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Ternavasio, Marcela “La desunión de las Provincias Unidas”, en Historia de la Argentina

1806-1852, Buenos Aires, Siglo XXI editores, 2009, pp. 119-148

1) Explique la crisis y desaparición del Directorio y sus implicancias inmediatas

2) Resuma la situación de Buenos Aires “liberada” de la dirección de los restos del ex


Virreinato del Río de la Plata durante toda la década de 1820, poniendo especial énfasis
en las reformas que llevó adelante.

3) En un mapa de la actual Argentina ubique y feche la fragmentación de las antiguas


Intendencias que tuvo lugar desde el estallido de la Revolución y se aceleró durante los
años 20. A continuación, dedique una breve síntesis de no más de un párrafo a la
explicación de cada caso.

4) Las provincias, en prescindencia de Buenos Aires, encararon su reorganización tras la


experiencia revolucionaria. Sintetice este proceso dando cuenta de los desafíos,
particularidades y similitudes que presentó cada caso provincial.

5) Brasil, el tradicional rival del Río de la Plata, también obtuvo su independencia de su


Metrópolis durante la década de 1820. Sintetice este proceso desde los señalamientos de
Ternavasio.

1- Pueyrredón renuncia a su cargo como director supremo en abril de 1819, siendo


reemplazado por el general José Rondeau, quien asume en un contexto de crisis. En
noviembre estalló una revolución dirigida por Bernabé Aráoz que declaró a Tucumán
autónoma del poder central. Mientras tanto, se reanudaba el enfrentamiento armado
entre el poder central y el litoral. Rondeau decidió reanudar recurrir al ejército de los
Andes y a lo que restaba del ejército del Norte para combatir las fuerzas de Estanislao
López. Pero San Martin no acude al auxilio del gobernador y el ejército del Norte,
liderado por Juan Bautista Bustos, se sublevó en Arequito y se negó a apoyar al
director. Bustos, queriendo consolidar su poder político, convocó a un congreso de
todas las provincias, desafiando al Directorio y al Congreso dictado en la constitución
de 1819.

Estanislao López y Francisco Ramírez avanzaron militarmente sobre Buenos Aires y Rondeau
los enfrenta delegando el mando, por decisión del congreso, a Juan Pedro Aguirre. Las escasas
fuerzas del ejército nacional fueron derrotadas por los caudillos del litoral en Cepeda. Rondeau
debió delegar la firma de la paz en el Cabildo de Buenos Aires, y también delega su autoridad. El
Cabildo asume provisoriamente el poder, obligando al Directorio y al Congreso a autodisolverse.
El orden político del que Buenos Aires era la cabeza acababa de disolverse.

Con la acefalía se abrió una doble crisis: la que se desarrolló durante todo el año de 1820 en el
interior de Buenos Aires y la que afectó a las diferentes regiones del ex virreinato. La ambigua
expresión de “Provincias Unidas de Sudamérica” dejaba de tener sustento. Las provincias que
ahora surgían como nuevos sujetos políticos con epicentro en sus cabildos cabeceras, quedaron
en una situación de autonomía de hecho que pronto se tradujo en una autonomía de derecho.

2- El nombre de “anarquía del año 20” se caracterizó por un vacío de poder. Esta
situación inició cuando los victoriosos de Cepeda exigieron que el cuerpo capitular se
encargara de formar un nuevo gobierno que garantizara una negociación favorable a
sus intereses. De tal manera que el Ayuntamiento convocó a un cabildo abierto que en
febrero de 1820 decidió la creación de la primera Sala de Representantes de Buenos
Aires, también llamada Junta de Representantes, en el cual se debía designar
gobernador de la provincia de Buenos Aires. En esta Sala, se conformó sólo de
representantes de la ciudad, donde Manuel de Sarratea será designado gobernador
provisorio hasta que se completará la representación con diputados elegidos por la
campaña. Sarratea quedo a cargo de establecer la paz con el litoral que se concretara
con el Tratado del Pilar en febrero del mismo año.

En este tratado se establecía como principio, la futura organización federal para el país y se
acuerdo una reunión convocada en San Lorenzo para discutirlo. Buenos Aires debió aceptar la
libre navegación de los ríos y someter ante un tribunal a los miembros de la caída de
administración directorial.

Por otro lado, López y Ramírez se comprometían al retiro inmediato de sus tropas, pactando así
una amnistía general. Pero este tratado no fue bien recibido por algunos grupos porteños que
veían esto como una humillación al honor de la ex capital virreinal. Como consecuencia de esta
oposición, se creó una crisis de gobierno. El ex directorial Juan Ramón Balcarce, convocó a una
asamblea popular el 6 de marzo que destituyó al gobernador Sarratea. Así sería nombrado él
como gobernador, pero no duraría en el cargo más que una semana, debido a que la reacción de
Ramírez no se hizo esperar, derribo a Balcarce y restituir a Sarratea. El 6 de abril, Sarratea
convocó a elecciones para designar una nueva Sala de Representantes con doce diputados por la
ciudad y once por la campaña.

Dichas elecciones se realizaron el 27 de abril y los diputados electos no tardaron en entrar en


conflictos con el poder ejecutivo. Sarratea debió reconocer por escrito que la soberanía residía en
la Junta recientemente elegida y por lo tanto debían obedecer las resoluciones que proponían.
Así, la Sala se iba transformando de Junta electoral encargada de escoger al gobernador, en un
cuerpo capaz de establecer los principios que guiarían al nuevo gobierno. Paralelamente a esto,
la campaña bonaerense se agravaba. A la presión practicada por López y Ramírez se le sumaba
el desorden provocado por tantos años de guerra revolucionaria.

En este contexto, la junta de Representantes suspendió sus sesiones nombrando nuevo


gobernador a Idelfonso Ramos Mexía, quien debido a la crisis de gobernabilidad tuvo que
renunciar el 19 de junio exponiendo que su autoridad no era obedecida por nadie.

Después de la autodisolución de la Junta de Representantes, el Cabildo convocó a la elección de


una nueva junta que designara gobernador, quien nombró a Manuel Dorrego para el ejercicio del
poder ejecutivo. Al mismo tiempo, la campaña se encontraba dividida, existían grupos que
seguían sosteniendo en el cargo al general Soler mientras que otros habían nombrado gobernador
a Carlos María de Alvear.

Para agosto se eligió una nueva Sala de Representantes que determinó revalidar en el cargo a
Dorrego. Éste decidió enfrentarse con Estanislao López a quien vencería en Pavón el 2 de
septiembre, aunque al correr los días será derrotado por un caudillo santafesino en Gamonal.

Con estos desacuerdos miliares, las milicias de campaña al mando del general Martín Rodríguez
y de Juan Manuel de Rosas decidieron intervenir, la Junta de Representantes nombra gobernador
a Martín Rodríguez que debió enfrentarse a una revuelta por parte de los ciudadanos
dependientes del Cabildo. Rodríguez fue apoyado por las milicias al mando de Rosas y
derrotando dicha rebelión, así ambos comandantes surgieron como los salvadores del orden en
Buenos Aires.

Rodríguez buscará la paz con López, firmando el Tratado de Benegas. Así se aseguraría la paz
entre Buenos Aires y Santa Fe, pero dejando de lado al caudillo entrerriano Francisco Ramírez
que no había participado de los enfrentamientos bélicos, debido a que se estaba disputando en
ese entonces el control de la Mesopotamia con Artigas. La unión que antes existía entre los
Pueblos Libres del Litoral se había roto por completo.
Luego de la crisis del año ’20 había dejado una imagen triste, lo más grave de esta crisis se
expresó en la cantidad de autoridades nombradas en ese período. Llegando a la conclusión que
era imprescindible imponer un orden nuevamente, y dicho orden debía concentrarse en dotar
a la provincia de las condiciones necesarias para alcanzar el progreso económico y social, que
se veía imposibilitado debido a las consecuencias que tuvo la guerra revolucionaria y las
disputas que hubo entre las regiones del territorio. Buenos Aires se había dado cuenta de
todos los costos que implico ser la capital, por eso había determinado mantenerse al margen
por un tiempo, paso de sentirse derrotada y humillada a gozar de su autonomía.

3- De las gobernaciones de intendencia creadas a fines del siglo XVIII, sólo se


conservaron tres, dentro del poder revolucionario liderado por Buenos Aires: la de
Buenos Aires, la de Salta y la de Córdoba.

Las situaciones vividas en las provincias ubicadas en el Alto Perú se deberán a los fracasos
sufridos por el ejército del Norte en la década del 10, donde se separa esta jurisdicción respecto
del gobierno rioplatense.

En 1825 después de la victoria de Ayacucho se creará un nuevo estado en la zona denomino


Bolivia, que expresará la gratitud hacia su libertador, Simón Bolívar.

Hacia 1813 se iniciará una etapa revolucionaria en la provincia de Paraguay bajo el liderazgo de
Gaspar Rodríguez de Francia buscará su autonomía culminando en la separación definitiva.

Respecto a la Banda Oriental, había sufrido un lento y constante avance de los portugueses que
termino en la anexión en 1821 al Reino de Portugal, con el nombre de Provincia Cisplatina.

Con las sucesivas fragmentaciones en el Virreinato del Río de la Plata, durante la década de 1810
se conformaron nuevas provincias. Algunas serán diseñadas por el gobierno central y otras se
autoerigieron autónomas respecto de su jurisdicción. En el Litoral en 1814 se crearon las
provincias de Entre Ríos y Corrientes separadas de la gobernación intendencia de Buenos Aires,
y Santa Fe se autoproclamo autónoma de dicha intendencia en 1815.

En el Oeste, Cuyo se conformó en 1814 como una nueva provincia separada de la intendencia de
Córdoba. En el Norte, Tucumán se separa de la gobernación de Salta en 1815. Tucumán se
separó del poder central y se creó la llamada República del Tucumán que incluía las
jurisdicciones subalternas tales como Santiago del Estero y Catamarca. Córdoba por su parte,
también se independizó después de la sublevación de Arequito y se estableció como un nuevo
foco de poder al imponerse con mayor presencia del interior frente a Buenos Aires y el litoral.
Siguiendo su ejemplo de provincia autónoma, también lo hará San Juan, y luego Mendoza y San
Luis, que crearon sus propios ejércitos provinciales y se unieron en la liga Cuyana dispuestas a
apoyar el congreso convocado por Córdoba. Catamarca por su parte se separará de la república
tucumana en 1821.

