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TEMA 19: LA REALIDAD PERSONAL Y EL PROBLEMA DE LA

LIBERTAD

(A).- LA REALIDAD PERSONAL


1.- La idea de persona como no evidente
Es harto frecuente considerar como cuestión evidente en sí misma aquella que a fuerza
de ser repetida se acepta socialmente como indubitable, el caso de “persona humana”
puede resultar en un primer momento un desliz lingüístico que identifica al que
pronuncia tal enunciado como sujeto iletrado que en un intento de mostrar su presunto
grado de conocimiento emite una perífrasis redundante. Persona y humano son dos
conceptos sinónimos que hacen referencia a una única y misma realidad. Pero un simple
análisis histórico nos hace ver que no todos los individuos han sido siempre personas,
así hablamos de Hombre de Neandertal pero sería un anacronismo pretender efectuar un
trabajo paleontológico riguroso y afirmar que la manifestación más excelsa de la
“persona Neanderthal” es su cultura Musteriense. Tampoco son personas únicamente
los individuos humanos, también lo son las entidades jurídicas. Además, la condición de
persona no es algo que venga dado, que sea necesariamente propio de la condición
humana, algo estrictamente natural. Tampoco del hecho de que no sea natural se puede
derivar que sea sobrenatural, es racionalmente inaceptable aceptar que la idea de
persona sea un don divino graciosamente otorgado a nuestra pobre individualidad
humana desvalida, ni siquiera es aceptable eludir la figura voluntariosa divina y orientar
el argumento a una especie de sustancialidad inscrita en el ser humano, sustancialidad
universal, eterna y esencial, encargada de elevar la condición humana al estatuto de
persona. Con todo, es importante advertir la dignidad que confiere la idea de persona al
individuo humano, y es interesante, también, subrayar su trascendentalidad, el individuo
humano, físicamente entendido, como cuerpo, puede perfectamente fallecer pero sus
actos como persona pueden continuar vivos: un testamento es una acto personal que se
ejecuta tras la muerte física del autor que ante notario depositó por escrito su última
voluntad, o los objetos propios del ser querido definitivamente ausente son descritos
como “objetos personales”. Para aclarar más el asunto nos adentraremos en el origen
técnico, práctico, de la idea de persona, transitaremos por su cauce jurídico, histórico-
social, biográfico-individual, y finalmente analizaremos su estructura y funcionamiento.

2.- Etimología de la palabra “persona”: máscara que suena


No es casualidad verificar en este rastreo etimológico la presencia de la sociedad
griega, es esta civilización donde hallamos por primera vez el significado preciso,
inicial, del concepto persona. Es el teatro su auténtico espacio de significado. “Persona”
viene de “prosopon”, es la máscara que los actores griegos de la antigüedad usaban en
sus interpretaciones. Cumplía fundamentalmente dos funciones, por un lado dar a
conocer al espectador el personaje representado, la máscara serviría para que el actor
fuese perfectamente identificado por el público asistente. Por otro lado, serviría para
ampliar la voz del actor, su discurso, su mensaje, debía llegar nítido al espectador. Por
tanto, sus dos elementos esenciales, plataforma de nuestro discurrir filosófico y que nos
acompañarán a lo largo de nuestro recorrido, son: la imagen y la palabra.
Reflexionemos sobre ambos elementos configuradores del término técnico “persona”.
La imagen incorpora al otro, es dada con el fin de que externamente, no interiormente,
sea identificado el personaje. Necesita de la participación del público, su sentido viene
confeccionado socialmente. Así, y es muy importante recordarlo, la máscara no se ha de
entender como enmascaramiento y ocultación de algo interior, sino todo lo contrario,
como demostración de las múltiples facetas de lo que uno es, de las diferentes

