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UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA

CENTRO UNIVERSITARIO DE CIENCIAS DE LA SALUD


LICENCIATURA EN CULTURA FÍSICA Y DEPORTES

PRODUCCIÓN DE MATERIALES EDUCATIVOS

ANTOLOGÍA PARA LA UNIDAD DE APRENDIZAJE DE


SOCIOLOGÍA DEL DEPORTE

QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE


LICENCIADO EN CULTURA FÍSICA Y DEPORTES

PRESENTA
JOSÉ ANTONIO RAMÍREZ RIOS
DIRECTORA DE TITULACIÓN
ANA ISABEL DÍAZ VILLANUEVA

GUADALAJARA, JALISCO. MAYO DE 2005

1
UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA
CENTRO UNIVERSITARIO DE CIENCIAS DE LA SALUD
CARRERA DE CULTURA FÍSICA Y DEPORTES
TESIS, TESINA, E INFORME
APROBACIÓN DE TRABAJO DE TITULACIÓN

MTRO. MARTÍN FCO. GONZÁLEZ VILLALOBOS


PRESIDENTE DEL COMITÉ DE TITULACIÓN

P R E S E N T E.-

Por este medio me permito comunicarle que él (los) pasante (s) de la carrera
de Lic. En Cultura Física y Deportes del Centro Universitario de Ciencias de la Salud
de la Universidad de Guadalajara.

JOSÉ ANTONIO RAMÍREZ RIOS código 495226892

Ha (n) concluido satisfactoriamente el trabajo de titulación denominado:

Producción de Materiales Educativos.

Él (los) citado (s) asistieron a las asesorías correspondientes y realizaron las


actividades y correcciones apegados al Plan de Trabajo inicialmente aprobado por lo
que no tengo inconveniente en que se haga la impresión definitiva y se presente ante
el Comité que Usted preside para que sea nombrado el jurado para su evaluación.

Sin otra particular, agradezco a usted la atención que se sirva prestar al


presente y quedo de usted.

A T E N T A M E N T E.-
‘’ PIENSA Y TRABAJA’’

Guadalajara, Jalisco. Mayo de 2005


ANA ISABEL DÍAZ VILLANUEVA.
__________________________
PRESENTACIÓN

2
PRESENTACIÓN

La Cultura Física como objeto de estudio no es común que se analice ni se


investigue sobre ella. En Jalisco tenemos que la carrera es joven y son escasos los
investigadores para esta nueva disciplina.
Para los alumnos de carrera de Cultura Física de la Universidad de
Guadalajara se hace difícil encontrar información del área social del deporte.
Generalmente se contaba con uno o dos textos de apoyo para la materia de
Sociología del Deporte, asignatura considerada de carácter básico desde que inicio
la carrera, (23 años en el caso de la UDG) complicando el estudio y la profundidad
sobre el tema. Los alumnos no tenían muchas alternativas de carácter bibliográfico,
pero al paso de los años los docentes iniciaron la búsqueda y compra de su propio
material básico y de apoyo complementario para resolver este problema. Tal es el
caso de mi Directora de titulación, titular de la materia y quien al paso de los años
logró compilar varios textos. La mayoría únicos en el Estado y de difícil compra u
obtención en las librerías de la localidad o Bibliotecas del Centro Universitario.
Por otro lado la Universidad implementó a partir del año 96 diversas
modalidades de titulación para los egresados de las carreras de nivel superior de
dicha institución. La modalidad y opción que a mí me atrajo fue: La producción de
materiales educativos. Bajo la opción de elaboración de Antología para la Unidad de
aprendizaje de Sociología del Deporte.
El siguiente trabajo de titulación se elaboró con la intención de resolver el
problema bibliográfico que se les presenta semestralmente a los estudiantes de la
carrera de Cultura Física y Deportes de la Universidad de Guadalajara.
Dicha asignatura esta inscrita en el Departamento de Ciencias del Movimiento
Humano Educación, Deporte, Recreación y Danza. Bajo este marco contextual tomé
la decisión de elaborar este trabajo de selección de textos de apoyo básico para la
unidad de aprendizaje y transcribir la información seleccionad bajo el siguiente
método.
El material fue seleccionado y acomodado por orden cronológico, de acuerdo
a la propuesta del historiador Luis González y González, bajo la técnica de engrudo y

3
tijera es decir; cortar y pegar información con secuencia lógica y coherencia para
armar la antología cuidando el orden de aparición de la información.
La forma de presentar el trabajo será en disco compacto y en seis impresos
para su resguardo en Biblioteca del Departamento de Ciencias del Movimiento
Humano y evaluación por parte de los sinodales del examen profesional. Con esto
espero colaborar en un problema añejo en la materia y que según yo también tiene
un costo mínimo comparado con la compra de materiales de difícil obtención para los
estudiantes de la Carrera.
En el último capítulo por sugerencia de la asesora se incluye un apartado de
apoyo para que los estudiantes de la asignatura elaboren diversos instrumentos de
estudio para la clase de Sociología del deporte

4
ÍNDICE.
CRONOL0GÍA DE AÑOS.
CAPITULO I Pág. 10 - 53
 SOCIOLOGÍA DEL DEPORTE (1976)
Lüschen Günther y Weis Kurt. Deporte en la sociedad. (1976)
Planteamientos teóricos relativos a la sociología del deporte.
Edición Española, Miñon S.A.

CAPITULO II Pág. 55 - 76
 SOCIOLOGÍA POLÍTICA DEL DEPORTE (1982)
Brohm Jean – Marie (1982)
Deporte y Sociedad Capitalista Industrial.
Fondo de Cultura Económica

CAPITULO III Pág. 78 - 111


 DEPORTE Y AGRESIÓN (1990)
Cagigal José Maria (1990)
Esa «Válvula de escape»
Alianza Editorial S.A. Madrid, 1990.

CAPITULO IV Pág. 113 - 170


 DEPORTE Y OCIO EN EL PROCESO DE LA CIVILIZACIÓN (1992)
Dinámica del Deporte Moderno.
El Deporte como Coto Masculino.
Elías Norbert / Dunning Eric (1992).
Dinámica del Deporte Moderno.
Fondo de Cultura Económica, Sucursal España.

5
CAPITULO V Pág. 172 - 285
 EL HOMBRE COMPETITIVO.
El Hombre es lo que importa.
El Hombre Competitivo.
Coca Santiago (1993)
El Hombre es lo que importa.
Alianza Editorial S. A. Madrid

CAPITULO VI Pág. 287 - 329


 SOCIOLOGÍA DEL DEPORTE.
García Ferrando Manuel, Puig Barata Núria y Lagardera Otero Francisco.
La perspectiva sociológica del deporte en:
Sociología del Deporte.
Ciencias Sociales Alianza Editorial. Madrid. 1998.

CAPITULO VII Pág. 331 - 359


 ESPORT Y AUTORITARISMOS.
González Aja Teresa (2002).
Deporte y Relaciones Internacionales de 1918.
Alianza Editorial S.A. Madrid.

CAPITULO VIII Pág. 361 - 389


 EL ENSAYO
 EL ARTICULO
 MAPAS CONCEPTUALES
 FICHA DE COMENTARIO
www.biblion.bib.via.mx/didactica/fensayo.htm

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ANTOLOGÍA DE SOCIOLOGÍA DEL DEPORTE.

TEXTOS SELECCIONADOS.

DEPARTAMENTO DE CIENCIAS SOCIALES.

UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA

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UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA

CENTRO UNIVERSITARIO DE CIENCIAS DE LA SALUD

DEPARTAMENTO DE CIENCIAS SOCIALES

ACADEMIA DE DISCIPLINAS HISTÓRICO – SOCIALES

ANTOLOGÍA ELABORADA POR:

JOSÉ ANTONIO RAMÍREZ RIOS

ASESORA: ANA ISABEL DÍAZ VILLANUEVA

MAYO DEL 2005

8
CAPITULO I

9
SOCIOLOGÍA DEL DEPORTE.
Selección de Textos.
Lüschen Günther y Weis Kurt. Deporte en la sociedad. (1976)
Planteamientos teóricos relativos a la sociología del deporte.
Edición Española, Miñon S.A.
Pág. 10 - 53

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CAPITULO I

INTRODUCCIÓN

1.- Günther Lüschen y Kurt Weis.

DEPORTE EN LA SOCIEDAD.
POSICIÓN Y COMETIDOS DE UNA SOCIOLOGÍA DEL DEPORTE.

Definición.
El deporte es una acción social que se desarrolla en forma lúdicra como
competición entre dos o mas partes contrincantes (o contra la naturaleza), y cuyo
resultado viene determinado por la habilidad, la táctica y la estrategia. El resultado
de la competición establece una jerarquía que, en el deporte, revela preferentemente
criterios de la dimensión de status y no los de las dimensiones de clase y de poder.
El reconocimiento y prestigio conquistados por medio del deporte, que se suelen
traducir en una recompensa de índole social en forma de honor y fama, pueden ser
de tipo material y aportar poder. Así, los espectadores que pagan sus entradas, en la
mayoría de los casos hacen posible una recompensa material indirecta, incluso en
las manifestaciones de carácter amateur, en las que el deporte es presentado como
espectáculo.

El deporte no es directamente necesario para la vida del individuo ni para la de


la sociedad, y posee muchas características del juego. No obstante, el deporte no se
define tan claramente a través de un esquema de categorías como lo hace el juego
1
en la obra de Huizinga . Las actividades desarrolladas en el juego y en la
competición deportiva están siempre limitadas estrechamente en el tiempo y en el
espacio. Al igual que en el juego, las modernas actividades deportivas no son
representativas (Durkheim) de otras actividades. La idea de que el deporte no debe

11
de servir a ningún fin fuera de si mismo es algo que subraya fuertemente el
movimiento neo-olímpico (Coubertin) sobre todo. A pesar de esto, el deporte reviste
muchos significados simbólicos y desempeña también, en la sociedad moderna,
funciones cuando menos cuasi-religiosas. La recompensa ganada en el deporte
puede cumplir perfectamente – de manera indirecta en el caso del deportista de elite
y directamente en el deportista profesional – funciones encaminadas a satisfacer las
necesidades de la vida diaria. Y, en el plano social, el deporte llega incluso a
satisfacer fines políticos. Con esto, el deporte se aparta considerablemente de la falta
de finalidad y de obligatoriedad que caracteriza el juego, y adopta para el individuo
muchos rasgos propios del trabajo. Por esto, el deporte no es ni mero juego ni mero
trabajo. En el juego competitivo de los niños pueden vislumbrarse muy pocas
recompensas extrínsecas, y en el deporte de los jugadores profesionales quizás
existan solo pocos elementos lúdicros: ninguna de esas formas extremas del deporte
tiene carácter absoluto ni de juego ni de trabajo. Las definiciones y los análisis de
datos recogidos individualmente se hacen mas difíciles al tener el deporte, al lado del
valor útil de tipo extrínseco, también otro intrínseco. Este considera muchas veces
como puramente subjetivo. Pero también este nivel de expresión personal esta
determinado por la cultura y requiere, por tanto un análisis sociológico. A base de
este tipo de relaciones se explican muchas de las dificultades y orientaciones,
particularmente equivocadas, del análisis sociológico del deporte que se ha venido
haciendo; pues las teorías y los conceptos sociológicos están mucho mejor
preparados para explicar el sector instrumental y utilitario de la estructura social que
para comprender la vivencia personal de los valores y el sector expresivo.

El intento de tener en cuenta, en nuestra definición, la totalidad de las


actividades comúnmente denominadas como deporte no está desprovisto de
problemas. Así, el contrincante del montañista es la naturaleza. Cuando se trata de
batir un récord, el que ostenta plusmarca actual, a menudo sólo forma parte
indirectamente de la competición. Además, el enfoque habitual de la definición tiene
en cuenta sobremanera la situación competitiva, de modo que incluye
preferentemente aquellas modalidades deportivas que conocen la competición en

12
forma de enfrentamiento personal y directo. Si bien el elemento competitivo o
emulativo se da en todos los deportes y el entrenamiento deportivo también se
orienta hacia la competición, hay formas particulares que, como el patinaje sobre
hielo, la gimnasia con aparatos o la gimnasia moderna, presentan de modo más
manifiesto aquellos que Buytendijk describió con la paráfrasis «valor ontológico
demostrativo».2 . La lucha contra otros no tiene aquí mayor importancia que la
demostración de un movimiento hermoso ante un público de espectadores. Este
«valor ontológico demostrativo» o simbolismo expresivo se manifiesta igualmente en
la tendencia, propia del deporte en general, de convertirse en espectáculo. Esto hace
que incluso los principios fundamentales de la competición lleguen a ser susceptibles
de influencia y corrupción.

Mientras el deporte, en culturas étnicas y sociedades tribales, muestra un fuerte


vínculo con otras áreas sociales y culturales y forma parte, a veces, de ceremonias
religiosas, en la sociedad moderna queda aislado como institución sui generis. En el
análisis del deporte en cuanta institución social, si bien la competencia sigue siendo
un elemento importante, de manera progresiva se plantean en el análisis institucional
preguntas acerca de su organización formal y su repercusión en otras instituciones
sociales. Para el análisis institucional del deporte, las preguntas relacionadas con su
dependencia del desarrollo económico y su influencia en la política son entonces tan
importantes como la pregunta de cuáles son las múltiples carreras —desde el
deportista profesional hasta el médico deportivo— que se dan en el deporte
moderno.

La institución deporte permite distinguir cuatro formas de organización:


1. Deporte organizado formalmente en el seno de clubes y federaciones
especiales.
2. Deporte practicado en grupos espontáneos, como en el caso de los juegos
infantiles o el deporte practicado por un grupo de amigos durante su tiempo libre. 3.
Deporte «institucional», consistente en que se practica en el seno de otra institución
(o de su organización formal) y en que recibe, en parte considerable, influencias de

13
estas instituciones y de su estructura normativa. En este lugar figura el deporte
practicado en el marco de la educación y enseñanza (deporte escolar), en el mundo
militar, en el de la economía (deporte de empresas), en el seno de organizaciones
juveniles o dentro del régimen penitenciario. 4. Deporte «comunicativo», como parte
del esparcimiento diario, de los medios de información o como espectáculo.

Aunque cabe esperar que los resultados más interesantes desde el punto de
vista teórico se obtengan de un análisis estructural de la competición deportiva y del
sistema que la rodea directamente, no se debe desatender de ningún modo el
análisis del deporte en cuanto institución. Una de las razones que se pueden alegar
para justificar esa necesidad es que el deporte, gracias a sus elevados índices de
participación, ha llegado a ser una de las instituciones más llamativas en sociedades
modernas. Casi nadie logra substraerse a esa participación, aunque no sea más que
en la forma de información sobre el deporte. Mientras las cifras de participantes en el
deporte formal son probablemente muy inferiores a lo esperado, se da sobre todo en
el deporte «comunicativo» una propagación tan rápida en estos últimos decenios
que, a través de esas cuatro formas de organización conjuntamente, el interés y la
participación en el deporte resultan mucho mayores que los que se invierten en la
política y la religión. El hecho de que el deporte, en vista de su carácter relativamente
facultativo y de su mayor capacidad expresiva, tiene menor trascendencia para la
sociedad que, por ejemplo, la política o la educación, no se ve afectado por esto. Por
otra parte, no se deberían subestimar sus funciones y sus repercusiones en la
sociedad. Sucesos y conceptos relacionados con el deporte se introducen en el
lenguaje cotidiano y culto. Con especial claridad se ve esto en el inglés. Pero
también en el alemán se han adoptado conceptos como «juego limpio» y «autogol» o
el modismo «pasarse la pelota de uno al otro», conceptos tomados del deporte. El
máximo número de espectadores a través de la televisión se registró hasta ahora en
los Juegos Olímpicos de 1972; la final de los Campeonatos Mundiales de Fútbol de
1974 ocupa de momento el segundo lugar. Pasiones y violencia relacionadas con el
deporte han llegado a causar en algunos casos hasta más de 100 víctimas, como en

14
Turquía y en Uruguay. La sociología, pues, difícilmente puede pasar por alto la
institución del deporte,

En cuanto a las razones de la fascinación del deporte, no tenemos más que


suposiciones. Uno de los elementos es evidentemente la fácil comprensión de una
marca que puede ser mejorada una y otra vez. En los records especialmente, el
deporte, aun sabiendo que existe un límite, demuestra la paradoja del continuo
perfeccionamiento. Con ayuda de los modernos métodos de medición se hace hoy
posible mejorar las marcas en intervalos cada vez más pequeños. A la vez van
creciendo también los gastos necesarios para mejorar los records. Aquí se está
avecinando un conflicto de valores que podría tener consecuencias de gran
trascendencia para la institución del deporte, pues una sociedad a la que se hace
recordar con insistencia creciente el hecho de que sus recursos son limitados, o bien
se volverá en contra de la orientación del deporte hacia los records, o bien, en el
mejor de los casos, tolerará este área como un campo de juego reservado a una
minoría sin que se produzcan importantes inversiones materiales. Una sociología del
deporte tendrá que seguir de cerca precisamente estos problemas en torno a los
conflictos de valores y al cambio social.

Objetivos de una sociología del deporte

A un nivel muy general, el fin de una sociología del deporte consiste en


desarrollar teorías que deberán explicar la acción y el comportamiento observables
en este campo, así como la estructura de esa institución, y permitir su predicción.
Aunque sea posible de esta manera proporcionar medios para decisiones prácticas,
no basta la mera descripción de reglas empíricas. La configuración de una teoría en
este sistema de acción tendrá que rebasar el ámbito del deporte, dada su pretensión
de reconocimiento general. La práctica que se ha venido siguiendo en la sociología
del deporte se caracteriza por el hecho de que, por una parte, se adhiere a un
empirismo relativamente ingenuo y, por otra, muestra una fuerte tendencia a la crítica
social. Con respecto a ambas tendencias debe exigirse, de un lado, una mayor

15
reflexión teórica y, de otro, la aportación de unos fundamentos empíricos más sólidos
y una intensificada verificación de las tesis teóricas o socio críticas. De ningún modo
debe darse una definición demasiado estricta al concepto de experiencia empírica.
Los métodos cuantitativos y cualitativos de la sociología empírica son, naturalmente,
medios auxiliares para desarrollar los conocimientos en este campo. Sin embargo, la
reflexión empírica no deberá pasar por alto métodos como los propios de la
comprensión. Esto se hace necesario especialmente con miras a un análisis
estructural de ese sistema, que los compiladores de este libro consideran como fin
primordial de una sociología del deporte. Un análisis estructural como el que se
propone, al esforzarse por abstraer las propiedades del sistema, debe guardar
siempre relación con estudios empíricos y no desembocar en una intuición esencial
de tipo hermenéutico. Por otra parte, debería ayudar a superar tanto el nivel de
planteamientos meramente individualistas o meramente psicológicos como las
implicaciones de modelos de métodos de investigación 3.

En conjunto, cabe sintetizar los objetivos y las intenciones de una sociología del
deporte de la siguiente manera:

1. El sistema de acción «deporte» se encuentra condicionado por factores


biológicos y psicológicos. Sin embargo, una comprensión cabal de las condiciones
controladoras sólo se consigue a través de un análisis de los factores sociales y
culturales. El análisis del sistema social y cultural es, por tanto, imprescindible y
justifica la necesidad de una sociología del deporte. Puntualizando, se trata aquí de
un análisis sociológico del deporte como sistema sui generis, de sus condiciones
sociales y culturales, así como de la función que desempeña en la sociedad
incluyendo todos los subsistemas de ésta. En el plano de los sistemas sociales
relativamente sencillos, la sociología del deporte incluye el análisis de interacciones
entre dos personas en el deporte; en el de sistemas sociales relativamente
complejos, se trata de cuestiones relacionadas con la regulación de conflictos entre
sistemas rivalizantes en el contexto del deporte.

16
2. Tomando como modelo el deporte, es posible ejemplificar la teoría y los
métodos sociológicos. Esto permite obtener nuevos conocimientos acerca del
deporte, pero también acerca de la sociedad en la que existe. Al mismo tiempo se
examina la adecuación de la teoría y de los métodos sociológicos. En algunas áreas
parciales de la sociología llega a ser posible incluso desarrollar nuevos
conocimientos gracias al deporte; esto se da, por ejemplo, en el caso de la teoría y
del estudio del comportamiento colectivo, del conflicto social, de la organización
formal y de la socialización. Los juegos de competición y el deporte son, en lo
referente a su estructura, buenos indicadores también de relaciones estructurales en
el dominio intercultural.

3. La sociología del deporte debería contribuir a la práctica social del mismo.


Este objetivo se refiere tanto al deporte mismo como a la práctica social en la
sociedad y en aquellas instituciones encargadas de ocuparse del deporte o de tomar
decisiones sociopolíticas que afecten al deporte.

Con miras a la práctica social que se lleva a cabo en el deporte, los estudios
sociológicos pueden proporcionar importantes reglas, por ejemplo, al proceso de
entrenamiento o a la dirección de equipos. Esto ya está ocurriendo hoy, después de
haberse efectuado una serie de estudios de psicología social4. El deporte es un
elemento importante del tiempo libre del hombre moderno, de la formación y
educación escolar, así como de instituciones tales como los medios de comunicación
de masa o la política. Una comprensión y una investigación sociológica en estos
dominios resultan totalmente imprescindibles, porque dentro y fuera del deporte se
trata muchas veces de decisiones en torno a la finalidad a que va encaminado o
también en torno a su control social.

Finalmente, pertenece también al ámbito de la teoría y práctica del deporte el


análisis proyectivo o búsqueda de resoluciones en el marco de lo que, por analogía
al

17
«policymaking» inglés, se podría llamar política deportiva, la cual abarca desde el
plano de los grupos deportivos pequeños hasta el gran deporte internacional. Es
verdad que la sociología renuncia a menudo a ese tipo de expectativas, cuando se
trata de análisis y facilidades decisorias en el proceso de planificación y en la política.
La unidad de teoría y práctica afirmada por el ala marxista aborda con claridad este
problema, sin haber proporcionado aún ninguna pauta para el proceso de
planificación. En las discusiones en torno al problema de los valores se ha sacado
muchas veces la conclusión equivocada de que ese tipo de proyección lesionaría el
principio de libertad de valores. Por esto, muchos sociólogos abandonaron a los
sistemas sociales a sí mismos —en lo que se refiere al asesoramiento y pronóstico
encaminados a la planificación—, suponiendo, al parecer, que éstos se
autorregulaban o esperando que los planificadores y políticos adquiriesen sabiduría
mediante la experiencia. La sociología del deporte debería afrontar también esas
cuestiones y su análisis. Y el análisis del proceso político que se haga en el campo
del deporte podría incluso proporcionar conocimientos directamente útiles para la
teoría del «policymaking», gracias a que esos sistemas se abarcan y estudian con
relativa facilidad.

Las consideraciones anteriores parten de una sociología que —sabiendo que


debe mucho al análisis estructural, desde el punto de vista metodológico—, sin
embargo, en lo teórico, parte más bien de la naturaleza de un problema que de una
teoría y un método. Al lado de la prioridad del problema rige otro principio, esto es,
que han de tenerse en cuenta los resultados de contenido obtenidos en otras
ciencias sociales. La sociología del deporte debería, por tanto, servirse no sólo de los
descubrimientos hechos por la psicología sino también de los de la antropología
social; igualmente deberían incluirse en el análisis sociológico del deporte los
conocimientos de la filosofía, de las ciencias políticas y de la pedagogía. Ahora bien,
en el marco de la sociología del deporte se trata de una integración que conteste
desde el punto de vista sociológico las preguntas planteadas por el deporte, y que
sólo recurra a una explicación psicológica cuando un problema no encuentre otra
respuesta sino psicológica. Esta es la razón por la que los compiladores de este libro

18
conceden preferencia a enfoques basados en la teoría de los sistemas o la teoría de
la acción.

Sociología del deporte. — Evolución y estado actual

Los comienzos de la sociología del deporte, en lo que se refiere al contenido,


hay que buscarlos ya en el siglo XIX, cuando la antropología cultural, al estudiar el
problema de la difusión o de meras consideraciones materiales de usos y
costumbres, puso su mirada en los juegos competitivos y el deporte. Así, Johann E.
Poht informó sobre combates simulados y lucha en América del Sur5, Catlin apuntó
juegos de los indios6, Mannhardt recopiló juegos de Europa Occidental7, y el inglés E.
B. Tylor estudió las características comunes de juegos de América Central y
Paquistán8, en relación con el problema de la difusión. En la psicología social, el
trabajo — reproducido en este tomo— de Norman Tripplett9 marca el comienzo de
una evolución dentro de la que, más adelante —como por ejemplo en los trabajos de
10
Walter Moede —, se estudió experimentalmente y ante todo el problema de la
ventaja del grupo en relación con el rendimiento. En la sociología en sentido más
estricto, hay que enumerar toda una serie de ejemplos desde finales del siglo pasado
y comienzos de éste. Los clásicos de la sociología, como Georg Simmel, Max Weber
o Leopoíd von Wiese, al menos se refirieron al deporte o -como Max Scheler11,
Herbert Spencer12 y Florian Znaniecki13 — llamaron la atención sobre su valor
educativo. Thorstein Veblen emprendió, por fin, el intento — reproducido también en
este tomo— de analizar el deporte de las clases altas y su función como acción
rapaz14. En el campo de la filosofía es preciso remitir a un tratado de R. Hessen, que
ha sido publicado en una serie de trabajos dirigida por Martín Buber15. Y en la historia
de la civilización tuvo una influencia decisiva sobre todo el Homo Ludens de
Huizinga. Si bien la tesis fundamental del origen de la cultura en el juego no se ha
librado de réplicas por la etnología, la obra de Huizinga se ha utilizado especialmente
para subrayar la función creadora de cultura que posee el deporte. Sin embargo,
Huizinga mismo, partiendo de un enfoque categorizador y normativo, mantenía una

19
actitud extraordinariamente crítica frente a las formas que reviste el deporte
moderno16.

El título Sociología del deporte apareció por primera vez en el año 1921, en un
trabajo de Heinz Risse que, partiendo de un planteamiento sociológico-formal,
identificó el deporte ante todo con el deporte competitivo y le atribuyó la función de
formar la voluntad17. La discusión seguía siendo determinada —sobre todo en las
publicaciones alemanas— por criterios de la crítica social18, quedando fuera de
consideración casi por completo los tratados etnológicos de notable categoría
19
científica . En el ámbito internacional hubo algunas publicaciones que se ocuparon
—como en los EE. UU. — del deporte competitivo practicado en universidades y
escuelas superiores, o estudiaron la relación entre deporte y criminalidad en las
grandes ciudades; una sociología del deporte como subdisciplina de la sociología, sin
embargo, no se perfiló sino después de la segunda Guerra Mundial. Esta
ramificación relativamente reciente, ocurrida en el campo de la sociología y de un
modo de consideración sociológica dentro de la ciencia del deporte, tiene su origen,
al parecer, en las siguientes condiciones:
1. La ampliación general de la sociología y de sus legítimos campos de trabajo,
acompañada de una expansión de recursos materiales y personales. 2. La
reivindicación del deporte como legítimo objeto de investigación en una situación
cambiada que ya no llevaba la tara de prejuicios tan fuertes. 3. La ampliación de la
institución del deporte y, en relación' con ésta, la necesidad de una investigación
científica promovida tanto por la sociología y la ciencia del deporte como por los
entes oficiales y las federaciones deportivas. 4. La promoción de este campo y de
jóvenes científicos con interés, por una serie de autoridades representativas de la
sociología general, entre los que cuentan Rene Koenig, Helmut Plessner y Helmut
Scheisky, en la República Federal, y Erik Allardt, Norbert Elías, Max Gluckman,
Roger Girod, David Riesman y Kyuzu Takenoshita, en el ámbito internacional. 5. La
constitución de un Comité Investigador propio dentro de la International Sociológical
Association, organizada por el Consejo Mundial del Deporte vinculado a la UNESCO.

20
Aunque un grupo de sociólogos interesados por el deporte se organizaron, en
un primer momento, en el plano internacional, como comité encuadrado dentro de la
UNESCO y de la ISA, y vienen publicando desde 1966 la «International Review of
Sport Sociology», en Varsovia, entretanto se han creado en países como Bulgaria,
Canadá, RDA, Inglaterra, Japón, Austria y la URSS, organizaciones nacionales que
se ocupan de la sociología del deporte. Mientras que, adoptando una definición
amplia del campo, hasta 1966 se recogieron apenas unas 1.000 publicaciones en
una bibliografía, desde entonces el número de publicaciones en revistas y libros,
seleccionados bajo los mismos criterios, se ha triplicado por lo menos20. La mayor
parte de esas publicaciones se producen en la RFA, en Canadá, Finlandia, Japón,
Polonia y en los EE. UU.

La mayoría de las publicaciones que existen en el ámbito internacional son


descriptivas y a veces carecen incluso de toda referencia a conceptos sociológicos.
En tanto en cuanto se trata de trabajos empíricos, a veces se echa en falta una
reflexión profunda en lo referente a la base teórica, o se utilizan conceptos muy
restringidos con el fin de simplificar la operacionalización. Muchos trabajos no pasan
de constataciones programáticas. Con todo, la crítica social ha vuelto a prestar
mayor interés al deporte y -sobre todo en la República Federal- a tratar de nuevo
temas de los años veinte y treinta. Una minoría de investigaciones y discusiones
teóricas, sin embargo, se destacan claramente del nivel general y fundamentan, en
último término, la necesidad y legitimidad de una sociología empírica del deporte.
Este tipo de trabajos pueden encontrarse en las áreas temáticas: grupo pequeño y
psicología social, comparación intercultural y socialización, innovación, rendimiento
de equipos, estratificación social, dirección y conflicto social. Una parte de esos
trabajos se han tenido en cuenta en este tomo. Las tesis y enunciados teóricos,
independientemente de lo que aportan a la teoría sociológica del deporte, tienen
interés general para la sociología. En cuanto al punto de partida metodológico, se
trata de consideraciones netamente teóricas, de estudios experimentales efectuados
en el campo o en el laboratorio, de estudios de encuestas, así como de
interpretaciones cualitativas de estudios basados en casos aislados.

21
Guiándose uno por el número de publicaciones, se detectan algunas áreas
sorprendentemente desatendidas en esta subdisciplina de la sociología. Sólo hace
poco que se viene dando importancia a cuestiones relacionadas con la conducta
colectiva, con los espectadores y la violencia, a pesar de que estas cuestiones se
tocaron ya al final del siglo pasado y comienzo de éste y, en el fondo, deberían haber
despertado un interés constante en la sociología. Un análisis del deporte, en cuanto
a su reflejo en los medios de comunicación de masas, al parecer no es tema
sociológico. El deporte en el marco de la educación ha recibido poca atención
empírica hasta ahora, a pesar de que, precisamente en este dominio, ha habido
vivos debates políticos en la vida pública alemana. Prescindiendo de algunas
excepciones, la relación entre deporte y política no interesaba a nadie como tema.
Mientras recientemente las relaciones entre deporte y capitalismo se discuten una y
21
otra vez en la crítica social , no hay apenas material bueno sobre deporte y
economía, ni en sociología ni en economía. Lo mismo puede decirse de la relación
22
entre deporte y derecho . En general, el plano normativo del deporte ha recibido
poca atención. Y en el plano abstracto de los valores culturales en relación con el
deporte hay, ciertamente, trabajos valiosos, pero su número es relativamente
pequeño.

Las organizaciones deportivas pertenecen a las organizaciones más llamativas de


un tipo que, considerado como una especie de categoría residual, suele calificarse --
fijándose sólo en los rasgos principales— de voluntarista. El hecho de que la
sociología haya pasado por alto, en gran parte, este tipo de formas que rivalizan en
algunos países con los sindicatos e iglesias, en cuanto al número dé sus miembros,
se explica probablemente por el motivo de que esas organizaciones no parecen muy
importantes desde el punto de vista de la política del poder. En vista de la gran
variedad de formas de organización en distintos países, un estudio de las mismas
podría, no obstante, aportar directamente material a la sociología de la organización
y su teoría universal23. Por otra parte, el deporte mismo, vistos los excesos
meramente burocráticos de muchas organizaciones deportivas, precisaría justamente

22
en este dominio unos conocimientos sociológicos confirmados por medio de la
investigación empírica. Evidentemente, algunas organizaciones deportivas
importantes reconocen este hecho, ya que la Confederación Alemana del Deporte,
por ejemplo, está promoviendo un proyecto de mayor envergadura sobre los clubs
deportivos.

Hay algunos trabajos sobre el tema deporte y ocio, y éstos figuran entre los
mejores estudios dentro de la sociología del ocio24, en lo que se refiere al nivel
teórico y la realización metodológica. Contrariamente, el tema deporte y trabajo ha
quedado prácticamente fuera de consideración por parte de la investigación; en
tratados de crítica social o programáticos, no obstante, se le da mucha importancia y
se le discute sobre la base de un nivel teórico explícito25 tal que debería haber
incitado, hace mucho, a la investigación. El deporte de grupos marginados, como los
minusválidos y las minorías, ha encontrado interés casi sólo en los EE. UU., y
especialmente en relación con los negros en el deporte26; los grupos marginados y
los problemas sociales del deporte apenas se han tratado hasta ahora. El deporte en
su forma bien integrada se encuentra claramente en el primer plano de la discusión.
Sin embargo, el estudio del comportamiento desviado podría arrojar resultados
importantes precisamente en el caso del deporte, ya que aquí el problema del acceso
a subculturas desviadas probablemente no sea tan grande como, por ejemplo, en el
caso de las subculturas criminales. El que el estudio de estructuras anémicas abre
un acceso directo al sistema total de la sociedad y de la sociología general es una
verdad conocida de todos, y no obstante, apenas ha guiado el interés investigador de
la sociología por el deporte.

El problema de una sociología del deporte orientada en mayor grado hacia la


práctica social lo han resaltado en constataciones programáticas sobre todo Erbach27
y Wohl28; pero una adecuada consideración de los problemas prácticos y de la
planificación sólo se encuentra en unos pocos trabajos. Entre ellos figuran estudios
sobre el deporte y el ocio en la RDA o en Polonia29. Se encuentran también
contenidas implícitamente tales intenciones en algunas investigaciones encargadas a

23
federaciones deportivas. Sin embargo, consecuencias directas para la práctica y la
planificación se derivan, de momento, preferentemente de los trabajos efectuados en
el campo de la investigación sobre grupos pequeños. Aparte de esto, la pedagogía
del deporte va tomando nota, en creciente medida, de los resultados obtenidos en el
campo de la sociología del deporte, cuando se trata de cuestiones referentes a la
llamada didáctica. En este aspecto la pedagogía del deporte se ha abierto a
cuestiones de las ciencias sociales hasta tal punto que ya se puede estimar muy
considerable la influencia que está ejerciendo la sociología del deporte. Además, se
han iniciado análisis sobre el «policymaking»; pero aún quedan por presentarse los
resultados de dos estudios comparativos internacionales que se están realizando.

Contribuciones al presente tomo

Este tomo no pretende ofrecer una selección bien integrada, puesto que la
sociología del deporte, visto el panorama que acabamos de ofrecer, difícilmente
hubiera permitido hacer semejante selección sistemática. Con todo, se ha dado
preferencia a contribuciones que puedan suponer una aportación al análisis
estructural del deporte y de las condiciones socioculturales que lo rodean. Las
formas que reviste el deporte y los problemas del mismo que surgen en la
comparación intercultural, en culturas anteriores y en sociedades industrializadas,
son por lo tanto temas que ocupan mayor espacio que las cuestiones de
organización o de procesos inmanentes al deporte. El conflicto y la competición, la
estratificación social y la dirección representan tres apartados temáticos
relativamente importantes que pertenecen a este contexto. Finalmente, al tema del
«comportamiento desviado» se la ha dado —por motivos programáticos, entre
otros— una cabida mayor de lo que hubiera parecido justificado a la vista del número
de publicaciones y estudios empíricos realizados hasta el momento. Aunque se han
tenido en cuenta, en algunas de las contribuciones, las cuestiones y consideraciones
de la socialización y los problemas de la psicología social —concretamente de los
grupos pequeños en el deporte— en esta selección, por los motivos expuestos en el
prólogo, se ha renunciado a establecer capítulos especiales para estos temas.

24
La mayoría de las contribuciones seleccionadas se publicaron originalmente en
revistas sociológicas o se pronunciaron en congresos de sociología. Estas
aportaciones proceden de la antropología social y cultural —cuyas fronteras con
respecto a la sociología a menudo se han trazado artificialmente—, de la ciencia del
deporte y la educación física, de campos periféricos de la filosofía, de la psicología
social y de la psicología general. Teniendo en cuenta el tipo de selección, la
psicología se encuentra representada en menor volumen de lo que le correspondería
según la parte que de hecho ocupa dentro de la especialidad. Por lo demás, la
combinación de las disciplinas científicas de acuerdo con la ubicación de los autores
o el lugar de edición de los trabajos refleja relativamente bien la discusión e
investigación sociológica en torno al deporte. Con esto queda señalado, al mismo
tiempo, que disciplinas como la politología, economía, derecho y ciencias de la
información raras veces han tocado cuestiones de índole potencialmente sociológica.
Sin embargo, no se han tenido en cuenta contribuciones científicas históricas, a
pesar de que existen trabajos sobre el tema, especialmente en la ciencia del deporte.
A título representativo dentro de una serie de otros autores cabe señalar aquí los
trabajos de Cari Diem, que, además, contienen copioso material etnológico30.

Además de las referencias bibliográficas que aparecen en las introducciones a


los distintos capítulos, este tomo ofrece, en el capítulo final, una bibliografía
seleccionada que tiene en cuenta la parte cualitativamente más importante de las
publicaciones aparecidas en el ámbito internacional.

Finalmente cabe señalar algunas cuestiones que, en la opinión de los


compiladores, se abordan sólo insuficientemente y casi nunca empíricamente en la
sociología del deporte actual. Entre éstas figuran:

1. El problema del deporte y el poder. ¿Qué fuerzas sociales y políticas


controlan al deporte y sus organizaciones? ¿Qué influencias tienen el deporte y sus
organizaciones en la sociedad y la política?

25
2. La relación entre el deporte y dimensiones de la estratificación social dentro y
fuera del deporte. Aquí se trata especialmente de cuestiones del status social, de la
calidad de vida, así como de las relaciones con el ascenso y descenso social en y a
través del deporte.

3. La relación entre el deporte y los intereses económicos.

4. El deporte y el comportamiento desviado. En este contexto habría que


realizar investigaciones tanto sobre la infracción y las modificaciones de las normas
tradicionales del deporte como también sobre actos violentos cometidos por
espectadores y foros deportivos.

Estas cuestiones, que en su mayoría hay que calificarlas entre la serie de


problemas sociales, no se plantean, ni mucho menos, con la expectativa de que el
deporte se vaya a echar a perder por culpa de sus problemas. Al contrario, en la
mayoría de los países, el deporte organizado parece superar bien sus problemas, y
los controles sociales dentro y fuera del deporte parecen estar desarrollados
relativamente bien. La esperanza de los compiladores tiende más bien a conocer
mejor los rasgos estructurales fundamentales del deporte a partir de planteamientos
problemáticos y de profundizar en la compenetración teórica del mismo. Al fin y al
cabo, lo que quieren los compiladores es que se derive de la sociología del deporte
un beneficio práctico no sólo para el deporte y su teoría, sino también para la
sociología y su teoría. La selección que se presenta a continuación tratará de apoyar
estas esperanzas.

Notas

1
Huizinga, J., Homo Ludens, Rowohit, Hamburgo, 1956.
2
Buytendijk, F. J .J., Het voetballen. Het Spectrum, Utrecht, 1952; Ídem, Das
Menschiiche, Stuttgart, 1958, sobre todo pp. 208ss.

26
3
Lüschen, G., Psychologischer Reduktionismus and informelle Beziehungen im
Wettkampf. En G. Albrecht el a! (Ed.), Sociologie. Festschrift Rene Kónig.
Westdeutscher Verlag. Opladen, 1973: 753-759. Lenk, H. y G. Lüschen,
Epistemological problems and the personality and social system in social
psychology. En: «Theory and Decisión» 6, 1975, 3:333-355.
4
Véanse los trabajos en Lüschen, G. (Ed.), Kleingriippenforschung und Gruppe im
Sport. Separara 10 de la «Kólner Zeitschrift für Soziologie». Westdeutscher Verlag.
Colonia y Opladen, 166.
5
Pohl, J.E., Reise im Innern von Brasilien. 2 tomos. Strauss (I) y Wallishauser (II),
Viena, 18*2 -37.
6
Catlin, G., Letters and Notes on the Manners, Customs and Conditions ofthe North
American Indians. Haines. Minneapolis, 1965 (orig. 1841).
7
Mannhardt, W., Waid- und Feldkulte. Borntraeger. Leipzig, 1904-05.
8
Tylor, E.B., On American lot-games, as evidence ofAsiatic intercourse before the
time of Columbas. En: «Internationales Archiv für Ethnographie» 9, 1896: 55-67.
9
Tripplett, N., The dynamogenic factors ofpacemaking and competition. En:
«American Journal of Psychology. 9, 1898, 4: 507-533.
10
Moede, W., Experimentelle Massenpsychologie. Hirtzel. Leipzig, 1920.
11
Scheler, M., Prólogo a Peters, A., Psychologie des Sports. Der Neue Geist.
Leipzig, 1927.
12
Spencer, H., Educación. Williams and Norgate. Nueva York, 1861, sobre todo, pp.
219-283 (Physical Education).

13
Znaniecki, F., Sociología wychowania (Sociología de la educación). 2 tomos.
Varsovia, 1928 y 1930, sobre todo el tomo 2. Véase también Krawczyk, Z., Florión
Znaniecki's humanist approach to physical culture. En: «International Review of
Sport Sociology» 5, 1970: 131-161.
14
Veblen, T., Theory ofthe Leisure Class. Macmillan. Nueva York, 1899. Véase el
extracto que aparece en este tomo, en el Capitulo V.
15
Hessen, R., Der Sport. Rütten und Loening. Francfort, 1908.

27
16
Huizinga, J., op. cit. Una crítica sustancial se encuentra en el ensayo de A. E.
Jensen, Spielund Ergriffenheit. En: «Paideuma» 1, 1948: 38-48. La tesis de la
función creadora de cultura del juego en relación con el deporte fue defendida
sobre todo por Cari Diem.
17
Risse, H., Soziologie des Sports. Reher. Berlín, 1921. Otro trabajo, aunque menos
sistemático, que cabe mencionar es el de Benary, W., Der Sport ais Individual- and
Sozialerscheinung. Wedekind. Berlín, 1913.
18
Véase por ejemplo Peters, A. ,Psychologie des Sports. Der Neue Geist. Leipzig,
1927.
19
Damin, H., Die gymnastischen Spiele der Indonesier und Südseevoiker. Leipzig,
1922. ídem, Vom Wesen sogenannter Leibesübungen bei Naturvoikern. En:
«Studium Genérale» 13, 1960, 1:3- 10. Una buena visión general del estudio del
juego en la antropología cultural se ofrece en Mendner, S., Das Baiispiel im Leben
der Volker. Aschendorff. Münster, 1956.
20
Lüschen, G., The Sociology of Sport. Mouton. París y La Haya, 1968.
21
Véase por ejemplo Boehme, J. O. etal. Sport imSpatkapitalismus. Limpert.
Francfort, 1971.
22
Véase, por otra parte, Schroeder, F.-C. Y H. Kaufmann (Ed.), Sport und Recht. De
Gruyter. Berlín, 1972.
23
Lüschen, G., Policymaking in sport organizations and their executive personnel.
En: M. Archer (Ed.), Currenl Research in Sociology. Mouton. París y La Haya, 1974:
367-382.

24
Heinilá, K., Vapaa-aikaja urheilu (Tiempo libre y deporte). Porvoo. Helsinki, 1959;
Dumazedier, J., Contenu cultureldu loisir ouvrter dans six villes d'Europe. «Revue
Francaise Sociologie» 4, 1963, 1:12-21.
25
Plessner, H., Soziotogie des Sports. En: «Deutsche Universitátszeitung» 7, 1952,
9-11, 12-14 y 22-23. Habermas, J., Soziologische Notizen zum Verhaltnis von
Arbeit und Freizeit. En: G. Funke (Ed.), Konkrete Vernunft. Athenáum. Bonn, 1958,
p. 227. Rigauer, B., Sport und Arbeit. Suhrkamp. Francfort, 1969. Una de las pocas
investigaciones sobre las cuestiones mencionadas en los trabajos citados es de

28
Hans Linde y col. Véase Linde, H., Zur Soziologie des Sports. Versuch einer
empirischen Kritik soziologischer Theoreme. En: H. Plessner et al. (Ed.), Sport und
Leiheserziehung. Piper. Munich, 1967: 103-120. En este trabajo se niega la tesis de
compensación así como la de una copia del mundo del trabajo, sustituyéndose por
otra de selección, descubriendo una línea auto dinámica social de la sociedad
industrial y del individuo. Véase también, teniendo en cuenta las discusiones más
recientes y lo que se refiere al problema de la critica ideológica en relación con el
deporte: H. Meyer, Der Sport ais Mittel der Selbstverwirkiichung und Entfremdung.
En: «Zeitschrift für Soziologie», 4, 1975, 1:70-81.
26
Edwards, H., Sociology of Sport. Dorsey. Homewood, 111., 1973.
27
Erbach, G., The science of sport and sport sociology. En: «International Review of
Sport Sociology» 1, 1966, 1:97-126.
2/8
Wohl, A., Conception and range of sport sociology. En: •International Review of
Sport Sociology. 1, 1966, 1:5-18.
29
Buggel, E., Research on leisure pursuits in theform of sport activity. En:
international Review of Sport Sociology» 2, 1967, 1:55-66. Ziemiiski, A., Uwagi o
problemie socjologii twystyki (Observaciones sobre una sociología del turismo). En:
«Wychowanie Fizyczne i Sport» 3, 1958: 487- 495. En Finlandia, hay que destacar
sobre todo los estudios sobre la sociología y la planificación en el deporte
efectuados por la Universidad de Jyváskylá. Véase, p. ej., K. Heinilá, Suomalainen
urheiluideologia (La ideología finlandesa del deporte). Department of Sociology and
Planning for Physical Culture. Jyváskylá, 1974, 8.
30
Diem, C., Weltgeschichte des Sports und der Leibeserziehung. Cotta. Stuttgart,
1960. Hay que remitir también a dos trabajos de historia social: Bernett, H.,
Nationalsozialistische Leibeserziehung. Hofmann. Schorndorf, 1966. Wohl, A., Die
geselischaftiich-historischen Grundiagen des bürgerlichen Sports. En:
«Wissenschaftiiche Zeitschrift der Deutschen Hochschule für Kórperkultur», 6,
1964, 1:1-93.

29
Capítulo II

PLANTEAMIENTOS TEÓRICOS RELATIVOS A LA SOCIOLOGÍA


DEL DEPORTE

I. Introducción al tema

Cuando se plantea la cuestión de la situación de la institución del deporte en la


sociedad o del comportamiento cotidiano de sus miembros, el análisis del deporte
puede apoyarse, en gran medida, en las teorías desarrolladas en otros dominios
parciales de la sociología. Sin embargo, si se ha de analizar el sistema deporte en
cuanto sistema sui generis, entonces la sociología del deporte debe asegurarse
antes de que su sistema conceptual y sus planteamientos teóricos resulten
adecuados.

El deporte forma parte de la sociedad y permitirá, por tanto, proseguir con


planteamientos que han sido puestos a prueba en otros contextos. Una parte de los
trabajos sociológicos proceden de esta manera. Los argumentos teóricos que se
suelen estudiar en esos trabajos son directamente accesibles, puesto que ya han
probado ser eficaces en otros sectores parciales de la sociología. Este tipo de
planteamientos pueden encontrarse en trabajos programáticos, por ejemplo, sobre
socialización, estratificación social, estructura de los grupos, discriminación, actitud
frente al deporte e innovación. La sociología marxista también aplica su teoría
general de la sociedad al deporte, especialmente la exigencia de incluir la práctica en
el análisis (Schuiz). Esta reflexión y aplicación de teorías sociológicas y sociales
existentes, en lo que respecta al deporte, ha partido preferentemente de enfoques
basados en la teoría del comportamiento y en la teoría social; frente a éstos se dan
en número inferior los enfoques estructurales, funcionales o basados en la teoría de
los sistemas.

30
En vista de la variedad de teorías sociológicas y ante el trasfondo de los
planteamientos dispares y poco integrados de la sociología del deporte, Linde y
Heinemann han sacado la conclusión de que «el valor de la aplicación de teorías
sociológicas generales a una sociología del deporte es extremadamente bajo». Si
uno no quiere adherirse a esta conclusión pesimista, habrá que insistir, no obstante,
en la necesidad de un análisis sociológico del deporte de carácter independiente,
tanto más cuanto que la sociología tiene un amplio campo de exploración en el
terreno del deporte.

Mientras ya raramente se da una aplicación consciente y explícita de la teoría


sociológica en trabajos sobre el deporte, es más difícil todavía encontrar
planteamientos teóricos que se orienten primordialmente por el deporte. En este
lugar cabe destacar tanto los trabajos de Anderson y Moore —y, recientemente,
sobre todo de Csikszentmihalyi—, sobre la acción autotélica, como las observaciones
de Piaget sobre niños que juegan a las canicas. Por otra parte, la sociología de
Simmel parece ser altamente relevante como modelo. Pero resulta significativo que
los sociólogos interesados en el deporte, exceptuando referencias indirectas a través
de Mead y Goffman, apenas utilicen su teoría y metodología. Un esfuerzo por lograr
una teoría adecuada desde el punto de vista de la estructura se vislumbra, por lo
menos implícitamente, en la discusión en torno al principio de rendimiento en relación
con el deporte y la sociedad (V. Krockow, Lenk), aunque es cierto que se han
formulado pocas hipótesis de investigación. En el marco de esos estudios se señala,
al mismo tiempo, el modo que permite a la teoría sociológica orientada por el propio
deporte ir más allá de la perspectiva, más bien individual, de la psicología social.

Las tres contribuciones siguientes representan intentos de establecer unos


puntos de partida teóricos para el análisis del deporte. En ellas se ponen en duda los
métodos explicativos tradicionales, por resultar demasiado utilitaristas, y se llama la
atención sobre la finalidad absoluta del deporte, inusitada para una perspectiva
sociológica (Dunning). Con esto se abordan también los elementos de los juegos, en
cuya comprensión se profundiza mediante una minuciosa clasificación (Caillois). En

31
una tercera contribución, por último, se intenta fundamentar un análisis estructural
del deporte que —partiendo de las particularidades de la institución del deporte—
pueda ofrecer sugerencias también para otras áreas sociales (Lüschen).

Bibliografía

Allardt, E., Investigación social comparativa y análisis del deporte, Capítulo 111
de este tomo.
Anderson, A.R. y O.K. Moore, Autotelicfolk-modets, En: «Sociological Quarterly»
1, 1960, 2: 203-216.
Csikszentmihalyi, M., Beyond Boredom and Anxiety. Jossey-Bass. San
Francisco, 1975.
Elias, N. y E. Dunning, Zur Dynamik von Sportgruppen. En: G. Lüschen (Ed.):
Kleingruppenforschung und Gruppe im Sport. Westdeutscher Verlag. Colonia, 1966,
pp. 118-134.
Groos, K,, Die Spiele der Menschen. Jena, 1899.
Heinemann, K., Sozialisation im Sport. En: «Sportwissenschaft» 4, 1974, 1: 49-
71.
Kenyon, G.S.,A conceptual modelfor characteming physical activity. En:
«Research Quarterly» 39, 1968, 1: 96-105.
Krockow, C. v.. Sport. Hoffmann und Campe. Hamburgo, 1974.
Lenk, H., Leistungssport: Ideologie oder Mythos? Kohihammer. Stuttgart, 1972.
Idem y G. Lüschen, Epistemológica!problems and the personality and social
system in social psychology. En: «Theory and Decisión» 6, 1975, 3: 333-355.
Linde, H. y K. Heinemann, Das Verháltnis einer Soziologie des Sports zu
alternativen soziologischen Theorieansatzen. En: Albonico, R. y K. Pfister-Bintz (Ed.),
Soziologie des Sports. Birkháuser. Basilea, 1971, pp. 47-51.
Loy, J.W., Game forms, social structure and anomie. En: Brown, R. y B. Cratty
(Ed.), New Perspektives ofMan in Action. Prentice-Hall. Englewood-Cliffs. N.J., 1969:
181-199.

32
Meyer, H., Der Hochieistungssport - Ein Phanomen des Showbusiness. En:
«Zeitschrift für Soziologie» 2, 1973, 1: 59-78.
Piaget, J., Das moralische Urteil beim Kinde. Stuttgart, 1935.
Plessner, H., Soziologie des Sports. En: «Deutsche Universitátszeitung» 7,
1952, p. 9-24.
Schuiz, R., Ueber Wesen und Methoden wissenschaftiicher Soziologie. En:
«Theorieund Praxis der Kórperkultur» 10, 1961, 2: 108-114.
Stone, G.P., Begriffliche Probleme in der Kleingruppenforschung. En: G.
Lüschen (Ed.), Kleingruppenforschung und Gruppe im Sport. Westdeutscher Verlag.
Colonia, 1966, pp. 4-65.
Weiss, P., Sport. A philosophical Inquiry. Southern Illinois Press. Carbondale y
Londres, 1969.

33
2. Eric Dunning

EL DILEMA DE LOS PLANTEAMIENTOS TEÓRICOS EN LA SOCIOLOGÍA


DEL DEPORTE*

El deporte es una actividad que despierta el interés de grandes multitudes en


muchas y diversas partes del mundo. El deporte puede ser un «universal cultural»,
pero no lo es forzosamente. Las estructuras, funciones, significaciones y categorías
que se le atribuyen pueden diferir, dentro de una sociedad, entre distintos grupos, y
también entre distintas sociedades, sobre todo si estas sociedades han registrado un
distinto grado de avance en cuanto a su desarrollo social. No obstante, el deporte es
hoy —y de esto no cabe ninguna duda- una actividad de ocio que se practica casi en
el mundo entero durante el tiempo libre, sea como tal actividad consistente en una
participación directa, sea, de modo menos directo, como espectáculo al que uno
asiste. Con todo, como campo parcial de la sociología, el deporte sigue
prácticamente sin haberse investigado.

Algunos de los sociólogos «clásicos» dedicaron por lo menos un poco de


atención a los problemas del deporte y del juego. Herbert Spencer1 y Thorstein
Veblen2 son seguramente los más conocidos entre ellos; pero los sociólogos
posteriores se olvidaron de seguir elaborando las ideas de aquéllos. La sociología del
deporte es uno de los dominios más postergados y menos desarrollados de esta
rama. Una bibliografía editada por Günther Lüschen, que registra las tendencias que
se observan en trabajos realizados en este campo, se ha publicado hace poco en la
serie «Current Sociology»3. En dicha bibliografía se citan 892 artículos, cuyo número
podría poner en duda el valor de la afirmación que se acaba de hacer. Pero como
dice el mismo editor, muchas de las contribuciones citadas fueron escritas no por
sociólogos, sino por científicos del deporte. 426 de los títulos son artículos o
conferencias. 313 de las aportaciones aparecieron en revistas de educación física
(ciencia del deporte), y no en publicaciones sociológicas, o se pronunciaron con
ocasión de conferencias sobre el tema deporte o educación física. Tan sólo 57 de un

34
total de 113 artículos que aparecieron en revistas sociológicas se ocupan
directamente de la sociología del deporte. Los restantes tratan de problemas
generales, como por ejemplo: motivación del rendimiento, conflicto, competición y
cooperación, problemas que el editor considera relevantes para este campo. 35 de
los 57 artículos citados, que se ocupan directamente de la sociología del deporte,
aparecieron además, bien en la revista, fundada recientemente, «International
Review of Sport Sociology», bien en una edición especial de la «Kólner Zeitschrift für
Soziologie und Sozialpsychologie» que se titula «Gruppe im Sport» 4.
También en este caso muchos de los autores que publicaron en estas revistas, más
que ser especialistas en sociología lo eran en educación física. Haciendo un cálculo
generoso, queda pues un número total de 20 a 30 artículos sobre sociología del
deporte, escritos por sociólogos especializados en este campo y publicados en
revistas sociológicas. Difícilmente podrá decirse que este número sea significativo.

Es comprensible que los sociólogos no hayan llegado todavía a considerar, de


manera general, la sociología del deporte como un campo que plantee problemas de
importancia sociológica. Probablemente, los sociólogos tengan el mismo interés
«práctico» de hacer deporte y asistir a espectáculos deportivos que otros grupos que
les son comparables por nivel formativo y por status. Es de suponer que también
hablen del deporte tanto como esos grupos; pero si nos fijamos en la escasa
atención que han venido dedicando al deporte en sus investigaciones, parece que,
en la opinión que mantienen generalmente, si bien consideran el deporte como un
pasatiempo agradable y divertido en el que se puede participar o simplemente asistir,
no lo contemplan como un tema que merezca una inversión seria de tiempo, energía
y dinero en investigaciones o de una información seria en revistas sociológicas.

Los motivos de este descuido que padece la sociología del deporte no están
claros; lo que, sin duda, tiene una extraordinaria importancia es el hecho de que
muchos sociólogos no han logrado emanciparse, ellos mismos, del sistema de
valores que reina en la sociedad industrializada de cuño occidental —de una «ética
protestante» más o menos secularizada-, de acuerdo con el cual al trabajo le

35
corresponde un rango superior que al ocio y al tiempo libre5. Conforme a este
sistema de valores, el trabajo se interpreta como una actividad «seria», precisamente
porque plantea problemas «serios», y es por consiguiente más digno de un estudio
serio por parte de los sociólogos y otros científicos. Es más, los intelectuales en
general tienden a considerar el deporte y el juego como actividades ociosas de
relativamente escaso valor, en comparación, sobre todo, con la lectura «seria», con
escuchar «seriamente» música «seria», con presenciar espectáculos «serios» como
teatro y con otras actividades más bien mentales, que se califican en gran medida de
«highbrow» (intelectuales). Deporte y juego, por el contrario, parecen ser más bien
«lowbrow» (no intelectuales): un tipo de actividad que no debería ocupar más que un
puesto marginal en la vida de adultos. Esta actitud parece hacerse patente ante todo
al confrontar la asistencia a deportes y juegos con la participación activa en el
deporte. Se tiene que considerar a los espectadores más bien como «pasivos»;
ahora bien, de acuerdo con las ideas centrales acerca de los valores que defiende la
ética protestante, la pasividad ha de rechazarse moralmente. Sin duda, no
correspondería a la realidad y sería una generalización excesiva e inadmisible
considerar como «pasiva» toda asistencia a cualquiera de las modalidades
deportivas. Unos ingleses que presencian un partido de criquet, puede que resulten
relativamente poco activos, pero los espectadores de partidos de fútbol profesional
—no importa dónde se celebren— son muy activos. Cantan a solas y en coro, gritan
y gesticulan, aunque no lleguen a manifestar modos de comportamiento que la
autoridad consideraría como «gamberrismo». En enjuiciamientos de esas actividades
parece resonar, además, un marcado elemento de prejuicio de clases. Resulta que el
público que asiste a conciertos y juegos «serios», compuesto preferentemente de
miembros de la clase media, raras veces es objeto de una crítica similar, aunque su
pasividad –debida a normas sociales que prohíben traducir emociones en acción
abierta y exigen un control incluso de modos de conducta tan elementales como
toser y estornudar- es, hoy por hoy, mayor que la de las masas de espectadores de
fútbol. A este respecto hay que tener en cuenta también el juicio implícito en el uso
del concepto «público», que suele referirse preferentemente a la actividad de la clase

36
media, mientras que los conceptos «multitud» o «masa» señalan habitualmente a los
espectadores deportivos que proceden en su mayoría de la clase obrera.

Como puede desprenderse de los artículos de sociólogos especialistas citados


en la bibliografía de Lüschen, hasta ahora sólo un pequeño número de sociólogos se
ha ido librando, poco a poco, de esta clase de prejuicios relativos a los valores,
prejuicios que parecen resultar del hecho de que sigamos aferrados irreflexivamente
a las ideas axiológicas de la ética protestante centradas en el trabajo. Algunos han
comenzado a investigar en el campo de la sociología del deporte, pero mucho de lo
que escriben sigue adoleciendo de esta tendencia a una conceptuación imprecisa
que es comparable, en cierto modo, a la que se manifiesta en trabajos realizados en
este campo por educadores físicos. Se hace patente, sobre todo, que la sociología
del deporte carece de un trasfondo teórico preciso para la definición de problemas y
la interpretación de datos disponibles, que pueda servir de hilo conductor a futuras
investigaciones, así como para lograr una mayor continuidad y un trabajo sistemático
en este terreno. Una teoría de esta índole naturalmente no puede construirse antes
de resolverse determinados y decisivos problemas conceptuales. A continuación voy
a señalar, por tanto, dos de esos problemas e intentar ofrecer algunas posibilidades
de solución. Ciertamente hay que decir que ninguno de esos problemas se refiere
exclusivamente al trabajo que se realiza en la sociología del deporte; ambos
representan problemas centrales que hasta ahora no han sido resueltos
adecuadamente en la teoría sociológica en general. El primer problema es la
tendencia al pensamiento nominalista, que influye desfavorablemente en la
conceptuación sociológica. El segundo, que no debe ser considerado
independientemente del primero, es la tendencia a dejarse guiar por prejuicios de
valor, para llegar por un lado a ideas de consenso, cooperación, armonía y
estabilidad social, o por otro de tensión, conflicto, competición y cambio social, entre
cuyas consecuencias se cuenta una separación analítica y una reinserción de
problemas de integración y de conflicto.

37
El nominalismo en los planteamientos sociológicos

1. La tendencia al nominalismo en los estudios sociológicos se manifiesta en las


frecuentes afirmaciones en las que se suele destacar el carácter «irreal» del deporte
y del juego como un aspecto central6.

Ejemplos de esto se hallan en Nelson Foote, que sugiere que el deporte y el


juego representan una especie de «alucinación voluntaria» 7, y en Peter Mdntosh,
que, basándose en Huizinga, opina que la «finalidad» de las reglas deportivas es
«definir el ámbito en el que se suspenden las reglas normales de la vida, es decir:
definir la irrealidad del deporte... permitir a los jugadores obtener un resultado
totalmente inútil pero definitivo»8. Roger Caillois ha presentado una tesis similar. En
su intento de encontrar una definición del juego, arguye: «El juego es una
oportunidad de mero despilfarro de tiempo, energía, ingenio, destreza y, a menudo,
también de dinero...»9.

La ambigüedad de estas tesis salta a la vista en seguida. Están concebidas


como unas tesis objetivas, tácticas, pero no se tarda en advertir el malestar que les
produce a los autores el hecho de tratar de un tema que hasta entonces no había
sido reconocido como un campo legitimo del esfuerzo científico. Estas tesis fueron
redactadas por personas que, presumiblemente, consideraban el deporte y el juego
como un área de la vida social que les parecía lo suficientemente importante como
10
para investigarla científicamente; no obstante, comparten «a priori» con Veblen
algunos elementos y una condena casi total del deporte. Para nuestros fines basta
con señalar la ambigüedad de postulados de este tipo y el hecho de que su
contenido carece de una significación exacta y precisa. ¿En qué sentido puede
decirse del fútbol, por ejemplo, que es «menos real» que el trabajo, o de la guerra
que es «más real» que el criquet? ¿Por qué motivo se supone que el juego es una
mayor «pérdida de tiempo» que producir series de televisión o bombas atómicas?
¿Cree Caillois de verdad que el juego no tiene ninguna función, sea para el individuo
o para unidades mayores de la sociedad? ¿Qué quiere decir Foote cuando habla de

38
elementos «alucinantes» del deporte y del juego? ¿Que los jugadores y
espectadores perciben algo que no se da «en realidad» o incluso que entra en juego
un elemento análogo a la neurosis o psicosis? ¿Y qué quiere significar Mcintosh
cuando afirma que las reglas de la «vida normal» se suspenden para los fines del
ejercicio deportivo? ¿Acaso que se suspenden todas las reglas? ¿Que las reglas
deportivas son totalmente distintas de las reglas normales? ¿O quizá sencillamente
que son «específicas de ciertas situaciones» y que difieren de otras reglas sólo en el
modo en que reglas que rigen en los hospitales difieren de otras que lo hacen en las
prisiones?

En todo caso, una cosa queda clara: las tesis referentes a la «irrealidad» del
deporte no están concebidas como juicios relativos a su status ontológico. Nadie
negaría en serio que el deporte y el juego sean «reales» en el sentido de que se los
puede observar, sea directamente en el comportamiento abierto de la gente, sea
indirectamente a través de informaciones de jugadores y espectadores sobre lo que
piensan y sienten mientras juegan y «miran cómo juegan otros». En este sentido el
deporte tiene que ser «real», pues de otro modo no podría llegar a ser nunca un
tema abordable por investigaciones científicas.

En este contexto cabe mencionar que, por lo menos en las sociedades


industrializadas de Occidente, hay también otras actividades además de las
deportivas y lúdicras que se definen, de manera parecida, como «irreales», al
parecer sobre todo cuando su productividad económica no se hace patente a primera
vista. ¿A cuántos profesores universitarios, por ejemplo, no se les reprocha que viven
«retraídos» y al margen de los problemas del mundo «real»? Y, sin embargo, a
menudo trabajan intensivamente durante muchas horas al día. Rinden importantes
servicios cuya productividad económica tiene un efecto más o menos directo y que,
por lo demás, son de utilidad social también en otros aspectos. Las universidades
tampoco se ven más libres de tensiones y conflictos que muchas otras instituciones.
Parece, pues, que queda claro que el concepto «realidad» no se emplea aquí
científicamente, sino en referencia implícita a un sistema «central» o «nuclear» de

39
valores, de acuerdo con el cual figuran en un primer lugar funciones económicas.
Probablemente puede decirse lo mismo del deporte y del juego. Pero incluso los
sociólogos que se han distanciado de estas ideas axiológicas predominantes en
nuestra sociedad en el grado suficiente como para reconocer la importancia del
deporte, del juego y del ocio en cuanto campos de investigación, siguen obstinados
en utilizar este lenguaje ambiguo que hace resaltar el carácter «irreal». Esto les hace
parecer —por lo menos en parte— «victimas» del sistema de valores general, que
atribuye más valor al trabajo que al ocio y que, al mismo tiempo, asigna al deporte y
al juego una posición subordinada dentro de la jerarquía global de valores según la
que se clasifican las actividades de ocio.

2. Sin embargo, también es posible que algunos de los partidarios de una «tesis
de irrealidad» con referencia al deporte y al juego sean, más o menos implícitamente,
secuaces de una variedad de marxismo vulgar. Si es cierta esta afirmación, el
deporte y el juego, al igual que las religiones, habrán de considerarse quizá como
«opio de las masas», como un medio para «producir mistificación». En este caso, la
participación en el deporte y en el juego puede considerarse como manifestación de
una especie de «conciencia errónea», como adaptación «irreal» a los problemas de
la vida, por lo menos en lo que concierne a los miembros de las clases sociales
bajas.

Sin embargo, puede que esto no sea así. Hasta ahora se han hecho
insuficientes estudios empíricos; con todo, parece razonable la suposición de que el
interés que las clases oprimidas manifiestan por el deporte y el juego a veces no
represente forzosamente una «conciencia errónea» --expresión de su «grado de
politización» apenas desarrollado—, sino un tipo de conducta más o menos racional,
basada en una valoración realista de sus posibilidades políticas. Por lo tanto, puede
que algunos de ellos, aunque perciben la relación entre su miseria y una estructura
social que les explota, opinen, no obstante, que las oportunidades de provocar un
radical cambio social son extremadamente escasas, por lo menos durante su propia
existencia. En resumen, lo que ocurre probablemente no es tanto que su ocupación

40
con el deporte y el juego señale una deficiente conciencia política, sino más bien que
no quieran renunciar a un disfrute central a intensivo a cambio de un esfuerzo por
alcanzar unos objetivos a largo plazo, esfuerzo cuyas posibilidades de éxito estiman
extraordinariamente reducidas.

Este tipo de posición propia del marxismo vulgar parece sostener, en todo caso,
la suposición de que un conflicto entre la actividad deportiva y una activa
participación intelectual en la política es, en cierto modo, necesario. Sin duda alguna,
algunos deportistas son apolíticos; no obstante, hay también ejemplos de que la
participación en el deporte puede ir acompañada de un alto grado de conciencia y
activismo políticos. En Inglaterra, en el siglo XVIII, el fútbol tradicional, por ejemplo,
fue empleado en más de una ocasión como arma para luchar contra los Enclosure
Acts )11. En 1848, en Alemania, los miembros pertenecientes al Club de Gimnastas
de Hanau/Baden lucharon de forma destacada contra las tropas prusianas que
habían sido enviadas para impedir que el gobierno provisional diera una constitución
liberal; y en los Juegos Olímpicos celebrados en 1968 en México, los deportistas
negros de América se solidarizaron con el movimiento en pro de los derechos de
ciudadanía mediante el saludo del «black power» durante la adjudicación de
medallas, cuando se encontraban en el estrado de vencedores, a pesar de que lo
único que lograron con esto fue una sanción o, al menos, una amonestación de los
responsables del equipo americano.

La participación en el deporte y en el juego por parte de los componentes de


grupos sociales oprimidos puede ser prueba, a veces, de una especie de «conciencia
errónea», en el sentido de que dicha participación constituye uno de los medios que
sirven para distraer la atención de la gente de aquella estructura social que hace
posible su explotación. El interés del proletariado de la antigua Roma por las luchas
de gladiadores y la intensiva participación en el fútbol que se observa hoy día en
muchos países—preferentemente entre las filas de las clases bajas de la ciudad y
quizá sobre todo en América Latina— puede explicarse de este modo, por lo menos
en parte. Pero este tipo de análisis tiene un dejo de «teoría conspiratoria», si se nos

41
permite usar esta atrevida expresión. Y es que podría dar la impresión de que implica
un control total por parte de las clases dominantes, esto es, que éstas comprenden
las estructuras sociales y la psicología del individuo y que inventan y manipulan a
voluntad modos de ocupar el tiempo libre, haciendo que la excitación y el entusiasmo
entre los grupos expoliados sean lo suficientemente grandes como para hacerles
olvidar totalmente la expoliación de la que son objeto o, por lo menos, que se
resignen a ella. Sin embargo, es bastante improbable que ninguna clase dominante
haya llegado jamás a aproximarse siquiera a tal grado de control de la gente a la que
gobierna. Con esto no se trata de negar que los componentes de las clases
dominantes procedan, a menudo, a modo de conspiración e intenten ampliar o
defender sus intereses, ni tampoco el hecho de que la promoción del deporte y del
juego para el «pueblo» desempeñe frecuentemente un determinado papel en sus
maniobras. Sin embargo, hay que afirmar categóricamente que los juicios
apriorísticos acerca del deporte y del juego resultan insatisfactorios aquí como en
otros campos de la vida social. Incluso desde una perspectiva marxista se plantea la
necesidad de estudiar tanto el carácter de la satisfacción que los hombres obtienen
de su participación en el deporte —sea directa, como jugadores, sea menos directa,
como espectadores—, cuanto las propiedades estructurales y funcionales del
deporte y del juego que hacen posible esa satisfacción.

Los marxistas han utilizado con excesiva frecuencia en el pasado el concepto


de «conciencia errónea» y otros relacionados con éste para tratar los fenómenos que
les resultan políticamente indeseables, como por ejemplo una clase trabajadora que
no posee el tipo de conciencia política que ellos quieren. Con esto se han creado una
solución sencilla que les permite sostener su teoría global incluso frente a pruebas
contradictorias y evitar el esfuerzo intensivo por desarrollar unos conceptos y
formular unas teorías más consistentes con respecto a los hechos observables.

3. Hasta aquí hemos considerado la «tesis de irrealidad» como una


consecuencia irreflexiva de permanecer aferrado a uno o dos sistemas de valores,
más o menos relacionados uno con otro. Ciertamente, también cabe la posibilidad de

42
que se trate de un intento relativamente incoherente e impreciso de conceptuar
algunos aspectos del deporte y del juego que se prestan a la observación objetiva12.
Esta posibilidad merece que nos ocupemos de ella. Son, por lo menos, dos los
síndromes psíquicos que parecen ofrecerse como base sobre la cual se han hecho
afirmaciones relativas a la «irrealidad» de ese tipo de fenómenos. Estos dos
síndromes no se excluyen mutuamente, pero podrían contribuir, por lo menos en
parte, a explicar la falta de una clara conceptuación. Se trata a) del hecho de que a
veces los jugadores perciben el deporte y el juego como algo «irreal», y b) de la
asociación de tipos de fantasías con algunas formas de juego. Ninguno de los dos
síndromes me parece adecuado para conceptuar las características,
sociológicamente distintas, del deporte y del juego.

a) Aunque este punto, sorprendentemente, se ha destacado raras veces en la


literatura sociológica publicada hasta ahora sobre el tema deporte y juego, parece
que el deseo de una agradable excitación constituye un motivo importante por el que
la mayoría de la gente participa en el deporte. En el caso de personas con una fuerte
conciencia «protestante», que concede la preeminencia al trabajo, bien pudiera ser
que esa agradable excitación que experimentan jugando o presenciando unos
partidos vaya mezclada con sentimientos de angustia y culpabilidad; que abriguen,
pues, sentimientos ambivalentes respecto al placer que de esta manera
experimentan y piensen en el fondo que les resultaría más beneficioso dedicarse al
trabajo. El tiempo empleado en el juego y en el ocio — a no ser que esta ocupación
vaya orientada de modo más o menos inmediato a objetivos y actividades
laborales— podría considerarse como «tiempo perdido», como un perjuicio para las
actividades «reales» de la vida, o sea, para el trabajo. Este tipo de ambivalencia
podría interpretarse como una especie de «irrealidad», y entonces pudiera ser que
los partidarios de una «tesis de irrealidad» se refieran, por lo menos implícitamente, a
este aspecto.

Existe además otra posibilidad, no muy diferente de la arriba expuesta. Algunas


personas dicen con frecuencia que quedan «totalmente fascinadas» al ver un partido

43
de criquet, que «se desviven jugando» o que «se olvidan de sí mismas» jugando al
fútbol. No resulta del todo claro qué quieren decir con esto; pero esas declaraciones
pueden aportar datos útiles sobre la naturaleza de las «experiencias deportivas».
Pueden apuntar a una pérdida transitoria de la propia conciencia; a un estado en el
que uno reacciona principalmente a un nivel impuesto por la costumbre o
emocional;'a un «sumirse» u «olvidarse de sí mismo» durante la actividad practicada
en común, sea como jugador que se «consume» luchando por la victoria, sea como
espectador que se embebe presenciando un espectáculo de este tipo. En cuanto a
esta última situación, la identidad de un individuo puede mezclarse con la de los
otros que componen la multitud. Las situaciones que se dan en las masas humanas
tienen la capacidad típica de crear una especie de anonimato y a la vez de poder
entre los presentes. Esas situaciones contrastan fuertemente con las que la mayoría
de la gente suele experimentar en el curso de su vida cotidiana, en la que se
encuentran relativamente impotentes y expuestos a la vista de aquellos que los
controlan. Por otra parte, los espectadores individuales se dejan arrastrar fácilmente
por el ritmo de la muchedumbre, sobre todo si va acompañado por tambores, coros
rítmicos y cantos. Puede que ese tipo de experiencias sean percibidas como algo
«irreal» por parte de las personas que las experimentan, concretamente en el sentido
de que el individuo no se da cuenta de nada más sino de su absorción en una
actividad común y de sus reacciones emocionales frente a este hecho; en el sentido,
pues, de que deja de prestar atención a otros aspectos del ambiente que le rodea y,
por otra parte, de que de esta manera es capaz de olvidarse por un momento de los
problemas y deberes, penurias y tormentos de su vida «real», de su vida «normal».
Incluso en el caso de que esto sea lo que ocurre, sigue en pie la pregunta de cuáles
son en realidad los rasgos precisos del deporte y del juego que hacen posible esta
vivencia de «estar-fuera-de-sí» (experiential aurelity).

b) Naturalmente, una especie de fantasía desempeña a menudo un papel en los


juegos infantiles, sobre todo en aquellos en los que entra a tomar parte la imitación.
Cuando un niño juega a uno de esos juegos, se identifica con una persona o un
objeto que se encuentra fuera de él mismo. Hasta llega a hacer suyo —por decirlo

44
así— el papel de esa persona u objeto— quizá el de su padre o de un tren— y se
comporta a veces como si creyera ser realmente esa persona o ese objeto. Esa
«asunción-del-papel-de-otro» e identificación son perfectamente normales; forman
parte de la primera socialización y le dan al niño una oportunidad de comprobar y
desarrollar su comprensión de lo que entra en juego al desempeñar papeles de
adultos; o bien, ofrecen al niño la posibilidad de descubrir algunas cualidades
motrices o de otra Índole, propias de seres humanos, en contraste con las de los
trenes13.

Fantasías parecidas, que son una combinación de ambición e identificación con


personalidades destacadas, pueden encontrarse también en muchos deportes de
adultos. En este caso, el individuo se identifica quizá con un «héroe» favorito; sueña
con repetir sus hazañas deportivas o intenta ajustar el propio modo de jugar al suyo
o, incluso; imitar su comportamiento fuera del campo de juego. Lo importante aquí es
que representaciones fantásticas de esta índole no se limitan sólo al campo del juego
y, por tanto, no pueden tomarse por características típicas del juego en
contraposición al trabajo y a otros aspectos de las llamadas vertientes «reales» o
«serias» de la vida. Un joven médico ambicioso podría identificarse con Pasteur o
Fleming y soñar con igualar las proezas de sus famosos predecesores. La
identificación por ambición y otras clases de identificación constituyen,
probablemente, componentes normales y positivamente funcionales del estadio
temprano de socialización. Es de suponer que se las pueda encontrar, en alguna
forma, en todos los campos de la vida social donde haya jerarquía: en ellos actúan
como componentes principales de tipo motivacional y como una especie de
socialización anticipada. Con todo, donde se encuentran con mayor frecuencia será
probablemente en los casos en los que se dan unas jerarquías relativamente abiertas
y accesibles y en los que se ha alcanzado un estadio de competición de status. Las
identificaciones sólo resultan patológicas si conllevan una fuerte componente de
«irrealidad», en el sentido de que la persona en cuestión no tenga más que aptitudes
limitadas y crea «poder» imitar «realmente» las proezas de Pasteur o de

45
Fleming, y de que otros la confirmen en esa creencia, o si esa persona cree que es
«realmente» uno de esos pioneros de la investigación médica.

