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Camino de la “costumbre” a la “fe revelada”

Erik Valenzuela Álvarez

Ser persona consiste en tener a Dios como interlocutor, es estar orientado a Dios, en
situación yo-tú i. A pesar de esto muchas personas que han crecido en familias que son de
religión cristiana se puede observar que desde pequeños se les lleva a misa, casi como
obligación, reciben los sacramentos, en muchos casos, lo realizan involuntariamente. Lo
mencionado hace referencia a una realidad no muy lejana, la catequesis que se realiza en este
tiempo, a veces es algo distante de la realidad individual y/o personal, hecho que conlleva a
darse poca importancia y alejada significación a los símbolos y ritos que se encuentran en la
fe cristiana. Con esto, podemos apreciar a su vez, que las personas al no recibir una buena
formación, sienten que ir a misa, o algún rito cristiano, es mero tema de costumbre, por lo
que se alejan por falta de interés, cuestionamientos, entre tantos factores que influyen en este
distanciamiento.

El distanciamiento, algo que nos remite, como mencionamos, en la falta de formación


catequética, puede lograr que las personas lleguen al punto de “cambiarse” de religión, dejar
en “pausa” la religión, o pueden llegar al punto de dejar de creer, de tener una fe, quizás por
que ese Dios del que tanto hablaban ya no tiene sentido. Con relación a esto, también cabe
mencionar que muchas personas se ven enfrentado a un discurso religioso de doble estándar
o incoherente, como es la típica frase de predicar y no practicar, así mismo, la convivencia
cumple un rol importante para la vida en comunión, como se puede dar en cualquier situación
donde se encuentren personas diferentes compartiendo un espacio.

Para esto, el fenómeno religioso, el que se hace presente en los individuos


particularmente, nace dentro de esto lo que se conoce como “opción religiosa”, que subyace
en que el hombre acepta este fenómeno como un llamado del fundamento de la existencia, y
así mismo, aparece como “la búsqueda de problemas existenciales”. El hombre como ser
racional, puede reflexionar sobre esta experiencia y presente relación con este ser, como
medida de llamado/respuesta, lo que podemos conocer como Revelación ii.

i
R. Fayos, La noción de persona en Romano Guardini, S.f, pp. 314
ii
A. Bentué, La opción creyente, Cap. 1, El hombre como incógnita y como búsqueda, Salamanca 1986
Egocentrismo y Gracia
Cuando uno es niño o adolescente resuenan los sermones de los padres, al pasar el
tiempo se le da sentido a ese amor que dicen tenernos, Dios obra de la misma forma, pero
supone nuestra humildad para darnos cuenta, y aquello lo vuelve un tanto complejo, porque
muy pocos aceptan que Dios conduce nuestras vidas, en función de su gracia, su amor, su
bondad y su voluntad.
Puesto que aquello se contrapone a nuestro ego propio, el cual tiende a culparlo
cuando ocurren dolores o sufrimientos, porque de forma análoga, yo puedo agradecerles el
sermón a mis padres o enrostrarle mis logros y sus errores, lo mismo ocurre con Dios. Quien
agradece, está en gracia, y Dios lo bendice más aún, porque el árbol que da fruto, se poda
para que pueda dar más fruto, en cambio el que se enaltece por sus logros y le enrostra a Dios
las cosas, cae en una peligrosa soledad, fruto de su propia soberbia, pues ante aquello suelen
venir más cosas negativas, dado que Dios es Padre y te quiere enseñar, “Dios no quiere el
mal (sufrimiento), pero lo permite porque sabe que es una consecuencia inevitable de la
creación” (pp.97). 1 pero el germen de rebeldía ya nos nubla cada vez más, por tanto la lejanía
se acrecienta, perdiendo la gracia.
Dios es pura Gracia y el Ser Humano es puro Ego, cuando aquello se equilibra, hay
estabilidad en cambio cuando aquello está desparejo, para un lado o para el otro; hay
conflictos internos que tienden a inquietar, por eso la rebeldía indiferente y total de algunos,
o también los años de vacío de Teresa de Calcuta, porque como dice San Pablo, "ya no soy
yo, es Cristo quien vive en mi" (Gal 2,20) pero aquello es fruto de una opción libre, y vaya a
saber uno, quien puede comprender, vivir y transmitir eso; puesto que es lo que vivió el
mismo Cristo.
Cuando vemos a Cristo en la cruz podemos ver, y hasta sentir cual es el “camino, la
verdad y vida” (Jn 14,6) de un cristiano, por lo que el sufrimiento forma parte del camino de
aquel que forma parte de la iglesia de Cristo. Así recordando el hermoso pasaje bíblico
“Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único” (Jn 3,16). Podemos tener en cuenta
que todo lo que pasamos en nuestra vida, es un camino, que, si lo caminamos junto a Cristo,
el sufrimiento se transformará en amor, en un amor puro y lleno gracia.