En el Litoral todo se vuelve tenso entre sus caudillos y se agravara aún más después del Pacto de
Pilar, donde López y Ramírez, rompen relaciones con Artigas, debido a que el líder oriental
desaprobó el tratado por dejar las cosas libradas a un futuro congreso y por no proveer a su
provincia de la ayuda esperada contra la invasión portuguesa. Dicha ruptura culmina en la lucha
donde Ramírez vence a Artigas en Las Tunas en 1820 y en Cambay del mismo año. Después de
esto, Ramírez quiere obtener el poder en el litoral que lo lleva a enfrentarse a López, finalmente
Ramírez fue derrotado y muere en 1821 consolidándose el liderazgo de López en la región.

Después de todos estos conflictos, el mapa político cambio rotundamente: Buenos Aires,
Córdoba, La Rioja, San Luis, San Juan, Mendoza, Corrientes, Santa Fe, Entre Ríos, y más tarde
Jujuy se separa de la jurisdicción salteña en 1834.

Las provincias, en prescindencia (que no contaron con) de Bs. As. Encararon su reorganización
tras la experiencia revolucionaria.

En 1820, Bs.As. ya no podía representar a las demás provincias, por la sencilla razón que había
perdido el poder político como cabeza, esta ausencia de poder abrió una doble crisis: la que se
desarrolló durante todo el año de 1820 en el interior de Bs.As, y la afecto a las diferentes
regiones del ex virreinato.

¿En el interior quienes fueron los responsables? Los caudillos del litoral, los ex directoriales y
sus tendencias centralistas, sumado a los grupos federalistas porteños.

Mientras tanto en las diferentes regiones, emergieron nuevas entidades territoriales autónomas,
que fueron organizando sus instituciones siguiendo el molde republicano, con epicentro en sus
cabildos cabeceras, algunas con mayor grado de institucionalización política y otras mostraron
mayor inestabilidad, donde los caudillos locales fueron los protagonistas. De esta manera la
autonomía de los pueblos pasó a las autonomías provinciales, en sus reglamentaciones casi todas
las provincias, a excepción de Córdoba y Mendoza, abrazaron paulatinamente la forma
republicana de gobierno.
A diferencia de la década revolucionaria, cuando las comunidades políticas que demandaban el
autogobierno tenían por base a las ciudades con cabildo, las repúblicas provinciales formadas
luego de la caída del poder central se organizaron según los principios del moderno
constitucionalismo liberal.

En cada una de las provincias se fueron suprimiendo los cabildos, comenzando por Bs. As,
significo redefinir los territorios y las bases de gobernabilidad; al eliminarse la institución más
arraigada del régimen colonial y adoptarse, el principio de división de poderes, se
redistribuyeron las funciones y atribuciones capitulares entre las nuevas autoridades creadas y se
redefinieron las bases del poder entre la ciudad y el campo, el cual cobraba nueva entidad
política. Pero estas nuevas republicas provinciales presentaron desigualdades, algunas
experiencias, desde el punto de vista institucional resultaron más frágiles que otras, teniendo
como exclusivos protagonistas del proceso de fragmentación del poder a los caudillos y sus
tropas, con diversas experiencias según la región y coyuntura; por ejemplo, Bs. As, Salta,
Mendoza o Córdoba, fueron casos de mayor estabilidad institucional durante la década de 1820,
en contraste a estas Santa Fe y Santiago del Estero donde sus gobernadores permanecieron en el
poder durante casi dos décadas. Al extremo de esto se encontraba la completa inestabilidad
entrerriana, donde en el término de cinco años, sucedieron más de 20 gobernadores.

Los conflictos de las distintas provincias, se dieron en un espacio en el que muy trabajosamente
intentaban imponerse las reglas del nuevo arte de la política. En ese laxo y común encuadre
republicano, éstas fueron dictando sus propias constituciones o reglamentos. En Bs. As, La Rioja
y Mendoza no se dictaron constituciones, pero sí un conjunto de leyes fundamentales que
rigieron, durante esos años según el caso y coyuntura. Por su parte, Santa Fe dicto su Estatuto
Provisorio en 1819, Tucumán en 1820, Corrientes y Córdoba en 1821, Entre Ríos en 1822,
Catamarca, Salta y San Juan en 1823 luego, Santiago del Estero en 1830, San Luis en 1832 y
Jujuy en 1839 (cuando su jurisdicción se separó definitivamente de Salta). Casi todos los
reglamentos se atribuyeron la organización de la tropa provincial y el derecho de patronato,
incluyeron la declaración de derechos fundamentales y organizaron sus aparatos fiscales.

En cuanto a lo económico, la mayoría de las provincias no alcanzaba para cubrir los gastos,
luego de la disolución del poder central, ya que cada una de ellas debía solventarse con su propio
comercio, que eran insuficiente para recaudar impuestos capaces de cubrir el déficit fiscal, como
fue el caso de Entre Ríos, Córdoba y Santa Fe. Bs. As que alentó más que nunca la ley
librecambista, era dueña del principal recurso fiscal de la aduana de ultramar.
Corrientes, como Bs As, mostró mayor estabilidad política, se caracterizó bajo la hegemonía de
un grupo dirigente integrado por hombres de los principales sectores propietarios,
fundamentalmente mercaderes y hacendados, que supieron controlar a las fuerzas militares y
posibles revueltas. Corrientes dio un ordenamiento legal bastante eficaz, el mandato de sus
gobernadores duraba tres años regularmente, la reelección fue prohibida por la constitución
provincial; sucedieron así, Juan José Fernández Blanco (1821-1824), Pedro Ferré (1824-1828),
Pedro Cabral (1828-1830) y nuevamente Pedro Ferré (1830- 1833).

Santa Fe, dependió de la capacidad del caudillo que la gobernó durante 20 años, usando a su
favor los reglamentos y normas sancionados; Estanislao López, se hizo llamas “caudillo” en el
reglamento provisorio dictado en 1819 y supo convertir a la sala de representantes en un
instrumento consultivo más que legislativo o deliberativo.

En el caso de Entre Ríos, luego de la muerte de Ramírez, no hubo en la provincia un hombre


fuerte, sino un grupo de caudillos menores, en la década de 1820, se sucedieron hombres
solidarios con Bs.As: Lucio Mansilla, (el más destacado de esta década) 1821-1824, sufrió
revueltas de distintos caudillos por ser considerado con inclinación hacia intereses ajenos a la
provincia. En 1821, 1825 y 1830 fue elegido gobernador por el congreso de la provincia Ricardo
López Jordán, entre 1826 y 1831, hubo 21 gobernadores, este periodo fue conocido como la
“anarquía entrerriana”.

Córdoba, tenía una constitución que otorgaba al ejecutivo fuertes poderes, el gobernador era
capitán general de las fuerzas militares, durante la década de 1820, Juan bautista Bustos domino
la escena provincial y fue considerado un caudillo que logro dominar las disputas facciosas
desplegadas luego de 1810.

Mendoza, dejo de ser capital de la intendencia de cuyo para erigirse en provincia autónoma, a
diferencia de otras provincias los mendocinos no tuvieron un caudillo predominante, como
tampoco San Juan, también separada de la gobernación de Cuyo en 1820, lo que caracterizo al
gobernador de los sanjuaninos, Salvador María del Carril, fue la carta de mayo de 1825, donde se
establecía la libertad religiosa, esta sanción de libertad de cultos provoco una gran reacción.

Tucumán tuvo como figura a Bernabé Araoz, este baso su poder en las fuerzas milicianas que le
daban apoyo y en las redes que supo tejer mientras estuvo al poder; en 1824 fue fusilado, luego a
esta provincia le toco vivir años de inestabilidad política. Santiago del Estero, una vez
desgajada de la republica de esta, inicio un camino de estabilidad, gracias al caudillo Felipe
Ibarra, quien se mantuvo en el poder durante más de dos décadas, desplazando a las familias
tradicionales de origen virreinal y apoyándose tanto en milicias como en fuerzas armadas
permanentes. Catamarca se separa un poco más tarde de Tucumán, a raíz de la intervención de
las tropas santiagueñas y salteñas, enemigas de Aráoz. Lo que domino luego la escena
catamarqueña fue el cruce de alianzas y hostilidades entre linajes de origen local y externo a la
provincia.

En Salta, luego de la muerte de Güemes, las familias más poderosas retomaron el poder y
ubicaron en dos oportunidades a José Ignacio Gorriti como gobernador, gozo de una gestión en
1820, con un historial como doctor de Chuquisaca y general de los ejércitos revolucionarios.

En La Rioja, el comandante general Juan Facundo Quiroga comenzó a acrecentar su poder a


partir 1823, coexistiendo con los poderes legales de la provincia, que condicionaron los recursos
de acción.

Las provincias se constituyeron en cuerpos políticos autónomos, pero en ningún momento


renunciaron a conformar un orden supra provincial, la fragmentación se presentaba como algo
provisorio, el interés por este orden se mantuvo por medio de pactos y de ligas regionales, se
señalaba un futuro CONGRESO para alcanzar la unidad, pero el problema era el acuerdo
respecto de la forma de gobierno que debía establecerse y el grado de autonomía de estas nuevas
entidades políticas.

Pero quien NO estaba de acuerdo con la conformación de este CONGRESO fue Bs. As, ya que
uno de los principales temas era, la cuestión de los recursos procedentes de la Aduana del
mismo. Las provincias reclamaban acceder libremente al comercio de ultramar, logrando que la
ex capital no fuera la única beneficiada con la recaudación. Al estar Bs. As en condición de
autónoma se consideraba dueña de las costas y los lucros de ellas, esto significo el descontento
manifestado en las relaciones interprovinciales.

Esta provincia disparo también que la idea de un congreso era muy prematura y correría el riesgo
de conflictos revolucionarios como la década anterior, durante la gestión de Martín Rodríguez,
gobernador hasta 1824, acompañado por Bernardino Rivadavia impulsaron un plan de reformas,
tendientes a transformar la provincia en todos sus aspectos: política, económica, social, cultural y
urbana. Estos conjuntamente con el acompañamiento de un grupo letrado de miembros del
partido del orden, o también llamado “de la reforma”, compartían las ideas respecto al camino
para iniciar el orden y progreso. Bs. As asumía el papel central frente a las demás provincias y se
sentía heredera de dicho poder como también protagonista de cualquier emprendimiento
constitucional a nivel nacional. El consenso (acuerdo) que rodeó a la gestión de Martín
Rodríguez, estuvo vinculado al deseo de la población bonaerense de NO volver a pasar por la
crisis del año 20, y que los sectores económicamente más poderosos cedieran los nuevos límites
de la provincia para capitalizar al máximo los recursos que ya no deberían repartir con el resto.