Existe un tipo de identificación fantástica, estrechamente relacionado con el


anterior, que se da también con extraordinaria frecuencia en nuestra sociedad; este
tipo es causado por el alto grado de diferenciación de papeles que la caracteriza. Los
especialistas de un campo determinado muchas veces son capaces de obtener
satisfacción observando los hechos y rendimientos de especialistas de otros campos
e identificándose con ellos. Se supone que de este modo logran compensar hasta
cierto punto las limitaciones resultantes de su especialización, por lo menos en un
campo imaginario. Uno de los motivos que hacen que la gente asista habitualmente a
los partidos de fútbol profesional parece consistir en el deseo de compensar las
escasas posibilidades de ejercer capacidades físicas en el propio trabajo; esta
compensación la logra el espectador experimentando a titulo de sustitución cómo se
alcanzan altas velocidades en la carrera o imaginándose que está poniendo en juego
y tirando el balón que lanza uno de los jugadores. Nuestra sociedad, además de
caracterizarse por un alto grado de diferenciación, posee también un grado
igualmente alto de estratificación. Por eso no ofrece más que limitadas posibilidades
de una movilidad social hacia arriba, y las personas cuyas ambiciones quedan
bloqueadas desde su nacimiento en las regiones inferiores de la estratificación social
pueden lograr una especie de satisfacción fantástica identificándose con hombres
que «han llegado a triunfar». Dado que la mayoría de los futbolistas profesionales
proceden de la clase obrera y son capaces de obtener altos ingresos, se sigue de
ello que una de las fuentes de motivación —por lo menos en cuanto se refiere a
algunos foros del fútbol- puede ser el deseo de compensar con el éxito de los
jugadores el fracaso de los propios intentos de obtener fama y honor, ingresos
mayores y un status social más alto. En esos casos, lo que ocurre probablemente es
que el placer se convierte más o menos en envidia. Pero tampoco aquí se puede
afirmar que la satisfacción, obtenida a título de sustitución mediante uno u otro tipo
de identificación, represente un rasgo distintivo del deporte y del juego. Pues también
es posible lograr tal satisfacción en otros campos de la vida, por ejemplo,

46
identificándose con un afortunado hombre de negocios o un destacado politice.
Existe otro tipo de identificación fantástica que se puede atribuir más acertadamente
al deporte y al juego que los ya expuestos, pese a que —supuestamente combinado
con una función secundaria de carácter psicológico de esos dos factores— desde el
punto de vista sociológico tampoco se le puede considerar como característica
definitiva. Dicho tipo de identificación está relacionado con el hecho de que la
maestría deportiva en nuestra sociedad se considera casi en todas partes como un
deseable rasgo «masculino». Los hombres que carecen de esta materia quizá
obtengan alguna satisfacción y compensación sustitutivas de su propia «falta de
masculinidad» identificándose con deportistas que han conseguido triunfar. Dada la
asociación casi universal de la maestría deportiva con la «masculinidad» —he aquí
una representación de valores que las mujeres, por lo general, apoyan, aunque
ciertamente no de un modo unívoco-, este modelo no tiene por que ser específico de
una clase determinada.

La identificación fantástica con una figura determinada desempeña, naturalmente, un


papel central en el teatro y en el cine. Ahí se exige del público que «se olvide de sus
dudas», que se identifique con los caracteres y situaciones que se le presentan a lo
largo de la función y que los acepte como «reales». En contraposición, del público
deportivo no se espera que se olvide del mismo modo de sus dudas; tampoco se le
presentan retratos de situaciones o personas pertenecientes a la «vida real» y que
desempeñan papeles sociales propios de la «vida real». Si algo representa el
deporte a su manera, son conflictos. Se trata de una especie de lucha —un
«simulacro de combate»—entre dos o más individuos o dos o más grupos
contrincantes. Esta clase de lucha bipolar o multipolar —por lograr determinados
objetivos definidos socialmente— constituye el rasgo central del deporte y del juego
en cuanto tipo de configuración social. Una comprensión sociológica de ello puede
lograrse sólo si se le estudia como tal.

47
Problemas relacionados con el conflicto y la integración

1. En el año 1929, el psicoanalista americano A. A. Brill escribió que «el deporte


representa una magnífica y necesaria catarsis, imprescindible para el hombre
civilizado: una saludable purificación de los instintos combativos, que se
desencadenarían de manera peligrosa si se les reprimiera»14. En 1948, Bertrand
Russell arguyó que «la humanidad, si quiere realizar alguna vez su unificación,
tendrá que encontrar caminos que le permitan' evitar las primitivas crueldades
inconscientes, en parte mediante leyes, en parte buscando vías de escape que no
resulten problemáticas... para los instintos de competición». Entre las vías de escape
15
más importantes incluyó el deporte . En los últimos años, el etólogo Konrad Lorenz
ha descrito la función del deporte en términos de una lucha competitiva ritualizada
16
que no conduce a la destrucción . Y H. Gerth y C. Wright Milis han llegado a opinar
que el deporte podría cumplir una función análoga en los espectadores 17...

En todo caso, parece fundado que el fútbol y otro deportes similares pudieran
servir de «laboratorio natural» para estudiar los aspectos dinámicos del conflicto de
grupos; concretamente, en el deporte cabe hacerlo de forma menos subjetiva que en
otros conflictos, como por ejemplo los laborales, de clases, internacionales y otros
tipos de conflictos de grupos en los cuales la vinculación a una de las partes
constituye un manifiesto obstáculo para un estudio objetivo 18.

Hasta ahora se han realizado pocos estudios sistemáticos sobre las diversas
cuestiones sociológicas y socio-psicológicas relacionadas con el tema deporte y
agresión. A pesar de esta laguna, e independientemente de los casos de riñas que
surgen, por ejemplo, entre jugadores de fútbol y espectadores, hay buenas razones
para considerar todo el problema como más complejo de lo que lo hacen Brill,
Russell, Lorenz, Gerth y Milis... Incluso aceptando que el deporte desempeña alguna
función en la canalización de la agresión, habría que partir de la consideración de
que el proceso entero dista mucho de ser sencillo y de que se desarrolla en más de
una dirección. Pues no hay que olvidar que el deporte y el juego no cumplen sólo una

48
clara función en la solución catártica de la potencia agresiva, sino que el deporte crea
también una situación en la que se suscita agresividad...

2. Muchas veces se ha afirmado que una de las funciones centrales del deporte
—especialmente del deporte-espectáculo— en sociedades modernas consiste en
servir de medio que permita al individuo identificarse con grupos sociales de su
19
medio ambiente . Según este argumento, el equipo de fútbol de una ciudad jugaría
simbólicamente por toda la comunidad urbana y representaría un medio con el que el
individuo puede identificarse e integrarse en la comunidad; y esto de una manera
relativamente impersonal...

Quizá tampoco sea ir demasiado lejos especular que el fútbol y otros deportes
nacionales cumplen, en un país como Inglaterra, una función bastante compleja de
integración, función que se deriva de manera análoga a los modelos de conflicto e
integración que Evans-Pritchard y otros describen como mecanismos centrales de la
20
cohesión social en sociedades tribales con linaje segmentario (lineage) . Esto lo
puede ilustrar un ejemplo bien sencillo e hipotético. Si el Everton juega contra el
Liverpool, los aficionados al fútbol de Liverpool se encuentran divididos en dos
grupos bastante bien definidos. Si el Everton juega contra el Manchester United,
entonces los seguidores del Everton y del Liverpool se unen en contra del adversario
común. Pero si el Leeds United es contrincante del Manchester, pueden identificarse
los partidarios del Manehester, del Liverpool y de otros clubs de Lancashire. Del
mismo modo, los aficionados de toda Inglaterra se olvidan de sus rivalidades y se
unen contra adversarios extranjeros, cuando, por ejemplo, el Real Madrid juega
contra el Arsenal en la Copa de Europa... Aquí se plantean algunos problemas
importantes a la futura sociología del deporte. Pero sólo es posible descubrir esos
problemas si se reconoce la interdependencia de conflicto e integración 21. Condición
necesaria para toda discusión teórica y todo estudio empírico ulteriores es superar el
obstáculo creado por la tendencia a separar analíticamente y reunificar conflicto e
integración como fenómenos sociales.

49
Resumen

Hasta ahora se ha venido contemplando el deporte y el juego como si no


cumpliera más que funciones «serias» en la vida. Se les ha considerado, por
ejemplo, como funcionales para la solución de problemas sociales tales como la
agresión, la criminalidad y la guerra, como funcionales para intensificar la cohesión
social, como remedio contra la presión ejercida sobre el individuo en el trabajo, o
como medio del proceso de socialización. Puede que el deporte y el juego
desempeñen esa variedad de funciones, puede que cumplan además otras muy
distintas; pero lo que sí llama la atención es que apenas nadie haya pensado en la
posibilidad de que el deporte sea en primer lugar una fuente de diversión y alegría,
un medio para satisfacer las necesidades deocio22. Erving Goffman es uno de los
pocos que han hecho esta simple observación. Escribe: «Los juegos pueden divertir.
La diversión es la única razón aceptable para jugar. El individuo -al contrario de lo
que le ocurre cuando se trata de "actividades serias"- tiene derecho a quejarse de un
juego que no se traduzca en entretenimiento inmediato...»23 Es éste un punto de
partida para desarrollar una teoría del deporte mejor que cualquiera de los
propuestos hasta ahora. Naturalmente, la diversión y el entretenimiento no tienen por
qué producirse de inmediato. Algunas personas toman muy en serio los deportes que
practican; lo cual no sucede solamente a aquellos para los que el deporte es su
trabajo cotidiano, su profesión. Se entrenan dura y largamente para mejorar sus
condiciones físicas y su rendimiento, con lo cual quieren elevar al máximo la alegría
intrínseca de la actividad deportiva a la vez que la oportunidad de obtener mayor
éxito en la competición, con lo que ese éxito puede conllevar en términos de
recompensa material y de mayor prestigio. A pesar de esto, un motivo fundamental
por el que la mayoría de la gente practica deporte y presencia espectáculos
deportivos reside en que ello les ofrece la posibilidad de entretenerse y divertirse.
Puede que esto le resulte obvio al profano, pero para el sociólogo por lo visto no
están evidentes. Hasta ahora los sociólogos apenas han tenido en cuenta los
problemas relacionados con la alegría y la diversión. El resultado de esto es la
confección de una imagen totalmente insatisfactoria del hombre como homo faber,

50
homo laborans, homo oeconomicus, homo politicus, pero no como homo ludens. Una
imagen integral del hombre debe tener en cuenta todos los aspectos de la vida
individual y social: el juego y el trabajo, el deporte y la ciencia, la diversión así como
el tiempo libre y la política, la criminalidad y la guerra. La sociología del deporte
puede hacer una importante contribución ayudando a eliminar la deformación que se
ha dado hasta hoy en la investigación y en las teorías sociológicas. Quizá este
ensayo pueda contribuir un poco a convencer a un mayor número de sociólogos para
que realicen investigaciones sobre la sociología del deporte.

Notas

* Este articulo es una abreviación del publicado por primera vez con el titulo de Some
conceptual dilemmas in the sociology of sport, en R. Albonico y K. Pfister - Binz (Ed.),
Soziologie des Sports. Birkháuser. Basilea, 1971: 34-47.

1
Spencer, li.,Education:¡ntellectual, Moral andPhysical. Londres, 1861.
2
Veblen, T., Theorie derfeinen Leute. Kiepenheuer und Witsch. Colonia, 1959 (orig.
1899), véase más adelante el Capitulo V.
3
Lüschen, G., The Sociology of Sport. Mouton. París, 1968.
4
Lüsehen, G., Kleingruppenforschung und Gmppe im Sport. Westdeutscher Veriag,
Colonia y Opladen, 1966.
5
Esta tesis se trata extensivamente en tres ensayos editados conjuntamente con
Norbert Elías: The questfor excitement in leisure. En: «Society and Leisure» (Praga)
2, diciembre de 1969. The questfor excitement in unexciting societies. En: G.
Lüsehen (Ed.). The Cross - Cultural Analysis of Sport and Games. Stipes.
Champaign, 111., 1970: í\-fil. Leisure in the sparetimespectrum. En: R. Albonico y
K. Pfister - Binz (Ed.), Soziologie des Sports. Birkháuser. Basilea, 1971: 27-34.
6
Esta actitud se critica más detenidamente en N. Elías y E. Dunning, op. cit., 1971.
7
Citado por Stone, G.P., American sports: play and display. En: «Chicago Review»
9, 1955, 3: 83 - 100.
8
Mcintosh, P., Sport in Society. Watts. Londres, 1963, pp. 119ss.

51
9
Caillois, R., Die Spiele der Menschen. Langen - Müller. Munich, sin fecha, p. 12.
Véase también el artículo siguiente de este tomo.
10
Veblen, T., op. cit.
11
Marples, M., A History of Football, Londres, 1954, p. 85.
12
Existe todavía otra posibilidad, que no precisa ser tratada detalladamente en este
contexto, pese a que se relaciona con un aspecto muy importante de estos
problemas. Podría ser, por ejemplo, que los autores se basen en las siguientes
hipótesis: Las áreas del trabajo y del juego se encuentran totalmente separadas en
la sociedad actual, siendo más importante la primera que la segunda, ya que está
más directamente implicada en «cuestiones de supervivencia». Ahora bien, como
ya señaló Gregory P. Stone, puede que esa radical separación haya existido en las
sociedades industriales del siglo XIX pero va decreciendo cada vez más, lo que
puede comprobarse contemplando la creciente seriedad con la que mucha gente
practica su juego. Además, esto se hace patente por el hecho de que formas de
juego se convierten en modalidades de trabajo, así como por la tendencia a incluir
las más diversas formas de juego en el área del trabajo: Por ejemplo, programas de
radiodifusión como «Música durante el trabajo» (Stone, op. cit.). Si además, como
opinan Lockwood y Goldthorpe, los «trabajadores independizados» -conforme
aumenta su riqueza- tienden cada vez más a considerar su trabajo desde el punto
de vista «instrumental» y «pecuniario», convirtiéndose de esta forma en una clase
trabajadora dominante de tipo social, seguramente llegará un día en que un número
mayor de personas consideren como pérdida de tiempo menos su ocio que su
trabajo. El tiempo libre disfrutado con o sin la familia será entonces concebido por
esa gente como el punto central de su «realidad» o de las «actividades serias» de
su vida. Véase D. Lockwood y J. H. Goldthorpe, Affluence and the British class
structure. En: «Sociological Review» 2, 1963: 133 - 163.
13
Los juegos infantiles y el problema de la realidad son analizados por K. Riezler,
Play and seriousness. En: «Journal of Philosophy» 38, 1941: 505 - 517.
14
Brill, A.A., The why ofthefan. En: «North Ameriean Review. 4, octubre de 1929:429
- 434.

52
15
Russel, Q.,Authority and the Individual. Londres, 1949, p. 20.
16
Lorenz, K., Das sogenannte Bóse. Borotha - Schoeler. Viena, 1963, pp. 355ss.
17
Gerth, H.H. y C. Wright Milis, Character and Social Structure. Londres, 1954, p. 63.
18
Véase Elias, N. y E. Dunning, Zur Dynamik von Sportgruppen. En: G, Lüsehen
(Ed.), Kleingruppenforschung, op. cit., pp. 118-133.
19
Gregory P. Stone ha estudiado factores en su trabajo sobre los hinchas deportivos
de Minneapolis - St. Paúl. Véase su artículo en este tomo.
20
Evans-Pritchard, E. E., The Nuer. Clarendon Press. Oxford, 1940. Véase también
Gluckma M., Custom and Conflict in África. Basil Blackweil. Londres, 1956.
21
Véase Lüsehen, G., Cooperation, associatíon and contest. En: «Journal of Conflict
Resolution 14, 1970, 1: 21-34.
22
Los ensayos citados en la nota 5 son intentos de poner los cimientos de una teoría
del ocio. Las ocupaciones del tiempo libre se consideran en ellos como fuente de
entretenida excitación, tratándose finalmente de descubrir esa excitación en las
distintas formas de ocupar el tiempo libre.
23
Goffman, E., Fun in gomes. En: E. Goffman, Encomters. Bobbs - Merril.
Indianápolis, 1961, p. 19.

53
CAPITULO II

54
SOCIOLOGÍA POLÍTICA DEL DEPORTE.
Selección de Textos.
Brohm Jean – Marie (1982)
Deporte y Sociedad Capitalista Industrial.
Fondo de Cultura Económica
Pág. 55 - 76

55
II. DEPORTE Y SOCIEDAD CAPITALISTA-INDUSTRIAL:
EL ADVENIMIENTO DEL DEPORTE DE COMPETICIÓN MODERNO.

Hemos insistido en nuestra introducción teórica sobre la necesidad de marcar


muy netamente, por un lado, una ruptura histórica entre el deporte antiguo y el
deporte moderno (ruptura causada por la creación de una institución nueva) y, por
otro, la diferencia radical entre las actividades físicas de todo tipo y el deporte
propiamente dicho (papel motor y dominante de la alta competición). Quisiéramos
ahora mostrar históricamente las condiciones del advenimiento del deporte moderno
con la extensión y la consolidación definitiva del modo de producción capitalista en
Inglaterra.

1. EL NACIMIENTO DEL DEPORTE MODERNO EN INGLATERRA

El conde Karl von Krockow hace notar que «el deporte de competición moderno
es un producto de la sociedad industrial, la representación simbólica concentrada de
sus principios fundamentales; ésa es la razón por la cual fascina a las masas en
todos los países industrializados o en vías de industrialización»1.

Es en Inglaterra donde debemos buscar el origen del deporte moderno. A


mediados del siglo XVIII aparece el «patronised sport». La aristocracia fomenta los
juegos populares, incitando a ellos por medio de recompensas. Ella misma los
practica por su cuenta. Eventualmente, el noble no desdeña el mezclarse en los
juegos del pueblo.

Uno de los principales deportes practicados en la época por la nobleza era la


equitación. Las apuestas proliferaban. La equitación tiene su General stud Book
containing pedigrees Races Horses, registro de pura-sangres desde Guillermo II
(fines del siglo XVII), y el Jockey Club es fundado en 1750. Este entusiasmo por las
pruebas hípicas tiene un curioso resultado. En 1788, una multitud se reúne en el

56
hipódromo de Newmarket para ver a un tal Evans intentar batir el récord pedestre de
la hora. El anterior récord lo poseía Thomas Carlisle, quien en 1740 corrió 17,3
kilómetros. Se apuesta sobre Evans como si se apostase sobre un caballo. La
recaudación alcanza 10.000 libras y el corredor sabe que, en caso de ganar, se
embolsará la décima parte de esta suma. Evans recorrió 17,4 kilómetros en la hora:
¡récord batido! Pero también se corre sobre pista. Foster Powell tiene ya treinta años
cuando, en 1764, sobre el Bath road de Londres a Bristol, cubre la 50 millas ¡en
menos de siete horas! Las pruebas pedestres son, la mayor parte de las veces,
carreras de largo recorrido. Sin embargo, en 1787, un tal Walpole logró «tragarse»
una milla (alrededor de 1.609 metros) en cuatro minutos treinta segundos. Estos
«pedestres» son la mayor parte semiprofesionales (ya entonces) y tienen algún oficio
complementario, como el de «running footman», valet de pie encargado de preceder
a la carroza de un noble y anunciar su paso. Este tipo de carrera-apuesta existía ya
desde principios del siglo XVII. En mayo de 1606 tuvo lugar una competencia
incitada por una apuesta: un cierto John Lepton of Kepwica aseguraba que en seis
días recorrería a caballo cinco veces la distancia de Londres a York
(aproximadamente 200 millas por día). En realidad, no tardó más que cinco días. Hay
en este hecho, dice Bouet, el prototipo de lo que habría luego de hacerse de modo
cada vez más extendido: la tentativa de superar empresas en razón de una apuesta,
y que se traduce, la mayor parte de las veces, en un match contra el tiempo. Dice
Umminger: «Bien conocido el gusto general por las apuestas, imaginaban
constantemente pruebas sensacionales, ciertamente absurdas. Se organizan
también carreras de lisiados, de jovencitas, de viejos, carreras a la pata coja y toda
suerte de otras insensateces. La apuesta no fue, pues, la única iniciadora de las
marchas extremas humanas y del récord, pero sitúa desde el principio una serie de
obstáculos sobre la vía de su desarrollo»2.

Podemos ya desgajar tres caracteres esenciales del deporte industrial moderno:


la persecución del récord, el creciente interés por la velocidad, y la obsesión por lo
mensurable. W. Umminger concluye muy justamente:

57
«Seguramente esto había existido ya; y los espectadores ya habrían hecho, de
tiempo atrás, sus apuestas sobre el resultado de un juego, de una competición o de
un encuentro. Pero la apuesta solía ser siempre una especie de juego de azar,
accesorio a un evento deportivo que tendría lugar de todas maneras. Los ingleses,
por el contrario, apostaban sobre hazañas deportivas que no estaban organizadas
más que en razón de la apuesta. La apuesta era la incitación al récord. Aquí también,
como en la lucha contra el tiempo, se anuncia la era industrial, de la que la Gran
Bretaña pasa igualmente por ser la cuna»3.

En este contexto general, las carreras de caballos se convierten en un


fenómeno cada vez más importante y frecuente, y no dejan de ganar popularidad en
el curso del siglo XVIII. Las carreras de caballos contribuyen igualmente a suscitar
una búsqueda sistemática del perfeccionamiento del entrenamiento. En 1731, con
ocasión de una carrera de caballos, se utiliza por primera vez el cronógrafo.

La carrera a pie había de seguir el mismo proceso que las carreras de caballos.
En 1787, se registra una marca sobre la distancia de una milla; en 1791, otra sobre
un cuarto de milla. Estos corredores a pie son generalmente profesionales. Pero la
práctica de la apuesta deportiva no reina solamente en el dominio de las carreras,
aunque sea aquí, donde encuentre la imagen más neta de una sociedad que
comienza a coger su ritmo competitivo: los ingleses apostaban también sobre los
resultados de los combates de lucha, de esgrima, y sobre todo de boxeo.

Comienzan en seguida a desarrollarse los demás deportes británicos: golf, etc.


Pero lo que se hace característico de la dependencia del deporte con relación a las
fuerzas productivas es la importancia adquirida por los relojes. Es un fenómeno típico
del desarrollo del deporte moderno la aparición en Inglaterra, ya desde 1731, de los
cronómetros. En 1510 había sido inventado el reloj de pulsera por Henlein; en 1650,
el reloj de péndulo por Huygens; en 1676, el reloj de repetición por Barlow, y, en fin,
en 1776, el cronómetro por Harrison. Estos instrumentos de medición del tiempo
habrían de tener una influencia capital en el desarrollo del deporte, que, hasta la

58
aparición del cronometraje electrónico, no dejó de ser una inmensa carrera contra el
reloj.

Desde 1760, los ingleses organizaron las primeras carreras de velocidad de 110
yardas, distancia la más apta, según ellos, para demostrar la mayor velocidad
humana. Después, a la manera de los griegos, utilizaron una distancia equivalente
poco más o menos a la de un «estadio»: el «furlong» de 220 yardas (201,16 metros);
después, el «diaule»: un cuarto de milla (402,33 metros), y, por fin, en las distancias
correspondientes a las carreras largas (diólicas) de Olimpia: la media milla (804,67
metros), la milla (1.609,31 metros), las dos millas (3.218,68 metros), las tres millas
(4.828,02 metros) y las seis millas (9.656,05 metros). Estas son las distancias que
los europeos del continente, cuando empezaron a practicar la carrera de pie (hacia
1884-1894), transforman en 100, 200, 400, 800, 1.500,
3.000, 5.000 y 10.000 metros.

Poco a poco, todos los demás deportes comenzaron a difundirse, a


desarrollarse y sobre todo a organizarse como institución durante los decenios
comprendidos entre 1860 y 1900. La Football Association vio la luz en 1863; el
Amateur Athletic Club, en 1866; la Amateur Metropolitan of Swimming Association,
en 1869; la Rugby Football Association, en 1871; la Bicyclists' Unión, en 1878; la
National Skating Association, en 1879; la Metropolitan Rowing Association, en 1879;
la Amateur Boxing Association, en 1884; la Hockey

Association, en 1886; la Lawn Tennis Association, en 1895, y, por fin, la


Amateur Fencing Association, en 1898. Este acercamiento cronológico, bastante
compacto en Inglaterra, demuestra en todo caso los fulgurantes comienzos del
deporte de competición y su institucionalización. Al mismo tiempo aparecen las
primeras grandes competiciones clásicas. Los primeros campeonatos universitarios
aparecen en 1857 en Cambridge, y en 1860, en Oxford. La prueba que debía
responder al nombre de cross-country y convertirse en la especialidad atlética más
popular se corría en Rugby en 1837, bajo el nombre de crick run. La primera carrera

59
célebre entre Oxford y Cambridge tuvo lugar en 1829. Después fue el turno de las
competiciones de golf, de rugby y de cricket.

Desde esa época van a establecerse definitivamente las normas directrices del
deporte de competición que fijarían fundamentalmente su dinamismo y su
orientación. Bouet lo resume muy bien de la manera siguiente: «Por lo que
acabamos de decir de los tres principales deportes (boxeo, rugby y carreras a pie), a
los que en una Inglaterra en plena expansión económica y social había dado la
pasión por las apuestas un impulso tan fuerte, vemos nacer los rasgos
característicos del deporte moderno: la búsqueda de la marca, la persecución del
récord, la medición (especialmente del tiempo), el perfeccionamiento de la técnica, la
competición incesante, la inserción del deporte dentro de la actividad económica y su
penetración en las diferentes clases sociales, a las que pone a menudo en
comunicación»4.

Deportes Inglaterra EE. UU Alemania Suiza


Fútbol................ 1863 1900 1904
Natación............. 1869 1878 1887 1904
Ciclismo............. 1878 1880 1884 1900
Remo................. 1879 1872 1883 1904
Atletismo............. 1880 1888 1898 1895
Tenis sobre hierba 1886 1881 1902 1906
Esquí.................. 1903 1904 1904 1908

Vemos así florecer progresivamente en la Inglaterra industrial del siglo XIX el sistema
institucional deportivo, que no tardaría en difundirse entre todos los grupos sociales
del mundo. Nuestro propósito, ya lo hemos dicho, no es escribir una historia del
deporte, aunque fuera sumaria, sino extraer lecciones de esta historia para hacer así
su teoría. Sin embargo, desde un punto de vista más general podemos decir que la
historia del deporte es la historia de su difusión progresiva por todo el planeta,

60
especialmente a partir de finales del siglo XIX y principios del XX. La concordancia
en la aparición de las federaciones deportivas nacionales en los distintos países
muestra claramente el carácter estructural del hecho deportivo, indisolublemente
ligado al modo de producción capitalista y a su eclosión expansionista-imperialista de
principios de siglo.

La institucionalización del deporte se produce en todos estos países


simultáneamente, a medida que el modo de producción capitalista se instala y se
consolida definitivamente, antes de conquistar todo el planeta.

El primer factor que ha convertido al deporte en sistema mundial es la difusión


universal del modo de producción capitalista industrial. Marx señala en su prefacio al
tomo primero de El capital que Inglaterra es «el hogar clásico» del modo de
producción capitalista, y agrega que «los países industrialmente más desarrollados
no hacen más que poner delante de los países menos progresivos el espejo de su
propio porvenir»5. Con la extensión del modo de producción capitalista se difunde
igualmente el modo dominante de las técnicas del cuerpo: las prácticas deportivas.
Como dice Bouet: «El deporte inglés fue progresivamente asimilado por el mundo
entero... El deporte se convirtió en un fenómeno mundial y en objeto de relaciones
internacionales... La difusión mundial del deporte lo ha enriquecido con ciertas
especialidades universalmente extendidas. Las competiciones internacionales
aparecen y se multiplican, trayendo consigo la formación de organismos federativos
internacionales, que han contribuido poderosamente a fijar la evolución de las
normas de los diferentes deportes de una manera racional»6.

Los intercambios de capital, mercancías y trabajadores tuvieron como


consecuencia los intercambios de ideas y prácticas deportivas. A medida que se
exportaba la costumbre de los entretenimientos y del ocio, los artículos deportivos se
difundieron a la par que las técnicas deportivas. Quede bien entendido que el factor
esencial de la difusión mundial es la constitución definitiva del mercado mundial
como cuadro unificador del modo de producción capitalista. Como dice con humor

61
netamente británico Me Intosh: «Los juegos y los deportes se exportan del mismo
modo que los barcos y los imperdibles. Han sido llevados a las cuatro esquinas del
mundo por los viajeros y los comerciantes, los soldados y los marinos, los ingenieros
y los misioneros. El comercio sigue a la bandera y el deporte sigue al comercio»7. De
esta manera, a partir del impulso anglosajón, se funde el deporte por medio de la
expansión imperialista de principios de siglo. Como señala Me Intosh: «La mayor
parte de los deportes de práctica corriente y la gran mayoría de los más populares
fueron exportados por la Gran Bretaña»8. En efecto, el imperio británico sembró a los
cuatro vientos las prácticas deportivas de su aristocracia y de su burguesía industrial.
Esta es la explicación por la que encontramos al fútbol un poco por todo el mundo, el
cricket y el tenis en la India y el rugby en las antiguas colonias inglesas.

Paralelamente a la expansión geográfica del deporte y a la difusión del modo de


producción capitalista, se refuerza, en tanto que estructura simbólica y aparato
ideológico del Estado, la institución deportiva en todas las formaciones económico-
sociales en las que domina el modo de producción capitalista. En efecto, como ya
hemos dicho, el deporte es en esencia un fenómeno de la sociedad capitalista
burguesa, en el sentido de que le es necesario para la reproducción ampliada de las
relaciones sociales de producción. Juega el mismo papel que la democracia
republicana, la ideología jurídica o el trabajo asalariado.

Podemos concluir, pues, diciendo que la Inglaterra capitalista industrial es la


patria del deporte moderno.

2. LA CONSTITUCIÓN HISTÓRICA DEL DEPORTE MODERNO


(SISTEMA DEPORTIVO MUNDIAL)

Con el desarrollo sincrónico de las primeras federaciones deportivas nacionales,


vemos igualmente constituirse un sistema orgánico, organizador, mundial, que
permite racionalizar y rentabilizar las grandes competencias internacionales. Esto es

62
tanto más necesario cuanto que en esta época, a principios de siglo, vemos aparecer
las primeras grandes pruebas deportivas clásicas (Tour de Francia, carreras
automovilísticas y, sobre todo, los Juegos Olímpicos). Al mismo tiempo asistimos a
una proliferación de concursos, pruebas y competiciones de todo género: travesía a
nado del canal de la Mancha, travesías en avión, grandes conquistas del alpinismo,
aeronautismo, etc. Es la época triunfal de los medios mecánicos: auto, avión, moto,
bicicleta, etc., que contribuyen a forjar y a extender una conciencia deportiva
universal. El público se apasiona por los eventos deportivos que manifiestan la
potencia de las fuerzas productivas capitalistas.

Nos queda por enumerar y analizar los factores del desarrollo mundial del
deporte.

a) EL desarrollo del tiempo libre y el ocio.

El primero y más importante factor del desarrollo deportivo ha sido la aparición del
tiempo libre y el ocio gracias al impetuoso desarrollo de las fuerzas productivas. La
aparición histórica del ocio permite desde un principio consagrar una parte
importante de nuestra existencia a actividades no productivas. Por primera vez, la
emancipación de los trabajadores parece posible gracias al propio desarrollo del
capitalismo. Este tiempo de reposo es también, entendámoslo bien, un tiempo de
recuperación de la fuerza necesaria para el trabajo, que suele ser todavía de un
horario extenuante (jornadas de diez o hasta de doce horas de trabajo). El deporte
aparece entonces como un medio privilegiado de recuperación, de distracción y de
cultura. Es interesante hacer notar que las primeras grandes asociaciones obreras
exigían en sus reivindicaciones el derecho al ocio y al deporte. Asistimos también al
desarrollo de importantes organizaciones obreras deportivas, que toman a su cargo
el ocio y las actividades físicas recreativas, fomentando, sobre todo, el turismo y la
actividad al aire libre de los trabajadores. Así, el deporte ha devenido
progresivamente un fenómeno importante dentro del tiempo libre, hasta el punto de

63
que se puede prever razonablemente, en el marco de una civilización de tiempo libre,
una auténtica cultura del cuerpo para todos.

Aunque no dispongamos de datos empíricos precisos, se detecta un importante


crecimiento de las actividades físicas y deportivas como contenido del tiempo libre.
En cualquier caso, es un hecho evidente que el deporte se desarrolla y extiende en
estrecha relación con el crecimiento del tiempo libre en la era de la civilización
industrial. Es significativo constatar al respecto que cada nueva conquista de ocio y
de tiempo libre trae consigo la aparición del deporte; así, el esquí, con las vacaciones
de invierno; la vela, con las de verano; la equitación, con los fines de semana. Por
otra parte, la alta competición, al exigir cada vez más horas de entrenamiento, no
puede ser practicada más que en una sociedad en la que al individuo se le permita
un margen de ocio importante. Tendremos todavía ocasión de volver a hablar sobre
las funciones sociopolíticas del ocio deportivo.

b) La universalización de los intercambios mediante los transportes y los medios de


comunicación de masas.

La red de competiciones deportivas se hace internacional a medida que el planeta se


encoge. Dice Bouet: «Transportados rápidamente de una región a otra, o de un país
a otro, los deportistas pueden encontrarse en gran número y a menudo en
competiciones en las que la pluralidad aviva la emulación. La red de sus
confrontaciones se ha hecho internacional. Y sus marcas entran en una vía de
progreso apasionante que fomenta la rivalidad entre las naciones. Por otra parte, su
difusión masiva por los modernos medios de información suscita un público cada vez
mayor. Las manifestaciones internacionales, los organismos internacionales del
deporte, no serían concebibles sin la estructura actual de los transportes y de las
comunicaciones»9.

Desde este punto de vista, el deporte se ha convertido en una de las razones


esenciales del desplazamiento de los hombres en sus ratos de ocio: se ha convertido

64
en la mercancía cultural por excelencia en el mercado de intercambio. Cuando dos
países quieren establecer relaciones diplomáticas, comienzan por delegar en sus
abanderados deportivos (Cf. las partidas de ping-pong entre los Estados Unidos y la
China Popular). De la misma manera, desde el tiempo de la «coexistencia pacífica»,
el volumen de intercambios se mide, entre otras cosas, por el número de encuentros
deportivos amistosos... Por otro lado, y esto demuestra su importancia política a nivel
mundial, el deporte ha contribuido fuertemente en la formación de una conciencia
cosmopolita, una conciencia de una humanidad deportiva en la que el criterio de
referencia es el récord y el campeón. La difusión masiva por los medios de
comunicación de masas de los resultados y confrontaciones deportivas ha creado un
público mundial a la escucha de los transistores y sentado ante la televisión. En un
planeta deportivo, los records y los campeones constituyen una especie de símbolo
de universalidad. Por medio del deporte, el planeta se unifica en torno a los valores
de la competición. Más profundamente que el automóvil y el cronometraje, el deporte
ha revelado a la gente el sentido de la distancia, del espacio y del viaje. El deporte es
de por sí una incitación al viaje, tanto corporal como espiritual. El deporte facilita no
sólo los intercambios internacionales, lo cual es evidente, sino que además reduce
simbólicamente las distancias.

Es interesante hacer notar en este punto que el deporte aparece como hecho
social masivo al mismo tiempo que las vacaciones pagadas, el turismo de masas y el
ocio popular (en el que el deportes es, muchas veces, el contenido esencial) en el
momento de las grandes luchas sociales (Frente Popular, en 1936).

Dicho de otra manera, el deporte es típicamente un fenómeno de civilización


con el cual las masas empiezan a liberarse de su trabajo cotidiano y a emprender
viajes de placer.

65
c) La revolución científico-técnica

Dentro del marco de la urbanización y la industrialización capitalistas, el deporte


se ha ido desarrollando a medida que se desarrollaban las fuerzas productivas
gracias al progreso de la revolución científico-técnica. El deporte, en su organización,
en sus valores, en sus categorías, en su dinamismo, es un claro exponente de esta
revolución, cuyo criterio es la racionalidad y la búsqueda de la productividad. Es esta
revolución la que ha hecho posible el progreso del deporte y su prodigiosa ascensión
tecnológica. La infraestructura organizativa y material, los instrumentos de medida,
las técnicas de entrenamiento, los aparatos de registro, el material ultramoderno, el
acondicionamiento del terreno y de campos deportivos en general, todo esto está
supeditado a la ciencia y a las técnicas modernas. «Pero —agrega Bouet— las
aplicaciones más directamente deportivas de la ciencia han contribuido, y
contribuyen todavía, a esta expansión. Son, en principio, las posibilidades de
precisión abiertas al control y al registro de marcas perfectamente medidas las que
han provocado una inflexión cada vez más definida de la competición, en el sentido
de la comparación cuantitativa de marcas hechas ellas mismas con un ideal
cuantitativo. La codificación numérica ha contribuido poderosamente a instaurar la
objetividad en las confrontaciones, la posibilidad de una competencia en la
persecución de los records (...) y favorece, en consecuencia, la existencia
internacional del deporte, que, como la ciencia, utiliza la única lengua común a todos
los hombres: el número. Las aplicaciones de la ciencia, en especial de la
biomecánica y la biología, han abierto perspectivas de entrenamiento de campeones,
pero también han hecho accesible el deporte a las masas de individuos, que pueden
ahora adaptarse más fácilmente al aprendizaje de las especialidades deportivas, ya
que los medios son más racionales y más manipulables»10.

Pero el factor técnico y científico tiene todavía otra consecuencia: nuevas


especialidades deportivas, inconcebibles sin la mediación de las aplicaciones
científicas, aparecen enriqueciendo y ampliando el sistema de las especialidades
deportivas, como los deportes mecánicos (el auto-moto, la aviación, el ala delta, el

66
paracaidismo, el esquí náutico, el submarinismo, la espeleología...). Además de
estos nuevos deportes, muchos de los que ya existían se han transformado; su
material se ha perfeccionado (pensamos en los progresos de las marcas realizadas
en esquí gracias a la fabricación de esquíes nuevos y a los ajustes cada vez mejor
adaptados en patinaje, gracias a los patines enteramente metálicos, etc.).

Otro aspecto puramente material y tecnológico, la difusión del deporte, ha


contribuido poderosamente a extender un espíritu científico y técnico (medida,
rendimiento, comparación, objetividad, experimentación, etc.). El deporte participa
así de esta revolución científico-técnica, de la que es, en cierto modo, la realización
teórico-práctica, el factor experimental. El espacio - temporalidad deportiva es de tipo
matemático y cuantificable, y ha permitido la constitución de un sistema objetivo,
cerrado, de una especie de espacio cibernético y de tiempo lineal. Pero, lo que es
más importante, el deporte es el triunfo de la revolución científico-técnica en el
dominio más abandonado, hoy día, por la ola tecnológica, y más natural y orgánico:
el cuerpo humano. Gracias al deporte, el cuerpo ha alcanzado la condición de un
objeto a perfeccionar tecnológicamente y a tratar como una máquina superior. Con la
revolución científico-técnica, el cuerpo ha entrado en la era tecnológica, en la era del
maquinismo industrial. A partir de ahora, el cuerpo se convierte en sí mismo, en un
objeto privilegiado de esta revolución (técnicas y servicios del cuerpo).

d) Principio y fin de la revolución enfrentamiento de las naciones.

Si bien el origen del deporte está marcado por el sello anglosajón, su desarrollo
es inseparable de la constitución de la escena política mundial, donde los grandes
protagonistas son los estados-naciones, los estados nacionales. El deporte nace no
solamente con el modo de producción capitalista, sino, además y sobre todo, con el
estado nacional-democrático. La idea de deporte, es decir, de confrontación de
individuos considerados iguales a priori, es inconcebible en una sociedad feudal
agraria, en la que las clases están rígidamente separadas unas de otras y donde el
individuo se halla ubicado de por vida en su condición social, en su pueblo, en su

67
estado. El deporte exige la fluidez del mercado, donde se disuelven todas las
barreras corporativas, donde se volatilizan todos los obstáculos institucionales que
impiden a los hombres, a las mercancías y a las ideas el intercambiarse libremente.
En resumen, como veremos en detalle más adelante, en el capítulo consagrado al
deporte y al derecho, el deporte exige orgánicamente la noción práctica y teórica de
individuo libre y jurídicamente dueño y poseedor de si mismo y de sus bienes. El
deporte, como no dejan de repetir sin cesar C. Diem o A. Brundage, no es una
competición entre estados o naciones, sino entre individuos libres. Es este complejo
conjunto de hechos el que resume muy bien Bouet cuando dice: «El deporte ha
reducido la distancia entre las clases, ha multiplicado sus contactos y ha introducido
una movilidad social característica. Como resultado de ello, el deporte tiene una
difusión cada vez mayor en los diversos estratos de la sociedad y se ha producido en
su seno la abolición progresiva (aunque aún no terminada) de la discriminación y de
la existencia de deportes reservados a una élite social. El deporte para todos
conlleva el deporte por todos,»11

En una palabra, una vez más, el deporte exige instituciones «democráticas»


que, al menos formalmente, pues la realidad es otra (Cf. África del Sur o EE.UU.),
garanticen la igualdad y la libertad de los individuos. Esta es la razón por la que el
deporte no sólo ha nacido en la más antigua democracia republicana burguesa,
Inglaterra, sino que ha alcanzado, además, su auge en países de antiguas
tradiciones democráticas (Suecia, EE. UU., Francia), donde las instituciones
constitucionales-democráticas permiten una cierta fluidez y movilidad sociales de
clase.

El deporte, efectivamente, no puede en su dinamismo detenerse ante una


barrera de clase, de raza o de sexo. Tiende, por el contrario, a hacer volar en
pedazos estos obstáculos. Como dice una vez más Bouet: «No es por casualidad
que el deporte moderno se haya extendido y adquirido sus rasgos propios al mismo
tiempo que se constituyeron las grandes democracias, Inglaterra y los Estados
Unidos en primer lugar. Es en este sentido en que podemos entender las palabras de

68
Diem según las cuales si bien el deporte es nieto del Renacimiento, es hijo de la
Revolución»12.

El deporte es, efectivamente, revolucionario, en el sentido en que, como la


ciencia o las artes, no admite barreras artificiales de naturaleza racial o política. El
deporte moderno, que podemos también considerar como hijo legitimo de la época
imperialista, tiene, como esta última, una tendencia irreprimible hacia el
expansionismo; pero, a diferencia de ella, no es reaccionario al cien por cien:
contiene, por el contrario, rasgos progresistas (abolición de las discriminaciones
raciales, sociales, tendencia a la democratización de la masa).

La simple necesidad de comparar las marcas dentro de condiciones fijadas


iguales para todos, implica necesariamente la igualdad de las condiciones sociales
en la práctica deportiva. Bouet, una vez más, resume muy bien esta tesis: «La
comunicación de individuos pertenecientes a entornos socioeconómicos diferentes
se establece más fácilmente por medio del deporte, dada la naturaleza misma de la
actividad deportiva, que considera, en efecto, en el hombre, ese común denominador
que es la corporeidad motriz vivida, al tiempo que les enfrenta a los mismos
obstáculos, les somete a las mismas condiciones competitivas (y en particular a las
mismas reglas) y les incita a buscar el mismo ideal de actuación»13.

En este sentido, el deporte barre todos los obstáculos antidemocráticos que


impiden, por razones institucionales, la libre confrontación sobre el escenario
deportivo mundial. Resumiendo, podríamos decir que el deporte es la ideología
democrática típica de una sociedad que se precia de tener un ideal democrático y
que no puede funcionar más que velando sus estructuras de clase, basadas sobre
relaciones antagónicas dentro del proceso de producción. El deporte es la
producción ideológica por excelencia de la sociedad burguesa, hasta el punto de que
la ideología imperialista democrática lo cita a menudo como ejemplo. La tregua
olímpica es ese raro tiempo festivo en que se considera a los hombres capaces de
enfrentarse pacífica y libremente bajo la pura soberanía del récord. C. Diem resume

69
desde su óptica esta tesis de la siguiente manera: «Libertad, igualdad, fraternidad: la
libertad de escoger una especialidad deportiva, un método de entrenamiento y unos
camaradas determinados; la igualdad, porque aquí cada uno, pobre o rico, se sitúa
sobre la misma línea de salida, y la fraternidad, porque esta actividad común,
libremente escogida y libremente ejercida, posee, en la experiencia de la comunidad
vivida, una extraña fuerza de vinculación» 14.

El deporte condensa de una manera específica, es decir, original, los rasgos


típicos de las categorías y estructuras capitalistas. La institución deportiva representa
un entretejido de instancias, de niveles y de estructuras que se apoyan
recíprocamente. Como dice Marx: «En la sociedad burguesa, cada relación
económica da lugar a otra bajo su forma burguesa y económica, la una
condicionando a la otra, como en todo sistema orgánico. Este sistema orgánico tiene
en sí mismo, en su conjunto, presuposiciones propias, y su desenvolvimiento total
implica que él subordine a todos los elementos constitutivos de la sociedad, o que
cree a partir de sí mismo los órganos que todavía hacen falta. De esta forma deviene
históricamente una totalidad. El convertirse en esta totalidad constituye un elemento
de su proceso, de su desarrollo»15.

Es esta conversión en totalidad del proceso deportivo, concebido en su


historicidad, lo que querríamos analizar aquí: la constitución histórica de la institución
deportiva como una realidad planetaria que engloba a todas las formaciones sociales
del mundo.

3. DEPORTE ANTIGUO Y DEPORTE MODERNO: SEMEJANZAS Y DIFERENCIAS

Hemos ya esbozado en nuestra introducción a este capítulo algunas reflexiones


sobre los factores de la constitución histórica del deporte moderno como sistema. No
hemos dicho nada todavía en cuanto a la «continuidad» de este deporte moderno
respecto de sus ancestros. La voluntad de P. de Coubertin de transmitir mediante los

70
Juegos Olímpicos la filiación histórica del deporte antiguo al deporte moderno, y
todas las declaraciones más o menos ideológicas sobre el humanismo deportivo
griego, indican la tendencia a presentar espontáneamente el hecho deportivo
moderno como vástago legitimo del deporte griego y también como una especie de
entidad transhistórica, un hecho de cultura, un saber de la humanidad que a través
de los siglos habría conservado su esencia sin cambiar fundamentalmente, de
naturaleza social. También el récord introduce, en compañía de otros factores que
analizaremos más adelante, un corte histórico, una ruptura social fundamental. Es el
récord, entre otras cosas, repitámoslo, lo que constituye el deporte moderno.

Hemos de subrayar también, como lo hace, por ejemplo, Bouet, «la idea de una
discriminación fundamental de significado entre el deporte helénico y el deporte
moderno» 16. W. Umminger fue uno de los primeros en insistir sobre el rol constitutivo
del récord en el deporte moderno. Este autor muestra que el deporte moderno está
determinado —y es lo que provoca el corte radical con el deporte antiguo— por tres
categorías combinadas: la prosecución del récord, el mayor interés por la velocidad,
el acortamiento de las distancias y, en fin, la obsesión por la medida. Y agrega: «Los
ingleses (...) apuestan sobre eventos deportivos que no tenían más razón de ser que
dicha apuesta. La apuesta fue la incitación al récord. Aquí, como en la lucha contra el
tiempo, se anuncia la era industrial, de la que la Gran Bretaña pasa por ser
igualmente la cuna» "De este modo, el récord anuncia la era tecnológica, el deporte
de la época de la revolución técnica. Tampoco J. Ulmann duda al afirmar, poniendo
de relieve el aspecto de la ruptura, que «la comparación del deporte griego con el
deporte británico revela todo lo que les separa. Esto permite asimismo destacar todo
lo que de simplista tienen la mayoría de las teorías sobre el deporte, que quieren que
éste traduzca a su manera los rasgos permanentes de la naturaleza humana»18.

El récord es, también y sobre todo, la expresión de una visión del mundo
profundamente divergente entre los griegos y los modernos. Aquí también existe una
ruptura entre diferentes concepciones de la cultura del cuerpo y del espíritu. Mientras
que la cultura griega del cuerpo era natural, orgánica, cultural y, sobre todo, de

71
inspiración religiosa, la concepción moderna del cuerpo desde el punto de vista
deportivo es, ante todo, la de una máquina de rendimiento en la que los records
jalonan los progresos. «Gracias al deporte —escribe Ulmann—, aparece, por primera
vez, la idea de un progreso corporal de la humanidad en la historia de la educación
física. La gimnasia de los griegos era inseparable de una concepción del cuerpo
condicionada por una metafísica de lo finito. El deporte de los modernos se relaciona
con una filosofía más o menos coherente: la teoría del progreso. El hombre va por
delante, amontona conocimientos, disciplina la materia, conquista nuevos dominios:
está inmerso en un proceso infinito. Al mismo tiempo que acrecienta sus poderes,
transforma su cuerpo aumentando sus capacidades»19.

El deporte antiguo difiere, pues, del moderno en que aquél no implica la idea de
progresión infinita, la concepción del deporte ascendente y lineal. Este hecho revela,
evidentemente, las tendencias dominantes del modo de producción antiguo. Como
muy bien dice Marx, los modos de producción antiguos, esclavistas o asiáticos —por
oposición con el dinamismo revolucionario y progresivo del modo de producción
capitalista—, se caracterizan por su tendencia a la autarquía y al estancamiento. La
simplicidad del organismo productivo de estas comunidades, que son
autosuficientes, que se reproducen constantemente bajo la misma forma y que, si
son destruidas accidentalmente, se reconstituyen en el mismo lugar y con el mismo
nombre, nos da la clave de la inmutabilidad de las sociedades asiáticas.

Por otra parte, el deporte griego, que no conocía la competición sistemática —


todas sus competiciones formaban parte de ceremonias religiosas—, ignoraba
también el carácter burocrático de la institución y la hiperorganización moderna de
los reglamentos, de las medidas, etc. Como escriben M. Berger y E. Moussat,
especialistas del deporte antiguo: «Los antiguos nunca tuvieron en sus
competiciones deportivas otra ambición que la del triunfo sobre sus competidores
(directos, del momento), y nos resulta imposible saber en cuánto tiempo recorrían la
distancias del "estadio", la "diaula" y el "diólico"; el peso de sus discos variaba tanto
como la piedra, el bronce o el hierro de los que estaban hechos. Había que

72
sobrepasar la marca del contrincante, pero no se medía la distancia recorrida por el
aparato»20.
Aparte del hecho de que la medida cuantitativa sistemática no existía en el
deporte griego, éste se hallaba marcado por una gran preocupación por la libertad
reglamentaria: «Nos parece —escriben estos autores— que las pruebas deportivas
antiguas llevaban implícita una mayor libertad que las nuestras»21.

En el deporte antiguo, la marca deportiva que caracteriza fundamentalmente el


deporte de nuestra época no existe. Si los griegos no tenían la posibilidad técnica de
registrar las marcas en el tiempo, al carecer de cronómetro, podían, sin embargo,
haber medido las distancias, cosa que no hicieron (por lo que la confusión en las
medidas de las hazañas antiguas suele ser fabulosa). «Esta ausencia de medidas y
de marcas revela la profunda diferencia entre la naturaleza —escribe D. Robert— de
las técnicas corporales practicadas entonces y el deporte de competición actual»22

Por otra parte, la cultura griega del cuerpo estaba inserta en la cultura general
(de la que era un elemento indispensable y primordial), como lo atestiguan por
ejemplo, los escritos de Platón. El cuerpo formaba parte de una totalidad espiritual,
religiosa y moral, armoniosa, la kalokagathia, en que se mezclaban el Bien, lo Bello y
lo Bueno en una especie de osmosis trascendental. El cuerpo tenía entonces un
estatuto propiamente metafísica. En una palabra, el humanismo griego daba otra
coloración ideológica a la práctica física, competitiva y deportiva, que se practicaba
con ocasión de ceremonias religiosas y culturales. Esta dimensión es, según
nosotros, capital, ya que rompe de manera radical con el positivismo cientificista y
racionalista de la práctica olímpica actual, que está organizada, en cambio, como una
vasta feria-exposición laica. D. Robert ha insistido ampliamente sobre este aspecto,
que él considera fundamental, para la definición del deporte griego. La práctica
deportiva griega se inscribe íntegramente en la mitología de los dioses, semidioses y
héroes. Recordemos a este propósito que los Juegos fueron instituidos en Olimpia
(hacia 884 a. C., o hacia 776 a. C., según otros autores) en un campo sagrado,
dentro de un entorno religioso y con un altar en honor de Zeus. Por otra parte, las

73
competiciones olímpicas eran ocasión de numerosas ceremonias religiosas,
sacrificios y acciones de gracias. Otros juegos antiguos menos conocidos tuvieron
asimismo una significación religiosa y mitológica: los Juegos de Nemea, los juegos
píticos y los juegos ístmicos. Todos ellos dan testimonio, como señala J. Ulmann, de
la «alta dignidad ontológica» del cuerpo23. A todo lo largo del deporte griego, la
relación entre las ceremonias religiosas y los juegos deportivos es constante. En los
juegos, «los dioses son traídos a escena en función de las relaciones que tienen
entre sí mismos o con los hombres»24.

La idea de que el deporte antiguo es muy diferente en su esencia del deporte


capitalista moderno ha sido defendida igualmente por dos especialistas del deporte
griego. M. Berger y E. Moussat, buscando «descubrir las diferencias que le separan
(al deporte antiguo) del deporte moderno», constatan que «poseemos actualmente la
noción de récord; el cronómetro y el decámetro se nos han vuelto indispensables;
importa menos hoy en día vencer al adversario del momento que abatir un tiempo o
acortar una distancia. Hemos tomado de esta manera conciencia de una verdadera
solidaridad deportiva de toda la raza humana en la duración, y existe el espíritu de
hacerlo siempre mejor que los predecesores»25.

Estos dos autores establecen así, en nuestra opinión, la mayor de las


diferencias entre el deporte antiguo y el moderno. En el deporte antiguo, el
adversario a vencer no era un símbolo abstracto, cronometrado o medido —el
récord—, sino un contrincante de carne y hueso: el rival directo. Por otra parte, el
sentido deportivo de la medida estaba casi ausente en tanto que principio
constituyente del deporte, mientras que hoy día está situado a una escala fantástica.
Estas diferencias denotan, según nosotros, la distinción entre una sociedad de
mercado simple y otra de mercado capitalista complejo, entre el trabajo concreto y el
trabajo abstracto, entre el valor de uso y el valor de cambio. La diferencia entre el
deporte antiguo y el deporte moderno estriba, por lo tanto, fundamentalmente, en una
diferencia radical entre sus cimientos sociales respectivos. El deporte antiguo se

74
apoyaba sobre relaciones de producción social esclavistas o asiáticas, mientras que
el deporte moderno se basa en relaciones de producción capitalista.

NOTAS.

1
K. GRAF VON KROCKOW. «Der Wetteifer in der industriellen Gesellsehaft», en
Der Wetteifer, Limpert Verlag, Francfort del Main, 1962, p. 59.
2
W. UMMINGER, Des hommes et des records, Ed. La table ronde. París, 1964,
p. 237.
3
Ibìdem, p. 237.
4
M. BOUET, op. cit., p. 325.
5
K. MARX, El capital, tomo I, op. cit., p. XIV.
6
M. BOUET, op. Cit., p 346
7
P.C. MC INTOSH, Sport in society, Watts, Londres, 1963, p. 45. B. GILLET (op.
cit., pp. 75) Desarrolla la misma opinión: Inglaterra conservara otro merito, el de
haber ofrecido al mundo entero la mayor parte de los deportes que se practican hoy
día: atletismo, cross-country, rugby...»
8
P. C. Me INTOSH, op. cit., p. 80. La misma opinión que J. 7ULMANN, op. cit.,
p. 329: «El deporte se extiende rápidamente de Inglaterra al resto del mundo».
9
M. BOUET, ap.cit., p. 367.
10
M. BOUET, op. cít., p. 370.
11
M. BOUET, op. cit., p. 370.
12
M. BOUET. op. cit., p. 371.
13
M. BOUET, op. cit., p. 371.
14
C. DIEM, op. cit., p. 32.
15
K. MARX, fundamentos de la crítica de la economía política, op. cit., p. 226.
16
M. BOUET, op. cit., p. 240
17
W. UMMINGER, op. Cit.., p. 237
18
J. ULMANN, op. Cit ., p. 339
19
Ibìdem, p. 336

75
20
M. BERGER y E. MOUSSAT. Anthologie des textes sportifs de I’antiquite, Grasset,
Paris, 1927 p. 12 s.
21
Ibìdem, p.13
22
D. ROBERT, Jeux Olimpiques modernes et Jeux Olimpiques antiques, en Le
Chrono enrayé (Spécial olympique), num. 8, mayo-junio 1992, p. 19
23
J. ULMANN, op. Cit.., p. 331
24
Ibídem, p. 332
25
M. BERGER y E. MOUSSAT, op. cit., p. 13.

76
CAPITULO III

77
DEPORTE Y AGRESIÓN.
Selección de Textos.
Cagigal José Maria (1990)
Esa «Válvula de escape»
Alianza Editorial S.A. Madrid, 1990.
Pág. 78 - 111

78
CAPÍTULO 2
Esa «válvula de escape»:
El espectáculo deportivo

Tras este somero análisis de las posibilidades que la agresividad encuentra


como constituyentes, como derivados y como posibles controles en el deporte-
«praxis», demos paso al otro campo, mucho más conflictivo, el del espectáculo
deportivo.

En una reciente publicación en dos espléndidos tomos, editada por «Difusora


Nacional», con buen aparato fotográfico y cierto empaque crítico, titulada 100 años
de deporte (del esfuerzo individual al espectáculo de masas), dice Vázquez
Montalbán:

Sociólogos, antropólogos, sicólogos estudiaron el deporte bajo el prisma de la


supuesta tendencia agresiva del hombre. Si un antropólogo best seller como Morris
ha podido llegar a la calificación de «mono desnudo» ha sido gracias a orientaciones
posteriores siempre dirigidas en el mismo sentido. Afortunadamente empiezan a
apreciarse síntomas de una reacción cultural contra el prejuicio de la agresividad
latente en el hombre. Una nueva corriente está empeñada en demostrar
precisamente todo lo contrario. La «agresividad animal» está dirigida exclusivamente
hacia la supervivencia: e] animal sólo mata para poder comer; nunca a los miembros
de su propia especie. El hombre se organizó socialmente para sobrevivir y la guerra
como forma de exterminio legal de su semejante fue un hecho cultural, no instintivo.
De la misma manera que se adquirió esta fórmula cultural puede adquirirse la
opuesta de mediar una racionalización en las normas que rigen la convivencia.
¿Cómo explicarse, pues, la agresividad en el deporte? Indudablemente como una
válvula de escape, no del instinto agresivo del hombre, sino de las presiones que una
determinada organización de la vida le llevan a tener que reprimir una agresividad

79
latente, raras veces auto clarificada. Esta agresividad aparece clara y
abundantemente entre los «fans», entre los «hinchas» (214).

Dejando a un lado ciertas simplificaciones imprecisas, como la de que «el


animal sólo mata para comer, nunca a los miembros de su propia especie», quiero
resaltar esa consideración acerca de la agresividad en el deporte «como una válvula
de escape... de una agresividad latente».

El citado autor, que prefiere apuntarse al significado no instintivo de la agresión,


acepta, no obstante, como los especialistas a quienes se arrima, que hay una
agresividad latente. Hay una agresividad, ¡una enorme, tremenda, preocupante
agresividad en la Humanidad de nuestro tiempo! Este es un hecho incuestionable
(baste recordar las listas aportadas en páginas anteriores).

En la tarea, que a todos nos toca, de ayudar a la erradicación de las formas


violentas de la agresividad, o de la agresividad misma, todos estamos de acuerdo en
que es menester mejorar los sistemas de convivencia, mejorar las normas, aquilatar
los valores motivantes de la conducta, eliminar miles de prejuicios y estereotipos.
Cuando toda esta ingente y nada clarificada labor se haya podido programar sin
disconformidad en el mundo, unas generaciones de niños estarán amasando su yo y
su súper-yo, internalizando unas normas de conducta alejadas de las maneras
violentas. ¿Cuándo sucederá esto? Con el mayor de los optimismos, ¿dentro de
diez, de ocho, de cinco generaciones? Entre tanto, hasta el año
2100 ó 2200 —sigo viendo mucho cándido optimismo— durante estos próximos
siglos, la Humanidad seguirá viviendo, conviviendo, rivalizando. Aunque el hombre
no sea agresivo constitucionalmente —cosa de la que sigo dudando seriamente—
queda agresividad para rato.

Entonces, junto a programas de nobles frontispicios, junto a declaraciones de


principios y redacciones de cartas humanísticas, frente a beneméritas campañas de
caridad, frente a laicas beaterías acerca de la bondad humana —más cándidas que

80
las clásicas beaterías hoy en curioso desprestigio— hemos de agarrarnos cuanto se
pueda a lo que encontremos a mano y sirva para aliviar, para descongestionar,
aunque ello, lejos de constituir una bienaventuranza programática, sea una simple y
vulgar válvula de escape.

En los organismos vivos, lo mismo que en los artificios mecánicos, todos los
elementos son necesarios. Unos son más nobles que otros, más representativos;
pero a la hora de vivir, o de funcionar, todos son igualmente importantes. Porque
cada uno se apoya en los demás, y todos en cada uno. Cierto: el organismo vivo
tiene suplencia ante determinados fallos, sus energías de refresco, de alarma,
robadas a otros sectores; pero tales levas supletorias consumen el organismo como
tal, lo merman, lo dañan. Tal puede suceder en el súper-macro-organismo de la
Sociedad. Para su buena marcha, para su equilibrio y su paz, son necesarios tanto
los solemnes Parlamentos y Cortes legislativas, las asambleas de asociaciones
internacionales, las declaraciones de derechos humanos, de respetos populares...
llenos de palabras nobles; como los vivideros y solanas comunes, llenos de palabras
vulgares; e incluso los lugares de desahogo pasional colectivo, aun con palabras a
veces soeces.

La existencia de muchos de estos vaciaderos de excrementos morales (o


instintivos) humanos, permiten la corrección y ética en los Parlamentos.

Y lo mismo que a nivel internacional o nacional sucede a niveles locales. Cada


ciudad tiene su ilustrísimo Ayuntamiento y sus eficaces cloacas. No quiero con esto
decir que acepte tranquilamente, sin más, que al espectáculo deportivo se le llame
cloaca. No lo acepto en el sentido peyorativo y de frecuente uso metafórico. Pero no
rechazo que se le pueda llamar así en su importante e imprescindible papel de
aliviadero, en su función liberadora, purificadera. Eso puede ser el espectáculo
deportivo: una purificación no sagrada, necesaria rienda suelta de muchas secretas
bestezuelas que dentro llevamos cada uno de los personales componentes del actual
macro-organismo social.

81
Al espectáculo deportivo acuden los malos modos de la sociedad de hoy; los
malos modos de barrio, los de pueblo, de ciudad, de país, del mundo. Cada uno tiene
sus módulos. Los malos modos exhibidos más estentóreamente a niveles mundiales
tuvieron lugar en Munich, en septiembre de 1972. Recordemos:

En el transcurso de una madrugada de septiembre de 1972 un comando


palestino logró entrar en la residencia de los atletas de Israel. Algunos de los
deportistas israelíes hicieron resistencia, y resultaron muertos un entrenador y un
levantador de pesos. Inmediatamente las fuerzas de seguridad de la República
Federal Alemana rodearon con toda clase de efectivos militares la residencia israelí.
Dentro permanecían los asaltantes con un numeroso grupo de atletas como rehenes.
Pronto cundió la noticia por toda la Villa Olímpica. Atletas, entrenadores, periodistas
y dirigentes se hallaban consternados. A las pocas horas, la ciudad de Munich y el
mundo entero tenían pleno conocimiento del más grave suceso sangriento y político
en la historia de los Juegos Olímpicos. Los detalles de las confusas negociaciones,
de las propuestas, promesas y aceptaciones por parte de los guerrilleros y de las
autoridades alemanas fueron ampliamente comentados en su día por la prensa y han
pasado a ser anécdota histórica de la violencia de los tiempos modernos. El resumen
se concreta en la promesa de aceptación por parte de las autoridades de las
propuestas hechas por los guerrilleros. Desde la ciudad olímpica partieron en
helicóptero hasta un aeropuerto militar los secuestradores, los secuestrados y las
fuerzas policiales y autoridades. Cuando se iba a producir la liberación de los
rehenes se produjo un total apagón al cual siguió una enorme confusión. Los
tiradores especializados de la policía dispararon sobre los secuestradores, pero
éstos consiguieron antes hacer volar el helicóptero donde se encontraban los
rehenes deportivos.

El desenlace produjo consternación en todo el ambiente olímpico y en el mundo


entero. Durante una jornada entera fueron suspendidas las competiciones de los
Juegos. El Comité Olímpico Internacional tuvo urgente y prolongada reunión para

82
tomar decisiones. Al fin se aprobó el acuerdo de que los Juegos continuasen. La
prensa, los comentaristas especializados, los círculos deportivos y extradeportivos
del mundo entero produjeron toda clase de comentarios, entre los cuales predominó
la decepción de mucha gente con respecto a la labor pacificadora de los Juegos
Olímpicos.

Muchos intelectuales, incluso, se rasgaron las vestiduras frente al deporte. «Es


una farsa.» «El olimpismo no tiene nada de pacificador.» Dijese lo que dijese
Coubertin, y luego Brundage y Killanin, los Juegos Olímpicos son una exacerbación
de las rivalidades nacionales. La pax olímpica es una comedia; el fair play, una
utopía. Y, entre otras consecuencias, como estos graves eventos internacionales
están generalmente organizados o, al menos condicionados y aceptados por los
poderes públicos de unos u otros países, las agresividades anti oficiales se
despacharon a placer contra gobiernos, estamentos, sistemas. He ahí al olimpismo,
al deporte, zarandeado.

¿Había tenido algo que ver directamente el olimpismo con el problema árabe-
israelí? Naturalmente que no, aunque los responsables del secuestro en sus
declaraciones afirmaron que querían demostrar públicamente la contradicción
existente entre el pacifismo olímpico y la angustiosa política a que estaban sometidos
los pueblos árabes. Lo que resulta indudable es que el conflicto árabe-israelí existía
al margen del olimpismo por razones totalmente ajenas a él y, desde luego, de los
Juegos de Munich. Pero éstos, los Juegos, iban a ser el suceso popular más abierto
y llamativo a nivel mundial del año 1972. Era una ocasión única para manifestarse,
para llamar la atención, para dar una lección al mundo, entretenido y confiado, y
mostrar unas reivindicaciones y una fuerza. Un belicismo existente en el mundo se
manifestaba en el terreno deportivo.

Hace ya algunos años han comenzado a aparecer algunas agresividades


específicamente dirigidas contra el gran deporte-espectáculo. Quienes van contra el
establishment se ponen en contra de todo lo que discurra sin enfrentamiento con el

83
establishment. Por eso atacan en general al deporte, porque éste, con su vigorosa
vida popular (el deporte es, en definitiva, vida del pueblo) sirve para sostener la vida
presente y, consecuentemente, el establishment en un momento dado. También es
verdad —y éste es un capítulo muy significativo del deporte de nuestro tiempo— que
hoy todos los establishments de uno u otro color y sistema tienden a usar el prestigio
deportivo como propaganda y justificación1.

El deporte crece, se extiende. Es objeto de entusiasmo, de preocupación, de


polémica. Pero sigue siendo considerado, sobre todo a nivel de la oligarquía del
pensamiento, ni siquiera como una subcultura, sino como un subproducto. Una
actividad humana de rango inferior. Una realidad social con la que hay que convivir y
pactar, como se pacta con los tics nerviosos de la propia persona. Sin embargo, los
políticos, bien avispados, lo usan y lo manejan; se sirven de él. El deporte en su
versión espectacular es un dios menor de nuestro tiempo. Pero, al fin y al cabo, un
dios. ¿Podría hoy nuestra sociedad prescindir de golpe del espectáculo deportivo?

Los mecanismos de defensa:


Ese imprescindible equipaje

Un oficinista tiene un jefe autoritario, exigente, poco delicado. Cada mañana,


cuando va camino de la oficina, mantiene decisivos monólogos: «De hoy no pasa. He
de cantarle las cuarenta...» Minutos después, cuando el director le llama a su
despacho: «Lo que usted diga, señor director». «Ha tenido usted una gran idea». «A
sus órdenes».

La agresividad contenida ha quedado dentro, autodestructora, bien en forma de


principio neurótico obsesivo-compulsivo o de simple ansiedad, o con reacción
conversiva productora de alteraciones digestivas, cardiacas.

84
La acumulación, día tras día, de estas tensiones vulgares, unidas a otros
muchos pequeños o grandes conflictos de la vida, puede producir estragos en la
conducta o en la salud. La naturaleza tiende a rechazar espontáneamente,
automáticamente, estos prejuicios, estas contrariedades y puniciones de la vida, y
busca por dónde darles salida. El individuo se muestra agresivo. Sus amigos y, sobre
todo, sus inferiores pagan el pato.

El domingo, en el graderío de fútbol, el oficinista contempla apasionadamente


un partido. El árbitro ha tenido un error —o él lo ha visto así— contra su equipo
favorito. ¡Es un inepto, inútil, sinvergüenza!, etc.» Importantes gritos liberadores de
tensión angustiosa. Ha desplazado hacia ese árbitro la agresividad acumulada contra
su jefe. El lunes por la mañana en la oficina disfruta de más tranquilo humor.

Se ha puesto en marcha un simple mecanismo de defensa que Freíd llamó


«desplazamiento» y que consiste en un comportamiento inconsciente,
universalmente aceptado hoy por los psicólogos, que llena nuestra vida cotidiana.
Hay muchos esquemas simples de este mecanismo. Por ejemplo, el hombre multado
por un guardia de tráfico a quien no se atreve a responder porque recibiría de él una
mayor punición. La contrariedad queda dentro. Llega a casa y descarga su mal
humor (agresividad contenida) con su mujer o con su hijo. Éste, injustamente
castigado, la emprende con un objeto o con el gato. Otro esquema típico es el del
niño que, llevado por la envidia hacia su hermanito menor, más mimado y atendido
que él, un día le golpea. Recibe por ello un castigo de su padre. En la siguiente
ocasión, ante el temor de la punición paterna, descarga su agresividad con un
muñeco o un objeto.

Pero junto a estos esquemas simples existe una red de esquemas o


interconexiones complejísimas. Estímulos generadores de ansiedad, de tensiones no
liberadas nos rodean sobre todo en la vida moderna. El ruido, el tráfico, la falta de
tiempo, los compromisos sociales artificiosos, la imposibilidad de quedar bien con las
amistades, la vida laboral, monótona y encasillada, la inundación de la burocracia y

85
la impotencia para dialogar con ella... constituyen tensiones que se acumulan y
refuerzan muchas veces frustraciones básicas más importantes como los problemas
económicos, la imposibilidad de atender suficientemente a la familia, las
enfermedades, los fracasos profesionales, etcétera. Todas estas presiones se
acumulan sobre la persona, que, por mucho control que tenga, se ve desbordado por
ellas. «Perdóname, pero no podía más; necesitaba desahogarme». Son frases
frecuentísimas que revelan la necesidad de escapes agresivos que nos asaltan
asiduamente.

El hombre necesita desahogos. La misma inseguridad vital, el hecho conflictivo


de existir carga al hombre de angustia fundamental. Al hombre siempre le preocupó
la muerte. Las religiones han suprimido en gran parte estas angustias. Diversas
filosofías de sesgo estoico han contribuido a crear en la Humanidad un hábito de
superación, de resignación, de sublimación. Pero la angustia básica, que brota del
hecho de vivir, subsiste en nuestro tiempo. El hombre inventa «seguros», «pólizas» y
garantías. El éxito de estos llamados «seguros de vida», de «invalidez», de
«accidente» que inundan las sociedades desarrolladas es la más patente prueba de
la angustia que brota de la inseguridad del hombre. Y ya no es solamente la angustia
de la muerte, sino la originada al sentirse el hombre zarandeado cada vez más por
un creciente complejo de fuerzas incontrolables. A la angustia básica de la muerte,
por el hecho de existir, en el hombre de hoy se acumulan múltiples angustias, más
livianas, menos tremendas, pero activas, permanentes, aliadas unas con otras. Hay
días en que todo nos cae mal. La actitud agresiva es una de las más directas
consecuencias de la frustración. Así se genera y se extiende, como nube de
contaminación, la agresividad y la violencia incorporada a todos los niveles y
esquemas de la vida humana.

Las tensiones angustiosas básicas incrementadas en la vida contemporánea


por la aglomeración, las poluciones biológicas y morales, el hacinamiento urbano,
etc., son el gran caldo de cultivo para las manifestaciones de la agresividad en sus
formas más violentas. La agresividad trasplantada de los campos de batalla a las

86
calles, aeropuertos, oficinas, carreteras... es la más extendida lacra de nuestro
tiempo. Y este ambiente alarmante, recordado diariamente por la prensa y los
noticiarios, esta permanente inseguridad, es a su vez origen de nueva angustia.
Constituyen un círculo vicioso, un perfecto ciclo de realimentación.

¡Eduquemos al hombre para que «aprenda» a no ser agresivo! Las religiones,


muchas teorías filosóficas, lo han hecho desde hace siglos. Y el hombre no ha
«aprendido». Ciertos moralistas abogan por el cambio de métodos. «Formemos la
imagen de un hombre nuevo no agresivo, pacífico, altruista, conviviente, culto. Que
sea él la imagen que los niños del futuro vean y palpen desde la infancia». Todo ello
es hermoso. Libres de tradiciones y estereotipos, debemos estar dispuestos a
colaborar en esta tarea; dispuestos a ceder en muchas convicciones discutibles.

Pero esta tarea enormemente compleja constará de acciones a muy diversos


niveles de conducta; desde los grandes principios hasta los menudos aprendizajes.
La gran obra de crear principios coincidentes de mutuo respeto ha de ser robustecida
con todo tipo de acciones elementales, primitivas, que puedan ayudar al hombre a
liberarse de tensiones. Y en esta búsqueda de recursos fáciles al alcance de la mano
advertimos que el espectáculo deportivo puede suponer un útil instrumento
secundario, si se quiere subalterno, pero de enorme eficacia práctica. Un instrumento
de saneamiento ambiental.

Las masas de espectadores de los estadios pueden ser peligrosas. Toda masa
puede ser peligrosa2. En la masa enardecida el individuo incurre en una especie de
alienación que libera sus mecanismos primitivos de comportamiento. Desaparece
toda inhibición de origen cultural y posiblemente incluso algunas inhibiciones de
equilibración instintiva. El individuo en la masa, despersonalizado, anulado por la uní
dimensionalidad actuante, reforzado por el contagio físico de la acción vecina, es
capaz de cualquier cosa. Y cualquier cosa (todo) han sido capaces de hacer en la
historia las masas de hombres —que no humanas.

87
El peligro de una aglomeración deportiva está ahí, en su posible masificación.
¿Conviene que la sociedad esté expuesta periódicamente a tal estado de desmesura
masiva?

Parece un problema difícil de resolver. Pero quizá no lo sea del todo. Un control
estadístico de los sucesos violentos originados por conductas masivas de este tipo
podría dar a los responsables un índice de la inminencia del peligro. Si éste
ascendiese en el futuro, habría que plantearse el tema de la abolición de las
aglomeraciones espectaculares del deporte.

¿Hacia qué terreno se canalizarían entonces dichas desmesuras masivas? Que


no me responda el utópico socio pedagogo que a ninguna parte, que hay que hacerlo
desaparecer. En el peor de los casos, mientras no hayan surgido en esta compleja
«civitas» compuesta por los hombres de nuestro tiempo otras conducciones
patentes, probadas y comprobadas, otros vertederos por donde expulsar la mucha
inmundicia psicológica que metabolizamos en nuestro comportamiento individual y
social, sería terriblemente peligroso, criminalmente irresponsable, eliminar los que
actualmente existen. Sobrevendrían monstruosas retenciones. El organismo de la
sociedad podría reventar.

Ahí, relegado al más humilde de los menesteres, con realismo y humildad, el


deporte-espectáculo demuestra que es capaz por lo menos de cumplir funciones
trascendentales para la subsistencia del organismo social. Con peligro de
desmesuras, con sucesos, a veces nada edificantes, con alborotos y violencias, pero
salvador, higiénico, liberador, el espectáculo deportivo es hoy un sólido canal por
donde salen y se avientan poderosos secretos y vergonzantes metabolitos que no se
sabe dónde podrían ocultarse de no tener estas oxigenadoras aberturas.

Pero, además, el espectáculo deportivo es susceptible de acción educativa. El


comportamiento de la masa tiene en realidad mecanismos más simples que el
comportamiento individual. Una colectividad presente se convierte en masa merced

88
al desencadenante de una o varias consignas elementales que se asientan en una
cualquiera de las apetencias más o menos primitivas de cada individuo. «Igualdad
de derechos», «igualdad de clases», «abajo el opresor», «salvemos a la patria»,
«defendamos el pan de nuestros hijos», «justicia», «venganza», «fuera el invasor»,
«libertad»... He ahí, mezcladas, algunas de las muchas consignas —aptas para
direcciones políticas opuestas— que convierten fácilmente a una colectividad en
masa actuante. Todo ser humano anhela bienestar, tranquilidad, libertad, seguridad,
protección de unos mínimos valores personales. Para uno u otro contexto político
pueden ser usadas estas tendencias primordiales que se asientan en los primarios
instintos de defensa o de conservación. Fuera de la política, en otro orden de
valores, se llega también fácilmente al manejo de pulsiones humanas elementales: la
afirmación del yo, del propio grupo: «ganar», «vengarse», «prosperar»... Son
principios instintivos elementales en la lucha por la existencia, que pueden actuar
también en la ritualización de una competición deportiva.