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actuaciones según las circunstancias o escenarios, es así que el actor mostrará diferentes
caras. Hoy es un hecho la importancia que cobra en nuestra sociedad la imagen cara a
los demás, somos constantemente juzgados, y esa imagen nos identifica, si bien no nos
agota, y nos confiere personalidad, sin ella no podríamos ser identificados como
personas; el acto de cubrir con un velo o “burka” el rostro de las mujeres afganas no es
más que un acto de despersonalización pública de la mujer, un acto moralmente injusto
y a todas luces despreciable por mucha tolerancia que se nos quiera vender, las
tragaderas del relativismo cultural vacías de perfiles normativos aliados a la idea
regulativa de justicia (objetivados en los DD.HH) conducen a irresponsabilidades
inasumibles. Acaso, y ahora estamos en condiciones de decirlo, lo más profundo de la
persona sea la cara. Un sentimiento como el de la vergüenza, quizá el más profundo de
los que acompañan a la persona, tiene como órgano, como rasgo externo de
manifestación pública, la propia cara: “Consideremos, por ejemplo, la vergüenza.[…]
En efecto, cualesquiera que fueren los resultados que puedan obtenerse en la soledad
por la práctica religiosa de la vergüenza, la vergüenza, en su estructura primaria, es
vergüenza ante alguien. Acabo de hacer un gesto desmañado o vulgar. Este gesto se me
pega, yo no lo juzgo ni lo censuro, simplemente lo vivo. Pero he aquí que de pronto
levanto la cabeza. Alguien estaba allí y me ha visto. Realizo de pronto toda la
vulgaridad de mi gesto, y tengo vergüenza. Por cierto, mi vergüenza no es reflexiva.[…]
Y el prójimo es el mediador indispensable entre mí y mí mismo. Tengo vergüenza de mí
tal como me aparezca al prójimo” (SARTRE: El ser y la nada, Ed. Losada, págs 313-
314. Buenos Aires, 2005). La máscara al personaje es lo mismo que la cara a la persona,
una imagen perfecta para ser públicamente, socialmente, identificados.
De otro lado está la palabra. A través de ella la persona comparece ante los demás con
lo que dice, esto es: se compromete de cara al futuro, se somete a lo que promete. Es la
palabra un acto que nos empuja a seguir una trayectoria, es un acto que nos ata a lo
prometido comprometiéndonos. Una persona recta es una persona que cumple con la
palabra dada, en cambio, no es virtuoso, en referencia a la palabra, prometer lo
irrealizable, lo utópicamente ilusionante, porque dicho proyecto de futuro sólo conduce
al desasosiego o en casos extremos a actos desmesurados de violencia irracional,
tampoco es virtuoso eludir cualquier tipo de compromiso, si no se promete nada, si no
se encara nunca el presente con la intención de engrandecer en el futuro la persona, no
se es nada, simplemente se es cualquier cosa.
La palabra dice quién soy, dice, por ejemplo, el nombre, otras veces es en la palabra
donde encontramos cobijo a nuestra necesidad de pasar desapercibidos, así, preferimos
ser “nadie”. Advertir, que quienes no quieren emplear la palabra sonora o no tienen
palabra sonora, la sustituyen por la palabra gestual, o la del lenguaje de las manos, caso
de los sordo-mudos.
En definitiva, tras esta exploración etimológica de la idea de persona, estamos en
condiciones de decir: a) la persona no es algo recóndito, sino que es algo de cara a los
demás; b) como tal imagen con palabra tiene origen y sentido, esto nos conduce a la
persona misma, no en sentido etimológico, sino en el sentido propio del contexto
histórico-social y biográfico-personal.

2.1.- Origen de la persona en el contexto histórico-social


Para apuntalar una de nuestras afirmaciones iniciales, concretamente la que dice: “no
todas los seres humanos han sido personas”, acudamos a la historia, superemos la fase
humana prehistórica, centremos nuestro análisis en las civilizaciones antiguas más
directamente vinculadas a nuestra cultura: la civilización griega y romana. Una pequeña
pincelada histórica. Los esclavos, en ambas civilizaciones, eran considerados como

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enseres, como patrimonio con posibilidad de ser vendible, de ser tratado como
mercancía. Lejos, está, su consideración de personas. Las mujeres, sin llegar a ser
esclavas, no eran consideradas como personas plenas; entre los griegos, no podían
participar, al igual que los metecos (Aristóteles entre otros en la ciudad de Atenas) o
extranjeros, en la vida pública de la ciudad-polis, en la vida política, y eso porque según
su perspectiva eran ciudadanos que no sabían deliberar, razonar, ni tomar decisiones.
Por lo demás, quienes hablan de los derechos de los animales estarían situándolos del
lado de las personas físicas, en esta línea argumentativa los animales tendrían los
mismos derechos que cualquier otro ciudadano: asistencia sanitaria pública y gratuita,
por ejemplo, aunque también, y esto lo obvian sus acérrimos defensores, otros como el
del trabajo (¿estarían libremente dispuestos a trabajar?, dada su cualificación, ¿qué
trabajos desempeñarían?), los mercados nacionales de ganado serían, desde esta
perspectiva, centros de concentración de tratamiento esclavo animal, los mataderos,
campos de extermino constituidos por una estructura de individuos genocidas, y un
largo etc. También, un ayuntamiento o una empresa es una persona jurídica, o el Estado
que en muchas ocasiones aparece, jurídicamente, como responsable civil subsidiario.
Hoy en día, todos los seres humanos son formalmente personas, son sujetos de derechos
y obligaciones (antes los esclavos eran jurídicamente objetos de derechos y
obligaciones), aunque muchos de ellos no tengan capacidad de obrar, un bebe, por
ejemplo, no sabe hablar, ni deliberar, ni tomar decisiones. Es aquí, donde demostramos
que la condición de persona la otorga el reconocimiento por parte de los demás. En el
trato de los demás, en el trato del conjunto de la sociedad, es donde un individuo
inicialmente desvalido, imposibilitado para obrar por sí mismo, como es un neonato, es
reconocido como persona, no basta con la presencia y existencia individual humana
para ser persona, los esclavos eran individuos humanos y no eran personas. De ahí, la
decisiva importancia que cobra el reconocimiento, somos personalmente lo que los
demás nos reconocen que somos. Nuestra persona no viene dada naturalmente, sino
socialmente, en la experiencia cotidiana de la vida.

