la fragmentación y unir fuerzas en pro
de lograr transformaciones en distintos planos: culturales, académicos, asistenciales, etc.
Es aprender a participar, a negociar, a exigir derechos, a intentar cambiar algo aunque el
mensaje sea el miedo, el terror y la desesperanza.

Es interesante recordar aquí que las condiciones de internación prolongadas, incluyendo


a las personas privadas de libertad en cárceles o centros de privación de libertad
(hombres, mujeres, niños, niñas y adolescentes), en asilos (ancianos, discapacidad),
refugios, y colonias u hospitales psiquiátricos en la que viven muchos uruguayos, están
basadas en un modelo donde la segregación y clasificación de personas según población
y problemática no ha generado otra cosa que el aumento de estigmas y de
invisibilización de lo que produce la desigualdad social.

En este Uruguay tensionado conviven viejas y avergonzantes prácticas con la fuerza de


lo nuevo y lo diferente. Hablamos por ejemplo, de una “Colonia de Alienados” en
donde muere un paciente que fue atacado por una jauría de perros a comienzos del 2015
o de un Hospital Psiquiátrico donde, luego de 40 minutos de hacer señas a una cámara
de vigilancia dentro de un calabozo de máxima seguridad, una “paciente”, a comienzos
del 2016, se quitó la vida. Hablamos de que esas mismas instituciones que encierran,
vigilan, clasifican y castigan, habilitan el desarrollo de diversas actividades en clave de
derechos humanos. ¿Paradojas de estos tiempos? ¿o formas de ir cambiando las
instituciones desde adentro? ¿trampas de un discurso de la democracia con base
participativa donde todos somos responsables y al final nadie lo es?

Formas de no ser indiferente frente a los pobres condenados al encierro, al abandono y,


podríamos agregar, al olvido… Vale aclarar, sobre todo para no cargar de negatividad al
olvido, que sin olvido no hay posibilidad de recordar.. entonces el problema se presenta
cuando lo que tenemos para recordar está cargado de humillación y exclusión, de
formas perversas del Estado de hacerse cargo de los más humildes en nombre y bajo el
ideal de la “cura” o de la “rehabilitación”.

* Prof. Adj. Docente e investigadora de la Facultad de Psicología, UdelaR.


Doctoranda en Historia de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la
Educación, UdelaR. Integrante del colectivo Radio Vilardevoz.
Notas:

(1) Sindicato Médico del Uruguay, Coordinadora de Psicólogos del Uruguay, Escuela Universitaria de Enfermería,
Escuela Universitaria de Servicio Social, Escuela de Sanidad Dr. J. Scosería, Depto. Central de Enfermería, Escuela
Universitaria de Psicología y Facultad de Medicina (PNSM 1986)

Bibliografía:

Apud, I. y Techera, A.. (2010). La sociedad del olvido. Un ensayo sobre enfermedad mental y sus instituciones en
Uruguay. Montevideo: CSIC, UdelaR.

Baroni, C. (Comp.) (2011). Vilardevoz: locura, autonomía y salud colectiva. Recuperado de vilardevoz.org

Cano, A. (2011). Notas para una genealogía del manicomio. En Baroni, C. (Comp.). Vilardevoz: locura, autonomía y
salud colectiva. (Inédito)

De León, N.; Fernandez, J. (1996). “La locura y sus instituciones”. En: Terceras Jornadas de Psicología Universitaria:
Historia, violencia y subjetividad. Montevideo: Multiplicidades

Frega, A. (2007). Historia del Uruguay en el Siglo XX (1890-2005). Montevideo: Banda Oriental.

Ginés, A. (1998). Desarrollo y ocaso del asilo mental en el Uruguay. Revista de Psiquiatría del Uruguay, 62(2), pp
37-40

Ginés, A., Porciúncula, H. y Arduino, M (2005). El Plan de Salud Mental veinte años después. Revista de Psiquiatría
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Jiménez, A. (2000) “La máquina de hablar” en V Jornadas de Psicología Universitaria. Montevideo: Tack.

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msp.gub.uy/sites/default/files/PlanNacionaldeSaludMental1986.pdf

Rudolf, S (1996) A Diez años del Plan Nacional del Salud Mental. En Historia, Violencia y Subjetividad.
Montevideo: Multiplicidades.

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