1
González-Carvajal, L. (1989) Esta es nuestra fe, Teología para universitarios. Colección Pastoral. 13ª edición.
Editorial SAL TERRAE, Santander
¿Dónde están los fundamentos de mi fe en Jesucristo? (Erik Valenzuela)

Quiero entender la imagen de Cristo, no tanto desde lo racional, es decir, desde textos
teológicos o académicos. Quiero entender la presencia de Cristo en mi historia, desde algo
que, para mí, es más complejo. Desde pequeño uno se pregunta ¿Qué importancia tiene ir a
misa?, recordar tanto a Jesús ¿para qué?, creo que son cosas que se pueden ir de las manos a
través del tiempo, crecemos con esas ideas, hasta llegar cuestionarnos nuestra misma fe.

En mi vida, he ido encontrando ideas sobre que implicancia tiene Cristo, la Sagrada Escritura,
o la misma idea de Dios. ¿Cómo mi vida se puede asemejar al camino de Jesús en la Tierra?
En ciertas etapas de mi camino he notado Dios me ha bendecido, cargado, apoyado, entre
tantas ideas que se me pueden venir a la mente al escribir esta breve reflexión.

Cristo, al ser crucificado grita con dolor “Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has abandonado?”
(Mt 15,34) donde nos enseña que Él no morirá como un profeta, sino como un hijo
abandonado. Algo que, hasta el día de hoy, si tener amplios conocimientos teológicos, me ha
permitido no dejarme caer tan fácil, y así mismo, se hace presente la imagen de este hombre
que no solo es un ser humano, sino que Dios a su vez, quien nos llama a la Santidad

Cristo es para mi un ser humano subversivo, quien me proyecta a un mejor vivir, algo que
podemos relacionar al Kume Möngen del pueblo mapuche. Cristo, en pequeñas muestras
dentro de los evangelios nos brinda ciertos tips para desenvolvernos en este mundo, tales son:
ser libres frentes al dinero (Mt 6, 25-33), ser libres frente a la ambición de honores y poder
(Jn 6, 15). Nos enseña a hablar con Dios “como un niño con su padre, lleno de confianza y
seguro, pero, al mismo tiempo, respetuoso y pronto a obedecer” 1.Cristo, quien me ha
acompañado en este camino de vida, me ha hecho comprender que a pesar de las dificultades
que la sociedad nos puede colocar, Dios nos acompañará, protegerá, entre millones de cosas
grandiosas que el puede hacer con nosotros. Creo que esto me permite preguntarme ¿Qué
haría en mi lugar? Creo que para entender mejor lo que trato de reflexionar hay una canción
de Cristóbal Fones sj. Que me ha ayudado en este último tiempo. “Jesús enséñame tu modo
de hacer sentir al otro más humano, que tus pasos sean mis pasos, mi modo de proceder” 2

1
Gonzales-Carvajal, L. (1989)” esta es nuestra fe: teología para universitarios”. Ed. Sal terrae, Santander
2
Cristobal Fones sj. “Tu Modo” Album: Ite Imflammate Omnia (2004)
Erik Valenzuela Álvarez