2.2.- Origen de la persona en el contexto biográfico-individual


La persona concreta es el resultado de un proceso de aprendizaje dado a priori. Con
anterioridad a mi mundo viene dado el mundo en marcha, una realidad culturalmente
organizada y constituida por personas, fenómeno que para nada desacredita su
objetividad.
Inicialmente este proceso adquiere un carácter de adecuación, a través del aprendizaje,
a la estructura normativa de la sociedad propia del mundo, se requieren mecanismos de
simpatía con lo dado, se necesita el reconocimiento social, el intercambio de papeles,
uno debe comprender que hay que ponerse en el papel del otro. No es fútil subrayar que
previamente al “yo” uno es “tú” y “él” para los otros. El yo que uno considera que es no
se dirime auto-originariamente, aisladamente, en la interioridad pura del sujeto
pensante. El aislamiento, la huida del reconocimiento externo, continuo, objetivo,
social, es una demostración de idiotez inasumible, sólo podemos reservar esa estúpida
osadía al mismísimo Dios de Aristóteles, ser perfectísimo, absolutamente sabio, y feliz
que en su estado de plenitud sólo podía pensarse a sí mismo, las vicisitudes humanas o
las transformaciones necesarias en el orden físico natural no perturbaban para nada su
ánimo, su preocupación por lo cambiante, humano o natural, era nula, su
distanciamiento infinito no merecía la inquietud inicial del reconocimiento por su parte.
El yo viene del reconocimiento externo, social, y es el cuerpo donde se ejecuta
principalmente nuestra estrategia de aceptación por el otro, de ahí la importancia de la
apariencia o la imagen. Ahora bien, uno no se agota en la imagen, su persona trasciende

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lo aparente, hoy cada vez más efímero y cambiante, el reconocimiento social necesita
juzgar atendiendo a los méritos particulares y a las cualidades. Son estos juicios,
embuídos de valores sociales, los que van configurando a la persona. Esto no quiere
decir que sean legítimos e inquebrantables, muchos pueden ser perfectamente
contradictorios e injustos, la persona en esta tesitura luchará (ejercerá su libertad) con la
intención de transformar el orden injusto asumiendo las consecuencias de su intento de
quebranto del orden dado. Y en este orden de cosas, la persona luchará por ser
reconocida públicamente, es común apreciar la sensibilidad negativa que despierta el no
aprecio social o simplemente el pasar desapercibido.
Así, pues, la persona dimana de la cultura, pertenece de algún modo a la cultura en
marcha. Por tanto, el individuo alcanza su plenitud a través de la sociedad como
persona, y la persona alcanza su realización a través del individuo. Sin la sociedad el
individuo será más que alguien algo, y sin su individualidad quedará disuelto,
difuminado, en las estructuras objetivas de la sociedad, será uno más.

3.- La estructura de la persona y su funcionamiento


Consta de dos aspectos indisociables: uno que supone consistencia a través del tiempo
y otro que supone variación continua. Esta ambigüedad no es exclusiva de la persona.
Cuando hablamos del carácter podemos perfectamente hacer referencia a su
individualidad, “tiene mucho carácter”, o a su condición social, grupal, “los ingleses
tienen un carácter flemático”. Por su parte, y sin eludir el origen técnico, teatral del
concepto persona, debemos señalar que actor puede ser, o bien el intérprete, el que
representa su papel sobre el escenario, o bien el agente causante de una acción.
Este doble aspecto lo podemos entender mejor si cabe con la ayuda del filósofo
español Ortega y Gasset. Célebre es su expresión: “yo soy yo y mi circunstancia”. En
ella combina con la mismidad de “yo soy yo” lo persistente, lo invariable, el soporte de
lo que será lo variable, lo cambiante, es decir “mi circunstancia”. En español
distinguimos entre “ser” y “estar” para mostrar dicha ambigüedad, no es lo mismo “ser
imbécil” que “estar imbécil”. De la mano de Ortega nos sumergimos en la distinción
más general entre yo-mi. El yo entendido como concavidad o recipiente que está en
continuo proceso, haciéndose, rehaciéndose o, por qué no, deshaciéndose. Es el lugar
donde atamos, damos sentido, al torrente de mis experiencias, de mis opiniones,
creencias, ideas, valoraciones…Este yo o yo-trascendental es el que da sentido a todas
las acciones del mi o yo-empírico. No se agota con las acciones, no se agota en el yo-
empírico, pero es esta unión la que hace que dichas acciones sean de mi
responsabilidad. Esta continuidad se puede ver alterada. Es frecuente la pérdida de
conciencia en lo más profundo del sueño, y no digamos en los casos de pérdida de
conciencia por traumatismo severo. Es la memoria el hilo conductor de esta continuidad
de la persona, entre el yo-trascendental, objetivado en el cuerpo, y el yo empírico. Es
obligado añadir el asombroso desastre que supone la pérdida de memoria en aquellas
personas con enfermedades degenerativas del cerebro, caso del Alzehimer. Ahora bien,
la distinción más fértil e interesante es la del par persona-personaje, análoga a la de yo
trascendental- yo empírico. El sujeto ya no será un sujeto pensante, recóndito e
inaccesible, sino que el sujeto será operante, expuesto a través de todas y cada una de
sus acciones o conductas; estas hacen al sujeto y son hechas por el sujeto, son obra suya
y al mismo tiempo, y ésta es la especial dialéctica engendrada en el sujeto, es él el
responsable de esos actos. Es actor porque actúa frente a otros, de los que por cierto
demanda reconocimiento, y es autor en tanto que responsable de sus actos. En la
mentira, y si esta es llevada con la complicidad del conjunto de la sociedad hasta el
extremo, se producen casos de disociación en los que el personaje se torna persona

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diferente al yo trascendental originario, se produce una disociación entre en el yo
empírico y el yo transcendental original, es el caso de Don Quijote o de Madame
Bovary, y a estos casos se les llama quijotismo y bovarismo.
Por tanto, es fácil entender que la vida en sí sea la representación teatral de un drama
realizado por una persona-personaje, ejecutora y responsable de sus actos, en el gran
escenario del mundo, de la realidad.