Las reformas apuntaron a modernizar la estructura política y administrativa heredada de la


colonia, para ello debía garantizar un orden político estable y legítimo. En 1821 la Ley electoral,
cristalizo un régimen representativo, muy novedoso para la época, con un sistema de elección
directa de sufragio activo amplio, habilitando a votar a todos los hombres libres, el gobierno
buscaba así encauzar la actividad política por medio del sufragio, para erradicar las asambleas
populares. (Evitando revueltas contra los gobiernos). En diciembre del mismo año (1821), se
sanciona la ley de supresión de los dos cabildos existentes en la provincia, el de Bs. As y el de
Lujan, el cabildo competía siempre con las autoridades creadas después de la revolución, el
modo de resolver dicha competencia fue drástico, los transformaban en organismos municipales
modernos, suprimiéndolos del espacio provincial, triunfando de este modo el proyecto del
ejecutivo.

La sala se convirtió en el centro del poder político provincial, era la encargada de nombrar cada
tres años al gobernador, debía votar el presupuesto de gastos anual, aceptar la creación de todo
tipo de impuesto, evaluar lo actuado por el ejecutivo, fijar el periodo de sus sesiones y discutir y
aprobar el plan de reformas propuestos por los ministros; las viejas funciones capitulares se
redistribuyeron en nuevas autoridades dependientes ahora del gobierno de la provincia. Las
funciones de justicia fueron derivadas hacia un régimen mixto, que estableció una justicia de
primera instancia, letrada y rentada, y una justicia de paz, lega y gratuita, ambas en ciudad y
campaña. Las funciones de la policía quedaron a cargo de un jefe de policía con 6 comisarios
para la ciudad y 8 para la campaña. En el campo para 1825 el fracaso se mostró, en cuanto a esta
organización, se suprime la comisaria y la justica letrada, los jueces de paz absorbieron más
funciones y más poder. Con los mismos objetivos de racionalización se crearon los órganos
dependientes del poder ejecutivo, como los ministerios de gobierno, hacienda y guerra, también
se dictó una ley de retiro para empleados civiles. Entre las reformas se destacan las que
afectaron a dos corporaciones fundamentales; el ejército y la iglesia. Se redujo el aparato militar
heredado de la revolución, para reducir gastos y reorientar hacia nuevos objetivos; poco después
le tocó el turno a las milicias, reorganizadas por la ley en 1823. Por otro lado, la ley suprimió
algunas órdenes religiosas, pasó sus bienes al estado, suprimió los diezmos y sometió a todo el
personal eclesiástico a las leyes de la magistratura civil. Esto obviamente generó descontento
entre estos grupos.

Un rasgo que caracterizo a este periodo fue la expansión de la prensa. La ley de prensa dictada
en 1821, otorgo un amplio margen de libertad al periodismo local, (aunque no pudo evitar
algunos episodios de censura). Además del impulso otorgado a la Biblioteca Pública, se crearon;
la academia de medicina, la de ciencias físicas, matemáticas y la de música; se dio un nuevo
estímulo a la enseñanza del derecho al intensificar la acción de la academia de jurisprudencia,
fundada en 1815, y con la creación del departamento de jurisprudencia en 1821. Tuvo su lugar la
formación de la sociedad literaria responsable de la publicación del periódico más importante de
la década. Aunque la autora remarca como la más significativa durante la feliz experiencia
rivadaviana, a la universidad de Buenos Aires en 1821. Otra importante entidad fue la casa de
expósitos y se creó la sociedad de beneficencia, encargada de organizar hospitales, asilos y otras
obras de asistencia para los sectores pobres, estas tareas eran asignadas a las mujeres de la alta
sociedad porteña. Este plan de reformas también apunto a capitalizar, todos los recursos
disponibles para impulsar el crecimiento económico. Para esto debía estimular la producción
rural y asegurarse exportaciones en el mercado internacional. Se creó el departamento
topográfico destinado a establecer con cierto rigor el catastro territorial de la provincia; en 1822
se dictó la ley de ENFITEUSIS, como plan también de promover la inmigración, que procuraba
la instalación de colonos en tierras públicas para su explotación; estas se entregaban a cánones
bajos, como garantía de la deuda del estado. Pero dicha ley no ofreció suficientes incentivos a los
pobladores. Sin embargo, la expansión ganadera seguía su curso. Al promediar la década de
1820, Buenos aires habían reemplazado la arruinada economía del litoral, transformándose en la
principal región ganadera del país.

En el campo financiero, una de las primeras acciones del gobierno fue la creación del Banco de
descuentos; su directorio estuvo conformado por representantes del sector económico-social y
por comerciantes ingleses residentes en Buenos Aires. El banco estaba autorizado para emitir
billetes, una creciente emisión de estos a lo pocos años los llevo a una crisis financiera
insalvable.

Por su parte el ámbito urbano de esta provincia exhibió cambios significativos: se fue
transformándose la fisonomía de la vieja ciudad colonial, se construyó el edificio de la nueva
sala de representantes, se erigió el pórtico de la catedral, se reestructuro la planta urbana y se
multiplico la construcción de viviendas.
En julio de 1824, se contrató un empréstito con la firma Baring Brother& Co, en Londres, cuyos
fondos serían utilizados para la construcción del puerto, las obras sanitarias de Buenos Aires y el
establecimiento de pueblos en la campaña. El plan para librarse fácilmente de esta deuda era,
mantener el volumen del comercio marítimo y reducir el presupuesto militar; pero no contó con
el desenlace de la guerra contra Brasil.

4- La independencia de Brasil es un caso peculiar en Latinoamérica. Posterior al


traspaso de la corte portuguesa a Río de Janeiro en 1808, inicia una especie
monarquía dual con centro en el nuevo mundo. En 1815 Brasil fue proclamado
“reino” con misma jerarquía que Portugal, pero las tensiones entre ambos márgenes
no tardaron en aparecer en distintos planos.

La presencia del rey en América implicó mayor control sobre los territorios, pero también una
mayor carga fiscal para solventar los gastos de la corte. Los hechos de precipitaron en 1820,
cuando se produjo una revolución liberal en Portugal que postuló el establecimiento de una
monarquía constitucional. Por lo que se exige el retorno del rey Juan VI a Lisboa para que
aportara provisoriamente la constitución española sancionada en Cádiz en 1812, hasta que se
dictara una nueva constitución portuguesa en el marco de convocatoria a Cortes Generales. Pero
éstas, que contenían una mayoría de representantes portugueses, adoptaron medidas poco
liberales para sus colonias americanas; y en Brasil reinó el descontento.

Cuando Juan VI regresa a Portugal, su hijo Pedro queda como regente de Brasil. Con el
alejamiento del monarca y la evidencia de que las Cortes no estaban dispuestas a negociar las
reformas políticas reclamas por los brasileños, Pedro decide permanecer en Río de Janeiro y
proclama la independencia de Brasil, la cual se da en términos pacíficos. Dando lugar a la
formación de un imperio que, bajo la forma de monarquía constitucional, reveló gran estabilidad.
Pedro I asume como emperador y es coronado el 1 de diciembre de 1822. En febrero de 1824
dictó una constitución que le proporcionó destacado poder.
Ternavasio, Marcela “La unidad imposible”, en Historia de la Argentina 1806-1852, Buenos
Aires, Siglo XXI editores, 2009, pp. 149-174. (capítulo 6)

1) Explique la trascendencia de la Ley Electoral de 1821 y los principales lineamientos y


resoluciones del Congreso Nacional de 1824-1826.

2) Analice la Constitución de 1826 y su recepción por parte de las provincias.

3) Explique la situación de la Banda Oriental y el desencadenamiento de la guerra contra el


Brasil.

4) ¿Cuáles fueron las consecuencias del conflicto con Brasil y del fracaso de la Constitución
de 1826 en el plano internacional e interprovincial? Siga el proceso hasta la suscripción
de todas las provincias rioplatenses al Pacto Federal.

1) A partir de la sanción de la ley electoral de 1821 se realizaron elecciones todos los años
para renovar los miembros de la Sala de Representantes de Buenos Aires. El Partido del
Orden logró multiplicar el índice de votantes en ciudad y campaña y ganar las elecciones
en los primeros años. Pero en 1824 le disputó el triunfo un grupo de oposición con
arraigo en sectores populares urbanos, organizado por líderes como Manuel Dorrego y
Manuel Moreno, que ocuparon parte de los bancos de la Sala. Esta primera escisión de la
elite dirigente bonaerense se acentuó cuando se produjo la sucesión del gobernador, en
ese momento, la Sala de Representantes y el grupo cercano a Rivadavia mostraron sus
primeros descontentos. La designación del general Juan Gregorio Las Heras puso en
evidencia las tensiones en el interior del Partido del Orden: Rivadavia se retiró del
gobierno y lo reemplazó Manuel García.

La situación se agravó cuando la coyuntura internacional obligó a la elite bonaerense a tomar


decisiones respecto de la futura organización del país. El Rio de la Plata carecía de una unidad y
político estatal y además sufría la presión de la ocupación brasileña de la Banda Oriental,
capitalizado por la oposición porteña al Partido de la Orden. Se genera, de este modo, un clima
de cierta urgencia; y estas cuestiones actualizaron el debate de un nuevo congreso de todas las
provincias para establecer definitivamente una constitución nacional.
La convocatoria al Congreso Constituyente realizada por el gobierno de Buenos Aires hizo
renacer las diferencias entre las provincias y, en cada una de ellas, entre diversas formas de
concebir la organización del estado. El congreso inició sus sesiones el 16 de diciembre de 1824,
con diputados elegidos por las provincias en número proporcional a su población, y con cierta
mayoría de la delegación porteña.

La primera disposición tomada por el congreso fue dictar la Ley Fundamental que declaró
constituyente a la asamblea y estableció que, hasta que se sancionara una constitución, las
provincias se regirían por sus propias instituciones, delegando provisoriamente las funciones del
poder ejecutivo nacional en el gobierno de Buenos Aires. Días después se firmó el Tratado de
Amistad, Comercio y Navegación con Gran Bretaña en el que se ratificó el reconocimiento de la
independencia de las Provincias Unidas.

Por la Ley Fundamental, el gobernador Las Heras quedó a cargo de las relaciones exteriores y
con facultad de hacer propuestas al Congreso y de ejecutar sus decisiones. La sanción de la
Constitución quedó postergada a la espera de un momento más favorable, y una vez dictada
debía ser elevada a los gobiernos provinciales que podrían rechazarla y permanecer al margen de
la unión perseguida.

