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· Ahora bien no basta con decir que la Rev. industrial fue un cambio que
permitió el desarrollo de las capacidades productivas de la economía y una
transformación de las relaciones sociales que establecen las personas para
producir. Es necesario determinar qué es lo que cambia, en qué sentido se
transforma la economía. Porque si no explicásemos el sentido del cambio, lo
que éste tiene de cualitativo, nuestra definición serviría igual para la revolución
neolítica (también esta fue un cambio cualitativo de alcance universal que
transformó la economía y comportó nuevas relaciones sociales y nuevas
técnicas).
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división del trabajo, aparecen grandes unidades productivas, se
desarrolla y crece la mecanización, se aprovechan fuentes de
energía de origen inanimado. La producción crece a un ritmo
constante o “autosostenido”. La mano de obra dedicada a la
producción industrial aumenta y acaba por ser superior a la que se
dedica a actividades agrarias.
2. Este crecimiento de la producción supone otro crecimiento recíproco:
el de los mercados. El capitalismo industrial crea el mercado que
consume las mercancías que produce, en consecuencia, desarrolla el
mercado interior y los exteriores, internacionalizando el sistema
económico por todo el mundo.
3. La sociedad capitalista se estructura de distinto modo a como lo
estaba antes: burguesía/proletariado.
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· La Rev. Industrial aconteció en Inglaterra. Responde a un proceso
específicamente británico con repercusiones en la economía mundial. La
cronología de la Rev. industrial, para el caso británico, varía según los autores,
según los aspectos que estos consideran dirimentes para dar el proceso por
empezado y concluido.
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modernas fábricas, dominaban los talleres manufactureros y el trabajo a
domicilio. En una palabra, entre los años 1770 y 1830, el sector moderno de la
industria fue muy restringido.
Con todo, y pese a que la situación de la economía británica de los años
de la Rev. industrial fuese un mosaico abigarrado donde se daban cita la
tradición y la novedad, M. Baldó considera que lo que interesa destacar no es
tanto el número de fábricas respecto al número de talleres manufactureros; no
es tanto el número de obreros sujetos entonces al sistema fabril respecto al
número de trabajadores incluidos en el sistema manufacturero, sino que la
tendencia a la que apuntaba el capitalismo británico era el sistema fabril. La
Rev. industrial en 1830 había madurado, aunque tuviese todavía “pocas
máquinas” y “pocas fábricas” a juicio de algunos historiadores, aunque
continuasen existiendo “muchos” trabajadores a domicilio y aunque tuviese
“unos pocos” kilómetros de vía férrea (incluso, hay hdores, entre ellos Cipolla,
para los que la Rev. industrial, inclusive la británica, aún no ha terminado; tan
sólo se ha superado su primera fase).
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más contribuyó a difundir el concepto entre los hdores. Concebía la
Rev. industrial como un cambio profundo y radical que se producía en
breve tiempo: las décadas finales del siglo XVIII. Mediante la
revolución se pasaba de un mundo tradicional y agrario a un mundo
moderno e industrial. La revolución, además, era causada por los
cambios técnicos. Posiciones similares hallamos en diversos hdores:
Gibbins (1896), Beard (1901) o P. Mantoux (1901), revisada en
1928. “La Revolución industrial en el siglo XVIII” de Mantoux es un
libro clásico y paradigmático de la historiografía liberal de comienzos
de siglo. La diferencia con respecto al planteamiento marxista
estriba, fundamentalmente, en que Mantoux pone el acento
exclusivamente en las transformaciones que se operan en las
capacidades humanas, materiales y técnicas de que dispone la
sociedad para producir. Sin embargo, aunque estos fueron logros
importantes, el nuevo sistema industrial tuvo además otros
importantes aspectos.
Uno de los aspectos que tuvieron en común los escritores de
finales del siglo XIX y principios del siglo XX fue su convencimiento
de que los países implicados estaban pasando realmente a través de
una “revolución y no simplemente por un proceso gradual y
prolongado, aunque intensificado, de avance industrial.
2. Durante el período de entreguerras una serie de historiadores
pusieron en duda el carácter “revolucionario” del crecimiento
económico británico: Clapham (1926) o Heaton (1933). Este nuevo
punto de vista gradualista recibió un fuerte apoyo con la obra de
Ashton, el autor de la historia de la revolución industrial más
ampliamente leído en Inglaterra desde la guerra. En “The Industrial
Revolution (1948), argumentó que “la palabra revolución implica una
rapidez súbita en el cambio que no es, de hecho, característica del
proceso económico”. A pesar de ello, fue difícil renunciar a un término
tan incorporado al hablar común. Estos historiadores reflejaban en
sus obras las preocupaciones en torno a la guerra y a las
fluctuaciones económicas, haciendo hincapié en la naturaleza cíclica
del proceso de industrialización.