4.- La persona implica la sociedad


No hay persona sin el reconocimiento de la sociedad porque es ella la que le confiere
dignidad, deberes y derechos. Son sus acciones las que le permiten obtener el
correspondiente merecimiento público o respeto. El sujeto construye a su persona con
sus actos ejecutados responsablemente y enjuiciados socialmente. Este devenir activo
confiere dignidad, trasciende la posibilidad de la disolución del individuo en el fluir de
la sociedad, y evita la posición pasiva, cómoda, de aislamiento. En esta dialéctica de
reconocimiento la individualidad personal se va continuamente enriqueciendo, o si sus
acciones son no virtuosas empobreciendo. No puede haber personas sin sociedad
humana (la sociedad esclavista es inhumana), ni sociedad humana sin sociedad de
personas (sin estructuras comunes capaces, por ejemplo, de transmitir conocimientos).
La persona necesita de la sociedad, es el escenario imprescindible para su constitución,
sin ella no cobraría sentido su conducta individual; la buena salud de la sociedad, el
escenario de la vida, es imprescindible para el enriquecimiento perpetuo del obrar
individual capaz de constituirse en persona. Este ejercicio responsable e individual y
que merece el reconocimiento de los otros se incorpora a la sociedad, trasciende al
sujeto corpóreo individual, y la va transformando y enriqueciendo. Mi buen obrar
repercute favorablemente en la salud de la sociedad, y su buena ordenación (eutaxia en
sentido político, como bien indicaba en sus escritos Aristóteles) repercute en mi
salvación, lo que nos permite sugerir que el ideal griego sigue vivo. Por ello, la persona
trascendental que hoy conocemos no es fruto del azar o la casualidad histórica, sino que
es fruto de la causalidad (de progresos ontogenéticos que trascienden incluso la
estructura evolutiva filogenética en tanto que entendamos al hombre como especie), del
conocimiento de lo necesario forjado racionalmente, reflexivamente y operatoriamente,
a lo largo de la historia, formando capas que configuran señas de identidad en perpetua
transformación.

5.- Recorrido histórico del concepto de persona


El significado original del concepto persona es, como ya hemos visto, técnico y
concretamente griego; proviene del campo especializado del arte dramático, aparece con
la palabra: “prosopon”. Pero en el curso de los siglos su significado se ampliará.
Tertuliano, entre los siglos II y III de nuestra era, en su defensa del monoteísmo
cristiano frente al politeísmo del Imperio romano, asocia a la palabra persona
contenidos jurídico-legales, así la persona va a ser un sujeto legal.
En el Concilio de Nicea (325) se llega al acuerdo de que la naturaleza de Jesucristo
es doble, es decir: humana y divina, pero ambas soportadas sustancialmente en una idea
que las trasciende, la de persona. Poco más tarde a esta hipóstasis trascendental San
Agustín añadirá el atributo de la relación, el cristianismo otorgará oficialmente a Dios
la individualidad personal, Dios es Uno, y su Trinidad en tanto que se manifiesta en las
tres personas divinas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
A Boecio (480-525) le debemos la concepción teológica de la persona, su
substancialidad metafísica perenne, individual, y que define como: “sustancia individual
de naturaleza racional”, que no tiene porqué ser necesariamente humana o divina, puede

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perfectamente ser angelical, o sustancia racional pura, no material, y finita que media
como criatura entre Dios y el ser humano. Esta concepción de la persona, como ser
substancial espiritual, será en la filosofía de Kant (1724-1804) el soporte ético-moral
del ser humano, esto es: el lugar de la libertad, la razón y la voluntad autónoma
independiente de la necesidad, causalidad, del reino de la naturaleza, material y no
espiritual.
A partir de Kant tres son las posibles concepciones de la idea de persona:
a) la concepción positivista. Perspectiva antimetafísica, centrada en el yo empírico,
accesible sólo científicamente: psicología, sociología, etnología, &c., carece de
contenido trascendental, es una idea regulativa, no constitutiva, de la convivencia social.
En tanto que se trata de una perspectiva comprometida con el empirismo es
reduccionista, escéptica, y se decanta por el emotivismo como perspectiva descriptiva
de la realidad ética y moral del ser humano,
b) la concepción metafísica. Se compromete con una defensa argumentativa en torno a
una esencialidad humana, trascendental y espiritual que va más allá de lo estrictamente
empírico. Es una esencialidad entendida como apertura, como relación con los otros. La
persona es un en sí, una esencialidad, y un para sí, una apertura al otro en perpetuo
devenir. El personalismo de Mounier, las filosofías de Kant o San Agustín se ajustan
perfectamente a esta concepción, también todas aquellas perspectivas vinculadas a
posiciones religiosas. La persona va más allá, en su constitución, de las leyes que
operan y someten al cuerpo. Es una realidad espiritual, trascendental, entendida a modo
de hipóstasis,
c) la concepción metafísica. Parte del componente histórico, positivo, de la idea de
persona, pero sin que por ello se renuncie a su trascendentalidad. No menosprecia su
componente ontogenético, propio de la evolución de cada individuo, pero en este
despliegue desarrolla determinadas dimensiones, individuales, conductuales, y sociales
que son signo de su identidad como sujeto humano, y que van más allá de su voluntad
individual. Estas circunstancias configuran una dialéctica ya defendida en este tema, la
de la sociedad de personas y la de las personas en sociedad que dependen la una de la
otra. Sin esta dialéctica individuo-sociedad el ser humano se extinguiría como tal,
¿estaríamos, tras esta ruptura, ante el proclamado superhombre de Nietzsche? Es obvio,
que se producen rupturas de dicha dialéctica en individuos concretos de nuestra
sociedad, hay psicópatas, dementes, que no se relacionan con los demás como personas,
pero la ruptura de un eslabón de la cadena no quiere decir que la fractura alcance las
líneas trascendentales de la sociedad de personas, estas subsisten.