06 junio 2018

Cómo predicar y enseñar el Misterio Pascual

Desde mi opinión, creo que ¡no! se trata de presentar a los fieles este esqueleto
desnudo del Misterio Pascual. La primera cualidad que ha de tener una catequesis Pascual es
ser concreta. No sustituyamos una escolástica especulativa por una neo-escolástica bíblica y
litúrgica. Pero este esquema del Misterio Pascual debe estructurar nuestra catequesis. Con
excesiva frecuencia, en nuestros días, por miedo a una sistematización intelectual nos
perdemos en un caos de imágenes y figuras, y se toma fácilmente la ausencia de rigor
doctrinal por una mentalidad mistérica, digna de los Padres de la Iglesia.
Pero si el esquema que presento es estricto, será lo suficientemente simple para poder
tomar muchos elementos diversos y poder realizarse en diversos planos de la historia y de la
doctrina. Hay que pedir, pues, a pastores y predicadores, que no dejen pasar una sola
cuaresma sin predicar el Misterio Pascual. Creo que si la nueva Semana Santa, sobre todo la
noche Pascual, ha tenido un éxito menor del que se hubiera podido esperar, es porque no se
ha predicado todavía bastante el Misterio Pascual. Muchos sacerdotes creen haber hecho ya
todo lo posible porque han explicado, una vez por todas, las ceremonias en sus rasgos
principales. Han creído que predicar el Misterio Pascual era esto, y que no podía intentarse
explicarlo de nuevo sin repetirse y resultar aburridos.
En realidad, se puede -y creo que se debe- predicar el Misterio Pascual cada año. Pero
modificando también cada año la predicación. Se puede recorrer todo el campo de la doctrina
cristiana, porque el Misterio Pascual trasciende las distinciones tardías y de escuela entre
dogma y moral, sacramentalidad y espiritualidad, exégesis y apologética. En resumen,
predicar el Misterio Pascual es predicar todo el cristianismo, pero de una manera peculiar.
En primer lugar, tratemos de la materia que tratemos, la estructura del Misterio
Pascual tal como hemos intentado esbozarla, nos indica que debemos respetar un cierto orden
de valores. Después se trata de mostrar, sin una insistencia macha cona pero claramente, la
relación de esta materia particular con la esencia del Misterio Pascual. En resumen, aunque
no es necesario narrar cada año con detalle la epopeya del Exodo, ni hacer una mistagogía
exhaustiva del cirio pascual o del agua bautismal, conviene sin embargo iluminar el tema del
año con rápidas alusiones a la Biblia y a la Liturgia. Así cada año se preparará a los fieles a
vivir mejor la Semana Santa, no como un reflejo -cada vez más débil- de la del año anterior,
sino como una celebración siempre nueva, siempre actual, en la que descubrimos cada vez
un poco más el Misterio inagotable
Cristo, Dios opta por el Hombre (Erik Valenzuela)
“Él, a pesar de su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios; al contrario:
se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, haciéndose uno de tantos” (Flp 2, 6-
7). Con este versículo quiero comenzar la reflexión sobre Cristo, quien, desde una mirada
antropológica, nos invita a ver al Padre desde su condición humana, puesto que Cristo es
verdadero Dios y verdadero Hombre, porque, desde ahí, podemos comprender que su pasión
fue la muestra perfecta de que Él, siendo Dios, sufrió los dolores físicos más tormentoso que
se esperaban para ese tiempo.
Por ello desprende la humanidad de Cristo, y a su vez, nuestro camino. Cristo nos
dice “Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie va al Padre si no es por mí” (). Nuestro
camino debe estar guiado por los pasos de Cristo en sentido para llegar al Padre. Pensando
que ni el mismo hijo de Dios se salvó del sufrimiento de este mundo, comprendiendo a su
vez que nuestro camino es llegar a ser plenamente humanos, tal como lo fue Cristo, siendo
alguien que estuvo libre de pecados, nos envía a amar, reduciendo en dos los diez
mandamientos de la ley de Moisés. Cristo nos dice, “amarás a Dios por sobre todas las cosas”
para que nosotros dejemos de lado principalmente nuestro orgullo, egocentrismo, entre tantos
sentimientos que nos prohíben amar; por otro lado nos envía a “amar al prójimo como a uno
mismo” y poco después lo afirma diciendo “como yo los he amado”; con estos dos hermosos
y fuertes mandamientos, nos invita a que miremos a nuestro hermano, tal como lo hizo el
samaritano, o más en la actualidad, Alberto Hurtado.
Entender a Cristo como aquel que se encuentra entre Dios y el Hombre es complejo,
pero no imposible, nos podría llevar toda una vida, pero si comprendemos que Cristo, por
sobre su imagen que posee el cristianismo. Cristo nos entrega un camino nuevo, de amor, de
esperanza y de fe, que desde si mismo, entrega como lo que conocemos como el camino de
la vida.
Cristo manifiesta plenamente el hombre al propio hombre, lo que significa que la
plenitud del ser humano, sus mejores posibilidades, sólo se conocen verdadera y plenamente
desde Cristo. Desde Jesús de Nazaret se entiende la vocación del hombre, la misma que es
vocación divina y se concretiza en la propia existencia. Jesucristo revela plenamente el ser
del hombre pues Él es el hombre perfecto, quien ha devuelto a la humanidad la semejanza
divina perdida por el pecado original. Por lo que, en virtud de su origen, el hombre puede
mirar a Cristo, siendo el Verbo encarnado, como su ideal.
En conclusión, en la realidad del hombre de hoy se revela el acontecer dinámico de
Dios en la historia, estructuras de pecado, en un mundo globalizado y dominado por el
egoísmo individual y colectivo. Al volverse peregrino en la historia y hacer suya la causa de
los más pequeños, de los pobres y oprimidos, huérfanos, viudas, encarcelados, migrantes,
etc. Jesús asume la situación de marginalidad y opresión (Mt.2,1-12; 8,5-13; 15,21-18; 25,31-
46), independientemente de la condición social, económica, religiosa o cultural. Él se hizo
hombre, como peregrino en medio de peregrinos, hermano de un pueblo que, en su tradición,
no tiene una morada permanente.
¿Qué implicancia tiene el sacramento de la eucaristía en la actualidad? Erik Valenzuela
“vivir como Cristo vivió, y luego celebrar
nuestra vida entregada igual que él lo hizo.”

