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Cuatro falsos evangelios

El apóstol Pablo se vio en la necesidad de escribirle una carta en la que avisaba de


cuatro evangelios falsos que pretendían hacerse pasar por genuinos.

Pocas décadas después de la resurrección de Jesús ya habían hecho acto de


presencia, en el seno de las comunidades cristianas del siglo I, ciertos sistemas que
le hacían la competencia al evangelio.

No es que fueran novedades (no hay nada nuevo debajo del sol) absolutas, pero sí tenían
un barniz de autenticidad y respetabilidad por el que eran presentados como si fueran la
verdad. Una de esas comunidades en peligro de extraviarse por aquellos cantos de sirena
era la de Colosas, por lo cual el apóstol Pablo se vio en la necesidad de escribirle una
carta en la que avisaba de cuatro evangelios falsos que pretendían hacerse pasar
por genuinos. Son los siguientes:

El falso evangelio del humanismo[i]. Consistente de especulaciones y teorías


humanas. El término filosofías describe bien la naturaleza del caso, porque la filosofía
estaba en auge en aquel tiempo, cuando era la reina de las disciplinas del pensamiento
humano. Había tantas filosofías como filósofos y tanto filósofos como tendencias y
gustos. La afición por lo novedoso fomentaba su multiplicidad y el gusto por la retórica
y la oratoria convertía el arte de las palabras en la prueba contundente de lo definitivo
de un sistema. Las escuelas de pensamiento, sancionadas por el peso de la tradición y el
prestigio de sus fundadores, contendían entre sí para captar la lealtad de los buscadores.
El conjunto de divagaciones acerca de lo religioso había desembocado en algo que se
podía denominar los rudimentos del mundo, esto es, el conocimiento que se puede
alcanzar mediante la indagación humana. Cuán desviados podían estar tales rudimentos
se muestra en las creencias politeístas diseminadas por doquier, en las que cabían toda
clase de atributos aberrantes en las divinidades veneradas. En el mejor de los casos todo
se limitaba a intuir que hay un Ser supremo, pero remoto, ignoto y abstracto,
ambiguamente conocido, tal como expresa la actual frase: “Tiene que haber algo ahí
arriba.”

El falso evangelio del legalismo [ii]. Asentado en basarlo todo en la ceremonia y el


formalismo. Es decir, en asuntos externos y en el cumplimiento escrupuloso de ciertas
prescripciones establecidas. Cuestiones sobre comidas o días especiales, rituales
purificadores del cuerpo y observancias litúrgicas. El detalle y la exactitud en el
minucioso orden del acto sagrado es vital en este sistema y sólo los expertos que lo
conocen pueden cumplirlo a satisfacción, quedando los demás a expensas de ser
representados por ellos en la ejecución de dicho acto. El problema del legalismo es que
desplaza del centro lo importante, ya que lo interior queda relegado, por lo externo, a
una posición insignificante, promoviendo el auto-engaño, al enseñar a la persona a
confiar en algo ineficaz, ya que deja el corazón sin tocar. Además, alimenta la
hipocresía, al subrayarse aspectos no esenciales y al pasarse por alto los verdaderamente
esenciales.

El falso evangelio del misticismo [iii]. Que se basa en la incursión en el mundo de lo


sobrenatural, donde las experiencias son el fundamento de las creencias. Es algo
llamativo y que tiene un poder de apelación enorme, ya que sitúa al individuo en un
plano superior a los demás, que viven en una esfera corriente y normal. Establece dos
categorías de creyentes, divididos por la raya de separación de la experiencia
extraordinaria, accesible a unos pocos. Induce a los protagonistas al orgullo espiritual,
porque alimenta la sutil vanidad humana, que busca por encima de todo la propia
glorificación. El terreno es movedizo, ya que todo gira en torno a lo subjetivo, que se
convierte en la norma suprema de la verdad. De ahí a sacar conclusiones engañosas
solamente hay un paso.

El falso evangelio del ascetismo [iv]. Que consiste en la abstención y renuncia, hasta
de lo legítimo, como medio de agradar a Dios. La persona se somete a toda clase de
disciplina para adquirir puntos o méritos extras. De este modo hay una equivalencia
entre ser abnegado y ser piadoso. La búsqueda de la aceptación y aprobación divina se
realiza a través de severas auto-imposiciones, que pueden llegar a contemplar castigos
físicos, basado todo ello en una actitud de desprecio y rechazo hacia el cuerpo humano.
Por esta vía se acaba condenando lo que Dios no condena y aprobando lo que no
aprueba.

El fracaso de esos cuatro falsos evangelios se hace patente al no poder resolver el


principal problema que tenemos. Es lógica su impotencia, porque después de todo
no son más que invenciones humanas que nunca llegan a atajarlo. Desdichadas
iniciativas ya condenadas a la nulidad desde su mismo comienzo. Míseros esfuerzos que
no dan en el blanco.

En contraste, el único evangelio verdadero es radical y total. Radical, porque ataca


de raíz el estado de pecaminosidad natural en el que estamos[v]. Total, porque quedan
remitidos todos los pecados [vi]. Y ambas propiedades son el fruto de la muerte de
Cristo, que no es un fallido intento humano sino el cumplimiento perfecto del plan
diseñado por Dios para librarnos de nuestra ruina y perdición.

[i] Colosenses 2:8


[ii] Colosenses 2:16
[iii] Colosenses 2:18
[iv] Colosenses 2:21
[v] Colosenses 2:11
[vi] Colosenses 2:13

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