Pero la creciente independencia de criterio del gobernador Las Heras irritaba al séquito más
cercano a Rivadavia, en particular a los diputados bonaerenses del Congreso Constituyente, que
esperaban proponer al ex ministro de gobierno de Buenos Aires como futuro presidente. Además
crecía en Buenos Aires el ambiente belicista frente a la situación de la Banda Oriental, lo cual
volvía urgente la creación de un poder ejecutivo nacional permanente. A fines de 1825, el
Congreso doblar el número de sus miembros. Con este gesto, los diputados por Buenos Aires
buscaron reforzar su control y reemplazar así la moderación por actitudes más radicales. La
nueva elección favoreció al grupo porteño liderado por Rivadavia, aunque también permitió el
ingreso de algunos líderes de la oposición porteña, como Dorrego y Moreno en representación de
otras provincias.

El 6 de febrero de 1826, el Congreso dictó la ley de Presidencia que creaba un ejecutivo


permanente; Bernardino Rivadavia fue nombrado presidente. Y las tensiones en el Congreso se
hacían cada vez más evidentes. El vocero de la oposición al grupo rivadaviano fue Moreno,
quien afirmaba que la Ley de Presidencia violaba la Ley Fundamental por la cual se habían
limitado las atribuciones del Congreso.
Por otro lado, la Asamblea objetaba las divisiones que se estaban constituyendo en dos partidos
con nombre propio: los unitarios, que pretendían instaurar una forma de gobierno de unidad y
centralizada, y los federales que buscaban organizar una forma de gobierno que respetara las
soberanías de las provincias. Estas divisiones revelaban la creciente polarización del espacio
político. Las tensiones terminaron de dividir las opiniones cuando Rivadavia presentó al
Congreso el proyecto de Ley de Capitalización. En él se declaraba a Buenos Aires capital del
poder nacional, a la que se subordinada un territorio federal que iba desde Puerto de Las Conchas
(Tigre) hasta el Puente de Márquez y desde allí, en línea paralela al Río de la Plata, hasta
Ensenada. La provincia de Buenos Aires, separada del distrito federal, se reorganizaba en dos
nuevos distritos: las provincias del Salado, con capital en Chascomús, y la del Paraná, con
capital en San Nicolás. Los impulsores del proyecto debieron enfrentar la oposición del sector
federal con Moreno a la cabeza.

2) La promulgación de la Ley de Capital en marzo de 1826 terminó aislando al grupo


unitario rivadaviano de sus antiguos apoyos. Además, para los intereses económicos
locales fue alarmante que la provincia perdiera, con la federalización del territorio
asignado a la capital, la principal franja para el comercio ultramarino, y con ella, la fuente
más importante de recursos fiscales. Así se le unieron a la oposición federal, los sectores
económicamente dominantes de la provincia. Los Anchorena, los Terrero, los Rosas,
dueños de grandes estancias en la campaña bonaerense, intentaron evitar la sanción de la
Ley de Capitalización, que reduciría la posibilidad de expandir sus negocios. Y como
como los intereses del campo se hallaban articulados con los del comercio urbano, creían
indispensable sostener la unidad entre ciudad y campaña.

La próxima tarea del grupo unitario que dominaba el Congreso consistía en dictar una
Constitución. A comienzos de 1825, este sector unitario había promovido una consulta a las
diferentes provincias para que expidieran en torno a la futura organización del estado. Un año
después, la respuesta de aquellas fue la siguiente: 6 provincias se pronunciaron por el sistema
federal (Entre Ríos, Santa Fe, Santiago del Estero, San Juan, Mendoza y Córdoba), 4 lo hicieron
por el sistema unitario (Tucumán, Salta, Jujuy y La Rioja) y 6 remitieron a la decisión del asunto
al Congreso (Corrientes, Catamarca, San Luis, Misiones, Montevideo y Tarija). La Asambleas
constituyente, con mayoría unitarios, quedaba como árbitro de la organización definitiva; por lo
que diputados se dispusieron a estudiar el proyecto de constitución.
En el mes de septiembre de 1826, la Comisión de Negocios Constitucionales mostrará su
proyecto, donde sus miembros reconocen haber tomado como base la Constitución de 1819. Los
diputados federales argumentaron que la carta orgánica propuesta sujetaba los derechos
soberanos de las provincias, recordando las experiencias ya vividas en el Río de la Plata luego de
sus intentos con imponer regímenes centralizadores.

Además, criticaban la restricción del régimen representativo, al excluir del derecho al voto a
criados, peones, jornaleros, soldados de línea, y los considerados “vagos”. Después de debates, la
votación fue por mayoría a favor del proyecto. La Constitución fue sancionada en 1826 el 24 de
diciembre y en ella se insinuaba un doble desplazamiento respecto de la aprobada en 1819. Por
un lado, había un cambio en significativo respecto a la denominación del nombre, donde se
reemplazaba Provincias Unidas de Sudamérica por el de República Argentina. Y por el otro
lado, se declaraba que la nación argentina adopta para su gobierno la forma representativa
republicana, consolidada en unidad de régimen.

Esta nueva república nacía en un clima político tanto interno como externo que atraía un mal
futuro para su subsistencia. En el plano interno, la reacción en las provincias ya estaba
comenzando. En Córdoba, Bustos lideraba una gran oposición frente a esta nueva constitución.
Sus intentos de hegemonizar un bloque contra el Congreso y la política de Buenos Aires habían
fallado tras no conseguir el apoyo de las provincias del Noroeste.

En La Rioja, Facundo Quiroga por su lado, se mantenía a favor del Congreso. Luego la relación
entre el riojano y Buenos Aires fue otra, este desenlace se produce a partir de la conflictiva
situación interna de las provincias de Catamarca y San Juan, donde se disputaban el poder y en
las que participaron después La Rioja y Mendoza.

Finalmente, la guerra civil se desató cuando Rivadavia decide enviar al general Lamadrid a
reclutar tropas para la guerra contra el Brasil, y éste se adueñaría del gobierno provincial de
Tucumán, atrayendo además al gobernador de Catamarca. Facundo Quiroga junto con sus
milicias se lanza primero contra Catamarca donde destituye al gobernador, y luego sobre
Tucumán venciendo a Lamadrid, en San Juan se encargaría de imponer un gobernador y respecto
de Santiago del Estero, colaboraría con Felipe Ibarra para derrotar finalmente a Lamadrid. En
conclusión, Quiroga se posiciono como una especie de árbitro enfrente a las relaciones de poder
del Noroeste.
A principios de 1827, varias provincias (como Córdoba, La Rioja, Santiago del Estero, San Juan)
habían rechazado la Constitución dictaba hace pocos meses y al presidente Bernardino
Rivadavia. Mientras tanto en el litoral, Santa Fe gobernada por Estanislao López dejo de apoyar
a Buenos Aires cuando la posición unitaria del Congreso dividió al Partido del Orden.

3) El agravamiento de la situación de la Banda Oriental con Brasil, se produjo luego del


movimiento de los “treinta y tres orientales”, contra la ocupación brasileña, liderada por
el coronel Juan Antonio Lavalleja en 1825. Obteniendo el apoyo de los diputados al
incorporar la Banda Oriental a las Provincias Unidas, provocando la reacción del
emperador brasileño a declarar la guerra.

Las repercusiones de dicha declaración se hicieron sentir internamente como consecuencia del
bloqueo naval impuesto por la escuadra brasileña al Rio de la Plata, logrando deteriorar las
finanzas tanto privadas como públicas, ya que no podían comercializar con el extranjero. En
febrero de 1827, los ejércitos se enfrentaron en Ituzaingo, donde la derrota brasileña fue total. A
consecuencia de esto la crisis se hacía sentir, el comercio local se hundía, repercutiendo en el ya
debilitado gobierno central.

Inglaterra se vio afectada en los intereses que tenía en el Rio de la Plata, y manda refuerzos, ya
que veían sus negocios arruinados con la prolongación del bloqueo. Esta propuso que la Banda
Oriental no perteneciera ni al imperio del Brasil, ni a la novel República Argentina. Manuel
García, el enviado del gobierno, paso a la historia con el exceso de instrucciones favorables para
Brasil, firmo un acuerdo de paz donde aceptaba la incorporación de la Banda Oriental al imperio
y la libre navegación de los ríos. Este acuerdo es sometido al Congreso y al Presidente
Rivadavia, quien no estuvo de acuerdo, y termino renunciando a su cargo en junio de 1827. El
congreso por su parte, acepto dicha renuncia y rechazo el acuerdo, es designado presidente
provisional Vicente López y Planes. Quien no tuvo una buena figura respetada, ya que su
autoridad no era acatada en las provincias ni en el congreso; este renuncia y el congreso se
disuelve.

4) Las consecuencias del conflicto con Brasil, sumado al proceso de Constitución de 1826,
se vieron reflejadas luego de las elecciones convocadas para designar a los diputados
bonaerenses que debían conformar la Sala de Representantes y elegir un nuevo
gobernador. La división entre unitarios y federales cristalizada en el Congreso
Constituyente se trasladó a la provincia y exacerbó al espíritu de facción. Las elecciones
se realizaron en un ambiente de creciente tensión. La votación dio el triunfo al Partido
Federal cuyas filas se engrosaron con los disidentes del Partido del Orden. La Sala
designó a Manuel Dorrego gobernador de la provincia de Buenos Aires, quien frente a la
acefalía del poder central, debió asumir provisoriamente el manejo de las relaciones
exteriores; y por lo tanto también tuvo que hacerse cargo de finalizar la guerra y firmar la
paz con Brasil. Dorrego reconocía que no se podía prolongar más tiempo la situación de
guerra y menos aún la de un bloqueo ruinoso para el Río de la Plata. La propuesta
británica de dar independencia a la Banda Oriental parecía la única opción de lograr la
paz. Con este propósito, el gobernador envió una misión diplomática que, en agosto de
1828, firmó un tratado de paz sobre la base de la independencia absoluta de la Banda
Oriental, naciendo así la República Oriental del Uruguay.

Pero la firma del tratado disparó conflictos latentes. A la difícil situación interprovincial y a la
división facciosa entre unitarios y federales, se le sumó el descontento de algunos jefes del
ejército que lucharon contra el Imperio del Brasil, quienes no le perdonaban a Dorrego la firma
de un tratado que consideraban deshonroso. Parte del grupo unitario de Buenos Aires aprovechó
este descontento para derrocar al gobernador. Liderado por el general Juan Lavalle, se produjo
un movimiento militar de signo unitario que el 1º de diciembre de 1828 destituyó a Dorrego de
su cargo y disolvió la Sala de Representantes. Dorrego debió huir en busca de auxilio hacia la
Campaña, donde se hallaba Juan Manuel de Rosas, comandante de milicias de la provincia de
Buenos Aires.

