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nacional”
Trabajo de investigación del área
de Educación para el trabajo
Tema: Los Autómatas
Alumno: Carlo Gabriel Huarachi
Santander
Docente: Edgar Huanaco Castillo
Colegio: Sor Ana de los Ángeles
Grado: 2° de secundaria
CUSCO-2018
Los Autómatas
Autómata, del latín automăta y este del griego
αὐτόματος autómatos, ‘espontáneo’ o ‘con
movimiento propio’. Según la RAE, «máquina que
imita la figura y los movimientos de un ser animado»,1
es un equivalente tecnológico en la actualidad; serían
los robots autónomos. Si el robot es antropomorfo se
conoce como androide.
Aunque Heron es el primero en recopilar datos sobre los autómatas otros anteriores a él
realizaron sus aportaciones como es el caso de Archytas (428 a. C.-347 a. C.) inventor del tornillo y
la polea y famoso por su paloma mecánica capaz de volar gracias a vapor de aire en propulsión. O
el terrible sistema descrito por Polibio (200 a. C.-118 a. C.) y utilizado por Nabis, tirano de Esparta,
que consistía en un artilugio con forma de mujer con clavos en su pecho y brazos y que abrazaba
mortalmente a todo aquel que incumplía sus pagos. Y otros aún más antiguos, pero de más difícil
autentificación, como el mítico Trono de Salomón, descrito en la Biblia y otros textos árabes como
un árbol de bronce con pájaros cantores, leones y grifos mecánicos además de ser móvil, pudiendo
elevarse desde el suelo hasta el techo.
Edad media y renacimiento
Libro de Mecanismos Ingeniosos
El Libro de Mecanismos Ingeniosos fue un libro escrito en el
año 805 por los hermanos Banu Musa (Ahmad, Muhammad y
Hasan bin Musa ibn Shakir) en los que son descritos3 un
centenar de mecanismos y autómatas, y como emplearlos.4
Alberto MagnoNacido en 1206 en Baviera, teólogo, filósofo y hombre de ciencia Alberto Magno es
una de las figuras decisivas del pensamiento medieval. Se le han atribuido a lo largo de la historia
multitud de obras tanto de carácter mágico como de creación de seres artificiales. En concreto
dos, una de las llamadas “cabezas parlantes”, de las que se hablará más adelante, y de un
autómata de hierro que le servía como mayordomo y en el que trabajó treinta años de su vida, era
capaz de andar, abrir la puerta y saludar a los visitantes aunque otros autores afirman que además
podía hacer más tareas caseras. Otra versión (que también se cuenta en la historia de la cabeza
parlante) narra que Tomás de Aquino, discípulo suyo, al ver aquel ser decidió destruirlo ya que
estaba convencido de que la mano del diablo había influido en su creación.
Al-Jazari
Juanelo Turriano
Gran ingeniero del siglo XVI que trabajó en España a las órdenes de Carlos V como relojero de la
corte. Inventor de multitud de mecanismos, siendo el más famoso el llamado “artilugio de
Juanelo” una obra de ingeniería capaz de llevar el agua desde el Tajo al Alcázar de Toledo, aunque
jamás le pagaron por aquella obra. En esa ciudad se le atribuye a Juanelo Turriano la creación de
un autómata (entre otros muchos como danzarines, guerreros o pájaros voladores) llamado “El
Hombre de Palo” (del que queda constancia en el nombre de una calle de Toledo), un sirviente
autómata que se diferenciaba del resto por estar hecho de madera y que recorría las calles
pidiendo limosna para su dueño haciendo una reverencia cuando la conseguía. Otros autores más
conservadores solo consideran a este autómata un muñeco de palo estático, que se colocó en la
ciudad para recoger fondos para la apertura de un hospital.