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3. Desde los últimos años de la década del 50 la recuperación de la
economía de Occidente hizo pensar que las dificultades de la
posguerra estaban completa y definitivamente superadas. El
“problema de los ciclos” –especialmente los períodos de descenso-
cedía lugar al debate alrededor de las teorías del desarrollo y de los
modelos de crecimiento. La Revolución industrial pasa a verse más
en términos de crecimiento económico sostenido (de la producción
en particular) que de cambio técnico, industrial y social. Esta nueva
visión ha sido el resultado de la preocupación por los nuevos
problemas que han aparecido desde la guerra –problemas tales
como el papel del Estado en los planes económicos y las dificultades
particulares que afrontan las naciones en desarrollo de Asia y África
cuando intentan industrializar y modernizar sus economías-. La
cuantificación y la elaboración de “modelos” económicos poblaron los
libros que hablaban de este fenómeno histórico. La preocupación que
orientó lo estudios fue la de establecer las diversas “etapas” que en
el pasado habían preparado este salto cuantitativo y cualitativo que
fue la Rev. industrial y, una vez definidas, establecer los modelos
que, pudiendo deducirse de ellas, se proyectasen a las economías
del presente, con especial atención a las del mundo subdesarrollado.
Uno de los teóricos más influyentes del período fue Rostow y el
modelo que delineó, por primera vez en 1956, en un artículo del
Economic Journal, y que luego elaboró en su libro “Las Etapas del
Movimiento Económico” (1960). Para Rostow, la Rev. industrial fue
la culminación de una serie de etapas. A una Rev. comercial, que
tuvo lugar a comienzos del siglo XVIII, le sucedió una Rev. agrícola a
comienzos del siglo XVIII y una Rev. en los transportes ubicada
cronológicamente en la segunda mitad de ese siglo. Cada rev., de
esta manera, fue precedida por otra necesariamente previa. El efecto
acumulativo de todas producirá la Rev. industrial: el “despegue” (take
off) hacia un largo período de expansión industrial.
Pero aparte de su común preocupación por el “crecimiento” y su
general acuerdo acerca de la naturaleza de la “revolución”, los
nuevos hdores y economistas mantenían opiniones
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considerablemente diferentes en cómo, porqué y cuándo sobrevino la
“revolución”.
4. El clima “optimista” que permitía la economía mundial de los 60
llegaba a su fin durante la crisis del petróleo de comienzos de los 70.
No solamente comenzó a cuestionarse la idea de crecimiento sino
que se reparaba en las características desiguales del mismo. La
crisis del capitalismo orientará los estudios hacia visiones menos
espectaculares y más “evolutivas” del crecimiento. No resultan
extraños algunos debates en torno a la Rev. industrial durante los 70,
que separaban a “evolucionistas” o “gradualistas” y “revolucionistas”.
Entre aquéllos que ven la Rev. industrial como un clímax
espectacular de un proceso evolucionista, la consecuencia de un
largo período de lento crecimiento económico y aquellos otros que en
cambio ven una clara discontinuidad en la historia económica inglea,
una revolución después de la cual la industrialización avanzó
aceleradamente. También se abandonará la búsqueda de un solo tipo
o modelo de Rev. industrial, y se apelará a diversos tipos posibles de
desarrollo.
Un nuevo territorio comenzará a ser explotado sistemáticamente:
el de la protoindustrialización (Mendels, 1972). La
protoindustrialización mostrará que el desarrollo industrial en la
Inglaterra del siglo XVIII fue en gran parte de base rural, de taller
doméstico, de industrias rurales domiciliarias, de tecnología artesana,
de manufactura en pequeña escala, donde el comerciante o putter-
out aún era la figura principal como organizador, controlador de la
producción, planificador del mercado… Los estudios sobre la
protoindustrialización mostrarán que hubo ya unas pre-condiciones
en las sociedades agrarias sin las que no se puede explicar el “salto
hacia delante” de Gran Bretaña a finales del XVIII.
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4. Los orígenes de la Revolución Industrial británica
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falta de abono. Así pues, la productividad agraria era pequeña al explotar las
familias pocas hectáreas y al ser parco el rendimiento de cada una.
La revolución agraria de los siglos XVIII y XIX requirió de cambios
tecnológicos e institucionales. El proceso se inicio en la Inglaterra de fines del
siglo XVII, cuando algunos aristócratas de la región de Norfolk introdujeron en
sus haciendas la rotación cuatrienal descubierta por los agricultores
holandeses. En la rotación trienal, la primera hoja de la tierra se dedicaba al
trigo. La segunda, a tubérculos. En la tercera se plantaban cereales de
primavera y leguminosas y en la cuarta forrajeras. El cultivo de tubérculos y
forrajeras no desgastaban el suelo, sino que lo nitrogenaban, de manera que,
al año siguiente, esas dos hojas podían emplearse para trigo y cereal de
primavera. La innovación resultó trascendental por dos razones: el barbecho
desapareció y tubérculos y forrajeras permitieron alimentar a más ganado, con
lo que la cabaña aumentó y también lo hizo la cantidad de abono de origen
animal. Ambos hechos incrementaron la productividad porque se cultivó más
superficie y crecieron los rendimientos por hectárea. Otras innovaciones que
elevaron la productividad fueron la selección de semillas, la utilización de
arados de hierro más perfeccionados tirados por caballos y no por bueyes, y
las máquinas sembradoras arrastradas también por caballos. Al aumento de la
producción agraria también coadyuvó la extensión de la superficie cultivada con
la nueva tecnología (sustitución de antiguos cultivos por los nuevos, desmonte
de tierras y drenaje de zonas pantanosas). Las innovaciones introducidas
después de 1830-1840 continuaron incrementando la productividad: tractores,
segadoras y trilladoras movidos a vapor y uso de fertilizantes químicos.