La masa es equivalente en su comportamiento a un yo generalmente infantil,


primitivo. Pero se puede librar a una colectividad de caer en la conducta masificada
con el mantenimiento de ciertas consignas culturales simples, inteligibles para las
mentes sencillas. A una colectividad se la puede modelar en su conducta por el
«respeto», la «dignidad», el «civismo», la «democracia», el «orden»... conceptos
todos ellos no tan primarios como los que se asientan en los instintos de defensa,
conservación o agresión, pero suficientemente simples para convocar un fácil
consenso, supuesta una mínima educación cívica en el comportamiento de la masa,
cual puede darse en la escuela primaria. Los psicólogos del aprendizaje no hablarán
de «temas primitivos que atañen directamente a los instintos» y «temas sencillos
culturizados». Para ellos, todos serían «temas culturizados» de mayor o menor
primitivismo. En realidad, esta interpretación corrobora la tesis: los slogans primitivos,
capaces de mover una multitud en una masificación elemental, pueden ser
sustituidos por otros menos arcaicos, más culturizados, con tal que convoquen
predisposiciones aceptadas y vivenciadas ya como fundamentales en el
comportamiento individual y cívico. El «salvad la vida» puede ser sustituido por el

89
«respetad la vida» en una colectividad poseedora de un mínimo grado de educación
cívica. Esta sustitución culturizadora será tanto más fácil de realizarse cuanto el
comportamiento de la colectividad esté menos solicitado por las demandas primarias
de subsistencia vital.

Es decir, a una multitud agredida con peligro directo de muerte es muy difícil inocular
un comportamiento colectivo basado en el «respeto» o la «dignidad». Actuará
necesariamente movida a nivel de «sálvese el que pueda» o de «mueran los
asesinos». Pero si los peligros amenazantes no se asientan a estos niveles
elementales de subsistencia, entonces es posible iniciar una progresión
comportamental hacia niveles más elevados.

En diciembre de 1972 se enfrentaron el Atlético de Madrid y el Spartak de Moscú en


eliminatoria de la Copa de Europa de campeones de Copa (la llamada «Recopa»),
en el estadio Vicente Calderón, de Madrid. Gran expectación en los graderíos;
ambiente caldeado pero suficientemente respetuoso. El público sabía que para poner
la eliminatoria favorable era necesario vencer en casa por dos tantos, o al menos
obtener la victoria.

A poco de comenzar el partido, el Spartak marcó un gol. La cosa se ponía difícil. Los
aficionados se veían frustrados, no sólo por el gol, sino porque su equipo (el Atlético)
no estaba jugando bien. Esta frustración aumentó la agresividad y aparecieron las
manifestaciones hostiles hacia los jugadores soviéticos. Cuando uno de éstos
entraba duro o cometía una falta, el público se indignaba y lo manifestaba
ruidosamente.

A los 12 minutos de la segunda parte el Spartak marcó el segundo gol. La tensión


agresiva aumentó. Pero pocos minutos después tuvo lugar un suceso que puso de
manifiesto de manera contundente, instantánea, cómo la agresividad colectiva no
hace acepciones de personas ni de objetos. Cuando la agresión tiene que salir, lo
hace por donde sea y contra quien sea. La agresividad primitiva es ciega, no

90
discierne. Se deja conducir por un simple mecanismo de adaptación o por cualquier
manipulación exterior. En el minuto 74 el Spartak marcó su tercer gol. Cero a tres. La
eliminatoria prácticamente quedaba sentenciada. Automáticamente, tras la
consecución de este gol, los hinchas comenzaron a abuchear a los jugadores del
Atlético y a aplaudir a los jugadores soviéticos. La pérdida de la esperanza convirtió
la agresión contra el rival en una auto punición, o mejor, en una «nostri-punición».
Fue una de las vivencias sociológicas de comportamiento multitudinario más
sugestivas con que me he encontrado en mi vida.

En honor a la verdad, el comportamiento agresivo en ambas fases no pasó de la


desazón, el grito, el ruido. No hubo ninguna agresión física ni objeto arrojado al
terreno de juego. Fue un comportamiento modélico (no de modelo utópico, sino de
modelo-muestra, típico de una colectividad apasionada en el deporte de nuestro
tiempo), antológico. Cualquier público apasionado por un club famoso de nuestro
tiempo con suficiente grado de madurez para no extraverterse en agresiones físicas,
como lo es el del Atlético de Madrid, habría actuado de la misma forma.

Pero este público del Atlético de Madrid va a protagonizar 15 meses después (abril
de 1974) un comportamiento de significativa superación cultural en circunstancias de
mayor frustración. Recordemos los hechos todavía recientes en el momento de ser
redactadas estas líneas.

En las semifinales de la Copa de Europa de campeones de Liga (el más importante


torneo europeo de clubs), se enfrentan el Glasgow-Celtic y el Atlético de Madrid. El
primer partido se juega en Glasgow el 15 de abril. El suceso y sus consecuencias
trascendieron a los aficionados de todos los países, y por ello no es menester
detenerse en detalles. El partido fue muy duro. El árbitro turco del encuentro,
Babacan, expulsó a tres jugadores del Atlético de Madrid y amonestó con tarjeta a
otros tres. Parece ser que la dureza había sido iniciada por algún jugador del Atlético,
pero luego participaron en ella indistintamente jugadores de ambos bandos.

91
A pesar de la inferioridad numérica del Atlético, el partido terminó con empate a cero
goles, lo cual suponía evidente frustración para el club escocés y sus hinchas.
Concluido el encuentro, en el pasillo hacia los vestuarios hubo agresiones, más bien
iniciadas por los escoceses que por los madrileños. Incluso fueron golpeados
algunos directivos del Atlético de Madrid.

El Comité de Control y Disciplina de la UEFA cargan la mano y castiga a seis


jugadores del Atlético con la imposibilidad de jugar el partido de vuelta en Madrid.
Entre los sancionados figura, por error del arbitro Babacan al redactar el acta del
partido, el defensa central del Atlético, Ovejero, que no había sido amonestado. El
Atlético recurre; es desestimado el recurso.

Los aficionados españoles, días después, tienen ocasión de contemplar, por la magia
de la televisión retrospectiva y a cámara lenta, cada una de las jugadas motivantes
de las expulsiones y amonestaciones. Unas, justísimas, como la del defensa
Panadero. Otras, incomprensibles, como la expulsión del delantero Ayala y la
amonestación al portero Reina. La frustración, alimentada por la irritante injusticia,
crece de día en día en los aficionados atléticos. La UEFA amenaza al Atlético de
Madrid con expulsarle de todos los torneos europeos. Leña al fuego. En el partido de
vuelta, el Atlético ha de jugar sin seis de sus mejores titulares, cohibido por las
amenazas.

Prescindiendo de subjetivismos, fueron varios los errores cometidos por los directivos
de la UEFA, los cuales habrían sido culpables directos de desencadenar disturbios
graves si no hubiese intervenido espontánea y oportunamente un elemento de
trascendental importancia para el comportamiento de las colectividades
contemporáneas: los medios de información. La prensa, la radio, la televisión, sin
consignas ni sugerencias, por espontánea coincidencia, inician una campaña de
serenamiento. Se apela a la conciencia cívica, a la objetividad del pueblo español. Se
canaliza la venganza agresiva hacia la idea de «lección» que hay que dar a los

92
británicos. «Mesura», «control», «madurez», «caballerosidad», «civismo». Se
actualizan dichos del viejo refranero: «No hay mejor desprecio...»

El 24 de abril, el estadio Vicente Calderón está repleto. Suprema recaudación.


Enorme expectación a nivel internacional. Dieciocho países retransmiten el
encuentro por televisión: record de retransmisión de un partido no final.

En el atardecer templado, el público anima de manera ensordecedora al Atlético de


Madrid y abuchea al Celtio. Silba al calvo Johnstone, a quien el público madrileño,
tras haberle visto actuar por televisión, considera un provocador-payaso, en gran
parte culpable de los sucesos de Glasgow. Y nada más. La fuerza pública había sido
triplicada. Pero no iba a ser necesaria.

Existía en el público atlético un indudable autocontrol. El arbitro suizo Rudolf


Scheurer, de prestigio mundial, declaraba al final del partido: «Un público correcto,
que ha animado a su equipo, como debe ser, y que ha silbado a los contrarios, como
hacen casi todos los públicos del mundo. Todo ha estado muy bien. Ha sido una
lección, y la organización perfecta». No tuvo que sacar una sola vez tarjeta de
amonestación.

En el primer tiempo el Atlético jugó mal, cauteloso, coartado. El Celtic dominó el


centro del terreno y creó más ocasiones de peligro ante la meta atlética. Ni aun con
esta contrariedad del primer tiempo cambió el público su talante. ¿Habría mantenido
su corrección si, al final, el Atlético hubiese perdido? Esto será siempre una incógnita
que queda entre los futuribles.

Es posible que muchos sensacionalistas, necesitados, por deformación metabólica,


de elementos agrios, quedasen defraudados. No faltaron morbosos que se vieron
desencantados con el comportamiento maduro de todos los presentes en el estadio
Vicente Calderón. Probablemente, entre ellos, algún miembro de la UEFA, que
retuvo su frustración para la incalificable sanción posterior (30 de abril) en forma de

93
agresivo ataque al club Atlético con una multa de 100.000 francos suizos. Es curioso
cómo la conducta de una extensa colectividad —el público— enormemente frustrada
y que, en su subjetiva interpretación, se ha sentido vejada y tratada con injusticia, ha
sido de superior madurez a la de algún miembro de organismo internacional,
enrabiado en su infantil frustración, agresivizada por la respuesta correcta del público
y llevado a la paranoica arbitrariedad a que tan fácilmente conduce el ejercicio del
poder sin crítica.

No es aventurada hipótesis afirmar que, si los medios de comunicación no


hubiesen actuado de la forma que lo hicieron, si algunos de ellos se hubiesen dejado
llevar de partidismos o sensacionalismos, como con frecuencia sucede a niveles
locales, el comportamiento del público habría sido muy distinto y, dado el alto grado
de tensión existente, los sucesos podrían haber evolucionado hacia resultados
lamentables.

Siempre ha sido trascendental para el comportamiento de las colectividades la


polarización ideológica, o la física de un jefe, de un líder. Hoy, en gran parte, sin que
se excluya la fuerza motivante del líder, puede ser sustituida la acción por el influjo
de los medios de información. Muchas de las ideas, de las motivaciones que maneja
el individuo inserto en la colectividad como propias, son recibidas del líder, o del
periódico, o del locutor de televisión. Coincide con ellos, comulga con ellos; termina
haciendo propias sus ideas. El influjo de los medios de difusión es enorme. En
realidad, van poco a poco sustituyendo a otras muchas figuras sociales que en otro
tiempo han sido decisivas (desde el padre hasta el maestro, la pandilla, el novio,
etc.). Incluso los grupos contestatarios, que generalmente se creen más originales
por no dejarse llevar de los tópicos imperantes, son igualmente víctimas de los
mismos procedimientos usados por otros manipuladores, menos públicos, menos
oficiales, aunque generalmente conectados con los oficiales de otros regímenes.

Cuando no está en juego inminente la vida o la salvación de una colectividad,


ésta puede responder a estimulaciones de diverso grado cultural. Para que sea

94
eficaz un slogan de cierto nivel cultural, lo primero que se inculca a la colectividad es
que en aquello que se trae entre manos no se juega la vida, no es trascendental,
definitivo. Con respecto al espectáculo deportivo, ésta es la primera acción educativa
e informadora que es menester introducir. No es cuestión de vida o muerte. Se gane
o se pierda, en realidad no pasa nada. Partiendo de esta convicción, los términos
imperantes en la respiración de la masa pueden apartarse de los primitivismos
agresivos.

No se sabe si las expresiones comporta mentales más elevadas, más


culturizadas, más cívicas, pueden llegar a ser tan liberadoras como las primitivas.
Son realidades que quedan por demostrar. Como anteriormente ha sido expuesto,
las distintas interpretaciones de la agresividad coinciden en la vía de la acción
cultural como método indefectible para ir logrando el control de las fuerzas agresivas,
o su transformación, o su canalización. El gran espectáculo deportivo masificado
puede ser objeto de cierta acción cultural. Sus resultados, como en el suceso
narrado y en otros semejantes, parecen resultar positivos en orden a eliminar el
peligro de la excesiva primitivización de la conducta masiva.

Indudablemente en las descargas de la agresividad no es menester llegar a las


manos o a las palabras violentas. Personas controladas, incluso en la inmersión
masiva del estadio, salen de él liberadas, descargadas, aun sin haber emitido gritos.
La simple participación en la contienda, en su dramatismo y liturgia, es
profundamente liberadora.

Los griegos consideraban eminentemente catártica la representación trágica y la


hacían patente principalmente en el sereno comentario final que, por ejemplo en el
teatro sofocleo, se situaba en la intervención póstuma del coro. Participación
personal, por cierta suerte de introyección en las peripecias del drama y, sobre todo,
recapitulación reflexiva final, constituían una profunda purificación. Pero esto entra
más de lleno en el ámbito de otros mecanismos de defensa.

95
Identificación e introyección llamó Freud a dos modalidades muy parecidas entre los
sutiles recursos que el individuo posee para liberarse de su angustia. La primera
consiste fundamentalmente en unirse a otras personas (en las primeras fases de la
infancia, generalmente el padre), en vincularse a ellas de una forma afectivo-vital,
que permita disipar la angustia originada por la propia impotencia en la seguridad y
fuerza de la citada persona. Introyección es una pequeña variante de la
identificación, según la cual el angustiado impotente —todo ser infantil percibe
inconscientemente su radical impotencia— se apropia de una cualidad deseada que
posee la otra persona, lo cual le permite «jugar el juego» de que es una cualidad
propia.

Ya el niño desde muy pequeño —afirma Freud— en su fase oral tiene


identificaciones parentales. «Quisiera ser como su padre y reemplazarle en todo»...
«Hace de su padre su ideal». Tal vinculación «representa la forma más temprana y
primitiva de enlace afectivo» (76). Las cualidades, las ejecuciones, los éxitos de su
padre son incorporados inconsciente y rudimentariamente a su propia vivencia y
disfrute personal. Tras las peripecias edipianas del período fálico (3 a 5 años),
nuevas identificaciones carentes de discriminación sexual —propiamente regresiones
a identificaciones primitivas o reproducciones variantes de ellas— vienen a resolver,
al menos en parte, los conflictos anteriores. Mediante esas identificaciones el
individuo-niño se va sintiendo liberado de ansiedades de su primitiva niñez y de
angustias y conflictos edipianos.

Pero junto a esas identificaciones básicas con los padres, frustradas muchas
veces por prematuras decepciones y progresivamente insuficientes por la lejanía (de
edad, fuerza, intereses, etc.) va apareciendo otro tipo de pseudo identificaciones que
ayudan a la configuración del yo-ideal. La relación afectiva desexualizada (segunda y
tercera infancia) amplía la necesidad de prototipos, de héroes, de seguridades. El
niño se identifica con ellos o introyecta sus cualidades. Héroes de leyenda, de
cuentos infantiles, posteriormente de la historia. Héroes-estándar provenientes de
estereotipados grupos sociales —guardias y ladrones, indios y exploradores...—

96
Todas estas identificaciones suponen cierta repetición o recuerdo —no propiamente
regresión— de las primitivas identificaciones presexuales; en ellas se apoyan, se
sustentan, para ampliar con las nuevas adquisiciones presentes su ámbito y
trascendencia. Por ello sirven para la liberación de mil secretas ansiedades según los
patrones adquiridos para la liquidación de vieja angustia básica.

Pero estos nutridores del yo ideal —héroes legendarios, mitos, gestas—


resultan demasiado excelentes y también lejanos, inaccesibles. Su progresivo vacío
ha de ser sustituido mediante diversos procesos de identificación por otros objetos
más cercanos, secundarios, sustitutivos: los héroes típicos de la adolescencia,
artistas de cine, cantantes, campeones, amigos brillantes. Todos ellos son, si se
quiere, sustituciones del profundo yo-ideal infantil que subsiste en el inconsciente,
que no deja de actuar, que periódicamente pasa a la inconformidad, se revela y
pretende salir —en sueños, en períodos de crisis e inestabilidad, en fiestas y
orgías—. De estas identificaciones secundarias está necesitado el yo para liberarse
de la ansiedad originada por tantas decepciones personales.

La sociedad está llena de subculturas que constituyen los objetos de esas


identificaciones. El período de más intensa actividad en este proceso, ya a nivel
constitutivo de cultura o subcultura, se da en la tercera infancia y en la adolescencia
(es decir, aproximadamente entre los 8 y 16 años), y la mayor parte de las
identificaciones vivenciadas en esta época —muchas veces sustitutivas de otras
imposibles— suelen permanecer, con más o menos fuerza, toda la vida. Muchas
aficiones, hobbies, «manías» personales, están originadas en estas identificaciones.

La inseguridad es generadora de angustia. El niño se siente inseguro por su


exigua fuerza física. Desea poseer la omnipotente fuerza de su padre. Pero cuando
descubre que éste no es tan fuerte como creía, busca un héroe, una figura de tebeo
o de comic, y, posteriormente, un héroe más real, un boxeador, un luchador, un
campeón. Y estas vinculaciones —más que afectivas, vitales— con tal héroe
campeón adquieren robustez en el propio yo y muchas veces terminan

97
evolucionando hacia aficiones permanentes. «Me apasiona el fútbol, sobre todo
desde que vi jugar a Zamora. Era único», dice un hombre de 50 años, que tenía 12
cuando presenció la actuación del famoso portero. A otro le entusiasma el cine por la
introyección del estilo, de la apostura, o por la belleza de un actor o una actriz. La
identificación tiene un papel importante en la creación de mitos. El boxeador Urtain,
verdadero mito popular en la España de los 60, logró un éxito, pese a sus defectos y
limitaciones, como símbolo del «hombre físicamente fuerte» que todos —al menos
los varones— habíamos deseado ser de niños. Su interés, más o menos disimulado,
entre las mujeres obedece en parte a razones subconscientes distintas, entre ellas la
elevación a objeto sexual arquetípico que libera inconscientemente de otras
frustraciones más directamente sexuales. Digamos igualmente del éxito arquetípico
sexual de Marilyn Monroe o Raquel Weich con los hombres. Pero volvamos al
proceso de identificación ajeno a la directa relación objetal sexual. Artistas de cine,
teatro, televisión, cantantes, modelos, campeones deportivos... cumplen una función
psicológica bienhechora superior a la que comúnmente se cree. Son parciales
héroes (cada uno en una faceta) introyectables, para calma y aplacamiento de
múltiples vacíos angustiosos de que consta nuestra vida. El comercio, la propaganda
están seriamente basados en estos procesos de identificación. El éxito de los «pases
de modelos», por ejemplo, se apoya en la introyección, en la asimilación personal del
cuerpo de la modelo por parte de la señora que lo contempla, que posteriormente
deriva al objeto traje o abrigo. Inconscientemente no le gusta tanto el traje que
compró como la «facha» de la modelo que lo exhibió. Por eso los movimientos
exhibidores de las modelos no son sexualmente excitantes, como puedan serlo los
de las coristas. Aquéllas se mueven para gustar a las señoras.

El espectáculo deportivo está lleno de estas pequeñas pero primitivas acciones


psicológicas tendentes a la recuperación del equilibrio. El equipo de fútbol favorito,
«el figura», constituyen elementos complementarios. Tácheselos de sucedáneos;
pero valen cuando fallan las sustancias originales para un perfecto equilibrio, cual
sería la ausencia de conflictos personales, la plena satisfacción —aun a niveles
inconscientes— con la propia realidad personal, la resolución de las tensiones y

98
enfrentamientos entre el yo real y el yo ideal, el pacto permanente de paz entre el
«ello» y el «súper yo». ¿Quién puede levantar la mano y decir que dispone
habitualmente de estas profundas comodidades en su propia persona? ¿Quién es el
envidiable ser liberado de angustias, de frustraciones, de conflictos interiores? A falta
de pan, buenas son tortas. Por eso son tan útiles estos aliviaderos sucedáneos.

No es extraño que un simple aficionado, sumergido en las peripecias de un


partido dominguero, sin que grite al arbitro, sin que increpe a los del equipo contrario,
sin que se levante de su asiento, tranquilo, atento al juego, asombrado, se vea
liberado al término del partido de muchas tensiones, vuelva a su casa sosegado,
reemprenda al día siguiente la tarea semanal con nuevas fuerzas. Quieto en su
asiento, sin hacer comentarios con nadie, ha participado en la competición, ha vivido
la emoción, el rito visible de tan ancho espectáculo; ha tomado parte, co-
protagonizado, en un acto de introyección de las virtudes del ganador, en una
identificación con los colores triunfantes del club. Lleva el balón con el delantero
centro; gana la jugada, por las muchas jugadas de la vida fallidas; mete gol, por las
muchas veces que no ha hecho diana en su vida. Es fuerte, rápido, ágil, resistente.
Es triunfador; es... casi un campeón. Y es, incluso, capaz de perder en noble y
pública contienda, frente a frente, sin tapujos, sin disimulos, sin deformaciones. El
espectáculo deportivo es una contienda arriesgada, abiertamente planteada. En ella
participa cada uno de los espectadores, los cuales cumplen noblemente un rito
caballeresco de lucha abierta, liberados de las secretas angustias almacenadas por
las claudicaciones personales en la lucha oculta de la vida, por los consentimientos,
complicidades, disimulos, bellaquerías.

Sucede, guardando las distancias, como en el teatro, donde el espectador vive


las peripecias, discute, pacta y ríe, sufre y se engrandece con los protagonistas. El
recinto, el ambiente, el clima, juegan un papel jurisdiccional dentro del cual vale y
vinculan las reglas de la co-participación. Fuera del sagrado recinto, estas acciones
son mucho menos eficaces; de ahí la gran diferencia psicológica entre el teatro

99
directamente participado y el-tele visado, por ejemplo. Y dígase lo mismo entre el
espectáculo deportivo vivido físicamente y el participado por los medios televisivos.

Cada semana hay algún alboroto, alguna violencia en los estadios. Pero cada
semana, millones de seres humanos sencillos, sin pretensiones, no tan necesitados,
como algunos pretenden, de permanentes retóricas intelectualizantes, regresan a
sus hogares «catartizados», purificados; con menos participación cultural que los
espectadores griegos en las tragedias de Esquilo y que los asistentes a un concierto
de la Filarmónica de Viena —cierto—, pero básicamente nutridos, repuestos,
recuperados, en alguna manera rejuvenecidos. La gente tiene también derecho a
esta alimentación, por simple que sea, que purifica su metabolismo. Existen mejores
manjares, ¡qué duda cabe!, pero éstos, más burdos, más groseros, son también
reconfortantes.

En el afán de criticar las identificaciones «alienantes», se ha tachado a muchos


de estos actos espectaculares de «regresiones infantiles». «Las grandes masas de
espectadores —dice Vinnai— mediante una identificación colectiva y auto erótica de
tipo regresivo, con los actores, reprimen sus frustraciones diarias alienantes y así se
ven llevados, como menores de edad, a su adaptación a las condiciones existentes.»
«El deporte —según De Greef— sería para todos un eficaz medio de infantilización.»
Pero, procediendo con realidad: aunque así fuese ¿qué autor, qué pedagogo, qué
filósofo o sociólogo ha logrado demostrar de verdad que junto a los procesos de
buena maduración, adaptación del yo, necesarios y absolutamente deseables en la
vida, no es necesario también atender y acceder a contentar al yo infantil que
subsiste, que reclama y que protesta aun dentro del más fuerte y maduro yo adulto?

En la tarea de afinar el gusto socio-cultural de la gente —tarea de generoso


pero dilatado alcance— no podemos olvidar que esta gente tiene que seguir
alimentándose; que en su infancia no aprendieron exquisiteces; que, aun de cara a
los niños, junto al exquisito caviar y salmón ahumado de los grandes temas políticos,
culturales, científicos y sociales, subsisten el pan, la verdura y la patata del recreo

100
simple. La capacidad de extasiarse con una fuga de Bach no está reñida —más bien
está equilibrada— con el disfrute de una jugada, la sencilla y primaria emoción de un
gol, la llegada de una carrera, aunque se trate de emociones un tanto primitivas.

Es inmensamente fácil hacer críticas a los groseros espectáculos deportivos


alienantes. Todavía está por aparecer uno de esos avispados críticos que haya sido
capaz, fuera de su crítica, de ofrecer al pueblo —al «sencillo pueblo», dentro del cual
sitúo al verdadero intelectual— alimentos sustanciosos que cubran sus necesidades
integrales, incluidos los metabolismos primitivos que siguen y seguirán teniendo.

¿Educar a través del espectáculo deportivo?

En el espectáculo deportivo intervienen, además, otros elementos


primariamente significativos. Incluso en un partido de fútbol, de rugby, de hockey, no
especialmente valorados por la armonía de los movimientos, se producen fases de
indudable belleza. Si observamos ciertas manifestaciones como el patinaje, la
gimnasia deportiva, el salto de esquí, el trampolín, palanca, competiciones donde
precisamente la belleza de ejecución es uno de los elementos de valoración, la
dimensión estética del espectáculo adquiere noble entidad.

Un estadio donde se desarrolla una competición de atletismo es un reparto y


condensación de belleza. Cada prueba en sí, independientemente considerada, es
una síntesis de dramática y estética. Drama en la lucha manifestada, representada.
Estética en las formas, en las perfecciones de los movimientos, sin las cuales no se
puede rendir ni, por lo tanto, ganar. La coordinación de movimientos de un corredor
de 100 m. lisos, síntesis de elementos independientemente trazados, como
biomecánica, miología, fisiología del esfuerzo, técnica..., pero aglutinados por la
perfecta interacción cerebro-aparato locomotor e integrados en una unidad de orden
superior por el espíritu del atleta, su voluntad, su dinamismo individual, y

101
definitivamente recreados por el estilo personal, es, no sólo un gran espectáculo,
sino una creación, una obra estética, elaborada y trabajada con el propio material
humano y dramatizada en la expresión agonística sobre la arena cenicienta. Más allá
—ú más acá, más cerca del hombre— de las décimas de segundo, que es lo que
perdura en clasificaciones de rankings, está la verdadera creación humana, una obra
de arte ofrecida al espectador durante 10 segundos e inmediatamente esfumada,
porque su exquisitez está reservada para breves, efímeros disfrutes.

En otra esquina del estadio, muy distinta y muy parecida escena. Salto de
altura: cristalización de esfuerzos y amplios simbolismos acerca de la aspiración
humana a su elevación y a su liberación de la propia masa, de la propia gravidez que
entronca con todas las gravideces que el hombre soporta en la vida. ¡Cuántos miles
de esfuerzos e incluso sufrimientos para aquilatar, para afinar un poco más la
coordinación de movimientos entre todos los elementos del organismo! Es una lucha
interior hacia la deseada unidad de la persona, donde no haya discrepancias ni
desgobiernos. Algo parecido acaece en la banda opuesta con el salto de pértiga,
cuyo éxito como tema fotográfico demuestra los ricos valores estéticos que posee. Y
allá, centrados en un estrecho círculo, los afanes de los lanzadores de disco, gentes
de importante «recomendación» a la hora de una valoración estética por el
tratamiento clásico del tema.

En las clasificaciones, como ya hemos apuntado, se registran sólo metros y


centímetros. Pero el ejercicio, el movimiento, la coordinación, consecuencias directas
de un nivel de aspiración y una capacidad de integración, se ofrecen como valores
espectaculares llenos de posibilidades educativas para el hombre de hoy. Una
sociedad preocupada por medir la eficiencia ha convertido estas creaciones estéticas
en cifras, comparables entre sí. El hombre de esta sociedad necesita volver a
descubrir la belleza que él mismo es capaz de realizar y realiza en los estadios, en
las canchas, en los múltiples terrenos competitivos. He ahí una veta casi inagotable
de recursos educativos.

102
Si del análisis de cada prueba pasamos al conjunto de la competición, a la pista
con su sucesión y variedad de pruebas, con el ir y venir de los jueces, con sus
vaivenes de tensión en las llegadas a la meta o en los momentos decisivos, con la
expectación en las largas carreras, la concentración de los que están a punto de
arrancar, la alegría del que acaba de triunfar, la serena resignación de los que han
sido vencidos... hallamos un espectáculo complejísimamente armónico,
intensamente humano, siempre abierto a las sorpresas. Es un drama sin palabras,
elaborado sólo con esfuerzo, movimientos y sudor, en el que cada cual juega su
papel pero puede originar algo nuevo. Una competición de atletismo es uno de los
más sorprendentes espectáculos estéticos con que se puede topar el hombre de hoy.
Basta con que, al margen de las marcas —las cuales también tienen su emoción y
valor—, el espectador sepa ver y admirar. Quizá sea todavía, por desgracia, un
espectáculo para minorías. Aunque no precisamente para minorías sofisticadas, por
muy exquisitas y cultivadas que ellas se auto designen. El hombre que con su cuerpo
es capaz de correr, saltar y lanzar y, mediante ello, es capaz de expresarse a sí
mismo en su afán de superación, de control, de aspiración, ha convertido estos actos
primitivos, primero en juego creador, después en competición y posteriormente,
aunque sin pretenderlo, en espectáculo estético. Esta es la raíz de cierta
superioridad del atletismo como espectáculo sobre algunos deportes artificiales: su
permanente naturalidad.

Esta característica se da también en otras modalidades como la lucha, el boxeo,


la equitación, el remo, el piragüismo, la vela, el montañismo. En general, éstos y
otros parecidos deportes tienen la ventaja de la naturalidad sobre el artificio.

Lejos de toda pretensión de exponer listas y comentarios acerca de estos


deportes, no se puede resistir del todo la tentación de alguna expansión admirativa
referente a alguno de ellos, precisamente porque en su intrínseco valor estético está
su capacidad educativa.

103
Sobre equitación, por ejemplo, se han escrito muchas y nobles páginas. La
compenetración de hombre y caballo, tan usada en la tradición bélica, ha servido
también para crear juegos nobles y espectáculo. El hombre gobernante de sí mismo
y de otro animal, reinstaurada entre ambos una relación antigua, ejemplar, parece
convertir la naturaleza del bruto en prolongación neurológica de sí mismo. Hombre y
animal en unidad de acción, con reflejos condicionados fusionados, repiten el viejo
uso de la historia, pero no como mero objeto utilitario para trabajar o para guerrear,
sino para ejecutar destrezas y crear asombros. En el juego unísono de hombre y
caballo se ofrece una síntesis, una decantación del diálogo entre el hombre y lo más
noble y perfeccionado de la Naturaleza, el animal superior. Hay señorío del hombre
sobre esta alta naturaleza, pero hay también obsequio del hombre a ella, respetuoso
acercamiento; estudio y compenetración afectiva. El deporte del jinete sobre el
caballo intentando logros superiores constituye, aparte de todos los valores de
autocontrol, esfuerzo, perseverancia, etc., una lección de respeto y arte a la vez.
Como el jinete mima y exige al animal, así el hombre científico, la ciencia, debe exigir
y penetrar en la naturaleza, pero respetándola, mimándola. Así debe incluso el
hombre comportarse con el hombre, con la sociedad. El juego deportivo jinete-
caballo es una bella lección de esforzada, inteligente, exigente, comprensiva y
respetuosa humanidad.

Quisiera que la persona que haya leído las páginas anteriores referentes a la
cloaca hubiese tenido la benevolencia de llegar hasta aquí. De esta manera no se
formará una idea parcial de mi opinión sobre el espectáculo deportivo. Esta
valoración estética del deporte-espectáculo está menos estudiada, poco divulgada.
Y, sin embargo, es una dimensión real, llena de posibilidades pedagógicas.

El espectáculo deportivo como canalización instintiva cumple una función


importante. Pero no se puede ignorar la trascendencia que éste puede adquirir por la
vía cultural, en orden a la creación de unos valores positivos, cuyos alcances no
están todavía medidos.

104
El estudio y la consiguiente divulgación de esta manera de entender el
espectáculo deportivo están en gran parte en manos de los profesionales de la
información. Indudablemente resulta más sensacionalista descubrir violencias,
publicarlas, estimular las rivalidades de grupos locales, regionales, nacionales,
valorar exclusivamente los resultados, incitar al triunfo por el triunfo, aunque éste sea
conseguido de cualquier manera. La valoración estética del espectáculo deportivo
exige, en primer lugar, unos profesionales capacitados ellos mismos para captarlo y
entenderlo y, en segundo lugar, la decisión de elegir una vía menos fácil y menos
ruidosa para realizar la información deportiva. Entrevistar a un futbolista famoso
acerca de si le apretaban las botas y si cree que va a ganar en el próximo partido es
inmensamente fácil. Enfocar la entrevista, quizá con un deportista no tan famoso,
pero capaz de pensar y hablar hacia valores humanos, estéticos de su actividad
deportiva, no lo es tanto. Azuzar a un público hacia las simples apetencias primitivas
del triunfo es una tarea vulgar que no exige relieve profesional; intentar descubrir a
ese mismo público los valores humanos, sociales que existen en su afición favorita,
pide hombres exigentemente formados y dotados de un sentido de responsabilidad
social. El informador deportivo no sólo ha de responder a lo que el pueblo pide —
cosa que indudablemente debe respetar— sino que ha de informar al pueblo acerca
de valores que están latentes en sus aficiones y que quizá aún no haya descubierto.
Esta es una de las funciones de la «educación permanente», una de cuyas parcelas
compete al informador deportivo. Esta educación permanente no tiene por qué estar
alejada de un suceso tan extendido y tan constante en el mundo de nuestro tiempo
como el espectáculo deportivo.

Volviendo por pasiva la observación hecha unas páginas atrás, no basta con
«echar» de comer al sector más ignorante del pueblo las bellotas que él pide
espontáneamente —cosa a la que se limitan ciertos informadores—. Hay que
enseñarle a saborear otros alimentos, otros manjares que, después de haberlos
digerido, terminarán incorporándolos a su dieta habitual y reclamándolos. Hay que
dar al pueblo lo que pide, sí, pero después de haber cumplido la certera obligación
de informarle honestamente y educarle. En esta línea de acción cultural-educativa,

105
coinciden todos los tratadistas de la agresión, tanto los defensores de la teoría
instintiva como los del aprendizaje. El hombre de esta sociedad agresiva necesita
valores culturales y cívicos para ir superando su agresividad. Es importante descubrir
algunos de estos valores en los mismos hábitos y aficiones que espontáneamente
practica y vive. Esta es una de las grandes y más urgentes tareas en el estudio serio
y desestereotipado del deporte.

A través del espectáculo deportivo, junto a los valores estéticos que hemos
apuntado, puede el hombre aprender a valorar las realizaciones de otros países —
«internacionalismo»—, a respetar las instituciones deportivas —aspecto parcial de un
ámbito más general de «institucionalización» social—, a reconocer los valores
humanos decantados en un campeón —hombre eminente en una faceta de la vida—,
a respetar a unos profesionales que se entregan con pasión y responsabilidad a su
trabajo —ejemplaridad en el profesionalismo—, etc. Respeto, buen sentido,
reconocimiento, valoración de la belleza... He aquí una serie de posibilidades
educativas, de valores robustecedores de la persona superior que pueden ser
aprovechadas en una buena planificación del espectáculo deportivo. No se trata de
lucubraciones puramente teóricas ni utópicas. Se dan ahí, en ese espectáculo
contemplado desde la grada; se derrocha y se repite; millares de veces a la semana,
y, por desgracia, millares de veces se desperdicia.

Pero, con todo, su realización concreta, su aprovechamiento, no será


fácilmente logrado sin grandes esfuerzos. A esta zona intermedia entre la pura
lucubración y la acción práctica apuntan generalmente los slogans programáticos, las
declaraciones, las soflamas que generalmente son emitidos para exhortar a una
educación de la persona que vaya superando sus hábitos agresivos.

Es desolador comprobar cómo un hecho social de tan vasta dimensión cual es


este espectáculo deportivo de nuestro tiempo, que llena diariamente tanto espacio y
tiempo informativo de todos los países del mundo, está todavía tan poco seriamente
estudiado en su dimensión cultural. Se ha tratado mucho más —tampoco lo

106
bastante— la dimensión cultural, la capacidad formativa del deporte «praxis». Pero el
espectáculo deportivo conoce fáciles y estereotipadas críticas, pocos trabajos serios
y casi ninguna orientación relativa a su posibilidad cultural.

De cara al conflicto de la agresión en el deporte es éste un campo de


posibilidades casi vírgenes. Con todos sus riesgos de masificación de primitivización,
ahí está este espectáculo como realidad estética, como procedimiento estructurable
de entendimiento por parte de diversas colectividades, como institucionalización
coherente y cohesiva, como lugar común de convivencia, como igualación de
vivencias, etcétera. El espectáculo deportivo puede ingresar de lleno en la línea de
las programaciones cultivadoras que preconizan unos y otros para ir desarraigando
del ser humano los comportamientos de primitiva agresividad. En este avasallador
hábito de nuestro tiempo, tan «masificador», «primitivo», «infantilizante»,
«alienante», «ensordecedor», «embrutecedor»... se albergan enormes posibilidades
de cultivo humano superior, de promoción del respeto mutuo, de aprendizaje a la
convivencia y al descubrimiento de los otros...

Existe un hecho que con frecuencia olvidan los detractores y que igualmente
puede pasar por alto a los panegiristas: el deporte en general, y en concreto el
espectáculo deportivo, es producto de una sociedad. Es parte constitutiva de esa
sociedad. No puede ser vituperado como agente maleador de la sociedad siendo la
sociedad misma; ni se le puede ofrecer ingenuamente como remedio de algo de que
él mismo está constituido. El gran deporte de nuestro tiempo es algo constitutivo de
nuestro tiempo: malo y bueno con la maldición y la bendición de su propia época. El
deporte de hoy es sociedad de hoy. La agresividad en el deporte no puede
despojarse de las provocaciones generales de la época. La violencia, y en general
todo tipo de manifestación agresiva, está positivamente relacionada con ciertos
caracteres sociales, tales como la superpoblación, el desorden social, el
agigantamiento urbano, la inseguridad personal y social en general. Así, por ejemplo,
C. M. White deduce tras la anteriormente citada investigación:

107
La necesidad de éxito en el resultado deportivo está relacionada con el grado de
inseguridad de la estructura social de la comunidad donde se juega el partido. Las
manifestaciones de violencia tipificadas en mis análisis como ejemplos de la violencia
«moderna» están de acuerdo con el análisis de Tilly de la violencia colectiva
moderna que se engendra bajo el ímpetu de la industrialización, la urbanización, el
crecimiento de la población, la migración rápida de las regiones rurales a las
urbanas, y las asociaciones económicas y políticas persistentes (221bis).

«Cuando examinamos las incidencias de la violencia destructiva y la lucha en


nuestra sociedad —añade por su parte J. P. Scott— hallamos que está asociada a la
desorganización social de diverso tipo» (190). Y Lüschen: «La agresividad deriva en
última instancia de unas realidades estructurales sociales» (136).

La agresivotropía animal desencadenada por el amontonamiento es una


convicción comprobada desde los niveles experimentales con las ratas de Calhoun
hasta las prospecciones macrosociológicas. Se varía de la lucha abierta al comando
secreto, del asalto armado a la amenaza unánime, de la guerra fría al secuestro.
Según las circunstancias y hallazgos técnicos, la violencia adopta formas
cambiantes, pero actúa tanto más cuanto el hacinamiento es más denso, salvada la
observación de Genovés acerca de la naturaleza circundante.

El deporte inmerso en esas grandes aglomeraciones urbanas, parte


constituyente de ellas, usado incluso muchas veces como una de sus argamasas
sustentadoras, no puede dejar de ser agresivo.

Esta agresividad se ve incrementada por la inseguridad.

No le toca al deporte ni a sus estructuras' ni a sus dirigentes resolver los


problemas del hacinamiento urbano. Es responsabilidad de urbanistas, sociólogos,
políticos... Ni eliminar la angustiosa inseguridad que siente el hombre con la
amenaza de una guerra atómica, de una destrucción global. Es asunto de políticos,

108
de estadistas, de diplomáticos, de las grandes organizaciones internacionales... Ni
eliminar las injusticias que hay en el mundo, máxima fuente de frustración. Es tarea
de gobernantes, de sociólogos, de juristas, de los grandes estados...

El deporte-espectáculo convive con todo ello. Es producido por el mismo


hombre que a estas alturas de la historia vive inmerso en estas realidades. Un
hombre evidentemente angustiado. Por ello, más por su vieja historia litigante, más
acaso por su raíz ancestral, es agresivo. El hombre, aparte de que traiga o no
agresividad en sus genes, se instala, nada más hacer, en una circunstancia agresiva.

Precisamente las demandas estructurales de esta sociedad contemporánea


presionaron en esa actividad humana llamada deporte —primordialmente actividad—
para elevarla a la actual categoría de gran espectáculo. Es esta sociedad nuestra,
insegura, amontonada, llena de evideces y sensacionalismos, la que ha convertido el
deporte-juego, el deporte-actividad en gran deporte-espectáculo sobre el que, a su
vez, han caído todas las características agresivas, litigantes de nuestro tiempo.

Si se llegase un día a comprobar que el espectáculo deportivo es pernicioso y,


consecuentemente, se le hiciese desaparecer, la sociedad —si sigue tal como es
actualmente— se inventaría otro ámbito, otra moda sobre la que volcar estas
incoercibles apetencias que hoy descarga en los estadios. Es fácil elaborar
programas teóricos. Realizaciones prácticas... ya son harina de otro costal. Al
verdadero socio-educador no le preocupa tanto deslumbrar con unas teorías acerca
de los errores de nuestros «urbanizamientos», cuanto descubrir los medios de
tornarlos habitables, menos contaminados, más humanos. Como con las grandes
urbes y con los poderosos tinglados industriales hay que hacer con el deporte. Ver
cómo puede ser mejorado. Para ello es menester, con toda honestidad, incrementar
los esfuerzos de conocimiento, esforzarse por saber qué es, cómo se ha
estructurado en su forma actual, qué errores se cometen para intentar disminuirlos y
qué valores posee para promoverlos. En esta situación está el deporte-espectáculo;
ocupando una gran parcela de la sociedad de nuestro tiempo, arrastrando con

109
automatismo a grandes masas; por ello discutido, vituperado. Pero en el fondo
desconocido. El espectáculo deportivo es quizá la criatura más voluminosa y más
disputada de nuestro tiempo, la más usada y explotada —dejando a un lado el
petróleo y las fuentes de energía— y, al mismo tiempo, la más ignorada. La
desconocen sus propios protagonistas y seguidores, y también sus detractores. Es
triste que esto suceda a los primeros, pero es además injusto que ello ocurra también
a los últimos. Porque si es lamentable que se aprecie una cosa que se desconoce,
es intolerable que se la critique.

De todas formas, si del cultivo de la poesía, de la música, de la ciencia, puede


afirmarse, siguiendo la unanimidad de los educadores, que se derivan actitudes y
valoraciones culturales directa y activamente participantes en un desarraigo del
hábito agresivo, no se puede afirmar lo mismo, y mucho menos con unanimidad,
acerca de los espectáculos deportivos. Existen en ellos valores culturales, se pueden
ejercer mediante ellos acciones elevadoras, pero el espectáculo deportivo es una
entidad que se sustenta sobre las situaciones masivas, con todas las características
pendulares y primitivas de las masas.

Por consiguiente, sin desdecirme en nada de las páginas que anteceden, no es


a nivel de cultura superior como hay que valorar sobre todo al espectáculo deportivo,
sino a nivel de conducta primitiva, casi de conducta mecanizada. Por eso es
especialmente fascinante la concreta y tremenda realidad de esos mecanismos de
defensa (o de adaptación del yo) que el ciudadano medio de nuestro tiempo, la
inmensa mayoría de nosotros los hombres, podemos hallar en el espectáculo
deportivo. Desplazamiento, proyección, identificación... y otros que podríamos
igualmente describir, sin conductas semiautomáticas, sutiles modos de evasión y
hallazgo, cargados de concretas soluciones —aunque elementales y vulgares— para
el complicado problema de la agresión humana. «Soy consciente —dice F. Hácker—
de que lo que no sea una propuesta de soluciones prácticas y concretas para unos
problemas concretos y reales se convierte, si no en una abstracción, en simple
retórica y en un sermoneo» (92).

110
Eso es lo que hay que evitar por encima de todo. Si a alguien le huelen a
sermoneo las últimas páginas que preceden, que prescinda de ellas. Teoría, sí; eso
es lo que modestamente se intenta y se seguirá intentando. Pero teoría legitimada en
la sinceridad de los planteamientos y en la búsqueda esforzada de los hallazgos y los
datos abiertos. No una teoría lucubrante, apriorística y retórica. La verdadera teoría
es lo más opuesto a la retórica. Es ésta, la retórica, lo que se vitupera cuando se
rechaza a alguien diciendo con tono despectivo: «es un teórico». Nuestra época
precisamente se resiente de la falta de teóricos que capten el arsenal de hallazgos
científicos y estructuren de nuevo al hombre la visión del cosmos y del hombre
mismo. Por eso, por si acaso nos hemos despegado un tanto del palpo de la
realidad, cerramos este capítulo del espíritu deportivo en cuanto sea posible entidad
educativa. Sea el más corto por ser el más inconcreto, el menos sujeto a
comprobación. Aunque no deje de ser apasionante.

1
V. el capítulo «Breve notificación histórica» de la obra El deporte en la sociedad
actual, Cagigal, J. M., Ma., 1975, serie RTV.
2
V. en Cáp. «Psicología de las masas» (J. M. Cagigal, Hombres y deporte, 1957, pp.
149 y ss.) una comparación entre masa y público.

111
CAPITULO IV

112
DEPORTE Y OCIO EN EL PROCESO DE LA CIVILIZACIÓN.
Selección de Textos.
Elías Norbert / Dunning Eric (1992).
Dinámica del Deporte Moderno.
Fondo de Cultura Económica, Sucursal España.
Pág. 113 - 142

113
LA DINÁMICA DEL DEPORTE MODERNO: NOTAS SOBRE LA
BÚSQUEDA DE TRIUNFOS Y LA IMPORTANCIA
SOCIAL DEL DEPORTE.

Eric Dunning

INTRODUCCIÓN

EL TEMA DE este ensayo es lo que para mí constituye la tendencia dominante


en todo el mundo dentro del deporte moderno: la tendencia, en todos los niveles de
participación pero de forma más patente en el deporte de alto nivel, hacia una
creciente competitividad, seriedad en la participación y búsqueda de triunfos.1 Dicho
con otras palabras, la tendencia a que me refiero implica la erosión gradual pero
aparentemente inexorable de las actitudes, valores y estructuras del deporte como
«afición» y su correlativa sustitución por las actitudes, valores y estructuras
«profesionales», sea cual sea el sentido de este término. Vista desde otro ángulo
más, se trata de la tendencia del deporte, en todos los países de mundo, a dejar de
ser una institución marginal y escasamente valorada para convertirse en otra central
y merecedora de un valor mucho más alto, institución que para muchos parece tener
importancia religiosa o quasi-religiosa, en el sentido de que se ha transformado en
una de las principales, si es que no en la principal fuente de identificación, significado
y gratificación en sus vidas.

Oposiciones a esta tendencia las ha habido varias veces en Gran Bretaña, la


más notable de las cuales quizá haya sido el esfuerzo que desde fines del siglo XIX
se ha venido realizando por mantener el rugby como un deporte de aficionados,
centrado en el jugador, basado en la organización voluntaria y en un marco informal
de partidos «amistosos», es decir, como un deporte en el que las reglas están
destinadas a garantizar el placer de los jugadores más que el de los espectadores,
en el que la organización de los clubes, a nivel regional y nacional, es entendida
como un pasatiempo no remunerado, y en el que no hay estructura de competición

114
formal, de «copas» ni «ligas». No obstante, el intento por conservar tal estructura ha
fracasado de forma manifiesta. Pese a los extenuantes esfuerzos por parte de los
grupos de gobierno del juego, ahora se juegan partidos del más alto nivel ante
multitudes y se han introducido diversas reglas orientadas hacia el espectador. Los
clubes también compiten anualmente por la Copa John Player así como por otras de
rango local, y existe un sistema de «tablas de méritos» que son ligas en todo menos
en el nombre. Por si esto fuese poco, el órgano de control nacional, la Rugby
Football Unión, y muchos clubes importantes dependen financieramente de los
ingresos obtenidos por los asistentes a los partidos y de patrocinadores de marcas
comerciales. La RFU da trabajo además a varias personas con carácter fijo y existen
repetidos rumores de que algunos jugadores reciben un salario. En resumen, en éste
como en otros casos, la oposición ha sido vencida, lo cual conduce a pensar que la
tendencia hacia una seriedad y competitividad mayores o, alternativamente, hacia el
«des-aficionismo» del deporte, es un proceso social imparable2.

Pero tal afirmación no significa que la resistencia haya desaparecido por


completo. Los conflictos acerca del deporte orientado hacia el juego, el depone de
afición versus el deporte orientado hacia el logro de éxitos, las formas y
concepciones profesionales del deporte, continúan en el rugby y en los demás
juegos, lo cual da fe de que este proceso no es sólo cosa del pasado. Además,
aparte de ser imparable y constante, este proceso era, y es, fuente de conflictos, por
lo cual constituye un ejemplo de lo que Elías llamaría un proceso social a largo plazo
«ciego» o «no planificado»3. Es decir, que no es el resultado de los actos
intencionados de un individuo o grupo aislado, sino más bien el resultado impensado
de la trama de acciones volitivas de los miembros de varios grupos interdependientes
a lo largo de varias generaciones.

Lo que me propongo en este trabajo es esbozar una explicación socio genética


de este proceso a largo plazo, es decir, explicar de qué manera fue y continúa siendo
generado social o estructuralmente. Esto significa, desde el lado positivo, que
buscaré una explicación en términos de la estructura y la dinámica inmanente en la

115
relaciones sociales per se y, desde el lado negativo, que evadiré tres clases de
explicaciones sociológicas muy comunes, que son: 1) las explicaciones sobre la base
de principios psicológicos o «de acción», que hacen caso omiso de las pautas de
interdependencia dentro de la cual viven los seres humanos; 2) las explicaciones
basadas en ideas y creencias conceptualmente tratadas como «flotantes a la
deriva», es decir, que no toman en cuenta el marco social en el que las ideas
siempre se desarrollan y se expresan; y 3) las explicaciones basadas en fuerzas
sociales abstractas e impersonales —las fuerzas «económicas» por ejemplo— que
son reificadas y consideradas con existencia independiente de los seres humanos
interdependientes que las generan. A fin de cumplir mi objetivo, emplearé el método
«figuracional» desarrollado por Elias4 y, para ilustrar lo que éste significa, comenzaré
con una reseña del artículo sobre la «Dinámica de los grupos deportivos» que Elías y
yo publicamos en 1966.

LA «DINÁMICA DE LOS GRUPOS DEPORTIVOS»: UNA BREVE


RESEÑA

El argumento central de este artículo es que los grupos deportivos son


figuraciones sociales y que la mejor forma de conceptuar su dinámica es verla como
un equilibrio de tensiones entre opuestos en todo un complejo de polaridades
interdependientes. Esto quiere decir que, visto socio lógicamente, un deporte o juego
es una «estructura» o «patrón» formado por un grupo de seres humanos
interdependientes. Esta estructura, patrón o, más exactamente, figuración
comprende: 1) los dos individuos o equipos que cooperan entre sí en rivalidad más o
menos amistosa; 2) agentes de control tales como los árbitros o jueces de línea; y 3)
a veces, pero no siempre, un número mayor o menor de espectadores. No obstante,
la figuración inmediata formada por quienes participan directamente en el juego y
están presentes en él forma parte de una figuración más amplia constituida, en un
nivel, por las organizaciones de los clubes que seleccionan a los equipos y son
responsables de asuntos tales como proporcionar y mantener las instalaciones
donde se juega y, en otro, por los órganos directivos y administrativos que formulan

116
las reglas, certifican y designan a los oficiales que ejercerán el control, y organizan el
marco global de la competición. Esta figuración forma parte, a su vez, de la figuración
aún mayor constituida por los miembros de la sociedad en su conjunto y, a su vez,
también la figuración societal existe en un marco internacional. En pocas palabras:
los deportes y los juegos son figuraciones sociales que están organizadas y
controladas y que asimismo la gente presencia y juega. Además, no están
desligadas de lo social ni flotan libremente, sin relación con la estructura más amplia
de interdependencias sociales, sino que van entrelazadas, a menudo
inextricablemente, con el tejido de la sociedad en general y, a través de éste, con la
estructura de las interdependencias internacionales.

El concepto de la dinámica de los grupos deportivos alude a los juegos como


procesos, es decir, al patrón fluido y cambiante formado, como si dijéramos en
«cuerpo y alma», por los participantes interdependientes mientras dura el juego. Se
trata de un patrón que ellos forman con todo su ser, es decir, intelectual y
emocionalmente, no sólo físicamente. El concepto «equilibrio de tensiones» se basa
en una analogía orgánica. Así, igual que la motilidad de un miembro animal depende
de la tensión contenida entre dos grupos de músculos en equilibrio y sin embargo
antagonistas, del mismo modo, sugeríamos nosotros, el proceso de juego depende
de la tensión entre dos jugadores o grupos de jugadores simultáneamente
antagonistas e interdependientes que se mantienen el uno al otro en equilibrio. Y la
mejor forma de conceptuar este equilibrio de tensiones es concebirlo como un
equilibrio entre los contrarios de todo un complejo de polaridades interdependientes.
Entre éstas —y sin la intención de proporcionar una lista exhaustiva— señalamos las
siguientes:

1) polaridad global entre dos equipos opuestos;

2) polaridad entre ataque y defensa;

3) polaridad entre cooperación y tensión entre los dos equipos;

117
4) polaridad entre cooperación y competición dentro de cada equipo;

5) polaridad entre el control externo sobre los jugadores en varios niveles (por
ejemplo, por los directivos, capitanes, compañeros de equipo, árbitros, jueces de
línea, espectadores, etc.) y el control flexible que cada jugador ejerce sobre sí
mismo;

6) polaridad entre la identificación afectiva con el contrario y la rivalidad hostil hacia


él;

7) polaridad entre el placer en la agresión que experimentan los jugadores


individualmente y la restricción impuesta sobre ese placer por el patrón de juego;

8) polaridad entre la elasticidad y la rigidez de las reglas.

Presentábamos la hipótesis de que es el equilibrio de tensiones entre estas


polaridades interdependientes lo que determina el «tono» del juego, es decir, el
hecho de que éste resulte emocionante o monótono, o bien que no pase de ser un
«remedo de batalla» o estalle en un combate serio. Implícita asimismo en nuestra
conceptualización, está la idea de que tal equilibrio de tensiones es consecuencia, en
parte, de la dinámica relativamente autónoma de las figuraciones concretas del juego
y, en parte, del modo en que tales figuraciones se articulan en la estructura mayor de
las interdependencias sociales.

Considerando mi actual objetivo, debe bastar con lo dicho para ilustrar mi


esquema conceptual. Creo que éste continúa siendo provechoso, aunque, en
retrospectiva, observo con asombro que dependía parcialmente de ideas
preestablecidas derivadas de una concepción del deporte como afición, es decir, de
lo que Elías consideraría una «evaluación heterónoma»5. Tales ideas, si bien no nos
desviaron del camino, creo que limitaron nuestra visión y nos impidieron desarrollar

118
más el análisis al menos en un aspecto importante. Para mostrar cómo ocurrió esto,
es necesario primero recordar qué pretendíamos al escribir sobre la dinámica de los
grupos deportivos. Con nuestro ensayo no esperábamos simplemente aportar algo a
la sociología del deporte, sino que más bien queríamos sugerir a los sociólogos en
términos generales que los grupos deportivos pueden servir para ilustrar, primero, el
peligro en que se incurre al tratar conflicto y consenso como dicotomías crudamente
opuestas y, segundo, el peligro de caer en la falacia ideológica al conceptuar la
dinámica de grupos, atribuyendo «propósitos» a construcciones sociales reificadas.
Fue al debatir sobre tales temas cuando se manifestó claramente nuestra
dependencia de los valores del aficionismo. Por esa razón, en un párrafo en que
contrastábamos los grupos deportivos con las asociaciones industriales,
administrativas y de otros tipos implicadas en lo que generalmente se considera los
asuntos «serios» de la vida, escribimos que el «propósito» de los grupos deportivos,
«si es que tienen alguno, es proporcionar placer a la gente»6 y pasábamos luego a
mencionar, como otras metas o fines de la gente implicada en los grupos deportivos,
la búsqueda de premios o recompensas de tipo económico o de status y la emoción
de los espectadores. Pero no analizamos el hecho de que estos objetivos entrañan
diferentes formas de valencia, es decir de lazos o, dicho de forma más simple, de
relaciones entre el grupo que interviene en el juego de manera inmediata y otros
grupos. Por tanto, la búsqueda del placer es, en resumen, egocéntrica, dirigida a uno
mismo, mientras que la búsqueda de recompensa y de emoción para los
espectadores va dirigida a los otros. Esto sugiere tres cosas: 1) que estos objetivos
surgen como meta principal del deporte dentro de diferentes patrones de
interdependencia; 2) que, en determinadas circunstancias, pueden ser incompatibles
entre sí y provocar, por tanto, tensión y conflicto; y 3) que la lista de polaridades
interdependientes que intervienen en la dinámica de los grupos deportivos puede
ampliarse al menos con estas dos: a) la polaridad entre los intereses de los jugadores
y los intereses de los espectadores; y b) la polaridad entre «seriedad» y «juego».

Como espero demostrar, estas dos polaridades están íntimamente


interrelacionadas. Son decisivas también en el sentido de que tienen efectos

119
ramificadores en las demás polaridades interdependientes que actúan en la dinámica
de los juegos. Así, cuando los jugadores participen seriamente en un juego, se
elevará el nivel de tensión y, en determinado momento, aumentará probablemente la
incidencia de la rivalidad hostil tanto dentro de los equipos como entre ellos; es decir,
el juego se transformará probablemente, dejando de ser un combate fingido para
convertirse en uno «real» y los jugadores tenderán a transgredir las reglas, a jugar de
manera «sucia» o desleal. O, en la medida en que los espectadores se identifiquen
seriamente con sus equipos favoritos, será menor la posibilidad de que contemplen
la derrota en forma ecuánime y mayor la de que realicen actos tendentes a modificar
el resultado del encuentro. Una vez más, llegados a cierto punto, pueden incluso
invadir el terreno de juego con la intención de que se suspenda el partido.

ALGUNAS TEORÍAS DEL DEPORTE MODERNO: UNA BREVE


CRÍTICA

La polaridad entre los intereses de los jugadores y los de los espectadores así
como la que existe entre «seriedad» y «juego» ya han sido tema de intentos de
elaboración de teorías en la sociología del deporte, el más notable de los cuales,
desde el punto de vista histérico-filosófico, ha sido el de Huizinga7; desde el punto de
vista de la interacción simbólica, el de Stone8; y desde el punto de vista marxista, el
de Rigauer9. A su manera, cada uno de estos autores arguye que en el deporte
moderno se ha rebasado el punto de equilibrio entre estas polaridades, y espero que
un repaso crítico de lo que ellos escribieron proporcione una base para demostrar la
superioridad del enfoque figuracional de Elías como medio para poder realizar un
análisis «adecuado al objeto» de lo que constituye una corriente central en el deporte
moderno, es decir, un análisis que explique esta tendencia simplemente como lo que
es, sin encajes ni distorsiones ideológicas.

El argumento principal de Huizinga es que hasta el siglo XIX las sociedades


occidentales mantenían el equilibrio entre las polaridades de seriedad y juego pero

120
que, con la industrialización, el desarrollo de la ciencia y los movimientos sociales
igualitarios, la seriedad comenzó a ganar terreno. A primera vista, el hecho de que el
siglo XIX presenciase el desarrollo a gran escala de los deportes parecería
contradecir su tesis, pero Huizinga arguye que, al contrario, la confirma, toda vez que
en los deportes modernos «el viejo factor del juego ha sufrido una atrofia casi
completa». Como parte del declive del elemento lúdico en la civilización moderna en
general, los deportes han experimentado lo que él denomina «un fatal giro hacia la
superseriedad». La distinción entre aficionados y profesionales es, en su opinión, la
señal más clara de esta tendencia, la cual se debe a que los profesionales carecen
de «espontaneidad y descuido» y ya no juegan verdaderamente, mientras que, al
mismo tiempo, su actuación es superior, haciendo que los aficionados se sientan
inferiores y traten de emularlos. Entre ambos, según Huizinga, estos dos grupos

Empujan cada vez más al deporte fuera del ámbito del juego propiamente dicho,
hasta que éste se convierte en algo sui generis, ni lúdico ni formal. En la vida
social moderna, el deporte ocupa un lugar paralelo e independiente del proceso
cultural [...] se ha vuelto profano, «impío» en todos los sentidos, y sin relación
orgánica con la estructura de la sociedad, mucho menos cuando está prescrito
por el gobierno [...] Por muy importante que sea para los jugadores o
espectadores, no deja de ser estéril10.

Pero, aparte de relacionar el deporte descriptivamente con una tendencia


general y señalar lo que él consideraba los efectos destructivos de la interacción
entre aficionados y profesionales, Huizinga no se ocupó de la dinámica, el socio
génesis de esa supuesta tendencia hacia la «esterilidad», la «superseriedad» y la
«impiedad» del deporte moderno. Esta cuestión es abordada más satisfactoriamente
por Stone, quien modifica los argumentos de Huizinga sugiriendo que los deportes
modernos están sometidos a una doble dinámica, resultado, en parte, de la manera
en que se ven atrapados en las «luchas, tensiones, ambivalencias y anomalías» de
la sociedad en general y, en parte también, debido a ciertas características de su
estructura. Sólo el último aspecto de su análisis nos interesa aquí.

121
«Todos los deportes —alega Stone—están afectados por los antinómicos principios
de juego y exhibición», es decir, están orientados a proporcionar satisfacción bien a
los jugadores, bien a los espectadores. Pero la «exhibición» realizada para los
espectadores destruye, según Stone, la naturaleza lúdica del deporte. Siempre que
un gran número de espectadores asiste a un acontecimiento deportivo, éste se
transforma en espectáculo, en un juego para los espectadores, no para los
participantes directos. Los intereses de aquéllos predominan sobre los intereses de
éstos. El placer de jugar queda subordinado a la realización de jugadas que agraden
a las masas. El deporte comienza a perder su incertidumbre, su espontaneidad y su
capacidad de innovación lúdica y se convierte en una especie de ritual, predecible y
aun predeterminado en cuanto al resultado final.

El análisis de Rigauer depende sobremanera de los postulados marxistas sobre


la naturaleza explotadora del trabajo en las sociedades capitalistas, categoría que él
hace extensiva a sociedades como la de la Unión Soviética, presumiblemente por
considerarlas un capitalismo o socialismo «de Estado» y no diferentes, en esencia,
de las sociedades capitalistas del tipo más puro. Según él, el deporte moderno es un
producto «burgués», una recreación practicada inicialmente por miembros de la clase
dominante para su propio placer. A ellos les servía como contrapeso del trabajo pero,
debido al aumento de la industrialización y a la difusión cada vez mayor del deporte
hacia abajo en la escala social, ha llegado a adquirir unas características semejantes
a las del trabajo. Por consiguiente, al igual que ha ocurrido con diversos tipos de
trabajo en las sociedades industrializadas, el deporte —plantea Rigauer— se está
caracterizando cada vez más por la búsqueda de éxitos. Esto se ve en la tendencia a
batir marcas, en las horas de entrenamiento agotador invertidas en ese fin y en la
aplicación de métodos científicos con tal de mejorar la actuación de los deportistas.
Además, algunas técnicas de entrenamiento por «fases» y «circuitos» reproducen el
carácter enajenante y deshumanizador de la producción en cadena. Incluso en los
deportes «individuales» el papel del deportista se está reduciendo a una parte de
toda una constelación de entrenadores, directivos y médicos, tendencia doblemente

122
manifiesta en los deportes de equipo, en los que el moderno deportista se ve
obligado a encajar en una división fija del trabajo y a satisfacer las demandas de un
plan táctico ya prescrito. Individualmente, poco puede hacer él para diseñar ese plan.

Consecuentemente, queda reducido su margen de iniciativa. Esto es incluso


más cierto en el caso de los administradores deportivos ya que, cada vez más son
funcionarios de jornada completa y no deportistas quienes toman las decisiones
sobre lo que hay que hacer. El resultado, concluye Rigauer, es la constante
restricción en la toma de decisiones individuales y el dominio de la mayoría por una
élite burocrática.

De este diagnóstico se desprende que el deporte cada vez servirá menos para
proporcionar alivio de las tensiones del trabajo. Rigauer arguye que se ha vuelto
exigente, orientado hacia el éxito y enajenante. Aún perdura la creencia de que
funciona como contrapeso del trabajo, pero esto es una «ideología encubridora» para
ocultar a los participantes su verdadera función, que no es otra que la de reforzar en
la esfera recreativa la ética del trabajo duro, el éxito y la lealtad de grupo necesaria
para el funcionamiento de una sociedad industrial avanzada. En este sentido, según
Rigauer, el deporte contribuye a mantener el statu quo f a reforzar el dominio de la
clase gobernante.

A primera vista, estos tres diagnósticos —que el deporte se está volviendo más
«serio»; que la «exhibición» está predominando y destruyendo el ingrediente
«juego»; y que el deporte cada vez se distingue menos del trabajo— parecen
descripciones adecuadas de una comente importante en el deporte moderno. Sin
embargo, en los tres análisis hay un sesgo valorativo que pone en duda su
adecuación. Cuesta creer, por ejemplo, que los deportes hayan mantenido su
popularidad, que la hayan aumentado, como de hecho ha ocurrido en todos los
países del mundo, si en ellos el factor juego se hubiese atrofiado hasta el punto en
que afirma Huizinga, o si, como alega Rigauer, se hubiesen vuelto tan enajenantes y
represivos como el trabajo, o si, para terminar, se hubiese dañado tan seriamente

123
como diría Stone el equilibrio entre exhibición y juego. Es posible, desde luego, que
en su difusión hayan intervenido factores como la obligatoriedad y/o la búsqueda de
beneficios aparte del placer personal y directo, dando en cierto modo pie a los
efectos deletéreos que produce la participación cada vez más seria. Que tales
contracorrientes niveladoras han ocurrido de hecho, queda implícito en los
argumentos presentados más adelante en este ensayo. Por el momento, es
suficiente con señalar que Huizinga, Rigauer y Stone no prestan atención a tal
posibilidad.

Por si esto fuera poco, Huizinga es un romántico que anhela una sociedad
«orgánica». También queda implícito en su análisis que la «democratización» de los
deportes sea la principal causa de su «declive». En resumen, sus palabras implican
que la creatividad y las normas morales elevadas son un campo cerrado de las élites.
Su crítica de los deportes modernos da en el blanco, sobre todo —aunque resulta
exagerada— su afirmación de que se ha producido un «giro hacia la superseriedad».
Sin embargo, aparte de relacionarla con lo que él considera una corriente cultural
general, no hace nada por estudiar la socio génesis de esta supuesta transformación
del deporte, por relacionarla sólidamente con sus fuentes sociales estructurales.

Similares consideraciones se aplican a la crítica de Rigauer, quien no hace


ningún intento por analizar empíricamente la manera en que se ha producido la
alegada correspondencia estructural entre el deporte y el trabajo. Tampoco distingue
entre formas de trabajo, formas de deporte y países diferentes en este sentido, ni
intenta determinar si son distintos o no los grupos que proponen, por una parte,
valores orientados hacia el éxito y, por la otra, valores que resalten el factor
recreativo, el placer proporcionado por el deporte. Como tampoco intenta
documentar empíricamente los cambios que, según él, han tenido lugar con el paso
del tiempo en el equilibrio entre estos valores. Rigauer simplemente pinta un cuadro
general e indiscriminado que afirma que todos los deportes en todos los países
industrializados han desarrollado características similares a las del trabajo y que, en
esa medida, sirven por tanto a los intereses gobernantes.

124
El análisis de Stone, si bien, al igual que el de Huizinga, resalta los nocivos
efectos de la democratización de los deportes, es socio lógicamente más
satisfactorio. Sin embargo, hay razones para creer que su análisis del equilibrio entre
juego y exhibición no consigue llegar al meollo del problema. Desde el punto de vista
figuracional, no se trata simplemente de la presencia o ausencia de espectadores o,
cuando éstos están presentes, de la interacción entre ellos y los jugadores sino, lo
que es más importante, de los patrones de interdependencia entre los grupos que
participan. Así, la presencia de espectadores en un acontecimiento deportivo puede
inducir a los jugadores a exhibirse pero no obligarlos a que lo hagan. El elemento
lúdico, en cualquier deporte, tenderá más a verse seriamente amenazado cuando los
jugadores dependan de los espectadores —o de agentes externos tales como grupos
con intereses comerciales y el Estado— para obtener beneficios económicos y de
otro tipo. En tales condiciones, sea el deporte abiertamente profesional o
nominalmente de afición, las presiones encaminadas a permitir que los intereses de
los espectadores asuman un papel importante, a hacer que el «juego» se convierta
en «espectáculo», pueden ser apremiantes.

Efectivamente, en sus respectivos exámenes del desarrollo del deporte


moderno, ni Huizinga ni Rigauer ni Stone se han ocupado satisfactoriamente de la
dinámica de ese proceso. Sus análisis son en cierto modo curiosamente
impersonales. Cada uno presenta una corriente relacionada con la industrialización,
pero todos prestan escasa o nula atención a los choques de intereses o de
ideologías de los grupos. En sus análisis —sobre todo en los de Huizinga y
Rigauer—, casi parece como si los viejos valores y formas del deporte estuvieran
desvaneciéndose sin conflicto. Que se trata de un planteamiento súper simplificado,
independientemente de sus méritos como primera aproximación a una teoría
sociológica de la corriente dominante en el deporte moderno, se verá claramente,
espero, tras realizar un análisis figuracional de dicha corriente.

125
En lo que sigue a continuación, trato de indicar que la seriedad cada vez mayor
del deporte moderno puede atribuirse en gran medida a tres procesos
interrelacionados, que son: la formación del Estado, la democratización funcional y la
difusión del deporte a través de la cada vez más dilatada red de interdependencias
internacionales. Los dos primeros, ambos entretejidos en las largas cadenas de
interdependencia, son naturalmente los procesos estructurales profundos por medio
de los cuales Elías explica principalmente la socio génesis del proceso de
civilización11.

Esto nos lleva a pensar en la posibilidad de que exista relación entre el proceso
civilizador y la tendencia, en los deportes, hacia una creciente seriedad en la
participación; esta última, por ejemplo, puede deberse en parte al hecho de que,
debido a la socialización del individuo dentro de las normas más restrictivas del
sistema moderno de interdependencias sociales, más complejo y opresivo, el
individuo moderno, más restringido y civilizado, participa en el deporte con menos
espontaneidad e inhibiciones que su antepasado, menos civilizado y con menos
limitaciones emocionales, quien vivió en un sistema de interdependencias sociales
menos complejo y opresivo. Parece razonable afirmar que esto sea así. No obstante,
aún es necesario precisar con exactitud cuáles fueron las relaciones entre la
creciente seriedad en la participación deportiva, por un lado, y la formación del
Estado, la democratización funcional y el proceso civilizador por el otro.

También queda por demostrar en qué forma estuvo relacionada esta tendencia
con la difusión internacional del deporte y cómo estos procesos estructurales
profundos pueden brindarnos una explicación de ella más satisfactoria que la
ofrecida por Huizinga, Rigauer y Stone12. De la primera de estas tareas me ocuparé
enseguida.

126
ANÁLISIS FIGURACIONAL DE LA TENDENCIA HACIA LA
CRECIENTE
SERIEDAD EN EL DEPORTE

Para poder llevar a cabo tal demostración, analizaré primero la ética del
deporte de afición e intentaré explicar socio genéticamente tanto ésta como su
disolución, es decir, la tendencia hacia la seriedad cada vez mayor que se advierte
en el deporte. Luego haré un repaso breve y general por el deporte en la Inglaterra
preindustrial a fin de demostrar por qué, en aquella figuración social, grupos de todos
los niveles en la jerarquía social pudieron tener, en equilibrio, formas de participación
deportiva «dirigidas a sí mismos» o «egocéntricas», es decir, cómo fue posible que
participaran en los deportes sólo por diversión. Luego intentaré mostrar por qué, con
el nacimiento de los Estados nacionales industrializados y urbanos, llegaron a
desarrollarse formas deportivas más «dirigidas a lo otro», más orientadas a la
búsqueda de récords, a la búsqueda de identidad y a la lucha por beneficios
económicos. Por último, analizaré lo que considero la importancia social cada vez
mayor del deporte y el papel desempeñado por su difusión internacional en este
proceso social global.

La ética del deporte como afición es la ideología deportiva dominante en la


Gran Bretaña de hoy y, creo correcto decir, en los grupos que gobiernan el deporte
en todo el mundo: por ejemplo, en el Comité Olímpico Internacional y en sus diversos
afiliados nacionales. El principal componente de esta ética es el ideal de practicar los
deportes «por diversión». Otros aspectos, tales como el hincapié en el «juego
limpio», en el acatamiento voluntario de las reglas y en la participación con fines no
pecuniarios, son esencialmente ancilares, destinados a facilitar el logro de ese
objetivo central: hacer de los torneos deportivos unas «luchas ficticias» que puedan
generar una excitación agradable. El ejemplo más remoto en el tiempo que he
encontrado de uso explícito de esta ética para criticar la tendencia hacia la creciente
seriedad en el deporte aparece en un libro de Trollope publicado en 1868:

127
Se está otorgando una importancia desmesurada a los deportes, y quienes los
practican han llegado a creer que alcanzar el éxito normal y ordinario en ellos es algo
indigno [...]. Todo esto obedece al exceso de entusiasmo que se pone en ellos, al
deseo de perseguir demasiado una meta que, para ser agradable, debería ser un
placer y no un negocio... [Ésta] es la roca contra la que posiblemente naufraguen
nuestros deportes. Si llegara a volverse irracional en su gasto, arrogante en sus
exigencias, inmoral y egoísta en sus inclinaciones o, lo que es peor, sucio y
deshonesto en su tráfico, contra él se levantará una opinión pública a la que no podrá
resistir13.

Es probable, naturalmente, que existan ejemplos anteriores, pero esta apología de


los valores del deporte de afición, con su acento en el placer como ingrediente
esencial, se produjo en una etapa temprana del desarrollo del deporte moderno,
sobre todo en una época en que el deporte profesional tal como lo conocemos hoy
apenas existía. Entonces algunos hombres se ganaban la vida precariamente como
boxeadores o jugadores de hockey y de criquet, pero el hecho de que sólo hubiera
un puñado de ellos hace pensar que la crítica de Trollope iba dirigida
fundamentalmente contra la tendencia hacia la creciente seriedad dentro del deporte
de afición o amateur. Y es posible también que uno de los objetivos principales de su
crítica fuese lo que los historiadores han denominado el «culto a los juegos en las
escuelas privadas»14, un movimiento que tuvo lugar dentro de las citadas escuelas y
que se caracterizaba por estos cinco aspectos principales: 1) la tendencia a designar
y ascender a los miembros del profesorado con base en criterios deportivos más que
académicos; 2) la selección de prefectos, es decir, de los muchachos más
destacados de la escuela, principalmente por sus habilidades deportivas; 3) la
elevación del deporte a un lugar importante, a veces predominante, en el plan de
estudios; 4) la racionalización educativa del deporte, especialmente de los juegos en
equipo, como medio de «forjar el carácter», y 5) la participación de los miembros del
claustro de profesores como organizadores y jugadores en los juegos de sus
alumnos. Es probable, desde luego, que tal movimiento surgiese sólo en las escuelas
de élite, donde estudiaban muchachos cuyo futuro profesional no dependía, en la

128
mayor parte de los casos, de una educación académica. Pero eso es menos
relevante para nuestro propósito que el hecho de que este culto a los juegos en las
escuelas privadas muestra con claridad que la tendencia a considerar cada vez más
seriamente el deporte en Gran Bretaña fue, en sus primeras etapas, un fenómeno
relacionado con el deporte de afición, no con el profesional, y que no comenzó a
cobrar importancia debido al conflicto entre aficionados y profesionales como aduce
Huizinga. De hecho, quisiera proponer la hipótesis de que la ética de afición fue
enunciada como una ideología opuesta a la tendencia hacia la creciente seriedad en
el deporte y que recibió su formulación más explícita y detallada cuando, como parte
de esa tendencia, empezaron a surgir las actuales formas del deporte profesional.

Antes del decenio de 1880, la ética del deporte de afición existía en Gran
Bretaña en un estado relativamente embrionario, es decir, era un conjunto amorfo, no
bien definido, de apreciaciones sobre las funciones del deporte y las normas que se
creían necesarias para el cumplimiento de tales funciones. No obstante, con la
amenaza planteada por la incipiente profesionalización de nuevos deportes como el
fútbol y el rugby, un proceso que comenzó en el Norte y en las Midlands y que
introdujo como organizadores, jugadores y espectadores a personas de bajo status
—provincianos pertenecientes a la clase media y obrera— en el ámbito de los
deportes que hasta entonces había sido coto exclusivo de la «élite de las escuelas
privadas», de la clase dirigente del país, la ética del deporte de afición comenzó a
cristalizar como ideología elaborada y definida15. En otras palabras, fue una acción
colectiva desarrollada por los miembros de una colectividad en oposición a los
miembros de otra a la que percibían como una amenaza tanto para su preeminencia
organizativa y lúdica como para las formas en que los miembros de aquélla
deseaban que se jugara el juego. En resumen, trato de decir que, aun cuando la élite
de las escuelas privadas solía vestir sus declaraciones con términos específicamente
deportivos, clamando que lo único que les interesaba era preservar la esencia del
deporte, su aspecto lúdico «orientado a la diversión», la hostilidad y el resentimiento
contra las otras clases y regiones por la pérdida de su antiguo dominio contribuyeron
mucho a que articulasen la ética del deporte de afición como ideología explícita.

129
Sin embargo, si estoy en lo correcto, la situación social en la que se hallaron
inmersos los miembros de esa élite cada vez se apartaba más de la realización plena
e irrefrenable del deporte dirigido al yo, orientado al placer, de modo que cuando
definieron y desplegaron la ética del deporte de afición para responder a la creciente
amenaza desde abajo, lo que intentaban era mantener formas de participación
deportiva a las que ellos creían tener derecho por ser miembros de la clase
dominante —formas que de hecho habían sido posibles para los grupos gobernantes
e incluso para los grupos subordinados en la era preindustrial— pero que ahora
resultaban cada vez más imposibles para ellos.