Como menciona Gonzales L. “el signo sacramental no se reduce a su utilidad


pedagógica, sino que realiza eficazmente lo que significa: el pan y el vino no sólo
«recuerdan» lo que fue la vida de Cristo sino que lo hacen realmente presente en la
1
eucaristía.” Debemos tener en consideración que podemos encontrar en la eucaristía
dos visiones, una visión divina, y otra humana, puesto que la eucaristía no es sólo
memorial de la muerte y resurrección de Cristo, sino también anticipo del futuro esperado:
La plenitud del Reino de Dios; la primera consiste en lo que se conoce como
transustanciación, explicando así como la Hostia y el Vino, al ser consagrados, se
convierten en Cuerpo y Sangre de Cristo, ya que como dice Pablo a los Corintios “la
copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el
pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?» (1 Cor 10, 16).

“La eucaristía es, antes que nada, el memorial de la muerte y resurrección de


Cristo. Gracias a la memoria, el hombre puede evitar que los acontecimientos
importantes desaparezcan con la fugacidad del instante en que ocurren” 2. Desde las
ciencias sociales (la antropología, sociología, historia, entre otras) se pretende encontrar
los signos que permiten, comprender contextualmente los acontecimientos, por tanto, la
eucaristía es un símbolo que nos permite obtener dos ideas desde la perspectiva semiótica,
la primera nos lleva a la idea de que es un indicio de la presencia de Cristo resucitado; la
otra idea que se puede observar es que es un signo del Cristo presente y trascendente,
puesto que es el cuerpo y el cáliz de salvación. Esta idea la podemos trabajar en otra
reflexión.

En relación con que la eucaristía es la memoria del Cristo vivo, “cuando una
comunidad cristiana escindida por la injusticia celebra la eucaristía, ha convertido la
celebración en una máscara para el opresor y en una venda para el oprimido. San Pablo
es tajante en su condena a los corintios que estaban actuando así: «No estáis comiendo
el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sino vuestra propia condenación» “ 3(1 Cor 11, 17-34)

1
Gonzales, L (1989) esta es nuestra fe: teología para jóvenes. Editorial Sal Terrae, Bilbao, España. p. 253
2
Ibid. p. 251
3
Ibid. p. 257
Cristo, en el sentido del hombre. (Erik Valenzuela)

