Beruflich Dokumente
Kultur Dokumente
Hay quienes confunden el camino con las superautopistas que nos brindan las
nuevas tecnologías y piensan que si ponemos computadoras e Internet en las
escuelas y si incorporamos a las aulas el powerpoint y el videobim, ya tenemos
resuelto el problema educativo. Ignoran que las nuevas tecnologías son sólo
medios que debemos saberlas aprovechar, pero que ciertamente no nos van a
librar del esfuerzo de “hacer camino”.
Otros confunden el camino con el mapa: gastan sus energías en elaborar una
maravillosa planificación estratégica, con su misión y su visión perfectamente
redactadas, en la que plantean su proyecto educativo, especificando objetivos y
estrategias, pero el proyecto queda ahí, en el papel, no pone a caminar la escuela
en un movimiento innovador, consciente y reflexivo, no desrutiniza las prácticas,
no enseña a desaprender, no genera participación, investigación, entusiasmo,
cooperación.
Tan negativo es no tener horizonte como pensar que ya hemos llegado a él o peor,
creer que somos el horizonte. La autocomplacencia impide avanzar. El único modo
de conseguir el horizonte es seguirlo buscando, porque la meta no está al final del
camino, sino que consiste precisamente en seguir caminando y buscando
siempre, en no claudicar, en administrar la esperanza y seguir fieles en la
búsqueda de una educación siempre renovada. Esto exige vivir en estado de
éxodo. Cada día exige sus rupturas con prácticas acomodadas, rutinas, hábitos…
Supone que los educadores se asuman como constructores de caminos y no
como dadores de programas y caminadores de sendas abiertas por otros; como
protagonistas de los cambios necesarios, como investigadores en la cotidianidad
de las aulas y escuelas, lo que sólo es posible si se hace de la reflexión
permanente , de la pregunta, del diálogo de saberes, una práctica habitual, si cada
uno se asume más como aprendiz que como docente (“El sabio quiere aprender;
el necio enseñar”), lo que supone humildad, un estado de insatisfacción
permanente y sobre todo el disfrute: El educador es una persona que goza con lo
que hace, que acude con ilusión, “con el corazón maquillado de alegría”, a la tarea
diaria, porque entiende y asume la transcendencia de su misión, porque se siente
educador, maestro, no por obligación, sino por vocación, y entiende y asume que
toda genuina educación supone una propuesta ética, política y pedagógica para la
transformación.
Este caminar haciendo camino no puede ignorar el contexto tanto nacional como
mundial, donde cada día resulta más y más difícil educar: Polarización extrema
que lleva a vernos como enemigos, renuncia a la crítica (la “verdad” es la “verdad
de los míos), incapacidad de diálogo genuino, de escucha profunda para
comprender y colaborar, aplastamiento de la diversidad como riqueza, violencia,
inseguridad e impunidad, miedo; renuncia de los padres a asumirse como los
primeros y principales educadores; relativismo ético( “Todo vale”, si me produce
ganancia, poder, placer…El fin justifica los medios), consumismo, mediocridad,
insensibilidad, vida light, fe que no se traduce en compromiso de vida,
sobreinformación que asfixia el pensamiento….
Necesitamos pasar de enseñar para evaluar, a evaluar para enseñar mejor. Más
que juzgar el pasado, la evaluación debe ayudarnos a preparar el futuro. La
evaluación debe asumirse como una cultura tanto individual como colectiva y
permanente para revisar los procesos y los resultados y emprender los cambios
necesarios. Evaluación que ayuda a descubrir tanto al alumno como al docente
sus fortalezas, sus carencias, sus necesidades. Evaluar no para clasificar y
castigar, sino para ayudar, para evitar el fracaso, para que todos tengan éxito.
Es muy necesario pensar bien las evaluaciones, para ver qué queremos lograr con
ellas, para determinar si realmente estamos insistiendo (y logrando) lo importante,
lo que habíamos planificado. ¿Qué queremos: alumnos que sepan marcar o que
sepan redactar; alumnos capaces de exponer su propio pensamiento o que sepan
repetir el de los demás; alumnos egoístas e individualistas o alumnos generosos y
solidarios? ¿Alumnos que sacan buenas notas o que van adquiriendo un
aprendizaje autónomo y la capacidad y el deseo de seguir aprendiendo siempre?
¿Qué significa que un alumno pasó sociales con 15, si unos meses después no
tiene la menor idea de los procesos históricos, sociales, culturales…? ¿Qué miden
en verdad las notas o calificaciones? Resulta una verdadera tragedia el comprobar
que la mayoría sólo estudia para pasar y no para aprender. El mundo educativo se
reproduce a sí mismo. La mayor parte de las cosas que se aprenden en la escuela
y el liceo sólo sirven para continuar en ellos, no sirven para la vida, por eso se
olvidan y no pasa nada. Si enseñamos a pensar, a producir, a crear, las
evaluaciones deben ser ejercicios de pensamiento, de producción, de creación (y
en esto es muy difícil copiarse). No olvidemos nunca que la finalidad de un buen
maestro es hacerse inútil: es decir, que ha enseñado a sus alumnos de tal modo a
aprender que ya no necesitan de él.
Hay que formarse para transformarse como persona, como ciudadano, como
educador, para ser mejor y hacer mejor. Vivir siempre en proceso de formación.
Formarse es construirse, inventarse, soñarse, llegar a ser esa persona, ese padre,
esa madre, ese hijo, esa vecina, ese educador que uno aspira ser. Necesitamos
conocimientos que lleven a co-nacimientos. Conocimientos que lleven a
compromisos, conocimientos que sirvan para servir. Formarse para irse
convirtiendo en un profesional de la reflexión, que va sometiendo a crítica todo: lo
que es, lo que hace, lo que sucede (reflexiona sobre el ser, sobre el hacer, sobre
el aprender, sobre el acontecer). En educación se reflexiona muy poco. Hay un
fuerte déficit de pedagogía. Reflexión para irse convirtiendo en un investigador en
la acción, de la acción, para la acción. El aula y el centro se van transformando en
un taller, en un laboratorio de investigación, de solución de problemas…