Rosas había sido designado en aquel cargo por Vicente López y Planes y ratificado por Manuel
Dorrego cuando fue designado gobernador. El rápido acceso de su carrera política comenzó
cuando, desplazado Dorrego del poder, asumió el doble papel de defensor del orden en la
campaña y árbitro de la conflictiva situación creada entre unitarios y federales, identificándose
cada vez más con los segundos.

Lavalle, luego de hacerse nombrar gobernador a través de un mecanismo de dudosa legitimidad,


delegó el mando en el almirante Brown y salió a la campaña en una persecución de Dorrego,
quien finalmente fue capturado y luego ejecutado por Lavalle. El fusilamiento de Dorrego el 13
de diciembre de 1828, no hizo más que avivar los conflictos y dar inicio a una guerra civil. Los
unitarios tenían controlada la ciudad gracias al apoyo que recibieron de algunas divisiones del
ejército regular, y los federales dominaban la campaña con sus milicias. Rosas buscó el apoyo de
Estanislao López y, luego de algunos enfrentamientos, logró derrotar a Lavalle en Puente
Márquez el 29 de abril de 1829.
El 24 de junio se firmó el Pacto de Cañuelas entre los líderes de los bandos enfrentados: Rosas y
Lavalle. Así, se ponía fin a las hostilidades y se asumía el compromiso de convocar a elecciones
para formar una nueva Sala de Representantes, que a su vez designaría al gobernador de Buenos
Aires. Pero no se supo públicamente que Rosas y Lavalle firmaron una cláusula secreta en la que
se comprometieron a asistir a dichas elecciones con una lista unificada de candidatos que debía
intercalar miembros moderados del bando unitario y federal respectivamente, que de todos
modos no fue respetada. La violencia estuvo a la orden del día durante las elecciones, por lo que
Lavalle las anuló. Al borde nuevamente de la guerra civil, se arribó a un nuevo pacto en Barracas
el 24 de agosto, por el cual de nombró gobernador provisorio al general Juan José Viamonte, un
federal moderado que debía hacer cumplir el Pacto de Cañuelas.

A esa altura, era el comandante general de la campaña el que se había convertido en el árbitro de
toda esta conflictiva situación. Luego de debatir con el gobernador provisorio cuáles serían las
medidas más convenientes, la decisión fue restituir la misma Junta de Representantes derrocada
por el motín militar del 1º de diciembre de 1828 para que ésta designara gobernador. Así volvió a
reunirse la Sala y nombró casi por unanimidad al nuevo titular del poder ejecutivo provincial:
Juan Manuel de Rosas.

Mientras Buenos Aires parecía regresar a un clima de orden, no sucedía lo mismo con la
situación del interior. El conflicto interprovincial reapareció una vez más y la guerra civil se
reanudó. En 1829 las provincias del interior estaban lejos de conformar un bloque homogéneo.
Aunque las provincias andinas (La Rioja, Catamarca y Cuyo) continuaban bajo el control del
caudillo riojano, no sucedía lo mismo con Salta y Tucumán. La primera seguía en manos de
sectores unitarios, y en la segunda, el gobernador impuesto por Quiroga, Javier López, comenzó
a distanciarse de él. En Santiago del Estero, Felipe Ibarra mantenía una posición relativamente
neutral, mientras que en Córdoba, Bustos no lograba controlar la situación interna, aunque
confirmó su alianza con el riojano.

De hecho, el conflicto abierto estalló a partir de la situación cordobesa. Mientras que en Buenos
Aires los unitarios liderados por Lavalle habían sido vencidos por las fuerzas federales, el
general unitario José María paz intentó revertir la hegemonía lograda por los federales
avanzando sobre Córdoba, su provincia natal. En un primer momento, durante la década del 20,
Paz junto con Bustos, había conducido la sublevación de Arequito. Ambos se habían opuesto a
enfrentar con su columna del ejército del Norte a las fuerzas federales que acechaban Buenos
Aires, y habían acordado instalar en el gobierno cordobés a los jefes de la facción federal local
que hasta ese momento intentaban aliarse con las fuerzas artiguistas. Pero el acuerdo duró poco:
Bustos decidió alzarse con el poder y distanciarse de los federales de su provincia y del general
Paz, quien entonces se identificaba con la fuerza federal local cordobesa. Mas tarde, en la guerra
contra Brasil, Paz dirigió una de las columnas del ejército; una vez terminado el enfrentamiento,
regresó de la Banda Oriental. En aquellos años, Paz había abandonado su antigua filiación
federal y su nuevo proyecto se basaba en avanzar sobre Córdoba y derrocar al gobernador
Bustos. No encontró en Buenos Aires el apoyo que separaba para dicho avance, aun así
conformó un pequeño ejército y en abril de 1829 avanzó por el sur de Santa Fe hasta penetrar en
Córdoba. Este éxito logrado por el general Paz, sólo se explica por la debilidad que presentaba el
bloque adversario. Con el derrocamiento, Bustos debió retirarse a buscar refugio en Quiroga, y le
proporcionó a Paz una sólida base de operaciones, además de la adhesión de las provincias de
Tucumán y Salta.

En Junio de 1829, Facundo Quiroga, quien aún dominaba el frente andino, avanzó sobre
Córdoba. Pero el general cordobés demostró sus superiores dotes de estrategia venciendo al
caudillo riojano en La Tablada. A comienzos de 1830, Quiroga volvió a invadir Córdoba, pero
nuevamente resultó vencido por las fuerzas de Paz en la batalla de Oncativo.

La principal consecuencia del triunfo de Paz fue la constitución de un bloque opositor en todo el
interior que, en nombre del unitarismo, intentaría erradicar a los federales del conjunto del
territorio. Luego de buscar apoyo en las provincias del interior para neutralizar el avance de las
fuerzas federales y consolidar así su autoridad en Córdoba, se lanzó a trascender la esfera
provincial, valiéndose de las alianzas previas. El general Lamadrid, quien había participado
anteriormente en conflictos del interior a favor del grupo unitario del Congreso, se apoderó de
San Juan y La Rioja, mientras otras divisiones ocuparon Mendoza, San Luis, Catamarca y
Santiago del Estero. El poderío de Quiroga parecía destruido frente al avance del general Paz.

A mediados de 1830, los unitarios victoriosos buscaron institucionalizar el éxito obtenido a


través de la formación de una “liga de provincias” que, además de comprometerse a convocar a
un congreso nacional para dictar una constitución, le entregó al gobernador de Córdoba el
supremo poder militar con plenas facultades para dirigir el esfuerzo bélico y le retiró a Buenos
Aires la representación de las relaciones exteriores. Quedaban excluidas de esta liga Buenos
Aires y las provincias del litoral: el país se dividía así en dos grupos antagónicos que mostraban
puntos de debilidad interna.
La Liga del Interior estaba montada sobre un fuerte control militar en cada una de las provincias
ganadas a la anterior influencia del caudillo riojano, refugiado ahora en Buenos Aires.

Por otro lado, si el dominio federal parecía más sólido en el litoral, no lo era la unión que existía
entre sus provincias. En Entre Ríos, la situación era de absoluta inestabilidad, dadas las disputas
regionales entre caudillos y grupos de la elite provincial. Santa Fe y Corrientes, aunque más
consolidadas internamente, bregaban por reunir un congreso constituyente que dictara una carta
orgánica consagrando el principio de organización federal. Finalmente, Rosas se niega de
manera categórica a reunir dicho congreso.

En ese contexto, y como respuesta al pacto que unió a las provincias del interior, Buenos Aires
retomó la iniciativa con el objetivo de formar una alianza ofensiva y defensiva de las provincias
del litoral para enfrentar el poderío del general Paz. Convocó así, al gobernador de Santa Fe y a
un representante de Corrientes para discutir los términos de un futuro tratado. En esa discusión
quedó de manifiesto la disidencia entre Pedro Ferré, representante de Corrientes, y Rosas con
respecto a la futura organización del país. Estaba en juego la opción de dictar una constitución y
sus consecuencias económicas.

En mayo de 1830 se firmó un primer tratado entre Buenos Aires, Santa Fe y Corrientes, del que
quedó excluido Entre Ríos, dada la convulsión interna que sufría en ese momento por el
alzamiento de López Jordán. Al resolverse la situación entrerriana, se consideró necesario firmar
un nuevo tratado, por lo que los delegados de las cuatro provincias se reunieron en Santa Fe.
Comenzaban las tratativas de lo que daría como resultado la firma del Pacto Federal. Se
revelaron allí las disidencias entre Corrientes y Buenos Aires; el delegado correntino Ferré
pretendía acelerar la organización nacional para lograr con ella una redistribución de los recursos
aduaneros, garantizar la libre navegación de los ríos Uruguay y Paraná y establecer cierto
proteccionismo económico que evitara la ruina de las economías regionales. Santa Fe y Entre
Ríos se sentían atraídas por tales planteos, aunque preferían no asumir una postura extrema en
pos de mantener una alianza que les resultaba beneficiosa. Buenos Aires no aceptaba estos
planteos porque con ellos veía cuestionados los principios sobre los cuales se montó su creciente
poderío económico: el librecambio, su dominio sobre el comercio exterior y su monopolio
aduanero. En medio de este forcejeo, Rosas evaluó el peligro que significaba retirarse de la
alianza e inducir así a las provincias del litoral a firmar paz con la liga del Interior, lo cual lo
dejaría aislada del resto de las provincias. Entonces era preferible ceder en algunos puntos para
avanzar en otros.
El 4 de enero de 1831 se firmó el Pacto Federal. En su artículo nº 1 se estableció que las
provincias signatarias expresaban voluntad de paz, amistad y unión, reconociéndose
recíprocamente libertad e independencia, representación y derechos. En el artículo 16, se incluyó
una vaga y ambigua referencia respecto a la futura reunión de un congreso, el cual debería
adoptar el principio federal. Asimismo, se estipulaba que la Asamblea Constituyente debía
consultar “la seguridad y engrandecimiento general de la República, su crédito interior y
exterior, y la soberanía, libertad e independencia de cada una de las provincias”. Esta
convocatoria quedaba en manos de una Comisión Representativa de los Gobiernos de las
Provincias Litorales, integrada por un diputado de cada una de las provincias signatarias. El
pacto fue firmado por Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos; Corrientes se negó en principio a ser
incluida por no tener el tratado definiciones más contundentes respecto del futuro congreso. De
inmediato, se iniciaron las operaciones militares para vencer a la Liga del Interior.