En la figura de Cristo, en su singularidad, resulta ser imagen y, por tanto, nueva


revelación de lo que es el humano pleno,” porque todo hombre está llamado a
identificarse con Él y adquirir, aunque a un nivel distinto, los rasgos más importantes
que le caracterizan: ser hijo de Dios, estar lleno del Espíritu Santo, ejercer la condición
de sacerdote, profeta y rey, adquirir la contemplación y el trato filial con el Padre y la
comunión del Espíritu.” 1
Los rasgos principales de la biografía real de Cristo resultan ser camino de vida,
por el que el cristiano tiene que pasar realmente, estos son actos que cada cristiano se
realiza, unos en forma invisible, como el renacer y ser ungido por el Espíritu Santo; otros,
en forma visible, como el morir con Cristo para resucitar con Él, por la acción del Espíritu
Santo.
La experiencia ascética de la Iglesia reconoce en el espíritu de las
bienaventuranzas que se manifiesta en las personas santas, los rasgos de carácter de
Cristo; sus actitudes, sus reacciones. Y, muy especialmente, en el modo de vivir,
impulsado por la caridad, que es «el» mandato de Cristo, y que Él mismo formuló en
términos comparativos: «Amaos como Yo os he amado». Dentro de este «ocupar el lugar
de Cristo» debe incluirse también la relación filial con María, tan presente en la
conciencia cristiana: pues cada cristiano se identifica con la situación existencial del
Cristo histórico, cuando la recibe y siente como Madre, aplicándose las palabras del Señor
al discípulo amado (cfr. Jn 19, 25-27).
Aunque también tenga su importancia, aparece la identificación intencional,
voluntaria, del cristiano que quiere vivir como Cristo y que, conscientemente, lo toma por
modelo, imaginando su modo de reaccionar a partir de lo que sabemos de Él por los
Evangelios. Este aspecto, desde un punto de vista práctico, no es realmente separable del
anterior, pero interesa distinguirlos, para apreciar el componente «carismático», de
impulso interior y espontáneo del Espíritu Santo, propio de la vida cristiana y que tanta
parte tiene en lo que es la santidad. De ese modo, se entiende que Cristo es modelo es un
sentido mucho más profundo.
Aquí, La figura de Cristo sufriente se constituye así en el paradigma del Justo que
sufre y encierra en sí mismo toda la profundidad de esta paradoja y la solución de este
misterio. El dolor y el sufrimiento, al ser asumidos en la figura de Cristo, al ser aceptados
libremente por Él, y al ser ofrecidos con amor al Padre mientras perdona («porque no
saben lo que hacen»), da un nuevo sentido al dolor y al sufrimiento. Unido a Él, todo
dolor y sufrimiento reciben un sentido redentor, según las llamativas palabras de san
Pablo: «cumplo en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo» (Col 1,24). Así, el
sufrimiento y el dolor humano, además de sus anteriores referencias al pecado como
castigo y como purificación, adquieren una nueva, como redención
Pero la mención del sufrimiento y muerte de Cristo, de su derrota, no puede
separarse de la victoria de la resurrección y la gloria, que son el núcleo de las promesas y