Este punto de vista se apoya en el hecho de que muchos de los «ultrajes»


cometidos, según la élite de las escuelas privadas, en el deporte profesional, eran al
menos igual de evidentes en el culto a los juegos de las escuelas a las que ellos
habían asistido. Un refuerzo más de esta tesis —si bien hubo excepciones
sintomáticas como el equipo de fútbol «los Corintios» 16— viene del hecho de que, en
un número creciente de deportes, la élite de las escuelas privadas se retiró a sus
propios círculos exclusivos, revelando con su miedo a ser derrotados por jugadores
profesionales, que ellos jugaban tanto por la fama de ser triunfadores como por
diversión. Como es lógico, esta corriente separatista se debió probablemente, en
parte, al hecho de que los encuentros entre equipos profesionales y aficionados
habrían sido con frecuencia desiguales y faltos de tono debido a la discrepancia en
habilidad que generalmente existe entre jugadores de tiempo completo que ejercen
su profesión y jugadores de media jornada que sólo se limitan a participar en una
actividad recreativa. Pero no acaba aquí la historia, como lo sugiere el hecho de que
surgió otra corriente separatista más entre los miembros de la élite de las escuelas
privadas dentro de las filas del deporte de afición. Es decir: no estaban dispuestos a
someterse regularmente a la posibilidad de ser vencidos por equipos de aficionados
pertenecientes a la clase obrera, de modo que prefirieron enconcharse en sus
propios círculos exclusivos; pero, al hacerlo, demostraron no sólo que tenían
prejuicios de clase sino también que participaban en el deporte seriamente y con el
fin de ganar —la meta del éxito se había adelantado en su jerarquía de valores

130
deportivos a la de participar primordialmente por la diversión—. Nuevos apoyos para
este punto de vista son proporcionados por un análisis figuracional del deporte en la
Gran Bretaña del siglo XVIII.

La figuración social general de Gran Bretaña en el siglo XVIII, de hecho todo el


patrón de interdependencias sociales en este país antes de la Revolución Industrial,
era uno en el que había relativamente pocas presiones estructurales sobre los
grupos, altos o bajos en la escala social, hacia la búsqueda del éxito y de logros, es
decir, hacia formas de participación «dirigidas a lo otro», tanto en el campo de los
deportes como en otros campos. El grado relativamente bajo de centralización por el
Estado y de unificación nacional se traducía, por ejemplo, en que los juegos
populares tradicionales, los practicados por el pueblo común, se jugaban
aisladamente por regiones y las competiciones se celebraban tradicionalmente entre
pueblos contiguos, ciudades vecinas, o entre distintos barrios de las ciudades. No
existía un marco nacional de competición, si bien la aristocracia y la gentry
constituían una excepción parcial en este aspecto. Sus miembros eran, y se veían a
sí mismos, como clases nacionales y competían nacionalmente entre ellos. En
consecuencia, se generó dentro de sus filas un cierto grado de presión competitiva
«dirigida a lo otro» en las actividades deportivas. Pero, hablando en términos
generales y también en lo concerniente al deporte, no estaban sometidos a presión
alguna ni desde arriba ni desde abajo. En aquella etapa, el nivel de formación del
Estado en el desarrollo de la sociedad británica era relativamente bajo y, realmente,
la aristocracia y la gentry «eran el Estado», es decir, que utilizaban el aparato estatal
al servicio de sus propios intereses. Ellos habían establecido la prioridad del
Parlamento sobre la monarquía y gobernaban una sociedad en la que el equilibrio de
poder entre las clases se caracterizaba por unas desigualdades enormes. En
consecuencia, nada amenazaba seriamente su posición como clase dominante. Su
firme dominio implicaba un alto grado de seguridad de su status y esto significaba, a
su vez, que los aristócratas y caballeros, por regla general, no estaban seriamente
amenazados por el contacto con miembros de las clases sociales inferiores. En
cualquier contexto, ellos sabían quién era el que mandaba, y el resto también —el

131
enorme desequilibrio de poder entre las clases condujo a pautas de deferencia de
parte de los subordinados.

Esa seguridad de status abarcó también la esfera recreativa, incluido el deporte.


La aristocracia y la gentry participaban en los juegos populares como organizadores
y como jugadores y utilizaron su influencia para crear formas profesionales de
criquet, combates de boxeo en los que el ganador recibía un premio en metálico, y
carreras de caballos. La carrera profesional de los deportistas que llegaron a serlo en
tales condiciones se basaba en la subordinación absoluta del profesional a su
patrocinador, y esta dependencia incluía hasta las posibilidades de supervivencia del
primero en poder del último. Esa clase de profesionalismo no representaba ninguna
amenaza para los intereses y valores de la clase gobernante. El deporte profesional
no era sospechoso moral ni socialmente y no había necesidad de combatir u ocultar
el hecho de que de los juegos podía obtenerse ganancia pecuniaria, ya fuese como
salario, ya como resultado de una apuesta. Por encima de todo, jugando entre ellos o
con sus asalariados, la aristocracia y la gentry podían participar en los deportes por
diversión, es decir: su posición social —el poder y la relativa autonomía de que
gozaban les permitió desarrollar formas de participación deportiva dirigidas a sí
mismos o egocéntricas y, aunque no se vieron forzados a elaborar la ética de afición
como ideología explícita, se acercaron mucho a los aficionados en el sentido «ideal
típico» del término.

Si este diagnóstico es correcto, de él se desprende que la figuración social


global de la Inglaterra preindustrial y, creo poder decir también de otras sociedades
preindustriales, no tendía a generar una presión competitiva intensa en las relaciones
deportivas dentro ni entre los grupos gobernantes o subordinados. Se desprende
asimismo que la presión hacia formas de participación deportiva dirigidas a lo otro y
orientadas al éxito ha de buscarse en la figuración social nacida con la
industrialización. Ahora intentaré señalar cuáles fueron los puntos de contacto entre
estos dos procesos sociales, es decir, entre la industrialización y la tendencia a largo
plazo hacia una seriedad cada vez mayor en la participación y búsqueda de éxitos en

132
el deporte. Brevemente, y como adelanto del análisis que presentaré enseguida,
puedo decir que la clave de esta relación radica en el proceso que Elías denomina
«democratización funcional»; el cambio nivelador en el equilibrio de poder dentro y
entre los grupos ocurrido contingentemente en los procesos interrelacionados de
formación del Estado y alargamiento de las cadenas de interdependencia. Pero antes
de explicar lo que esto significa, es necesario contrastar el punto de vista de Elías
sobre la división del trabajo con el punto de vista de Durkheim.

LA INDUSTRIALIZACIÓN Y EL DESARROLLO DE FORMAS


DEPORTIVAS ORIENTADAS A LA
BÚSQUEDA DEL ÉXITO.

Según Durkheim, la estructura de las sociedades industrializadas se caracteriza por


una alta densidad «material» así como por una elevada densidad «moral» o
«dinámica», es decir, por una población altamente concentrada y un elevado índice
17
de interacción social entre los individuos y los grupos . Creía que las presiones
competitivas generadas en tales sociedades se reducirían o incluso serían tal vez
erradicadas por la división del trabajo. La división del trabajo, apuntaba él, tendría
ese efecto de dos maneras: creando «lazos de interdependencia» y canalizando las
tensiones generadas por la competitividad en sectores ocupacionales especializados.
Su análisis sin embargo tiene una falla fundamental al no haberse dado cuenta de
que la interdependencia funcional o división del trabajo no conduce necesariamente
a la integración armoniosa y en cooperación sino, incluso en sus formas «normales»,
al conflicto y el antagonismo. En resumen: su concepto de sociedad basada en la
«solidaridad orgánica» es utópico. Una concepción más realista de la
interdependencia es la propuesta por Elías.

133
Según este autor, la transformación social a largo plazo a la que habitualmente
nos referimos con palabras que denotan determinados aspectos concretos como
«industrialización», «desarrollo económico», «transición demográfica»,
«urbanización» y «modernización política», es, de hecho, una prolongada
transformación de toda la estructura social". Y arguye que uno de los aspectos socio
lógicamente más significativos de esta transformación social completa es el
nacimiento de «cadenas de interdependencia» más largas y diferenciadas, lo cual
quiere decir una mayor especialización en las funciones y la integración de grupos
funcionalmente diferenciados en redes más amplias. Paralelamente, se produce
además, según Elías, un cambio en el sentido de que disminuyen las diferencias de
poder dentro y entre los grupos, más concretamente, un cambio en el equilibrio de
poder entre gobernantes y gobernados, entre las clases sociales, entre hombres y
mujeres, padres e hijos. Tal proceso es posible debido a que quienes realizan
papeles especializados dependen de otros y pueden ejercer, por tanto, un control
recíproco. Las oportunidades de poder de los grupos especializados acrecen aún
más si sus miembros se organizan, ya que entonces están en posición de interrumpir
el amplio sistema de interdependencias mediante la acción colectiva. Así es como,
según Elías, la división cada vez mayor del trabajo y el nacimiento de cadenas de
interdependencia cada vez más largas lleva a una dependencia recíproca mayor y,
por tanto, a patrones de «control multipolar » dentro y entre los grupos, es decir, a
una figuración social global en la que individuos y grupos están sometidos a
presiones cada vez más fuertes por parte de los demás. Esa presión es eficaz debido
a las dependencias recíprocas.

Para el presente análisis, esta teoría engañosamente simple es relevante de


múltiples formas. En la moderna estructura de interdependencias sociales está
inherente la demanda del deporte interregional y representativo. Esta demanda no se
presentó en las sociedades preindustrializadas porque la falta de unificación nacional
y los escasos medios de transporte y de comunicación hacían que no hubiese reglas
comunes ni modo alguno de reunir con regularidad a deportistas de diferentes zonas.
Al mismo tiempo, el arraigado «localismo» de tales sociedades hacía que los grupos

134
de jugadores sólo viesen como rivales en potencia a los grupos contiguos a ellos en
el sentido geográfico. Las sociedades industriales modernas, sin embargo, son
distintas en todos estos conceptos. Relativamente unificadas a nivel nacional,
cuentan con medios de transporte y comunicación superiores, deportes regidos por
reglas comunes, y un cosmopolitismo que hace que los grupos locales vean como
rivales a otros grupos geográficamente no adyacentes y estén ansiosos por
compararse con ellos. De ahí que tales sociedades se caractericen por índices
elevados de interacción deportiva entre las zonas, un proceso que conduce a la
estratificación interna en deportes concretos, a una escala jerárquica de deportistas y
equipos deportivos en la cima de la cual se hallan los representantes de las unidades
más grandes.

Esto significa, a su vez, que las presiones y controles recíprocos que operan en
las sociedades urbanas industrializadas se repiten generalmente en la esfera del
deporte. En consecuencia, los deportistas del más alto nivel no pueden ser
independientes y jugar sólo por diversión, sino que se ven obligados a una
participación deportiva seria y dirigida a lo otro. Es decir, no pueden jugar por sí
mismos sino que han de representar forzosamente a unidades sociales de gran
tamaño tales como ciudades, condados y países. Por esa razón se les proporcionan
ganancias materiales y/o de prestigio, instalaciones y tiempo para entrenarse. A
cambio, se espera de ellos que realicen una buena «actuación deportiva», o sea, las
satisfacciones que exigen los controladores y «consumidores» del deporte, el
espectáculo de una competición emocionante por la que están dispuestos a pagar, o
la validación, mediante el triunfo, de la imagen y la «fama» de la unidad social con la
cual unos y otros se identifican. Idéntico sentido tienen las ingentes cantidades de
personas implicadas y el marco competitivo local, regional, nacional e internacional
del deporte moderno. Todo ello indica que la alta y sostenida motivación para ganar,
la planificación a largo plazo, el estricto autocontrol y la renuncia a una gratificación
inmediata, en otras palabras: la práctica y el entrenamiento constantes, son
necesarios para llegar a la cima y permanecer en ella. También es indispensable un

135
cierto control burocrático, lo cual conduce todavía más a la subordinación de los
deportistas en otro aspecto.

En todos estos sentidos la figuración social, el patrón de dependencias entre los


grupos característico de toda nación-Estado urbana e industrial, genera restricciones
que obstaculizan la puesta en práctica de la ética de afición, con su hincapié en el
placer como meta central del deporte. O dicho con más exactitud, genera
restricciones que son trabas a la obtención del placer inmediato y a corto plazo, que
impiden que cada encuentro deportivo sea un fin en sí mismo, sustituyéndolo, tanto
para los jugadores como para los espectadores, por metas a más largo plazo tales
como la victoria en una liga o copa, o por satisfacciones que tienen que ver de forma
más directa con la identidad y con el prestigio. Además, tales restricciones no están
confinadas al deporte de alto nivel, sino que descienden haciéndose sentir hasta en
los niveles más bajos de las competiciones deportivas. Esto es debido en parte al
hecho de que los deportistas de alto nivel forman un grupo de referencia que,
promovido por los medios de comunicación de masas, establece pautas que los
demás tratan de seguir. También es, en parte, consecuencia de las presiones
generadas por las recompensas materiales y de prestigio que pueden obtenerse
llegando a la cima. Sin embargo, esta disminución del placer como objetivo central
del deporte en modo alguno se debe sólo a las presiones generadas dentro del
deporte mismo sino también, y quizá fundamentalmente, a la angustia y la
inseguridad penetrantes y profundamente arraigadas de forma general en una
sociedad que se caracteriza por presiones y controles multipolares y en la cual los
soportes de la identidad y el status asociados a las relaciones tradicionales de clase
y autoridad, entre los sexos y las generaciones, se han visto erosionados en su base
por la democratización funcional, es decir, por el proceso nivelador que es
consustancial, según Elías, a la división del trabajo.

136
CONSIDERACIONES SOBRE LA CRECIENTE IMPORTANCIA
SOCIAL DEL DEPORTE

Con lo dicho hasta aquí he presentado en líneas generales una explicación


figuracional de la tendencia generalizada a tomar el deporte con una seriedad cada
vez mayor. Queda por analizar, en relación con esto, el proceso que ha llevado al
aumento de su importancia social. Por tratarse de una cuestión complicada, sólo
podremos tratarla brevemente en este ensayo. Además del cambio, tanto en las
ideas como en los hechos, ocurrido en el equilibrio entre trabajo y ocio, se puede
señalar un proceso que ha aumentado la importancia social de las actividades
recreativas en general, un conjunto de al menos tres aspectos de la emergente
figuración social moderna que están interrelacionados y que han contribuido al
aumento de la importancia social del deporte. Son: 1) el hecho de que el deporte ha
cobrado fuerza como una de las principales fuentes de emoción agradable; 2) el
hecho de que se ha convertido en uno de los principales medios de identificación
colectiva y 3) el hecho de que ha llegado a constituirse en una de las claves que dan
sentido a las vidas de muchas personas. Elías y yo hemos señalado antes que el
deporte es un acontecimiento recreativo «mimético» que puede producir emoción
agradable y que, en ese sentido, realiza una función «des-rutinizadora»19. No hay,
sin embargo, sociedad sin controles y rutinas o, en palabras de Elías, no existe un
«punto cero» de civilización. En ese sentido, la necesidad de desrutinización es
probablemente universal. Ahora bien, como las sociedades urbanas industrializadas
se caracterizan por un alto grado de rutinizadón y civilización, con presiones y
controles multipolares, sus miembros están en consecuencia continuamente
presionados a ejercer una fuerte restricción emocional en su vida diaria, con lo cual
la necesidad de actividades recreativas desrutinizadoras como los deportes es
particularmente intensa en tales sociedades. No obstante, este proceso
desrutinizador, esta excitación de las emociones en público que la sociedad permite,
está a su vez sometida a controles civilizadores. En otras palabras, el deporte es
tanto para los jugadores como para los espectadores un reducto social, en el que
puede generarse emoción agradable en una forma socialmente limitada y controlada.

137
Con todo, la excitación generada puede ser intensa, especialmente en los
acontecimientos deportivos de alto nivel que atraen a grandes cantidades de
personas y, pace Huizinga, para quien el deporte se ha vuelto «profano», es
probablemente esto lo que constituye la base experimental de la percepción
generalizada del deporte como un fenómeno «sagrado». Durkheim alegaba que la
emoción o «efervescencia» colectiva generada en las ceremonias religiosas de los
aborígenes australianos constituía la principal fuente de experiencia para
considerarlas un reino «sagrado»20, y no parece descabellado suponer que la
«efervescencia colectiva» generada en los acontecimientos deportivos sea la raíz del
hecho de que, al menos en Gran Bretaña, sea común hablar de los terrenos de juego
de fútbol y de criquet, sobre todo de aquellos en que tienen lugar los encuentros
representativos, como del campo «sagrado» o «santificado». De hecho,
probablemente no sería exagerado decir que, al menos para ciertos grupos de la
sociedad actual, el deporte se ha convertido en una actividad quasi-religiosa y que,
hasta cierto punto, ha venido a llenar el vacío dejado en la vida social por el declive
de la religión. Un ejemplo extremo pero significativo de este carácter quasi-religioso
del deporte moderno lo hallamos en el hecho de que en Liverpool es ya casi una
tradición que los seguidores del Liverpool Football Club dispongan que a su muerte
sus cenizas sean esparcidas sobre el terreno de juego del estadio Anfield, como si
desearan continuar identificados, aun después de la muerte, con el «sagrario» o
«templo» ante el que profesaron su culto estando en vida. En cualquier caso, sin
llegar a estos extremos, está claro que participar como jugador y/o espectador en
algunos deportes ha llegado a convertirse en uno de los principales medios de
identificación colectiva en la sociedad moderna, así como en una de las principales
fuentes de sentido en la vida de numerosas personas. En resumen, no es absurdo en
modo alguno decir que el deporte está convirtiéndose cada vez más en la religión
seglar de esta época cada vez más profana.

Probablemente es el carácter oposicional por naturaleza del deporte, o sea, el


hecho de ser una lucha por el triunfo entre dos o más equipos o individuos, lo que
explica su preeminencia como centro de la identificación colectiva. Esto significa que

138
se presta a la identificación de grupos, más exactamente a la formación «dentro del
grupo» y «fuera del grupo», o a la de «nosotros como grupo» y «ellos como grupo»,
en una variedad de niveles tales como los niveles de ciudad, región o país. El
elemento oposicional es decisivo, puesto que el enfrentamiento sirve para reforzar la
identificación como grupo, es decir que el sentimiento de «nosotros» como grupo,
como unidad, se refuerza ante la presencia de otro grupo percibido como «ellos», el
equipo contrario, sea local o nacional, y sus seguidores. Así es, en efecto, pues
dentro de las naciones-Estado internamente pacificadas, es decir, en las sociedades
en que el Estado ha monopolizado el derecho a emplear la fuerza física, el deporte
proporciona a las unidades sociales grandes, complejas e impersonales como las
ciudades la única oportunidad de unirse. Similarmente, en el plano internacional
acontecimientos deportivos como los Juegos Olímpicos y la Copa del Mundo son las
únicas ocasiones que en tiempo de paz tienen las naciones-Estado para reunirse de
modo regular y visible. La. Expansión internacional del deporte se ha afirmado con el
aumento de la interdependencia de los países y con la existencia, salvo algunas
notables excepciones, de una paz mundial frágil e inestable. Competiciones como la
de los Juegos Olímpicos permiten que los representantes de diferentes naciones
compitan sin matarse entre sí, aunque el grado en que tales encuentros han dejado
de ser batallas fingidas para convertirse en luchas «reales» está en función, Ínter
alía, del nivel preexistente de tensión entre cada una de las naciones-Estado
implicadas. Y naturalmente, es con el fin de participar en este nivel supremo de
competición deportiva por lo que se requieren los niveles más altos de motivación
constante para ganar, de autocontrol y auto negación por parte de los deportistas.

Esto me lleva al último punto de mi presentación: que la presión social ejercida


sobre los deportistas en todos los países del mundo para que se esfuercen por ganar
en las competencias internacionales es otro factor que incide en la destrucción del
elemento lúdico del deporte. Además, de esto, es el aumento del prestigio nacional
que puede obtenerse triunfando en el deporte internacional lo que ha contribuido
principalmente a que los gobiernos intervengan en las cuestiones deportivas, una
tendencia que Huizinga deploraba. Se ha dicho que el deporte es un sustituto viable

139
de la guerra, pero pensar así es ver el deporte como una abstracción, como algo
independiente y alejado de las figuraciones de seres humanos interdependientes que
toman parte en él. Esta es la cuestión central: si las figuraciones formadas por
personas interdependientes, en el deporte como en los demás campos, conducen a
la cooperación o a la rivalidad amistosa o si, por el contrario, generan
constantemente una lucha seria. Se trata de un tema en el que la investigación
sociológica apenas se ha iniciado. No obstante, hay al menos una notable excepción:
la obra de Norbert Elías, que he tomado como prototipo al elaborar este trabajo.

NOTAS.

1
Este ensayo fue publicado con anterioridad en Sport-wissenschaft, Vol. 9, 1979, 4,
con el título «La dinámica figuracional del deporte moderno: Notas sobre la socio
génesis de la búsqueda de récords y la importancia social del deporte». Se basa en
el análisis presentado en Eric Dunning y Kenneth Sheard, Barbarians, Gentleman
and Players, Oxford, 1979. No obstante, lo supera en diversos aspectos.
2
Para una plena documentación y análisis de ese proceso véase ibid.
3
El proceso de la civilización, FCE, 1988.
4
What is Sociology, Londres, 1978.
5
Es decir, una evaluación que reflejaba los intereses y valores de grupos específicos
dentro de la sociedad más amplia y que no fue elaborada de forma autónoma por
nosotros especialmente para llevar a cabo nuestro análisis sociológico. Véase
Norbert Elias, «Problems of Involvement and Detachment», Briúsh Joumal of
Sociology,Vol.7, 1956, págs. 226-252.
6
Norbert Elias y Eric Dunning, «Dynamics of Sport Grups with spedial Reference to
Football», British Journal of Sociology, Vol 17, 1966 pag. 79 y cap. VI de este
Volumen.
7
J. Huizinga, Homo Ludens: a Study of Play and Dis – Play Element in Culture,
Londres, 1949.

140
8
G. P. Stone, «American Sports: Play and Dis-play», en Eric Dunning (comp.) TIe
Sociology of Sport: a Selection of Readings, Londres, 1971.
9
B. Rigauer, Sport und Arbeit, Francfort, 1969.
10
Homo Ludens, Págs. 223 y ss.
11
De hecho, el término «democratización funcional» fue acuñado después por Elías
para representar con más exactitud lo que antes había denominado simplemente
«presión estructural cada vez mayor desde abajo».
12
Tengo para mí que la formación del Estado, la democratización funcional y el
proceso civilizador también pueden explicar esta tendencia más satisfactoriamente
que la hipótesis que cualquier weberiano podría presentar en este contexto, como
podría ser, por ejemplo, la de un Wahlverwandtschaft o «afinidad electiva» entre el
protestantismo asceta y la participación deportiva seria y orientada al éxito,
siguiendo la tónica de la relación que según Weber existió entre el protestantismo
asceta y el «espíritu del capitalismo». A prwri tal hipótesis parece razonable pero
tropieza con el hecho de que, en Inglaterra al menos, fueron los protestantes
quienes trataron de abolir todos los deportes y pasatiempos. Sea como fuere, la
hipótesis de Elías es más abarcadora y podría, en potencia, explicar socio
genéticamente la ética protestante. Además, por disolver y trascender la dicotomía
que existe, primero entre «lo material» y «lo ideal» y, segundo, entre «causas» y
«efectos» —con su hincapié en los nexos o constelaciones de causas y efectos
interactuando entre si o, dicho con más exactitud, por ocuparse de la dinámica
específicamente social, es decir, relacional de las figuraciones sociales—, el
método de Elías no conduce a las dificultades metodológicas insuperables que
conlleva el enfoque de Weber.
13
A. Trollope, Britísh Sports oíd Pastímes, Londres, 1868, págs. 6-7.
14
Cfr. M. Marples, A Histoy of Football, Londres, 1954.
15
He llamado «élite de las escuelas privadas» a la clase gobernante de Inglaterra de
fines del siglo XIX para subrayar el papel de estas escuelas en la unificación de sus
sectores burgueses predominantes, hacendados y establecidos.

141
16
Los Corintio» fue un equipo de aficionados que se formó a fines del siglo XIX,
reclutando a sus miembros en escuelas privadas y en las universidades de Oxford
y de Cambridge, que logró mantenerse durante un tiempo jugando contra equipos
profesionales. Eran una excepción sintomática dentro de la tendencia general hacia
la exclusividad por parte de la élite de las escuelas privadas en el sentido de que
este equipo se formó deliberadamente para combatir el éxito creciente de los
equipos profesionales y para celebrar y mantener el querido ideal de los
aficionados. No obstante, al adoptar un patrón de reclutamiento que no era
específico de ninguna localidad o institución en concreto incorporaron uno de los
«ultrajes» defendidos por los proponentes del ideal de afición, ser destruido por el
profesionalismo. Es decir, al igual que los equipos profesionales que eran
reclutados sobre una base nacional, los Corintios se apartaron de una pauta de
representación deportiva en que equipos concretos de una localidad o institución,
reclutados en comunidades de varias clases, eran tenidos como una característica
esencial del «verdadero» deporte.
17
E. Durkheim, The Division of Labour in Society, Nueva York, 1964.
18
What is is Sociology, pags. 63 y ss., y 99 y ss.
19
Véase el capítulo I de este volumen.
20
The Elementary Forms of the Religious Life, Londres, 1976.

142
DEPORTE Y OCIO EN EL PROCESO DE LA CIVILIZACIÓN.
Selección de Textos.
Elías Norbert / Dunning Eric. 1992
El Deporte como Coto Masculino.
Fondo de Cultura Económica, Sucursal España.
Pág. 143 - 170

143
X. EL DEPORTE COMO COTO MASCULINO: NOTAS SOBRE LAS
FUENTES SOCIALES DE LA IDENTIDAD MASCULINA Y SUS
TRANSFORMACIONES

Eric Dunning.

INTRODUCCIÓN

Pocos SOCIÓLOGOS negarían que los cambios que están ocurriendo en las
relaciones entre los sexos son uno de los temas sociales más importantes de nuestro
tiempo, si bien la mayor parte de ellos los consideraría probablemente de menor
importancia que, por nombrar algunos otros problemas, la pobreza, la desnutrición, el
desempleo y el conflicto racial1. No obstante, con la única excepción de la amenaza
de guerra nuclear, que tiene implicaciones universales y que, con absoluta
probabilidad, haría sentir sus consecuencias en todo el mundo, en un aspecto son
las relaciones entre los sexos más fundamentales que estas otras cuestiones. Y ello
es así porque, aun cuando son principalmente las mujeres de clase media de los
países más industrializados las que han comenzado a tomar conciencia del dominio
masculino o patriarcado como problema social, y han empezado a combatirlo, hay
una dimensión sexo/género presente en todas las demás cuestiones sociales
fundamentales, como en las de clase y raza. Sin embargo, pese a la universalidad e
importancia social de la diferenciación de género, y pese a la naturaleza cada vez
más problemática de las relaciones entre los sexos en las sociedades
industrializadas —algo particularmente manifiesto en la ruptura y/o transformación
que actualmente sufren las formas tradicionales del matrimonio y la familia—, no
puede decirse aún que se haya teorizado adecuadamente sobre tales temas desde
el punto de vista de la sociología2. Y tampoco, como parte del nexo global relevante
en este contexto, se ha prestado mucha atención al deporte, tradicionalmente uno de
los principales cotos masculinos y por ende de importancia potencial para el
funcionamiento de las estructuras patriarcales. No es difícil hallar las razones
posibles que expliquen este doble fracaso de la imaginación sociológica.

144
En los últimos años, a consecuencia principalmente del desafío feminista, se ha
visto cada vez con más claridad que la sociología surgió como un campo atravesado
por ideas patriarcales. Comte, por ejemplo, consideraba a las mujeres
«intelectualmente inferiores» a los hombres y creía que la familia había de basarse
en el dominio del marido3. Supuestos afines se hallan en la obra de Durkheim4 y
continúan permeando contribuciones más recientes a este tema. La sociología del
deporte es una de las áreas menos desarrolladas de la sociología5 pero, tomando en
cuenta el patriarcado implícito en la disciplina en general, no es de extrañar que
hipótesis indicadoras de un dominio masculino in cuestionado se hayan incluido
generosamente en los trabajos realizados en este campo hasta ahora. Una
consecuencia de este dominio es que la naturaleza patriarcal del deporte moderno y
el papel que éste pueda representar en el mantenimiento de la hegemonía masculina
sólo han sido cuestionados por un puñado de escritores feministas. No obstante, la
mayoría de ellos ha tendido a centrarse en cuestiones como la discriminación contra
las mujeres en el deporte6 y, si bien sus trabajos han coadyuvado a crear las
condiciones para una posible teorización, ninguno ha intentado aún una teorización
sistemática de las formas de dominación existentes en y a través del deporte o de las
transformaciones ocurridas en ese aspecto. Quiero, con este trabajo, iniciar la
marcha en esa dirección.

Para ser más exacto, utilizando los datos de que dispongo con respecto a Gran
Bretaña, voy a analizar el deporte como un coto reservado a los varones y el papel
que desempeña, en relación con otras fuentes, en la producción y reproducción de la
identidad masculina. Antes sin embargo de entrar en sus aspectos más concretos,
daré a conocer algunas de las principales hipótesis sociológicas sobre las que se
basan mis argumentos esenciales.

145
EL EQUILIBRIO DE PODER ENTRE LOS SEXOS: ALGUNAS
HIPÓTESIS SOCIOLÓGICAS

El primer punto a señalar es que, al igual que ocurre con el resto de las
interdependencias sociales, el mejor modo de conceptuar la interdependencia de
hombres y mujeres, al menos en primera instancia, es partir del equilibrio o reparto
del poder entre las partes implicadas. Éste constituye una «estructura profunda»
dentro de la cual se generan y mantienen las ideologías y los valores que gobiernan
las relaciones entre los sexos. Ahora bien, aunque tales ideologías y valores
constituyen un ingrediente activo en el equilibrio de poder entre los sexos —en el
sentido, por ejemplo, de que pueden impulsar a hombres y mujeres a luchar por lo
que creen que son sus intereses—, sucede que las transformaciones en las
relaciones entre los sexos y en las ideologías y los valores que las gobiernan
dependen a menudo de otros cambios ocurridos con anterioridad en ese subyacente
equilibrio de poder y que no son intencionados ni responden a ideologías y valores
específicamente definidos. El segundo punto es que la balanza de poder entre los
sexos tenderá a inclinarse a favor de los hombres en tanto la violencia y la lucha
sean males endémicos de la vida social. Así sucede, naturalmente, en las
sociedades guerreras, pero también esto tiende a ser válido para las sociedades
industrializadas en las que el poder de la élite militar es alto en relación con el de la
población civil y para los sectores de la estructura social en que las condiciones
sociales conducen a la producción y reproducción de bandas proclives a pelear. La
balanza de poder entre los sexos se inclinará igualmente a favor de los hombres en
la medida en que ellos tengan mayores oportunidades que las mujeres para
emprender acciones unificadas y monopolicen el acceso y el control de las esferas
institucionales determinantes en la vida, sobre todo las de la economía y el Estado. A
mayor abundamiento, cuanto más extensas sean las formas de supremacía
masculina en una sociedad, mayor será la tendencia a que prevalezca una estricta
segregación entre los sexos. Conclusión de estas teorías es que las posibilidades de
dominio de los hombres tenderán a reducirse y aumentarán consiguientemente las
de las mujeres a medida que se vuelvan más pacíficas las relaciones dentro de la

146
sociedad o de una parte de ella, cuando las posibilidades por parte de las mujeres de
actuar unitariamente se aproximen o rebasen a las de los hombres, y cuando
empiece a derrumbarse la segregación de los sexos. Un corolario más es que los
valores machistas tenderán a desempeñar un papel más importante en la identidad
masculina bajo condiciones sociales en las que la lucha sea moneda corriente y la
balanza de poder se incline en favor de los hombres. Consecuentemente, las
tendencias machistas de éstos sufrirán lo que podríamos denominar un giro
«civilizador» en la medida en que las relaciones sociales se pacifiquen, las
oportunidades de poder para las mujeres aumenten y la segregación sexual
disminuya.

En el fondo de estas ideas subyacen dos hechos innegables; el primero, aunque


con algunas excepciones en ambos sexos: los hombres son en general más grandes
y fuertes que las mujeres y, por ende, mejores que ellas para luchar; y el segundo: el
embarazo y la crianza de los niños tienden a incapacitar a las mujeres, entre otras
cosas, para todo lo relativo a la lucha. Naturalmente, la moderna tecnología
armamentista puede llegar a equiparar y quizás eliminar por completo las ventajas
innatas en los hombres para pelear. Del mismo modo, las técnicas actuales de
control de la natalidad han reducido el número de embarazos y con ello el tiempo
invertido por las mujeres en gestar y criar a sus hijos.

En otras palabras, las posibilidades de dominación por parte de los hombres


debidas a su fuerza y capacidad para luchar varían en sentido contrario al del
desarrollo tecnológico —es decir, son mayores cuando el desarrollo tecnológico es
débil y viceversa—. No obstante, parece razonable suponer que la influencia más
importante de todas sea, probablemente, el nivel de formación del Estado, o para ser
exactos, el grado en que el Estado es capaz de mantener el monopolio sobre el uso
de la fuerza física.

Este modo de enfocar los problemas de la dominación e identidad masculinas


deriva de la obra de Norbert Elias7. Se trata de una visión bastante diferente de la de

147
los marxistas, que en gran parte atribuyen el complejo machista a las exigencias y
restricciones que impone el trabajo manual8. Para precisar más: aunque puede que
tales restricciones contribuyan a sustentar las formas más extremas de la identidad
machista, premiando por ejemplo la fuerza física, es difícil entender cómo por sí
solas podrían haber generado una ética en que la rudeza y la habilidad para pelear
son fundamentales y que celebra la lucha como una de las principales fuentes de
sentido y gratificación en la vida. Efectivamente, es discutible que un enfoque como
éste pueda ilustrar las ideas patriarcales implícitas en tantas teorías sociológicas
como se han elaborado hasta el momento. Así sucede cuando se cree que la
producción y reproducción de la vida material radican primordialmente en la
economía y cuando la importancia de la familia y las relaciones entre los sexos se
relegan, al menos de forma implícita, a un plano secundario.

Hemos llegado a un punto en el que es posible analizar algunas relaciones


entre el deporte y la actitud patriarcal. Para ilustrar tales relaciones expondremos,
muy brevemente, tres estudios de caso, que son: el desarrollo de los modernos
«deportes de combate»; el nacimiento y posterior (relativa) declinación de la
subcultura machista que estuvo tradicionalmente asociada con el rugby; y el
fenómeno de la violencia en el fútbol por parte de los hinchas tal como existe
actualmente en Gran Bretaña.

ALGUNOS ASPECTOS DEL DESARROLLO DE LOS MODERNOS


«DEPORTES DE COMBATE»

Todos los deportes son inherentemente competitivos y tendentes, por tanto, a


despertar la agresión. En determinadas condiciones, esta agresión puede
desbordarse en formas francamente violentas que son contrarias a las reglas. En
ciertos deportes sin embargo —como el rugby, el fútbol, el hockey y el boxeo, por
ejemplo—, la violencia entendida como un «combate en juego» o una «batalla
fingida» entre dos personas o grupos constituye un ingrediente central y legal. En la
sociedad contemporánea, estas clases de deporte son enclaves en los que se

148
permite la expresión socialmente aceptable, ritualizada y más o menos controlada de
la violencia física. Sólo de los «deportes de combate» como éstos, más exactamente
de los que implican un combate a modo de juego entre dos equipos, habré de
ocuparme en el presente ensayo.

Las raíces de los modernos deportes de combate como el fútbol, el rugby y el


hockey pueden rastrearse de forma directa hasta una serie de juegos populares y
variables de un lugar a otro durante la Edad Media y los principios de la Edad
Moderna, juegos conocidos con nombres diversos como «fútbol», «hurling»,
«knappan» y «camp ball»9, que se jugaban conforme a reglas no escritas en las
calles de las ciudades y en el campo abierto. No había agentes «externos» de control
como árbitros o jueces de línea, y a veces en ellos tomaban parte hasta mil personas
por cada bando. Pese a las diferencias entre aquellos juegos, una de las
características principales de todos ellos en relación con los deportes modernos era
su elevado nivel de violencia visible. Los jugadores expresaban sus emociones con
bastante libertad y sólo practicaban un autocontrol bastante relajado. De hecho, tales
juegos eran una especie de lucha ritualizada en la que los grupos podían medir su
fuerza contra la de los rivales de la localidad generando al mismo tiempo, de forma
relativamente agradable, una emoción afín a la que se experimenta en una batalla.
Este upo de juegos, como es obvio, correspondía a la estructura de una sociedad
donde el nivel de formación del Estado y, en un marco más general, el nivel de
desarrollo de la sociedad eran relativamente bajos, donde la violencia se manifestaba
como una característica de la vida cotidiana más regular y patente que hoy, y donde
la balanza de poder entre los sexos se inclinaba mucho más del lado de los hombres.
En resumen, estos juegos populares eran la expresión de una forma bastante
pronunciada de patriarcado y, por consiguiente, expresaban los valores machistas
casi sin cortapisas.

Los primeros avances significativos hacia la «modernización» de tales juegos


tuvieron lugar en las escuelas privadas durante el siglo XIX'°. Fue en ellas donde los
jugadores comenzaron a estar sujetos a la restricción de normas escritas, muchas de

149
las cuales tenían que ver expresamente con la eliminación o el control de las formas
de violencia más extremas. En otras palabras, la incipiente modernización del fútbol y
juegos afines incluyó una serie de cambios que los hizo más «civilizados» de lo que
habían sido sus antecedentes. El comparativo es importante: significa no que estos
juegos se volviesen «civilizados» en un sentido absoluto sino sólo más civilizados,
pues continuaron reflejando las ideas patriarcales características de toda sociedad
que aún se encuentra en una etapa relativamente temprana de su nacimiento como
nación-Estado urbana e industrial. Esto queda de manifiesto en el hecho de que se
justificó ideológicamente la necesidad de tales juegos aduciendo que servían en
parte como entrenamiento para la guerra, en parte para educar a quienes serían los
líderes militares y administrativos del Imperio británico en expansión y, en parte,
como medios para inculcar y expresar la «hombría».

Una buena idea de las normas de hombría presentes en los juegos que se
practicaban en las escuelas particulares de aquel entonces la proporciona la crónica
escrita por «Un Antiguo Jugador de Rugby» —así firmaba la nota— en la revista de
su colegio en 1860. En ella comparaba el juego de entonces con el rugby de sus días
escolares, tan sólo unos dos o tres años atrás. El Antiguo Jugador escribió:

Tendrían que haber visto los scrums* en el partido de Sexto Curso de hace dos
años...A los tipos les importaba un bledo la pelota, salvo cuando les
proporcionaba un pretexto aceptable para patear al contrario. ¡Recuerdo un
scrum!... Ya llevábamos cinco minutos tirándonos puntapiés y como si nada; de
hecho los muchachos apenas habían comenzado a entrar en calor cuando un
espectador... nos informó de que la pelota nos ofrecía nuestra oportunidad en lo
alto de la isla... Y entonces, allí estaba Hockey Waiker, el pateador más
importante del grupo de sexto. ¡Caray! Nada más ingresar en la escuela...
incapacitó a diez compañeros para la temporada y envió a casa a otra media
docena para lo que quedaba... Sólo verlo salir de un scrum bastaba para que
las señoras chillaran y se desmayaran ¡Válgame Dios, hombre! Ahora lo que
más gusta es presenciar un scrum —para mayor vergüenza nuestra—. Y

150
entonces no había nada de ese jugar esquivando bajo cuerda la pelota que se
practica ahora; nada de pasarla de largo de uno a otro; todo el juego era viril y
directo. ¡Si dejar ir el balón una vez que ya estabas en un scrum era
considerado una trasgresión de las reglas tan flagrante como recogerlo estando
fuera de tu campo! Tampoco se veía entonces que ningún jugador escurriera el
bulto tratando de zafarse de los scrums como se ve todo el tiempo hoy en día.
Lo consideraban a uno indigno si no estaba cubierto de pies a cabeza con la
madre tierra a los diez minutos de comenzado el partido... Hoy en cambio,
¡maldita sea!, ni siquiera se nos da la oportunidad de presenciar una caída
como es debido. Y no es de extrañar, viendo a esos jovencitos dandies caminar
como si nada, atravesando el terreno de juego con afectación y como si sus
delicados huesos fuesen a quebrarse al más mínimo contacto violento con la
pelota. ¡Que los cuelguen!... Si dentro de poco los veremos jugar con sus
zapatos de domingo y con guantes de color lila... Mi regla a seguir es: pégale
fuerte al balón cuando lo veas cerca y, si no lo está, pues pégale al jugador que
tengas al lado11.

* Scrum: en rugby, la lucha entre los delanteros de ambos equipos cuando la


pelota está sobre el terreno en medio de ellos. [T.]

Este relato nos da una buena idea de la norma de «hombría» que regía en el
rugby en aquella etapa. Asimismo, proporciona fundamento para concluir que el
juego estaba cambiando en un sentido «civilizador». De ahí que el Antiguo Jugador
de Rugby recomendara el regreso a las glorias de sus días de colegio, cuando —
afirmaba— dar puntapiés en las canillas al contrario era considerado más importante.
Al mismo tiempo, deploraba la introducción del «pase», ya que en su opinión, estaba
«afeminando» el juego. La norma anterior descrita por él recuerda el boxeo y la lucha
libre de la antigua Grecia, que, como Elías ha mostrado, se basaban en una ética
guerrera que decretaba una cobardía esquivar o retroceder ante los golpes del
contrario12. Puesto que el Viejo Jugador consideraba «bajo» e «indigno de un
hombre» fingir un ataque o pasar el balón a un compañero de equipo para evitar un

151
puntapié, parece que al principio el rugby se basaba en una ética similar. En esa
etapa la pelota era relativamente poco importante para el juego. Los choques
consistían en tirar patadas indiscriminadamente, y, en los partidos, lo que los
«hombres» tenían que hacer era resistir al contrario y enfrascarse en una lucha
directa a puntapiés. De ahí se seguía que la fuerza y el valor como «pateador»
fuesen los principales criterios para ganarse una reputación de «hombría» en el
juego.

Igualmente, el relato del Antiguo Jugador de Rugby proporciona una pista sobre
el ideal de los hombres de clase media y clase media alta acerca de la identidad
femenina en aquellos años. Así, mientras el ideal masculino es pintado como
jactancioso y físicamente rudo, la mujer ideal —a los ojos de los hombres— es
retratada como timorata, débil y dependiente. Esto se correspondía con la imagen de
los papeles masculino y femenino encarnados en la familia patriarcal, que entonces
estaba convirtiéndose en la norma entre las clases medias cada vez más numerosas.
Es posible suponer que, contrariamente a la visión feminista hoy tan difundida, si es
que no dominante, quizá este tipo de familia haya representado, en un aspecto al
menos, un giro hacia la igualdad de oportunidades de poder entre los sexos. La
causa: porque amarró en la familia a más hombres y con más fuerza de los que
había habido hasta entonces, sometiéndolos así a la posibilidad de una influencia y
un control mayores y más constantes por parte de las mujeres. También
posiblemente contribuyera a la igualdad de oportunidades de dominio entre los sexos
la transformación «civilizadora» global de la que hemos dado cuenta aquí a través
del deporte. Esta habría tenido ese efecto al imponer en los hombres todo un
conjunto de restricciones internas y externas13 sobre la expresión de la agresividad,
por ejemplo, mediante el código de «caballerosidad», restringiendo de este modo sus
oportunidades de usar una de sus principales ventajas de dominio con respecto a las
mujeres —su fuerza y superioridad física como luchadores—. Esto a su vez habría
incrementado las oportunidades de las mujeres para actuar unitariamente por si
solas, por ejemplo organizando marchas y manifestaciones. Y este resultado lo
habría obtenido al reducir la probabilidad de que tales manifestaciones de la naciente

152
unidad y poder femeninos recibiesen una respuesta violenta de los hombres, de sus
maridos y padres en el contexto doméstico y de la policía y la opinión pública en
general en el contexto de las manifestaciones callejeras. Para ser más precisos: si se
hubiese podido esperar una respuesta no violenta de los hombres a tales acciones
políticas de las mujeres, los temores de éstas se habrían reducido y aumentado
paralelamente su confianza para continuar luchando por lo que ellas consideraban
sus derechos. En resumen, parece razonable suponer que el cambio en el reparto de
poder entre hombres y mujeres que se expresó públicamente por vez primera en el
movimiento de las sufragistas pudo, al menos en parte, haber sido un componente
esencial del desarrollo civilizador que acompañó el surgimiento de Gran Bretaña
como nación-Estado urbano industrial.

De la discusión presentada hasta ahora se deduce que, pese a continuar


revestido de valores patriarcales y afianzados por estructuras predominantemente
patriarcales, el deporte moderno nació como parte de una transformación
«civilizadora», uno de cuyos aspectos fue un giro, aunque leve, nivelador en la
balanza de poder entre los sexos. Sin embargo, esto tuvo como consecuencia
contribuir al desarrollo, en ciertas esferas, de expresiones simbólicas de machismo.
Un ejemplo es el modelo de ruptura de tabúes socialmente permitido, el cual, en
Gran Bretaña al menos, acabó asociado principalmente, aunque no exclusivamente,
con el juego del rugby14. De algunos de los aspectos más destacados de este
desarrollo paso a ocuparme en seguida.

ASCENSO Y CAÍDA DE UNA SUBCULTURA MACHISTA EN EL


RUGBY

Las tradiciones contenidas en la subcultura machista del rugby cobran vida tras
el partido en el bar del club o, cuando el equipo ha jugado en otras ciudades, en el
autobús que lleva a los jugadores de vuelta a casa. Entre sus ingredientes centrales
se cuenta el striptease masculino, una burla ritual de las mujeres que se desnudan.
Tradicionalmente, la señal que marca el inicio de este ritual es una canción titulada

153
«El Guerrero Zulú». También las ceremonias iniciáticas son parte acostumbrada de
la subcultura machista. Durante las ceremonias se desnuda al iniciado —recurriendo
a menudo al empleo de la fuerza— y se profana su cuerpo, en particular sus
genitales, quizá con cera para el calzado o con vaselina. La ingestión excesiva de
cerveza, acompañada casi siempre de rituales y carreras que aumentan el consumo
y la velocidad con que se emborrachan los participantes, también acabó firmemente
arraigada en la tradición de los clubes de rugby. Una vez ebrios, los jugadores
entonan canciones obscenas y, si están presentes las esposas o novias de algunos
de ellos, cantan «Buenas Noches, Señoras» como señal de que abandonen el
recinto. A partir de ese momento, todo lo que suceda será exclusivamente para los
hombres, y las mujeres que hayan optado por quedarse son vistas como unas
degradadas.

Las canciones obscenas a que nos hemos referido tienen al menos dos temas
recurrentes: por un parte, la burla de las mujeres y por la otra, de los homosexuales.
A primera vista puede parecer que no exista relación alguna entre ellos, pero es
razonable suponer que ambos temas reflejen el poder cada vez mayor de las
mujeres y la amenaza también creciente que ellas representan para la auto imagen
tradicional de los hombres. El rugby comenzó a convertirse en un juego de adultos a
mediados del siglo XIX. Al principio era exclusivo de las clases media y media alta,
un hecho que puede ser importante dado que la mayoría de las sufragistas
pertenecían a esos mismos estratos sociales. En otras palabras, no es descabellado
suponer que las mujeres de esos niveles de la sociedad estuvieran convirtiéndose
entonces cada vez más en una amenaza para los hombres y que algunos de éstos
respondieran a ese desafío convirtiendo el rugby —que no era, naturalmente, el
único enclave en que tal cosa ocurría— en un coto privado masculino en el que
poder reforzar su masculinidad amenazada y, al mismo tiempo, escarnecer,
vilipendiar y dosificar a las mujeres, principal fuente de esa amenaza. Un breve
análisis del contenido de un par de canciones típicas del rugby ilustrará lo que
acabamos de decir.

154
Un aspecto básico y recurrente en estas canciones es que denotan una actitud
hostil, brutal pero al mismo tiempo temerosa de los hombres hacia las mujeres y el
acto sexual. En la balada «Eskimo Nell» por ejemplo, ni siquiera el mujeriego «Dead
Eye Dick» es capaz de satisfacer sexualmente a Nell*. Esta misión se deja en manos
de su fiel sirviente «Mexican Pete», que realiza la tarea con su six-shooter**. En «El
Himno del Ingeniero», el personaje central, un ingeniero cuya esposa «nunca estaba
satisfecha», hubo de construir una máquina que cumpliera la parte erótica de su
papel marital. La máquina logró lo que él no había conseguido, pero en el proceso la
esposa resultó brutalmente muerta. Pocas veces, si es que alguna, son retratados
hombres o mujeres «normales» en estas canciones. Hacen falta poderes
sobrehumanos o extrahumanos para que el «héroe» pueda satisfacer el voraz apetito
sexual de la «heroína». Nada más revelador que esto de la función que tales
canciones cumplen al expresar simbólicamente, pero quizá también reduciendo en
cierto modo simbólicamente el miedo a las mujeres, para ellos tan poderosas y
exigentes. Es probable que tales temores hayan aumentado proporcionalmente con
respecto al poder de las mujeres.

* La connotación no puede ser más clara. Como dice el titulo de la canción, Nell
es esquimal, o sea muy fría, mientras que «Dick», por una parte nombre de
varón muy común en inglés (alteración popular de Rick, o sea de Richard), es
por la otra un término vulgar para llamar al miembro masculino. La alusión
aparece reforzada además por dead-eye que es, en náutica, el bloque de
madera con forma circular y tres agujeros por los que se introduce un cabo o
cuerda, utilizado para tensar las jarcias de los buques. [T.]
** Pistola del seis en sentido figurado, y eufemismo burlón por sex-shooter,
literalmente «disparador de sexo». [T.]

El segundo tema recurrente en estas canciones obscenas es la burla de los


hombres afeminados y homosexuales. El estribillo de una de ellas, tradicional en los
círculos del rugby dice, a la letra:
For we're all queers together,
Excuse us while we go upstairs.

155
Yes, we are all queers together,
That's why we go round in pairs*.

• [Pues todos somos maricones, / discúlpennos por retiramos un rato arriba. / Sí,
todos juntos maricones, / Por eso andamos en parejas.]
La función de este coro consiste, al parecer, en refutar la acusación antes de
que ésta sea presentada, así como en subrayar y reforzar la masculinidad haciendo
escarnio no sólo de las mujeres sino también de los homosexuales. En los últimos
años, a medida que las mujeres han cobrado fuerza y poder para poner en jaque su
real subordinación, si es que no su objetivación simbólica, con un leve pero incesante
éxito, se han vuelto cada vez más normales unas pautas menos segregadas de
relación entre los sexos. Ante tales circunstancias, los hombres que se aferraban al
viejo estilo y continuaban disfrutando con su participación en grupos exclusivamente
masculinos han de haber visto sombras de duda sobre su propia masculinidad.
Algunos pueden incluso haber empezado a dudar de sí mismos. Y esta clase de
dudas deben de haber sido doblemente amenazadoras en una situación social como
la de los clubes de rugby, donde el objetivo principal a perseguir era la expresión de
la masculinidad y la perpetuación de las normas tradicionales en este aspecto.

Los clubes de rugby de Gran Bretaña ya han dejado de ser los cotos privados
netamente masculinos que eran antes. El debilitamiento de las estructuras e
ideologías que otrora aglutinaron a los jugadores de rugby de forma compacta en
grupos exclusivamente masculinos ha sido un proceso complicado pero —si la
hipótesis presentada aquí tiene alguna validez—, así como la emancipación de las
mujeres desempeñó un papel importante en su desarrollo, de igual manera la
continuación de este proceso ha contribuido significativamente al debilitamiento
posterior experimentado por tales estructuras e ideologías. Se ha llegado a una
etapa en que las mujeres son visitantes frecuentes y, lo que es más importante, son
bien recibidas en los clubes de rugby. En parte fueron contingencias de upo
económico, más concretamente los bailes que se organizaron para recabar fondos,
lo que dio inicio a este cambio. En cualquier caso, este hecho económico refleja

156
cambios de mayor envergadura en la estructura social, sobre todo en la situación de
las mujeres dentro de esa estructura.

Los bailes introdujeron a las mujeres en el coto masculino del rugby con el
beneplácito oficial. Esto no quiere decir que antes su presencia estuviese totalmente
prohibida. Al contrario, siempre han sido bien aceptadas —para hacer el té, preparar
y servir comidas, admirar y animar a sus hombres—, pero, tradicionalmente, sólo se
toleraba su presencia si se contentaban con ocupar un lugar secundario. En cambio
ahora, las mujeres más emancipadas que han comenzado a entrar en los clubes, ya
sea para asistir a los bailes, ya simplemente para beber con sus hombres, están
cada vez menos dispuestas a aceptar esto. Tienden a valorar la independencia, a
desear la igualdad y a ejercer el poder que la conveniencia que su papel de
compañeras tiene para los hombres les da en relación con ellos. Muestran renuencia
a aceptar conductas que consideran intencionadamente agresivas o bien ellas
mismas actúan obscenamente como señal de su emancipación.

Puesto que hablamos de una situación dentro de un enclave social en el que las
mujeres son sólo acompañantes de los hombres y la actividad principal es masculina,
el predominio de los varones continúa claramente establecido. Con todo, los cambios
que acabamos de señalar indican el punto hasta el cual se ha empezado a poner en
tela de juicio, y, en menor grado, se ha debilitado, el dominio masculino dentro de la
sociedad británica. Al mismo tiempo, muestran naturalmente cuánto camino queda
aún a las mujeres por recorrer antes de llegar a la igualdad plena con los hombres.
Pues una de las razones por las que, en este caso, tienen que seguir a los hombres,
es el hecho de que son pocas las actividades recreativas comparables que están al
alcance de las mujeres. Mucho más que ellos, las mujeres siguen aún encerradas en
papeles domésticos y familiares. La falta de instalaciones recreativas para ellas
refleja este hecho. Como lo refleja igualmente el hecho de que aún es difícil que
entren solas en los bares sin que ello conlleve una pérdida de categoría o sin
atraerse la atención no deseada de los hombres. Esto, a su vez, obedece en gran
parte a siglos de dominación masculina y a una estructura social global que, en

157
términos generales, continúa reflejando y reforzando esa dominación. Refleja
asimismo la existencia de pautas de socialización que preparan a las mujeres
principalmente para desenvolverse en la esfera del hogar y en ocupaciones
secundarias, y que limitan sus horizontes no sólo en la esfera ocupacional sino
también en la esfera del ocio.
Los cambios descritos que han tenido lugar en los clubes de rugby en Gran
Bretaña parece razonable suponer que son sintomáticos de los cambios sociales
asociados de manera más general al desarrollo del deporte moderno. La longitud de
este ensayo no permite una discusión exhaustiva de las raíces sociales de tales
cambios. Basta simplemente decir que éstos tuvieron que ver en parte con el
nacimiento de Gran Bretaña como nación-Estado urbana e industrial y que este
proceso incluyó, entre sus principales componentes interactivos, una nueva
estructura social caracterizada por normas de conducta más «civilizadas» y por un
mayor grado de igualdad entre los sexos. Hay, no obstante, una clara excepción en
este planteamiento general: el fenómeno de la violencia desmesurada en el fútbol por
parte de los hinchas, pues parece contradecir la hipótesis de que los cambios
«civilizadores» han sido parte integrante del proceso de desarrollo de Gran Bretaña
como nación-Estado urbana e industrial. A continuación presentaré un breve análisis
de este fenómeno del fútbol antes de proponer algunas observaciones como
conclusión15.

SOCIOGÉNESIS DE LA VIOLENCIA EN EL FÚTBOL POR PARTE DE


LOS AFICIONADOS

Las características de esta clase de violencia más visibles de modo inmediato


son las peleas y el despliegue de agresiones entre grupos rivales de aficionados. Las
peleas adquieren formas diferentes y pueden presentarse en otros contextos fuera
del estadio propiamente dicho. Puede tratarse, por ejemplo, de un combate cuerpo a
cuerpo entre dos seguidores de equipos contrarios o entre dos grupos pequeños de
ellos. Independientemente del nivel de lucha, a veces se utilizan armas blancas en
estas confrontaciones, pero no de forma invariable. También pueden consistir estos

158
combates en el lanzamiento de objetos que van desde los aparentemente
inofensivos como cacahuetes y vasos de papel, hasta otros potencialmente más
peligrosos como dardos, monedas, ladrillos, trozos de hormigón, cohetes
pirotécnicos, bombas de humo y, tal como ocurrió en una o dos ocasiones, bombas
de gasolina.
El lanzamiento de objetos se efectúa por regla general dentro del estadio, si
bien no es desconocido fuera de él, sobre todo cuando una densa presencia policial
impide a los grupos de aficionados rivales entrar en contacto directo. A consecuencia
de la política oficial de separar a los hinchas contrarios —una medida adoptada a
fines de los años sesenta para contrarrestar la violencia en el fútbol, pero uno de
cuyos efectos principales ha sido desplazar el fenómeno y aumentar su incidencia
fuera de los estadios—, hoy el combate cuerpo a cuerpo es relativamente raro en las
gradas, si bien todavía algunos hinchas, en grupos pequeños y no llevando insignias
ni prendas que los identifiquen, logran infiltrarse en el territorio de sus rivales con
objeto de provocar las hostilidades. Haber participado con éxito en una «invasión»
confiere gran prestigio dentro de los círculos de aficionados al fútbol. Lo más común
sin embargo hoy en día es que los enfrentamientos tengan lugar bien antes del
partido, por ejemplo en los bares o en las zonas céntricas de la ciudad, o bien
después de éste, cuando la policía intenta conducir a los hinchas del equipo visitante
hacia la estación de autobús o de ferrocarril. Entonces es cuando suelen ocurrir las
confrontaciones a mayor escala. Estas suelen iniciarse con una «corrida», es decir
con unos doscientos o trescientos adolescentes y jóvenes que se adueñan de la calle
buscando una brecha en las barreras de la policía que les permita entrar en contacto
con el «enemigo». Cuando consiguen zafarse del control policial —los que
llamaríamos hinchas «empedernidos» utilizan complicadas estrategias con tal de
lograr este objetivo—, lo que tiene lugar es, típicamente, una serie de escaramuzas
sobre una extensión bastante grande de terreno y en cada una de las cuales
participan hasta veinte o treinta jóvenes aproximadamente. También estallan peleas
cuando los aficionados rivales coinciden por casualidad en algún sitio, como en los
vagones del metro o en cafeterías de la carretera. Y además, tienen lugar a veces
dentro de los propios grupos de aficionados, cuando se componen, por ejemplo, de

159
participantes procedentes de barriadas o puntos distintos de una misma localidad.
Tampoco son desconocidos los «grupos de choque». Por ejemplo, varios clubes de
Londres se congregan a veces en Euston o en alguna otra terminal de ferrocarril de
la capital para atacar conjuntamente a los seguidores de otros equipos que viajan a
Londres procedentes del norte.
Durante el partido, los grupos rivales prestan tanta o más atención los unos a
los otros como al juego en sí mismo, pues cantan, gritan consignas y gesticulan todo
el tiempo para manifestar su oposición. Sus cantos y gritos expresan
recurrentemente desafíos a pelear y amenazas de violencia. Cada grupo en
particular tiende a tener su propio repertorio de canciones y consignas, pero muchas
de ellas son variaciones locales sobre un fondo común de temas. En este aspecto,
como Jacobson ha mostrado16, es esencial el hecho de que las letras de estos
cantos van remachadas con palabras como «odiar», «morir», «pelear», «patear» y
«rendirse», todas las cuales transmiten imágenes relacionadas con batalla y
conquista. He aquí dos ejemplos, citados por Jacobson, del repertorio de los hinchas
del Chelsea:

(Canción según la música de Those were the days, my friend [«Aquéllos fueron
los días, amigo mío», pero conocida en español como «Qué tiempo tan feliz»].)

We are the Shed17, my friends,


We took the Stretford End18.
We'll sing and dance and do it all again.
We live the life we choose,
We fight and never lose.
For we are the Shed,
Oh Yes! We are the Shed*.

* [Somos el Shed, amigos míos, / Nos adueñamos del Stretford End. /


Cantaremos y bailaremos y lo haremos todo otra vez. / Vivimos la vida que

160
escogemos, / Peleamos y nunca perdemos. / Porque somos el Shed, / ¡Oh, sí!
Somos el Shed.]

(Canción a ritmo de I was born under a wandering star [«Nací bajo una estrella
errante»])

I was born under the Chelsea Shed.


Boots are made for kicking,
Guns are made to shoot.
Come up to the Chelsea Shed
And we'll all lay in the boot*.

• [Nací bajo el Chelsea Shed. / Las botas están hechas para patear, / las
pistolas para disparar. / Subid al Chelsea Shed / Y os daremos una buena
ración de patadas.]

Aparte de la violencia, la de-masculinización simbólica de los hinchas rivales


es otro tema recurrente en este tipo de canciones, como cuando por ejemplo los
llaman, a ellos y/o al equipo que apoyan, «señoritas» o «castrados», acompañando
todos en masa sus palabras con el gesto representativo del acto masturbador
masculino. Otro tema aún es la degradación de la comunidad a la que pertenecen los
contrarios, como por ejemplo en la siguiente canción, entonada al ritmo de In my
Liverpool hóme [En Liverpool, mi hogar]:

In their Highbury slums,


They look in the dustbin for some thing to eat,
They find a dead cat and they think it's a treat,
In their Highbury slums*.

161
* [En el arrabal de Highbury / Buscan en el cubo de la basura algo que comer, /
Encuentran un gato muerto y para ellos es un festín, / En el arrabal de
Highbury.]

Como puede verse por lo descrito, al menos una parte significativa de los
aficionados que se hacen merecedores del membrete de hooligan parecen estar
tanto o más interesados en la lucha que en presenciar un partido de fútbol. Para
ellos, el juego consiste primordialmente en la expresión de su machismo, ya sea con
los hechos, derrotando a sus rivales y haciéndoles huir, ya simbólicamente, vía las
canciones y lemas que entonan.

De éste y del anterior capítulo se desprende claramente que un componente


básico de la violencia en el contexto del fútbol es la expresión de una determinada
identidad masculina, de lo que podríamos denominar un «estilo masculino violento».
Las pruebas de que disponemos actualmente inducen a pensar que la mayoría de
los hinchas irrevocablemente violentos proceden de los estratos socioeconómicos
más deprimidos de la clase obrera, y parece razonable suponer que este estilo
masculino violento es el resultado de factores estructurales muy concretos de las
comunidades de clase obrera baja. Para describir tales comunidades, Geraid Sutiles
ha acuñado el término «segmentación ordenada» y les ha atribuido como una de sus
características dominantes la existencia de los «grupos de jóvenes de igual edad y
sexo» o «bandas callejeras»19. Tales grupos, según este autor, parecen
«desarrollarse con toda lógica a partir de la enorme importancia que en esos
sectores sociales se confiere a las diferencias de edad, la separación de los sexos, la
unidad territorial y la solidaridad étnica». No obstante, señala que también se
producen conflictos intra-étnicos en tales grupos y admite que la diferenciación y la
solidaridad de raza son factores contingentes más que necesarios en su formación.
Con otras palabras, la gradación por edad, la segregación de los sexos y la
identificación territorial muestran a las claras ser los determinantes estructurales
internos decisivos. En las comunidades en que éstos son los elementos centrales de

162
la estructura social, a los jóvenes se les deja en gran medida solos y ellos tienden a
agruparse en bandas, determinadas por una parte, por lazos de parentesco y
proximidad física como vecinos de residencia y, por la otra, por la amenaza que para
ellas representa el desarrollo de bandas paralelas en vecindades adyacentes.
También tienden estas comunidades a la fragmentación interna, salvo cuando,
argumenta Sutiles, surge un enfrentamiento real o a nivel de rumor entre las bandas,
pues en ese caso éstas pueden hacerse con la unión y la alianza de todos los
varones de la comunidad.

En un desarrollo posterior de su análisis, Suttles introdujo el concepto de «la


vecindad defendida», sugiriendo que es posible ver a los grupos callejeros de
adolescentes formados en los barrios bajos como «bandas de vigilancia», las cuales
no son sino el resultado de la «inadecuación de las instituciones formales que tienen,
por orden de las autoridades, la responsabilidad de proteger las vidas y
propiedades20. Ésta es una idea interesante, acorde en cierto modo con la teoría
eliasiana del «proceso civilizador» y con su acento en el papel desempeñado por el
control cada vez mayor del Estado en el nacimiento de normas sociales «más
civilizadas». Es decir, siguiendo la teoría de Elías, incluso en las naciones-Estado
urbanas e industrializadas son de esperarse niveles relativamente altos de violencia
en el seno de comunidades en las que el Estado y sus agentes no se han mostrado
capaces o dispuestos a ejercer un control eficaz. Permítaseme a continuación
explorar cómo la estructura de tales comunidades conduce a la producción y
reproducción de la «masculinidad violenta» como una de sus características
dominantes.

En tanto en cuanto sus estructuras internas se acercan a la «segmentación


ordenada» y en la medida en que no están sujetas a un control eficaz por parte del
Estado, las comunidades de los estratos más bajos de la clase obrera tienden a
generar normas que, en relación con los demás grupos sociales, toleran un nivel alto
de violencia en las relaciones sociales. En correspondencia con esto, tales
comunidades presionan comparativamente poco a sus miembros para que auto

163
controlen sus inclinaciones violentas. En esta dirección operan diversos aspectos de
su estructura. Así, la libertad comparativa que los niños y adolescentes de clase
obrera baja gozan con respecto al control de los adultos implica que aquéllos tiendan
a interactuar de modo relativamente violento y a desarrollar jerarquías de dominio en
las cuales son factores determinantes la edad y la fuerza física. Esta pauta se
refuerza gracias a las normas características de los adultos dominantes en ese tipo
de comunidades. A reforzarla contribuyen igualmente la segregación sexual, el
dominio del hombre sobre la mujer y la consiguiente falta de presión femenina que
podría «suavizar» un poco el estado de cosas. No podía ser de otro modo, pues, si
para cuando alcanzan la edad madura las mujeres de estas comunidades son ya
también relativamente violentas y esperan ser tratadas con violencia por sus
maridos, las propensiones violentas de éstos no pueden por menos que acentuarse.
Otra causa más que refuerza la violencia masculina son las frecuentes enemistades
entre familias, vecinos y, sobre todo, entre las bandas callejeras. En resumen: este
upo de comunidades de los estratos bajos de la clase obrera se caracterizan por una
especie de «ciclo de retroalimentación positiva» que tiende a fomentar el empleo de
la violencia en prácticamente todas las relaciones sociales, sobre todo por parte de
los hombres. Un efecto de este «ciclo» es que confiere prestigio a los varones que
saben pelear. Y, correspondientemente, se da en ellos la tendencia a desarrollar el
gusto por la lucha, a verla como una fuente básica que proporciona sentido y
gratificación a sus vidas. La diferencia central en este aspecto entre las comunidades
de clase obrera baja y las de sus equivalentes más «respetables» en las clases
obrera media y alta resulta ser que, en las últimas, normalmente tiende a condenarse
el uso de la violencia en las relaciones personales directas, mientras que en aquélla
se disculpa y aun se premia por regla general. Otra diferencia es el hecho de que en
las clases «respetables» se tiende a desplazar a la violencia «tras bambalinas» y,
cuando estalla de todos modos, tiende a adoptar una forma más «instrumental» y a
suscitar sentimientos de culpa. Por el contrario, en las comunidades «rudas» de la
clase obrera suele darse más rienda suelta a la violencia en público y ésta, como
contrapeso, adopta una forma «expresiva» o «afectiva». Por esa razón tiende a
asociarse, en mayor medida que la otra, con sentimientos agradables.

164
Es razonable suponer que el «estilo masculino violento» generado de este
modo en los sectores «rudos» de la clase obrera sea el que se manifiesta
principalmente en los combates que tienen lugar entre los aficionados en el contexto
del fútbol. Es decir, los testimonios actualmente existentes apuntan a que son los
adolescentes y jóvenes pertenecientes a este sector de la clase obrera los que
constituyen el núcleo principal de quienes constantemente incurren en las acciones
más violentas que tienen lugar en el contexto del fútbol. Por supuesto que no es el
fútbol el único cauce de expresión de este estilo. No obstante, en muchos aspectos
resulta un escenario altamente apropiado, debido a que los partidos de fútbol son en
sí mismos batallas cuyo contenido principal es la expresión de la masculinidad,
aunque sea de un modo socialmente aprobado y controlado. También el equipo de
fútbol proporciona a los adolescentes y adultos jóvenes de la clase obrera un símbolo
con el que todos se identifican, hasta el punto de que llegan a considerar el estadio,
más concretamente las gradas que siempre ocupan, como su «terreno» propio. Al
mismo tiempo, el fútbol lleva regularmente a su territorio a un «enemigo» fácilmente
identificable: los seguidores del equipo contrario, que son vistos como «invasores».
Para terminar, la enorme asistencia de personas a los partidos ofrece el marco
idóneo para participar en lo que oficialmente son actos «antisociales» con relativa
impunidad y de modo más o menos anónimo, sin contar con que la nutrida presencia
de policías añade la emoción que produce enfrentarse periódicamente con los
agentes de la ley.

He llegado ahora a un punto en el que creo poder ofrecer algunas


observaciones a modo de conclusión.

CONCLUSIÓN

En el presente ensayo, he indicado la posibilidad de rastrear los orígenes de


algunos «deportes de combate» modernos en una serie de juegos tradicionales
populares cuya violencia trasluce su arraigo en una sociedad que era más violenta y

165
por consiguiente más patriarcal que la nuestra. Remonté luego la incipiente
modernización de estos deportes hasta las escuelas privadas, dando a entender que
los cambios «civilizadores» ocurridos a este respecto eran sintomáticos de un
conjunto más amplio de mutaciones que, entre otros efectos, aumentaron el poder de
las mujeres en relación con el de los hombres. Algunos de éstos respondieron a la
nueva situación de cambio en la balanza de poder haciendo de los clubes de rugby
—que no eran naturalmente los únicos enclaves creados para tal propósito— cotos
exclusivamente masculinos en los que los varones podían simbólicamente
escarnecer, cosificar y vilipendiar a las mujeres, las cuales, ahora más que nunca,
representaban una amenaza para su posición y su auto imagen. La progresiva
emancipación de las mujeres ha erosionado de manera importante este aspecto de
la «subcultura» del rugby. Por último, he examinado la contradicción que para mi
tesis supone aparentemente el fenómeno de la violencia desaforada por parte de los
aficionados al fútbol, y he apuntado que una de sus características principales es el
«estilo masculino violento» producido y reproducido estructuralmente en
determinados sectores de la clase obrera baja. En sí misma, no constituye una
contradicción a mi tesis pero sí revela tanto la irregularidad con que han ocurrido el
proceso «civilizador» y el de formación del Estado como el hecho de que en la Gran
Bretaña actual aún existen sectores de la estructura social que continúan generando
una agresividad machista más o menos extrema.

Una diferencia capital entre el machismo expresado, por una parte, en la


violencia del fútbol y, de forma más general, en el estilo violento de los hombres
«rudos» de la clase obrera y, por la otra, el que se muestra en el rugby, consiste en
el hecho de que los jugadores de este deporte tienden a canalizar su violencia y su
rudeza física en el propio juego, socialmente aprobado, en tanto que para los obreros
la violencia tiende a ser una parte más de sus vidas. Merece asimismo señalarse
que, mientras los jugadores de rugby —cuando la subcultura de su coto masculino se
hallaba en su punto más álgido— tendían a burlarse de las mujeres, a dosificarlas y
escarnecerlas simbólicamente por medio de rituales y canciones, las mujeres no
figuran en los cantos de los hinchas futboleros en absoluto. Tal vez esto sea una

166
prueba de que en los sectores más bajos de la clase obrera ellas gozan de menos
poder y, por tanto, representan una amenaza también menor para los hombres de
esas comunidades.

Es probable que la deducción más importante derivada del presente análisis sea
el hecho de que, en lo que respecta a la producción y reproducción de la identidad
masculina, el deporte sólo tiene una importancia secundaria. Mucho más
significativas en este aspecto son, al parecer, las características estructurales de la
sociedad en general que afectan al reparto proporcional de poder entre los sexos y al
grado de separación entre ellos existente en la necesaria interdependencia de
hombres y mujeres. Todo lo que puede decirse del deporte a este respecto es que
desempeña un papel secundario, de refuerzo. Pese a lo cual, contribuye sin embargo
decisivamente al sostenimiento de formas más moderadas y controladas de
agresividad machista, en una sociedad donde son escasas las ocupaciones laborales
que, como en el ejército y la policía, ofrecen con frecuencia oportunidades para
pelear, y donde el desarrollo tecnológico se ha orientado por completo durante largo
tiempo a reducir la necesidad de la fuerza física. Naturalmente que, en tanto la
socialización de las mujeres las haga sentirse atraídas por los hombres machistas,
los deportes, los deportes de combate sobre todo, contribuirán de forma
relativamente importante a la perpetuación tanto del machismo como de la
dependencia de las mujeres derivada de él. Probablemente sea ocioso especular
acerca de si los deportes de combate continuarían existiendo en una sociedad más
«civilizada» que la nuestra. Una cosa sin embargo es relativamente segura: que aun
cuando el avance hacia la igualdad tienda a fomentar los conflictos a corto y medio
plazo, dicha sociedad terminaría por fuerza siendo más igualitaria, con un grado de
igualdad entre los sexos, las clases y las «razas» muy superior al logrado hasta el
momento.

167
NOTAS.

1
Una versión anterior de este trabajo fue presentada en la Cuarta Conferencia Anual
de la Sociedad Norteamericana para la Sociología del Deporte [North American
Society for the Socíology of Sport], celebrada en St. Louis, Missouri, en octubre de
1983. Quiero expresar mi agradecimiento a mis colaboradores Clive Ashworth, Pat
Murphy, Tim Newbum, Ivan Waddington y John Williams, cuyos comentarios
críticos me han resultado de enorme utilidad.
2
Los escritores feministas han realizado, naturalmente, avances importantes en este
sentido pero, debido a la fuerza de su compromiso ideológico, gran parte de lo que
han escrito parece cuando menos, incluso a muchos que simpatizan con su causa,
falto de adecuación al objeto.
3
Véase The Pósitive Philosophy of Auguste Comte, traducida y abreviada por Harriet
Martíneau, Londres, 1853 Págs. 134 y ss. Para ser justos con el filósofo, aunque
afirmaba que «constitucionalmente» las mujeres se encuentran «en un estado de
infancia perpetua» y no son «aptas para la continuidad e intensidad indispensables
en el trabajo mental, sea por la debilidad intrínseca de su inteligencia o por su
sensibilidad moral y física más despierta», también las vio «espiritualmente»
superiores a los hombres y por ende más importantes que ellos desde el punto de
vista social.
4
Véase, por ejemplo, la discusión contenida en Suicide, Londres, 1952, Págs. 384-
386.
5
Para un análisis de esta cuestión véase Eric Dunning, «Notes on Some Recent
Contributions to the Sociology of Sport», Theory, Culture and Society, vol. 2, núm.
1, 1983, págs. 135-142.
6
Con la excepción de Boutilier y San Giovanni en su The Sporting Woman,
Champaign, Illinois, 1983; y de Jennifer Hargreaves, «Action Replay: Looking at

168
Woman in Sport», en Joy Holland (comp.), Feminist Actim, Londres, 1984, págs.
125-146.
7
Véase, sobre todo, What is Sociology3, Londres, 1978; El proceso de la civilización,
Madrid, 1988; State Formation and Civilization, Oxford, 1982, y La sociedad
cortesana, Madrid, 1982.
8
Véase, por ejemplo, el argumento presentado por Paúl Willis en Learnig to labour,
Londres, 1977.
9
Este análisis se basa en el de Eric Dunning y Kenneth Sheard en Barbarims,
Gentlemen and Players, Oxford, 1979.
10
Ibíd.
11
Anónimo, The New Rugbeian, Vol. III, 1860; citado en C. R. Evers, Rugby,
Londres, 1939, Pág. 52.
12
Norbert Elias, «The Génesis of Sport as a Sociological Problem», en E. Dunning
(comp.), The Sociology of Sport: a Selection of Readings, Londres, 1971.
13
Desde el punto de vista de Elías es erróneo, hablando en sentido estricto,
establecer la dicotomía restricciones «internas» y «externas». Él utiliza los términos
Selbstzwänge (autorrestricciones) y Fremdzwänge («otras» restricciones,
literalmente «ajenas», «extrañas»), y centra sus análisis en el cambiante equilibrio
entre ellas a lo largo del tiempo.
14
Véase Kenneth Sheard y Eric Dunning, «The Rugby Football Club as a Type of
Male Preserve: Some Sociological Notes», en International Review of Sport
Sociology, 5 (3), 1973, págs. 5-24.
15
Nuestro análisis se basa en el presentado por Eric Dunning, Patrick Murphy y John
Williams en «The Social Roots of Football Hooligan Violence», Leisure Studies, vol.
1, núm. 2, 1982, págs. 139-156. Véase también «If You Think You're Hard
Enough», New Society, 27 de agosto de 1981, y Hooligans Abroad: the Behaviour
and Control of Englis Fans at Football Matches in Continental Europe, Londres,
1984.
16
Simón Jacobson, «Chelsea Rule - OK», New Society, 1975, Vol. 31, Págs. 780-
783.

169
17
El Shed es una franja de gradas cubiertas en Stamford Bridge, el estadio del
Chelsea F. C.
18
El Stretford End es el sector de gradas tras una de las porterías del Old Trafford, el
campo de fútbol del Manchester United. Los aficionados que ocuparon estos
lugares (Stretford-enders) fueron famosos por sus hazañas de violencia a principios
y mediados de los años setenta.
19
Geraid D. Sutties, The Social Oria vf Iht Sbm: Ethmcitf muí Taritoy a the Imer dty,
Chicago, 1968.
20
Geraid D. Suttles, The Social Construction of Communities, Chicago, 1972.

170
CAPITULO V

171
EL HOMBRE COMPETITIVO.
Selección de Textos.
Coca Santiago (1993)
El Hombre es lo que importa.
Alianza Editorial S. A. Madrid
Pág. 172 - 203

172
INTRODUCCIÓN

El hombre es lo que importa

Hombres y mujeres deportivos


Lo sustantivo y lo adjetivo

Lo sustantivo en estos ensayos es el hombre, lo de menos es lo adjetivo, su


calificación que lo retiene entre precisiones de muy diversa significación. Porque si
bien todas estas matizaciones contemplan el común denominador de su asignación
deportiva, conservan sin embargo su peculiar acento con el que darnos cuenta de
esa realidad proteica que configura el gesto corporal y que llamamos,
genéricamente, deporte. Así, de esta forma, lo deportivo se nos antojará como una
suma congruente de aspectos humanos, dispersos en su tratamiento ensayístico,
pero próximos y sin fronteras en su entendimiento cabal.