(B).-EL PROBLEMA DE LA LIBERTAD


1.- Breve introducción semántica: sentido y contexto del término “libertad”
Problema de gran calado reflexivo, fundamento de una buena parte del pensamiento
filosófico. Las primeras cuestiones que nos asaltan entorno a este asunto son, entre
otras: ¿cuándo somos libres? ¿Es la libertad un hecho o meramente una falsa ilusión
reguladora de nuestra conducta práctica? Para comenzar aclarando tan severo problema
es importante empezar por la reconstrucción de la misma idea de libertad atendiendo a
su contexto de realización particular.
Son muchas las acepciones que dan sentido, que envuelven la idea de libertad.
Situando nuestra investigación en un periodo histórico tan relevante para la modernidad
como la Revolución francesa (1789), el término “libertad” va asociado a ideas como
fraternidad e igualdad y es el caballo de batalla de un intenso proceso político
emancipador de la condición humana. Etimológicamente, el sentido es diferente, deriva

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del vocablo latino liber, término que se atribuía a la “persona en la cual el espíritu de
procreación se halla naturalmente activo”. Se llama libre entonces al joven que supera la
adolescencia, alcanza la madurez sexual y se incorpora a la comunidad como hombre
capaz de asumir sus responsabilidades. Por tanto, y ciñéndonos al sentido aquí recogido,
ser libre supone asumir derechos pero también responsabilidades en forma de deberes, y
a su vez, supone que el joven ya no está sometido a los dictados de los mayores, de la
autoridad en cualquiera de sus modalidades (profesores, padres, sociedad). Es, en
principio, una de las eternas reivindicaciones de los jóvenes adolescentes que
comienzan a plantearse lo que va a ser su vida, y comienzan a vislumbrar tímidamente
el sentido que quieren darle a su trayectoria vital.
Ahora bien, este inicial sentido del término libertad no se circunscribe a este único
contexto interpersonal, del eje circular del espacio antropológico. Es frecuente ubicarlo
también en diferentes contextos éticos, morales, o políticos. Cobra especial sentido en el
orden del deber, de los principios deontológicos regulativos de nuestras acciones; nos
encontramos con: libertad de pensamiento, libertad de expresión, libertad de enseñanza,
libertad de movimiento, libertad de asociación, &c. Pero también podemos encontrarlo
correctamente en contextos impersonales, referidos a la realidad, referidos al eje radial
del espacio antropológico; así hallamos descripciones de estados físicos dotados de una
acción espontánea: “una piedra en caída libre”, o descripciones orientadas a la
aclaración de acciones animales: “el pájaro vuela libre”. En este sentido, dominado por
la impersonalidad, lo que se quiere significar es la no participación distorsionadora de la
acción humana, como pueda ser, en el caso del libre vuelo del ave, de la captura o del
sometimiento en el laboratorio para eventuales procesos de investigación científica,
situaciones que comportan, por parte del ser humano, limitaciones a sus intenciones de
huida.

1.1.- Dos acepciones de libertad: libertad de (poder hacer) y libertad para


(capacidad de hacer)
Sin prejuicio de su conexión dialéctica, no es válido hablar de hiato, no discurren por
cauces paralelos, es importante aclarar cada una de las acepciones:
a) Libertad de se dice de la negación de dependencia respecto de algo (la naturaleza en
cada una de sus manifestaciones particulares) o que no está determinado por otro (Dios,
Estado, Autoridad individual). Supone ausencia de obstáculos capaces de interrumpir
aquello que realmente queremos hacer. Supone, por tanto, eliminación de cualquier tipo
de coacción. Carecemos de esta capacidad cuando actuamos según los dictados de una
autoridad externa, somos conscientes de su dominio pero nos es imposible eludir su
voluntad. También se puede dar, dicha circunstancia coactiva, cuando nuestro obrar
viene dirigido inconscientemente por sustancias psicoactivas que determinan
irreflexivamente nuestro conducta (es habitual, por ejemplo, con la ingesta desmesurada
de alcohol), o actuamos conducidos por eslóganes o imágenes subliminares que nos
obligan, es paradigmático el caso de la publicidad que en determinados casos logra no
sólo gestionar la mercancía, sino sugestionar y seducir a su presa, al consumidor (en
política, especialmente en plena campaña electoral, las maniobras publicitarias –la
mercancía objeto de venta es su casi nunca leído programa electoral- en busca del voto
del elector son cruciales, la televisión es el escaparate más deseado por los políticos más
representativos de los sistemas democráticos de nuestra sociedad libre y de mercado
pletórico, a la vez que de consumidores satisfechos). Ella, la libertad de, es el campo de
batalla de muchas de las disertaciones filosóficas de los modernos, Mill, Voltaire,
Montesquieu, &c. Se erigen, ya en el ámbito político, en defensores del ciudadano, de
su privacidad, frente a las trabas absolutas del Estado y su permanente tentación por