1
Lorda, Juan (1998) ¿Qué es el hombre? (una vez más) aproximación teológica a la antropología.
Articulo publicado en Scripta Theologica nº 30, pp. 165-200, Documentos del Instituto de Antropología y
Etica. Pp. 17
el objeto de la esperanza cristiana. Es la apertura y la aclaración de una esperanza cierta
en un más allá que, finalmente y sólo a través de la figura gloriosa de Cristo, se abre en
este mundo no sólo como una conjetura más o menos probable o deseable, sino como una
realidad manifestada que la fe confiesa. Y en esa realización, la fe cristiana reconoce la
respuesta a los anhelos de salvación y trascendencia, de superación de la muerte y el
sufrimiento, de resolución de la injusticia, de paz, amor y realización, que, de un modo u
otro, se manifiestan en el espíritu humano. Hay un más allá de plenitud al que somos
llamados en Cristo, que puede iluminar y colorear todo el vivir humano.
Puesto que hemos aproximado de manera simple la visión antropológica sobre la
importancia de Cristo, es pertinente entender, que “La experiencia cristiana señala la
estrecha relación que el conocimiento humano tiene con las opciones de conciencia,
especialmente en lo que se refiere a los principios morales, y, en un sentido más amplio,
a lo que clásicamente se entiende por sabiduría, el saber profundo y experimentado sobre
el modo humano de vivir” 2. Las opciones pecaminosas, en la medida en que contradicen
la luz aparecida en la conciencia, provocan el oscurecimiento del espíritu y la aparición
de fenómenos de perversión que suponen la alteración de las inclinaciones morales y el
desajuste de los delicados resortes de la acción humana.
En conclusión, Cristo manifiesta plenamente el hombre al propio hombre, lo que
significa que la plenitud del ser humano, sus mejores posibilidades, sólo se conocen
verdadera y plenamente desde Cristo. Desde Jesús de Nazaret se entiende la vocación del
hombre, la misma que es vocación divina y se concretiza en la propia existencia.
Jesucristo revela plenamente el ser del hombre pues Él es el hombre perfecto, quien ha
devuelto a la humanidad la semejanza divina perdida por el pecado original. Por lo que,
en virtud de su origen, el hombre puede mirar a Cristo, siendo el Verbo encarnado, como
su ideal. el ser humano se ve enfrentado a saber su finalidad, cuál es su camino, en sí,
responderse millones de preguntas en torno a si mismo, en la experiencia cristiana se
brinda una opción, Cristo, quien siendo hombre y dios en si mismo, nos permite
comprender nuestro comienzo y fin, “Él, a pesar de su condición divina, no se aferró a
su categoría de Dios; al contrario: se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo,
haciéndose uno de tantos” (Flp 2, 6-7).”, por que el mismo Cristo menciona “yo soy el
camino, la verdad, y la vida” (Jn, 14, 5-6).
Puesto que en la realidad del hombre de hoy se revela el acontecer dinámico de
Dios en la historia, estructuras de pecado, en un mundo globalizado y dominado por el
egoísmo individual y colectivo. Al volverse peregrino en la historia y hacer suya la causa
de los más pequeños, de los pobres y oprimidos, huérfanos, viudas, encarcelados,
migrantes, etc. Jesús asume la situación de marginalidad y opresión (Mt.2,1-12; 8,5-13;
15,21-18; 25,31-46), independientemente de la condición social, económica, religiosa o
cultural. Él se hizo hombre, como peregrino en medio de peregrinos, hermano de un
pueblo que, en su tradición, no tiene una morada permanente.

2
Ibidem p.20
Bienaventuranzas, ética para la Iglesia. (Erik Valenzuela)
Las bienaventuranzas representan el proyecto del cristiano que Dios tiene para
nosotros, aquello para lo que nos ha creado y llamado, la vocación cristiana. No son en
primer lugar un programa para la acción: “Jesús concretó luego los deberes de sus
discípulos; pero antes de prescribirles lo que deberían hacer, declaró lo que debían ser,
en unión con Jesús y en su seguimiento. Esto vale para cada uno y para la Iglesia, familia
de Dios, en su conjunto.
En las bienaventuranzas, Cristo nos invita a “mirar con sus ojos” y a participar de
sus sentimientos y actitudes. Nos muestra cómo la felicidad pasa por la entrega sincera
a los otros, por la ofrenda de sí en servicio a Dios y a los demás. Nos enseña que todo
ello procede del amor, única fuerza que mueve y transforma adecuadamente los
corazones, las culturas y el mundo creado. Y que esto no es para gente especial, élites
intelectualmente cultivadas o minorías con una educación exquisita, sino para todos,
también para los sencillos que no han tenido ocasión o medios para una formación
mejor.
En ese sentido tan especial, las bienaventuranzas se sitúan en el núcleo de la
antropología y la ética cristiana. Son como una pedagogía “viva” de la sabiduría divina,
que allana los caminos para encontrar el más verdadero sentido de la vida humana en
Cristo, pues Él revela el hombre al propio hombre 1
Puesto que la iglesia debe tener como centro a Cristo, las bienaventuranzas
deben guiarnos por el camino de la fe, ya que “debemos distinguirnos del pueblo y de
los otros por nuestra doctrina, no por nuestros vestidos: por nuestra conducta, no por
nuestros hábitos; por la pureza de nuestra alma, no por nuestra toilette” 2. Debemos
reconocer que Jesús comienza su obra proclamando la inminencia del reino de Dios, y
llamando a su pueblo a la conversión: «Después de que Juan fue preso, marchó Jesús a
Galilea, y proclamaba la buena nueva de Dios: El tiempo se ha cumplido y el reino de
Dios está cerca; convertíos y creed en la buena nueva» (Mc 1,14‐15).
Por lo que es imprescindible que el sermón de la montaña de Cristo, reflejado en
la bienaventuranza, no sea tomado con la relevancia que posee, puesto que, como dije
en un principio, son base y fundamento de como debe encaminarse el Pueblo de Dios.
Puesto que todo aquel que acepte a Cristo y pertenezca a su iglesia debe saber que
Cristo llama a aquel que no tiene nada, el que sufre, el que es manso, el que lucha por
la paz. Este discurso ha hecho pensar a algunos, que no lo han entendido, que este es el
camino de los que no se saben esforzar, de los seres de pocas aspiraciones. Y no hay
mayor valentía, ni mayor nobleza para un ser humano que este camino que Cristo nos
presenta en las bienaventuranzas.