El hombre deportivo es y son, a la vez, muchos hombres y mujeres, múltiples


circunstancias donde instalarse vitalmente y variadísimas y comprometidas
respuestas que justifican esa pluralidad de acepciones con que definimos la
dimensión deportiva del hombre.

Toda, o casi toda, esta profusión de categorías que le cuadran al hombre como
ser deportivo nace de la consideración pormenorizada del hombre en movimiento,
activo físicamente, inquieto y en actitud permanente de cambio. Mediante su
expresión corporal libre y sincera, por la que no cesa de interpretarse a sí mismo,
extrovierte el compromiso irrepetible —por ser móvil y por ser de cada uno en un
determinado momento— de quien está dispuesto a recrear su mundo, el que le ha
tocado vivir, dotándole de ritmos y de situaciones que darán al traste con la rutina
infecunda.

173
Primeras preguntas

— ¿Llamamos a este hacerse y deshacerse, presente y ya pasado de lo que es


instantaneidad del gesto deportivo, humanismo que sabe del cuerpo más allá del
cuerpo mismo?

— ¿Puede estructurarse lo que supone un modelo de dinamismo personal que


trasciende la carne espontánea o entrenada hacia la consecución de un resultado
gratificante?

— ¿Merece la pena cifrar en claves lingüísticas el ser y el deber ser de quienes se


mueven obligando a que las cosas mundanas, relacionadas con ellos en una
recíproca comunidad de aproximaciones, encuentren a su vez su propia
consistencia?

— ¿Será también una metafísica este esforzarse por alcanzar la otra orilla del
movimiento humano?

La empresa que formulamos podría cerrarnos, de entrada, toda posibilidad de


seguir en nuestro empeño, pues es tan manifiesta la polémica que surge alrededor
de los términos empleados en las preguntas precedentes —humanismo, estructura,
lingüística, metafísica— que de no limitarnos a establecer rigurosamente las
conexiones que median entre el hombre deportivo y aquellos conceptos filosóficos,
contribuiríamos a una mayor confusión. Vamos a esclarecer estas relaciones.

Hombres y mujeres

Pero antes que nada convendría dejar constancia de una preocupación sentida
por muchos: no acaba de entrar plenamente la existencia de la mujer en los
planteamientos reales que acogen al hombre deportivo, y me refiero al hombre
masculino y no al hombre gramatical o conceptual.

174
Sin remontarnos al viejo lema de los romanos «domum mansit, lanam fecit» —
algo así como la mujer honrada, la pata quebrada y en casa— o a la visión
rousseauniana de que el ejercicio físico para la mujer sólo se justificaba si estaba
orientado a su maternidad y al placer del hombre, o a la más reciente afirmación de
Coubertin que fijaba la misión de la mujer en el deporte como coronadora de los
vencedores, hemos de reconocer que aún no se ha llevado a efecto esa igualdad de
oportunidades que teóricamente se proclama pero que no acaba de hacerse efectiva
en favor de las mujeres.

La dominación masculina en las organizaciones deportivas coloca bajo su


control los recursos y la capacidad de decisión...»1. Si la mujer se esfuerza en todos
los órdenes de la vida por definir un nuevo humanismo, protagonista y creador, sin
dependencias que le son ajenas o al menos impositivas, uno de esos órdenes vitales
no definidos aún pertenece al mundo deportivo.

Hecha esta salvedad reafirmo mi convencimiento de que la expresión hombre


deportivo, que empleo a lo largo de estos ensayos, no alienta discriminación alguna y
que las únicas matizaciones diferenciadoras que cabría acoger en el libro provienen
de los factores biológicos que determinan la instalación en la vida de los hombres y
de las mujeres.

Humanismo y hombre deportivo

El hombre por entero

Según BUBER, únicamente llegaremos a conocer al hombre entero —captarlo


por entero— si recorremos los caminos de la diferenciación y de la comparación2, es
decir, obligándonos a parcelar las características que le definen como individuo
irrepetible al tiempo que las sometemos a un análisis de contraste consigo mismas y
con las notas específicas de otros hombres. De esta manera, la realidad deportiva,
antagónica y distinta, contribuye a descubrir espontáneamente al hombre deportivo y

175
al mismo tiempo, esa realidad competitiva se deja revisar mediante diferencias y
contrastes que facilitarán, simultáneamente a su desarrollo, la revelación de las
diferencias que existen entre los competidores.

Si en vez de la competición deportiva nos encontráramos con la actividad física


como medio de educación o como medio de recreación, donde no necesariamente
tienen por qué existir enfrentamientos, las diferencias subsistirían, menos
contrastadas, pero tan reales como en los anteriores supuestos, porque cada uno se
manifiesta distinto conforme a su capacidad de ser, esto o lo otro, sin que nos
veamos obligados a invocar una y mil veces las citas de lo competitivo.

Cuando CAGIGAL3 reflexiona sobre la búsqueda del equilibrio de la


personalidad en el marco de la psicología del deporte, hace suyas las funciones que
BUBER asignaba al observador de los fenómenos humanos, diferenciación y
comparación, si bien distingue en el aspecto comparativo dos vertientes muy
matizadas: la de integración que recoge las características personales de
organización o de uniformidad en las tendencias, y la de intercambio que se refiere al
diálogo de los constitutivos personales con su entorno y que así determinan el
sentido de la socialización de la personalidad.

El hombre desde sí mismo

Vistas así las cosas, el humanismo aplicado al deporte sería método para
entender y explicar el porqué y el cómo de unos hombres que optaron por esa
expresión corporal, llámese juego, danza, deporte en su sentido más amplio o
ejercicio físico a secas.

Y no desmerece en nada el concepto humanismo por encerrarlo, en esta


primera acepción, en los límites de la palabra método. Al fin de cuentas, como
apunta CASTILLA DEL PINO describiendo lo que entiende por humanismo 4, también

176
tendemos a desvelar «la conciencia de la realidad del hombre en cuanto hombre, la
conciencia de las cosas como cosas y la conciencia de las relaciones del hombre con
los otros hombres así como la de su operatividad con las cosas». Afirmación y
definición de un método que nos acerca a los problemas del hombre.

Si el método forma parte del trabajo que tiene por objeto explicar al hombre
deportivo —en este sentido lo aceptamos como un humanismo—, o racionalizar una
interpretación del humanismo entendido como vía, con mayor razón acogeremos el
término humanismo aplicado a la presencia del hombre deportivo si lo entendemos,
siguiendo a CASTILLA DEL PINO 5, como una actividad que libera, o conforme a una
apreciación que determina al hombre como tema y como problema en expresión de
GARCÍA BACCA, o que se ciñe a términos de relación según MONTAGU, y a
términos de intramundaneidad como afirma MOREY.

La realidad del hombre deportivo

CASTILLA DEL PINO reivindica para los humanismos el lugar concreto que
los enraíza en la realidad cotidiana, con lo que dejan de ser un misterio o una
trascendencia para convertirlos en un problema. Dicho en otras palabras, el
humanismo no es sino la propia realidad cotidiana comprendida y aceptada desde la
libertad, al margen de cualquier mitificación que la desvirtúe.

Así el hombre deportivo jamás escapará de su encuadramiento férreo a la


cotidianeidad porque está prendido en una confrontación personal con sus
entrenamientos, con la cinta métrica, con el cronómetro, con los posibles oponentes,
con su peso y su comida, con sus lesiones y sus límites.

La realidad significa para el deportista el descubrimiento de sus posibilidades, la


medida que verifica su valor auténtico, la apertura a modos distintos de ser, el

177
imposible adocenamiento y la llamada a un continuo cambio que obliga a entenderse
de nuevo sin prejuicios.

6
SERGIO dirá que el deporte como práctica filosófica radica en la voluntad del
hombre que se reconcilia consigo mismo por medio del movimiento y que parte
dialécticamente del fenómeno juego. Ambos autores rechazan así, como es lógico,
aunque desde criterios distintos, la identificación del concepto humanismo con la
mera especulación teórica o apriorística del mismo.

Las dos concepciones anteriormente citadas sobre el humanismo refuerzan


nuestro punto de partida, a saber, la necesidad de que expliquemos la totalidad del
hombre deportivo. Todo el hombre deportivo está ahí, en ese instante, comprometido
en su acción con los factores más próximos a la modificación de la realidad física. La
inteligencia, la voluntad, los sentimientos, la fuerza, la integridad física, todo el
vitalismo en suma del hombre deportivo se encuentra alrededor de ese hecho
particular que le obliga, en cada momento de su participación física, a dar de sí lo
mejor.

Lo deportivo se hace sustantivo en su persona y a partir de esta identificación


no acertaríamos ya a definir las fronteras entre lo humano y lo deportivo, entre el
humanismo como aportación que cambia las circunstancias acogedoras del deporte
y ese deporte en cuestión que obliga al hombre que lo hace posible a mantenerse en
consonancia con él.

Si las interpretaciones precedentes renunciaban a considerar los sucesos


deportivos dentro de la esfera de lo trascendente, o de lo preestablecido, para
situarlos en su dimensión coyuntural porque lo humano no es algo permanente —de
ahí el humanismo como experiencia aferrada a la realidad—, ahora nos interesa
destacar otra valoración del humanismo deportivo acogiéndonos a la distinción que
GARCÍA BACCA7 hace del estudio del hombre según se vea como tema o como
problema.

178
No insistiremos en la dimensión hombre como tema, es decir, como ser
definitivo, irremisiblemente anclado en su racionalidad, acabado fundamentalmente,
sin perspectivas de hacerse otro y fácilmente constreñible en una definición que lo
abarcara todo.

El hombre deportivo es ante todo el hombre como problema, el hombre de las


modificaciones singulares —las de cada uno que le identifican y le distinguen—, el
hombre que se sabe irrepetible aun para sí mismo y hasta cierto punto desconocido,
pues no dispone de la garantía de su éxito futuro aunque lo entrene y lo asimile hasta
la saciedad.

El hombre deportivo está conjugando día a día un humanismo de alto riesgo en


el que cabe la previsión junto al fracaso, la seguridad junto a la indecisión, la quietud
tensa de la espera junto a la permanente puesta en escena de su movilidad. Ni
siquiera los favoritos están convencidos de la exactitud de los pronósticos porque
cualquier resultado será posible.

El hombre deportivo relacionado

Que el humanismo, si se trata o no del deporte, se encuentre a gusto hablando


de relación o de relaciones es cosa sabida. MONTAGU8 nos remite al problema del
hombre moderno, que no es otro que el de sus relaciones con los demás y consigo
mismo, hasta el extremo de afirmar que el hombre no se relaciona consigo mismo
sino en la medida en que se encuentra vinculado a los otros.

9
Parafraseando a ZUBIRI , hablaríamos del hacerse cargo de la realidad
mediante el oportuno enfrentamiento humano con las cosas. No es cuestión de un
momento entender cómo el hombre se instala en la vida y cómo se autoafirma, para
que digamos que lo que acontece a su alrededor merece el calificativo de
humanismo. Hasta que ese hombre no se haga con el control de las cosas, se

179
posesione de ellas, las relacione con sus posibilidades y les atribuya presencia
viviente, no debería sentirse humano.

Ni tampoco deportivo, si entendemos que las situaciones que convergen en ese


entorno competitivo o de actividad física en general demandan una apropiación
entrañable, un dejarse aprehender por el hombre de forma que las reconozca como
suyas, que sean realidades de su misma persona y realidades en las que él, como
persona, se sienta realizado.

El hombre deportivo en su mundo

La intramundaneidad, como la entiende MOREY 10, es otra de las características que


asignábamos al humanismo y que nos interesa asociar, metodológicamente, al
quehacer autónomo del hombre deportivo. Su protagonismo pacífico, en estrecha
unión con los hallazgos que la ciencia le proporciona, le permite responsabilizarse de
su tarea mundana con- tribuyendo al esfuerzo común con sus contemporáneos por
perfeccionar el tiempo y el espacio que les ha tocado vivir.

Estructura y hombre deportivo

Hacia una definición de deporte

Si en términos generales los límites de lo posible pueden parecerle al hombre


haber retrocedido más allá incluso de las previsiones que en un tiempo rozaron la
11
ficción , puesto que la ciencia no renuncia a ser incesantemente creativa, tampoco
nos parece factible encontrar los términos que limiten, de una vez por todas, la
definición del hombre deportivo. Existen tantas reflexiones, tantos trabajos, tantas
dudas sobre el significado del deporte que o bien optamos por cerrar el debate con
innumerables definiciones que contenten a todos— ¿esclarecen un objeto científico
las múltiples definiciones que provoca?— o bien no aportamos ninguna definición y
entonces nos alejamos de ese objeto científico.

180
Tampoco pretendemos definir al hombre deportivo aunque el título del libro así
lo sugiera. No queremos llegar a una conclusión como retomo imposible a la duda o
a la pregunta, porque es tan incompleto el hombre, tan por hacerse, tan
12
esquizofrénicamente dividido o, en frase de FROMM , «tan una y otra vez nacido a
lo humano», que su propia realidad cambiante rehuye la quietud de una definición. Y
si no soporta ser definido sustantivamente, en su apreciación hombre, menos aún
aceptará serlo calificativamente, en su cualifícación deportivo.

Funciones del hombre deportivo

Este nuevo pasó hacia el entendimiento completo del hombre deportivo o hacia
una comprensión cualificada aunque no total del hombre completo deportivo, lo
13
recorremos por los campos de la estructura . De esta manera recompondremos el
concepto del deporte como trama que saque a relucir la mutua dependencia de
funciones que los distintos componentes de esa realidad mantienen entre sí y con la
existencia de la totalidad que ellos han creado.

Es un concepto de estructura que nos acerca al concepto de sistema o sistemas


de relaciones de los que dimos cuenta al hablar del humanismo y sobre los que aún
hablaremos, ya que el deporte y en particular el hombre deportivo no podrá ser
explicado al margen de esas referencias mutuas.

El hombre deportivo es el libro entero. Así pues la estructura legitima la función


y el enlace compenetrado o solidario de funciones concibe el todo como un
organismo y aparta de su preocupación los métodos atomistas cercanos a la
parcelación de la realidad. Nos bastan estas indicaciones que delimitan la
comprensión del término estructura para que nos sintamos cómodos entre ellas al
investigar sobre lo que le sucede al hombre deportivo.

El hombre deportivo está acostumbrado a la acción y es ella su impronta, su


inserción en el mundo, sus señas de identidad. Esta viveza detectable por sus

181
contemporáneos —la luz y los taquígrafos, como in- formación, lo evidencian—
revela el carácter abierto y estructural típicos del deportista. Abierto porque el
deporte es dinamismo desde adentro hacia afuera y porque el deporte es contrario a
14
la existencia de sistemas cerrados. Y estructural porque, parafraseando a ZUBIRI ,
uno de los problemas de la vida radica en la ampliación de estructuras mediante
sucesivos aprendizajes.

¿Acaso no se afirma el hombre deportivo, no se posee debidamente, no se


instala a gusto en la vida o no se construye recursos adecuados que le autoafirmen,
si no es mediante el entrenamiento que para él representan sus continuos
aprendizajes?

Hablemos de lo que hablemos, de competición deportiva, de actividad físico-


deportiva, de recreación, de pedagogía del ocio, serán en definitiva el aprendizaje, el
trabajo, la asimilación de los gestos, lo que nos conducirá a una estructura o
ampliación de estructuras que harán posible que el hombre y la mujer acierten a
enfrentarse con su realidad, haciéndose cargo de ella sin traumas.

Cuanto más creativas sean las respuestas que se otorgan a las distintas
solicitudes físicas, técnicas, tácticas o mentales, que provienen de los deportes, más
consistente 15 será el valor de esa estructura deportiva. El cúmulo de experiencias,
datos y vivencias, que surgen del enfrentamiento del hombre deportivo con sus
respectivos oponentes, nos van a dar la medida de ese todo funcional, de esa
estructura, que representa originariamente al hombre mismo o a los equipos en
cuestión.

Estudiado así el hombre deportivo, por funciones y no por definiciones que


depuran en exceso los contornos del objeto definido —hombre deportivo como
competitivo, como gestual, como lúdico..., los calificativos en suma que le pertenecen
en este libro—, su aspecto externo de funcionalidad plural —el hombre deportivo no
para de estar situado en relación consigo mismo y con los otros— nos remite a una

182
estructura compleja, casi imposible de comprensión inmediata y a un ruego
constante de acercamiento a la investigación.

Ciencia y deporte

¿El deporte es objeto de la ciencia? ¿De varias ciencias que le prestan sus
peculiares consideraciones? De esto hablaremos en su momento pero sin olvidarnos
de que el deporte, merecedor o no de la etiqueta científica, reivindica una estructura
de funciones múltiples sobre las que los técnicos lucubran sin cesar. Bastaría
recorrer, a modo de ejemplo, la bibliografía sobre los elementos más importantes que
constituyen el entrenamiento deportivo o la motricidad o la recuperación de un
deportista lesionado, para darnos cuenta de la divergencia y de la calidad de
opiniones que la sustentan.

Si la estructura del comportamiento o del rendimiento físico-deportivo fuera


diáfana, el hombre deportivo se convertiría en un ser programado infaliblemente. La
educación física, la recreación, la expresión corporal, el deporte competitivo,
obedecerían a unas leyes de fijación inexorable que en absoluto responden a la
libertad de decisión con que el hombre deportivo se manifiesta.

Estructura, pues, acogedora de funciones libres y creativas, y estructura como


consecuencia de esa apertura, nunca cerrada o terminada del todo, ya que una de
16
sus características será la búsqueda de nuevas funciones y nuevas expectativas
de autoafirmación.

Los entrenadores, los profesores y los deportistas, los hombres deportivos, en


suma, se debaten en medio de continuas disfunciones al encuentro de esa
homeóstasis que las concierte. Y si no logran la respuesta final, al menos siguen
debatiéndose por hallar aquellas explicaciones que les ayuden a comprender el
binomio cuerpo-espíritu, psiquis-mo-fisiologismo, subjetividad-objetividad que en
17
afirmación de GURMÉNDEZ se encuentra en el análisis de la actividad corporal a

183
través de sus variados sistemas funcionales. Por eso la insistencia, desde las
primeras palabras de esta introducción, sobre el conocimiento del hombre deportivo
a partir del estudio del concepto de estructura, concepto funcional por excelencia.

Lingüística y hombre deportivo

El lenguaje de lo corporal

Afirma FERRATER MORA 18 que «una de las cosas que se aprende cuando se
filosofa lingüísticamente es andar con pies de plomo», puesto que «la lista de
problemas que se suscitan en relación con el tratamiento de cuestiones lingüísticas
es larga».

Con este cuidado continuamos nuestro estudio, porque cuando hablamos de


lenguaje podemos referirnos a distintas realidades afines a este término y dispares
en el objeto formal de su consideración. Lo mismo queremos decir comprensión
como fenómeno psíquico, que comunicación como hecho social, que conjunto de
normas gramaticales o códigos expresivos, que usos y costumbres como pautas de
comportamiento, que sistema de significación en frase de BARTHES 19.

Nos encontraríamos, así, inmersos en la teoría de los llamados lenguajes no


verbales o corporales sobre la que tantos investigadores no cesan de pronunciarse,
siendo unánimes en el respeto o reticencia, según opiniones, hacia la utilización del
término lenguaje ya que «los momentos estructurales del tiempo kinésico no
coinciden con los momentos estructurales del tiempo lingüístico» 20.

La juventud de este lenguaje corporal autoriza a mantenernos esperanzados


frente al futuro de su desarrollo, pero al mismo tiempo se impone una discreta actitud
frente a unas nociones aún no suficientemente contrastadas. Sigamos investigando.

184
Si «el aire del pensamiento es el lenguaje», como afirma LLEDÓ21, cuánto nos queda
todavía por respirar, por decir y por escribir.

Según lo que acabamos de afirmar, la interpretación del hombre deportivo


conforme a criterios lingüísticos podría conducirnos a una trampa, la de creer que la
gestualidad del hombre deportivo, su motricidad, su extraordinario potencial kinésico,
se explicaría haciendo una transición adecuada desde los parámetros que encauzan
el lenguaje a los que' rigen las respuestas biológicas. Pero la biología no es la
lingüística. El hombre deportivo, por demás gesticulante y expresivo, lo es porque
introduce en su acción física el elemento libertad, artífice de cuantos resultados
creativos transforman su mundo.

¿Cómo reducir a fórmulas lingüísticas, aun cuando se ha intentado con


22
modestia científica eso sí , la variopinta y espectacular presencia del hombre
deportivo en los múltiples contextos en que tiene lugar?

Entonces, ¿por qué hablamos, llevándolos de la mano, tanto del lenguaje como
del hombre deportivo? Por una sencilla razón, las características que adornan el
lenguaje van a permitirnos explicar algunas de las propiedades o funciones del
hombre deportivo, y no vamos a conseguirlo por transición espontánea —ya lo
rechazamos anteriormente—, sino por equivalencias. Es decir, nos aprovecharemos
de las afirmaciones que son propias de las instancias verbales y las aplicaremos al
mundo de lo no verbal, al mundo del hombre en movimiento, hombre deportivo, del
que nos ocupamos.

El lenguaje literario:

La importancia del extrañamiento o desvío que nos sirve LÁZARO CARRETER


23
y que nos lleva a considerar las diferencias que se establecen entre el lenguaje
usual y el lenguaje literario. El primero conduce al contenido del mensaje y el
segundo se siente como tal y no como sustituto del objeto designado. Este segundo

185
lenguaje, el literario, nos alejaría del automatismo del primero y se entroncaría con la
dimensión más rica del lenguaje, su expresividad creativa. Esta será una de las
experiencias más gratificantes que vivirá el hombre deportivo, se dedique o no a la
competición, la de ser capaz de vencer la rutina de su comportamiento activo.

Son tantos los gestos despersonalizados que jalonan la vida de una persona,
tan rutinarios en su hacerse a diario, tan estereotipados y carentes de cualquier
singularidad que merezca la pena ser destacada, que nos atreveríamos a decir que
la cotidianidad motriz humana se desenvuelve en un terreno próximo a lo
psicopático.

Magnífico envite éste, el de consignar dónde se encuentra lo reiterativo y cómo


transformarlo en paciente realidad creadora. Nos encontraremos con esta dualidad a
lo largo de todos estos ensayos, porque una de las respuestas determinantes que
sellan la personalidad del hombre deportivo es precisamente su originalidad.

Antropología gestual:

24
La interpretación del lenguaje como decir que debemos a JULIÁN MARÍAS .
Para él, decir es mostrar o patentizar la vida de cualquier forma, mediante un dedo,
un gesto, una caricia... Descubrir los contenidos y las aperturas o proyecciones de
este decir es buscar las raíces de lo humano ampliando el concepto totalizador del
hombre y de su mundo.

Los gestos corporales, el movimiento completo del hombre deportivo, dejarían


de ser considerados como una simple manifestación pasajera de quien los realiza
para convertirse en un testimonio de su verdad. La dinámica del hombre deportivo
deja de ser un arrebato más o menos transitorio de su estar vivo y se configura como
una expresión válida de esa totalidad de vida que se supone detrás de él.

186
Podríamos incluso referirnos a una antropología gestual o gestó logia humana
que nos permitiría construir, parafraseando a MARÍAS, una de las raíces de la
estructura locuaz de la vida humana. Llegaríamos al conocimiento del hombre
deportivo, a su totalidad, desde sus decires mínimos, expresivos, que si bien le
desmenuzan en trances momentáneos —una puesta en acción explosiva desde los
tacos de salida, por poner un ejemplo—, también le revelan como un creador que
pone en juego la totalidad de sus recursos. En ese gesto corporal, que es dimensión
expresiva y comunicativa, el hombre deportivo se proyecta fuera de sí en un afán
trascendente que rompe cualquier indicativo de su posible egoísmo.

El deporte, hecho social:

25
La afirmación de que el lenguaje es un hecho social, tomada de NINYOLES
y de SAUSSURE26, nos lleva a insistir en la necesidad que siente el hombre
deportivo de ser interpretado por los demás, de sugerir a los otros respuestas
comunes – el gesto físico como esperado de comunicación -, de incorporarse,
perdiéndose, en la garantía común de la cultura física.

Todo este proceso supone un cierto grado de maduración y de síntesis, y


revela una realización más comprometida aun a costa de suscitar a su alrededor
actitudes críticas que echarán por tierra sus esfuerzos, o que le obligarán a los
reajustes pertinentes en beneficio de sí mismo. Porque expresarse delante de los
demás lleva aparejado una opción de contraste, admisión o réplica, de
aprovechamiento de cuantas anotaciones se le sugieran a-partir de ese público
frente al cual se está manifestando el hombre deportivo.

Hay en todo este proceso de conversión hacia afuera, que es la expresión


gestual, un marcado equilibrio que tiende a recomponer la insuficiencia expresiva —
comunicación imperfecta— de los lenguajes del hombre deportivo. La danza, el
deporte, la movilidad física del niño, el paseo del caminante, constituyen muestras
específicas de ese abastecimiento humano de riqueza idiomática no verbal, que se

187
vinculan al hecho vital de sus contemporáneos para recibir de ellos el beneplácito a
su acción o la justificación que avala esa forma de proceder.

Poco a poco, como quien no ha dicho nada, esos movimientos deportivos se


han ido mezclando con las otras formas de vivir y de sentir y se han enraizado en los
modos culturales que ya son patrimonio de la humanidad. Quien por vez primera
propinó una patada a un balón no podía sospechar la aceptación social de su gesto.
Lo mismo podríamos afirmar del juego corporal de los niños que mientras se
expresan en silencio están contribuyendo a crear conexiones sociales, digamos para
habituales o transversales, pero ubérrimas de referencias o de significados.

La realidad modificada:

El lenguaje como órgano de transformación simbólica de la realidad y que


27
tomamos de PINILLOS . Si aceptamos el concepto de transformación como
sinónimo de creación o de adaptación a las coordenadas espacio temporales en las
que el hombre está inmerso, el gesto corporal podría beneficiarse, efectivamente, de
esta interpretación. No nos olvidemos de que si aceptamos el lenguaje, cualquiera
que sea su definición, como instrumento de realización humana, el gesto corporal,
acción humana indiscutible, transparenta y hace visible lo que ese hombre piensa y
quiere ser en su instante de vida.

La acción deportiva creadora:

2/8
El lenguaje como creador del hombre mismo y que tomamos de LLEDÓ . Es
una de sus valoraciones más sentidas por el hecho de renunciar al calificativo fácil de
lenguaje como objeto y aventurarse en las exigencias determinantes del espíritu. «El
lenguaje no es una cosa que se crea o produce sino un modo y una determinación
de la energía del espíritu».

188
Aquí, en este marco de alusiones creativas, a las que también se refiere
LLEDÓ, situamos nuestros gestos corporales como acción y sentido de la misma, su
iniciación y su razón de ser.

Aquí introducimos nosotros las respuestas corporales del hombre deportivo


como manifestaciones de la energía del espíritu y no simplemente como datos
físicos. Ese lenguaje, entendido así, resulta una certificación creíble de todo lo que
se está gestando, creando, a partir de ese hombre deportivo, sea como educación
física, como oposición competitiva, como juego infantil o como recreación al final de
una vida.

Metafísica y hombre deportivo

Instantaneidad

El hombre deportivo, como cualquier otro contemporáneo suyo, vive en el


seno de una sociedad que se transforma a velocidad de vértigo. No hay tiempo para
la reflexión y sí en cambio para la marginalidad, donde se acumulan tanto las
acciones de protesta contra un mundo que no nos satisface —sea económico,
político, religioso o artístico, da lo mismo— como los pensamientos que hartos de ir
de aquí para allá no acaban de aquietarse y explicar tantas conmociones como las
que padecemos.

¿Instantaneidad es la vida de hoy? Digamos que sí. Lo mismo que


instantaneidad es el gesto deportivo, cuya secuencia de movimientos en cámara
lenta representa una complejidad increíble, apenas intuida por el ojo del espectador,
pero cuya realización explosiva se consume en décimas de segundo. Aunque bien es
verdad que la dedicación o el trabajo al que se dedica el hombre deportivo en el
transcurso de su entrenamiento o de su participación competitiva o recreativa dura
mucho tiempo y se hace y se deshace mil veces.

189
El hombre kinético o se-moviente

Nos encontramos, por consiguiente, con dos realidades o fenómenos humanos


de convergente rapidez, el tránsito de una vida que se nos antoja breve y densa
como un anuncio de publicidad televisiva, y el tránsito de una presencia deportiva
pensada y realizada a la mayor velocidad posible —el citius olímpico—, como un reto
irrefrenable.

Si el deporte es movimiento —el hombre deportivo será un móvil consciente, el


29
se-moviente al que aludía CAGIGAL —, cuando el hombre reflexione sobre estos
movimientos, cuando se piense a diario a partir de esa circunstancia cambiante de
los gestos, caerá en la cuenta de que su compromiso gestual le conduce a un ritmo
trepidante de vida. Todo lo que hace lleva el sello inconfundible de la movilidad y
desde ahí tendrá que justificar sus logros y sus fracasos.

Lo que le sucede al hombre deportivo es que no puede perder de vista lo que le


ha acontecido por muy difuso o rápido que haya pasado, porque sin continuidad
razonada el movimiento deportivo carecería de sentido. Sucede y tiene que suceder
sin desaparecer del todo. Y en esto se distancia de la vida cambiante de hoy día tan
tornadiza en la que apenas se tiene en cuenta la tradición y en la que los criterios
sociales tienden a modificarse como ropa de temporada. Para concluir decimos que
nos debemos al instante del hombre deportivo para lograr entenderle, que estos
instantes no son tan efímeros como parecen puesto que precisan mantenerse al
menos como datos y experiencias para sucesivos análisis, y que esta instantaneidad
que caracteriza, en parte, al hombre deportivo define igualmente al hombre no
necesariamente deportivo que con él convive.

Contamos, de esta manera, con el presente, instantaneidad, y con la


manifestación externa, exterioridad, para sumergirnos en el alma del hombre
deportivo. Y van a ser estas dos determinaciones del hombre deportivo, su

190
vinculación al tiempo presente y al espacio exterior, las que nos permitan esclarecer
el título de este apartado: cómo explicar al hombre deportivo a partir de la metafísica.

Más allá de lo físico

Los filósofos contemporáneos son unánimes en la necesidad de dar por


clausurado el ámbito de la metafísica, al menos entendida como un pensar que
impone, para interpretar al hombre y a su mundo, unos determinados caminos y
horizontes. Porque es cada época, cada tiempo, cada realidad, la que se ofrece
como dato incuestionable al pensamiento. No vamos a diseñar un modelo metafísico,
ahora, que entre en liza con los pensadores de nuestros días, pero sí reconocemos
la posibilidad de un estudio profundo que se acerque al hombre deportivo desde esas
opciones filosóficas.

30
GURMÉNDEZ nos habla de que la metafísica se centra cada vez más en
«una antropología multipolar que abarque toda la dramática complejidad del
hombre», y el profesor MARTÍNEZ31 nos urge a rastrear las realidades sociales
desde las instancias mismas de la metafísica. Al acercarnos nosotros al presente del
hombre deportivo y desmenuzarlo aún más, estamos globalizando la visión de ese
hombre deportivo, su totalidad, perseguida desde los comienzos de estas reflexiones
y descubierta tras su realidad visible, es decir, en función de su espacio exterior y su
temporalidad presente.

La metafísica del hombre deportivo sería búsqueda de las realidades


observables a partir de su espacio exterior y de su tiempo, intento de análisis entre
esos datos y lo que constituye el aliento creador de ese hombre deportivo que así se
extrovierte a través de sus gestos, y transformación de ese mundo revelado en las
coordenadas espacio-temporales de esos cuerpos activos.

El más allá de lo físico, lo meta-físico, del hombre deportivo no podrá ser


pensado sino tomando como origen lo más acá de lo físico, lo intrafísico, su carne

191
vivificada por el movimiento. La metafísica, entendida de esta manera, se vuelve
antropología del hombre deportivo y ya estamos de nuevo dándole vueltas al
humanismo posible.

Cuando hablemos del cuerpo y del gesto —hombre corporal y hombre gestual
en los capítulos primero y segundo de este libro—, como signos evidentes de que allí
el tiempo y el espacio no se malogran sino que dan a conocer un modo peculiar de
entender la vida, sabremos más de lo metafísico y estaremos fundamentando la
metafísica del hombre deportivo.

Relatividad del hecho deportivo

Otro de los aciertos que aprendemos del estudio meta-físico del hombre
deportivo es el sentido relativo con que debemos aceptar el significado de cuantas
consideraciones logremos sobre él. Esa duda metódica, duda de que lo pensado o
logrado sea definitivo, alcanza a la consideración singularizada del espacio como
exterioridad del hombre deportivo y del tiempo como instantaneidad de esa
manifestación.

Nunca el hombre deportivo quedará realizado de una vez por todas, porque
siempre esperarán tiempos y espacios nuevos donde ser distinto. La educación
física, por ejemplo, será un trasunto en la vida del niño al encuentro de otros
espacios —no olvidemos que el cuerpo es para cada uno su principal espacio vital—
y al descubrimiento de otros tiempos íntimos de realización personal. El juego, otro
ejemplo, revelará las diferentes tensiones creadoras que permitan a los participantes,
a los jugadores, un protagonismo de muy variada contextura según se lleve a cabo
en un sitio o en otro. ¿Acaso no son los niños artífices imaginarios de paraísos
maravillosos donde no existen diferencias entre el tiempo de la ficción y el tiempo
vital?

192
¿No será que el conocer totalmente al hombre deportivo —nuestra pretensión
primera en estas páginas— resulte imposible y que el acercamiento, por muy
próximo que se realice, a su estudio completo será siempre relativo, utópico, sin
rematar? ¿Y no radicará en este inconveniente por percibirlo del todo una de las
facetas más apasionantes de esta investigación que traemos entre manos, de esta
posible antropología metafísica deportiva?

El deporte como consumo

Y en este supuesto, ¿para qué una metafísica en busca de raíces profundas?


Congraciémonos, dirá el hombre superficial, con el espectáculo deportivo,
identifiquemos, sin más, al hombre deportivo con el deportista de alta competición
que nos provee inagotablemente de imágenes y que sea la evasión permanente la
clave del fenómeno deportivo de nuestro tiempo.

No nos engañamos al afirmar que para muchos de nuestros contemporáneos,


bajo capa de atención social o demanda legítima del pueblo, el hombre deportivo no
es más que otro de los panes-físicos de cada día, y que para esos devoradores de
sucesos externos, la exterioridad del hombre deportivo no revela nada más que una
forma gratificante, apasionada, de distraer su ocio, su aburrimiento, su soledad, al
tiempo que le ofrece la ocasión de sentirse identificado con los colores de un club.

La verdad es que si el hombre deportivo no representa, porque no es nada más,


otro argumento informativo que el de ser elemento de consumo literario, auditivo o
visual, es lógico decir que tanto su presente como su acción externa, su tiempo y su
espacio, están mejor encuadrados en las pantallas de la televisión, en los receptores
de la radio y en las maquetas de las publicaciones escritas, que en la preocupación
científica y técnica de los pedagogos, estudiosos y entrenadores.

Este es uno de los peligros que torpedean el conocimiento exacto de la


dimensión humana del deporte y en general del ejercicio físico, que ha perdido el

193
valor o la condición o la potencialidad de ser constitutivo esencial de la educación, de
la antropología o de la metafísica social, para verse reducido a mercancía pasional
de «forofos» y desprecio o menosprecio de intelectuales que rehuyen asomarse a
este escaparate de ídolos de barro, unos porque sólo atienden a la fachada del
hombre deportivo y otros porque rechazan que exista algo detrás de esa fachada.

A fuerza de cobrar importancia como espectáculo sublime de masas, el deporte


puede perder proyección humana, consistencia científica, oportunidad pedagógica,
rigor técnico y sobre todo conciencia de creatividad para remover los cimientos de su
propio mundo que le está desvirtuando.

Reflexión final

Sobre cuatro pilares hemos asentado esta introducción: humanismo, estructura,


lingüística y metafísica. Y alrededor de ellos hemos establecido las reflexiones
oportunas que nos aproximarán al conocimiento del hombre deportivo, cuya
presencia tanto masculina como femenina y su modo de comprometerse con las
distintas circunstancias harán posible la realidad física que conocemos como mundo
deportivo.

Del humanismo nos interesaba su explicación como método, praxis, tema,


problema, relación e intramundaneidad.

De la estructura nos importaban las posibilidades que nos ofrecía como


búsqueda, encuentro, creatividad y sistemas abiertos.

De la lingüística aceptábamos su concreción como lenguaje no verbal, su


extrañamiento, su decir total, su hecho social, su transición simbólica de la realidad,
su expresión y su creatividad.

194
Finalmente, de la metafísica recogíamos su visión de la instantaneidad, de la
exterioridad, del sentido relativo de las cosas y del consumismo.

Cada una de estas aportaciones, y todas en su conjunto, nos acompañarán a lo


largo de estas páginas abiertas hacia la interpretación del hombre y de la mujer
deportivos. Suscitarán otras ideas nuevas y alguna de aquellas aportaciones
fundamentales resultarán más prolíficas que otras, pero el cotejo de todas ellas, su
mutua dependencia, apenas les consentirá prioridades que por otra parte a nada
conducirían.

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204
El hombre competitivo

Punto de partida

El gesto competitivo

Si en primer lugar fue el cuerpo, su rescate y la conciencia o el darse cuenta de


que el cuerpo no carecía de sustantividad propia, y luego fue su gesto, su epifanía,
su llamar la atención nacía lo que era capaz de decir sin estar al oído de nadie, y
más tarde aún fue el gesto lúdico el que permitía la transparencia del niño, ahora
comienza a ser el gesto competitivo una nueva apología del hombre y de la mujer en
movimiento, vivos físicamente1 y por esto mismo comprometidos tanto con su propio
devenir como con las formulaciones que la naturaleza vaya dictando a su alrededor.

Y ya desde un principio puntualizamos que el concepto de hombre competitivo


no monopolizará la designación, de lo deportivo, como si únicamente al desarrollo de
la competición le cupiera la gloria de serlo, mientras que a las otras calificaciones, lo
corporal, lo gestual, lo lúdico, lo físico o lo recreativo les atribuyéramos la función de
meros acólitos del término deportivo2.

Competir no es más que un signo vital que a todos nos señala desde el primer
momento de la existencia, y a lo sumo competir deportivamente no será sino la
racionalización de esa realidad viva entendida desde una opción de contraste,
oposición, lucha y superación en el marco de unos reglamentos muy precisos.

Desde esta perspectiva, el hombre competitivo enriquece notablemente el perfil


poliédrico del fenómeno deportivo que sin esta aportación falsearía su imagen.
Necesitamos acercarnos a la competición, al gesto competitivo, conscientes de sus
grandezas y de sus miserias, al hombre competitivo que lo cifra todo o casi todo al

205
envite de unas situaciones conflictivas, para descubrir lo que todavía está por ser
revelado de la naturaleza del hombre deportivo.

Y al acercarnos al gesto competitivo como expresión de una personalidad


inconfundible, descubrimos como primera revelación de este fenómeno humano
aquellas características que lo definían en el capítulo del hombre gestual: su
dimensión de singularidad, responsabilidad, acontecimiento, sociabilidad,
expresividad, vitalismo y comunicabilidad.

Las características del gesto competitivo

— Singularidad

Cada deportista reivindica, desde su opción humana y profesional, el derecho a


ser diferente y a que se le reconozca como tal, aun dentro del engranaje de una
dinámica de grupo que en un primer momento podría contradecir esta solicitud. Y el
hecho de marcar estas diferencias no responde a un deseo efectista de quien busca
acumular notas discordantes con que entretener a los aficionados o de quien se ha
propuesto traer de cabeza a los técnicos a la hora de racionalizar los planes de
entrenamiento.

Singularizar el gesto competitivo como reconocimiento a la capacidad expresiva


de cada deportista, descubre, por lo menos, las siguientes posibilidades de vida en
ese acontecer o suceso de la persona que es el deporte. Cada deporte, que es
también singular respecto a los otros deportes, reclama esas mismas diferencias
gestuales sustanciales a cada uno de sus practicantes. La velocidad, por ejemplo, en
la realización de un determinado gesto deportivo, o su perfección intrínseca, o su
valoración en el cómputo global de la competición, difieren entre sí respecto a los
distintos deportes y respecto a los competidores asignados a una misma
especialidad deportiva.

206
Intentemos controlar, si podemos, los millones de gestos singulares de cada deporte
en una jornada de competición liguera, y descubrámonos ante tamaña acumulación,
rutinaria o creativa, pero singularmente humana, de actos personales provocadores
de entusiasmos, lágrimas, encuentros, oposiciones, esfuerzos, reconvenciones,
sufrimientos, heroicidades, abulias..., que escriben a diario una historia con acentos
de autenticidad rara vez superados. Las diferencias entre todos los gestos, en su
origen y en sus efectos, son algo más que una moda.

Estamos reconociendo el derecho a ser entrenados singularmente, es decir, a


ser entendido y a ser respondido como hombre y mujer distintos, y a rechazar los
métodos impersonales con que algún entrenador pretendiera cubrir, como
vulgarmente se dice, el expediente de las tareas diarias del aprendizaje y de la
enseñanza a lo largo de los entrenamientos. Y no obstante las exigencias de un
trabajo en equipo, allá donde este singular deporte lo demandara y que en ocasiones
supondrá una respuesta gestual colectiva de signo idéntico, siempre permanecerá
esa reclamación de salvaguardar las diferencias personales.

¿No nos quejamos de la pobreza gestual técnica de muchos de los deportistas,


incluso profesionales, que carecen hasta de los fundamentos más elementales de su
deporte? ¿Cómo se entrenan las singularidades técnicas de ese deporte llevadas a
cabo por las singularidades humanas de ese deportista? Al derecho de que la
singularidad sea convenientemente entrenada corresponde la obligación que gravita
sobre los profesionales de la competición de entrenar, de perfeccionar, las
características singulares que les son propias.

El deporte de alto rendimiento está cimentado en la excelencia singular de


quienes lo protagonizan, y la organización de estas cualidades únicas en manos de
los promotores, de los directivos, de las empresas de publicidad, garantiza unos
niveles sobresalientes de antagonismo gestual deportivo por los que se pagan
enormes sumas de dinero. Aunque el ser singular no equivale a ser el mejor, puesto
que todos, aun los peor dotados para el deporte, somos únicos e irrepetibles según

207
nuestras torpezas o nuestras destrezas, la singularidad de la que hablamos se
identifica con la calidad del gesto competitivo.

El gesto deportivo competitivo singulariza los compromisos que unos pocos


adquieren con una organización, con un público, con unas reglas y reglamentos, con
una obligación libremente aceptada, y esa vinculación, que en más y en menos
recorre toda una escala de exigencias también singulares, distingue y por lo mismo
segrega a unos de otros. A esta singularidad del gesto competitivo y sobre todo del
hombre competitivo se llega mediante un proceso o salto cualitativo que dista mucho
de responder al tópico, incorrectamente citado, de que de la cantidad nace la calidad.

El deporte de alto rendimiento vive y depende sustancialmente —hay que

acentuar esta afirmación— de la calidad del gesto deportivo. O contamos con

hombres deportivos singulares —singularidad de toda su estructura humana, como

también tendremos ocasión de citar más adelante—, o esa mal llamada competición

que se nutre de mediocres está usurpando un término y un concepto, el de

competición reservada a los mejores, que no le corresponde.

La singularidad ritualiza los componentes antagónicos, contradictorios, que a


todos nos asaltan y les suministra la viveza de un ordenamiento lúdico, espectacular
y apasionado, en el que también todos nos encontramos pergeñados. El gesto
competitivo sabe de tensiones físicas y psíquicas, sabe de fracasos y de victorias,
sabe de pasión y de inteligencia, sabe también de muerte y de renacidos afanes por
seguir ofreciendo respuestas convincentes. Sabe y exterioriza —su expresividad y su
vitalismo al que aludiremos en seguida— lo que significan esos dos momentos que
definen el despliegue de cualquier actividad humana, el reflexivo y el ejecutivo, y que
en el deporte encuentran su máximo exponente cuando cobra vida la competición.

208
— Responsabilidad

Al concebir la responsabilidad como una de las características que tipifican el


buen hacer de los deportistas relevantes y de sus gestos técnicos estamos
reconociendo la aceptación que de todas sus consecuencias recae sobre quienes se
hallan implicados en la competición.

La competición, que no perdona los fallos de los deportistas y que los pone en
evidencia frente a los aficionados y frente a sí mismos, acusa a los encubridores de
los porqués de tantas equivocaciones que no se atreven a examinarlos
responsablemente. Ya se sabe, la mala suerte o la pésima actuación de unos
árbitros se llevan siempre la peor parte en este reparto de pretextos por lo que se
omitió o por lo que no se hizo bien.

Dedicación que no se mide en clave temporal —cuántos minutos empleados—,


sino en clave de eficacia o de mejoría de sus posibilidades —aptitudes y actitudes—,
para cuya consecución tendrá que responsabilizarse —aquí el concepto de
entrenamiento—, sin subterfugios que valgan. Las conductas que oscilan entre el sí y
el no, el acepto lo de hoy pero no lo de mañana, el está bien lo que me complace y el
está mal lo que cuesta, nada tienen de común con el sentido intenso responsable
con que es preciso afrontar la competición.

La competición que se manifiesta como una respuesta grupal determina las


misiones específicas que cada competidor debe realizar. Y hay gestos que
corresponden a una calificación de protagonistas, y gestos que serán propios de los
suplentes, y gestos sacrificados que pasarán inadvertidos para los que únicamente
aprecian los gestos destacados, y gestos explosivos que roban la atención de
muchos comentaristas frente a otros gestos que pasan casi como de puntillas sobre
las canchas de juego.

209
Toda esta gama increíble de gestos humanos, gestos singulares todos ellos,
necesita decantarse en responsabilidades sabiamente planificadas. A cada
competidor según su capacidad, a cada equipo según su dinámica interna, a cada
competición según las expectativas que sepa crearse en su entorno, a cada
entrenador según su competencia técnica. A todos, según su responsabilidad
compartida.

Si, como deseamos, es el hombre deportivo el que justifica cualquier esfuerzo


para hacerse notar y prevalecer, entonces será el entrenamiento, como medio y
respuesta a esta alternativa, el que se acople sin traumas a las dimensiones reales
de la persona. Y el competidor, lejos de amilanarse por la presión que se ejerce
sobre él desde la instancia inexcusable de los ejercicios y los ensayos, aceptará
responsablemente esas medidas que no son sino oportunidades humanas de
robustecer su corporeidad gestual competitiva.

Resulta frecuente la queja de algunos competidores que se reconocen


oprimidos por el peso de una excesiva responsabilidad. No aciertan a liberarse de las
tensiones que provoca ese sentirse centro de todas las miradas o de todas las
expectativas depositadas sobre ellos, y sus gestos competitivos, como consecuencia
de esta afección psicopatológica, pierden su consistencia y se muestran agarrotados,
inseguros, ineficaces, impropios en definitiva de la categoría que acertadamente se
les supone.

Sugerimos que los responsables de los equipos, entrenadores, médicos,


psicólogos o analistas de la conducta humana deportiva, observen el grado de
aceptación de los resultados de parte de sus deportistas y de las incidencias que
provoca en la resolución posterior de los avalares competitivos.

El umbral de tolerancia al fracaso, la capacidad de reacción como consecuencia


de un tanteador adverso, la concentración mantenida en el juego no obstante la
momentánea superioridad técnica demostrada, son otras tantas consideraciones que

210
valoran el grado de responsabilidad de quienes deben seguir compitiendo al margen
de las distintas oscilaciones que se detecten, a su favor o en su contra, a lo largo de
un partido o de una competición, mientras no hayan concluido.

La última consideración que nos permitimos añadir a este catálogo de


responsabilidades nos viene dada en función de la aceptación de tener que tomar
decisiones. Acción humana responsable de importancia suma puesto que de ella
depende todo lo demás.

Si el deportista, por las razones que sea, no asume el hecho incuestionable


competitivo de que sólo las decisiones tomadas en su momento jalonan de aciertos
el entramado de un partido o de un entrenamiento, no podrá nunca responder con el
gesto oportuno a las demandas de su equipo, a las presiones de su oponente, a las
dificultades de un listón o a los requerimientos de un cronómetro.

Competir es decidirse, y hacerlo responsablemente supone estar preparado


concienzudamente para ello. Y en pocas ocasiones como ésta estará mejor definido
y más a la vista de todo el hombre deportivo.

— Acontecimiento

Si el gesto competitivo, antes gesto que competición, hunde sus raíces en la


movilidad que a su vez se muestra deudora del dinamismo y del cambio que trae
consigo ese no estarse quieto, es natural que destaquemos como uno de sus
distintivos más relevantes el acontecimiento o suceso que supone para el hombre
deportivo su continuo hacerse y deshacerse. El gesto competitivo representa así ese
momento crucial que le permite al hombre deportivo asomarse renovado o creativo
en medio de su mundo y dialogar gestualmente con quienes estén dispuestos a
interpretar sus mensajes.

211
El competidor no es un mero fabricante de gestos más o menos eficaces, es
también un autor de matices cambiantes de personalidad. Se está modelando a sí
mismo en cada gesto expresivo, de tal forma que a través de la sinceridad de esa
conducta gestual el espectador o el técnico pueden catalogarle sin dificultad alguna.

Acontecimiento sinuoso siempre, puesto que las incidencias múltiples que


marcan una competición alteran notablemente la personalidad del hombre
competitivo. No es rectilíneo, ni puede serlo, el proceder del hombre deportivo que
abraza la tarea de competir durante muchos meses. Lamentablemente la duración de
las competiciones ligueras no permite apenas ni el descanso, ni el tiempo adecuado
para preparar con garantía la pretemporada, ni siquiera los tiempos asignados al
entrenamiento.

Acontecimiento que se revela, normalmente, como íntimamente asociado a la


capacidad de adaptación de cada persona a las situaciones cambiantes que origina
la competición.

Es un signo de inteligencia la flexibilidad con que unos y otros se ajustan a los


vaivenes competitivos. Adaptarse es enriquecerse, y esta profusión de
transformaciones redunda en una mayor espectacularidad de la conducta gestual
deportiva. Quien no se adapta mantiene incólume su bagaje de gestos competitivos,
y esta pobreza de recursos técnicos impide la realización de cualquier tarea
deportiva medianamente exigente.

Acontecimiento que adopta, según las distintas especialidades deportivas, un


carácter ofensivo o defensivo y que reclama unas respuestas adaptadas. No
insistimos en este pormenor por el momento, si bien es preciso destacar que la
realización dinámica del gesto competitivo, según esas exigencias polarizadas en el
ataque y en la defensa, manifiesta formas muy diversas de ese acontecimiento en la
persona que compite.

212
Acontecimiento que reviste una extraordinaria importancia si lo catalogamos
como proceso de iniciación a la práctica deportiva a partir de las primeras edades.
Los expertos en esta iniciación al deporte podrían descubrirnos los secretos de este
enrevesado asunto que tanto tiene que ver con el problema de cómo seleccionar a
tiempo los talentos deportivos. Por nuestra parte apuntaremos algunas reflexiones
sobre esta complicada tarea cuando la mencionemos a punto de concluir este punto
de partida. Acontecen tantos cambios, tantas soluciones y tantos retrocesos, durante
el período de la iniciación de los niños al deporte de alto rendimiento, que sería
necesario todo un tratado para dar cabida en él a esa peculiar metamorfosis.

— Sociabilidad y comunicabilidad

Asociamos estos dos rasgos característicos del gesto competitivo porque


entendemos, como ya lo expusimos al describir al hombre gestual y lúdico, que el
interés, la necesidad y las posibilidades que demuestran los hombres de ser
interpretados por los demás, los impulsa a incorporarse a su mundo desde orígenes
y mediante realizaciones muy dispares.

Comunicarse es integrarse socialmente dentro del torrente de intercambios que


sincrónica y diacrónicamente hacen posible la comunidad humana, y como partícipes
de este sentido comunal los gestos competitivos representan al menos un intento de
socialización, de darse a entender, como puente tendido entre quienes los ejecutan y
los que los contemplan.

No nos pronunciamos respecto a esta valoración informativa ni respecto a la


demanda plural de imágenes deportivas que nuestra sociedad solicita. El hecho es
inconcluso; su interpretación, no; pero al margen de las opiniones de unos y de otros
el hombre deportivo, sus gestos competitivos a través de los cuales se da a conocer,
representa, hoy una respuesta legítima, una entre otras muchas, a las aspiraciones
sociales que brotan por todas partes.

213
¿Encontraríamos en este binomio sociabilidad más comunicabilidad una de las
razones del por qué el deporte es tan popular y espectacular? Sin duda de ningún
género. El espectador deportivo, receptor y destinatario del gesto competitivo,
entiende sin esfuerzo el mensaje que el protagonista del deporte, emisor y primer
agente de la comunicación no verbal, le lanza, y entre ambos se crea la solidez de
una afinidad humana que tanto los sociólogos como los comunicólogos interpretan
como uno de los fenómenos relevantes de este siglo XX. Tiempo tendremos de
insistir sobre este flujo y reflujo, aplauso o rechazo, que tan bien compendian los
gestos competitivos.

— Vitalismo y expresividad

De la misma manera establecemos una correlación entre el vitalismo y la


expresividad de los gestos competitivos, como la cara y la cruz de una moneda que
no prefiere a ninguna de las dos porque las necesita a ambas sin entrar en
distinciones superfluas.

A estas dos características nos hemos referido ya cuando reflexionamos sobre


el hombre gestual3. No insistimos en estos dos aspectos que allí están
suficientemente descritos. Llamamos la atención acerca de los elementos que
configuraban, en ese apartado, el gesto expresivo y creativo: espontaneidad,
subjetividad, obviedad, no intencionalidad, destructividad y esteticidad.

Resultados y procesos de la gestualidad competitiva

En cierta ocasión «el novelista José Luis Sanpedro interpeló a William Golding
si no creía que nuestro siglo se caracterizaba por la pérdida del sentido de lo

214
sagrado...». «El siglo veinte, contestó Golding,.. Está en manos de los
reduccionistas, de los simplificadores»4.

Lo mismo apuntamos nosotros al interesarnos por el valor del gesto competitivo


interpretado como resultante de un esfuerzo —se ha ganado o se ha perdido una
competición o un partido—, y como proceso —la insistencia sobre un desarrollo
técnico—, que conduce a unos resultados apetecidos o impuestos.

Al aficionado que no desea sino la victoria de sus colores poco le importa la


consistencia, el volumen de intensidad o la perfección técnica de los gestos
deportivos que interpretan sus deportistas favoritos. Lo importante será siempre
ganar y, además, «como sea», enterrando en esta expresión las más inconfesadas
intenciones. Esos aficionados reducen a expresiones y a deseos muy concretos la
dinámica de todo el proceso competitivo. Memorizan los resultados y ahí acaban las
prestaciones gestuales y competitivas de los deportistas a quienes aman por encima
de cualquiera otra consideración.

Es evidente que también los entrenadores desean los resultados positivos. Y la


competición misma está concebida y montada en función de unos resultados que
marcan los tiempos registrados en un calendario previamente ajustado entre todos
los competidores. Pero esos entrenadores estudian a fondo el proceso que ha
conducido a ese resultado. Analizan los gestos competitivos, los individuales y los
grupales, desde una óptica analógica, totalizadora, del compromiso humano allí
demostrada.

Una competición sin apreciar los resultados carecería de sentido —la


indiferencia frente a los éxitos o los fracasos rompería la tensión de los competidores
y nos privaría de su compromiso total—, y una competición que redujera o anulara la
responsabilidad asociada al proceso del entrenamiento y de la misma oposición
competitiva, nos brindaría el triste espectáculo de cifrarlo todo a la suerte.

215
Esta duplicidad de particularidades —de esencialidades diríamos mejor— que
definen la competición revelan la importancia de los gestos competitivos que la
hacen posible, tanto en su gestación como en su culminación. Hay quien acierta,
jugadores y entrenadores, en la realización de sus gestos durante las fases del
entrenamiento y fracasa a la hora de conseguir resultados convincentes, y hay quien
multiplica su eficacia cuando las urgencias de la competición le obligan a responder
por encima de las posibilidades entrenadas.

5
Afirma el novelista Günther Grass que «la dictadura del principio de la
eficiencia se refleja con agudeza creciente en el deporte». Es decir, que lejos de ser
el deporte una válvula de escape o de liberación por donde huyan las tensiones
acumuladas, acentúa, más aún si cabe, el carácter opresivo de esta circunstancia
social que nos ha tocado vivir.

Añadía Günther Grass: «a este paso, el deporte de la eficiencia matará sin


piedad, desequilibrará a los humanos, los sacará de quicio, al tiempo que los
proyecta hacia situaciones ridículas e indignas de ser vividas». No participamos de
estas conclusiones con que el novelista alemán remata su juicio crítico sobre el
deporte contemporáneo, pero admitimos que la insistencia desmesurada sobre los
resultados y el olvido de la génesis que justifica todo el proceso competitivo
conducen a la deformidad humana y técnica de la competición que rechazamos de
plano.

El gesto competitivo espectacular

Fierre de Coubertin no previo la indisoluble armonía que iba a presidir las


relaciones deporte y espectáculo. Incluso sus afirmaciones contra el público, entre el
enfado y la incredulidad de quien radicalizaba su criterio por mantener la competición
deportiva al margen de los aficionados, chocan frontalmente con la realidad que hoy
vivimos. Esa tremenda diatriba: «qué tiene el deporte para haber atraído hacia sí a
unas masas no queridas»6, no parecen pronunciadas por un pedagogo y por un

216
renovador del olimpismo. Sin embargo ahí quedan dichas unas palabras que algunos
historiadores contemporáneos se han encargado de borrar.

No pretendemos, por supuesto, desprestigiar la memoria de Coubertin, a quien


todos debemos palabras y hechos de importancia y actualidad imperecederas. Los
cambios sociales —cambios a los que continuamente aludimos como acompañantes
inseparables de los gestos deportivos— obedecen a la fuerza tremenda del vitalismo
humano que no consiente predicciones de censuras, y el deporte, que es gesto
expresivo, vital y creativo, tampoco se ha dejado reducir al rincón de unos
privilegiados.

Los gestos competitivos se han ganado a pulso el fervor del público y ya no


sabemos en qué medida el deporte de competición necesita de la asistencia masiva
de los aficionados, o en qué medida esos millones de espectadores dependen del
espectáculo deportivo para seguir ilusionados en su vida. Los sociólogos sabrán
analizar esta mutua prestación de intereses.

Y si a esta vinculación cuasi-física añadimos la transmisión a través de los


medios de comunicación, «mass media», del espectáculo deportivo, espectáculo de
masas, comprenderemos por una parte la voracidad insaciable de los aficionados por
consumir deporte y por otra parte el reclamo, también insaciable, del deporte por
atraer a un mayor número de espectadores.

Otros dos factores explican la dimensión espectacular del gesto competitivo: por
un lado, la pasión que despierta el deporte, y por otro lado, el culto que hoy día
atribuimos a las apariencias.

Pasión que mantiene en vilo a los aficionados y que alimenta la propia


dedicación de los competidores a unas tareas respaldadas por ese calor humano
donde bulle una forma peculiar de entender la vida y que desconocen quienes
asocian puritanamente pasión deportiva y bajos instintos.

217
Por lo que respecta a las apariencias, indicar que en un mundo donde apenas
hay tiempo para pensar, donde no se valora el pensamiento, donde la acción se lleva
la primacía del quehacer humano y donde la superficie de los acontecimientos —el
aparecer simple de las cosas— se lleva los aplausos de nuestros contemporáneos,
el deporte competitivo emerge con fuerza inusitada porque en esa plasmación de los
gestos deportivos la atención de muchos queda prendada y hasta congelada para
otras respuestas.

Seleccionar a tiempo

Como último eslabón de esta cadena que preludia un largo recorrido a través
del deporte de alto rendimiento, nos queda recoger la advertencia de que el tránsito
del gesto lúdico al gesto competitivo supone un tratamiento humano y técnico de
exquisita minuciosidad.

Entre otras afirmaciones que iremos descubriendo en este capítulo, apuntamos


las siguientes:

Seleccionar a tiempo sería perjudicial si no se supiera educar a tiempo 7.


Seleccionar a tiempo huye lo mismo de la anticipación prematura que del retraso
improductivo. Seleccionar a tiempo no garantiza el éxito futuro, pero lo posibilita en
gran medida. Seleccionar a tiempo es una tarea de liberación de potencialidades.
Seleccionar a tiempo no significa que de la cantidad emerja la calidad como si de un
proceso de selección espontánea se tratara. Seleccionar a tiempo significa que
dentro del proceso general de perfeccionamiento de la persona humana se inserta
ese programa o esa nueva responsabilidad técnica gestual competitiva. Seleccionar
a tiempo es tarea de expertos porque requiere conocimientos profundos humanos y
técnicos que no están a disposición de todos los que se dicen llamar seleccionadores
por muchos títulos deportivos que exhiban.

218
La polémica sobre los niños prodigio, sobre los cazadores de talentos y sobre
los sueños de muchos padres que manipulan la infancia de sus hijos con tal de
verlos convertidos en campeones, son otras tantas preocupaciones que añadir a este
asunto que se mueve entre las legítimas aspiraciones por destacar las diferencias
gestuales y las prisas ¿comerciales? encaminadas a la explotación de los menores.

Nuestra defensa o nuestra justificación del hombre deportivo no quieren decir


que estemos a favor de que todos los niños lleguen a ser hombres competitivos, ni
siquiera a favor de que practiquen deporte durante su vida adulta. Y mucho menos
pretendemos que esa meta se consiga mediante su manipulación genética, biológica,
psicofísica, educativa o cultural.

Como el hombre es lo que importa, estamos a favor de cualquier esfuerzo de


integración, no de disgregación o de ruptura, de la personalidad competitiva. Y
conscientes de esta responsabilidad, la selección de los talentos deberá ser llevada a
buen término conjugando ciencia y humanismo.

Si hay algo que la competición reivindica es la capacidad de elegir, de


seleccionar a tiempo, los métodos y los recursos más adecuados para el triunfo. A
nadie que compite le satisface perder el tiempo en escarceos infructuosos. Una cosa
son los tanteos, las repeticiones, las pruebas de toda índole que un técnico lleva a
cabo durante las sesiones de un entrenamiento —los gestos competitivos acertados
son fruto de muchas horas de trabajo—, y otra cosa son las dudas permanentes o la
ignorancia respecto a las pautas que han de regir la selección de esas horas de
entrenamiento. La primera alternativa forma parte de la energía específica que
determina cualquier proceso selectivo; la segunda se distancia radicalmente de esta
exigencia.

Seleccionar a tiempo, se mire por donde se mire, no está al alcance de todos y


sin embargo es una obligación de la que no se libra nadie 8.

219
Los conceptos dinámicos que presiden la competición

Decir competición es decir actividad, dinamismo, ocupación, rapidez, trabajo,


movimiento en resumen —de nuevo la vida cambiante—, que condiciona la
dedicación del deportista y la reviste de una singularidad poco común. Si hemos
afirmado que el concepto de lo deportivo caracteriza en exclusiva a quien lo vive, de
tal manera que nos es permitido hablar del hombre deportivo como alguien diferente,
ahora reivindicamos para el hombre competitivo una individualidad semejante.

Pero ese gesto competitivo les pertenece a un hombre y a una mujer que lo
diseña, y es esta referencia humana la que de nuevo nos convoca para que
intentemos transformar la dimensión abstracta de lo competitivo en latido concreto
del que vivirá el hombre competitivo.

Latido y tensión competitiva que será, o nos gustaría que siempre lo fuera,
humanos. A fuerza de tener presentes otros condicionamientos, legítimos por
supuesto, que hacen posible el gesto competitivo, por ejemplo la eficacia, no estará
de más en estos comienzos que abren las expectativas de la dinámica de la
competición asentar nuestra idea sobre el sustrato humano de todos los gestos
competitivos.

Y si ahí, en esos gestos, está comprometido todo el hombre, también lo está


como realidad distinta de cuantos intervienen en la misma o en distinta competición.
Es decir, que cae por tierra la visión simplista de que visto uno, vistos todos, con que
algunos entrenadores parecen prejuzgar a quienes participan en las competiciones.

Bien está la experiencia que abre soluciones allí donde tal vez las hipótesis de
trabajo quedaron atascadas. Pero confiarse en la sabiduría propia y asegurar que no
existen secretos para uno, cuando cada hombre, cada mujer que compite certifican
con su comportamiento gestual que nada es repetible, nada es lo mismo, ni siquiera

220
para quienes ejecutan esos gestos, nos parece de una autosuficiencia totalmente
rechazable.

—Cada competidor representa un mundo complejo, susceptible de ser


estudiado desde múltiples perspectivas: su calidad y su intensidad humana y técnica,
sus ritmos de aprendizaje, de motivación, de adaptación, de trabajo, de integración,
de decisión, de recuperación.

—Cada competidor es un microcosmos concreto, condicionado a las situaciones


típicas de cada momento, en evidente contradicción incluso con lo que antes pudiera
haber sido programado en un entrenamiento de pizarra. Porque ser concreto significa
percibir el presente como tal, lo mismo que el aquí, el ahora, el para mí y el para el
equipo, el futuro y el pasado, en función de una decisión que no permite dilaciones.

—Cada competidor, en medio de una competición que es constante diferencia y


dinamismo, también participa de esos cambios y es por consiguiente cambiante. En
evolución continua, en permanente mutación de su personalidad, exhibiéndose cada
vez como nuevo y alternando sus modos previsibles de conducta con los
imprevisibles.

—Cada competidor es responsable de sus gestos y de las consecuencias que


acarreen.

—Cada competidor, precisamente porque es humano, es alguien desgastado,


cansado, preocupado, miedoso, con un futuro a veces incierto, con fallos que no le
perdonan los fanáticos que un día le ensalzaron, tierno no obstante la dureza de los
entrenamientos a los que se somete. Alguien que necesita el apoyo de quienes
nunca se olvida de su condición de ser humano.

—Cada competidor es esa persona que no es, tal vez, ni como ella quisiera ser
ni como nosotros queremos que lo sea 9.

221
Movilidad permanente

La competición que es presente —lo veremos en seguida—, puesto que es ahí


donde nace y donde muere, tiende a identificarse con el futuro por las prisas con que
está concebida. Más que encuentro o lucha de cada día parece planificación o
programación de los días venideros. Hasta cierto punto es lógico que así sea, ya que
si todo movimiento apenas es instante de realización y engarce con el siguiente, el
gesto competitivo, por mucho que dure, tiende, y cada vez con más insistencia, a ser
rápido por antonomasia—hoy el juego deportivo se concibe a velocidades que hace
unos años eran impensables—, y pendiente de lo que va a suceder a continuación.

La competición desencadena, mueve en definitiva, a su favor o en su contra,


todas las disponibilidades entrenadas del hombre deportivo. Movimiento deportivo
que conocemos como calendario de competición, partidos, entrenamientos, viajes,
éxitos y fracasos, trabajo y dinero, cambios tácticos de todo tipo, acoplamiento
personal y colectivo a una tarea común, respuesta individual y pormenorizada a los
requerimientos de una situación concreta.

Todo un quehacer puntualísimo —puntual porque no podrá eludir nunca el


tiempo comprometido con esa cita competitiva—, y todo un deshacer, igualmente
acuciante, porque los errores que lo fueron en el momento presente —durante el
análisis será el pasado que se critica— tienen que dar paso a la evidencia de una
corrección inmediata.

Pero no creamos que la movilidad del hombre competitivo le impele a un estado


de inquietud o desasosiego que no le permite vivir en paz consigo mismo. Moverse
es: modificar la estructura externa, cambiar el gesto deportivo cuando convenga,
modificar la estructura interna, adaptar valores y actitudes a la solicitud de la
competición y permanecer inalterable, que no es contradictoria esta afirmación
respecto a la movilidad permanente, siempre y cuando se tenga entre las manos el
discurrir imprevisible de la competición.

222
10
Haciéndonos eco de las propuestas filosófico-antropológicas de CENCILLO
cuando incorpora la reflexión sobre el futuro del hombre como referencia o
esperanza de lo absoluto, diremos que la movilidad que afecta a la competición está
dinámicamente promovida:

—Por una suma de proyectos que los entrenadores llamarán planificación,


programación, periodización del entrenamiento y de la propia competición, que
acarrea el permanente estado de vigilia técnica, de puesta en forma y de valoración
de todos los recursos.

—Por una suma de intereses que concitan a su alrededor la prestación de


respuestas comunes, respetando siempre las legítimas preferencias que dentro de
esa contribución al interés general manifiesten unos y otros.

—Por una suma de referencias que configuran el entramado práctico en que


cristaliza el hacer diario de técnicos y deportistas.

—Por una suma de experiencias cambiantes que, según la expresión de


MARÍAS 11, «nos proyectan hacia el futuro», en la medida en que nunca está poseída
del todo la vida.

—Por una suma de imprevistos en que consiste la esencia de la competición,


junto a esa suma de acciones previstas que dan pie al estudio razonado del
acontecimiento que está por suceder.

La competición sería, de esta manera, una situación —la del hombre deportivo y
su circunstancia—, motriz —el movimiento como punto de apoyo y referencia
inexcusables—, que alberga diversos proyectos e intereses en torno a unos
resultados imprevisibles-previsibles, para cuya consecución será preciso ordenar y
potenciar todo tipo de experiencias.

223
El carácter transeúnte, movedizo, de la competición por todo lo que tiene de
vitalidad aparentemente nunca satisfecha, no debe hacernos olvidar otra de sus
características esenciales, que en un primer momento podría hacernos olvidar lo que
acabamos de decir, y es su instantaneidad o su convocatoria al tiempo presente.

El momento presente

Competir es acudir con sabiduría y presteza al requerimiento de un juez o de un


árbitro y de un obstáculo o de un oponente al que superar. Si antes decíamos que
únicamente los mejores, los oportunamente seleccionados, se muestran capaces de
encararse con la competición, ahora añadimos que sólo los que están preparados
para ese momento acertarán con las respuestas oportunas.

Si se nos permite un juego de palabras, digamos que todo lo que no sea acertar
con ese tiempo preciso, tiempo de la concreción práctica que transforma en
respuesta gestual eficaz todos los tiempos anteriores dedicados al aprendizaje y a
los ensayos, es perder el tiempo.

Cada gesto competitivo, que es simultáneamente tiempo y espacio, responde a


una necesidad, prevista o imprevista, que no admite otra oportunidad. O se hace
notar, ahora y ahí, o de nada le vale lamentarse o cifrarlo todo a un después que a lo
mejor no aparece. El competidor debería ser uno de los hombres más puntuales de
este mundo. Sin anticipaciones que no vienen a cuento —para qué amargar y no
dar—, sin retrasos que a nadie satisfacen —para qué jugar bien cuando ya todo está
perdido—, y con la voluntad a ritmo de coincidencia competitiva.

No resulta fácil, ni mucho menos, conciliar las diversas acepciones del término
tiempo aplicado a la competición12. Y sin embargo es preciso que todas ellas
converjan en el tiempo presente del que estamos hablando.

224
Otra cosa es el tiempo vital de cada competidor, sus registros íntimos de
sensibilidad, de compromiso, de respuesta concreta, de capacidad de análisis, de
valoración de todo lo que acontece a su alrededor. Tiempo que podemos identificar
con su forma de comportarse, con su personalidad, con su talante competitivo.
Tiempo interior que responde, desde su yo más profundo, a la seriedad con que
afronta mediante sus gestos técnicos el reto de aquel tiempo presente.

Es tarea del entrenador y tarea de quienes compiten que los dos tiempos
coincidan, no sea que por aquello de las horas bajas, los dos relojes, el convencional
y el íntimo, discurran por caminos distintos.

Hay otros modelos de tiempo asociados a la competición. Tiempos que


conocemos como de participación, de asimilación, de recuperación y de culminación.
Todos ellos, desde las instancias individuales o colectivas del tratamiento gestual
técnico, nos proporcionarán datos más que suficientes para entender lo que los
entrenadores denominan la puesta a punto y que de igual manera podríamos calificar
como la puesta en punto, puntual —aquí sí que nos congraciamos con este
calificativo—, de cada competidor.

Una última observación. Decíamos que casi todo, por no decir todo, transcurre
muy deprisa dentro de la competición deportiva. Y que había peligro de quedarse con
la boca abierta de admiración en medio de tantos acontecimientos y no valorar cada
uno de los instantes que se prodigan en la retina. Hay tal cúmulo de
instantaneidades, frívolas o maravillosas, que o retenemos unas y nos perdemos el
resto, o se nos escapan muchas de ellas porque preferimos extasiarnos ante el todo.
De ahí que la televisión, por ejemplo, retenedora sin prisas de momentos estelares,
nos ofrezca la oportunidad única de saborear despacio lo que nuestros ojos perdidos
en la vorágine de los gestos competitivos no acertaron a contrastar.

Y si el hombre sigue siendo lo que importa, cuántas apostillas, peros,


matizaciones y demás comentarios no nos sugerirá esta insaciable oferta y demanda

225
—tanto monta una como otra—, de tiempo presente consumido y de tiempo presente
que consume.

La lógica de los resultados

No nos olvidamos de lo que hace poco apuntábamos sobre el proceso que


hacía posible la competición y su remate final. A esas palabras nos remitimos como
no podía ser por menos. Pero si ahora rescatamos de aquel contexto —el punto de
partida de este capítulo— el término resultado es porque los competidores viven
intensamente la dependencia que se establece entre sus gestos deportivos —su
esfuerzo calibrado en acciones físicas precisas— y el rendimiento o resultado que de
ellos se obtiene.

Tendremos, luego, que esclarecer si esa dependencia es liberadora o


traumatizante, es decir, si hablamos de adhesión que redime o de subordinación que
paraliza; pero por de pronto afirmamos que el resultado condiciona —en qué grado,
está por ver— la competición y la conducta gestual del hombre competitivo. Si los
resultados tienen una lógica, una razón de ser, y decimos que sí, habrá que buscar
su justificación y su resonancia o efecto inmediato en el propio proceder, gesto
técnico y humano, del competidor.

Los resultados afectan al hombre deportivo —nos olvidamos ya del proceso que
media hasta conseguirlos—, porque provienen de él, nacen de sus pies, de sus
manos, de su inteligencia, de su afectividad, de sus gestos, de su pasividad o de su
actitud emprendedora, lo que significa que ese hombre competitivo se ha
comprometido totalmente en cada uno de los resultados obtenidos sean favorables o
desfavorables.

Reflexionar sobre ese poso humano, conocer las claves del factor humano con
que cada competidor encara su responsabilidad frente al resultado obtenido, aliviar
las tensiones, eufóricas o depresivas, que pongan en peligro la continuidad del

226
esfuerzo, será una de las tareas que habrá de emprender el entrenador. Sin que este
compromiso signifique exonerar a los deportistas de sus respectivas
responsabilidades.

El deportista se contempla a partir de lo que ha conseguido, positivo o negativo,


como alguien que no necesita justificarse ni acumular coartadas porque todo lo suyo
está presente ante la evidencia de todos los espectadores. Mientras no se acepten
los resultados, aun aquellos que se consiguieron por causas no imputables
directamente a los competidores, y no se traduzca esa aprobación de sí mismo en
voluntad de futuro correctora de fallos, superadora de dificultades y aprobadora de
aciertos, el deportista de alto rendimiento —qué curioso llamar así a los profesionales
del deporte— se parecerá á una plañidera inconsolable a la búsqueda siempre de las
oportunas excusas que le pongan a salvo de los fanáticos de turno.

Para todos aquellos que ponen en juego —y nunca mejor empleada esta
expresión— su preocupación protagonista y crítica sobre el tapete de los envites
deportivos, los resultados disponen de voz propia que rebasa el gesto histérico de
una necia pataleta o de una exaltación bufa. Y esa palabra lógica podría
desmenuzarse en algunas sugerencias como las que a continuación destacamos: en
primer lugar los resultados efectivos, los del éxito indudable, tienden a reafirmar la
contribución eufórica del competidor para sucesivas aportaciones humanas y
técnicas, siempre y cuando la posible autosuficiencia nacida de esa legítima
confrontación no ofusque la capacidad de entrega futura. Y en segundo lugar esos
mismos resultados satisfactorios, aunque sean reiterados, no eximen de la
autocrítica, pues la competición no mantiene ese tipo de lógica, «ganada una vez,
ganadas todas» y sorprenderá sin aviso previo a quienes se descuiden por haberse
engreído en sus triunfos.

La valoración de estas afirmaciones que hacemos alrededor de unos resultados


considerados como fuente de satisfacción para los competidores, nos lleva aún más

227
lejos en nuestras apreciaciones que tienden a reforzar el potencial humano deportivo,
precisamente para obtener un mayor número de triunfos. Por ejemplo:

—El resultado humano real y positivo de un competidor le lleva a familiarizarse


con todas las fases de la competición, a vivirlas desde dentro, a responsabilizarse de
todas ellas, lo mismo de las que causan desazón, trabajo, sufrimiento incluso, que de
las que producen descanso y placer.

—Ese mismo resultado, real y favorable, permite al competidor disfrutar de la


competición, aceptándola como un factor gratificante aun reconociendo el riesgo que
lleva aparejado.

—De la misma manera ese influjo benéfico actúa como disposición psíquica
positiva que prepara al competidor para superar los posibles efectos traumatizantes
que se derivaran de unas próximas situaciones hipotéticamente especiales.

—Los resultados favorables contribuyen, como elemento compensatorio, a


equilibrar la vida deportiva de cada competidor. Sería deplorable verse obligado a
competir siempre en inferioridad de condiciones, sin el menor atisbo de alcanzar un
número de satisfacciones por mínimas que fueran. También los resultados negativos
disponen de su voz propia, de su lógica que se hace sentir, independientemente de
que los competidores la atiendan o la rechacen. Desde la lógica del perdedor
exponemos unas breves sugerencias que se completarán cuando hablemos del
hombre limitado:

—Perder provoca reacciones encontradas y lo mismo da lugar a una reacción


positiva que hunde aún más al competidor o al equipo. Perder puede suponer una
lección —la prolífica pedagogía de la desilusión—, una tumba —el no levantar
cabeza— o un castigo de efectos más o menos duraderos.

228
—Hay que procurar que ese perder o esos resultados tan poco convincentes no
se conviertan en un estado negativo que dé lugar a una situación permanente de
abatimiento. Los momentos negativos deben morir, como tales acentos perniciosos,
cuanto antes, ya que si se prolongaran más de lo debido crearía una actitud humana
difícilmente recuperable.