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inmiscuirse en asuntos no públicos; así, las monarquías absolutistas del Antiguo
Régimen que intentaban incluso fijar los parámetros correctos de pensamiento religioso
o político. Por el contrario, para los filósofos griegos, sofistas, Sócrates, Platón,
Aristóteles, &c., era crucial el fomento de la participación individual en la vida pública,
en la vida de la ciudad. Por tanto, la actividad libre más virtuosa del ciudadano griego
era la de la participación activa en la vida pública, política, en cambio, desde la
perspectiva de los filósofos modernos, la virtud radicaba en el fomento de la vida
privada, en la delegación voluntaria de sus inquietudes públicas a manos de sus
representantes legítimamente elegidos por sufragio universal.
b) Libertad para hace referencia a la capacidad de actuar por uno mismo,
voluntariamente. Esta capacidad de autodeterminación es esencial, sin ella la libertad
de o negativa, ajena a cualquier obstáculo, no sirve para nada. Históricamente se ha
entendido de diversas maneras, como libertad de elección, como libre arbitrio, como
libertad de creación, &c.
Subrayar que Libertad de y Libertad para cuando van referidas a la persona humana
(no divina, no jurídica, no angélica, no demoniaca) deben ser consideradas como dos
momentos de un mismo concepto de libertad. La capacidad de actuación propia
(libertad para) necesita como requisito previo a la libertad de para ser ejercida sin
trabas, sin coacciones externas. Es una relación recíproca, pero no necesariamente
simétrica. Uno puede tener todas las oportunidades, todos los medios para ser un buen
ajedrecista, y no poseer talento. Y advertir, que sólo en el ejercicio de mi libertad para
es cuando me percato de los límites de mi libertad de. Con lo cual podemos concluir
en este sentido que la libertad de no es previa a la libertad para sino que la primera se
delimita desde la segunda.

2.- La libertad como idea filosófica


Ya desde el inicio del curso veníamos diciendo que la Idea de libertad brota de una
reflexión de segundo grado que cuenta con acepciones de libertad propias de campos
bien delimitados como puedan ser los de la ciencias físicas (caída libre de los graves),
de las ciencias jurídicas (libertad condicional o libertad provisional), económicas (libre
comercio) o políticas (libertad ideológica, libertad de enseñanza), de la ciencia
psicológica experimental (personalidad libre), de las ciencias históricas (libre/esclavo) o
filológicas (raíz latina liber), o campos más abiertos y confusos como los mundanos en
donde se entiende irreflexivamente mi libertad como un hecho consciente
experimentado, vivido, objetivo, personal e irrefutable. El propósito filosófico no es
otro que el de reflexionar sobre concepciones asimiladas espontáneamente y
consideradas como claras y evidentes. El bisturí filosófico, en sentido crítico, denuncia
la ilusión en la que se fundamentan muchas de esas aseveraciones, la falsa conciencia
deformadora y engañadora de la realidad se torna oscura y confusa, se torna mito o falsa
conciencia. El análisis de estos enfoques científicos y mundanos exige una labor que
trascienda la particularidad de cada uno de los enfoques y esté en condiciones de
determinar el marco que hace posible una verdadera experiencia de la libertad. La
propuesta filosófica platónica se torna adecuada, el camino por él diseñado no resulta ni
mucho menos estéril.

3.- Libertad y determinismo


Es una propuesta atractiva pero engañosa. La libertad tradicionalmente se vincula al
acausalismo, o a la falta de trabas que determinen o coaccionen mi libertad. Frente a
libertad, dialécticamente, se opone el determinismo. Por tal entendemos todo aquello
que sucede según una causa, incluye la realidad física e incluye a los mismos actos