René Descartes
Uno de los más famosos casos de creación de un autómata
humano, pero también donde es más difícil separar la historia
de la ficción, es la historia de René Descartes (1596-1650) y su
hija autómata. Una de las principales ideas cartesianas era la
consideración de todos los animales como complejos
autómatas, seres privados de todo estado mental, que solo
actuaban por supervivencia y que en la práctica su carne y
huesos funcionaban como la mecánica de un artilugio. Pero
cuentan que tras la muerte de su hija ilegítima Francine, de
cinco años de edad, se sintió tan deprimido que se propuso
construir una muñeca autómata lo más parecida a la fallecida
uniéndose tanto a aquella figura que según describen la
trataba como “mi hija Francine”. Su inseparable unión hizo que
la llevara de viaje cruzando el mar de Holanda. La tenía
guardada en un cofre dentro de su camarote. El capitán del
barco, intrigado por su contenido, consiguió entrar en el camarote y abrir el cofre. Cual fue su
espanto al comprobar que aquella muñeca se levantaba y movía. El capitán, horrorizado, la tiró
por la borda. Entonces Descartes, que solía destacarse por su mal humor, mató al capitán y lo tiró
por la borda, al igual que había hecho con la muñeca.
Pierre Jaquet-Droz
Posiblemente el mejor y más conocido creador de
autómatas de la historia. Pierre Jaquet-Droz, suizo
nacido en 1721, es el responsable de los tres
autómatas más complejos y famosos del siglo
XVIII. Sus tres obras maestras («La pianista», «El
dibujante» y «El escritor») causaron asombro en la
época llegando a ser contemplados por reyes y
emperadores tanto de Europa como de China,
India o Japón.
El primero de ellos, «La pianista», es un autómata con forma de mujer que toca el órgano, con la
particularidad de que es la propia figura la que interpreta las obras pulsando las teclas con sus
dedos sin tener el sonido pregrabado o procedente de otro lugar. Compuesta por 2500 piezas
podía mover los ojos dirigiendo la mirada del piano a los dedos, inclina el cuerpo, respira y al
finalizar cada tema hacía una reverencia.
«El dibujante», por otra parte, estaba compuesto por unas 2000 piezas, tenía forma de niño
sentado en un pupitre y podía realizar hasta cuatro dibujos distintos. Al igual que el anterior imita
el comportamiento mientras realiza la tarea moviendo los ojos, las manos o incluso soplando en el
papel para eliminar los restos del polvo del lápiz.
El último, y más complejo de los tres autómatas, es «El escritor», compuesto por más de 6000
piezas. Podía escribir utilizando la pluma gracias a una rueda donde se seleccionaban los
caracteres uno a uno pudiendo escribir así pequeños textos de unas cuarenta palabras de
longitud. Como los anteriores, realizaba movimientos propios de un ser humano como mojar la
tinta y escurrir el sobrante para no manchar el papel, levantar la pluma como si estuviera
pensando, respetando los espacios y puntos y aparte, además de seguir con la mirada el papel y la
pluma mientras escribe.
Los tres autómatas se pueden contemplar en el Musée d’Art et d’Histoire de Neuchâtel, Suiza.
El Papamoscas
De estas fechas data el famoso autómata de la catedral de Burgos,
el Papamoscas, cuya misión es la de tocar las campanas señalando
la hora: lo hace moviendo su brazo derecho (con el que mueve, a
través de una campana, un badajo) al mismo tiempo que abre y
cierra la boca. Si bien el mecanismo actual es del siglo XVIII,
sustituye a un artilugio parecido de fecha anterior.
En el Japón de los siglos XVIII y XIX los autómatas consiguieron un alto grado de importancia y
complejidad. Se les llamaba karakuri, que se podría traducir como “aparatos mecánicos para
producir la sorpresa en una persona” y distinguían tres tipos de figuras: las Butai Karakuri que se
usaban en el teatro, las Zashiki Karakuri más pequeñas y con las que se jugaba en las habitaciones
y las Dashi Karakuri que se utilizaban en las festividades religiosas. Su mayor tarea era la
representación de mitos y leyendas tradicionales aunque existían de todo tipo como algunos que
servían el te o lanzaban flechas con un arco. Ya entrados en el siglo XX y XXI vemos como la
tradición del karakuri se mantiene en los modernos robots japoneses, con la creación de
complejísimos robots antropomorfos como ASIMO, QRIO o Repliee Q1 o mascotas robóticas
como Aibo, descendiente directo de los autómatas animales de siglos pasados.