Estanislao López asumió el mando supremo de las fuerzas federales y Rosas comandó la reserva
desde San Nicolás. Mientras López rehuía el enfrentamiento con Paz a la espera de los resultados
de la ofensiva iniciada por Facundo Quiroga en el sur de Córdoba, el caudillo riojano hizo una
campaña relámpago y recuperó parte del territorio perdido: en marzo tomó Rio Cuarto, ganó a su
paso la adhesión de San Luis y conquistó Mendoza. Hacia fines de ese mes, Quiroga dominaba
Cuyo: quedaba libre el camino hacia La Rioja y Córdoba. Paz, decidido en atacar a López, fue
tomado de sorpresa prisionero. Comienza la rápida caída de la Liga del Interior, pero resultaba
necesario un ataque frontal a las tropas del general Paz para evitar una guerra de desgaste
demasiado larga. Lamadrid, que había reemplazado a este último en la dirección del ejército, fue
vencido por Quiroga en la Ciudadela de Tucumán en noviembre de 1831.

El desmoronamiento de la Liga del Interior dejó a buena parte del territorio bajo el control de los
tres principales líderes federales: Rosas, Quiroga y López. En consonancia con las disidencias
internas, durante los años siguientes se disputaron entre los tres la hegemonía regional. Quiroga
volvía a dominar el frente andino y acrecentaba su tradicional animosidad contra el gobernador
santafesino. López introducía su cuña en Córdoba, apoyando al nuevo gobernador Reinafé y
colocaba en Entre Ríos a Pascual Echegüe. Rosas buscaba consolidar internamente su poder en
Buenos Aires, mientras desarrollaba estrategias de alianza en pos de convertirse en el supremo
árbitro de futura confederación. Una vez culminada las acciones militares, Corrientes advirtió el
riesgo de quedar excluida del Pacto Federal y se adhirió al mismo.
GELDMAN

Resumen

Aunque se trata de un período para el cual los estudios económicos siguen siendo relativamente
pobres, últimamente se han realizado algunos aportes importantes de investigación y se han
brindado explicaciones gener ales que, sin embargo, no alcanzan para develar la enorme
diversidad de situaciones que se observan en las economías latinoamericanas. No sólo entre
países sino también entre regiones al interior de ellos. En esta ponencia se analizará la nueva
información presentada en un buen número de estudios sobre las economías regionales del Río
de la Plata que muestran una gran variedad de situaciones en el contexto que sigue a las
revoluciones de independencia. El objetivo principal de esta puesta al día será deponer a prueba
algunas de las explicaciones sobre el desempeño económico de la región, a la luz de las nuevas
evidencias disponibles.

Las regiones argentinas entre la colonia y mediados del siglo XIX

Como explicó de manera brillante C. Sempat Assadour ian hace varias décadas, el motor central
de las economías coloniales del ‘espacio peruano’ era la minería de plata desarrollada en Potosí y
en otros centros menores, que funcionaba como ‘polo de arrastre’ para el conjunto de las
regiones que encontraban en esos mercados un estímulo para la producción mercantil y una
cierta especialización. Gracias a ello muchas regiones pudieron dedicar menos esfuerzos para el
autoconsumo y más para abastecer ese gran mercado minero con algunos bienes que producían
más eficientemente. A la vez esa limitada especialización generaba circuitos de comercio
transversales entre esas mismas regiones que empezaban a demandar a los otros bienes que antes
producían por sí mismas. De esta manera se conformaba un Mercado Interno Colonial de
producción y circulación de mercancías que estaba motorizado en primera instancia por el
‘polo’, cuyos períodos de auge y crisis afectaban al conjunto del espacio. A su vez este sector
‘dominante’ se articulaba con la metrópolis y con el exterior en general, a través del intercambio
de bienes de alto valor y poco volumen, que eran centralmente la plata (y algo de oro) en el
sentido América-Europa y ropa fina (más esclavos) en el sentido contrario. Pero ambos circuitos
eran compatibles, ya que los mercados mineros no podían ser abastecidos en sus necesidades de
consumo masivo por Europa. No sólo eran compatibles sino que la continuidad del flujo de plata
necesitaba ese mercado interno colonial.
Siguiendo este esquema, la plata americana circulaba por el conjunto del espacio colonial
(adonde iba en pago de los bienes de consumo masivo que las regiones enviaban al ‘polo’) y sólo
en última instancia una parte sustantiva de la misma salía, ya sea por la vía impositiva directa,
como, sobre todo, por el comercio que los grandes mercaderes de los puertos y centros
administrativos coloniales organizaban vendiendo ‘efectos de castilla’ y esclavos africanos en
todo ese espacio.

Así, las regiones del actual territorio argentino bajo dominación colonial tendieron a
especializarse en diversos bienes demandados sobre todo en Potosí y las regiones andinas, como
las mulas, los tejidos de algodón y de lana, los vinos y aguardientes, etc. Esos bienes eran
enviados todos los años al Alto Perú, aunque porciones menores se derivaban hacia otros
mercados.

Un elemento que se destaca en este sentido es que a medida que avanza el siglo XVIII, Buenos
Aires, que termina siendo en 1776 capital de un nuevo virreinato, se convierte en un mercado de
importancia para muchas regiones que tienen dificultades de llegar con sus bienes a Potosí, y
encuentran allí una alternativa importante. El caso quizás más notable es el de los productos del
viñedo cuyano que habían sido desplazados en buena medida de la zona andina por los
productores peruanos y va a dirigir partes crecientes de sus envíos a la ciudad de Buenos Aires.

También dentro de este panorama se debe incluir un matiz importante en cuanto a la orientación
económica de las regiones, que es el de las zonas de nueva ocupación en el siglo XVIII en las
planicies del norte de la Banda Oriental del Uruguay y de la actual provincia de Entre Ríos, cuya
colonización se producirá en la última parte del siglo XVIII motorizada por la producción de
cueros (y algo de sebo y carne salada) para exportar por el Atlántico. Pero se trata de casos
bastante excepcionales a finales del XVIII ante un panorama en el cual casi todas las regiones
tienen como norte económico el Potosí u otros mercados interiores (ahora también Buenos Aires
demanera destacada). Esto es así inclusive en la propia Buenos Aires que tiene una economía
que participa de los circuitos de comercio atlántico, pero que apunta sobre todo hacia el Alto
Perú o Chile y Perú, no sólo en la actividad que realizan sus elites mercantiles, sino inclusive su
economía agraria dedicada a producir mulas en el norte para el Alto Perú o bienes agrícolas y
ganaderos para abastecer el mercado de la ciudad y sólo parcialmente para exportar.

Este tipo de orientación económica hace que podamos observar durante el período colonial
movimientos económicos bastante similares en las distintas regiones rioplatenses, que dependen
en alta medida del comportamiento de los grandes mercados interiores. Obviamente se observan
matices, ya que no hay una única razón para esos desempeños económicos. Como se ha
explicado en otros lados, a veces frente al mismo estímulo del mercado las regiones reaccionan
de manera diversa, ya sea por las estructuras agrarias disímiles que han forjado, por coyunturas o
problemas específicos, la aparición de competencia en ‘su’ bien exportador que los desplaza de
los mercados centrales, la situación en sus fronteras de guerra, pestes, malas cosechas, sequías,
etc.

En este sentido algo que altera la homogeneidad del espacio estudiado a fines de la colonia es el
peso que el mercado de Buenos Aires tiene ya para varias regiones del interior, en especial para
los caldos cuyanos, que se verán afectados por la llegada de esos mismos productos desde la
península con el Comercio Libre desde 1778. Sin embargo, grosso modo, es posible observar una
tendencia parecida en las distintas regiones, al menos si observamos algunos datos disponibles
para ello.

Una de las pocas fuentes seriadas que nos permiten seguir el desempeño de las regiones agrarias
es la de los diezmos que se cobraba a sus producciones. Si bien es una fuente cuya interpretación
es problemática, la mayoría de los estudios que se han hecho para el caso rioplatense han
concluido que reflejan bastante bien el movimiento de la producción.

Allí se observa que esta etapa está marcada por un crecimiento bastante general del producto
agrario, apenas matizado por coyunturas complicadas para algunas pocas regiones. Si bien es
cierto que el peso que ya tiene Buenos Aires en el conjunto de la masa decimal es destacado y
que seguramente dicho peso se explica por la aptitud de sus recursos y la capacidad de
aprovechar las demandas combinadas de diversos mercados interiores y exteriores, se puede ver
que la mayoría de las regiones se mueve en esta etapa en un mismo sentido ascendente.

Inclusive, como ya había advertido Garavaglia, la producción agraria de la región del ‘Tucumán
colonial’ (que incluye desde Córdoba hasta Jujuy en el noroeste) parece crecer en estos años más
que la de Buenos Aires, el Litoral (que aquí suma el ‘Nuevo Litoral’ y Corrientes) o Cuyo (San
Juan, Mendoza y San Luis).

Obviamente no todas las regiones crecen al mismo ritmo y hay estudios que permiten explicar
algunas de esas diferencias. Pero el sentido general parece indudable.

Por otra parte, si bien el peso de Buenos Aires es ya muy grande en el total, la distancia con las
otras regiones se mantiene limitada. Esto se puede observar en el siguiente cuadro, en el que
indicamos el peso del diezmo de cada región a finales del siglo XVIII comparado con el de
Buenos Aires.

Como se observa allí, a finales del siglo XVIII la economía agraria de Buenos Aires, medida por
el diezmo, era aproximadamente un tercio del total del territorio argentino bajo dominio español.
Es decir que muchas economías del interior tenían un peso destacado, entre las cuales primaba la
de Córdoba que represen taba casi un 60% de la de Buenos Aires en los años considerados. Pero
muchas economías más pequeñas tenían un 10, 15, hasta un 23% del tamaño de la porteña.

Si pudiéramos medir el peso de las economías urbanas, la distancia de Buenos Aires en relación
con el resto aumentaría. Sin embargo, ni las distancias eran abismales ni, sobre todo, parecen
haberse ampliado durante el período colonial de manera destacada. Inclusive, como ya
señalamos, algunas regiones interiores como es el caso de Córdoba tuvieron un crecimiento
agrario que parece más importante en esta etapa que el de Buenos Aires. Esto se debe, entre otras
cosas, al envión que tuvo la producción minera altoperuana en la segunda mitad del siglo XVIII
que afectó positivamente a muchas regiones del territorio.

Luego de la revolución las cosas empiezan a cambiar rápidamente, aunque no es fácil encontrar
datos sistemáticos para todas las provincias durante la primera mitad del siglo XIX. El diezmo ha
desaparecido tempranamente en algunas, allí donde subsiste parece brindar datos menos
confiables y no tenemos otras fuentes fiscales comparables.