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humanos. Bajo este prisma argumental extremo al ser humano, a la persona, sólo le cabe
aceptar el destino, nuestro futuro ya está prefijado y es inútil, y propio de la ignorancia,
luchar contra lo que es. La realidad esta gobernada por leyes inmutables y universales
que determinan tanto al hombre como a la naturaleza. Para eludir esta desalentadora
conclusión, Kant se proponía obedecer única y exclusivamente a la voluntad libre,
autónoma y racional, capaz de desoír los cantos de sirena del necesitarismo causal. Pero
curiosamente su presunta solución no logra eludir un nuevo problema, esto es: nuestras
elecciones entre varias opciones vienen determinadas, preferimos una opción en
detrimento de otra, no es posible elegir sin causa. Yo soy la causa de mi elección pero
también las alternativas posibles a mi elección son, de alguna manera, causa de ella. La
alternativa, siguiendo el rigor práctico kantiano, sería la situación ilustrada por el asno
de Buridán: “Un asno que tuviera ante sí, y exactamente a la misma distancia, dos haces
de heno exactamente iguales, no podría manifestar preferencia por uno más que por otro
y, por lo tanto, moriría de hambre. La paradoja ilustra el hecho empírico imposible de la
dificultad de la elección cuando no hay preferencia. De no haber preferencia no puede
haber elección”. Es, pues, un error asociar libertad y elección, no es nuestra elección
sin coacciones la vía de superación del determinismo, podemos elegir al azar,
caprichosamente, lo que nos convertiría en esclavos de nuestros caprichos, no en
personas libres. La libertad ha de asociarse a la persona, y ésta viene configurada por
sus planes o programas, de ahí que puedan darse elecciones libres necesarias para la
consecución de sus fines. Desde este punto de vista, y con el gran Baruch de Espinosa:
“la libertad es la capacidad o potencia de hacer aquello que, por hacerlo, me
constituye como persona en el conjunto de la sociedad de personas”. Planear,
programar racionalmente y actuar responsablemente en la consecución de los fines
propuestos es un proceso dilatado de nuestra trayectoria vital que nos constituye como
personas, y por tanto nos hace libres. Este necesitarismo racional que nos hace libres se
efectúa en el seno de una sociedad de personas, al margen de los otros, asiladamente,
acudiendo al maestro de Alejandro Magno, o bien somos dioses, o bien somos animales.
Exige actuar inteligentemente, prever los resultados, y ejercer su consecución
responsablemente, identificándonos con nuestras acciones, son estas las que nos
constituyen como personas. En fin, debemos conocer aquello que es necesario para
lograr nuestros fines, y este mismo proceso es en sí la libertad. Tras lo dicho, podemos
concluir:
a) No cabe el arrepentimiento. Rechazar un hecho pasado y repudiarse por él es falta de
firmeza, es negar nuestra trayectoria personal pasada y que nos constituye en el
presente, es negarse a sí mismo. Debemos asumir lo que somos, reconociendo toda la
trayectoria pasada constitutiva de lo que somos, y arrepentirse supone psicológicamente
un intento de desligar una acción propia de nuestra persona, es no asumir nuestra
responsabilidad, es autoengañarse.
b) La persona libre reconoce sus errores. El reconocimiento explícito de una errónea
práctica cotidiana puede ser un punto de inflexión capaz de reorientar una trayectoria
vital no siempre sencilla. Este reconocimiento, consciente, racional, necesario, puede
ser un elemento fundamental para la constitución de mi trayectoria vital, y este acto es
un acto de libertad.
c) La constitución de la persona, sujeto racional y libre, sólo es posible, sólo se da en el
seno de un sociedad de personas que individualmente o conjuntamente, como
comunidad, grupo, Estado, partido político, &c. se enfrentan a mi trayectoria vital o
colaboran con ella. El éxito de mi actuación depende de mi habilidad para transitar por
un camino vacío de trabas y de la habilidad personal, libertad para asumir a mi modo de
vida las normas vigentes o rechazar aquellas normas que considero como inadecuadas,

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aceptando, a su vez, las consecuencias que supone el quebranto del orden establecido;
esta asunción o rechazo, vía conocimiento, nos permite hablar de “lucha por la libertad”.
d) Por último, una buena valoración objetiva sobre la libertad de una persona sólo es
posible atendiendo a su trayectoria biográfica, una acción aisladamente no siempre tiene
porqué ser libre, es libre el sujeto como persona, como proceso dilatado de actos
abiertos al análisis objetivo y retrospectivo de su obrar pasado.