Pero las innovaciones tecnológicas no hubieran sido posibles sin
modificar el marco institucional existente. Entre 1750 y 1800, las Enclosures
Acts -leyes que obligaban a cercar las tierras- provocaron que más de 2,4
millones de hectáreas de campos abiertos explotadas por pequeños
propietarios (yeomen) y de tierras comunales usufructuadas por campesinos
sin tierra (cottagers) se convirtieran en grandes haciendas compradas por
aristócratas, comerciantes y campesinos ricos. Los nuevos propietarios
introdujeron en ellas las innovaciones arriba descritas, cosa que nunca
hubieran podido hacer unos campesinos que practicaban en sus minifundios
una agricultura de subsistencia.
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La Revolución agraria tuvo efectos cruciales para la industrialización. El
primero fue un crecimiento de la producción de alimentos y materias primas
que posibilitó el abastecimiento de las ciudades. El segundo, la transferencia
de mano de obra a la industria y a los servicios. También, la mayor
productividad del sector redujo costes haciendo que beneficios y salarios
subieran y esto incrementó la demanda de bienes industriales (herraduras,
utillaje y maquinaria de hierro, fertilizantes, tejidos, enseres domésticos…). Otra
consecuencia positiva derivó del progresivo descenso del precio de los
alimentos, que permitió a los trabajadores de las ciudades consumir más
productos industriales y servicios. Finalmente, la agricultura suministró capital a
los sectores secundario y terciario. Aunque este hecho ha sido a menudo
menospreciado, hoy sabemos que, entre los primeros empresarios de tejidos, e
carbón y de hierro, aparecen personas cuya fortuna provenía de la agricultura.
Por otro lado, el ahorro agrícola también contribuyó a la construcción de
carreteras, canales y ferrocarriles.
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los transportes erradicaron las antiguas hambrunas y permitieron una dieta más
rica y abundante. El descenso de la mortalidad general, no debe, sin embargo,
ocultar las profundas diferencias que se dieron entre el campo, las zonas
burguesas de las ciudades y los suburbios obreros. En éstos la insalubridad y
el hacinamiento provocaron una elevadísima mortalidad hasta mediados de
siglo.
El comportamiento de la natalidad añadió más fuerza al crecimiento de
la población. La elevada natalidad guarda relación con el crecimiento
económico ya que éste facilitó el empleo de los jóvenes, lo que provocó un
aumento de la nupcialidad y un descenso de la edad nupcial.
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nutrieron: las sociedades anónimas y la banca mixta o industrial. Mediante la
emisión de acciones que se retribuían con dividendos, las primeras lograron
atraer el ahorro privado y reunir de este modo grandes capitales en manos de
los socios fundadores. Por su parte, los Merchant Bankers ingleses jugaron
asimismo un papel decisivo ya que, captando ahorro proveniente de grandes
fortunas, concedieron préstamos a largo plazo a la industria.
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un papel destacado en el comercio exterior, tanto del lado de la exportación
como del de la importación.
La expansión de los mercados internacionales y, en particular, el enorme
crecimiento de la demanda de productos de algodón a comienzos del siglo XIX
contribuyeron decisivamente al éxito de la industrialización británica. No
obstante, la historiografía actual considera también como básica la demanda
interna, generada por el crecimiento demográfico. La principal ventaja del
mercado interior era su estabilidad. Es posible que su participación en la Rev.
industrial fuera modesta pero es indudable que promovió el crecimiento
económico y, lo que es más importante, siempre estuvo en condiciones de
desempeñar el papel de amortiguador para las industrias de exportación más
dinámicas frente a las repentinas fluctuaciones y colapsos que eran el precio
que tenían que pagar por su superior dinamismo. Este mercado acudió al
rescate de las industrias de exportación en la década de 1780, cuando la
guerra y la revolución americana las quebrantaron y volvió a hacerlo tras las
guerras napoleónicas. Es posible que el mercado interior no proporcionara la
chispa, pero suministró el combustible y el tiro suficiente para mantener el
fuego.
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· El extraordinario potencial expansivo de las industrias de exportación se debía
a que no dependían del modesto índice “natural” de crecimiento de cualquier
demanda interior del país. Podían crear las condiciones de un rápido
crecimiento por dos medios principales: controlando una serie de mercados de
exportación de otros países y destruyendo la competencia interior dentro de
otros, es decir, a través de los medios políticos o semipolíticos de guerra y
colonización. El país que conseguía concentrar los mercados de exportación de
otros, o monopolizar los mercados de exportación de gran parte del mundo en
un período de tiempo lo suficientemente breve, podía desarrollar sus industrias
de exportación a un ritmo que hacía la Revolución industrial practicable para
sus empresarios. Y esto es lo que sucedió en Gran Bretaña en el siglo XVIII.
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