Tipos de autómatas
Cabezas y máquinas parlantes
Dentro de los autómatas hay un grupo que ha
tenido una gran difusión a lo largo de la
historia, las cabezas parlantes, seres que se
creían entre la mecánica y la magia que
hablaban, aconsejaban a sus dueños o
predecían el futuro. La leyenda y el mito han
influido mucho en este tipo de mecanismos
encontrándose las primeras versiones en
antiguos cuentos árabes. Uno de los ejemplos
más famosos es la cabeza con forma de
hombre de Roger Bacon (1214-1294), hecha
de latón y que podía responder a preguntas
sobre el futuro, la de Alberto Magno con
forma de mujer, la de Valentín Merbitz que
decían que hablaba varios idiomas, otros
dicen que gracias a un ventrílocuo, la cabeza
parlante del papa Silvestre II que respondía aleatoriamente “sí” o “no” a las preguntas que se le
hacían, o la figura de la santa que hablaba de Atanasio Kircher, además de su libro “Misurgia
Universalis” donde describe con detalle la creación de figuras que pueden mover los ojos, labios y
lengua.
En cualquier caso, la mayoría de ellas conseguían la “voz” a través de diversos sistemas. El primero
con base documental en conseguirlo fue Kratzenstein que con un sistema de tubos de órgano
podía reproducir las vocales. Más tarde Wolfrang von Kempelen explicaba en una de sus obras
como fabricar y manipular una de estas máquinas para que pueda pronunciar algunas frases
breves a través de una especie de fuelle por el que pasaba el aire y se modulaban los sonidos. O
las creadas por el abate Mical, de tamaño natural y que, exhibidas de dos en dos, se contestaban
la una a la otra. Ya en el siglo XIX Joseph Faber ideó la versión más perfecta de estas máquinas,
bautizada como Euphonia, que se utilizaba como el órgano de una iglesia y que podía desde recitar
el alfabeto hasta responder preguntas, susurrar o reír.
Jugadores de ajedrez
Wolfgang von Kempelen inventor, como se ha
señalado anteriormente, de una de las
primeras máquinas parlantes fue también
creador de uno de los más famosos
autómatas de la historia, que a su vez, fue uno
de los mayores fraudes de su tiempo pero
que, a pesar de ello, impulsó la creación de
autómatas jugadores de ajedrez hasta casi
nuestros días. Hablamos de El Turco.
La fama de este autómata hizo que se crearan otras muchas réplicas con el mismo truco de
funcionamiento, algunas de ellas en el siglo XIX como es el caso de “Ajeeb” presentado por Charles
Hooper en 1868 o “Mephisto” nacido en 1876 consiguiendo ganar un torneo de ajedrez
en Londres sin que nadie se percatara del artificio.
Sin embargo, sí existió un autómata cuyo funcionamiento era totalmente real. Su creación se debe
al español Leonardo Torres Quevedo, ingeniero y matemático, inventor de “El Ajedrecista”
presentado en la feria de París de 1914. Funcionaba utilizando unos electroimanes bajo el tablero,
jugando automáticamente hasta el final con un rey y una torre contra un rey desde cualquier
posición sin ninguna intervención humana.
Así, podemos considerar a estos autómatas, tanto los falsos como los reales, como pioneros de los
modernos juegos de ajedrez informáticos y de ordenadores como Deep Blueque mantienen el
mismo espíritu y objetivos que sus predecesores: conseguir que una máquina pueda vencer a la
mente humana.