Hemos podido estudiar con Daniel Santilli de manera comparativa unos censos de riqueza de
Córdoba y Buenos Aires en 1838 y 1839, elaborados por sus gobiernos para poder aplicar
impuestos vinculados a las riquezas en momentos de stress fiscal. Estos parecen brindar una
información que comprende el conjunto de los propietarios de esas provincias por encima de un
mínimo bastante bajo y con información que parece razonable. Veamos con algo de
detenimiento los sectores rurales de estas dos provincias. Aunque estos datos no indican el
producto, como el diezmo, sino la riqueza disponible sobre la que las autoridades de esas
provincias intentaban aplicar diversos impuestos, es evidente que debe existir una relación
estrecha entre ambos valores.

Durante el período virreinal se trata sin duda de las dos jurisdicciones más importantes en
términos económicos y demográficos del territorio argentino. Si se observa el tamaño de la
población son muy parecidos en el momento de la creación del virreinato, aunque al llegar a la
ruptura revolucionaria, Buenos Aires ha tomado la delantera, entre otras razones por ser
receptora de migrantes del interior, de una buena cantidad de peninsulares, así como de esclavos
africanos en mayor proporción que otras regiones. Así, en 1778 Córdoba era todavía el distrito
más poblado con 40.203 habitantes según los censos de Carlos III, mientras que Buenos Aires
alcanzaba los 37.130 habitantes.

En el caso de Santa Fe sabemos que una parte importante del diezmo de esta época corresponde
a la producción de la franja oriental del Paraná, en la actual Entre Ríos, que estaba bajo su
dominio.

En el momento de la crisis revolucionaria, la población total de Buenos Aires ya superaba


claramente a la de la provincia mediterránea: según el censo de 1813 Córdoba alcanzaba a
71.637 habitantes, mientras Buenos Aires según el censo de 1815 había llegado a algo más de
90.000 habitantes.

Si bien, como se observa a través de los datos demográficos el dinamismo es bastante mayor en
el caso porteño, los datos decimales señalados antes indican un comportamiento saludable de la
economía cordobesa en las últimas décadas coloniales, con tasas de crecimiento del producto
agrario que en algunos momentos parecen superiores a las de Buenos Aires.

Muy distinta habría de ser la situación algunas décadas después, cuando Buenos Aires había
emprendido la ‘expansión ganadera’, que le permitió incrementar rápidamente su stock ganadero
en las nuevas tierras conquistadas a los indígenas en la frontera, sobre todo entre los años 1820 y
1833. Mientras tanto la provincia mediterránea intentaba con grandes dificultades mantener
algunos circuitos del comercio interior y ubicarse en el de las exportaciones agropecuarias del
puerto. En este circuito, el más dinámico de la época, alcanzaba a participar en los primeros 30’
con un 7% del total de cueros exportados, cifra que se redujo en los 40’ hasta un 2% del total.
Obviamente de estas exportaciones por el puerto generalmente más del 70%, provenía de la
propia Buenos Aires.

Los censos económicos realizados en ambas provincias en 1838 en el caso cordobés y en 1839
para Buenos Aires, aportan información importante para comparar las características y tamaños
de esas economías. Es necesario tomar estos datos con precaución y realizar estudios posteriores
que ratifiquen o rectifiquen lo aquí observado, así como ampliar en lo posible el espectro de
casos provinciales estudiados. Pero creemos que los resultados obtenidos son lo suficientemente
elocuentes como para indicar el sentido de la evolución de ambas economías.
Como vemos hay una distancia de 9 veces en el tamaño de la riqueza rural de ambas provincias,
siendo que la población de esos sectores muy parecida en ambos casos, inclusive levemente
superior en el mediterráneo (distinto sería si consideráramos a la población urbana en la que la
porteña se adelanta fuertemente).

Otro dato que permite corroborar esa enorme distancia es el de los stocks ganaderos de ambas
provincias, para los que tenemos cálculos aceptables. Siguiendo el estudio de Silvia Romano
para el caso cordobés comparado a los datos que obtuvimos para Buenos Aires, el resultado en
cabezas de cada especie ganadera es el siguiente:

Como se puede observar en el rubro ganados, que ocupa entre el 60 y el 70% del valor de la
riqueza rural declarada en ambas provincias, la distancia es muy amplia a favor de Buenos Aires,
mayor todavía que en los capitales totales. Tomando en cuenta los precios del ganado, que
parecen más altos en ese momento en la provincia mediterránea, la distancia en valores se
aproximaría a la señalada anteriormente.

¿Esta distancia que se ha creado entre Córdoba y Buenos Aires, refleja la del conjunto de las
provincias interiores con relación a la futura capital del país?

No es mucho lo que podemos decir por ahora con los datos disponibles. Pero una primera
aproximación al tema la puede brindar los datos elaborados por los reconocidos estadígrafos de
la segunda mitad del siglo XIX, los hermanos Mulhall, para el conjunto de las provincias
argentinas. Aunque es evidente que estas cifras deben ser consideradas con precaución, se trata
de autores con gran prestigio en la época, que recogían su información de las mejores fuentes
provistas por las agencias del estado así como por una red de informantes de todo el país. En el
siguiente cuadro volcamos los datos que proveen sobre la riqueza total en cada una de las
provincias argentinas en 1864. Es decir que brindan una información comparable (en este caso
incluyendo también a la riqueza urbana) a la que acabamos de evaluar sobre los sectores rurales
de las dos provincias líderes, pero no es estrictamente comparable a los datos del diezmo, que
miden el producto agrario. Sin embargo, dada las características de las economías argentinas del
momento, esa riqueza debe indicar en alta proporción la salud y el tamaño relativo de esas
economías agrarias. Como se puede observar, poco después de la unificación del país bajo la
presidencia de Mitre las cosas parecen haber cambiado radicalmente. Como dijimos, los datos de
los Mulhall no son sólo agrarios, sino que abarcan al conjunto de la riqueza de cada provincia,
sin embargo eso no puede por sí solo explicar que si en 1800 Buenos Aires representaba un
tercio del total, en 1864 parece representar casi dos tercios. Todas las provincias sumadas,
exceptuando a la capital, no llegan más que al 62%del tamaño de la riqueza de Buenos Aires
sola. La mayor de las economías provinciales, Entre Ríos que ha sido la más exitosa en las tres
décadas previas, apenas alcanza al 12%de la porteña, pero varias otras apenas al 1%. Córdoba, el
caso más destacado, cuyos diezmos en la colonia tardía llegaban al 60% de los porteños, ahora
apenas dispone del 7% de su riqueza.

Entonces, en el medio siglo que sigue a la revolución de independencia parece haberse generado
un verdadero abismo en el tamaño de las economías regionales argentinas. Este ha favorecido
especialmente a la provincia de Buenos Aires y ha retrasado en relación a ella a todas las demás.
Aunque a algunas más que otras.

Según los mismos autores la distancia entre Buenos Aires y el resto de las provincias era menor
en 1857 (con tamaños casi iguales de 185 y 183 millones de pesos fuertes cada uno), y dos
décadas después de la fecha analizada, en 1884, la tendencia parece empezar a revertirse
ligeramente o al menos se detiene la diferenciación (con 1135 millones para Buenos Aires y 740
para las provincias, es decir que estas habrían aumentado su participación en la riqueza nacional
hasta un 0,66 con respecto a Buenos Aires, frente al 0,62 de 1864).

Considerando la masa total decimal para fines de la colonia y la riqueza en 1864, se puede ver el
fantástico crecimiento de Buenos Aires, que el litoral ha logrado mantener, incluso incrementar
un poco su parte en el total, pero que Cuyo y el resto del interior han perdido posiciones. El caso
más destacado es el del interior (el antiguo ‘Tucumán colonial’) que pasó de un 43% de la masa
decimal a apenas un 16% de la riqueza nacional. Un verdadero derrumbe que, más allá de la
fragilidad de los datos, pone de relieve las grandes dificultades por las que atravesó el territorio
interior en las 4 o 5 primeras décadas que siguen a la revolución de independencia.

Trataremos de aportar algunas hipótesis que permitan comprender este proceso.

Explicar la gran divergencia

Aunque muchos de los datos mostrados en este texto deben ser sometidos a revisión y se
necesitan muchos más estudios regionales que ofrezcan información amplia y sistemática para
las décadas que siguen a la revolución, las tendencias que hemos mostrado difícilmente cambien
de manera significativa. Estas tendencias aparecen corroboradas, por otra parte, en un conjunto
de monografías regionales.
Más allá de las diferencias regionales existentes durante el período colonial, que tienen que ver
con cuestiones geográficas, de oferta de factores, históricos, etc., parece bastante claro que la
mayoría de las regiones del territorio rioplatense se mueve bajo el impulso principal de los
mercados mineros interiores. Estos a su vez se articulan con los exteriores a través del
intercambio de unos pocos bienes de alto valor y poco volumen. En este contexto, casi todas
ellas tienen desempeños económicos bastante similares, aunque están a veces afectadas por
razones específicas que les permiten aprovechar mejor o peor las coyunturas de esos mercados
interiores. A finales de la colonia se pueden detectar dos elementos nuevos que parecen alterar
un poco este equilibrio: por un lado habrá un par de regiones del litoral (Entre Ríos y el Uruguay
que en este ensayo dejamos de lado) que crecen vinculadas a la demanda de derivados pecuarios
del mercado atlántico, situación que no afecta mayormente a Buenos Aires que participa en este
circuito todavía tímidamente. El otro es el peso que ya tiene la ciudad de Buenos Aires como
mercado de consumo para la producción de algunas regiones del interior, lo que hace que la
llegada por mar de algunos productos en la etapa virreinal, afecte a esas regiones que pierden así
a su principal mercado. Es el caso, como vimos, de Cuyo y especialmente de Mendoza para
quien la competencia de los vinos españoles es dura aunque intermitente por las guerras que cada
tanto frenan las llegadas por el puerto.

Sin embargo, aun con estas excepciones u otras que tienen que ver con problemas puntuales, la
mayoría de las economías regionales parece moverse en el mismo sentido, impidiendo que la
distancia entre unas y otras crezca excesivamente. Al menos no con la rapidez y amplitud con
que lo hará luego de la revolución.

En efecto, luego de 1810 las cosas cambian dramáticamente al producirse ritmos de crecimiento
muy disímiles en las regiones, a la vez que un amplio conjunto de provincias permanece
estancado o en declive por largos períodos. Nos parece muy difícil explicar estas diferencias en
términos culturales o institucionales, aunque algo diremos luego sobre esto.