—Tanto el jugador como el entrenador deberán hacerse conscientes, en


seguida, de las energías mal empleadas que condujeron a esa salida negativa. Es
decir, descubrir en el proceso competitivo dónde radicaron los fallos y los descuidos
causantes de la derrota. Si el resultado negativo no ayuda a reflexionar sobre el
proceso de la competición, de la prueba o del partido, seguirá causando efectos
perniciosos en los protagonistas del deporte. Por muy defectuoso que haya sido el
gesto técnico, no tiene por qué destruir la capacidad de respuesta positiva del
hombre competitivo.

—Una de las secuelas de más difícil precisión —detectarlas a tiempo— y de


más difícil remedio —convertir su lado negativo en positivo— es la que se origina a
raíz de aquellos resultados negativos que se suponen injustamente merecidos.

—Perder cuando se reconoce la superioridad del contrario o la propia


incapacidad duele pero no traumatiza, puesto que se admite la justicia del resultado.
Ganar, aun a sabiendas de que no se merece ese resultado, tampoco provoca
reacciones negativas. Pero la sinrazón del resultado, el típico «no hay derecho»,
camufla la necesaria objetividad crítica para dilucidar si efectivamente se está o no
en lo cierto. El ánimo se descompone en inútiles muestras de autocomplacencia, y la
vuelta al entrenamiento diario se realiza de mala gana.

—Esta actitud, consentida durante un cierto tiempo, paraliza por completo la


vuelta del hombre deportivo a la normalidad de la competición, y demuestra que esa
lógica de los resultados le influye nocivamente. No se trata de una sacudida

229
anecdótica que pasa en seguida, sino de una transformación que puede dar origen a
una segunda naturaleza, naturaleza psicopática, en ese hombre competitivo.

Para cualquier aficionado al deporte el estudio de esa culminación gestual es


una tarea apasionante y en definitiva es la llave de todos los sistemas de
entrenamiento: cómo traducir a punto y final la serie de puntos suspensivos de que
consta la preparación de cualquier atleta. Si los resultados, cualquiera que sea su
bondad o su maldad, son imprevisibles —sin relación exacta entre el esfuerzo
emprendido y su culminación—, insaciables —lo exigen todo y lo exigen siempre—,
equívocos —confunden la lógica al uso—, condicionantes —mediatizan a su
alrededor todos los caminos recorridos— e inamovibles, ¿cómo no darnos cuenta de
que es necesario «convertirnos» a su lógica?

¿Por qué no pensar en ese hombre competitivo —entrenarlo, interpretarlo,


amarlo, justificarlo— a partir de Jos resultados? ¿Por qué temer el riesgo de reducir
al hombre competitivo en una máquina de fabricar resultados, cuando en realidad lo
que pretendemos hacer —y no hay otra salida— es potenciar a ese hombre, todo lo
que él es y realiza, en función de los resultados pero no en función de su esclavitud a
esos resultados? Prepararle para ganar no significa que tengamos que matarle si
pierde.

Rigor, riesgo y eficacia

Mientras hablemos de la competición, de los hombres y de los gestos que la


protagonizan, conforme a sus características dinámicas, tendremos que ocuparnos
necesariamente del rigor o disciplina que preside todo el acontecimiento competitivo,
del riesgo que es necesario aceptar si se quiere conseguir la victoria, y de la eficacia
que resume todo lo dicho anteriormente y que vendría a constituir otro resultado, el
de cotejar el campo de las posibilidades y el de las limitaciones del hombre
competitivo.

230
Sin rigor no hay seriedad, sin riesgo se cae en el adocenamiento, sin eficacia
todo se reduce a incertidumbre paralizante.

— Rigor

El rigor atiende en primera instancia a satisfacer los principios más elementales


del entrenamiento deportivo y en segunda instancia al mantenimiento de una línea de
conducta deportiva que diferencie a las claras los campos del deporte como
pasatiempo de los de la alta cualificación competitiva.

13
Estamos de acuerdo con Pierre de COUBERTIN cuando al formular la
alternativa «costumbre y entrenamiento» diversifica el sentido acomodaticio de
quienes no están dispuestos a enfrentarse con la dureza competitiva y prefieren
dejarse llevar por la trivialidad de su comportamiento frente a la iniciativa de los que
asumen el esfuerzo perfeccionador del entrenamiento con la prontitud requerida.

Si ya por entonces COUBERTIN se quejaba de que el «deportista acomodaticio


estaba perjudicando notablemente la causa del deporte», suponemos que no estará
de más el que también nosotros nos hagamos eco de esta acusación cuando, por
ejemplo, el dinero que estimula a unos cuantos competidores —dejamos aparte los
nombres y el número de ellos para no herir a nadie— está matando a otros —
incluimos personas y especialidades deportivas—, que en un momento supieron
sacrificarse y triunfar para luego seguir viviendo de espaldas al rigor de la
competición.

Qué fácil resultaría establecer una progresión, numérica y nominal, de quienes


empezaron cabalmente con el entrenamiento hasta conseguir el triunfo, y luego
continuaron compitiendo pero instalados ya en la rutina hasta desaparecer por vivir
de espaldas al rigor del trabajo competitivo.

231
La convergencia de factores tan diversos como el ansia por el dinero, el rigor de
la competición, las prisas por llegar, el cansancio prematuro, la dejadez del
entrenamiento o las retiradas anticipadas nos brindarían una ocasión inestimable de
escribir un tratado de éxito seguro.

Al incorporar el factor riesgo al catálogo de los conceptos dinámicos que definen


la competición, huimos de interpretaciones tan antagónicas al hecho real del juego
competitivo como el azar, esa contingencia o suerte más o menos calculada sobre la
que recae el desenlace de un esfuerzo, o el peligro que sacrifica la vida de los
competidores a la espectacularidad o incluso a la obtención de un resultado
favorable.

Hablamos de un riesgo que es aventura, que es incertidumbre, que es


probabilidad de éxito, que supone tensión conflictiva, que no descarta racionalmente
la muerte y que cuenta en momentos decisivos con ese golpe de fortuna que
soluciona una situación comprometida. Pero hablamos, cómo no, de un riesgo cuyo
control no escapa al dominio técnico de un especialista, aunque pueda suceder lo
peor, por ejemplo, un bólido de Fórmula 1 que estalla en plena carrera y que origina
la muerte del piloto.

También el vivir es inseparable del riesgo. Y decisiones arriesgadas son las que
jalonan la convivencia humana a diario, aunque se tienda a vivir sin preocupaciones.
El deportista que toma conciencia de lo que significa el riesgo de la competición —un
ciclista a tumba abierta, no es un insensato que arriesga su vida como respuesta
masoquista a un no sé qué espíritu desequilibrado. Ese ciclista acepta esa alternativa
como elemento fundamental de su vida y como forma privilegiada y entrenada de
canalizar, pacíficamente, sus diferencias frente a los demás.

Hay muchos gestos competitivos arriesgados que al profano le hielan


materialmente la sangre y que no deforman en absoluto a sus protagonistas.
Podríamos citar, entre otros, los gestos deportivos asociados al mundo del motor, al

232
mundo de la lucha o del combate, al mundo del contacto físico no específicamente
luchador entre los competidores, como el balonmano o el fútbol o el baloncesto, al
mundo del esquí, al mundo del alpinismo. ¿Acaso son suicidas quienes se empeñan
en la práctica de estos deportes?

La pasmosa frivolidad con la que los ignorantes de todas las épocas han
trazado, para los demás por supuesto, la raya de lo bueno y de lo malo, de lo que
merece la pena y de lo que es simplona banalidad, de lo cuerdo y de lo chiflado,
alcanza también al mundo de los gestos deportivos. Y lo mismo se califica de riesgo
inútil el adelantamiento en pista de un coche, que el choque simultáneo de dos
jugadores de balonmano, que la trazada de un esquiador sobre una nieve helada.
Pero esta pretendida autosuficiencia, que ni siquiera acepta el riesgo intelectual de la
comprensión, nunca entenderá los motivos de aquella libertad gestual arriesgada, sin
la cual tampoco existiría la lógica de la competición.

— Eficacia

Ya hemos hablado de la eficacia que atiende a los resultados y todavía nos


queda el plantearnos esa misma eficacia referida a todo el proceso del
entrenamiento, si bien ya está insinuado nuestro juicio hace poco, en concreto al
estudiar el punto de partida de este capítulo. Al valorar al hombre deportivo
entrenado nos daremos cuenta del grado de acierto que es preciso alcanzar a lo
largo de la preparación de un atleta, y nos daremos cuenta, también, de lo que le va
aconteciendo a ese competidor que acumula lo mismo trabajo que éxitos y derrotas.

Pero sería preciso reflexionar, lo haremos en su momento, sobre la eficacia que


demandan cada una de las fases del período de competición, entrenamiento y
pruebas o partidos, para no perder de vista que el carácter transeúnte de los gestos
deportivos —pasan a la misma velocidad con la que se ejecutan— no excusa su
perfección.

233
Por fin tendremos que referirnos a la eficacia de todos los aspectos que hacen
posible el panorama de la competición. De nada nos serviría, por ejemplo, destacar
la relevancia de los aspectos técnicos, de su eficacia innegable en el transcurso de
'un partido, si los elementos que sustentan la estructura física del jugador fallan
ostensiblemente. Estamos hablando de totalidades, del hombre deportivo que no
vacila en comprometerse del todo con la competición y que necesita saberse eficaz
en todos los momentos de su participación.

Lo que sí están exigiendo esos hombres deportivos es un trato, una dirección,


un entrenamiento que los haga eficaces. Lo que sí exigen es que no los arrojen sin la
adecuada preparación a la insaciable voracidad de unos aficionados fanáticos. Y lo
que sí podrían exigir es la misma eficacia, es decir, un conocimiento exacto de las
cosas deportivas, en quienes los critican.

La iniciativa impuesta

El ahora seleccionador nacional italiano y hace poco entrenador del equipo de


fútbol del Milán, Arrigo SACCHI, afirmaba que «es más importante tener iniciativa
14
que sufrirla» . A simple vista esta manifestación de labios de un técnico tan
prestigioso parece de Perogrullo y no aportaría ningún dato nuevo a la ya manida o
tópica exclamación de que quien da primero da dos veces. Pero la verdad es que
este dicho popular adquiere un relieve singular cuando se ha llevado a la práctica
con resultados inequívocos de victoria.

Y la iniciativa en la puesta en práctica de los gestos competitivos nos dictará


palabras creativas que potencien y dignifiquen el quehacer del hombre deportivo.
Señalaremos algunas de ellas:

—Será preciso un riguroso proceso de mentalización para que la iniciativa


deportiva alcance sus propósitos. Un competidor mentalizado es aquel que ofrece,
hace valer, sus funciones mentales al servicio de la acción deportiva. Es decir, que

234
entiende, valora, su potencial intelectual no como una mera especulación ni como
una mera dicción, «estamos mentalizados», sino como un punto de apoyo que le
capacite para dar una respuesta práctica, inmediata y eficaz.

—Será preciso que esos hombres deportivos, embarcados en la empresa


competitiva, demuestren su afán, operativo y lúcido, por auto comprenderse. Es
decir, que conozcan y posean en un grado convincente su propia intimidad que en
seguida tendrán que poner al servicio de esa iniciativa en la competición.

—De la misma forma comprenderán lo que significa la oposición, el oponente, lo


opuesto a la realización de sus planes. ¿Cómo imponer una determinada iniciativa si
no se sabe a qué atenerse ni en el terreno personal ni en el terreno del obstáculo o
del oponente al que vencer? —Imponer esa iniciativa querrá decir consentir en el
desgaste que se deriva de ese anticiparse a los demás, con objeto de imponer los
propios criterios selectivos de competición. No basta con reconocer las dificultades
que se originan de un planteamiento de esa envergadura, hay que contribuir, desde
el esfuerzo generoso, a solventar en cada momento y en cada palmo de terreno los
problemas de ese tomar la iniciativa, que además se supone durará mientras la
competición esté viva.

—Como última observación, que resaltaremos aún más al hablar de la


consistencia del hombre competitivo, digamos que será preciso recuperar cuanto
antes, restablecer, el equilibrio desgastado o perdido momentáneamente como
consecuencia de ese no ceder la iniciativa al contrario.

Lo previsible y lo imprevisible

Si habíamos incorporado el elemento incertidumbre en el discurrir del empeño


competitivo, incertidumbre que asociaríamos ahora al término imprevisible, debemos
contar igualmente con la dimensión cierta de lo previsible como otro de los
componentes que presiden el buen hacer del hombre deportivo. ¿Cómo estructurar

235
el más sencillo de los planes de entrenamiento si la competición y los protagonistas
que la hacen posible, previsible, depositaran toda su valía en el azar disparatado que
echara por tierra la racionalidad humana y la objetividad de unos reglamentos? Parte
de la grandeza de la competición, y por supuesto del hombre deportivo, reside en el
pensamiento, en el estudio, en las previsiones y en la práctica de los sistemas de
entrenamiento. Así como existe una iniciativa en la forma de encarar la competición,
existe una previsión que antecede al acontecimiento deportivo.

La consistencia del hombre competitivo

Habíamos dicho en el capítulo destinado al hombre corporal15 que la palabra


eutonía significa el redescubrimiento del cuerpo capaz de asumir la polivalencia de
todos sus gestos sin que se altere por ello, de forma dramática, su estado de
conciencia. A esta polivalencia y a esta aceptación de todas las decisiones
adoptadas sin traumas nos referimos también ahora, cuando intentamos descifrar la
suma de valores y de actitudes que acompañan, o deben acompañar, al hombre
competitivo.

Porque hablar de consistencia humana supone, en primer lugar, establecer un


equilibrio entre los aspectos o elementos positivos que constituyen la personalidad y
la corporeidad de cada uno, equilibrio que asegura el componente estable de los
competidores, y en segundo lugar, conciliar las contradicciones que resultan de la
presencia de otros tantos factores negativos, para que el competidor no se sienta
distorsionado por sus propias incoherencias.

Proponer el estudio de la consistencia del hombre competitivo es también


someter a revisión un producto final, para entendernos, un resultado, al que se llega
mediante una laboriosa transformación de proyectos en actos concretos.
Consistencia que nos asomará igualmente y durante mucho tiempo a la realidad del
proceso competitivo —no olvidemos esa dualidad de los resultados y de los procesos
que constituyen las dos caras de una misma moneda—, alarmándonos unas veces

236
—qué despacio discurre la progresión técnica de los deportistas—, y otras
alegrándonos por el resultado satisfactorio que nos acompaña.

Por su parte la consistencia que describimos ahora tiene mucho que decir sobre
la creatividad del hombre competitivo. Al ocuparnos del hombre gestual16
advertíamos que la insatisfacción que suscita el espectáculo de un mundo
incompleto conducía al rompimiento de la rutina y al renacimiento de las ganas por
llenar de originalidades nuestra circunstancia. Ahora, al contemplar la insatisfacción
que se origina alrededor de una competición afrontada deficientemente, nos damos
cuenta de que es preciso obligar al hombre competitivo, sea entrenador o deportista,
a crear una estructura consistente.

Este es nuestro reto, demostrar, o simplemente pensar en voz alta, que es


posible desde el gesto competitivo crear y ofrecer a nuestro mundo respuestas que
desde otras opciones no acabarían de llegar. De ahí que asociemos consistencia con
creatividad y con acuerdos de garantía para con nuestros contemporáneos.

Fundamentación físico-técnica

De sobra sabemos que al hablar de consistencia como sinónimo de firmeza o


de reciedumbre humana, apta para afrontar las distintas fases de la competición, no
nos referimos a una hipotética solidez típica de superhombres —¿de verdad
existen?—, que nos hiciera envidiar una perfección ejemplar y distante. Porque no
buscamos, ni nos interesa, un hombre competitivo cuyas respuestas paradigmáticas
valieran para todos los demás.

Cada competición, cada hombre competitivo, cada uno de los ciclos


competitivos por mínimos que sean, cada temporada que engloba pruebas y partidos
múltiples y diversos, requiere una réplica consistente y distinta. No existe, por
consiguiente, una consistencia prototípica, pétrea diríamos, a la que acomodar el

237
resto de las manifestaciones deportivas, ni una consistencia evidente que rompiera la
incertidumbre característica de la competición.

La consistencia de la que hablamos y que reconocemos no como superlativa y


única, sino como relativa, es decir, acomodada tanto a las exigencias de la
competición como a los gestos técnicos, personales y colectivos, de los hombres
deportivos, nos lleva a decir que el primer reclamo de la consistencia de un
competidor es su rigurosa y estructurada fundamentación física.

Los técnicos deportivos, entrenadores y preparadores físicos, conocen la


singularidad de este soporte sobre el que se asienta la plenitud de las respuestas
gestuales del hombre deportivo. Sin esta base física bien organizada resultará
imposible implicar al competidor en sus cometidos, cualesquiera que sean los riesgos
y las responsabilidades asumidas.

Si la competición conduce necesariamente a la búsqueda de soluciones


concretas y totales —la competición es compleja pero no complicada—, el primer
paso que marca ese salir al encuentro de las garantías competitivas viene dictado
por la madurez física del hombre deportivo.

Los elementos que verifican el grado de preparación de ese hombre deportivo a


partir de lo que hemos dado en llamar fundamentación física son los siguientes: la
integridad física del competidor que asimilamos al concepto médico o de salud
deportiva, la actitud física que asimilamos al concepto técnico de participación
deportiva, el vigor físico que asimilamos al concepto psicológico de la entereza y la
totalidad física que responde al hecho mismo de la consistencia.

Otro de los apoyos básicos sobre el que reposa la definición del hombre deportivo
consistente son sus gestos técnicos enriquecidos al máximo. El competidor que no
domina su gesto corporal —implicación física de la que hemos tratado—, ni su gesto
técnico —cualificación deportiva del más alto nivel—, no tiene sitio dentro de la

238
competición. Y corresponderá a los entrenadores tutelar el progresivo
perfeccionamiento de los deportistas encomendados a su dirección.

El hombre deportivo terminará perdiéndose a sí mismo si se enreda en la


maraña nunca satisfecha de los resultados, porque su técnica quedará mediatizada
al logro efímero de una victoria al no reservarse para ella el tiempo necesario para su
entrenamiento y para su madurez. Mientras que si el hombre deportivo consiente el
trasiego sacrificado y al mismo tiempo gratificante de su perfeccionamiento técnico
progresivo, logrará un mayor número de triunfos —quien juega bien, quien compite
bien, termina ganando siempre—, contribuirá al asentamiento y espectacularidad del
deporte que practica y sobre todo se reconocerá a sí mismo como ese competidor
consistente del que estamos hablando.

La tercera conclusión que desearíamos plantear, a propósito del fenómeno de


la consistencia del hombre deportivo, nos lleva al terreno de su personalidad y será
preciso citarnos con la psicología para entenderlo o al menos pergeñarlo.

El valor del contraste

Competir es contrastar diferencias. Competir es oponer las discrepancias con


que cada uno soluciona reglamentariamente las incógnitas de la lucha deportiva.
Competir es enfrentarse entre sí hombres y mujeres que de modo pacífico averiguan
quién o quiénes llevan la razón deportiva.
Competir es permitir que los gestos corporales, técnicos, personales, colectivos
demuestren sus divergencias creativas. En una palabra, que sin contraste se
resquebraja todo el edificio de la competición.

Los oponentes —y a partir de ahora no distinguimos entre oponentes


racionales e irracionales— presionan, contrastan, a sus contrarios hasta el límite de
17
sus posibilidades . El resultado que emerge de esta determinación bifronte —con
qué recursos, con qué disposición humana total, se superan de una parte las

239
presiones impuestas y con qué contundencia, de otra parte, se insiste en la
provocación— demuestra el valor contrastado de los gestos competitivos.

Si el salir bien librado de este contraste deportivo es el indicador que descubre


lo que cada uno vale, es lógico significar que la oposición como tal, el oponerse, no
quiere decir actitud negativa. No confundamos el defenderse a ultranza de quienes
renuncian prácticamente a competir con el defenderse intensamente cuando es
preciso que estas acciones se lleven a cabo. Tan ofensivo es el gesto deportivo
defensivo —versión defensiva específica—, que se opone tenazmente a su contrario,
como el gesto deportivo ofensivo —versión atacante específica—, que también se
opone a su contrario contundentemente.

Oponerse, por consiguiente, al margen de su significado expreso de contraste,


nos proporciona otras consideraciones que contribuyen a valorar la madurez, la
consistencia, del hombre deportivo:

—Oponerse es una actitud fundamental del hombre deportivo. —Oponerse no


es una actitud humana negativa. —Oponerse no es una acción técnica solamente
defensiva. —Oponerse es antes que nada decisión y como tal una de las
características típicas de cualquier competidor. —Oponerse reclama continuidad que
evita la ruptura o el decaimiento de la conducta eficaz del competidor. —Oponerse
debería ser considerado como uno de los factores creativos del hombre deportivo. —
Oponerse responde a una actitud total, no sólo física o circunstancial, del competidor
que como tal le solicita por completo. —Oponerse requiere una preparación
concienzuda para evitar los riesgos inútiles que proceden de una competición vivida
sin el menor sentido de la profesionalidad. —Oponerse no descarta, en ocasiones, la
puesta en acción de un comportamiento extraordinario más allá de lo habitual.

Oponerse, en fin, es una oportunidad única y al mismo tiempo reiterada para


que el hombre deportivo se descubra como es en realidad.

240
Afirmaba SCHELER que «la existencia nos es dada por la vivencia de la
18
resistencia que ofrecen las esferas del mundo ya descubiertas» . Conclusión a la
que nos permitimos añadir: «y por las esferas del mundo deportivo no descubiertas
aún, como son las que provienen de la incertidumbre competitiva».

La maduración progresiva

Cuando propusimos, al hablar de la consistencia del hombre deportivo, la


construcción sólida de unos fundamentos físicos y técnicos como los primeros
reclamos donde asegurar todo lo demás, añadimos que sería preciso ocuparnos
también de los problemas derivados de la personalidad, sólida o endeble, de ese
competidor. De esta manera consolidaríamos la estructura total del hombre
competitivo.

Y ahora acudimos a ese reclamo, sin que por ello vayamos ni siquiera a perfilar
un estudio psicológico del competidor. No es nuestra tarea en este libro. Pero sí
sugeriremos algunas reflexiones que desde la perspectiva de la personalidad del
hombre deportivo nos ayuden a valorar su presencia en el mundo de la competición.
Hablaremos del concepto mismo de consistencia y de su manifestación frente a los
demás que denominaremos coherencia.

Entenderíamos, así, por maduración progresiva del hombre competitivo, el


proceso, nunca finalizado del todo, a través del cual esos hombres y en la misma
medida esas mujeres comprometidos con el deporte de alto nivel van afianzándose
en sí mismos, cobrando confianza, superando sus limitaciones, creando sus
opciones creativas y, en definitiva, ofreciendo a su mundo una respuesta merecedora
del reconocimiento unánime.

De forma gráfica exponemos en el esquema número 1 lo que entendemos por


consistencia del hombre competitivo, y en el esquema número 2 la interpretación que
ofrecemos de su coherencia.

241
La consistencia, según los tres elementos que explicamos, determina uno de los
quicios sobre los que seguimos edificando la visión del hombre deportivo. Elementos
que se refieren a la firmeza, la estabilidad y la constancia y que representan una de
las notas esenciales de ese ideal o modelo de personalidad que buscamos. -

La coherencia, por su parte, también vendría explicada por tres factores, la


fidelidad, la compensación y la relación, que igualmente necesitarían de un trabajo
concienzudo para darse a conocer como definitivos. Ni se es consistente ni
coherente de una vez por todas.

Al hablar de firmeza nos referimos a las convicciones y a los esquemas


mentales del hombre deportivo. Al hablar de estabilidad atendemos

ESQUEMA 1. El hombre competitivo consistente.

242
ESQUEMA 2. El hombre deportivo coherente.

a sus procesos afectivos. Y respecto al tema de la constancia valoramos y


objetivamos las decisiones tomadas. Todo esto en consonancia con las previsiones
que anticipan los momentos específicos de la competición, sus aconteceres más
dispares y los modelos a los que pretendamos ajustar todas esas conductas.

Al hablar de fidelidad pensamos en el hombre deportivo dispuesto a objetivar su


propia conducta, sin excusas impertinentes. La compensación nos remite a una
valoración equilibrada de todos los matices presentes en la personalidad de cada
uno, a una auténtica humanización de los competidores. Y la relación establece
proporciones y consecuencias inestimables entre los logros y los límites, lo que está
al alcance de ese competidor y lo que le rebasa.

243
Bien es verdad que todas estas matizaciones tienden, permanentemente, a ser
contrastadas en medio de la transitoriedad que se explica por los flujos y reflujos,
horas altas y bajas, hoy sí y mañana no de la conducta competitiva, en medio del
hostigamiento que de parte de sí mismo puede sufrir el propio competidor movido por
sus dudas y sus aprobaciones, y en medio del experimento o entrenamiento que a
diario supone la tarea de los profesionales.

La disponibilidad total

La visión comprehensiva de la utilización de todos los recursos humanos y


técnicos que el competidor pone al servicio de su gesto deportivo se reduce al
aprovechamiento por su parte de todo el potencial que acumula siempre y cuando se
le hayan ofrecido, en la misma cuantía y calidad, las posibilidades humanas y
técnicas que los hicieran viables. Es decir, que si al hombre deportivo le pedimos
todo —proceso de entrenamiento y resultados favorables—, debemos ofrecerle todo
—condiciones idóneas y medios suficientes—, para que en esa ecuación de igualdad
ninguna de los dos términos rompa el equilibrio.

Esquemáticamente ofrecemos en el esquema número 3 la explicación de lo que


acabamos de enunciar. En el triángulo de mutuas referencias que dibujamos, tanto
los competidores como los deportes que practican y los sistemas que los hacen
posible se intercambian sus necesidades y sus ofertas resolutorias.

Tampoco se trata de agotar o de agotarse —a vueltas siempre con las cosas y


las personas—, en un esfuerzo dramático o mortal por conseguir unos resultados
que a todos complacieran. No hablaremos nunca de sucumbir mientras se compite,
como si los trances deportivos del llamado alto rendimiento —quedémonos ahora
con esta denominación— «rindiera, hiciera perecer» a sus protagonistas. La
disponibilidad total comprometida sigue siendo una preferencia libre, es decir,
humana, es decir, sensata, que se determina hacia una iniciativa completa y que
rechaza cualquier agonismo irracional.

244
¿Acaso no insisten los técnicos deportivos en la evidencia de la economía de
esfuerzos —el concepto de trabajo eficaz y económico—, como garantía de
racionalidad competitiva? ¿No aprecian los atletas la dosificación en el esfuerzo
como aval y medida de su continuidad en la competición? ¿No es el autocontrol una
de las facetas humanas que potencian el rendimiento del hombre deportivo lo mismo
en el período del entrenamiento que en el de las pruebas, partidos o torneos?

El esfuerzo voluntario

Introducimos en este momento un concepto de generosidad que rebasa los


límites de la estricta justicia aplicada a la competición. Es decir, si hasta aquí hemos
insistido en la dimensión exigente con que debe configurarse la estructura del
hombre competitivo, damos ahora un paso al frente, aumentamos la presión de esa
exigencia y nos atrevemos a pedir esa respuesta voluntaria que reconoceremos
como extraordinaria, y que definirá, en muchas ocasiones, el talante de los
campeones.

La psicología entiende y explica la profundidad de estas decisiones


atreviéndose a tomar en consideración los desconocidos recursos del hombre que
normalmente yacen adocenados. No insistiremos en estos estudios, únicamente
llamaremos la atención sobre algunas preguntas que convendría hacerse si de
verdad nos interesa descubrir esa cara oculta del competidor en su calidad de ser
humano.

¿Cómo responde voluntariamente, en el límite de sus posibilidades, un hombre


deportivo mientras está ganando? ¿Cómo responde, si va perdiendo? ¿Con qué
intensidad vienen marcados esos esfuerzos límites? ¿Con qué frecuencia o
continuidad? ¿Cómo definiríamos la calidad de los gestos técnicos deportivos
realizados en las anteriores situaciones competitivas? ¿A quiénes se les solicita esos
gestos límites? ¿De qué forma, un entrenador exige esas respuestas? ¿Cómo se

245
entiende, por compensación dentro de un equipo, el llevar a cabo esos gestos
generosos al lado de otros gestos inútiles o egoístas?

Es toda una teoría del comportamiento humano anormal —más allá de la letra
que marca la norma de la dedicación competitiva—, que es necesario estudiar a
fondo, porque ni los avalares de la alta competición permiten «normalmente»
respuestas siempre «normales», ni los hombres deportivos «normales» consiguen
«normalmente» triunfar en su empeño competitivo. La competición descubre muchos
momentos «anormales» frente a los cuales los hombres deportivos deberán
responder «anormalmente».

246
El equilibrio psico-físico

Digamos para empezar que está muy lejos de nuestra intención identificar el
equilibrio psico-físico del hombre deportivo con un estado de inmovilidad o de
inacción, más o menos permanente, que derivara en una actitud indiferente, estática
o ensimismada.

El hombre deportivo, por definición, es un ser en movimiento concebido


gestualmente como creador de una expresión corporal única, que rehuye el
desequilibrio o la inestabilidad de su estructura, y que no consiente caer en el
adocenamiento o en la pasividad si por este término entendemos la permanencia
inoperante de sus funciones competitivas.

Muchas alteraciones vienen y van y le suceden al hombre deportivo como para


que le colguemos ahora un rótulo de ponderación o de armonía que no le cuadran en
absoluto — ¿existen esas ecuanimidades en otros órdenes de la vida?— y que
tampoco necesita para ser comprendido en todo su valor.

Preferimos explicar el equilibrio psico-físico como una meta hacia la que se


tiende —si alguien considera que es deseable alcanzarla— o como una
compensación —nuestro término preferido—, que tuviera en cuenta, sin trampas de
por medio, todos los saberes, los haberes y los sentires de los hombres deportivos.
Compensación entendida, a su vez, como una valoración de esos pros y esos
contras que llevaban a ORTEGA Y GASSET a interesarse por una «Psicología del
hombre interesante» 19.

No comprendemos el equilibrio humano como igualdad desde la mediocridad. Y


así lo afirmamos porque resultaría imposible sublimar, igualándolos, todos los
talentos o cualidades que convergen en el hombre deportivo. Necesariamente hay y
habrá desequilibrios dentro de cada uno que conformen el sentido de cualquier
filosofía o explicación del hombre deportivo. Y una parte importante de este libro ha

247
recogido esa riqueza, que no debilidad, nacida de un desequilibrio que otorga al
hombre deportivo su singularidad más preciada.

Entendemos el equilibrio psico-físico como una conciliación de actitudes


internas y externas vividas dinámicamente, es decir, sujetas a retrocesos y mejoras,
por la cual el hombre deportivo no pierde nunca la referencia que le sitúa en medio
de la competición. Conciliación que no siempre se logrará pacíficamente, pero que
viene a culminar el acuerdo al que todos los componentes vitales del competidor
deben llegar para no poner en peligro la consistencia de su estructura humana.

Esquemáticamente, como ya lo hiciéramos poco antes, presentamos tres


modelos que engloban la necesidad de esta conciliación o equilibrio psico-físico. Y
nos bastará un sencillo comentario para dar razón de todos ellos, ya que su prolijo
desarrollo nos introduciría de lleno en el terreno de la psicología y por el momento
renunciamos a este compromiso. Nos preocupa la definición humana, totalizadora,
del hombre deportivo, su valoración teórica o antropofilosófica y a ella nos debemos.

El esquema número 4 representa los dos mundos del competidor a los que
acabamos de referirnos. Un mundo exterior que compendia las actitudes típicas de
los competidores, las circunstancias o contextos donde tienen lugar los gestos
competitivos, las personas que intervienen junto a cada uno de los competidores y
los objetos hacia los cuales polariza cada competidor su respuesta. En el mundo
interior quedan reflejados aquellos componentes de la personalidad de los
competidores que mayor repercusión tienen en su vida deportiva.

El esquema número 5 distingue los aspectos más sobresalientes que


caracterizan la personalidad, el mundo interior, del hombre competitivo y que, como
dijimos anteriormente, darían pie a un estudio minucioso desde la psicología. Los
dejamos ahí enumerados como sugerencias para un próximo trabajo y como
exponentes cualificados de lo que entendemos por ese equilibrio que tiende a
recoger lo más sobresaliente de cada persona deportiva.

248
El esquema número 6 muestra las diversas acepciones que atribuimos al
mundo exterior de los competidores. Diferencia, como es lógico, los pormenores que
afectan a los distintos apartados y resume la conducta que a lo largo de una
competición puede observarse en todos ellos. En el cuadro se citan personas —
relaciones que acercan o distancian a los competidores respecto a sus oponentes y a
sus compañeros de equipo—, situaciones —el dónde tener en cuenta el
comportamiento deportivo—, objetos —el punto de referencia inmediato de su gesto
técnico— y finalmente modos de ser estrictamente deportivos.

El engranaje de todas estas anotaciones que se convocan alrededor de


perspectivas psico-técnico-físicas y su formulación definitiva más o menos
equilibrada, nos revelaría el cómo y el porqué ese hombre deportivo acude a la
competición. Y nos garantizaría, con la «certeza-incierta» de las cosas humanas, su
nivel de consistencia deportiva.

Estar a gusto

Siempre hemos defendido que la profesionalidad en el deporte de alto


rendimiento ni es una esclavitud ni tiene por qué causar mayores quebraderos de
cabeza a los competidores que cualquier otra dedicación de los demás hombres a
sus menesteres cotidianos. El hombre deportivo que compite acepta de buen grado
las diferencias que establece su mundo, se identifica con ellas y las vive a gusto
mientras permanezca activo.

Y este estar a gusto es otra de las muestras que revelan el grado de


consistencia humana y estrictamente técnica de los competidores. Si los

249
ESQUEMA 4. El equilibrio psico – físico. Los dos mundos del competidor.

250
ESQUEMA 5. El equilibrio psico- físico. Los aspectos del mundo interior.

251
ESQUEMA 6. El equilibrio psico- físico. Distintas aceptaciones atribuidas al mundo
exterior niños —recordemos lo dicho sobre el hombre lúdico—, se expresan
espontánea y alegremente como jugadores, el hombre deportivo, ahora competitivo,
también debe expresarse en toda su autenticidad y a plena satisfacción, compitiendo.

252
El hombre deportivo que consintiera competir de mala gana estaría viciando de
raíz su compromiso. Existirán, eso sí, momentos difíciles que descubran cansancio y
hasta unas ganas apenas contenidas de abandonarlo todo. Surgirán situaciones
competitivas que a fuerza de exigirle al hombre deportivo aquellos esfuerzos
voluntarios de los que hemos hablado, le coloquen al borde de la decepción
permanente. Incluso arreciará la hora insistente de la retirada de la competición. Pero
ninguna de esas experiencias vitales dará pie a competir, como quien dice, «a más
no poder».

Al hablar del «Juego y la realidad mundana» en el capítulo destinado al hombre


lúdico, verificábamos la simbiosis entre creatividad y estar a gusto como antítesis al
binomio rutina y obligatoriedad del gesto deportivo que mataba los sentimientos de
alegría del niño. No es lo mismo, evidentemente, jugar sin prisas que competir
acuciados por mil solicitudes de tiempo, oponentes, resultados, espacio o calendario
de pruebas. Pero lo que ahora reivindicamos, como uno de los fundamentos de la
consistencia competitiva, es un talante, un sustrato de personalidad, un sentimiento
gozoso ante lo que se está llevando a cabo, una pasión que motiva y que no
desalienta pese a los resultados adversos, un aceptarse, en resumidas cuentas.

Y no son incompatibles, ni mucho menos, esa satisfacción por competir con el


deseo legítimo de ganar mucho dinero, o de encumbrarse a la fama, o de ser el
mejor. Nada más lejos de nuestras convicciones que asociar el espíritu alegre de los
afanes competitivos con la dedicación al deporte del hombre deportivo aficionado.
Como si el profesionalismo nos condujera al drama y a la tristeza masoquista,
mientras que el sentirse a gusto fuera patrimonio de los que se entretienen
practicando deporte por otros motivos legítimos que no coinciden con los
competitivos del alto rendimiento.

Si hemos asentado la consistencia del hombre competitivo sobre los cimientos


de una estructura sólida, física y técnica, si hemos citado al hombre deportivo en

253
medio de los embates de la competición para contrastar su solidez entrenada, si
hemos aceptado pacientemente la duración y las alternancias en el proceso de su
maduración humana total, si le hemos pedido al competidor que no se reserve nada
de su entereza, si incluso hemos llegado a solicitarle ese esfuerzo voluntario que
rompe al menos en apariencia sus límites y si le hemos exigido como remate de esa
estructura competitiva que se muestre equilibrado, compensado, a favor siempre de
sus capacidades más notorias, es lógico que al final de todo este proceso
constructivo reconozcamos el orgullo, la alegría, con que ese hombre deportivo debe
arrostrar la competición.

Competición y creatividad

Y a esta conclusión llegamos: que el hombre competitivo goza de oportunidades


únicas para garantizarle a su mundo una serie de respuestas interesantes, fecundas
y hasta trascendentes, si por tal importancia entendemos el olvidarse de sí mismas y
llegar al corazón y a la mente de muchos.

A esta enjundia o alcance del gesto deportivo y competitivo le llamamos


creatividad. Identificaremos o definiremos esta creatividad enraizada en el gesto
competitivo como un proceso laborioso y eficaz, pero mientras llegamos a esta
conclusión, apuntamos otras observaciones que nos revelarán aspectos distintos de
esa misma creatividad en torno al hombre deportivo.

Decía el autor polaco GROTOWSKI que la clave de toda creatividad radica en el


esfuerzo continuo al que el actor se somete para aparecer como hombre vivo
mediante el gesto corporal20.

Ese esfuerzo, que no es fin en sí mismo, sino expresión que llama al contacto
con el público como posibilidad y realidad de comunicación, encuentra en el
concepto entrenamiento deportivo su trascripción más exacta. El hombre deportivo
que convierte sus horas de aprendizaje en un laboratorio de exactitudes gestuales,

254
se reconoce poseedor de un lenguaje analógico, como ya hemos apuntado, creador
de respuestas vivas que conectan con los aficionados. A mayor calidad técnica de
sus gestos, mayor viveza expresiva y mayor cercanía con el público.

El que cada hombre competitivo, al margen de su componente genético, sepa


abrirse a sí mismo, resarcirse de los límites que le imponen su propia incapacidad o
pereza o desánimo, y entregarse expresivamente a la aquiescencia de todos, ¿no es
ya el comienzo de un acto creativo? ¿Acaso la creatividad de cada uno no se trabaja,
no se pule, no vive ella misma de la superación de las propias contradicciones?

Por otra parte GROTOWSKI nos hablará del término encuentro como explicativo
de la esencia del teatro. Sin espectadores no se concibe el teatro. Los hombres
competitivos afirman lo mismo: un estadio, un polideportivo, una pista, un gimnasio
vacíos son la negación más explícita del deporte, por lo que no debería ser
autorizado ningún espectáculo deportivo sin la presencia de espectadores. Pero al
sonar la hora del encuentro —fijémonos que en el lenguaje popular identificamos el
término encuentro como partido y encuentro como momento de aparecer ante el
público—, el hombre competitivo, verdadero actor gestual de su propia
representación escénica, se encuentra a sí mismo creando su imagen y como tal
creador le reconocen quienes le contemplan.

Digamos que la competición representa una cita de posibilidades creativas


21
gestuales . Porque una vez determinado el carácter de encuentro que define la
competición, el hombre deportivo compromete su cuerpo, sus gestos técnicos, como
un instrumento de expresión total, de tal manera que él mismo se convierte en un
escenario donde tienen lugar todas sus posibles respuestas creativas.

El talante profesional del competidor rechaza cualquier estereotipo, se eliminan


de su conducta los elementos parásitos de la expresión corporal que no conducen a
la realización de un gesto creativo ganador y se otorga a ese cuerpo en acción
competitiva la categoría de un compromiso comunicativo y preciso.

255
De esta forma el gesto competitivo que de verdad quiera ser creativo viola, por
decirlo así, el convencionalismo de los otros gestos deportivos, rutinarios. En esto se
diferencian los gestos corporales demostrativos de una fuerza creadora de los gestos
que no aspiran a nada, o simplemente a cumplir con el trámite de una cita deportiva.
En el hecho mismo de la violación de los componentes superficiales de esos gestos
competitivos se esconde una declaración manifiesta de querer crear algo nuevo, de
trascender la pura mecanización de la conducta humana, de ofrecer aperturas
distintas para llegar al éxito. La creatividad empieza siempre diciendo un «no» y es
preciso atreverse a disentir si se aspira a mejorar, en este caso, la competición
deportiva.

Si el gesto competitivo nos remite a un encuentro con el espectador, es evidente


que entre ambos se establezca una complicidad de relación que podrá conducirnos a
un resultado creativo.

No necesariamente esa relación será siempre creativa, pero si tenemos en


cuenta las múltiples facetas o características que hemos asignado tanto a la
competición como al hombre competitivo, una forma de llegar a ser creador nos
vendrá dada en función de esa trama o concomitancia que se establece entre todos
esos elementos enumerados tanto técnicos como humanos.

Por eso insistiremos, finalmente, en que la competición considerada desde la


perspectiva de un proceso también revela opciones creativas de expresión gestual
muy convincente. Valgan por el momento algunas anotaciones. El proceso creativo
que culmina en el encuentro con los espectadores comienza, como hemos apuntado,
en la afirmación de sí mismo una vez concluida las eliminaciones de los defectos
técnicos o en su defecto mitigadas las imperfecciones gestuales más notorias.
Proceso que puede durar varios años —que se hace a fuerza de trabajo—, hasta
merecer el nombre de creativo.

256
Esta convicción en el hecho de un trabajo que permite al hombre deportivo
expresarse gestualmente como actor que crea y recrea su mundo la encontramos
aludida y refrendada en numerosos ensayos que no conciernen precisamente al
ámbito del deporte. Por ejemplo:

—En el proceso que reivindica a través del enfoque corporal la creatividad del
ser humano22.

—En el proceso que ampara la esencia misma del gesto corporal si está regido
por el principio de la creatividad 23.

—En el proceso que aglutina las diferentes acepciones del cuerpo en la acción
educativa, como objeto, como condición de la acción, como instrumento y como
expresión 24.

—En el proceso que invita a la ocupación espontánea del espacio con


movimientos no repetitivos y que supone una micro-creación 25.

—En el proceso de la trasgresión de las estructuras convencionales que podrían


por sí solas liberar los actos creadores de cada individuo 26.

Según las citas precedentes y de cuantos trabajos científicos corroboran las


tesis de los gestos creativos, la creación estaría ligada al enriquecimiento progresivo
y consciente del cuerpo humano —el «conocer será crear» de MARÍAS 27—, que nos
permitiría reivindicar el concepto de creación frente al de mera conservación y que,
según afirmaba TEILHARD DECHARDIN, a quien cita PARÍS: «cambiad las
dimensiones espaciales del cuerpo y serán sus propiedades las que se
metamorfosearán» 28.

Competición y creatividad se prestan mutuamente algunas de sus notas


principales y permiten que establezcamos relaciones o conclusiones que luego

257
descubriremos en campos tan diversos como los que acogen a la ciencia, a la cultura
o a la educación. Veamos, por el momento, algunos de esos elementos creativos
comunes.

El derecho a ser diferentes

El gesto lúdico descubría la incipiente pero notable personalidad del niño que se
afirmaba progresivamente en la vida, mientras marcaba sus diferencias frente a los
demás como los animales marcan su territorio. Sin palabras, el niño da buena cuenta
de las cosas a su alcance y en esa relación de conquista o de rechazo sobresalen
las diferencias que le caracterizan respecto incluso a sus hermanos. Y allí, en el
capítulo del hombre lúdico, nos congratulábamos de tamaña definición en los albores
de su tiempo y de su espacio personal.

Del gesto competitivo aseguramos conclusiones parecidas, porque también el


deporte propicia las diferencias no sólo entre especialidades competitivas que nada
tienen en común entre ellas —es obvia esta distinción—, sino entre los competidores
que practican un mismo deporte.

La respuesta gestual de cada uno de los hombres deportivos se encauzará


hacia interpretaciones personales, irrepetibles, y hasta marcadamente diferentes
cuanto más creativas sean.

— ¿No echamos de menos la renovación, el perfeccionamiento, de los gestos


técnicos deportivos? — ¿No nos aburren —incluso esta misma queja de labios de los
deportistas— muchos de los acontecimientos deportivos que contemplamos? — ¿No
celebramos, a veces con excesivo pero comprensible énfasis, la aparición de un
genio del deporte? — ¿No estamos insistiendo en la necesidad de actualizar los
sistemas de entrenamiento, del trabajo creativo de los profesionales, para obtener
resultados y formas de actuación sobresalientes? — ¿Acaso no existen deportes
cuya mejoría es evidente frente a otros deportes que se mueren de puro con-

258
servadurismo? — ¿No rechazamos la mecanización deshumanizada del gesto
deportivo y reivindicamos la humanización creadora que remoce la mecánica de ese
gesto? — ¿No apostamos por los hombres deportivos que introducen variantes
técnicas en la forma concreta de realizar los entrenamientos o las pruebas? — ¿No
aplaudimos los gestos creadores que juegan a ganador?

La psicología de la complejidad

Acudimos ahora al amparo de la psicología no para incorporar sus claves


científicas en la explicación de los fenómenos creativos, sino para solicitar de sus
expertos el tratamiento pormenorizado de la complejidad competitiva. Con alguna
frecuencia, que por supuesto lamentamos, la imagen del hombre competitivo está
asociada a la rareza, al capricho, a lo patológico, al lío de turno, a lo incomprensible.
Es decir, que las diferencias que se observan en torno a la competición y a sus
protagonistas derivan no de su excelencia intrínseca —distinta a fin de cuentas pero
al menos deseable—, sino de la sombría configuración humana que los ampara. Más
que singulares o creativos por el hecho de ser complejos, los hombres competitivos
serían por definición los extravagantes.

Y es preciso insistir —hay que saber hacerlo para no desfigurar ni siquiera la


buena intención— en la complejidad de la competición y de los competidores, base a
su vez de todas las diferencias y causa de las respuestas gestuales creativas.

La psicología tiene que intervenir para liberar al hombre competitivo, a su


apariencia pública, del morbo inconoclasta con que los aprovechados y superficiales
de todas las épocas arriman a su ascua particular las sardinas chamuscadas que son
las vidas de los campeones. Bastante tensión tienen que soportar los hombres
deportivos, tensión que brota espontánea de la trama competitiva, como para que
encima unos y otros nos asombremos de sus anécdotas insignificantes, que, dicho
sea de paso, salpican cualquier vida humana, y pasemos por alto las problemáticas
dificultades en las que se ven envueltos cada día.

259
¿Que a veces son los mismos deportistas quienes distraen la atención de los
observadores de sus conductas hacia nimiedades que tapan los errores y los
fracasos? De acuerdo.

¿Que a veces interesa airear los escándalos o conceder categoría de escándalo


a un pequeño acontecimiento? De acuerdo también. ¿Qué resulta más cómodo
juzgar apariencias que profundidades? Sí. ¿Que alrededor de las competiciones
deportivas se mueven intereses inconfesables, extradeportivos, egoístas o injustos
que merecen las preferencias críticas de quienes los sacan a la luz? Una vez más,
de acuerdo. ¿Qué la complejidad competitiva no es fuente directa de creatividad,
porque tampoco todos los profesionales que de ella viven actúan motivados por
valores que consagran el principio del hacer bien las cosas? Sí, sin duda alguna.

Pero ninguna de estas afirmaciones, y otras muchas que ocasionalmente


empañan al hombre competitivo, desvirtúan un ápice nuestros argumentos. Porque
es innegable que cuando el hombre y la mujer competitivos se ofrecen generosa y
sabiamente como actores expresivos de la técnica deportiva, el espectáculo que se
deriva de esa efusión compleja cautiva a millones de espectadores en el mundo
entero. Y esta resonancia multitudinaria, que ningún otro fenómeno humano ha
conseguido despertar, se debe a esa carga creativa que encierra el deporte bien
hecho.

Si tenemos en cuenta los distintos niveles de la creatividad estudiados por Irving


TAYLOR29 expresivo, productivo, inventivo, innovador y emergente, los cuatro
primeros podrían encontrar su acomodo en casi todos los gestos competitivos. La
creatividad emergente, por referirse sobre todo a los postulados de carácter
abstracto, discurre por otros derroteros y no conviene tanto al comportamiento
gestual.

260
La creatividad expresiva implica, siempre según TAYLOR, «la expresión
independiente en la que no son importantes las habilidades, la originalidad o la
calidad del producto».

Nosotros estaríamos hablando de los primeros gestos competitivos, gestos de


iniciación deportiva, gestos que nos revelarían, de parte de los niños sobre todo, un
perfil de futuro competidor que el tiempo se ocuparía de confirmar o desmentir.

Si nos interesa, ahora, hablar de gestos competitivos adultos, nos referiríamos


al entrenamiento de la espontaneidad expresiva del competidor para conocer la
calidad técnica de unos gestos no presionados y cuyo desarrollo libre de trabas le
otorgaría un grado elevado de confianza para futuras confrontaciones.

La creatividad productiva desplazaría a segundo término la espontaneidad libre


del niño, restringiría el carácter meramente expresivo y lúdico de su actividad física y
le obligaría a familiarizarse con el esfuerzo, con el trabajo deportivo aun con merma
de su iniciativa personal.

Sin que nadie pretendiera coaccionar a los niños, se les introduciría


paulatinamente en la obligación de acatar un reglamento, en el cauce de unos
movimientos tácticos fundamentales, en la aceptación de las correcciones posturales
y técnicas y en el ensamblaje del esfuerzo colectivo.

Si hablamos de los adultos que compiten, les obligaríamos, con otra exigencia
más acorde con su madurez deportiva, a que experimentaran, mediante el trabajo, el
sabor creativo de unos resultados nacidos del esfuerzo.

La creatividad inventiva aludiría a la flexibilidad en la percepción de «relaciones


nuevas y desacostumbradas entre partes previamente separadas» y traería consigo
la invención y el descubrimiento.

261
Hemos aludido reiteradamente a la capacidad de instaurar relaciones como un
signo evidente de la inteligencia del hombre deportivo, y de nuevo citamos la fórmula
de la relación que une las diversas situaciones que se acumulan a lo largo del
calendario competitivo como muestra inequívoca del poder creador de los
competidores.

En deportes de realización individual el hombre deportivo integra su propia


realidad en las necesidades o solicitudes competitivas, y en los deportes de grupo la
nueva sensibilidad creativa surge de la compatibilidad entre las respuestas de todos.

Nada permanece al margen de estos intercambios y cualquiera de las


realidades físicas, técnicas, tácticas o psíquicas, que intervienen en el proceso
competitivo se ven afectadas por los nuevos vínculos que establecemos entre todas
ellas. Si nos dedicáramos al estudio de esta creatividad inventiva o de relaciones
aplicada a la competición descubriríamos múltiples respuestas afirmativas a la
consistencia del hombre deportivo.

La creatividad innovadora, exclusiva de un reducido número de personas,


responde a la originalidad en su grado más notable. El hombre competitivo rompe,
por decirlo así, los moldes tradicionales, la forma habitual de mostrarse en un
determinado deporte e impone su estilo.

A partir de él la historia recordará su comportamiento gestual como propio de un


genio, y hasta los sistemas de entrenamiento se pliegan, en lo posible, a esa nueva
concepción del gesto y a la búsqueda de una imitación que le diera la réplica. Difícil
empeño no obstante porque la estructura humana, no sólo el gesto, de ese
competidor es el origen de las novedades, y todo el hombre es irrepetible.

La competición como proceso creativo

262
La noción de creatividad como característica personal nos lleva a la noción de
creatividad como proceso. No debería haber aptitud creativa sin desarrollo futuro —
mera posibilidad en los inicios de una vida pro- metedora—, como tampoco tendría
sentido construir una estructura competitiva —un proceso consistente y creativo—, si
no existiera previamente ese sustrato, ese atisbo, que es promesa de una madurez a
largo plazo.

Nos quedamos en el estudio de la creatividad como proceso, puesto que al


tener presentes el fenómeno competitivo, los primeros pasos que el niño recorre —
esfuerzos de iniciación—, pertenecen a otras categorías creativas. Tenemos delante
de nosotros la imagen de un tipo de competidor adulto, que requiere un pulimento
laborioso para mostrarse creativo. A ese esfuerzo racionalizado, que podemos
denominar entrenamiento con todas sus connotaciones bio-físio-técnico-psicológicas,
le ofrecemos un camino por donde va a discurrir el proceso creador que transforme
el gesto del hombre deportivo.

30
MOLES y CAUDE nos ofrecen un sugestivo procedimiento o proceso que
investiga la creatividad y que nosotros vinculamos a otras tantas etapas de
consolidación creativa gestual. Si establecemos un parangón entre estas dos escalas
o modelos de procesos creativos quedaría perfilado definitivamente el cuadro
esquema de lo que entendemos podría ser el camino más acertado para estimular
todo el proceso creativo del comportamiento gestual.

Incorporamos un esquema, esquema número 7, al final de este apartado sobre


la creatividad como proceso.

— Primera fase

Según el planteamiento propuesto por MOLES-CAUDE, la primera fase del


proceso creativo nacería del sentimiento o necesidad de hacer una pregunta, porque
el hombre desde su insatisfacción o curiosidad reclama ser informado. Esta inquietud

263
o búsqueda, conforme al parecer común de los especialistas, es uno de los
indicativos que manifiestan el proceder de toda personalidad creativa.

Hacer una pregunta es sinónimo de solicitar información o informaciones que a


su vez constituyen el volumen de documentación precisa que aquietaría, en un
primer esfuerzo, la curiosidad de la persona creativa. Alguien que desea cambiar
algo o simplemente cambiarse él mismo señala su presencia en el mundo que le
rodea haciendo una pregunta.

A esta propuesta teórica de MOLES-CAUDE correspondería nuestra primera


interpretación del origen del proceso creativo aplicado a la madurez del gesto
técnico. Situaríamos en esos dos primeros momentos, dos realidades, técnicas y
pedagógicas a la vez, el aprendizaje y el entrenamiento.

Sin una acertada planificación del entrenamiento, planificación que empieza a


ser creativa en la mente de los técnicos que la programan, es imposible alcanzar
resultados espectaculares y mucho menos creativos. O se toman muy en serio los
hombres competitivos, las pautas que marcan los sistemas de entrenamiento, o es
preferible que se olviden incluso de competir con un mínimo de garantías.

Si de este convencimiento como punto de partida y necesidad inexcusable que


obliga a cualquier competidor, saltamos al hecho vital de sentirse motivado para
realizar una competición creativa, media todo un proceso, igualmente exigente e
igualmente inexcusable.

Si hablamos, entonces, de proceso y no de momentos, ¿por qué no esperar


hasta el remate de esas etapas para certificar el valor de esos hombres deportivos?:

—Porque la selectividad en las etapas de iniciación es una etapa clave para


determinar el futuro del hombre competitivo. —Porque tampoco exigimos resultados
creativos inmediatamente, en las edades infantiles o primeras de este proceso, ya

264
que se cuenta con largos años de espera y de entrenamiento oportunos. —Porque la
responsabilidad creadora del entrenador o del especialista se pone a prueba
precisamente en ese discernimiento. —Porque se cuenta con las posibles
equivocaciones —las excepciones confirman la regla en todos los campos de la vida
humana—, para aprender de ellas las rectificaciones oportunas que conduzcan a una
clasificación más convincente. —Porque la elección de los talentos deportivos —uno
de los retos más cualificados con los que se enfrenta el deporte en nuestros días—
está siendo objeto preferente de estudio científico. Y cuando se elimina a un cierto
número de aspirantes, la separación obedece —consignamos que debiera
obedecer— a criterios muy elaborados desde todas las perspectivas posibles
humanas y técnicas. —Porque en todos estos procesos de eliminación de unos y
distinción hacia otros, el deporte como fenómeno histórico que trata con seres
humanos se ha comprometido a mucho desde antaño. No es de hoy esta valoración
creativa, lo cual no quiere decir que no proporcione aun hoy día. Muchos
quebraderos de cabeza.

Como resulta obvio, es preciso que se conjuguen estas dos respuestas al


unísono para que dé comienzo el proceso creativo. De ahí el interés que reviste el
binomio entrenamiento-aprendizaje para el perfeccionamiento del hombre deportivo,
para el realce creativo de sus gestos técnicos y para el desarrollo creciente de la
propia naturaleza de cada deporte.

— Segunda fase

MOLES-CAUDE establecen, a continuación, lo que entenderíamos por


incubación de los datos recibidos —nosotros lo explicamos como una fase de
experimentación y de contraste—, con la que concluiríamos el segundo paso del
proceso creativo. Rechazaríamos y seleccionaríamos aquellos aspectos negativos y
positivos que dañaran o se adaptaran a cada hombre o equipo competitivo.

265
Esta segunda selección supone ya, ahora sí, la certeza de haber escogido
aquellos datos que nos encaminan hacia la respuesta final creativa, aún no matizada,
es evidente, pues quedan otras etapas dentro de proceso en el que estamos
inmersos, pero que se mantiene como indicativa del camino futuro.

Suele representar esta segunda fase una etapa de agobio —los contrastes a los
que son forzados los deportistas modifican a veces sustancialmente sus pautas
habituales de conducta— y un tiempo de espera desde donde se aprecia el resultado
creativo como muy lejano.

No decimos que aquí se trabaje más artificialmente el gesto competitivo que


más tarde será creativo —no es un esquema meramente conductista de lo que
hablamos—, pero sí afirmamos que la elaboración de toda la conducta gestual, que
esperamos se traduzca luego en respuestas creativas, se está llevando a cabo con
enormes dificultades hasta dar con esa salida que facilite otros comportamientos más
originales.

— Tercera fase

La iluminación en MOLES-CAUDE representa una tercera fase del proceso


creativo, que para nosotros supone un tiempo de maduración y de sedimentación
tras la intensidad de las vivencias anteriores. Si la selección definitiva remataba la
fase anterior, la certidumbre podría ser la característica de esta nueva fase.

Viviríamos el convencimiento, próximo al resultado final, de que los objetivos


intermedios están siendo alcanzados, de que las modificaciones que se pretenden
hagan mella en el sistema general de la preparación del hombre competitivo tienen
razón de ser creativas, de que se aceptan todas las sugerencias al haber sido
incorporadas de buen grado a la personalidad de cada uno, de que, en definitiva, esa
iluminación antes aludida es luz que certifica la consolidación del proceso creativo.

266
— Cuarta fase

Hasta la última fase del proceso aún señalamos otro momento intermedio;
MOLES-CAUDE lo denominan de verificación y de recuperación; nosotros, de
estabilidad y de sugerencias finales.

Se apunta ya un período de conformidad con lo que se ha realizado


anteriormente y quedan por perfilar algunos matices que no incorporan
modificaciones sustanciales pero que contribuyen al asiento o firmeza de las
decisiones posteriores. El competidor necesita no sólo la certeza, como seguridad
mental, de sus propias respuestas, sino la estabilidad emocional que proporciona el
saberse seguro de que todo lo ensayado antes cristalizará creativamente en el
momento oportuno.

Son esas etapas previas a la competición o a los partidos cuando la


consistencia del hombre competitivo se pone a prueba psíquica más que física y
técnica. Momentos en los que la estabilidad emocional aludida ocupa el campo de la
disponibilidad de cada uno y encuentra, a solas consigo mismo, salidas o fronteras a
la acción creativa deportiva.

Cuántos resultados creativos se han malogrado en esas vísperas que atenazan


a los no consistentes, y cuántos resultados espectaculares han nacido de esos
momentos preliminares consistentes.

— Quinta fase

El último peldaño en este proceso es reconocido como formulación y difusión


por MOLES-CAUDE y por nosotros como procedimiento y expresión final gestual del
hombre competitivo. Es la respuesta —lo que ha dado de sí todo lo anterior—,
extrovertida a lo largo de una competición, de una prueba, de un partido, de un

267
procedimiento deportivo, y reducida a esos gestos —la expresión creativa—, que
alcanzarán el éxito o tendrán que admitir el fracaso frente al mayor nivel de
creatividad de su oponente.

No queda ya nada por hacer sino examinar ese producto final, valorarlo con
criterios de exigencia, también creativa, y reiniciar el proceso corrigiendo aquellas
facetas que no se adecuaron al tratamiento debido.

Como punto final de estas observaciones presentamos a continuación el


esquema número 7, ya prometido, que representa a dos columnas la referencia al
proceso creativo en las dos versiones apuntadas a lo largo de nuestros comentarios.

ESQUEMA 7. La competición como proceso creativo.

268
Obstáculos al carácter creativo de la competición

Los niveles de creatividad defendidos por TAYLOR nos acercan, por asociación
o por antítesis de ideas, a los siete obstáculos a la creatividad que nos propone
FUSTIER 31 y que van a cerrar este capítulo dedicado al hombre competitivo.

La enumeración de estos obstáculos no resume las dificultades que se oponen


a la creatividad del hombre deportivo. Pero tampoco lo pretendemos. Es
simplemente una muestra, entre otras, de los impedimentos que dificultan el proceso
de madurez de unos hombres cuya consistencia ya hemos recordado y cuyos
compromisos con la competición les hablaban de una dimensión dinámica a la que
deberían ajustarse sin excusas.

Un primer obstáculo nos llegaría desde la tradición o persistencia de un modelo


que sirvió en una época a unos deportistas, a un equipo, que sirve incluso a nuestros
contemporáneos, o que nos valió a nosotros en un momento determinado, y que se
impone sin más como criterio de futuras actuaciones.

Unos gestos deportivos que fueron personales y creativos, se convierten ahora


en gestos dosificados, impuestos, desarraigados de unas necesidades concretas,
cómodas y reiteradas porque no se ven sometidos a revisiones periódicas, ineficaces
en suma. Son los gestos que aburren a los espectadores, hartos ya de ver siempre
las mismas respuestas técnicas.

Ni el cambio por el cambio ni la rutina por sí misma. Pero si estamos


proponiendo al hombre competitivo un espejo donde quede reflejada su imagen
creativa, le proyectaremos simultáneamente, junto a ese rostro alegre, la cara
insinuante del convencionalismo y de la mediocridad.

269
Un segundo obstáculo a la creatividad llegaría de parte del hombre técnico, del
entrenador, que impusiera desde su autoridad, y únicamente desde ella, los criterios
que han de valer para desarrollar el proceso creativo. La autoridad del técnico no es
la garantía del acierto en la planificación de un entrenamiento, pongamos por caso, si
por autoridad entendemos la designación de su puesto de trabajo por la voluntad de
unos directivos y no por méritos propios.

La autoridad, concepto que no discutimos, no suple la ignorancia ni los


desaciertos consiguientes. La competición no debería estar en manos de unos
incompetentes porque están en juego —juego deportivo y trance humano— seres
humanos cuyo futuro, su creatividad en este caso a la que tienen derecho, está en
entredicho.

El tercer obstáculo vendría de parte del conformismo, del convencimiento


erróneo de que una vez alcanzado el éxito se repetirá por inercia, o por miedo del
oponente, o por no sabemos qué renovación automática de fuerzas o de inspiración
gastadas en anteriores envites competitivos.

Sobre este particular ya hemos hablado en repetidas ocasiones y bastara


haberlo consignado como tentación que podríamos llamar la seducción de lo fácil.

Un cuarto obstáculo, referido igualmente a los entrenadores, tendría su origen


en la imposición de unas respuestas iguales para todos que facilitara la tarea del
pensar sobre la necesaria diversificación de los comportamientos gestuales. La
creatividad es un modelo poliédrico, o un deseo nunca conseguido del todo, al que
se llega desde muchos quereres, desde muchas perspectivas, desde muchos
caminos, y cuyo acceso depende en buena medida de las soluciones pensadas y
sentidas por el entrenador.

270
Es evidente que tratándose de especialidades deportivas individuales las
respuestas que conducen a ese logro creativo discurren por otros cauces que los
propuestos para los deportes colectivos o de grupo. Pero lo que ahora discutimos es
la disposición tendente hacia la uniformidad como actitud aniquiladora de acciones
creativas. Bastaría seguir de cerca, por ejemplo, los entrenamientos de un equipo a
lo largo de una temporada para concluir, con un margen muy escaso de error, el
estudio del espíritu creativo de un entrenador.

El quinto obstáculo está dentro de cada uno y se refiere a la personal


resistencia al cambio, cuando ese yo profundo se rebela siempre que algo contraría
su sistema de valores mientras desata los mecanismos de defensa para liberarse de
todo ese caudal de obligaciones que se le viene encima. Estado de alerta que en
muchas ocasiones origina una cierta dureza en el gesto corporal, una contracción de
músculos y de expresiones faciales que acusan el malestar de quien no acepta lo
que está viviendo.

Los obstáculos sexto y séptimo hablan de la razón y de la imaginación, razón


crítica como factor de esterilización e imaginación enfermiza, incapaces de renovar
los esquemas que dominan el tiempo presente.

Son aspectos de la vida del competidor que hablan en favor de una


personalidad de posturas abiertas frente a la conducta cerrada que se opone por
definición a cualquier esfuerzo modificativo de la norma. La competición es un
suceso de vida social tan cargado de distinciones, de situaciones inesperadas, de
resultados que están por venir porque a nadie se le garantiza la repetición de las
experiencias vividas, que de no ser encarado con ganas de partir de cero y con
imaginación despierta pasará al lado de la vida del hombre deportivo sin apenas
dejarle la más mínima huella.

Se dice pronto lo de ser creativo, pero el coste de llegar a serlo no está al


alcance de todos. Prescindimos, ahora, de la disputa que enfrenta a los especialistas

271
sobre si cualquier ser humano puede ser creativo. Hay quienes opinan que la
creatividad es reducto al que se acogen los menos y hay quien afirma que la
creatividad está al alcance de todos.

Cualquier competidor puede y debe ser creativo. ¿Quiere serlo? Esta es la


pregunta y el reto a lo que tienen que enfrentarse tanto el hombre competitivo como
el propio deporte. El futuro del fenómeno deportivo que incluye a personas, a
reglamentos, a instalaciones, a organizaciones, a sistemas de entrenamiento, a
patrocinadores, depende de las respuestas que se ofrezcan a esa pregunta del
querer ser creativo. Y excusamos insistir sobre el significado de lo creativo, porque
ya hemos dicho bastantes palabras que acusan a los retoques superficiales, a las
fachadas, y se olvidan de renovar el edificio interior.

Reflexión final

Para algunos el hombre competitivo resume la quintaesencia del deporte. En él


convergen las expectativas más sólidas de los espectadores, los dinamismos más
rutilantes de la actividad física, las respuestas más auténticas que se han dado
nunca desde la convivencia pacífica a los antagonismos humanos, las opciones más
sobresalientes que satisfacen la curiosidad y el ocio de los hombres.

Para otros, en cambio, el deportista de alto rendimiento ha roto, por desmesura,


las posibilidades de un movimiento humano coordinado, lo ha reducido a
enfrentamientos costosísimos, lo ha reducido a unos cuantos competidores cada vez
más seleccionados, más minoritarios, y ha cerrado ante la opinión pública otras
muchas salidas válidas que desde la acción motriz de cada uno se mantendrían al
alcance de todos.

No tomaremos partido, es evidente, por ninguna de estas dos posturas que


juzgamos radicales y desproporcionadas. Hay sitio, hay tiempo y hay modo para que

272
todos se encuentren a gusto dentro del deporte cualquiera que sea la definición que
se le atribuya y que presentaremos en el próximo capítulo.

El deporte será siempre una opción libre en nuestra vida y como tal la
presentamos. Es verdad que la asociaremos más íntimamente con el carácter
obligatorio del que hablaremos en el capítulo dedicado al hombre físico —educación
de la persona a través de su realidad física—, pero nunca estableceremos un criterio
impositivo fuera del cual no pudiera entenderse el compromiso activo y motriz del ser
humano con su mundo.

¿Por qué no valorar las posibilidades extraordinarias que la danza en sus


versiones más plurales ofrece al hombre y a la mujer deportivos? ¿Acaso lo
deportivo, en su configuración amplia, tiene que estar necesariamente sujeto a un
reglamento de competición federativa? Cuando hablemos del hombre recreado y nos
paremos a considerar las ofertas no competitivas que se les presentan a los
ancianos, ¿dejarán de ser deportivos porque danzan o pasean?

Lo que sí hemos dejado claro en este capítulo, eso creemos, es que si nos
referimos al deporte de alto rendimiento, estamos limitando considerablemente el
campo semántico de la palabra deporte. Pero lo hacemos legitimados por el criterio
lingüístico bajo cuyo amparo nos hemos movido. El ser hombre competitivo es
reconocerse condicionado y admitir que a su alrededor únicamente podrán convivir
quienes acepten como él las reglas de una acción deportiva muy selectiva.

Hemos destacado las características que le convienen al gesto competitivo y a


ellas nos hemos referido en función de unos resultados y de un proceso que sólo
están al alcance de unos pocos.

Y porque esos pocos surgen de una disposición selectiva nos hemos detenido a
contemplar las vicisitudes por las que pasa un candidato a hombre competitivo.
Seleccionar a tiempo el gesto deportivo, que tiende por su naturaleza a convertirse

273
en una referencia espectacular ante millones de aficionados, requiere una serie de
particularidades muy precisas cuyo conocimiento importa a todos pero que sólo unos
pocos pondrán en práctica.

Hemos comprobado que la exigencia que preside esta previsión selectiva tiene
que darse cuenta de la realidad dinámica que caracteriza a la competición. Su
movilidad permanente, su cita con el tiempo presente, su dependencia de los
resultados, el rigor, el riesgo y la eficacia que no dejan nunca de marcarla, los
fenómenos previsibles e imprevisibles que la caracterizan, la necesidad imperiosa de
que la iniciativa sea una constante en su definición. Características todas ellas que
nunca dejarán de estar presentes en torno a la vida del hombre competitivo no
obstante su deseada y cuidada preparación total.

Frente a esa dinámica, la respuesta obligada de parte del competidor,


fundamentada ante todo en su consistencia que hará viable todo el proceso de
entrenamiento posterior y anterior a los lances competitivos.

Consistencia que a su vez se fortalece sobre una sólida estructura física y


técnica, sobre la experiencia acumulada a través de los contrastes con los oponentes
y con los obstáculos que se le presenten, sobre el esfuerzo voluntario y el equilibrio
psico-físico que le permiten mantener su compromiso con garantías de triunfo y
sobre esa actitud plena que llamamos disponibilidad total.

Y para que entendamos que competir no es cumplir un expediente, en este caso


el de la competición, hemos sublimado el gesto del hombre deportivo y competitivo a
la categoría de creativo.

De esta forma todo su trabajo, considerado desde las dimensiones positiva y


negativa de su conducta, adquiere certificación de quehacer importante. Volvemos a
encontrarnos con el pensamiento aristotélico de la dynamis, de la energía y de la

274
kinesis, como postulados que nos enorgullecen al colocar a los hombres competitivos
como coautores de un proceso vital de innovación creadora.

Este capítulo nos abre la puerta para adentrarnos en el estudio del concepto
mismo del deporte y descubrirlo polisémico. De todo esto hablaremos en el capítulo
dedicado al hombre múltiple.

Bibliografía recomendada

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285
CAPITULO VI

286
SOCIOLOGÍA DEL DEPORTE.
Selección de textos.
García Ferrando Manuel, Puig Barata Núria y Lagardera Otero Francisco.
La perspectiva sociológica del deporte en:
Sociología del Deporte.
Ciencias Sociales Alianza Editorial. Madrid. 1998.
Pág. 287 - 329

287
Introducción

La sociología del deporte ha estado presente en las aulas universitarias desde


que se iniciaron en España los estudios en los Institutos de Educación Física y
Deporte, en los años setenta, pero sólo ha sido con la consolidación en los años
noventa de la licenciatura en Ciencias de la Actividad Física y Deporte, y de la
diplomatura de Maestro en Educación Física, cuando la sociología del deporte
aparece en los nuevos planes de estudio como asignatura troncal, en un claro
reconocimiento de la importancia que tiene para los futuros profesionales de la
actividad física y del deporte, el conocimiento de la dimensión social de las
actividades físicas y deportivas.

En la actualidad disponemos en España de un conjunto amplio de


conocimientos sociológicos sobre el sistema deportivo, que se ha ido decantando
gracias a los trabajos de investigación llevados a cabo por profesores e
investigadores que, bien desde los Institutos de Educación Física y Deporte —en la
actualidad Facultades—, o bien desde los departamentos de Sociología de las
universidades españolas, c incluso desde los gabinetes de estudio de diferentes
instituciones deportivas de las administraciones públicas, se han dedicado a estudiar
y reflexionar sobre el cambio social y deportivo.

Poner al alcance de los estudiantes universitarios de las ciencias de la actividad


física y del deporte ese conjunto de conocimientos sociológicos ha sido la tarea que
nos hemos propuesto en este libro que, pese a su carácter colectivo, mantiene una
perspectiva teórica y metodológica coherente en los diez capítulos de que consta.
Dicha perspectiva consiste, en esencia, en la comprensión del deporte en las
sociedades avanzadas en las que vivimos, como un sistema social abierto y
complejo que responde de forma diferenciada a las variadas demandas y lógicas de
las transformaciones sociales que están teniendo lugar en dichas sociedades, a las

288
que se denomina post-industriales o postmodernas, en reconocimiento al carácter
radicalmente novedoso de dichas transformaciones.

Al tratarse de un libro introductorio de sociología del deporte, destinado


principalmente a estudiantes de licenciaturas y diplomaturas que no tienen la
sociología como objeto principal de estudio, en cada uno de los capítulos se
presentan las nociones, conceptos, definiciones y teorías de carácter sociológico que
son pertinentes para la comprensión de los fenómenos deportivos estudiados. De
este modo, se analizan las diferentes dimensiones de una realidad deportiva que,
como tal, se construye socialmente a partir de hechos sociales que son objeto de un
tratamiento teórico y metodológico estrictamente sociológico. Ello nos permite
mantener una perspectiva que describe y explica realidades sociales, en nuestro
caso concreto de carácter deportivo, en lugar de criticar, enjuiciar o recomendar
acciones transformadoras de dichas realidades.

Más allá de nuestras preferencias y gustos personales, los autores de este libro,
todos ellos con amplia experiencia en la docencia e investigación sociológica del
deporte, consideramos que no existen mejores o peores formas de deporte, sino
sencillamente diferentes formas deportivas que, independientemente de sus orígenes
y propósitos iniciales, acaban siempre ofreciendo, en su evolución social,
consecuencias frecuentemente no queridas y no previstas par sus iniciadores. Unas
consecuencias que, a su vez, pueden ser beneficiosas o perjudiciales para el sistema
social, en general, o para la práctica deportiva armónica y equilibrada, en particular.
Y todo ello sin perder de vista la diversidad de enfoques teóricos que se vienen
utilizando para explicar las dimensiones sociales del deporte, diversidad que no
obedece tan sólo a la propia complejidad del deporte en las sociedades
contemporáneas, sino también al carácter multiparadigmático de la sociología, que
conduce a que se empleen en cada caso los modelos teóricos con mayor capacidad
explicativa en función del fenómeno social de que se trate.

289
A pesar de la diversidad temática que contienen los diez capítulos del presente
libro, sus autores no hemos pretendido ofrecer un listado exhaustivo de todas las
teorías sociales desarrolladas al estudiar la totalidad de problemas sociales del
deporte existente actualmente. Más bien nos hemos esforzado por presentar de
forma articulada y equilibrada una perspectiva amplia de los principales
conocimientos sociológicos disponibles en tomo al sistema social del deporte en las
sociedades contemporáneas, prestando especial atención al estudio de la estructura
social del deporte en España. Al final del libro se incluye, junto a la bibliografía citada,
una bibliografía recomendada para que los estudiantes puedan ampliar con lecturas
de textos originales los temas, conceptos y resultados presentados con un obligado
esquematismo en este texto introductorio.

En los libros colectivos, la tarea de coordinación de las aportaciones de sus


autores no suele ser tarea fácil. Sin embargo, en la preparación del presente texto
hemos contado con la ayuda inestimable de Begoña Arregui Luco, quien ha
procesado todos los textos elaborados por los diferentes autores unificando criterios
de estilos, citas, preparación de cuadros y tablas, etc., con el rigor y buen hacer que
caracteriza el trabajo auténticamente profesional. Quede constancia, pues, en estas
líneas de nuestro reconocido agradecimiento a su valiosa aportación.

Queremos también agradecer, para finalizar estas breves líneas introductorias,


la confianza que ha depositado Alianza Editorial en esta obra, y en especial el
estimulo que hemos recibido de su editor de libros universitarios, don Ricardo Artola,
que han sabido reconocer la importancia que ha adquirido la sociología del deporte
en la formación de los licenciados y diplomados en ciencias de la actividad física y
del deporte.

Manuel García Ferrando


Nuria Puig Barata
Francisco Lagardera Otero

290
1. La perspectiva sociológica del deporte

1. El deporte y el saber sociológico

La creciente presencia del deporte en la vida social de las sociedades


contemporáneas ha conducido en las últimas décadas a que las ciencias sociales se
interesen por el estudio de este fenómeno social en sus múltiples facetas, bien sean
de carácter económico o político, pedagógico o psicológico, mediático o histórico. La
investigación sociológica también se ha interesado por el estudio de las dimensiones
sociales del deporte, y desde la creación a mediados de los años sesenta de un
Comité Internacional de Sociología del Deporte, esta disciplina se ha ido
consolidando como una actividad científica y académica que va ampliando
progresivamente su presencia en los departamentos universitarios de ciencias
sociales y humanas aplicadas a la educación física y deporte.

Si aceptamos la premisa, por otra parte cada vez más evidente, de que el
deporte es una parte integral de la sociedad y de la cultura, que afecta de formas
muy variadas y, en ocasiones, importantes a las vidas de los individuos y de los
grupos sociales (McPherson y otros, 1989, p. xii), queda justificada plenamente la
conveniencia de aplicar el conocimiento sociológico a la mejor comprensión de los
aspectos sociales del deporte. La sociología, que es una ciencia relativamente nueva
y joven, ha ido desarrollándose al tiempo que lo hacían los procesos de urbanización
e industrialización que han transformado las sociedades contemporáneas, tratando
de explicar los cambios acelerados, las crisis e incluso las rupturas sociales que son
propias del nuevo orden social. El deporte contemporáneo, que nace, crece y se
desarrolla en el seno de la sociedad urbana e industrial, se ha visto sometido desde
sus inicios a los intensos avalares de cambio del tipo de sociedad a la que pertenece;
de ahí que resulte tan pertinente aplicar el enfoque sociológico para mejor entender
la dinámica social que envuelve al sistema del deporte.