1
cf. Gaudium et spes, n. 22
2
Celestino I, carta 4, 1, 3 (PL 50, 432 B)
Inmediatamente después de la muerte, llega el juicio.
(Erik Valenzuela)

Muchas veces Jesús se presentó como juez supremo. En la antigua alianza, Dios
había sido reconocido como único juez. Al enviar a su Hijo sobre la tierra, el Padre le
confió ese mismo poder, como "hijo del hombre" (Jn 5,27). El Hijo encarnado ha vivido
personalmente la vida humana, conoce por experiencia sus dificultades y aprecia
concretamente los méritos de cada uno. Su papel decisivo en la obra de salvación le
permite juzgar, discerniendo con amor generoso a quienes son dignos de ser salvados.
En el juicio, Él actúa como "Esposo", que intenta demostrar en su manera de juzgar, el
afecto intenso que lo une a toda la humanidad. El título de Esposo no impide que el
juicio se realice según los principios de la justicia, una justicia ésta que forma parte de
una amplia obra de amor. Además, Cristo ha venido en auxilio de la inmensa miseria
humana, se ha mostrado sensible a la misericordia, una misericordia que ha recibido del
Padre y que ejerce concretamente en un ámbito que llama a compasión, lleno de llagas.
Con Jesús como juez, el juicio adquiere el aspecto de una benevolencia tranquilizadora.
Implica siempre autoridad soberana y preocupación por la verdad, y en su totalidad está
inspirado por una mirada llena de simpatía y comprensión.
La descripción más amplia del juicio, en Mt 25,31-46, se inserta en un marco
apocalíptico, que no debe ser interpretado literalmente sino según la verdad revelada.
El juicio es universal: todos los hombres son juzgados, pero no al mismo tiempo, porque
el juicio, que abre las puertas del cielo o condena al infierno, acontece en el momento
de la muerte. Pues, por lo demás, el juicio es individual, porque cada uno es juzgado por
su conducta personal, y recibe por ello recompensa o castigo. El juicio universal y el
juicio particular coinciden.
El juicio es único y definitivo. Es sí el último para cada uno, pero no queda relegado al
final del tiempo. El juicio abarca toda la conducta. En Mt 25 se refiere al socorro
concedido a los desventurados. Pero hay otros textos evangélicos que se refieren a otros
temas del juicio: por ejemplo, el testimonio de la fe (Lc 9,26, etc.); la explotación de los
talentos (Mt 25,14-30).
No se debe olvidar que la intención fundamental del juicio es la salvación. "Dios no ha
enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por
él" (Jn3,17). Cristo es esencialmente Salvador y no se le puede adjudicar en el juicio
simplemente el papel del que condena.
La finalidad del juicio no es poner al descubierto las culpas cometidas por los hombres,
culpas canceladas por el perdón divino, sino mostrar las maravillas de la gracia y la
victoria obtenida sobre los poderes del mal.

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