4.- Horizontes de la libertad


Sólo una persona puede ser libre. La libertad radica en el reconocimiento,
identificación, de la persona con su trayectoria o proyecto de vida. La libertad por
excelencia se entiende dentro del horizonte personal, del marco del espacio
antropológico propio del eje circular, del eje dominado por la relaciones del hombre con
el hombre. Pero la idea de libertad puede también entenderse más allá de este horizonte
interpersonal, se puede entender en el horizonte natural o del eje radial, o en el
horizonte teológico o del eje angular. Vayamos por partes, introduzcamos una
clasificación que nos aproxime al asunto:
4.1.- Teorías filosóficas de horizonte impersonal (radial). Según esta perspectiva las
acciones humanas, su supuesta libertad, se explican como resultado de fuerzas
impersonales que dirigen la totalidad del mundo. Este necesitarismo universal,
permanente, abarca el conjunto de lo real, tanto natural como humano. El sentido de la
libertad sólo radicaría en el conocimiento de este orden necesario, su aceptación
resignada, y la imposibilidad humana de transformación; la mera pretensión de cambio
de lo real es un acto humano no libre, es un acto ajeno a la razón y dominado por la
incredulidad. La libertad es asumir serenamente la necesidad. Como resultado práctico
se introduce una posición ética y moral conservadora y conformista; se acepta sin más el
orden establecido, ¿para qué cambiarlo si no sirve para nada? Es la postura adoptada por
las filosofías estoica, positivista o la kantiana no formalista, materialista y causal o del
reino del ser, no del deber o de la libertad.
4.2.- Teorías filosóficas de horizonte personal (angular, circular). Desde el horizonte
personal angular la persona humana y su voluntad se ve envuelta por la voluntad de
otras personas no humanas (dioses, demonios, animales numinosos, extraterrestres) que
tienen capacidad para conocer y dirigir sus propios planes y programas. En esta línea
argumentativa la voluntad racional humana y libre se reduce a pura apariencia, la
realidad no será lo que nuestro conocimiento considera que es, la buena acción no es lo
que consideramos libremente que debe ser, tanto una como otra son ilusiones creadas
por mentes ajenas a la voluntad humana para engañarnos, confundiendo lo real con lo
aparente ( es ilustrativo el modelo cartesiano del genio maligno, o el caso del argumento
fílmico: Matrix, cerebro cibernético que esclaviza a los hombres condenándolos a una
vida irreal en el mundo de lo aparente). San Agustín y la escolástica medieval, Santo
Tomás, Suárez, Molina, Bañez, son claros ejemplos de esta visión teológica de la
libertad humana. Desde el horizonte personal circular o humano la libertad cobra
sentido pleno. La libertad en este horizonte no se opone a determinismo, sino que se
opone a incapacidad, por obstaculización externa humana, individual o colectiva (ética,
moral, política o jurídica), o por incapacidad cognitiva del sujeto supuestamente
protagonista de la acción. La lucha por las libertades, la necesidad de transformar la
realidad comprendiéndola, debe ser una acción que reconozca en dicho proyecto la
oposición de otros planes, elaborados, por otros individuos, otros pueblos, estados, o
naciones. Es, en dicho proceso, en dicho enfrentamiento (en ocasiones brutal, para nada
diplomático) donde se va constituyendo el estado del mundo, donde se va construyendo
la realidad. Por tanto, es falso asumir la realidad como dada, y es poco virtuoso asumirla

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pasivamente. En esta línea argumentativa filosófica se hallan figuras de la talla de
Espinosa o Marx. Otras propuestas, como las nacionalistas, vinculan la libertad
individual a la pertenencia a un pueblo, y un pueblo es libre cuando no sólo tiene
autonomía (libertad de) sino cuando puede ejercitarla, positivizarla, sobre otros pueblos
(libertad para).

5.- Sobre las fracturas entre las trayectorias personales y los resultados de sus
acciones
No siempre somos libres. En muchas ocasiones la trayectoria vital de una persona es
un cúmulo de errores. Estas fracturas puede obedecer a causas diferentes, o bien,
pueden brotar de las mismas acciones, son ellas el detonante para que otras personas las
obstaculicen a través de normas que las constituyen como libres. Estas normas pueden
darse a nivel individual y pueden derivarse de perspectivas muy diversas: religiosas,
políticas o jurídicas y que están vigentes en la sociedad. Estas fracturas pueden ejercerse
sobre todo un colectivo, sobre todo un pueblo; son muchos los que hoy se encuentran
coaccionados, alienados, por otros Estados que ponen en marcha su poder hasta límites
insoportables; la necesidad de los Estados hegemónicos de garantizar su bienestar
interno suscita necesidades que agotan al planeta entero, sus recursos energéticos, y
arrastra a muchos pueblos, a muchas naciones, a umbrales de miseria inaceptables. De
esta negra realidad derivan problemas como la desertización, los flujos migratorios, el
descontrol demográfico, o mismamente los actos cada vez más frecuentes de terrorismo
internacional. Es lo que Noam Chomsky, lingüista y filósofo anarquista
norteamericano, llama “La quinta libertad” (Crítica, Barcelona, 1998): libertad de
saquear y explotar por cualquier medio. También pueden brotar estas fracturas del lado
de la persona. Son los casos de las acciones no personales, ya sea porque vienen
dirigidas por otras personas, ya sea porque se desvían de nuestros iniciales planes y
acaban desbordándonos. Aquellos que renuncian a su racionalidad en busca de credos
fáciles se instalan en un proceso de despersonalización para nada virtuoso; puede sernos
útil para lo expuesto el cada vez más frecuente caso de los “individuos flotantes” que en
busca de credos fáciles se sumergen en sectas dirigidas por fanáticos iluminados. La
fractura es seria, la libertad se anula, y las acciones se orientan desde la irreflexión, la
aceptación acrítica e incrédula, y desde el sometimiento al principio de autoridad
encarnado en el líder. Otros se ven desbordados por la aceptación fácil de mensajes
informativos, publicitarios, que incitan al consumo desenfrenado de falsas necesidades.
Refugio fácil que elude la ardua tarea del conocimiento de lo necesario, y guarida para
no atreverse a afrontar un proyecto como personas libres capaces de negar aquellas
negaciones que limitan nuestra lucha. Es esta actitud, cacoética e inmoral, una clara
falta de fortaleza, de firmeza hacia uno mismo y de generosidad hacia los demás: “La
libertad sólo se abre camino a través de la lucha, de la fortaleza ética y moral” (Gustavo
Bueno: El sentido de la vida, pág.336. Ed.: Pentalfa, Oviedo, 1996)

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