291
Sobre la noción de sociología hay muchas definiciones y, en principio, todas
ellas son válidas en tanto que se refieran al hombre en sociedad, al grupo social,
como centro del interés sociológico. Su propio significado etimológico (del latín
socius y del griego logia) alude al objeto de la ciencia sociológica: el estudio de la
sociedad, entendida como colectividad de seres humanos que viven y actúan de
forma interdependiente. La sociología, en tanto que disciplina científica, se puede
definir, pues, como la «ciencia empírica de la organización de los grupos humanos»
(Jiménez Blanco, 1975, p. 12).

Al afirmar que es una ciencia empírica, se destaca el objeto central del saber
sociológico: la comprensión racional y objetiva de relaciones observables en el
terreno de los hechos. Unos hechos que se refieren a «la organización de los grupos
humanos, o, lo que es igual, la forma, estructura y dinámicas de cooperación y
conflicto, de elaboración y destrucción, de amor y odio» (López Pintor, 1995, p. 19).
Trasladados al campo del deporte, los hechos por los que se interesa la sociología
tienen que ver con la forma, estructura y dinámica que adoptan las relaciones
deportivas, esto es, aquellas que giran en tomo a ese complejo entramado de hábitos
y acontecimientos que se denominan, de forma genérica, deportivos.

Al afirmar que la sociología es una ciencia, se está señalando que es al mismo


tiempo empírica y teórica, porque su quehacer se ajusta a las reglas universalmente
aceptadas del método científico. Cuando los sociólogos estudian la estructura social
de sociedades o grupos concretos, su interés no se centra tan sólo en el registro de
hechos empíricos, ni en la mera exposición cuantitativa de datos. En la base del
empirismo se halla, en efecto, la observación de los fenómenos sociales, pero no una
observación casual sino teóricamente orientada por conceptos y nociones
sociológicas, que aspiran a universalizar e integrar las conclusiones parciales que
aporta la investigación empírica (Giner, 1979, p. 28).

En este sentido se puede afirmar igualmente que el fin último de la sociología


consiste en la elaboración de teorías sobre la realidad social (García Ferrando, 1995,

292
p. 20). Unas teorías que deben someterse continuamente a verificación, puesto que
en la ciencia, por su carácter empírico, las teorías nunca son definitivas, ya que
pueden surgir generalizaciones o descubrirse hechos que invaliden, total o
parcialmente, una teoría determinada. El carácter acumulativo de la sociología, como
ocurre con cualquier otra ciencia, «se justifica por esa posible condena a la
superación o al sobreseimiento científico que siempre gravita sobre cualquier dato,
hipótesis o teoría por imperecederos que nos parezcan» (García Ferrando, op.cit).

La sociología, además de estudiar los aspectos comunes a todo tipo de


fenómenos sociales y las relaciones estructurales existentes entre ellos, también se
ha aproximado a otras áreas de estudio que, Aunque sean estudiadas por otras
ciencias, son susceptibles de análisis desde la óptica sociológica. Éste es el caso del
deporte, que por su gran complejidad estructural y creciente importancia social, viene
interesando a los sociólogos que, en consecuencia, aplican sus esquemas teóricos y
sus metodologías de investigación para profundizar en el conocimiento de la realidad
social del deporte.

La diversidad de escuelas teóricas y métodos que utilizan los sociólogos para


explicar el deporte o cualquier otro fenómeno social, evidencia, como se verá más
adelante, un notorio pluralismo sociológico que es consecuencia, a su vez, del
carácter multidimensional, complejo, con frecuencia contradictorio y ambiguo de
dicha realidad. Como afirma Beltrán (1979, p. 285) conocer implica seleccionar, y por
tanto, omitir: ningún conocimiento puede pretenderse completamente objetivo, ya
que su propia selección supone un cierto componente de subjetividad. Todo modelo
señala dónde hay que buscar y qué ha de buscarse, ordena y relaciona datos,
muestra analogías y destaca diferencias. Ahora bien, no todos los modelos valen
para todos los objetos; de ahí que la multiplicidad de objetos a estudiar dentro de ese
gran objeto de estudio que es la realidad social o el ser humano en sociedad exija
pluralidad de orientaciones teóricas.

293
Un pluralismo teórico que permite estudiar el deporte en sus múltiples
manifestaciones de conflicto y orden, de reproducción y ruptura, de pasión y
contención disciplinada. Un pluralismo, pues, que hace que unos sociólogos vean en
el fenómeno social del deporte un reflejo de los desequilibrios y conflictos de las
sociedades industriales, mientras que otros consideran este mismo fenómeno social
del deporte como fuente potencial del progreso y plenitud que permite tal tipo de
sociedades.

Dada la intima relación que existe entre el deporte contemporáneo y la aparición


de la sociedad industrial, dedicaremos una breve reflexión a presentar los orígenes y
el desarrollo de la sociología como un quehacer intelectual, que trata de dar cuenta
del cambio social que acompaña al desarrollo de dicha sociedad industrial. De este
modo, pretendemos contextualizar adecuadamente los orígenes y crecimiento del
deporte contemporáneo, al tiempo que se señalan los conceptos y nociones
sociológicas que ayudan a entender mejor la realidad social de los fenómenos y
comportamientos deportivos.

2. La sociología y la sociedad industrial

El nacimiento de la sociología va emparentado con el gran cambio social que


generan los acontecimientos más importantes de finales del siglo XVII: la Revolución
francesa, la Revolución industrial y la independencia de las colonias americanas. Se
trata de procesos sociohistóricos que en su carácter de ruptura conducen a la
aparición de sociedades democráticas y constitucionales. En este proceso de
ruptura, el viejo orden social del Antiguo Régimen se ve sustituido de manera radical
por uno nuevo, inédito históricamente, como es el que corresponde a las sociedades
capitalistas e industriales. La sociología se forma a lo largo del siglo XIX, en esa
crisis de la transición en los países europeos a las sociedades urbanas,

294
democráticas, industriales, burocráticas y seculares en las que actualmente vivimos
(Bottomore, 1976).

Aunque sea "brevemente, vamos a examinar seguidamente los rasgos más


sobresalientes de la sociedad industrial, ya que su comprensión nos ayudará a
entender mejor las dimensiones sociales del deporte contemporáneo. Siguiendo los
esquemas de Lucas Marin (1981, pp. 16-19) y de Salustiano del Campo (1969, pp.
13 y ss.), se pueden destacar las siguientes características básicas de lo que se
denomina de forma genérica sociedad industrial:

1) Crecimiento demográfico: Tras la Revolución industrial tiene lugar un


descenso de la mortalidad, debido a las mejoras sanitarias y adelantos en la
medicina; y aunque disminuyen las tasas de natalidad, el resultado es una
explosión demográfica en el mundo entero.
2) Proceso de urbanización: Al producirse la industrialización en el ámbito
urbano, se origina un crecimiento de las grandes ciudades, a veces muy
superior al ritmo de crecimiento de la población. La industrialización también
va conectada al trasvase de población activa de la agricultura a la industria y a
los servicios, y ello en función, muchas veces, del éxodo rural y de los flujos
migratorios desde el campo y los pueblos pegúenos a las grandes urbes
industriales.
3) Industrialización: Va a suponer la aparición de la empresa, entendida en
sentido moderno, el usó intensivo del capital, una nueva distribución de la
fuerza de trabajo y una nueva estructuración de la estratificación social. Pero,
sobre todo, la industrialización ocasionará un trasvase de la fuerza de trabajo
del sector primario al secundario y al terciario, y la aparición de las dos clases
sociales protagonistas del nuevo orden social: los proletarios y los capitalistas.
4) Desarrollo del transporte y de las comunicaciones: Esto va a posibilitar una
mayor movilidad física. Los desplazamientos en el espacio se harán más
rápidos, lo que beneficia a las relaciones comerciales y acorta las distancias
entre el mundo rural y el urbano, entre áreas pobladas y áreas desertizadas y

295
aisladas. También hay que destacar la alta tecnología de los medios de
comunicación social y la rapidez en la difusión de la información.
5) Aumento de la movilidad social: Comienza a prevalecer el estatus adquirido
sobre el estatus adscrito (éste más típico de sociedades tradicionales y
preindustriales). En una sociedad industrial el nacimiento ya no determina de
un modo total la caracterización social ni los roles del ser humano. Se valora y
potencia, sobre todo, el esfuerzo personal y las capacidades individuales.
Frente a la endogenia de la sociedad preindustrial (estamental y gremial),
estructurada en órdenes rígidos, la sociedad industrial, aunque también
mantiene una división en clases sociales, no obstante es una sociedad
abierta, al menos en términos relativos.
6) Desarrollo tecnológico: Se pasa de un sistema de energía de bajo grado a otro
de alto grado. La industrialización supuso la superación o incluso el abandono
de la energía mecánica animal o bien directamente humana, a fin de ir
utilizando progresivamente otros recursos energéticos: máquina de vapor,
carbón, petróleo, electricidad, energía atómica, solar, térmica, etc.
7) Burocratización: Se trata de un proceso creciente de racionalidad de la vida
social. La lógica burocrática, en su búsqueda de la eficiencia administrativa, se
ha extendido de la administración pública al conjunto de la sociedad civil. La
empresa moderna, al aumentar de tamaño, se ha visto impulsada a adoptar
formas burocráticas de gestión, como finalmente lo han hecho todo tipo de
organizaciones contemporáneas.
8) Producción en masa y musificación de la sociedad: Se precisa una disposición
cada vez más grande de bienes y servicios en función del consumo, que
adquiere un indudable protagonismo en la vida social, y acuña nuevos estilos
de vida y nuevas pautas de comportamiento. Pero también con la sociedad
industrial nacerá una visión de la sociedad moderna en términos de sociedad
masa, produciéndose una uniformización de la cultura, un sometimiento al
poder alienante de los medios de comunicación y de la propaganda, y una
deshumanización y mecanización, desprovista de creatividad, en las tareas
laborales.

296
9) Expansión de la movilidad psíquica: El hombre moderno experimenta, a
diferencia de otras épocas del pasado, una nueva capacidad para poder
adaptarse a los continuos cambios y nuevas demandas que rigen la vida
actual. Es, pues, necesario el conocimiento práctico de un amplio repertorio de
roles. A ello contribuyen los contactos entre ámbitos culturales distintos, que
se hacen más factibles gracias al desarrollo de la industria turística y de la
costumbre de viajar. También los mas media (prensa, radio, cine, televisión)
nos ilustran al respecto, informándonos sobre hechos, formas y estilos de vida
de culturas y pueblos muy alejados de nuestra territorialidad cotidiana.
10) Aceleración e institucionalización del cambio social: Resulta innegable un
incremento creciente en el ritmo del cambio social, que debemos entender
como un proceso mediante el cual, en un sistema social, surgen diferencias
medibles en un periodo de tiempo dado. La sociedad industrial institucionaliza
el cambio social, y además lo fomenta, lo que suele producir continuas y
profundas transformaciones en las estructuras sociales.

La sociología, entre otras ciencias sociales, ha venido estudiando desde sus


orígenes los procesos de cambio social que han acompañado a todas estas
transformaciones de la sociedad industrial, tratando de comprender la modernidad,
entendida como el despliegue de procesos sociales, económicos, políticos y
culturales que han conducido al desarrollo de las sociedades contemporáneas. Los
sociólogos que hoy consideramos clásicos, en especial Marx, Durkheim y Weber, se
ocuparon de la comprensión y explicación de la profunda transformación cultural que
tuvo lugar en la vieja Europa desde comienzos del siglo XIX,

Generando un gran relato Rara dar cuenta de ella: el ascenso de la sociedad


industrial y capitalista conllevaba la racionalización de la vida e implicaba el declive
de las prácticas y creencias religiosas prevalentes en las sociedades preindustriales;
por otra parte, los sistemas seculares de creencias («ideologías») reemplazaban a la

297
religión y el pensamiento milico en la legitimación del orden social y cumplían la
función de movilizar para la acción política (Arifto, 1995, p. 237).

Se trata de un proceso que no sólo se describe y califica como «progreso», sino


también es evaluado, y criticado, por los costes sociales que comporta.

3. La sociedad industrial y el deporte:

La sociedad deportivizada

El deporte moderno, como producto sociocultural de la sociedad industrial,


participa plenamente de las transformaciones que acompañan a los procesos de
modernización. Con respecto a las actividades físico-deportivas de épocas
anteriores, el deporte moderno se caracteriza en especial por su secularismo, por
ofrecer igualdad de oportunidades para competir y en las condiciones de la
competencia, por la especialización de roles, por la racionalización, por su
organización burocrática y por la cuantificación y la búsqueda del récord (Guttman,
1978, pp. 15 y ss.). Se trata, como se ve, de rasgos comunes a los que presenta la
sociedad industrial como no podía ser de otro modo, ya que las viejas actividades
físico-deportivas de las sociedades preindustriales se fueron transformando
paulatinamente, al tiempo que lo hacia el conjunto de la sociedad, hasta convertirse
en el complejo sistema deportivo de la sociedad de masas de la actualidad. Veamos
con un poco más de detalle cada una de las anteriores características.

La secularización del deporte moderno hay que considerarla en contraste con el


carácter cultual de los ejercicios físicos de los pueblos antiguos y de los pueblos
primitivos. Para el historiador del deporte Carl Diem (1971), «todos los ejercicios

298
físicos fueron culturales en sus orígenes». Y en efecto, los pueblos primitivos
incorporaban frecuentemente a sus ceremonias y rituales religiosos concursos de
carreras, saltos, lanzamientos de peso, lucha y hasta juegos de pelota. Los Juegos
Olímpicos antiguos, los concursos de Olimpia y Delfos, eran fundamentalmente
festivales sagrados y un importante aspecto de la vida religiosa de los antiguos
helenos (Durantez, 1975), por más que el evidente culto que rendían al cuerpo los
griegos y la admiración que sentían por la excelencia atlética —el culto al héroe, al
atleta vencedor— son los primeros atisbos en el mundo helénico de un cierto inicio
de la secularización del deporte (García Ferrando, 1990, p. 39).

Aunque durante largos siglos, tanto la Iglesia católica como la protestante


contemplaron con una cierta sospecha el culto al cuerpo que suponían las
competiciones deportivas, han acabado por aceptar la presencia del deporte
moderno e incluso lo han promovido posteriormente por su vertiente de disciplina
corporal. El deporte moderno, pues, se ha desvinculado de la religión y se encuentra
plenamente integrado en la sociedad secular, por más que aún queden vestigios
religiosos tales como las acciones de gracias de los equipos vencedores a las
imágenes religiosas veneradas localmente, la bendición de nuevas instalaciones
deportivas, o el acto de santiguarse o de arrodillarse que realizan algunos deportistas
antes de iniciar una competición o al celebrar una victoria.

Con todo, el proceso de secularización no hay que entenderlo de forma


irreversible. Existe otra gran tendencia contemporánea de retorno, de carácter global,
para la que se ha acuñado la etiqueta de los nuevos movimientos religiosos, al
tiempo que han aparecido muchos equivalentes funcionales de la religión
sobrenatural. Precisamente con el término religión civil se designa un proceso de
sacralización de ciertos rasgos de la vida comunitaria, que se plasma en un conjunto
de rituales públicos, liturgias cívicas o políticas y devoción populares encaminadas a
conferir poder y reforzar la identidad de una colectividad. El moderno culto al
campeón deportivo, a las grandes ligas y campeonatos deportivos y a los

299
nacionalismos estatales o locales son buenos ejemplos de prácticas simbólicas en
las que se expresa un sentido de identidad colectiva (Giner, 1990).

Por lo que se refiere a la característica igualitaria del deporte moderno, hay que
entenderla en un doble sentido: como que cada ciudadano debe tener, al menos
teóricamente, una oportunidad para practicar deporte, y como que las condiciones de
la competición deportiva deben ser las mismas para todos los contendientes.

Aunque todavía se registran muchas desigualdades en el campo de las


prácticas deportivas de la población, como tendremos ocasión de ver en próximos
capítulos de este libro, lo cierto es que los avances que han tenido lugar en el campo
de los derechos constitucionales han supuesto la apertura de una nueva página en el
proceso de la modernidad, al reconocer, como es el caso de la Constitución española
de 1978, en sus artículos 43 y 148, el derecho de los ciudadanos a las prácticas
físicas y deportivas como medios para el recreo y la salud (Cazorla, 1979, p. 178).

Por otra parte, la polémica, cada vez menos relevante, entre deporte profesional
y deporte amateur o aficionado, es un claro vestigio del origen aristocratizante de
muchas actividades deportivas. Nótese que los primeros reglamentos deportivos,
publicados a mediados del siglo XIX en Gran Bretaña, exigían el carácter amateur de
los practicantes y desaconsejaban la participación de los trabajadores en las
competiciones deportivas, «para que no se distrajesen de sus obligaciones
laborales» (García Ferrando, 1979, pp. 34-5).

Con todo, y aunque quedan importantes reductos aristocráticos y elitistas en el


deporte contemporáneo, su importancia queda relativizada frente al empuje
imparable del deporte de masas y del deporte para todos. Y es que el fenómeno
deportivo configura un complejo entramado cultural perfectamente insertado en la
cultura de masas de las sociedades contemporáneas, con la gran ventaja de su fácil
penetración en el tejido social merced a una mediación comunicativa accesible a las
grandes masas. En este sentido, la cultura deportiva y las prácticas que la

300
acompañan se han universalizado más allá de nacionalidades, credos y
singularidades culturales (Lagardera, 199 l.pp. 274-5).

La especialización, la racionalización, la burocratización, la cuantificación y la


búsqueda del récord, son características del deporte moderno que se encuentran
íntimamente entrelazadas, ya que son reflejo de las correspondientes características
de la sociedad industrial, con su énfasis en la racionalización social y económica, la
división del trabajo, la centralidad de la ciencia y la tecnología, el auge de los medios
de comunicación de masas y la universalización de los sistemas educativos formales.
Es decir, como reflejo de la nueva civilización industrial.

En efecto, la racionalización en el deporte, en tanto que tendencia a la


utilización de métodos para mejorar el rendimiento y las condiciones del acto
deportivo, no es otra cosa que la aplicación al campo del deporte de la tendencia
racionalizadora de la sociedad industrial. Incluso se ha llegado a denominar al
deporte hijo de la tecnología, al destacar precisamente las transformaciones
racionalizadoras de que ha sido objeto, particularmente en la segunda mitad del siglo
XX (Lüschen y Sage, 1981, p. 8).

Como correlato a la creciente especialización que se produce en el mundo del


trabajo en las sociedades industriales, con sus numerosas funciones especializadas
e interrelacionadas, el deporte moderno se encuentra cada vez más dominado por la
actividad especializada. Aunque los primeros caballeros ingleses deportistas en el
sentido moderno del término, cultivaron el ideal de la práctica de varios deportes, el
avance del deporte se produjo a través de la especialización y de la creciente
dedicación al dominio de una técnica deportiva concreta. Sin embargo, hay que
destacar que en el deporte contemporáneo se observan a este respecto dos
tendencias contrapuestas: la continuada especialización del deporte de alta
competición, por un lado, y la búsqueda de nuevos equilibrios personales mediante la
práctica de varios deportes que enriquezcan las actividades de ocio y tiempo libre,
por otro.

301
Íntimamente unida a las dimensiones de racionalización y especialización
aparece la burocratización, como respuesta funcional a la creciente complejidad
administrativa y de gestión de los clubes y federaciones deportivas, así como de los
organismos públicos relacionados con el deporte. Bien sea para atender las
demandas de práctica deportiva de los amplios segmentos de población que hacen o
consumen deporte, o para organizar las cada vez más numerosas y masivas
competiciones deportivas, se necesitan complejas estructuras burocráticas sin las
cuales no se podrían llevar a término tales actividades.

La tendencia, casi inevitable, de la sociedad moderna a cuantificar la mayor


parte de sus actividades, dominadas como están la mayor parte de ellas por la
ciencia y la tecnología, se refleja en la tendencia equivalente de transformar cada
acción deportiva en una medida cuantificada. Todo el avance tecnológico que ha
tenido lugar en el campo de la electrónica y de los ordenadores, y todo el aparataje
diseñado en laboratorios de biomecánica, kineantropometría y medicina del deporte
se han puesto al servicio de un deporte ávido de mediciones, lo que le a contribuido
a generar unas bases de datos estadísticos de carácter deportivo que sirven a los
fines de una sociedad toda ella abocada a la evaluación cuantitativa de sus acciones
y comportamientos.

La combinación de la tendencia a la cuantificación y el deseo de mejora


continua y de triunfo en una sociedad que todavía no ha establecido límites a estas
tendencias, han conducido al concepto de récord «que simboliza el valor intrínseco
de una ejecución, y que trasciende al tiempo y al espacio concretos en que se
realiza» (García Ferrando, 1990, p. 32). Se trata de un concepto que es igualmente
aplicable al alto rendimiento deportivo como al comportamiento más modesto y
cotidiano del deportista aficionado que se afana, con un mayor o menor éxito y
dedicación, en mejorar su desempeño deportivo.

302
No resulta exagerado afirmar que, como consecuencia de las transformaciones
que han experimentado las sociedades contemporáneas, el deporte ha pasado a ser,
a finales del siglo XX, el modo de entretenimiento más conocido universalmente. Un
deporte que, como fenómeno social contemporáneo, no es atribuible a ningún
creador o inventor. Como acontece con otros fenómenos sociales complejos, el
deporte se ha ido configurando, como se ha descrito anteriormente, de un modo no
planificado como respuesta a unas circunstancias históricas, las que hicieron posible
el nacimiento y desarrollo de la sociedad urbana e industrial, que determinaron a su
vez el contexto sociocultural en el que evolucionó hasta expansionarse por todo el
mundo, como ocurre en la actualidad.

De este modo, el deporte ha pasado a ser lo que se denomina un fenómeno


cultural total, pues configura y entreteje un actuar humano íntimamente unido a otras
pautas culturales, de tal forma que resulta muy difícil acotar cuando empieza y
cuándo finaliza el comportamiento deportivo. Un tipo de comportamiento tan bien
adaptado a las exigencias de la vida actual, que ha llegado a convertirse en una
pauta de comportamiento cada vez más relevante en las sociedades modernas,
incluso en aquellas que todavía no han alcanzado el desarrollo social, económico e
industrial que caracteriza a las sociedades más avanzadas.

En definitiva, la tremenda capacidad que ha manifestado el deporte, sobre todo


en la segunda mitad del siglo XX, de transformar costumbres sociales y
ejercitaciones físicas tradicionales ha sido tan poderosa que se puede afirmar que ha
conseguido deportivizar un amplio catálogo de juegos, ejercitaciones, gustos
estéticos, hábitos y usos sociales, que, finalmente, han penetrado con inusitada
plasticidad en el tejido social de la mayor parte de los grupos humanos. Es por esto
por lo que podríamos calificar a las sociedades contemporáneas como sociedades
deportivizadas.

303
4. El pluralismo del pensamiento sociológico en el deporte

El pluralismo sociológico al que nos hemos referido anteriormente al estudiar los


orígenes y el desarrollo de la sociología se ha visto reflejado de igual manera al tratar
los sociólogos de comprender y explicar las dimensiones sociales del deporte,
sometidas, como acabamos de ver, al cambio continuo, complejo, en ocasiones
contradictorio y conflictivo, de las sociedades en las que se desenvuelve el
fenómeno deportivo. En consecuencia, los sociólogos han utilizado perspectivas
teóricas muy variadas y prácticamente todo el repertorio existente de metodologías
de investigación para estudiar el deporte, lo que ha conducido al desarrollo de
diversas concepciones acerca de su significado en las sociedades contemporáneas.
A continuación se presenta un breve resumen de las perspectivas teóricas más
utilizadas por la sociología del deporte.

4.1 El deporte desde la perspectiva funcionalista

Existe una larga tradición de explicación funcionalista en el estudio sociológico y


antropológico de las sociedades. Entre los fundadores de la sociología, el francés
Émile Durkeheim aparece como el autor más próximo al funcionalismo con su uso
preferente de analogías biológicas. La más destacada de ellas es la analogía
orgánica, que contempla la sociedad como un todo orgánico en el que cada una de
sus parles trabaja para mantener a las otras, de igual manera que las partes de un
cuerpo trabajan para mantener a las otras y al conjunto del organismo.

La explicación funcionalista justifica la existencia de un fenómeno o el desarrollo


de una acción, en términos de sus consecuencias, y más en concreto, de su
contribución al mantenimiento de un orden social estable.

304
El funcionalismo moderno, a través del trabajo del sociólogo norteamericano
Robert Merton, distingue entre funciones manifiestas (las consecuencias buscadas y
reconocidas por los participantes) y funcionen latentes (las consecuencias no
buscadas ni reconocidas por los participantes) (Merton, 1972, pp. 61 y ss.). Desde
esta distinción, una función manifiesta de los grandes espectáculos deportivos seria
el logro de destacados resultados deportivos y el entretenimiento de los
espectadores, mientras que los brotes de violencia, el uso de drogas o los excesos
del mercantilismo podrían considerarse funciones latentes.

Situándose en la perspectiva funcionalista, el sociólogo norteamericano John W. Loy


concibe el deporte como un juego institucionalizado característico de un modelo
cultural y de una estructura social que se ha consolidado en la sociedad
contemporánea, cuyos elementos incluyen valores, normas, sanciones,
conocimientos y posiciones sociales (roles y estatus). El deporte constituye así una
de las manifestaciones más genuinas del sistema social imperante, cuya función
reside en su capacidad para integrar en él a multitud de personas que se socializan a
través de su práctica.

El deporte, entre otras cosas, puede ayudar a la formación de identidades


nacionales y personales, y puede ofrecer a los individuos y grupos sociales la
oportunidad para proyectar tensiones y canalizar la agresividad (McPherson, 1978,
pp. 18 y ss.). También puede adoptar el deporte diferentes grados de complejidad en
el proceso de socialización, tanto desde una perspectiva institucional como
individua], hasta conseguir armonizar las perturbadoras divisiones del sistema social
(Kenyon, 1986, pp. 3 y ss.), es decir, haciendo efectivos los procesos de integración
y socialización. Desde una perspectiva funcionalista inspirada en el modelo teórico
de Talcott Parsons, el sociólogo alemán Günther Lüschen (1982, pp. 212 y ss.),
considera que el deporte forma, parte de un subsistema del sistema social imperante,
en el que los conflictos, y las diferencias de estatus vienen determinados por la
propia estructura, interna de este subsistema, por lo que, por ejemplo, ni el deportista

305
profesional puede considerarse un trabajador asalariado ni el conflicto es tal, o el
sistema de rangos y jerarquías no puede homologarse al sistema de clases sociales.

Por su parte, Leonard (1984, pp. 59 y ss.), establece un correlato entre el


sistema social imperante y el sistema deportivo. 1'ara este autor, el deporte se ha
convertido en un ejemplo vivo y edificante de organización social, cumpliendo una
clara función integradora y socializadora.

La orientación sociológica del funcionalismo otorga, pues, al deporte una


función claramente benévola, como actividad que refuerza y desarrolla el sistema
social vigente. Sus conceptualizaciones tienden a ser necesariamente prescriptivas,
ya que los autores instalados en esta perspectiva teórica entienden que el equilibrio
social existente es el único posible en la sociedad contemporánea.

4.2 La teoría, del conflicto aplicada al deporte:

La perspectiva marxista.

Frente a la perspectiva armónica u orgánica de la sociedad propia del


funcionalismo se ha desarrollado, paralelamente, una visión conflictiva que
contempla la acción social como el resultado de un enfrentamiento en el que se
deciden los intereses de personas, grupos y sectores sociales. Desde dicha
perspectiva, la vida social se entiende como el resultado de una interacción
constante de intereses,-siendo el interés el elemento básico de la conducta social del
hombre. El conflicto de intereses domina la vida social y tiende a la división de la
sociedad en grupos, clases e instituciones en lucha por los diversos tipos de poder.

306
La lucha entre los diversos sectores de la sociedad conduce al cambio, que es
universal y permanente (Giner, 1974).

En sociología las perspectivas conflictivitas son abundantes, y entre ellas


sobresale la que inaugura Marx con su visión materialista de la historia y su teoría de
la lucha de clases. El pensamiento marxista ha aportado al análisis sociológico una
visión del cambio social en la que destacan, entre otras cosas, los siguientes
elementos: la primacía de la estructura económica, la determinación histórica de los
fenómenos sociales y el reconocimiento de los cambios sociales revolucionarios
junto a los evolutivos (Bottomore, 1980, p. 89).

Otra aportación de la sociología marxista es la aplicación del método dialéctico


a las ciencias sociales, por el que la aplicación de los dos momentos de tesis y
antitesis que se dan en toda situación conduce al desenlace que supone la síntesis.
La dialéctica social establece

Una relación continua entre el hombre (productor del mundo) social y la estructura
social (su producto). El hombre y su mundo social interactúan, pero el producto
vuelve a actuar sobre el productor de manera que se pierde la visión de productor y
producido. El hombre está en una tensión dialéctica continua con la sociedad (Lucas
Marín, 1986, pp. 89 y 90).

Desde la óptica marxista, se trata de evidenciar

cómo los hombres están en unas relaciones determinadas, independientemente de


su voluntad. En toda sociedad hay que distinguir la infraestructura económica (en
base a las relaciones de producción) y la superestructura (constituida por las
instituciones jurídicas y políticas y por los modos de pensamiento). El factor dinámico
del movimiento es la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de
producción. De ahí la lucha de clases, insita en el proceso dialéctico del devenir
histórico (García Ferrando, 1995, p. 32).

307
Aplicadas al mundo del deporte, las interpretaciones marxistas hacen hincapié
en que el deporte es un producto genuino de la revolución industrial y del nuevo
orden social establecido por la burguesía. Para la sociología marxista, el deporte
constituye un refuerzo positivo e ideológico del que se vale el sistema capitalista para
conseguir en la masa social una aquiescencia moral y fáctica que hace posible que
las relaciones de dominio y poder sigan inalterables.

La obra del alemán Bero Rigauer, Sport und Arbeit, publicada originalmente en
1969, y traducida al inglés en 1981, constituye, junto con la publicación realizada por
un grupo de sociólogos franceses conocido como PARTISANS (1972), el precedente
que instaura una interpretación del deporte como fenómeno social desde la
perspectiva marxista. La influencia de ambas obras ha sido de gran importancia para
que se consolidase en Francia, Canadá y el Reino Unido una sociología del deporte
fundamentada en el materialismo histórico.

El autor más prolífico desde esta perspectiva es, sin duda, el francés J. M.
Brohm, muy influenciado por la corriente freudomarxista, en especial por Marcuse,
fundador y director de la revista Quel corps. En una de sus obras más polémicas,
Brohm subraya la acción represiva que instaura el modelo deportivo, mediante los
mecanismos de sublimación y desublimación represiva, a través de los cuales se
transmiten valores ideológicamente positivos asociados al deporte (Brohm, 1978, pp.
50 y ss.).

En su obra más conocida en el ámbito español. Sociología política del deporte,


Brohm desarrolla ese carácter aparentemente positivo del deporte:

el deporte constituye la reproducción de los valores de la sociedad capitalista


funcionando como una superestructura ideológica positiva (es la institución del reino
de la positividad), neutra (nunca llega a cuestionar el orden establecido), integradora
(es un modo de comportamiento, un modelo social ideológicamente valorizado) y
ritual (se ha convertido en el ámbito de la mitología profana auspiciado por los mas

308
media}, objeto de un gran consumo que hace que éste sea vivido como una cultura
cotidiana (Brohm, 1982, p. 97).

En Le mythe olympique, Brohm trata de mostrar el carácter marcadamente ideológico


de los valores deportivos difundidos universalmente por el movimiento olímpico. La
idea de que el cosmopolitismo olímpico se convierte en la religión atlética universal,
oculta en un mundo laico, es utilizada para sentar las bases que explican que el
olimpismo funcione como un mito contemporáneo. «La trascendencia suprahistórica
de una idea noble y generosa, que, en tanto que conjunto de representaciones
milenarias, juega un rol catalizador de una sociedad y de una cultura identificadas
con la cultura occidental, amenazada continuamente de decadencia» (Brohm,
1981.p.97).

También en la década de los ochenta se consolidó otra corriente marxista en


sociología del deporte claramente decantada por la influencia de Gramsoi. Su
análisis de las relaciones sociales y el poder ejercido por el Estado indujo a los
autores instalados en esta perspectiva teórica a prescribir la ideología como un
sistema operante detentado por las clases sociales poderosas con el fin de mantener
su hegemonía y dominio. En este sentido, el inglés Hargreaves (1982, p. 114)
mantiene que: «La ideología tiene una base material en la práctica social y no es
precisamente la antítesis de la ciencia», y la cultura un «programa entero de vida» y,
como tal, instalado dentro de la cultura popular, en cuyo seno se encuentra el
deporte.

Para Hargreaves, el deporte forma parte de la cultura, al igual que otras


manifestaciones comí) el cine, el teatro o la danza, y esta peculiaridad popular le
otorga un carácter de fácil penetración en el tejido social. La evolución de la
estructura social, es decir, su constante modificación y desarrollo, debe ser entendida
dialécticamente, como un proceso dinámico, y en él se inscribe el deporte como
poderoso vehículo para integrar a la cultura obrera dentro de las relaciones sociales
cuyo poder hegemónico ejerce la burguesía. Es por Jo que este proceso debe ser

309
necesariamente estudiado desde una perspectiva histórica, dedicando a este fin su
obra Sport, Power and Culture (Hargiiíaves. 19Stí en la que ofrece una visión
histórica que va desde los orígenes del deporte contemporáneo hasta la
consumación de la hegemonía burguesa después de la Segunda Guerra Mundial,
cuando se produce la definitiva integración de la fuerza obrera en la cultura
deportiva.

Por su parte, el canadiense R» üriuiiyjUt destaca en sus análisis que el poder se


ejerce básicamente a través de los mecanismos del Estado. En su constitución, la
sociedad y fundamentalmente la cultura desempeñan un papel especialmente
significativo. La cultura deportiva encierra en si misma un modelo acabado que está
en perfecta armonía con la estructura básica del Estado contemporáneo. El deporte
ofrece así, a través de sus estructuras simbólicas, una posibilidad real de integrar a
grandes masas de población dentro del aparato estatal, manteniendo de esta forma
la hegemonía de los grupos dirigentes y dominadores del mismo.

El deporte como proceso cultural tiene dos momentos: el primero está en


relación con el trabajo especifico del atleta y el segundo representa el contexto social
en el que se da el hecho deportivo; la cultura, pues, no es un hecho autónomo de la
realidad social y está basada en la actividad humana, significando su existencia un
producto concreto de las relaciones de dominio, en las que el Estado moderno es su
mejor baluarte (Gruneau, 1983, p. 149).

4.3 El deporte desde la sociología figurativa

Denominada así esta corriente por sus propios inspiradores, Norbert Elías y su
discípulo más aventajado, Eric Dunning, porque, para comprender los procesos
sociales y el deporte lo es sin duda alguna, utilizan el concepto de figuración

310
sociológica, mediante el cual Elías (1982), en una de sus obras básicas, pretende
superar la arbitrariedad de distinguir entre individuo y sociedad.

La aportación fundamental de esta corriente se expresa en la teoría de los


procesos de la civilización, que intenta desvelar, desde una perspectiva histórica de
larga duración, los cambios en los usos sociales que ha ido construyendo la
modernidad. Lo que Elías (1987) muestra en su análisis histórico es que, junto al
refinamiento de las formas de vestir, comportamiento en la mesa, ademanes o
expresión del gesto, que se producen a partir del siglo XV en la sociedad cortesana,
se fue instaurando también un nuevo código moral entre la aristocracia, puesto que
ya no era su aguerrido valor y agresividad lo que de ellos se esperaba,
produciéndose así un control paulatino de la violencia en las relaciones sociales.

La compleja red de interdependencias a que se vio sometida la sociedad


cortesana es una clave decisiva para comprender el advenimiento del Estado
moderno, y en este proceso civilizador los cruentos pasatiempos medievales se
fueron regulando hasta originar el deporte contemporáneo.

El nacimiento del gobierno parlamentario, parte del proceso de formación del Estado
en Inglaterra y, sobre todo, el desequilibrio en la balanza de poder entre el rey y las
clases altas con grandes extensiones de tierra desempeñaron un papel activo y no
sólo pasivo en el desarrollo de la sociedad inglesa. Si preguntamos por qué los
pasatiempos se convirtieron en deportes en Inglaterra, no podemos dejar de decir
que el desarrollo del gobierno parlamentario, y por tanto de una aristocracia y una
gentry más o menos independientes, desempeñó un papel decisivo en el desarrollo
del deporte (Elías, 1992, p. 48).

Paulatinamente a este refinamiento del estamento noble se fue consolidando un


nuevo orden social auspiciado por la burguesía, surgiendo el Estado moderno,
capitalista y parlamentario, que sancionó su derecho al ejercicio monopolístico de la
violencia. Es en este contexto socio histórico cuando emerge el deporte moderno,

311
como acomodación de los otrora violentos sports populares ingleses al nuevo
ordenamiento jurídico, político y moral.

Además de constatar que el deporte contemporáneo es una trama más de la


extensa madeja de interrelaciones que confluyen en el desarrollo del proceso de
civilización europeo, del que emerge la sociedad actual, la aportación sustancial de
Elías radica en la considunición de que el deporte, lejos de significar un pasatiempo
inocuo e intrascendente, es una más de las claves sociales que nos permiten
comprender el origen y evolución de los tiempos modernos:

La deportivización fue como un empuje civilizador comparable por su dirección


global a la cortesanización de los guerreros, proceso en el que las opresivas reglas
de la etiqueta desempeñaron un papel significativo [...]. Es posible pensar que las
sociedades europeas, desde el siglo XV en adelante para hablar de una manera
general, sufrieran una transformación que imponía a sus miembros una
reglamentación cada vez mayor de su conducta y mus sentimientos... el progresivo
reforzamiento de los controles reguladores sobre las conductas de las personas y la
correspondiente formación de la conciencia, la interiorización de las normas que
regulan más detalladamente todas las esferas de la vida, garantizaba a las personas
mayor seguridad y estabilidad en sus relaciones reciprocas, pero también entrañaba
una pérdida de las satisfacciones agradables asociadas con formas de conducta más
sencillas y espontáneas. El deporte fue una de las soluciones a este problema (Elías,
1992, pp. 186-7).

Para Elías, la violencia que se registra actualmente en el deporte —tanto en su


forma expresiva, la de los espectadores radicales constituidos en tribus urbanas,
coreo en su faceta instrumental, la que emana de los enfrentamientos entre las
organizaciones deportivas por la consecución de los inacabables objetivos de
victoria, prestigio y reconocimiento— es, en consecuencia, propia de una sociedad
pacificada. Contra esta supuesta pacificación claman los críticos de la teoría de la
civilización, que consideran, por el contrario, que se está desarrollando una creciente

312
y ubicua barbarie (Mennell, 1989). Sin embargo, cuando se contempla, por un lado,
el gran número de acontecimientos deportivos que tienen lugar en todas partes del
mundo sin que se produzcan brotes de videncia, o cuando, por otro lado, se
reconoce la pacificación alcanzada en las relaciones interestatales entre las grandes
potencias á finales del siglo XX, no se puede por menos de reconocer la aportación
de la teoría de la civilización de Elías a la mejor comprensión de la dinámica social
tanto en el ámbito general de la sociedad como en el más especifico del sistema
deportivo.

4.4 La perspectiva estructuralista del deporte.

Influenciado directamente por el estructuralismo lingüístico de Ferdinand de


Saussure y Román Jakobson, el pensamiento antropológico desarrollado por Claude
Lévi-Strauss trató de reducir un tipo de realidad a otro, ya que la realidad verdadera
no es nunca la que mejor se manifiesta a los ojos del observador. El método de
investigación basado en este principio considera los fenómenos socioculturales como
signos, de tal forma que, constituyendo sistemas, son susceptibles de ser analizados
para conocer sus estructuras. Una vez conocidas éstas pueden ser formuladas como
modelos teóricos que son capaces de hacer inteligible la realidad antroposocial.

En el campo de la sociología, este método ha sido utilizado muy especialmente


por Fierre Bourdieu, cuya abundante obra ha orientado muchos trabajos en el ámbito
de la sociología del deporte francesa. Las investigaciones de Pociello (1981),
Vigarello (1988) y Parlebas (1988, entre otras, se han visto de alguna forma
influenciadas por Bourdieu, aunque no pueda decirse en sentido estricto que se trate
de estructuralistas. Según Bordieu «para que pueda constituirse una sociología del
deporte, es necesario ante todo darse cuenta de que no se puede analizar un
deporte particular independientemente del conjunto de las prácticas deportivas; es

313
necesario pensar el espacio de las prácticas deportivas como un sistema del cual
cada elemento recibe su valor distintivo» (1988, p. 173).

La historia de las prácticas deportivas constituye una historia estructural que


tiene en cuenta las transformaciones producidas a lo largo del tiempo. Sólo así será
posible detectar propiedades socialmente pertinentes, que hacen que determinadas
prácticas estén en afinidad con los intereses y gustos de determinados grupos
sociales. Los deportes no se inscriben en el marco de una sociedad aparte, sino que
es necesario estudiar el sistema deportivo en el conjunto del sistema social: «El
consumo deportivo no puede ser estudiado independientemente del consumo
alimentario o de los consumos del ocio en general» (Bourdieu, 1988, p. 176).

Para este sociólogo francés los gustos por las distintas prácticas deportivas
vienen determinados por la adscripción de clase, ya que los hábitos son generados
en el seno de la familia, pues se trata de esquemas incorporados, mecanismos que
funcionan de forma inconsciente y que van decantando la inclinación de las personas
hacia ciertos modelos de prácticas: energéticoestoicos (ciclismo, boxeo, lucha...),
distinguidos y no violentos (tenis, esquí, squash...) o elitistas (golf, polo,
navegación...). Siguiendo este esquema estructural, Pociello (1981) trata de explicar
la aparición de las nuevas modalidades deportivas como el surf, windsurf, parapente
o ala delta, estableciendo diferentes modelos en los que en uno predomina la fuerza
bruta, en otros la utilización de la energía del medio, la gracia y la estética o la
prioridad de la agilidad y los reflejos.

Otro autor que también cree vislumbrar una clara relación entre el modelo de las
prácticas y el modelo correspondiente a la adscripción de clase es Parlabas, según el
cual:

Se podría, en efecto, remarcar que el pugilato, los deportes de contacto, los deportes
brutales, han sido practicados casi exclusivamente por las clases sociales más
desfavorecidas, mientras que los deportes de distancia, en los que el contacto está

314
amortiguado e incluso se realiza de manera indirecta por medio de un instrumento,
han estado reservados a la aristocracia (Parlebas, I985, p. 183).

4.5 El interaccionismo simbólico y el deporte.

La perspectiva interaccionista se ha consolidado en el campo de la teoría y de la


investigación sociológica, centrando su interés en el sentido subjetivista y volitivo de
la acción social, al estudiar las formas en que los significados emergen de la
interacción social. Una gran parte del trabajo de investigación que se ha realizado
desde esta perspectiva se ha ocupado de analizar los significados de la vida
cotidiana mediante la observación directa y participante de las acciones que llevan a
cabo los individuos en sus entornos inmediatos, de este modo, los interaccionistas
estudian las formas mediante las cuales los, individuos otorgan significado a sus
cuerpos, sentimientos, biografías, situaciones y, en general, a los mundos sociales
en los que habitan.

Es de destacar el carácter abierto e interactivo de esta perspectiva teórica. Para


los interaccionistas, el mundo social es una especie de tejido dinámico y dialéctico,
en el que las situaciones son siempre encuentros de resultados inestables, en tanto
que las vidas individuales y sus biografías se encuentran siempre en proceso de
cambio, nunca fijas e inmutables. La atención del interaccionismo no se dirige a
estructuras rígidas, como es el caso de algunas de las teorías sociológicas que
acabamos de estudiar, sino a los flujos de actividad de la vida cotidiana y real, con
sus continuos ajustes y, con frecuencia, imprevisibles resultados. Los nombres de
Schutz, Mead y Simmel son de obligada cita cuando se estudian los orígenes de esta
corriente teórica, así como los más recientes de Berger, Luckmann y Goffman
(Beltrán, 1988, pp. 140 y ss.)

315
Dada la importancia de la dimensión subjetiva del deporte y su creciente
presencia en la vida cotidiana de amplias segmentos de población, la perspectiva
interaccionista se ha introducido paulatinamente en la investigación social del
deporte.

El alemán K. Weis ha sido uno de los pioneros de esta corriente dentro de la


sociología del deporte. Ha llevado a cabo estudios etnográficos sobre la significación
del deporte en sociedades precapitalistas, y muy especialmente estudios sobre
marginalidad social y el papel que en la dinámica de estos grupos desempeña el
deporte. Weis distingue entre asociación e institución, ya que a la primera podemos
pertenecer como miembros, mientras que a la segunda estamos sometidos.
Asimismo distingue entre institución y organización, designando a esta última como
«el órgano ejecutivo de la institución con sus modelos de conducta
institucionalizados» (Weis, 1979, p. 253).

Estas diferenciaciones son de gran importancia para poder comprender la


significación social del deporte. Éste aparece como una institución nueva, es decir,
no es una institución necesaria o de base, pero al constituirse como tal, no sólo hace
uso de sus propias atribuciones, sino que le son transferidas otras que anteriormente
desempeñaban otras instituciones; de ahí que sea de especial relevancia estudiar
cada uno de los contextos culturales en los que el deporte se instaura. «El deporte
ostenta muy distinta significación según diferentes grupos de personas, en especial
si éstas responden a diferentes patrones culturales» (Weis, 1990, p. 19).

Marsh, Rosser y Harré (1978) interpretaron la violencia en el fútbol a modo de


batalla ritual sobre un determinado territorio. De esta forma, a partir de interpretar el
significado que cada uno de los actores cree representar en el acto deportivo, llegan
a definir la situación social en donde éste se desencadena. Tal planteamiento les
llevó a entender la violencia como una especie de ritual en donde los actores tienden
a proyectar su agresividad contenida. En España, Javier Duran (1995) también ha

316
recurrido a este planteamiento para estudiar a los hinchas futbolísticos, aunque sus
conclusiones difieren sensiblemente.

En los últimos años ha despertado un enorme interés sociológico el estudio de


las emociones en el deporte, y en buena medida ha existido una clara tendencia a
utilizar trabajos de campo etnográficos que centran su atención en la percepción y
vivencia que los protagonistas y espectadores tienen de la competición deportiva, en
donde se detecta que «la emoción, más que ser algo estático, es un itinerario
emocional de atribución de significados que varia a lo largo del tiempo» (Puig y
Morell, 1996, p. 448).

4.6- La perspectiva feminista y el deporte

Las doctrinas ideológicas y políticas que inspiraron la Revolución francesa y los


cambios económicos y sociales producidos por la Revolución industrial también
sirvieron para establecer las bases de los movimientos feministas que, a lo largo de
los siglos XIX y XX, han venido luchando por los derechos de la mujer y por su
emancipación. En términos generales, los movimientos feministas se desarrollaron
más pronto y con mayor fuerza en los países más industrializados y de tradición
protestante o librepensadora, para extenderse posteriormente por todo el mundo
(García Ferrando, 1995, pp. 175yss.).

En el movimiento feminista contemporáneo conviene distinguir entre el feminismo


reformista y el feminismo radical. El primero puede definirse como un movimiento
que promueve los derechos de la mujer y el logro de la equiparación de todos los
derechos y oportunidades de que gozan los varones en los distintos ámbitos
sociales. El segundo tipo de feminismo se basa en un movimiento emancipa torio
que presenta características diferentes al anterior, ya que aboga por la libertad de las
mujeres con respecto a las restricciones impuestas tanto a nivel biológico como

317
psicológico y social, por una sociedad dominada por los varones. El feminismo
radical también lucha por la capacidad de las mujeres para decidir por sí mismas en
todos los aspectos de la vida, por la autonomía que representa el desarrollo personal
más allá de las restricciones impuestas por el nacimiento y el matrimonio, y, en
último término, defiende la posibilidad de que cada mujer pueda elegir su propio
modo de vida (Duran, 1982).

Desde un punto de vista teórico y metodológico, conviene agrupar las teorías


feministas en tres grandes grupos, siguiendo la propuesta de Madoo Lengermann y
Niebrugge-Brantley (1993): 1) Las teorías de la diferencia, centradas en el estudio de
las diferencias que existen entre hombre y mujer;2) Las teorías de la desigualdad,
que ponen el acento en la desigualdad de la mujer frente al hombre; y 3) Las teorías
de la opresión, que consideran a las mujeres un grupo oprimido por los hombres en
el marco de un sistema social patriarcal construido por éstos.

El debate intelectual feminista que ha tenido lugar en el ámbito de la sociología del


deporte ha seguido parecidas líneas arguméntales oscilando, por un lado, entre las
posturas preocupadas por las diferencias, de orden biológico, psicológico, social y
cultural, entre las mujeres y los hombres en sus capacidades físico-deportivas, y las
evidentes desigualdades que han sufrido las mujeres en relación a los hombres en la
práctica deportiva (VV. AA., 1987), Y por otro lado, las posturas más radicales
centradas en la denuncia de la opresión y abusos padecidos por las mujeres en el
deporte (Brackenridge, 1997).

Más recientemente han comenzado a realizarse estudios sobre la masculinidad


y el deporte, que oscilan también entre los más radicales centrados en la denuncia
de la cultura macho dominante en algunas dimensiones del mundo del deporte (
Klein, 1990 ) y aquellos otros que, desde una visión amplia y sociocultural del
género, se esfuerzan por situar las relaciones de hombres y mujeres con el deporte a
la luz de los avances científicos y sociales que van teniendo lugar (Messner 1985;
Renzetti y Curran, 1995).

318
En España, los estudios sobre mujer y deporte han ido evolucionando en las
dos últimas décadas desde consideraciones más propias de la problemática social
que afectaba a las mujeres en su acercamiento a la práctica deportiva, hasta el
tratamiento más estrictamente sociológico de los tipos de vinculación entre mujer y
deporte (Buñuel, 1994), y género y deporte (Diez Mintegui, 1996), lo que viene a
coincidir con la tendencia observable en el ámbito de los estudios feministas, cada
vez más interesados por profundizar en la transformación de las estructuras de
dominación basadas en el género (Puig, 1997).

5. El deporte contemporáneo como un sistema abierto

Las diferentes interpretaciones del deporte que acabamos de estudiar, y que


representan tan sólo una parte importante, pero no completa, del pensamiento
sociológico aplicado al análisis del deporte revelan que nos encontramos ante un
fenómeno social controvertido que, lejos de poder ser explicado de forma unitaria,
decanta matices cada vez que se elaboran construcciones teóricas en torno a su
naturaleza y función social.

Las diferentes teorías sociológicas que se han propuesto hasta ahora para
explicar el desarrollo del deporte en la sociedad moderna coinciden al menos en
considerar que los cambios sociales que han ocurrido en el último siglo y medio
como consecuencia del desarrollo de la sociedad industrial, y con independencia de
la valoración que merezcan tales cambios a los proponentes de las diversas teorías
sociológicas, han determinado la naturaleza de los cambios que han tenido lugar en
el ámbito del deporte.

También existe acuerdo en aceptar que la complejidad del fenómeno deportivo


radica, en buena medida, en su fulgurante fuerza expansiva, que lo ha convertido en

319
práctica cotidiana o devoto espectáculo de cientos de millones de personas en todo
el planeta. Ahora bien, a pesar de su carácter e influencia planetaria, el deporte
encierra en si mismo enormes singularidades estrechamente unidas a las
especificidades culturales, económicas, políticas y sociales del grupo o comunidad
social en donde se asienta. Así, por ejemplo, la forma en que se estructura
socialmente el fútbol y el alcance social del espectáculo que genera este deporte,
probablemente el más popular de cuantos se practican en el mundo, se encuentran
íntimamente unidos al tipo de sociedad a que nos refiramos.

Pero el reto epistemológico que plantea la teoría del conocimiento en las


ciencias sociales nos enfrenta a la necesidad de encontrar explicaciones de una
cierta generalidad, aunque sea a riesgo de disminuir la posibilidad de utilizar el
voluminoso caudal de información factual del que se dispone en cada ámbito
societario. Como respuesta a este reto, en los últimos años se han hecho más
frecuentes las aproximaciones sistémicas al fenómeno deportivo.

En estos momentos del discurrir histórico asistimos a un devenir social


aparentemente contradictorio ya que, precisamente cuando la estructura deportiva
adquiere más fuerza y poder social, con la invasión en los medios de comunicación
de masas del espectáculo deportivo, con el desarrollismo económico de las
competiciones deportivas de máximo nivel o con la instauración definitiva de la
cultura deportiva entre amplias masas de población, se comienza a producir un
fenómeno paralelo de fractura y diversificación. Se trata de los comportamientos que
exhiben grandes grupos de personas próximas al deporte e incluso que han-sido
practicantes regulares, y que han modificado sus hábitos escogiendo ejercitaciones
físicas de otro orden; no tan sólo con otro envoltorio, sino con otra lógica, con otros
intereses y motivaciones, con otras expectativas.

Una manera sugerente de entender esta coyuntura histórica es la concepción


del deporte como un sistema abierto (Puig y Heinemann, 1991). Dado que el deporte
contemporáneo se muestra como una realidad cada vez más difícil de acotar por su

320
creciente diversificación, cabe considerarlo como un sistema social abierto, al que se
van incorporando nuevas prácticas y nuevas concepciones que relativizan las que
corresponden a lo que podríamos denominar deporte tradicional. Siguiendo a
Heinemann (1991, pp. 15 y ss.), podemos observar que el deporte tradicional, como
unidad homogénea y entidad autónoma, ya no puede explicar la compleja realidad
del deporte contemporáneo.

En efecto, el deporte tradicional, el que se desarrolla a partir de las prácticas


deportivas de la aristocracia y la burguesía inglesas a lo largo del siglo XIX y que
después son incorporadas por los correspondientes grupos sociales de élite de los
países más avanzados de la Europa continental, consiguió delimitar un espacio
social bien acotado. Tal tipo de deporte estaba asociado a metas claramente
definidas en el ámbito de reglamentaciones federativas perfectamente enunciadas. El
comportamiento deportivo que tenia lugar en este contexto estaba dirigido a la
consecución de ciertos logros en base a una disciplina y una preparación bien
sistematizadas, todo ello apoyado en unas estructuras de valores afines. Valores
individuales tales como camaradería, espíritu comunitario, solidaridad y otros
semejantes, se combinaban con el afán de logro, identificación con el equipo, la
diversión, la competición, etc. Deporte significaba competitividad y orientación hacia
resultados concretos de victoria.

Un comportamiento tal se llevaba a cabo preferentemente en el marco del club


deportivo, estructurado en base al trabajo voluntario, toma de decisiones
asamblearias, independiente de terceras partes, símbolos identificadores peculiares,
etc. En estos clubes deportivos se integraban prácticamente sólo aquellas personas
«cuyas posibilidades de acción e intereses coincidían con sus características
fundamentales. Era un coto cerrado para jóvenes varones de las clases media y alta.
Más atractivo para jóvenes que para adultos, para hombres que para mujeres...»
(Puig y Heinemann, op. cit., p. 126).

321
Pero tal como se ha visto repetidamente en las páginas anteriores, la situación
ha cambiado en las sociedades contemporáneas. La población que práctica deporte
y las organizaciones deportivas, como se verá con mayor detalle en los capítulos
siguientes, ya no se ajustan a la caracterización anterior del deporte tradicional.
Habiéndose producido una ruptura del modelo tradicional, ya no es posible adoptar
un solo modelo explicativo que agrupe las características crecientemente complejas
y diferenciadas del deporte contemporáneo. Con el fin de disponer de un marco
explicativo general, Puig y Heinemann proponen que se adopten como dimensiones
constituyentes de la diversidad de actividades deportivas de la actualidad la forma en
que se organizan tales actividades, el asado cama se legitiman, las motivaciones de
los participantes y los impactos que producen. Partiendo de estas cuatro
dimensiones, ambos autores sugieren cuatro modelos configuradores del deporte
contemporáneo: competitivo, expresivo, instrumental y espectáculo.

Se trata de una propuesta de claro sabor weberiano, ya que los cuatro modelos
propuestos son meras abstracciones o tipos ideales con los que poder entender
mejor el fenómeno social del deporte. En efecto, en su preocupación por avanzar en
la comprensión intelectual de cualquier situación social, Weber se preocupó de
elaborar categorías intelectuales que posibilitaran la comprensión de los fenómenos
desde el punto de vista de los agentes ya que, en su opinión, los conceptos
constituyen el principal] instrumento del trabajo científico, al posibilitar el
acercamiento a la realidad. Como no se puede hablar simultáneamente de todos los
fenómenos sociales, se impone la elaboración de unos modelos tipo, de unas
categorías entendidas como conceptos puros, a los que Weber denominó tipos
ideales, cuya utilidad es meramente metodológica pues no se dan en la realidad en
estado perfecto (Weber, 1964, pp. 6 y ss.). Los tipos ideales weberianos se pueden
caracterizar por ser categorías subjetivas que intentar comprender la intencionalidad
de la acción del agente social, por referirse a casos puros o extremos de acción,
eliminando elementos ambiguos, y por ser meros instrumentos metodológicos. En la
amplia obra de Weber se distinguen los tipos ideales basados en particularidades
históricas tales como la «ética protestante» o el «capitalismo moderno», de aquellos

322
otros que hacen referencia a elementos abstractos de la realidad social, como la
«burocracia» o el «feudalismo» (García Ferrando, 1995, p. 34).

Pues bien, siguiendo la conceptualización weberiana, Puig y Heinemann


distinguen entre el modelo competitivo del deporte, que seria el heredero directo del
deporte tradicional; el modelo expresivo que engloba las prácticas deportivas poco
organizadas y sometidas a procesos constantes de innovación y diversificación, tales
como los llamados deportes californianos o las actividades físicas de aventura en la
naturaleza; el modelo instrumental que va asociado a empresas comerciales que
disponen de maquinarias sofisticadas con las que se facilita el cultivo del cuerpo de
acuerdo con concepciones estéticas e higiénicas; y el modelo espectáculo que,
aunque no es nuevo en esencia, pues siempre han existido espectáculos deportivos,
tiende a regirse por las leyes del mercado propias de una sociedad de musas,
habiendo alcanzado cotas insospechadas de influencia económica, social y política
(Puig y Heinemann, op. cit., pp. 127-8). Ambos autores insisten, en su propuesta
metodológica, en que el modelo competitivo contiene elementos expresivos o que el
instrumental puede llegar a combinarse con el espectáculo, pero que lo importante
de los cuatro modelos, como tipos ideales, es que sirven para dar cuenta de la
compleja realidad del deporte contemporáneo.

Otro modo de entender la creciente complejidad del deporte, enunciado desde


la misma perspectiva sistémica, es el que concibe este sistema social compuesto por
diversos subsistemas, aglutinados todos ellos por símbolos, signos, rituales y valores
contenidos en la cultura deportiva, que se ha constituido en un lenguaje simbólico de
carácter universal. Esta hegemonía cultural asociada al fenómeno deportivo puede
explicar, en parte, que actualmente se den modos de llevar a cabo ejercitaciones y
pasatiempos con clara implicación física o corporal, muy diferenciados del deporte
moderno y, sin embargo, sigan siendo considerados o denominados popularmente
como deportivos (Lagardera, 1995).

323
En realidad, la creciente complejidad que caracteriza al cambio social que está
teniendo lugar a finales del siglo XX no ha hecho otra cosa que realzar las
peculiaridades de los subsistemas que han estado presentes en el sistema deportivo
moderno desde su configuración originaria en la Inglaterra victoriana. En efecto, junto
al subsistema federativo, que ha aglutinado al mayor número de personas,
instituciones y recursos de todo tipo, y al subsistema federativo, que ha configurado
una importante parcela de la realidad deportiva que gira en tomo a clubes y
asociaciones no relacionadas siempre de forma institucional y directa con las
federaciones, se han configurado el subsistema grupal no asociativo y el subsistema
individual.

El subsistema grupal no asociativo estaría integrado por los múltiples grupos de


deportistas no organizados institucionalmente, que utilizan espacios e instalaciones
deportivas que no pertenecen a los clubes deportivos tradicionales: escuelas,
municipios y empresas privadas, en tanto que en el subsistema individual cabe incluir
al cada vez más numeroso grupo de deportistas que, lejos de toda implicación
institucional, realizan prácticas que son susceptibles de llevarse a cabo de modo
individual, como es el caso de la natación, el ciclismo, la carrera a pie o los paseos
(Lagardera, op. cit.).

El modelo sistémico facilita la comprensión del fenómeno deportivo, sometido


como está a un progresivo aumento de su complejidad. El carácter abierto del
sistema deportivo le hace especialmente sensible al cambio social; de ahí que estén
apareciendo continuamente nuevas formas de práctica y organización deportivas, tal
como tendremos ocasión de ir analizando a lo largo del presente texto. La necesidad
de estudios sociológicos que den cuenta sistemáticamente de estas
transformaciones se hace evidente, ya que los modelos con los que se vienen
explicando los fenómenos deportivos tienen necesariamente que actualizarse ante la
rapidez de los cambios sociales que tienen lugar.

324
6. La sociología del deporte en España

Anteriormente hemos señalado el año 1964 como la fecha en la que por primera
vez se crea un Comité Internacional de Sociología del Deporte, a lo que se puede
añadir como dato fundacional la aparición en 1966 del primer número de la
International Review of Sport Sociology, que se convierte desde sus comienzos en el
órgano oficial del referido Comité Internacional.

En el ámbito español de las ciencias sociales aplicadas al estudio de la


educación y actividad físicas y del deporte, no se puede hablar de fechas
fundacionales concretas. Nuria Puig señala, acertadamente, que el primer paso para
que se constituyera un ámbito especifico de ciencias sociales, en general, y de
análisis sociológico, en particular, en el seno de las ciencias del deporte fue la
transformación del interés por el deporte en tanto que objeto de preocupación social,
esto es, como «problema social», en un «problema sociológico» (Puig, 1996).

La década de los setenta, tan densa en acontecimientos históricos que


cambiaron radicalmente el rumbo político de la España contemporánea —finales del
franquismo, inicio de la transición democrática, aprobación de una nueva
constitución, convocatoria de las primeras elecciones generales—, fue también
tiempo de reivindicaciones sociales en el campo del deporte. Se pretendía ampliar
las bases del deporte popular, facilitar la práctica deportiva del mayor número posible
de personas en instalaciones apropiadas; se aspiraba a universalizar la enseñanza y
práctica de la educación física y el deporte en la escuela, y todo ello desde la
consideración del deporte como un derecho ciudadano, como un servicio público.
Los trabajos de investigación social del deporte que se llevan a cabo en este marco
utilizan primordialmente la sociología más como una perspectiva intelectual, esto es,
como un medio para reflexionar sobre los problemas sociales en torno al deporte,
que como una perspectiva genuinamente sociológico científica (García Ferrando,
1990, p. 268).

325
Con todo, el empleo de modelos teóricos y de metodologías científicas que
permitan acumular conocimientos empíricos y la contrastación de hipótesis
científicamente fundamentadas se va haciendo más frecuente en la década de los
anos ochenta. Desde organismos públicos se editan manuales sobre Deporte y
Municipio que dan pautas sobre actuaciones en materia de política deportiva,
haciendo hincapié en la conveniencia de llevar a cabo estudios sociológicos de los
entornos sociales sobre los que se pretende incidir. Se lleva a cabo el primer Censo
Nacional de Instalaciones Deportivas (1981-1991), y se celebra el primer simposio
sobre «El Deporte en la Sociedad española contemporánea» (1983), que reunió a
una buena parte de las personas interesadas en la reflexión social sobre el deporte.

Se trataba de iniciativas que comienzan a considerar el deporte como un hecho


social y cultural, sometido a idénticos procesos de cambio que el resto de los
fenómenos sociales y culturales que repercuten en el conjunto de la sociedad (Puig,
op. cit.). La propia realidad social del deporte durante esos años determina en buena
medida los temas por los que se interesa la reflexión sociológica: equipamientos
deportivos, oferta institucional, hábitos y prácticas deportivas de la población, mujer y
deporte. Son, como señala Nuria Puig, los temas más candentes durante el periodo
de la transición y a los que era preciso dar una respuesta. Los dos primeros tenían
como debate de fondo el papel del sector público en los asuntos del deporte, en tanto
que los otros dos temas se refieren a los destinatarios de las políticas deportivas,
esto es, a la población practicante o que deseaba serlo, poniendo el acento en el
estudio de la situación de la mujer, muy marginada hasta entonces de las prácticas
deportivas. En este sentido cabe señalar que el desarrollo temático de la sociología
del deporte en España sigue caminos paralelos a los que se recorren en otros
países, en los que también se registra una relación muy estrecha entre los temas
tratados y la realidad social de donde surgen.

Por otro lado, es a finales de los años ochenta cuando los trabajos sociológicos
en tomo al deporte comenzaron a hacerse presentes en unos ámbitos académicos y

326
universitarios de las ciencias sociales, que hasta entonces no habían prestado
mucha atención a esta área de estudio. En el Tercer Congreso Español de
Sociología, celebrado en 1989, se incluyeron por primera vez como áreas específicas
de discusión científica la sociología del deporte y la sociología del ocio, y desde
entonces han continuado estando presentes en los sucesivos congresos de
sociología que han tenido lugar, así como en los cada vez más frecuentes
seminarios, cursos y jornadas científicas en los que se ha venido reflexionando, a lo
largo de la década de los años noventa, en tomo a las cuestiones sociales que tienen
en el deporte el origen o el destino de su acción.

En este marco más reciente de preocupación científico-social por el deporte, los


temas de estudio no van unidos tan sólo a problemas y realidades sociales
concretos, sino también a las preocupaciones y sensibilidades personales de
quienes-centran sus esfuerzos investigadores en el estudio del fenómeno social del
deporte. Siguiendo de nuevo a Nuria Puig, se pueden agrupar en tres grandes áreas
la diversidad de materias de estudio del deporte que han sido cultivadas en la última
década desde la perspectiva sociológica: el marco institucional, la práctica deportiva
y nuevas perspectivas. Las dos primeras áreas provienen de la tradición de estudios
sociales de las décadas anteriores, se encuentran más desarrolladas empíricamente
y ocupan a un mayor número de autores. La última área, como su propio nombre
indica, es más reciente y agrupa los temas de estudio en fase de desarrollo (Puig,
op. cit., p. 150).

Dado que en los siguientes capítulos que componen este libro se presentan los
principales resultados de las investigaciones que se han realizado en cada uno de
los ámbitos sociales en los que el deporte ejerce su influencia, nos limitaremos a
enunciar seguidamente las áreas temáticas más estudiadas con el fin de conservar la
visión de conjunto que se pretende lograr en este capitulo introductorio, dejando para
los restantes capítulos las referencias bibliográficas pertinentes.

327
Por lo que se refiere al marco institucional, el sector público ha sido objeto de
buena parte de las investigaciones que se han llevado a cabo en la última década,
prestando especial atención a las políticas deportivas municipales y a las
fundaciones o patronatos municipales encargados del desarrollo de tales políticas. El
interés despertado por estos temas queda justificado por el papel relevante
desempeñado por los ayuntamientos democráticos en las dos últimas décadas en la
promoción del deporte popular. En estrecha relación con lo anterior se encuentran
los análisis sociológicos sobre equipamientos deportivos, que suelen girar en torno a
la percepción y satisfacción de los usuarios, los procesos de implantación en ámbitos
territoriales concretos y los impactos ecológicos y socioeconómicos que provocan.
También es de destacar la creciente importancia que van adquiriendo los estudios
sobre asociacionismo deportivo, bien sea para analizar las transformaciones que
experimentan los clubes deportivos de mayor tradición como para investigar las
nuevas formas organizacionales que van surgiendo en torno a las prácticas
deportivas de desarrollo más reciente.

Los estudios sobre hábitos deportivos de la población continúan una tradición


que arranca de mediados de los años setenta, pero que han ido ampliando su ámbito
de estudio, centrado originalmente en la población general, con la inclusión de
segmentos de población más específicos como la población escolar y juvenil, la
población femenina, de tercera edad, población disminuida frente al deporte, etc.

Por último, cabe reseñar lo que Nuria Puig denomina nuevas perspectivas de la
sociología del deporte en España. Se trata de trabajos orientados fundamentalmente
por las preocupaciones teóricas y metodológicas de unos autores que ya no tratan
tan sólo de construir objetos de estudio sociológico, sino también de plantearse
perspectivas teóricas mejor articuladas, interrogándose por el valor de las técnicas y
metodologías de investigación —el continuo debate cualitativo-cuantitativo. Y todo
ello con el propósito de crear un cuerpo de saber propiamente científico, cuya
conexión con la práctica del deporte o con la gestión de las organizaciones
deportivas sea a través de los complejos mecanismos que relacionan el mundo de la

328
ciencia con el de las decisiones políticas. Las investigaciones en torno a la
socialización, en y a través del deporte, las preocupaciones metodológicas por las
formas de narrar el deporte, la consideración del deporte como una construcción
social configuradora de identidades, el papel de las emociones en el deporte, y otros
muchos, van conformando una etapa de consolidación y madurez de la sociología
del deporte en España, que será tratada sistemáticamente en los siguientes capítulos
de este libro.

329
CAPITULO VII

330
ESPORT Y AUTORITARISMOS.
Selección de Textos.
González Aja Teresa (2002).
Deporte y Relaciones Internacionales de 1918.
Alianza Editorial S.A. Madrid.
Pág. 331 - 359

331
DEPORTE Y RELACIONES INTERNACIONALES ANTES DE 1918

La relación entre deporte y política internacional depende, en gran medida, de


la internacionalización del propio deporte...

Esta evidente verdad merece, sin embargo, algunos comentarios, aunque sólo
sea para recordar brevemente las etapas de la nacionalización del fenómeno
deportivo y de los encuentros deportivos.

ORÍGENES

El deporte moderno nació en Inglaterra y su difusión en los diferentes países


europeos se llevó a cabo a lo largo del último tercio del siglo XIX, a través de las
asociaciones o de los clubes creados, casi siempre, por los miembros de las
«colonias» inglesas ubicadas en las grandes ciudades industriales o comerciales y
en los puertos... es decir, allí donde los ingleses implantarán industrias y practicaron
el comercio. Los ingleses crearon, a partir de 1812, sus primeros clubes deportivos
en la Ruta de las Indias, en especial en la isla Mauricio, de la que habían tomado
posesión dos años antes.

Entre 1855 y 1892, en Bélgica, en Holanda, en Francia, en Suiza, lo mismo


que en Rusia o Dinamarca, o Checoslovaquia, o en América del Sur, el nacimiento
de los primeros clubes deportivos (entre los cuales se encuentran los clubes de
fútbol-rugby), se vincula generalmente, a la presencia de hombres de negocio o de
los ingenieros ingleses encargados de la construcción de las líneas de ferrocarril. Un
poco más tarde, le llegará el turno a Portugal, España, Italia, Argentina y Brasil
(después de 1890-1895).

Podemos citar el caso del Havre Athletic Club, que fue fundado en Francia, en
1872, por los británicos, siendo dirigido por F. F. Langstaff, responsable de la South

332
Western Railway compañía de ferrocarriles que llegó con su personal. En 1879,
serán también los ingleses los que creen el Paris Football Club En Lyon, la presencia
de los ingleses, vinculada el comercio la seda, favoreció la creación del Lyon's
Cricket Club. En Río Tinto o en Lisboa, los primeros clubes fueron creados por los
británicos encargados de la construcción de las líneas de telégrafos. Idénticas
situaciones podemos encontrar en Barcelona Marsella, Amberes y Hamburgo. En
Polonia, los clubes de remo (1878), de atletismo y de fútbol (1889), de ciclismo y de
patinaje (1893), fueron creados por los ingleses en Varsovia. Fue después de 1903
cuando se multiplicaron (en fútbol sobre todo) los clubes civiles y universitarios:
Slava, Cracovia, Vista, Club deportivo de Lodz.

Pero la propagación de los deportes ingleses no se llevó cabo al mismo ritmo


en el tiempo que en el espacio; fueron el remo, la carrera a pie, el ciclismo y el fútbol-
rugby, los deportes atléticos que se impusieron más rápidamente. Desde fines del
siglo XIX, se puede considerar que todos los países que mantenían relaciones
comerciales con Inglaterra contaban con equipo de deportes atléticos, casi siempre
de fútbol. Fueron, por lo tanto, esencialmente los técnicos ingleses, pero también los
hombres de negocios, los viajantes de comercio y los estudiantes los principales
agentes de esta notable expansión. No se puede, no obstante, olvidar la influencia de
la colonización en la difusión mundial de los deportes, especialmente después de
1920. Así pues, en el caso Francia, esto ocurrió en Madagascar en África ecuatorial y
en África occidental, en Argelia, en Túnez, en Marruecos, en Indochina, etc.

La razón por la que el «injerto británico»1 llegó a prender es que existía una
marcada admiración de los sectores burgueses y aristocráticos de la alta sociedad
por el modelo educativo de las public-schools, que privilegiaban los deportes
atléticos, es decir la hípica, la carrera a pie, además del fútbol-rugby. Pero será
necesaria todavía una evolución de la mentalidad ampliamente basada en las
transformaciones de la sociedad: creciente urbanización, industrialización y
desarrollo del capitalismo en el marco de una economía liberal. Es probable,
igualmente, que las transformaciones políticas de fines del siglo XIX y la progresiva

333
democratización de la enseñanza jugasen un papel decisivo en la interiorización de
las reglas deportivas. Como lo señaló B. During.

Los juegos tradicionales se sitúan en el contexto de las sociedades


escasamente centralizadas, donde lo esencial del poder se encuentra en la misma
vida de la comunidad. La gimnástica disciplinada y racional corresponde a la edad
del despotismo ilustrado, al desarrollo de los poderes centrales fuertes y de las
naciones-Estado. Los deportes van más allá: lejos de ser impuestos o reservados a
la formación de unos pocos, son reivindicados por todos. Si los estados modernos
centralizados pretenden ser duraderos, no pueden contentarse con el despotismo, ni
siquiera el ilustrado. Es necesario suscitar la adhesión activa, el compromiso creador
de los individuos, y hacerles interiorizar las reglas del juego en las que se basan los
propios Estados2.

Sin embargo, no parece que los ingleses hayan tratado de difundir deporte a
través del mundo, y sin duda son otras las razones que podrían explicar esta rápida
difusión de los deportes en Italia, por ejemplo, fueron los suizos o los italianos que
había cursado estudios en Inglaterra los que, a su vuelta, fundaron los primeros
clubes deportivos (como por ejemplo, en Milán). Los ingleses no fueron siempre, por
lo tanto, los fundadores de los primeros clubes deportivos en las grandes ciudades
europeas: por ejemplo, de los 58 clubes de fútbol que existían en Italia, la, entre 1892
y 1914, tan sólo fundaron cuatro. La anglomanía se hace, sin embargo, evidente, por
los propios nombres de los clubes, casi todos ingleses: el club de fútbol italiano más
antiguo se llamaba Genoa Cricket and Football Club (1892). La lengua inglesa se
llegó a imponer entonces, en el ámbito del deporte, por simple moda: running-
footmen, jockey, gentjeman - reader, turf, sportsman, riding-coat, dead-heat, palabras
das ellas prestadas del mundo de la hípica... Es necesario, por otro lado, recordar
que las primeras carreras a pie fueron organizadas en Inglaterra, a fines del siglo
XVIII... en los hipódromos, lo que explica el amplio desarrollo del hábito de la
apuestas y de un vocabulario especial3. Las primeras competiciones de remo (el
rowing) hacia 1840-1850, bebieron también de las mismas fuentes. En todos los

334
casos, la competición encontró su justificación en el1amarquismo y el positivismo:
tiene como objetivo mejorar la raza equina, la raza humana a la tecnología de las
embarcaciones...

La difusión de los deportes ingleses aparece también ligadas a la angla manía


de las escuelas. En Italia, La Juventus de Torinos fue fundada en 1897 por los
alumnos del colegio Massimo d’ Azeglio, gracias al apoyo de un comerciante que
residió en Suiza en Francia, fueron los alumnos del Liceo Condorcet, en París
quienes en 1880 se dedicaron a realizar parodias de carreras de caballos en la «salle
des pas perdus» (sala de espera) de la estación de Saint - Lazare: vestidos como
jockeys, llevando casaca y fusta, se asignaban nombres de caballos; cada carrera se
desarrollaba delante de un foro (en el cual se encontraban numerosas jóvenes), y se
hacían apuestas que un bookmaker controlaba. Pero nada era realmente demasiado
«serio» en esas diversiones de adolescentes, ansiosos sobre todo de escandalizar a
los honestos transeúntes.

Citemos, no obstante, un caso singular: los Estados Unidos se mostraron


bastante reacios al fútbol y al rugby y crearon para su propio uso, deportes que
también tuvieron muchas dificultades para conquistar al mundo: el muy violento fútbol
americano (hacia 1870) y, en plena Guerra de Secesión (1864), el béisbol, que se
convirtió en el deporte americano más popular numerosos deportes «europeos», a
pesar de un efímero éxito (tal como el ciclismo en pista a fines del siglo XIX),
cedieron el protagonismo a otros deportes más espectaculares y más violentos
(combates de boxeo, carreras de automóviles).

Hoy en día, parece obvio para los historiadores que el nacimiento y desarrollo
del deporte encuentren su explicación esencialmente, en el fenómeno de
urbanización e industrialización de las sociedades modernas y, sobre todo en
Francia, en la supuesta eficacia del modelo educativo inglés y el desarrollo
económico y social, que promovieron los sectores acomodados y cultivados de la
sociedad. Algo parecido ocurrió también en Italia, España, Inglaterra y Alemania.

335
Los deportes modernos estaban estrechamente vinculados al desarrollo de las
democracias populares. El deporte, forma organizada de un ocio regulado y, en
consecuencia, una cultura de consumo, evolucionó paralelamente a los elementos
más importantes de la modernización, es decir la urbanización, la industrialización, la
educación y la participación, siempre creciente, de un número cada vez mayor de
ciudadanos en la vida política y económica. La creación y, sobre todo, la difusión de
los deportes modernos se asimilaban a un modo de vida burgués4...