Creemos que hay aquí dos o tres elementos clave que pueden explicar el gran distanciamiento
entre Buenos Aires y casi todo el interior, aunque sobre todo el atraso del viejo Tucumán
colonial y en menor medida de Cuyo. El litoral, como vimos, también se atrasa en relación con
Buenos Aires, pero logra mantener e incluso incrementar algo su participación en relación con el
total del territorio.

El primer elemento que parece central es la dotación de factores en ese momento de cambio de
paradigma económico. Es bastante evidente que ante una demanda atlántica que promueve la
exportación de algunas materias primas y alimentos a cambio de bienes manufacturados, con una
radical alteración en los términos de intercambio promovida por la revolución industrial y el
crecimiento demográfico del norte del atlántico, serán las regiones capaces de producir esos
bienes las que puedan aprovechar esa mejora en los términos de intercambio. En el caso
argentino en la primera mitad del siglo XIX será sobre todo la capacidad de producir ganado
vacuno de manera extensiva en las grandes planicies de la zona pampeana y del litoral. Será
entonces la posibilidad de acceder a tierra apta para esta actividad en gran cantidad y a bajos
precios la clave del proceso expansivo, ante la escasez de trabajo y de capitales característicos de
la época.

Asociado a esto hay un segundo elemento central que es el de la ubicación geográfica de las
regiones que disponen de estos factores, para poder aprovechar la demanda del mercado
atlántico. En esta etapa ha habido un adelanto de los transportes marítimos y fluviales, que
mejora aún más su performance ante los terrestres, y que va a afectar negativamente a muchas
regiones del interior argentino. Este no era un factor que diferenciaba mucho a las regiones del
territorio en la etapa colonial, dado que casi todas buscaban proveer de mercancías a las regiones
andinas u otros mercados interiores, con costos de transporte terrestre, elevados en todos los
casos. Esto, que para muchas regiones significaba una especie de protección natural para la
producción de ciertos bienes destinados a los mercados interiores (y de hecho lo seguirá siendo
hasta bien entrado el siglo XIX y el desarrollo de los ferrocarriles) se convertirá en le temprano
siglo XIX en su condena, al imposibilitarlas de participar en términos competitivos en los
mercados atlánticos, ahora un motor cada vez más importante, mientras que los interiores no
lograban salir de la crisis que acompañó a la del entero orden colonial. Los datos disponibles
sobre los costos de los fletes terrestres comparados con los fluviales y marítimos muestran la
enorme distancia existente entre ellos y el peso que debió significar para las regiones que debían
pagar largos recorridos por tierra. Esto hacía que los márgenes de ganancia de un productor
ganadero de Córdoba, por caso, que buscaba colocar cueros en el comercio exterior del puerto de
Buenos Aires comparado a un porteño fueran mucho menores. Esto sin tomar en cuenta todavía
la dotación de factores que favorecía ampliamente al segundo en esta etapa.

Cuyo parece estar en este sentido un poco mejor que el resto del interior para aprovechar la
demanda ganadera de Chile y del Pacífico, pero la travesía de los Andes sigue siendo muy cara y
la dotación de recursos para producir el ganado demandado allí no es la mejor ante la crisis de su
tradicional actividad vitivinícola.
Es evidente entonces que por su dotación de factores así como por su cercanía a medios de
transporte por agua, son las provincias litorales, después de la de Buenos Aires, las que pueden
aprovechar la nueva coyuntura larga creada con la apertura mercantil, que permite entrar
plenamente en acción ese motor poderoso del nuevo comercio atlántico. Mientras tanto aquéllas
regiones interiores con una dotación de recursos más pobre y sobre todo alejadas de las vías
navegables no lograrán incorporarse plenamente a estos circuitos, a la vez que están sufriendo la
crisis de los tradicionales mercados interiores.

Un tercer elemento que afecta de manera despareja a las regiones es la guerra. No se trata en este
caso de un factor de tipo estructural como los anteriores, pero su profundidad y duración afectó
de manera significativa la capacidad de algunas regiones de aprovechar las oportunidades que
ofrecía el nuevo modelo económico.

En este sentido se puede señalar que un elemento que permitió el crecimiento temprano de
Buenos Aires fue justamente haber eludido ser el escenario principal de las guerras de
independencia y civiles. Obviamente las guerras afectaron a todos los territorios, al menos por
los reclutamientos masivos de soldados o los recursos que se debieron destinar a sostenerlas,
pero en términos comparativos pareciera que la antigua capital virreinal la sacó barata. Sobre
todo si se la compara con muchos territorios interiores que fueron el escenario de duras batallas
durante largos años, como es el caso de varias provincias del norte argentino que soportaron las
peripecias de las luchas con los realistas asentados en el Alto Perú o en el caso de las luchas
civiles las regiones otrora opulentas en ganados de Santa Fe y Entre Ríos (también la Banda
Oriental), que llegan a 1820 casi sin animales, diezmados por los ejércitos y las batallas de las
que fueron escenarios privilegiados.

Las regiones del litoral, como vimos, lograron mantener una mejor participación que la mayoría
del interior, pero no lograron superar la distancia generada con Buenos Aires, sobre todo en las
décadas inmediatas a la revolución. Aunque no tenemos datos sistemáticos para Santa Fe,
pareciera que llega al final de la década revolucionaria con sus campos exhaustos y recién
comienza a recuperar algo de dinamismo en los años 40 y 50.

Pero tendrá que esperar hasta la década siguiente para alcanzar tasas de crecimiento que le
permitan recuperar algo del terreno perdido. En el caso de Ente Ríos, sobre la que disponemos de
buenos estudios, es claro que el enorme stock colonial se pierde casi en su totalidad en el curso
de las guerras civiles y que recién en los 30 emprende una expansión ganadera muy dinámica
que se convertirá en la de mayor crecimiento relativo en los 40’ superando incluso en su ritmo a
Buenos Aires por un tiempo.

Estos movimientos desiguales hacen que, en el marco de las crecientes exportaciones pecuarias
por Buenos Aires a lo largo de la primera mitad del siglo XIX, se produzcan desplazamientos en
la participación relativa de las distintas provincias rioplatenses. Si entre 1831-35 Entre Ríos tiene
una participación en las exportaciones de cueros por Buenos Aires del 7%, igual a la de Córdoba,
los cambios en sus desempeños económicos y el fuerte crecimiento entrerriano la llevan a
alcanzar el 11% del total en la década del 40’, cuando Córdoba redujo su peso relativo a apenas
el 2%. Pero quizás más importante de destacar, de nuevo, es que durante todo este medio siglo la
participación de los cueros producidos en la propia campaña porteña difícilmente bajaba del
70%.

De esta manera aún las provincias del litoral, pese a su buena dotación de recursos y el acceso a
vías de navegación fluvial, pierden peso frente a Buenos Aires, aunque no tanto como el resto de
las provincias interiores que sufren fuertemente la reestructuración del modelo económico y
pierden posiciones en el conjunto.

Finalmente nos parece importante considerar un factor que afectó de manera diversa a las
regiones argentinas y que relaciona lo geográfico con lo institucional y las políticas económicas
elegidas por los gobiernos de la época. Nos referimos al enorme poder de Buenos Aires por el
control de la aduana que concentra casi todo el comercio exterior por el atlántico. Aunque este
monopolio se explica en parte por su posición geográfica, la ciudad-puerto logró imponer las
condiciones del ejercicio del comercio exterior al resto de las provincias, inclusive a las del
litoral, las que podían haber practicado ese comercio de manera directa, pero fueron en general
sometidas por Buenos Aires a su intermediación. Como se sabe la disputa por el control del
comercio exterior y/o el reparto de sus beneficios recorre buena parte de la historia de los
conflictos políticos entre las provincias interiores y las del litoral con Buenos Aires. Uno de los
motores principales que impulsó la alianza encabezada por el gobernador de Entre Ríos que
derrocó en 1852 al gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, radicaba en el tema de
la ‘libre navegación de los ríos’, es decir la posibilidad de salir e ingresar a las provincias
litorales por el sistema fluvial del Paraná y el Uruguay sin tener que rendir cuentas a Buenos
Aires. A esto se sumaba el peso cada vez mayor de la ciudad puerto como mercado consumidor
de todo tipo de bienes, con lo cual podía también regular a través de impuestos internos la
posibilidad de las provincias de enviar sus productos a ella. De esta manera las políticas
aduaneras de Buenos Aires afectaban fuertemente la suerte del resto de las provincias.

El control de la aduana, por su lado, le otorgaba a Buenos Aires un beneficio suplementario


decisivo del cual las otras provincias carecían: una capacidad de recaudación fiscal
incomparable. Como es bien sabido los ingresos fiscales de Buenos Aires se componían en
altísima proporción (normalmente entre el 80 y el 9 0% del total) por los impuestos al comercio
exterior, en especial a las importaciones por el puerto. Mientras tanto las otras provincias
basaban sus magros ingresos en impuestos que eran también centralmente al comercio, pero en
estos casos al comercio interior que, como vimos, había menguado en casi todos los casos. Así si
ya a inicios de los años 20 Buenos Aires recauda montos anuales que superan el millón de pesos
plata, cifra s que se duplican y triplican en los años siguientes, las provincias que más recaudan
del resto del territorio apenas logran superar los 100.000 pesos en sus mejores años. Pero las más
pequeñas o en situación más desventajosa consiguen ingresos que apenas alcanzan los 10 o 20
mil pesos anuales.

De esta manera la recaudación de Buenos Aires normalmente supera con holgura a la suma de la
que realizan todas las otras provincias juntas. Esto le otorga a la ciudad puerto una cantidad de
recursos para mejorar su performance económica (pensemos por ejemplo en las políticas de
expansión de sus fronteras que por ejemplo Córdoba no logra emprender todavía en sus feraces
tierras del sudeste), así como para imponer sus políticas al conjunto del espacio que permanece
formalmente desligado de Buenos Aires en lo político y que sin embargo puede escapar cada vez
menos a los diktats de su hermana mayor.

Para cerrar esta conclusión nos parece que el caso rioplatense puede ser útil para pensar otros
procesos latinoamericanos del período, así como para compararlos entre sí. Varios estudios
muestran la diversidad de situaciones económicas regionales luego de las revoluciones de
independencia, a la vez que resulta bastante claro que las economías más atadas a los mercados
internos declinantes y con menos chances de insertarse en los mercados atlánticos sufren más
esta coyuntura.

Aunque difícilmente podamos llegar todavía a conclusiones generales aceptables, parece posible
pensar que en varios casos las explicaciones para el mejor o peor desempeño económico son
parecidas a las que acabamos de invocar para el territorio argentino.

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