Los renovadores del sistema educativo francés alabaron entonces los méritos
del espíritu de competición que, a su entender debía impregnar el progreso
económico y la proyección de Francia en el mundo. Al menos, se referían a estos
argumentos al pretender luchar contra un sistema educativo considerado demasiado
severo: los deportes atléticos se consideraban los más apropiados para formar el
espíritu aventurero y emprendedor de los colonizadores, así como:

Hombres de acción, de resolución rápida e iniciativa audaz. Los deportes


atléticos parecían los más indicados para cumplir con esta función regeneradora. Las
pequeñas fatigas a las que se sometían nuestros deportistas en un partido de fútbol
o durante una carrera constituían un admirable entrenamiento físico para la vida
colonial5.

En esa misma línea, el discurso del Padre Didon en el «Congreso Olímpico de


El Havre», en 1897, recordaba:

La fuerza educativa y la acción moral de los ejercicios físicos al aire libre en la


juventud, en la formación del carácter y en el desarrollo de la personalidad [...] del
espíritu de combatividad y de lucha [...] Las asociaciones deportivas eran escuelas
de libertad, de disciplina libremente aceptada, de democracia6...

336
Las primeras «asociaciones de deportes atléticos» se crearon, en Francia a
partir de 1880: el Racing Club de Francia en 1882 y Stade Francais en 1883. Fueron
los estudiantes (en las grandes ciudades universitarias) los que, como en Inglaterra,
Irlanda o Escocia, desempeñaron el papel más determinante en esta iniciativa7. Pero
su proyecto, en esta época, no fue en absoluto provocar el fin de la educación
tradicional. G. Bourdon recordaba.

Esos juveniles intentos, sin ninguna posibilidad de futuro. Privados de guías,


enteramente abandonados a sí mismos, careciendo de todo conocimiento, ni siquiera
teórico, del nuevo campo en que se aventuraban, probablemente con poca ayuda
por parte sus familias, propensas a considerar sus juegos como simples diversiones
y a alarmarse por los ejercicios un poco violentos estaban abocados al fracaso [...]
Sin duda, estos jóvenes no se preocupaban en absoluto por la educación, y aún
menos tenían conciencia del sentido moral o físico contenido en la obra que iban a
emprender8...

A partir de 1888, gracias al impulso de P. de Coubertin y de G. de Saint-Clair,


las asociaciones escolares de deportes atléticos florecieron primero en la capital y.
posteriormente, en provincias; después de 1889, pasaron a hacer les la competencia
multitud de clubes «civiles». A pesar de la hostilidad manifiesta de algunos médicos y
educadores, preocupados por proteger a la juventud de los excesos del deporte, o
por preservar a Francia del imperialismo anglosajón, los deportes atléticos iniciaron
su desarrollo con la creación, el 31 de enero de 1889, de la Unión des Sociétés
Franc;aises de Sports Athlétiques (USFSA). En los primeros encuentros deportivos
que tuvieron lugar en aquella época, sólo pudieron, por lo tanto, participar los clubes
(civiles) y las asociaciones (escolares) de la capital.

337
DEL REGIONALISMO AL NACIONALISMO

Las competiciones deportivas se crearon, generalmente gracias a las


iniciativas locales, por medio de la prensa deportiva, especialmente en lo que se
refiere al ciclismo la natación el atletismo o... la petanca. Pero. Para que pudieran
celebrarse competiciones, hacía falta a la vez un número suficiente de sociedades
deportivas la adopción de reglamentos establecidos y condiciones materiales de
transportes y comunicaciones que favorecen los encuentros. ¿Cómo se pasó de
esas competiciones, al fin y al cabo restringido, a las primeras competiciones
nacionales?

La precoz creación de las federaciones deportivas británicas marcó


probablemente la pauta. A partir de la segunda mitad del siglo XIX, se crearon
sucesivamente: la Football Association en 1863, la Rugby Football Unión en 1871, la
Scottish Football Unión en 1873, la Swimming Association of Great Britain en 1874,
el Amateur Athletic Association en 1880, el Amateur Rowing Association en 1882, la
Northern Rugby Unión (profesional) en 1895, primera Federación de Rugby a XIII.
etc. Estas son las federaciones que inicialmente sentaron las bases de los códigos y
las reglas de las competiciones deportivas que retomarían, algunos años más tarde.
Las federaciones deportivas nacionales. Los británicos. Y más concretamente los
ingleses, se erigieron así en una verdadera «torre de control» de las reglas
deportivas que ellos habían inventado.

En los demás países, las primeras federaciones deportivas nacionales se


crearon posteriormente, lo que explica probablemente la tardía aparición de las
competiciones entre equipos nacionales representativos. En Italia, la Federazione
Italiana Gioco Calcio no se fundó hasta 1898. En Francia. se creó en 1887 la Union
des Sociétés Francaises de Course a Pied. Reemplazada en 1889 por la Unión des
Sociétés Francaises de Sports Athlétiques: se trataba de una federación
«multideportiva». Cuyas intenciones hegemónicas frenaron hasta 1920 el desarrollo
del deporte en Francia. En Alemania, la Oeutscher Fussball- Bund (DFB) se fundó en

338
1900. La carrera a pie, en su modalidad codificada y competitiva, se desarrolló con
anterioridad al fútbol – rugby9.

Señalaremos, no obstante, que existía en Francia una Unión des Sociétés


Gymnastique de Francia (USGF). Fundada en 1873, la cual organizaba, cada año y
en una ciudad diferente un gran concurso nacional con el propósito de fomentar y
difundir la gimnasia. La creación de numerosas federaciones regionales, afiliadas a la
USGF, garantizaba su mayor propagación, al beneficiarse todas ellas de la ayuda y
del apoyo del gobierno republicano. Ahora bien, nada de todo esto es verificable en
el ámbito de los deportes. La creación de la USFSA no tuvo nada que ver con los
poderes políticos: fue una iniciativa estrictamente privada, apoyada por algunos
apasionados que disponían a menudo de una fortuna personal. La difusión de los
deportes en Francia responde, por lo tanto, a otras consideraciones que no son
políticas...

Podemos partir de una simple constatación: cuando se traban encuentros


internacionales, cada país era representado por un «equipo» nacional. Ahora bien, la
constitución de un equipo de Francia» exigía una «selección» previa de los mejores
atletas o jugadores, y esta selección sólo era posible si existía un campeonato
nacional o una organización similar. En Francia, el primer campeonato de remo se
organizó en 1876, el de atletismo en 1888, seguido por el de rugby en 1892 (entre los
tres equipos de la capital, compuestos por los mejores jugadores de los colegios)...,
dando lugar a la entrega del famoso «Bouclier de Brennus», donado por P. de
Coubertin. La primera selección francesa, cuyo objetivo era enfrentarse a Inglaterra
en 1893, estuvo compuesta por... jugadores del Racing Club de Francia y del Stade
Francais10. El primer campeonato de Francia de fútbol se celebró en 1890, pero
realmente no era más que un campeonato ínter escolar que reunió tres asociaciones
escolares parisinas11. En lo que se refiere a los inter-clubes (sobreentendido
«civiles»), el campeonato de Francia tuvo lugar por primera vez en 1890 (no eran
ínter escolares). A partir de esa época, por otra parte, los campeonatos de Francia
serán no solamente de fútbol, sino también de carreras de obstáculos carreras a

339
campo través, carreras de velocidad, de fondo, de vallas12. Incluso la USFSA
organizó, a partir de 1897, una copa de Francia de fútbol13. La distinción entre
competiciones ínter clubes, ínter escolares y nacionales se estableció de forma oficial
en la asamblea general de la USFSA de febrero de 1892, la misma en la que se
afirmó la necesidad de armonizar la reglamentación de las pruebas deportivas para
el conjunto del territorio en todas la especialidades14. La celebración del resto de los
campeonatos de Francia se inició en fechas posteriores a 1890: ciclismo profesional
en pista en 1890, ciclismo amateur en 1910, ciclismo en carretera en 1899, esgrima
en 1896, boxeo en 1903, baloncesto en 1921 y equitación en 1931. Estos datos
vienen a demostrar que, en los años 1880-1895, el deporte siguió siendo una
práctica relativamente restringida, limitada geográficamente y reducida, realmente, a
la región parisina, por lo tanto, excesivo hablar del «equipo de Francia», ya que en
todo caso sólo representaba a los mejores clubes de la capital para darse cuenta de
ello, basta recordar que los miembros de la USFSA eran aún muy escasos. Con un
total de 69 sociedades deportivas en 1892, 142 en 1894 y 155 en 1895, los
campeonatos nacionales no llegaron a tener gran consistencia y el grupo entre los
componentes del cual podía el «seleccionador» elegir a los deportistas para constituir
un equipo de Francia era sumamente reducido. Por otro lado, los comités regionales
de la USFSA no se crearon hasta 1894, lo cual era indicativo de la lentitud en la
difusión de las prácticas deportivas en Francia15.

340
LOS ORÍGENES DE LO INTERNACIONALIZACIÓN DEL DEPORTE

El desarrollo del deporte a escala internacional parece tener tres


características fundamentales:

• La difusión de los deportes en el mundo. Los ingleses, siempre presentes,


multiplicaron sus asociaciones deportivas. Inicialmente lo hicieron en sus
colonias (Nueva Zelanda, Australia, África del Sur. Océano Índico), después
en el continente europeo, y posteriormente en América Latina, en Asia y en
África, antes de ser imitados por los autóctonos.
La expansión económica y las conquistas coloniales de Inglaterra
desempeñaron un papel decisivo en la propagación de los deportes atléticos,
aun admitiendo que jamás trataron los ingleses de imponer sus pasatiempos
deportivos. Su modo de vida inspiró, de hecho, a las clases altas de la
sociedad. La anglomanía o anglofilia fue un fenómeno de moda (la High-life)
que se difundió ampliamente, hasta el extremo de alcanzar a las femmes de
sport descritas en Francia por el Baron de Vaux, en 1885. El deporte se
integra de este modo, en las formas refinadas de la vida cultural mundana.
• La creación de federaciones internacionales que garantizasen la uniformidad y
el respeto de las reglas. Hasta 1914, el número de federaciones fue muy
limitado (apenas 13). Lo que demuestra la escasa difusión del deporte en el
mundo en aquel momento. Después de 1918. su número ascendió a 21,
creándose las ocho nuevas federaciones entre 1924 y 1932 (Cf. tabla 1). Pero
estas creaciones se llevaron a cabo, muy a menudo, a espaldas o contra la
voluntad de los británicos. No es, por otro lado. chauvinismo, constatar que
muchas de ellas nacieron gracias a la iniciativa de los franceses. Fue el caso,
en particular, de la Federación Internacional de Gimnasia, creada gracias al
impulso de Charles Cazalet, presidente de la Unión des Sociétés de
Gymnastique de Francia; de la Federación Internacional de Esquí (FIS) ,
creada gracias a la iniciativa del Club Alpino Francés, o de la Federación
Internacional de Fútbol Amateur (FIFA). creada por Robert Guérin en 1904,

341
incluso en contra de la voluntad de Inglaterra. Podemos citar, además. el caso
de la esgrima y de la equitación. Todavía hoy en día, muchas federaciones
internacionales tienen su sede en Francia16.
• La creación de grandes competiciones internacionales con vocación
espectacular y fines propagandísticos. Mucha de ellas eran impulsadas por los
franceses y su creación fue tardía, excepción hecha, naturalmente, de los
Juegos Olímpicos modernos, renovados en 1892 por P. de Coubertin, y cuya
primera edición se celebró en Atenas en 1896. La Copa del Mundo de Fútbol,
creada por iniciativa de Jules Rimat en 1928, no se disputó hasta 1930 por
primera vez, en Uruguay17. Si bien es cierto que, en el fútbol, como en la
mayor parte de los deportes, la autonomía de una Copa del Mundo era el
resultado de un deseo manifiesto de escapar a la tutela excesivamente
exigente de los Juegos Olímpicos. Estos últimas sólo estaban reservados a
los «aficionados puros mientras que, en las Copas del Mundo, se permitían
encuentras entre amateurs y profesionales. No obstante, la mayor parte de los
Campeonatos del Mundo se crearon antes de 1939: patinaje (1896), tiro
(1897), tenis (1900), gimnasia (1903), y, después de la Primera Guerra
Mundial, esgrima, ciclismo (1921), bobsleigh y hockey sobre hielo (1924), el
tenis de mesa (1927), lucha (1929), fútbol (1930) y esquí (1937). Los
Campeonatos del Mundo de Natación y de Atletismo se crearon después de la
Segunda Guerra Mundial, y, durante mucho tiempo, fueron considerados
como inútiles a causa de los Juegos Olímpicos. Podemos recordar también las
grandes competiciones nacionales con participación internacional, cuya
iniciativa corresponde a los órganos de prensa como el Tour de Francia
(fundado en 1903, por Henri Desgrange y el periódico L'Auto) o el Giro de
Italia, fundado en 1909, a imitación del anterior, por la Gazetta delta sport.

Esta difusión internacional del deporte no desembocó, sin embargo, de modo


automático, en partidos entre selecciones nacionales, ya que los primeros fueron
organizados entre clubes. Y los clubes franceses tenían, evidentemente, prisa en

342
enfrentarse a sus maestros ingleses. Fue en Inglaterra donde tuvo lugar por primera
vez, en 1885, en Dulwich, un encuentro de fútbol-rugby entre el París F. C. y el Civil
Service. Los marinos ingleses jugaron contra los franceses en Bélgica en la misma
época. La revista Les Sports athlétiques del 5 de marzo de 1892 anunció el partido,
en el estadio Levallois, entre el Stade Francais y el Rosslyn Park Football Club de
Londres. Al año siguiente se enfrentaron, en Inglaterra, en un partido de fútbol-
rugby, el Civil Service Football Club y una selección de la USFSA. Ésta fue, según
creemos, la primera tentativa francesa de crear un equipo compuesto por jugadores
pertenecientes a difentes clubes y que los cronistas denominaron pomposamente
«equipo de Francia»18. Asistieron 6.000 personas al encuentro, siendo derrotados los
franceses por 2 a 0. En lo referente a los partidos con clubes alemanes, parece que
se iniciaron en 1900, con ocasión de la Exposición Universal: los equipos
universitarios de Heidelberg y de Frankfurt jugaron contra un club inglés (el Moseley
F. C.) Y contra un «equipo de Francia», en un torneo triangular.

Es, no obstante, un error pensar que los ingleses fueron los que iniciaron estas
competiciones. El ejemplo del ciclismo es, en este sentido, revelador: todas las
«grandes clásicas» nacieron por iniciativa de los franceses, los belgas o los italianos:
Burdeos- Paris y París-Brest-París en 1891, París-Bruselas en 1893, Lieja- Bastogne
-Lieja en 1894, París-Roubaix y París- Tours en 1896, Milán -San Remo en 1907.
Pero carecemos de datos más precisos sobre el proceso de institucionalización e
internacionalización de las grandes pruebas deportivas desde fines del siglo XIX.

PRIMEROS EQUIPOS NACIONALES Y PRIMEROS PARTIDOS


INTERNACIONALES

Organizar una selección nacional representativa no puede llevarse a cabo si


no hay un número suficiente de clubes y de asociaciones deportivas por
especialidades. Es, en todo caso, indispensable para que la práctica deportiva y el
espectáculo deportivo se conviertan en fenómenos de masas. Aquí también los
británicos tomaron la delantera. En el primer encuentro internacional se enfrentaron

343
los equipos de Inglaterra y Escocia un partido de rugby, el 27 de marzo de 1871,
después de una preselección de jugadores. Presenciaron el partido de dos a tres mil
personas. En 1877, le tocó a Irlanda enfrentarse a Inglaterra, y en 1881 el País de
Gales se enfrentó también a Inglaterra.

A partir de entonces ya se hizo habitual el enfrentamiento el equipo nacional


del país con selecciones extranjeras, para medir sus valores recíprocos. En rugby,
Francia se enfrentó a Canadá (perdiendo) el 23 de octubre de 1902, después a
Nueva Zelanda (los «All Blacks») el 1 de enero de 1906 ante 5000 espectadores.
Tres meses más tarde (el 23 de marzo de 1906) los ingleses vencieron a Francia en
su primer encuentro oficial Después, en 1907, Francia se enfrentó a África del Sur
antes de volver a Inglaterra, para jugar contra Irlanda, por primera vez en 1909. La
frecuencia de estos encuentros condujo a la creación del Torneo de las Cinco
Naciones, el 22 de enero de 1910 honor supremo para Francia que entró de pleno
derecho en la corte de los grandes. El primer partido de fútbol Francia-Bélgica no
tuvo lugar hasta 1906 (tabla 2). En cualquier caso, hasta 1900 no se
institucionalizaron los encuentros entre selecciones nacionales, si exceptuamos los
encuentros celebrados e los Juegos Olímpicos. En 1920, el Dr. Bellin de Coteau
constata fue en 1896, para los Juegos Olímpicos de Atenas, cuando se constituyó el
«primer equipo de Francia»19.

La internacionalización de los encuentros deportivos es, por lo tanto, un


fenómeno muy reciente, que sólo se remota a los primeros años del siglo XX. La
participación en los Juegos Olímpicos es un índice: 13 países participaron en 1893,
pero nunca llegaron a pasar de treinta hasta 1920 (en Amberes participaron 29
países). Fue en París, en 1924, cuando el olimpismo inició su despegue, siendo 44
los países participantes, y 49 en los Juegos de Berlín (tabla 3). El Comité Olímpico
Internacional, fundado en 1894, contaba con representantes de 35 nacionalidades en
192020, es decir, algo muy modesto.

344
Pero muchos otros factores pondrán aún trabas a la organización de partidos
o campeonatos, como por ejemplo los medios de transporte. El desarrollo de los
campeonatos, primero nacionales y más tarde internacionales, es tributario del
desarrollo de las vías de comunicación, en particular del ferrocarril21, Un ejemplo: la
distribución de los comités regionales de la Federación Francesa de los Deportes de
Remo se concibió en función del trazado del ferrocarril. La existencia de una estación
sería, durante mucho tiempo, la primera condición para que pudiesen desarrollarse
encuentros deportivos y un campeonato regional y nacional. Esto es lo que explica la
tardía creación de asociaciones deportivas en las zonas rurales aisladas. Del mismo
modo, la ausencia de instalaciones deportivas dificultó cruelmente (especialmente en
Francia) el desarrollo de las prácticas deportivas y del espectáculo deportivo. El
hecho de que el deporte se convierta en un fenómeno social cada vez más
importante se debe, en parte, al esfuerzo de ciertos municipios por dotarse de
estadios, piscinas y velódromos dignos de acoger a atletas y espectadores22. Pero
esta política no se iniciará realmente hasta 1925...

El desarrollo de las competiciones deportivas dependió mucho también (al


menos en los deportes mecánicos, tales como el ciclismo y el automovilismo, o en
los deportes con instrumentos, tales como el tenis) del interés demostrado por los
constructores, fabricantes y vendedores en cuanto a la explotación publicitaria y
comercial de la competición. Esto es, en todo caso, lo que constataba y fomentaba
un periódico como L' Auto, antes de la Primera Guerra Mundial. Asimismo, los
periódicos deportivos se lanzaron a una guerra sin cuartel, tanto en Francia como en
el extranjero, para asegurarse su propia promoción por medio de la organización de
encuentros, meetings o competiciones internacionales. El ejemplo del Tour de
Francia es evidentemente el más conocido, pero podríamos mencionar también las
competiciones de natación (las travesías de ciudades) que se multiplicaron, a
principios de ese siglo, en todas las grandes ciudades por iniciativa de los periódicos
locales23.

345
En resumen, en el estado actual de la investigación, es difícil identificar
claramente los factores que contribuyeron a la internacionalización del deporte y al
desarrollo de las competiciones internacionales. La historia del deporte está aún
relativamente limitada a las investigaciones locales, regionales y nacionales. Todavía
deben realizarse investigaciones comparadas a nivel internacional.

DEPORTE Y RELACIONES INTERNACIONALES: CRISIS DE JUVENTUD...

Las primeras crisis internacionales del deporte francés no tuvieron nada que
ver con la política... en ese 1 de enero de 1913 los espectadores del estadio de
Colombes no admitieron la derrota del equipo de Francia (21-3) contra Escocia y la
tomaron con el árbitro... la policía tuvo que cargar. El Internacional Board amonestó
al equipo de Francia, mientras que la Scottish Foot-ball Unión culpó a los jugadores y
a los dirigentes franceses, suspendiéndose, en consecuencia, las relaciones entre
ambos países. Los encuentros oficiales Francia-Escocia de rugby no se reanudaron
hasta 1920...

Pero las victorias en las competiciones internacionales todavía no eran objeto


de minuciosos análisis. A lo sumo, los cronistas veían en la supremacía de talo cual
nación, un testimonio de su vigor, de la eficacia de su sistema educativo o de la
racionalidad de los métodos de entrenamiento. Hizo falta la lucidez de Charles
Maurras para predecir, a partir de 1896, la utilización nacionalista y chauvinista de
«la Internacionales deporte».

Sin embargo, antes de 1914, al menos en Francia, el de deporte no se había


convertido todavía en el vehículo del nacionalismo24. Ciertamente La Marsellesa se
toca al inicio de cada encuentro de los equipos franceses; parece que la iniciativa
surgió en 1889, durante el concurso de ejercicios atléticos organizados durante la
Exposición Universal. Fue el 14 de junio en París, en el Nuevo Circo, durante una
demostración de gimnasia sueca ofrecida a Octavio Gréard por el conde de
Lowenhaupt, ministro sueco, cuando se tocó el himno nacional francés. El asunto

346
hubiese podido ocasionar un incidente diplomático... ¡pero los representantes de la
monarquía sueca estaban ausentes25.

Según M. Spivak, las primeras manifestaciones del nacionalismo deportivo


fueron contemporáneas de los Juegos Olímpicos de Estocolmo en 191226. Japón y
Rusia participaban por primera vez. Las mujeres, ya presentes en Londres en tenis27
tiro con arco y patinaje artístico, fueron invitadas esta vez a participar en los
concursos de natación y tenis. Pero estas «innovaciones» fueron, todo lo más, el
testimonio de la importancia del olimpismo y no pueden de ningún modo
considerarse como las responsables de la aparición de un nacionalismo deportivo.
No estamos realmente seguros de que Estocolmo inaugurase este nuevo período.
Esta interpretación era sólo cosa de los periodistas, siempre dispuestos a alertar a la
opinión pública. En esa fecha, en efecto, no parece que la derrota de Jean Bouin
influyera demasiado en los sentimientos chauvinistas o xenófobos. Incluso la idea
misma de que los próximos Juegos Olímpicos debían celebrarse en Berlín no
inquietaba demasiado a los intelectuales y a los deportistas, aunque algunos
periodistas se las ingeniasen para augurar las profecías más pesimistas28.

La prensa deportiva se mostraba incluso bastante satisfecha de la actuación


de los atletas franceses; según L. Maertens, los representantes franceses se
apuntaron a las pruebas nada más que con la esperanza de dar una buena imagen,
y si Francia consiguió el sexto puesto entre 28 países participantes (después de
América, Suecia, Inglaterra. Finlandia y Alemania), su única amargura era la de
haber quedado por detrás de Alemania29. El cronista se deja, sin duda, llevar por su
orgullo cuando constata: Cuando una nación, incluso si presume de practicar los
deportes atléticos, cuenta con cuatro hombres capaces de correr los 400 metros en
50 segundos, no cabe duda de que no está lejos de encontrarse entre las
mejores»30.

En estas circunstancias las voces discordantes si las hay, solo pueden


denunciar la parcialidad de los jueces suecos: «Para evitar toda sospecha de

347
parcialidad, los jueces olímpicos deberían ser internacionales y solamente debería
haber un delegado por nación»31.

Se puede reprochar al periodista su chauvinismo patriotero cuando afirma que


«el ver la bandera tricolor izarse y ondear por encima de la bandera alemana., fue un
momento de gran emoción», aludiendo a la medalla de oro de un jinete francés en
uno de los concursos hípicos32. Las tensiones políticas entre Francia y Alemania
despertaron algunos temores y ese mismo periodista apuntó la posibilidad de que los
atletas franceses no fuesen a Berlín en 1916..., lo que le hubiera dado a Francia
fuerza para poder reclamar una modificación de los reglamentos referidos a la
composición de los jurados...

Señalemos, por otro lado, que las tensiones franco-alemanas nacidas de la


guerra de 1870 no afectaron las relaciones deportivas entre ambos países.
Ciertamente no hubo ningún representante alemán en la Sorbona. En 1894, cuando
P. De Coubertin anunció su intención de restaurar los Juegos Olímpicos sin
embargo, los atletas alemanes sí estuvieron presentes en Atenas en 1896, durante la
primera edición de los Juegos. Al igual que también lo estuvieron después en París,
en San Luis y en Londres... Los miembros alemanes del COI intentaron incluso
conseguir la organización de los Juegos en 1908 y en 1912, y ello con el apoyo del
propio Kaiser33.

En realidad, antes de 1914, las grandes crisis políticas internacionales no


podían tener ninguna repercusión en los encuentros deportivos entre naciones,
debido al hecho mismo del escaso desarrollo del deporte y a la poca consideración
que de él se tenía, tanto en los países europeos como en el resto del mundo. En lo
que concierne a Francia, diversas razones fundamentales merecen, además, ser
aducidas:

• El hecho de que el Estado no mostrara ningún interés por el deporte


significaba que consideraba mucho más conveniente conceder las

348
subvenciones y el patrocinio a las sociedades gimnásticas, de tiro y de
preparación militar, pues el deporte no se veía todavía como un medio
eficaz de preparar a los hombres para la guerra34. Por consiguiente, el
deporte seguía perteneciendo al ámbito de la iniciativa privada y, en
este sentido, seguía estando bajo la tutela de las federaciones, que
aparte del caso particular de la gimnástica y el tiro, no mantenían
ninguna relación oficial con los poderes públicos. Por otro lado, esta
situación no era exclusiva de Francia, puesto que la encontramos
también en Italia, en Alemania y en España. Es además probable,
aunque habría primero que comprobarlo, que la comercialización y las
cuestiones económicas relacionadas con el deporte tengan mucho que
ver con esta situación, como lo testimonia la historia de los clubes
defutbol italianos y españoles o los de América del Sur35.

• El deporte no se ha llegado a convertir todavía en un fenómeno social y


político de gran envergadura. Las grandes competiciones no movilizan
aún a las masas, contrariamente a lo que puede observarse, por
ejemplo, en Inglaterra. Francia no disponía de grandes estadios con
capacidad para decenas de miles de espectadores, como era el caso
de Inglaterra donde, durante los campeonatos de fútbol, que se
empezaron a celebrar 1893, acudían para algunos partidos, a partir de
1900, más de 100.000 espectadores. R. Holt puntualiza que, durante la
temporada 1905-1906, más de seis millones de espectadores asistieron
a los partidos de fútbol del campeonato profesional36.

• La renovación de los Juegos Olímpicos se justificó inicialmente como


un medio de acercamiento de los pueblos y de las naciones. Por esta
razón, su organización se concedía a las ciudades y no a los Estados o
a los gobiernos. Perol el mensaje de P. de Coubertin no fue en absoluto
entendido. Las participaciones nacionales en los diferentes Juegos
Olímpicos, a partir de 1896, demostraron una vez más que pocos

349
países contaban con un número suficiente de atletas y, sobre todo, que
la propia concepción de encuentros deportivos intencionales todavía no
había logrado entrar en su mentalidad. Si bien P. de Coubertin se erigió
en gran defensor del pacifismo y del internacionalismo deportivo, la
gran conflagración de 1914 iba a poner fin a su utopía.

La multiplicación e institucionalización de las competiciones deportivas


internacionales fueron las que favorecieron la toma de conciencia, por parte de los
Estados, del extraordinario alcance social, cultural, económico y política del deporte.
Este fenómeno no adquirió una importancia real hasta después de 1918 ¿Acaso
depende mucho más del advenimiento de los regímenes autoritarios, consecuencia
de los cambios geopolíticos de la Primera Guerra Mundial, que de la popularización
del propio deporte? En todo caso, los periodistas no se preocuparían hasta después
de 1925 de contabilizar minuciosamente las victorias y las medallas de cada país,
para empezar a hacer comparaciones sobre las virtudes de las políticas deportivas
nacionales. A partir de entonces, no serán ya los escandinavos, los ingleses o los
americanos los modelos de la vitalidad de los pueblos, sino Italia y después
Alemania, los países para quienes el deporte se convierta en el escaparate de su
régimen político.

¿Profecías...?

Charles Maurras, «Le Voyage d' Athenes: le stade panathénique» (en La


Gazette de France, 19 de abril de 1896):

Acudamos a estos «Juegos Olímpicos restaurados», que se celebran por


primera vez en Atenas [...] Y que se desarrollarán, de ahora en adelante, cada cuatro
años, en una de las capitales de Europa. Cuando, por primera vez, se hizo pública
esta idea, he de confesar que la censuré con todas mis fuerzas. Este nuevo
planteamiento, ese carácter internacional del deporte, no me agradaba.

350
Veía en él la profanación de un hermoso nombre, veía en él un anacronismo;
las olimpiadas griegas eran posibles cuando existía una Grecia. Y, hoy día,
verdaderamente, ya no existe una Europa: ¿cómo podemos, entonces, pensar en
olimpiadas europeas?

En fin, a mi entender, correríamos el riesgo de que esta mezcla de pueblos


nos llevara, en lugar de hacia una diferenciación inteligente y racional de las
naciones modernas, más bien hacia los peores desórdenes universales. Ahora bien,
¿quién se puede beneficiar de esta universalidad? El pueblo que menos se haya
mezclado, la raza más nacionalista, quiero decir, los anglosajones. La era que se
inicia después de Atenas sólo aportará un nuevo elemento de vitalidad y prosperidad
a nuestros eternos enemigos. El vocabulario del deporte contribuirá entonces, a
propagar una lengua que ha invadido ya todo el planeta.

[...] Mis primeras razones no carecían de fundamento. Pero eran incompletas,


pues no había tenido en cuenta dos importantes circunstancias. En lo que se refiere
al carácter cosmopolita y universal, entiendo que nada había que temer por esta
parte, pues cuando varias razas distintas conviven y necesariamente se frecuentan,
en lugar de unirse a través de lazos de simpatía, cuando más se conocen, más se
detestan y más se enfrentan [...] En cuanto al predominio anglosajón, había llegado a
olvidar que su fuerza se debe a que supo progresar con sabia lentitud, con misterio
con un silencio profundamente mantenido: sus avances no fueron, como los de los
prusianos, de fulminante celeridad...

(C. Maurras continúa evocando el éxito de los atletas griegos alegría popular
que suscitan entre la población.)

Conozco bien a ese pueblo; lo he visto en las arenas de Arlés y en las


Naumaquias de Martigue. [...] No me hace sonreír esta gran manifestación de alegría
popular, ni tampoco me asombra; simplemente, observo su carácter profundamente
nacional. Causa tristeza que el heleno, saltando con pértiga falle el salto, o no logre,

351
en su ejercicio en las anillas, un perfecto movimiento; y sólo se frunce el ceño
cuando un alemán o un americano demuestra tener mayor habilidad y le sale todo
mejor. Tales sentimientos nada tienen que ver con lo que es justo. Se admira lo que
es digno de admiración; no obstante uno lo hace de mejor o peor grado en función de
la consideración personal que encierre la circunstancia [...]. Lejos de sofocar las
pasiones patrióticas, este falso carácter universal del estadio no hace más que
exasperarlas. No tengo ninguna intención de quejarme de ello.

[...] Como vemos, las patrias aún no están destruidas. Tampoco la guerra ha
muerto. Antaño, los pueblos se relacionaban a través de sus embajadores. Eran
gentes de gran solemnidad, ponderadas mesuradas, lentas y llenas de prudencia [...]
Hoy en día, los pueblos se relacionan directamente, se injurian de viva voz y se
enfrentan cuerpo a cuerpo. Lo que, en su día, sirvió para aproximarles, no servirá
hoy nada más que para hacer más fáciles los incidentes internacionales. Los
Bismarck venideros todavía tienen futuro.

352
Tabla 1
Creación de las federaciones francesas
y de las federaciones internacionales
(Por año y deporte)

Federación Francesa Federación Internacional

Año Deporte Año


1873 Gimnasia 1881
1881 Ciclismo 1900
1882 Esgrima 1913
1886 Tiro 1887
1890 Remo 1892
1899 Natación 1908
1899 Tiro con arco 1931
1901 Hockey hierba 1924
1903 Boxeo 1946
1912 Yachting 1907
1913 Lucha 1912
1914 Halterofilia 1920
1919 Fúltbol 1904
1920 Rugby 1954
1920 Patinaje 1892
1920 Bobsleigh 1908
1920 Hockey hielo 1908
1920 Atletismo 1912
1920 Tenis 1948
1921 Equitación 1921
1924 Esquí 1924
1927 Tenis de mesa 1924
1931 Piraguismo 1924
1932 Baloncesto 1932
1936 Voleibol 1947

353
Tabla 2
Primeras selecciones nacionales que se enfrentaron con equipos
franceses en partidos oficiales
(Por año y deporte)

Fechas Naciones Deporte


1893 Primer campeonato de Europa Remo
1902 Canadá Rugby
1906 Bélgica Fútbol
1906 Inglaterra Rugby
1906 Nueva Zelanda Rugby
1907 África del sur Rugby
1908 País de Gales Rugby
1909 Irlanda Rugby
1910 Escocia Rugby
1910 Creación del Torneo de las Cinco Naciones Rugby
1912 Bélgica Atletismo
1919 Bélgica Atletismo
1920 Inglaterra Fútbol
1920 Bélgica Natación
1920 Inglaterra Fútbol
1921 Irlanda Fútbol
1921 Inglaterra Atletismo
1921 Suiza Atletismo
1921 Suecia Atletismo
1921 Italia Fútbol
1921 Bélgica Fútbol
1921 Holanda Fútbol
1922 España Fútbol
1922 Noruega Fútbol
1922 Finlandia Atletismo
1923 Suiza Fútbol
1924 Rumania rugby
1925 Brasil Fútbol
1925 Uruguay Fútbol
1925 Austria Fútbol
1926 Portugal Fútbol

354
Fechas Naciones Deporte
1927 Alemania Rugby
1928 Checoslovaquia Fútbol
1928 Italia Atletismo
1930 Escocia Fútbol
1930 Hungría Atletismo
1931 Alemania Fútbol
1936 Japón Atletismo
1937 Italia Rugby
1938 Polonia Atletismo
1939 Polonia Fútbol
1939 Holanda Atletismo

Nota: No son tomados en consideración aquí los juegos Olímpicos ni los encuentros
internacionales entre clubes o federaciones deportivas no oficiales.

TABLA 3
LOS JUEGOS OLÍMPICOS
(1896 – 1936)

Años Lugar
Numero de Numero de
países Atletas
1896 Atenas 13 295
1900 París 20 1.077
1904 San Luis 11 554
1908 Londres 22 2.034
1912 Estocolmo 28 2.504
1916 Berlín No Celebrados
1920 Amberes 29 2.591
París 44 3.075
1924
Chamonix 16 293
Ámsterdam 46 3.292
1928
St. Moritz 25 363
Los Angeles 38 1.429
1932
Lake Placid 17 300
Berlín 49 4.793
1936
Garmish Partenkirchen 28 756

355
NOTAS.

1
WAHL, A.; Les Archives du football, Paris Gallimard, 1963.
2
DURING, B. ; Des jeux aux sports, reperes et documents en historie des activites
physiques , Paris, Vigot, 1984.
3
Vease el articulo de RADFORD, P, F.; Women`s foot – races in the 18th and 19th
centuries : a popular and wides pread practice, en Canadian journal of History of
Sports Vol. XXV, nº 1, mayo,1994.
4
MARKOVITS, A.S. Pourquoui n’y a-t-il pas de football aux Etats Unis ?, en
Vingtieme siecle, revue d’histoire, abril – junio, 1990, p 23.
5
En la revista Tous les sports (1897 – 1917) nº 44, 27 de agosto de 1897, Sport et
colonisation (sin firma). Esta revista sigue a Les sports athletiques, Boletin de la
USFSA.
6
DION (padre) Influence morale des sports athletiques, discurso pronunciadoen el
congreso Atlético en Le Havre, el 29 de julio de 1897, Paris, 1897.
7
HOLT, R.; Sport and the british, a modern history, Oxford, Clarendon Press, 1989.
Vease igualmente MANGAN, J. A.; Athleticism in the Victorian and Ewardian Public
Schoo, Cambrige, 1981.
8
BOURDONG , G ., G., La Renaissance athetique en Encyclopedie des sports, tomo
1 Paris, librarie de France, 1924.
9
No existe ningun estudio de conjunto sobre estos temas. Puede encontrase alguna
información dispersa en la revista Internacional Journal of Sport , Londres, frank
cass , editada por J. A. Mangan, o en DUNNING, E. G.; The Sports Process, a
comparative and developmental approch, Champaign, Human Kinetics Publishers,
1963.
10
En Richmond, el 13 de febrero de 1983 contra el Civil Service; después en
Blackheath, el 14 de febrero de 1983, contra el Park House F. C. Recordemos que
el Blackheath F. C. Es el decano de los clubes de fútbol Rugby Ingles, ya que fue
creado en 1958 por alumnos de liceo.
11
Les Sports athetiques, n º 94,16 de enero de 1892, En 1981 son ocho los equipos
participantes y 13 en 1892. Pero en la revista n º 197 del 6 de enero de 1894, se

356
señala que, para el campeonato de 1894 solamente están inscritos 11 equipos y
todos son de Paris, Esto significa que el fútbol no tiene todavía ninguna
repercusión en los centros escolares de provincias.
12
La reúne athletique, n º 6, 25 de junio de 1980.
13
Les sports athletiques, n º 357 del 31 de enero 1897.
14
Les sports athletiques, n º 100, del 27 de febrero de 1982, y n, º 101,5 de
marzo de 1892.
15
Les sports athletiques, n, º 238,20de octubre de 1894.
16
Cf BEN LARBI, M. y LEBLAN, P. Las federaciones deportivas internacionales:
centros de decisión y estrategias de poder en Mappemonde, n º 2 – 1989,
Montpellier. También hemos realizado los cálculos a partir del dossier presentado
por la Association Generale des Federations Internacionales de sports (AGFIS): la
cual agrupada, en 1990, a 57 federaciones internacionales, de las que ocho eran
presididas por un francés o tenían su cede en Francia.
17
Cf. WAHL, A. Les archives du football, Paris, Gallimard, 1993; así mismo
VIGARELLO, G. Les premieres coupes du monde ou l’intallation du sport
moderne, en Vingtiéme siécle, reune d’Histoire, abril – junio 1990, Jules Ritmet es
entonces presidente de la federacion Internacional de futbol. Por otra parte, se
observara que esta creación tiene lugar durante el desarrollo de los juegos
Olímpicos de Ámsterdam, cando el fútbol figura por segunda vez entre las
pruebas olímpicas.
18
Les sports Athletiques, n º 151, 18 de febrero de 1893. La foto de aquel equipo
de Francia aparece en el n º 153 del 4 de marzo de 1893.
19
La vie au granda ir., 20 de enero de 1920, artículo sobre la preparación
olímpica.
20
Carta de Pierrede Coubertin, del 15 de noviembre de 1920, al presidente de la
Sociedad de Naciones, Paul Hymans, Archivos de la SDN, Palacio de las
Naciones.
21
Cf. En este punto, ARNAUD, P Sport et transport, en la revista Science et
motricite, Paris, n º 4, 1987.

357
22
Cf. Revista Spirales, n. 5 Les politiques municipales d’equipements sportifs, XIXº
et XX siecles. Centre de Recherche et d’Innovation sur le sport, Universitè de
Lyon 1 1993.
23
Aproximacion a estos temas en : ARNAUD, P., Une Histoire du sport, Paris, la
documentación francaise, 1995 TERRET. T. Naissance et difusión de la natation
sportive, Paris, I Harmattan, 1994, PIVATO, S , Les Enjeux du sport, Paris,
Firenze, castermen, Giunti, 1994.
24
ANDRAUD, P. Sport et nationalismes en la revista Sport Histoire, reune
internationale d’histoire des jeux et du sport, toulouse, Privat, nº 4, 1989 ; o
tambien en su version inglesa, ARNAUD, P, Dividing and Uniting, sports societies
and nationalism 1870 – 1914 en TOMBS, R., Nationbood and nationalism, from
Boulangism to the great wa, Londress, Harper Collins Academic, 1991.
25
Episodio relato por Pierre de Coubertin. Une campagne de vingt et un ans
(1987 – 1908), Paris, 1909, p costumbre de que una banda militar toque la
Marsellesa se dede a la iniciativa de las sociedades de gimnasia.
26
SPIVAK M. Education physique, sport et nationalisme en france, du second
Empire au front populaire : un aspect original de la defense nationale, tesis de
Estado, Universidad Paris I – Sorbona, 1983.
27
Cf. HACHE , F., Jeux Olympiques, la flamme de I’exploit, Paris, Gallimard,
Decouvertes, 1992.
28
Cf THIBAULT, Sport et education physique, Paris, Vrin 1993, y PIERREFEU, J
de paterne ou I’ennemi du sport, Paris, Ferenczi, 1927. Cf. Igualmente,
ARNAUD ; P., Diviser et unir : societes sportives et nationalismes en France.
En Reune sport- Histoire, n º 1989, Touloose, privat.
29
L’ Auto. Después de los juegos Olímpicos de Estocolmo, 20 de junio de 1912.
30
Ibíd. El equipo de relevos fraces obtiene el segundo puesto detrás de América,
pero delante de Alemania.
31
L’ Auto, 22 de julio de 1912. Articulo de Paul Champ.
32
Ibid. Las banderas nacionales de los vencedores olímpicos son izadas y, por
primera vez, suenan los himnos nacionales de los juegos Olímpicos de los
Ángeles en 1932.

358
33
Para mas detalles, Cf. HACHE, F., Jeux olympiques…. op. Cit., p. 52 y ss.
34
sobre este tema vease SPIVAK, M., Education physique….. op. Cit.
35
Cf. Los informes Le football et ses publics. Publicados por el Instituto
Universitario Europeo de Florencia, por iniciativa de Pierre Lanfranchi, 1990.
36
Cf. FISHWICK, N., 1910 – 1950 , Manchester – Nueva York , manchester
University Press, 1990 y MASON, T., Association Football and English Society,
1863 – 1915, Brighton, Harvester, 1980.

359
CAPITULO VIII

360
EL ENSAYO.
Selección de Textos.
www.biblion.bib.via.mx/didactica/fensayo.htm
Pág. 361- 389

361
A continuación se presenta como material de apoyo para los
estudiantes, diversas estrategias de estudio para el alumno, las
cuales le servirán en el transcurso de la materia, con la finalidad
que presente sus lecturas elaboradas en diversas modalidades.

EL ENSAYO.

Definición

El ensayo refleja lo amado y lo odiado.


Charles
Baudelaire

Ensayar significa comprobar, por medio de este género el autor comprueba lo


que piensa y lo manifiesta de manera informal, a modo de una conversación escrita
entre él y el lector, con la complicidad de la pluma y el papel.

El ensayo es una construcción abierta, se caracteriza porque se apoya en el


punto de vista de quien escribe; implica la responsabilidad de exponer las propias
ideas y opiniones y respaldarlas con el compromiso de la firma personal.

Es un género subjetivo, incluso puede ser parcial; por lo general, el propósito


del autor será el de persuadir al lector.

Es una forma libre, se rebela contra todas las reglas, en él caben las dudas,
los comentarios e incluso las anécdotas y experiencias de quien lo elabora.

362
En el ensayo el autor no se propone agotar el tema que trata, sino exponer su
pensamiento; es una reflexión.

El autor escribe de algo tan familiar para él que es ya parte suya.

Todas estas alternativas engloba el ensayo, pero además el ensayo te exige


rigor.

Ejemplo: Qué es un ensayo

Si tu profesor te solicita que escribas un trabajo sobre los valores éticos y la


impartición de justicia, te está pidiendo que realices una investigación sobre este
tema porque es muy probable que no estés familiarizado con los contenidos del
Derecho, pero si te solicita que escribas sobre los niños payasitos que actúan en las
calles de nuestras ciudades, frente a los automóviles durante los altos, entonces es
muy probable que te esté solicitando que escribas un ensayo; porque
desgraciadamente, como mexicanos, estamos muy familiarizados con estas
experiencias.

El ensayo requiere de tu propia experiencia.

Al escribir sobre los niños payasitos, seguramente podrás exponer tu propia


opinión sobre estos niños, tendrás la libertad de escribir a favor o en contra,
expresando que son las víctimas de una sociedad y de un Estado injustos o podrás
decir que se arriesgan a cientos de peligros en un cometido poco digno con tal de no
trabajar. Quizá quieras narrar alguna anécdota sucedida mientras representaban su
breve acto; incluso podrás exponer tus sentimientos y escribir que no comprendes
por qué, pero al verlos se te hace un nudo en la garganta y, sin embargo, no sabes

363
en qué forma puedes ayudar a resolver los problemas de los derechos más
inminentes del ser humano en nuestro país.

Todas estas alternativas caben en el ensayo, pero además el ensayo te exige


rigor.

El ensayo exige rigor:

1. Escribir bien.

2. Sustentar la validez de tu opinión:

2.1 Confrontar tu texto con otros textos sobre el mismo tema.

2.2 Aportar un análisis que requiere de la fundamentación de una hipótesis central.

3. Sea cual fuera tu opinión, por ejemplo, los niños de las calles, tendrás que explicar
las causas que motivaron la aparición de estos niños en las calles.

3.1 Por lo tanto tendrás que realizar una investigación, de recopilación de datos y de
conjunción de opiniones.

Ensayo, véase un ejemplo

Se sugiere que encuentres un buen ensayo como modelo y lo analices, es


más fácil comprender los criterios en que se basa a través de un ejemplo que en
forma abstracta.

364
Te proponemos que leas, por ejemplo, un excelente ensayo muy breve,
"Antología del pan", escrito por Salvador Novo, uno de los ensayistas más
importantes de la literatura mexicana. Por su calidad este ensayo es literario.

Uno de los mejores ensayistas mexicanos fue Octavio Paz, la mayoría de sus
libros son ensayos, uno de los más conocidos es El laberinto de la soledad, el libro
entero es un ensayo dividido en varios ensayos, cada uno de los capítulos son
ensayos, como por ejemplo, "El pachuco y otros extremos". Notarás la magnífica
prosa y la gran erudición de su autor, para escribir sobre los temas que trata utiliza
su propia experiencia, cultura y seguramente investiga para respaldar su hipótesis
central, que en el caso del ensayo es la opinión del autor, su punto de vista subjetivo,
pero no por eso menos documentado.

Los ensayos, por lo general, son literarios debido a que su principal objetivo es
que el autor exprese su opinión sobre un determinado tema, y las otras disciplinas,
incluso en las de ciencias sociales, como la Historia, se exigen objetividad, es decir,
que la hipótesis central se sustente con hechos y no con opiniones.

Tú puedes escribir un ensayo sobre cualquier tema y disciplina siempre y


cuando cumplas con los criterios que requiere.

Para elaborar correctamente tu trabajo escrito utiliza la mayoría de tus


habilidades de razonamiento. Aplica las estrategias del pensamiento crítico toma en
cuenta que el proceso de pensar no es lineal, a veces podrás sentirte confundido,
pero hazte preguntas que te guíen para elaborar correctamente un trabajo escrito,
aunque este proceso no se evidencie en el producto final.

En otras palabras, para escribir un ensayo tendrás que responderte a tí mismo


algunas preguntas relacionadas con el pensamiento crítico, estas preguntas no
aparecerán en el ensayo, pero es posible que sí aparezcan varias de tus respuestas.

365
EL ARTÍCULO.
Selección de Textos.
www.biblion.bib.via.mx/didactica/farticulo.htm

366
EL ARTÍCULO

Definición

Se trata de un escrito, que con frecuencia se utiliza en el aula, pero que rara
vez es solicitado por su nombre, suele confundirse con el ensayo, por esta razón si tu
profesor te pide un trabajo en el que no debas de aportar tu propio punto de vista y
en cambio necesites sustentar una tesis, sabrás que te está pidiendo que escribas un
artículo.

El artículo trata un sólo tema y expresa una opinión que debe de ser
fundamentada.

El propósito de quien lo escribe es de informar y de persuadir, tratando de


convencer al lector de que su propuesta es correcta.

Sugerencias para elaborar un artículo:

1. Estructúralo:
• Planteamiento = introducción: presentación del tema y de los datos indispensables
para su comprensión.
• Argumentación =desarrollo: fundamentación de la tesis por medio de hipótesis
secundarias y los argumentos que las desarrollan.
• Cierre = conclusión síntesis de la fundamentación y llegar a una conclusión.

2. Sitúa el contexto:
• El lugar histórico, geográfico, económico, político, social.

367
• Las circunstancias generales en que se desarrolla.

3. Realiza una breve investigación:


• Busca otros textos que traten el mismo tema: libros, artículos, ensayos, capítulos de
libros.
• Examina la información pertinente.

4. Toma en cuenta las siguientes pautas:


• Utiliza el menor número de tecnicismos.
• Explica los elementos básicos del problema.
• Aunque tengas una amplia información, escríbelo en forma autónoma, solamente
de una parte de la información, después podrás escribir otros artículos sobre el
mismo tema en los que utilices los otros aspectos de la información.

Aborda aspectos parciales del tema.

No intentes abarcar el tema por completo.

Ejemplo:

Se sugiere que encuentres un buen artículo como modelo y (o analices, es


más fácil comprender los criterios en que se basa a través de un ejemplo que en
forma abstracta.

La revista CONACYT solía publicar excelentes artículos científicos.


Seguramente la encontrarás en la biblioteca.

Consulta periódicos como La jornada, Milenio, El financiero, habitualmente


publican excelentes artículos sobre diferentes temas.

368
Comprueba cómo se elabora un artículo

Estructura:
• Planteamiento = introducción:

Por lo general, abarca los primeros tres párrafos del texto.


• Argumentación = desarrollo;

Marca (a sección a la que corresponde.


• Cierre = conclusión;

Por lo general, abarca los últimos dos párrafos del texto.

El contexto:

Por (o general, está referido en los primeros tres párrafos del texto.

Investigación:

Marca la sección a la que corresponde.

Pautas:
• Observa que se utiliza el menor número de tecnicismos.
• Observa cómo se explican los elementos básicos del problema.
• El artículo está escrito en forma autónoma, aunque es probable que los autores
más tarde escriban diversos artículos como continuación del tema de su
investigación.
• Observa cómo aborda aspectos parciales del tema y no intenta agotarlo.
• Observa que no abarca el tema por completo sino cómo lo limita.

369
MAPA CONCEPTUAL.
Selección de Textos.
http://www.didacticahistoria.com/didacticos/did09.htm

370
MAPAS CONCEPTUALES.

Metodología de los Mapas Conceptuales

1. ¿Qué son los mapas conceptuales?

Los mapas conceptuales, son una técnica que cada día se utiliza más en los
diferentes niveles educativos, desde preescolar hasta la Universidad, en informes
hasta en tesis de investigación, utilizados como técnica de estudio hasta herramienta
para el aprendizaje, ya que permite al docente ir construyendo con sus alumnos y
explorar en estos los conocimientos previos y al alumno organizar, interrelacionar y
fijar el conocimiento del contenido estudiado. El ejercicio de elaboración de mapas
conceptuales fomenta la reflexión, el análisis y la creatividad.
Con relación a lo antes expuesto, del Castillo y Olivares Barberán, expresan que "el
mapa conceptual aparece como una herramienta de asociación, interrelación,
discriminación, descripción y ejemplificación de contenidos, con un alto poder de
visualización". (2001,p.1) Los autores señalados exponen que los mapas no deben
ser principio y fin de un contenido, siendo necesario seguir "adelante con la unidad
didáctica programada, clases expositivas, ejercicios-tipo, resolución de problemas,
tareas grupales... etc.", lo que nos permite inferir que es una técnica que si la usamos
desvinculada de otras puede limitar el aprendizaje significativo, viéndolo desde una
perspectiva global del conocimiento y considerando la conveniencia de usar en el
aula diversos recursos y estrategias dirigidas a dinamizar y obtener la atención del
alumno; es por eso que la recomendamos como parte de un proceso donde deben
incluirse otras técnicas como el resumen argumentativo, el análisis critico reflexivo, la
exposición, análisis de conceptos, discusiones grupales...(ver TECLAS )

2. Elementos que componen los mapas conceptuales:

371
Concepto:
Un concepto es un evento o un objeto que con regularidad se denomina con
un nombre o etiqueta (Novak y Gowin, 1988) Por ejemplo, agua, casa silla, lluvia.
El concepto, puede ser considerado como aquella palabra que se emplea para
designar cierta imagen de un objeto o de un acontecimiento que se produce en la
mente del individuo. (Segovia, 2001). Existen conceptos que nos definen elementos
concretos (casa, escritorio) y otros que definen nociones abstractas, que no podemos
tocar pero que existen en la realidad (Democracia, Estado)
Palabras de enlace: Son las preposiciones, las conjunciones, el adverbio y en
general todas las palabras que no sean concepto y que se utilizan para relacionar
estos y así armar una "proposición" Ej. : para, por, donde, como, entre otras. Las
palabras enlace permiten, junto con los conceptos, construir frases u oraciones con
significado lógico y hallar la conexión entre conceptos. Proposición: Una proposición
es dos o más conceptos ligados por palabras enlace en una unidad semántica.
Líneas y Flechas de Enlace: En los mapas conceptuales convencionalmente, no se
utilizan las flechas porque la relación entre conceptos esta especificada por las
palabras de enlace, se utilizan las líneas para unir los conceptos...
Las Flechas: Novak y Gowin reservan el uso de flechas "... solo en el caso de que la
relación de que se trate no sea de subordinación entre conceptos", por lo tanto, se
pueden utilizan para representar una relación cruzada, entre los conceptos de una
sección del mapa y los de otra parte del "árbol" conceptual... La flecha nos indica que
no existe una relación de subordinación. Por ejemplo: agua, suelo, fruta.
Conexiones Cruzadas: Cuando se establece entre dos conceptos ubicados en
diferentes segmentos del mapa conceptual, una relación significativa.

Las conexiones cruzadas muestran relaciones entre dos segmentos distintos


de la jerarquía conceptual que se integran en un solo conocimiento. La
representación grafica en el mapa para señalar la existencia de una conexión
cruzada es a través de una flecha.

372
Cómo se representan los mapas conceptuales: El mapa conceptual es un
entramado de líneas que se unen en distintos puntos, utilizando fundamentalmente
dos elementos gráficos:

3. La elipse u ovalo

Los conceptos se colocan dentro de la elipse y las palabras enlace se escriben


sobre o junto a la línea que une los conceptos. Muchos autores están empleando
algunos símbolos para incluir, además de los conceptos y proposiciones, otra
información como: actividades, comentarios, dudas, teorías... En la representación
visual, adoptan formas y eventualmente colores distintos para cada uno.

Los mapas conceptuales permiten al estudiante:

• Facilita la organización lógica y estructurada de los contenidos de aprendizaje,


ya que son útiles para seleccionar, extraer y separar la información
significativa o importante de la información superficial
• Interpretar, comprender e inferir de la lectura realizada
• Integrar la información en un todo, estableciendo relaciones de subordinación
e interrelación
• Desarrollar ideas y conceptos a través de un aprendizaje interrelacionado,
pudiendo precisar si un concepto es en si válido e importante y si hacen falta
enlaces; Lo cual le permite determinar la necesidad de investigar y profundizar
en el contenido Ej. Al realizar el mapa conceptual de Estado, puede inquirir
sobre conceptos como Poder. Democracia, Dictadura....
• Insertar nuevos conceptos en la propia estructura de conocimiento.
• Organizar el pensamiento
• Expresar el propio conocimiento actual acerca de un tópico
• Organizar el material de estudio.
• Al utilizarse imágenes y colores, la fijación en la memoria es mucho mayor,
dada la capacidad del hombre de recordar imágenes.

373
Lo expuesto permite afirmar que un mapa conceptual es:
Un resumen esquemático que representa un conjunto de significados conceptuales
incluidos en una estructura de proposiciones". (Joseph D. Novak)
Un Resumen: ya que contiene las ideas más importantes de un mensaje, tema o
texto.
Un Esquema: dado que es una representación Grafica, se simboliza
fundamentalmente con modelos simples (líneas y óvalos) y pocas palabras
(conceptos y palabras enlace), Dibujos, colores, líneas, flechas (conexiones
cruzadas)
Una Estructura: se refiere a la ubicación y organización de las distintas partes de un
todo. En un mapa conceptual los conceptos más importantes o generales se ubican
arriba, desprendiéndose hacia abajo los de menor jerarquía. Todos son unidos con
líneas y se encuentran dentro de óvalos.
Conjunto de significados: dado que se representan ideas conectadas y con sentido,
enunciadas a través de proposiciones y/o conceptos (frases)

Características de un Mapa Conceptual.

• Los MAPAS CONCEPTUALES deben ser simples, y mostrar claramente las


relaciones entre conceptos y/o proposiciones.
• Van de lo general a lo específico, las ideas más generales o inclusivas,
ocupan el ápice o parte superior de la estructura y las más específicas y los
ejemplos la parte inferior. Aún cuando muchos autores abogan porque estos
no tienen que ser necesariamente simétricos.
• Deben ser vistosos, mientras más visual se haga el mapa, la cantidad de
materia que se logra memorizar aumenta y se acrecienta la duración de esa
memorización, ya que se desarrolla la percepción, beneficiando con la
actividad de visualización a estudiantes con problemas de la atención.
• Los conceptos, que nunca se repiten, van dentro de óvalos y la palabras
enlace se ubican cerca de las líneas de relación.

374
• Es conveniente escribir los conceptos con letra mayúscula y las palabras de
enlace en minúscula, pudiendo ser distintas a las utilizadas en el texto,
siempre y cuando se mantenga el significado de la proposición.
• Para las palabras enlace se pueden utilizar verbos, preposiciones,
conjunciones, u otro tipo de nexo conceptual, las palabras enlace le dan
sentido al mapa hasta para personas que no conozcan mucho del tema.
• Si la idea principal puede ser dividida en dos o más conceptos iguales estos
conceptos deben ir en la misma línea o altura.
• Un mapa conceptual es una forma breve de representar información.

Los errores en los mapas se generan si las relaciones entre los conceptos son
incorrectas. Es fundamental considerar que en la construcción del mapa conceptual,
lo importante son las relaciones que se establezcan entre los conceptos a través de
las palabras-enlace que permitan configuran un "valor de verdad" sobre el tema
estudiado, es decir si estamos construyendo un mapa conceptual sobre el "Poder
Político" la estructura y relaciones de este deben llevar a representar este concepto y
no otro. Para elaborar mapas conceptuales se requiere dominar la información y los
conocimientos (conceptos) con los que se va a trabajar, lo que quiere indicar que si
no tenemos conocimientos previos por ejemplo sobre energía nuclear mal podríamos
intentar hacer un mapa sobre el tema, y de atrevernos a hacerlo pueden generarse
las siguientes fallas en su construcción:

• Que sea una representación gráfica arbitraria, ilógica, producto del azar y sin
una estructuración pertinente
• Que solo sean secuencias lineales de acontecimientos, donde no se evidencie
la relación de lo más general a lo específico
• Que las relaciones entre conceptos sean confusas e impidan encontrarle
sentido y orden lógico al mapa conceptual.
• Que los conceptos estén aislados, o lo que es lo mismo que no se de la
interrelación entre ellos.

¿Como hacer un mapa conceptual?

375
1. – En la medida que se lea debe identificarse las ideas o conceptos principales
e ideas secundarias y se elabora con ellos una lista.

2. - Esa lista representa como los conceptos aparecen en la lectura, pero no


como están conectadas las ideas, ni el orden de inclusión y derivado que llevan
en el mapa. Hay que recordar que un autor puede tomar una idea y expresarla
de diversas maneras en su discurso, para aclarar o enfatizar algunos aspectos y
en el mapa no se repetirán conceptos ni necesariamente debe seguirse el orden
de aparición que tienen en la lectura.

3: - Seleccionar los conceptos que se derivan unos de otros.

4. - Seleccionar los conceptos que no se derivan uno del otro pero que tienen
una relación cruzada

5.- Si se consiguen dos o más conceptos que tengan el mismo peso o


importancia, estos conceptos deben ir en la misma línea o altura, es decir al
mismo nivel y luego se relacionan con las ideas principales.

6. - Utilizar líneas que conecten los conceptos, y escribir sobre cada línea una
palabra o enunciado (palabra enlace) que aclare porque los conceptos están
conectados entre sí.

7. _ Ubicar las imágenes que complementen o le dan mayor significados a los


conceptos o proposiciones

8. -. Diseñar ejemplos que permitan concretar las proposiciones y /o conceptos

9- Seleccionar colores, que establezcan diferencias entre los conceptos que se


derivan unos de otros y los relacionados ( conexiones cruzadas)

10. - Seleccionar las figuras (óvalos, rectángulos, círculos, nubes) de acuerdo a


la información a manejar.

11. - El siguiente paso será construir el mapa, ordenando los conceptos en


correspondencia al conocimiento organizado y con una secuencia instruccional.

376
Los conceptos deben ir representados desde el más general al más especifico en
orden descendente y utilizando las líneas cruzadas para los conceptos o
proposiciones interrelacionadas.

EJEMPLOS.

377
4. Bibliografía

De La Cruz Rodríguez. Arcadio, consultar en: acruz@campus.cem.itesm.mx


José Maria del Castillo-Olivares Barberán. Mapas Conceptuales en
Matemáticas, disponible en: www.cip.es/netdidactica/articulos/mapas
Oswaldo Monagas. Mapas conceptuales como Herramienta Didáctica.
Universidad Nacional Abierta, Venezuela julio, 1998
SPIE consultar en: spie@spie.com.ar
Segovia Luis, consultar en: Segovia@hotmail.com
Los Mapas conceptuales para Ordenar y Procesar. Consultar en: equipo vic@VI- e,cl
Olivares Luis ¿ Qué son los Mapas Conceptuales? Colegio San Juan Evangelista,
Consultar en: lolivares@sje.cl
Utilización Didáctica de los mapas conceptuales. Disponible en:
http:www.conceptmaps.it/KM.DidacticUseOfMaps-esp.htm

378
FICHA DE COMENTARIO O DE INTERPRETACIÓN
Selección de Textos.
http://www.quadraquinta.org/documentos-teoricos/cuaderno-de-apuntes/comentariodetextos.html

379
FICHA COMENTARIO O DE INTERPRETACIÓN

¿CÓMO COMENTAR UN TEXTO LITERARIO?

Introducción

En la actualidad llamamos literatura al arte cuyo material es el lenguaje y al


conjunto de obras específicamente literarias. Desde que se inventó la escritura ésta
ha sido el vehículo idóneo de la transmisión literaria.

La Poética o Ciencia de la literatura es aquella que tiene por objeto la


fundamentación teórica de los estudios literarios. Una de las disciplinas que forman
parte de esta ciencia es la Crítica literaria que analiza los elementos formales y
temáticos de los textos desde un punto de vista sincrónico, valiéndose de la técnica
del Comentario de textos.

El comentario de textos literario

Para comentar un texto literario hay que analizar conjuntamente lo que el texto
dice y cómo lo dice. Estos dos aspectos no pueden separarse, pues, como opina el
profesor Lázaro Carreter: "No puede negarse que en todo escrito se dice algo (fondo)
mediante palabras (forma). Pero eso no implica que forma y fondo puedan
separarse. Separarlos para su estudio sería tan absurdo como deshacer un tapiz
para comprender su trama: obtendríamos como resultado un montón informe de
hilos".

380
Consejos para hacer un buen comentario de textos literario

• Consultar previamente los datos de la historia literaria que se relacionan con el


texto (época, autor, obra…)
• Evitar parafrasear el texto, es decir, repetir las mismas ideas a las que éste se
refiere, pero de forma ampliada.
• Leer despacio, sin ideas prefijadas, intentando descubrir lo que el autor quiso
expresar.
• Delimitar con precisión lo que el texto dice.
• Intentar descubrir cómo lo dice.
• Concebir el texto como una unidad en la que todo está relacionado; buscar todas
las relaciones posibles entre el fondo y la forma del texto.
• Seguir un orden preciso en la explicación que no olvide ninguno de los aspectos
esenciales.
• Expresarse con claridad, evitar los comentarios superfluos o excesivamente
subjetivos.
• Ceñirse al texto: no usarlo como pretexto para referirse a otros temas ajenos a él.
• Ser sincero en el juicio crítico. No temer expresar la propia opinión sobre el texto,
fundamentada en los aspectos parciales que se hayan ido descubriendo.

Así pues, comentar un texto consiste en relacionar de forma clara y ordenada


el fondo y la forma de ese texto y descubrir lo que el autor del mismo quiso decirnos.
Puede haber, por tanto, distintas explicaciones válidas de un mismo texto,
dependiendo de la cultura, la sensibilidad o los intereses de los lectores que lo
realizan.

Para llevar a cabo el análisis conviene seguir un método, establecer una serie
de fases o etapas en el comentario que nos permitan una explicación lo más
completa posible del texto.

381
Etapa previa: Lectura comprensiva y localización del texto

La comprensión del texto.

La etapa previa a cualquier comentario consiste en realizar una lectura


rigurosa que nos permita entender tanto el texto completo como cada una de las
partes que lo forman. Para ello lo leeremos cuantas veces sean necesarias,
intentando solucionar las dificultades que nos plantea. En esta fase será necesario
utilizar diccionarios, gramáticas y otros libros de consulta.

La localización del texto.

Los textos pueden ser fragmentos u obras íntegras, y, por lo general,


pertenecen a un autor que ha escrito otras obras a lo largo de su vida. Por eso es
imprescindible localizar el texto que se comenta, es decir identificar algunos datos
externos como los siguientes:

• Autor, obra, fecha, periodo.


• Relación del texto con su contexto histórico.
• Características generales de la época, movimiento literario al que pertenece el
texto. Relación con otros movimientos artísticos y culturales del momento.
• Características de la personalidad del autor que se reflejan en el texto.
• Relación de esa obra con el resto de la producción del autor.
• Situación del fragmento analizado respecto a la totalidad de la obra.

El género literario y la forma de expresión

Es importante delimitar el género y subgénero literario al que pertenece el


texto, señalando aquellos aspectos en los que el autor sigue los rasgos propios del
género y aquellos otros en los que muestra cierta originalidad o innovación.

382
Los textos pueden pertenecer a los más diversos géneros literarios:

• Géneros épico- narrativos como: Epopeya, Cantar de gesta, Romance, Novela,


Cuento, Leyenda, Cuadro de costumbres…
• Géneros líricos como: Oda, Canción, Elegía, Romance lírico, Epigrama, Balada,
Villancico, Serranilla…
• Géneros dramáticos como: Tragedia, Comedia, Drama, Tragicomedia, Auto
Sacramental, Paso, Entremés, Jácara, Loa, Baile, Mojiganga, Sainete…
• Géneros didáctico ensayísticos como: Epístola, Fábula, Ensayo, Artículo…

En este apartado conviene analizar:


• El género y subgénero del texto. Rasgos generales.
• Aspectos originales
• Forma de expresión utilizada por el autor: narración, descripción, diálogo…
• Prosa o verso y peculiaridades del texto derivadas de ello.

Análisis del contenido

En esta fase deben analizarse el argumento, el tema o idea central que el


autor nos quiere transmitir, su punto de vista y la forma en que estructura el mensaje.
•Para hallar el argumento preguntaremos: ¿Qué ocurre?
•Para delimitar el tema: ¿Cuál es la idea básica que ha querido transmitir el autor del
texto?
•Para analizar la estructura: ¿Cómo organiza el autor lo que quiere decir en unidades
coherentes relacionadas entre sí?
•Para descubrir la postura del autor: ¿De qué forma interviene el autor en el texto?

383
Argumento y tema

Hallar el argumento de un texto es seleccionar las acciones o acontecimientos


esenciales y reducir su extensión conservando los detalles más importantes. El
argumento puede desarrollarse en uno o dos párrafos.

Si del argumento eliminamos todos los detalles y definimos la intención del


autor, lo que quiso decir al escribir el texto, estaremos extrayendo el tema. Este ha
de ser breve y conciso: se reducirá a una o dos frases.

Al analizar el tema de un texto habrá que señalar también los tópicos y


motivos literarios que puedan aparecer en el texto: locus amoenus, beatus ille, etc.…

La estructura del texto

Si nos detenemos en la forma en que el autor ha compuesto el texto y en


cómo las distintas partes del mismo se relacionan entre sí, estaremos analizando la
estructura.

Para hallar la estructura de un texto hay que delimitar en primer lugar sus
núcleos estructurales. Estos pueden estar divididos a su vez en subnúcleos.
Además, hay que determinar las relaciones que se establecen entre ellos.

El esquema estructural clásico es el de introducción desarrollo, clímax y


desenlace, pero los textos pueden organizarse de otras formas:
• La disposición lineal: los elementos aparecen uno detrás de otro hasta el final.
• La disposición convergente: todos los elementos convergen en la conclusión
• La estructura dispersa: los elementos no tienen aparentemente una estructura
definida, ésta puede llegar a ser caótica.
• La estructura abierta y aditiva: los elementos se añaden unos a otros y se podría
seguir añadiendo más.
• La estructura cerrada, contraria a la anterior, etc.

384
Postura del autor en el texto y punto de vista

El contexto

El contexto es el ámbito de referencia de un texto. ¿Qué entiendo por ámbito


de referencia? Todo aquello a lo que puede hacer referencia un texto: la cultura, la
realidad circundante, las ideologías, las convenciones sociales, las normas éticas,
etc. Pero no es lo mismo el contexto en que se produce un texto que el contexto en
el que se interpreta. Si nos ceñimos a los textos literarios escritos, como mínimo
cabe distinguir entre el contexto del autor y el contexto del receptor. Sin duda el
ámbito de referencia de un autor al escribir su obra es distinto del ámbito de
referencia del receptor; la cultura del autor, su conocimiento de la realidad
circundante, su mentalidad, sus costumbres, no suelen coincidir con la cultura, el
conocimiento de la realidad, la mentalidad o las costumbres de sus lectores. Más
aún, no es posible hablar de los lectores como una entidad abstracta, porque son
seres individuales, cuyos contextos son asimismo diferentes, por muy pequeña que
sea la diferencia.

Manuel Camarero. Introducción al comentario de textos. Castalia.

En este apartado se comentará el modo en que el autor interviene en el texto.


Éste puede adoptar una postura objetiva o subjetiva, realista o fantástica, seria o
irónica…etc.

Hay que analizar también desde dónde relata la historia (desde afuera, desde
arriba, etc.), si aparece o no el narrador y qué punto de vista adopta: tercera persona
omnisciente, tercera persona observadora, primera persona protagonista, primera
persona testigo, etc.

385
Tipos de narrador

• Tercera persona limitada: el narrador se refiere a los personajes en tercera


persona, pero sólo describe lo que puede ser visto, oído o pensado por un solo
personaje.
• Tercera persona omnisciente: el narrador describe todo lo que los personajes
ven, sienten, oyen… y los hechos que no han sido presenciados por ningún
personaje.
• Tercera persona observadora: el narrador cuenta los hechos de los que es testigo
como si los contemplara desde fuera, no puede describir el interior de los personajes.
• Primera persona central: El narrador adopta el punto de vista del protagonista que
cuenta su historia en primera persona.
• Primera persona periférica: el narrador adopta el punto de vista de un personaje
secundario que narra en primera persona la vida del protagonista.
• Primera persona testigo: un testigo de la acción que no participa en ella narra en
primera persona los acontecimientos.
• Segunda persona narrativa: El narrador habla en segunda persona con lo que se
produce un diálogo-monólogo del protagonista consigo mismo.

José María Díez Borque. Comentario de textos literarios. Playor. (Adaptación)

Análisis de la forma

Hemos visto como el fondo y la forma de un texto está íntimamente unida. Por
eso en esta fase del comentario se ha de poner al descubierto cómo cada rasgo
formal responde, en realidad, a una exigencia del tema. En este apartado habremos
de analizar:

El análisis del lenguaje literario


Nos detendremos en el uso que el autor hace de las diferentes figuras retóricas y con
qué intención, relacionándolo en todo momento con el tema del texto.

386
El análisis métrico de los textos en verso
Ritmo, medida, rima, pausas, encabalgamientos, tipos de versos y estrofas
utilizadas, etc.

La exposición de las peculiaridades lingüísticas del texto


• Plano fónico: se analizarán las peculiaridades ortográficas, fonéticas y gráficas del
texto que tengan valor expresivo.
• Plano morfosintáctico: se prestará atención a aspectos como los siguientes:
acumulación de elementos de determinadas categorías gramaticales (sustantivos,
adjetivos, etc.); uso con valor expresivo de diminutivos y aumentativos, y de los
grados del adjetivo; presencia de términos en aposición; utilización de los distintos
tiempos verbales; alteraciones del orden sintáctico; predominio de determinadas
estructuras oracionales…
• Plano semántico: se analizará el léxico utilizado por el autor, la presencia de
términos homonímicos, polisémicos, sinónimos, antónimos, etc.; y los valores
connotativos del texto.

El texto como comunicación

Los lectores dan vida al texto

Los lectores de textos literarios solemos detenernos en la interpretación de los


matices significativos que adquieren ciertas palabras o expresiones en los contextos
en que aparecen, porque estimamos que el autor lo ha escrito así con una intención
determinada. Otra cosa es que demos precisamente con la clave de esa intención
comunicativa del autor; a menudo será punto menos que imposible. Imaginemos la
interpretación de un texto literario medieval; averiguar exactamente lo que quiso decir
el autor requeriría una reconstrucción arqueológica de la época y el lugar en el que
fue escrito el texto, una reconstrucción de la cultura que tenía el autor y aun de la
que tenían los lectores a quienes se dirigía.
Es posible, en cambio, que indaguemos la intención comunicativa del texto, porque,

387
como lectores, proporcionamos vida al texto cuando lo leemos; si no, sería un libro
cerrado, muerto. La intención comunicativa del texto es aquella que el lector obtiene
del texto, lo que a él le comunica.

Manuel Camarero. Introducción al comentario de textos. Castalia.

Una de las características básicas de la comunicación literaria es la


separación que existe entre el emisor y el receptor de la obra. El emisor es el autor,
pieza fundamental de la comunicación literaria, pues es quien enuncia el mensaje. El
significado de un texto depende, en primer lugar, de la intención de su autor que, a la
hora de escribir está influenciado por su sistema de creencias y el contexto histórico
social al que pertenece, entre otros condicionamientos. El receptor es el lector de la
obra. Cada lector hace "su propia lectura", según sus características personales y el
contexto histórico social al que pertenece. Así pues, al analizar el texto como
comunicación habrá que atender a los siguientes aspectos:

• Funciones del lenguaje que predominan en el texto. Actitud del autor ante el
lector: ¿Se dirige directamente a él?
• Reacción que la lectura provoca en nosotros como lectores: emoción,
identificación, rechazo, etc.
• Intención comunicativa dominante en el texto: informativa, persuasiva, lúdica…
• Posición del autor ante el sistema de valores de su época.

Juicio crítico

En este apartado se trata de hacer balance de todas las observaciones que


hemos ido anotando a lo largo del comentario y expresar de forma sincera, modesta
y firme nuestra impresión personal sobre el texto:
• Resumen de los aspectos más relevantes analizados en el comentario.

388
ANEXOS.

1.- Programa de la unidad de aprendizaje de sociología del deporte.

2.- Guía de apoyo para la elaboración de evidencias de aprendizaje:

 Qué es y cómo se hace un ensayo.

 Qué es y cómo se hace un artículo.

 Qué es y cómo se hace un mapa conceptual.

 Qué es y cómo se hace un cuadro sinóptico.

 Qué es y cómo se hace las fichas de resumen.

389
BIBLIOGRAFÍA.
A continuación se presenta el acervo bibliográfico analizado por
orden cronológico.

 DEPORTE Y AGRESIÓN.
Cagigal José Maria (1990)
Esa «Válvula de escape»
Alianza Editorial S.A. Madrid, 1990.
Pág. 99 – 122

 DEPORTE Y OCIO EN EL PROCESO DE LA CIVILIZACIÓN.


Elías Norbert / Dunning Eric 1992.
Dinámica del Deporte Moderno.
Fondo de Cultura Económica, Sucursal España.
Pág. 247 – 269

 DEPORTE Y OCIO EN EL PROCESO DE LA CIVILIZACIÓN.


Elías Norbert / Dunning Eric. 1992.
El Deporte como Coto Masculino.
Fondo de Cultura Económica, Sucursal España.
Pág., 323 – 342

 EL HOMBRE COMPETITIVO.
Coca Santiago (1993)
El Hombre es lo que importa.
Alianza Editorial S. A. Madrid.
Pág., 15 – 35

390
 EL HOMBRE COMPETITIVO.
Coca Santiago (1993)
El Hombre Competitivo.
Alianza Editorial S. A. Madrid
Pág. 131 – 189

 ESPORT Y AUTORITARISMOS.
González Aja Teresa (2002).
Deporte y Relaciones Internacionales de 1918.
Alianza Editorial S.A. Madrid.
Pág. 27 – 47

 SOCIOLOGÍA DEL DEPORTE.


García Ferrando Manuel, Puig Barata Núria y Lagardera Otero Francisco.
La perspectiva sociológica del deporte en:
Sociología del Deporte.
Ciencias Sociales Alianza Editorial. Madrid. 1998.
Pág. 9 - 39

 SOCIOLOGÍA DEL DEPORTE.


Lüschen Günther y Weis Kurt. Deporte en la sociedad. (1976)
Planteamientos teóricos relativos a la sociología del deporte.
Edición Española, Miñon S.A.
Pág. 9 - 35

 SOCIOLOGÍA POLÍTICA DEL DEPORTE.


Brohm Jean – Marie (1982)
Deporte y Sociedad Capitalista Industrial.
Fondo de Cultura Económica
Pág. 70 - 85

391
LIGAS EN INTERNET CONSULTADAS:

EL ARTÍCULO.
www.biblion.bib.via.mx/didactica/farticulo.htm

EL ENSAYO.
www.biblion.bib.via.mx/didactica/fensayo.htm

FICHA COMENTARIO O DE INTERPRETACIÓN


http://www.quadraquinta.org/documentos-teoricos/cuaderno-de-apuntes/comentariodetextos.html

MAPA CONCEPTUAL.
http://www.didacticahistoria.com/didacticos/did09.htm

392

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